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ABRAM KARDINER

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C J a ilZ 1 9 1 2
de la Universidad de Colum w»

El individuo y su sociedad
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SOCIAL PRIM ITIV A

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R a l p h L in to n

FO N D O DE CULTORA ECO N O M ICA


h íx ic o 1945
ganzl912

PREFACIO

U na de las mayores dificultades con que tropieza la cooperación en tre los


representantes de las diversas ciencias, estriba en la carencia de una term i­
nología com ún. Esa dificultad sé pone d e m anifiesto/ e n form a especialm ente
notable, e n el caso de la antropología y el psicoanálisis ya qtie en am bas
abundan loS términos vagos. E n grada a los antropólogos que quieran hacer
usó del presente lib ró /b ien m erece la pena de tra ta r de equiparad los con­
ceptos em pleados por el D r. K ardíner cotí aquellos q u e les son ya fom iliarés.
A unque es imposible una ecu ad ó n exacta, se puede form ular uná de carácter
general. Los antropólogos definen una cultura com o la surtía total d e las
actitudes, ideas y conducta com partidas y transm itidas por los miembros d e
ú na sodedad determ inada, juntam ente cení los resultados m ateriales d é esa
conducta, es derir, los artículos m anufacturados. Ese'concepto es ta n am plio
q ue se h ace preciso Im itarlo o desmenuzarlo d e varias m aneras p a ra p o ­
derlo em plear como herram ienta eficaz. P o seso es corriente que,' para'
ches fines, se distinga entre la cultura m aterial, es decir, lós artículos m anu-
facturados y los aspectos no m ateriales de la cu ltu ra. Se reconoce, adem ás,
que éstos aspectos no m ateriales dé la cultura son ta n variables que desafían
incluso u n a descripción com pleta. Y así se hallará que las actitudes/ Ideas
y conducta varían nó solam ente entre los individuos, sino’incluso dentro d e
cada uno d e éstos según los diferentes momentos. Sin embargo, la am plitud
d é variación respecto d e un elem ento cualquiera de la Cultura -HÓor ejemplo^
u na cerem onia matrimonial o la c re cid a en la eficada dé una forma especial
d e magia— , será Siempre lim itada y m ostrará un p u n to modal claram ente dis-
cérnible. E n el uso ordinario, la estructura de la cultura está compuesta por
los diversos modos de los ám bitos de variadón relativos a cada uno de sus!
elementos componentes.
El conjunto estructural d e la cultura no m aterial que es susceptible de
ser desarrollado m ediante este procedim iento tiene, todavía, un ámbito exce­
sivam ente amplio y es, por lo tanto, conveniente desmenuzarlo de varias
maneras, cuando se opera sobre problemas particulares. U na de las particio­
nes más obvias consiste en dividir su contenido en las pau.tas de cordupta»
fácilm ente discemibles a través d e sus expresiones m anifestadas externam en-
. .. . 7
8 PREFACIO

te, por una parte, y las ideas y actitudes que m otivan esas m odalidades típicas
de conducta, por otra. Tal división va im plícita en las recientes obras de
varios antropólogos, especialmente los D res. Benedict y M ead. El autor del
presente libro, que enfoca el problema desde el punto de vista psicoanalítico,
haciendo el consiguiente hincapié sobre la personalidad, em plea una di vi'
sión diferente. Em plea los conceptos de instituciones y de ego o estructura
d e la "personalidad básica*'. El primero es ya de uso común en las ciencias
sociales. Difiere principalm ente del concepto de pauta de conducta de los
antropólogos en q u e agrupa constelaciones de pautas de conducta funcional'
m ente relacionadas en tre si y las trata com o unidades. La estructura d e la
personalidad básica (ego) será u n concepto menos familiar. Se deriva del con'
cepto psicológico d e la personalidad y difiere de este últim o en que su d eli'
m itación se basa en el estudio de la cu ltu ra y no en el del individuo. La
estructura de la personalidad básica tal como el término se em plea en este
lugar, representa la constelación de las características personales que resul-
tasen congruentes con la gama total de las instituciones com prendidas dentro
d e una cultura determ inada. Se la ha deducido del estudio del contenido
y organización de la cultura y es, por consiguiente, una abstracción del mismo
orden que la propia cultura» Hasta dónde esta estructura de la personalidad
básica representa u n denom inador com ún de las personalidades de los in­
dividuos que participan en una cultura, constituye u n punto q u e sólo puede
determ inarse m ediante el estudio efectivo de series de individuos pertene-
cientes a varias sociedades y, hasta la fecha, no se han verificado estudios
d e esa índole»
Basando sus conclusiones en los resultados d e psicoanálisis clínicos de
individuos formados en nuestra propia cu ltu ra, complementados con las prue*
bas aportadas por las otras culturas estudiadas, establece el a u to r una dialéc­
tica entre la estructura de la personalidad básica y las instituciones. Esa día-
láctica opera, a través d el medio del individuo. Las instituciones con las qu e
el individuo está en contacto durante su período formativo producen en él
u n tipo de condicionam iento que crea, con el tiempo, un cierto tipo de per-
sonalidad. Recíprocamente, u n a vez establecido, ese tipo d e personalidad,
determ ina las reacciones del individuo sobre otras instituciones establecidas
con las qtpe entra en contacto y sobre las innovaciones. Y así, los cambios
operados en ciertas instituciones se traducen en mutaciones d e la estructura
d e la personalidad básica al tiem po que los cambios experim entados por ésta
conducen, a su vez, a la modificación o reinterpretación de las instituciones
existentes. De esa m anera, en los continuos sociales y culturales coexistentes
los individuos que integran la sociedad son modelados, prim ero, por las ins­
tituciones de la cu ltu ra para, más tarde, m oldear o crear, a su vez, nuevas
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instituciones. Ambos continuos se encuentran en constante estado de cam­


bio; la sociedad m ediante la elim inación y sustitución de los individuos que
la componen y la cultura, a través de la eliminación, sustitución y m odifica­
ción de las instituciones que la integran.
A fa lta de largas series d e estudios de individuos formados bajo cultu­
ras diferentes, la prueba más poderosa del valor d e l concepto de estructura
de la personalidad básica estriba en la extraordinaria coherencia de esas es­
tructuras d e la personalidad básica que presenta cada sociedad con las téc­
nicas em pleadas por la misma sociedad para el cuidado y control d e l indivi­
duo en las primeras etapas d e su vida. Estudios clínicos llevados a cabo
dentro d e l marco de nuestra sociedad y nuestra cultura h an puesto d e ma­
nifiesto la im portancia de las experiencias de esas prim eras etapas p ara la
formación de la personalidad. La heterogeneidad d e nuestra propia cultura
y la consiguiente variedad de las experiencias individuales h an sido suficientes
para frenar algo las teorías d e los psicoanalistas. A l propio tiempo, deter­
minados aspectos característicos se hallan tan profundam ente arraigados en
nuestra cu ltu ra que form an p a rte dé la experiencia individual de todb& D ada
la falta d e excepciones a esa reglarse h a adscrito con frecuencia los resultados
d e esas características a cualidades am génitas o rm tinttw ts d e los seres hum a­
nos* Los estudios d e otras culturas que se exponen en el presente libro, ponen
en tela d e juicio varías de las creencias d e esa índole, y parecen indicar tam ­
bién que, cuando la hom ogeneidad d e las culturas im plicadas es tal que
sum inistra a todos los miembros de la sociedad u n a am plia escala d e expe­
riencias comunes, los descubrim ientos d e los psicoanalistas con respecto a
la. influencia ejercida sobre la personalidad por las experiencias tem pranas
específicas son igualm ente válidos para las sociedades en su totalidad que
para los individuos. Así, p o r ejemplo, prácticam ente todos los individuos
d e una sociedad “ primitiva” estarán sujetos a las mismas técnicas d e cui­
dado d e los niños y encontrarán, en consecuencia, que en la mayoría d e los
aspectos las actitudes y conductas de todos los adultos con los que se les pone
en contacto son bastante parecidas.
C reo que el concepto d e la estructura de la personalidad básica d e un
grupo será de valen* para los antropólogos en varios aspectos. Sugiere u n tipo
de integración, den tro de una cultura, basado en las experiencias comunes de
los miembros de una determ inada sociedad y en las características personales
que es d e esperar que aquellas experiencias engendren. Esa especie de inte­
gración difiere diam etralm ente de la que los antropólogos funcionales han
erigido en punto focal de sus investigaciones y de la postulada por la D ra. Be-
nedict en su bien conocida obra Parteras of C u ltu re. La integración d e que
tratan los funcionalistas es, prim ordialm ente, cuestión de adaptación m utua
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y de interdependencia de las pautas de conducta* Se encuentra, com a tal, en


un nivel bastante superficial y el cuadro de la cultura que emerge es el de una
masa de engranajes en movimiento. N o existe punto focal alguno para toda
esa actividad e incluso las adaptaciones m utuas de las pautas de conducta
pueden explicarse sin tener que recu rrir a nada más im portante que los pro­
cesos de ensayo y error. Exam inado desde ese punto de vista, cada sistema
de cultura aparece como mecánico y de dos dimensiones. El concepto no
ofrece siquiera u n a base satisfactoria para estudios com parados por cuanto
las pautas que se influyen recíprocam ente nunca son las mismas en ningún
par de culturas^ La investigación de ese tipo de integración sólo llega a tener
sentido cuando va asociada con una delim itación de las necesidades huma­
nas que todas las culturas deben satisfacer y un conocimiento tan to de los
factores históricos que han acarreado nuevas pautas d e conducta a un de­
term inado com plejo cultural, como d e la forma que dichas pautas revestían
en el m em ento d e su introducción.
La integración cuya existencia h a demostrado la D ra. Benedict es de un
genero totalm ente diferente. Consiste en la dominación d e u n a determ inada
configuración cultural por una actitu d o afecto especial en tom o del cual
está organizado e l núdeo fundam ental de la cultura. E ste concepto resulta
ser m ucho m ásiecundo que el funcional que acabamos d e exponer, pero* aun
así, tiene tam bién ciertas lim itaciones. Por ejemplo, su aplicación ofrece difi­
cultades en determ inados casos. A u n q u e algunas culturas m uestran una in­
tegración enfocada muy defim dam ente sobre u n a sola actitu d o valor, en
otras es difícil determ inar esos focos. M uchas culturas parecen incluir series
considerables de actitudes y valores, todos los cuales son im portantes, y en los
que cada uno d e ellos sirve de p u n to foca^ a la integración de u n sector
diferente dé la cultura total. E l verdadero problema estriba aquí en> determ i­
nar si el hacer u n hincapié extrem ado sobre una sola actitu d o valor a expen­
sas del resto; constituye una característica típica o atípica d e k organización
de la cultura»* Es ese un p u n to que n o puede ser dihieidado hasta que se
hayan analizado m ás culturas, pero incluso á se prueba que ese hincapié
es típico, quedará por explicar u n considerable núm ero de configuraciones
culturales. v
. M ediante el em pleo del concepto d e estructura de la peisonalidad socie-
tal se hace pcaíble fijar el punto, focal d é la integración d e la cultura en el
común denom inador de k s personalidades de los individuos que participan
eo la m isma. La cultura es, en últim o análisis, u n a cuestión de modos den-
tro-de la s jfcamas distributivas d e las reacciones d el individuo a las diversas
situaciones-reperitivas. Las ánodos d e reacción con’ respecto a cada urta de
tales situaciones se ajustan recíprocam ente a la extensión o grado requerido
PREFACIO 11

para evitar su interferencia en la práctica. T ales ajustes constituyen la base


del tipo funcional de integración. Las diversas m odalidades reflejan tam -
bien la presencia r e un sistem a particular d e actitudes y valores com ún a
los miembros normales d e la sociedad a la qué pertenecería cultura. Si este
sistema está poderosam ente dom inado por u n a determ inada aetrtrcbo valor,
se produce como resultado el tipo d e integración cultural definido por la
D ra. Benedict. La principal contribución qué el concepto de estructura d e
la personalidad básica hace al estudio de la integración consiste en que sum i­
nistra el lugar lógico p ara las culturas que n o están dominadas, p o r una idée
fix é . Loa diversos tipos d e personalidad que postula cbm o características d e
sociedades determ inadas son conjuntos de elem entos diferenciados, aunque
m utuam ente relacionados. C uando se reconoce una estructura d e la per­
sonalidad de ese género como foco d e las instituciones com prendidas défitro
de una cultura determ inada, se pone de m anifiesto que no es preciso q u e
tales instituciones sean congruentes entre sí, salvo en el grado requerido p ara
su funcionam iento efectivo, en tan to que cada una d e ellas sea congruente
con los diferentes aspectos d e la estructura d e la personalidad involucrada.
Y así, com o ocurre en el caso de los habitantes de las islas M arquesas, u n a
serie de instituciones puede estar orientada en tom o a u n a básica ansiedad por
la alim entación, otra hacia lo que p ara nosotros son actitudes peculiares re­
lativas al sexo y una tercera h a d a ciertas hostilidades engendradas por lo
que son aquí experiencias comunes de la niñez. El fenómeno d e integran
ción de la cultura se hace así tridim ensional, con sus cimientos firm em ente
arraigados en las complejas, aunque similares personalidades, de los indivi­
duos cuyos deseos y reacciones constituyen la últim a realidad en la estructura
total de la cultura.
Pasando dé los aspectos estáticos de la cultura a los dinámicos, el con­
cepto de estructura de la personalidad básica puede sum inistrar la clave para
desentrañar ciertos fenómenos m al comprendidos del cambio cultural. Se h a
comprobado, desde hace ya m ucho tiempo, que las reacciones de las sopie­
dades ante las innovaciones culturales son altam ente selectivas y que dicha
selección no puede ser explicada satisfactoriam ente sobre una base m ecanicista.
M ientras que ciertas innovaciones pueden ser rechazadas porque se- encuen­
tran en directa oposición a las pautas de conducta existentes o porque an u ­
larían los resultados de tales pautas, otras son repudiadas sin causa inmedia­
tam ente discernible. Por el contrario, pueden ser aceptadas y retenidas nuevas
pautas que entrañan un gran reajuste en las pautas de conducta p reex isten ­
tes, incluso a costa de considerables molestias. La explicación de este hecho
parece encontrarse en la com patibilidad o . incom patibilidad de las nuevas
pautas con la estructura de la personalidad ya establecida en la sociedad.
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Com o consecuencia de ello, sería muy probable que una nueva pauta para
la práctica d e la magia maléfica fuese aceptada de m uy buen grado por un
grupo en el q u e el individuo norm al se sintiese poco seguro y padeciese de
numerosas hostilidades personales, en tanto que un grupo cuyos miembros se
sintiesen norm alm ente seguros y no sufriesen apenas de hostilidades, la re­
chazaría. Citem os otro ejemplo: conform e a la presente definición, las acti­
tudes culturalm ente establecidas de los miembros de una sociedad hacia los
de otra serían parte de la estructura de su ego* Tales actitudes desempeñan,
aparentem ente, un gran papel en relación con la transferencia de las pautas
de conducta d e una cu ltu ra a otra. U na determ inada sociedad estará m ucho
m ás dispuesta a toma* tales normas de un grupo al que adm ire que de otro
al que desprecie* v
El concepto de estructura de la personalidad básica ilum ina también otro
fenómeno del cam bio de la cultura* Se ha observado que aunque los elemen­
tos culturales tomados de otro grupo sufren siempre algunas modificaciones
formales en el curso de su integración en una nueva cultura, es lo más pro­
bable que los cambios m ás amplios tengan lugar en su sentido. La palabra
sentido se em plea en este caso paira designar a la totalidad del complejo de
actitudes y racionalizaciones unido a cada p au ta de conducta. A sí, por ejem­
plo!, en la difusión de la Danza d el Sol en tre los indios de las llanuras, tanto
el rito com oel cerem onial han seguido siendo cari los mismos a pesar de las
repetidas transferencias, m ientras que el sentido de la Danza del Sol ha va­
riado am pliam ente. En un grupo se ha convertido, prim ordialm ente, en
m edio de obtener visiones personales, en otro se efectúa com o tributo dado
en contrapartida de la ayuda sobrenatural recitada en m om entos de nece­
sidad aprem iante, m ientras qué en u n tercero se ha erigido en técnica para
comprobar la validez de las alegaciones de u n nuevo hechicero. T ales modi­
ficaciones puedan ser consideradas como intentos de ajustar las nuevas pautas
de conducta recibidas objetivam ente a las actitudes y sistema d e valores pre­
existentes en la com unidad que las h a adoptado. El hecho d e que diferen­
cias ta n am plias d e sentido puedan estar asociadas con pautas de conducta
m uy apólogas prueba la poca trabazón esencial de toda integración cultural.
Y sin embargo, en todos y cada u n o de los casos, los sentidos estarán en
relación íntim a y constante con la estructura de la personalidad básica del
grupo. La integración resulta ser m ás estrecha en este punto que en nin­
gún otro..
Intim am ente ligada con esta reinterpretación de pautas d e conducta to­
m adas de otros grupos está la reinterpretación de norm as ya presentes en la
cultura cuando sus sentidos corrientes llegan a ser in ad ecu ad o s^ insatisfac­
torios para una estructura del ego distinta. En ciertos aspectos característicos
PREFACIO 13

de las culturas de los tanaias y los betsileos, q u e se describen en el presente


volum en, se encuentran excelentes ejemplos de ese proceso. A penas puede
ponerse e n duda que la cu ltu ra de los betsileos fue» en tiempos, m uy aná­
loga a la d e los tanaias actuales y que ambas proceden de u n origen com ún.
Todavía conservan una gran cantidad de pautas d e conducta com unes a am­
bas, y u n análisis d e los dos basada en una Hsta d e rasgos formales indicaría
un elevado grado de sim ilitud. Sin embargo, los cambios operados en la
táctica deL cultivo del arroz con las m odificaciones resultantes en la form a
de tenencia de las tierras, la organización fam iliar y la residencia h an pro­
ducido p ara los betsilece una estructura del ego que difiere m ucho de la exis­
tente e n tre los tanaias. Esta circunstancia ha producido, a su vez, una serie
de im portantes reinterpretaciones y desplazam ientos del centro de gravedad
con respecto a norm as especiales de conducta. A sí, por ejemplo^ aunque
ambas tribus creen en la realidad d e la magia m aléfica y em plean los mis­
mos procedimientos de ofensa y defensa mágica, la im portancia de larm s^sa
m aléfica h a llegado a diferir considerablemente en los dos casos. Para los
tanaias, a quienes su cultura proporciona un alto grado de seguridad tan to
económ ica como emotiva, ta l magia reviste una im portancia secundaria. El
individuo medio ni siquiera sabe cómo practicarla y pocos de los tanates con
los que hablé del asunto creían haber sido víctim as d e ella. La enferm edad
y la desgracia se achacan d e ordinario a Ja ira de los espíritus ancestrales y
d e aquí eme estén justificadas siempre por los actos de! individuo, en tre ellos
por la*infracción de los tabús. En cambio, com o quiera que la cultura de
los betsileos sum inistra m uy poca seguridad, lam ag ia maléfica constituye una
amenaza constante. La m ayoría de los individuos conocen, por lo menos,
una técnica para practicarte; e n cada aldea hay sospechosos de brujería y tanto
la enferm edad como te desgracia se atribuyen, e n gran m edida, a las activi­
dades mágicas de los enemigos. Junto con eso, se encuentra una .gran fe en
los aspectos benéficos d e los espíritus ancestrales que ayudan con m ucha
más frecuencia que dañan. O tro ejemplo: ambas tribus.creen en la posesión
por los espíritus y m uchas de las manifestaciones externas de esa creencia son
las mismas, para las dos. Sin embargo, los espíritus tanaias usan al poseso
como m edio para establecer contacto con los vivos. No le son hostiles y
no le d añ an . Por el contrario, los betsileos tienen u n a dase de espíritus que
dañan y persiguen a sus posesos. La inseguridad y hostilidad de 1a existencia
de los betsileos se reflejan en toda una serie de reintepretadones de pautas de
conducta que tes hacen m ás congruentes con un pueblo que vive en cons­
tante ansiedad.
D e cuanto queda dicho, se deduce que el concepto de estructura de la
personalidad básica societal proporciona al antropólogo una nueva herram ien-
14 PREFACIO

ta q u e presenta im portantes posibilidades* Le capacitará para organizar datos


de ciertas clases en una forma nueva e importante* Puede llegar incluso a
sum inistrarle la capacidad de predecir, en térm inos muy generales, las reac­
ciones de una determ inada sociedad ante una innovación dada, basando su
predicción en la com patibilidad o incom patibilidad aparentes de la nueva
p au ta con la estructura de la personalidad revelada por el estudio de la cul­
tura de la sociedad en su conjunto. Mas ha d e tenerse en cuenta qu e la es­
tructura de la personalidad básica es una abstracción y un derivado de la
cultura. Hay mucho trecho del empleo de tal concepto en ios estudios cul­
turales a la ecuación d e la estructura de la personalidad básica de una socie­
dad cualquiera con el carácter personal de los individuos que com ponen esa
com unidad social* Y el paso necesario para salvarlo no puede darse hasta
que dispongamos de u n a serie de estudios de individuos verificados sobre el
terreno por investigadores competentes, pero, entre tanto, tal vez no estén
fuera de lugar unas cuantas especulaciones relativas a la relación que proba­
blem ente existe. •
Conocemos ya m ucho acerca de las relaciones entre los individuos y la
cultura* He expuesto este asunto con cierta extensión en otro lugar y m e
basta con resum irlo aquí.1 Ningún in d iv id u o e stá n u n c a fam iliarizado con1
el conjunto d e la cultura de que participa, y m en o saú n expresa todas sus
pautas en su propia conducta. Bor el contrario, el num eró total dé los miem­
bros de toda>‘sociedad se divide en una serie de categorías y asigna a cada
u n a de ellae un? sector diferente de la cultiíra totai* Por ejemplo, todas las
sociedades establecen u n ad istin ció n entre los hombres adultos y las m ujeres
ad u ltas y esperan de ellos actividades, conocimientos e incluso form as de
reacción emotiva diferentes, A mayor abundam iento, la educación dé los
niños, hasta donde se hace conscientemente, se orienta siempre a ponerlos en
situación d e ocupar determ inados lugares en la sociedad. Se enseña al m u­
chacho lo q u e debe saber el hombre y a la m uchacha io que debe saber la
mujer* La participación del individuo en la cultura es, pues, prim ariam ente
cuestión de su posición e n la estructura social, es decir, de su status. En la
organización form al de toda sociedad, cada stm us está asociado con una cons­
telación de pautas de cultura* Tales pautas están organizadas y ajustadas
m utuam ente en tal form a que todo individuo que ocupe el status puede uti­
lizar en su totalidad la constelación asociada con él. Las constelaciones que
corresponden a los diferentes status están, análogam ente, ajustadas éntre sí
haciendo con ello posible el funcionam iento d e la sociedad como u n todo.
1 R. Linton, The Study of Men (Nueva Yode, 1936). Caps, xvi, xxyi. [Hay traduc-
tióri española de Daniel R Rubín de la Borbolla, Estudio del hombre, Fondo de Cultura
Económica, Méxieó, 1942.]
PREFACIO 15

Por ejemplo, las actividades de los hombres form arán un todo coherente y
lo m ism o ocurrirá con las desarrolladas por las mujeres, aunque p ara su ac­
tuación eficaz eso6 todbs serán recíprocam ente interdependientes* Si el hom -
bre no caza y trae carne al hogar no podrá ejercitar la m ujer la pauta de
cocinar que 4a cultura le adscribe. Debido a esta diferenciación form al en
la participación cultural es un error fundam ental considerar una cu ltu ra de­
term inada como el com ún denom inador d e las actividades, ideas y actitudes
d e los miembros com ponentes de u n a sociedad* E n realidad esos denom i­
nadores comunes solam ente pueden ser establecidos para los individuos que
tienen un status com ún. La cu ltu ra considerada com o u n todo es una con­
figuración intrincadam ente organizada, integrada por dichos denom inadores
propios de los status. ^ ¿
incluso dentro del m arco de u n a sola sociedad y u n a sola cultura» los di­
versos status exigen d e quienes los tienen cosas m arcadam ente diferentes.
P or ejemplo* la misma sociedad que espera d e los varones adultos que sean
agresivos y com petidores puede esperar de las hem bras adultas q u e sean dó­
ciles y cooperadoras. S e puede, incluso, avanzar un paso más y sugerir qu e
las personalidades que corresponden a los diferentes status son, con frecuen­
cia, complementarias e n ferm a m uy parecida a como lo son las actividades.
Y así, cuanto m ás dom inantes y agresivossean los varones* m ás dóciles serán
las mujeres, quedando com o única alternativa posible los constantes fuegos
artificiales domésticós. Citem os otro caso: si una sociedad espera que su
jefe m uestre u n exaltado oigulló y una viva rivalidad eóntra los jefes de los
otros grupos, es preciso que se le prevea, desde u n principio, d e súbditos
extraordinariam ente dóciles; C abe sospechar que las investigaciones d e cam­
po m ostrarán que la estructura d e la personalidad bárica sorietal es e n reali­
d a d un compuesto integrado por las normas de personalidad para los grupos
e individuos d e diferentes status. Sin embargo* es probable que todas esas
norm as tengan en com ún un determ inado sistema de valores y u n a organi­
zación de actitudes básicas. La m ujer que no puede ser agresiva a causa de
las exigencias de sus status, creerá, sin embargo* que la agresión es la cuali­
d a d inherente al varón, fom entará la conducta agresiva de su m arido y sus
hijos varones y experim entará una satisfacción vicaria por sus victorias. C uan­
do hayamos logrado determ inar tales sistemas básicos de estructura de la
personalidad en su correlación con series d e status en diversas culturas, dis­
pondrem os de una herram ienta que podrá ser usada igualmente por los^ an­
tropólogos y los psicólogos»
Mi participación e n la obra que ha dado por resultado la form ación del
presente libro comenzó casi por casualidad. C uando llegué a N ueva York, el
sem inario del D r. K ardiner contaba ya con varios años de existencia. D urante
16 PREFACIO

ese tiempo ya habían sido analizadas varias culturas a través de la bibliografía


referente a las mismas y una d e ellas, las de las zuñís, merced a los informes
verbales d e la Dra» Benedict y el Dr. Bunzel, que habían trabajado directa*-
mente en esa tribu. En un intento de ampliar la base para llevar a cabo
estudie* comparados, se me pidió que actuase, en concepto de informador
del seminario^ dando, cuenta d e ciertas culturas acerca de las cuales poseía
datos de primera mano y complementándoles, siempre que fuera posible,
con impresiones personales, episodios y otros materiales que ordinariamente
no se incluyen en un informe etnológico formal. Considero interesante indicar
aquí cuáles fueron mis fuentes de información.
El material relativo a los habitantes de las islas Marquesas fue recogido du-
rante una permanencia de cerca de un año en dichas islas, en 1920-21. E n di­
cha época e l B. P. Bishop Museum de Honolulú nos envió al Dr. y a la Sra. E.
S. Craighill Handy y a mi a las citadas islas con el objeto de verificar un
estudio de la arqueología y etnología locales. De conformidad con la división
del trabajo dispuesta por el M useos se m e asignó la labor de estudiar la ar­
queología y la cultura material lócale^ y al Dr. Handy e l estudio d e los
aspectos n o ’materiales de la vida indígena. Por consiguiente, mi labor fué
sólo parcialmente etnológica y .únicamente recogi informes incidentales acerca
de los complicados ritos que. habían caracterizado a la cultura con anterio­
ridad a su colapso. En casi todos k» casos en que se hace referencia a dichos
ritos, el material correspondiente ha sido, obtenido d d conocido libro del
doctor Handy, The Naüve Culture of tke Marquesas.* A l propio tiem po las
exigencias de mi labor arqueológica, que hicieron necesarias largas excursiones
a los sectores. alejados de las diferentes islas, me pusieron en intimo contacto
con m uchos de las indígenas y m e proporcionaron una excelente oportunidad
de observar, sus pautas de. cultura corrientes. .Pude entablar amistad sincera
con varios indígenas de ambos sexos y,, especialmente, con un joven, Fiu, que
me adoptó como hermano. Estoy firmemente convencido de que muchos de
esos amigos indígenas no fueron, más reservados conmigo de lo que hubieran
sido con otros indígenas; la mayor parte d e los detalles m ásíntim os d e con­
ducta sexual, e tc , que se exponen en el informe que se acompaña, fueron
confirmados mediante las declaraciones de das personas cuando meaos. Las
viejas normas de la comunidad doméstica poliándrica estaban cari extinguidas
en el momento en que se produjo nú visita, peto permanecí, con frecuencia,
como huésped en uno de los últimos establecimientos de ese género. Oreo
sinceramente que mi reconstrucción, basada en esas expendidas personales y
en losrecuerdos de muchas de las personas andanas, es correcta en ló esencial.

* B. P. Bishop Museum Buüetin, n* 9, 1923..


PREFACIO 17

Por desgracia, no soy un buen lingüista y no llegué a poder hablar nunca


correctamente el lenguaje de las Marquesas. Sin embargo, aprendí ^ suficien­
te para mantener una conversación, y muchos d e Ie s indígenas m ás-viejos
hablan francés e indino inglés. .
El material relativo a los tanalas y los betsileos fue escogido en Qtcunstaa-
das un tanto diferentes. Permanecí en Madagasicar desde enero de i.926 hasta
la primavera de 1928 formando parte de la expedición a Madagascar del capi­
tán Marshall Field» organizada por e l Field Museum of Nattftal Htttqcy» d e
Chicago. Visitamos a las betsileos durante el verano d e 1927 y a loa tanalas en
di otoño e invierno del mismo año. Cuando llegué a ponerme en contacto con
ellos, ya estaba perfectamente preparado para trabajar sobre el terren aS on
muchas las pautas básicas comunes a todas lis culturas de Madagascar» y la
totalidad de las lenguas tribales son dialectos de un mismo lenguaje y difieren
tan poco entre sí que la mayoría son recíprocamente inteligibles» A pesar de
disponer de una considerable comprensión inicial de las culturas en cuestión
y de que conocía el lenguaje usual, no conseguí en ningún momento establecer
con los miembros de esas tribus una relación semejante a la que mantuve con
los de las Mas Marquesas. Mis amigos más Íntimos fueron algunos ambiasys
(hechiceros) con los cuales pude cambiar secretos profesionales» p a f ittidw p
esos ombiosys n o eran demasiado de fiar. Lam ayor parte del materipl relarivo
a los tanalas incluido en el presente libro ha sido publicado con anterioridad
aunque organizado en otra forma, en n ü informe acerca de ]* tribu.* © mate­
rial correspondiente a los betsileos ha «doscleccionado por el doctor Kardiner
entresacándolo de mis notas aún inéditas. - . l
M e doy cuenta perfecta de la existencia, de numerosas soluciones d e
continuidad en mis informes y de que se dejan sin respuesta algunos interro­
gantes que pudiéran parecer fáciles de contestar. Unicamente puedo alegar en
mi descargo que determinados aspectos de la cultura considerados como muy
importantes para los estudios psicoanalíticos, carecen por lo general de ella
para los etnólogos. Por ejemplo, el incidente relativo a una mujer tanala, con
la cara descompuesta p o r la ira, golpeando a un niño de menos de un año
que la había ensuciado, del niño asustado de la zurra sin derramar una lágri­
ma, en tanto que el padre permanecía impasible, difícilmente figuran en una
monografía etnológica oficial. Muchos de los detalles que he registrado en este
lugar han sido producto de observaciones incidentales y no los he incluido
entre el material ya publicada
Contra esto puede aducirse el hecho de que creo firmemente que m is
pecados han sido principalmente de omisión. Cuando no estaba enteramente
* “The Tanala, a Hill Tribe oí Madagascar”, Field Museum of Natural History,
▼ol. xxn, 1933. .. .
18 PREFACIO

Seguro dé uí» punto, lo hé dejado fuera y nada he cambiado o añadido cons­


cientemente»-' Ningún observador puede responder d e su inconsciente y la
pérsónaH dadddque trabaja sobre el terreno influye inevitablemente en sus
resultados. El investigador dedica su atención más profunda.a los aspectos de
la* vida ind%tna<lué están más en línea con sus propios intereses y encuentra
a determinados inform adores‘indígenas más simpáticos; Sin embargo, mis
observaciones nó han estado influidas por ninguna presunción de lo que habría
d e encontrad En la época en que llevé a cabo los estudios en las islas Marque­
sas no poseíá conocimientos acerca de la teoría o técnica psicoanalitica y no
estaba interesado en el campo del estudio de la personalidad. Entre las expe­
diciones a la^ M aíquesas y a Madagascar, he leído algunos de los primeros
intentos d e interpretar los fenómenos culturales en términos estrictamente
freudianos, pero no h e sido influido por ellos. Los conceptos de instintos
humanos complejos y de los recuerdos raciales parecían discrepar tanto'de lo
que yoceftotóay# acerca deí los fenómenos culturales, que dejé de lado, senti-
llamente, toda la cuestión. Es m uy posible que mis 'recuerdos d e determinados
aspectos que n e están anotados en mis informes y diarios redactados sobre el
teneniV esséBrwfltrfdes p o r la s pautas q u e He podido vé¿ desarrollándose
ognwabc e l seminario. Sm em foaiiftlos casos en cüestión n o han
skm m tiy nSMierosos y la técñica^dxervada en la presentación d e la cultura
i efectivo a ia in v m d ^ inoonsci«ite. AmteS de
comenzar sé^áixiálisÉav se d « ^ b b m'de«Élki la tid a de cacte >gfBpó. , Puedo
dettirhóruudatnente q u ela co h eren d » pSiqofógíca dé las instituciones que
emergía en él curso de esos análisis fuéeausa de sorpresa taritoipsra rní eemo
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PROLOGO DEL AUTO R

H ace ya largo tiempo qpjese viene haciendo sentir, la necesidad.de coordinar


loscqnocim ientos acumulados por las ciencias sociales y la psicología. Son
tauchos los valiosos; esfuerces que se. han dedicado a tal ampresm.El presente
ensayo constituye un intento de forjar una técnica para conseguir csasíotesis
dentro.de límites presaitas y sobre un tipo especial de materiales. Nuestro
intento es meramente exploratorio. El material y los limites del esfueno están
determinados pea las teóricas aplicadas actualmente en. el, estudio d eia s cul-
turas aborígenes contemporáneas y la situación presente dé la psicología social
psicoanalítica.
. El material empleado en el presente ensayo ha sido /ecogido en un grupo
•jíe seminarios que han funcianadpen el Instituto Psicoanalítico d p ,$ u ey a
York durante los tres últimos años. Porto tanto, dicho material es m ilitad o
.-de la colahpración d e d<?s disciplinas científicas; la pricojogía y la aptrqj^qqíp
Social- Ambas.disciplinas estahan^ igualmente interesadas en esa colabgraciéra
Cuando se, inició.m laurea, « a difM* prever, exactamente, la parte de la
proyectada síntesis que cada una d eellas podría apropiarse, para suspropios
usos independientes- Pero puede, afúmarse que tina y ©U» han ohtcmtto sigle­
ñas ventajas p ab u lares; ,y lo que es más importante para ambas, cebeasegu-
rar que ese intento s e h a traducido en el robustecimiento de la convicción
de que es imperativa la colaboración continua en interés recíproco de las .dos.
Este, tipo de trabajo ha resultado de incalculable valor para la p$icoto&a, por
su descripción de la influencia de las instituciones sobre la formación, de los
instrumentos adaptativos de la psique humana; por lo que respecta a la antro­
pología social, ha demostrado la importancia de comprender al individuo si se
quiere llega* a comprender las instituciones de la sociedad.
U n esfuerzo de síntesis tal com o el que aquí se intenta, es tarea {«opta d e
alguien que sea experto, en la misma proporción, en ambas técnicas.; Sin
embargo» cada una de esas disciplinas constituye un1campo que crece y se
desarrolla en tal forma que es absolutamente imposible que el mismo indivi­
duo domine ambas. A mayor abundamiento, es probable que los esfuerzos
realizados, torpemente, por el psicólogo o el antropólogo para apropiarse jécni-
cas pertenecientes a la disciplina del otro, terminen en el diletantismo. Y éste,
19
20 PROLOGO DEL AUTOR

a su vez, se h a traducido en el pasado en esfuerzos perjudiciales para ambas


disciplinas que han desalentado la realización de ulteriores intentos de co­
operación*
La labor q u e se recoge en el presente libro se em prendió con la esperanza
de crear para am bas disciplinas la oportunidad de observar sus técnicas respec­
tivas en funcionam iento y de cambiar observaciones sobre la eficacia operativa
de los conceptos empleados por cada una de ellas.
El autor es, por su formación, u n psiquiatra, dedicado principalm ente a la
práctica clínica del psicoanálisis terapéutico* N o pretende, en modo alguno,
tener preparación como antropólogo. Para la reunión del m aterial y su orga­
nización ha confiado en los antropólogos que tuvieron la am abilidad de
colaborar con él en esta empresa com ún. La única contribución que puede
reclam ar el a u to r en las presentaciones etnológicas es la de haber puesto de
m anifiesto aquellos factores del individuo que indican la actuación de ciertas
instituciones, factores que pueden m uy bien pasar inadvertidos en una exposi­
ción etnográfica.
El hecho d e q u e en este intento d e síntesis el autor sea el psicólogo y no el
antropólogo, es u n m ero accidente: la rircunstancia d e qué en la presente
etapa dé nuestra colaboración corresponda al psicólogo d á r la mayor parte de
las explicaciones. Si se prosigue la labof, es m uy probable «pie dentro de unos
pocos años se inviertan loé términos d e la situación. E ntre tanto, el hecho de
q u é el autor sea un psicólogo, puede haber dejado su m arca sobre la impor­
tancia retótíva atribuida a cáda una d e las dos disciplinas. Si e l presenté libro
esté sobrecargado d e lla d o de lá psicología, él hecho hó se debe enteram ente
a las mcBhaciones y preparador* del autor. Debe ¿chacaree la culpa a varias
cahtplicadories inevitables. Los aspectos psicológicos de la psicología sodal son
los peor com prendidos, y é l autor* considera de urgente necesidad describir en
detalle d m étodo de deducir de la psicología del individuo conceptos que se
em plean áubsiguientém ente para describir lás constelaciones psiavsociales. Por
otra parte, se presentan en este libro muchos puntos de vista discutibles de
teoría f técnica psicoanalítica con m ayor am plitud de la qué pudiera ser
de interés para el sociólogo O ai antropólogo. Ello se debe al hecho de que el
autor há intentado desarraigar algunos dé los defectos pasados observados
en la psicología social psicoenalítica aplicada a las cu lturas aborígenes. A
mayor abundam iento, los nuevos p u n to s de vista no están fuera d el alcance
de la controversia. U na tercera extravagancia que pudiera ser im putada al
autor es la d e q u e h a explotado la oportunidad de clarificar m uchos proble­
mas de psicología a expensas de los aspectos puram ente sociológicos. A unque
este procedim iento redunde en una indudable v en tajap ara la psicología, no
es menos útil para la sociología, por cuanto el ego o personalidad total consti­
PROLOGO DHL AUTOR 2!

tuye el p u n to de contacto e n tre el individuo y él m edio ambiente q u e le


rodea. La form ación de la personalidad es sintom ática tan to del individuo
como de las instituciones sociales.
A un cuando se haya hecho u n mayor hincapié sobre la psicología, debido
a las razones apuntadas, debe confesar el autor algunas dudas que le asaltan
acerca de si ha sido presentada en forma convincente. N o es fácil aquilatar la
cantidad d e psicología que debería conocer el antropólogo o prever hasta
dónde constituye la dem ostración una prueba adecuada para aquelk» q u e no
tienen acceso directo al m aterial psicológico original. Lo que se incluye en el
presenté libro parece adecuado para la aplicación d e los problemas que presen*
tan las culturas éspecíficas estudiadas, pero no puede considerarse, en m odo
alguno, q u e agote todo el cam po de la sociología.
Por cuanto se refiere a la técnica psicológica, se basa en los principios
freudianos. Se encuentran, sin embargo, algunas m odificaciones qué arrancan
de una reorganización de la estructura teórica q u e hoy día parece im perativa.
N o se encuentra solo el autor en esa modificación. Se origino, hace m ucho
tiempo, con la labor dé Ferénczi y su im portancia h a crecido durante los
mos años. Tam bién hán contribuido a esa técnica, A n n a Fteúd, Erich Frogqm,
K. Hérney, S. R adoy W .R eich . Hay im portantes diferencias entre loslfutóres
que están actualm ente em peñados en lá tama d e refinar esa nueva técnica;
Las aludidas diferencias sé exponen, en cierto grado, en el texto. El au to r
agradece la valiosa ayuda d e todos ésos autores a pesar de que no pueda
com partir m uchas de las opiniones expuestas por ellos. Tales divergencias
constituyen en lá actualidad u n a garantía contra la dogm atim dón y facilitan
el proceso d e comprobar k validez de los conceptos operantes sobre m aterial
clínico de tipos diferentes.
Fue preciso no poco valor para hacer caso omiso de las objeciones suscita*
das por el hecho de que hubim os de presentar este trabajo sin haber ensayado
la metodología más que en do$ culturas aborígenes. Nos pareció éste el me­
nor de los dos males que se ofrecían como posibles soluciones. Hubiera sido
más prudente esperar hasta haber acum ulado una veintena de culturas. Féro
el hacerlo así habría significado sacrificar la oportunidad que se presentaba
para la comparación y la crítica que tan vitales son para cada nuevo esfuerzo.
Por el m omento, debe hacerse recaer la im portancia prim ordial sobre el m éto­
do y no sobre las conclusiones deducidas. Estas últim as deben perm anecer,
por ahora, como secundarias y provisionales.
Los conceptos antropológicos utilizados en la presente obra proceden dé
una am plia variedad de fuentes. Lqs conceptos d e sociedad y de cultura son
tan viejos como la ciencia y hace ya m ucho tiem po que se han convertido en
propiedad común. En el desarrollo o utilización de otros conceptos q u e se
n PROLOGO DEL AUTOR

presentan en este libro, no se ha estimado necesario ni conveniente ligar­


se íntim am ente a las formulaciones dadas por ninguna de las escuelas en
que está dividida actualm ente la antropología. Se ha tomado m aterial de
todas ellas aunque en diverso grado. Se ha tom ado muy poco de la escuela
evolucionista, por más que haya sido la que ha predom inado en la mayoría
de los anteriores intentos psicoanalíticos de estudiar la cultura. Es indudable
que las culturas han evolucionado, pero, a la luz de nuestros conocimientos
actuales, igualm ente cierto que en esa evolución no han seguido rígida­
m ente las etapas m arcadas por los evolucionistas. Tam bién ha sido escaso el
uso hecho de las técnicas y conclusiones de las m odernas escuelas históricas.
A unque algunas de ellas pudieran llegar a ser realm ente im portantes para la
comprobación de algunas de las conclusiones sentadas en el presente libro, no
se herm anan con un ensayo inicial. Las teorías sociológico-antropológicas
de la escuela representada p or Durkheim, Levy-Bruhl y Radcliffe-Brqwn han
contribuido tam bién ligeram ente. Los conceptos relativos a la m entalidad
prim itiva sóbrelos que.se basan los rígidos sistem as teóricos de esa escuela x\o
h a n resistido la prueba de las investigaciones sobre el terreno. M ucho más
m aterial se ha obtenido dé la obra de la escuela funcional, dirigida p o r Malí-
powski,y de los trabajos de otros estudiosos d e la personalidad y la cultura
como los d ^ to r^ s Benedict, M eadi Bunzel, Sapir y Linton. En la form ulación
de kss conceptos de status y de estructura social hemos em pleado a Linton
cómo fuep& principal y el significado asignado a dichos térm inos e n el pre­
sente libro es el que dicho autor les d a ! ,
D urante lo? tres años últim os se h an estudiado ocho culturas. T odas ellas,
con u n a sota excepción, h an sido presentadas por antropólogos. C onstituyó la
excepción citada la cultura occidental, algunos d e cuyos aspectos se h an veni­
do u san d o como* control por cuanto que es, precisamente! en algunos aspec­
tos de dicha cultura dónde se hacen más comprensibles tas relaciones recí­
procas entre “individuo” e “instituciones”* Los inform es relativos a tres de las
otras siete culturas, se deben a antropólogos que h an convivido con lo s pue­
blos que k s poseen* El doctor Linton vivió con los tanatas y los indígenas de
tasM arquesas; la Dra, R uth Benedict y la D ra. R u th Bunzel con los zuñís. Las
demás culturas han sido e stu d ia d a m ediante el m aterial publicado. E l doc­
tor Corf* DuBois presentó las culturas de los trobriand, los kw akiutl y los
chuckchi. ‘ >
Las culturas se estudiaron en el orden siguiente: trobriand, kw akiutl, zuñi,
chuckchi, esquimal, tanala e islas Marquesas. Se em plearon las cinco prime­
ras como m aterial para desarrollar algunos ¿onceptos que sirvieran de base de
■. ' ¿
1 Linton, The Srudy o/ M<m (Nueva York, 1936), caps, vn, vm, xv, xvt
PROLOGO DEL AUTOR 23

partida y para esclarecer algunas orientaciones metodológicas. En cada una


de esas culturas solamente se hace hincapié sobre aquellos puntos q u e contri'
buyen a esclarecer algunos puntos metodológicos o a poner de m anifiesto la
form a en que se derivaron algunas de las constelaciones sociopsicológicas
básicas. Hasta que hubimos estudiado la cultura tanala y la de las M arquesas
no nos dimos cuenta de que podíamos in ten tar el estudio de las culturas
como conjuntos. Esto se debió a dos factores: nuestra técnica, en la form a d e
conceptos operativos, se había hecho suficientem ente exacta para perm itir tal
aplicación y l?s descripciones d el'd o cto r L iatón eran lo bastante com pletas
para perm itirnos observar aspectos y relaciones que e$ las presentaciones dé
las culturas anteriores solam ente podían conjeturarse vagamente. Hemos
de decir» sin embargo, por cuanto respecta a esas, dos culturas, la tan ala/y
la de las islas Marquesas, q ue aunque en cada caso presentamos “análisis”’ d é,
dichas culturas, apenas podemos pretender haber cubierto más q u e unos
pocos puntos elementales. Es m ucho lo que en cada cultura desafía la expli-
cación. La metodología no puede ser considerada como completa en ningún
sentido. G ran p arte de. lo que, a la luz de las pruebas actuales, se considera
como válido o. eficaz .operativam ente, puede m uy bien ser descartado, en pre­
sencia de nuevos datos. M uchos de los conceptos usados en éste inform e
prelim inar pudieran tener que ser reducidos au n mas en un breve penado
de tiem po. ' .’ "
A unque, se ,ha qiieridp hacer de .ésta una obta constractivá, a tó n o s
aspectos de su imperfección saltan a la vista. La técnica psicoanalítica sólo es
capaz, en el, momento presente, de ponderar la personalidad desde el punto,
de vista establecido pojr la represión y la-frustración; carece todavía d e crite­
rios dignos .de confianza para perseguir los aspectos alegres y creadores dé íá
personalidad. Es ésta una lim itación del método, y no, como pudiera, creerse,
i. i
una concepción de la personalidad hum ana.
A bRAM KARDINfeR 1
RECONOCIMIENTO

Reconoce el autor su profunda deuda de gratitud al Dr. Ralph Linton, cuyas


exposiciones dé la cultura de las idas Marquesas y la tanala han hecho posi­
ble eí presente ensaya En su amabilidad, ha permitido que el autor recogiera
sus exposiciones, dutoffiSndole para su empleo en este libro; ha leído1el ma­
nuscrito original en su versión primera y última; le ha ofrecido muchas suges­
tiones útiles e iluminadoras acerca del conjunto del libro. Se consultó con
frecuencia al doctor Linton sobre el material referente a ambas culturas. En
esos contactos personales se aclararon muchos detalles importantes relativos a
los hechos' y a sus consecuencias teóricas que habían pasado inadvertidas
en las exposiciones originales. Además, el doctor Linton ha extremado su
amabilidad hasta poner a disposición del auto? sus notas Sobre los betsüeos,
inéditas haga la fecha. Expresa el autor su gratitud a l’doctor Linton por te­
das esos múltiples servicios, tanto amistosos como científicos, que hicieron
deliciosa yesrim ulante la colaboración.
También está en deuda el autor con el D r. Cora DuBois, que fuá el
primer colaborador en este empresa común, así como con la Dra. Ruth Bene­
dicta qtie participó en estos seminarios, por su continuo itíterés y ayuda, y con
la Dra. Ruin Bunzel por su matefial sobre la cultura tufiL D eseo expresar,
igualmente; inri aprecio ál D r. John D ollatd por dos seminarios a co ca de te
psicología de los grupos minoritarios en los que sé estudiaron problemas rela­
tivos a la pdcolc>g£a de la interférenda con d status y él prestigio tales como
los presenta el negro norteamericana
D ebo «i estímulo inmediato para escribir el presente libro a la amable
insistencia de los Dres. B. W . Aginsky y Ethel Aginsky que m e suministraron
también muchas sugestiones útiles. El Dr. B. W . Aginsky estudió y discutió
muchas d e tes secciones del prim ó borrador, prestando su ayuda a la exposi­
ción y claridad y llamando la atención sobre varias referencias importantes.
El autor está igualmente en deuda con d D r. W illard W aller por haber
leído el texto y por muchas sugestiones útiles incorporadas en el libro.
El Dr. Bela M ittelman y Jeannete Mirsky estudiaran también el ta to y
ofrecieron muchas sugestiones útiles.

A bram Karnner
24
, PARTE I — METODOLOGIA

T«ata esta porte de la derivación d e k s

D e t e ^ i l te é to d p j ^ r . d í
cual se o t i M i t e O p ;v#Mwdte*"«Sl'lfc*

como deben ser utilizadas las constela^

té original en su aplicación a lá sodolo-


■ - CAPITULO I : , .

< . in t r o d u c c ió n ' , : ; ” j '\ ^

C u A i^ u i^ INJEífrp de u n ir líK te q u rso sd ^ la psicologm con los d e Ja sociolo-,


g ía h a b rá dé coraenzai: con upa idea clara d e las necesidades quefae trata d e
satisfacer con la realización de ese esfuerzo. N o todas las psicologías necedtán
de la sociología, n ito d o p los aspectpS da la sociología precisan d e psieolqgtá.
La conducta d el hom bre constituye el objeto d e estudió de ambas disciplinas»
pero más allá de ese p in ito difieren Ies objetivos y las técnicas em pIéadas.tJha
psicología gue elige el estudio de las funciones cognoscitivas y aperceptivas
d el .hombre no establece contacto, en ningún punto, con la sociología, l a única
psicología ligada directam ente a la sociología es aquélla cuyo interés principal
e strib a en Ja y id a a fe c tiv a s emotiva del hom bre, la que estudia k s aspecfos
genéticos d a io s instrum entos hum anos capaces de adaptación y la relación <Je;:
los .m isnks cíto jlas fueraas ^ te riia s ; con q u e trop ieian -P o r otra Úna
sociologíacuy o objeto p rin cip al consiste en correlacionar los fenóm enos rosal-'
ta n te s d é U conducta; d é los seres hum anos en grupos rio necesita de- la
psicología. Elm riom a d e q u e la m oneda m ala desplaza a la buena$púedé ser
tizado Cómo guia práctica sin ningún conocim iento de las- reacciones emotivas
que seéh cu én tran en la base de éfce fenómeno. Sin ézríbargo; cudndóllega ó
cobrar iriijportancM el conocer por qué ocurre ese fenómeno,’ Se hace necesarky
en tré otras cosas^ apreciar losefectos de ansiedad creada por la m oneda m ala.
Es éste un problema psicológico.
E l hecho de que cada una de las disciplinas pueda, llevar u n a «Kifté&iik'
independiente indica q u e tiene uria labor propia. En sús esfuerzos separados
la psicología y la sociología han creado útiles de trabajó propios f sisteriias
conceptuales y técnicas extraños los unos a los otros. Esta circunstancia cons­
tituye un obstáculo cuando tratan de colaborar en un problem a d e interés
com ún, por cuanto no pueden incom prenderse m utuam ente. Es evidente, por
lo tan to , la necesidad d e encontrar la form a d e que la experiencia de cada
una d e las disciplinas sea asequible a la otra. Ambas tecnologías son compli­
cadas, pero la psicología es la menos accesible por cuanto respecta al m aterial
original y a las investigaciones técnicas. Le corresponde, pues, hacer la prime-
27
28 INTRODUCCION

ra concesión, llevando sus técnicas o algunas de sus conclusiones importantes


en apoyo de la sociología.
Para conseguir esa finalidad se hace esencialmente preciso, en primer
lugar, definir los intereses comunes a ambas disciplinas. La psicología estudia
los cambios psíquicos que influyen en la conducta o están asociados con ella;
estudia las necesidades, deseos, estímulos e impulsos del hombre, la conducta
del hombre necesaria para obtener satisfacción del mundo exterior, de sus
semejantes y de si mismo. La sociología estudia las formas organizadas de
conducta tal como están fijadas en las instituciones sociales y los cambios
producidos en « ta s al variar las condiciones. Pueden descubrirse los efectos
de las instituciones sobre el individuo y, del mismo modo, puede seguirse la
pista del origen de las instituciones hasta llegar a la influencia de determina'
das presiones sobre el individuo. No es posible estudiar ál individuo pres­
cindiendo de ias instituciones1 en que vive ni las instituciones pueden ser
entendidas sino com o creaciones del hombre. Tanto si se toma como punto
de partida sí individuo como a la institución, hay que acabar por conocer a
ambos. ‘
Aceptado el primer puntó esencial, pasáronos al seguiido, igualmente
importante, qüe se refiere a la unidad que ha de ser objeto de estudio.
: Todas las psicologías emplean como fuente original al individuo.9 La socio­
logía y otrasdisciplinas sociales están empezando a hacer lo momo. Dice
Sápir:8 “Es difícil ver cómo la antropología cultural pueda eludir la-necesi­
dad final de comprobar sus análisis de las pautas llamadas ‘sociales’ o ‘cultu-
rales’ en términos d e realidades individuales... Lo que equivale a decir que
1« diferencia entre los problemas de la ciencia social y los que plantea la
conducta individual es de grado y especie, no de género.” Este acuerdo entre
psicólogos y sociólogos es el resultado de un largo proceso d e desarrollo. Se
acepta generalmente que no existe forma alguna de organización social, ya sea
la familia, el grupo propio, el dan , la aldea o el estado^ en el que el individuo
po sea la unidad. Y tampoco puede ponerse ya en duda que las fuerzas que
crean las instituciones han de encontrarse en el individuo.

' Para la definición de “institución”, p. 32.


2 Slempreque se emplea h palabra ^individuo”, se quiere significar con ella al índiridao
de una cultura especifica. No se conoce ninguna otra dase de individuo, salvo como abstrae-
cién teórica.
2 Edward Sapir, “Whjr Cultural Antropology Needs the ftychiatrist”, Psychúury, I,
n* 1, 9-10.
EL INDIVIDUO COM O UNIDAD DE ESTUDIO 29

EL INDIVIDUO COMO UNIDAD DE ESTUDIO — CARACTERÍSTSCAS BIOPSÍQUICAS

E l estudio de la psicología tiene que com enzar por las características


biológicas del hombre. D ichas características biológicas delim itan el cam po en
que tienen lugar los procesos psicológicos. R epresentan un factor im portante
en la necesidad de la vida social y en la conducta del individuo en la si­
tuación social. Esas características biológicas son de dos clases: las fisiológicas,
que gobiernan la economía orgánica interna, y las que lim itan la adaptación
al m undo exterior. Las características fisiológicas del hom bre son análogas a
las d e toda la vida anim al; el hom bre necesita obtener su sustentó d el m undo
exterior y preservar la tem peratura de su cuerpo. Las condiciones q u e satis­
facen esas necesidades son casi uniformes para toda la vida anim al.
Por lo que se refiere a la sociología, las lim itaciones biológicas fflogenétlca-
m ente determ inadas q u e se refieren a su acom odación al m undo exterior,
constituyen un aspecto m ucho más im portante del hom bre. Las técnicas y
tipos de reacción que term inan en alguna form a dé adaptación pueden estar
com pletas en el nacim iento o estar presentes en ese m om ento como potencia^
lidades que crecen y se desarrollan posteriorm ente. La proporción relativa
en tre los tipos de reacción ya fijados en el nacim iento y los ad q u irid o S o
desarrollados determ ina en gran m edida el carácter de. la adaptación d el
anim al como un todo. N o es probable que los ya fijados en el m om ento
d el nacim iento estén sujetos a dirección y m odificación subsiguiéhtes. La
relación entre los tipos d e reacción fijos y adquiridos determ ina el ritm ó de
desarrollo de las técnicas efectivas d e adaptación. E n términos generales,
podemos decir que el hom bre se distingue de los demás animalés e n que posee
u n a proporción m enor de adaptaciones filogenéticas fijas. Y como consecuen­
cia, el desarrollo de las técnicas adecuadas p ara la vida independiente es m as
len to en el hombre que en ios otros animalés.
Esta condición básica trae consigo ciertas situaciones pecuÜarmenfte hum a­
nas. L arelació n entre la m adre y el hijo, p o r ejemplo, es bio-social; es el
prototipo de otros muchos tipos ulteriores de adaptación social. Este período
d e dependencia es en el hom bre extraordinariam ente largo y es durante ese
m ism o período de protección cuando se adquieren las principales técnicas
adaptativas —condición inherente a todos los mamíferos aunque con u n grado
m enor de complejidad que en el caso del hom bre—.E n lugar de los tipos
fijos de conducta de los anim ales inferiores4 posee el hom bre una plasticidad

4 A la lux de recientes experiencias en animales resulta que el desarrollo de esos tipos de


reacción considerados comúnmente como filogémcamente fijos (instintivos) depende en
grado nó pequeño de las reacciones aprendidas.
30 INTRODUCCION

filogenéticamente determinada. Tiene además algunos anexos filogenéticos


determinados, tales como la postura erecta, la palabra, una mano compleja
y la capacidad de crear herramientas. Deben indicarse otros factores biológicos
básicos peculiarmente humanos, que son, aparte de la debilidad del infante
y de la consiguiente necesidad prolongada de un protector, la ausencia de
regulación del instinto sexual de acuerdo con el cambio de las estaciones o
de las condiciones de la provisión de alimentos (falta de época de celo),
los cambios, extremadamente grandes, en las necesidades y capacidades fun-
cionales asociadas con el crecimiento y desarrollo humano y, por último,
las diferencias de capacidad individual, debidas a la edad y al sexo, a las
variaciones constitucionales en cuanto a fortaleza, habilidad, belleza, valor,
resistencia et inteligencia, todas las cuales desempeñan un papel extraordina­
riamente importante en la vida humana.
Debemos observar, sin embargo, que todos esos aspectos no son absoluta­
m ente distintivos de la vida humana. Las diferencias entre el hombre y los
animales inferiores son, e n gran parte, cuantitativas. La impotencia del hom­
bre en el momento de su nacimiento debe ser relacionada con sus potenciali­
dades mucho mayores para las eventuales, adaptaciones y con la forma en que
las adquiere»
CARACTERÍSTICAS GENERALES DE LA CULTURA

; Podría suponerse que el inmaturo estado en el cual inicia el hombre la


vida»'el prolongadoperíodo de dependencia, la necesidad de la proximidad
del macho y la hembra y la tendencia a las uniones duraderas son suficientes
para, hacer indispensable alguna forma de vida sociaLs Sin embargo, es difícil
basándose sólo en esos, fundamentos» explicar «quedas unidades sociales que
son más anadias que la familia reducida. Todas esas agrupaciones más am­
plias, como k familia extensa, el grupo propio, la tribu, el ckn» etc.» solamente
pueden ser explicadas fundándose en la conveniencia debida a la alteración
o extensión .de: las necesidades o a alguna fuente emotiva o a ambas cosas; a
la. vea. Perú es ésta una cuestión puramente histórica. El hecho: es que no
existen sociedades humanas sin esos agregados más amplios y podemos afir­
mar con seguridad que el hombre vive dentro de esas unidades más extensas
porque necesita hacerlo para asegurar su supervivencia de conformidad con
su, naturaleza emotiva. N o quiere eso decir, sin embarga que la vida social
sea una característica filogenética fija del hombre. .
A llí donde encontramos esos grupos organizados de seres humanos, halla­
mos igualmente cierta regularidad y organización habituales de relaciones
* Esta idea «o se presenta como hipótesis acerca del tipo prim itivo de la sociedad
humana.
CARACTERISTICAS GENERALES DE LA CULTURA 31

recíprocas entre los diversos individuos; encontram os también form as organi­


zadas de tratar con el m undo exterior con el fin de obtener del m ism o la
satisfacción'de las necesidades esenciales d e la existencia; y hallam os; adem ás,
maneras organizadas dé tratar los procesos del nacim iento, crecim iento, des­
arrollo, m adurez, decadencia y m uerte, atendiendo a las diferencias de sexo
y edad. E n todos los casos eñ q u e se m anifiesta una persistencia o transm isión
de esos m étodos organizados, tenem os u n a cultuta.
C uando observamos la gfán vajiédad de culturas nos vemos obligados a
ver cierta confirmación de nuestras conclusiones acerca de la "naturaleza”
biológica dél hombre. Es evidente que el hom bre n o es un anim al cuyas
necesidM es y conducta estén fijadas fíTogénéticámenté. Sólo algunas de ellas
están fijadas én esa fórriia, én tácito que otráS son Variables de acuerdo
con extensa variedad dé' condiciones externas. Las variadonés operadas
en la estructura so d a! cam biarán algunas necesidades o crearán otras nuevas.
H ay evidentem ente en el hom bre una gran plasticidad o, em pleando la pala­
bra más corriente; m ucha adaptabilidad. Por tal razón, aunque los fines de
adaptación puedan ser bastante uniformes, no podemos esperar haU ar ningu­
na Clase de pautas Ó técnicas universales de adaptación.
Si el hom bre es u n anim al que experim enta ciertas necesidades fijas ' y
otras variables, las prim eras de las cuales están m ás íritúnam em e ligadas cón
las de lois animales inferiores, podemos esp eraren co n trar alguna prueba d e
ambas en la m ultiplicidad de culturas. Poderíos incluso trazar u n in ten to
de bosquejo de aquellos aspectos característicos que sOn comunes a todas las
culturas. Ese bosquejo nos daría una idea general de dichas necesidadd fijáS
e n c ü á n tó v ien én acen tu ad áso co n tro lad ásp o rlftv id a sÓcial. Encontrtiremos,
pues, que rodás las culturas tienen las águientes características:
1 ) Poseen todas ellas alguna forma d e organización familiar que p u ed e
identificarse m ediante ciertos arreglos entre padres, hijos y miembros de la
fam ilia extensa. El carácter de las relaciones y quiénes constituyen la fam ilia
extensa Varían de un caso a otro.
2 ) T ienen todas una form ación de grupo propio dé alguna especie, cuya
naturaleza y forma de composición son igualm ente variables.
3 ) T odas tienen algún grupo aún más am plió como el clan o la tribu
basado en la organización fam iliar, en la consanguinidad real o simbólica o
en los intereses comunes.
4 ) Poseen todas ellas técnicas o procedimientos definidos para obtener su
sustento d el m undo exterior. Sin embargo, loa m étodos de colaboración y de
organización para trabajar y dividir el producto, difieren mucho.
5 ) T ienen todas ellas disciplinas básicas; pero los impulsos, intereses ó
necesidades que esas disciplinas controlan difieren m ucho.
32 INTRODUCCION

6) C ontrolan todas ellas la agresión m utua con arreglo a una gran varie­
dad de normas»
7) T odas ellas se m antienen por ciertas fuerzas psicológicas discernibles.
8) C rean todas ellas fines de vida definidos y distintos, que varían am plia­
m ente e incluso cam bian dentro de la misma cultura.
Las unidades en que puede ser subdividida una cultura son muy num e­
rosas e incluyen todas las actividades físicas y actitudes psíquicas posibles,
tales como costumbres, prácticas, regulaciones que gobiernan todas las varie­
dades de las relaciones hum anas, disciplinas, etc. Se podría form ular una
serie interm inable de esa clase. Por razones de brevedad, es conveniente esta­
blecer un concepto que puede ser usado como nombre general. El que m ejor
se adapta a nuestro propósito es la palabra institución. Usarem os ese con­
cepto como nom bre general. C uando se haga necesario especificar para poder
identificar la institución especial m ediante otra designación, emplearemos
palabras tales como mos, organización fam iliar, disciplina, tradición, costum­
bre, etc.
Puede, por lo tanto, definirse una institución como cualquier modalidad
fija de pensam iento o de conducta m antenida por un grupo de individuas
f es decir¿ p o r una sociedad) que p u ed e ser comunicada, que g ocede aceptar
cuín común y la infracción o desviación de la cual produzca cierta pertur­
bación en el individuo o en el grupo. Cuando obsérvennos cierta uniformidad
de conducta en un grupo, podemos hablar de conducta instim ciondkada.
Las instituciones son los medios de la continuidad social y constituyen los
instruntcntpé «ectívos.del^uiÍ^osociaLr , t
. Una.¿tritura adquiere su conformación y carácter específico merced a la
unidad de sus instituciones. A sí, la necesidad de protección que experimenta
el niño durante un largo periodo se resuelve en casi todas las culturas con
cierta ut^otTpidad. \ja inadre nutre, y cuida al niño, peto la. duración-,de ese
cuidado varía. Es preciso que el niño se mueva, pero no existe unif<xmi^Íad
acerca de cómo ha de conseguirse ese objeto; algunos fletan al niño, al bastidor
d e la cuna, otros lo caigan sobre sus hombros dentro de un artefacto de
cualquier cíase. Ele la mema manera, varia ancham ente la técnica de criar
a los niños. Análogamente, la necesidad de la proximidad ,<iel macho y la
htphra satisface mediante una institución, universal —$1 nrotiimpnio—,
pero la regulación que establece con quién no es posible casarse; difiere en
las diversas culturas. Y aún más variadas, sondas instituciones relativas a las
relaciones sexuales e n general.
Una ves que hemos coleccionada^ descrito y catalogado todas estas institu­
ciones, tenemos la descripción de una cultura. En este punto, encontramos
muy útil la diferencia que establece Linton entro sociedad y cultura; una
LA RELATIVIDAD DE LAS CULTURAS 33

sociedad es un agregado perm anente de seres hum anos; las instituciones m er­
ced a las cuales viven juntos, constituyen su cultura.
Todas las instituciones tienen una característica común: llegan a conoci­
m iento del individuo por m edio del contacto con otros individuos. M ás ade­
lante nos ocupáronos de la gran variedad de técnicas pedagógicas y discipli­
narias m ediante las cuales se perpetúan las mores. E ntre tanto, teñamos que
reconocer que el individuo es el portador de las instituciones y el m edio a
través del cual se perpetúan. Los productos de algunas instituciones consisten
en obras m ateriales perm anentes tales como herram ientas, edificios, etc., a las
que se denom ina cultura m aterial; pero todas ellas son también producto de
técnicas q u e se comunican a través del individuo. En otros términos, p a ra
aplicar los métodos psicológicos, habremos de identificar a las instituciones
con precipitados fijos de las acciones recíprocas d e unos humanos sobre otros
y del hom bre con el medio am biente externo. “ La cultura, en cuanto no es
más que u n a abstracción hecha por el investigador, sólo existe en las psiques
de los individuos que com ponen una sociedad.” Linton® llama, perspicaz­
mente, a la cultura, “herencia social”. Las características del hombre que
hacen posible la cultura, constituyen los objetos suprem os de estudio. Según
Linton, son la habilidad de los seres humanos p ara aprender, com unicar y
transm itir la conducta aprendida de generación en generación.

LA RELATIVIDAD DE LAS CULTURAS

C uando un observador form ado en nuestra propia cultura nos hace una
relación d e las instituciones de una sociedad aborigen, existe un límite n atu­
ral para q u e las comprendamos. De ordinarios, tales relaciones están dispues­
tas siguiendo cierto orden que coincide con las condiciones del investigador
para el pensamiento sistemático, pero no necesariam ente con la forma en que
están funcionalm ente integradas en la m ente indígena. Así, por ejemplo, una
serie de instituciones puede ordenarse bajo la rúbrica de religión, otra bajo la
de organización fam iliar y otras bajo epígrafes tales como formación de los
grupos propios y economía de subsistencia. U na vez reunidas todas ellas, p o ­
dremos form ular las siguientes preguntas: ¿Están esas instituciones relaciona­
das causalm ente unas con otras? ¿Tiene la economía de subsistencia alguna
relación causal con la organización social? ¿Y, tienen ambas alguna relación
con la religión? Podemos caracterizar provisionalm ente esa relación “causal”
dando por hecho que si la economía de subsistencia y la organización social
se alterasen, cambiaría igualm ente la religión.6

6 R. Linton, The Study of Man (Nueva York, 1936), pp. 464-78.


34 INTRODUCCION

La prueba de esa hipótesis no puede obtenerse m ás que experim entalm en­


te; ia opinión de cualquier individuo, tanto si pertenece a la cultura tom ada
en consideración como si corresponde a la del observador, no constituye una
guía digna de confianza en la m ateria. El observador dispone de una cantidad
lim itada d e recursos en que apoyar tales intentos d e esclarecimiento. C ada
observador que estudia una nueva cultura tiene un acervo m ental y em otivo
propio. H a vivido dentro de un a cultura específica y su proceso m ental está
m oldeado por las concatenaciones y sincronizaciones de ésta. Su raciocinio
está sintonizado con ella y es muy fuerte la tendencia inconsciente que le
empuja a interpretar la nueva cultura en términos de la que le es fam iliar.
Por lo q u e hace a un buen núrñero de instituciones no podrá equivocarse
mucho, pero en otras, las relaciones existentes en tre nuestras instituciones
constituyen guías m uy deficientes para la comprensión de una cultura extraña.
En consecuencia, se hace im periosam ente necesario idear algunos criterios
“ impersonales” que habrán de usarse para obviar los peligros de explicaciones
basadas en la racionalidad derivada de una cultura específica.

