Está en la página 1de 16

MONOGRAFIA Psicoanálisis

Histeria: fantasías de seducción o de como inventar un padre potente

En el comienzo de su obra, precisamente en “Estudios sobre la histeria”, Freud sostendrá


que, con frecuencia, la causa de los fenómenos patológicos, más o menos graves que el
paciente presenta, se encuentra en los sucesos de su infancia. Dirá que “entre la
motivación y el fenómeno patológico no existe sino una relación simbólica” lo que permite
el tratamiento por la palabra, y hará una diferencia entre las neurosis traumáticas y la
histeria: en las neurosis traumáticas la verdadera causa de la enfermedad no es la lesión
física sino el sobresalto, el trauma psíquico. De la misma manera muchos síntomas
histéricos han revelado causas que parecen obedecer a traumas psíquicos haciendo
hincapié que, de la sensibilidad del sujeto el suceso adquiera o no importancia traumática,
pero el trauma en este caso, o su recuerdo, actúa como un cuerpo extraño, que continúa
ejerciendo sobre el organismo una acción eficaz y presente por mucho tiempo que haya
transcurrido desde su penetración en él, llegando a la conclusión que el histérico
padecería principalmente de “reminiscencias”, recuerdos de los que los enfermos no
disponen, faltan totalmente en la memoria en el estado psíquico ordinario. Traumas
psíquicos que han eludido la anulación mediante la descarga de reacción o la labor
intelectual asociativa, y permanecen activos a lo largo de mucho tiempo, ajenos a la
conciencia del enfermo.

En 1894, en su artículo “Las Neuropsicosis de Defensa”, hablará de las “histerias de


defensa”, donde los histéricos se defienden de las “representaciones intolerables”, que,
“florecen casi siempre, tratándose de sujetos femeninos, en el terreno de la experiencia o
la sensibilidad sexuales”. Esta defensa logra debilitar la representación de que se trate
despojándola del afecto a ella inherente, es decir, de la magnitud de estímulo que trae
consigo, la que encontrará un camino diferente: “en la histeria la representación intolerable
queda hecha inofensiva por la transformación de su magnitud de estímulo en excitaciones
somáticas, proceso para el cual proponemos el nombre de conversión”. Concluye,
además, que dicha experiencia traumática tiene que ver con la seducción sufrida en la

1
infancia por parte de un adulto, por lo general el padre: “estoy cada vez más convencido
de que lo esencial de la histeria es que consiste en el resultado de la perversión del
seductor; que la herencia se presenta cada vez más como una seducción del padre”i. Más
adelante, en el año 1897 (carta 59 a Fliess), dará cuenta de una nueva fuente de la cual
emanan elementos de la producción inconsciente: las fantasías histéricas, que arrancan
invariablemente en cosas que los niños escucharon en la primerísima infancia y que solo
más tarde llegaron a comprender (carta 61): “las fantasías proceden de cosas oídas, pero
solo más tarde comprendidas, y todo su material es genuino. Son construcciones
defensivas… quizá puedan derivarse accidentalmente de las fantasías masturbatorias “.
Dirá también, en el manuscrito M, que “se puede presumir que el elemento esencial de lo
reprimido sea siempre la femineidad, como lo confirma el hecho de que tanto las mujeres
como los hombres admiten, con mayor facilidad, sus experiencias con mujeres que con
hombres”.

Finalmente en la carta 69, se afirmará sobre la teoría de las fantasías al cuestionar la


“asombrosa circunstancia de que todos los casos obligaban a atribuir actos perversos al
padre y la comprobación de la inesperada frecuencia en la histeria, en la que siempre se
cumple dicha condición siendo poco probable que los actos perversos cometidos contra
niños posean semejante carácter general” y agrega “ la innegable comprobación de que
en el inconsciente no existe un signo de realidad, de modo que es imposible distinguir la
verdad frente a una ficción afectivamente cargada (queda abierta así la posible explicación
de que la fantasía sexual adopte invariablemente el tema de los padres)”. Para explicar un
síntoma de conversión, ya no es necesario llegar a un acontecimiento traumático real, la
sexualidad infantil es traumática en sí misma, porque es desbordante frente a los recursos
psíquicos del niño. La fantasía surge entonces como respuesta a este desborde. Las
fantasías de seducción podrán ser consideradas como intentos de defenderse del
recuerdo de la propia práctica sexual (masturbación infantil). El fantasma así construido es
tan inconsciente y está sometido a la represión tanto como la representación intolerable a
la que aludía Freud en el caso del hecho traumático real que suponía en un principio, y
también es portador de un exceso insoportable de afecto que después denominará
angustia, más precisamente, angustia de castración.

