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Narcotráfico

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El tráfico de drogas,
coloquialmente narcotráfico,
es el comercio
de drogas ilegales adictivas,
principalmente cocaína. La
base económica principal de
este fenómeno es ésta
sustancia, ya que su
compraventa financia la
mayor parte de un fenómeno
que engloba la fabricación, Miles de millones de dólares son movidos por el narcotráfico anualmente.
distribución, venta, control de
mercados y reciclaje de muchos estupefacientes, adictivos o no, potencialmente
dañinos para la salud (conocidos comúnmente como drogas), y también el tráfico
de armas, tienen una gran participación en el mercado de la trata de personas y
en el tráfico de órganos. La mayoría de las legislaciones internacionales prohíben
o limitan el narcotráfico, con penas que incluyen la ejecución por diversos medios, 1
2
aunque esto varía en función de la sustancia y de la legislación local.
Un estudio de la ONU indica que el tráfico global de sustancias generó
aproximadamente 0.3216 billones de dólares en 2003. 3Esta cifra sería el 0.83 %
del producto interno bruto global en 2003 (38.95 billones de dólares). El consumo
de estupefacientes se extiende de manera global.
Grupos ilegales, mafias o en América del Sur, también denominados carteles o
cárteles, gestionan la cadena de suministro. Los cárteles varían en tamaño,
longevidad y organización, dependiendo de la sustancia, rentabilidad y volumen de
cada proceso. En la parte superior de la jerarquía de estas organizaciones se
encuentra el jefe del cartel, que controla la producción y distribución de la
sustancia. Junto con los intermediarios financieros, blanquean los capitales
obtenidos de actividades ilegales graves. En la parte inferior de la jerarquía se
encuentran los traficantes callejeros de bajo rango (narcomenudeo), distribuidores
que suelen ser también consumidores dependientes (véase farmacodependencia)
y a quienes también se les llama "camellos", "jíbaros", "dealers" o "transas"

.
Los agujeros negros de México: cada
rincón tomado por el narco
La militarización impuesta por López Obrador no consigue
frenar el poder del crimen organizado, atomizado en al
menos 150 bandas con tentáculos en todo el país
Grupos de autodefensas de la cabecera municipal de Aguililla, Michoacán, patrullan en
abril de 2021.JUAN JOSÉ ESTRADA SERAFÍN (CUARTOSCURO)

ELENA REINA
México - 08 MAY 2022 - 00:00 CDT
1

No hay un rincón de México donde el narco no tenga presencia. Como una enfermedad
degenerativa, su poder se ha ido extendiendo por cada coordenada y produce cada año más
dolor, más víctimas. El crimen organizado a veces se manifiesta de forma violenta y
provoca auténticas escenas de guerra; y otras, espera silencioso, sin el ruido de la metralla
ni la irrupción de los soldados, a que alguien se atreva a tocar su plaza. Lejos han quedado
los años de los todopoderosos cárteles de la droga, que se repartían amplios territorios
como pedazos de pastel y pactaban treguas cuando la muerte empañaba al negocio. México
ya no son las series de Netflix. Sin la épica de esos tiempos, se mata más que nunca. Y en
algunos Estados, ni la presencia del Ejército enviado por el presidente Andrés Manuel
López Obrador, ni las endebles instituciones locales, han sido capaces de frenarlo. Son los
agujeros negros de un país con una autoridad al margen del Estado.

En México conviven al menos 150 bandas del crimen organizado, según el último mapa
criminal presentado por un grupo de investigadores del prestigioso Centro de Investigación
y Docencia Económicas (CIDE). La mayoría, aliadas o financiadas por las dos más
importantes. En menos de dos décadas, los grandes cárteles que se podían contar con los
dedos de una mano en 2006, se han multiplicado. No significa que el poder haya
disminuido, la capacidad de hacerse con armas propias del Ejército —tanques y fusiles de
alto calibre— de matar con la misma saña, desaparecer muertos en fosas, extorsionar,
secuestrar y traficar con drogas y personas, se ha mantenido. El negocio sigue en pie y se
ha diversificado. Pero las bandas y mafias locales actúan en muchos casos por su cuenta y
en otros, como una plataforma de Uber o un McDonald’s: se han convertido en
narcofranquicias.
Los dos cárteles que mantienen el mayor poder en todo el territorio, según el mapa del
CIDE, son el histórico cartel de Sinaloa y el de Jalisco Nueva Generación. El primero, con
más de 40 años de trayectoria sin que su principal líder —Ismael El Mayo Zambada— haya
sido jamás detenido, sufrió un duro revés con la encarcelación y condena a cadena perpetua
en Estados Unidos de otro cabecilla más visible, Joaquín El Chapo  Guzmán. Sus hijos, Los
Chapitos, se pelean territorios en el norte y centro del país y siembran el caos con los
mismos modos que aprendieron en casa, pero menos diplomáticos, cuentan los analistas de
seguridad. La Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) tiene a Sinaloa en la mira
desde hace décadas, cuando a algunos de sus líderes se les acusó de asesinar al agente
infiltrado Kiki Camarena en 1985, y ahora con la epidemia de muertes por sobredosis de
opiáceos que se ha cobrado más 100.000 vidas en su país en solo un año. Pese a todo, el
poderoso grupo cuenta con una expansión en 14 de los 32 Estados de la República.