* EL MÉTODO

Nos vemos, pues, llevados a preguntar si es posible desarrollar un m étodo


que sea de,aplicación general a la vez que esté libre del inevitable prejuicio
individual y cultural del observador. El presente lib ro sustenta la tesis d e que
tal cosa puede conseguirse m ediante la comprensión del individuo q u e es,
sim ultáneam ente, el creador, el portador y la criatura de todas las institucio­
nes. Nos proponemos llegar a tal m étodo en la form a siguiente. Estudiemos
el individuo en nuestra cultura y formulemos una serie de tipos de sus reac­
ciones an te nuestro propio com plejo institucional. Dispondremos con ello de
cierta información general acerca de los efectos de determ inadas instituciones
sobre el individuo. Encontrarem os que la información más im portante es la
que puede obtenerse de los efectos causados por las instituciones que rigen
la satisfacción de las necesidades biológicas prim ordiales como el ham bre y el
sexo. Se encontrará una segunda fuente original valiosa en las reacciones
consiguientes a la inculcación de instituciones, algunas de las cuales requieren
la ayuda d e disciplinas, es decir, que el individuo joven no las acepta n atu ral­
m ente y es preciso usar de algún sistema de coerción para obligarle a ello. Se
puede obtener una tercera fu en te de información del estudio d e las reacciones
d el individuo ante las necesidades acentuadas o creadas por la cultura, como
las necesidades de prestigio, status, etc. U na vez q u e tengamos esos tipos de
reacción podremos seguir el curso de su influencia en la creación de otras
instituciones (secundarias) que no son vastagos de las primeras sino productos
EL METODO 35

de las reacciones producidas por ellas sobre la “naturaleza hum ana”. En


otros términos, lim itarem os nuestra tarea a descubrir si ciertos tipos de insti­
tuciones presentan una relación reconocible con las presiones ejercidas por
otras instituciones más básicas, tales com o la organización fam iliar, las disci­
plinas básicas, etc.
En esta form a podremos contem plar a la cultura m oldeando, dirigiendo y
controlando las necesidades biológicas y sociales, y determ inando, a l propio
tiempo, las condiciones bajo las cuales deben ser satisfechas.E m pero, las
instituciones tien en además otra fu n d ó n : la de ofrecer paliativos y compen­
saciones de los sentim ientos que surgen de la incapacidad de satisfacer esas
necesidades biológicas y las creadas o acentuadas por la cu ltu ra.
D e ello se deduciría, en consecuencia, que las instituciones han de tener
derta congruencia, no porque hayan d e satisfacer, necesariam ente, ninguna
exigencia lógica, sino porque están ligadas por las posibilidades de les tipos
de reacción hum ana.7 Su congruencia no puede descubrirse más que por
intermedio de la naturaleza de la criatura a cuyos fines sirven. Si la necesidad
biológica de satisfacción sexual está sistem áticam ente estorbada en una cul­
tura determ inada, desde lá infancia e n adelante, debemos esperar, partiendo
de nuestro conocim iento de la naturaleza hum ana, que originará una serie de
reacdones y que tales reacciones pueden llegar, eventualm erite, a cristalizar
en instituciones que efectuarán d erta expresión de los efectos creados por las
frustraciones a q u e se refieren. El único procedimiento práctico de compro­
bar la verdad de este aserto consiste en comparar la cultura en cuestión con
otra en la que no existan las restricciones sistemáticas de referencia. Aunque
en la actualidad no estamos en situación de contestar debidam ente a las
preguntas que se form ulen acerca de p o r qué una sociedad tiene instituciones
que coartan los impulsos y otras no, podemos m ostrar la influencia d e ambas
alternativas sobre el conjunto de la cultura resultante.
Con respecto a la cuestión del porqué de esa diferenciación del control
del impulso sexual y de otras pasiones en las diferentes culturas, n o puede
formularse una respuesta completa sin recurrir a la ayuda d e la historia, pero
es probable que se puedan ofrecer algunas conjeturas aceptables una vez que

7 La busca de la congruencia no debe cegamos acerca del importante hecho de que en


las sociedades donde las diferencias de status y clase son rígidas debemos esperar encontrar
incongruencias, porque una institución sirve y sostiene a un grupo y otra institución a otro.
En el curso del presente ensayo no se intentará estudiar el problema de la diferenciación de
status, sus efectos sobre el individuo, los conflictos que engendra y sus efectos sobre la cultu­
ra total, más allá de lo que viene garantizado por los datos clínicos referentes a dos culturas
aborígenes.
36 INTRODUCCION

se haya resuelto el prim er problem a. Sin embargo» no lo intentaremos siquiera


en el presente libro.
. N uestra primera tarea consiste, por lo tanto, en tratar de com prender las
reacciones del hom bre ante nuestras propias instituciones; estudiar sus re a o
ciones con la debida referencia a su desarrollo desde la infancia hasta que se
com pletan sus recursos psíquicos y a estudiar sus reacciones tanto an te la
satisfacción como an te la frustración. Podremos señalar, después, las conste­
laciones psíquicas creadas y v er las relaciones de las mismas con la creación
de nuevas instituciones o nuevas neurosis. U na vez fijado todo eso, podrem os
iniciar el estudio de algunas culturas aborígenes o intentar la descripción de
las relaciones recíprocas entre las instituciones.
Con respecto al estudio d e los tipos de reacción hum ana, son m uchas las
psicologías entre las que se podría elegir. El problem a psicológico esencial
estriba en determ inar los efectos de las instituciones sobre el individuo en tal
forína que se puedan com probar y verificar los resultados con la ayuda de
conceptos que pueden ser generalm ente com prendidos. Nuestra labor prescri­
be las condiciones que debe llenar la .psicología. H a de tener en cuenta la
tazón de que las culturas sean susceptibles de comunicarse y perpetuarse;
tiene que ser capaz de explicar los diferentes tipos de personalidad hum ana
que se desarrollan bajo las d iv is a s modalidades d e tensión impuesta sobre
ellos; tiene que estar en condiciones de explicar, igualm ente, la continuidad
de los tipos de conducta del individúe^ durante toda la trayectoria de su vida;
tiene q u e disponer d e tina técnica para identificar las reacciones an te las
satisfacciones y las privaciones de las necesidades básicas hum anas y que
seguir la pista de los efectos d e ambas sobre los instrum entos de adaptación
del individuo; y, finalm ente, tien e que poseer un m étodo eficaz para tra ta r las
consideraciones biológicas que hemos bosquejado.
La psicología que el autor conoce mejor y a, la qu e considera más capaz de
satisfacer todos esos requisitos, es la concebida p or Freud. En las páginas
que siguen describiremos la form a específica en qué dicha psicología habrá de
aplicarse a nuestro problema.

NOTA
Con fines de obtener la m ayor claridad, deben tenerse en cuenta las
siguientes definiciones:
O bjeto sexual' El objeto m ediante el cual ha de conseguirse la satisfacción
sexual. Los tabús de objeto se refieren, por consiguiente, a los individuos
considerados como tabús.
Finalidad sexual: El objetivo d e la actividad sexual; la satisfacción sexual.
NOTA 37

Los tabús de finalidad se refieren, por lo tanto, a cualquier actividad


sexual.
Ego: Se em plea para caracterizar la personalidad total tal como se la percibe
subjetivamente; no debe confundirse con el “ego” que se usa en el esque­
ma freudiano de la personalidad, de la cual el “ego” es sólo una de las
partes y el “id” y el “super-egt>”, las demás.
Personalidad total: Es lo mismo que e l ego desde el punto de vista de la
conducta.
Estructura d e la personotidud básica: A quel grupo d e características psíquicas
y de conducta, derivadas del contacto con las mismas instituciones, tales
como el lenguaje, las connotaciones especificas, etc. (Vid- ¿ap. iv, epígrafe
final y cap. x, epígrafe tercero em pezando por el fu
Carácter: Es la variante personal de la estructura de ía
Instinto: La palabra “ instinto” se em ptea en el sentido en q u e la u sáF reü d érí
todas sus obras y es el equivalente de la palabra alem ana Triéb.*
'5 . •. r. .-l

J..T ^V-vfT

9 El térm ino “grupo propio” empleado en este capitulo (v. p. 31) es traducción de
in-group, que el diccionario de sociología editado por H. Pratt Fairchíld define: “Cualquier
grupo considerado desde el punto de vista de tino dé sus miembros, por oposición "'trios
grupos de fu e ra Vártaalmente equivale a ‘grujxvnosotros’ [E.J
CAPITULO II

ORIENTACION ES BASICAS

¿QUÉ ASPECTOS DE LA CULTURA SON PSICOLÓGICAMENTE PERTINENTES?

¿ C u áles so nlos aspectos característicos de una determ inada sociedad que


pueden m ostrar de m odo mejor la forma en que actúan en una cultura las
fuerzas psicológicas? T al es la pregunta a la que debemos contestar al iniciar
nuestra investigación. Tentados estamos de contestar que todo es relevante,
pero estamos com pletam ente seguros de que el aceptarlo como base de tra-
bajo constituiría un serio embarazo; porque si nuestro objetivo consiste en
descubrir los diferentes fines de la vida, objetivos, conflictos y afanes que
existen en las ^diferentes sociedades, no todos los rasgos distintivos de cada
cultura tendrán la misma entidad. T anto la clase de m antas tejidas como el
tip o de mores sexuales predom inantes en una sociedad prim itiva, son hechos,
pero no indican, en el mismo grado, las presiones psíquicas y sociales que
actúan sobre dicha sociedad. Debemos decidir cuál es el m ejor indicador
d e tales presiones. Y se presenta, entonces, otra dificultad. N o es posible
tom ar en consideración cada una de las instituciones desde el primer mo­
m ento, ya q u e son m uchas las que no atraen inm ediatam ente la atención.
Para obtener los datos básicos es preciso que nos basemos en las observaciones
d e alguien. Lo que se observe será, en conjunto, aquello que el observador
estima relevante* lo que constituye e! objeto de la investigación. Su obser­
vación estará cualificada por su interpretación de lo que ve y por lo que sea
capaz de captar de las relaciones recíprocas entre los diversos hechos. De
aquí que los datos que obtengamos finalm ente estén siempre afectados por
la personalidad del observador, sus prejuicios culturales y sus necesidades
subjetivas personales. Esas necesidades pueden no profundizar mucho; pon­
gamos un ejem plo claro: el observador puede sentir la necesidad de probar
u n a teoría. Si confiamos en inform adores indígenas, tropezarem os con difi­
cultades análogas; no habrá dos de ellos que vean exactam ente la misma
cosa. Vemos, pues, que todo lo que hay en una cultura, es pertinente para
nuestra investigación; algunos rasgos distintivos sirven más específicamente
q u e otros ..como elementos de diagnóstico, y podemos convenir en que la
ASPECTOS PSICOLOGICOS DE LA CULTURA 39

cuestión de la im portancia relativa n o puede ser resuelta por el observador


que tiene, inevitablem ente, un prejuicio tanto personal como cultural»
Por consiguiente, no es fácil resolver el problem a de ponernos de acuer­
do sobre nuestros datos. Se puede adoptar, incluso, la posición de que, debido
a esas lim itaciones, jamás podremos conocer una cultura y que debemos con­
siderar al concepto de la misma, en su totalidad, como un producto artificial.
Pero aunque de nada nos habría de servir negar la existencia d e tales
limitaciones, hem os de darnos cuenta d e que la proposición inversa es igual­
mente verdadera; que existe» ciertos rasgos característicos de la cultora que
no pueden ser falseados por tüngún observador. Es absolutam ente cierto
que ningún individuo puede captar la totalidad de una cultura y que la mis­
ma cultura puede parecer diferente a u n niño, una m ujer, u n hombre, un jefe,
un hechicero. Empero, cada individuo percibe una faceta de la misma cul­
tura y todas las personas ven determ inadas cosas de la misma m anera. Son
éstas las que ningún informador pueda falsear. En nuestra cultura, los tabús
de objeto relativos al incesto se ofrecen bajo la m isma apariencia para el
rey que para el zapatero rem endón. E n realidad, la principal dificultad ofre­
cida por los datos aportados acerca de las culturas prim itivas se ha debido
menos a tergiversaciones que a las omisiones originadas por el prejuicio* Cul­
tural d el observador y a la falta d e conocimiento acerca del lugar donde
habrían de encontrarse los datos relevantes»
C on respecto a la cuestión relativa a lo que necesitamos conocer de
una cultora con el fin de intentar alguna reconstrucción dinámica, el psico­
análisis ha educado nuestras sensibilidades a través d el estudio íntim o del
individuo som etido a nuestras específicas influencias culturales. Sin embar­
go, esta exploración no h a sido> ni mucho menos, com pleta, debido a los
objetivos particulares perseguidos por el análisis terapéutico. El psicoanálisis
nos h a enseñado que sólo es posible recuperar las instituciones merced al
estudio detallado de las acciones hum anas recíprocas. Nos ha enseñado ade­
más que el individuo no puede explicar las instituciones sino solamente des­
cribir sus reacciones ante ellas. La importancia de m uchas de nuestras insti­
tuciones se pone de manifiesto m ediante el psicoanálisis. Con anterioridad
a su aplicación se había pasado por alto, en absoluto, la importancia de
ciertos tipos de instituciones. C uando vivimos dentro de un círculo dado
de instituciones desde el m omento mismo de nacer, los efectos de esas ins­
tituciones constituyen de tal modo una parte de la personalidad que con
frecuencia somos incapaces de notarlos en nosotros. Jamás atraen nuestra
atención, como no sea por contraste con una desviación de los mismos que
nos produce u n sentimiento de extrañeza. En realidad, es frecuente que el
conflicto del individuo con esas mismas instituciones sólo puede ser iden-
40 ORIENTACIONES BASICAS

tificado m ediante cierto desasosiego interno percibido por aquél* El hecho


de que vivir dentro de ciertas instituciones crea ciertos puntos ciegos, se pone
perfectam ente de m anifiesto con el “descubrim iento” de Freud de que los
niños de nuestra sociedad tienen una vida sexual espontánea. Ese aserto
constituyó para nosotros un descubrimiento desconcertante, violentam ente
negado y discutido, en tan to que para un individuo de las islas T robriand
o de las Marquesas constituye un hecho evidente en sí m ism a Para Freud
fue, realm ente, un descubrimiento, ya que hubo d e desenterrarlo y deducirlo
de una gran cantidad de pruebas que no saltaban a la vista.
Sería bueno, por lo tanto, comenzar con algunos rasgos distintivos de
nuestra propia cultura, con objeto de presentar el complejo institucional y
la gam a de efectos que crea.1 Podemos em plear tam bién ese procedimiento
para poner de m anifiesto lo hondo que pueden calar las ramificaciones psí­
quicas de una institución dentro del aparato psíquico del individuo.
Intentarem os describir en las páginas que siguen unos cuantos aspectos
característicos d e nuestra cultura, de tal modo que se pongan de m anifiesto
las acciones recíprocas entre él individuo y la institución. Varios sistemas
conceptuales pueden em plearse en la descripción de las instituciones; la in­
form ación rendida dependerá, en gran parte, de les límites definidos por
esos sistemas conceptuales. En el presente ensayo^ nuestro método consistirá
en describir la institución de acuerdo con los efectos que produce sobre el in­
dividuo. Descubriremos esos efectos merced a la influencia que ejercen sobre
los instrum entos finales d e adaptación, es decir, sobré el ego o personali­
dad totaL
La psicología social psicoanalítica ha descrito la relación entre el indi­
viduo y la cultura partiendo de dos puntos de vista que son, en gran m edida,
irreconciliables. Ambos usan de los mismos datos, pero difieren en la inter­
pretación del significado de una institución.
U no dé los puntos de vista mantiene la posición de que el hom bre está
dotado filogénicamente de ciertos impulsos o “instintos” que buscan satisfac­
ción m ediante objetos del m undo exterior, que dichos “instintos” pasan, en i

i Freud no es de opinión que los tipos de reacción del niño se deban enteramente a un
complejo cultural especifico. A firm a... “u n niño recurre a su experiencia filogénica allí
donde su propia experiencia fracasa. Colma los huecos presentes en la verdad individual
con la verdad prehistórica; remplaza los sucesos de su propia vida con otros que tuvieron
lugar e n la de sus antepasados1*. S. Freud, Colíécted Papers, vol. m: The H istóiy of an
Iñfantile Neurosis (Londres, 1924), pp. 577-578. Los numerosos tipos de organización fa­
miliar que se encuentran en las culturas aborígenes y los diversos tipos de disciplina
existentes, suscitan cierta duda sobre la uniformidad de esa herencia cultural de la cual
se supone que saca el niño sus recuerdos inconscientes. El propio Freud es de opinión
de que debe explorarse la experiencia del niño antes de recurrir a explicaciones filogénicas.
ASPECTOS PSICOLOGICOS DE LA CULTURA 41

el curso de su ontogenia, a través de ciertas fases de desarrollo filogénica-


m ente predeterm inadas y regularm ente repetidas, en cada una de las cuales
puede producirse una interrupción en el desarrollo; y que los sistemas insti­
tucionales se derivan de esos "instintos’* y sus derivados según el alcance
de su desarrollo, en alguna forma desconocida hasta la fecha* E l resultado
práctico a que se llega siguiendo esa línea de razonam iento consiste en des­
cribir una cultura, en términos de u n impulso sentido subjetivam ente, como
"fálica”, "sádico^anal”, etc*, de acuerdo con las fases d e desarrollo estable­
cidas en d individuo. Se considera entonces al individuo como retrocedido
hasta una de las primitivas fases de adaptación, debido a l complejo de Edipo.
Y esa situación no se considera como un conflicto con instituciones sino
como una constelación hereditaria inconsciente que actú a como móvil pri­
mordial de la adaptación regresiva. Desde ese punto de vista, las institu­
ciones de una cultura son excrescencias adventicias consiguientes a ciertos
impulsos que buscan expresión y, en consecuencia, carecen de todo senti4p
en cuanto influencias que actúan sobre la naturaleza hum ana. La afirma­
ción más digna d e notar que dim ana de ese punto de vista es la de que la
cultura es u n producto de la represión del "instinto”. E l proceso a que debe
achacarse esa transform ación es, presum iblem ente, la sublim ación. Tal opi­
nión conduciría al hecho clínico ,d e que cuanto m ayor fuera la represión,
más "elevada” seria la cultura por cuánto dispondría dq más energía subli-
mable* ^ero esta afirmación no resiste la prueba de la comprobación clínica.
Tal opinión debería explicar el origen de las instituciones sobre una base
biológica y lim itar, esencialmente^ su función a fines biológicos.
El otro p u n to de vista, cuya validez trataré de dem ostrar, es el de que
el individuo se encuentra a medio camino entre las instituciones que mol­
dean y dirigen su adaptación al m undo exterior y sus necesidades biológicas
que aprem ian p ara obtener su satisfacción. Este punto de vista hace gran
hincapié sobre las instituciones y subraya el im portante papel que desempe­
ñan en la creación de los sistemas adaptadvos del individuo* Siguiendo esa
opinión, se pueden identificar las instituciones y descubrir sus efectos sobre
el individuo, pero las coordenadas con arreglo a las cuales se dibujan todos
esos efectos son las necesidades básicas del hombre biológicam ente deter­
minadas.
Com o quiera que esos dos puntos de vista crean sus propios sistemas
conceptuales, no podemos pasar del uno al otro, es decir, no podemos afir­
mar, de una parte, que una institución determinada im pide el ejercicio de
la sexualidad en la niñez y proceder después a describir sus efectos sobre el
individuo en térm inos de un esquema filogénico de fases biológicas de des­
arrollo para llegar, finalmente, a olvidar la institución q u e creó la necesidad
42 ORIENTACIONES BASICAS

de la represión. La incongruencia surge no solam ente del hecho de que se


han usado diferentes sistemas conceptuales para describir la institución sino
de que cada uno de los dos puntos de vista presupone una función diferente
para la institución. Con arreglo a uno de ellos se la considera exclusivamente
como producto secundario d e una fuerza biológica* m ientras que el otro la
contem pla como una fuerza ex terio r— sea cual sea su origen— que actúa
sobre el individuo. En el prim er caso se explica la transformación de la ener­
gía sexual en rasgos culturales sobre la base de un dinamismo hipotético
llam ado sublimación que se encuentra con respecto de la energía instintiva
en la m isma relación que la vieja teoría de la angustia basada en la “ con­
versión” con la libido reprim ida. Pero la dinám ica de la sublimación no ha
podido describirse nunca; la validez del concepto depende aún de una su­
cesión de fenómenos entre los cuales se da por hecha —con alguna justifica­
ción— la existencia de una conexión causal. Ese concepto de la sublimación
se convierte, en consecuencia, en uno de los anexos necesarios de u n a psico­
logía d el “ instinto” en la cual deben explicarse todos los fenómenos obser­
vados com o cámbios cualitativos y distribuciones cuantitativas de u n a ener­
gía unitaria del “instinto”. El término sublimación, satisface un requisito
teórico pero no es, necesariam ente, el nombre d e un proceso psíquico. No
quiere esto decir que carezcan efe validez las observaciones originales que re­
gistran la sucesión de represiones dei “instinto” y sus secuelas como sublima-
ciernes; significa, m eram ente, que el concepto ríe sublimación no explica el
cambio d e tina m anera suficiente a m enos que se den por supuestas las pre­
sunciones, no comprobadas, acerca del “instinto” . Existe, sin embargo, una
gran probabilidad de que se pueda encontrar u n cam po com ún entre los dos
puntos d e vista una vez que los sistemas conceptuales de cada uno d e ellos
haya sido vertido al otro. La posibilidad de q u e ese esquema ontogénico
de desarrollo no esté determ inado filogénieam ente, sino que sea producto de
ciertas presiones am bientales identificables que actúatn sobre el individuo, debe
ser tom ada seriamente en consideración. Es ésta, empero, una- cuestión que
no puede contestarse hasta qu e conozcamos con mayor precisión cuáles son
los efectos de b disciplina sobre el individúo en las varias fases de su cre­
cim iento y desarrollo.
E ntre tanto, hay que encontrar la m anera de utilizar el im portante cono­
cim iento que ha aportado Freud acerca de la dinám ica y _dedicar, al pro­
pio tiem po, la mayor atención a las instituciones que m odifican los instru­
m entos adaptarivos del individuo. La antropología comparada nos brinda
am plia oportunidad para hacerlo. Con el fin d e conseguirlo, debemos apartar
nuestra atención de los impulsos “instintivos” com o modo más efectivo de
estudiar la actividad psíquica ^enfocarla sobre la relación entre las institucio-
ASPECTOS PSICOLOGICOS DE LA CULTURA 43

. nes y aquella parte del aparato de adaptación del individuo que está en
contacto directo con las instituciones, es decir, el ego. En efecto, el concepto
de “instinto” comprende demasiados procesos eondensados dentro de uno.
En biología se llegó a la determ inación del “instinto” desde el punto de vista
de la conducta; en psicoanálisis, partiendo dél conato subjetivo del im pulso.
El concepto coínprende, prácticam ente: l ) la causa d e una actividad; 2 ) la
finalidad d e una actividad; 3) el com portam iento necesario para consum ar
lá actividad. Esas tres unidades no pueden ser ttátadas como una sola entidad.
Es difícil form ular una definición del ego porque ni los conceptos es­
tructurales ni los funcionales lo tratan satisfactoriam ente. Los segundos son
más útiles puesto que conocemos al ego a través de su actividad. U na defi­
nición superficial consistiría en describirlo como la sum a to ta l de todos sus
procesos de adaptación subjetivam ente percibidos. El ego está “ colocado” eñ
el límite entre el m undo interior y el exterior y es m oldeado por influencias
procedentes de ambos; tiene funciones perceptivas, coordinadoras y ejecu­
tivas; rudim entario en el m om ento del nacimiento, crece y se desarrolla; sus
funciones se m odifican coincidiendo con el tamaño, el vigor y las potencia­
lidades del individuo; es integrador en su desarrollo, lo que quiete decir
que todos los procesos de adaptación se basan en aquéllos que han probado
su utilidad en el pasada Es el "órgano” de la continuidad y de la organi­
zación de la experiencia.
U na psicología del ego se basa en un doble axiom a: que los instrum en­
tos de adaptación del individúo están moldeados, en parte, por el medio am­
biente; y q u e las instituciones son resultado de los esfuerzos hechos para
controlar o estim ular la conducta; Esa noción nos sum inistra u n sistema con­
ceptual q u e se puede aplicar igualm ente al individuo y a las instituciones
en las que vive.
Podemos dam os cuenta ahora de la utilidad d e las conclusiones que
hemos form ulado en el capítulo anterior. Las características del ego hum a­
no, su len to crecim iento y su carácter integrador hacen muy grande el papel
funcional d e las instituciones con las que está en contacto. A quellas criaturas
cuyas adaptaciones son más estables en el momento del nacimiento que en
la edad adulta, no acum ulan nuevas integraciones en el mismo grado n i son
tan susceptibles a la influencia del m edio inmediato como el hombre. Así,
en el hom bre, sólo el impulso hacia ciertos fines de adaptación es filogénico,
pero los procedim ientos específicos están poderosamente influidos, si no en­
teram ente moldeados, por las influencias culturales.
El grado de influencia de la cultura varia con cada una de las activi­
dades que examinemos. No todos los impulsos son igualm ente susceptibles
44 ORIENTACIONES BASICAS

d e control. Por ejemplo, los impulsos calificados generalm ente como sexuales
y agresivos están m ucho más sujetos al control que los del hambre. El im ­
pulso y la conducta sexual no pueden ser influidos hasta un grado ilim itado.
El impulso sexual tiene un fundam ento orgánico y las ideas y actividades
necesarias para conseguir su satisfacción están sujetas a desarrollo, crecim iento
e integración; de aquí que la conducta en relación con los fines sexuales
pueda ser influida durante el curso de toda la vida del individuo. Las in­
fluencias m ás duraderas sondas primitivas, por cuanto que el equipo ejecutivo
resultante d e que dispone el ego para obtener la satisfacción del im pulso es,
en gran m edida, integrador. Sin embargo, hasta los erotismos pueden estar
determ inados culturalm ente; prueba de ello es el hecho de que en algunas
sociedades el frote de la nariz constituye un estim ulante erótico y el beso no.
Lo contrario es igualmente cierto en otras culturas. La neurosis constituye
el mejor indicador general d e los diversos resultados finales de los tipos
d e actividad específicamente integradores. Sin embargo, la neurosis no indica
m ás que variantes dentro de una pauta cultural. Pero la pauta cultural in ­
fluye en el m olde general de la pauta de adaptación. En este punto el acuer­
d o es generaL8
Abrigamos, pues, la intención de describir las instituciones en térm inos
d e las prem isas delineadas y en términos de loe instrum entos efectivos de
adaptación, es decir, en térm inos del ego. Tenem os que preguntarnos ahora:
¿Qué individuo debamos elegir para poner de m anifiesto los efectos de las
pautas culturales? Com o quiera q u e existen innum erables variantes indivi­
duales, variaciones de neurosis y de carácter, solam ente podemos seguir u n
cam ino: estudiar toda la gama d e las variaciones. Para apreciar los tipos de
las variaciones individuales y para observar lo que todas ellas tienen en co­
m ún, disponemos de los instrum entos del psicoanálisis.
Tratarem os de describir la acción recíproca en tre el ego y la institución
d e acuerdo con la siguiente finalidad: ¿Qué efecto produce la institución so­
b re las a rm a r de adaptación d e l individuo? ¿Qué efecto producen las nece­
sidades d el individuo sobre la institución? En la práctica, podemos em plear
el siguiente plan:
1. Describir la institución que, por ejemplo, interfiere con u n impulso.
2. Describir los efectos d e esa interferencia sobre el individuo con res­
pecto a:
. a) los qunbios en la percepción del im pulso..
b ) las modificaciones q u e produce en las funciones ejecutivas.
c) los sentimientos con respecto de aquellos que la imponen.2

2 Vid. K. Horney, T h e Neurotic Personality o f Our Tim e (Nueva York, 1937), cap. i.
FAMILIA Y GRUPO FAMILIAR PROPIO 45

d ) las constelaciones inconscientes formadas por esas series de con­


diciones.
e) la relación de esas constelaciones inconscientes con la conducta real
del individuó.
f) la relación entre esas constelaciones y las nuevas instituciones (o
neurosis)*
En el presente capítulo lim itarem os nuestra exposición a las relaciones
recíprocas en tre el individuo y nuestra cultura en conexión con lo siguiente:
1) La organización de la fam ilia y el carácter de la form ación del grupo
propio y las constelaciones psicológicas en el individuo form adas por ellos.
2) Las disciplinas básicas, sexual y anal, y las consecuencias, vicisitudes y
constelaciones básicas derivadas d e las mismas que se producen en el indi-
viduo. 3) Los factores psico-biológicos a los que se debe el establecimiento
de la disciplina y su perpetuación; la psicología de la dependencia y de la
disciplina. 4 ) Las diversas formas de dom inio consideradas ontogénicamente
y las razones para estudiarlas; tipos infantiles y educación para los esfuerzos
de los adultos calificados generalm ente de “económicos”. 5 ) Los conflictos
derivados d e las condiciones sociales d e trabajo, conflictos d e subsistencia,
conflictos d e prestigio, rivalidad y competencia. 6) La agresión, sus formas y
los efectos del control social. 7 ) Las fuerzan que m antienen unida a la so-
ciedad, las sanciones externas y su intem alizadón y “form ación del super-
ego”. 8) Los fines e ideales de la vida en nuestra cultura.

LA ORGANIZACIÓN DE LA FAMILIA Y DEL GRUPO FAMILIAR PROPIO

La organización de la familia en nuestra cultura está sujeta a una pauta


patriarcal d e monogamia legal. El padre, la madre y los hijos, constituyen
la unidad básica. E l divorcio es posible en algunos casos pero no se le fo­
m enta. Las ramas colaterales se m antienen unidas por lazos de sentimiento
que no llevan aparejada significación política o económica. Las unidades
más amplias como el pueblo, las ciudades, los estados, son extrem adam ente
móviles, basándose los intereses comunes de las mismas en motivos utilita­
rios y no en lealtades de sangre o de fam ilia. Por ejemplo, la aldea no reviste
el carácter d e un clan o de una tribu aunque muchos de los intereses comu­
nes de sus elem entos se basen en la localidad.
Los lím ites del grupo propio son difíciles de trazar porque la familia
tradicional es una unidad económica y las relaciones con las ram as colatera­
les no están fijadas-por ninguna convención. Para la m ayor parte de los
propósitos prácticos, el grupo propio y la familia constituyen una sola cosa
aunque se establecen formaciones transitorias de grupos propios sobre una
gran variedad de bases de carácter lim itado.
46 ORIENTACIONES BASICAS

El status de los miembros de la familia está bastante convencionalizado;


el padre es el cabeza legal de la comunidad fam iliar, el que gana el pan,
y la autoridad suprema; goza de poderes dentro de ciertos límites y de prestigio.
C ada fam ilia vive en una vivienda separada y está, en consecuencia, rodeada
de extraños sobre los que no puede tener ninguna pretensión económica o
em otiva. D entro de la fam ilia o del grupo propio más extenso creado por el
m atrim onio, puede el individuo form ular determ inadas pretensiones. La po­
sición de las mujeres estuvo, durante m ucho tiem po, subordinada a la de
los hom bres pero, en época más reciente, ha evolucionado hacia la paridad.

DISCSPUNAS BÁSICAS. ACTIVIDAD INHIBIDA Y NO INHIBIDA

E ntre las convenciones dignas de mención que se encuentran en nuestra


cultura se cuentan el vestido y la costumbre d e verificar en privadp las ne­
cesidades corporales. El alcance de esas convenciones es muy grande don
respecto a la creación de constelaciones psíquicas relativas a la desnudez y
a las fundones excretorias que se han convertido en correspondientes al sexo.
La crianza de los niños constituye la regla; el destete se practica entre
lós seis meses y el año (en N orteam érica). El control de esfínteres se inicia
generalm ente dentro del prim er año y se com pleta de ordinario hacia los dos
años. Ese control está asociado con el vestido y con u n a gran cantidad de
disciplinas subsidiarias que corresponden a la limpieza y al orden. Todas
ellas son instituciones. Las variaciones que se ofrecen en la imposición de
esas disdplinas así como las reacdones del individuo ante las mismas, son
infinitas.
Las disdplinas sexuales se inculcan m ediante un sistema dé prohibiciones
directas p implícitas y m erced a un sistema convencionalizado de aprobacio­
nes, reprobaciones y retirad a de aprobación. En los centros urbanos, la
ausencia de animales, el vestido y la costumbre, de vivir en habitaciones dife­
rentes con una alcoba paterna privada, ofrecen al niño pocas oportunidades
dé observar relaciones sexuales. Existen los tabus de incesto habituales, co­
rrespondientes a la m adre y el hijo, el padre y la hija, los hermanos y otros
miembros de la familia extensa. El aislamiento de cada uno de los miem­
bros de la familia convierte a éstos en objetos inm ediatos de la curiosidad
sexual, pero tan convencional es denegar la existencia del impulsó sexual en
el niño como ocultar las actividades de los padres. N o sólo son tabú ciertos
objetos incestuosos sino que, hasta donde indican las convenciones, toda otra
clase de objetos son igualm ente tabú. En otras palabras: el tabú com prende
tanto los objetos sexuales como las finalidades. Se reconoce a los órganos
sexuales solamente como órganos excretorios, se les identifica m ediante nom ­
DISCIPLINAS BASICAS 47

bres relativos a ese últim o uso y esas funciones están asociadas con una
actitud permisiva de los padres. No se reconoce al órgano sexual com o ór-*
gano de placer; no se asigna nom bre alguno a la función y el niño se percata
de que la región genital es u n a zona erógena m ediante u n descubrim iento
habitualm ente casual para el cual no puede obtenerse aprobación. C onstituye
una de las más antiguas creencias de nuestra cu ltu ra la de qué la m astur­
bación, principal actividad sexual de la niñez, es nociva, idea respaldada por
toda una biblioteca de leyendas. El descubrim iento por los padres de la mas*
turbación del niño se traduce, por regla general, en la adopción de u n a a o
titud prohibitoria o punitiva d e parte de aquéllos. La conducta de los pa­
dres es institucionalizada; el proceder del niño, natural. Ignoran, p o r régla
general, por qué prohíben la actividad sexual del niño limitándose a creer que
aquélla le causa algún daño. T al es la opinión sustentada por varias au to ra
dades en la materia que nunca han sometido esa creencia tan antigua a al­
guna verificación empírica. La disciplina se orienta a hacer que el niño se
conform e en su conducta a las instituciones; En otras palabras: el descubri­
m iento del placer sexual por el niño lo deja sin ninguna clase de instrum entos
pára entenderlo, sin palabras y sin conceptos y de aquí que ésa" actividad
sexual carezca de lugar aprobado y aceptado en el m undo del niño* Se apreté
de de otros niños ó dé peitísonas pervertidas. La actitu d de los padres de conde*
nación, desdén, prohibiciones expresas y explícitas, respaldadas por castigos
y amenazas de daños o el retiro del apoyo y del cariño^ conspiran p ara dejar
sin desarrollo un ciérto sector de la personalidad d e l n iñ a Esa situación im ­
pone al niño lá necesidad de crear canales para nuevas compensaciones o
gratificaciones en lúgar de las que le son negadas* D e esa m anera se h a in tro ­
ducido el elemento del dolor» en una u otra form a, en lo que es placentero
por naturaleza. Los efectos de esas instituciones varían m ucho según los in­
dividuos * La reacción que tiene más probabilidades de ser uniform e es la
que llevará a imponer cargas adicionales sobre otras satisfacciones que llevan
consigo el afecto de la perm isibilidad y a conceder u n mayor valor a la recom­
pensa correspondiente a la renunciación.
Los efectos producidos sobre el individuo por esta represión sistem ática
deben ser valorados en relación con otras necesidades biológicas, en relación
con las condiciones sociales institucionalizadas para garantizar la protección,
la aprobación y el cariño. En otras palabras, si el niño tiene que inventar
nuevas actitudes con respecto del impulso sexual, d e la actividad desarro­
llada en respuesta a esa necesidad, de sus padres y de sí mismo, debem os
esperar que ocurran cosas definidas en la personalidad que se está desarro­
llando. U no de los resultados de ello es que su propia estimación sufre.
Necesita v teme a los padres v, por lo tanto, debe obedecerles, pero el odio
48 ORIENTACIONES BASICAS

hacia el progenitor represor, aunque sofocado, tiene que estar presente en al­
gún lugar. Se ha introducido, además, un elemento d e frustración y de dolor
que debe conducir a un nuevo método de encarar toda la situación por
cuanto q u e la influencia de la cultura, lo mismo q u e la necesidad sexual, es
continua. C ada individuo hace frente a esa situación en una forma individual
Es preciso describir unas cuantas de las consecuencias.
Desde el punto de vista d el sentido común, u n a costumbre o mos es
igual que otra. U n grupo de personas hace una cosa y otro grupo otra. Esas
diferencias pueden no representar sino idiosincrasias o predilecciones dife­
rentes. Este punto de vista es sostenible respecto d e ciertas prácticas, pero
no de otras. La forma en que el hom bre lleva su caballo o come sus alim entos
puede no afectar m aterialm ente la estructura del ego. Lo que reviste im por­
tancia en el estudio de la sociología no es la diferencia de individualidad
expresada en la s costumbres sino el que éstas afecten o no la naturaleza esen­
cial del individuo y la forma en qué la afectan. A llí donde un im pulso
biológico o u n a necesidad urgente tropieza con tm a mos, se producen conse­
cuencias cuyos efecto» son im portantes, Sin embargo, esos efectos varían
según el m pfnento del ciclo de Ja vida en el cual se inician. Si el efecto se
registra sobre el individua en los años tempranos, formativos, de su vida,
afectará a todo el crecim iento y desarrollo del ego, por lo menos en cuanto
se refiere a la función particular d e que se trate. Si se instituye un precepto
contra una función que ya ha sido completada, la influencia será enteram ente
distinta q u e en el prim er caso. Para nuestro propósito, el tipo de interfe­
rencia con la fundón sexual en los años de formación, que obliga a un ajuste
m uy específico, es el más apropiado para e) estudio, Podemos elegir los tipos
más extremos de adaptación con el fin de obtener el contraste.
Todas las reacciones registradas en los párrafos que siguen, son clínicas;
han sido observadas en individuos afectados de graves inhibiciones en su vida
sexual. Se dedujeron, en parte, de reacciones frente al analista y en parte
de recuerdos de acontecim ientos crudales ocurridos durante la niñez. La
bibliografía psicoanalítica abunda en datós que apoyan esas conclusiones. Las
observaciones relativas al curso d e un im pulso no inhibido constituyen una
reconstrucción por contraste. Si el individuo inhibido encuentra dificultades
en ciertos sectores de una actividad compíetadá, sé deduciría que el individuo
"norm al” no habría de tropezarse con tales dificultades. Algunos de esos
aspectos puédén ser observados y otros inferidos. E n el caso de la persona
inhibid^ todos pueden ser observados, comenzando con la queja del paciente
de que es im potente y dé que ta l impotencia no puede ser explicada por el
paciente, en modo alguno, por cuanto tiene deseos sexuales exactam énte
DISCIPLINAS BASICAS 49

lo m ism o que la persona “norm al”. C on objeto de esclarecer los efectos de las
instituciones podemos contrastar la actividad inhibida con la no inhibida.
C uando no se colocan obstáculos entre un im pulso dado como* por ejem­
plo, la necesidad de la m asturbación en un niño y la conducta necesaria para
consumarla, la actividad conduce a la gratificación. Este concepto d e “ grati­
ficación” es una idea psicobiológica; implica “liberación”, alivio de la “ten-
sión” y “placer”. Cuando el impulso surge de nuevo, se produce una previsión
de la ratificación y una movilización de las funciones ejecutivas necesarias
para inducir la actividad o com portam iento que son, a la vez, psíquicas y
motoras. La consumación feliz de la actividad lleva & un sentim iento de sa­
tisfacción, un sentim iento d e elevación del ego, de contento, de descanso, etc*
Se produce, además, una consecuencia im portante en form a del cu ad ro . q
imagen del yo consumando con éxito la actividad. T al es la base del Senti­
m iento del ego que en el lenguaje corriente se llam a “confianza en sí mismq”*
y se expresa con la fórm ula “puedo hacer eso”. •
En el caso de la m asturbación infantil, esa actitud adquiere u n signifi­
cado m uy im portante. La actividad £ntre jas edades de uno a cuatro años
tiene lugar en una época en ja quedas achuales, d e dependencia con respecto
a los padres son más fuertes. Es tam bién la época pn que eá más persistemte la
dem anda social de, independencia, el aprendizaje d el carácter del m undq exte-
rio ry la m anera de tratar con él, hasta el pupto de que quizás nunca vuelva
a ser igualado durante toda la historia de la vida del in d ividua Las actividad
des autoeróticas del niñq desem peñan una función extrem adam ente im por­
tante al contribuir al crecim iento y com pletar la separación del pecho m a­
terno. H asta ese m om ento es la m adre el principal soporte de los anhelos
de dependencia al mismo tiem po que la fuente principal de satisfacción.
El descubrim iento del placer sexual constituye u n anexo im p u tan te de todo
el proceso del destete.3 E l niño aprende tam bién a apreciar gratificaciones
análogas en relación con actividades asociadas a otras partqs del cuerpo,
como el andar, etc. La m asturbación no inhibida añade a la vida psíquica
niño una idea extraordinariam ente im portante, la que se expresa con la frase:
“Puedo obtener placer de m í mismo”, idea que contribuye a romper el lazo
de dependencia de la m adre. Es, por lo tanto, un anexo del crecimiento y
no una influencia retardadóra, como ha quedado dem ostrado en cas® gra­

3 Los pedíatras y los analistas han notado repetidamente la transición de chupar la


mama a chuparse el dedo y de ahí a la masturbación. Rank ha erigido esa transición y
algunas de las reacciones psíquicas provocadas por la misma en base de un complicado sis­
tema en el cual las transformaciones de la “agresión oral” son la causa de todos los cam­
bios subsiguientes que tienen lugar en la organización psíquica del individuo. Véase:
0 . Rank, Grttndzüge einer Genetische Psychologie (Leipzig, 1927), pp. 69-69.
50 ORIENTACIONES BASICAS

ves de frigidez e impotencia en los que esa idea básica de “puedo obtener el
placer de mí m ism o”, falta enteram ente en la m asturbación infantil y, como
consecuencia, jam ás llega a convertirse, más tarde, en p arte del acervo sexual
del individuo e n sus relaciones con el sexo opuesto. Puede demostrarse de
modo sim ilar la destrucción de esa “confianza” expresada en la idea “puedo
hacer eso”, en funciones que no son sexuales; en las neurosis traum áticas se
destruye esa “ confianza” en aquellas funciones que corresponden a la orien­
tación hacia el mundo exterior. T o d o el concepto de “voluntad” descansa
en la capacidad de formarse tal im agen de sí mismo. N o puede ejercerse la
voluntad sobre fundones en cuyo desarrollo se han om itido detalles esen­
ciales. N o existe el punto de apoyo en el que pueda descansar la palanca
de la acción. Resulta, en consecuencia, que el individuo lucha en vano por
conseguir un objetivo, sin ninguna clase de instrum entos que pudieran faci­
litarle efectividad o precisión.4
La consumación feliz e ininterrum pida d e esa actividad sexual, lleva a
uná actitud confiada, vehem ente y amistosa h ad a el im pulso cuando éste
surge de nuevo y a previsiones agradables. T odo eso está representado por
constelaciones d é palabra, idea y m ovilidad que son fácilm ente asequibles,
plásticas y psíquicam ente móviles.
A hora bien, cuando se introducé el elem ento de dolor en esa actividad,
eri form a de am enizas d e castigo y pérdida d e cariño y ayuda, especialm en­
te éñ la época e n la que el niño tem e el castigo y precisa de más protecdón
y aprobación q u é nunca, se crean condidoñes que favorecen el' abandono
de la actividad placentera como form a de eludir el conflicto. La previsión del
castro , rescaldado por fuerza suficiente, directa o im plícita, acaba por llevar
a un abandonó de la actividad necesaria para satisfacer el impulsó. En lu­
gar de una actitu d amistosa h ad a el impulso, se produce una ansiedad que
es una anticipación del peligro. E n vez de la confianza en sí mismo i de la
idea “puedo obtener placer de mí mismo y pór m í m ism o” aparece una idea
exagerada de la crtieldad del progenitor que prohíbe. E n lugar de la actitud
de confiáhza e n sí mismo se desarrolla la contraria — la carenda de ella,
juntam ente con un aum ento desordenado de la dependencia y de la timidez—.
4 La relación entre la psicología del ego y la psÍ£ok$% “profunda” se pone perfec­
tamente de manifiesto en la relación entre la confiaras en sí mismo y el proceso subya-
cente del que es resultado final. El sentimiento de confianza en sí mismo no es más
que una indicación de que, por lo que se refiere a los aspectos ejecutivos del ego, no
existe ningún obstáculo interno que pueda impedir la ejecución de un impulso y que
lós éxitos obtenidos en él pasado, han puesto a disposición del ego imágenes relacionadas
con la actividad motora. Forman éstas u n contraste notable con las imágenes produci­
das en sueños o fantasías de individuos que son inhibidos. Las representaciones del ego
son las de continuo fracaso.
DISCIPLINAS BASICAS 51

Si se suprim e por entero la actividad ejecutiva, se establece la constelación


psíquica conocida con el nom bre de inhibición. T al inhibición m odifica todo
el aparato ejecutivo del niño. Las percepciones de sí mismo y d e la actividad
se m odifican en tal form a que el impulso no está representado por previsiones
placenteras sino por todo lo contrario: por imágenes crueles y dolorosas. En
los sueños, el individuo aparece representado en fracasos constantes y las
gratificaciones obstaculizadas d e esa m anera por sus negaciones. Se llam a
a esta últim a versión m asoquista de la actividad original. El elem ento ckv
toroso así introducido, queda adherido a las fantasías y previsiones d e placet
sexual del individuo, para el resto de su vida. N o sólo h a' llegado a tolerai
el dolor, sino que éste se ha convertido en condición y característica esenéia1
de algún sector del placer originaL Este síndrom e, en su totalidad, se llam a
“m asoquism o”.
A hora bien, si hacemos uso del estudio de esa inhibición como demos-
tración de la fuerza de u n grupo de instituciones, dejamos la puerta abierta
para una Objeción seria. Puedé alegarse que no está probado* en absoluto
lo que es necesario dem ostrar. Se puede observar, acertadam ente, que Ir
m ayoría de las personas qué viven bajó las in stitu ció n ^ descritas, no llegar
a ser frígídá¿ o im potentes y que, por lo tanto, es posible qúéT as institücío
nes no tengan riada q ü é ver x ó n la inhibición. Por consiguiente, ésta se con
vierte en u n problema puram ente individual, lo que es bastante cierto. H ay
realm ente, u n problema individual, pero es la institución la que créa la
condiciones córitra las cuales se obliga a lu c h a r al individuo y todas las va
riantes de la reacción individual deben ser apreciadas y tipificadas en reía
ción con las instituciones.5 Tenem os que investigar, en prim er térm ino, s
todas las personas q u é'v iv en Bajo un determ inado grupo de mores poseer
ciertos rasgos comunes y si e l efecto causado sobre u n determ inado individúe
m uy inhibido, representa la consecuencia m ás extrem a de la que participar
todos los dem ás en cierto grado. Eso es lo que resulta, en realidad, del es tu
dio d e una serie de individuos pertenecientes a la misma cultura, sin qu>
im porte qqe sean “norm ales” o padezcan desórdenes neuróticos sem ejantes
Debemos esperar la'presencia d e toda una gama de variaciones individúale
én esos tipos de reacción.
Ese problem a surgió muy pronto en la histeria de la teoría psicoanalíricr
Se supuso, en un principio, que sólo los individuos m uy neuróticos, que pre
sentaban síntomas graves, padecían de u n “complejo de Edipo”. La expe
rien d a posterior demostró, sin dejar lugar a dudas, que ese complejo no er
peculiar de estados enfermizos y que se ponía dé m anifiesto en todos le
5 Vid., igualmente, un estudio acerca .de este punto en la obra de K. Horney, Tb
Neurotic Persorudity of o u t Tim e (Nueva York, 1927), cap. i.
52 ORIENTACIONES BASICAS

individuos, neuróticos, psicóticos y norm ales. Lo que todos ellos tenían, en


común, era, por lo .tanto, la derivación de un conjunto especial de instituí
cienes. Pero la form a en que cada individuo trataba esas influencias cultu­
rales, es harina de otro costal. Hemos llegado, pues, al punto en el que
podemos identificar, definitivam ente, las reacciones ante esas instituciones
que culm inan en graves neurosis y aquellos tipos de reacción que se termi­
nan en una adaptación normal. El saber si esos tipos básicos de reacción
se deben o n o a factores constitucionales latentes, constituye u n problema
que no puede ser resuelto todavía. Sin embargo, pueden ser identificados
psicológicamente.y modificados y con eso basta, por el m em ento, para núes-
tiro propósito.
* DISCSPLINAS DE ALIMENTACIÓN

Partiendo d e esa exposición de la influencia ejercida sobre e i individuo


por determ inadas mores institucionalizadas, es difícil soslayar la impresión
de que no todas las m ores son de igual im portancia e influencia. Seleccionar
las mores que ejercen la mayor influencia pasa, en. consecuencia, a ser un
problema. E n la sección anterior hem os tratado de un grupo de mores rela­
tivas a una necesidad especial del individuo: la sexual, £1 “ instinto” sexual
tiene en el hom bre características b ien definidas que hacen posibles tales
disciplinas. Esas camctensriqas son: 1J q u e es posible diferir la satisfacción
del apetito sexual; 2) que este puede $er satisfecho de m odo vicario y 3 ) que,
según Freud, su energía puede ser desviada hacia rutas diferentes d e la sexual
(sublim ación). ..
A l estudiar las influencias ejercidas por los diversos tipos de mores sexua­
les en las diferentes sociedades, surge el problema, de.$L todo cuanto henwps
aprendido acerca de la influencia de las prohibiciones en nuestra propia cul­
tu ra nos servirá para aplicarlo a otras. Los datos relativos a culturas primib-
vas de que disponem os indican que 1q6 tipos de reacción an te esa. frustración
del instinto son básicamente los.mismos en todas partes por m ás que cada
sociedad los revista con su forma propia particular.
, Es evidente que si consideramos^el anhelo de alim entación como un
“instinto”, no podemos tratarlo en la misma forma que la necesidad sexual.
La necesidad de alim ento no puede ser satisfecha recurriendo al empleo de
sucedáneos; su satisfacción no puede ser diferida pqr. largo tiempo^ no ps
susceptible de “sublim ación”. En resum en, ninguna mas puede jaratar la p # -
cesidad de com er de tal modo que im pida la realización d el objetivo. Sin
embargo, sin llegar a la ,muerte por inam ción pueden elaborarse muchas
mores acerca d e la comida; las mores pueden influir en la clase de alimen­
tos que se comen, cuándo y cómo deben ser comidos. En otras palabras,
DISCIPLINAS DE AU M ENTA CION 53

no cabe nunca interferencia con el valor de subsistencia del alim ento; el


valor de prestigió o ritual del alim ento puede ser m anipulado en varias for­
mas. M ientras tales mores no ponen en peligro la propia vida, pueden ser
toleradas por el individuo sin crear perturbaciones graves en la econom ía
psíquica interna.
En el deseo de alim ento concurren varios rasgos característicos de im por­
tancia. El impulso de cerner está determ inado fisiológicamente; pero las fuen­
tes som áticas del mismo com prenden a todo el organismo y no a un conjunto
especial d e órganos. La boca y el aparato gastrointestinal, son los órganos
ejecutivos d e ese impulso, pero n o la fuente original d e la necesidad. La con­
ducta necesaria para satisfacer el impulso, en cuanto corresponde a la succión,
m asticación y deglución, es refleja y el niño posee ya una técnica ejecutiva
desde que nace. La única modificación que tiene lugar es el cambio d e la
succión por la masticación en la transición a la alim entación por los dientes.
Los grandes cambios en la satisfacción del im pulso d e 'comer no dependen,
por lo tanto, de un desarrollo complicado de las técnicas de comer.
Pero la técnica de conseguir el alim ento está sujeta a grandes alteracio­
nes. La succión es la técnica asociada a la lactancia, la masticación es el p ro ­
cedim iento que se aplica después del destete. Sin embargó, d urante m ucho
tiem po después de éste, sigue dependiendo el niño d e los padres para ^procu­
rarse alim ento. D el mismo m odo depende el niño d e lá protección paterna.
A unque las funciones d e orientación y de locomoción se desarrollan d e una
m anera absolutam ente autom ática, las técnicas más refinadas de adaptación,
incluso la d e procurarse el alim ento, deben ser, todas éDas, objeto d e en­
señanza.
En nuestra cultura, las reacciones provocadas p or la ansiedad de alim en­
tación tienen que ser,, altam ente individualizadas p o r cuánto que la técnica
de procurarse el alim ento constituye una parte de los fines sociales del indi­
viduo que llamamos “económicos”. A mayor abundamiento^ no existe en
nuestra cu ltu ra una ansiedad generalizada de alim entación ya que los m edios
de producción y cambio están com pletam ente dominados. Las ansiedades
relativas a los alimentos no se deben a la ignorancia de las técnicas eficaces
de producción sino a otras complicaciones que surgen de la organización so­
cial qúe se ocupa de la distribución.
Pero en las sociedades aborígenes donde las técnicas aplicadas á la ex­
plotación4d el medio para obtener la subsistencia varían mucho debido a las
vicisitudes del clima y a las imperfecciones de los procedimientos em pleados
al efecto, tenemos que estar m uy alérta con respecto de los efectos generali­
zados de la ansiedad de alim entación y d e las instituciones consiguientes a
los mismos.
54 ORIENTACIONES BASICAS

DEPENDENCIA T REACCIONES ANTE LA DISCIPLINA

Si consideramos el prolongado período durante el cual depende el niño


d e sus padres por cuanto atañe a su alim entación, albergue y protección, se
nos presentarán con toda claridad m uchos aspectos de la cultura* Com pren­
deremos cómo se perpetúan las culturas, la gran inercia ante los cambios y,
lo que es aún más im portante, los medios que posee la sociedad para impo­
n e r sus disciplinas. Adem ás, la comprensión de esa característica de la de­
pendencia, puede ponernos de manifiesto el origen de ciertos tipos de institu­
ciones* De aquí se sigue que si determ inadas instituciones, que designaremos,
por el momento, com o primarias, crean presiones sobre el individuo, los
efectos debidos a estas presiones pueden ser registrados en ciertas reacciones
secundarias del individuo que se institucionalizan también*
Tenemos que aplazar por el m om ento el ocupamos de varios aspectos
del desvalimiento y dependencia del niño y tomar en considéración solam ente
aquellos aspectos q u e se relacionan con la forma en que la sociedad esta­
blece coactívaniénte sus disciplinas. D esde el punto de vista “ conductista”
podríamos deqr, sencillam ente, que los padres tienen autoridad para imponer
la disciplina. Esto es, en cierto modo, u n a supersimplificación. N o todas las
disciplinas precisan ser impuestas coercitivam ente y es frecuente que la au­
toridad no traga nada que ver con su adopción. E n consecuencia, la autori­
d ad de 106 padres sólo es necesaria, en determ inados tipos d e disciplina*
P or ejemplo, el lrag u aje y las técnicas puestas en práctica p ara dom inar el
m undo exterior, rio necesitan ser im puestas m ediante la coacción. Ya hemos
exam inado, en relación con el instinto sexual, un ejemplo típico en el cual
se obliga al niño a ceder ante la presión social. Y existen tam bién otros.
¿Qué es la dependencia? Es una actitu d básica del ego, necesaria para
la supervivencia, qu e responde a una ansiedad resultante de u n sentim iento
d e desamparo o a u n a sensación de lim itación de recursos, d e falta d e for­
taleza p capaadad. Es una acritud de solicitación de ayuda, apoyo o prcv
tecdón. En casos extremos, es u n deseo real de qu e otra persona tem e a su
cargo toda la responsabilidad del bienestar del sujeto. En tales ocasiones, el
sujeto delegará grandes facultades en el objeto d e su dependencia, le atri­
b u irá la capacidad d e hacer cosas que el sujeto no puede hacer por sí m ism a
La actitud de dependencia da lugar al deseo de estar cerca d el objeto, de
hacer por éste cualquier cosa que se pida en recompensa por la protección
y ayuda dispensadas, aunque entrañe el abandono de gratificaciones impor­
tantes. Esa actitud tiene una interesante historia a través d e l rielo d e la
vida del individua Es una actitud que resulta de una necesidad biológica
DEPENDENCIA Y REACCIONES 55

determ inada por el nacim iento y que continúa siendo electiva durante los
años form a tivos. Su persistencia con posterioridad a la época en que debería
haber term inado norm alm ente, constituye una indicación infalible de u n fra­
caso fundam ental del crecim iento y desarrollo d e los recursos. Ningún indi­
viduo llega a perder nunca com pletam ente la actitu d de dependencia, en
especial durante crisis que trascienden de su capacidad. Pero en algunos
caracteres neuróticos, perdura durante toda la vida como técnica predom i­
nante d e adaptación.
E n el niño, la dependencia está determ inada biológicamente; se fu nda
en el estado incompleto y desvalido en que nace la criatura hum ana. Esa
situación parece constituir, al principio, una gran desventaja y desgracia.
Si se la estudia más a fondo, pierde ese carácter y resulta ser una de las
auténticas características biológicas a las que se deben las grandes ventajas
de que m ás tarde goza el hom bre sobre muchas form as inferiores de vida
animal que están mucho m ejor equipadas en el m omento de nacer; esas
ventajas tom an la forma de plasticidad y m ultiplicidad de posibilidades de
adaptación.
Este hecho biológico reviste la mayor im portancia para di estudio dé
cómo está organizada y cóm o se perpetúa la sociedad. Significa esencial­
mente que el hombre es una criatura con tipos de reacción aprendidos y no
congénitos. Pero, pudiera preguntarse, ten dónde intervienen los “instintos”
de los cuales tiene el hombre, por lo menos, tantos como los animales infe­
riores? Y la contestación consistirá en decir que sum inistran el im pulso
hada u n a m eta, pero no proporcionan la conducta necesaria para conseguirla.
Es este u n hecho de la m ayor im portancia sociológica porque deja lugar a
la influencia del medio sodal en el modelado de esos tipos d e conducta.
Este estado de cosas depende en parte de la condición anatómica* El
cuerpo del niño está formado, principalm ente, al nacer, de torso, abdom en y
cabeza, ya que las extrem idades están m ucho menos desarrolladas. La circu­
lación se concentra prim ordialm ente en el área visceral. El sistema nervioso
central es incompleto; las ram as que conectan la m edula espinal con el cere­
bro no funcionan todavía, lo que equivale a decir que los movimientos
voluntarios directos son aún imposibles. Esas ramas no entran en actividad
funcional hasta que se com pleta el proceso de mieljnización, lo que no tiene
lugar hasta pasados de veinticuatro a treinta meses. Eso significa que no surgen
todavía las tensiones organizadas que dependen del contacto con el m undo
exterior a través de los sentidos y del aparato m uscular, y que para las tensio­
nes que se van produciendo no existe aún ningún aparato ejecutivo. El proce­
so de mielinización y las funciones sensitivom otoras se completan, por lo
tanto, en conjunción con contactos del m undo exterior. La dirección general
56 ORIENTACIONES BASICAS

y el carácter de dichos contactos, son ingénitos, pero la técnica específica es


aprendida. A sí, pues, ese desvalimiento del niño recibe más adelante una rica
compensación en el enorm e aum ento de las posibilidades de adaptación. De
esto se deduce, en consecuencia, que un anim al cuya mielinización se com­
pleta muy poco después del nacimiento, tiene menos posibilidades de adap­
tación. Tal es el caso en que se encuentran el conejo de Indias, el ratón y el
gato. Aún tienen menos posibilidades de adaptación aquellas criaturas cuyos
im pulsos y la aptitud necesaria para llevarlos a efecto, están completos desde
el momento mismo del nacimiento. Tal criatura no puede modificarse a sí
m ism a, ni m odificar el m edio qué la rodea n i su tipo de reacción frente a él.
Si éste tiené éxito, sobrevive; si fracasa, m uere la criatura.
Así, pues, esa desventaja inicial que padece en la infancia, confiere a la
criatura hum ana una gran plasticidad y una m ultiplicidad de posibilidades
de adaptación. Pero tam bién hace necesaria una vida social más larga y un
período de dependencia m ás prolongado.
Esa dependencia prim aria del progenitor femenino está sujeta a muchas
desventuras. La dependencia es una necesidad biológica, aunque nadie le ha
dado el nombré de instinto. Esa necesidad puede ser frustrada o puede ser
prolongada hasta más allá de su utilidad norm al. Tales vicisitudes, prolonga­
ciones y frustraciones dependen, en parte, d e la actitud del progenitor para
coíí él niño, fiero más aú n de la actitud de éste para con aquél. P or lo tanto,
sera conveniente exam inar esa actitud desde el punto de vista del niño.
El psicoanálisis ha hecho una aportación im portantísim a al estudio de ese
problema. Freud éñtresacó algunas dé las ideas principales de los procesos
psíquicos en las neurosis de compulsión; Ferénczi tranó esas ideas como punto
de partida para la investigación d el desarrollo del sentido de la realidad y
Rado las ha utilizado pára explicar algunas d e las actitudes básicas del hipno­
tizador y del sujeto, del padre y del hijo* F reud puso de m anifiesto lá “omni­
potencia del pensam iento” en las neurosis, lo que significaba, sencillam ente,
qué el patíéhte creía q u e sus pensamientos teníanefkriencia m ágica y que
c o rto había tenido m uchos pensamientos hostiles a aquellos que amaba, tenia
que inventar m edidas neutralizantes o autopunitivas. Freud sacó la conclusión
dé que esa debe ser una idea predom inante en la infancia. Fereitczi corroboró
lá idea freudiana y encontró qué tenía una aplicación m ucho más am plia.
En otras palabras, el psicoanálisisJdescubrió que los niños no se dan cuen­
ta d e su desvalimiento, sino qué, por el contrario, se sienten como ¿i controla­
sen el mundo. ¿Cómo puede producirsé eso? Los padres reconocen la impoten­
cia, del hijo, le conceden la ayuda sin que sea solicitada y se anticipan o buscan
las indicaciones de m olestia. No h a y duda de que las necesidades dé! niño son
todavía limitadas; únicam ente precisa de alim entó, del m antenim iento de una
DEPENDENCIA Y REACCIONES 57

tem peratura constante y d el cuidado de sus excreciones. El infante no tiene


más que un órgano efectivo, la boca, ya que sus funciones excretorias están
reguladas autom áticam ente. La efectividad d e lá boca se debe al hecho d e
que los nervios que actúan sobre los músculos em pleados pára m am ar y tragar
están mielinizados desde el m om ento del nacim iento. El reflejo de succión,
efectivo en el momento d el nacim iento, tiene que dar buen resultado* ya que,
en otro caso, cesaría su función y la criatura se negaría a mamar. Resum iendo:
debido a lo lim itado de sus necesidades^ a la eficacia d e la zofia bucal paradla
succión y al hecho de que la m adre es capaz d e interpretar todas stís m olestias
y hacer por él lo que todavía no está en disposición de hacer por sí mismé, él
niño puede llevar una existencia dichosa. Pero, incluso en esas condiciones
tan favorables, no está libre dé tensiones la vida del hiño. La madre no puede
atender a todas sus m olestias como, por ejemplo, el cólico y la hum edad
du tan te breves instantes.
Este período de la vida del niño no está som etido a valoraciones directas
de sujeción. C laro que el niño no puede com unicarnos sus expresiones. Se
puede observar, sin embargo, que m uéstra cierto rem edo de satisfacción, a n te
cualquier form a de eficacia. Con arm as tan rudim entarias como las qu e tiene,
es asertivo. Y de cuanto puede deducirse de los estados patológico®, puede
afirmarse que el control ejercido por la criatura sobre el medio am biente, m er­
ced a la intervención de la m adre, es inuy parecido al que se observa, subsi­
guientem ente, en las prácticas mágicas. Muchos cuentos de hadas éxplotáh ésa
forma de control. El más sencillo y completo de todos es el que nos ofrece
la narración de la lám para de A ladino, en que el genio obedece cadá vez que
A ladino frota la lám para y el m uchacho no queda obligado a aquél en ningu­
na form a. U nas cuantas vocalizaciones del niño ponen en movimiento toda
una serie de cambios complicados en el m undo exterior que aquél no llega a
comprender, pero que term inan por suavizar su tensión. Es muy poco proba­
ble que el niño se dé cuenta de ese estado de cosas y es más que probable que
cualquier idea form ulada al respecto .sea una reconstrucción verificada en un
período posterior. D urante este período de control mágico a través de la m a­
dre, n o podemos hablar d e actitud de dependencia del niño,* puesto que para
que ta l actitud exista es preciso ten er una tensión de deseo, un conocimiento
de la insuficiencia de los recursos para satisfacerlo por sí mismo y una acti­
tud de solicitar que otro lo satisfaga.
En la experiencia clínica se hace presente otra idea muy im portante
asociada a este período d e control mágico, que se ha observado durante el
análisis de diversos casos paranoides. Cuando estos tipos establecen una rela­
ción con algún individuo, no consideran a la otra persona como una entidad
58 ORIENTACIONES BASICAS

separada sino como un accesorio de ellos mismos.6 Como decía un paciente:


“No experim ento la sensación de separación de la otra persona.” D urante
m ucho tiempo se ha calificado esa situación la “ pérdida de las fronteras del
ego” y se la ha considerado, generalmente, como una manifestación de “ nar­
cisismo”. En los individuos paranoides se perpetúa la relación del niño con la
m adre sobre la base del control mágico; cualquier otra relación se basa en
la suposición expectante de que la otra persona será meramente un satélite al
qu£: se usará para obedecer y ejecutar sus deseos mágicos, para enaltecer
su propia estimación. Es ésta una de las frustraciones básicas que convierten
al perpetrador de esas frustraciones imaginarias en perseguidor y, como con­
secuencia de ello, en un objeto de odio.
El período de om nipotencia mágica del niño no se prolonga durante
m ucho tiempo, ya que aquél está im pulsado por el proceso del crecim iento,
que altera, sim ultáneam ente, tanto las necesidades como los recursos del niño.
Sin embargo, los recursos nunca llegan a bastar para las necesidades y es pre­
ciso que el niño desarrolle nuevos procedimientos para satisfacerlas. Comienza
a fallar, entonces, la técnica del control mágico. Comenzamos a observar, en
ese momento, la actuación d e un conjunto de fuerzas cuyas combinaciones
variables conducen a resultados diferentes. El m edio ambiente y el proceso de
crecim iento estim ulan nuevos tipos de adaptación que, más adelante, son
aceptados o rechazados. En el primer caso se encuentran nuevos tipos de
gratificación y se establece u n sentim iento de confianza en ellos, en el segundo
caso el niño se m uestra tím ido en aceptarlos y se apega al procedim iento de
batirse en retirada y confiar en que su guardián continúe la prestación de sus
mágicos servicios. Siempre que se produzca una situación a la que el niño
no es capaz de enfrentarse con éxito y qué va acom pañada del reconocim iento
de la limitación de sus recursos y de la esperanza en la ayuda exterior, tene­
mos una acritud de dependencia. U na de las influencias más im portantes que
tienden a perpetuar esa actitud de timidez y dependencia es el fracaso en los
nuevos tipos de adaptación; la dependencia m arca, en realidad, la continua­
ción de los efectos inhibitorios del fracaso. Puede decirse que la actitu d de
dependencia se debe en todos los casos al fracaso de los recursos, pero este
fracaso puede ser debido a la prohibición social del ejercicio de determ inados
impulsos, a defectos constitucionales determ inados o a interferencias acciden­
tales* Se h a (¿servado que son frecuentes los fracasos en el desarrollo de téc­
nicas nuevas, que se encuentran en estado de cambio constante. Es muy
probable que en esas coyunturas reviva la confianza en la ayuda mágica. Las
invocaciones ocasionales d e ese género no serian especialmente dañosas, pero
6 Este progreso no es “identificación”, pero es uno que la identificación trata d
reinstaurar una vez que el ego ha sido establecido como entidad separada.
DEPENDENCIA Y REACCIONES 59

la experiencia nos ha m ostrado q u e cuando el equilibrio entre el fracaso y la


influencia inhibitoria se resuelve m ediante el deseo habitual de la ayuda
mágica, éste se convierte en un tip o perm anente de reacción, se- retarda gra­
vem ente el desarrollo del ego o bien los recursos ya desarrollados n o se
encuentran en disposición de ser empleados fácilm ente.
C uando se establece la actitud de dependencia d el ego renace el deseo de
kt continuación del cómodo control mágico, pero com o ha indicado R ado,7
ese deseo h a experim entado una modificación im portante. Damos por hecho
que el niño se ha .dotado a sí m ismo, durante la infancia, de un, sentimiento
de om nipotencia. Empero, en la actitud de dependencia, dota al progenitor
con esos atributos mágicos. Pudiera decirse que no se trata de una actitu d
nueva, sino que es la misma m antenida durante la infancia, pero el sentido d e
la realidad del niño ha crecido y se da cuenta de la falsedad d e.su anterior
ilusión de grandeza. R ado caracteriza ese estado d e cosas en la siguiente
form a: “Esa proyección de om nipotencia sobre el progenitor se efectúa con
el fin de que éste haga uso de su poder exclusivam ente en provecho del niño.
En esa form a, el carácter de la seguridad se establece^ en esa época, sqbre la
base d e que el agente ejecutivo n o está dentro de sí mismo sino en otra parte.
La persona depediente se somete a esa relación, altam ente degradante y m aso-
quista, con Dios, el rey o el padre, con.la ciega esperanza de que ese poder así
delegado se empleará en beneficio exclusivo del sujeto.” Y así, la dependencia
se convierte, en realidad, en u n procedimiento de perpetuar o recobrar la
om nipotencia infantil. Produce, sin embargo, desastrosos efectos sobre la efi­
cacia e independencia del individuo.
La persistencia de esa actitud tiene innum erables vacantes y debem os
seguir la pista de sus consecuencias Sobre la form ación del carácter. T iene la
mayor im portancia en la apreciación de cómo se im pone la disciplina.
Se deduce de lo anterior que si el niño continúa m anifestando actitudes
de dependencia con respecto d e l progenitor, como tiene que hacer d u ran te
m ucho tiem po, habrá d e ejecutar, determ inadas cosas con relación al progeni­
tor, con cuya ayuda mágica desea contar. Debe hacerse amado del progenitor
y aprende, desde la m ás tem prana infancia, que este amor puede ganarse
m ediante la obediencia o la aquiescencia a m uchas disciplinas.
Tratem os de definir dos tipos de disciplina: directiva y restrictiva. A ctúa
la prim era m ediante la imposición de un tipo de conducta sobre otro indivi­
duo, dirigiendo la forma en que debe ser hecho algo; la segunda, merced a la
prohibición d e una actividad o d e la forma en que se ejecuta. El procedi­
m iento puede estar respaldado p o r castigos o recompensas explícitas o im plí­

7 Conferencia inédita sobre el hipnotismo, N. Y. Psychoanalitic Instituto, marzo, 1937.


60 ORIENTACIONES BASICAS

citas* Hay que hacer esas subdivisiones bajo el epígrafe general de disciplina.
La enseñanza debe ser consideradá com o disciplina; puede llevar aparejadas
recompensas o castigos. Pero el aprendizaje del idioma por el niño, que es al
parecer la m enos dolorosa de todas las disciplinas, puede ser considerado
también como una de ellas por ciianto lleva anexas recompensas y castigos:
Quizás sea necesario hacer otro distingo: el de que una disciplina restrictiva
tiene que interferir con el tipo de proceder o con una inclinación natural de *
una persona* La disciplina significa, pues, en cada caso, la interferencia
con una adaptación existente, biológica o sociológica,' y lim ita la oportunidad
de elección de acción.
En muchas d e las disciplinas, los niños no pueden apreciar los fines hacia
los cuales se les dirige. Pero no hay ninguna época en la que el niño no pueda
darse cuentá d e que si no obedece será castigado o no se le querrá. Los padres
son demasiado explícitos en este punto. De aquí que sea im perativa la acep­
tación de la disciplina por el niño, incluso cuando aquélla choca con una
inclinación n atu ral ó con una adaptación pie-existente, con objeto de conser­
var el interés de ser aprobado o protegido o con el de gozar del beneficio,
reál o imaginario, de los poderes mágicos del progenitor. Si, ccwno consecuen­
cia de ello, abandona el niño, por m andato paterno, un placer establecido,
lo hará solam ente con la esperanza de que el progenitor le proteja contra sus
temores y ansiedades* No podemos pasar de aquí e n el em peño de identificar
el equilibrio de fuerzas que se term ina con el m antenim iento de aquellas
mores que interfieren con gratificaciones básicas. Existen, igualm ente, otros
mecanismos, pero no es preciso que los examinemos en este lugar.
Tenemos que seguir ahora las consecuencias de esa aquiescencia por parte
deí niño., De en tre un gran núm ero d e casos registrados, podemos sacar un
ejemplo extrem o de una grave neurosis de compulsión que dem uestra la
fuerza de la dependencia en forma verdaderam ente dram ática. Nos servire­
mos para» ello de uivcaso de prohibición sexual im puesta p o r el progenitor a
un niño extrem adam ente sometido a dependencia. Los padres im ponen esa
disciplina con amenazas de castigo o d e pérdida de La aprobación. M uy pocos
niños creen en esas amenazas, a menos que estén convencidos d e ja seriedad
de los U no de mis pacientes de ese tipo continuó m asturbándose en
secreto a pesar de las órdenes m aternas, pero su m adre podía observar su pene
irritado y acusarle de quebrantar la prohibición. U n día su m adre le prohibió
comer nieve y al llegar a la casa le acusó de haberla comido, lo q u e era cierto^
Esto convenció al paciente de que su m adre lo sabía todo y d e que no servía
de gran cesa tratar de engañarla. A bandonó entonces la m asturbación manual
y la sustituyó con fantasías de ser golpeado que se term inaban en una gran
DEPENDENCIA Y REACCIONES 61

hum illación.? Acabó por representarse el impulso sexual, cada vez q u e lo


sentía, bien m ediante fantasías masoquistas en las que representaba el papel
d f \4ctiraa q¿^$f* en -fantasías sádicas en las que la violencia se hacía recaer
sobre otros. Se dedicó entonces a la labor de im pedir que surgiese en su m ente
el.jm pulso sexual, lo que resultó una tarea verdaderam ente difícil* T enía que
distraer su m ente con ritos obligatorios de todas clases, cuya finalidad estri­
baba en iippedirle realizar algún acto cruel p antisocial, que era la form a que
se le presentaba entonces r«n la conciencia el deseo sexual. Hacía to d o eso
para garantizarse la protección de los padres* Pero dejó, al mismo tiem po, de
ejercer el menor control sobre sus impulsos sexuales. Ese sector de su vida
estaba, a la sazón, gobernado y dirigido por su m adre o quedaba a cargo de
cualquier^ a quien asignase esa misma función protectora.
Se deduce, por lo tanto, de este caso y d e m uehps otros, que cuando
hablamos de disciplina no podem os referirnos a la autoridad d e ios padres sin
apreciar que esa autoridad no es exclusivamente im puesta, sino, en parte,
delegada por -el niño* La palanca de la autoridad de los padres se apoya sobre
dependencia del niño* Puede definirse, por lo tanto, la autoridad com o un
concepto behavioristsi que describe una relación de sujeto a objeto en la cual
adopta el primero una actitucl de aquiescencia con respecto de la conducta
prescrita pqr el segundo sobre la basé del poder poseído por el. objeto # 4^1p-
gado a^éL Peio esa autoridad no es siempre eficaz respecto a l niño, si n o se
satisfacen las necesidades de dependencia. Algunos niños n o delegarán esa
autoridad por tener la; convicción, basada en la experiencia, d e que les serán
n e g a d o ^ riq p íñ p y la protección incluso si se m antiene la leuunciaciqQ
impuesta*9, . i ^ ...
Hay otras varias consecuencias de la imporiciótvjde disciplinas que en tra;
ñan el abandono o reducción de la actividad necesaria para consuma? una
inclinación q impulso aunque el impulso mismo no pueda ser borrado:
l) Comienza a bloquearse el crecimiento del eg p .Z j Se im pide el desarrollo
de la actividad ep cuestión. 3 ) Esta combinación ^conduce al derrum be defi­
nitivo de la propia estimación del niño. 4 ) A su vez, esto retarda el desarro­
llo de otras actividades, porque una vez. que se ha instituido una represión
tiende a ser usada de nuevo y el individuo se da cuenta de que se ha perdido
para él la satisfacción de que se trata. 5) La represión crea una base papa
odiar al progenitor, odio que debe Ser reprimido y que sólo sirve para acen­
tuar el m iedo hacia aquél. 6 ) Se hacen precisas con ellp formas de expresión
de ese odió, o 7) se erige la creación constante d e nuevas recompensas para
8 Vid. Una- exposición más cumple t a d e este caso, en cap. x, epígrafe sexto.
Esa situación es notablemente destacada en los tipos crimínales y paranoicos y ese
tipo de reacción se encuentra en la raíz de la mayor parte de las actitudes rebeldes.
62 ORIENTACIONES BASICAS

la renunciación. La mayor parte de éstas afectan al destino personal del indi­


viduo, pero el odio inconsciente hacia los padres es común a todos cuantos
viven bajo tales instituciones. Podemos esperar ver alguna expresión institu­
cionalizada de ese odio reprimido.
Dichas series d e reacciones pueden ser propias de las disciplinas a las
cuales está som etido el “instinto” sexual hasta donde llegan sus manifestacio­
nes infantiles, pero n o es ciertam ente típico de todas las disciplinas. Exami­
nemos las consecuencias de la disciplina anal. Como en él caso de las demás
disciplinas, im puestas en la niñez, constituye ésta un tipo d e cuya finalidad
no puede form arse idea el niño en la época en que se la impone. La zona
anal es, prim ordialm ente, un órgano evacuatorio. N o está sujeta, en el mo­
mento del nacim iento, al control voluntario y las sensaciones de que el recto
está lleno no constituyen una señal para retener o expeler. La dem anda del
control d e esfínteres llega en una época en la que el n iñ o está atareado
aprendiendo más cosas de sí mismo y de sus relaciones con el íhundo exterior
que en ningún otro período posterior de su vida. En este proceso de acomo­
dación al m undo exterior pueden encontrarse numerosas dificultades. La dis­
ciplina anal es fundam entalm ente cuestión de identificar las sensaciones de
plenitud, de aprender lo que significan y lo qué es preciso hacer cuando se
producen. Cóm o quiera que el esfínter n o está anteriorm ente sujeto a control
y se evacúári lo s' intestinos en cualquier momento y en ctialqüier sitio, la
nueváf educadón requiere una vigilancia, un sentido de la responsabilidad y
una técnica* Esta últim a es, al principio, muy sencilla; consiste en avisar
d e la necesidad al progenitor. En gracia de la brevedad prescindirem os de
considerar el control uretral como un caso especial. El control anal es, fun­
dam entalm ente, un a cuestión de contención.
P a í^ e com probada la condición hedónicá de la zona anal. La génesis de
sus cualidades placenteras es, sin embarco, muy oscura. Si tenem os en cuenta
que las sensaciones procedentes del propio cuerpo dél ñ iñ o deben constituir,
durante algún tiem po, su preocupación principal Y sobre la cual hace serias
incursiones lia creciente demanda de atención del m undo exterior, podemos
aventurar la hipótesis, sujeta a ulterior comprobación, de que la persistencia
del interés en las sensaciones corporales del ano y de la u retra son pruebas
evidentes del fracaso experimentado en derivar el placer adecuado de otros
contactos con el m undo exterior.1® La disciplina introducida en esas condi­
ciones tiené que obstaculizar esos placeres primitivos. C ierto, pero Zen qué
gradó? La disciplina del esfínter'no estorba los placeres producidos por las
heces fecales al pasar por el recto. Sólo choca con la irresponsabilidad y,10

10 Vut. cap. x, epígrafe quinto.


DEPENDENCIA Y REACCIONES 63

posiblemente, con el deseo d e libertad y, lo que es más im portante q u e nada,


choca con la anterior omnipotencia*
A ún es posible señalar otro aspecto d é la s cualidades hedónicas asociadas
con la zona anal. En individuos paranoides y en caracteres extrem adam ente
dependientes puede observarse otro uso d e la zona anal. Para apreciar ese
fenómeno, tenemos que recurrir o tra vez a la reconstrucción de las experien­
cias de las impresiones del niño con anterioridad a la institución del control
anal. D urante ese periodo n o puede dejarse de asociar a las actividades anales
con el tierno cuidado m aternal. E n consecuencia, esas actividades pueder
adquirir el significado d e atraer o solicitar el am or m atém o sla disciplina lleva
al niño uñ orden de valores enteram ente diferente. El fracaso observado en el
control de esfínter no lleva consigo el cariño sino la critica, la reprim enda o
el castigo; el efecto prim itivo de a tra e r el cuidado m aterno se asocia entonces
con atributos repelentes. M uchas de las ilusiones de los paranoicos d e que
repelen a las gentes por los hediondos olores que exhalan son intentos frus­
trados de reconquistar los medios primitivos d e solicitar el cariño. D ebido a
las variadas y complejas asociaciones que van unidas a la zona anal, u n ero­
tismo anal unitario no constituye un concepto operativo eficaz.
Si es cierta la hipótesis acerca del control mágico del niño, podremos ver
que la disciplina, de cualquier clase que sea, invierte la adaptación previa en
su totalidad. EF niño cesa entonces de controlar a la m adre y se ve obligado
a som eterse a una situación en la cual es aquélla la que controla francam ente.
Parece, por lo tantos más que probable que tal inversión se registre en la
form a más desastrosa sobre un niño que experim enta dificultades para deri^
var nuevas satisfacciones d é sus encuentros con el m undo exterior. Es en ese
punto donde se pone de m anifiesto para el niño la verdadera discrepancia
entre los padres y el yo, cuando el deseo de nuevas sensaciones que la activi­
dad d e los adultos m antiene en todo momento ante sus ojos se ve continua­
m ente refrenada por sus propias incapacidades. D e ahi deriva, probablemente,
el elem ento de dolor y frustración; que se refleja* subsiguientemente, en
la fantasía sadom asoquista en lá que se describen frustraciones. Rado11
se h a expresado en términos análogos.
La reacción frente a la disciplina anal tiene que depender, en consecuen­
cia, d e una m ultitud de factores que escapan, hasta la fecha, a nüéstrós
conocimientos. Sin embargo, si observamos solam ente los “impulsos instinti­
vos” y los segregamos del contexto de la experiencia total de la vida del niño,
podemos ver en esa fase de dificultad para ajustar las nuevas experiencias, el
derrum bam iento de la vieja ilusión de omnipotencia, una fase “sádico-anal”

11 Conferencia inédita, N. Y. Psychoanalitk Instituto, noviembre de 1937.


64 ORIENTACIONES BASICAS

d e desarrollo* Sea como sea, el hecho es que puede llegar a sobreestimarse la


función hedónica de la zona anal.1-
La cuestión más im portante que hay que tener en cuenta es la de que
puede hacerse frente de dos m aneras al requisito social de limpieza y orden.
O bien el niño lo acepta y, como consecuencia del deseo de congraciarse con
el progenitor, se hace limpio y ordenado, o bien se rebela contra la disciplina
y se niega a aceptarla. Pero esta negativa reviste un carácter especial; tom a la
form a de terquedad. Esta característica no se deriva exclusivamente de la dis­
ciplina anal, sino tam bién de otras disciplinas. E n resumen: la limpieza y el
orden son formas de aquiescencia a requisitos culturales y constituyen, por lo
tanto, form as de obediencia.13
Y así, la disciplina anal es un ejemplo más de cómo se impone al niño un
requisito cultural antes d e que $ea capaz d esp reciar su significado o de apro­
vecharse de su utilidad. En ese momento, la aquiescencia es u n m étodo de
congraciarse. El aceptar y obedecer equivale a establecer condiciones para, ser
am ado y protegido. Es esa la primera experiencia que tiene el niño de
ser “ aceptado socialmente”. * .