2
“El sufrimiento del síntoma de conversión es el equivalente de una satisfacción
masturbatoria” (Juan David Nasio).ii

La sexualidad femenina

En relación con el atravesamiento del complejo de Edipo, Freud hará una distinción entre
el varoncito y la niña. Supone también para la niña una organización fálica y un complejo
de castración, pero de forma diferente que para el varón. El complejo de castración en la
niña se inicia con la visión de los genitales del otro sexo: “al punto nota la diferencia y se
siente gravemente perjudicada, a menudo expresa que le gustaría “tener también algo así”
y entonces cae presa de la envidia del pene que deja huellas imborrables en su desarrollo
y en la formación de su carácter y aun en el caso más favorable no se superará sin un
serio gasto psíquico”iii. Es el complejo de castración el que prepara la entrada en el
complejo de Edipo, la niña culpa a su madre de haberla hecho incompleta, por el influjo de
la envidia del pene la niña es expulsada de la ligazón- madre y entra en la situación
edípica “como en un puerto”, y allí permanecerá, en la ligazón-padre, por un tiempo
indefinido.

La demanda de falo de la niña a la madre se traducirá en demanda de amor al padre.

Las primeras sensaciones genitales registradas a raíz del cuidado del cuerpo realizados
por la madre la ubican como primera seductora y este antecedente es el responsable de
que en las fantasías de años posteriores el padre aparezca tan regularmente como el
seductor sexual: “al tiempo de que se cumple el extrañamiento respecto de la madre se
transfiere al padre la introducción en la vida sexual”iv. La intensidad de la ligazón-madre
preedípica es transferida entonces al padre, a partir del odio que desencadena en la niña
la envidia del pene, quedando abierto el camino hacia el desarrollo de su feminidad “en
tanto no lo angosten los restos de la ligazón-madre preedípica superada… opino que no
debiéramos pasar por alto que aquellas primeras mociones libidinales poseen una
intensidad que se mantiene superior a todas las posteriores y en verdad puede llamarse
inconmensurable”. Así, en los análisis de mujeres, notaba que toda vez que existía una

3
ligazón – padre particularmente intensa, había sido precedida por una fase de ligazón-
madre exclusiva de igual intensidad y apasionamiento. En cuanto a la duración de esa
etapa preedípica, era preciso admitir la posibilidad de que cierto número de personas del
sexo femenino permanecieran atascadas en la ligazón -madre originaria y nunca
produjeran una vuelta cabal hacia el varón. Manifestaba la dificultad para asir
analíticamente esta etapa, como si hubiera sucumbido a una represión particularmente
despiadada y agrega la intelección de que en esa dependencia de la madre se halla el
germen de la posterior paranoia de la mujer. Ese germen parece ser la angustia de ser
asesinada por la madre. Cabe suponer que esa angustia corresponda a la proyección de
una hostilidad que en la niña se desarrolla contra la madre, aunque también dice: “No
sabemos indicar cuan a menudo esta angustia frente a la madre se apuntala en una
hostilidad inconsciente de la madre misma, colegida por la niña”. Podemos pensar que
Freud se refiere en este punto a una madre que no ha encontrado una salida a su
femineidad, quedando atrapada en una angustia que después transmitirá a su hija.

El Edipo lacaniano

La metáfora paterna

Lacan introduce la concepción de la metáfora paterna en el Seminario 5 y en el escrito


Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de las psicosis. En este último escrito, a
través del análisis del caso Shereber, nos transmite la importancia del significante
“Nombre del Padre” en la constitución del sujeto, indicando fundamentalmente las
consecuencias de su ausencia, y destacando las funciones de este significante en la
construcción y estabilización de la realidad.

