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LEER Y ESCRIBIR EN LA UNIVERSIDAD

Por Mgtr. Verónica Chumacero Ancajima


Profesora de la Facultad de Humanidades

El ingreso a la universidad trae muchos desafíos intelectuales. Uno de los más necesarios de afrontar y
dominar tempranamente es el discurso académico. El ideal de todo profesor universitario es que sus
alumnos ingresen a esta nueva etapa formativa con las habilidades comunicativas que el contexto
universitario exige. Pero la realidad no es así. En este breve artículo reflexionaremos sobre por qué leer
y escribir en la vida universitaria es una gran debilidad en los nuevos estudiantes, qué implicancias
tiene el dominio de estas habilidades y cuán determinantes son para el éxito o fracaso del futuro
profesional.

El alumno que ingresa a la universidad debe cuanto antes involucrarse con disciplina en lo que los
expertos llaman alfabetización académica. Esto es, en el “proceso de adquisición de un conjunto de
conocimientos lingüísticos y estrategias cognitivas necesarias” para interpretar y producir discursos
académicos (Marín, 2006, 30), que no son otra cosa que el repertorio de textos que se leen y producen
en el entorno universitario (Camps & Castelló, 2013). A pesar de que estos nuevos discursos requieren
lectura crítica e interpretativa y escritura auténtica, somos testigos de que las habilidades básicas
aprendidas en la etapa escolar, por lo común, no cubren las exigencias de una alfabetización avanzada,
pues la lectura se limita a ser muchas veces solo extractiva y la escritura a un resumen de lo dicho por
otros, sin mayor aporte y originalidad.

Leer en la universidad obligará al alumno ingresante cumplir tres retos fundamentales: reconstruir
dinámica y creativamente el significado, razonar lo leído integrándolo con sus conocimientos previos, y
activar procesos mentales básicos (identificación, comparación, síntesis, etc.) e integrarlos con el
contexto sociocultural (Acevedo & Díaz, 2009). Por su parte, escribir implicará en él conocer qué temas
se discuten, cuáles son las tendencias dominantes en su disciplina; plantear nuevas interrogantes
(Marín, 2006); dominar gramaticalmente su lengua y los mecanismos textuales de los diversos tipos de
textos, sobre todo, expositivos y argumentativos. Con todo lo dicho, se puede deducir que la debilidad
radica en que no se atienden ni entienden estas implicancias, más bien se aprecia un analfabetismo
académico que puede hacer que el estudiante interrumpa su carrera universitaria de manera
temprana.
Si no hay una actitud cognitiva activa y creativa a la hora de leer y escribir, el panorama puede ser
desolador: un profesor desilusionado y un educando frustrado. Es así que entra a “escena” el
corresponsable de este proceso de inserción: el docente universitario. Si bien el estudiante es el
responsable directo de convertir a la lectura y escritura en sus quehaceres habituales para lograr la
ansiada alfabetización académica, también debe haber un compromiso de los profesores de todas las
asignaturas para acompañar a los alumnos ingresantes en la apropiación exitosa de estos discursos.
Porque, efectivamente, la alfabetización académica es tarea de todos los profesores y no solo del
profesor de lengua. Si la visión es colectiva, el alumno se sentirá más acompañado y más seguro a la
hora comunicarse en el entorno académico.
Por lo expuesto, todo docente universitario también debe dominar y valorar las implicancias de la
lectura y escritura mencionadas líneas arriba, él puede contribuir mucho a que el alumno se inserte con
éxito en el contexto académico y, luego, al profesional. En definitiva, todo es cuestión de la
responsabilidad hacendosa del alumno y del compromiso esforzado del profesor universitario. Aunque
sea laborioso, debemos ser los acompañantes –a veces personalizados– para que los estudiantes a
través de la lectura y escritura ordenen su pensamiento, construyan su identidad individual y aporten
creativamente a la sociedad.

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