TIPOS DE DOMINIO, INFANTIL Y ECONÓMICO

N o estará de más en este momento que revisemos el terreno que hemos


reco rrid a hasta ahora. Comenzamos con la idea de,, averiguar cuáles son los
rasgos psicológicamente relevantes de una cultura. Tomamos en considera­
ción algunos delosrasgos de nuestra propia cultura y tratam os, con la ayuda
d e cuanto sabemos acerca del individuo de nuestra sociedad actual, de d eter­
m inar las acciones recíprocas entre instituciones ^individuo. Pero lo hicimos
desde el punto de vista del desarrolla Insistimos sobre los efectos derivados
d e dos clases de disciplinas» las concernientes a las actividades sexual y
anal, y decidimos que el factor más im portante era la dependencia del niño
con respecto-de; k s padres,D escribim os adem ás algunas de las consecuencias
sobre el individuo,.e indicam os aquélla? que era m ás probable,que tuviesen
consecuencias secundarias sobre la cultura como conjunto. Podemos, p o r lo
tanto, suponer sin tem o: a errar, como se dem ostrará a l estudiar las culturas
cgsj^paradsts, que las disciplinas sexual y anal constituyen hitos im portantes

. 12 Wilheln) Reich / Characterancdyse) ha señalado que .el sadismo, considerado ori­


ginalmente como característico dél'erotism o anal, sé puede encontrar asociado con todos
los erotismos^ A esto podemos añadir nosotros que el estudio de las neurosis traumáticas
muestra que el sadismo es la m oneda en que se expresan todas las actividades cuando hay
inhibición o frustración de sus formas organizadas.
13 Freud, Civilítflnoii and Its Disconrents (Tr* de Joan Riviere: Londres, 1930), p. 62.
TIPO S DE DO M IN IO 65

de instituciones psicológicamente relevantes* Hemos indicado tam bién que,


aunque la hayamos exam inado enteram ente desde el f>unto d e vista del ñiño,
te necesidad de dependencia es u n factor social d e im portancia prim ordial.
Es probable que la form a en q u e una sociedad satisface esos anhelos d e
de dependencia, tanto en el niño como en el adulto, constituya u n indicador
im portante de la dirección general que han de tom ar las instituciones de u n h
cultura*
Pero esas disciplinas no son muy representativas; existen otras m uchas
que no chocan con las necesidades básicas* Por el contrario, m uchas disci­
plinas fom entan y acucian la curiosidad, la iniciativa y la actividad, lo que el
individuo acepta y sigue ardorosam ente. A prender a hacer lo que hace el p ro ­
genitor, no siempre resulta doloroso para el niño, cuando se le perm ite q u e l o
haga y cuando la ayuda paterna se presta libremente* Este tipo de disciplina
debería ser designado con otro nom bre, preferiblem ente el de “preparación”.
Examinemos, pues, la “ preparación” para la efectividad en procurar sa­
tisfacciones derivadas del m undo exterior. Tales actividades se, refieren ge­
neralm ente a la explotación d el medio am biente con objeto d e subsistir
económicamente* El núm ero de actividades y habilidades necesarias es innu-
merable. <
D urante el periodo norm al d e dependencia el n iñ o no tiene contacto
directo con la técnica de subsistencia practicada por la cultura en su conjunto.
Ya hemos indicado que el conjunto biológico d e las cualidades del hombre n o
perm ite una participación muy tem prana en esas actividades. De esá d ilació a
se obtiene, sin embargo, u n gran beneficio para aum entar las potencialidades
de habilidad.
La preparación para la actividad “económica” en la avilización occidente!
constituye u n proceso extrem adam ente complicado que habremos de subdivi-
dir con el fin de tratar sus diversos aspectos. La examinaremos bajó Ids epígra­
fes de las técnicas infantiles de dominio, su persistencia e influencia; las
vicisitudes de la técnica de dominio; la división de la función y su relación
con la cooperación y la com petencia; los valores de subsistencia y prestigio en
las ocupaciones económicas; los derivativos del prestigio y los conflictos de>
rivalidad; y las actividades económicas en nuestra cultura.
La forma más tem prana de dom inio identificada en la criatura hum ana,
con anterioridad al m om ento en que la m ielinizadón es completa, está aso­
ciada con la boca. Los niños,14 antes de que el uso de los miembros sea m uy
eficaz, se llevan los objetos' a la boca. El prototipo de esto es, sin duda alguna,
la experiencia de la lactancia. .
14 Véase S. Bemfeld, The PsycKology of the infant (Nueva York, 1929), pp. 72-83
178486.
66 ORIENTACIONES BASICAS

El dom inio oral constituye u n aspecto d e todos los seres hum anos, sea cual
fuere la cu ltu ra en que viven. El estudio de las neurosis traum áticas ha demos*
trado, en form a concluyente, q u e cuando llegan a inhibirse todos los tipos
subsiguientes d e dominio, éste es el más inconmovible* M uchas de las m ani­
festaciones patológicas de dicha neurosis deben su origen a esa forma de
dominio. Es igualm ente exacto que m uchos de los fenómenos que tienen lugar
en las culturas aborígenes corresponden a tipos d e dom inio oral, pero no
porque supongan una “regresión” a esa etapa de desarrollo. Los fenómenos
orales pueden indicar inhibiciones de tipos posteriores de desarrollo o el fra­
caso de los recursos para enfrentarse con ciertas eventualidades. Tal es, espe­
cialmente, el caso de las ansiedades de alim entación y algunos de sus deriva­
dos. No quiere esto decir q u e exista paralelo alguno en tre ontogenia y
filogenia. Indica m eramente que cuando todos los dem ás recursos fracasan en
el hombre prim itivo y en el contem poráneo, ambos se apoyan en la m ism a
experiencia ontogénica. Y significa, además, que cuando no se ha aprendido
ninguna otra técnica, esta experiencia, inmediata y universal, sigue siendo el
sustituto m ás próximo.
¿Qué es lo-esencialm ente característico de esa etap a y a q u é se debe su
tenacidad? La boca es la primera zona de efectividad y sigue siendo, a lo largo
cíe toda la vida, un anexó im portante de la existencia, pero su función se
convierte, posteriorm ente, en especializada. D urante la niñez se usa, con
frecuencia, cóm o arm a ofensiva y defensiva, como en él acto de m order.
Pero en la infancia es la zona exclusiva de efectividad, con relación ál m undo
exterior. Está asociada con la im potencia absoluta con respecto de otros ins­
trum entos eficaces; los miembros son inútiles y los órganos d e los sentidos
insuficientes. Por otra parte, las necesidades más sencillas* y el trabajo real
necesario p ara aliviar las tensiones corre habitualm ente a cargo de la m adre o
de otras personas. En otras palabras, la boca es el único órgano eficaz de dom i­
nio durante el estado más dependiente. Este tipo'de dom inio puede calificar­
se de dom inio oral, término q u e es preciso no confundir con la fase oral
pregenital de la libido. Es cierto que la bibliografía psicoanalítica describía
ese tipo d e dom inio bajo el epígrafe de libido, pero no trazaba la distinción
entre la función de utilidad d el órgano y su función de placer, y se conside­
raba únicam ente a las formas d e dom inio como fases del desarrollo d e la
“libido”. Podemos decir, por lo tanto, que la expresión “gratificación oral”
puede representar el éxito total d é esa tem prana adaptación.
En esa etapa de dominio o ral hay varios tipos d e pensam iento, descritos
con frecuencia en estados patológicos. El niño considera el acto de m am ar (o
lo reconstruye así en fecha posterior) como el de comerse a la madre, form a
TIPO S r e DOM INIO 67
mgenuá d e canibalismo»15 C ontiene la idea o constelación de: ‘‘Com iéndote,
me hago m ás grandevo te absorbo dentro de m í m ism a”
Podemos dibujar otro tipo d e constelación q u e surge del acto d e llorar
como agente mágico, porque va seguido, frecuentem ente, por un alivio de la
tensión, alivio que t í niño no ha hecho nada por procurarse.
Podemos, por lo tanto, resum ir la etap a de dom inio oral diciendo q u e es
aquella en la qué se crean las siguientes constelaciones:16
1) T u (la m adre) y yo, somos uno mismo.
2 ) A l comerte, lo controlo todo; me convierto en ti, puedo hacer lo que
tú haces por mí.
3) Separarm e de ti equivale a perder el control sobre ti y sobre el m u n d a
4 ) M ediante el llanto (exclam ación oral) puedo invocar la ayuda mágica.
Esas constelaciones se observan con frecuencia en estados patológicos, no
sólo en la forma positiva de deseos de comer expresados en sueños, sino tam ­
bién en su forma negativa de ser comido, de la q u e nos ocuparemos m ás ade­
lante en el estudio de los tipos de frustración. E n tre tanto, tenemos unos
cuantos indicios que perseguir. Si la etapa del dom inio oral está asodada con
el control sin esfuerzo, la v u elta a los fenómenos orales, asociada a la inhibi­
ción de funciones desarrolladas posteriormente, indica un retomo* del dom i­
nio oral y d e las actitudes anejas al m ism a Se com prueba esto en las neurosis
traum áticas en las que se observan, con frecuencia, fenóm enos de dom inio
oral en conjunción con un aum ento de las actitudes de dependencia. . -
Esas constelaciones basadas en eh dominio oral son muy im portantes en el
estucho d e la cultura prim itiva al tratar d e reconstruir la técaÚCT del pensa-
m iento. '
N o es eséncfáT para los fines que perseguimos describir t í crecim iento y
eficacia d e aquéllas funciones "del ego que se refieren a la orientación, loco­
moción y perspectiva y a las infinitas habilidades que es capaz de desarrollar
la m ano hum ana. Sólo:es necesario recordar un pu n to : que en relación con
ese desarrollo se encuentra úna serie de éxitos, asociados todos ellos con cua­
dros o imágenes psíquicos, tan to de sí mismo com o de si mismo en relación
con una actividad y las satisfacciones derivadas d e la misma. En tanto q u e en
la infancia d cam inar puede ser un acto asociado con un sentim iento de
triunfo, en fases posteriores la gratificación va fijada con el objetivo; n o reside
ya en el acto de andar sino en el objetivo para el q u e se ha instituido el acto.

15 Se hace referencia al mismo en la literatura psicoanalíticft calificándolo de la etapa


ond ineprporativa.
16 La palabra “constelación” resulta mucho mejor en este lugar que el concepto "infe­
rencia”. El niño, en esa etapa, no infiere nada, pero es capas de experimentar grupos de
cosas en u n conjunto, especialmente si terminan en una gratificación.
63 ORIENTACIONES BASICAS

Es un hecho probado que algunas lesiones traum áticas pueden inhibir esas
funciones de orientación y locomoción.17 Las vicisitudes .a que pueden estar
sujetas ésas funciones completas d e l ego, son: 1) El m undo exterior puede
retirar su hospitalidad, como ocurre en los casos de inundación, terremoto,
hambre, etc* 2 ) Algunas de las funciones pueden quedar invalidadas por
lesión de los propios órganos ejecutivos, como en la ceguera, pérdida de un
miembro y casos análogos. 3) La oportunidad de em plearlas con fines de
subsistencia puede desaparecer com o en el caso del sin trabajo. Cada una
de esas vicisitudes ejerce influncias definidas sobre el conjunto de la perso­
nalidad.

CONFLICTOS DE SUBSISTENCIA Y DE PRESTIGIO, RIVALIDAD Y COMPETENCIA

£1 “crecim iento” d e f individuo se interpreta socialm ente en todas las


sociedades com o una aproximación al estado de la eficacia del adulto. En
nuestra sociedad, la división del trabajo origina problem as especiales para
el individua Las técnicas son tan num erosas que el individuo se ve precisado
a elegir según su aptitud, oportunidad o suerte; Así, por ejemplo, una gran
cantidad de personas trabajan juntas para la consecución de un fin común y
de los esfuerzos comunes deriva cada una de ellas su subsistencia. Existe, sin
embargo, psicológicamente hablando, una diferencia en tre la división d e fun-
ciones y k cooperación. En la prim era se dividen las habilidades y la tarea en
tal form a q u e cada uno ejecuta una p ó rd ó n especializada d e la obra que no
puede ser praerieada por ningún o tro del “equipo” de que se trate, El especial
problema social creado en nuestra cu ltu ra por esa situación, estriba en que las
diversas funciones de planeam iento y ejecución de una tarea determ inada y
las varias subdivisiones de estas últim as, llevan consigo valores relativos de
prestigio que se reducen tangiblem ente a distintos accesos variables al pode­
río económico y a l uso del producto term inado de la em presa común.
A sí, pues, la técnica del dom inio da por resultado en nuestra cultura una
dem an d ad e m edios de subsistencia, cuyos límites están determ inados fisioló­
gicamente; y d e valores de prestigio de grado y variedad infinitos. Toda la
fachada de nuestra cultura está form ada por aquellas instituciones que han
nacido do nuestras técnicas de subsistencia y prestigio, y la mayor parte de
nuestro pensam iento “económico” y sociológica trata de los problemas crea­
dos por esas instituciones. C uando se exam inan los conflictos “económicos”
presentes, resulta a m enudo difícil establecer la diferencia entre los valores de
subsistencia y los de prestigio ligados a los mismos. Es im portante m arcar esa
17 Véase Kardiner, “Btoanalysis of the Epileptic Reaction”, Psychoanalytic Quarterly,
I, n* 3, 394.
CONFLICTOS DE SUBSISTENCIA Y PRESTIGIO 69

distinción, ya que desde el p u n to de vista psicológico los dos problemas son


enteram ente distintos;18' " T v
La im portancia del estudio d é lo s conflictos psicológicos que suigen de las
ocupaciones comprendidas bajo el nom bre general de “económicas” dim ana
dél hecho de que eri nuestra cultura constituyen una parte esencial d elsiste -
rna de seguridad del Individuo y son los m edios directos de conseguir
fe seguridad relativa de q u eg éza cada individúo del grupo* Para apreciar la
naturaleza de esos conflictos, debemos contrastar el estado de cosas de nüestra
cultura con el de otras sociedades en las cuales* el trabajo es Comunal e in d i'
ferenciado, es decir, donde cada Uno puede hacer lo que cualquier otro
podría* y todos trabajan para conseguir un fin com ún cuyos beneficios se
prorratean después. En esas condiciones, el individuo está protegido Contra
las consecuencias dé sus insuficiencias e ineficacias. Su seguridad n o corre
peligro. E n una sociedad en la que la labor es m uy diferente según la habili­
dad o im portancia relativa de la función, los problem as psicológicos del indi­
viduo tienen que diferir de aquellos que se plantean eti una sociedad donde
la habilidad no desempeña papel alguno. U na sociedad en la que existe la
seguridad con respectó k' la subsistencia no confiere, necesariamente, u n a se­
guridadanáloga <¡m relación ál prestigio. Algunas sociedades confieren tin a
seguridad relativa en ambos cak)s y ótras en ninguno. ^
Desde el punto de vista d el individuo, tenemos que intentar alguna re­
construcción del significado del “ trabajo” y efe los fines émótiVos hacia los
cuales se dirige. N os encontráiríos, en prim er lugar, con la gratificación intrín­
seca aneja al trabajo ccarió fbnha de deminio. Hay que considerarla Como
una satisfacción básica sin conferirle el epíteto de “ instinto”. Lás satisfac­
ciones derivadas d d mismo son comunes a todas las ferinas dé dom inio.
Com unican al individuo u n sentim iento de eficacia y efe dominación. C uánto
más plenam ente domina el individuo su trabajo, más com pleta es su satis­
facción intrínseca. Este factor se convierte en punto im portante cuando trata­
mos d e reconstruir las satisfacciones que proceden del trabajo muy diferen­
ciado. Sin tom ar en cuenta el problema psicológico creado por la m onotonía
del trabajo, las satisfacciones intrínsecas sólo pueden ser pardales.
18 Las conclusiones acerca dé la fabrica psicológica de los conflictos sociales tienen
qtíé depender, por supuesto, del grupo de individuos de quienes se derivan. Las conclusio­
nes sentadas en este lugar proceden, en gran parte, del estudio del Upó burgués o educado
y pueden inducir a error con respecto a los mismos conflictos en tos grupos proletarios.
Opino que los conflictos proletarios difieren considerablemente de los qué tienen lugar
entre burgueses. Surgen, ostensiblemente, de valores de subsistencia^ Peto esto no tiene en
cuenta ¿1 hecho de que la situación psicológica es énteramehte distinta en ambos. Es muy
difícil establecer las diferencias entre los dos a causa de que, en la cultura de las democra­
cias, los conflictos de prestigio son inseparables de los problemas de subsistencia.
70 ORIENTACIONES BASICAS

Las gratificaciones de subsistencia tienen una base fisiológica, pero llevan


aparejadas cualidades emotivas. El estómago repleto, el calor, la salud, etc.,
son satisfacciones que se aprecian en sentido positivo y su necesidad se expe­
rim enta en form a muy profunda cuando están ausentes.
Las satisfacciones más difíciles d e apreciar son aquellas que van asociadas
con el prestigio.19 Talem os que aplazar el estudio de su significado profundo
basta que tengamos la oportunidad d e estudiar la estructura de la persona­
lidad. Entre tan to , sólo podemos tocar algunas de las consecuencias sociales
de ese conflicto. La búsqueda del prestigio es la respuesta a una necesidad
acentuada por la sociedad; pero la sociedad no crea el tipo de reacción, que
no es sino una versión especial de la eficacia o dominio. La organización social
puede realzar o hacer innecesaria la necesidad d el prestigio, es decir, de una
cl^se especial d e efectividad establecida por comparación con otros. Tenemos
que contem plarla desde el punto de vista de los factores psicológicos involu­
crados y de los valores particulares a los que va anejo el prestigia .
En térm inos de la teoría de la libido, el prestigio figura en un grupo de
necesidades narcisistas. Su existencia se basa en uno de los rasgos hum anos
más valiosos: la capacidad d e orientarse en relación con sus semejantes. La
búsqueda del prestigio m uestra esta característica del hom bre en un aspecto
desfavorable, ya que a ella se deben m uchos de los conflictos que se entablen
entre hom bre y hombre. Pero esta característica funciona tam bién en sentido
positivo^ con e l cual estamos perfectam ente familiarizados m erced a las inves­
tigaciones psiooanalíticas en las que se la califica .de m ecanism o de identifi­
cación. Esta expresión n a describe sino una cierta, dase d e relación entre el
sujeto y el objeto.
; Pódanos percibir un poco más la estructura psicológica, examinando los
valores a los q u e está unido el prestigio. Algunos de ellos son la riqueza, la
19 La psicología de Alfred A dler (T he N eurotk C onstitution, Nueva York, 1917) inten­
taba tener en cuenta todas k s perturbaciones neuróticas a basé de la búsqueda del prestigio
como ría “ficción guia”. La contrapartida neurótica de esa búsqueda era el célebre “senti­
miento de inferioridad”. Las ideas de A dler no sirvieron como base para erigir u n sistema
de psicología, debido a que se consideraba el sentimiento de inferioridad como una reacción
a una ficción guía y como el motor de una neurosis. T al era el sucedáneo que empleaba
Adler en sustitución del “instinto”. En la obra de K. Horney, The N euro tic Personedity of
our T im e (Norton, 1937)* puede encontrarse una interesante exposición ulterior del tema
del prestigio. Este tem a es casi inextinguible debido al g?pn número de valores a los cuales
puede ir unido y al hecbo d e q u e esos valores varían en cada acciedad. Se estudia esa mate­
ria en los caps, vi y vnr (ep. 6 y 11), pero se bar» hincapié sobre los aspectos psicológicos y
no sobre los innumerables problemas asociados con 2a obtención del prestigio. Vid. A. Kar-
diner, “The. Rede of Economic Security in the Adaptation of the Individual”, T h e Family,
octubre de 1930$ 7 también: “Security, Cultural Restrains; Intrasociai Dependencies and
Hostilities”, The Family, octubre, 1937.
CONFLICTOS DE SUBSISTENCIA Y PRESTIGIO 71

dase, la raza, los éxitos, etc., todos los cuales son instrum entos que contribu­
yen a establecer grados relativos de prestigio* E n una sociedad democrática,
las líneas de d ase social son relativam ente perm eables y la m ovilidad d e
status es considerable. La propiedad y la riqueza son bastante móviles, espe­
cialm ente por el valor económico de las capacidades especiales..
El valor de prestigio .dp la dase, y la casta, está unido esencialm enteal
acódente del nacimiento, respaldado por la propiedad y la riqueza. En las
democracias el valor de prestigio de la riqueza es muy p aread o al d e ln a c i-
miento en las aristocracias. El individuo que goza d e prestigio está siempre en
situación de exigir acatamiento, am or, consideración y admiración. En otras
palabras, el prestigio es poder. Coloca a quien lo posee en posición d e autori*
dad y a quienes lo confieren en uña situación d e subordinación* E l deseo de
adquirirlo es, en consecuencia, una respuesta a la ansiedad relativa a la
vergüenza, la degradación y la pérdida del respeto de sí mismo. Suconsecu-
ción lleva al aum ento de la propia estim ación y a la: seguridad de que esta
.propia estim ación se refleja en la estim ación de >los demás. ^ ^ r .
En la constelación de la riqueza observamos los usos para que se emplea
el poder “económ ico”. La riqueza tien e un valor de u tilid ad como m edio d é
cambio para conseguir bienes d e subsistencia, pero posee a d m á s u n poder
mágico p ata conseguir prestigio. La riqueza realza d tam año del egb; cuánto
más se tiene, m ayor es el ego. La propiedad se convierte en una p arte d e si
mismo* Esto se prueba por el contenido de las fobias d e empcbrecimieñtó;
cuando se pierde dinero, se pierde un a parte d e si mismo. M ediante el dine­
ro se puede erigir amor y lealtad. Las propiedades mágicas de la riqueza
son contagiosas. Las gentes que no poseen riquezas deséan asociarse con las
que las tienen, como si al hacerlo así-adquiriesen un aum ento ficticio o tem­
poral d el ego. Esta cualidad contagiosa del prestigio Constituye u n factor
im portante en la solidaridad social. T iende a dism inuir los conflictos relati­
vos al prestigio m ediante u n a satisfacción vicaria de lá necesidad del mismo.
La búsqueda del prestigio (riqueza, estimación, fam a, etc.) conduce a
una actitüd especial —la rivalidad— respecto dé las dem ás personas que
persiguen la misma finalidad. C uando consiste ésta en ofrecer a un usuario
común los bienes o habilidades de uno, ésa acritud recibe el nombre de com­
petencia. El efectó habitual de la actitud de rivalidád es el de engendrar la
hostilidad, el deseo de destruir, de disminuir la eficacia, de intimidar,, ate­
rrorizar o hum illar al rival, pero en el caso del com petidor, consiste en ase­
gurarse beneficios a expensas del contrario.
Las fuerzas psicológicas que actúan en la rivalidad se ponen m ejor de
m anifiesto en la establecida entre los hermanos. En este punto debemos re­
77 ORIENTACIONES BASICAS

currir nuevam ente a las neurosis para poner en claro lo que sucede. En
nuestra exposición de la dependencia hemos visto los factores que favorecen
el origen y persistencia de esa actitud. Es natural suponer» por lo tanto, que
cuando nace un herm ano durante el período en q u e el niño experim enta la
mayor necesidad de dependencia, no puede aquél por menos de reconocer
ese acontecim iento como una llam ada para ceder parte de sus derechos sobre
sus padres* C uanto más necesite al progenitor, mayores serán la ansiedad y
e l desam paro creados en el niño. Pueden producirse entonces tres reacciones:
1) odio contra el nuevo niño y deseo de poner fin a sus exigencias, 2) renun­
cia a las exigencias propias sobre los padres, 3) odio hacia los padres. La
prim era no puede ser expresada y la segunda es m uy difícil de realizar. El
odio h a d á e lriv a l y hacia los padres conduce a innumerables consecuencias.
Exam inem os dos resultados clínicos de esa situación de rivalidad infantil.
Se queja un joven de cleptomanía. Las cosas que se siente obligado a
robar carecen en absoluto de valor intrínseco, pero no puede resistir a la ten­
tación cuando sabe que “ puede escapar con ellas”. El síntoma es muy antiguo
y comenzó en la niñez. Ha sido e l tercero d e cincó hijos de padres pobres.
Su odio por sus herm anos, tan to mayores como menores, era muy agudo,
pero en e t momento actual m uestra muy poca hostilidad hacia sus rivales
y, a l mismo tiempo, m uy poca iniciativa. Se comprobó que su cleptom anía
era resultado de un conflicto irreprimible representado siempre, en sus sue­
ños, por alim entos. Lo que reclamaba en esa form a, con sus robos, era el
p e c h o q u e le* había sido “robado”. Sin embargo, coexistía ese síntom a con
o tro sistema com plicado de justicia compulsiva en cuya base se encontraba la
fórm ula: “Si yo obtengo mi parte, cuidaré d e que todos los dem ás tengan
la suya”, solución evidentem ente muy feliz de su situación de rivalidad con
sus hermanos. Sin embargo, el carácter compulsivo d e su “justicia social”, in­
dicaba que no todo iba bien en el fondo. Era una fachada que ocultaba
m uchas inhibiciones profundas, ansiedades acerca del éxito, m iedo de que
otras personas tuviesen conocim iento de sus éxitos, juntam ente con esfuerzos
furtivos para conseguir su libra d e carne* Por otra parte, se veía obligado
constantem ente a protegerse de la hostilidad d e los dem ás que podría desenca­
denar, su auto-afirmación o éxito; de aquí que eligiese en todo m om ento la con­
ducta menos visible e ignorase en absoluto sus inhibición^ de trabajo y el
p a p d que Hésémpeñában en su “corrección” compulsiva* En resum en, el pre­
cio que pagaba pbr un sistema, de igualar las rivalidades con sus hermanos,
consistía en som eterá a u n pacto recíproco d e garantizar la igualdad y de dar
salida, al propio tiempo, a su agresión acorralada en la forma de un síntoma
cleptom aníaco. El plan de im pedir que los demás hermanos obtuviesen
más qtte él mismo, conducía a otro en el q u e sus propias actividades queda­
CONFLICTOS DE SUBSISTENCIA Y PRESTIGIO 73

ban sujetas a la misma traba/ Sin embargo, ésta es u n a solución un tan to


complicada del problema en la cual tanto el paciente como los herm anos
quedan sujetos a las mismas restricciones. H ay otras m ás sencillas.
El otro ejem plo digno dé m ención es la perturbación creada en torno al
objeto de dependencia pdr un rival. Traen, para que sea sometido a trata ­
miento, a un m uchacho de 15 años que padece d e tics que comprenden la
boca y los ojos. Sus síntomas genérales acusan» evidentem ente, un grave con­
flicto relativo á la práctica de la m asturbación. Sin embargo» esos síntomas
tienen una larga historia cuya p arte más im portante es la situación infantil.
Su m adre dió a hiz a una hiña cuando el paciente ten ía cuatro anos. Lá$
series de cambios qué tuvieron lugar en su vida fueron m uy graves. Se le tras­
ladó de su habitación a otra. Recuerda que se enfadaba cuando oía hablar
de la recién nacida. A quella noche, cogió a su oso d e trapo y lo arrojó
fuera de su cam a. El oso era, evidentem ente, el sucedáneo de acostarse en
la m iaña cam a que su m adre. Lo m ás prom inente de su reacción era la ra ­
bia contra la m adre. Poco después tuvo un sueño q u e se repitió m uchas
veces hasta la fecha. En asé sueño recurrente, se encuentra siem pre é n i a
cama; un objeto,'grande y redondo, se aproxima a su cara y Cuando va á gol­
pearle, se despierta-aterrorizado. Ese objeto, d e acuerdo con sus a v ia c io n e s,
tiene algo q ü e ver con el Comer. Según el principio frecuentem ente estable­
cido por lá psicopatcftdgia, nuestro paciente está repitiendo ünk práctica qüe
fue placentera en sus tiempos, q u e a la sazón se le h a hécho inasequible y
cuyos efectos se han invertido. Ya no es placentera, sino horrible. Eso es lo
que ha producido el nacimiento de la herm anita. Sin embargo, a los cuatro
años ya no m am aba y no h a sido, p o r lo tanto, la lactancia lo que ha sido in ­
terrum pido ra n bruscamente, sino $ü acceso á la m adre y la esperanza dé ¿ü
dependencia de ella. A hora teme, desconfía y odia ta n to a la m adre como
a la herm ana. Otros desarrollos posteriores se tradujeron en cleptomanía de
objetos alim enticios y una gran variedad de tics.20 ^ '
En otras palabras, la rivalidad con él herm ano term ina en: l ) odio y
hostilidad hacia el objeto que obstaculiza, 2) una actitud de desconfianza íi
odio contra el objeto de dependencia, inhibiciones.
¿En qué difiere esta situación d e los conflictos relativos a la rivalidad en
los adultos? N o en m uchas cosas, excepto en la forma que adopta y los tér­
minos en qué se expresan los valores. .
Vemos, por lo tanto, que existen varias formas estereotipadas en las cua­
les se m anifiestan, con el tiempo, les conflictos relativos a la rivalidad y a l
prestigio: 1) alguna forma dé agresión, 2) ansiedad» 3) inhibición. Se facili-
20 La patología de ese caso se estudia posteriormente en él cap. x, a] final del epig.
quinto.
74 ORIENTACIONES BASICAS

taría mucho nuestro estudio de esos síntomas en la sociología comparada si


pudiésemos descubrir las fuentes sociales de dichos conflictos» La finalidad
de la rivalidad estriba en satisfacer o adorm ecer una ansiedad de desam para
La intensidad de esa necesidad es evidentem ente función de la organiza-
d o n social» D epende de la facilidad con que se satisface la necesidad» De
donde se deduce que en las sociedades en las que el individuo carece de pro-
tección, donde el acceso al amor y al apoyo de los dem ás está condicionado
a m últiples imposiciones sobre el ego, tales como la excelencia» la belleza»
el valor» etc»» se afirm ará más fácilm ente la ansiedad. Por el contrario» si la
organización social es tal que se reconocen las dependendas y se las resuelve
fácilmente, la ansiedad será m enor y tam bién lo serán la hostilidad mutua y
la lucha por obtener una posición segura.
Existe u n a unidad social que parece ser el determ inante de la seguridad
de que goza el individuo: el volum en de las relaciones, las líneas de de~
pendencia y lealtad o las de obligación que operan en el grupo propio.
En nuestra cu ltu ra, la familia y el grupo propio son básicos. Existen mu­
chos grupos propios basados en intereses parciales, pero en los años de for-
m ación el grupo propio está integrado exdusivam ente por la familia. No
hay en ella m ás que una m adre y u n padre que se hagan cargo de todas
las exigencias d e los hermanos. E sta situación se com plica posteriormente
debido a la situación sexual a que nos hemos referido anteriorm ente.
La cooperación de los miembros de nuestra cultura constituye, por sí
misma, un capitulo que no podemos detenernos a exam inar ahora. Los’mé­
todos e instituciones m ediante los cuales se efectúa la cooperación son dema­
siado num erosos para que los describamos. El mismo individuo puede par­
ticipar en los esfuerzos cooperativos de un gran núm ero de instituciones. La
participación e n los esfuerzos cooperativos está motivada» habitualm ente, por
la defensa de algún interés percibido conscientemente o por una causa que
pueda fom entar algún interés inconsciente. Dicha participación puede ser
una forma de identificarse uno m ism o con el que sufre o con d explotador, en
ninguno dé los cuales tiene el individuo ningún interés directo y consciente.

LA AGRESIÓN. SUS FORMAS Y EL CONTROL SOCIAL DE LA MISMA

En las instituciones de nuestra cultura y en las reacciones frente a las


mismas (pie hem os estudiado h asta ahora, hemos encontrado con gran fre­
cuencia un tip o de reacción: la agresión. Fue el propio Freud quien sostuvo
que todos los fenóm enos relativos a la agresión deben ser considerados dentro
de una categoría: la d e “instinto”. El uso de ese concepto para caracterizar
a la agresión creó dificultades, no tanto porque las observaciones en que se
LA AGRESION 75

basaron las conclusiones deducidas no pudieran ser probadas, sino porque


obligaba a pensar en “instintos” agresivos, como pensamos en el “instinto”
sexual, com o un impulso que. se origina en tensiones somáticas que exigen
una descarga periódica» Si aplicam os ai concepto de agresión la distinción
entre la causa del impulso, m finalidad y la actitud o com portam iento ne­
cesario p ara consumarlo, hallam os que los tipos de proceder precisos para
consum ar la agresión nunca son enseñados ni necesitan serlo» El individuo
tiene siem pre alg u ra técnica para su expresión» pero esa expresión está con­
trolada o im pedida por la sociedad o su representante, el progenitor* Por lo
que respecta al im pulso en sí mismo, no es posible identificar sus fuentes so­
máticas n i se pueden clasificar de m odo definido las satisfacciones que deri­
van de su ejercicio» A l calificar a la agresión de “instinto” se eluden todas
esas cuestiones* Se hizo algún ensayo para establecer la distinción entre el
objetivo y la actividad, llam ando al prim ero “dom inio” y a la segunda agre*
sión. La agresión puede ser ejecutiva de cualquier impulso; el dominio es
sencillam ente una forma organizada de agresión.
T eniéndó en cuenta que las actividades señaladas como agrébivás Son
tan num erosas y constituyen en nuestra cultura un objeto definido dé cóhtrol
social, tenem os qué tratar tfc: encontrar cuáles son las manifestaciones de que
intenta ocuparse la sociedad y las m edidas dé qüe hace uso a tal fin, así como
los efectos causados por tal íéfnésión sobre él individuo.
A tal efecto, podemos obterier algún provecho de lo que un em inente
biólogo denom ina el proceso dé adaptación. U exküll define la adaptación
como un proceso de eliminación y afirm a: “Es la elim inación del medio efec­
tivo de tqdos los objetos del m undo exterior.’*21 Las formas inferiores de
la vida llevan a cabo esa acción m ediante 1) la apropiación, comiendo o rp-
deando el objeto como hace la amiba, 2) la exterm inación, 3 ) la huida» Los
órganos d e los sentidos, órganos de exploración prelim inar, establecen contac­
tos con los objetos del m undo exterior y preservan tam bién el aislam iento
del individuo. Todas las form as de contacto con u n objeto pueden conside­
rarse, por lo tanto, como agresivas. Pero, como regla general, no se considera
a las funciones de los óiganos de los sentidos como agresivas. Los tipos de
contacto que establecen los seres hum anos com prenden m ucho más que la
mera apropiación, exterm inación o,huida» Pero sea cual sea su forma clí­
nica, todas las relaciones hum anas contienen un elem ento d e agresión si con
ese concepto significamos la energía dirigida en form a activa hacia otro ob­
jeto con el fin de establecer sobre el mismo alguna form a de dominio o con-

21 Jacob von Uexküll* Vmwelt und Umenwelt der Tiere (Berlín, 1909).
76 ORIENTACIONES BASICAS

trol para someterlo a fines de utilidad o placer. La utilidad se convierte, en


este sentido, en el uso interm edio para obtener una satisfacción final.
La definición de la adaptación de U exküll se aplica a la actividad que
se crea m ediante las propiedades perturbadoras de los objetos encontrados en
el m undo exterior. Coincidente con la definición de Uéxfküll es la de Bern-
feld,22 que agrupa todos ios impulsos y actividades de dominio com o aquéllos
que intentan restablecer un estado de reposo, que tienen como fin impedir
las propiedades perturbadoras del objeto. El acto de la atención se convierte
así en una respuesta a la perturbación causada por una intrusión de pro­
piedades de otro objeto o situación. La definición de Uexküll es altam ente
valiosa para que la tengamos siempre presente, habida cuenta, sobre todo,
de que la agresión posee una connotación tan especializada, en el sentido de
dañar, destruir o dism inuir, de algún modo, m ediante las fuérzasela eficacia
de algún objeto o fuerza perturbadores.
En aquellas'form as de dominio que el individuo emplea eficazmente la
agresión está bien organizada y cualquier cosa del m undo exterior que actúa
como influencia» p er turbadora es así “dom inada” de un modo brdenadb que
s e b a cpnvertidq.en habitual. Son algunas d e esas form as de dom inio: 1) so­
m eter objetos^ o individuos a los fines de u tilid ad del sujeto y 2) someterlos
con fines de placer. Pero supongamos que esa form a ordenada d e dominio
tropieza con tales obstácuíos\que n o es posible usarla. Tema entonces su
lugar alguna form a ruda de agresión; í^ ^ tjp o s clínicos de “agresión” pue­
den ser clasificados de la manera siguiente: ■& -
n La manifestación más sencilla d e la agresión tiene lugar cuando un an­
helo, ú ri déseo o un im pulso no es satisfecho o tropieza con graves obstáculos
como, por ejémplo, cúándo a un niño lactante se le retira el pecnp aptes de
que haya conseguido la plena satisfacción 6 se le rehúsa aquél cuando tiene
ham bre;’5L$f ágrésión que tiene lugar en esas condiciones es desorganizada.
f^M lqúi'ér^óriná, pór insignificante que sea, de auto-afirmación contiene, pues,
un elementó dé agresión; la interfetenriá cofi ú h acto mínimo dé auto-afir­
m ación crea m ás agresión contra el obstáculo. El tipo de agresión más im-
portante, desde el p u n to de vista social, es la forma qué se refiere á Is
interferencia con la au to-afim iadón éfi los^adultos.
Se produce una segunda mañiféstación d e agresión cuándo el ego fra~
casa, claram ente, al tratar dé d esartillar prbdediírtíéntós de dominio ó derivar
d e los miSffiós^ias necesarias satisfáécionés. T^ésenciamos en esos casos una
persistencia dé la “inclinación á destruir” m ucho después del período du­
ran te el cual se sustituye norm alm ente la destrucción por tipos m ás cons­

22 S. Bernfekí, The Psychology of the Tnfant (Nueva‘York, 1929), pp. 182=191.


LA AGRESION 77

tructivos d e dominio* H e estudiado ese caso en una niña que comenzó a


padecer d e epilepsia a los doce años.23 Su m adré notó su fracaso en el in­
tento de ejercer el dominio efectivo al observar que se caía y lastimaba con­
tinuam ente d u ran te k etapa de aprender a cam inar. Esa característica per­
sistió m ucho tiem po después de haber aprendido a andar- Siempre estaba
la niña destruyendo los objetos con que jugaba, encontraba el mayor deleite
en abrir agujeros en las paredes, etc. T al es el género d e casos que se citan
frecuentem ente para ilustrar el instinto nato de destrucción o una deteq^
ción en el nivel sádico del desarrollo. Esa observación es fenomenqlógicamente
correcta, pero cuando la calificamos de etapa d e desarrollo y de fijación en
ese punto, perdem os de vista el propósito de la actividad y las gratificaciones
que de ésta han d e derivarse. Así, por ejemplo, se h a interpretado en el
sentido d e qué el placer en la crueldad constituye un fin en sí mismo; de que
en realidad no es sino el mismo placer que se deriva de las formas de dom i­
nio m ás altam ente integradas. Así es como entiendo yo la expresión freudiana
de la "fusión de los componentes étotico y destructivo”. La niña en cues­
tión m ostraba esos mismds rasgos: de destrucción caprichosa de los anim ales,
cfueldad para compartos* gatos, moscas, etc. Experim entaba, al propio tiénv
po, un m iedo m óttal de sufrir daño,'indicio de que técnicas inapropiadas de
dominio dejan al individuo sm protección defensiva, así com o inhábil pá& ob­
tener gratificaciones de objetos del m undo exterior. Fue esta fobia d e recibir
daño lo que llevó, directam ente, al estallido de su epilepsia* E n este caso, la
inadecuación e sta la determ inada psieobiólógicamente e incluso quizás orgá-
nicamente*
, .■ La persistencia, en este caso particular, del placer experim entado en in­
fligir dolor y destruir objetos era up fracaso de las técnicas normales de do-
m inia Todavía n o se ha verificado^ desde ese punto de vista, upa investi­
gación ^suficiente para considerar demostrada esa hipótesis* Pero puede
encontrarse una confirmación indirecta en los fenómenos de la neurosis trau­
mática* En los casos en q u e se produce, la técnica de dominio está bien
desarrollada, pero se inhibe súbitam ente por virtud de la experiencia trau­
mática. Retorna, en estos casos, el carácter sado-m asoquista. En algunos de
ellos, renacen form as toscas de dom inio oral.
Por lo tatito, este tipo de conducta agresiva o destructiva, en sustitución
de tipos más refinados de dom inio, se debe a no haberse desarrollado téc­
nicas adecuadas o a su inhibición: en ninguno de esos casos están las técni­
cas a disposición del ego.

23 Vid. Kardiner, “Bioanalysis of the Epileptic Reaction”, Psychoanalytic Quarterly, J,


n° 3, pp. 426-432. '
78 ORIENTACIONES BASICAS

El complejo de síntomas del sadismo sexual pertenece, probablemente,


a esa categoría en la cual ha notado Freud la fusión indebida de los compo­
nentes destructivos (dom inio) y eróticos.24
La agresión es la actitud y actividad del ego dirigida hacia un objeto que
inflige dolor al sujeto o im pide la satisfacción de algún im pulso o necesidad
esencial. La agresión contra el objeto busca la destrucción de la efectivi­
dad de la fuerza obstructora. Es ésta la m anifestación más común de la
agresión y aquélla contra la que se imponen la m ayoría de las sanciones
sociales por un poder policíaco de cualquier clase. Es, en realidad, la misma
situacióñ que la anterior, aunque relativam ente distinta. U n objeto que su­
pone u n obstáculo, ocupa, en el prim er caso, el lugar d e los recursos dismi­
nuidos, pero los recursos son relativam ente insuficientes a causa del objeto
perturbador.
T ales actitudes y actividades agresivas no siempre pueden ser consuma­
das. La sociedad puede bloquear la actividad aunque n o pueda afectar a la
actitud del ego. Se puede odiar aunque no se pueda borrar por la fuerza
la1influencia obstructora. La sociedad puede controlar, m ediante sanciones
institucionales y castigos sistemáticos. La actitud de obediencia con respecto
de esas sanciones puede llegar a ser habitual y autom ática. Esa fundón au­
tom ática fue clasificada por Freud com o debida a la actividad del super-ego.
Sin embargo, debe notarse que la actividad del super-ego depende del deseo
de conservar ciertos intereses con los padres o la sociedad, tanto si se ha­
bla de ella com o de una función internalizada (super-ego) o se la considera
como u n a m odalidad del ego (condicionam iento). Es im portante señalar los
efectos de reprim ir la actividad asociada con la agresión. Son los siguientes:
a) cambios de actitud con respecto a una representación ideacioinal del ob­
jetó; b) cambios en la representación del ego; c) cambios en la representa­
ción d e la actividad. Tómése, por ejemplo, el odio hacía el objeto de Opo­
sición, p. ej,, e l odio al progenitor q u e se ópópe a la m asturbación. Ese odio
al progenitor, q u e no puede ser expresádq, se traduce en una inflación de su
importancia com o cruel y bondadoso, exagerándose ambos aspectos. Se pro­
ducen tam bién la disminución de la propia estimación d el niño y la inhibición
del desarrollo d e los com ponentes esenciales de la actividad prohibida. El
deseo d e consum ar la actividad se representa entonces por imágenes crueles
y antisociales. T al es la representación del acto sexual q u e nos encontram os

24 Seria demasiado largo proseguir este problema que es irrelevante en relación con
nuestro tenia principal.
LA AGRESION 79

en los im potentes. En lugar de u n a fantasía de relación sexual, encontra­


mos una fantasía de asesinato.25
EL im pulso inhibido puede ser representado en otros casos como u n apto
de agresión contra el sujeto. Por ejemplo: u n hom bre tiene una cita con su
am ante; ésta llega tarde y le deja insatisfecha El n o expresa su ira, pero
sueña con u n gato (al que identifica inm ediatam ente con su am ante) qu e
le m uerde y es presa de una gran ansiedad tem iendo que el anim al le haya
inoculado hidrofobia.
La agresión puede aum entar el conflicto acerca d e l objeto h ad a el cual
va dirigida y term inar en ulteriores inhibidones de p arte del sujeto. U n hom ­
bre afectado de graves conflictos de rivalidad, percibe una obra superior
debida al trabajo de su rival. Experim enta con ello u n gran disgusto y en
su fantasía destruye el valor de dicha obra. Pero poco después el pariente sé
lam enta de su propia incapacidad. Su capaddad se ve coartada como resul­
tado del deseo de deshacer el trabajo del otro. El mismo hom bre es, m ás
tarde, elogiádo por su exceprional capacidad. A nhela usar de ésta para ani­
quilar a sus rivales, pero no puede porque la capaddad tiene la connotación
inconsriente de acto destructor.
Se pueden explicar todas esas consecuencias sobre la base de la activi­
dad del super-ego. Pero existe, adem ás, un problem a adicional de carga de
energía. Dejarem os para más adelante la exposición de ese punto. Debe­
mos hacer hincapié Sobre otro que hemos enundado anteriorm ente, es decir,
el de que no importa demasiado cuáles sean los instintos que actúan en la
creación de upa experienda determ inada; la unidad efectiva que debemos se­
guir es la form a de la experiencia perribida directam ente; no podemos seguir
los instintos porque damos por hecho que están presentes y una vez que senta­
mos este supuesto tendemos a achacar la conducta al instinto. Se pueden sacar
conclusiones en tom o a la conducta; sobre el instinto sólo se puede filosofar.
Esas m anifestaciones de agresión y las consecuencias de la represión ejer­
cen una influencia considerable sobré la form arión de las instituciones. C arece
de im portancia el señalar dónde se inician, en nuestra cultura, esas influen-
25 Se explica corrientemente esta fantasía sobre la base de que el individuo está domi­
nado por la “concepción sádica’1 del trato sexual. Se dice que ésta, a su vez, se debe a la
persistente influencia 4c haber presenciado, en la infancia o en la niñez, el trato sexual de
los padres, en cuyo tiempo piensa el niño que el padre está haciendo algo cruel a la madre.
Una cuidadosa investigación acerca de ese punto ha puesto de manifiesto que esa “concep­
ción sádica” es una reconstrucción posterior, después de haberse establecido las inhibiciones,
pero que la escena original no produjo una impresión de horror. La inhibición se explica
como debida al freno de un acto antisocial. Con ello se expone este caso en forma más bien
equívoca porque no se aclara dónde estriba su carácter antisocial, si en el acto mismo o en
el hecho de que al consumarlo se quebranta un tabú establecido.
80 ORIENTACIONES BASICAS

cías represivas en las disciplinas básicas de la organización familiar. La exis­


tencia d e las rivalidades sociales en nuestra cultura, donde la propia conser­
vación o la auto-afirmación dependen del hecho de superar al compañero,
agudiza, naturalm ente, los conflictos relativos a la consumación de los fines
de dichas rivalidades.
Por lo tanto, tiene que erigirse en criterio diferencial de sociología com­
parada^ el estudio de las disciplinas básicas en conjunción con las situaciones
reales d e vida que engendran conflictos de rivalidad, con objeto de percibir
qué sanciones se aplican a las manifestaciones y apreciar si la sociedad
hace que tales conflictos sean innecesarios. Tenemos buenas razones para
creer q u e el grupo propio y las dependencias autorizadas en su seno, tienen
mucho q u e ver con las oportunidades de agresión m utua y con la conducta
del individuo, una vez que existen.
En nuestra cultura sólo hay sanciones contra ciertas form as de agresión:
la destrucción de la vida y de la propiedad de o tra persona o la interferen­
cia con los derechos básicos. D entro del dominio de la rivalidad y d e la
competencia no existen sanciones sino sólo determ inadas reglas que no están»
quizás, legalm ente especificadas. El prestigio alcanza solam ente al que vive
conforme a las reglas o convenciones establecidas para regir la rivalidad.

FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SpOEDAD


. ' * <■ ~~\ r" , ' ^ - .1 ' ■ ' *
N o es el individuo la fuente exclusiva —y quizá, tam poco la m ejor—
merced a la cual podemos form arnos una idea de la s fuerzas que m antienen
unida a la sociedad. Sin embargo, sólo del individuo se pueden obtener al­
gunos detalles indispensables. En térm inos generales, puede afirmarse que
una sociedad se mantiene unida gracias a las necesidades recíprocas d e sus
componentes. Él carácter de esas necesidades debe ser utilitario o emotivo.
La cultura prescribe siempre la form a en que pueden ser satisfechas las ne­
cesidades del individuo sin d añar o perjudicar a ningún otro o sin crear in­
fluencias destructoras en el conjunto de la sociedad.
Pero esta afirmación no tom a eh cuenta la com plicada dinámica de la
relación recíproca de los individuos. O peran entre los individuos» por lo me­
nos, dos fu m a s distintas, que cabe destacarlas: puede designárselas como
fuerzas centrípetas y centrífugas. Las primeras m antienen ligado^ a los indi­
viduos, las otras los separan. Freud llam ó a las fuerzas de unión capacidad
del individuo pata identificarse con otro o am arlo. Las fuerzas centrífugas,
odió, deseo de perjudicar o explotar al prójimo sacrificándolo en aras de los
intereses de uno mismo, y otrajs tendencias, son m ás complicadas.
FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SOCIEDAD SI

Podemos comenzar con algún estudio de esas fuerzas centrífugas. C uando


oímos a los individuos describir la forma en que están ligados a su sociedad,
percibimos que se refieren habitualm ente a dos factores* Es el prim ero el
temor a las consecuencias de ciertas tendencias afirm ativas sobre el objeto
hacia el cual se dirigen: si se trata de un individuo* tem en ser odiados por
el objeto o sufrir medidas d e represalia; si el acto se dirige contra un-'indi­
viduo en una forma en la que tiene interés toda lá sociedad, la ansiedad
se expresa en forma de m iedo con respectó de ciertos órganos institucionali­
zados y comunes de protección, como la pofteia. U n segundo tem or rio se
expresa tan conscientemente; su actuación sólo puede apreciarse a través
de la actividad resultante, es decir, o bien la actitu d de afirmación u hosti­
lidad h a d a otro objeto es inhibida y no es posible encontrar huella alguna
del im pulso original o bien se expresa en uña form a tal que la agresión ori­
ginal se vuelve contra el propio su jeta Esto se explica, achacándolo a la
actividad del su per-ego, u n a de cuyas funciones es la conciencia —que es
una internalizadón de aquellas fu m as sociales que eran; originalm ente, pro­
hibiciones y fueron im buidas en el individuo por interm edio del progenitor.
La actividad del super-ego se basa en una identificación con lo que fue, ori­
ginalmente* una autoridad externa,2* es decir, el niño introyecta las enseñan­
zas y prohibiciones del padre y entonces, en lugar del tem or de la autoridad
externa, existe una ansiedad interna. Esta identificación con el padre coloca
al niño, en dertos aspectos, en el tugar del padre, actúa com o u n alivio de la
ansiedad, le sitúa en un papel activo aunque no goza de todas las prerroga­
tivas del padre* Ese super-ego está influido, igualm ente, por las niñeras,
maestros y figuras que se erigen en ideales.
From m llam a la atención sobre las contradicciones y las oscuridades
contenidas en las fórmulas freudianas; hace notar que, en un lugar, se atri­
buye la comprobación de la realidad al super-ego y en otro, al ego; que la
auto-observaci&n (Selbstbeobachtung) sería una función de la facultad que
com prende a los ideales que se originan en las formaciones de reacción con­
tra las tendencias instintivas prohibidas así como a los ideales de conciencia.
Y, lo q u e es más im portante de todo, Fromm pone de m anifiesto el uso poco
preciso del concepto de identificación, indicando, por lo menos, tres m oda­
lidades que dicho concepto puede describir: un tipo énriquecfedor (al que
^ado llam a anexional) —“ Tom o a la otra persona dentro de mí m ism o y
con ello aum ento mi fortaleza *; otro tipo empobrecedor —-“rñe convierto en
parte de otra persona”; y u n tercero, fundado en la perm utabilidad d e una
26 Todo este tema ha sido objeto de un estudio a fondo, por Erich Fromm, en la
‘Soziaípsychologischer TetT, Autoritat und Famtfie (París, 1936), pp. 80-110. Lo que siguo
es un extracto de esa parte de ese documento.
82 ORIENTACIONES BASICAS

persona por otra, no sobre la base de características comunes sino de in te '


reses igualm ente comunes.
Fromm reconoce que, a pesar de los defectos de form ulación, Freud
hizo una aportación muy im portante a la comprensión de por qué es tan
efectivo en la .sociedad el uso de la fuerza. Lo es, debido no sólo a que los
que están atemorizados por ese uso temen la fuerza física —si fuera así, ja-
más disfrutaría la sociedad de estabilidad alguna— sino porque la fuerza
externa se transform a hasta el punto de actuar desde dentro, convirtiéndose
así en el m iedo a una instancia psíquica (Instm z) que el individuo ha eri­
gido dentro d e sí mismo.
La fuerza social que se ejerce e n la familia como autoridad de los pro­
genitores, especialmente la del padre, se convierte, m ediante la internaliza-
ción de las prohibiciones y preceptos paternos, en una facultad con atributos
de m oralidad y poder en forma de super-ego. U na vez establecida, se pro­
yecta fácilm ente de nuevo sobre las personas imbuidas de autoridad y se dota­
rá a quienes la ejercen realm ente de las características del super-ego del sujeto.
£1 super-ego normal experim enta cambios de acuerdo con da realidad
externa, en tan to que el super-ego neurótico, tiende a. perm anecer fijado en
su condicionam iento infantil (p. 100). Hay individuos en los cuales es tan
grande la fortaleza del super-ego q u e los hace independientes de los objetos
reales del m undo efectivo por lo que respecta al m antenim iento de la toni­
cidad del .super-ego. "Existen factores cuya fuerza no es más débil, por lo
menos, que el m iedo al super-ego (por el ego)* y son el tem or de los objetos
reales a los q u e se atribuye gran poder; la esperanza de ventajas materiales;
el deseo de ser amados y loados por ellas y las satisfacciones que puede llevar
aparejadas la realización de ese deseo, incluso la posibilidad de m antener
relaciones sexuales, especialmente homosexuales, aunque sean inconscientes,
con sus autoridades.”
“Como e l super-ego se crea por el temor del padre y el deseo sim ultáneo
de ser am ado por él, prueba que la fam ilia es de gran utilidad para estable­
cer en los adultos una inclinación ulterior a creer en la autoridad'y subor­
dinarse a ella”. Pero Freud (continua diciendo Fromm) hizo casa omiso del
hecho.d$ que la función más im portante de la fam ilia es la de que se con­
vierte en e l ipslxurn^ntG que forja el carácter socialm ente aceptable. “T al es
el defecto de la teoría del super-ego.” Según From m ,t Ja caracterización del
super-ego cóm a la "herencia del com pleja de Edipo”, es una caracterización
demasiado d^bil de la. relación recíproca entre la fam ilia y la estructura de
la sociedad en su conjunto. La autoridad ejercida en la familia por el padre
tiene más tard e el suplem ento de autoridades socialm ente ordenadas que
constituyen una parte de la estructura autoritaria de la sociedad, y el pa-
FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SOCIEDAD S3

dré no es el prototipo (V orbild) d e la autoridad social, sino su reproducción


(A b b U ) .
' Fromm señala qtie los determ inantes sociales del complejo de Edipo no
están presentes siempre y e n todas partes y que las funciones de la rivalidad
sexual y de la autoridad om nipotente no lo están tam poco en todas las cul­
turas en el padre, sino que, en alg u n asd e éstas*, teas funciones se dividen
entre d tío m aterno y el padre.
Estudia después From m la actitud de los padres para con los hijos y
describe cómo en las fam ilias campesinas del siglo pasado el hijo era expío-
tado por el padre m ientras que en las fam ilias burguesas acom odadas se
trataba al niño como u n a fuente, de placen Esas dos situaciones dan color
a las rivalidades entre padre e hijo. Sin embargo* el super-ego debe su exis­
tencia, en todos los casos, a la relación con el padre que está, asi, colm ada
de ansijedad y amor y tiene m uchas más conexiones emotivas con el m edio
am biente social de las com prendidas dentro de los lím ites del complejo de
Edipo. Sostiene que el ego y el super-ego no son fenómenos naturales sino
que su existencia y carácter dependen de los modos de vida (Lehensiueise).
Tales modos de vida in c lu y e re n últim o análisis, el sistema de producción
y las estructuras sociales que surgen del mismos „
Investiga Fromm, m ás adelante, las condiciones sociales generales que
originan la necesidad del super-ego y de la autoridad y la relación entre el
ego y él supenego para defenderse contra las tendencias instintivas (Trie-
babwehr). A firm a que el “super-ego” es u n concepto necesario para com­
prender la relación en tre la defensa internalizada y la autoridad y establece
la distinción entre el tem or del castigo y el deseo de ser amado por la “auto­
ridad” y el anhelo de ser am ado por el propio su per-ego. Este m iedo de no
ser am ado por el propio super-ego, es una ansiedad irracional. Por últim o,
Fromm atribuye al individuo y la autoridad la misma relación que descri­
be Ferencri entre el hipnotizador y el sujeto. Las expectativas son, sin em ­
bargo, las infantiles. La función de la autoridad consiste en la supresión y
represión de los impulsos, pero tiene también la función adicional d e ser un
prototipo e ideal para aquellos que le están subordinados^ Tam bién esto se
convierte en parte del super-ego. Y así, la autoridad tiene una doble faz:
la represión y la formación ideal. -
La form a en que trata Fromm a las fuerzas que m antienen unida a la
sociedad, se basa en la teoría freudiana del super-ego, pero tiene el adita­
m ento de varias modificaciones muy im portantes con las cuales podemos
estar de acuerdo. Podemos aceptar sus modificaciones del uso freudiaoo de
la “identificación” y su am pliación denlas fuentes de la formación del super
ego que para Fromm no se lim itan s t conflicto con el complejo de Edipo
84 ORIENTACIONES BASICAS

sino que abarcan también la fuente más extensa de los modos d e vida, los
medios de producción y la estructura social que es consecuencia de los mismos.
Podemos decir, en resumen, q u e en su ensayo sobre “la Psicología del
grupo” intentó Freud contestar, a base de la teoría de la libido, la pregunta
de qué es lo q u e mantiene unida a la sociedad. Introdujo Freud en esta ma-
teria dos conceptos: la identificación y los lazos libidinosos entre los indivi­
duos, reduciéndose estos últimos a formas d e amor sexual. Com plem enta
Fromm los aspectos “libidinosos” de la unión de los miembros d e la socie­
dad, con otro concepto mucho m ás útil —el de autoridad— con ayuda del
cual se ponen en claro m uchas relaciones. El ojo mágico del jefe no m antiene
unido al grupo por virtud dél am or sexual pasivo de los miembros del mismo
hacia él, sino más bien por virtud de su autoridad. T al es la modificación
introducida por Fromm.
Si todas las sociedades estuviesen organizadas com o la nuestra podrían
ser suficientes conceptos tales como los de autoridad y super-ego. En ningún
caso puede decirse que esos conceptos sean erróneos. La única crítica a la
que están expuestos es la de que n o son suficientem ente precisos. Las obje­
ciones que pueden oponerse con respecto a su utilidad en otras sociedades,
derivan de dos problemas. Es difícil aplicar el concepto d e autoridad a ciertos
tipos de organización social y el concepto del super-ego m antiene ocultos algu­
nos detalles m uy im portantes que es preciso poner en c la ra
La autoridad es ún concepto behaviorista; describe una relación exis­
tente entre los individuos o entre u n individuo y un grupo. Hay que exami­
narla, por lo tanto, con relación a los factores psicológicos que la establecen
tanto en el sujeto como en el objeto y con respecto a las funciones que
pueden ser atribuidas a su acción. Pero, además, hay q u e redefinirla en tér­
minos d e experiencia directa. La posición adoptada en el presente libro es la
de que no debe confundirse la experiencia directa con los conceptos behavio-
ristas que definen los efectos combinados de experiencias directas diferentes,
ya que el concepto behaviorista se lim ita a asignar un nom bre a u n fenómeno
que puede ser resultado dé tipos diferentes d e experiencia directa.
Desdé e l punto de vista del sujeto la autoridad puede ser im puesta o
delegada. Los procesos psíquicos sólo pueden ser comprendidos, en ambos
casos, partiendo de la psicología de la dependencia. Esta últim a se convierte,
a su vez, en u n problema d e los recursos d d ego. C u án d o se impone la auto­
ridad, los recursos psíquicas del sujeto nó dism inuyen necesariamente, y la
aceptación d e la autoridad puede, ser debida únicam ente a la situación. El
sujeto puede verse obligado a conform arse con las'condiciones im puestas por
otro córi d fin de conservar otros determ inados intereses más básicos. U n
ejemplo de ello es la esclavitud. Lá autoridad delegada deoende de la
FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SOCIEDAD 83

aquiescencia debida a la escasez de recursos internos del ego y se m antiene


merced a las esperanzas fundadas por el sujeto en ei objeto, esperanzas que
en el individuo neurótico se aum entan hasta adquirir proporciones mágicas»
T al resulta ser el arm a principal que em plea la sociedad para im poner sus
disciplinas; y ei niño acepta la renuncia a las gratificaciones ante el m andato
paterno con objeto de preservarse a sí mismo o de garantizarse los servicios
mágicos del padre (Ferenczi y R ado).27
Existe u n segundo problem a fundam ental acerca de las funciones qu e
pueden ser atribuidas a la acción de la autoridad. E n este punto h$y que ha*
cer una distinción entre estas tres funciones de la autoridad: la capacidad
de im poner disciplinas restrictivas; la capacidad de frustrar necesidades inv
portantes y la capacidad de explotar a otro individuo.
Es preciso distinguir esas tre s funciones, por lo menos cuando se trate de
sociedades que no son la nuestra. No es posible ninguna form a de órgano
zaeión social isin una disciplina restrictiva; paro la autoridad impuesta o dele­
gada no es necesaria para la existencia d e la capacidad de frustrar necesi­
dades. A l principio del presente estudio hemos llam ado la atención spbre
las prohibiciones que consistían en la negativa de reconocimiento, en la reteñir
ción de palabras y conceptos c ^ les cuales ieferirse al elem ento de placer
de la actividad sexual, p>c)r más q u e se dé nombre a las funciones excretorias
y tengan éstas un lugar conocido en las activ id ad ^ d e jn iñ o y de} a d u lta
La capacidad de imponer disciplinas existe en todas las sociedades cualquiera
qu$ pueda ser el agente ejecutivo y tanto si existe la posibilidad de qtie un
individuo explote a otro como en caso contrario.
La sociedad de los zuñís constituye u n buen ejemplo. Es ésta una so­
ciedad en la que no existe la oportunidad de explotar a otro individuo.
Nadie puede someter a otro á sus propios fines. Y, sin embargo, aunque las
disciplinas recaen sobre puntos desconocidos en nuestra sociedad, son m uy
rígidas. La sanción m ás poderosa consiste en la provocación d el sentido de
la vergüenza que es el resultado de una falta de reconocim iento im puesta y
universal. Se priva al individuo de respuesta (pérdida del amor) pero nada
más. Eñ la sociedád zuñí esa privación constituye una grave amenaza. D ebido
a la estructura peculiar del grupo propio y al elevado grado de la depen­
dencia m utua, dicha sanción del sentido de la vergüenza es extrem adam ente
poderosa y efectiva.