“La función del padre en el complejo de Edipo es la de ser un significante que sustituye al
primer significante introducido en la simbolización, del significante materno. De acuerdo
con la fórmula que, como les expliqué un día, es la de la metáfora, el padre ocupa el lugar
de la madre, S en lugar de S’, siendo S’ la madre en cuanto vinculada ya con algo que era
x, es decir el significado en la relación con la madre

4
Padre Madre

Madre x

(…) La cuestión es ¿Cuál es el significado? ¿Qué es lo que quiere esa? Me encantaría ser
yo lo que quiere, pero está claro que no solo me quiere a mí. Le da vueltas alguna otra
cosa. A lo que le da vueltas es a la x, el significado. Y el significado de las idas y venidas
es el falo”

Estos párrafos extraídos del Seminario 5 nos aclaran la funcionalidad de la metáfora


paterna y nos ayuda a introducirnos en lo que conocemos como los “tres tiempos del
Edipo”, ya que la metáfora es la operación inicial que hace posible el Edipo.

Los tres tiempos del Edipo

En el primer tiempo la metáfora paterna actúa en sí, está en el orden simbólico, está en la
cultura, está velada. No se trata de la acción real del padre, sino del significante del
Nombre del Padre, que es suficiente para que en esa relación en espejo entre el deseo de
la madre y el deseo del niño se precipite la identificación del sujeto con el falo imaginario:
ser el objeto que colma el deseo de la madre. En este primer tiempo el estatuto del padre
es simbólico, el agente es un significante que posibilita la identificación fálica por la que el
niño viene al lugar del falo de la madre: “en el primer tiempo y la primera etapa, se trata de
esto: es que de alguna manera, en espejo, el sujeto se identifica a lo que es el objeto del
deseo de la madre, y esta es la etapa, si puedo decir, fálica primitiva, aquella donde la
metáfora paterna obra en sí, en tanto que, ya, en el mundo, la primacía del falo está
instaurada por la existencia del símbolo, del discurso y de la ley”. (Seminario 5).

Es necesario que, más tarde, el niño sea conmovido de su posición fálica, lo que se lleva a
cabo en un segundo tiempo:

5
“les he dicho que, sobre el plano imaginario, el
padre perfectamente interviene como privador de la madre, es decir que, lo que aquí está
dirigido al otro como demanda, es reenviado a un tribunal superior, si puedo expresarme
así, es relevado como conviene, pues siempre, por ciertos lados, eso de lo que nosotros
interrogamos al “otro” en tanto que lo recorre enteramente, encuentra en el otro ese Otro
del otro, a saber su propia ley. Y es a ese nivel que se produce algo que hace que lo que
vuelve al niño es pura y simplemente la ley del padre en tanto que ella es concebida
imaginariamente por el sujeto como privando a la madre”. (Seminario 5)

En este tiempo tampoco hace la falta la intervención directa del padre, basta con la madre.
El padre interdictor aparece mediado por el discurso de la madre y como privador de la
madre en un doble sentido: priva a la madre del objeto fálico y, en consecuencia, priva al
niño del objeto de su deseo. Esta intervención sigue ocurriendo desde afuera, no es
directamente con el niño como opera el padre, ya que este encuentra a aquel en el
discurso de la madre, en el reenvío de la madre a una ley que no es la suya sino la de
Otro, que es quien, además, posee realmente el objeto de su deseo. En este tiempo no se
trata de que el padre real profiera la prohibición del incesto, se trata del padre imaginario,
prohibidor y privador, que opera mediado por la madre.

En el tercer tiempo hace su entrada el padre real. No se trata ni del significante del padre,
ni del padre imaginario, sino del padre. Si en el segundo tiempo se trata del padre privador
(de la madre) en este se trata del padre dador (a la madre). Si en el segundo tiempo se
trataba del padre imaginario omnipotente, en este del padre real y potente, que tiene lo
que la madre desea y puede dárselo.