Los de Jalisco Nueva Generación, liderados por otro de los criminales más buscados por la
DEA, Nemesio Oseguera Cervantes, alias El Mencho, controlan con un sistema menos
jerárquico 23 Estados. Fueron los precursores de las narcofranquicias, permitiendo agregar
Nueva Generación al nombre de la banda de cualquier otro Estado. Y así creció a partir de
2015, primero como una escisión de Sinaloa, a la sombra de otros cárteles más conocidos.
Mientras las fuerzas de seguridad se centraban en romperles el espinazo a las grandes
mafias durante la guerra de Felipe Calderón (2006-2012) contra el narco y que
continuó Enrique Peña Nieto hasta 2018, el Cartel Jalisco Nueva Generación, relativamente
joven, se iba apoderando, como un reptil, de los nichos que abandonaban sus enemigos. En
2015, tras un operativo fallido para detener a El Mencho, derribaron un helicóptero militar
con un lanzacohetes.

Las luchas intestinas entre estos dos grandes cárteles de la droga en algunos Estados y las
que protagonizan otras decenas de mafias locales, han provocado masacres, pueblos
calcinados y abandonados, fusilamientos a plena luz del día, cadáveres colgados de puentes
y decenas más arrojados a las calles. Según las cifras de homicidios de la Secretaría de
Gobernación (Interior), este año se ha matado a un ritmo de 112 personas al día (hasta
marzo); el año pasado, a 120; y, en plena pandemia, a 118. Y otras cifras, que a menudo no
mencionan las instituciones, pero que amplifican el problema, son las de desaparecidos.
Desde que tomó el poder López Obrador (en diciembre de 2018) han desaparecido más de
68.000 personas, y desde 2006 se han encontrado a más de 8.200 en fosas comunes. No se
cuentan como homicidios, porque ni siquiera en muchos casos se han podido identificar los
cuerpos (hay más de 52.000 sin identidad) y conectarlos con una carpeta de investigación.

Fachada con impactos de bala y pintada con las siglas del Cártel Jalisco Nueva Generación

.JUAN JOSÉ ESTRADA SERAFÍN (CUARTOSCURO)

Los rincones donde el narco ha derrumbado al Estado y lo ha reducido a una mera


presencia esporádica después de la batalla son Zacatecas, Baja California, Colima,
Quintana Roo, Michoacán, Morelos, Sonora, Chihuahua y Guanajuato. Estos Estados
tienen tasas de homicidios por cada 100.000 habitantes que superan o igualan las de los
peores años de países tan violentos como Honduras o El Salvador. Zacatecas rompió el año
pasado todos los récord, con una tasa de 90,4, según las cifras de Gobernación.
En los últimos meses se han sucedido episodios terroríficos como el de Caborca, un
municipio en Sonora baleado por los hijos de El Chapo una madrugada de febrero, mientras
los vecinos escondidos en sus casas se preguntaban dónde estaban los militares. En sus
cuarteles. Algo similar ocurrió en Colima también en febrero, pero en lugar de una
noche, fueron semanas completas de balaceras, se suspendieron clases, se cerraron
negocios. Las autoridades locales se declararon incapaces de frenar la sangría.

En Michoacán, además de pueblos enteros tomados por el narco ante la indiferencia de las
autoridades, incluso del Ejército, se han multiplicado las masacres. La última, en marzo, 20
personas acribilladas en una fiesta en el municipio de Zinapécuaro. Al norte, Zamora se
convirtió este año en la ciudad más violenta del mundo, según un ránking anual de Consejo
Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal. Y unos días antes, pese al enorme
despliegue de fuerzas federales para retomar el control de algunos territorios, el
fusilamiento de más de una decena de personas —el número nunca se hizo oficial, pues los
criminales tuvieron tiempo para limpiar la escena del crimen— en San José de Gracia.
Todo el país lo vio a través del vídeo de un vecino.