27 No es eso cierto en todos los casos. En muchos de ellos, el niño considera a la disci­
plina como impuesta y reacciona contra ella ofreciendo una gran resistencia. La gratificación
obstaculizada es la de ejercer la autonomía irresponsable sobre si mismo y la tiranía mega lo­
man iaca sobre los padres. El acceso de cólera es el resultado corriente de esa reacción.
66 ORIENTACIONES BASICAS

Esa capacidad de im poner importantes frustraciones puede corresponder


a un individuo que no tiene capacidad n i para im poner la disciplina ni para
explotar a nadie por virtud del poderío económico. Un ejem plo de ello se
encuentra en la m ujer de las islas Marquesas que carece de poder económico
a menos que sea hija primogénita. N o ejerce el papel de disciplinaria, pero
puede frustrar los anhelos de dependencia del niño y los deseos sexuales del
adulto. Su posición en la sociedad estriba en que se le tiene miedo y des­
dén, se la envidia y se la odia y ocupa en los cuentos populares una posición
muy parecida a la del padre en nuestra sociedad.
El tercer punto, la capacidad de som eter a u n individuo a la voluntad
de otro, puede existir en v irtud del rango, la fortaleza, el poder económico
o el prestigio. Las situaciones son de carácter enteram ente diferente y no ne­
cesitamos examinar ahora cada una de ellas-
El más ifhportante y universal de esos tres factores es la capacidad de
imponer las disciplinas. La autoridad en el sentido de capacidad de explotar
o im poner frustraciones se considera en algunas sociedades como antisocial;
ese precepto está m antenido por disciplinas rígidas cuya fuerza depende, esen-
ciabnente» de la negativa d e aprobación. N o se puede atribuir la negativa
de aprobación a ningún ejercido de autoridad.
La reacción an te la disdplina debe ser valorada* a su vez, en términos
de lo que la disciplina significa con respecto de otras adaptaciones previas.
L rc tip o s d e reacción ante lá disciplina son cruciales en l a formación de lo
que se denom iná ¿1 “super-ego”. Debe recordarse q u e el concepto dé super-
ego derivó del estudio del super-ego neurótico y que es, por lo tanto, un
derivado de las consecuencias de la represión, exclusivamente^' C o n objeto de
apreciar algunas de las cuestiones relativas al super^ego debemos estudiar las
diferentes formas en que se establecen las inhibiciones.
D e tres maneras puede establecerse una inhibición: pueden faltar los
recursos necesarios para consumar un im pulso; pueden darse esos recursos»
ejercitarse durante algún tiem po y fallar después; pueden» por últim o, estar
presentes y actuar efectivam ente los recursos pero estar prohibido su ejercicio
bajo la pena de perjudicar otros intereses. Los ejemplos del prim er tipo son
difíciles de encontrar, excepto en individuos constitucionalm ente defectuosos
o en determ inados casos graves de im potepda y frigidez en los que el des­
arrollo sexual no avanza más allá de su organización en la época de la niñez.
El sintom a principal que se aprecia en estos casos es la capacidad para adop­
tar nuevas adaptaciones, encontrar nuevos tipos de gratificación y la persis­
tencia de técnicas m asoquistas. El segundo tipo se encuentra en las neurosis
traum áticas en las cuales las inhibiciones o funciones efectivas del ego se es­
tablecen sobre la base de un fracaso abrum ador. Por ejemplo, el caso d e un
FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SOCIEDAD 87

joven de veinticinco años-de edad m ostró que, durante dos meses consecuti-
vos al traum a causado por concusión, habían desaparecido la visión, la audi­
ción, la sensación epidérmica, el gusto y el olfato. La tercera variedad se
observa más com únm ente en las neurosis, en las cuáles las inhibiciones se es­
tablecen por una fuerza externa contenida en las disciplinas. En estos casos, se
desarrolla la función, pero la ansiedad la tiene enfrenada.
El aspecto característico más notable en todas las in hibiciones ea la si­
m ilitud de m uchas de sus características y manifestaciones, cualquiera que
sea su origen, en tanto que en otros aspectos el origen de la inhibición decide
sus manifestaciones. En la mayoría de los casos no es difícil determ inar cuál
es el tipo porque las disciplinas producen una serie altam ente selectiva de
inhibiciones, m ientras que las de origen traum ático son m ucho más difusas.
El rasgó com ún de todas las inhibiciones es el de que n o es asequible la
actividad ejecutiva. En todos los casos en que persiste la necesidad de
una actividad d ad a m ientras la capacidad ejecutiva está inhibida, se produ­
cen ciertos fenóm enos identificables. Esa situación creará, sin duda alguna,
perturbaciones psíquicas, qúe ya hem os reseñado anteriorm ente (véase p. 50).
Es im portante re c o rd s cjue, cómo Tesultadó de esas perturbaciones, tienen
lugar alteraciones: 1) en el concepto que el individuo tiene d e sí mismo; 2> en
la representadónr ideadonal de la actividad y 3 / accidentalm ente en la gra-
tificación anticipadá. En las prim eras e l ego puede ser representado como
fracasando o como dominado abrum adorám ente; en las segundas, la acti­
vidad se representa como destructora; y en las terceras, el objetivo puede
mostrarse ostensiblem ente cam biado en dolor en lugar d e placer. T odo el
síndrome está com prendido bajo el nom bre general de masoquismo.
Los fenóm enos de masoquismo y.las inhibiciones p u eden ser producidos
por la falla de los recursos y no se deben, necesariam ente, a la imposición
de fuerza exterior. Más específicam ente pertinente a nuestro tem a es el
hecho de que los fenómenos m asoquistas pueden producirse sin la posibili­
dad de la actividad del super-ego, la concienciadla culpa, o el ideal del ego.
La existencia de fenómenos de masoquismo no constituye, p o r lo tanto, una
prueba absoluta de la actividad del super-ego.
Sin embargo, el super-ego puede producir tales fenómenos y, como hemos
indicado, el super-ego se forma por la disciplina, o, como afirm a Freud, por
una identificación con los ejecutores originales de la disciplina, el padre, la
madre, etc. Esta definición cubre, ciertam ente, los hechos clínicos. Peso este
concepto del super-ego crea la im presión de que es uri com partim ento de la
psique, una porción especializada del ego; y a veces se le considera, antro-
pomórficamente, como oteo individuo (A lexander). T al es e í aspecto del
super-ego que da lugar a la mayor confusión.
83 ORIENTACIONES BASICAS

Con referencia a esta cuestión podemos obtener alguna ayuda poniendo


en parangón el super-ego “normar* con el neurótico. Esa com paración pone
de manifiesto el hecho interesante de que la diferencia no es puram ente
cuantitativa. Esto es, que el super-ego neurótico llamado tam bién “severo”
se dedica a condenar las actividades que se perm ite a si mismo el individuo
“ norm al”. Pero la com paración muestra adem ás que el concepto de reali­
dad efectiva es notablem ente diferente en ambos.
En el caso del super-ego neurótico observamos ios siguientes fenómenos
asociados. Existe un sentim iento de pequeñez e insignificancia y de que los
deseos de otra persona son obligatorios para el sujeto. Se tiene m iedo de una
actividad condenada por el super-ego y se aplastan sus m anifestaciones con
d fin de eludir la condenación o el castigo, o para asegurarse la garantía de la
buena voluntad y los servicios mágicos del progenitor que im puso originaria­
m ente el precepto o d e cualquiera que ocupe una posición correspondiente.
El punto principal relativo a ese super-ego neurótico es que está respaldado
por determ inad» modificaciones perm anentes de la percepción dek m undo
exterior y de sí m ismo y por una combinación de las esperanzas y objetivos
de dependencia infantiles. Si se considera al super-ego como u n comparti­
m ento d e la psique, esas percepciones del individuo acerca d e st mismo y
d ei m undo exterior perm anecen intactas y sus objetivos no se dilucidan. Esa
representación presenta grandes ventajas pedagógicas con fines de terapia.
Desde el p u n to d e vista de k sockdoítía esto tiene adem ás una conse­
cuencia im portante. E l super-ego deriva d e l choque del individuo con las
instituciones y ese contacto se m antiene d u ran te toda la vida. N o es un com­
partim ento de la psique sino una función d e le g o e n 'su s m aniobras adaptad-
vas* El super-ego neurótico m uestra la persistencia de los m odos infantiles
de percepción y de establecim iento de relaciones con los dem ás modos que,
sin embargo, perm anecen inconscientes.2*
El caso del super-ego neurótico es especial. Persiste en é l la severidad
del super-egb sean las que fueren las realidades. Las recompensas infantiles
que m antienen al super-ego neurótico n o son realizables en la vida real.
Pero no es ese el caso con respecto del super-ego norm al. La tonicidad del
super-ego normal depende siem pre de las realidades del m undo exterior y
d e ia claridad con q u e se perciben esas realidades.

2? Laoriemación biológica y filogcnética de Ffeud be sido reiterada, recientemente, por


una declaración singular formulada por Anua Freud en su obra The Ego and the Mechan-
fem* of Defence (Londres, 1937), p* 171. JLa autora piensa que existe en el hombre un
antagonismo filogenéticamente determinado contra sus instinto». Es este otro ejemplo de
cómo la orientación filogenética, en sus esfuerzos para explicar ciertos hechos clínicos persis­
tentes, ha desviado la atención de las influencias sociológicas disciplinarlas.
FUERZAS QUE MANTIENEN UNIDA A LA SOCIEDAD 39

El super-ego neurótico «nuestra en nuestra cultura u n apego extraordina­


rio a los valores infantiles asociados con el establecimiento de la disciplina.
Podemos plantear la cuestión d e la dase de su per-ego que existe en las socie­
dades donde las disciplinas no son severas. Por ejemplo» en la sociedad de las
Trobriand, el amor y la protección no están condicionados por la renuncia­
ción a los placeres. Es indispensable» por lo tanto, el conocim iento del caso in­
dividual A falta de él se imponen unas cuantas conjeturas. Las disdplinas
existen en todas las culturas y si la hipótesis acerca del origen dél super-ego
es exacta, todas las disciplinas contribuyen a su formación.
Podemos exam inar, por lo menos» otro método de imposición de la dis­
ciplina que n o se funda en amenazas de retiro de la ayuda o d e la protección»
y que es la desaprobación. Supongamos que la actividad sexual no está some­
tida a ninguna crítica; que la disciplina anal se induce sin las ideas asodadas
a la suciedad y sin desaprobación. Supongamos» además;, una sodedad en la
que todas las actividades están más o menos abiertas y pueden ser observadas
por el niño. En esas condiciones se forma un super-ego en el cual el castigo
no desempeña papel alguno y en el cual es más im portante el papel de la
costumbre. El papel motivador d el super-ego en este caso no necesita ser
el m iedo sino la vergüenza.
En nuestra cultura» el sentido de la vergüenza puede ser estimulado por
el quebrantam iento de una mos. Sin- embargo, no reconocemos a la vergüen­
za como factor en la formación d el super-ego^ debido, en gran medida, a la
preponderancia de los componentes represivos en la form ación de nuestro
super-ega N ad ie podrá negar la fuerte relación del sentido d e la vergüenza
con las condiciones externas. El hecho d e que en nuestra cultura el super-
ego se base e n las represiones no debe ocultar el de que perm anece en contacto
constante con el m undo exterior ta l como el sujeto lo percibe. .
Hemos hecho notar, hace poco^ que la tonicidad del super-ego norm al
depende de la realidad de las recompensas de ser aprobado y protegido,
m ientras que el super-ego neurótico depende d e recompensas, imposibles de
cobrar, que n o son compensaciones por las gratificaciones renunciadas.29 Esta

2® Los conceptos de miedo de “ser abandonado por el super-ego” o de “ser amado por
el super-ego propio”, parecen introducir una ambigüedad y un antropomorfismo originadores
de confusiones. Sin embargo, esas fórmulas describen una condición Importante para esta­
blecer y mantener la propia estimación* Ningún individuo puede tolerar en sí mismo una
conducta o unas actitudes incompatibles con su ideal, que se deriva del ideal social y que
representa, ocasionalmente, los efectos condensados de la disciplina. La formulación de “ser
amado por el super-ego propio” destruye la relación que mantiene constantemente el
super-ego con el mundo exterior. Esto es fácil de probar en individuos que, presumiblemente,
carecen del sentimiento de culpabilidad con respecto de ciertas actividades hasta que se ven
obligados a hablar acerca de ellas con cualquier otra persona. En condiciones de secreto, se
90 ORIENTACIONES BASICAS

idea nos ayuda a com prender el funcionam iento del super-ego en las socie­
dades donde no se dan las relaciones obediencia-amof y desobediencia-cas­
tigo. En la sociedad 2uñi y en la de las islas Trobriand es la pérdida de
reconocimiento y no la culpabilidad o la conciencia lo que constituye la
sensación efectiva y ello se muestra por el elevado sentim iento de vergüenza.
Pero la sociedad de los chuckchis, m uestra una combinación de disciplinas
rígidas y de ausencia de ayuda o dependencia m utuas; en ella se reconoce
socialmente el crim en y se derogan los tabús con relativa facilidad. La no
agresión puede ser m antenida en la sociedad zuñí gracias al extraordinario
grado d e dependencia m utua creado por la fuerte formación del grupo propio.
La relación de la represión con la culpabilidad y la conciencia, m otiva un
problem a extremadamente im portante con relación a los afectos (em ociones).
La determ inación de si el afecto registra diferencias en el estancam iento o
descárga de la energía en relación con las actividades que conducen a las
satisfacciones, constituye un problema que dejarem os para otro capítulo.
Podemos resum ir nuestra exposición de las fuerzas que m antienen unida a
la sociedad. Esas fuerzas son, básicamente, las m ismas que hacen de la m adre
y el riiíkfW primera unidad social, pero su carácter y manifestaciones cambian
según crecen los recursos del individuo.
Puede usarse el concepto del super-ego si se le traduce ei* térm inos de
experiencia directa, y a q u e al estudiar fe sociología en form a'com parada no
se pueden buscar super-egós. Se puede bfcscáiy solam ente, esa combinación
dé atctón íeeíproca entre el hombre y las instituciones que crea el supér-ego»
C órrese objetó, usamos com o prototipo nuestro al super-ego norm al y no al
néurótico. Se pueden estudiar las disciplinas im puestas en cada sociedad y
la relación que las mismas tienen con el establecim iento del sistema de segu>
ridad d el individuo. Esto tiene que reflejarse en la religión, ya que la religión
forma parte dél-sistem a d e seguridad del grupo. La técnica em pleada para
solicitar ayuda de la divinidad tiene qífe estar conforme, en todos sus aspectos,
con el carácter d e las disciplinas impuestas al n iñ o por sus disciplinadores.
Tendrem os que comprobar esto en forma com parativa. Más allá de lo expues­
to no puede form ularse respuesta satisfactoria alguna a la cuestión del super-
ego hasta que se estudie la situación de aquellas fuerzas que m antienen unidos
a los individuos en sociedades que m uestran poca disciplina, ausencia de cas­
tigo y ninguna oportunidad d e explotar al prójimo.

tolera la culpabilidad o la discrepancia entre el ego y el super-ego, sin que el conflicto sea
muy grande. Tan pronto como se incluye al mundo exterior, se manifiesta nuevamente la
culpabilidad.
OBJETIVOS E IDEALES DE VIDA 91

OBJETIVOS E IDEALES DE VIDA

¿Qué fines» objetivos e ideales d e vida crea nuestra sociedad? Es ésta una
pregunta que sólo podarnos contestar con referencia a la vida contem poránea
de Norteamérica* Los fines, objetivos e ide^íes han cambiado, m aterialm ente,
durante la generación pasada, y las alteraciones ocurridas durante los dos m il
años últimos constituirían una historia larga. Esos objetivos e ideales tienen
m ucho que ver con la posición particular en que nace el individúo y con la
cantidad de m ovilidad social que existe para él. Las conclusiones referentes
a ese punto apenas serian válidas para m ás de unos pocos años, ya que las
condiciones e ideales cambian continuam ente.
Pese a que es muy peligroso deducir conclusiones acerca de los objetivos
e ideas de la vida en el pasado d e nuestra cultura, n o se puede por menos
de quedar im presionado por algunos cambios de gran entidad. La “salvación”
—palabra con la que queremos significar ventajas o bienaventuranzas de algu­
na vaga especie de las que habrá de gozarse después de la m uerte— parece
haber desaparecido), com o meta d e la vida, d e la burguesía m oderna. No es
posible sobreestimar la utilidad de esa fe en la inm ortalidad como arm a pode­
rosa para conservar el equilibrio social, ya q u e los hombres tienen una extra­
ordinaria capacidad de posponer determ inadas satisfacciones. C om o ha seña­
lado Freud en su obra T h e Future of coi Musion, la fe en la inm ortalidad fué
una ilusión creada por la debilidad del hom bre. A eso puede añadirse que
era una esperanza de ser amado por el padre, como en la niñez, sin responsabi­
lidad. Esa idea deriva básicamente de las disciplinas de la niñez; d e aquí que
se tolere el sufrim iento en el m undo como m edio de ser restituido en la buena
g rad a de Dios. Pero como han hecho notar Fromm y Reich, esa ilusión fué
fom entada y explotada porque constituía u n instrum ento muy eficaz para
obtener el equilibrio social.
En la burguesía de nuestra sodedad no existe ese ideal. O cupa su lugar el
objetivo del éxito y con él la seguridad de la propia estim ación suficiente,
reflejada en la estim ación de los demás. Son innumerables las formas a las
que puede ir unida la idea de éxito. Los objetivos “narcisistas” de prestigio se
identifican con los valores del poder de influir o explotar a los demás, con
el gran temor de ser el explotado y el impulso poderoso de ser superior.
Com o quiera que en las democracias están íntim am ente ligados los valores de
subsistencia y los de prestigio, pará el hom bre medio los objetivos actuales
se dirigen, en su mayor parte, hacia lo6 canales económicos.
Así, pues, e n nuestra cultura, la interferencia con los objetivos de prestigio
constituye una poderosa fuente d e hostilidad inttásocial, por cuanto que las
92 ORIENTACIONES BASICAS

ideas que connotan dichos objetivos, las emociones que los acom pañan y
los impulsos necesarios para conseguirlos, no están fácilm ente sujetos a la
regresión. En, realidad, la proposición inversa es verdadera* N o sólo no están
sujetos a represión, sino que, por lo menos d u ran te algún tiem po, fueron de
ordinario estimulados* A falta de ilusiones que hagan posible para algunos
individuos el diferir la satisfacción de esos objetivos, se agudiza el conflicto
social relativo a su consecución*
$é podría continuar, desde este punto, exponiendo fás consecuencias de
tal conflicto, pero queda fuera de nuestros objetivos inmediatos.*0

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‘ 7

CAPITULO III

ESTU BÍO S PRELIMINARES


■. . i ■ -J\ : i ■. ' . • -.r;= i :
H em os bo sq u eja d o en el capítulo anterior las reaccione* que en nuestra
cultura tiene el individuo ante varias instituciones. Ese inventario está m uy
tejos de Ser completo, pero constituye, sitrembargoi un muestrario sá ld en te.
La transición de esa ínter-relación del individuo coa la institución en nuestra
cultura a‘ la m iaña situación en las Culturas aborígenes ha de hacerse sin
ayuda del conocimiento del individuo o de la historia d é la sociedad. En lugar
de un estudió {sicológico íntimo del individuo, que pudiera servimos como
excelente piedra de toque, nos vemos obligados a emplear {$ruebas de otro
orden. Utilizamos la suma de todas las instituciones, prácticas y creencias y fas
ponemos frente a lás coordenadas establecidas por las Reacciones Conocidas
del hoihbíe que hemos estudiado en nuestra propia cultera. Nuestra licencia
para hacerlo procede de la universalidad de determinadas experiencias comu­
nes a todos los serás humanos, cualquiera que sea la oiltúra de, que proceden,
y de las variaciones conocidas que se presentan en los tipos de reacción con»'
guiantes a dichas experiencias. Todos los hombres nacen,, todos permanecen
en situación de dependencia durante algún tiempo, todos están sujetos a dis­
ciplinas de uno u otro exden, todos tienen apetitos sexuales y experimentan
ira cuando ven frustradas necesidades importantes, esc. Nuestro esquema d e
los tipos de reacción se traza partiendo de esas experiencias universales. Y la
individualidad de unp:cultura determinada depende d e cómo se hace frente,
se frena, se controla a esas necesidades universales o d e como.se las frustra.
L acón versión dé los principios establecidos en ufe* técnica tequiare la
práctica de una investigación ulterior acerca de las cuestiones discutibles
referentes al método y al procedimiento. Con ese objeto^ podemos tomar
algunos de los aspectos característicos de la sotiedad dé las Tróbriand tal
como los describe Malinowski,1 y emplear ese material para trillar esos proble-*
mas,
• más bien que intentar un análisis detallado; cosa que, por varias razones,

1 B. Malinowski, The Argonauts of the Western Pacific (Londres y Nueva York, 1922)
y The .Vxuc! Life of Sarages (Nueva York, 1929).
93
94 ESTUDIOS PRELIMINARES

no podemos hacer* La descripción abreviada que va a continuación n o es


suficiente para describir la interacción funcional de las diversas instituciones.

LAS ISLAS TROBRIAND


,*
La sociedad de las islas Trobriand * está integrada por cuatro clanes, todos
ellos exógamos, que cuentan la ascendencia, exclusivamente, por linea m ater­
na. La economía de subsistencia de esas gentes consiste en el cultivo de h uer­
tos que, a pesar de la ausencia del arado o d e anim ales de .tiro, les produce
u n a provisión abundante de alimentos. ELnam e y la tana de azúcar son sus
fuentes principales de alim entos vegetales y los cerdos y pollos constituyen
sus abastecimientos prim ordiales de carne, pudiéndose obtener tam bién pes­
cado. La provisión de comestibles es abundante y np existe, en este terreno
ningún m otivo práctico de ansiedad.
La organización del trabajo con fines de cultivo de huerta está condicio­
nada por su organización social. Como quiera que la sociedad es m atrilineal
y todas las relaciones d e consanguinidad y las lealtades personales se basan en
los vínculos de sangre, el herm ano de una m ujer es su tutor oficial y los hijos
de ella trabajan para los parientes m atem os, es decir, para las herm anas, bajo
la supervisión de su tío m aterno.
La organización familiar, ofrece notables contrastes con la nuestra. La dis­
posición forriiaT és la'hábitual del padre, la madre y los hijos, que viven en la
aldea ¿el primero (pátrílocal) y bajo el mismo techo. Pero una vez que co­
menzamos a examinar las relaciones recíprocas establecidas entre los indivi­
duos comprendidos en la familia, comienzan a surgir diferencias dignas de
notar.
La m adre es el centro sociológico de la fam ilia. C rea al niño como si lo
hiefese ¿ o ís í Sola, si» qué desempeñe Ú jpádre ningún pápd reconocido «ti
la paternidad; Esa1'idea básica condiciona las normas relativas a la asceridén-
cia, la herencia, la sucesión en rango, la je fa tu ra k » cargos hereditarios y la
magia,23 y, d e hecho, todas las norm as de transm isión se adaptan al parentesco.
EL padre canece de capacidad para im poner castigos a los hijew menores,
correspondiendo el ejercicio de esa facultad al tío m aterno. La palabra padre
significa para el indígena "m arido de mi m adre y compañero intim o”. Tom a
parte, activa en los tiernos cuidados, prodigados a los hijos recién nacidos,
siente j mj«e^ra^ iw ?^s»blgnient^ un profundo afecto por d io s, y. participa,
2 Los habitantes de las islas Trobriand son un pueblo melanésico de tipo negroide. El
%rupó particular estudiado fué una comunidad de tinas 130 0 personas que vivían en la isla
de Boyoa, situada al nordeste de Nueva Guinea.
:í Malinowski, The Father ¿n Primitiva Society (Londres, 1927), p. 10.
LAS ISLAS TROBRIAND 95

más adelante, en su instrucción. El padre vale tanto como un hombre que os


ama y cuida en la niñez.
Según va creciendo el niño, según nos dice MalinpwsJri, cambia la situ a­
ción: aprende aquél entonces que el padre pertenece a u n clan diferente, pero
que la lealtad totémica del hijo corresponde al de la m adre. Los deberes, las
restricciones y los motivos de orgullo lo unen a su m adre.
, l a aldea “propia” del hijo menea: es aquélla doqde vive su tío m aterno y
allí tiene sus aliados y derechos naturales. En su verdaderp (Joipifilio el
chacho.no es más que un extraño. En su aldea prqpia (es decir, en la de su
tío) aum enta la autoridad del tío, que posee el derecho a imponer la discipli­
na, a d ar o negar el qon^ntim iento, en tanto que la del padre pierde im por­
tancia.
Las disciplinas relativas a la prim era infancia no son rígidas. La disciplina
anal es len ta y se instituye suavem ente. Son notables las disciplinas sexuales
en el sentido de que su objetivo no consiste en im pedir al niño el ejercicio de
cualquier actividad sexual, sino en lim itar los objetos con los que es perm isi­
ble. Se perm ite a los niños cualquier actividad sexual dentro de los lím ites
de los tabüs de objeto. N o se autoriza ninguna actividad sexual del niño ‘con
sus herm anas o su m adre o con ios parientes fem eninos de está. Pero esas
restricciones no se aplican á los primos cruzados y las uniones entre éllos se
consideran como matrimonios d e selección. No existen ritos de pubertad ni
cejemonias de desfloración.
Se facilita el noviazgo de los jóvenes y se crean especiales facilidades con
ese fin. Las jóvenes parejas se encuentran en casas de soltero donde hay rela­
ciones sexuales hasta que se decide el matrimonio. Los objetos sexuales tienen
que elegirse entre los extraños (Tomakowa), lo que equivale a decir que la
mayoría d e las m uchachas de la aldea, excepción hecha de sus propias herm a­
nas, constituyen objetos sexuales a disposición del m uchacho.
El periodo de libertad sexual se termina, sin embargo, con el matrimonio.
Se espera entonces la fidelidad hacia el compañero elegido y se instituyen
castigos p ara cualquier infracción. El matrimonio es monógamo para todos,
excepto el jefe, que goza de privilegios poligámicos. Se consum a aquél con el
consentimiento paterno de ambos lados y un complicado intercambio de rega­
los. La ceremonia nupcial consiste en que la pareja com parte una comi­
da común. En la boda corresponde a la familia de la m ujer sum inistrar los
alimentos y a la del marido los valores.
El n atu ral de las T rcbriand no depende demasiado de los seres sobrenatu­
rales: tiene un dios cuya ira se m anifiesta m ediante graves catástrofes, tales
como terremotos; no teme a los m uertos y muy poco a la m uerte ya que,
después de ésta, el individuo, sigue llevando una especie de existencia.m uy
96 ESTUDIOS PRELIMINARES

parecida a la que m antenía en vida. La ancianidad y la pérdida de vigor no


anuncian la m uerte.
C reen los isleños que el estado norm al es la salud; explican la m uerte
como causada por u n accidente. La enfermedad se debe a brujería, practicada
por hechiceros a los que se tiene gran temor; la enferm edad rápida y la m uer­
te repentina pueden ser producidas por brujas voladoras de origen sobrenatu­
ral. Las epidemias deben su origen a espíritus malignos, tauvau, que tienen
su inorada pennanehte en el sur. Son invisibles y se pasean por las aldeas
durante la noche. En ocasiones se transform an en reptiles cuando se hacen
visibles.
La creencia de que se practica la brujería en las islas, está justificada;
la practican, principalm ente, los hombres. Se considera que el niño es rela­
tivam ente inmune a la brujería, m ientras que la prim era juventud del hom ­
bre constituye el período más susceptible a la m ism a. Cuando se sospecha la
existencia de brujería, se achaca, comúnmente, a un pariente de la línea
m aterna.
La vida después de la m uerte es muy parecida a la existencia terrena. Se
efectúa k comunicación con el m undo subterráneo por el interm edio de
individuos que caen en trance y actúan como correveidiles, llevando y tra­
yendo mensajes a los m uertos. El m uerto invisible ha de volver al m edio de
los vivos en un día especial, lo que da lugar a q u e se observe una serie espe­
cial de- tabús para im pedir q u e se moleste a los difuntos.
El uso d e la magia está m uy difundido. Se la em plea para hacer huertos
de ñ am ey de taro, pero no en el cultivo del cacao, plátano, mango y árbol del
pan. O bserva Malinowsld 4 q u e se hace uso de la magia en toda em presa en
la que exista cualquier incertidum bre o peligro. La guerra, el amor, la enfer­
m edad, el viento y el tiem po están todos som etidos al im perio de la magia,
como, e n réalidad, cualquier o tra actividad “qué n o esté aún com pletam ente
dom inada por el hom bre”.
La técnica d e la magia consiste en palabras pronunciadas por un agente
especial en relación con los ritos. El acto de proferir el hechizo constituye la
pane m ás im portante del proceso.
El gobierno del grupo está prindpalm ente en manos de! jefe, cuyo poder
se basa fundam entalm ente en el hecho de que puede usar antes que los
d o n as d e los servicios del m ago y en que m anda sobré él trabajo de muchos
hombres m ediante su práctica d e lá poligamia. Existe úna gradación en clases,
sedales, distinguiéndose en tre los plebeyos y los nobles, a quienes correspon-*

* Málfftowski, Mytfc m frim itive Psychetogy (Londres, 1928), p. 80.


IDEAS FOCALES Y TECNICAS 97

den prerrogativas y privilegios. La sanción que actúa en form a más evidente


en esa sociedad es el sentim iento de vergüenza.
Hay algún intercam bio en form a d e perm uta. La costum bre conocida con
el nombre de kula es un cambio cerem onial de artículos de propiedad indefi­
nida que pasan de uno a otro individuo hasta llegar a m anos d d poseedor
original. Se considera como u n a v irtu d el pasar rápidam ente un artículo
kula a su inm ediato poseedor.
Algunas de las costumbres son dignas de m ención. Los naturales de las
Trobriand no comen uno frente a otro, sino dándose la espalda. Los alim entos
tienen un alto valor de ostentación y constituyen un m odo frecuente de
m anifestarla. Lo contrario es igualm ente cierto; el parecer d e comestibles es
una desgracia, la opulencia u n privilegio y el que posee o come demasiado,
incurre en la ira de los demás. El orgullo que se concentra en los alim entos
se evidencia tam bién en la preem inencia concedida en la aldea al alm acén de
los comestibles.
Existe tam bién u n a institución de gran im portancia como indicador de la
tensión en tre los sexos. Las m ujeres tienen una organización secreta en la que
no se adm ite a los hombres; cualquier hombre q u e se aproxim e al recinto
de la aludida organización se expone a su frir daños.
Añadirem os a esa breve descripción, u n o o dos m itos y leyendas. Dos jóve*
nes vivían en una aldea con su m adre; lam u ch ach a aspiró, por casualidad,
un potente fihro d e amor preparado por su herm ano para o tra persona. Loca
d e pasión persiguió a su herm ano en u n a playa solitaria y lo sedujo A bru­
mados por la vergüenza y el rem ordim iento, dejaron herm ano y herm ana de
beber y com er y m urieron en una gruta. Una hierba arom ática creció por
entre sus esqueletos entrelazados y form a el ingrediente m ás poderoso entre
las sustancias que se mezclan para em plearlas en la tm gia amorosa. U n m ito
de origen, cuenta d e una pareja prim itiva que emergió d e u n agujero, la
herm ana com o cabeza de la fam ilia y el herm ano como su custodio y provee­
dor. Avanzaron y tomaron posesión de las tierras. Esas narraciones se refie­
ren, habitualm ente, a un hoyo y a un linaje específicos. U no de esos hoyos,
el de Labal, tiene una historia de origen: atípica, según la cu al surgieron d d
mismo cu atro representantes de las clases principales. O tro m ito de origen
habla de u n a m adre primitiva que salió del hoyo y dió la vida a un m ucha­
cho y una m uchacha. El m uchacho fué su custodio y ella tuvo hijos.

IDEAS FOCALES Y TÉCNICAS PARA USARLAS

En el capítulo precedente hemos seguido el procedim iento de entresacar


de la narración de las experiencias cotidianas del individuo d e nuestra cultu-
ESTUDIOS PRELIMINARES

ra, algunas interacciones entre las instituciones y el sujeto. Merced a tal narra­
ción, obtuvimos un cuadro dinám ico del individuo en acción contra una
gran variedad de instituciones sim ultáneam ente. D e esa relación compleja
seleccionamos y aislamos ciertos tipos de reacción con el objeto de estudiarlos.
N ada podemos obtener de un individuo sino de sus experiencias directas.
M uchas de las cosas que llam am os “instituciones” no afectan al individuo
como tales. Sólo las conoce como costum bres—dem andas que se le form u­
lan— restrictivas. Ni siquiera se da cuenta de las actividades “perm itidas”; se
lim ita, sencillam ente, a llevarlas a cabo sin percatarse de que puede obrar así
en virtud de la ausencia de restricciones. De ese relato tenemos que inferir
las instituciones de la práctica.
D e la resum ida descripción de la cultura de las islas Trobriand hemos
obtenido un tipo de datos, enteram ente diferentes, con los que tratar. El
observador q u e nos ha inform ado acerca de la cultura en cuestión ha reali­
zado ya cierta labor de redacción y clasificación de los datos, tomándolos del
contexto vivo d e las actividades complejas interrelacionadas y reduciéndolas a
determ inadas categorías de experiencias. Contamos con un& serie de prácticas,
creencias, costumbres, etc* Parte d e las pruebas que el observador nos h a
facilitado son directas, es decir, nos m uestran cómo actú an y sienten los indi­
viduos. Pero nos ha proporcionado además una gran >cantidad de pruebas
indirectas, cristalizadas en el folklore y en la m ítica.
Si hemos d e sacar algo en claro de esa nebulosa de experiencias registra­
das, precisamos de algunas ideas focales respecto de cómo hemos d e organizar
el m aterial, ya que la descripción d e las instituciones no nos las sum inistran.
A ntes de decidirnos por aquéllas que hemos de utilizar, debemos estudiar,
brevem ente, algunas de las que yá h an sido usadas con ese objeto.
H an sido descritas las culturas m ediante analogías con las variantes encon­
tradas en el carácter hum ano, sacadas bien de la psicopatología, o bien de
fuentes literarias o mitológicas. De esa m anera se Ha calificado a algunas
culturas de “ paranoides”, “ introvertidas” o “extravertidas”; y a otras se les
lia calificado r base de figuras literarias como “Fausto”, o de deidades griegas
como “A polo” o “Dionisos”. En todos esos casos, se ha tratado de dar, con
tales denominaciones, una im presión general de la dirección predom inante
de los fines d e vida, de los valores morales o de una técnica mitológica.
Las denominaciones de ese tip o no pueden aspirar a ser m uy exactas.
N inguna cultura es exclusivam ente introvertida o extravertida. N inguna cul­
tura es predom inantem ente “paranoide”. Todos esos calificativos se fundan
en connotaciones muy vagas. El térm ino “paranoide”, puede referirse a mega­
lom anía, a persecución o, m eram ente, a ansiedad, y la selección de una de
ellas por el lector depende d e su concepto de “ paranoide”. La palabra “extra-
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 99

vertida5* puede significar, igualmente} m uchas cosas: n o inhibida} interesada


en la actividad, interesada en el m undo exterior; “introvertida” puede equiva­
ler a inhibida, introspectiva, interesada,en la fantasía, etc. Las denom inacio­
nes “fáustica” o “dionisíaea” son de género diferente a las anteriores. Se
califica con ellas a u n a cultura de acuerdo con un tipo caracterológico en e l
cual los objetivos o valóres e ideologías característicos dom inantes se tom an
como guía para ia adaptación de u n grupo.
Todas esas ideas fo ca l^ están expuestas a la misma edredón» ya qu e
destruyen las fronteras entre el individuo y la institución. La b alad a básica
involucrada en ellas es la de que» según cualquier psicología contem poránea,
las variaciones observadas én el carácter hum ano están creadas por los mo­
dos habituales de reacción ante las condiciones externas. El rasgo del carácter
puede ser una form ación reactiva, una compensación o huida cuya n atu­
raleza sólo puede ser decidida partiendo de las disciplinas o de las situaciones
de realidad en la cultura. Partiendo de ese punto de vista, si u n grupo es
paranoide debería ser posible seguir la pista d e aquellas fuerzas institucionales
con las que establecen contacto todos sus elementos com ponentes y que se
term in an en teserasg o co m ú n . Sin embargo, con tespecto del carácter consi­
derado como idiosincraeia rada! o cultural irreductible^ se debe usar, inm e­
diatam ente, una designación psicológicay negar, al propio tiem po, la valides
d e la derivación psicológica del carácter.
L aprim ordial objeción qüe puede hacerse a esas denom inaciones es quizas
la de que n o facMimn una base para la comparación de los efectos d e los
diferentes sistemas institucionales de la naturaleza hum ana. Esto es exacto
por lo que respecta a toda idea focal derivada de las constelaciones psicoló­
gicas del individuo. El resultado no varia si, en vez de em plear u n rasgo d e
carácter, designamos^ a las culturas siguiendo una fórm ula que exprese la
represión del “ instinto”. Este últim o sistema de notaciones ha sido usado por
los psicoanalistas que describen a las culturas calificándolas d e oral, anal ó
fálica.5 Tam poco está llam ada a tener más éxito la definición d e una cultura
como “segura” o “insegura”. En este últim o caso se desliga el afecto de las
circunstancias que lo producen. El afecto o emoción no es una causa, sino
m eram ente una indicación de cambios más profundos en el individuo.
Perder la pista de la brusca diferenciación éntre el individuo y el grupo, y
d el hecho de que la sociedad no es un individuo, equivale a abandonar la
posibilidad de obtener'precisión alguna al estudiar em píricam ente lás relacio­
nes recíprocas. El carácter, el afecto y la seguridad son únicam ente atributos
del individuo. U na cultura es el conjunto de las instituciones m ediante las

5 Véase una exposición más de ese punto, en la pagina 363.


100 ESTUDIOS PRELIMINARES

cuales vive un grupo de individuos. Esas instituciones causan sobre el indivi­


duo efectos que pueden finalizar en seguridad para d mismo, o en rasgos
paranoicos, e tc
Pero esto nos conduce a otra consecuencia muy im portante. ¿Existe algu­
na uniform idad en los efectos que producen las instituciones sobre los indivi­
duos, d en tro de la misma cultura? No puede existir ninguna uniform idad
porque están presentes, siempre, las diferencias de sexo, edad y status, asi
como discrepancias constitucionales en cuanto a la fortaleza, la belleza y la
inteligencia. Sin embargo, esto no contradice el hecho de que en cualquier
cultura todos los individuos están sujetos a determ inadas disciplinas, como
ocurre con la religión y las actitudes prescritas a los miembros de la fam ilia.
En otras palabras; una cultura crea una órbita dentro de la cual se m ueven
todos los individuos comprendidos en d ía . Esa órbita está form ada por insti­
tuciones a las que están sujetos todos los individuos q u e integran una sociedad.
D entro d e esa órbita se aprecian m arcadas diferencias relativas al sexo, la
prim ogenitura y el status. T an falso es afirm ar que dentro de una cultura
determ inada todas las mujeres o todos los hijos mayores tienen el m ism o
“carácter9*, como suponer que todos los jefes de las diferentes culturas tienen
el mismo carácter. Las distinciones entre las form aciones del carácter indivi­
dual dependen d e las actitudes, percepciones y fórm ulas de acción habituales
con respecto al mismo estímulo externo que cada individuo crea por sí. Por
ello podemos esperar encontrar casi las mismas diferencias de carácter? en las
sociedades aborígenes que las que hallam os en la nuestra, incluso au n q u e
las variaciones en el destino d e k vida d el individuo sean, probablemente^
menores en la sociedad aborigen. Las gradaciones d e status no originan d ife­
rencias e n e l carácter. Crean diferencias en cuanto a la oportunidad de explo­
tar a los dem ás, al prestigio y a la inm unidad con respecto d e algunas restric­
ciones institucionales; pero, en su mayoría, no influyen en el carácter a
menos que vayan acompañadas d e la inm unidad con relación a la influencia
de las disciplinas y restricciones en los años de formación. El hecho de confe­
rir a u n hom bre una nueva fu n d ó n en .una sociedad no altera necesaria­
m ente su carácter; si lo hace, el cambio tiene una relación definida con su
carácter anterior* El explotado q u e adquiere súbitam ente el poder, lo usará
en forma diferente que el hom bre que b a ad o educado para e lla En un a
sociedad en la cual la prim ogenitura confiere im portantes inmunidades* el h ijo
mayor no es fatalm ente el individuo más eficaz y más fértil en recursos en tre
los vastagos d e la fam ilia. .
-Podemos resum ir esta exposición de las ideas focales basadas en analo­
gías con los individuos, de la m anera siguiente: N o es posible establecer
comparaciones entre sociedades sobre una base dinám ica, m ediante términos
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 101

generales que describan los rasgos predom inantes conform e a los afectos»
síndrom es patológicos» rasgos de carácter o tipos caracterológicos tal com o se
encuentran en el individuo. Tales comparaciones sólo pueden establecerse
con seguridad com parando las instituciones y poniendo después en parangón
los resultados finales sobre el individuo. t
í e s =tabús relativos al. incesto, las disciplinas básicas» las técnicas d e la
magia y los métodos de invocar la ayuda divina son icfénticos para todos los
individuos de una misma sociedad. Son esas instituciones las que c o n stitu y a
la órbita cultural. Dentro de esa órbita puedei\ desarrollarse individualm ente
diferencias de carácter. U n grupo no puede tener u n carácter, como no puede
tener u n alma. Ese antropom orfismo induce a arror. Lt> que crea la impresión
de la estisteneiade un carácter del grupo es la actuación de las sanciones
generales que» cuando son observadas universalm ente, pueden conducir a la
ausencia aparente d e ciertos rasgos de carácter. Por ejemplo» se puede obser-
var q u e los todas no son celosos. Esa observación puede ser correcta fenome-
nológicamente, pero m etodológicam ente es m uy grande la diferencia si se
considera la falta de celos como una idiosincracia racial» “una pauta culto­
ral” o si se m antiene en v irtu d de sanciones. N inguna cultura puede prohibir
una emoción; sólo puede crear condiciones que la hagan innecesaria; p u ed e
hacer aceptable la supresión-de la-emoción o p u e d e prohibir sus manifestacio>
nes. E l resto es: u n problem a que atañe al individuo. La form a en que nafa
ese problem a depende de su carácter y eso no tiene-nada que ver co n su
status, a menos que, por ejemplo, sea indecoroso *para: un jefe estar celoso de
un v asallo —y esto últim o es una mos— . V ^
Si np podemos hacer uso de eso6 criterios descriptivos» resulta im portan­
te encontrar otros que estén libres de las objeciones que hem os form ulado.
Podemos observar los efectos de las instituciones sobre el individuo. Son
varios los que se "ofrecen a nuestra selección^ Hay afectos que podemos
em plear no como causas» sino como indicadores de tensión. El más universal
de ellos es la ansiedad. A m ayor abundamiento» los efectos de la ansiedad, en
fo rm a.d e defensas organizadas» pueden ser fácilm ente identificados. O tra
guía im portante se encuentra en los efectos de la frustración de las necesida­
des básicas. Todavía podemos em plear un tercer criterio estudiando aquellas
condiciones que acaban por d ar al individuo u n sentim iento de seguridad y
aquellas otras que no son capaces de hacerlo. La falta de seguridad puede
ser percibida por las ansiedades que origina y por las medidas com pénsate
rías q u e ese fracaso hace necesarias.
P ara poder usar con eficacia esos criterios, es necesario algún conocimien­
to, tan to de la psicología norm al como de la anorm al. U n ejemplo práctico
pondrá claram ente de m anifiesto esta circunstancia. Partiendo de cuanto
102 ESTUDIOS PRELIMINARES

conocemos acerca de nuestra propia cultura, podríamos suponer que las rigi-
das restricciones sexuales impuestas en la niñez, así com o los tabús erigidos
contra los objetos y fines sexuales, habrían de producir, e n un considerable
núm ero de casos, perturbaciones en la potencia viril. Podríam os confirm ar
esto m ediante la observación directa, es decir, investigando si los varones
padecen de im potencia de cualquier clase en su período de funcionam iento
sexual. Si tomamos en consideración una sociedad en la que no existan tales
restricciones, sería lógico que pensásemos en no encontrar perturbaciones
relativas a la potencia genésica. Supongamos que comprobamos este hecho y
que, efectivam ente, no hallamos prueba alguna de la aberración. Empero, esta
ausencia aparente puede ser debida a inadvertencia por nuestra parte. Existe
una forma segura de controlarla Es m ás que probable que las perturbaciones
en la potencia viril produzcan ansiedad en cualquier sociedad. Es casi seguro
que en la sociedad primitiva se racionalicen achacándolos a la magia maléfica
de alguien. Si encontram os en esa sociedad la idea de q u e la magia maléfica
no es capaz de causar impotencia, podremos estar com pletam ente seguros
d e q u e no existen perturbaciones en el campo de la potencia viril y de que
la tests original d e que las restricciones sexuales im puestas en la niñez son
causa de perturbaciones sexuales, es em inentem ente probable.
Sin embargo;, la ansiedad no es el único afecto que necesitam os vigilar.
Hay otros que nos sum inistran indicios valiosos. Los celos pueden ser em­
pleados a m odo d e indicador igualm ente valiosa No sólo es im portante su
presencia, sino tam bién su ausencia en aquellas situaciones a i las que sería
enteram ente n atu ral el encontrarla. T al ausencia es u n a invitación para
investigar en busca de sanciones contra sus m anifestaciones o de compensacio­
nes tangibles de $ú represión.
C om ocorolario a ese uso de los afectos y d e las reacciones producidas por
la frustración, así como de los efectos de ambos sobre la personalidad total,
podemos em plear otro concepto como idea focal: la constelación “sistema de
seguridad” que vamos a explicar a continuación. ~
Las defensas contra la ansiedad son extrem adam ente variadas y constitu­
yen excelentes indicadores de los recursos de q u e dispone el individuo y éstos,
a su vez, dependen de los recursos dé q u e dispone la cultura en conjunto. Con
respecto de la aplicación práctica d e este conocimiento, surge un problema
im portante. Dichos afecto y defensas deben describirse en la forma en que se
presentan en el ego consciente y no e n la form a en que se expresa la conste­
lación inconsciente de ellos derivada. Por ejemplo, si nos encontram os con
una constelación que puede caracterizarse como de “m iedo de ser Comido”,
podemos hacer lo que se ha hecho en el pasado: describirla en térm inos de
la teoría de la libido como “ una regresión hacia la fase sádica oral de des-
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 103

arrollo’VTal afirm ación no riós da, en esa form a, ni inform ación acerca de la
fuente institucional de dificultad n i u n cuadro muy ex acto de los efectos d e
la institución sobre el individuo. P or otra parte, si la definim os en términos
de la personalidad total, sonará en form a algo diferente. Confirm am os enton­
ces que existe u n a ansiedad m anifiesta y que la forma que adopta —el miedo
de ser comido— constituye una representación incdnsciénte de u n a frustra­
ción real de la vida. Tenem os que hacer la afirmación en térm inos de la
personalidad total, puesto que es ésta la que entra en contacto directo con
la realidad. D e ese modo se puede estudiar e identificar la realidad externa
o la institución que crea la presión. La situación de frustración puede refe­
rirse a cosas tales c ó m a la dependencia, el sexo, el prestigio ó el alimento.
C u ál de ellas sea, debe decidirse partiendo del cuadro general é t la cultura.
Podemos caracterizar los dos puntos d e vista diciendo que la prim era teoría
em plea la fantasía oral de ser com ido tom o prueba de una gratificación
sucedánea y la otra como diagnóstico indicador de una frustración que p ro ­
cede de alguna parte dentro de la realidad efectiva del individuo.
La dinám ica que ha d e emplearse es, esencialmente, la descrita por Freud.
El punto de p artid a es él de que las ideas focales se expresan en el lenguaje
de la experiencia en la que ocürrefi conscientemente. La constelación incons^
d e n te se usa com o prueba de una presión creada hístitucionalraente, presión
que se identifica. Así, p o r ejemplo, cuando hacemos usó de un concepto tal
como el de seguridad o sistema de segundad, que significa intentos institu-
dónales organizados para aliviar la ansiedad, estamos hablando d é la defensa
organizada provocada por una ansiedad específica que es preciso identificar.
Se describe, entonces, la ansiedad en térm inos de los deseos o necesidades
básicas, tal com o sor* percibidos conscientem ente surgiendo del alimento^ la
dependencia y así sucesivamente.
Si aceptamos una idea focal tal como la seguridad, debemos ordenar los
datos en la form a adecuada para estudiar los tipos de organización que
producen un sentim iento de seguridad al individuo y los que n ó tienen esa
virtud. Pero u n a vez q u e hayamos elegido una tal idea focal, tenemos que
permanecer fieles a sus condiciones. Tenemos que identificar la ansiedad y
su fuente e identificar, igualmente, la defensa institucionalizada. Por ejemplo,
se ha escrito m ucho acerca de los empeños del hombre para conseguir la
inm ortalidad. Dichos empeños pueden ser considerados de dos maneras:
o representan u n afán en pos de la vida perdurable, es decir, u n deseo po­
sitivo, o una repulsa de un hecho doloroso y provocador de ansiedad: la
m uerte. Cada una de esas dos form as de aproximación conduce a Conceptos
enteram ente distintos de la sociedad particular de que estamos tratando. La
ideología subyacente en relación con la inmortalidad es producto de muchas
104 ESTUDIOS PRELIMINARES

racionalizaciones; se usan, sin embargo, esas ideas como prueba de un estado


de cosas deseado. Además, cuando el hom bre hace uso del fenómeno de los
sueños para presentarlo como, prueba d e que la personalidad es divisible
entre el cuerpo real y su doble al q u e llama “alm a”, está filosofando con
objeto de hallar u n a conclusión que satisface una necesidad emotiva; ali­
viar la angustia relativa a la m uerte. Deshace y, al propio tiempo, niega, en
esa forma, una realidad dolorosa. Apoyándose en esos sistemas filosóficos,
se podría sacar la consecuencia de que existe un vigoroso impulso hacia la
inm ortalidad. Por otra parte, si se los considera como parte de una defensa
sistemática contra u n a ansiedad, debemos orientar la búsqueda de hechos en
una dirección enteram ente distinta. Tenem os que buscar pruebas que indi­
quen por qué esa ansiedad universal es m ucho más exagerada en una cultura
que en o tra y por qué las creencias relativas a la misma son m ucho más
complicadas en esta que en aquella sociedad. Tenem os q u e exam inar las
condiciones en las que lucha el grupo contra el m edio am biente que le rodea,
buscar los factores que surgen de la organización social, estim ulan ese tem or
y aportan, después, las ideas básicas m ediante las cuales se define la inm or­
talidad. La idea cristiana de la inm ortalidad contiene conceptos que faltan en
otras culturas como la de los zuñís. La prim era se deriva de la rígida obedien­
cia a la disciplina y al castigo, eñ tanto que la religión zuñí está enteram ente
libre de tales ideas. E n resumen: aunque todas las culturas tienen una ansie-
dad que se m anifiesta en un afán de la inm ortalidad, hay q u e estudiar los
factores q u e recalcan ese m iedo subyacente a la m uerte. Ese miedo racio­
nal puede convertirse jen el portador d e ansiedades que dim anan de otras
fuentes ocultas. Este, y no el síndrom e final de la búsqueda de la inm ortali­
dad, es el aspecto q u e hay qu e com prender.
En otras palabras, podemos trabajar tomando como p u n to central la idea
d e seguridad como defensa contra la ansiedad, Si no empleam os la ansiedad
como idea focal subyacente, estarem os identificando una serie inacabable de
desee? positivos, tales como el d e inm ortalidad, sin habpr identificado previa­
m ente los ¿actores q u e los acentúan* Siguiendo ese procedim iento podremos
evitar el perdem os en una serie inacabable de radonahzaciofies*
Con todas esas consideraciones a la vista, podemos exam inar las creencias
d e los isleños de las Trobríand respecto de la inm ortalidad. Pero no basta con
limitarse m eram ente a identificar la presencia de ese.deseo que los indígenas
d e lasT robriand tienen en com ún con otros pueblos aborígenes, sino que es
preciso com pararlo con las condiciones especiales en que puede perderse o
ganarse la inm ortalidad y el hincapié q u e sobre ella se baga* E ntre los incUge-
ñas de las T robriand, la inm ortalidad parece ser una condición que se da por
descartada para todos los individuos. Las relaciones con los difuntos no se
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 105

caracterizan p o r la existencia de u n miedo grande. Tam poco se caracterizan


las ideas acerca de la inm ortalidad por grandes esperanzas» ya que no existen
grandes peligros que evitar. N o se sirven del m undo d el m ás allá de la m uerte
como de la situación en .la que habrán d e rem ediarse todas las insatisfaccio­
nes padecidas en este m undo.
Pedemos sentar con m ediana seguridad la conclusión de que las ideas d e
los naturales de las Trobriánd acerca de la inm ortalidad indican la ausencia
d e esa ansiedad que se manifiesta» pea: ejemplo, en Las ideas cristianas. Esa
ansiedad» q u e se revela en las complicadas condiciones necesarias para ase­
gurarse la inm ortalidad, tiene q u e ser, sin duda, d e un tipo específico,
porque no püede afirm arse que los trobriandeses estén libres de ansiedad. Se
hace preciso» ahora» identificar las fuentes originales de sus ansiedades» p or
u n a parte» y explicar la ausencia de ellas en aquellos lugares donde sería
lógico esperar encontrarlas. Podemos correlacionar la ausencia de ansiedad
con respecto de la m uerte y la inm ortalidad con la falta de disciplinas rígidas
en la niñez y el efecto que tal cosa tiene sobre la form ación de ideas y actitu­
des básicas con relación a los progenitores. Sin embargo» hasta ahora carece*-
mos d e prueba alguna d e tal supuesto.
El problem a dé diagnosticar las. ansiedades y las defensas se convierte en
m uy im portante y difícil.
Si fuese posible estudiar sociología en las au d ic io n e s de un experim ento
controlado» podríamos resolver con facilidad el problem a de la localización
de la ansiedad. Podríamos tom ar varios, grupos y sujetar a oída uno de ellos
a u n a : serie d e condiciones que pueden ser representadas de la siguiente
m anera:
I ~ 2
Constante Variable Constante Variable

A — X B — X
A - Y B - Y
A — Z B — Z

Tendríam os en esa form a una condición constante y varias variables en


cada uno de los experimentos y en el otro m antendríam os las mismas varia­
bles, y alteraríam os las constantes. Si en el primer experim ento A representase
la satisfacción fácil y com pleta de las necesidades de subsistencia, X, Y y Z
representarían las variaciones observadas en las norm as que rigen las satisfac­
ciones sexuales, representando X la total ausencia d e cualquier especie de
control, Y los tabús de finalidad y objeto y Z solam ente los tabús de objeto.
Se podría alterar entonces la constante B m ediante la introducción de grandes
dificultades en las gratificaciones de subsistencia. Si se prosiguiese esa experi­
106 ESTUDIOS PRELIMINARES

mentación controlada durante algunos centenares de años, estañam os, proba­


blemente, en situación de determ inar definitivam ente los efectos de las
presiones específicas que actúan sobre los seres hum anos en relación con
determ inadas constantes y estaríamos en condiciones de observar los efectos
causados por tales presiones sobre las instituciones secundarías por ellas produ­
cidas y el género de individuo que cada una de ellas crease.
T al experim ento controlado es naturalm ente imposible, en parte porque
el tiempo requerido para su realización total es demasiado grande y en parte
tam bién porque sería imposible im poner condiciones controladas a ningún
grupo. Se han registrado, sin embargo, series de experimentos análogos con
respecto de las diversas culturas existentes, pero no nos es posible reconstruir
todas las condiciones, aunque algunas de ellas son claram ente perceptibles.
Concurren, adem ás, otros factores accidentales, como la difusión, que vienen
a complicar el cuadro y el aún m ás perturbador dim anante d e los diferentes
tipos de reacción ante la misma ansiedad y, por últim o, el hecho de que
varías presiones sociales ejercen influencias recíprocas. La ansiedad alimenti­
cia, por ejemplo, puede influir eventualm ente las mores d e prestigio. Las mis­
mas condiciones sociales no producen individuos de carácter uniforme. N i
tampoco influyen sobre los grupos de una manera uniform e. Pueden, sin
embargo, ser explorados los límites de sim ilitud y variación, con respecto de
las dificultades específicas tales como las ansiedades alim enticias, sexuales y
de prestigio.
Cuando hablam os de presiones ejercidas sobre un grupo de individuos,
queremos significa* que d o ta s instituciones crean grandes dificultades para
la satisfacción d e determ inadas necesidades básicas. La m ás evidente de ellas
es la de procurarse el alimento. D eridir hasta dónde podemos llegar si­
guiendo la pista de esa dificultad en una cultura, constituye u n problema
im portante. La necesidad de alim entación influirá de m odo im portante en la
conducta recíproca de los individuos en cualquier sociedad. Pero este proble­
m a se complica aún más por el hecho de que tales presiones jamás se encuen­
tran aisladas y d e que no existe garantía alguna de que la misma presión haya
de producir efectos similares en culturas diferentes; la probabilidad de obtener
resultados bien delim itados es aún más pequeña cuando dichas presiones
coexisten con otras. Puede obtenerse el mismo fin partiendo de orígenes dife­
rentes. Esa com plicada serie de interrelaciones resulta así más difícil de des­
enredar. Lo m ejor que se puede hacer en esas condiciones es tratar de esas
ansiedades con las que estamos más familiarizados m erced a nuestro conoci­
m iento del hom bre de nuestra sociedad y, después, estudiando las interrela­
ciones que se establecen entre las ansiedades y las reacciones producidas por
las mismas, ab lar las diferentes condiciones culturales específicas que las orí-
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 107

gtnaxi. Las diferencias de los tipos de reacción d e los diversos grupos an te la


misma ansiedad variarán, por supuesto, de conform idad con los recursos de
que dispone un grupo p articu lar para dom inar esa ansiedad. En el caso del
alim ento, el tipo de reacción depende de la confianza que merezca la técnica
em pleada para procurarse y garantizarse el sum inistro alimenticio. Es igual'
m ente im portante identificar la forma en que ta l ansiedad está representada
ideadonalm ente, ya qué la m anera en la cual se representa una necesidad
determ inada, constituye una indicación directa d e los recursos con que cuenta
el ego p ara satisfacer la necesidad sobre la base d e un a configuración cultural.
En otras palabras: una reacción producida por un a ansiedad de alim enta'
ción tiene que constar, por lo menos, de dos elem entos: la representación idea-
cional de la ansiedad y los recursos de que dispone la personalidad para d o tn i'
liarla. La representación ideacional puede expresarse, en el caso del alim ento,
por las siguientes ideas: realizar esfuerzos racionales para obtener el alim en'
to; tom ar éste de otra persona; desear que alguien lo dé (es decir, otra
persona o un ser sobrenatural); gratificación alucinatoria del ham bre m edian'
fe lá fantasía o el sueño. Sobre la base de la ansiedad de alimentación, pueden
aparecer otras ansiedades com o el miedo a la m uerte y la desintegración y el
miedo a ser comido. Si se encuentra un m étodo racional, enteram ente sujeto
a control, que sea suficiente, no es necesario invocar los demás tipos de
representación. El que los métodos racionales sean o no suficientes depeiv*
de de los recursos técnicos d e que se disponga. Los tipos de representación
ideacional se basan en los recursos disponibles y son, por lo tanto, indicadores
de ellos. Pero todos esos recursos son funciones de la personalidad total.
Form an ,parte del equipo “cu ltu ral” del grupo, p ero e l individuo los tom a o
dom ina en grado variable.
De aquí que cuando, hablam os de representaciones ideadonales de una
ansiedad específica significamos también que la form a específica de representa'
ción m antiene una relación definida con los recursos disponibles para m anejar'
la. Si un individuo cualquiera perteneciente a nuestra cultura sufre de ap en d i'
citis, no rezamos ni enviamos a buscar un hechicero con el fin de averiguar
quién perpetró la magia, sino que procedemos a la extirpación del apéndice
inflam ado. La técnica adecuada para establecer el diagnóstico y proceder a
la extirpación, constituye u n rasgo cultural, por m ás que no todos los indivi'
dúos pertenecientes a nuestra cultura sepan cómo hacerlo. Tam poco todos los
individuos qué integran u n a sociedad prim itiva conocen la técnica de la
magia, pero el concepto de etiología de la enferm edad, la magia, y de lo que
hay que hacer con aquélla (consultar a un hechicero) constituye u n conocí'
m iento común.
108 ESTUDIOS PRELIMINARES

Vamos a intentar, con la ayuda de esas guías, ver si podemos descubrir


algunas fuentes de ansiedad en la ciíltura de las islas Trobriand.
Algunos aspectos característicos de la misma son muy semejantes a los
que se encuentran en la nuestra. Existe una diferenciación d e status entre el
noble y el plebeyo, con gradaciones de prestigio asociadas a las categorías
respectivas. La calidad de los cuatro clanes no es la misma. Las diferencias
de rango están asociadas con divergencias en cuanto a privilegios, tabús ali­
menticios, etc. N o sabemos aún si la diferencia de status puede crear molestia
por sí misma, ni las condiciones específicas en que puede h a c e rla Parece ser
un hecho evidente por sí mismo, a juzgar por lo que ocurre ostensiblem ente en
nuestra cultura, que la diferencia de status habría de originar autom áticam en­
te ansiedad como consecuencia de la envidia, celos y agresión que es capaz de
movilizar en el in d ividua Sin embargo, no ocurre así necesariam ente. La
ansiedad debida al status es inversam ente proporcional a la m ovilidad de
status del individuo. Es de esperar, a m ayor abundam iento, q u e según todas
las probabilidades, la ansiedad será tan to mayor si la expresión de la envidia
y de la agresión están obstaculizadas por una sanción de cualquier clase. En
la cultura de las Trobriand las sanciones contra la agresión m utua son muy
severas. El sentido de la vergüenza, m uy desarrollado y fácilm ente estimulado,
y la frecuencia del suicidio por motivos q u e sería de esperar que diesen lugar
a la agresión, son factores que indican la presencia de ansiedades s u id a s de
la diferencia de status.
T al explicación n o parece, sin embargo, demasiado satisfactoria. Existe
otro factor que debem os tom ar en ccxisidetádón antéfc de m anifestar nuestra
conformidad con que la diferenciación d e status, traducido en diférencias de
privilegios y oportunidades para obtener determ inados tipos de gratificación,
pueda originar ansiedad. Ese factor adicional consiste en si se conceden o no
compensaciones a los desheredados d e la fortuna por sus renunciaciones.
N o es absolutam ente preciso que la compensación sea de una naturaleza con­
creta y real; puede ser fantástica o ilusoria. La forma en q u e actúa dicho
factor en la cultura de las Trobriand no puede ser dilucidada a base d e los
datos que hemos tom ado en consideración.
Podemos buscar ahora la ansiedad d e Cim entación en la cultora d e las
Trobriand. No están de acuerdo todas las pruebas referentes a ese p u n ta
La economía real parece enteram ente capaz de satisfacer las necesidades de
subsistencia sin demasiadas dificultades. Por otra parte, se concede al alimen­
to un elevado valor de ostentación, las casas donde se guarda el ñame están
situadas muy a la vista y existe un orgullo evidente en poseer bastante d e un
artículo que no escasea. Se manifiesta, incluso, la negativa de que el alim ento
tenga algún valor como elemento esencial para la vida. Los indígenas c o
IDEAS FOCALES Y TECNICAS 109

men dándose la espalda» N o encontram os prueba alguna de miedo a la des­


integración después de la m uerte ni de canibalismo*. En resumen: apenas
existen pruebas de la existencia de ansiedad real de alim entación en esa
sociedad; pero abundan, en cambio, las que acreditan cierto interés respecto
de los comestibles. La prueba n o es decisiva* Puede ocurrir que se em plee el
alimento^ del cual se dispone en abundancia, con el fin d e suplir una defi­
ciencia observada en algún otro sector, o puede ocurrir que se le utilice como
representación simbólica; nada podemos afirm ar acerca de ello»
Existe» sin embargo, una situación en la cultura de las islas Trobriand que
merece Ja mayor atención: la organización de la fam ilia y el carácter de las
primeras disciplinas.
La form a de la familia es muy semejante a la de la nuestra; pero los
deberes, obligaciones y lealtades están distribuidos de m odo diferente. El
grupo propio es m atrilineal, fundándose en el concepto de que la m adre es
el único elem ento procreador y de que el padre no desem peña papel alguno
en la paternidad biológica. D e aquí que los individuos de la misma sangre» los
parientes cognaticios» form en el grupo propio. T an to el apoyo económico
como el alim ento y la disciplina proceden de la línea m aterna. Del lado del
padre vienen todas las satisfacciones sexuales y u n a actitud amistosa y cari­
ñosa por su parte. N o existen disciplinas sexuales y el control de esfínte­
res se instituye suavem ente. N o se emplean en la disciplina castigos ni ame­
nazas. La disciplina realm ente im portante no comienza hasta que los recursos
del individuo están com pletam ente desarropados» cuando es el tío m aterno el
que asum e el papel de gobernante y disminuye la influencia del padre.
D e esa situación podemos colegir fácilm ente d e qué especie es la imagen
que se form a del padre (es decir: del marido d e la m adre); debe ser» por
necesidad» un cuadro cariñoso y amistoso, ya que en ningún momento d e su
vida, ni en la infancia ni después, tiene oportunidad el hijo d e asociar al padre
con ningún género de prevención o restricción y, como consecuencia d e ello,
no tiene ocasión de experim entar hacia él odio reprim ido. No es preciso
someterse a las disciplinas con el fin d e ganarse la aprobación o la seguridad.
Todo lo que es amistoso y perm isivo está asociado con el padre, en tanto que
todas las restricciones, sexuales y disciplinarias, proceden del lado m aterno.
Poco ten d ría de: extraño, por lo tanto, que tales odios y hostilidad se dirigiesen
hacia los parientes m atem os. C reen los indígenas d e las islas Trobriand que la
enferm edad se debe a la brujería que se atribuye, com únm ente, a la culpa de
un pariente materno. Y m ás im portante aún, a este respecto, es su creencia
de que el niño es relativam ente inm une a la influencia de la magia, que co­
mienza a afectarle, únicam ente, después de la pubertad. Testim onia esto el he­
cho de que el niño vive en un ambiente de tolerancia y que no comienza a
110 ESTUDIOS PRELIMINARES

tener ninguna causa real de hostilidad contra nadie hasta después de la


pubertad; y entonces hay que reprim ir esa hostilidad, ya que el tío ocupa una
posición enteram ente sem ejante a la del padre en nuestra propia cu ltu ra: la de
proveedor de alim ento y disciplinador.
Deberíamos esperar, por lo tanto, encontrar en la sociedad d e Trobriand
un individuo fuerte, con confianza en sí m ismo, libre de la envidia, fértil en
recursos y que goza de una propia estim ación elevada. Sin embargo, aunque
así puede ocurrir con anterioridad a la pubertad, las pruebas aportadas indi­
can que no es así con posterioridad a dicho período. A bunda la envidia y a la
am plia libertad sexual d e la infancia reem plaza un ideal estrictam ente monó­
gamo y una rígida sujeción a un numeroso grupo de sanciones.
Las restricciones sexuales impuestas d u ran te la niñez se refieren única­
m ente a lo® objetos (prim ordialm ente las herm anas), pero n o ál fin. Es
difícil calcular la opresión que con ello se origina, ya que no se imponen
restricciones al individuo con relación a los objetos que no son tab ú . Si toma­
mos el folklore como indicador de esa presión, observamos que ta l restricción
se siente efectivam ente. En lugar d e la habitual historia de Edipo, aparece la
narración del origen de la magia amorosa como procedente d e una planta
que crece en tre los esqueletos entrelazados d e dos am antes herm anes, que
m urieron sumidos en la vergüenza. Define la narración en cuestión el poder
de las sanciones contra el incesto en tre herm ano y herm ana, y e n vez del rival
paterno, no hay sino todo el peso de una prohibición m antenida con carácter
general. Dicho tabú representa la única form a de disciplina realm ente seria a
la que está som etido el niño. - '
Si tratam os d e encontrar fuentes ocultas d e ansiedad y'odio debidas a las
disciplinas severas y a las imposiciones que coartan la libertad del niño, obser­
vam os su ausencia en la infancia, cuando se forman las adaptaciones básicas.
El ego se desarrolla librem ente y las restricciones no comienzan a aparecer
hasta la pubertad y el matrimonio.
Sin embargo, existen pruebas de la existencia de u n a gran cantidad de
ansiedad que se expresa en forma d e miedo d e la brujería y de las brujas vola­
doras. La existencia de sociedades secretas de mujeres, de las que están
excluidos los hom bres, indica la presencia d e una tensión considerable entre
los sexos,6 y háy, adem ás, pruebas de una gran envidia y hostilidad recí­
procas.
La cultura de las islas Trobriand presenta un contraste interesante con la
nuestra. Plantea el problem a de si las constelaciones básicas form adas dt\-
« Malinowski ño ha podido confirmar nunca la existencia real de organizaciones feminis­
tas que someten al hombre a degradaciones y mutilaciones. Sin embargo» su existencia en
concepto dé fantasía femenina es significativa.
PAPEL DEL FOLKLORE Y DEL MITO m

rante la infancia determ inan tan com pletam ente los recursos del ego que
el individuo es capaz de hacer frente a los problem as subsiguientes d e acuerdo
con su libertad anterior. Damos por supuesto que en la cultura d e las Tro-
briand crece el n iñ o libre d e las restricciones a las que está sometido en la
cultura de Occidente. Después, una vez que su personalidad se ha desarrolla­
do por completo, se tropieza el niño con graves restricciones im puestas sobre
libertades de las que gozaba antes plenam ente y sobre las oportunidades de
usar d e aquellos recursos que, durante el período de desarrollo, estaban libres
de obstrucciones sociales. ¿Puede esperarse vque, en esas condiciones, el indi­
viduo acepte sin protestas que se restrinjan sus posibilidades? D ecididam ente,
no. T al individuo está reducido a una situación de desventaja más grave que
aquél cuya actividad está restringida desde la infancia y que se h a acostum­
brado a las adaptaciones masoquistas que son socialmente aceptables. Existe,
empero, una diferencia entre ambos: las reacciones ante los dos tipos de
restricción serán diferentes y los precipitados culturales de uno y otro diferi­
rán radicalm ente.
É l individuo cuya expresión de las necesidades biológicas se ve estrangu­
lada por las presiones sociales, desarrolla u n a actitud definida para con los
ejecutores de tales disciplinas. Presta su aquiescencia a sus dem andas con el
fin de conservar otros intereses que, hasta cierto punto, se satisfacen real­
m ente. Aprende, por ejemplo, que si obedece, es aprobado y protegido. Por el
contrario, el individuo que no hace frente a esas condiciones m ediante la
restricción de necesidades esenciales, no form a similares actitudes básicas de
adaptación;
En resumen: las restricciones impuestas en la cultura de las Trobriand
confrontan al individuo después de que se ha perm itido adquirir a la persona­
lidad un desarrollo irrestricto dentro de los lím ites culturales. Esta situación
tiende a agudizar los conflictos entre individuos con respecto a los beneficios
que todos ellos esperan disfrutar posteriorm ente. El margen entre la derrota y
el éxito se hace así extrem adam ente reducido y no existen reacciones inter­
medias que sean asequibles o aceptables. Quizás es esta circunstancia la que
explica la eficacia del sentim iento de vergüenza y la facilidad con que los
trobriandeses se suicidan como resultado del fracaso o de la degradación. Ese
sentim iento sólo deja al individuo un lím ite m uy bajo de frustración.