Este padre real del tercer tiempo que interviene como dador a la madre y al niño es
decisivo para la eficacia de la función paterna. Es quien va a tener el falo ahora,
posibilitando entonces la identificación al deseo del Otro que va a dar lugar a la
constitución del Ideal del Yo, especialmente en el varón que va a querer ser como el padre
y va a recibir el título de virilidad que va a guardar en el bolsillo para cuando tenga que
ejercer. En el caso de la mujer hay dos posibilidades en este tercer tiempo: que también

6
haga una identificación al deseo del Otro, una identificación viril o que busque el amor en
la vía del padre, orientada por su deseo de falo:

“En tanto que interviene en el tercer tiempo como aquél


que lo tiene (padre) que él es interiorizado como Ideal del Yo en el sujeto y que, si puedo
decir, no lo olvidemos, en ese momento el complejo de Edipo declina (…) Es en esta
medida que el tercer tiempo del Complejo de Edipo puede ser franqueado, es decir en la
etapa de la identificación, en la cual se trata para el varoncito de identificarse al padre en
tanto que poseedor del pene, y para la niña de reconocer al hombre en tanto que aquél
que lo posee”. (Seminario 5)

Lacan indica, también en este seminario, las dificultades que pueden presentarse en
cualquiera de estos tiempos, y sus consecuencias verificables en la clínica. Toma el caso
del pequeño Hans, situando la dificultad en la fobia, en el pasaje del primer al segundo
tiempo del Edipo:

“Acuérdense del pequeño Hans el


año pasado. El padre es lo más amable que hay, es lo más presente que hay, es lo más
inteligente que hay, es lo más amigable que hay para Hans (….) el padre es sin embargo
totalmente inoperante, en tanto que hay una cosa que está completamente clara, y es que
cualesquiera que fuesen las relaciones entre esos dos personajes parentales, lo que dice
el padre es, es exactamente como si él “tocara la flauta”, quiero decir, al lado de la madre.
(……) El (el niño) encarna perfectamente para ella su falo, y el pequeño Hans es
mantenido en la posición de sujetado. Él es sujetado, y esta es toda la fuente de su
angustia y de su fobia”. (Seminario 5)

Se observa entonces una dificultad para transitar del primero al segundo


tiempo del Edipo, ya que el padre no es mediatizado por el discurso de la madre. La
madre de Juanito no da lugar a la palabra del padre, su palabra le entra por un oído y le
sale por el otro, de modo que el segundo tiempo no se realiza. La manifestación clínica es
la angustia, ya que la intervención pacificadora de la ley del padre está impedida, no es su
palabra la que constituye la ley para la madre, y el niño queda sujetado al capricho
materno.

7
Cuando se complica el pasaje del segundo al tercer tiempo, cuando el padre no muestra
su potencia, está alicaído en su función, nos encontramos en el campo de la histeria. En el
caso Dora, Lacan pone el acento en la impotencia del padre, que impide a Dora salir de la
adoración histérica al padre ideal.

En el caso de la neurosis obsesiva, se complica el tercer tiempo, la salida del Edipo,


cuando el padre, si bien potente, no transmite el falo. Predomina así el fantasma del padre
terrible, omnipotente, que, en lugar de habilitar, inhabilita al sujeto, lo inhibe.

También podemos tomar el caso de homosexualidad femenina, caso desarrollado por


Freud y retomado por Lacan, donde nos encontramos con un padre indiferente al amor de
la niña. Se trata de un padre potente, pero dador solo para la madre. La consecuencia es
que, en una posición desafiante, la hija adolescente en su amor cortes por la dama,
muestra al padre como se ama a una mujer.

También puede suceder que la niña quede retenida en el primer tiempo del Edipo,
ubicándonos en la clínica del “estrago” en la relación madre-hija, donde se encuentra
trabada la intervención del padre interdictor del segundo tiempo y opaca la eficacia del
tercer tiempo. De este modo, dos mujeres, madre e hija, intentan vivir eludiendo la función
simbólica introducida por el falo.