Zacatecas, que concentra el horror de todo un país con las cifras de homicidios por
habitante más altas de su historia, amanece cada semana con una nueva matanza. Policías
torturados y colgados de puentes, municipios sin fuerzas de seguridad, hasta 16 cadáveres
embolsados en las calles de Fresnillo, siete cuerpos abandonados en un coche frente a la
sede de Gobierno estatal, en la capital, cuatro estudiantes universitarios secuestrados,
torturados y asesinados. La última encuesta del Instituto Nacional de Estadística arrojó el
sentir de sus ciudadanos: nadie se siente a salvo. El 97% dijo que vivir ahí era un riesgo. La
violencia sin control: hace solo tres años, la tasa de homicidios era la mitad.

Peritos forenses realizan el levantamiento de varios cuerpos en el municipio de Fresnillo,


Zacatecas, en 2022.JAMES ROMERO (EFE)

Ante la narcoviolencia desbocada en algunos de estos rincones, el presidente López


Obrador ha insistido en que enfrentar los balazos con más balazos no es la solución. Y su
Gobierno, alega, está concentrado en fomentar las becas a los jóvenes para evitar que estos
acaben poblando las filas del crimen organizado. Una medida a largo plazo que no resuelve
la urgencia de las matanzas diarias. Y la seguridad del país sigue siendo, a casi cuatro años
de mandato, la gran deuda pendiente.

México, sin embargo, se ha militarizado más que nunca. Además de la presencia habitual
del Ejército y la Marina en algunos puntos más conflictivos, se ha sumado el nuevo cuerpo
híbrido civil-militar creado por esta Administración, la Guardia Nacional, formada en su
mayoría por militares y algunos agentes de policía federal. Este cuerpo cumple con tareas
de seguridad pública bajo órdenes militares. Aunque la presencia castrense en esta materia
solo se permitió mediante un cambio en la Constitución en 2019 que hizo una excepción
por cinco años. Queda pendiente su regularización en una reforma antes de que acabe el
periodo, en 2024.

Pese a las promesas de pacificación de López Obrador y su insistente eslogan, “Abrazos y


no balazos”, sus fuerzas armadas, incluida la Guardia Nacional, son tan letales como si se
tratara de una guerra. La abogada y colaboradora del Programa de Política de Drogas del
CIDE, Sara Velázquez, explica que los cuerpos de seguridad siguen matando a más gente
de la que hieren, pese a que su cometido debería ser buscar la detención y el proceso
judicial de los presuntos criminales. Según el índice de letalidad —un cálculo entre los
civiles heridos entre los ejecutados en enfrentamientos violentos con las fuerzas armadas—
el balance sigue siendo desproporcionado.

La Guardia Nacional registró 1,9 de letalidad en 2021, eso quiere decir, casi dos muertos
por cada civil herido. La Secretaría de la Defensa (Ejército), tenía todavía una tasa de tres a
uno. Para dimensionar la problemática, en la guerra de Vietnam, hubo cuatro personas
heridas por cada muerto y en 2020 el Ejército mexicano tuvo un índice similar. Los
investigadores y expertos coinciden en que la estrategia contra el narco no ha cambiado
tanto con cada Gobierno. “Lo que hicieron ahora es no publicar una lista de los más
buscados. Creo que sigue siendo igual, y eso es lo que provoca los cambios en las
relaciones de poder en los grupos”, agrega Velázquez. La cacería de los grandes líderes del
narco, la decapitación de sus estructuras, provocó la atomización en más de un centenar de
células que se han apoderado de cada rincón del país. El negocio ya no solo es el tráfico de
drogas, sino cualquier actividad criminal. Como una multinacional, el narcotráfico
mexicano se ha diversificado: robo de gasolina, secuestros, extorsión, tráfico de personas o
robo de mercancías a camiones y trenes. Un panorama que se alimenta de una impunidad
rampante, el 95% de delitos no se resuelve, según el último informe de México Evalúa con
datos oficiales.

comunidad Ayahualtempa, Estado de Guerrero, hacen una linea portando armas en abril de
2021.HECTOR GUERRERO

La presencia del narco no es siempre violenta, advierte la coordinadora del Programa de


Política de Drogas, Laura Atuesta. En el mapa criminal que ha configurado la posguerra de
Calderón, se observan Estados con cifras de asesinatos bajísimas, en comparación con las
que soporta el resto del país. Yucatán, que vende anuncios de la tierra prometida a los
inversores inmobiliarios y al turismo que huye de los balazos de la Riviera Maya (Quintana
Roo), también cuenta con presencia de grupos criminales. Sinaloa, cuna histórica del
narcotráfico, no figura en la lista de los 10 Estados más violentos. O Chiapas, con tasas de
homicidios por debajo de la media nacional, que está controlada por un único grupo grande,
heredero de otro legendario, El Cartel del Golfo.

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