EL P A P E L DEL “ FO L K L O R E ” Y DEL MITO

Llegamos ah o ra al momento de tom ar en consideración el papel que


deberíamos asignar al folklore dentro del sistema de criterios de diagnóstico.
Se ha destinado el folklore a dos usos diferentes: como una especie de archivo
112 ESTUDIOS PRELIMINARES

histórico* y como expresión d e la presión ejercida sobre los productos de la


fantasía por ciertas condiciones sociales que prevalecen de m odo general en
una comunidad.
La diferencia en tre esos dos usos se pone perfectam ente de m anifiesto en
un ejemplo que nos es fam iliar: las narraciones sujetas al patrón de la leyenda
griega d e Edipo. Sostiene Freud que ésta es una combinación de un acontecí'
m iento histórico y d e una tendencia biológica del hombre. Podemos indicar
la tercera posibilidad de que la leyenda de Edipo y el complejo que se encuen-
tra en individuos contemporáneos no tienen nada que ver con el rem oto
pasado, excepto en cuanto el mismo tipo de instituciones que dieron lugar a
la creación del complejo en el lejano pretérito existen hoy día en alguna
forma. N o es, tampoco, un proceso del inconsciente racial, sino que ambos
son producto de las mismas instituciones que constituyen un tipo específico
de la organización patriarcal de la familia, actuando sobre una determ inada
estructura biológica de hom bre. Si alteram os la organización social y con ella
las disciplinas específicas que le son anexas, crearem os una diferente es truc*
tura del ego y, teóricam ente hablando, o no existirá ninguna leyenda de
Edipo o se ttatará de una versión del m ito que llevará m arcada la huella
d e las condiciones específicas predom inantes en una cultura.
Esto n o significa que se deban interpretar los m itos correspondientes a una
cultura prim itiva o a la nuestra propia en el sentido de que contienen un
archivo d el pasado y que pueden ser usados, en consecuencia, para reconstruir
alguna teoría acerca de los orígenes sociales. Es perfectam ente discutible la
cuestión d e si tales supervivencias pueden persistir en una cultura en la que
n o sirven ya a ningún fin funcional. C uando cam bia una organización social,
cam bian también con ella las disciplinas básicas a las cuales está som etido el
individuo* y surgen en la cultura nuevos intereses a los cuales deben servir
esas narraciones. En nuestra cultura contem poránea se están haciendo cons-
tantem ente esas revisiones e “historias”, cuidadosam ente redactadas. Sería
prudente adm itir la posibilidad de que se produzca el mismo proceso en la
sociedad primitiva. E n una sociedad que no ha experim entado cambio alguno
o en otra en la que existan recuerdos históricos escritos no censurados, pue­
den existir, teóricam ente, relatos puram ente históricos y no som etidos a revi­
sión. Egipto posee esos recuerdos escritos, pero no se h a escapado a la revisión
editorial. Se encuentran, con gran frecuencia, relatos sinópticos en los que se
ponen definidam ente en evidencia los estratos del cambio.
Para establecer u n a comparación entre esas dos orientaciones, la histórica
y la de la integración funcional, podemos reseñar un interesante experim ento
PAPEL DEL FOLKLORE Y DEL-MITO 113

efectuado por- W ilhelm Reidv78basándose en m aterial procedente de la cul­


tu ra de las islas Trobr¿and y exam inar después si el fotídore d e una cultura
produce o ño m aterial para ambos puntos d e vista, o si éstos son recíproca­
m ente exclusivos* N o es posible reconstruir con ningún grado d e certidum bre,
sobre la base de la mitología corriente, las instituciones d e u n a cultura que
existió en e l pasado. Se pueden descubrir las migraciones, la difusión y las
combinaciones de determ inados elem entos, y se pueden reconstruir los contac­
tos históricos. T odo esto se ha hecho, efectivam ente. Sin embargo, los mitos
correspondientes a cada localidad llevan m arcado el sello de la misma*
Observa Reich q u e en la sociedad d é las Trobriand el herm ano actúa,
con respecto de su herm ana, exactam ente en la misma form a qüe el m arido
d e nuestra cultura con respecto a su m ujer, con la única d if e r id a d e que no
tiene relaciones sexuales con ella. Como ya hemos indicado, las more$ Sexua­
les se dividen, radicalm ente, en dos fases, prem arital y postm arital, caracte­
rizándose la prim era por la absoluta libertad asociada con la aprobación
dé los padres, m ientras que con posterioridad al m atrim onio se presuponen la
continencia y la fidelidad y se castigan las desviaciones de las mismas. Reich
da mucha im portancia a la cuestión d e la dote y hace resaltar el hecho de
que el m atrim onio en tre primos cruzados tiende a conservar las propiedades
en la imea masculina* ; ri •
Reich responde a todas esas cuestiones m ediante uña ingeniosa teoría
acerca del origen d e las mores, especialm ente la relativa al incesto entre
herm ano y hermana* Deduce su prueba indiriaria d e varios m itos originales
que em plea, sin discutirlos, como comprobación^histórica. El m ito que pone
d e relieve es el que refiere qüe la m adre original salió de un hoyo y dio el ser
a un m uchacho y u n a m uchacha que vivieron jum os en unión incestuosa.*
La m uchacha tuvo hijos y el m uchacho tomó a su cargo el cuidado de su
herm ana y de aquéllos. De esa m anera existieron, originalm ente, un clan, una
aldea, un huerto, u n a magia para el cultivo de éste o para la pesca, una clase
y un origen. La interpretación d e Reich es la siguiente: H abía, originalmente,
dos sociedades com unales organizadas sobre base m atriarcal en las que existía
el m atrim onio entre herm ano y herm ana. Surgió el conflicto éntre ambas
comunidades como consecuencia de la necesidad de la casa — aparentem ente
en el territorio de la otra— o del intercam bio de bienes. Com o quiera que las
mujeres no salen a cazar, los hombres separados de las suyas se ven obligados

7 D e r E in b r u c h d e r S e x u a lm o r a l (Berlín, 1932).
8 El autor sólo ha podido comprobar el mito de que la madre salió del agujero y de que
el hijo y la hija nacieron, pero no de que hayan vivido en unión incestuosa. La narración
acentúa la práctica efectiva de que el hombre es el custodio de tu hermana y el drciplina-
dor de los hijos de aquella.
114 ESTUDIOS PRELIMINARES

a la abstinencia sexual y, consiguientemente, roban sus esposas a los hombres


d e otro clan. T al es la teoría de la imposición externa del tabú d el incesto.
Empero, los merodeadores compensan con mercancías a los esposos origina'
les. Los hermanos desposeídos, buscan entonces la venganza con el resultado
de que se produce el asesinato mutuo y una gran ansiedad en los dos grupos.
Se verifican esfuerzos en pro de la reconciliación y se llega a una cierta regla'
m entación de la situación perturbadora m ediante la exogamia, pero cotí la
intención de mantener las anteriores ventajas económicas. Tal es el prototipo
del matrimonio en la sociedad de Trobriand; matrimonio exogámico en el que
e l hermano trabaja para su hermana y los hijos de ésta. El clan victorioso
conserva su victoria gozando de un rango más elevado y un jefe elegido dis-
fruta de derechos poligámicos. Tal es el origen de la exogamia y él gobierno
patriarcal.
E l argumento tiene cierta apariencia de aceptable, pero es d ifícil percibir
las ventajas que se obtienen m ediante la nueva organización. Cada uno de
los grupos caza ahora en el territorio del otro y m antiene relaciones cotí las
m ujeres de sus rivales, pero debe obligaciones económicas a su hogar original.
N o es fád l percibir quién obtiene la ventaja “económica”, si son los hombres
o las mujeres, n i cuál de los dos grupos la consigue. Descarta Reich, evidente'
m ente, toda idea de rivalidad intrasocial, m otivada por las mujeres, entre loe
hombres de cada uno de los clanes. Con arreglo a esa organización, e l hombre
que entrega a su hermana debe ser compensado y de esa suerte se convierten
las mujeres en prenda económ ica. Lo cierto es que en la sociedad d e las Tro-
briand las mujeres son el instrumento indirecto del poder económico, cosa
que se pone visiblem ente de m anifiesto con el jefe polígamo que dispone, en
esa form a, de lo6 recursos económ icos de muchos hombres.
Es interesante señalar, en este momento, que en otras culturas aparecen
tam bién mitos de origen sim ilares. El mito d e origen egipcio constituye un
ejem plo digno d e m ención. D e acuerdo con é l, Khepera, el dios escarabajo
que empuja al sol en su carrera celeste, es el progenitor d e todos los demás
dioses. M ediante un acto de masturbación crea los dos dioses gem elos, Shu
y T efnut, que viven en matrimonio y procrean a Geb y N ut, quienes hacen
lo m ism o y procrean a las deidades O siris, Isis, S et y N eftis. La historia m ítica
d e O siris es, indudablem ente, una composición,* puesto que todos lo s dioses
que en d ía intervienen han recorrido una carrera independiente antes de fun­
dirse en el m ito de O siris. Pero el punto interesante estriba en el hecho de
que un dios masculino procrea partenogénicamente. Se puede alegar, con
cierta justificación, que ese m ito se fundó en otro anterior en el cual el

Vid. A E W. Blufee, Osiris and the Egyptian Resurrección (Nueva Yode, 1911), i, 1-96.
PAPEL DEL FOLKLORE Y DEL MITO 115

progenitor único era la m ujer y que. el m ito de K hepera fue una edición
“patriarcal” de la narración más antigua. Esto puede ser cierto; empero, el
significado d e “ patriarcal” es m uy o scu ra La gran im portancia y prestigio
del varón deben sor resultado de u n a complicada serie d e cambios operados
en los valores personales y sociales* En consecuencia, n o es posible aceptar
los mitos dándoles su valor aparente* El ejem plo de Egipto dem uestra que los
mitos tienen u n a relación funcional con la organización social y q u e se cam ­
bian cuando se agota su utilidad. S in disponer de u n a orientación histórica
respecto de la relación del m ito con el cambio social, las deducciones rela­
tivas al pasado no pasan de ser m eras conjeturas. Los antropólogos han
dem ostrado q u e los m itos están constantem ente sometidos a revisión*10
Reich encuentra en la organización social de los Trobriand pruebas de
la mezcla de pautas m atriarcal y patriarcal. Esta mezcla no tiene nada de úni­
ca; se encuentra en muchas culturas* C om idera a la libertad sexual prem a­
trim onial como una supervivencia d el m atriarcado prim itivo y a la severidad
postm atrim onial como debida a la influencia despótica del patriarcado. La
institución que m arca la transición es la dote m ediante la cual compensa el
hombre al que hasta entonces h a tenido en su poder a la m ujer por quitár­
sela con fines sexuales* La dote es la form a original de los bienes y del
capitalismo; y la persecución sexual del hijo, que es u n a prenda económica,
se convierte en privilegio del padre. El argum ento no es muy claro. ¿En qué
forma aum enta el valor económico de la m ujer por la castidad prem atrim o­
nial en una sociedad en la que se desconoce la conexión entre la preñez y el
coito? Más difícil aún es contestar a la pregunta relativa a cómo aum enta
el valor del varón que está som etido a la misma persecución. E n esa forma
queda más fácilm ente sujeto al dom inio d el padre* E n realidad, tal es el ¡
efecto práctico que producen las prohibiciones sexuales en la infancia, pero
ponemos en d u d a que la sujeción d el niño fuera el m otivo original: porque
de haber sido así, el grupo hubiera conocido, por adelantado, los efectos de
esa restricción sexual, lo que es m uy improbable.
Lo m alo d e la teoría parece ser que tanto el m atriarcado como el patriar­
cado se aceptan como orientaciones básicas de poder o políticas en las cua­
les el conflicto esencial se refiere al prestigio relativo d e cada sexo. Si acep­
tamos al m atriarcado y al patriarcado como influencias m otivadoras básicas,
podemos estar d e acuerdo con Reich. Si esas pautas son resultados finales y
no causas en sí mismas, tenemos que buscar las causas subyacentes del cambio.

1(1 F. Boas, en su Introducción a la ol>ra de J. A. Teit, T r a d itin n s o f th e T h o m p s o n Riier


ludúmt. (Nueva York, 1912).
116 ESTUDIOS PRELIMINARES

Sugiere Roheim 11 algunos de los cambios de valor en la transición. Sur­


giere que en la transición del m atriarcado al patriarcado, se cambia el valor
de la propiedad, que de relación form al o ceremonial pasa a adquirir un
significado práctico y erótico. El “significado erótico” de la propiedad es
una fórm ula incomprensible. Sin embargo, si afirmamos q u e la propiedad
tiene un valor ú til que ha de ser usado, directa o indirectam ente, para re-
motos beneficios de placer o para realzar el tam año o im portancia del indi­
viduo, podremos comprenderlo mejor y utilizarlo en algo. Este significado
de la propiedad coincidiría con otros determ inados cambios sociales, que
necesitan una alteración en la orientación del ego hacia un creciente sentido
de individualidad, un sentido más agudo del valor de los atributos del yo en
comparación con los demás. Todo esto podría explicar el aum ento en el
sentido d el valor d e la propiedad en relación con la individualidad o en com­
paración con los dem ás y esto, a su vez, se relaciona con la división del tra­
bajo, la habilidad y la capacidad de trabajo. Pero ello no explicaría la nece­
sidad de hacer duradera la transm isión de la propiedad a través de la línea
masculina —que Reich considera esencialm ente conexa con el gobierno pa­
triarcal— y la introducción de las restricciones sexuales.
La teoría de Reich acerca de los orígenes sociales así como las demás
basadas en m aterial mitológico^ no pueden ser probadas a menos que sean
conocidos los cambios sociales que acom pañaron a aquéllos. No puede em­
plearte a los m itos para esclarecer los orígenes sociales. T odos esos cuentos
y folklore son comentarios sobre las organizadónes sóciales presentes y, con
ciertas salvedades que expondremos con relación a lá cü itu ta y folklore de
lá cultura cíe las islas Marquesas, dem uestran la existencia d é conflictos. Es
imposible determ inar el retraso que existe en el folklore y hasta qué punto
se continúan en las narraciones las viejas pautas que han desparecido ya en
la práctica. En consecuencia, el uso d e lá mitología como fuente de la que
puede extraerse una reconstrucción histórica exacta de la continuidad y evo­
lución de las instituciones culturales, es, por no decir más, aventurada.
En su libro m ás reciente, intenta Géza Roheim,12 colm ar con una solu­
ción interm edia el vano que existe en tre las concepciones ontogénica y filo-
fénica de la sociedad. Defiende, haciendo grañ hincapié e n élla, la fantasía
de los Orígenes sociales sostenida originalm ente por A drinson y adoptada des­
pués por Freud, y refuerza tal hipótesis COn la “prueba” por análogíá. Estudia
con gran extensión la organización Social de los monos superiores y, mer­
ced a esa descripción, sostiene la tesis d e que viven en hordas, dando gran
importancia al dom inio ejercido por los machos m ás poderosos. Resultado de
11 Criado por Reich en su obra: D e r E i n b r u c h d e r S e x u a l m o r a l (Berlín, 1932), p, 65.
*- T7ü- R id d lc o/ ( h e S p h in x (Londres, 1934).
PAPEL DEL FOLKLORE Y DEL M ITO 117

esa situación es el hecho de q u e esos m achos más vigorosos gozan del derecho
de preferencia con respecto d e todas las prerrogativas sexuales causando con
ello una gran m olestia a los m ás débiles que se ven así condenados a una
especie d e soltería forzosa. Esas observaciones pueden ser válidas respecto
de los hechos a que se refieren, pero cuando se hace uso de las mismas para
sostener la teoría de que la sociedad hum ana comenzó en esa forma, em pie­
zan a hacerse presentes las dificultades.
N o es la teoría de los orígenes sociales hum anos lo que origina la difi­
cultad en la d e Roheim: estriba en la insistencia que en la misma se hace
sobre la afirm ación de que los hechos correspondientes a esos orígenes se re­
cuerdan (inconscientem ente) o se perpetúan m ediante los mitos y en que
la culpa d el parricida primigenio se perpetúa, igualm ente, en alguna forma
misteriosa; y en que puede conseguirse la prueba de todo esto en los xaipas
acerca del prim er hombre y en los sueños de los individuos contemporáneos.
Es enteram ente nuevo el encontrar en la obra del D r. Roheim las si­
guientes frases: “ ¿De qué m aterial inconsciente están formados los demonios?
Ya sabemos, gracias a los sueños de U ran-Tukutus, que son proyecciones de
los m iem bros de la familia y podemos, con ello, descubrir al padre, la
y los hijos bajo el disfraz de seres sobrenaturales. Representan, indudable­
mente, la p an e no sublimada d e la relación em otiva y libidinosa entre los
miembros del circulo fam iliar” (p* 29). Sin embargo, al intentar valorar lo
que son esas tensiones entre el hijo y el padre, afirm a: “A penas podemos im
curtir en error si buscamos en la escena primaria15 la fuente original de toda
la fe en los demonios” (p. 31). En otras palabras: según Roheim, los efectos
de esas impresiones tempranas, perduran sin tener en cuenta las restricciones
sexuales d e cualquier ciase im puestas subsiguientemente al niño o la ausen­
cia de tales restricciones. La experiencia clínica no confirm a esa conclusión.
Esas impresiones producidas por el contacto sexual entre los padres son re­
construcciones efectuadas, en fecha m uy posterior, por individuos inhibidos
en sociedades donde los frenos sexuales son severos. Si tal es el caso, ¿cómo
es posible utilizar los sueños o fantasías como indicadores de los orígenes
sociales?
Roheim lo hace de la m anera siguiente: “Si tratam os de deducir los
rasgos específicos de determ inadas culturas partiendo de la experiencia in­
fantil d e los individuos que viven en dichas culturas, tenemos que adm itir
la posibilidad de definir el origen de la cultura en general en términos onto­
génicos, es decir, de deducirlo de una forma específicamente humana de in­
fancia, d e una causa perm anente, universal y, al propio tiempo, histórica”13

13 La escena primaria significa la observación del coito de los padres por el niño.
118 ESTUDIOS PRELIMINARES

(p. 173). “Q uedan, sin embargo, ciertos elementos que no pueden ser fácil­
m ente deducidos del complejo de Edipo tal com o se representa en la familia...
M e refiero a los mitos. La peculiaridad de esas narraciones no estriba en
que puedan ser interpretadas analíticam ente como representaciones más o
menos falseadas de la situación de Edipo. Describen el conflicto como plan­
teado entre el uno y los demás, entre el superhom bre y la hum anidad. Se
refieren, con frecuencia, a mayor abundam iehto, a algún acontecim iento de
la historia prim itiva del hombre, a algún cambio decisivo, tal como el origen
de la civilización o de u n a cultura particular que está asociada con su tra­
gedia” (p. 174).
En otros térm inos: es el mito, interpretado como testim onio histórico, lo
que constituye el nexo entre la ontogenia y la filogenia. El hecho d e que los
padres estén representados en los m itos como demonios constituye u n a repre­
sentación de u n conflicto corriente entre hijo y padre, pero el hecho de que
el conflicto se represente entre un superhom bre y la hum anidad, tes historia!
Es ésta una deducción arbitraria que no se basa en ningún principio conocido
de psicología. N o se puede establecer una norm a, dejando aparte la conve­
niencia, acerca d e cuándo se ha de usar la interpretación ontogénica y cuando
la filogénica.
Es absolutam ente evidente, a juzgar por eí m aterial aducido por Roheim,
que el lazo de unión en tre el presente y el pasado se establece por medió dé
las instituciones y no de los recuerdos, reminiscencias inconscientes o mitos.
Conform e van cam biando las instituciones (es decir, la organización de la
fam ilia y las disciplinas impuestas al hijo), cam bian tam bién los productos
de la fantasía d é quienes viven sometidos a las mismas. Sólo hay un nú­
mero limitado d e tipos de organización fam iliar y de disciplinas impuestas
en L|f infancia. Si está la fuente disponible, toda la teoría de los orígenes so­
ciales es, pues, gratuita y perturbadora. Es difícil trabajar con la creencia de
que las características adquiridas ontogénicam ente se trasm itirán por heren­
cia, cuando es así que toda la organización biológica del hom bre indica su
apartam iento de la influencia de la filogenia. La cosa transm itida es la ins­
titución primaria; las fantasías resultantes de las t presiones originadas por
esas instituciones sobre el individuo n o tienen por qué ser heredadas. Cada
individuo las crea de nuevo.
Es esta últim a consideración la que nos hace dudar del poco discreto
uso que de los m itos y del folklore hacen Freud, Reich y Roheim. Si el folklo­
re nos sum inistra indicios acerca de las* tensiones sociales corrientes, sola­
m ente podemos deducir conclusiones acerca d e los “orígenes” en el caso de
que estemos en posesión d e todos los datos acerca de los cambios experimen­
tados por el folklore y los mitos. Egipto nos confiere una buena oportunidad
PAPEL DEL FOLKLORE Y DEL MITO 119

de hacer esto con respecto de un período de su historia que cubre de 2,000


a 3,000 años. Pero es cosa distinta que podamos hacer uso de las conclu­
siones deducidas con respecto de Egipto como indicadores de lo que ocurre
en todas las sociedades. Los evolucionistas proceden así porque dan por
hecha la regularidad de la “evolución” . Existen consideraciones psicológicas
que hacen muy improbable tal regularidad Si prescindimos del folklore como
guía histórica exacta, y le atribuim os solamente una significación funcional,
habremos seccionado un lazo de unión con las Reconstrucciones históricas.
Podemos incluso ir aún más allá de ese punto y decir que el folklore puede
contener elem entos de historia; pero lo que en él se encuentra de histórico
tiene u n a im portancia relativam ente pequeña por cuanto en el folklore se
falsea la historia al aplicarla a la expresión de los conflictos corrientes —con­
flictos de orden general creados p or la organización social existente-— sin
retener nada del pasado rem oto excepto, quizás, los personajes.
T odo el problem a de los orígenes ha adquirido, a través d e la escuela
evolucionista, u n a im portancia hipertrofiada debido a que el descubrimiento
de los orígenes se ha erigido en “explicación” de la sociedad* M ediante ese
proceso se pasó por alto toda la im portancia dinám ica d e las instituciones y
no se dejó lugar para la evolución social causada por la acción recíproca de
individuos, instituciones, vicisitudes d el medio am biente y accidentes** Los
síndrom es que tom an en cuenta p ara su diagnóstico los evolucionistas son,
sin discusión, im portantes y exactos* E l m atriarcal y el patriarcal son dos de
esas facetas* P ero son solam ente síndrom es descriptivos y nada nos dicen
acerca d e las condiciones que los originaron. D e aquí que no p o d e m o s atri­
buir al patriarcado, como tal, ningún poder causal. “El patriarcado” es un
resultado final q u e surge d e una serie de circunstancias em inentem ente com­
plicadas. En o tras palabras: em pleando uno de lo6 argum entos de Reich, el
patriarcado no es despótico como consecuencia de alguna cualidad oculta
inherente a la m asculinidad ni son tolerantes las sociedades m atriarcales por­
que las m adres sean cariñosas; ni es tampoco probable que ello se deba a la
influencia del concepto de “propiedad”. Concurren otras muchas influen­
cias identificables, dinám icamente relacionadas entre sL
E n resum en: abandonamos la búsqueda de los orígenes como explica­
ción d e la sociedad y la sustituim os por un estudio de la relación dinám ica
entre el hombre y las instituciones. Podemos tom ar como línea básica al­
gunas d e esas instituciones como las organizaciones fam iliares específicas y
las disciplinas básicas e intentar ver lo que ocurre cuando alteram os esas con­
diciones. Es lo m ás que podemos aproxim am os a las condiciones del “ expe­
rim ento” en sociología.
CAPITULO IV

SISTEMAS DE SEG U RID AD Y E STR U C T U R A DE L A


P ER SO N A LID AD BASICA

N uestro examen d e la cultura de las islas Trobriand no abarcó m aterial su­


ficiente para perm itir m ucho más que exponer con mayor precisión el pro­
blema d e individuo y cultura. Hemos tratad o de em plear el sentim iento de
angustia como síntom a clínico del conflicto planteado entre el individuo y
la efectiva realidad externa en la m edida en que ésta se halla constituida
por las instituciones con las que se pone en contacto. Hasta el m ás superficial
estudio com parativo de las diferentes culturas, habría de m ostrarnos que esa
efectiva t^ lid a d externa es cOTipletamente relativa.
Por lo que respecta al control de los impulsos, nos encontram os en la
cultura d e las islas T robriañd con u ti problem a específico. ¿Qué ocurre cuan­
d o elim ptífto sexual no encuentra restricciónea en su desarrollo pero tropie­
za, mas tardé, con obstáculos poderososl Podemos contrastar esto con la
pregunta: ¿Qué d ase d e personalidad se produce cuando se restringe el des-
a m á lo y se-confíere, ínás tarde, la pieria libertad? Es seguro que los resul­
tados serán diferentes en los dos casos.
Para hacér tales comparaciones, tenem os que establecer las coordenadas
con atregló a las cuales pueden trazarse las variables. Son estas variables
las im titudones que integran la efectiva realidad externa, y la constante re­
presenta las necesitades biológicas del hom bre.1 Las diferentes cuestiones
qué hay que estudiar en el individuo son los ajustes internos requeridos por
esa efectiva realidad externa, las ansiedades y frustraciones q u e origina en
aquél, las defensas movilizadas, las elaboraciones psíquicas internas de éstas y
los tipos de vida de fantasía que emergen.
Lo q u é importa hacer resaltar con respecto d e los diferentes tipos de
realidad efectiva ofrecidos por los diversos sistemas institucionales es que cada
uno de ellos dem anda tipos de adaptación diferentes con el fin d e garantizar
la seguridad individual dentro de su propio medio. O tra consecuencia estriba

1 Esas necesidades no son tampoco tan constantes; porque la necesidad sexual puede
ser manejada en un pran número de formas, en tanto que otras necesidades biológicas son
mucho menos plástic:»;.
120
LOS ZUÑIS 121

en que cada uno de los tipos de realidad efectiva crea sus propios sistemas
conceptuales. Debido a lás diferencias efectivas que se m anifiestan en las
experiencias genéticam ente condicionadas y acum ulativam ente, integradas, el
concepto d e ‘‘padre” de una indígena de las islas T robñand es muy distinto
d e concepto de padre en nuestra cultura.
El sistema de seguridad del individuo puede definirse com o aquel sis­
tem a de adaptaciones que le aseguran la aceptación, la aprobación, el apoyo
cuando sea necesario, la estimacáón y el m antenim iento de su status. Exige el
control del im pulso y el desarrollo de lee recursos, siguiendo lim a s específicas.
El sistema de seguridad del grupo puede ser definido com o las activida­
des o actitudes que se esperan de cada individuo y que salvaguardan al grupo
contra los peligros procedentes tanto de fuera como de d en tro del mismo
grupo. D entro del prim er apartado están com prendidas actividades de índole
tan diferente com o la guerra y la religión. Los peligros procedentes del inte­
rior del grupo están constituidos por las influencias dislocadoras de indivi­
duos o grupos comprendidos en la sociedad. Los sistemas de seguridad varían
m ucho, pero generalm ente los métodos principales que se em plean para hacer
frente a esas influencias dislocadoras que proceden del interior son las san­
ciones, las compensaciones y el ejercicio de la fuerza.
Las sanciones son tanto m ás efectivas y más im portantes, si comienzan
a actuar en la infancia del individuo y se incorporan así a la estructura d e la
personalidad en concepto de instrum entos eficaces de adaptación del indi­
viduo. En esa form a, el carácter genético y cum ulativo d e las adaptaciones
hum anas acaba por hacer del individuo u n aliado en la perpetuación de adap­
taciones, de cuyo propósito y función puede no darse cuenta en absoluto.
Los bosquejos que van a continuación pueden usarse com o ejemplos de
los diferentes sistemas de seguridad de los grupos y d e los individuos, en con­
traposición a los diversos sistemas de efectivas realidades sociales, creadas por
cada cultura.

LOS ZUÑIS

Los zuñís viven sobre una lengua d e tierra a lo largo d e l río Zuñí que
corre entre las M ontañas Rocosas y la cadena de las Sierras. La aldea d e los
zuñis tiene una población de unos 1,900 habitantes aproxim adam ente. El
m edio es muy inhóspito. Los veranos son cálidos y los inviernos fríos, di ré­
gimen de lluvias es m uy inseguro y las inundaciones originan muchos daños.
Las tormentas de aren a son frecuentes y devastadoras. A pesar d e todas esas
circunstancias del am biente, los zuñis h an venido viviendo d e la agricultura
por espacio de más d e 2,000 años. La caza ha constituido siem pre una ocu­
122 SISTEMAS DE SEGURIDAD

pación im portante, pero en época más reciente h a sido sustituida por la cría
de ganado lanar que ha desplazado la atención d e la habilidad a la riqueza.
N o usan arados ni anim ales en la agricultura. Sin embargo, el alim ento es
abundante. H abitan en casas construidas con fines de defensa. La fam ilia está
integrada por la m ujer y el marido, las hijas y sus hijos. El parentesco se cuen­
ta por línea m aterna y los zuñís son m atrilineales y matrilocales. El papel social
dal padre es claram ente subordinado. La propiedad pertenece a todo el grupo
y la tierra se explota m erced al trabajo común d e los hombres en beneficio del
clan. El m atrim onio es monógamo pero se disuelve con facilidad. La regla
general consiste en un solo m atrim onio a la vez, y no hay ocasión d e relacio­
nes secretas duraderas. La m ujer elige al que h a de ser su esposo. E l m atri­
m onio zuñi no es cuestión de intereses. La infidelidad es corriente y el
divorcio se obtiene fácilm ente.
Existen trece clanes de prestigio diferente. Todas las mujeres d e un clan
reciben el nombre de “m adre” y a todos los herm anos del padre se les llama
“padre”. El padre biológico no goza de autoridad especial y ésta constituye
para los zuñís u n concepto absolutam ente vago. Las lealtades fam iliares más
fuertes se dirigen hacia los parientes m aternos. Existe una estructura guber­
nam ental completa copiada de los invasores españoles, pero no pasa de ser
una m era envoltura externa ya que nadie quiere la autoridad política y no
hay sanciones d e ese orden.
• La religión es muy complicada. La principal cuestión religiosa es la
lluvia. Tanto los dioses com o los difuntos son espíritus benévolos cuya prin­
cipal fundón consiste en hacer llover. N o hay tem or a los difuntos; n o existen
terrores asociados con la m uerte. Las danzas, en las cuales llevan máscaras
los hombres, son sagrados ritos mágicos, con los cuales se trata d e influen-
d a r a los catchmas o hacedores de lluvias. Las danzas son ritos mágicos me­
diante los cuales los zuñís solicitan de los dioses que atiendan a sus ne­
cesidades.
Se carece de detalles acerca de sus mores sexuales, pero, en general, exis­
ten pocos tabús. N o se valora la castidad fem enina. Los ritos de iniciación
del varón no son rigurosos y tienen carácter preparatorio, no punitivo como
en m uchas sodedades prim itivas. El padre no está investido de autoridad
alguna y la m adre es la figura más estable de la comunidad. El papel del
m acho y de la hem bra es, en esta cultura, diferente del que Ies corresponde
en la nuestra, dom inando la m adre por su interés e influencia. Con respecto
de la disciplina d e la in fan d a, se sabe solam ente que el niño está som etido a
un largo periodo de lactancia y que se le trata con mucha dulzura. Ignoran
los zuñís lo que es el castigo pero se dedican m ucho a crear en el niño el
sentido d e la vergüenza. La hechicería es el único crimen perseguido.
LOS ZUÑIS 1Z3

Procedamos ahora a valorar esa cultura de acuerdo con los criterios esta­
blecidos. Las condiciones biológicas de la vida — elevada fecundidad y alto
porcentaje d e m ortalidad— m antienen constante la población. De a h í que por
este lado no haya presión alguna para cambios en la economía. E l m edio,
aunque difícil, rinde suficientes alimentos pero la incertidum bre d e la pre­
cipitación d e la lluvia constituye una causa de ansiedad constante indomi-
nable. La técnica de trabajo de los zuñís es sencilla y consiste en el ejercicio
d e una horticultura prim itiva que no ha cam biado en el curso de dos mil años,
aunque, como ya se ha dichos su economía h a pasado, en algunos aspectos,
d e la habilidad a la propiedad, es decir, a la cría de ganado ovino.
Su organización social es m atrilineal y m atrilocal y, según todos ios in­
dicios, la represión m ayor recae sobre el im pulso de agresión m utua. Son
m uchos los ejemplos que indican que tanto las emociones como la agresión
son, por lo general, atenuadas. Sus instituciones tienden a hacer inútiles esos
rasgos. A penas existe necesidad de recurrir a la competencia o a cualquier
form a de agresión franca y declarada dentro del grupo. No quiere eso decir
q u e falten en absoluto la envidia y los celos. Significa m eram ente que la
organización social reduce a un mínimo las oportunidades de ejercitarlas y
existen, además, poderosas sanciones contra su ejercido. Fuera del grupo
tienen los zuñís am plias y abundantes oportunidades de agresión; son beli­
cosos aunque, quizás, no tan to como sus vecinos. Tienen danzas rituales para
inm unizar de la culpa a l hom bre que ha tom ado el cuero cabelludo de u n
enem iga Existe una cooperación general d e toda la comunidad y no hay
sanciones para im ponerla, salvo el sentido d e la vergüenza. $i es correcto
nuestro supuesto de que debemos ver en la religión la resultante d e las an­
siedades procedentes de la economía y de las tensiones intrasociales que es
preciso reprim ir, encontrarem os aquí una religión que satisface pocas nece­
sidades, y esto es lo que hallam os en realidad. Es una religión que satisface
la única ansiedad que padecen esas gentes: la lluvia. N o se aprecian otros
síntom as de fuertes tensiones intrasociales; no existe tem or a los m uertos ni
ritos complicados para aplacarlos. N o existe ninguna deidad poderosa y exi­
gente, ni una jerarquía escalonada de dioses; no se conoce el suicidio, con­
cepto que les hace reír. N o existe punto alguno en su organización donde
puedan acum ularse las tensiones hasta el p u nto de sufrir, primero, la repre­
sión e influir después e n los objetivos del ego en su época de desarrollo.
Se atiende inm ediatam ente a la rivalidad entre los “herm anos”, recurriendo a
la oportuna sustitución d e una serie de “m adres”. Y como quiera que esos
anhelos no están reprim idos en la infancia, no se origina ninguna tensión
especial como resultado de una apetencia d e autoridad ya que n o existe la
m enor oportunidad de explotar a nadie. La autoridad es difusa. De aquí
124 SISTEMAS DE SEGURIDAD

que para el ego adulto no haya ninguna utilidad especial en esos conceptos
y que aborten las emociones que los acompañan. El ego tiene muy poca
ansiedad que canalizar. La religión de los zuñis se deriva, principalm ente,
de ansiedades referentes al m undo exterior y no de fuentes intrasociales. Las
religiones son muy diferentes en aquellas sociedades donde es grande la
hostilidad m utua como, por ejemplo, en Egipto y en Grecia. Sin embargo,
cuando los zuñis dan rienda suelta a su im pulso agresivo sobre u n enemigo,
arrancándole el cuero cabelludo, necesitan de un antídoto para inm unizar al
ofensor de su culpabilidad. Esto prueba que abunda e l impulso d e agresión
pero que hay poderosas sanciones que se oponen a su uso dentro del grupo
propio.
Es digno de notar su desdentado gobierno fantasm a. Como ya hemos
indicado* su form a fue copiada de los españoles, pero en la práctica real no
se parece a su modelo. C arece de función y nadie anhela la autoridad po­
lítica. Parecen saber los zuñis que la autoridad atrae el o d ia
Debemos recalcar, igualm ente, la preeminencia psicológica d e las m u­
jeres. A juzgar por la actitud desam parada del varón y por las sociedades
secretas masculinas* no sólo se deduce que la sociedad está polarizada hacia
la. m ujer, sino q u e la función m aterna de ten er hijos parece ser objeto de in­
finita adm iración y m aravilla y que los hombres han form ado, en consecuen­
cia# u n grupo propio secundaria Los sueños d e varias mujeres, recogidos por
R uth Bunzel, indican, tam bién, una ansiedad básica; eí temor d e ser depa­
radas d e la m adre -y el m iedo de verse-abandonadas.
Por lo que se refiere a las fuerzas intrapsíquicas que m antienen la esta­
bilidad de estsr 'cultura, volvemos a encontram os con que el sentim iento de
la vergüenza es el más poderoso.
H ay varios aspectos característicos de la cultura de los zuñis que debe­
mos señalar cuidadosam ente. Existe una gran exageración del valor asignado
a la dependencia con respecto de la madre, un m iedo a la agresión dentro
del grupo y u n a capacidad lim itada de explotar el m edio. La incom patibi­
lidad entre la dependencia y el tem or a la agresión o la auto-afirmación, cons­
tituye un hecho clínico com probable en cualquier caso en el que se puedan
notar inhibiciones o recursos lim itados. Más adelante insistiré sobre este m is­
mo p u n to con la esperanza de obtener algún indicio acerca de los incentivos
para inventar una técnica más eficaz para dom inar al m undo exterior.
Es de señalar la presencia en esta cultura. de la actuación de un nuevo
p rin cip ia Los zuñis ejercen una influencia represiva sobre todos los im pul­
sos agresivos incluso aunque la organización d e su sociedad tiende a procurar
pocos elementos de provocación para ese tipo d e respuesta. Si se ejercitasen
LOS ZUÑIS 125

esos impulsos agresivos, tendrían una influencia altam ente perturbadora sobre
la cultura. Empero, las sanciones de esa clase no pueden ser im puestas a
base de autoridad y, ni siquiera, fundándolas sobre el sentido d e la ver­
güenza. Tales sanciones deben estar respaldadas pdr el conocimiento positivo
d e las ventajas m utuas; cuando éste se quebranta, se perturba la seguridad
com ún y se deja en libertad á la ansiedad. Es, pues, la de los zuñís una so­
ciedad e n la c u a ltí individuo esté protegido p o r garantías recíprocas contra
el aislamiento, el sentim iento de empobrecim iento, la deflación d el ego, la
hum illación, la inanición y el abandono. De aquí que ese pueblo n o nece­
site recurrir a otros medios de reform ar la seguridad que en él exista como,
por ejemplo, la riqueza o el prestigio. E n consecuencia, la riqueza carece de
im portancia. Los derechos d e propiedad nunca están claram ente definidos
ni se imponen rígidam ente. Existen, sin duda alguna, la envidia, la codicia
y otros muchos vicios domésticos, pero en grado reducido; se les considera
como antisociales y no pueden adquirir dem asiada fuerza ni cosechar gran­
des beneficios. Se aprecia la propiedad en cuanto se refiere a su valor utilitario
pero está despojada de sus facultades mágicas d e imponer el amor y el respeto
al que lo posee. D e ahí q u e la generosidad constituya la regla general y
que el robo sea m uy poco frecuente. C uando se piensa sobre esta cultura,
salta a la vista e impresiona inm ediatam ente la ausencia" de la tendencia
hacia t í propio engrandecim iento que tan natural nos parece en la nuestra
propia. ■-
Podemos comparar? por un'm om ento, este últim o fenóm eno con el que
se encuentra en nuestra cultura, constituido por el fin y objetivo com ún de
llegar “a la cúspide”, de sobrepujar a los demás, de conseguir una posición
de dom inio, que se considera, corrientemente, como una característica ins­
tintiva, y a la que Se Califica, a veces, de tendencia de “auto-exaltación” ¿Qué
ocurre con respecto de esta tendencia entre los zuñís? Es evidente que la
hipertrofia del ego no constituye un fin en sí mismo. ¿Cuál sería la inter­
pretación narrisista (sexual) de lá auto-exaltación? Nada tiene que ver con
el orgullo derivado de la propia eficiencia o efectividad, que puede existir
sin auto-glcxificarión alguna. ¿Podemos form ular alguna idea definida acarca
de esta cultura con referencia a la form a en que se m antienen durm ientes
aquellas ansiedádes que en la nuestra encuentran su expresión en el deseo
de poder y riqueza? C reo que sí. La debilidad del individuo frente* al mundo
exterior está am ortiguada por la existencia de un fuerte grupo propio en el
cual se conoce la dependencia m utua. La ansiedad relativa al desamparo
carece de oportunidad para adquirir m ucha fuerza. No existe oportunidad
de que el individuo se sienta pequeño por comparación con los demás. Está
126 SISTEMAS DE SEGURIDAD

protegido contra el típico conflicto de rivalidad entre “hermanos” —la idea


de que “tú sufres m enos o gozas más que yo”— y se evita la hipertrofia de la
imago del progenitor m ediante el recurso de perpetuar la garantía del cuidado
m aterno distribuido a todos equitativam ente. Tal parece ser el resultado pro­
ducido por el grupo propio grande.
El significado total de la cultura de los zuñís estriba, pues, en la form a­
ción de un poderoso grupo propio que se traduce en el aum ento de la segu­
rid ad del individuo. Las sanciones aplicadas a la agresión m utua pueden
ser impuestas fácilm ente debido a que los beneficios para el individuo son
evidentes y puede apreciarlos sin dificultades.

LOS KWAKIUTL

Observamos entre los kwakiutl una cultura en la cual la seguridad del


individuo puede ser gravem ente perjudicada a pesar de las garantías de sub­
sistencia. Los conflictos planteados en torno al prestigio pueden llegar hasta
ed ip sár la im portancia de la subsistencia en tal form a que la conviertan en
u n a finalidad relativam ente sin im portancia en la vida individual
Los kwakiutl h ab itan el sector, densam ente poblado de bosques, de k
costa de la Coinmbia Británica situado sobre la isla de V ancouver. V iven
principalm ente de los productos de la pesca ya que los alim entos vegetales
son muy escasos. Su población en 1900 era de unos 2,000 habitantes. V iven
en clanes, cada uno d e los cuales ocupa u n a aldea, sobre terrazas q u e se pro­
longan a lo largo del litoral. Sus viviendas están hechas de m adera, con habi­
taciones condicionadas con arreglo a la categoría del habitúate. Su organiza-,
d o n social es una mezcla de rasgos patriarcales y matriiineales. El m atrim onio
es típicam ente exógamo y los tabús y disciplinas sexuales son rígidos, aunque
son escasos los detalles que poseemos acerca de tales tabús fuera de la
exogamia.
La subsistencia está garantizada por el trabajo en común en grupos de
d a n , con rígidas norm as que regulan la caza y la pesca. La caza furtiva está
sujeta a castigo. El vestido, alim entación y albergue son los mismos para
todas las categorías. L a alim entación y la vivienda están a cargo de k fa­
m ilia, por grupos, y el trabajo es com unal Sin embargo, todas las tensiones
intrasociales se agrupan en tom o a la econom ía de prestigio que es entera­
m ente diferente de la economía de subsistencia y esta circunstancia se extiende
a todos los aspectos d e su vida con excepción de k> alim entación y d alber­
gue. El valor de prestigio se une a todo^ sea lo que sea: nombres, privilegios
y categorías. Incluso la condición de m iem bro d d clan ha d e ganarse m e­
LOS KWAKIUTL 127

diante u n sistema muy complicado. Existen dos clases sociales: n o b le s y


plebeyos. El jefe percibe u n tributo del veinte al cincuenta por cien to de
la actividad de subsistencia d e los grupos.
Los valores tangibles de prestigio so n el capital, el interés y el derroche
ostensible. Emplean los kw akiud como medio d e cambio, m antas y bandejas
de cobre. El derroche ostensible se consuma m ediante fiestas, llam adas po-
tlacches, en las cuales se procede a regalar o destruir, quem ándola, la pro­
piedad consistente en m antas, embarcaciones, esclavos y bandejas d e cobre.
El hijo mayor es el más favorecido y en él recaen los mayores valores de
prestigia Se hace circular la riqueza m ediante u n sistema de regalos obli­
gatorios, que siempre son devueltas con interés, y se la m aneja e n forma
muy parecida a la de nuestra propia cultura.
La utilidad de la riqueza y de las prerrogativas consiste en causar ver­
güenza a los rivales* Las tensiones emotivas de esas gentes oscilan e n tre la au­
to-glorificación sin restricciones y la ansiedad constante de ser superado y
h u m illad a El m iedo de verse sumido en la vergüenza es tan violento que se
conocen casos en los que se h a llegado hasta sobornar a los testigos p ara que
no se “enterasen” d e aquélla* La m uerte constituye una desdicha y p ara bo­
rrarla es preciso inflingir la m iseria correspondiente sobre algún o tra La idea
parece consistir en la expresión “ (No soy yo el mísero» sino tu!” B asta con
dirigir una mirada a esa situación social para ver q u e las tensiones intrasociales
deben estar m antenidas a p u n to de ebullición, sin afectar a los intereses de
subsistencia, lo que constituye un hecho digno d e notar.
Examinemos ahora sus prácticas religiosas y veamos si ofrecen algún
conducto para la canalización de las pasiones sin salida creadas por la hosti­
lidad m utua y si coincide con lo que sería de esperar: algún género d e situa­
ción de Edipo típica. A unque sus instituciones perm iten amplias oportuni­
dades de expresar la agresión en formas no sublim adas o desplazadas, llegando
incluso al asesinato, m ediante las cuales puede adquirir u n hom bre títulos,
nom bre, riquezas, e tc , sus prácticas religiosas m uestran ansiedades profunda­
m ente reprimidas y métodos para canalizarlas. Encontram os, en este punto»
m itos y ritos típicos de Edipo* Compárese con la ausencia de los mismos en
las culturas de los zuñí y los isleños de las T robriand.
H e aquí un m ito típico:
El joven héroe visita al Caníbal; el Caníbal está ausente, pero el joven
se encuentra con una m ujer de la cual nace u n a raíz principal que se hunde
en el suelo. Le aconseja ésta que venza al C aníbal y le dota de medios sobre­
naturales para hacerlo. Regresa el Caníbal y som ete al héroe a una serie de
pruebas de competencia. El héroe vence y habiendo m atado al C aníbal trata
128 SISTEMAS DE SEGURIDAD

de llevarse a la m ujer a su hogar pero no puede porque está arraigada en


el suelo.
Es esta una narración de Edipo típica; a juzgar por el hecho de la ausen­
cia de tales mitos culturales en los zuñi y los isleños de las Trobriand, con­
jeturam os que no son reminiscencias del asesinato de un padre prim itivo sino
que será preciso buscar sus fuentes originales en organizaciones sociales en
las que el antagonismo m utuo es muy elevado y las restricciones sexuales
muy severas.
El panteón de los kw akiutl no está bien organizado; existe un gran nú­
m ero d e seres sobrenaturales entre los que se encuentran un Jefe Salm ón y
otros m uchos.
Los ritos de iniciación deben ser considerados como parte de sus prác­
ticas religiosas. La iniciación en la sociedad de los caníbales consiste en alejar
al joven por un plazo de cuatro meses, d u ran te los cuales se convierte en
antropófago. En una sesión ritual, corre dando vueltas, en estado de trance,
arrancando, con los dientes, trazos de carne de los espectadores. Hay danzas
y exorcismos y perm anece en situación de tabú durante otros cuatro meses,
som etido a restricciones alim enticias y luego regresa. Por último, se des­
poja de su posesión sobrenatural y reanuda la vida normal.
¿Por qué tiene que crear esta comunidad u n ritu al tan enérgico? ¿Como
preparación para qué situación de >vida? D icho ritual produce una gran
cantidad de reacción contraria, tanftx sobre el gt.upo como sobre la víctima»
El novicio está evidentem ente torturado por vehem entes deseos hostiles con­
tra sus rivales y debe, por ello, verse sometido a muchas privaciones. Se
aleja prim ero al joven y se le hace volver más tarde, después d e haber
sufrido privaciones y purificaciones. El m iedo reciproco del joven y del
padre son manifiestos y en esos rituales se expresan m utuam ente las hos­
tilidades reprim idas de ambos. Taiitp los. ritos como los m itos se parecen
m ucho a los de la cultura occidental y, de acuerdo con nuestro cuadro de
criterios, representan canales de desahogo para las pasiones reprim idas acu­
m uladas procedentes de la situación intrasocial, con sus intensas rivalidades,
y de las restricciones sexuales y de otro orden.
Lá situación social es tal que origina la mayor cantidad de tensión, riva­
lidad, odio y deseo de superar. La mayoría de las ansiedades experim entadas
por los kwakiutl proceden de esas fuentes y no de su lucha con la naturaleza,
lo qué constituye un contraste absoluto con los zuñis. Nadá tiene de eshraño
que se encuentren oscilando continuam ente entre sentim ientos de hum illa­
ción y jactancia megalomaníaca. Está angustia de fe hum illación parece
tener m últiples expresiones como, por ejemplo, el m iedo a ser comido, el te­
mor de la magia, el m iedo a los difuntos y el tem or a fe degradación.
LOS KWAK 1UTL 129

Hemos de decir aún una palabra acerca d e las fuerzas externas e intra-
psíquicas que m antienen la estabilidad social. A unque el sentim iento de la
vergüenza es extraordinariam ente sensible, parece que fa lta el sentido de
la culpabilidad. U na persona que pierde, por m uerte, a u n o de sus parien­
tes, puede lavar la deshonra m atando a otra persona de categoría correspon­
diente y saldar la cuenta diciendo: “ N o soy yo el que está de luto sino tú.”
Es interesante poner en parangón el sistema de seguridad del individuo
en las culturas d e lo6 zuñis y de los kw akiud. Entre los primeros, la movili­
dad social del individuo es muy libre. Son muy pocas las m etas que no están
al alcance de cada uno de ellos. E ntre los kw akiud no existe esa movilidad.
El individuo nace con una categoría social; el rango fam iliar impone, inme­
diatam ente, un lím ite natural al ob jetiv a Los hijos mayores obtienen mas
y los menores m enos. Estos últimos pueden alcanzar alguna categoría per­
sonal m ediante u n a gran variedad d e esfuerzos en competencia.
Es lástima q u e nuestros conocimientos respecto de las disciplinas de la
infancia en esta cultura sean tan deficientes, que no podamos deducir conse­
cuencias fidedignas acerca de su influencia sobre la formación de la personali­
dad. La historia d el caníbal que hemos m encionado, constituyeuna indicación
de las poderosas rivalidades entre los hijos y el padre. Se oponen, dicho sea en
otras palabras, graves obstrucciones al libre desarrollo de Ips individuos hada
objetivos a los q u e se confiere la m ás alta aprobación sodaL Está también
presente la ansiedad expresada en la form a del tem or a ser comido, pero no
podemos establecer de modo definido su significación. N uestra única guia en
este punto, es la expresión institucional de la importancia d e salvar las apa-
riendas, el m iedo a la hum illación y los c a n a l» socialm ente perm itidos a
través de los cuales puede conseguirse el status, que son la herencia, la com­
pra, el asesinato y el convertirse en persona religiosa. La ansiedad causada por
la vergüenza de la pérdida de status puede ser aquilatada por el hecho de que
se llega a sobornar, m ediante dádivas, a los testigos para q u e no divulguen la
hum illación que han presenciado. La reacción extrema a n te la hum illación,
que conduce al suicidio o a la m uerte por inanición, indica las terribles tensio­
nes que se encuentran en el fondo de la pérdida del prestigio personal.
El contraste en tre las culturas de los zuñis y de los kw akiud se evidencia
marcadamente, adem ás, por cuanto respecta al sentim iento d e seguridad del
individuo en relación con el grupo propio. El grupo propio en la sociedad de
los zuñís, protege contra la pérdida de la propia estimación así como contra las
necesidades de subsistencia.
La frustración implica probablem ente en la cultura de los kw akiud ve­
hem entes anhelos de dependencia. T al puede ser el significado dé la ansie­
130 SISTEMAS DE SEGURIDAD

dad mostrada por el temor de ser comido, y la eclosión de los impulsos antro-
pofágicos en el joven poseso. Sin embargo, como quiera que nuestra informa­
ción acerca de la educación tem prana es deficiente, debemos aplazar la com­
probación de este punto hasta que examinemos otra cultura en la cual dispCK
nemes de información sobre dicha materia.
Nos es eséncial tener una relación completa del ciclo vital del individuo
en relación con las instituciones, porque nos es preciso para servimos del
mismo corno guía acerca de las constelaciones básicas establecidas en el indi­
viduo. Si éstas se convierten en parte integrante de la organización del ego,
contribuyen parcialm ente a la form ación de las instituciones. Se plantea inme­
diatam ente la cuestión del huevó y la gallina: ¿Que vino primero, la organiza­
ción de la personalidad especifica o la institución que la originó? Es ésta una
cuestión histórica. Pero puede afirm arse una cosa con certeza: dadas ciertas
disciplinas básicas, sea cual fuere la fuente de donde procedan, crearán un
tipo definido de personalidad que llevará a la form ación de instituciones
de acuerdo con la necesidad y percepciones de la personalidad. Estaremos en
condiciones de probarlo en aquellas culturas en las que podamos estudiar
m ejor la relación m utua en tre la organización de la personalidad y las institu­
ciones. N o podemos dar tina respuesta adecuada a esa pregunta, por cuanto
respecta á Tas culturas de los zuñís y de los kw akiutl, porque la inform ación
de q u e disponemos acerca de los ciclos vitales y las disciplinas institucionales
e$ deficiente. D e éste contraste que no podemos observar en nuestra cul­
tura, sé d áfu ce espontáneam ente una conclusión adicional; hemos observado
que en nuestra propia cultura, los Valores de prestigio y los de subsistencia se
encohtrában todos mezclados bajo el encabezamiento com ún de “económicos” .
La cultura de los kw akiutl nos enseña que “ lo económico”, tal como lo
empleamos en nuestra propia cultura, no es sinónim o de “subsistencia” .

CHUCKCHIS Y ESQUIMALES

O tro co n traste entre los sistemas de seguridad se encuentra en las Culturas


de los chuckchis y de los esquim ales. En las sociedades que hemos revisado n o
se planteaban problemas verdaderam ente serios relacionados con la economía
de subsistencia, por más q u e los zuñís tengan una cantidad no pequeña d e
dificultades ocasionadas por sus necesidades de subsistencia.
Los chuckchis constituyen un puebla subártico que vive en el norte de
Siberia. El grupo que vamos a tom ar en consideración es el de los chuckchis
de los renos, q u e habitan tierra adentro. Su población, integrada por unos
12,OCX) habitantes, aproxim adam ente, está dividida en doce unidades terríto-
CHUCKCHIS Y ESQUIMAIfiB *31

ríales y viven en unos 650 cam pam entos, cada uño de los cuales contiene
quince personas aproxim adam ente. O btienen sus medios d e vida de ia cría
del reno, anim al al que utilizan com o alimento, vestido, albergue, bestia de
tiro y objeto de comercio. N o los em plean para obtener leche.
Dichos anim ales están im perfectam ente domesticados y son, por lo tanto,
difíciles d e manejar* Las gentes se ven obligadas a acom odar .sus vidas al ciclo
vital del reno. Transcurrida la tem porada de cría, los renos se trasladan al
norte e n busca d e los terrenos de pasto. Las vicisitudes a que se ven sometidos
los chuckchis tienen su origen en los hábitos, enferm edades y enemigos (es
decir, las bestias de presa) de los renos; en el robo y abuso de parte de sus
compañeros y de los azares d el clima, extrem ádam énte frío y sujeto a fuertes
heladas. El cuidado del reno requiere perseverancia, fortaleza y tenacidad
llevadas al extrem o.
Todos los miembros de esa sociedad, mayores de diez años, trabajan; son
contados los m em entos de ocio. Los chuckchis son nóm adas como consecuen­
cias de su particular economía; no viven en viviendas perm anentes, sirio en
chazas o tiendas temporales, que constan de una sola habitación.
Com o quiera que la propiedad es individual y las vicisitudes de la vida del
teño son m uy variables, algunos de los chuckchis pueden ser ricosv es decir,
poseer grandes rebaños, y otros, pobres. Estos últim os pueden unirse a los
miembros más ricos del cam pam ento en concepto d e ayudantes.
No es com pleta la información d e que disponemos con respecto a las
costumbres o a la disciplina. Se presupone que el control d e esfínteres seiogra
a los tres años de edad. Los chuckchis comen sus alim entos cocidos, pero no
emplean vegetales. El comer m ucho y rápidam ente se considera como un
signo d e distinción* Les gustan las bebidas alcohólicas. Los rasgos más salientes
de su carácter son la persistencia, la tenacidad, la terquedad hasta llegar
al asesinato si se les contradice, la pugnacidad y el resentim iento an te la
autoridad.
La fam ilia consta de un m arido y de una o más esposas y de los hijos, que
viven en el fondo de la casa del padre. La fam ilia es estable^ pero las demás
unidades sociales no lo son. La organización es patrilineal y patriarcal. Los
hijos mayores pueden, sin embargo, abandonar el hogar paterno. N o existe el
sentim iento de clan y los amigos en quienes se puede confiar más son los
compañeros de cam pam ento. Las lealtades siguen las líneas del interés común
y no los lazos familiares, aunque la violencia causada sobre algunos de los
miembros de la familia da lugar a la venganza de la sangre. El m atrim onio
tiene lugar en edad tem prana y el m arido presta servicio al padre de la novia
durante algún tiempo.
132 SISTEMAS DE SEGURIDAD

La m oralidad y la disciplina sexuales parecen ser, en general, bastante


laxas; pero la información de q u e se dispone acerca d e la m ateria no es sufi­
cientem ente exacta. Existen los habituales tabús de incesto, pero se quebran­
tan con frecuencia en los casos de padre-hija y de herm ano-herm ana. N o
existe palabra que exprese la idea de castidad y las m ujeres pueden tener hijos
ilegítimos. El rapto es frecuente y no lleva aparejado ningún castigo, pero se
le considera ridiculo. La monogamia constituye la regla general y sólo un
terd o de los hombres del grupo son polígamos. Los m atrim onios se disuelven
con facilidad, sobre todo si el m arido pierde su rebañó. N o son frecuentes los
matrimonios románticos, pero son comunes los matrimonios por grupos. G ru­
pos de dos a diez hombres de diferentes bandas, amigos o primos, pero no
hermanos, se manifiestan conformes en compartir sus mujeres respectivas.
No existe interés especial en la paternidad y se desconoce el infanticidio.
La niñez es, en gran medida, un rem edo de la vida dé lew adultos; dura
hasta cum plidos los diez años d e edad y los hijos o hijastros perezosos son
alejados. El trabajo está dividido entre los dos sexos. Se trata a las m ujeres
como a seres inferiores y se las encarga de la mayor parte de. las labores duras.
Los andanos están sujetos en esta cultura a la misma degradación social que
en la mayoría de las sociedades en las cuales la fuerza física y no la habilidad
constituye el atributo principaL para subsistir. Con frecuencia se recurre a
m atar a los padres o son éstos los que piden a sus hijos que los maten. El
asesinato com etido fuera de la fam ilia d esata una venganza d e la sangre que
puede ser redánida m ediante la compra. El asesinato es corriente; la vida
tiene muy poco valor. El suicidio es corriente como consecuencia de la pérdida
del cónyuge o debido a la ira. E l m iedo d e los difuntos es desordenado. Los
cbuckchis cortan el cuello a fes m uertos y temen que éstos los persigan.
Estamos en presencia de un pueblo cuyas oportunidades de explotar el
m edio en q u e vive son lim itadas como consecuencia de las condiciones clim á­
ticas. Su destino económico depende de la suerte, d e la tenacidad y de las
vicisitudes d e tu r anim al indócil. La propiedad se basa en un objeto sujeto a
perecer, al clim a y a la enferm edad. De aquí se deduce la considerable canti­
dad de inseguridad que afecta ta n to a la subsistencia como al status^ el pres­
tigio, la riqueza y la pobreza. P ara subsistir se precisan rasgos de habilidad,
fortaleza y osadía. Com o quiera que falta la oportunidad de depender de
cualquier otro, las gentes son inhospitalarias, egoístas, tacañas y agresivas hasta
un extrem a desordenado^ y resienten la autoridad. T odos esos rasgos caracte­
rísticos constituyen otros tantos atributos necesarios para la subsistencia y el
goce del prestigio social, y tienen su origen en la incapacidad para depender
CHUCKCHIS Y ESQUIMALES U3

de nadie. A penas hay diferenciación en cuanto al trabajo, distinguiéndose,


únicamente, en tre amo, asalariado y niño. ,
Lo que reviste un interés prim ordial para nosotros con respecto a los
recursos de la personalidad de los chuckchis es saber cóm o piensan acerca del
m undo exterior. Es im portante exam inar sus procesos m entales —que se® típ i­
camente “anim istas”— con el m ayor detalle. Su m undo está dom inado por
los espíritus a quienes tem en. Este m iedo se expresa com o una ansiedad de
que el espíritu se introduzca dentro d e ellos, se arrastre en el interior del cuer­
po y se los coma; este últim o es el m iedo básico.
Su religión es el chamanismo o control individual d e los espíritus, a los
que se dom ina m ediante una técnica que corresponde al dom inio por procedi­
mientos orales. N o se adscribe a los espíritus ningún origen definido; pero son,
probablemente, los difuntos o los vivos para los cuales es más ambivalente el
individuo. La sesión cham anista parece estar provocada por una especie de
auto-hipnosis en la cual el cham án dom ina al espíritu.
Es imposible evitar la impresión d e que este tipo d e dominio sobre los
espíritus tiene cierta relación con la ausencia de oportunidades de dependen­
cia; con ello querem os significar q u e el individuo queda completamente a
merced d e sus propios recursos. La esperanza d e recibir ayuda no se puede
transform ar en realidad. Este hecho tiene que sum ir al individuo en una lucha
desesperada con la realidad y. en el odio contra aquellos d e lo6 que esperaba
ayuda y de quienes no la puede obtener. El joven puede erigirla durante un
breve periodo, pero las personas de edad no pueden reclam arla una vez que
han perdido su vigor físico. No les queda otro recurso sino buscar la muerte*
Tam poco la economía autoriza ningún sentim iento d e seguridad, ya que
depende de factores que jamás están sujetos al control hum ano.
Por cuanto respecta a las fuerzas que m antienen un id a a esta sociedad,
hay que notar la parquedad de los agentes exteriores tales como la pedida o el
gobierna Existe una obediencia m oderada con relación a los tabús disciplina­
rios, y las fuerzas intrapsíquicas, es decir, la formación d e l super-ego, la con­
ciencia y la culpabilidad, son enorm em ente débiles. N o podría esperarse nada
más, puesto que la tonicidad de las fuerzas intrapsíquicas depende de la
seguridad que tiene el individuo de ser amado y protegido si acata las normas.
Habrá de esperarse razonablemente que se cum plirán tales condiciones para
que la conciencia o la culpabilidad puedan desempeñar algún papel* Las ana­
logías son peligrosas, pero es difícil evitar la impresión de que esa sociedad
está organizada a la manera de una banda criminal en la que se da la colabo­
ración para el beneficio común, pero donde las relaciones emotivas son débiles;
134 SISTEMAS DE SEGURIDAD