Finalmente podemos mencionar lo que Lacan advierte en el análisis del caso Shereber,
donde dice que los efectos devastadores, la psicosis, provienen que el padre se identifique
con el significante del Nombre del Padre. Lacan define esta posición toda vez que el padre
se asuma como padre ideal o virtuoso. Indica que no solo es importante el caso que la
madre hace de la palabra del padre, el lugar que ella reserva al Nombre del Padre en la
promoción de la ley, sino también se debe considerar la relación del padre con esa ley en
sí misma:

“La relación del padre


con esa ley debe considerarse en sí misma, pues se encontrará en ello la razón de esa
paradoja por la cual los efectos devastadores de la figura paterna se observan con
particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador

8
o se la adjudica, ya sea efectivamente de los que hacen las leyes o ya que se presente
como pilar de la fe, como parangón de la integridad o de la devoción como virtuoso o en la
virtud o en el virtuosismo, como servidor de una obra de salvación (…) todos ellos ideales
que demasiadas ocasiones le ofrecen de encontrarse en postura de demérito, de
insuficiencia, incluso de fraude, y para decirlo de una vez de excluir el Nombre del Padre
de su posición en el significante”. (De una cuestión preliminar Pág. 560).

Presentarse como padre ideal no significa serlo, es más, siempre habrá una distancia, una
diferencia con el ideal, por ello, como indica en el último párrafo, un padre que se presenta
como ideal termina siendo, en algún punto, un fraude. En consecuencia, conviene que el
padre no se confunda con el significante del que es portador. Es mejor que conserve cierta
distancia con el significante y con la ley que representa.

En relación a la salida de la niña del Edipo, Lacan dirá en el Atolondradicho:

“la elucubración freudiana del complejo de Edipo, que hace de la mujer pez en el agua,
por ser la castración en ella inicial contrasta dolorosamente con el hecho del estrago que
en la mujer, en la mayoría, es la relación con la madre, de la cual parece esperar como
mujer más sustancia que de su padre, lo que no va con su ser segundo en este estrago”.

Según Lacan, el punto angustiante que perdura en la niña concierne entonces a su


feminidad como tal. El significante de la femineidad no está inscripto en la estructura. No
hay amenaza de castración para la niña, tampoco hay respuesta respecto de su
femineidad. Pero si la pregunta por ese saber encuentra a una madre no-toda fálica,
instalada en el circuito deseante, relacionada con la dimensión de una falta, posibilitará a
la niña encontrar en el amor al padre la dirección posterior al hombre y la salida del
estrago. De lo contrario, rechazada la dimensión de la falta, en el campo del estrago, del
goce fusional, quedan expuestas, madre e hija, al retorno de los fantasmas de muerte
situados por Freud en la fase de ligazón-madre preedípica.

9
El padre seductor

En el texto “Ideas directivas para un congreso sobre sexualidad femenina”, Lacan se


pregunta “por qué falta un mito analítico en lo que se refiere al interdicto del incesto entre
el padre y la hija”.

En su libro “el falo enamorado”, Silvia Fendrik propone pensar el complejo edípico como
un paradigma no solo del incesto y del parricidio, sino también en la relación del padre con
la hija, de Edipo con Antígona, contemplando las vicisitudes de la “ceguera de un padre
que toma a su hija como un bien”. Se refiere aquí al momento en el que Edipo se arranca
los ojos y elige a Antígona, su hija, para ser su “bastón” y sus ojos y acompañarlo en el
exilio: “ese Edipo es el que comanda las vicisitudes del deseo del padre cuando la propia
esposa no está diferenciada de la propia madre (…) cuando sobre la mirada del padre no
hubo ninguna operación eficaz que se pueda reconocer como castración (…). No hay una
concreción del incesto a nivel de la genitalidad, del acto sexual consumado, pero no por
eso cuando la mirada, los ojos del padre, se clavan sobre la hija-mujer elegida, puede
soslayarse el deseo del padre en su dimensión “maldita””. En este mismo libro, la autora
destaca la función de la mirada del padre en la adolescencia de la hija, en vías de
transformarse en mujer, donde dicha mirada no cumple con una función normativa ya sea
porque se “enceguece en exceso” o porque “se vuelve en exceso esquiva”, generando
síntomas que van “desde la anorexia hasta la paranoia, pasando por las actuaciones
compulsivas u obsesivas de las jovencitas que se ocultan o solo viven para ser miradas”.
Según Fendrik el acto de Edipo de arrancarse los ojos, el castigo acorde al horror que le
provoca su doble crimen parricida e incestuoso, no se verifica en Edipo en Colono, donde
hay un cambio notable de posición, ya que él “no sabía”, defendiendo su ignorancia y
rechazando así la castración, maldiciendo a sus hijos varones y determinando al mismo
tiempo el destino de su hija Antígona.