La debilidad básica de esta sociedad estriba en el hecho de que ni la


economía ni la organización social originan ningún alto grado de confianza.
La desconfianza constituye la regla general y la im posibilidad de confiar en
nadie debe conducir a la suspicacia m ás profundam ente arraigada, al ansia de
explotar, al tem or de ser explotado, a la grandiosidad, al m iedo a la degrada­
ción, al empleo d e métodos brutales para garantizar la seguridad a expensas
de los demás y a un sentido m ínim o de la responsabilidad con respecto de
cualquier otro.
Encontram os también en esta sociedad, la advertencia de que las fuertes
hostilidades intrasociales no surgen exclusivamente de la severidad de las
disciplinas im puestas sobre el im pulso sexual. Parece establecerse, en este
punto, una relación entre dos factores identificares: 1) u n a economía cam­
biante que no perm ite un sentido de control y en la cual la habilidad y la
osadía no obtienen siempre su recompensa y nadie puede enorgullecerse de
las hazañas realizadas—ni siquiera existen habitaciones perm anentes o recuer­
dos d e proezas pasadas—; 2 ) su organización social, en la cual se subestima la
responsabilidad m utua en tal form a que no existe esperanza alguna de ayuda,
sino sólo la necesidad de inclinarse ante el destino. N ada tiene, pues, de
extraño qué pongan en primerísim o plano a la propiedad y se aferren a ella
m ientras sea posible. Tampoco tiene nada d e extraño que sean inhospitalarios
y exploten a aquellos cuyo sino es aún peor que el suyo y recurran al robo y
al asesinato. Se llega incluso a reducir a la dependencia al ridículo. Calificar
a uno cualquiera d e "el que ha sido ayudado” constituye tin in su lta La repu­
diación de lía id ea de dependencia va convirtiendo sin d u d a una necesidad en
virtud.
Podemos h acer uso de su religión y de sus cuentos populares cómo com­
probante. Sus dioses son crueles y hostiles a los seres hum anos, a los que
devoran. Se encuentran típicas narraciones de Edipo con una tendencia par­
ticular, en la q u e ponen d e relieve la tram pa y el engaño como medios para
eludir el' sino d e ser comidos. Hay que notar la ausencia d e la costumbre de
exagerar las propiedades d e los dioses que les serían propicios si fuesen obe
dientes para con ellos. La forma cruel en que tratan los chuckchis a sus muer
tos, degollándolos para tener la seguridad de que no habrán de revivir, es un
síntoma más d e su poderoso odio y desconfianza m utuos.
Podemos comprobar la exactitud de nuestra Conclusión poniendo en pa­
rangón esta cultura con la de los esquimales. En ésta, la "economía”, por
cuanto respecta'a la subsistencia, es aún más precaria e incierta que la de los
chuckchis. La inanición constituye una amenaza más real y las vicisitudes de
la c a si dependen mucho de la destreza. A mayor abundam iento, no es posi-
CONCLUSION 135

ble alm acenar grandes cantidades de alim entos. Por lo tanto, el esquimal no
tiene .ni siguiera la seguridad económica que el chuckchi*
Nos encontram os, a pesar d e ello, con la misma preem inencia de la habili­
dad, el m iedo a la dependencia y la incom petencia. El esquimal m ata a los
niños y los ancianos ante el tem or a la inanición. Colaboran en la caza y divi­
den las reses cobradas de acuerdo con la participación respectiva en. su
matanza. Pero son tranquilos, alegres y cariñosos, y n o son hostiles. Se encuen­
tra la tranquilidad en el seno d e la fam ilia y en la aldea, y u n elevado grado
de libertad individual. Los dioses de los esquimales juzgan los pecados, « c o ­
nocen la culpabilidad y recom pensan la expiación. Entre los esquimales no
existe el robo. Por paradójico q u e; parezca, el robo d e las espías» que tiene
lugar corrientem ente, no puede ser considerado com prendido dentro d e esa
categoría. Se roba a las m ujeres atendiendo a razones económicas definidas,
para hacer alarde de valentía y como parte de los juegos institucionalizados de
rivalidad. El individuo no está som etido a explotación de ninguna d a s e por
parte de nadie, e incluso los pasatiem pos de hum illación, socialmente organi­
zados, se reducen fácilm ente a fiestas generales de buen hum or.
En resum en: “lo económico”, en cuanto se refiere a los fines de subsisten­
cia, no puede ser considerado como el culpable exclusivo de todas las ideolo­
gías y d e k moraL íV
. Las influencias de la organización social, las disciplinas básicas, Jas ^relacio-
nes de am or y las oporturúdades para la dependencia se hacen sentir en los
tipos dom inantes de form ación del carácter, en la religión y el folklore*

c o n c l u s ió n : la e st r u c t u r a d e la per so n a lid a d básica

Partiendo del contraste en tre los sistemas de seguridad, podemos in ten tar
sacar algunas conclusiones provisionales acerca de la naturaleza de la segu­
ridad den tro del grupo, las condiciones bajo las cuales pueden o no ser m ante­
nidas las sancióneseles efectos d e la disciplina y las fuentes de la hostilidad
intrasociaL De aquí en adelante es más im portante apreciar esos conceptos y
aprender la m anera de seguir sus conexiones recíprocas que referirse dem asia­
do a la exactitud de nuestras conclusiones relativas a culturas específicas,
conclusiones que dependen, en últim o término, de lo completos que sean los
datos que se nos han facilitado.
Hemos notado en cada u n a de esas culturas la existencia de diferentes
tipos de realidad externa a los cuales ha de acomodarse el individuo, m ientras
que, al propio tiempo, hemos dado por supuesto que las necesidades biológicas
de! individuo deben ser com pletam ente similares en todas ellas. La realidad
136 SISTEMAS DE SEGURIDAD

externa es de dos clases: la que hace referencia al m edio am biente natural y


a los problemas específicos de adaptación que cada uno lleva consigo, y el
sistema institucional que origina en cada cultura tipos tan diferentes de
demanda sobre el individuo. El ajuste requerido por las diversas realidades
ambientales y los creados por las mores que gobiernan las relaciones humanas,
deben producir en cada cultura resultados finales diferentes en la personali­
dad, tales como diferentes procesos y concatenaciones m entales y una vida de
la fantasía igualm ente diferente. U na rápida comparación entre el folklore
de la cultura de las Trobriand y el de los kwakiutl nos m uestra que cada
una de ellas es producto de fines de vida diversos, de diferentes percepciones
de las realidades institucionales, de diferentes impulsos que deben ser contro­
lados y de diferentes métodos de controlarlos.
Cada una de esas culturas nos h a m ostrado que el problem a de adaptación
para cada individuo (dejando aparte las consideraciones relativas a las dife­
rencias de sexo, condición personal y edad) apunta hacia direcciones específi­
cas. Algunos problem as de adaptación crean pocas dificultades en una cultura
determ inada, en tan to que en otra constituyen la facháda principal. El proble­
m a relativo a la agresión m utua se resuelve en la cultura de los zuñís m edian­
te una serie de pétreas garantías que hacen el ejercicio de la agresión menos
necesario o menos compensador; m ientras que en las culturas d e los kwakiutl
o de los chuckchis, la seguridad d el individuo depende del cultivo de formas
efectivas de agresión* La tarea psíquica necesaria para m antener el equilibrio
en cada sociedad es diferente. En la sociedad de los kw akiutl, se manifiesta el
individuo contra la autoridad y el poder; entre los zuñís, nadie tiene autori­
d ad , nadie puede explotar o em plear a otro; pero a pesar de ello existen seve­
ras disciplinas que exigen el control del impulso en puntos diferentes de
aquéllos en que se exigía entre los kw akiutl. En la cultura de los zuñís, todo
individuo puede reclam ar el apoyo d e los demás, libre d e condiciones gravosas;
e n tre los kw akiutl, la dependencia m utua se limita a las necesidades de sub­
sistencia y nada más; entre los chuckchis no existe para nada. Los chuckchis
necesitan cu ltiv ar las actitudes d e sum isión para asegurarse la seguridad en
determ inada condiciones; entre los zuñís esas actitudes nunca son necesarias.
T ales técnicas son una parte de las arm as de adaptación; de ahí que nada
tenga de particular el que cuando los zuñís se encuentran en una situación
desesperada y necesitan im plorar la ayuda d e los dioses, se lim iten m eramen­
te a im plorar y no se impongan a sí mismos privaciones y frustraciones con el
fin de incitar a los dioses a que ios protejan. El mero hecho de q u e esas gentes
hagan uso de tal procedim iento en m omentos en que se encuentran e n el
mayor desam paro, constituye una prueba de su adaptabilidad de acuerdo con
CONCLUSION 137

su propia experiencia real. Y la única experiencia que puede emplear el indi­


viduo con ese propósito es su propia experiencia con respectó de las disciplinas
que le son impuestas y los beneficios efectivos que recibe como consecuencia
de su obediencia a las mismas.
En resum en: la realidad efectiva con la que se enfrenta el individuo y a la
cual debe acomodarse, viene determ inada tanto por el m edio físico q u e le
rodea y al cual h a de dominar para satisfacer sus necesidades de alim entación
y albergue, como por las realidades institucionales que exigen control o ejerci­
cio del impulso. El sentido de la realidad que posee el individuó, está deter­
minado no solam ente por su contacto con el m undo físico, sino también por
las concatenaciones y adaptaciones que se deducen del contacto con las insti­
tuciones y con sus ejecutores hum anos. D el mismo m odo que es “lógico” para
un individuó que h a aprendido desde el comienzo d e su vida a creer que si se
somete a determ inadas disciplinas arbitrarias que le privan de placeres conti­
nuará gozando de la protección, lo es tam bién el privarse de placeres con el
fin de com placer a la divinidad. U na vez que se llega a com probar experiméri-
talm ente la relación entre el control del impulso y la obtención de un benefi­
cio ulterior, este síndrome se convierte en parte integrante d e su sentido d e la
realidad —en parte de su “sentido com ún”—.
El caso de la disciplina es, sin duda alguna, extremo; existen otras m uchas
influencias de carácter más suave. La negativa a conceder aprobación a una
actividad determ inada, puede desalentar, con frecuencia, su continuación. El
caso de la disciplina deliberada es, sin embargo^ nuestro m ejor ejemplo ilustra­
tivo. De ello se deduce, en consecuencia, que cuanto más pronto se establez­
can esas influencias disciplinarias, más probable es que dom inen el sentido de
la realidad del individuo. Las diferencias existentes entre las culturas que
hemos exam inado, pueden ser estudiadas de acuerdo con el carácter de las
disciplinas que imponen, los impulsos que éstas controlan, la edad en la que
son instituidas y el grado de persistencia de la dem anda social de su control.
El sistema de seguridad del individuo depende de lo efectivam ente que
pueda conform arse a las pautas sociales el tributo im puesto sobre los recursos
de aquél, de lo difícil que le sea hacer frente a las condiciones. Algunas son
más fáciles que otras. U n sistema de tabús sexuales que com prenda solamente
a las herm anas es más fácil que otro en el que se hallen comprendidas aqué­
llas y todos los dem ás objetos sexuales. Solamente u n zuñí está en condiciones
de decirnos las dificultades especiales que se originan de la necesidad de
controlar los impulsos agresivos.
Hay dos puntos relativos al control de impulsos que revisten la m ayor
im portancia para el individuo y para el grupo. Los relativos a la época de la
¿38 SISTEMAS DE SEGURIDAD

vida en que se instituye la disciplina y a cuáles son los beneficios o recompen­


sas dim anantes de ese control — en otras palabras: las condiciones sociales que
hacen aceptable el mismo.
Hemos visto ejemplificado el primer problema en la cultura de las T r o
briand; el libre ejercicio de los impulsos sexuales (exceptuando a las m ujeres
de la línea m aterna) permite el desarrollo sin trabas de la personalidad en los
años de form ación. Viene después una inversión de la actitud social con pos­
terioridad al matrimonio. Ya hemos expuesto las consecuencias derivadas de
esa situación.
El segundo punto, el de los beneficios o recompensas que se derivan del
control de los impulsos, es uno d e los factores más im portantes que contribu­
yen a la estabilidad social. D esde el punto de vista psicodinámico, cuando,
con el fin d e salvaguardar otros intereses, se educa a u n individuo enseñándo­
le a frenar u n im pulso (o, m ejor, las manifestaciones del m ism o), el individuo
se encuentra en condiciones de hacerlo con relativa facilidad si quedan satis­
fechos otros intereses. Si se le retiran estas últimas satisfacciones, sólo podre­
mos esperar una brusca m anifestación de agresión de alguna especie. S i la
sociedad está organizada en tal forma que no ofrezca recompensa alguna a
cambio del control del impulso, esa agresión deberá ser objeto, en si misma,
de cierto reconocimiento social. El hecho de que no existan entre los zuñis
ej crim en n i el suicidio, no se debe a la casualidad, sino a que las provocacio­
nes son m enores y los beneficios anexos a la represión o control de la agresión
mucho mayores qué las ventajas que pudieran obtenerse del robo y el asesi­
nato. N o existe entre los chuckchis un sistema sim ilar de recompensas o ga­
rantías y como consecuencia d e ello, el crimen y el suicidio abundan entre
ellos. En otras palabras, la estabilidad de una cultura que exige im portantes re­
nunciaciones del impulso, no depende de un sector d e la psique llamado el su-
per-ego^ sino de aquellas fuerzas sociales que m antienen en línea al super-ego.
En los casos en que el individuo no es capaz de darse cuenta de las recompen­
sas anexas a la supresión del impulso, pierde el super-ego su tonicidad. Esta
conclusión es exacta tanto para lo que respecta a las sociedades en las que se
instituye el control del impulso en una época tem prana de la vida, como con
referencia a aquéllas en las que esa institución tiene lugar m ás tarde. E n la
sociedad tanala observaremos u n ejemplo ilustrativo de la deterioración del
super-ego, consiguiente a la incapacidad para recoger las recompensas dim a­
nantes d el control de los impulsos.
Si quisiéramos deducir de todo esto alguna fórm ula general acerca de las
fuentes d e las hostilidades intrasociales, habríamos d e reconocer que la situa­
ción es m uy compleja. No podemos usar más que u n as cuantas líneas que nos
CONCLUSION 139

sirvan de guía y que gozan de cierta aplicabilidad universal. La hostilidad es


u n síntoma de frustración efectivam ente experim entada, anticipada o asegu­
rada por inhibiciones existentes; d e donde surgen esas frustraciones y en qué
form a encuentran su expresión» es m ateria q u e debe ser determ inada separa­
dam ente para cada cultura» No cabe la m enor duda d e que podemos contar
con que cuando se frustran ciertas necesidades básicas del sujeto humano»
causan ansiedad u hostilidad. Pero esta guía n o es lo bastante exacta* Existen
varias formas de hostilidad; algunas ostensibles, otras encapilladas. Estas
últim as dependen» a su vez» no sólo de si se frustra una necesidad determ ina­
da» sino tam bién de si las demás satisfacciones que se ofrecen son suficientes
para impedir que esas hostilidades desviadas rompan los tazos q u e las sujetan.
En otros térm inos: en lugar de buscar en las frustraciones aisladas las fuentes
de la hostilidad efectiva» precisamos encontrar un equilibrio en tre t e satisfac­
ciones y t e frustraciones que pueda ser m antenido bajo ciertas condiciones y
perturbado en otras. E n general, el equilibrio se establece entre restricciones
y recompensas, prohibiciones y permisos, satisfacciones y frustraciones* A m a­
yor abundamiento» no puede haber una m edida rígida, absoluta y universal,
para determ inar lo q u e constituye una frustración; el um bral d e la frustra­
ción para el trobriandés, que se eleva a u n alto nivel de satisfacción dtirante
los años de form ación, parece m uy delicado cuando se le com para con ef del
esquimal. Este um bral de la frustración fué reconocido por el prim er hombre
q u e comentó los sufrimientos del m illonario que se había arruinado <(hasta su
ultim o yate” *
Hemos examinado^ hasta ahora, el sistem a de seguridad del individuo.
Empero, este sistema d e seguridad no es m ás que una parte de una unidad
m ás grande que es im portante que identifiquemos: la estructura de la perso­
nalidad básica del individuo.
Las condiciones d el medio y algunos aspectos de la organización social,
comprendidos bajo el calificativo de instituciones prim arias, crean para el
individuo los problem as básicos de adaptación. Esos problemas le obligan a
desarrollar ciertos m étodos de acomodación, puesto que se trata de condicio­
nes fijas e incam biábles. La escasez de alimentos, las prohibiciones sexuales,
las disciplinas de este o aquel orden, son condiciones que el individuo no
puede controlar directam ente; sólo puede adoptar una actitud con respecto a
ellas y acomodarse con arreglo a una serie de normas que tienen cierta varie­
dad. Las constelaciones básicas originales creadas en el individuo por esas
condiciones son, desde el punto de vista subjetivo, la estructura de su ego y,
desde el punto de vista objetivo, la estructura de su personalidad básica.
Pero la estructura del ego no es una organización dotada de posibilidades
ilimitadas. Está sujeta a una traba. Se encuentra ligada a la naturaleza biológi­
140 SISTEMAS DE SEGURIDAD

ca del hom bre y a sus características filogénicamente determ inadas. Si es u n


hecho que las condiciones externas y las instituciones básicas, primarias, varían
en las diferentes culturas, debemos esperar que la estructura del ego variará
también. El sentido común confirm a esta conclusión. Se acepta como cierto
que un zuñi es diferente de un esquimal. Si preguntásemos a un hombre
corriente por q u é lo cree así, nos haría observar, acertadam ente, que esos dos
pueblos han vivido sometidos a condiciones diferentes. La tarea de, la psicolo­
gía social consiste en hacer la disección de esta observación práctica del sen­
tido común separando sus elementos constitutivos. Pero el sentido común nos
sum inistra otro juicio práctico, no sobre la diferencia en tre el zuñi y el esqui­
mal, sino entre dos esquimales. El hom bre m edio conoce ese hecho a través de
su experiencia con individuos de su propia cultura; sabe que todos ellos son
de diferente carácter y adopta an te ese hecho una actitud muy práctica.
Esas observaciones del sentido com ún son correctas, pero no suficientem ente
exactas.
Esas dos ideas del ego —o estructura de la personalidad básica— y del
carácter parecen ser conceptos superpuestos; en realidad no lo son. El carác­
ter es una diferenciación especial d e la estructura del ego que surge en su
interior. La estructura del ego es u n precipitado cultural; el carácter es la
variante especial de cada individuo con respecto de esa norm a cultural.
É n el exam en de las culturas q u e hemos presentado no hemos estudiado
eí carácter porque no estamos tratan d o de individuos específicos, pero pode­
mos estudiar la estructura de la personalidad básica. Bajo ese epígrafe pode­
mos incluir:
1) Técnicas de pensamiento o constelaciones de idea.
2 ) Sistema d e seguridad deí individuo.
3) Form ación del “super-ego”. U n “super-egon basado en la obediencia a
la disciplina será diferente d el que corresponda a una sociedad en
donde n o se castiga al niño. En esta últim a hallarem os su única m ani­
festación en un sentido de la vergüenza, sin culpa o conciencia.
4 ) A ctitudes con respecto de los seres sobrenaturales (religión). Las téc­
nicas empleadas para solicitar ayuda d e la divinidad son indicadores
de las relaciones con los padres.
Se plantean, inmediatamejnte, varias cuestiones relativas a la estructura
del ego. ¿Cuál es el lugar que ocupa en esa categoría la diferenciación de
status! U n rey y un plebeyo pueden ocupar lugares opuestos en una situación
determ inada con respecto a la subsistencia o al prestigio. Sin embargo, los
papeles de ambos no son sino meras facetas diferentes d e la misma estructura
del ego. El carácter de cada uno de ellos puede ser diferente, ya que el status
más elevado puede conferir im portantes inm unidades derivadas de cierta
CONCLUSION 141

preparación. El rey puede encontrarse en situación de perseguir y e! plebeyo


en la de ser perseguido. Y, sin embargo, ambos reaccionan, partiendo de
polos diferentes* hacia la misma situación del ego. Lo mismo es aplicable a las
diferencias por razón de sexo o edad.
Tiene importancia para nosotros conocer la estructura del ego o personali­
dad básica, si hemos de com prender las instituciones secundarias, ya que éstas
se derivan de las constelaciones creadas en la estructura del ego p o r las reali­
dades básicas efectivas. Podónos preguntar, por ejemplo: ¿Dónde se origina
la idea del embalsamamiento? ¿De dónde viene la idea de que la m anera de
crear un dios es alim entar al difunto con víctim as hum anas que se incorporen
a él por medio del canibalismo? ¿No procede d e una ansiedad originada por la
escasez de alimentos, por lo menos en principio, aunque pueda persistir la ins­
titución, con un nuevo significado, una vez que haya desaparecido la ansiedad
original que la provocó? Se puede preguntar, en relacióri con esta hipótesis:
¿Qué ocurre con respecto de la difusión o contagio de ciertas instituciones? No
existe en este punto la m enor incom patibilidad. En cualquier cultura determ i­
nada que se ponga en contacto con otra, sólo se difunden aquellos rasgos que
no crean incom patibilidades graves o que pueden ser, incluso, ventajosas para
la personalidad básica existente. Los zuñís adoptaron su forma de gobierno de
los españoles. Pero adoptaron solamente la form a y no el espíritu o el carácter
de la misma, porque originaba demasiadas incom patibilidades con la estruc­
tura del ego de los zuñís. N o tenían la menor idea de! em pleo de la autoridad
com o arm a para explotar a nadie. Y esta característica no se difundió.
El concepto de la estructura de la personalidad básica se convierte así en
un im portante instrum ento para nqestra investigación. Sirve p ara actuar
en concepto de espejo de las instituciones que contribuyeron a form arlo tanto
com o las armas de adaptación del individuo una vez establecido. Este concep­
to hace innecesaria la tarea sin esperanza de tratar directam ente Con las fuer­
zas biológicas que actúan en el interior del individuo y nos pone frente a
frente con los productos finales de la acción recíproca de las fuerzas biológicas
y las realidades externas. Tales resultados finales son las únicas form as en que
llegaremos a conocer, siem pre, los “instintos” o impulsos. En consecuencia, si
nos encontramos en el folklore de una sociedad una constelación como el
com plejo de Edipo, en lugar de saltar, directam ente, desde este fenómeno
hasta algún impulso biológicamente determ inado, podemos proceder a exami­
nar las condiciones que se ofrecen en la experiencia real del individuo que
contribuyen a la form ación de tal constelación. Conforme varían las condicio­
nes así varía la estructura de la personalidad básica. Además, este últim o con­
cepto lleva por sí solo a métodos empíricos y comparados. La única solución
142 SISTEMAS DE SEGURIDAD

alternativa es la ^hipótesis sentada por Freud que expondremos con toda


am plitud en un capítulo posterior y que da por hecho que una constelación
como el complejo <de Edipo constituye un fundam ento biológico. El m anteni­
m iento de esa hipótesis depende» a su vez» del aserto insostenible de la heren­
cia de los caracteres adquiridos.2

2 El origen de la posición adoptada por Fretid con respecto a éste problem a, «¿ata nada
menos qué de 18964905. D urante esa época -estaba Fréüd ocupado con el problem a de
trazar u n a etiología específica de los síntomas neuróticos. Sus investigaciones clínicas le lle­
varon a estudiar definidam ente e l desarrollo .sexual del hoiqbrc. Para tom ar en considera-
ctón ese desarrollo disponía Freud de algunas coordinadas definidas: sabía que existía un
proceso defensivo al que calificó de represión; sabía tam bién que actuaban en el individuo
fuerzas represoras, aunque en ésa época no llegó a darse perfecta cuenta de su naturaleza
precisa. Como consecuencia de su intento do tratar esas fuenas represoras fué por lo
que Freud adoptó, una decisión crucial cuya influencia está aún presente en sus últi­
mas obras. No estim ó que las situaciones reales de la vida fuesen responsables de la movi­
lización de esas fuerzas de represión en el individuo. En su libro: TTvree Comribwtíorvs te
d t é T h e o r y o f Sex (N ueva York, 1910), p. 38, declara "ese desarrollo (d e odio, vergüenza
y de las masas de ideación m oral y estética) está determ inado orgánicam ente y puede produ­
cirse en ocasiones sin ayuda de la educación. Más aún, la educación sólo perm anece dentro
del reino que propiam ente le corresponde, sí sigue de modo estricto la senda que le ha
sido trazada por el determ inante orgánico.” Sus últim as ideas acerca del super-ego estaban
dom inadas tatitbíén por el supuesto indicado. A tribuía, principalm ente, la actuación de esas
fuerzas represivas a influencias filogénicas u orgánicas. Las situaciones red es de la vida y
la educación presente influencian solam ente retocando patrones filogénjcam entc predeter­
minados. Constituye, eh parte, la finalidad del presente libro, mostrar que La introducción
d é la s realidades institucionales como factor prim ordial en la movilización de las fuerzas re­
presivas conduce a una interpretación diferente dé los hechos tan exactam ente anotados
por Freud.
PARTE II — DESCRIPTIVA

trata de la apSeadén de
los principios a que se ha Segado en
la Parte I a dos culturas aborígenes
descritas por el Dr. Ralph Linton.
CAPITULO V .

L A C U L T U R A DE É A S ISL A S M A R Q U ÉSA ®

por Ralph Lintoi*

Los indígenas d e lasM arquesas constituyen en pueble polinesio’ que vive


ér> una serie d e islas sítiñd&s éñ'el Pacífico Central a urioédiez grack*, aproa*'
madaménte, al sur dél Ecuador. Ffelcanente Coñsíderádós, erart i son un
grupo extremadamente bello. Se parecen a los-europeos meridionales, aunque
sus narices son algo más aplastadlas»-‘sus- labios m ás abultados y aü Colófitoáís
oscuro-»~-póeo más o m enosdel tinte que adquiere la piel de un europeo del
sur después de pasar unverano en una playa—. La estatura media de IbShóéÜ-
b r tt^ r ia entre Un m etroséteh taytres y un metro d ien ta y sietéten tím é'
tros.-jF eitándotados de un espléndido desarrollo muscular; lasraujieiw *od
muy rhetmósᣠülclusó condhegM *á1b6 üpós etftdpeos. Sin embargo» corrió
¡t&nstee&enda^e- sii aislamiehtoiaú resistencia a la ¿hum edad se bar desarro
liado poco y sb tt fácilm ente *víctimas de loe contagios iritróducidospor los
blancos* ’ -■ ^ ;' ■ ^ l • -
1'Atraqué Iw incBgénas Éte ias Kferq^esas han estibo s&nteíidós al demonio
d e Fráfntía desde 1842, se cuentan entre k sú ltim o écfelb s polinesios qtte se
hah convertido al cristianismo. Expulsaron a ló s íñiSionéros y sé resistieron a
la influencia blafiea tantocomóptidierori; peto en la épfoca ddnti visita, que
tuvo lugar en 192032» la cultura d é la s islas Marquesas-era ya unaicultura
rota. Sin embargo, se pudieron reconstruir las condiciones d e‘ los tiempos
pasados basándose en las relaciones y recuerdos de ancianos que vivían aóú
en las islas. ; ■ r •>
Cuando los indígenas d e la6 Marquesas acabaron por verse obligados a
someterse al dominio de las blancos, adoptaron e l único m edióderesisteriria,
digno y efectivo» que estaba* su alcance: dejaron deproerear. Fuéunam edi»
da perfectamente deliberada» pufestoque las gentes preferían extinguirse a
verse sometidas. V isité numerosas aldeas pobladasenteramente por personas
entre la edad madura y la. vejez, sin encontrar u n so lo niño en el grupa En
Tahuata, la isla vecina a aquélla en la que tenia yom i residencia, se contaban
más de doscientas defunciones por cada nacimieritu
145
146 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

MEDIO Y ECONOMÍA

Son las Marquesas una serie de elevadas islas, m uy escabrosas y m ontaño­


sas. En el extremo oeste de Hiva Oa, un acantilado, recto como la pared de
u n a casa, se eleva desde el m ar hasta una altu ra de setecientos m etros. C reen
los indígenas que éste es el lugar desde donde saltan los difuntos arrojándose
h asta el fondo del m ar y se dirigen desde allí a Hawaiki, la tierra mítica de
d o n d e proceden todos los polinesios. En la cima de ese acantilado vivía un
sacerdote solitario cuya misión consistía en presenciar ese salto y, probable­
m ente, decir adiós a los fantasmas de los difuntos conforme iban pasando
cam ino del otro m undo. El sacerdote lleva un registro de los nacimientos y
defunciones m ediante una larga cuerda en la que hace un n u d o por cada
u n o de los primeros y lo deshace conforme ocurre una de las segundas, conser­
vando así una especie d e censo oficioso del grupo.
Carecen las islas d e zócalo litoral; la costa cae a plomo, sin que exista
ninguna barrera de arrecifes, lo que hace la pesca difícil y peligrosa. El inte­
rio r de las islas es extrem adam ente abrupto y está integrado principalm ente
p o r elevados cráteres volcánicos con picos que alcanzan una altu ra de m il
quinientos a mil setecientos metros. M uchas de las islas mayores no han sido
atravesadas nunca, ni siquiera en nuestros días. La costa está form ada por una
sucesión de estrechos valles separados unos d e otros por cadenas m ontañosas
ta n elevadas y pinas que, en muchos casos, no se puede pasar de uno a otro
ra lle .más que por el m ar. T anto en los valles como sobre las lom as situadas
en los extremos orientales de las islas hay bastante arbolado. Las m ontañas
están cubiertas de heléchos bajos por encim a de los cuales alcanza la vista
m uchos kilómetros. H ay unos cuantos árboles de palo hacha, pero la mayor
p a rte de las tierras altas son áridas y carecen de vegetación.
Como quiera que las islas están rim adas a sólo diez grados al sur del
Ecuador, el clima es cálido con m uy ligeros cambios de estación. Debido a su
posición norte de los vientos alisios y a la consiguiente carencia de lluvias
periódicas, las islas están sujetas, de tiem po en tiempo, a largas y destructoras
sequías que originan graves pérdidas de cosechas e incluso escaseces de agua
potable cuando se secan las cernientes. Este estado de cosas h a causado u n
efecto considerable sobre la vida de la población. En las estaciones buenas
abundaban los géneros alimenticios; pero u n a de esas sequías que pudiera
d u ra r hasta tres años, consum ía todas las reservas almacenadas de comestibles
y era origen de una auténtica inanición; e n alguna ocasión em pujaba a los
indígenas hasta la antropofagia por ham bre. U na sequía grave d e esa d a se
podría llegar a reducir la pobladón en un tercio.
MEDIO Y ECONOMIA 147

La práctica de la agricultura ofrecía m uchas dificultades debido a lo


em pinado de las lemas, ya q u e muy pocas de las'tierras son lo bastante llanas
p ara que se las pueda regar p o r m edio de los toscos medios indígenas* Los
cultivos principales dé los dem ás países polinesiccs, el taro y el ñam é, reves­
tía n en estas islas una im portancia pequeña. La alim entación de los indígenas
d é las M arquesas se basaba casi por en tero en tres frutales — el árbol d el pan,
«1 cocotero y el plátano— y en la caña de azúcar. O tro producto im portante
era la m orera o árbol del papel (bvousonneúa papyrifera), árbol dom éstico,
dotado de tallos delgados y m uy largos de los cuales hacían los indígenas sus
vestidos. Ninguno de los tres frutales requería u n trabajo intensivo. C uando
n a d a u n niño, plantaba eF padre un árbol d el p an y un cocotero con destino
a l nuevo elemento de la fam ilia. Dichos árboles bastarían para proveer de
alim ento al niño durante to d a su vida. Todos los árboles y huertos eran
d e propiedad individual y se transm itían por herencia. El jefe estaba inves-'
ddo de una especie de dom inio eminente, pero vacilaba siempre antes de
q u itar u n huerto a nadie, incluso al más hum ilde d e los indígenas, p o r miedo
a la represalia m ediante la magia.
E a le s años buenos se sucedían basta cuatro cosechas d el árb d d e l pan,
la prim era de las cuales se recogía en común. C uando el fruto estaba en
sazón para ser cogido, el jefe enviaba m ensajeros a todas partes anunciando
e l acontecim iento; todos acudían para colaborar en la recolección d e la xóse*
cha, procediendo a cortar los frutcs, dejaríos ferm entar yalm acenarlos, fuera
d é la aldea, en grandes silos comunales ocultos, en tal forma que n a pudieran
ser descubiertos en caso d e q u e tuviese lugar u n a incursión enemiga. Dichos
silos e ra n enormes; he visto algunos de más de siete m etros de diám etro y
otros tantos de profundidad, cavados en terreno rocosa El silo estaba forrado
d e hojas y la pasta del árbol del pan se envolvía en paquetes que la preserva­
b an ta n perfectam ente que nunca llegaba a estar demasiado pesada para el
consum o. Todo el producto d e la primera cosecha iba a parar a esos enorm es
pozos, que solamente se abrían en épocas de ham bre. La segunda cosecha se
conservaba en la misma form a, pero se la alm acenaba en los silos fam iliares.
N o existían reglas que regulasen esta segunda cosecha; cada familia guardaba
cuanto quería. La cosecha d el árbol del pan era, en los años buenos, m ás que
suficiente para todos y en u n a serie de años buenos se m antenían repletos los
pozos. D urante el período de la recolección era preciso un trabajo considera*
ble, pero en los intervalos las labores agrícolas eran muy pocas y los hom bres
se dedicaban a pescar o a divertirse lo mejor que podían.
El concepto de propiedad estaba muy desarrollado y todos los objetos eran
poseídos individualm ente. Se reconocía, al mismo tiempo, el derecho entinen*
te del grupo, tanto de la fam ilia como de la tribu. Cuando estaba afectado el
148 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

interés d el grupo no se podía retener ninguna propiedad sin incurrir en delito*


E l jefe adm inistraba la tierra en beneficio de la tribu, pero los árboles y las
cosechas eran propiedad individual. Hasta que se recogían estas últimas, cada
individuo retenía su propiedad privada? pero tan pronto como los productos
habían sido llevados a la casa, pertenecían a la fam ilia, y el cabera d e
fam ilia los distribuía entre los integrantes de la misma, con arreglo a las nece­
sidades, A unque todos tenían perfecto conocimiento d e la propiedad de cada
objeto, la riqueza se encontraba en manos db los cabezas de fam ilia y de los
primogénitos, quienes se convertían teóricam ente en caberas de familia desde
él m om ento en que nadan.
La propiedad agrícola no estaba representada por tierras, sino por árboles
o huertos que podían estar diseminados por, todo el valle, drcunstanda q u e
fu e causa d e una confusión considerable cuando los franceses trataron d e
apoderarse de determ inados terrenos. Los indígenas se manifestaban dispues­
tos a entregar las tiefcras, pero reivindicaban los árboles. Las aves y: unos pocos
cerdos salvajes constituían la única caza que se encontraba en la s islas. Los
jabalíes eran bestias feroces y se les cazaba en una form a que constituía u n a
prueba dH Valor del cazador. Se acosaba al jabalí haciéndole bajar a lo larg o
de una senda de m ontaña en la cual lo esperaban los cazadores, cuchillo en
mane* p ara atacarlo en el m om ento de sá acometida!
Los cerdos domésticos m erecen especial m enrión, aunque no revisten u n
valor económ ico im portante en estos lugares. Com o quiera que ü n cerdo h a
d e sér alim entado con la misma ciase d e comestibles que los seres hum anos
y ,e n cantidad idéntica, criar u n o de ellos equivalía a añadir otro m iem bro d e
la familia! U n cerdo no era» por lo tanto, solam ente un anim al, sino éste y
además el alim ento y el trabajo necesarios para m antenerla Su im portancia
era más bien ceremonial que práctica. Se consideraba a esos anim ales com o
esenciales e n todos los ritos d e adopción, bodas, entierros y otras ocasiones
señaladas. El lugar que el cabeza de familia había de conseguir ocupar en el
o tro m undo estaba en razan directa del núm ero de cerdos que se sacrificasen
en líe ceremonias conm em orativas celebradas d u ran te algún tiem po después
d e su m uerte.
Las gallinas teñían poca ^im portancia económ ica, jamás $e comían los
huevos y -Jos propios pollos sólo en ocasiones eran servidos como alim ento y
no se les in clu ía nunca en el m enú en las fiestas im portantes. Los gallos eran
apreciados, especialmente por sus plumas irisadas» que se usaban como tocado
y se pagaban caras.
La pesca era la fuente principal de alim ento anim al y estaba m inuciosa­
mente organizada sobre una base colectiva. C ada tribu poseía su Jugar sagra­
d o para los pescadores con su altar, y tenía un m aestro de pesca que era, al
MEDIO Y ECONOMIA } . 149

m ism o tiempo, sacerdote, entre cuyas o b lig a d le s se . contaba el cuidado


adecuado-de aparejos y d e las imágenes y la observación de los tabús que ro*
deaban a los pescadores d u ra n te su tiempo d e servicip*> D urante ese período
]tos hombres vivían en u n recinto,sagrado a t q q e se p^cdxibía entrar a las uiu-
jeres y no se perm itía q u q rqiqgunq de los hom bres tuviese contacto con m ujer
alguna q con objetos hechos por éstas, durante todo es$ pLcmpo^ r
Las canoas de pesca eran de prepiedad in d iv id u é, perp el producto de
aquélla se dividía entre todos. El primer sacado jd$l agua $e apartaba
para el pescador-sacerdote y los dioses especiales; después, de cum plido ese
requisito, se prorrateaba el resto de la pesca entre la población. La pesca d e
m ariscos podía ser em prendida por cualquiera en todo momento, pero la gran
pesca era siempre com unai Se advertía a ¿as canoas aisladas del pejütgro de ir
dem asiado lejos, solas, porque algunos de los bancos de pesca estaban sitqadps
a diez o veinte millas d e tierra y ,una canoa sola podía ser fácilm ente inter­
ceptada por los enemigos. La mayor parte d e la pesca se obtenía m ediante
redes'
gigantescas
l t,, ' -V
que
.¿‘
se m antenían

caladas .entre las embarcaciones.,
’ . ' - J- ■i; ■ ¡ . . .
Se aJ t rp o!
neaba a los peces g an d es .como las rayas, los tiburones, etc^ que .constituían
un im portante artículo alim enticio, aunque la carne de las jprímera&.fcra taq
fuerte que era preciso dejarla colgada durante algunos días antes de comerla*
Las tortugas se cotizaban muy alto y, para fines de sacrificio, se las, coaside^
raba como el equivalente de u n cautivo hum ano. Los productos de la pesca
q u e sobraban del consumo inm ediato se pecaban al sol o se salaban. A dife?
renciá de los demás polinesios, los indígenas d e las Marquesas atribuían u n
enorm e valor a la sal y rebuscaban las rocas que. rodean a los acantilados
para obtenerla.
Debemos mencionar, tam bién, el kava, bebida narcótica extraída d e una
raíz, m asticada habitualm ente por los m uchachos y las muchachas, q u e tenían
m ejor dentadura que sus mayores, escupida den tro de una vasija y ferm en­
tad a. Sus efectos eran suaves. El que la bebía se hacía extrem adam ente sensi­
ble a los ruidos o molestias y deseaba que se le dejase solo. Las reuniones
celebradas para beber kava no eran fiestas alegres; los participantes, después
d e haber ingerido dos o tres copas de kava cada uno, se tumbaban conforta­
blem ente y apenas hablaban. Como quiera que los terrenos donde podía
cultivarse la raíz de kava eran muy reducidos, la bebida constituía u n verda«-
d eip artículo de lujo reservado a los cabezas de fam ilia.
La últim a partida relativa a la alim entación es el canibalismo. En tiempos
pasados los habitantes d e las Marquesas eran muy antropófagos, y, a juzgar
por mis conversaciones con los ancianos que habían practicado la antropo­
fagia, estoy convencido d e que, al mismo tiem po que existía el canibalism o
cerem onial, se comía la carne hum ana porque la encontraban buena. Es ésta
150 LA CULTURA DE LAS ISLÁS MARQUESAS

una de las pocas regiones donde se permitía comerla a las mujeres. A ünque
lo corriente eran los festines de enemigos com o consecuencia de obligaciones
de venganza, tenían lugar, tam bién, simples cacerías de las tribus enem igas
cotí el fin de procurarse carne hum ana en concepto de alimento, especial­
m ente en las épocas en que escaseaban los comestibles. O tro indicio de q u e
la antropofagia no era m eram ente ceremonial es el hecho de que estas gentes
se comían a todos, desde los niños en adelante. La finalidad perseguida por el
canibalism o céremonial estriba en absorber las buenas cualidades del indivi­
d u o a quien se come, pero los indígenas de las M arquesas manifestaban u n a
preferencia declarada por los niños demasiado jóvenes para haber adquirido
todavía 'cualidades dignas de admiración. Se contaban también historias d e
comedores de hombres, gentes que padecían una afición patológica por la
carne hum ana. Tales hom bres eran capaces de secuestrar niños pertenecientes
a su propia tribu e incluso de m atar y comerse a su propia esposa e hijos.
H abitualm ente no existía el canibalismo d en tro de la tribu, aunque, én m o­
m entos de ham bre extrañada, iin sacerdote oracular podía designar a ciertas
víctim as para que fuesen m uertas y comidas. Los sacrificados á los dioses n o
se comían, puesto que se tenia la idea de que debía dejarse todo el individuo
para que lo consumiesen aquéllos. Pero las víctim as de la venganza eran comi­
das siempre.
E l ham bre constituía una amenaza constante y enteram ente im previsible.
El m iedo d e padecerla se traducía én el enorm e valor asignado a los comesti­
bles. Las costumbres alim enticias de fes indígenas y todas las circunstancias
asociadas con los alim entos m uestran el efecto de esa escasez periódica d e
comestibles.
A l cum plir los diez años, todos los niños eran sometidos a la cerem onia d e
santificar las manos; después de la cual podían preparar ya los alim entos
para sí mismos y para los demás. La cocina y la comida tenían lugar en casas
separadas, situadas a unos quince metros d e la habitación principal. N ad ie
cernía en la casa habitada o cerca del alm acén de comestibles. El alim ento
destinado a los hombres y el de las mujeres sé preparaban por separado e
incluso se le cocinaba en hogares diferentes y em pleando utensilios distintos.
H om bres y mujeres com ían, sin distinción, la mayoría de los alim entos, au n ­
q u e existían algunos tabus con referencia a las últim as. Se contaban varios
tabús perm anentes sobre los comestibles; algunos de éstos no podían ser comi­
dos por personas dedicadas a determ inadas ocupaciones; se im ponían tabús
d u ran te varios meses anteriores a la celebración de u n banquete, destinados,
en gran parte, a garantizar una provisión abundante para la ocasión. U n cabe­
za d e fam ilia podía declarar el tabú sobre determ inados árboles en previ­
sión de una boda o cualquier otra ceremonia. Pero no estaban m uy desarro-
MEDIO y ECONOMIA 1»

liados los tabús impuestos sobre alim entos específicos. Esta circunstancia
puede haberse debido a los períodos de hambre» en los cuales la existencia de
los mismos hubiera podido dificultar seriam ente la supervivencia*
El valor social de los alim entos se refleja de m uchas maneras; en prim er
Iitgar, en la reglamentación referente a su uso y adem ás en la enorme cam pli-
cación y ornam entación de los diversos objetos em pleados en relación con los
comestibles. Los pilones em pleados para m achacar el fruto del árbol del pan,
por ejemplo» fabricados d e piedra y con u n peso de dos a tres kilogramos, se
labraban» habitualm ente, en form a de caras hum anas. La labor necesaria para
ello era m uy trabajosa, ya que se trataba d e piedra extrem adam ente dura y los
únicos instrum entos de que se disponía para tallarla eran dientes de rata. El
labrado del extremo de un pilón podía ocupar todo el tiempo libre de un
hom bre durante seis meses. Análogamente» los utensilios en que se com ían
los alim entos, como las tazas de corteza de coco y las vasijas donde se alm a­
cenaban los comestibles de reserva, estaban delicadam ente tallados emplean*
d o motivos complicados, ya que los indígenas de las Marquesas eran artistas
consum ados.
Los comestibles se guardaban en u n hórreo espedal, construido sobre
pilotes y considerado tabú para las mujeres* Los alim entos eran una de las
pocas cosas objeto de robo; los miembros de la m ism a familia eran capaces
d e robarse unos a otros los comestibles, pero nada m ás. El alto valor asignado
a los alim entos se ponía claram ente de m anifiesto en las prácticas sociales.
C ad a form a de ascenso social iba ligada a alguna cerem onia que suponía la
celebración de un banquete. Los indígenas gozaban y se enorgullecían con
la cantidad de comestibles presentados en esos banquetes» dándose mayor
im portancia a la masa que a la delicadeza de la cocina o la preparación. Se
declaraban tabús sobre, tal vez, dos de los alim entos principales, con el fin de
que nadie pudiese comerlos durante varios meses y conseguir de esa m anera
u n a gran abundancia de los mismos en el m omento en que se levantaba el
tab ú para celebrar el banquete. La familia era capaz d e pasar ham bre d urante
varias sem anas con objeto de engordar a los cerdos destinados al acontecim ien­
to. Se llegaha, incluso, a suspender las guerras entre tribus cuando era inm i­
n en te un banquete. Se invitaba, a veces, a las tribus vecinas para que concu­
rriesen a la fiesta. Jam ás se atacaba al enemigo si se sabía que estaba en
preparación de un banquete. Sin embargo, era lo m ás probable que después
d el festín, cuando todos empezaban a padecer de indigestión, se entablasen
luchas y que la tribu visitante se viese obligada a retirarse precipitadam ente
en dem anda de sus hogares.
Profesaban los isleños de las Marquesas la creencia, común a m uchos
pueblos primitivos, de que ciertos tipos de enferm edad se debían a la ausencia
152 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

d e i alma. Su procedim iento de restituir el álm a perdida «instituía otro testi­


m onio de la im portancia del alim ento en esta cultura. El tuhunga (Hechice­
ro ) construía una ¿¿sita delante de la cual colocaba comestibles diciendo:
“A lm a, esto es para ti.” El alm a, incapaz d e resistir ál señuelo d el alim ento,
volvía a la casa, donde el tuhunga, que se m antenía al acecho, la cogía vio­
lentam ente y la devolvía al lugar a que pertenecía. É i hechicero presentaba,
habitualm ente, gran núm ero de arañazos para dem osttar su lucha con el
alm ap erd id a.
'A bundaban en las islas las maderas d e construcción y el bam bú, pero la
piedra adecuada pará hacer herram ientas estaba irregularm ente distribuida.
Lá cultura m aterial d e los indígenas de las M arquesas era m uy rica, quizás
la m ás rica de toda Polinesia, y se caracterizaba por lá enorme cantidad de
ornam entación y complicación de los detalles. U n artesaño prim itivo, carpin­
tero ó constructor d e canoas, había de ten er a su disposición m edia docena
d e azuelas, destinada cada una d e ellas a u n uso especial. U n tatu ad o r preci­
saba tener én su instrum ental de diez a quince peines de hueso d e diferentes
tam años, para poder hacer los diversos dibujos. Las gentes se deleitaban ante
la fina habilidad y ponían gran orgullo en la perfección. U n m aestro artésano
gozaba déknñcho prestigio. J
Existía u n a profunda diferenciación en tre los productos m anufacturados
por uno y otro secó, concediéndose a Ies trabajados por las m ujeres una
im portancia mucho m enor. Podían éstas fabricar esteras, cestos, abanicos y
vestidos de corteza, p ero sólo el quince por ciento, aproxim adam ente, de los
artículos usados por la tribu estaban hechos por mújeres. Los hom bres podían
u sa r esteras' 0 cestoá hechos por mujeres, pero no podían Uevár vestidos de
corteza que hUbieran sido elaborados por u n a m ujer qué rio fuese su pariente
consanguínea. Hasta la propia esposa estaba inclüída en ese tabú, d é ta l ánodo
q u e cuando una m ujer hacia' Vestidos de corteza, se destinaban al uso de su
herm ano o d e su sobrino, pero no al de su m arido. Era éste el único lugar
d e Polinesia en el que ñ o llevában los indigenas ornam entación alguna en sus
vestidos de corteza, q u e se lim itaban a sum ergir, accidentalm ente, en azafrán
para teñirlos de am arillo. Todos los trabajos m anuales de las m ujeres eran
igualm ente toscos y sencillos.
Las labores m asculinas revestían, por el contrario, una gran im portancia
económ ica. Todos los trabajos aricáis a la obtención de productos alím enti-
cios¿ con excepción d e lá recogida de m áriseos éri la que írité^vthfeh ambos
sexos, correspondían exclusivam ente a los hóm bíes. Eían ellos quienes cons­
tru ía n las casas, elaboraban los utensilios de cocina y cocinábán pára sf mis­
mos y, con frecuencia, para toda la fam ilia. En resum en: la situación econó­
mica corría enteram ente a cargo de los hom bres.
■Ma e st r o s a r t e s a n o s ; i»
t " f -?„■ ‘ ' : j 1 ^ r - ' . . ,; -- ; ■ - = .l- . ' . . . ■ ' , 7; ^ % >; j

M aestros a r t e sa n o s -

.. La.institución de lps m aestros artesanos constituye una característica pro­


m in en te de la cultura de las islas M srques^* t los hom bres sacian
fabricar todo cuanto necesitaban, pero difería el grado de habilidad y se mani­
festaba un profundo respeto por los peritos. El maestro artesano era una
persona im portante y gozaba de la oportunidad de acum ular riqueza.
E n lo más alto de la escala d e jo s m aestros artesanos se encontraban los
eonstructores de casasy de canoas <jue eran, tam bién, organizadores y directo­
res^ y los artistas que ,eran m a^tr<^ tallistas. Esos tucungas trabajaban, casi
siempre» por encargo; $e. incorporaban a la fainiUia.de quien los em picha»
recibían los alim entos correspondientes d u ran te el tiem po en que estaban
trabajando y, cuando se m archaban, se jes hacía objeto de un liberal regales
ELudiunga podía perm itirse el lujo de tener un carácter difícil, ya que» debido
a las sanciones religiosas especiales, nadie podía continuar una obra que hu­
biese comenzada ppr ptro. Si el constructor la abandonaba a Ja, m itad 4$
su labor, el dueño. §e veía precisado a recomenzarla .desde el principio recu­
rriendo a otro artesano. E l aprendizaje de los cánticos que. s^om pañaban a ja
creación de cada objeto, constituía una parte dé la educación de los tuJumgas,
U n cuenco de cerner elaborado sin observpr e l tito mágico adecuado no pasa­
ría d e ser un cuenco* C arecería de lugar propio en el j^ y e rs o y, consjguien-
tem ente^ de valor. Por eso, el hombre a quien se llamaba para ten iu n ár una
tarea incom pleta seria capaz de decir dónde había abandonado el otro, cons­
tru cto r la edificación de 1^ casa o la fabricación de la canoa, pero n o podría
saber la magia que había sido empleada q hasta dónde había llegado el rito
aplicado y, por consiguiente, seria incapaz de continuar la (Ara.
Los cán tica mágicos constituían, en parte, una fórm ula para ejecutar la
obra, de tal m anera que si u n hombre conocía el hechizo, no podía olvidar d
procedim iento, pero el ritu al era, al propio tiem po, parte de una creación
efectiva, que comenzaba por la genealogía del universo, construía paso a paso
e invocaba, finalm ente, a las esencias de las cosas para llam arlas a contribuir
en el arte de la creación, q u e era considerado com o un acto sexual» M ediante
la ayuda recibida de esas potencias espirituales, el artesano construía el
objeto situándolo dentro del universo.
La categoría de tuhunga tendía a ser hereditaria, ya que era probable que
el padre enseñase ehoficio á su hijo, pero podía alcanzarla cualquiera que tu ­
viera su habilidad. Sin embargo, era preciso pagar por gozar del privilegio de
estu d iar con u n determ inado maestro en cualquiera de los oficios y de ser
aprobado y graduado por él.
154 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

El prestigio unido a la habilidad se evidenciaba en todas las profesiones


y en todos los niveles sociales. El propio jefe estaña orgulloso de ser clasificado
entre los tuhungas. Los jefes m antenían ordinariam ente tallistas y otros maes­
tros artesanos com o miembros de stis familias con el fin de patentizar el
hecho de que eran bastante ricos para realzar de este modo su prestigio.

DISTRIBUCIÓN

Por lo que respecta a la técnica de la distribución, todo el m undo tenia


derecho al libre acceso a todos los m ateriales que se encontraban dentro del
territorio de la tribu. No se reconocía 1$ propiedad privada de los bancos
pesqueros ni de los cotos de caza. Sin embargo, como algunas cosas sólo se
producían en determ inados territorios, algunas tribus se especializaban en pro­
fesiones especiales como la construcción de canoas o la talla. Los productos
sé distribuían m ediante un comercio perfectam ente organizado, que se lle­
vaba a cabo m erced a visitas sociales en las que se efectuaban cambios de
regalos. U na tribu especializada en la producción dé colorantes amarillos
llegaba al territorio de otra portando u n cargamento de esas m aterias a bordo
de sus canoas. Esas expediciones eran dirigidas por el jefe, que iba acom­
pañado hasta por u n centenar de hombres. Comenzaban las negociaciones
con una reunión social oficial en el curso de la cual se hacía extensiva habi­
tualm ente a los visitantes J a hospitalidad sexual. Después se regalaban los
cái^iriéritbs. N o sé bacía la m e rib r alusión ai pago pero, precisam ente antes
de retirarse los visitantes, sugerían, indirectamente^ que su tribu experim en­
taba la escasez de un determ inado artículo. Sus huéspedes les rogaban, en­
tonces, que aceptasen sus excedentes de los mismos. El intercam bio se lle ­
vaba a cabo en beneficio m utuo pero no se intentaba siquiera obtener una
ventaja em pleando la astucia. A unque se podían llevar unos cuantos objetos
para cambiarlos en transacciones privadas, el cargamento principal de la es­
pecialidad de la tribu se consideraba como de propiedad d el jefe y ninguno
de los individuos particulares podía em plear parte del m ism o con finalidades
comerciales. La organización del canje corría a cargo det jefe, pero una vez
consumada la transacción, las m ercancías se distribuían, a prorrata, entre
todos los miembros de la tribu. Los excedentes individuales se trocaban
siguiendo un procedim iento idéntico, teniendo buen cuidado de elim inar en
todos los casos el móvil lucrativo. Esas visitas comerciales seguían teniendo
lugar durante el tiem po de m i perm anencia en las islas M arquesas aunque
su im portancia era ya muy reducida.
Los bienes nQ fungibles tales com o las armase las tallas, herram ientas y
ornamentos, cam biaban de manos constantem ente, pero los objetos conser­
ACTITUD RESPECTO A LOS OBJETOS 155

vaban sus nombres e individualidad a través d e todas las transferencias que


sufrían» El cam bio de regalos era tan esencial p ara el prestigio social como
la celebración de banquetes. N o cabe duda d e que, medidos por los patrones
primitivos; los indígenas d é las M arquesas consum ían un grupo rico. Todos
los prim eros ^exploradores q u e los conocieron m encionan el gran núm ero d e
cosas que guardaban en el interior de sus casas, com o filas d e armas, cuencos
labrados, esteras, etc. La explicación de esta circunstancia estriba en el h e d ió
de que disponían de m ucho tiem po libre que dedicaban a la confección de
objetos. Todos esos artículos se alm acenaban y se destinaban a ser regalados.
Gozaban los indígenas d e u n elevado nivel d e comodidad. Sus lechos
eran los más lujosos que podían encontrarse en los Mares del Sur. T oda la
m itad posterior d e la vivienda, que con frecuencia alcanzaba una longitud de
quince a veinte metros, estaba enteram ente destinada a albergar los lechos.
T enían estos una base de maleza m uelle, grandes hojas d e cocotero, helé­
chos y capas de hierba, encim a de los cuales se colocaban esteras tejidas.
U n tronco de cocotero, pulido, que corría a todo lo largo de la casa, servía
de alm ohada. Esos lechos eran más mullidos que m uchas camas europeas y
los indígenas se tum baban perezosamente en ellos cuando no tenían nada
que hacer. También construían respaldos inclinados en las plataform as d e
piedra d e las casas para poder observar, cómodamente sentados, todo cuanto
subía y bajaba por la calle. El vestido era superfluo en ese clima, p eto los
indígenas confeccionaban complicados adornos para ostentarlos en las fiestas.
U n hom bre ambicioso y hábil podía hacer uso de sus tem poradas der orio
entre las cosechas para crearse un excedente m ediante su habilidad o la
cría de cerdos. Por el contrario, el que carecía de ambiciones podía dedicar
sus ocios a haraganear, cantar, tocar instrum entos de música o jugar e incluso
destinar buena parte de él a los placeres sexuales.

ACTITUD CON RESPECTO DE LOS OBJETOS

Se observaba entre los indígenas de las M arquesas u n asombroso grado


de individualización de los objetos, personificándose todas las cosas. D e la
misma m anera que cada individuo constituía una entidad distinta en su
tribu, cada hacha o cuenco de comer era una entidad diferente y tenía
su nom bre. Se daban a los objetos los mismos nombres que a las personas,
tom ándose los asignados a las armas de los ancestrales de la familia del pro*
pietario. Todas las canoas recibían, igualmente, su nom bre y las casas no sólo
pasaban por todo el proceso d e creación sino que se les colgaba un taparrabos
para q u e estuviesen decentem ente vestidas en el m om ento de ocuparlas.
156 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

Es difícil afirm ar h asta qué p u n to creían realm ente los indígenas en esa
personificación d e los objetos* U n objeto debidam ente hecho adquiría u n
m ayor valor de prestigio. Una porra que hubiese servido para m atar a tres
o cuatro hom bres poseía una enorm e cantidad de mana; cuanto más moruz»
más grande era lá categoría del arm a. Posma el pueblo el sentido de la he~
re n d a con respecto de las cosas muebles; los objetos antiguos que les habían
sido legados, tenían más valor que los nuevos aun en el caso d e que estos
últim os ostentasen bellas tallas. Los objetos sagrados arrebatados, gozaban
d e la facultad d e regresar a la tribu. Los objetos podían ser vestidos pero
nunca se les sum inistraba alimento; lo que m ás se aproximaba a esto últim o
era la actitud adoptada con respecto de las canoas de guerra. C uando se es-
trenaba una de esas embarcaciones se la botaba al agua hadándola pasar p or
encim a del cuerpo de u n a victima, siguiendo u n rito que, en cierto modo,
se suponía que había de comunicar a aquélla una mayor fortaleza.
La costumbre de d ar nombres se llevaba a extremos aún mayores. U na
persona im portante, jefe o sacerdote oracular, teñía varios nom bres para las
diferentes p u le s de su cuerpo, recibiendo nombres diversos diez o doce d e
ella& y dedicándose Tos más honoríficos a los órganos genitales. Esta cos­
tum bre se aplicaba por igual en ambos sexos.
Era corriente el cambio de nombres en tre los amigos. M ediante tales
cambios se fundían m utuam ente las personalidades de cada uno de los par-*
tícipes. C uando estaban juntos, se dirigían el u n o al otro em pleando su propio
nombre. C uando u n indígena m ataba a u n hombre tenía derecho a usar
el nom bre del m uerto y lo hacía con frecuencia especialm ente cuando Ja
víctima era una persona m ás im portante que el m atador. .Tam bién podía dar*
se el nombre de la víctima al arma con la cual se le había matado».
Los inestros artesanos eran m uy solicitados por gentes de otras tribus
para entablar con ellos relaciones de intercam bio de nom bre por cuya razón
gozaban de una gran libertad de movimientos. Era frecuente que u n tuhunga
tuviese varios enoas o hermanos d e sangre: incluso en otras tribus. Cuando
una persona era enea d e otra, tenía los mismos derechos a su propiedad y
groaba de la m isma relación que ella con respecto de los parientes d e su enocu
t

ORGANIZACIÓN SOCIAL

Las unidades sociales básicas eran la tribu y el grupo fam iliar. N o exis­
tía organización en clan dentro de la tribu, qUe era teóricam ente un grupo
am plio de parientes, cuyos miembros, en su totalidad, descendran o guarda­
ban cieña7conexión con u n antepasado original, bien por ascendencia directa
o bien por adopción. Las líneas y lazos familiares, dejando a u n lado los
ORGANIZACION SOCIAL 15 7

establecidos éntre los hijos y los herm anos de la m adre o las herm anas d el
padre, eran bastante indefinidos. Los hermanos de la m adre y las herma-*
nas del padre eran las personas a quienes buscaba el niño para que le sirv ió
sen d e padrinos en todas las ceremonias* y su relación icón ellas era m ás
estrecha que c o n su s propios padres, E n cambio, las herm anas de .« i m adre
y los herm anos d e su p ad req u ed ab an absolutam ente fu era del cuadro farot-
lian y carecían, d e relación funcional particular de ,ninguna dase* r
D entro de la tribu se guardaba una gran consideración, por lo m enos
e n teoría» a la ascendencia. Todos los ind^enas se enorgullecían d é tener
largas génealogías. Era frecuente el q u e se desplanaran esas genealogías hasta
llegar a sesenta u ochenta generaciones anteriores, aunque esos antepasados
primitivos eran, ordinariam ente, dioses o figuras legendarias. Existen, sin
embargo, genealogías auténticas que abarcan veinticinco generaciones y q u e
pueden ser comprobadas por los relatos de otros grupos polinesios en lo s casos
en que los antepasados han em igrado de otras islas.
La categoría social se determ inaba, en teoría, conform e a la primoge-
nitura, es decir, según la descendencia a través de los primogénitos^ sin ten er
en cu en ta el sexó. El no haber logrado darse cuenta d e ese hedió há sido
causa d e muchos quebraderos de cabeza para algunos estudiosos de la orga­
nización sodal d e Polinesia que han- intentado ^dem ostrar la ascendencia pa-
trüineal o m atrilineaL La sociedad; ?dé las islas M arquesas se basab&Len i a
primogeriiturjt, pero en un pequeño grupo de esa clase intervenían tam bién
otros factores. R ara vez había en u n a tribu más de 1,0QQ miembros, empa­
rentados cada u n o de ellos con los mismos antepasados remotos de la tribu
a través d e m edid docena de líneas diferentes Com o quiera que los indíge*
ñas de las M arquesas contaban la ascendencia a través del progenitbr de más
alta categoría en cada generación, siempre había en la línea de ascendientes
algún punto en el cual uno de los antepasados era más em inente q u e ^ tro
antepasado contemporáneo de algún o tro individuo. Podían emplearse^ por
lo tanto, las genealogías para justificar las relaciones sociales reales.. E l.pres­
tigio y la posición social de las diversas familias, subía y bajaba, y los cabe­
zas d e éstas elegían aquél de los térm inos posibles de relación que habrían
de usar, basándose en cuál era superior y cuál inferior* D eh k b a la endoga-
mia, siem pre erá posible para una persona que se encontraba en la cúspide,
descubrir una línea de ascendencia que fuese m ás elevada, en algún punto,
que cualquier otra.
ORGANIZACIÓN TRIBAL

La tribu era un grupo estrictam ente localizado, cuyos miembros* tenían


todos u n a ascendencia com ún, por lo menos en teoría. La adopción se con­
158 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

sideraba como el equivalente social del nacim iento. A pesar de la rivalidad


existente entre diversas familias, la tribu tenía una complicada organización
interna que presentaba un frente unido contra los extraños. Se m antenía un
contacto d e consideración con los miembros de otras tribus en condiciones de
tregua con motivo d e la celebración de banquetes, las visitas comerciales, etc.
Los indígenas conocían a todos los individuos eminentes de las dem ás tribus
y poseían una inform ación exacta acerca de sus actividades. Eran muy cau­
tos en cuanto al establecim iento de vínculos fraternales de sangre con miem­
bros de otras tribus, tratando cada hom bre de asegurarse u n evxoa cuya cate­
goría fuese tan alta o más que la suya propia. Pero, a pesar del am plio
conocim iento que u n a tribu tenía de otra, las relaciones en tre las mismas
eran siempre hostiles, por lo menos, secretam ente, y de tiem po en tiem po se
encendía la guerra.
Algunas veces se fundían las tribus entre sí m ediante el m atrim onio o
la adopción verificados entre las familias de los jefes gobernantes, pero tales
uniones eran poco seguras durante algunas generaciones, por lo menos hasta
que se hubiese establecido un número análogo de vínculos entre las comu­
nidades domésticas de status más bajos d e ambas partes. O tras comunidades
domésticas^ en especial las enemistadas por la existencia de antiguas vengan­
zas de sangre, trataban con frecuencia d e im pedir tales uniones. Por ejemplo,
h e oído contar u n caso en el cual había sido concertado u n m atrim onio
m tertribal, pero o tra fam ilia que gozaba de un alto status en la tribu y que
tenía pendiente u n a venganza de sangre cotí la comunidad dom éstica de la
novia, m ató a uno d e los hombres que la M editaban hasta su aldea rom pien­
d o de esa m anera el contrato m atrim onial y m anteniendo abierta la ven­
ganza de la sangre. La comunidad doméstica en cuestión tenía varias víctimas
que vengar hasta equilibrar la cuenta y n o estaba dispuesta a dejar que las
cosas se arreglasen pacíficam ente.
Cada tribu y cada fam ilia tenían u n centro material. Este centro de la
com unidad se consideraba como parte d e la residencia fam iliar del jefe y
aunque toda la trib u lo usaba, se estim aba como de propiedad de aquél. El
rasgo principal de ese centro de la com unidad consistía en u n espacioso local
dedicado a los banquetes y a salón de baile, llam ado el tahua. La construc­
ción de ese edificio suponía u n a cantidad increíble de trabajo ya que era
preciso acarrear m uchas toneladas de roca. El ta h u a tenía con frecuencia de
ciento a ciento veinte metros de largo por doce a quince d e ancho y podía
alcanzar una elevación de siete metros en el lado más bajo. En su centro
se encontraba un piso plano para las danzas y la exposición d e los comesti­
b le^ alrededor del mismo estaban situadas una serie de plataform as asigna­
d as a las diversas clases de la población en concepto de tribunas. A nexo a l
LA COMUNIDAD DOMESTICA 159

tahua norm al estaban» en prim er lugar» la plataform a del altar» sede de los
dioses ancestrales» después un asiento para el jefe y su familia inm ediata y
detrás de él la plataform a de los sacerdotes» h de los tukungos y t a de los
guerreros» u n a gran constricción 'dotada d e úna casa perm anente qüe erA
tabú para las mujeres, y» finalmente» la tribuna de las m ujeresy io s niños y
o tra mayor para los Visitantes miembros de otras tribus. Se co n stru ía,o rd i-
nariamente» u n nuevo toíurn para e l primogénito d el jefe» acto qi£e elevaba
la categoría de la comunidad dom éstica y d e la tribu del mencionado jefe.
Tem a tam bién la tribu uno o más lugares sagrados situados en las coli­
nas, qué se entpleab&n para efectuar los sacrificios hum anos y para las últim as
ceremonias fúnebres. Había» igualmente» el luga? sagrado de los pescadores
y los grandes silos donde se alm acenaban los comestibles. Todas esas propie­
dades pertenecían a la tribu y el hecho de ser m iem bro de la misma d ab a
derecho a todos a usar de las mismas.

LA COMUNIDAD DOMÉSTICA

En las islas Marquesas» la fam ilia era poliándrica* correspondiendo, ordi­


nariam ente d é dos a tres m aridos para oíd a m ujer, e tí tanto que en la to^
m unklad dom éstica del jefe podía haber dé once a doce hombres para tres o
cuatro m ujeres, de lás cuales u n a éra la esposa principal y las donáis las
auxiliares. Las comunidades dom esticas acomodadas solían añadir una y h asta
dos esposad m ás a la com unidad doméstica» algunos años después del m atri­
m onio inicial del cabeza de fam ilia. Todos los m iem bros d e uno d é esos
grupos tenían derechos sexuales sobre cada uno de los otros, ya que esa orga­
nización constituía una especie de m atrim onio d é grupo. El jefe o cabeza d e
fam ilia rica concertaba» algunas veces, el m atrim onio con una m ujer joven»
debido a que éste tenía tres o cuatro amantes a quienes deseaba atraerse
aquél. Los hombres seguían la suerte de la mujer y en esa form a podía el
cabeza de fam ilia ir integrando la fuerza de trabajo d e su comunidad dom és­
tica. Sólo las com unidades domésticas más pobres que se encontraban situadas
en los niveles sociales m ás bajos eran monógamas y sentían una profunda
envidia por las ricas.
El térm ino com unidad dom éstica (Household) es m ás apropiado que el
d e fam ilia para designar a la unidad social básica de la sociedad de las islas
M arquesas. Existían gradaciones en cuanto al prestigio de las mismas. La
basé de esta clasificación descansaba» prim ordialm ente, en el potencial h u ­
m ano de que disponían: cuantos más varones adultos formaban parte d e la
casa, más podía m anufacturar ésta, más trabajo podía hacer y m ás riquezas
podía acum ular. Pero n o se derivaba mucho prestigio de la acum ulación d e
160 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

riqueza; los bienes se conservaban solamente para consum irlos con ocasión
de las grandes ceremonias cuando la riqueza total y la cantidad d e lo q u e
se rlpcppahnlsaha en los banquetes constituían im portantes .factores para de­
term inar el prestigio relativo de las diversas com unidades domésticas.
Se notaba, la existencia de un-esfuerzo persistente encam inado a erigir
en hereditario .,ej status de mayor prestigio, pero las agrupaciones jamás se
convertían e n . rígidas y, en realidad, las diversas com unidades domésticas
se encontraban subiendo y bajando continuam ente a lo largo de la escala
social. El rango social se concentraba en el hijo primogénito, m erced aj cual
aspiraba toda la comunidad dom éstica a elevar su posición. A unque el pri­
mogénito heredaba el status de la comunidad doméstica, si no se m antenía
el rango m ediante banquetes y ceremonias, $e corría el peligro de que cual­
quier otra com unidad dom éstica, cuyos miembros trabajasen enérgicam ente,
todos juntos, en pro del ascenso, lograsen elevar su posición y dejasen alarás
al grupo más antiguo y m ejor establecido. Como quiera que existía una g ran
m ovilidad vertical tanto para la com unidad dom éstica como para el indivi­
duo, las clases sociales no eran fijas.
La comwqidad. ckxpéatica ten ia una complicada organización m ateriaL
Dfeppnfe de u n a amplia casa p ara dorm ir dotada d e magníficos lechos. La
ca$a, construida con m ateriales perecederos, se erguía sobre unos cimiento* d e
piedra} cuanto mayor, era la piedra, em pleada, maypr era el prestigio d é la
q w y iM á jj dom éstica. Las plataform as de las casas d e las comunidades d o ­
m ésticas prom inentes, contenían rocas que. pesaban dos o 'tres toneladas, con
las que se construía el piso y con frecuencia, habían de ser levan­
tadas sin m ás instrum entos que la fuerza hum ana hasto.,pna altura de u n
m etro veinte a u n m etin-cincuenta centím etrosdel nivel del suelo. El tam a­
ño d e las piedras anunciaba a to d o el m undo el núm ero de hombres que la
dom éstica podía movilizar para ayudar a la construcción de la. casa.
En teoría, se construía Upa plataform a destinada a sostener una nueva
casa para el h ijo primogénito inm ediatam ente después d e haber llegado éste
a j a pubertad, cuando se disponía a tom ar m ujer. E n esa ocasión, todos los
hombres que formasen parte ya d e la comunidad dom éstica y todos sus pa­
rientes estaban obligados a trabajar en la nueva edificación.
Cercano a .la casa habitación, p e ro a nivel ¡del suelo,, se encontraba otro
fA ifiria separado destinado a co tin a y cernedor. Los alim entos cocinados q u e
no eran tab ú ,.se m antenían apartade* dé la casa para que no lesionasen e l
m ana de la m ism a y d e sus habitantes. Había tam bién un alm acén para
lós comestibles ty objetos tabú, com pljcadam entedecorado, d e ord»nario, ele-
vado sobre pilote» y em plazado-a cierta d istanciada la .casa h abitarían. .Los
viejos cuya vida sexual se habían agotado, pasaban allí la mayor p arte de su
LA COMUNIDAD DOMESTICA 161

tiempo, durm iendo, con frecuencia, en el almacén* Este era considerado tab ú
para las m ujeres y los varones jóvenes solamente podían en trar en ¿ l des*
pues de u n período considerable1d e abstinencia sexual.
H abía tam bién, form ando parte de las pertenencias de cada com unidad
dom éstica, un lugar sagrado. Se trataba, a veces, d e una casita erigida sobre
una dievada plataform a y otras, simplemente, d e u n rincón de la casa d e
dorm ir separado con cortinas. Se utilizaba el lugar sagrado para las r e la d o
nes con los difuntos y para guardar lo6 cráneos de los antepasados y los objetos
sagrados. La casa habitarión y el alm acén estaban com plicadam ente deco ­
rados con tallas en los pies derechos y pinturas en las vigas.
Estos edifidos, que representaban u n considerable gasto de trabajo^ pa-
saban, por herencia, al hijo primogénito, a menos que la casa fam iliar fuese
suficientem ente rica para construir una nueva edificación para el h ered era
Incluso si el primogénito era una m uchacha, podía heredar la com unidad
domestica; son numerosos los casos de mujeres que se convirtieron en cabe­
zas de com unidad doméstica hereditarios, aunque era frecuente que las co­
m unidades domésticas adoptasen un m uchacho para que ocupase dicha pod*
ción. Los hijos menores no gozaban de derecho alguno en la com urádad
dom éstica salvo los de ocupación, aunque eran d e 's u propiedad los árboles
plantados para ellos en e l m om ento de su nacim iento.
£1 prim ogénito de uno u o tro sexo o el ruño adoptado para que ocupase
su lugar, se convertía en el cabeza oficial de la com unidad doméstica desde
el m om ento de su nacim iento o llegada. No puede uno por m enor d e sor­
prenderse ante el hecho de que en los mitos de las islas Marquesas, la historia
de un hom bre term ina siem pre cuando nace su prim er hijo; después d e este
acontecim iento, desaparece d e la escena y la saga continúa con las aventuras
del hijo. N aturalm ente que, en la práctica, el padre seguía adm inistrando
el grupo de la comunidad dom éstica hasta q'ue el hijo llegaba a la edad ade­
cuada, pero socíalmente prim aba éste sobre su padre desde el momento m is­
mo de su nacimiento.
La com unidad doméstica estaba integrada por el m arido principal, la
esposa o esposas y una serié d e esposos secundarios^ Incluso en los casos
de esposas m últiples, el núm ero de los hombres de la comunidad doméstica
era muy superior al de las m ujeres. La disparidad num érica que se obser­
vaba entre los sexos en esas islas es realm ente m otivo de perplejidad. Ju ra ­
ban los indígenas que no practicaban el infanticidio y, sin embargo, la propor­
ción de los varones a las hem bras era, aproxim adam ente, de dos y m edio
a una. Es probable que se deshiciesen de las niñas m ás pequeñas pero no se
trasluce nada de tal práctica en la cultura. Es difícil determ inar el m otivo
que los llevase a obrar así pero no parece aventurado suponer que el grupo
m LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

se lim itaba m eram ente a criar nuevos elementos en proporción a sus re-
cursos alim enticios. En las tem poradas buenas disponían d e más comestibles
que población y destinaban el excedente a criar cerdos, pero durante las tem­
poradas m alas, cuando escaseaban los alimentos, ara preciso m antener bajo
el núm ero de habitantes lim itando, al efecto, el de m ujeres capaces de
tener hijos»
La com unidad doméstica m edia, estaba integrada, pues, por un m arido
principal que era su cabeza, un grupo de varios otros hombres y una sola
esposa. El segundo marido era de categoría superior a los demás esposos se­
cundarios y se hacía cargo de la com unidad doméstica en ausencia del cabeza
de la misma. Disfrutaba tam bién de prelación en cuestiones sexuales con la
esposa, tan to m ediante el perm iso del primor m arido com o durante su au­
sencia. En la m orada del jefe todos los maridos habían d e gozar de ciertos
derechos sexuales con relación a la esposa, pero cuando eran muchos, vivían
en o tra casa y se les llamaba al arbitrio del jefe o de la esposa y se recom­
pensaban sus ^buenos servicios con una noche de placen E n teoría, todos los
miembros d e la casa fam iliar gozaban d e derechos sexuales; incluso los sir­
vientes ten ía» acceso carnal a la esposa principal si ésta lo deseaba; e n reali­
dad, correspondía al primer m arido ordenar esas cosas y distribuir los favores,
aunque le interesaba personalm ente el cuidar de que sus inferiores estuviesen
sexuahnente^ satisfechos con el fin de que trabajasen por su casa y no bus­
casen otras m ujeres
E ttla c o m u iiid a d doméstica estaban comprendidos tam bién los hijos de
las m ujeres — tá n to io s verdaderos como los a d o p ta d o s^ y los ándanos. Los
indígenas d é las Marquesas conocían perfectam ente todbs los feríemenos de
la paternidad física, pero rio contaban para nada en su Órgáitlzadóri social.
Preguntado acerca de su parentela, contestaría un indígena: “Fulano es mi
verdadero padre, pero el cabeza de m i familia es M éñgano, hijo de, etc.,” y
continuaría relatando la genealogía del cabeza de la com unidad doméstica,
incluso en las comunidades poliándricas, la m adre sabía siempre quien era
el verdadero padre de su hijo y es de presumir que lo m ism o ocurría al ca­
beza de la com unidad, pero era esa u n a cuestión que no le importaba es­
pecialm ente.
C uando tai hom bre entraba a form ar parte de una comunidad doméstica
no llevaba consigo otras propiedades que sus árboles y unos cuantos objetos
personales, pero recibía su parte de los productos d e la casa y trabajaba en
unión de los dem ás esposos bajo la dirección del cabeza de la com unidad
doméstica con el fin de a aim u la r riquezas para elevar la categoría social
del grupo. / *
LA COMUNIDAD DOMESTICA 163

Sólo los hijos segundones se convertían e n m aridos secundarios, excepto


«en lo s casos en que la fam ilia era tan pobre que no podía iniciar la carrera
de su primogénito en buenas condiciones; éste, se veía entonces precisado
a en trar a form ar parte d e fá com unidad dom éstica del jefe de una fam ilia
rica. N o existía la poliandria fraternal y los herm anos se unían, siempre, a
diferentes comunidades dom ésticas. U no de los m aridos secundarios podía,
si así lo deseaba, separarse de ta casa a que pertenecía y pasar a unirse a otra*
Podía, incluso, establecerse por separado si era capaz de acum ular bienes
suficientes para ese fin, pero esto era ínás difícil de conseguir, ya que el ca*-
beza de la comunidad dom éstica tenía derecho a reclam ar el producto dé
su trabajo.
E l hijó primogénito era, realm ente, un sím bolo m erced al cual se ele­
vaba la categoría social de la com unidad dom éstica. Desde él m om ento del
nacim iento en adelante se celebraban en su honor u n a serie de ceremonias
y la m agnitud y gastos efectuados con motivo de las mismas determ inaban
el prestigio de la com unidad doméstica. La adopción de un niño dé otra c o
m unidad doméstica para ocupar el lugar dél prim ogénito si no había heredero
natural, erá u n procedim iento m uy caro que suponía un im portante inter­
cam bio dé bienes familiares y cerdos y la celebración de banquetes. Lá adop­
ción d é un primogénito fundía, err realidad, dos casas familiares en una sola,T
hecho qué elevaba d prestigio dél hijo mayor y, póir su interm edio, d e l grupo
que ló apoyaba. ■"'" '
Los desposorios oficiales y el m atrim onio del prim ogénito con un cónyuge
m iem bro dé otra comunidad doméstica, llevaban aparejado tin intercam bio
aún m ás complicado de propiedades. Es de interés n o tar en relación con
este asunto que, salvo en lo s casos en los que Se hacía uso de la cerem onia
con fines de elevación social, no existía m atrim onió oficial, lim itándose el
primogénito a tomar, m eram ente, por esposa, sin la celebración de rito algu­
no, a la m ujer que deseaba para su casa.
C uando una línea q u é había estado progresando durante varias genera­
ciones poseía ya riquezas suficientes para rivalizar con el jefe y m ostraba su
tendencia hacia la obtención del status de jefe, aquél legraba evitar, con
frecuencia, el conflicto m ediante el m atrim onio de la hija dé la com unidad
dom éstica creciente, si era primogénita, con su hijo mayor o bien adoptando
al prim er hijo de la otra casa para que fuese su heredero. Con el fin de pre­
servar su dinastía, el jefe se veía precisado a m antenerse siempre alerta con
respecto de esas familias progresivas.
C uando el jefe adoptaba al primogénito de otra comunidad dom éstica,
éste sé trasladaba, naturalm ente, a fa casa de aquél. Sin embargo, las acti­
vidades de su comunidad doméstica original seguían enfocadas sobre él. N o
164 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

se nom braba en ésta ningún otro heredero y, con el tiempo, se disolvía la


com unidad doméstica* Se abondonaba la m orada fam iliar y podía dejársela
vacía durante varias generaciones. En algunos casos, otra fam ilia se decidía
a establecer su residencia en una casa abandonada en esa form a, pero se
consideraba a las personas que la integraban como advenedizos, ya que la fa­
m ilia que no había edificado su propia casa carecía, en absoluto, de status
social. Como consecuencia de esa actitud, los indígenas de las M arquesas se
pasaban la m ayor parte d e su vida construyendo plataform as de casas. Se en­
contraba una sorprendente cantidad de obras de piedra diseminadas por to­
das partes. Apenas era posible n o tener constantem ente dentro del cam po
visual alguna plataform a abandonada en el valle, hecho que atestigua no el
traslado de la población en gran escala, sino, sencillam ente, la necesidad de
edificar una casa nueva para el hijo primogénito siempre que la com unidad
dom éstica pudiera afrontar el gasto. ,
T odas esas alianzas obtenidas mediante adopciones y matrimonios, que
m arcaban la elevación d e status d e la com unidad doméstica y fijaban el nu e­
vo rango, requerían riquezas, al igual que las ceremonias adecuadas para
m antener al hijo en su nueva posición. Las familias se m antenían conti­
nuam ente empeñadas en la labor de elevar su categoría, lo que solam ente
podía obtenerse m ediante la acumulación de riquezas y su distribución gene-
tosa. El requinto principal consistía en dispqner de fuerza de trabajo h u ­
m ana; cuantos más hom bres adultos integrasen la com unidad dom éstica, m e­
jor era ésta* Cómo quiera que se d a la tam bién, en algún grado, la venganza
de la sangre^ incluso d en tro de la, misma tribu* una fam ilia que dispusiera d e
m ucha fuerza hum ana d e trabajo estaba en situación de, triunfar en esas
cuestiones, sobre otra com unidad dpméstica m ás débil. Por consiguiente, la
com unidad doméstica celebraba el ingreso en ella de^ cada hom bre nuevo.
La adhesión de éste a aquélla era enteram ente voluntaria y era preciso hacer
uso d e la persuasión para conseguir su aquiescencia. Se tenía a la esposa como
señuelo para atraer a otros hom bres hacia la com unidad doméstica, por cuya
razón, el cabeza de la com unidad doméstica trataba siempre de conseguir
una m ujer herm osa y sexualm ente deseable. Sólo el primogénito gozaba de
derechos en la com unidad dpméstica en qu e había nacido; los segundones se
veían precisados a unirse a cualquier otra com unidad doméstica y, natural­
m ente^ se ibatv a aquella donde se encontraba la m ujer más atractiva para
ellps. ^ primogénitos buscaban como esposas a las m uchachas más bellas
y m ás hábiles en las lides sexuales, ya que la atracción sexual de las mujeres
fom entaba el prestigioy poderío d e la, com unidad doméstica?
__ E l cabeza de la com unidad doméstica gozaba de autoridad e n g u an to or­
ganizador^ pero como q u iera que su hijo prim ogénito lo suplantaba en cate­
LA COMUNIDAD DOMESTICA 165

goría social desde el momento de su nacimiento, no podía impedir que los


m aridos secúndanos Se m archasen en cualquier m om ento en el que se consi­
derasen m altratados. El poder efectivo estaba en m anos de la m ujer ya que,
m ediante la distribución de sus favores sexuales controlaba no sólo al ca­
beza de la comunidad dom éstica y marido principal, sino a todos los secun­
darios. En la comunidad dom éstica corriente, en la que el cabeza d e la m isma
se había limitado^ sencillam ente, a tom ar una m ujer sin ningún rito oficial
o cambio de regalos, podía ésta m archarse en el m om ento en que j o desease.
La m ujer n o efectuaba ninguna contribución económica directa al m anteni­
m iento de la comunidad dom éstica. S u la b o r consistía en complacer a los
m aridos. C uando una m ujer había pasado d e la edad sexual activa, podía
dedicarse a ciertas labores sencillas. La m ajar en quien concurría la circuns­
tancia de 'ser hija primogénita gozaba de una posición ;m uy envidiable. E ra
propietaria d e la casa y la gobernaba ostensiblem ente, tomando m aridos a
voluntad y despidiéndolos tan p ro n to como dejaban d e gustarle. E l m arido
principal se lim itaba, en esos casos, a ser m eramente el delegado de su esposa
y adm inistraba la comunidad dom éstica de acuerdo, con los deseos y direc­
ción d e aquélla.
M uy poca autoridad se ejercía sobre loa hijos y prácticam ente ninguna
sobre elprim ogénito, cuya categoría social, como ya hemos expuesto, supo*
raba a la de sus padres. Esos niños cabezas d e com unidad doméstica podían
hacer cuanto les venía en gana. V isité una vez, en el v alle dePuam au, al jefe
local, que tenía un hijo d e ocho o nueve años :de edad. Cuando llegué m e
¿encontré al jefe y a su fam ilia acam pados en las inmediaciones en tanto q u e
el m uchacho sé hallaba establecido en la casa, con aspecto a la vez malhue
m orado y triunfante. H abía tenido yna disputa con su padre uno o dos días
antes y declarado tabú la casa dándole el nombre de su cabeza. Hasta q u e
levantase el tabú ninguno de los miembros de la fam ilia podía entrar en la
tasa. Se veían, por lo tanto, obligados a acampar, incóm odam ente, al aire
libre hasta que se lograse persuadir al niño de que dejase sin efecto el tabú
y Ies perm itiese entrar nuevam ente en el edificio.
Los lazos más fuertes y estrechos del hijo eran las herm anas d e su padre
y los herm anos de su m adre que no eran miembros d e la comunidad do­
méstica. Correspondía a esas personas actuar en concepto de padrinos d e
aquél en todas las ceremonias y recibían una parte im portante de los regalos
distribuidos con motivo de las celebradas para señalar el ascenso del niño d e
un status de edad a o tra N o eran muchas las obligaciones de lealtad o ayu­
da que tenía que cumplir el niño. N o estaba sometido a ninguna obligación
con respecto a las personas encargadas de su cuidado e incluso cuando ya
había llegado a la m ayor edad, sus parientes apenas solicitaban nada de él
166 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

com o no fuese su ayuda en caso de venganza de la sangre. N o parece q u e


existiese ningún lazo emotivo estrecho en tre el hijo y los adultos de la comu­
n id ad doméstica. Los hijos eran respetuosos, pero indiferentes, con relación
a sus madres; parecían interesarse m ucho m ás por los hombres presentes e n
la comunidad dom éstica.
GRADACIÓN SOCIAL