Según Gerard Pommier, el padre seductor del fantasma, el padre vivo, no ocuparía el
mismo lugar que el padre simbólico, el padre muerto, el padre rival del complejo de Edipo.
En el trauma sexual, una sola función paterna estaría presente, sin relación evidente con
el complejo de Edipo, la del padre violador. Sin embargo, sitúa Pommier, hay una

10
articulación entre estas dos figuras paternas, ya que el padre muerto puede anular al
padre vivo, seductor, recubriéndolo, pero para ello es preciso que actúe una rivalidad que
ponga en escena el deseo de la madre por el padre. En este caso el padre muerto recubre
al padre vivo y lo neutraliza. Ahora bien, no siempre sucede que la madre desee al padre:
es en este caso cuando el trauma sexual se vuelve asolador. Una madre no instalada en
el circuito deseante condena a su hija al estrago: así aparecerán los motivos que instalan
la función del padre seductor, independientemente de cualquier acontecimiento real: el
padre seductor permite escapar de la inmensidad de la demanda materna, es preferible
inventar un padre sexualmente potente y raptor de su hija, que encontrarse sola frente a
esa demanda. El padre perverso pone a la hija a salvo del incesto con la madre, pero…
¿facilita la salida del Edipo la fantasía de incesto con el padre?

María tiene 35 años consulta por un hecho que dice “le cambió la vida”: encuentra en el
maletín de trabajo de su marido una caja de ropa interior MASCULINA nueva: se queda
congelada; dice que pasó mucho tiempo hasta que pudo reaccionar, pasaba el tiempo y
ella seguía allí, congelada.

Al preguntarle qué pensó cuando vio esa caja, dice que lo primero que pasó por su cabeza
es que su marido la estaba engañando y que la ropa interior nueva era para cambiarse
para ir al encuentro con otra mujer.

Dice que siempre fue muy celosa. Reclama justicia porque, según dice, sus celos son
justificados.

Ha tenido episodios de temblores en las extremidades de su cuerpo y el neurólogo le dice


que no tiene nada. Comienzan con un dolor grande en los brazos, puntadas en sus
piernas y termina desvaneciéndose.

Sus padres están separados hace mucho tiempo, pero mantuvieron años la convivencia.
De su padre dirá que “era vago, no trabajaba, mi mamá sufrió mucho por él”.

Ella siempre fue la confidente de su madre, dice que fue su sostén porque su madre se
apoyaba en ella. Dice que su madre siempre fue más fuerte, que estudió de grande y salió
a trabajar. Es un ejemplo para ella, pero tiene cosas que la enojan, su madre se ofende
sino está para ella. También recuerda los golpes que les daba de chica.

11
Aquí comienzan a aparecer incongruencias en relación con fechas, episodios que tienen
que ver con su padre que no aparecen claros. Mas adelante se relacionarán con un
secreto del que no quiere hablar porque no sabe si es algo que ocurrió de verdad o es una
fantasía suya. Dice que “hay cosas que no tendrían que pasar entre padre e hija”. Dice
que su padre entraba al baño cuando ella se estaba bañando o a su habitación cuando se
estaba cambiando, siendo ya adolescente. Que su padre le decía que con el cuerpo que
tenía podría conseguir cualquier cosa. Que la llevaba a su trabajo y hablaba de ella como
si fuera su esposa, no su hija; al preguntarle qué edad tenía cuando pasaba esto dice 10
años. En otra oportunidad dirá que le gustaba cuando el padre la llevaba al trabajo de su
brazo (¿síntoma del dolor en extremidades?), situando este recuerdo a los 16 años.

Hablar de este secreto le provocará un aislamiento de tres días: no quería hablar, no


quería estar con su familia, solo quería estar sola.