La organización d e la tribu’ se centralizaba en el jefe que era, a la vez,,


adm inistrador y sím bolo del grupo. Se alu d ía constantem ente a los órganos
genitales del jefe, a los que se daban nom bres que indicaban su vigor y ta­
m año. Presidía el jefe todas las grandes ceremonias pero no tenía deberes
sacerdotales y nunca oficiaba en los sacrificios. No iba a la guerra debido al
g ran peligró q u e podm derivarse para el prestigio de la tribu d el hecho de
q u e fuese cap tu rad a Tenia derecho de imponer tabús en épocas de pre­
paración d e banquetes, así como el de anunciar las actividades de la comu­
nidad. Señalaba, por ejemplo, el m om ento en que habían de salir las partidas
d e pesca y Cüando estaba m aduro el prim er fruto del árbol del pan, llam aba
a l grupo a la cosecha haciendo que su criado diese un toque de trom peta.
E n caso de conflicto n o correspondía al jefe adm inistrar justicia. T odo cuanto
podía hacer éra intervenir, por m edio de sus enviados, anunciando a cuál de
las partes respaldaba. C uando el jefe m anifestaba su apoyo a u n a de las par­
tes, la otra cedía, por lo general y moría asi la cuestión.
La com unidad dom éstica del' jefe era d el tipo norm al, con la única dife­
rencia de que erá m ás extensa que las dem ás por m antener en la misma
esposas adicionales. Los visitantes, a los q u e se honraba eran recibidos en el
inferior de la casa y se les concedía el privilegio de acceso a la esposa prin­
cip al. El jefe m antenía en su casa artesanos durante todo el tiem po; algunos
unidos a la misma con carácter perm anente y otros aceptados como miem­
bros de la com unidad doméstica m ientras d u rab a la ejecución dé sus trabajos.
E n tre el personal de la casa estaban incluidos, igualmente, los mensajeros,
agentes y criados. C om o ya hemos puesto d e m anifiesto anteriorm ente, en
ocasiones excepcionales el jefe d e lár tribu podía ser una m ujer.
Inm ediatamente después del jefe y colocado^ a veces, por encima de
aq u él en la escala social, estaba1el sacerdote del dios predom inante d e la
trib u . C uando estaba inspirado, tenía más categoría que nadie, pero, por su­
puesto, su inspiración era esporádica. Era, ordinariam ente, un pariente cer­
cano deí jefe, generalm ente uno de sus herm anos segundones y se le elegía
atendiendo á las m anifestaciones de su estado de posesa O stentaba el cargo
durante toda su vida. Cuando fallecía, su sucesor era igualm ente poseído por
el dios. A ccidentalm ente podía darse el caso de que fuese u n a m ujer la
GRADACION SOCIAL 167

^posesa, p ero , hombre o m ujer, -e l individuo inspirado pertenecía, casi siem­


pre, a la fam ilia del jéfe. - ge daban, sin embargo, casos excepcionales d e
autentica posesiónen piiem bros de comunidades domésticas que no eran la
del jefe, a quienes, se aceptaba, no obstanfe, por el grupo. Por debajo, de
este saqerdofé'inspiradQ se iQncontraba. cierto núm ero d e ptros sacerdotes co­
rrespondientes a los demás diosesiofeiiores* Estos sacerdotes podían ser tan to
hombres como mujeres y su im portancia dependía de sus inspiradores*
Los m ás altos sacerdotes inspirados eran, habitualm ente, c a b e ^ d fc e o -
m unklades domésticas. Era probable que se discutiese la autenticidad d e la
.posesión por una divinidad ¿faportgnte a le a d a en si caso de un m arído
secundario* El candidato ai sacerdocio era cpnsideradq tabú m ientras se en­
contraba en estado de poseso* sumos sacerdotes oraculares podían to ip ar
servidores lanzando un báculo en tre las piernas de los mismos y ordenándo­
les seguirlos. Esta petición se form ulaba en nombre d e l dios y si elresignado
se negaba se le maldecía y debía morir.
Había, además, los sacerdotes ceremoniales q u e siempre eran varones.
N o alegaban la posesión de:poderes sobrenaturales, pero eran especialistas
en tratar con las cosas de esa condición* El sacerdote ceremonial principal
tenía a su cargo la celebración de todas las ceremonias, cuidaba de q u e se
ejecutasen debidam ente los ritos y le correspondía la dirección última d e los
funerarios* Tenía varios, ayudantes que se dividían en g e re n te * categorías,
correspondiendo al inm ediato suceder al sacerdote principal a la m uerte
de éste* Para llegar a ser sacerdote ceremonial eran precisos muchos a ñ o ^ d e
aprendizaje* El candidato había d e aprender los ritos, cánticos, genealogías,
creación del universo, etc* C ualquiera podía llegar a ser sacerdote cerem o­
nial, pero el puesto tendía a convertirse en hereditario. Era una profesión
bien retribuida* Se, recurría a los sacerdotes cerem oniales para que enseñasen
al hijo prim ogénito el saber tradicional. Los hijos m enores podían asistir tam ­
bién a las lecciones y aprender las mismas, pero el conocim iento más esotérico
se enseñaba en privado. El rango social de esos sacerdotes era incierta M uchos
de ellos eran cabezas de com unidad doméstica y se les solicitaba como miem­
bros de otras atendido a que estaban bien pagados y constituían, consiguiente­
mente, u n buen valor financiero para la familia a que pertenecían*
Por. debajo de los sacerdotes estaban los toas, o guerreros importantes* Su
prestigio era elevado pero no llegaba a sobrepasar el d e los Uihungas o artesa­
nos hábiles. U n buen guerrero estaba obligado a tom ar por lo menos una
cabeza y, como consecuencia de ello, los toas tendían a ser revoltosos y a
prom over la guerra- Los toas y los tu bungas juntos, form aban el consejo del
jefe, aunque los cabezas de com unidades domésticas asistían también al m is­
mo. N o existía convocatoria oficial para el consejo. Hacia la caída d e la
168 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

tarde se dirigían todos al lugar de la asamblea; los elementos jóvenes inicia*


ban, quizá, una danza; los m ás viejos se sentaban y hablaban; se debatían las
cuestiones y al final de la tarde quedaba resuelto e l punto discutido. Se lle­
gaba a u n acuerdo sin que nadie, ni siquiera el jefe, expusiese una enérgica
opinión. Los jefes, a pesar de su poder, nunca se mostraban autoritarios por­
que se hallaban sometidos a la amenaza constante de las demás com unidades
domésticas podencas y si el jefe perdía su popularidad podía quitársele la
confianza y otorgársela a otro poderoso cabeza d e comunidad dom éstica.
Todos los cargos, salvo los de sacerdote ceremonial, jefe de guerra y
tuhunga» estaban abiertos a las mujeres, aunque u n a mujer de alta catego­
ría había de tener, habitualm ente, ^un hijo prim ogénito. Las líneas de supe­
ración é n tre los sexos no estaban rígidam ente trazadas y, algunas veces, se
adoptaba a una m uchacha en concepto de hijo primogénito. Este proceder
era corriente en el caso de dos familias que querían unir sus líneas. La pri-
m ogenitura y la habilidad eran más im portantes que el sexo en la determ ina­
ción del status social. Debe notarse que la alta categoría d e la m ujer no
guardaba proporción con su im portancia económica.

OCLO VITAL DEL INDIVIDUO

El embarazo aum entaba el prestigio de la m ujer, que en esos m om entos


ejercía el control tan to sobre los maridos secundarios como sobre el principal.
Este últim o quedaba sujeto a varios tabús ta n pronto como aquélla quedaba
<*mhftrararlfl No he logrado descubrir si contíriuaba o no practicándose el coito
después d e comenzado el embarazo pero no existía la idea d e que el niño
fuese alim entado por el padre m ediante el contacto cam al. El padre había
d e perm anecer cerca de la m adre para protegerla 'durante los últim os me­
ses d el embarazo y ambos estaban sujetos a la observancia de ciertos tabús
alim enticios.
E ran frecuentes los fallecimientos acaecidos durante el embarazo y el
trabajo y daban lugar a m ucha ansiedad y especulación entre los indígenas,
que creían que las m uertes se debían a la intervención de la magia m aléfica
o a la posesión por espíritus malignos. Era frecuente tam bién el embarazo
fingido, d e indudable origen neurótico;, que podía ser debido al deseo, por
parte de lá mujer, d e ejercer el privilegio de controlar a su m arido principal
y a los secundarios anexo al estado de preñez. C uando el embarazo fingido
no llegaba a materializarse, se creía que el niño había sido raptado por las
vdim i-hm (mujeres ogros) y que tenía la culpa u n foruttuL
D urante las últim as etapas del embarazo, se requería que el cabeza d e
la com unidad doméstica permaneciese en las cercanías de la casa para guar-
CICLO VITAD DEL INDIVIDUO 169

«latía contra las influencias malignas. C uando la m ujer salía de cuenta se


construía m ía casita, para q u e en ella tuviera lugar el parto, algunas veces
sobre la misma plataform a d e la casa principal y otras a cierta distancia de
la m em a. Si el nacim iento ocurría en la casa habitación norm al se consi>
deraba a ésta como corrompida y era preciso quem arla. E l padre asistía al
acto del alum bram iento, en caso necesaria N o intervenían parteras porque
se creía que tos espíritus m alignos estaban presentes en esos momentos y las
mujeres n o sé atrevían a acercarse. En los casos extrem os procedía d hom bre
a dar m asaje sobre el abdom en o a subirse sobre la m ujer, sujetándola por
los hom bros y haciendo presión para facilitar el alum bram iento. Inm ediata'
mente después d el partty la m adre cortaba el cordón um bilical bien con los
dientes o bien con las uñas. Tom aba entonces el padre la placenta y la en*
terraba en u n lugar húmedo, ya que de hacerlo en uno seco no crecería él
niñ a Se llevaba después la m adre al niño a una corriente d e agua y lo c h a '
puzaba tres o cuatro veces. Es de notar que, por lo general, los arroyos ba~
jaban directam ente de las m ontañas y sus aguas eran heladas. La m adre
se bañaba a continuación y, acto seguido, el cabeza de la com unidad domés-
tica ejecutaba con ella el coito con la idea de volver el útero y los dem ás
óiganos a su prim itiva posición. (D el mismo m odo se procedía en casos d e
hem onapa m enstrual prolongada y se consideraba ese acto como una m edida
profiláctica en favor de la m ujer, aunque se tenía a la sangre m enstrual como
im pura.) Se alimentaba, después, a] niño con cam arones masticados y leche
de coco. N o se empleaban pañales, lim itándose a dejar al niño tendido; sim*
plem ente, sobre u n paño d e corteza, no sobre la cam a, sino el suelo de pie­
dra en el interior de la casa. El paño de corteza se cam biaba de tiem po en
tiempo, cuando era necesario.
Se bañaba al niño dos veces al día hasta que llegaba a los tres o cuatro
años de edad y, desde esa época en adelante, se hacía del baño una form ali­
dad m ucho menos estricta por cuanto los propios chiquillos se dedicaban a
zambullirse cuantas veces les venía en gana. Era frecuente el que los niño6
de las islas M arquesas aprendiesen a nadar en los estanques y remansos
cuando aú n no sabían andar. Los indígenas eran incapaces de imaginar que
hubiese nadie que no supiese nadar y se dieron casos en los que dejaron
ahogarse a blancos sin prestarles la m enor ayuda, sencillam ente porque no
se les ^ocurrió a aquéllos que no supieran hacerlo y atribuyeron a una brom a
los esfuerzos de las infortunadas víctimas para no sumergirse.
En el m om ento del nacim iento se celebraba un banquete en el que se
obsequiaba al cabeza de fam ilia con un cerdo como m uestra de agradecimiento
por sus servicios al haber dado al grupo un niño. Se esperaba que había de
comerse, él solo, todo el cerdo. Los parientes más próximos del recién na-
170 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

rido» es decir, las hermanas, del padre y los herm anos de la madre, se corta­
ban el pelo en esa ocasión, haciéndose con sus cabellos una serie de orna­
m entos: una capa o túnica para los hombros, adornos para las rodillas, tobillos,
codos y m uñecas. El varón así ataviado de gran gala parecía un perro de
aguas. La preparación del cabello, con ese objeto, estaba a cargo d e rizadores
profesionales que lo transform aban en tubos y fibras trenzadas y ,1o tostaban.
El niño no llevaba esos adornos durante su infancia. En algunas ocasiones
especiales que tenían lugar antes de la pubertad, se le vestía y adornaba pero,
ordinariam ente, los niños de ambos sexos iban completamente^ desnudos.
La adopción era muy com ún incluso en los tiempos antiguos. Ya se ha
m encionado la de los primogénitos, como m étodo para fundir dos líneas fa­
m iliares y evitar la competencia, pero también se adoptaba ¿ hijos menores
que conservaban ese mismo status. Era frecuente que se solicitase a esos niños
aun antes de haber nacido y tal petición no podía ser denegada sin dar lu­
gar a que se tomase como un grave insulto y, posiblem ente, a una contienda
de sangre. Se transfería, racimadamente, al niño a su nueva com unidád
dom éstica a la edad de dos a cuatro meses y se esperaba que sus padres na­
turales hiciesen a los adoptivos un valioso regalo para cubrir los gastos inhe­
rentes a su crianza. Con esa transferencia se daba p o r term inado el periodo
de lactancia. Se dice que eran m uchas las m ujeres que se resistían enérgica­
m ente a esa costumbre y es ésta u n a de las razones a que se atribuye el des­
censo del coeficiente de natalidad que se produjo durante el prim er período
de contacto eon los europeos. Los indígenas eran capaces de controlar los
nacim ientos m erced a sus conocimientos de las j&rveraóriés sexuales y del
abortó "Mecánico"y las m ujeres se mostraban, con frecuencia, poco deseosas
de pasar por las molestias del alum bram iento cuando sabían que les podían
arrebatar ¿1 fruto. Como quiera que la crianza de los hijos m enores esta­
ba, en gran parte, en manos de los hombres, esta costumbre produjo el efecto
de hacer aun m ás hincapié en el papel de las m ujeres como objetos sexuales,
reduciendo al mínimo la im portancia de sus funciones reproductoras.
C reen los indígenas de las Marquesas que 1¿ lactancia dificulta el des­
arrollo de los niños y Ies hace poco obedientes! Existía, probablemente, un
período de lactancia, que dependía de la voluntad de la madre, pero, en to­
dos los casos, era muy corto, Las mujeres se ehorgullecían mucho d e la fir­
meza y ía hermosa forma de sus pechos, que desem peñaban un papel muy
im portante en los juegos sexuales. Creían que la lactancia prolongada los
estropeaba y, .consiguientem ente, se m ostraban rehacías a practicarla. Las
horas de dar el pecho eran irregulares y dependían m ás de la conveniencia
del ad u lto que d e las protestas deL n iñ o .;
CICLO VITAD DEL INDIVIDUO 171

D urante toda mi perm anencia en las islas M arquesas, sólo vi un niño


pequeño. Debía tener unos seis meses de edad, pero nunca vi que fuese am a­
m antado. El procedim iento em pleado para alim entar a ios niños no podía
ser m ás brutal. Se tendía al niño, sobre la espalda, en la plataform a de la
casa en tanto que la m adre perm anecía de pie, a su lado, con una mezcla de
leche d e coco y fruto del árbol del pan cocido, con la cual se había hecho
una papilla, fina y pastosa. Tom aba la madre un puñado de esa pasta y, sos­
teniendo la m ano encima de la cara del niño, se la derram aba en la boca.
El niño se atragantaba y escupía, y engullía tan to como le era posible. Des­
pués, la m adre procedía a enjugar la cara del niño con u n restregón de la
m ano y le volvía a adm inistrar otro puñado de la mezcla.
N o se: llevaba a efecto ningún esfuerzo especial para obtener ,el control
anal de los recién nacidos hasta que alcanzaban la edad de un año poco m ás
ó menos. El adulto encargado de su custodia se lim itaba a cambiar la tela
de corteza sobre la cual yacía el niño. Más adelante se acostum braba a reco­
ger ai niño, llevarlo a alguna distancia y tenerlo allí hasta que hacía sus
necesidades. Los adultos verificaban sus funciones excretorias en privado,
buscando, ordinariam ente, el aislam iento en la espesura. No poseo d ato
alguno acerca d el hábito d e chuparse el dedo como rio sea el hecho de que
nunca he visto hacerlo a ningún niño. Tampoco he presenciado ninguna de
esas actitudes comunes a todos lo sn iñ o s europeos que m uestran su descon­
cierto ante los mayores m etiéndose el pulgar en la boca. (Los hom bres fum an
m oderadam ente pero no m ascan gomado nueces como form a de placer m as­
ticatorio. H e observado, sin embargó, a algunos hom bres chupando los pe­
zones de las m ujeres en ocasiones en que era evidente que no se trataba d e
una form a prelim inar de excitación sexual.)
D esde el momento mismo del nacimiento, nunca se dejaba solo al niño.
El recién nacido se encontraba som etido a la amenaza constante de los espí­
ritus de las m ujeres ogros o vehinúhai, que se suponía que robaban a los
niños pequeños para comérselos. Conforme iba creciendo el niño y comen­
zaba a vagabundear se urna al anterior el peligro de q u e cayese en manos
de antropófagos. Si los incursores enemigos llegaban a coger a un niño que
estuviese correteando, era seguro que se lo comerían o lo sacrificarían. Los
m enores dé cuatro años no eran objeto de torturas, pero si se les ofrendaba
como víctimas propiciatorias, se procedía sencillam ente a estrangularlos y
a llevarlos al lugar del sacrificio en las colinas, donde se les colgaba de ganchos
clavados en la boca y en esa form a se les ofrecía a los dioses.
Estaba, pues, el niño sometido a vigilancia durante todo el tiempo, co­
rriendo aquélla a cargo de los m aridos secundarios. Se dedicaba el hom bre
a su trabajo, sin perder d e vista al niño. Cuando el ad u lto no estaba dem a­
172 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

siado atareado, jugaba con el niño, pero la atención en ese sentido no era
constante. A prendía el niño, desde su más tierna infancia, que nada conse­
guía con gritar, porque si los adultos estaban ocupados en otra cosa se lim i­
taban a dejarle llorar sin hacerle el m enor caso* Sin embargo, si el n iñ o
llegaba a ser demasiado molesto, podía calmarlo u n adulto procediendo a
m astürbarle. La masturbación d e las niñas comenzaba en época muy tem ­
prana; en realidad desde el m om ento mismo del nacim iento, se practicaba
la m anipulación sistemática de los grandes labios p ara alargarlos, por cuanto
ese alargam iento se consideraba com o un signo de belleza.
Había m uy poca disciplina y, como ya hemos dicho anteriorm ente, nin­
guna por cuanto respectaba al hijo primogénito. Existía, sin embargo, el
peligro constante procedente de la infracción de los tabus, los supuestos pe­
ligros dim anados de las ogresas y el auténtico de los caníbales. El terror
que sentían lo s adultos cuando u n niño se perdía d e vista era auténtico y
afectaba enérgicamente, por supuesto, la reacción em otiva de aquél. N o se
intim idaba ni coaccionaba al niño, pero se le inculcaba la impresión de q u e
si se alejaba en sus correteos se encontraría en peligro constante, del que so­
lam ente el adulto era capaz d e protegerle. Sin embargo* la vigilancia era d e
una éspecie m ás bien difusa. El peligro que se ponía d e m anifiesto no estriba­
ba en separarse de u n a determ inada persona, sino en estar solo. Npr se
imponía al niño, cotí anterioridad a la pubertad, ninguna dase de responsabi­
lidad económica. N o se le enseñaba ningún arte u oficio* sino que se le
dejaba llevar úna existencia enteram ente libre de preocupaciones.
TC uandó los muchachos alcanzaban los ocho o diez años de edad comen­
zaban a form ar bandas o grupos entre ellos. En esos grupos se encontraban
tan to niños como niñas; el núm ero de los primeros era siempre mayor que
el de las segundas debido a la proporción entre ambos sexos que hem os
m encionado con anterioridad. E l grupo estaba vagam ente definido y estaba
compuesto d e niños cuyas edades diferían en tres o cuatro años y, en ocasio­
nes, de algunos más jóvenes, p ero suficientemente desarrollados para poder
ponerse a tono con el resto de la banda. El grupo perm anecía ordinariam ente
unido hasta que sus miembros comenzaban a casarse y establecerse. M ostra­
ban esas bandas la tendencia a agruparse en tom o d el hijo primogénito de un
jefe o d e u n a de las com unidades domésticas más im portante. Este caudillo,
q u e lo m ism o podía ser niño q u e niña, dominaba a todo el grupo. Desde la
edad de ocho o diez años en adelante* eran ya los niños muy independientes
con respecto de sus casas y fam ilias. Las bandas de;m ayor edad estaban
perfectam ente familiarizadas con los tabús y los peligros y sus miembros
podían cuidarse por sí solos. Invertían la mayor parte d e su tiempo pescando
y raziando las plantaciones en busca de alimentos cuando tenían ham bre,
CICLO VITAD DEL INDIVIDUO 173

sin travesura picara n i vandalism o deliberado; se lim itaban a divertirse.


D urante una de esas expediciones de la banda un niño podía estar ausente
d e la casa durante tres o cuatro días. Los niños hacían lo que les venía en
gana. Cuando sentían, ham bre se iban a la casa más cercana y allí se les daba
de comer; por la noche, com o quiera que cada casa tenía u n lecho de, por lo
m enos, diez metros de largo, se les acom odaba en cualquier sitio adonde lle ­
gasen por casualidad, a la caída de la tarde.
La jefatura de la banda se basaba en la capacidad, de modo q u e era fre­
cuente que correspondiese a una niña especialm ente fuerte y activa. N o acos­
tum braban los niños a pegarse entre ellos, pero cuando estallaba u n a reyerta
las ruñas se m ostraban perfectam ente capaces d e defenderse por sí mismas.
Los niños hacían gala de una confianza en sí mismos y de una sangre fría
extraordinarias. En una ocasión visité un valle donde rara vez entraban los
hom bres blancos. Me dirigía a una casa para la que tenía una presentación de
unos .amigos indígenas. Dirigí un saludo desde la puerta de la casa y salió a
recibirm e una niña de unos cinco años de edad. A unque probablem ente no
había visto en su vida u n hom bre blanco, m e dio la bienvenida con perfecta
tranquilidad y m e explicó que ninguna de las personas mayores se encontraba
en la casa; pero me invitó a entrar en la m isma, extendió la esterilla correar
pónchente, se sentó y m e atendió gentilm ente hasta que llegaron los mayores.
Este fino sentido de las gracias sociales que era típico de los indígenas de las
M arquesas se observaba tam bién en la,vida que llevaban entre ellos los niños,
separados de los adultos. Rara vez practicaban juegos colectivos de ninguna
clase, sino, que bailaban y cantaban im itando a los mayores y copiaban
tam bién las ocupaciones d e éstos para su propia diversión. Esos niños no eran
ícoióis o miembros .de las bandas de adolescentes; no se convertían en kaiois
hasta después de la pubertad, en cuya época todo el grupo pasaba, en conjun­
to, a la etapa kaioi. C uando se casaba el grupo, tendían todos sus componentes
a hacerse miembros de las mismas comunidades domésticas, ya que se habían
ligado unos a otros y habían tenido m uchas oportunidades de acostum brarse
a convivir*
E l juego sexual constituía una costumbre norm al entre los niños desde el
periodo más tem prano. La actitud m anifestada por los adultos con respecto de
esos juegos era, si no de fom ento activo de los mismos, sí, al menos, d e diver­
sión amable. Los niños disponían de frecuentes ocasiones d e ser testigos del
coito eq la casa habitación, así como de los m omentos de orgía que seguían a
los banquetes. El coito norm al se iniciaba antes de la pubertad, ajustándose
a las normas de un juego sexual colectivo en el cual dos o tres m uchachas de
la banda copulaban con varios muchachos, en rápida sucesión, m ientras los
dem ás presenciaban la escena. También había relaciones individuales ocasio­
174 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

nales. Se aprendían los procedimientos sexuales im itando a los adultos. Los


propios padres inducían a la m asturbación en la infancia; no es posible afir­
m ar si se continuaba su práctica después a falta de oportunidad para ejecutar
el coito. La homosexualidad hacía acto de presencia en la m asturbación
m utua, pero carezco de datos acerca de su frecuencia. La solución de conti­
nuidad existente entre los adultos y los niños era tan considerable que no era
posible que uno de aquéllos se ganase la confianza de un niño. Las relaciones
entre unos y otros eran amistosas, pero enteram ente disociadas.
Com enzaba a usarse el vestido inm ediatam ente antes de llegar a la puber­
tad. Desde la infancia en adelante, se vestía de tiem po en tiem po al hijo
primogénito, con fines cerem oniales. He oído contar que un niño pequeño,
hijo primogénito, abandonó a su familia en el curso de una rabieta porque
querían que llevase un taparrabos en una ceremonia. En edades m ás adelan­
tadas de la vida, el vestido, por cuanto a los varones respecta, era principal­
m ente decorativo. El vestido decente consistía, para el elem ento m asculino de
la población, en llevar el prepucio recubriendo el glande y sujeto por delante
de éste con u ñ hilo arrollado y atado. Con esa indum entaria se encontraba u n
caballero debidam ente vestido, pero si el hilo resbalaba se convertía eñ
un caso de exhibición indecente.
Los jóvenes, entre la edad d e la pubertad y el m atrim onio, form aban u n
grupo conocido con el nom bre de kaioi. Los lctores fam iliarizados con lá biblio­
grafía polínésrca reconocerán, inm ediatam ente, lá semejanza de dicho grupo
con el arkn tahidano; las palabras son análogas. Sin embargo, el grupo de las
islas M arquesas no era una sociedad secreta oficial y s¿ limitaba a los indivi­
duos comprehdidds en las edades indicadas. Esos jóvenes eran los principales
anim adores de la tribu a la que servían de diversión, pues se les llam aba para
que cantasen y bailasen e n todas las ceremonias y banquetes, obteniendo por
ello generosas recompensas. De tiem po en tiem po salían los ícaiois a hacer una
jira artística, ejecutando sus danzas en las aldeas de otros grupos amigos. Esas
excursiones se anunciaban como visitas dedicadas al hijo primogénitokdel jefe
local, pero se planeaban, en realidad, con el objeto de mostrar a los otros
grupos lo*buenos bailarines que eran los ícuiois. Se Ies obsequiaba con banque­
tes y se les hácían regalos después del espectáculo.
El vestido d e los koiois era m uy recargado, especialm ente el de tes -mayo­
res, que estaban verdaderam ente resplandecientes con sus tocados ornam enta­
les, gorgueras, anillos en los tobillos, etc. Se teñían el cuerpo de rojo vivo y los
vestidos de tela de corteza de am arillo brillante. Los jóvenes y especialm ente
las m uchachas dedicaban horas enteras a aplicarse procedimientos para blan­
quearse. Los indígenas d e las M arquesas habían descubierto un preparado qué
quitaba a la piel la mayor parte d e su coloración. Las m uchachas se pintaban
CICLO VITAD DHL INDIVIDUO 175

%odo el cuerpo con .ese producto, se sentaban a la sombra hasta que estaba
com pletam ente seco y se lavaban luego e n el arroyo. Surgían d e ese proceso
ta n blancas como las europeas del sur, pero, la exposición a los rayos solares
volvía a oscurecer su piel en el transcurso d e u n día o dos y se veían obliga*
das a recomenzar su lobo* de blanqueo.
Las danzas de los luiiois se term inaban, ordinariam ente, con exhibiciones
sexuales que recordaban el m oderno “ panoram a parisiense” : Parisian show.
A dem ás, las m uchachas del grupo koioi se>dedicaban a visitar sexualm ente al
elem ento m asculino y ponían su orgullo en el núm ero de hom bres a quienes
eran capaces de satisfacer en una velada. C on excepción de ios tabús que
com prendían a l^s herm anos y a los padres, el libertinaje sexual era absoluto
e n tre esos jóvenes.
La instrucción d e los niños no comenzaba hasta muy avanzado el período
kaioi. A prendían, por supuesto, una porción de cosas en forma no oficial, pero
la enseñanza regular d e las diferentes artes y oficios no se iniciaba hasta que el
m uchacho se encontraba próximo a la veintena. Se instruía a los primogénitos
e n cánticos y genealogías, corriendo esas enseñanzas a cargo de los sacerdotes
ceremoniales; durante el aprendizaje de las m aterias m ás esotéricas, tanto el
m aestro com q el discípulo estaban sometidos a los más severos* tabús. Tam bién
existía una forma oficiosa d e enseñanzá a cargo d e le s sacerdotes cerem oniales.
Los jóvenes acudían, por las tardes, a un sacerdote y le pedían que les ense*
fiase un cántico. Les preguntaba éste cuál preferían. Sacaba entonces su
registro de cuerda, integrado por una Serie de ñudos anudados sobre una
larga cuerda tejida a veces en forma de cesto, en fe cual cada ñudo représen*
taba, una d e las estrofas del canto. M uchachos y muchachas aprendían, en esa
form a, a caritat juntos. En lá época en que se les tatuaba, aproxim adam ente,
comenzaban los m ttdhachos a estudiar para ser tuhunga, sacerdote ceremonial,
o miembro de cualquier otra profesión a su libre elección.
Con m otivo de la prim era m enstruación de las m uchachas se celebraba
u ñ a pequeña ceremonia. Se las hacía ir, en esa época, a un lugar especial,
consagrado tradicionalm ente en la línea fam iliar, donde se suponía que acu*
d ían los espíritus ancestrales. La primera sangre m enstrual había de ser ente*
rrad a en ü n lugar sagrado para evitar la pérdida de vitalidad de la muchacha:
a quien correspondía. A l llegar los m uchachos a la pubertad no tenía lugar
ninguna ceremonia, pero a la edad de diez o doce años se les practicaba una
superíncisión, es decir, que se les incidía el extrem o del prepucio. Se verificaba
esta operación colectivam ente, incluyendo en ella a todos los m uchachos que
tenían la edad suficiente para ello, sin que fuese preciso que perteneciesen a
la misma banda. En el caso de tratarse del hijo primogénito d e una fam ilia
176 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

im portante, se celebraba una pequeña ceremonia en el m om ento de la ope­


ración.
Se tatuaba a las m uchachas a los diez o doce años de edad, antes de q u e
se hiciesen ka io l N o se consideraba el taraceo como u n rito de pubertad ni
para los varones ni para las hembras. Explicaban los indígenas que no proce­
dían a efectuar el tatuaje hasta pasada la pubertad p ara que el proceso de
crecim iento no estropease los dibujos del mismo. Las m uchachas eran tatu a­
das individualm ente, sin ceremonia especial alguna, aunque, a veces, se lleva­
ba a la hija de un jefe o de una casa fam iliar rica a u n lugar sagrado con e í
objeto de practicar allí la operación. Se tatuaba a las m ujeres desde la cintura
para abajo y en los brazos y manos, haciéndoles, además, una serie de m arcas
encima y debajo de los labios y u n dibujo detrás de las orejas. Los pechosr
el torso y la espalda se dejaban sin m arcar. Después d e haber procedido a
efectuar el tatuaje de la hija de un jefe, ¡se celebraba un pequeño banquete
durante el cual bailaba aquélla sobre una plataform a elevada sobre el tohua
(lugar de la asamblea de la tribu) para exhibí? sus nueve» adornos.
Los m uchachos eran tatuados en grupos, ejerciendo d e padrino el prim o­
génito de u n jefe o de una com unidad doméstica rica. El padre recogía comes­
tibles para preparar ese acontecim iento y, a una señal determ inada, el grupo
d e los kaioi a que pertenecía el m uchacho irrumpía en la casa de aquél
llevándose tock» los alim entos y, en ocasiones, otras cosas, aunque, por regla
general, cuidaba la com unidad dom éstica de poner a buen recaudo todo b>
que no fuesen comestibles. El padre tenia tam bién una casa especial donde se
procedía al tara ce a de su hijo primogénito.
El tatuador comenzaba a trabajar sobre el paciente m ás im portante, tatuara-
do treinta centím etros cuadrados de cada vez; antes d e reanudar la operación
se dejaban transcurrir cuatro o cinco días con el fin d e perm itir a la piel q u e
cicatrizase. D urante esos días trabajaban los tátuadores sobre los donas m u­
chachos del grupo, en tal forma que todos ellos quedasen enteram ente tatua­
dos casi al mismo tiem po. La operación, extrem adam ente dolorosa, se ejecu­
taba con peinecillos hechos de huesos hum anos o de aves, sujetos sobre u n
mango. Se introducía el instrum ento en la piel golpeándolo con u n mazo de
palo hacha y se procedía después a frotar el pigmento. La hemorragia era
profusa. Se perm itía a la víctima que gritase tanto com o quería^ durante la
operación, y, de hecho, eran motivos de Orgullo para el paciente el ruido q u e
hacía y el num ero de compañeros káioi que se necesitaban para sujetarlo en
tal forma que el tatuador pudiese trabajar debidam ente.
El artista del taraceo se enorgullecía de su habilidad. N o se señalaba
previam ente ninguna m arca sobre la piel del cuerpo para indicar el dibujo..
El novicio usaba, al aprender el oficio, cilindros de bam bú que le servían de
CICLO VITAD DEL INDIVIDUO 177

m aniquíes para adquirir experiencia en .el trazado exacta de las curvas o con­
vencía a cualquier jotra persona para q u e lo dejase practicar sobre él. En este
últim o casa, era preciso q u e pagase u n a pequeña cantidad .al paciente^ ya que
si el trabajo era deficiente se convertía para aquél» de allí en a d e la n ta en
causa de desventaja social. Los (amadores entonaban, m ientras estaban empe­
ñados eh su labor» u n cántico que consistía* principalm ente, en una repetición
del tem a: “ iQ ué bonito va a resultar esto y qué bien m e van a pagar .por
trabajo tan esm erador
El tatuaje d e loa m uchachos suponía u n a la b o r que duraba varias semanas,
durante las cuales todo el grupo kakñ m alim entado por el padre d el mu­
chacho principal. C uando sos reservas comenzaban a agotarse, com ían k s
m uchachos con cargo a sus propias com unidades domésticas. El tatu aje .de
ios varones era extraordinariam ente com pleto, cubriéndose todo e l cuerpo,
incluso los párpados* con intrincados dibujos. E l jefe ostentaba sobre las ma­
nos u n tatuaje m ás com plicado que el de los hombres corrientes y se le
decoraban, tam bién, los dedos de los pies. Se practicaban ciertas m arcas diver­
sas en la cara que probablem ente tenían unsignificado tribal# V i una vez a un
hom bre que tenía tatu ad a la parte superior del cráneo por debajo deL p e la No
era raro observar tatuajes en la boca, hasta las encías, y en fa lengua, por
no m encionar otras partes m ás sensibles d e la anatom ía.
El prim er tatuaje se efectuaba en el período Junen, pero cuando u n hombre
llegaba a los treinta años, especialm ente si era un gran guerrero, volvía a
som eterse a la operación y, en esa ocasión» se rellenaban todos los espacios
de su cuerpo libres del taraceo anterior. Los dibujos tatuados resultaban-de
color añil en los jóvenes, y se iban volviendo d e u n verde azulado e n las per­
sonas de edad m adura, de tal forma q u e los d e los viejos eran, con frecuencia»
completamente verdes. El no estar tatuado se consideraba com o ir indecente­
m ente desnudo. *
C uando se term inaba la operación del taraceo, se celebraba un banquete
en el que los m uchachos recién tatuados exhibían sus adornos. Las m ucha­
chas asistían igualm ente a la ceremonia y al final de la fiesta ejecutaban su
propia danza. En lugar de bailar desnudas com o de costumbre, llevaban en
esa ocasión faldas com pletas plisadas que levantaban durante el cántico final
para enseñar los órganos genitales. Sin embargo, los juegos sexuales d e todas
clases estaban prohibidos en esas fiestas, indicándose con el gesto de las- mu­
chachas que había llegado el fin del período kaioi y que era el m om ento en
que los m uchachos habían de elegir sus com pañeras y establecerse.
Se instruía a las m uchachas en las cuestiones sexuales desde la m ás tierna
infancia, enseñándolas a balancear las caderas y a caminar en forma provoca­
tiva y a adoptar posturas cargadas de sexualidad. La técnica erótica estaba
178 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

enorm em ente desarrollada y ambos sexos se jactaban de su habilidad en esas


lides que explicaban sin la m enor reserva. Se daba por supuesto que cualquier
encuentro casual en tre jóvenes de sexo diferente, a menos que se diese el caso
de ser hermanos, se traducía casi siempre en contacto cam al. Las muchachas
iniciaban sus danzas com pletam ente vestidas, pero las term inaban en la desnu­
dez más absoluta, con el resultado que era de esperar. A l final de los ban­
quetes, en especial cuando había visitantes, tenía lugar la cópula m últiple en
público, vanagloriándose las mujeres del núm ero de hombres q u e eran capaces
d e satisfacer sin cansarse. He oído a úna sim pática anciana jactarse de haber
podido dejar satisfechos, en cierta ocasión, a toda la tripulación de un balle­
nero. Sin embargo, era raro que, en tales circunstancias, experim entase la
m uja: más de un orgasmo.
Además de todos estos contactos públicos, había, por supuesto, m uchos de
carácter privado*- q u e implicaban form as aún más complicadas de juego
sexual en las que dom inaba, en absoluto, la mujer, sometiéndose el hombre
a sus deseos eróticos. C onstituía el papel d e este últim o en excitar a la m ujer
m ediante ctmnílmgus y succión de los pechos y hasta que alcanzaba aquélla
u n grado ex trañ o d e excitación y daba la señal de proceder al coito. Esos
prelim inares eróticos estaban com pletam ente desprovistos d e ternura y con
frecuencia llevaban aparejados arañazos y mordiscos de una y otra parte. Los
juegos sexuales eran, al parecer, m ucho m ás importantes q u e la verdadera
experiencia orgiástica.
Todos los indígenas eran sexualm ente potentes, pero la potencia d e la
m ujer dependía de e $06 complicados prelim inares, sin los cuales les era impo­
sible llegar ai orgasmo, rasgo común a las sociedades primitivas* debido quizás
a la costumbre tem prana de dedicarse a los prolongados juegos inorgiásticos.
N unca he oído h ab lar de u n caso de im potencia entre los varones ni existen
historias d e ninguna clase relativas a hechizos malévolos em pleados para pro­
ducir la pérdida d e potencia viril, por m ás que se hiciese u so de la magia
contra los hombres e n otros aspectos. La ausencia d e esas creencias constituye
una prueba bastante certera d e que el fenóm eno de la im potencia era des­
conocido.
Jamás* revelaban los indígenas la identidad de sus parejas cuando hablaban
d e sus asuntos amorosos. Me contaba u n a vez u n hombre lo que le había
ocurrido con una m ujer tan premiosa p ara alcanzar el p u n to de excitación
necesario para el coito, que se vio precisado a abandonar la tarea y se negó a
continuar. La m ujer, entonces, lo atacó d e modo salvaje, m ordiéndole y ara­
ñándole; fu é precisam ente para explicarm e sus honrosas cicatrices para lo que
m e contó la historia. Párecía estim ar que la burlada había sido la m ujer, pero
se negó a decirm e su nombre.
O CLO VITAD DEL INDIVIDUO 179

N o he oído citar casos de hom osexualidad fem enina que, en realidad,


parecería innecesaria en esa sociedad. Se encontraban algunos casos de homo­
sexualidad entre el elem ento masculino^ pero la pederastía era rara, l is tá n ­
dose la forma corriente de homosexualismo a la faUatio m utua. Se contaban
algunos casos, excepcionales, de invertidos que desem peñaban el papel de las
mujeres e ingresaban a veces en las casas en concepto de esposas secundarias,
aunque nunca llegaban a ser esposas principales y eran objeto de considerable
desprecio. ;* >
La habilidad erótica y el atractivo fem enino pesaban considerablem ente en
el status de las m ujeres en su edad m adura, ya que se elegía a las m uchachas
más deseables como esposas principales en las comunidades domésticas im por­
tantes. La m ovilidad social de la m ujer era muy grande, ya que e l hom bre
elegía a su esposa a base del atractivo sexual más bien q u e atendiendo a su
categoría y como consecuencia de. ello la competencia era m u y aguda, rivali­
zando k s m ujeres en la excelencia de sus técnicas sexuales.*
La idea de la posesión sexual exclusiva estaba casi ausente entre los habi­
tantes de las islas M arquesas y no cabe duda de que era objeto de k reproba­
ción social. Se contaban unas cuantas uniones monógamas, basadas en aquel
concepto, pero ta l arreglo sum ía a k com unidad doméstica e n la insignifican­
cia. Se establecía, según todas las apariencias, u n a d ife re n o a entre k s activi­
dades sexuales colectivas y las relaciones privadas q u o hem os mencionado
con anterioridad. En las primeras, u n a m uchacha se entregaba a todos los
muchachos d e la banda en una u o tra época. En las últim as se establecía la
selección y el desaire podía ser causa de suicidio. Los suicidios se ajustaban
todos al mismo patrón. Los hombres trepaban a un elevado cocotero y se tira­
ban de cabeza, en tanto que k s m ujeres comían algún frujx>. venenoso. Las
m uchachas herm osas eran con frecuencia terriblem ente crueles e inconstantes
en su trato con sus amantes. Sq com placían en atraerlos para luego desairarles
públicamente. U n a narración corriente, común a todas las islas, que puede
no ser cierta pero que se ajusta perfectam ente a la actitud indígena, se refiere a
un hom bre b k n co que se enamoró de una hermosa m uchacha. Esta se negó
a entregársele a menos que se tatuase la cara al modo indígena. Se sometió
el bknco a esa pretensión y después ella se rió de él en público y le dijo que
se había quedado tan horriblem ente feo que no quería saber nada de él. El
hombre siguió viviendo en las islas d u ran te muchos años, incapaz de regresar
a su país, en tan to que la m uchacha gozaba de su triunfo. El suicidio era
frecuente entre los solteros como consecuencia de haber experim entado algún
desaire; en cam bio entre los casados era muy raro, si acaso se producía alguna
vez. Por el contrario, era muy raro que las mujeres solteras se suicidasen,
mientras que las casadas lo hacían alguna vez. Así, si el m arido principal de
180 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

una m ujer parecía dem asiado interesado en otra, amenazaba aquélla con sui­
cidarse y, en m uchos casos, llegaba a cum plir su amenaza. Su m uerte no
llevaba aparejada la venganza familiar sobre el marido, pero constituía para
éste u n motivo d e disgusto, le atraía la censura publica y destruía la comuni­
dad doméstica. Los m aridos secundarios le abandonaban y pasaban a ocupar
una posición secundaria en otra comunidad dom éstica. Es problem ático deter­
m inar hasta dónde deben ser interpretadas esas costumbres como expresión de
celos. El factor principal parecía ser el orgullo o fen d id a
M uy pocas, o ninguna, eran las m anifestaciones ostensibles de celo6 por
parte d e los hombres en el m atrim onia Debe recordarse que la com unidad
dom éstica estaba integrada norm alm ente por u n a m uchacha y u n grupo de
m uchachos de su banda especialm ente afectos a aquélla y unos a otros. Los
celos m anifestados entre los maridos m últiples e incluso entre hom bres casa­
dos Con respecto de cualquier mujer extraña a sus propias com unidades d o ­
m ésticas se consideraban como de m uy m ala educación. Tales hom bres no
disputaban jamás acerca de mujeres cuando estaban sobrios, pero cuando
se em borrachaban se producían numerosas reyertas, algunas de las cuales ad­
quirían u n carácter muy grave cuando salían a relucir los cuchillos. Los con­
tendientes se sentían profundam ente hum illados al serenarse y se apresuraban
a darse m utuam ente explicaciones al siguiente día. En una com unidad d o
m éstica bien organizada no surgía la m enor disputa acerca d e la esposa.
H abía varias clases de m atrim onio, la m ás solemne d e las cuales era la
usada en el m atrim onio del hijo prim ogénito del jefe de úna tribu y la hija
primogénita d eL d e otra, vinculo que estaba llam ado a unir dos linajes y a
proqtover tá paz en tre los dos grupos. Los desposorios se verificaban en tales
casos en la infancia^ y d u ran te el período de compromiso ambas fam ilias cele­
braban banquetes. El m atrim onio en sí constituía una complicada ceremonia
acom pañada de im portantes cambios d e regalos. El grupo que se trasladaba al
poblado vecino para recoger a la novia llevaba cerdos vivos atados a u n enor­
me m arco de m adera. E sta delegación era atacada por los hombres d el grupo
receptor que trataban de expulsarlos y de llevarse los cerdos. Más tard e tenía
lugar o tra ceremonia análoga con otro regalo d e cerdos.
Sólo una com unidad doméstica bien situada en lo alto de la escala social
podía permitirse el lujo de celebrar u n m atrim onio oficial de esa categoría.
El m atrim onió corriente no iba acompañado d e ninguna ceremonia d e inter­
cambio d e regalos y era m eram ente la selección de una compañera perm anen­
te por el hijo prim ogénito en concepto de cabeza d e la casa fam iliar. Los indi­
viduos solteros se uñían, después, a esas casas fam iliares en las que ocupaban
situaciones secundarias. C om o consecuencia d e la escasez de m ujeres, casi
todas la s muchachas teñían la posibilidad dé llegar a ser esposas principales
CICLO VITAD D a INDIVIDUO 181

en una com unidad doméstica* Solam ente las capas ricas tenían esposas secun­
darias. Los m atrim onios monógamos se daban únicam ente entre los muy
pobres o e n casos excepdorades d e m u tu a adhesión personal.
La vegez no tía causa d e prestigio e n las islas Marquesas y el respeto a los
padres era imposible en una sociedad d o n d e el hom bre quedaba som etido a su
hijo desde el m om ento del nacim iento d e éste y se lim itaba a ejercer meras
fundones d e regente hasta que aquél tenía edad suficiente para casarse. El
punto culm inante d e la vida de los indígenas tenía, lugar d u ran te lo6 años en
que actuaba corno cabeza activo, de la com unidad doméstica. Las únicas per-
semas que conservaban su categoría en la ancianidad eran los sacerdotes oracu­
lares. Los sacerdotes ceremoniales se v eían obligados a abandonar sus funcio­
nes y cargos cuando eran d$tpasiado.viej^ para oficiar a c tív a m e te . J-as
andanas tenían a su cargo la ejecución de la mpyor p a rte de las labores
femeninas de la casa familiar, m ientras que las mujeres jóvenes atendían a
los hombres; los ancianos siempre estaban en condiciones d e encontrar traba­
jos diversos que los m antenían continuam ente ocupados. Se desdeñaba a los
viejos, pero nunca se les m ataba o hacía objeto de malos tratos, por m iedo de
que se vengasen m ás tarde, cuando se convirtieran e n duendes.
: Las disputas e n tre los indígenas de M arquesas eran m uy jpocp {ferien ­
tes y solo tenían lugar cuando estaban embriagados. N o era rarq el robo
de comestibles, peso n o se le consideraba como falta grave. E l propietario de
lo6 comestibles robados era presa de la ira y capaz de castigar al ladrón si
lograba pillarlo; pero el que conseguía escapar con la cosa robada llegaba
incluso a jactarse d e su acto, más tard e, cuando la cólera .de aquél había
tenido tiempo de calmarse. N o existía, en la práctica, el robo de nada que no
fuesen comestibles, debido, probablem ente, a que todos los objetos de la casa
familiar eran de confección individual y cada uno de ellos estaba decorado en
tal forma que el artículo robado habría sido rápidam ente reconocido. Tenían
lugar algunas m uertes, originadas casi invariablem ente por dos causas únicas:
los celos sexuales suscitados durante la borrachera y la venganza, consiguiente
a homicidios anteriores, que se llevaba a cabo de ordinario m ediante la bruje­
ría. Los indígenas carecían de toda form a de procedim iento legal para juzgar
el crimen. Cada com unidad doméstica se cuidaba de sus intereses.
Aparentaban los isleños amistad y buena acogida para con los blancos,
pero en realidad se mantenían continuamente en guardia contra ellos. Era
totalmente imposible saber lo que pensaban. Manifestaban abiertamente sus
satisfacciones, pero rara vez se entregaban ostensiblemente al dolor, aunque,
a veces, se dejaban llevar por accesos de cólera. Contemplaban la muerte con
la mayor sangre fría. Durante mi estancia en una aldea, m urió una anciana de
tuberculosis. C uando se puso de manifiesto que no había de vivir mucho
182 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

tiem po más, su m arido y sus cuatro hijos le construyeron una magnifica


tum ba. Le daban cuenta diariam ente del avance de sUs trabajos y ella se
m anifestaba muy órgullosa e interesada en la labor. C uándo empeoró su este-
do aún más, comemaron la construcción del ataúd, fabricándolo en el propio
pórtico frontal de la casa para que la anciana m oribunda pudiese ver cómo
trabajaban.
La éxpresión más enérgica de una emoción que he logrado ver jam ás entre
los indígenas de las'M arquesas, fué la m anifestada por un m uchacho de diez
y ochó años de edad al que regalé una armónica. N unca había visto ninguna y
escuchaba, fascinado, m ientras yo la tocaba. C uando se la entregué sopló una
n o ta, dio u n brinco de lo mérios m etro y m edky ert el aire, acom pañado con
u n a ruidosa exclamación de alegría. N o m e dio las gracias—lo hizo más tar­
de—, sino qué echó a correr, tócándo el instrum ento con todas sus fuerzas.
Estos isleños tienen verdadero horror a que se rían de ellos, aversión que
constituye un poderoso factor en el m antenim iento de las costumbres de la
sociedad, ya qué los que no se conformasen con ellas se verían, seguram ente,
expuestos al ridículo. Com o quiera que los indígenas de las M arquesas son
gentes bien educadas y corteses, sú trato era dulce desde nuestro punto de
vistáu Rara vez ridiculizaban a u n hombre en su presencia, pero éste se daba
cuenta; jkMr lo general, d e las bromad y habladurías que tenían lugar a su
costa una vez ¿jue volvía la espalda. Si estaba presente eá las asambleas no
oficíales de la tribu, se producían ligeras alusiones al mismo y a sus debilida­
des, cuya gracia apreciaban muchcrifos demás d e l grupo. Era más fácil para el
in d ia n a Conformarse con las norm as de la com unidad que exponerse a ese
trato . Ese m iedo á! ridículo constituía, indudablem ente, u n factor* im portante
en la frecuencia del suicidio debido al am or desdeñado, del que nos hemos
ocupado con anterioridad.
. 1
GUERRA

Selibrabáft continuam ente guerras entre las tribus. U no de los incentivos


principales d el estado d e guerra era la necesidad de obtener prisioneros con
destino ‘a los sacrificios hum anos. Los dioses redam aban esos sacrificios, que
eran igualmente precisos para la deificación de los jefes m uertos y de los
sacerdotes oraculares. O tra causa determ inante de la guerra era la venganza
de la sangre, ya que siem pre que un miembro de la tribu era hecho prisionero
o m uerto, sus parientes estaban obligados a vengarlo.
El m otivo económico carecía de im portancia en la guerra. Com o quiera
q u e la mayoría de éstas revestían la forma táctica de rápidas incursiones lleva­
das a cabo en las fronteras, los invasores no entrábart, en realidad, en el terri­
torio de la otra tribu y, por lo tanto, no se llevaban consigo al retirarse una
FUERZA 183

cantidad im portante dé bienes m expulsaban a los enemigos de sus terrenos.


Sin embargó, en las luchas individuales se perm itía al guenrero victorioso
reclam ar las arm as y ornamentos d e su víctim a y tam bién, si era posible,
llevarse el cuerpo del enemigo para com érselo.C uando se producía tál acon-
tecim iento se conservaba la cabeza en concepto de trofeo y el vencedor adop­
taba habitualm enté él nom bre de aquél a quien había m a ta d a Se preparaban
cuidadosamente los cráneos y se llevaban colgados del cinturón e n las danzas
y en los desfiles m ilitares. Tam bién se secaban, a veces, fes manos d e fes vícti­
mas y se usaban como ornam entos d e la cintura. Si se daba el caso d e que u n
guerrero adquiriese demasiados cráneos para llevarlos en esa form a, fes corta­
ba y llevaba solam ente u n trozo d e cada uno. Si la víctim a era u n a mujer,
podía el guerrero vencedor no llevarse el crán eo /p ero cortaba los órganos
genitales, los dejaba secar y los llevaba unidos a un m echón de sus cabellos.
Se conservaban los huesos largos y se les utilizaba para hacer con ellos ador­
nos, asas decorativas para las vasijas de comer, etc*
C uando había una guerra seria vivían los hombres en una casa especial
declarada tabú para las mujeres. N o se les perm itía ten er relaciones con fes
mujeres durante ese tiempo, por cuanto se creía que fe abstinencia sexual
acrecentaba su poder guerrero. Tam bién las mujeres estaban sujetas a deter­
m inados tabús durante ese período; debían dorm ir en las tribunas d e fe plaza
de la asamblea; n o podían encender una hoguera, bañarse o dejarse el pelo
suelto; sólo podían comer en compañía de sus maridos por la m añana antes
de que los hom bres fuesen a la batalla. Las mujeres m ás jóvenes seguían 'á l
ejército y anim aban a los guerreros con sus gritos desde la retaguardia, divir­
tiéndose a expensas de los prisioneros. Las m ujeres podían im pedir las guerras
si querían. Bastaba con que anunciasen? “Doy a este cam ínp d nom bre de m is
órganos genitales” para que cualquier hom bre que se atreviese a pasar por
él estuviese seguro de que lo m atarían. Los sacerdotes (Maculares form ulaban
augurios antes d e que los guerreros saliesen a la batalla para determ inar si el
m omento era o no favorable y los sacerdotes ceremoniales efectuaban sa­
crificios.
Ninguna de esas expediciones guerreras se llevaba hasta larga distancia.
La guerra podía librarse contra tina tribu que vivía solam ente a kilómetro y
m edio de distancia. Los combatientes pactaban, con frecuencia, treguas du­
rante las horas d e las comidas y la lucha se interrum pía habitualm ente antes
de obscurecer, porque en tierras extrañas había demonios desfavorables que
vagaban durante la noche. En el valle de Taipee, que solam ente tiene ocho
kilómetros de largo por menos de uno de ancho, vivían tres tribus que habían
estado en guerra entre sí durante varias generaciones. Com o quiera que las
cacerías de cabezas y las incursiones individuales con el objeto de hacer pri-
184 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

sioneros con destino a los sacrificios hum anos se proseguían continuam ente
en tre las guerras serias» las gentes del valle vivían en constante estado de
sobresalta
Correspondía al jefe la facultad de declarar las guerras oficiales y las
fu m a s m u i reunidas bajo el mando de los toas o guerreros experim entados.
N o se conocía el ejercicio o instrucción m ilitar. Las batallas en el terreno se
reducían, a meras escaramuzas dirigidos por los toas o a combates individua-
le? cuya objeto consistía en obtener el cuerpo d el enem iga En el v alle en que
yo vivía» había un viejo caballero que había sido el orgulloso propietario de
un arpón ballenero con una cuerda unida al m ism a Había adquirido una
gran reputación como guerrero» empleando dicha arma» porque con ella podía
alancear a un hombre y hallarlo en un tiem po récord.
Las incursiones de m enor cuantía tenían lugar en cualquier m om ento. U na
treta favorita consistía e n que algunos elem entos de uno de los bandos se
dirigiesen en sus canoas de guerra a un valle y desembarcasen allí a dos o
tres d e sus hombres al am paro de las sombras d e la noche. Al llegar el alba»
se arrastraban los incursionistas hasta la aldea y tom aban prisioneros a los '
m adrugadores que salían de sus casas. Corrían luego, con sus cautivos» hasta
la playa» hadan señas a las canoas de guerra y ya estaban lejos cuando el resto
de la aldea se despertaba.
- C ada uno d e los valles tenía su fuerte o fuertes construidos» ordinariam en­
te» en altas crestas de las m ontañas. En ellos se refugiaba el jefe» protegido por
Mfia&uardia especial y acom pañado por las m ujeres viejas y los niños. N o
obedecía e s^ m edida a q u e Je faltase valor» sino a que por ser el p u n to focal
d el prestigio d e ja , tribu» no podía exponerse a ser hecho prisionero. El estig­
m a d e que el jefe hubiese sido torturado y com ido por el enemigo constituía
una desgrada capaz de arruinar socialmente a una tribu durante varias gene­
raciones. D entro del fuerte había un recinto d e roca en el cual se refugiaba el
jefe cuando se daba el caso de que aquél era tom ado. U na victoria com pleta
se traducía en el saqueo d el territorio enemigo y la apropiación de las imáge­
nes d e los dioses que se llevaban consigo los vencedores. Se consideraba que
esos objetos sagrados habían perdido su mana com o consecuencia de tan defi­
nitiva derrota y podían, por lo tanto, ser m anejados impunem ente. E l triunfal
regreso se celebraba con un gran banquete» la tortura de los prisioneros y
sacrificios humanos a los dioses. Los restos de los cautivos eran cocidos y co­
midos» y se term inaba el banquete con un periodo de libertinaje sexual gene­
ral. Esos festejos de victoria se aproximaban lo más posible a la vieja idea
de los misioneros de la orgía antropofágica.
A pesar de ese cuadro de la guerra y de su enorme im portancia espec­
tacular, el núm ero de bajas no era elevado y los indígenas no m ostraban, en
FUERZA 185

realidad,gran válor en la batalla, aunque gritaban, brincaban y m etían m o­


cho ruido* Incluso los más excelsos entre los toas rara vez contaban más de
cuatro o cinco m uertes en su haber* Las am ias erah grandes y ostentosas,
pero tío sé adaptaban bien a la lucha cuerpo a cuerpo* Algunas d e las cachis
portas de los indígenas de las M arquesas tenían una longitud d e dos m etros
y medio, estaban fabricadas de palo Hácha y pesaban de diez a doce kilos. U n
golpe directo asestado con uña de esas arm as era capáz de m atar a un hombre,
pero si él qué la m ánejaba fallaba él golpe necesitaría por to menos m edio
m inuto para volver a poner la maza en posición.
La venganza era u n deber sagrado. Los parientes varones de la víctima de
uíi homicidio se afeitaban la m itad de la cabeza hasta que aquella había sido
v ag ad a. Com o las incursiones eran constantes y la mayoría dé los pobfádores
de tina aldea parientes entre sí, parecía, con frecuencia, que esas cabezas
rapadas a m edias eran el típico tocado masculino. Se levantaba el luto lleva­
do por un pariente que había m uerto a m anos de un miembro de uña tribu
hostil, comiéndose a una víctima procedente de la tribu ofensora, efl un ban­
quete en el que todos participaban con la sola excepción d el padre d é la
vítcima original. La antropofagia es tabú para las mujeres en la mayoría de las
tribu* primitivas, pero tanto las rñujeres como los niños participaban en
los banquetes caníbales de las M arquesas.
Los más altos honores correspondían al guerrero qüe capturaba a su vícti­
m a y la traía viva, aunque tam bién se honraba al que m ataba a un enemigó
durante la batalla. Los prisioneros tomados vivos eran sometidos a tortura y
ejecutados por m edio de métodos ingeniosos como el descuartizamiento, la
extracción de las vísperas y otros. E n circunstancias m uy excepcionales podía
adoptarse a un hom bre o mujer extrem adam ente hermoso, p ero con ello se
quebrantaba la regla de la venganza y se creaban complicaciones, Los niños
menores de tres años no contaban como víctim as a los efectos d e la venganza
y, consiguientemente, no se les sometía a la tortura. Se les comía, sin embargo,
o se les estrangulaba y colgaba de ganchos sobre el lugar sagrado para que
sirviesen de agasajo a los dioses. Las víctimas ofrendadas a los dioses en sacri­
ficio no eran objeto de tortura, salvo en casos excepcionales. D e ordinario, se
les mataba rápidam ente y se les suspendía de árboles en el soto sagrado, por
medio de un gancho que atravesaba la quijada. En algunas ocasiones se les
colgaba en esa form a cuando aún estaban vivos. C uando los cadáveres co­
menzaban a corromperse se les enterraba en una fosa especial. Desde el punto
de vista social era peor ser comido que ser m uerto y lo primero constituía una
verdadera deshonra para la familia. Por esa razón, si el prisionero tenía algún
pariente en el valle, en el momento de ser llevado al mismo, trataba éste de
m LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

que se le consagrase inm ediatam ente al dios con el fin de que fuese m uerto
en el acto y no torturado o comido.
Se observaban ciertas reglas que mitigaban esas guerras entre las tribus.
La ipadre, herm ana, tía o esposa de un individuo q u e había sido capturado
y comido en venganza, podía llegar, sin ser m olestada, al valle de los aprehen­
sores y maldecirlos. Hacía objeto de una m aldición especial al hom bre que
había si^do responsable de la captura- Pintaba la m ujer su cuerpo de rojo,
blanco y negro en, una forma especial, se ponía un rebozo de hojas y llevaba
consigo comestibles que arrojaba en el cam ino delante de la casa del m atador.
Esos alim entos habían de servir d e señuelo que atrajese al alma del sacrificado
y tam bién a la del m atador sobre quien se buscaba la venganza. Si el alm a del
asesinado acudía primero, se alegraba m ucho la m ujer puesto que eso consti­
tu ía una prenda segura de que el m atador sería, a su vez, capturado y comido.
Danzaba la m ujer ante el asesino y prorrum pía en u n diluvio de m aldiciones
contra él» debiendo adoptar, d u ran te toda esa exhibición, una actitud de altivo
desprecio*
RELIGIÓN

D e acuerdo con el resto de la cultura, la religión de los indígenas de las


M arquesas estaba muy bien organizada e integrada por un complicado des­
arrollo de oreencjas y ritos oficiales. Las divinidades eran de dos clases: incluía
el prim er grupo a las grandes deidades d e la creación y a las divinidades
m enores—personificaciones de las fuerzas naturales, el mar, la lluvia, etc.— ,
y el segundo a los dioses de origen humano* Por desgracia, la mayoría de los
que han realizado trabajos etnológicos ep Polinesia se hán dejado llevar
dem asiado exclusivam ente por su interés hacia las grandes divinidades. Se
han escrito volúmenes enteros sobre la trinidad de dioses polinésicos, pero, a
m i juicio, en la mayor parte d e Polinesia los grandes dioses significan poco
o nada para él indígena medio. N o cabe duda de que esto era absolutam ente
cierto por cuanto respecta a los isleños de lás Marquesas* Se m encionaba a los
dioses de la creación y a los d e los fenómenos naturales en cánticos y en
los ritos de trabajo estrecham ente ligados a sus dom inios naturales. Así, si u n
indígena e stá te ocupado en la labor de construir una canoa, invocaba al dios
del m ar y d e los vientos y evocaba al espíritu de la m adera para que se uniese
al m aestro artesano con el fin d e llevar a feliz térm ino la construcción de la
embarcación. N o existían, sin embargo, tem plos ni sácrificios dedicados a esos
dioses naturales, a los que se consideraba como, principios impersonales.
.Las deidades del segundo tip o eran dioses de origen hum ano, activos e
im portantes, puesto que los indígenas tenían el sentim iento de que sólo los
espíritus hum anos estaban realm ente interesados por los seres hum anos. Se
REUGION 187

contaban entre ellos, en prim er lugar, los espíritus de los jefes o sacerdotes
oraculares fallecidos* Venían después los dioses de los oficios y profesiones,
que eran los espíritus divinizados de artesanos famosos. Para com prender a
todas esas divinidades es preciso que hagamos aquí una digresión, dedicada
a explicar las ideas d e los indígenas con respecto de la m uerte y acerca de la
constitución del individuo y de su alma.
-Según las creencias indígenas, cada individuo viviente tiene e n doble o
«fum e que corresponde a nuestro concepto del cuerpo astral* Este doble era
material, aunque constituido por una m ateria extrem adam ente tenue, y tema
exactamente el m ism o aspecto que su im agen viviente. T al espíritu abando­
naba el cuerpo d u ran te el sueño y vagaba libremente, reuniéndose con los
espíritus de otras personas dorm idas y conversando con ellas. C ualquier tran­
sacción que se efectuase durante esas conversaciones era considerada como
válida y había de ser verificada por la persona correspondiente al despertar.
Algunas personas, especialm ente los sacerdotes, podían ver a esos espíritus
hallándose despiertas y los aludidos sacerdotes tenían que tratar, con frecuen­
cia, con los espíritus vagantes de los vivos.
En el m om ento de la m uerte, el uhane abandonaba definitivam ente el
cuerpo del difunto. Creían los indígenas en la existencia de to d a una sacie de
mundos superiores e inferiores a los que iban a parar los espíritus de los m uer­
tos. Se divinizaba a los jefes y sacerdotes d e la categoría superior, que morían,
m ediante la celebración de sacrificios hum arlos, precisándose la realización de
diez de fetos, uno por cada una de las diez partes del cuerpo, para consumar
la deificación. Era necesario que tales sacrificios se llevasen a cabo antes de
que se term inasen los ritos funerarios, con lo que se concedía a la tribu un
año o m ás para capturar ios prisioneros necesarios y preparar la ceremonia.
Las personas a quienes se sacrificaba en aras de la deificación cesaban de exis­
tir como individuos, por cuanto el alm a del jefe o sacerdote difunto absorbía
dentro de sí a las de los sacrificios hum anos y sé elevaba, d e esa m anera, al
poder sobrenatural. El nuevo dios, así creado, subía entonces al m undo
celeste donde m oran los dioses de la creación y los sacerdotes y jefes diviniza­
dos previamente. D icho dios volvía con frecuencia a la tribu, no tanto para
castigar a sus descendientes como para exigir sacrificios porque tenía hambre
o para ayudar a aquéllos cuando se encontraban en dificultades.
Esta deificación de jefes m ediante sacrificios hum anos h a tenido lugar en
tiempos que todavía recuerdan varios de los ancianos con quienes he hablado
durante m i perm anencia en las islas. U no de ellos m e dijo q u e recordaba la
m uerte d e su jefe acaecida hacia el año d e 1865 y la subsiguiente deificación
m ediante el ritual adecuado. Había sufrido la tribu, durante la vida del jefe,
numerosas derrotas a manos de la tribu que habitaba en el valle vecino.
188 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