Después de esto insiste todo el tiempo en que necesita saber si lo que “pasó entre ella y
su padre” fue real o es una fantasía de ella. Cuando le pregunto por qué piensa que puede
ser una fantasía dice que: “porque si no mi mamá tendría que saber lo que paso entre mi
papá y yo, le pregunto y no sabe nada”.

Frente a su insistencia le dije que hay muchos casos de mujeres que creyeron haber sido
abusadas por su padre para concluir luego de un largo análisis que se trataba de una
fantasía. Noté en ella una desilusión inmediata, me pagó y se fue, vino una sesión más
con un sueño donde ella se veía desnuda y escuchaba la voz de su padre diciendo
“esta es mi casa y hago lo que quiero”. Esa fue la última sesión que vino.

El sueño es la respuesta a la intervención: siguiendo a Pommier, el padre mítico se hace


presente para reforzar su función, facilitado, tal vez, por una mirada que habilita la
constitución de la fantasía.

En este punto es interesante la intervención de Osvaldo Meira en las XXIII Jornadas de


Psicoanálisis del Colegio de Psicólogos de San Isidro sobre “Clínicas Psicoanalíticas”,
sobre el padre que dice “con tu madre no” con el agregado “pero conmigo tampoco”, en la
doble vía, hacia la hija y hacia él mismo, vías que asegurarían la salida de la niña a la
feminidad.

12
¿Podría pensarse entonces, la función de la fantasía de seducción como un sinthome,
frente a un padre que no está a la altura de su función?

Claudia Alejandra Riego

Lic. en Psicología

i Carta 52 a Fliess del 6-12-1896


ii El dolor de la histeria, Juan David Nasio, pag 32
iii Freud, 33ª Conferencia “La feminidad”, Amorrortu, tomo XXII, pag 120
iv Freud, “Sobre la sexualidad femenina”, Amorrortu, tomo XXI, pag 240

BIBLIOGRAFIA

Curso de Actualización en Psicoanalisis, UCES 2014, Módulo sobre Neurosis.

Sigmund Freud, Obras Completas, 1ª edición (especial)- Buenos Aires, Siglo XXI editores,
año 2013, tomos 1 y 26.

Sigmund Freud, El sepultamiento del complejo de Edipo, Obras Completas, Amorrortu


Editores, tomo XIX, año 1996.

Sigmund Freud, Sobre la sexualidad femenina, Obras Completas, Amorrortu Editores,


tomo XXI, año 1998.

Sigmund Freud, 33ª Conferencia. La feminidad, Obras Completas, Amorrortu Editores,


tomo XXII, año 2008.

Lacan Jacques, posible de la De una cuestión preliminar a todo tratamiento psicosis,


Escritos 2, Siglo XXI editores, 14 edición, Argentina 1988.

13
Lacan Jacques, El Seminario, Libro 5: Las Formaciones del Inconsciente, Editorial Paidos,
2009.

Juan David Nasio, El dolor de la histeria, Editorial Paidos, 2005.

Silvia Fendrik, El falo enamorado- Mitos y leyendas de la sexualidad masculina, Red


ediciones S.L. 2012 bajo el sello de Xoroi Edicions.

Gérard Pommier, El “padre incestuoso” en la histeria: observaciones sobre el trauma


“sexual”, en La clínica lacaniana 2 (ficha curso sobre Clínica Psicoanalítica dictado por
Marité Ferrari, Colegio de psicólogos de San Isidro, año 2013).

Mazzuca Roberto, El padre síntoma, en Del Edipo a la Sexuación, Colección del Instituto
clínico de Buenos Aires, Editorial Paidos, 2005.

Mazzuca Roberto, Las antinomias de la función paterna, en Cizalla del cuerpo y el alma (la
neurosis de Freud a Lacan), Berggasse19 Ediciones, 2005.

Soria Dafunchio Nieves, Inhibición, Síntoma y Angustia, Hacia una clínica Nodal de las
Neurosis, Editorial del Bucle, 2010.

Varios autores, Un estrago la relación madre-hija, Ediciones Vigencia, 1997.

14
15
i

ii

iii

iv

También podría gustarte