Después de que su espíritu hubo sido divinizado y su cuerpo destruido^ se


colocó el cráneo del jefe en la proa de una canoa a bordo de la cual efectúa*
ron sus secuaces una incursión sobre el valle enemigo. Regresaron victoriosos
con varios prisioneros. En esa forma quedó afirm ado el poder del jefe divini*
zado y se convirtió en el dios del valle, que hablaba a su pueblo a través de la
boca d e su propio sacerdote oracular.
U n anciano d e la isla de U a Pou me refirió otro ejem plo del poder de un
jefe divinizado que recordaba de su juventud. C uando el jefe se encontró
viejo y se dio cuenta de que pronto habría de morir, dijo a sus súbditos:
“Pronto m e convertiré en dios; ¿qué queréis que haga por vosotros cuando me
vaya al m undo celestial?” Le pidieron aquéllos que hiciese desaparecer el
tonos, especie d e m osquito que infestaba la isla y m olestaba mucho por su
maligna picadura. Les hizo observar que sería difícil, pero que haría cuanto
pudiera. Poco después falleció el jefe, pero no fué debidam ente deificado
porque la tribu no fué capaz de obtener el núm ero de prisioneros suficien­
te para la ceremonia. Sin embargo, el jefe no hizo caso de esa omisión y se
puso a trabajar contra los mosquitos con tai éxito, que en un plazo de tres
meses todos los nonos habían desaparecido de la isla. Ese jefe continúa siendo
aún él dios principal de la isla de U a Pou. Visité su timaba, consistente en una
construcción d e cemento, enjalbegada, con una cruz en uno de sus extrem os
y una imagen de piedra tallada en el otro.
C asi todos los dioses eran del sexo masculino. Teóricam ente, las m ujeres
podíari te n e r él rango más alto, pero en la práctica m uy pocas mujeres eran,
en realidad, cabezas de com unidad doméstica, jefes de tribu o sacerdotes ins­
pirados. En algunos casos de excepción, la hija prim ogénita de un jefe podía
llegar a la jefatura y gobernar por propio derecho, aunque, por regla general,
acostumbraba el jefe a adoptar un m uchacho si su primogénito pertenecía al
sexo fem enino. U na m ujer que se encontrase en esas condiciones podía ser
elevada a la categoría de diosa, pero las divinidades más poderosas eran, inva­
riablem ente, varones.
A quéllos cuya categoría no Ies daba derecho a colocarse en el m undo
celestial, iban a parar a uno de los tres mundos inferiores. El más bajo de
todos era el más deseable, m ientras que el más alto, situado inm ediatam ente
debajo del m undo de los vivos y, en consecuencia, el; más fácil de alcanzar,
era m uy desagradable, oscuro y cenagoso y escaso de alim entos. El m undo al
que iba a parar el hombre dependía del núm ero de cerdos sacrificados en su
banquete m ortuorio. A quellos por los que se m ataba solamente un cerdo o
ninguno, iban al m undo más pobre. Poco antes de la fecha señalada para
la celebración del banquete funeral, se dirigía el cabeza de la com unidad
doméstica a la que había pertenecido el difunto a cada una de las casas en
RELIGION 189

las que el marido o la esposa principales eran parientes, les recitaba su genea­
logía y pedía a la casa fam iliar que le regalasen cerdos. V enían éstos obligados
a entregarle uno p o r lo menos en tales ocasiones. El núm ero de cerdos que
un hom bre era capaz de recolectar constituía u n indicio seguro de la exten­
sión d e sus relaciones de fam ilia y de la riqueza d e su linaje fam iliar. Se lleva­
ba consigo los cerdos a su com unidad dom éstica y ésta se encargaba d e engor­
darlos durante seis u ocho meses, economizando sus propios alim entos con el
objeto d e aum entar el tam año de aquéllos. V arias fam ilias podían hacer
lo mismo sim ultáneam ente. Finalm ente se celebraba el gran banquete, actuan­
do los hijos primogénitos d e las, comunidades domésticas de la parentela en
concepto de padrinos y donantes oficiales de los cerdos. Se m ataba a éstos, se
les asaba y se les disponía sobre hojas d e plátano para que todos los asistentes
pudieran recrear su s ojos y observar cuántos anim ales habían sido ofrendados,
teniendo en cuenta que el núm ero de cerdos fijaba la categoría de} individuo.
Los cerdos eran trinchados por el sacerdote ceremonial principal y, algunas
veces, por el propio jefe.
N o existía un tem or especial de la m uerte cam al y el m iedo inspirado por
los espm tus era m uy pequeño. Daban por hecho los indígenas que los miem­
bros de la familia difuntos se encontraban vagando en torno a sus moradas,
pero qu e no causaban daño alguna Los vivos hablaban de los m uertos con
la mayor frecuencia; los veían y oían continuam ente. C ualquier ruido especial
o inexplicable se achacaba a los espíritus y no se le concedía importancia
mayor.
Lóf cuerpos d e los difuntos se momificaban y guardaban ep'$J domicilio
o en el lugar sagrado, hasta que se ultim aban los preparativos del banquete
funeral, durante u n período de tiem po indeterm inado. Se frotaba la piel de
los cadáveres con coral basto hasta q u itar la epidermis, dejando solamente
dedales de ésta e n las puntas de los dedos que se doblaban sobre las uñas
siguiendo un procedim iento que tam bién empleaban los egipcios. Se. extraían
las visceras del cuerpo por el ano y m ediante incisiones efectuadas en la piel,
se procedía a frotar aquél con aceite d e coco un día tras otro hasta que, final­
mente» se secaba y adquiría un grado suficiente de momificación. N o se mo­
mificaba a los niños, pero las mujeres estaban sujetas al mismo cuidadoso
tratam iento que los hombres.
En la isla de N uku H iva se practicaba la momificación en una casa sepa­
rada construida sobre un elevado zócalo de piedra; pero en las islas situadas
más al sur, todo el proceso se llevaba a cabo en la casa habitación con toda
la vida cotidiana d e la fam ilia transcurriendo en tomo al cadáver q u e yacía
sobre u n ataúd. L a familia sacaba el cadáver al sol y procedía a frotarlo allí
c o t i el aceite y luego volvía a trasladarlo a la casa cuando el sol se ponía.
19C LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

Cuando la momificación era ya bastante completa, vestían el cadáver con sus


ropas mejores y lo sentaban en cuclillas con los brazos cruzados y la barbilla
sobre las rodillas. Lo m antenían en esa postura m ediante soportes de madera
y permanecía así sentado en el lugar m ás honorable de la casa hasta después
de la ceremonia funeraria. Los restos, q u e se encontraban ya entonces en una
condición bastante deficiente, se llevaban al santuario de los dioses de la
tribu y se entregaban a los sacerdotes ceremoniales para la ceremonia final.
Nadie, con excepción de dichos sacerdotes, sabía lo que pasaba, en realidad,
con ésos cadáveres. U n anciano que había sido ayudante de u n sacerdote cere­
monial me contó que había ayudado a llevarse los cadáveres, pero que jamás
se le perm itió estar presente en el últim o m om ento de la cerem onia. Era
corriente separar las cabezas, que se conservaban, y se seleccionaban también
algunos de los huesos largos para hacer con ellos ornam entos para los parien­
tes del difunto en concepto de recuerdos agradables.
Los cráneos d e los jefes se conservaban en el tem plo y se les llevaba, de
tiempo en tiempo, para adornar las proas de las canoas de guerra con objeto
de comunicar á éstas el mana, o bien se los exponía en la casa de pesca para
que contribuyesen a obtener una buena redada. Los cráneos d e ios cabezas-de
familia se devolvían a la casa, donde se les guardaba en el santuario familiar,
instalado bien en u n a casita aparte, anexa a la principa}, o e n u n rincón del
domicilio, sépárado con cortinas y provisto de estantes. A lgunas veces se
construían caras d e tela de corteza sobre los cráneos y se pintaban co n lo s
tatuajes personales del difunto.
C ada tribu tenía uno o más lugares sagrados ocultos en algún sitio lejano
d e las colinas. T ales lugares eran tabús p ara la mayoría de los hombres y para
todas las mujeres d e la tribu, salvo las pocas que tenían u n rango elevado.
El poder de ese tabú m e fué dem ostrado por un extraño sucedido. U n hombre
d e unos cincuenta y dos a cincuenta y tres años se m e había ofrecido volunta­
riam ente para llevarm e a uno de esos lugares sagrados que era el santuario
principal de una dé las dos grandes fracciones en que se dividían las tribus
de la isla de H iva O a. El hombre en cuestión se mostraba ostensiblemente
preocupado con su promesa y fué solo al lugar sagrado el d ía anterior a aquél
en el que había d e llevarme hasta allí. Regresó con aspecto d e estar bastante
enfermo, diciéndose que había visto u n espíritu y que se iba a morir. £ e
acostó en su cama y tres días m ás tarde estaba m uerto, al parecer, de miedo.
En cada uno d e esos santuarios había un bosquerillo sagrado, una serie de
plataform as con imágenes, etc. Cerca d e la casa del sacerdote oracular se
encontraba una curiosa construcción e n form a d e obelisco, de unos cinco
metros de lado y diez y ocho de alto. E n el lugar d e la asam blea de la tribu
había otro lugar sagrado abierto a todos y usado para la celebración de sacri­
RELIGION 191

ficios menores y poco im portantes. Todos los sacrificios hum anos se ejecuta­
ban en los bósquecillos sagrados de las colinas. Alguno d e los dioses de la
tribu predom inaba en un m omento dado, cam biando esa situación preferente
dé uno a otro de acuerdo con el resultado d e los oráculos com unicados por el
sacerdote oracular y con el poder que había m anifestado el dios para atender
a las pediciones de sus creyentes. En otras palabras, el dios más adorado era
aquél que trabajaba con mayor eficacia; ordinariam ente era una deidad falle­
cida recientem ente.
El sacerdocio estaba m uy bien organizado y se dividía en dos clases; el
oracular y él Ceremonial. C ada dios im portante tenía, su propio sacerdote
oracular, aunque dos o tres dioses m enores podían com partir el m ism o sacer­
dote. La categoría de los sacerdotes oraculares de los dioses principales era
superior a la del propio jefe de la tribu. Los deberes y facultades de esos
sacerdotes se graduaban con arreglo a la im portancia del dios a que servían.
Las m ujeres podían ser sacerdotisas inspiradas, pero Tara vez estaban poseídas
por u n dios de rango elevado. Los sacerdotes oraculares dem ostraban su apti­
tud para el cargo por el hecho de quedar en trance de posesos por el espíritu
del dios inm ediatam ente después de la m uerte-del anterior sacerdote d e aquél
o inm ediatam ente después de la dedicación del nuevo dics¿ En otros términos,
tan pronto como se producía una vacante en el sacerdocio todo e l mundo
esperaba atentam ente para ver quién caía en tran ce de posesión. El individuo
así elegido, era presa de espasmos, producía extraños sonidos y, finalm ente,
después de sá lird e su ataque de histerismo^ pronunciaba u n oráculo.
Se pensaba que los sacerdotes oraculares d e los dioses superiores poseían
poderes sobrenaturales. Podían ayunar durante u n mes seguido, tum barse y
dorm ir sobre el agua, ver cosas que sucedían a distancia y proferir maldicio­
nes fatales. Está ultim a habilidad era muy ú til, pues perm itía al sacerdote
apoderarse de las propiedades de una persona amenazándole con m aldecirla
si no le entregaba lo que deseaba el sacerdote. Tam bién podía éste hacer de
un hom bre su criado acercándosele y diciéndole que si no le servia, m oriría.
Los sacerdotes redam aban sacrificios hum anos para sus dioses y contri­
buían a m antener agitada la situación. En los momentos de gran posesión, un
gran sacerdote de una tribu determ inada se vestía con una ropa especial y
em prendía uña jira en cuyo recorrido estaba com prendida una, visita a las
tribus hostiles. Estaba a cubierto de daños en territorio enemigo por el hecho
de su posesión, que todo el m undo respetaba. Conforme iba pasando de un
territorio a otro, iba siendo poseído, sucesivam ente, por el dios predom inante
en cada localidad, que le acompañaba durante su viaje y su m ana se iba
haciendo así cada vez m ás poderoso. C uando el sacerdote regresaba a su pro­
pia tribu entraba en el lugar sagrado y, presa d e la furia de la posesión física,
192 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

ostensible m ediante los gastos y adem anes violentos apropiados, reclamaba


sacrificios hum anos. Como quiera que había tenido ocasión de verificar un
cuidadoso reconocimiento de las aldeas enemigas durante su jira, estaba en
disposición de decir a los guerreros de la tribu cómo habían de proceder para
obtener prisioneros en las tribus que había visitado, en form a tan exacta que
esas incursiones jam ás fallaban.
Los sacerdotes ceremoniales, que siempre pertenecían al sexo masculino,
no pretendían estar inspirados, pero se les consideraba como hábiles artesanos
para trabajar con los dioses. Conocían todos los rituales, la erudición sagrada
y las genealogías familiares. Presidían las ceremonias, se les llamaba para que
pronunciasen hechizos y recitasen los cánticos y celebrasen los ritos oportunos
en los diversos momentos críticos de la vidá individual, y se dedicaban, asi'
mismo, a instruir a los niños en los conocimientos que las gentes habían de
poseer. Eran los eruditos de la com unidad. El cargo de sacerdote ceremonial
tendía a ser hereditario, ya que los padres trataban de transm itir su profesión
a sus hgos.
C ada oficio tenia su deidad, que era un gran tuhunga del pasada Un
hombre q u e construía canoas invocaba al dios de los fabricantes de las mismas
y le h a d a una oferta antes de comenzar su tarea. Los tuhungqs eran también
sacerdotes de los dioses de sus oficios, pero tenían un ritu a l form al muy
reducido y, con la seda excepción de los pescadores* no poseían lugar sagrado
alguna
Por debajo d e los dioses se encontraba otra serie de seres sobrenaturales:
las vehjmJwtt o m ujeres salvajes. N o era muy clara la idea de los indígenas
sobre si eran o no espíritus d e origen hum ano, aunque tenían figura hum ana.
Eran m aléficas para los niños, los vigilaban continuam ente y, aunque a veces
se lim itaban a hacer que se pusiesen enfermos, en otras llegaban a robados o
comérselos. Eran tam bién peligrosos p ara los jóvenes de sexo m asculina Se
presentaban las vehm ihax, revistiendo la apariencia de m ujeres hermosas, a
algún joven atractivo que se encontraba en un lugar solitario y le invitaban
a que fuese con ellas. Si obedecía, le llevaban a sus cavernas, donde se trans­
formaban en egresas y le devoraban. Sin embargo, en casos excepcionales, las
vekmL'hai, en lugar de comerse a su víctima, trataban d e establecer con él
una relación efe afecto que, no es preciso decirla ponía al joven en una posi­
ción m uy desagradable y peligrosa* Los hombres que se h ab ían encontrado a
una de tales vehm i^hm afirm aban que se presentaba, habitualm ente, en forma
de joven herm osa, pero que siempre estaban ham brientas, y si se las podía
m irar a hurtadillas cuando estaban distraídas, se podían v er sus ojos salién­
dose de las órbitas y sus lenguas, largas y ham brientas, colgar y lam er el
suelo. A n te ese espectáculo se daba cuenta el hombre de q u e su compañera
RELIGION m

era una ogresa y no una herm osa dam a y de que era llegado el m om ento de
escapar.
O tra serie de seres sobrenaturales era la d e los fanauas, que eran los espí­
ritu s de los hombres m uertos que se convertían en protectores d e las mujeres,
ayudándolas y causando daños a otras m ujeres cuando aquéllas se lo pedían.
N unca actuaban en co n tra de los hom bres. N inguna m ujer tenía m ás de un
fanaua. Ese espíritu podía ser el espectro de un pariente varón d e la línea
ascendente, es decir, el padre o el abuelo, o incluso de algún m iem bro impor­
tan te de la fam ilia d e varias generaciones anteriores. En tales casos, sus rela­
ciones con la m ujer que protegían no se basaban, probablemente, e n el atrac­
tivo sexual, aunque n o m e fué posible recoger informaciones exactas sobre ese
punto. El fanaua podía, también, no ser pariente y tratarse d el espíritu de
alguno que se había enam orado de la m ujer. Después de la m uerte, e l espíritu
d e esta ultim a se un ía con el de aquél, como si contrajesen m atrim onio, esta­
bleciendo un vínculo que podía ser agradable o no para ella. Los fanauas .de
este últim o tipo parecían ser los más numerosos y activos y m ás de tem ar que
los del primer grupo.
E l fanaua atacaba a las demás mujeres cuando la suya se lo pedía y tam ­
bién protegía a ésta de los ataques de otros fanauas. Los procedim ientos
seguidos por los fanauas en sus ataques estaban prim ordialm ente relacionados
con el embarazo. El fanaua era capaz de destruir ^1 feto dentro del claustro
m aterno (los casos de síntomas neuróticos d e embarazo im aginario erany cotáo
ya hemos dicho anteriorm ente, un fenóm eno bastante corriente eíi esos luga­
res) o de causar la m uerte de la m ujer d u ran te el embarazo o en el m om ento
dél p arta En la práctica, todas las m uertes ocurridas en esas condiciones eran
atribuidas a tales causas.
La mujer sabía q u e tenía un fanaua por el hecho de que se le aparecía con
frecuencia en sueños de naturaleza erótica. Los demás se daban cuenta de que
tenía un fanaua observando lo que les ocurría a las mujeres q u e eran sus
enemigas. A unque la misma m ujer no proclam aba nunca el hecho, el conoci­
m iento de que contaba con la ayuda de u n espíritu se difundía por toda la
com unidad social. La esposa de m i instructor de oficios tenía un fanaua de
poder secundario que era el espíritu de su padre y las demás m ujeres no lo te­
m ían demasiado, pero la mujer del pastor tenía otro que había sido un jefe
prom inente d e la isla d e Tahu A ta unos doscientos años antes. E ste espíritu
era muy poderoso y la mujer del pastor inspiraba el miedo correspondiente.
Las mujeres se m ostraban muy reservadas con respecto a toda la creencia
en los fanauas, debido probablemente a que era fuente de gran ansiedad y de
m u tu a suspicacia.
194 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

Se hacían ofrendas a las mujeres vivas que se sabía que tenían un fanaua
con el fin de q u e el protector no causase daño alguno. La m ujer que tenía
un fanaua era bien recibida por los hombres de la misma com unidad domés­
tica ya que la existencia de ese protector ofrecía el m étodo más directo para
obtener la salvaguardia d e la propiedad. E l protector d e la m ujer jamás
actuaba en contra de sus esposos y podía, incluso, invocársele para que Ies
prestase su ayuda indirectam ente, atacando a las mujeres de otras comuni­
dades domésticas cuyos hombres los habían agraviado, p n una ocasión, un
jefe había expropiado un huerto que pertenecía a una com unidad doméstica
de poca categoría. La esposa envió a su protector a que hiciese caer enferma
a la m ujer del jefe y m ostrar todas las apariencias de estar embarazada.
C uando la esposa del jefe se dio cuenta de q u e su dolencia era debida a la
magia, se verificó una ceremonia ritu al para descubrir cuál era el fanaua cau­
sante d e sus m olestias. T a n pronto como ella y su esposo* el jefe, averiguaron
el nombre del fanaua en cuestión, supieron quien lo había enviado y por qué*
En consecuencia, el jefe se apresuró a devolver el huerto, se m andó regresar
al fanaua y la m ujer d e aquel se restableció. Sin embargo, en los casos en
q a e rio se efectuaba la debida restitución* continuaba el ataque hasta que la
m ujer moría.
Algunas veces, los enfurecidos parientes dé las m ujeres atacadas por los
espíritus llegaban a m atar a la que,tenía el fanaua culpable de tales ataques.
E ra este d único caso en el que los hom bres m ataban a las m ujeres y, de todas
form as,parece q u e era m uy poco frecuente y originaba siem pre u n a venganza
del& eaiigfe. ,
. D e cada tres m ujeres, una tenía su fanaua protector. N o era igual el
poder de todos los /aramos; al que era pariente de la m ujer protegida se
le consideraba m ás eficaz en la defensa que en la ofensa. Protegía a la m u­
jo: contra los ataques d e otros fanauds, pero no podía actu ar en concepto de
agresor, fuerte y constante, contra los enemigos de aquélla.
La creencia en los fanauas revestía otra forma más. N o era sólo el es­
píritu de la m ujer que tenía el fanaua el que se unía a éste después de la
m uerte, sino tam bién los de todas las m ujeres a las que había podido m atar
aquél. Esta unión era em inentem ente desagradable, por lo m enos para las
victimas, y sólo se la podía evitar instigando al espíritu a que m atase a otra
m tijet para que esta pasase a ocupar el lugar de la prim era víctim a. Se daba
pór hecho que u n a m ujer que había m uerto al dar a luz quedaba unida al
fanaua desdé el m om ento de la m uerte y estaba ansiosa de m atar a alguna
otra, coú c! fin de escapar de aquél. Le indicaba, al efecto, la nueva víctima,
no por anim osidad contra ésta sino sim plem ente como m edio d e salir de un
lugar desagradable. Era, en consecuencia, peligroso para una m ujer aproad-
RELIGION 195

m arse al lugar donde estaba enterrada la victim a de unfanaua ya que al ha­


cerlo podía atraerse, la atención d e la m ujer difunta» Se enterraba a esas victi­
m as de los espíritus en lugares alejados de la aldea, erigiéndose una pequeña
plataform a d e piedra sobre la tum ba. Los hom bres hacían frecuentes ofren­
das en esos lugares, con el fin d e aplacar a la m uerta e im pedirle elegir una
victim a entre las de su com unidad dqanésticav
El m iedo inspirado por las mujeres q u e fallecían al dar a lu z y los ritos
fúnebres especiales de que se las hacía objeto eran prácticam ente universales
en Polinesia» pero se les racionalizaba refiriéndolos a los celos y a j a m alevo­
lencia de lo s espíritus de los niños no nacidos que odiaban a los que vivían
porque ellos habían quedado privados de Ios-placeres de la vida» C reo que
ese patrón general polinesico había sido reinterpretado en h& M arquesas para
ajustarlos a conceptos locales. T oda la institución d el fanaua parece ser pe­
cu liar de ja s islas M arquesas, En casi todos los lugares d e Polinesia, se encuen­
tra n espíritus familiares m asculinos de dos m aneras. U na de ellas era m ediante
un vínculo de parentesco que. capacitaba a la m ujer para contrplar al espí­
ritu de un. pariente varón de la línea ascendente, pero solamente en el caso
d e q u e éste se careciese voluntariam ente. E l otro m étodo consistía en que la
m ujer en cuestión m antuviese relaciones con el fanaua valiéndose d& sq a tra o
tivo sexual. Este caso se producía también por voluntad del espíritu m asculi­
no que se enam oraba d e la m ujer. Este últim o vínculo era sem ejante s las
relaciones individuales que se establecían entre los adolescente^ varones y
hem bras que formaban parte del grupo d e los Uaiois. El fallecim iento de la
m ujer, después del cual se convertía ésta e n esposa del fanaua, correspondía
al cambio operado en el vínculo que venía aparejado al acto d el m atrim onio
y a la fundación de la com unidad familiar. Com o ya hemos indicado, si gsa
unión perm anente resultaba desagradable para la m ujer, podía ésta tratar de
persuadir al fanaua d e que m atase a alguna otra m uj^r que ocupaba así el
lugar de la primera.
Los magos, a diferencia de las poseedoras dt fanauas, podían ser tanto
hom bres como mujeres. Tam bién el mago tenía un espíritu o espíritus familia-,
res, pero u n a persona determ inada podía convertirse en mago bien m ediante
su elección por un espíritu o bien estudiando la magia, con la subsiguiente ad­
quisición de un espíritu. En este último caso, el mago, después de haber
com pletado su instrucción, pero antes de comenzar a practicar la magia, debía
m atar a un pariente próximo d e la línea ascendente em pleando para ello
procedim ientos mágicos. Este pariente lo mismo podía ser hom bre que m u­
je r, pero la forma m ás eficaz que tenía el mago para adquirir un espíritu
fam iliar poderoso consistía en m atar a su propia m adre. El mago dom inaba
al espíritu de la persona a quien había m atado y lo obligaba a servirle. Los
196 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

espíritus familiares de los magos podían ser de cualquiera d e los sexos y ac­
tuar contra personas pertenecientes a cualquiera de los dos* Se podía ejercer
la magia enviando directam ente al espíritu para que hiciese enferm ar al ene­
migo o bien valiéndose de un cebo. Las enfermedades del embarazo y del
parto se atribuían siempre al fanaua y nunca a la magia m aléfica. El uso
del cebo se ajustaba a un modelo mágico fam iliar, consistiendo aquél en un
m echón de los cabellos de la persona o, en el caso de que fuera imposible ob­
tenerlo^ u n trozo de su vestido o cualquier otro objeto que hubiese estado en
intim o contacto con ella. Me contaron los indígenas que al em plear esa prác­
tica rio se actuaba sobre una parte determ inada de la personalidad de la
víctima sino que se trataba, más bien, de poner sobre la pista al espíritu
fam iliar como se hace con los perros de. cara. U na vez puesto así éste en
contacto con el objeto en cuestión, encontraría a la persona a quien pertene­
cía y la dañaría o m ataría. El mago tenía la facultad de poder llam ar a sí al
espíritu fam iliar e n caso de que se efectuase la correspondiente compensa­
ción. Es interesante hacer notar que n o parece que existiesen en la magia de
las islas M arquesas rituales especiales para preservar a las obras en construc­
ción de los daños que la magia de los rivales pudieran inferirles n i para
im pedir el éxito d e otra persona en su labor. La presencia d e la magia hostil
se manifestaba en form a dé enferm edad ó m uerte pero ño en el fracaso en
la obra em prendida. Si fracasaba un trabájo proyectado, q u e habitualm ente
erau b jeto de determ inadas form alidades rituales relacionadas con el mismo,
rilo se debía a q u e el trabajador ño había efectuado su m agia debidam ente
y no a defecto alguno del hechizo en sí mismo;
U n aspecto desoM icértante de la m agia d e las islas M arquesas era la
atisencia completa de am uletos que pudieran ser empleados tan to para la de­
fensa como para asegurar el éxito en cualquier actividad em prendida. La idea
d e llevar amuletos parecía ser enteram ente desconocida de los indígenas. M e
había acostum brado durante la guerra a llevar una medalla d e identificación
colgada del cuello y la llevaba todavía cuando llegué a las islas. Los indígenas
se m anifestaban m uy extrañados al verla y no menos incapaces de com­
prender la explicación que les daba al decirles que se trataba d e un am uleto.
Algunos profesionales tenían imágenes d e sus familiares pero no eran ne­
cesarias.

FOLKLORE Y LEYENDAS

He tomado d el libro de Handy1 algunas de las leyendas de las islas


M arquesas. T rata u n a de las narraciones de los luúois que juegan al lanza­

1 E. S. Craighill Handy, Morqueson Legends (Honolulú, 1930).


FOLKLORE Y LEYENDAS 197

m iento de la azagaya. El héroe aseguraque su azagaya debe atravesar la oreja


d é Tim unief. Pronuncia un hechizo sobreaquéllá y hace lo q u e desea. T im u-
nief saca la azagaya y se m ete en la caverhsL El héroe sale después en busca
d e u n m ástil para su canoa y desembarca eft la cueva de Tim unief. Eix**eft-
tra allí un árbol elevado y lo corta pero TimunSef sujeta la copa del m ismo.
T rep a por él y Tim onief le amenaza con m atarlo por haberle atravesado la
oreja y haberla desgajado. El la hace su esposa, aunque ella vacila p ara ter­
m inar cediendo, después de “haber m ostrado m alos modales”, es decir, se
lam e los labios y saca la lengua.
Prepara d ía una canuda compuesta d e ratas y lagartos. E l la ofrece lle­
v arla consigo a Su país donde el alim ento es bueno, y se m archa con engaño.
E lla le signe, pronuncia u ít hechizo que hace dorm ir a sus gentes» lo rapte
m ientras está dorm ido y se lo lleva a su cueva. Se despierta él aterrorizado.
Le recrim ina ella por su engaño y lo amenaza con m atarlo y comérselo. Le su­
plica él que no se lo coma y se excusa por haberle mentido. Hacen después
la s paces y él se vuelve a su país donde se hace hum o. Después tiene ella
hijos y term ina la historia.
O tro cuento se refiere a una m ujer que tiene tres hijos a los que cría en
lugar d é entregarlos en adopción. Los envía en busca de alim entos; los recogen
y se duerm en. Lá m adre roba los cestos de comestibles y los esconde tras
•de su espalda. Los niños echan de menos los cestos de comestibles p ero la
m adre niega saber nada de ellos. Los vuelve a enviar en busca de álim entos
y ocurre lo mismo diez veces seguidas. Sospechan entonces los niños q u e la
m adre es antropófaga. La engañan y traen una cesta de anguilas que la ma­
dre se pone en la espalda y m uere. A ntes de m orir dice a sus hijos que plan­
ten una semilla en su espalda. Como tem en a su espíritu la entierran en el
suelo y crece un árbol frutal. La m uchacha quiere la sem illa. Se comen
el fruto, y derriban el árbol y la madre vuelve a la vida. Después persigue a
sus hijos y los amenaza con matarlos y comérselos. Huyen hasta u n a isla
a la cual no es capaz de subir la madre. N o encuentran allí alim ento pero
plantan la semilla que salió de la madre. Fructifica ésta y se comen el fruto.
La m adre logra en trar en la isla y, finalm ente, quiere trepar por el pelo de
la m uchacha. Así lo hace y cuando el herm ano corta el pelo de aquélla, la
m adre cae y se m ata. Los hijos se sienten entonces a salvo. T om an el cuerpo
de la m adre y lo asan. N o se menciona el que se lo coman. U n o de los her­
m anos es un glotón y no solamente se come los alimentos sino tam bién los
utensilios. M uere como consecuencia de haber comido cocos prohibidos de
propiedad de un jefe. La m uchacha es cortejada por dos jefes, uno de los cua­
les m ate al otro.
198 LA CULTURA DE LAS ISLAS MARQUESAS

O tra historia trata de un bello ham bre casado, a guien raptan las vehm i-
/uji. Su esposa se lanza' a la persecución, p ero no logra alcanzarle y m uere.
Las tres mujeres salvajes preponen copierse a l joven. U na de ellas alega q u e
nada han de ganar- con comérselo. La buena ogresa am onesta a la m ala y
ésta últim a se transform a e a u p a b e lle z a .D e ja .d e ser cernedora d e hambres
-if el joven capturado se. queda con ellas.
-T rata oirá d e esas narraciones del incesto entre padre e hija.. U n hom ­
b re está casado-con u n a m u ja pero cuando ésta se encuentra em barazada
d e tres meses, la abandona por o tra m ujer. L a prim era da a luz una hija
q u e según crece va adquiriendo gran belleza. El padre de la m uchacha oye
h ab lar de su belleza y, e n unión de-otros m ás,, busca-sus favores sin saber
-que es su propia hija. Llega en ocasión en q u e tanto la m adre com o los her­
m anos de la m uchacha están ausentes en busca de alim entos d u ran te una
época de escasez. Tom a a la m uchacha. Regresa la m adre .y la h ija le cuenta
su aventura. La m adre reconoce e p el ham bre al padre de la m uchacha.
Recrim ina prim ero a ésta y después al padre ,y después los presenta e l uno
al o tro como padre e hija. Todo lo q u e parece ocurrir es que la h ija está aver­
gonzada y la m adre le prohíbe tener relación carnal con cualquier otro hom­
bre. Pero n o p o r m ucho tjem p^ porque los hom bres sep p n en a b u s c a r para
q u e s e llare a la m uchacha a un hom bre con la piel tan blanca com o una
n tie z ^ e <PCQ.* E ncuentran upo pero la abandona; ella se m uere de pesar,
p ero resucita por virtud d e la nostalgia de éL2

2 La blancura de la piel se considera en las isba Marquesas como una señal de belleza.
i’ v

dAPrrüíjo vi ■Tc
ANALISIS DE LA C Ü LTU RA í> £ LA S ISLAS M A RQUESAS ^

seria posible obtener un texto m ejor p a ta


D if íc il m e n t e r e l raíbr
del m étodo y de las conclusiones que hemos expuesto con aritenortaaq^ que
el q u e nos ofrece la descripción que de la cultura de Ias islas M arquesas nos
hace el Dr. Linton. C on ella y con la inform ación complementaria contenida
en las Marquesan Legends de H andy, disponemos' de datos su ficien t^ para
tener una am plia visión d e la estructura de la personalidad en esá sociedad
y poner de m anifiesto las interconexiones funcionales de las diversas insti­
tuciones. No quiere esto decir que los datos satisfagan todos los requisitos.
H ubiéronos debido em plear una cantidad de infonnes m ucho m ayor sobre
algunos puntos específicos; esta deficiencia, sin embargo, no puede, ser preci­
sada hasta que se ponga de manifiesto la inform ación que falta. Soto seria
¡x¿ible .obtener esa inform ación m ediante el estudie* personal^ íhdjmc¿ de va­
rios individuos de ambos sexos, de diversas funciones y status. La p o sp o n
de ese m aterial ños daríq un cuadro más vivido de lá sociedad en acción y
señalaría las interconexiones dinámicas entre las instituciones, c o n c o n e s cuya
im portancia se destruye en parte por la necesidad en que se ve el etnógrafo
d e redactar y clasificar sus date». Debemos espérar, por lo tanto, q u e nues­
tro análisis presente m uchas fallas y que no llegue a presentar el fren o deci­
sivo que actúa sobre el individuo.
Este rd a to tiene, p ara nuestros propósitos, la virtud adicional d e que se
refiere a una sociedad y cultura que presentan muchos contrastes espectacu­
lares con la nuestra. Es ésta una circunstancia de la que se p u e d e sacar
partido. Si nuestras conclusiones relativas a las acciones recíprocas entre el
individuo y l a institución en nuestra propia cultura son exactas, deberemos
poder comprobar su validez m ediante la comparación. Si un conjunto de
instituciones crea ciertas constelaciones psicológicas en el individuo^ no debe­
rem os encontrar las constelaciones resultantes en tina cultura de la q u e están
ausentes las instituciones en cuestión.
Los datos que nos facilita el D r. Linton son de diversos tipos. M uchos de
ellos se derivan de experiencias reales, algunas de relatos de inform adores y,
por últim o, pero de gran importancia, otras proceden de im presiones perso-
199
200 LAS ISLAS MARQUESAS

nales con respecto de ios sentimientos y actitudes de los indígenas* N os da


cuenta nuestro etnógrafo de que los niños de esa cultura presentan una con­
fianza en sí mismos poco corriente. Observa, más adelante, que se trataba a
las m ujeres con cierto despego y desdén constantes* Esas impresiones son de
gran valen:* Pero puede suscitarse alguna discusión acerca d e la convenien­
cia de d a r a tales impresiones la categoría de hechos comprobados y de basarse
en ellas para deducir conclusiones importantes* A unque esas impresiones
se encuentran separadas de la exposición etnológica, deben relacionarse con
el conjunto institucional. Son trozos de prueba indirecta, resultados finales
d e una complicada serie de acciones recíprocas* N o podemos com probar la
exactitud d e esas impresiones; pero el hecho de que el observador las haya
anotado constituye para nosotros un indicio de que son psicológicamente ad­
misibles y consistentes.

EXAMEN GENERAL

Para estudiar sistem áticam ente una cultura, hay que establecer en prim er
térm ino lo que podría llam arse u n foco psicológico* El cúmulo de institucio­
nes que, aparentem ente, guardan poca relación én tre sí, llega a confundim os
u n p o ca A mayor abundam iento, es difícil hacer valoraciones subjetivas acerca
d e la importancia relativa de u n rasgo. El procedim iento m ás seguro es, por
lo tantos tratar prim ero de aquellos rasgos cuyo significado podemos fijar
y d e los cuales podemos obtener alguna orientación psicológica. Si inten­
táram os form ular cualquier explicación del “suicidio racial1’ de ese pueblo
nos expondríamos a hallam os en una situación demasiado difícil de resolver
y en la cual habrían de fracasar todos los esfuerzos endopáticos puestos a con­
tribución. N i tampoco debemos fiamos de su racionalización, d e que no quie­
ren que sus hijos sean esclavos de los franceses. N o comprendemos a esa
cultura suficientem ente bien p ara apreciar las incom patibilidades psicológicas
creadas por el contacto con las instituciones francesas.
Beto hay también otros rasgos característicos cuya significación puede ser
precisada inm ediatam ente. Es imposible librarse d el convencimiento de que
estam os tratando con una cultura en la cual desem peña un papel principal
la ansiedad de alim entación. Si la ansiedad de alim entación no es sentida
d u ran te largos períodos —porque el sum inistro de comestibles es abundante
e n tre los momentos de escasez— es, por lo menos, probable que m uchas de
las instituciones fuesen originalm ente defensas contra esa ansiedad por más
qu e puedan servir para otros fines en la actualidad. Pero la ansiedad d e la
escasez imprevisible es suficientem ente real para m antener vivas a esas insti-
LA ESCASEZ DE MUJERES 201

tücione» y confiarles alguna fundón de defensa contra dicha ansiedad o d e


compensación d e la misma.
U n segundo punto focal que pódanos d etectar inm ediatam ente es la
disparidad num érica entre los sexos y aquellos ‘aspectos de k organización
social anexos a ese hecho básica Es esta una circunstancia que d eb e influir
en la adaptación de cada u n o de los individuos d e esa sociedad, i:
E l tercer punto focal es el carácter de las disciplinas básicas a la» cuales
están sujetos todos y cada uno de los individuos. El candaste e c o nuestra'
propia cultura es extrem adam ente m ateado e n este p u n ta Es este rasgo ca-
racterisrico el q u e suscita la mayor curiosidad y el que nos ofrece la m ejor
oportunidad para observar los efectos de la ausencia de disciplinas prohibi­
tivas e n contraste con otras culturas en las q u e están presentes.. <.
Esos tres puntos focales bastan para comenzar nuestra investigación. U na
vez q u e hayamos encontrado las ramificaciones de las constelaciones origi­
nadas p o r esos factores estarem os en situación d e intentar d ar respuesta a otras
cu estio n o . Algunas de éstas son las siguientes: ¿Qué clase de estructura d e
k personalidad se desarrolla bajo k influencia d e esas instituciones? ¿Dónde
está centralizado el control d e la agresión m utua? •¿Qué clase de super-ego se'
desarrolla bajo esos condiciones? ¿Cuáles son los productos d e k fan taak
q u e caracterizan a una criatura de esas instituciones?

LA ESCASEZ DE MUJERES

E l hecho d e que haya una proporción d e dos hombres y m edio por cada
m ujer es una condición social básica. La causa d e esa disparidad constituye
un asunto de considerable entidad, pero acerca del cual no podemos dedu­
cir ninguna conclusión exacta. Si es un fenóm eno natural, mi significado es
diferente del que tendría si fuese inducido artificklm ente por el infantifidó
de k s hembras.1 Los indígenas niegan que exista la costumbre de m atar a
los recién nacidos de sexo fem enino y ningún observador ha aportado jam ás
prueba definitiva en una u otra form a. Sea su causa la q u e fuere, esta escasez
de m ujeres produce una situación que afecta a todos los aspectos d e la so­
ciedad de las islas M arquesas. Influye en k estructura d e k fam ilia; afecta

1 Existen otras sociedades en las que la proporción entre varones y hembras es la mis­
ma que en las Marquesas, y e n las cuales se ha podido comprobar definitivamente que no
existía el infanticidio de las hembras; las sociedades aludidas son los samaritanos y loa
indígenas de la Isla de Pascuas. Se sabe que esta disparidad numérica existía en las Mar­
quesas desde siglos antes de que los franceses las ocuparan. Este hecho no puede compa­
ginarse, en modo alguno, con el “suicidio racial” que los nativos han llevado a efecto.
Vid. H . M. Huxlev, The ]ewhh Enciclopedia (Nueva York, 1916), vol. x. rp. 675-676.
202 LAS ISLAS MARQUESAS

a la relación en tre los hijos y sus padres y con los maridos secundarios y la de
los hombres en tre sí. Produce, igualm ente, una rivalidad extraordinaria en­
tre las mujeres*
Examinemos, en prim er lugar, la situación en lo que se refiere a los
hombres* Con arreglo a las pautas conocidas en nuestra cu ltu ra —y lo mis­
mo en otras—• debería existir una cantidad considerable d e celos en tre los
hombres, tanto e n tre los cortejadores como entre el m arido principal y
los secundarios. Sin embargo, por “n atu ral” que pueda ser ese sentim iento
de celos, debemos reconocer que la intensidad d el deseo d e poseer exclusiva­
m ente a una m ujer o de desplazar a cualquier otro que la posea, tiene que
depender de a n a m ultitud de condiciones secundarias que pueden intensifi­
car grandem ente ese sentimiento* La im portancia de la paternidad, la exis­
tencia de enferm edades venéreas, las obligaciones económicas para con la
m ujer anexas al m atrim onio, la existencia del am or rom ántico, el especial
valor asignado a la potencia viril, s o n — todos ellos— factores que pueden
intensificar ios celes, pero que no los crean* C uando nos encontram os con
tres hombres que viven ¿untos en m atrim onio con una sola m ujer, sin que
haya ninguna m anifestación de celos, tenem os que suponer o que no se sien­
ten o q u e se ha llevado a cabo una adaptación a la situación en alguna forma
m ediante un sistem a de represiones o com pensaciones y que se puede obtener
algún beneficio m erced a esos procedimientos.
En la m ayoría de los casos, el m arido principal y los secundarios se lle­
van dentro de la m ayor armonía* Se h a notado, sin embargo, que los celos
se manifiestan con cierta frecuencia cuando se embriagan, pero que el ofensor
presenta sus excusas cuando se serena. Ocasionalm ente se produce u n ase­
sinato originado p or celos sexuales. Por otra parte, se sabe que los indígenas
se suicidan como consecuencia del am or rechazado o de la incapacidad de
obtener acceso a u n a m ujer determinada* Esto ocurre principalm ente entre
los solteros y, en ocasiones, en el caso d e una m ujer casada que se enam o­
ra de u n hombre q u e no form a parte d el grupo de sus m aridos legales* Se
sabe también que los celos sexuales surgen frecuentem ente entre los niños
durante sus ejercicios sexuales prem atrim oniales. El mero hecho de que se
manifiesten los celos basta para indicar que se les m antiene controlados en
las condiciones norm ales y que pueden darse fuertes afectos cariñosos y
sexuales.
Los factores q u e m ilitan contra los celos francos son m uy numerosos.
Está en primer lugar el hecho de que el niño observa en su propia comuni­
d a d doméstica que un a m ujer cuida de aten d er a las necesidades sexuales de
varios hombres. Tenem os tam bién el hecho de que la finalidad sexual no
está nunca sujeta a prohibición alguna y puede ser ejercida librem ente por
LA ESCASEZ DE MUJERES 203

el niña, en condiciones m uy semejantes a las d e Jos adultos* Esos factores


tenderían a l a presencia en el hom bre d e u n a actitu d de perm itir Ja satis*
facción sexual de los dem ás con el rmstnb ebjeto q u e perm ite la suya, sin
m erm a de la propia estim ación. Esa situación puede tender tam b ién a d ism i-
n u ir k probabilidadde crear la asociación entre las relaciones de cfuriño y
lassensuales. E nuna; sociedad donde no se pesie obstáculos a las relaciones
sexuales en la infancia, es muy probable q u e quede oscurecido el significado
d el cariño en tales relaciones. El hecho es q u e todo e l mundo goza d e a b u n -
dantes oportunidades d e obtener k Satisfacción sexual, sin m ás4 íin it$ qu e
los lim itados tabús que com prenden a los herm anos y padres*
Sena d e esperar qu e esos factores tendiesen a dism inuir la utilidad fun-
cional de los celos c o it o expresión de la propia estim ación lesionada. Su apa­
rición es, en consecuencia, tanto más notable y es prueba evidente d e que
todos los factores antes m encionados no im piden la existencia d e los celos.
T ienden solamente a dism inuir los celos que son indicio de la dism inución
de la propia estimación pero no a los que surgen de una atracción biológica
poderosa; En los prim eros el juego de la emocióp surge, en gran parte, d e
la com paración con otro hom bre que tiene derechos legalm ente reconocidos;
e n los segundos se origma de la poderosa necesidad d e l objeto am ado. Debe-
m os buscar otrd juego d e fuerzas que hagan aceptable k supresión d e los
celos en aras de k conservación de otros intereses prim ordiales —supresión
m antenida, bien m ediante sanciones contra sus m anifestaciones o bien por
u n conocimiento cierto d e la perturbadora influencia de los celos en toda
la sociedad. Los celos entre los hombres dislocarían todo el sistem a d e p ro ­
ducción; no ocurriría lo mismo como consecuencia d e los celos entre las m u­
jeres y de aquí que en tre éstas se m anifiesten ostensible y violentam ente.
N o se h a hecho m ención de las sanciones contra los celos; p ero abunda
k prueba de que m erced a su supresión se preserva un interés más im por­
tan te: queda asegurada la solidaridad y colaboración de los hom bres para
fines que requieren la cooperación común. Recae sobre los hom bres la m ayor
parte de la obligación d e producir alimentos y d e m anufacturar los artículos
d e uso corriente y este últim o hecho se rekciona, en último térm ino, con la
ansiedad de alim entación. Las mujeres son ta b ú en aquellos lugares en que
los hom bres necesitan cooperar para conseguir el alimento, com o en los si­
tios de pesca. Las m ujeres son tabú para los guerreros antes d e la batalla
— uno de los tabús m ás comunes, racionalizado por lo general sobre la base
d e que las relaciones sexuales privan al hom bre d e su vigor— , Por otra
parte, una m ujer puede detener una guerra dando al camino el nombre de sus
genitales. Esta última costum bre lleva a dos interpretaciones posibles: la de
que luchar sobre los genitales de una mujer significa u n desastre o la de que la
204 LAS ISLAS MARQUESAS

mujer puede ejercer un gran poder sobre los hombres gradas a la posibilidad
d e negarles los favores sexuales. Estas explicaciones son especulativas* La
explicación de q u e este poder de la m ujer para im pedir una guerra se debe
al tem or d e los hom bres a la castradón está fuera d e casa Es inadmisible en
una cultura donde el conocimiento de la función de los órganos sexuales, tan­
to en el hom bre com o en la m ujer, se aprende desde la m ás tierna infancia
m ediante la observación y la experiencia directa.
Pero existen otros fundam entos m ás inmediatos para la supresión de
los celos: no cabe d u d a de que tanto el m arido principal com o los secunda­
rios derivan m utuas ventajas d e esa supresión. El m arido principal, lejos de
mostrarse m anifiestam ente celoso, em plea a su esposa com o reclam o para
atraer a los hom bres deseables como m aridos secundarios. E l prestigio y el
poder del m arido principal se realzan m ediante ese procedim iento. El ma­
rido principal, tiene, por lo tanto, m ucho que ganar con q u e los maridos
secundarios estén sexualm ente satisfechos, porque la unión sexual de estos
últimos tiene lugar solamente previo el consentim iento de aquéL Los ma­
ridos secundarios, por su parte, tienen m ucho que ganar, p o r cuanto a se­
guridad se refiere, de su lealtad al m arido jefe y si se trata d e u n a comunidad
doméstica im portante, tienen tam bién m ucho que ganar en cu an to a prestigia
Esta rebaja de los celos y la conservación de la solidaridad m asculina tiene
algunas secuelas tm iy interesantes. Existe, en prim er lugar, u n a decidida dis­
minución d e la im portancia de la paternidad, por m ás que el hecho biológico
d e la misma se aprecia en todo su valor y la m ujer sabe siem pre quién es el
padre de su h ija 2 Esta falta de im portancia asignada a la individualización
de lá paternidad es tanto más notable en un lugar donde la genealogía se
cofnpüta por la primogenitura, es decir, m ediante el hijo de m ás edad, varón
o hembra. U na prueba más de esa lenidad se pone de m anifiesto en la fre­
cuencia y facilidad de la adopción y d e su categoría de equivalente social
del vinculo biológico, y en el hecho d e que el primogénito se convierte en
heredero de la potestas fam iliar sin tener en cuenta quién sea su padre, por
máM jue, en la m ayar parte d e los casos, sea el m arido principal.3
La superior im portancia dada, inconscientem ente, a la solidaridad mascu-
lira produce aria segunda y más im portante consecuencia y es el hecho de
que, a pesar de su escasea se trata a la m ujer con despego y desdén y de que
en el folklore se presenta constantem ente a la m ujer bajo u n a luz desfavora­
ble, cono tina bestia antropófaga voraz. Si damos por supuesto que el folklore
se transm ite, en gran parte, por interm edio de los sacerdotes ceremoniales,
2 Se debe esto a una especial técnica anticonceptiva practicada por los hombres (Linton.)
3 En cierto modo, la primogenitura tiene en esta cultura la significación de una ascen­
dencia matrilineal, salvo cuando ha tenido lugar la adopción.
RELACIONES INTERFAMILIARES 205

qué son exdúriVamefite varóries,podrem os apreciar derto® indicio® d é pre­


juicio en esta representación p ard al. Pero esté prejuicio es tffta opinión m ascu­
lina y constituye una prueba positiva del odio* y desconfianza, profundam ente
am igados, hada la m ujer. Podemos, p a tio tánt*v sacar la conclusión d e que
una de las consecuencias de la supresión de los célos é n tr e te hom bres és la
de que la agresividad e x p re sa d aé n la pasión de los celos u odio de Un hom ­
bre contra otro* se desplaza hacia la m ujer.4
’ Esa actitud d e d e g re d o con respecto d e lá m ujer tienó m uchos deter­
m inantes en esa sociedad y es algo que no podemos apreciar enteram ente
hasta q u e investiguemos las consecuencias de las disciplinas básicas d e las
islas M arquesas y la relación de los hijos con la m adre, él padre y lo r m ari­
dos secundarios;

RELACIONES INTRAFAMIUARES Y DISOPUNAS BÁSICAS

La exposición anterior**ha mostrado, en gran parte, la relación em otiva


entre el m arido principal y los secundarios en cuanto se refiere a los :éetós
sexuales. Será preciso d iferir d ' examen d e otros aspectos d é ' esa relación
referentes á s itó » relativo, prestigio, potencia económica, capacidad" d e im­
poner lá disciplina y capacidad de éxplot&r, hasta que háyám oírm ^
fe relád ó ri de! niño con la organizadóh d é t e com unidad dom éstica ^ Se­
guido las Krieas d é las lealtades, dfedpfihás y'cfeligatíónes coñsiguientesa la
m ism a." -■ ■
Para obtener ese resultádo debémos planteam os las siguientes preguntas:
¿Cuáles áon las experiendas directas del niño con respecto al cuidado o des­
cuido d e que se le hace efecto durante la infancia? ¿Quiénes sbn los objetos
de los q u e se experimentS el cuidado, lá solicitud o el descuida y chalés son
las consecuendas? ¿Qué disdplinas están instituidas con reladón a la ali­
m entación, control de esfínteres y la actividad sexual y por quién? ¿Cuáles
son las obligaciones y responsabilidades del niño? Si nuestro estudió sé orienta
desde u n punto de vista genético, esta fnform adóii es im portante para des­
cubrir las actitudes del niño h ad a otros individuos y hada sus propios recur­
sos o, en otras palabras, hacia la estructura de personalidad básica.

4 El Dr. WiHard W alker me comunicó una experiencia interesante que fe había ocu­
rrido cuando era profesor en un colegio coeducativo en el que la proporción de muchachos
a muchachas era de cuatro a uno. Las muchachas eran claramente objeto de poca estima»
ción y ligeras indicaciones hechas por cualquier maestro acerca de las “co-eds” tenían gran
éxito entre los muchachos. El antagonismo mutuo entre los hombres seria demasiado
grande en competencia abierta; rebajar a las mujeres constituye una forma de hacerlas menos
deseables y, como consecuencia, hace menos dolorosa la renunciación.
206 LAS ISLAS MARQUESAS

El niño no es amamantado y el procedim iento seguido para alim entarle^


que se ha de$crit» arriba, es bastante rudo con arreglo a nuestras normas. Se
somete al recién nacido a la im presión violenta de los baños de agua fría.
Estos hechos n o pueden ser, en sí mismos, de gran im portancia con respecto
a los efectos perm anentes causados sobre el desarrollo del niño. Son, no
obstante, característicos de la actitud de la m adre para con el h ija El cuida­
do m aternal constituye para la m ujer un interés secundario, ya que el básico
es el de servir d e cortesana a los hom bres. Los pecho? tienen un valor erótico
para la m ujer como estím ulo sexual y, en .consecuencia, se sacrifica su uso
como órganos d e alimentación del niño en aras de su im portancia sexuaL
Para justificar ese proceder se ofrece la explicación poco convincente de q u e
un niño am am antado se vuelve molesto. La ausencia d e la lactancia m a­
terna es la prim era de una larga serie de frustraciones dim anantes de la
m ujer que sufre el individuo.6
El aprendizaje anal se va introduciendo gradualm ente y, aparentem ente,
sin la ayuda de castigos. En realidad no se castiga al niño por ninguna de sus
pequeñas faltas. ,
, La disciplina más im portante o, más bien, la ausencia de la misma, se
relacionaron la actividad sexual. El hecho notable a este respecto es el de que
los indígenas reconocen el im pulso sexual en la infancia y le conceden el
derecho .de libre ejercicio. Se p u ed e incluso decir qqe llegan aún más allá;
inducen al m ñp a la sexualidad m asturbándolo para que esté tranquilo. Este
hecho n o es, sin embargo, u n indicio inequívoco de u n a actitud permisiva
porque^ aparentem ente, nadie tiene interés algupo eq la sexualidad de aquél.
Esto es^al propio tiempo, un indiejo del descuido m aterno^ En el caso de las
niñas, se m anosean los grandes labios para producir placer, pero tam bién para
fom entar el crecimiento de los grandes labios que para los isleños de las M ar­
quesas son u n rasgo de belleza. En otras palabras, hay u n reconocimiento
social d e todas las actividades sexuales en la infancia y no hay restricciones al
estíjpqlq d e ejercitarlas; se les asigna en el m undo del niño el m iaño lugar
que ocupan en el del adulto. Los tabtts se refieren, exclusivamente, a los pbje-
tos, es deqir, a los hermanos y padres. Esos tabús existen, sin género de duda,
con respecto del matrimonio y se m antienen, tam bién, probablemente, con

s En este punto puede discutírsenos justamente 1* licencia de calificar esta de frustra-


pon para el niño. X a influencia ejercida por el amamantamiento sobre el niño va, indiscuti­
b le m e n te más allá de la mera nutrición. La,experiencia verificada con los hijos de guerra»
la mayor parte dé los cuales fueron abandonados por sus madres, mostró una mortalidad
media muy elevada y las enfermeras experimentadas sabían que el mimar» acariciar y es­
timular de cualquiera otra manera al niño» servia para volverlos a la salud* Ferenczi hace
notar acerca de este punto que “lós niños faltos de cariño, mueren*1.
RELACIONES INTERFAMIUARES 207

referencia al coito. La ausencia d e la poliandria fratern al es u n claro indicio


d el acatam iento de los tabús im puestos a los herm anos, lo mismo que lo es la
represión d e los celos entre los presuntos rivales. P or otra parte, esa situación
d e sexualidad libre se m antiene con ininterrum pida regularidad desde la in­
fancia en adelante y los conflictos sexuales del ad u lto no son diferentes d e los
del niño. Com o quiera que la proporción num érica es la misma, aproxim ada-
mente, en tre los niños que en tre los adultos, las situaciones de rivalidad son
iguales en tre ambos, de tal m odo que la situación m atrim onial nq introduce
realm ente nuevos conflictos y de aquí que los celos puedan ser tratados
aplicando las normas aprendidas en la niñez.
Por lo qu e se refiere a esas disciplinas, podemos presum ir que produzcan
u n efecto pronunciado sobre el desarrollo de los recursos. Habremos de espe­
rar la producción de consecuencias en dos sentidos: en la actitud d el .indi­
viduo h a d a esos recursos y e n la actitud con respecto a aquéllos bajo cuyo
cuidado se desarrollan esos recursos.
Por lo que respecta al prim ero, se puede esperar que el desarrollo sexual
se verifique sin ser obstaculizado en. ninguna form a; que la satisfacción
sexual se usará como instrum ento de placer pam compensar de las frustra­
ciones experim entadas en otros sectores; que las perturbaciones, en la potencia
serán desconocidas tanto en tre los hombres, como entre las m ujeres q u e todo
el aprendizaje sexual tenderá a crear un tipo especial de relación con el objeto
sexual. Em plean los isleños el acto sexual como u n elem ento embriagador
durante sus orgías (en unión con la antropofagia), aunque no podemos preci­
sar, fundándonos en las pruebas de que disponemos, hasta dónde se le em plea
como reacción contra las frustraciones. T eniendo en cuenta su actitud con
respecto de los alimentos, es indudable que el acto sexual se emplea p ara huir
de la ansiedad. Las perturbaciones relativas a la potencia sexual son descono­
cidas e n ambos sexos, como lo prueba, en unión de la com próbadon clínica
directa, el hecho de que aunque se practica la m agia maléfica, no se sabe de
nadie q u e se queje de que haya sido em pleada p ara privarle de su potencia.
Q ue se sepa, tampoco se ha hecho uso de la magia para privar de la potencia
a la m ujer, por más que la em plean unas mujeres contra otras, por intercam ­
bio del fanaua, para destruir al feto dentro del útero. Todo esto contrasta con
lo que sucede, con frecuencia, en las sociedades donde ocurren perturbaciones
de la potencia sexual; en ellas se recurre a la m agia negra para explicar ese
fenóm eno.
U n corolario de la ausencia de trastornos d e esa clase es el hecho de que
la potencia viril (y la paternidad) no es motivo d e ostentación especial y no
constituye un m edio característico de realzar la propia estimación. El prestigio
no se estim a en términos d e potencia sino de capacidad de cada uno para
208 LAS ISLAS MARQUESAS

sum inistrar alimentos. Con respecto del tipo de relación de objeto* que-fomen­
ta la ausencia de restricciones sexuales, habríamos de suponer que existiría
una tendencia a dar la preferencia al aspecto sensual m ás bien que a los de
cariño. En otras palabras, el “amor romántico” constituye la excepción; la
mayor im portancia recae exclusivam ente sobre los aspectos orgiásticos de las
relaciones sexuales. Esto nos lleva a la cuestión de los orígenes sociológicos
del am or romántico, tema sobre el cual es necesario un estudio comparado
m ucho mayor. Visto desde esta cultura y en contraste con la nuestra, aparece
el am or rom ántico como un fenóm eno “histeroide”, cuya acentuación debe
relacionarse con la hipertrofia de los aspectos protectores de la paternidad y
con fuertes tabús sexuales de objeto y de finalidad.
La segunda consecuencia que se deduce de la ausencia de disciplinas
severas, se refiere a la actitud hacia aquéllos que cuidan del niño. En este
punto, la situación es bastante complicada debido a la división de esos cuida­
dos en tre el padre, la m adre, los esposos secundarios, el tío m aterno y la tía
paterna. La influencia ejercida por estos dos últim os es remota. O cupan,
nom inalm ente, el cargo de disciplinarios oficiales, pero, como quiera q u e no
hay disciplinas rígidas, sus funciones se reducen a actuar como padrinos del
niño en algunas cerémoiiias.
La principal influencia d e la áusencia de disciplinas restrictivas y d e ins­
trum ento de Castigo como m edios de coerción se ejerce sobre las constelacio­
nes creadas'en tom o a la dependenciá. Se produce en este punto una profun­
da separación entre las actitudes resultantes córi respecto deí padre y de los
maridos secundarios y las adoptadas con relación a la m adre.
, En e l estudio de nuestra propia cultura hemos observado que la disciplina
produce ciertos efectos definidos sobre la personalidad y que la reacción espe­
cífica an te la misma d eterm in a en parte, el carácter del individuo. U n
ejemplo extrem ado del com pleto acatam iento de la disciplina nos servirá para
dem ostrar sus efectos sobre el equipo adaptativo del ind iv id u a
U n hom bre d e treinta y siete años, aquejado de una grave neurosis obse­
siva, m anifiesta, entre otros síntom as, una ansiedad especial de no ser capar
de dorm ir. Soslaya este tem or sometiéndose a un cerem onial en el cual cons­
tituye e l principal elemento e l acto de beberse m edio litro de ginebra. Este
miedo d e no ser capaz de dorm ir se aplica solam ente al sueño nocturno,
m ientras que, cuando la fatiga lo vence durante el día o los domingos, duerm e
oún toda natutaIidad. No siendo capaz de dormir, padece de una larga serie de
vagos terrores asociados con esa imposibilidad, racionalizados en varias form as,
ninguna d e las cuales es muy convincente. Sin embargo, todo el cerem onial es
parte de una preparación para su hora analítica que sobreviene a m edia
RELACIONES INTERFAMILLARES 209

m añana. T an grande es su tem or de retrasarse, que llega media h o ra antea


del m em ento señalado.
Su ansiedad-de dorm ir tiene una historia larga y complicada. D e niño
mostraba el resentim iento habitual frente al hecho de irse a acostar. Esta acri­
tud de resistencia estaba m uy aum entada p ar la circunstancia de que su vida
infantil estaba extraordinariam ente reglam entada, habiéndosele form ulado las
más term inantes prohibiciones relativas a la m asturbación, tos juegos con otros
m uchachos y otras actividades norm ales, prohibiciones m otivadas por el deseo
de sus padres de evitar que se perjudicase a sí mismo y de hacer d e él u n
hombre p erfecta El principal conflicto, el relativo a la m asturbación, se resol­
vió m ediante el acatam iento absoluto de la disciplina, pero con el problem a
adicional de cómo impedir q u e el im pulso surgiese conscientemente. E l insom­
nio estaba asociado con el deseo de burlar el tabú de la m asturbación. Pero el
propio sueño acabó por convertirse, no en un descanso placentero* sino en la
aquiescencia a la disciplina y a todas las disciplinas. A los seis años d e edad
se le obligaba a acostarse d u ran te dos horas después de cerner. Era ésta una
disciplina qiíe se atrevía a burlar. M etía de contrabando en su cam a papel
y lápices y pasaba sus dos horas entregado a las actividades imaginarias más
calenturientas, realizando grandes hazañas.
En el m om ento presente, pasa este paciente la mayor parte de su tiem po
en ponerse en una actitud m ental d e mostrarse com placiente a cualquier cosa
que se le pida. Sin embargo, es muy fácil de descubrir, dentro del m arco de su
sistema de acatam iento, su resistencia a esa disciplina, porque rara vez con­
fiesa la existencia de un deseo autóctono e incluso esos deseos se transform an
inm ediatam ente en órdenes d e alguna otra persona. Así, por ejemplo* e n lugar
de m ostrar su actitud de desafío llegando tarde* llega tem prana E n vez de
dormirse porque está cansado, insiste en no hacerlo, porque es un deb er y
porque puede hacer algo prohibido (m asturbarse) sin o lo cumple. Para sosla­
yar ese sistema debe narcotizar su resistencia recurriendo al alcohoL T uvo el
siguiente sueño después de haber dormido naturalm ente: “Estoy haciendo
el am or a una hermosa m uchacha. Cambia la decoración. Me encuentro en
una habitación en la que hay una extraña figura, como u n busto esculpida
Esta estatua comienza a hablar en form a insolente y m alhum orada y m e voy
enfadando con ella cada vez más. Finalmente, tem o un vaso lleno d e líquido
y lo estam po contra la figura."
Identifica la figura como la imagen de un amigo anciano que es im potente
y tam bién como la suya propia. El m alhum or es el suyo propio por estar
castrado (la impotencia es uno de los síntomas del paciente). El paciente
desea aplastar inm ediatam ente esa agresión y lo hace, narcotizándola con
alcohol. Reconoce fácilm ente en el hecho de hacer el amor a la m uchacha su
m LAS ISLAS MARQUESAS

deseo reprim ido —que se expresa en el sueño de una m anera vaga—, in te ­


rrum pido inm ediatam ente por la fantasía d e aplastar su propia agresión que.
a su vez, se debe a la frustración del deseo sexual.
Com o quiera que ese sueño es producto de un dormir n atu ral, podemos
ver lo q u e nuestro paciente consigue m ediante el alcohol Im pedir q u e el
im pulso o el deseo sexuales lleguen a hacerse conscientes constituye una p arte
esencial de $u sistema de seguridad; pero n o es m enos im portante para él,
im pedir que se m anifieste su protesta contra esa frustración. E l sueño repre­
senta esa situación con toda exactitud: se produce una fantasía sexual; se
interrum pe inm ediatam ente; el paciente se enfurece ante ésa interrupción,
que existe, en realidad, en forma de im potencia; su yo castrado protesta con­
tra ese ultraje; su otro yo (reprim ido) aplasta esa protesta con alcohol y todo
vuelve a normalizarse por cuanto se refiere a m antener a raya el deseo sexual.
Pero al día siguiente se encuentra postrado com o consecuencia d el conflicto.
Todo el sistema de adaptación con el q u e está operando este paciente es
característico de las consecuencias y problem as del cuarto año de su vida.
Representa un tipo m uy extrem ado de aquiescencia a la disciplina. Es im por­
tante, para nuestros fines, proceder a la disección de todos los componentes
d el individuo. Hay que organizar, en prim er lugar, un sistema de defensas
contra el impulso prohibido para impedir q u e surja. Hay que organizar una
segunda defensa contra la agresión causada por la frustración; la agresión se
dirige prim ero contra el progenitor; que es e l verdadero agente d e la frustra­
ción; pero como no puede expresarse (porque el paciente necesita la pro­
tección, el cuidado y, quizás, el cariño del progenitor), la agresión se dirige^
entonces, hacia sí mismo (m ediante un proceso cuya dinámica expondrem os
m ás adelante); deben realzarse los méritos d el progenitor proporcionalm ente
a la inhibición, con el resultado de que la imagen de aquél se- hipertrofia en
d o s sentidos: se exagera su poder-tanto para hacer daño corno p ara hacer bien.
E l daño es, en gran p arte, un reflejo del m iedo a ser abandonado por el proge­
n ito r y se hipertrofia la im portancia de la protección y el cariño que constitu­
yen la recompensa obtenida por la represión. A unque este paciente tiene, en
Ja actualidad, treinta y siete años de edad, este fin de protección predom ina
a ú n en su adaptación. Lo que no sabe es q u e la posibilidad d e ejercer el im­
pulso prohibido deshipetrofiaría, inm ediatam ente, el valor e im portancia de la
protección del progenitor (o de cualquier o tra persona que actuase m. loco
parentisj y realzaría, adem ás, sus propias facultades y haría innecesaria la agre­
sión provocada por su frustración.
E&ta digresión era necesaria con el fin d e aclarar algunos d e los rasgos
característicos de la estructura de la personalidad d e los indígenas de las
M arquesas que nos vem os obligados a atrib u ir a la ausencia d e toda clase de
RELACIONES IOTERFAMILIAKES 211

disciplinas tal como las hemos descrito e n nuestra propia cu ltu ra. En las islas
Marquesas el problem a se divide en dos partes. O arm a d e la disciplina no
es eficaz solam ente por virtud del poder de los padres para imponerla; sino
que su anexo más im portante es la dependencia d el hijo con respecto a los
padres. En este sentido, la dependencia d e l hijo en la cultura d e las islas M ar­
quesas es desigualm ente satisfecha por la m adre, el padre y los maridos secun­
darios, y se hace preciso seguir por separado el destino de cada constelación.
U na consecuencia inm ediata de la relación d e los niños con sus pro*
genitores (en este caso, especialm ente, con el padre) e$ la ausencia de hi­
pertrofia anorm al de la imagen paterna. El curso del crecim iento desde d
estado infantil desvalido hasta la edad adulta, im planta en todos los seres
hum anos una constelación imposible de desarraigar: la esperanza d¡e recibir
ayuda de algún ser superior cuando el individuo se enfrenta con una situación
que excede de sus poderes. Es, por lo tanto, natural que cuando acuda a este
ser superior en dem anda de ayuda utilice los mismos procedimientos que
aprendió de su experiencia al tratar de ganarse la protección de sus progeni­
tores. Así, en las M arquesas, la ausencia de la disciplina no im pide la necesi­
dad de una divinidad, pero el procedim iento em pleado para solicitar su auxi­
lio no consiste en la renunciación a las satisfacciones. En las M arquesas,Ja
lealtad del grupo a i ser hum ano divinizado no existe por el m ero hecho de
que aquél fuera u n progenitor, sino que depende enteram ente de las buenas
obras que la divinidad ejecute. Si el dios no consigue realizarlas, no se inter­
preta su fracaso com o prueba de su ira para borrar la cual tenga que impo­
nerse al grupo u n a serie de frustraciones punitivas, con el fin d e anular los
efectos del placer, en concepto de prueba de arrepentim iento y, por ende,
como derecho a volver a gozar de los favores de aquél. Por el contrario, el
fracaso del dios se interpreta m eram ente como una señal de su ineficacia y
queda el grupo en libertad de trasladar su lealtad a otra divinidad. Esta es
una de las consecuencias de que el niño tenga varios protectores en las per­
sonas de los m aridos secundarios; si uno de ellos no hace nada, el otro ayuda.
El sufrim iento n o tiene valor como m edio capaz de inducir al dios a usar de
sus poderes m áceos en beneficio del individua Ya hemos escuchado el testi­
monio directo acerca de las relaciones de amistad entre los hijos menores y
sus padres; pero esta prueba de su actitud con respecto a un dios, confirma el
hecho d e que no se ha formado la constelación de que la obediencia y el con­
graciam iento de la voluntad de los mayores confieren seguridad.
La actitud con respecto del padre y de los m aridos secundarios tiene que
estar libre de ambivalencia; el niño no necesita hipertrofiar la importancia de
aquéllos aum entando su dependencia m ediante restricciones. Esto origina una
consecuencia extrem adam ente im portante: el papel de la dependencia en el
212 LAS ISLAS MARQUESAS

sistema d e seguridad del individuo. E n ciertos aspectos básicos, el individúe


de las islas M arquesas tiene la oportunidad de un desarrollo irrestricto y tiene
también u n sistem a de seguridad basado sobre la eficacia y una necesidad
menor d e dependencia. El m undo d el niño es como el d e los adultos, sin
responsabilidades. La dependencia de aq u él se asienta sobre una base racional,
no neuróticam ente exagerada, ya que existen m uchos peligros reales en esa
sociedad contra los cuales necesita protección. Existen los peligros de quebran­
tar los tahús, los d e ser raptado y com ido por los antropófagos y el peligro
especial de ser arrebatado por las vehmi~haL La seguridad contra esos peli­
gros se deriva del padre y de los m aridos secundarios. T oda esta situación
impide la form ación en el individuo d e la constelación: “ Si te obedezco m e
protegerás y cuidarás de mi” o, “si quiero que me protejas debo renunciar a
ciertas satisfacciones y sufrir”. El aspecto positivo d e esa situación es la forma­
ción de la constelación: “Puedo querer y actuar por m í m ismo.”
Las relaciones d el niño con la m adre son de orden diferente. Es cierto
que sus facultades disciplinarias, en el sentido de influencia restrictiva, no
son mayores que las del padre, pero no sirve al hijo en concepto de influencia
protectora. El papel desempeñado por la mujer como m adre y, más tarde,
como objeto sexual es el de instrum ento de frustración. Parece deberse a la
proporción entre el núm ero d e hom bres y el de mujeres y al hecho de qu e
éstas deben cultivar las técnicas sexuales y concentrarse en perjuicio de sus
relaciones cariñosas con el h ija La o tra alternativa para referirse a este
hecho, és decir, que las mujeres están relativam ente desprovistas de “ instinto
m aternal”. Se puede llegar a decir que el fomento d e la satisfacción sexual en
el niño es una form a de desviar esas actitudes de dependencia hacia cauces
sensuales. La m adre m antiene tranquilo al niño mas turbándolo y no m ediante
el cariño y los cuidados que necesita d u ran te los años de form ación.
Se deba esto a la ausencia d e interés m aternal en los tem pranos años de la
vida o a las frustraciones subsiguientes derivadas de las m ujeres, debidas a su
escasez num érica, abunda la prueba indirecta de que los anhelos de protección
y amor no son satisfactorios. E n otras palabras: la inseguridad tiene su causa
en los deseos frustrados de dependencia y se agrava por los peligros reales del
m undo exterior. Se encuentran pruebas, que vienen en apoyo de esta afirma­
ción, en el folklore, donde se representa a la m ujer cómo caníbal, como la
seductora, cortio una especié de sirena, com o la ladrona de los alimentos dé los
niños y como la explotadora d e fetos o de los hombres jóvenes. Ninguna
d e esas características está confirm ada p or las costumbres reales de los indíge­
nas de las M arquesas. Pero si consideramos esa prueba indirecta como una
distorsión neurótica, puede ser explicada. Hay q*ue buscar las frustraciones
re a te que existen tras esa grotesca representación d é la m ujer. Las únicas
RELACIONES INTERFAMILIARES 213

claves son el descuido m aterno en la niñez y las experiencias sexuales del


ad u lto que tienen el significado inconsciente de frustraciones. La adopción de
u n niño en una fam ilia después de h ab er cobrado afección a sus propios
padres, debe ser considerada, desde el p u n to de vista de aquél, com o u n autén­
tico peligro provocador de ansiedad.
Debido a la complicación d e la situación real, es difícil analizar la cuestión
d e la dependencia d el niño en esta cu ltu ra. Los verdaderos protectores de
aquél son los m aridos secundarios y, en m enor grado, el padre. La m adre, en
su concepto de protectora y guardadora, pierde en la com paración, aparte
d e l hecho de que descuida al n iñ a Esta situación—junto con la ausencia de
disciplinas restrictivas— constituye la base para la existencia de una actitud
amistosa h ad a los hom bres que predispone a la facilidad que se observa más
tarde en la represión de los celos y que, por comparación, coloca autom ática­
m ente a la m adre e n mal lugar. ¿Necesitamos afirm ar, adem ás, que existen
ciertas necesidades d e l niño que sólo la m adre puede satisfacer? Creo q u e sí;
porque las experiencias de frustrarión con las mujeres no se lim itan a la infan­
cia. Las actitudes d e dependencia y sexuales parecen fundirse para crear esa
imagen de frustración. D urante todo el d o lo vital del individuo no se encuen­
tra ninguna época e n la que aprenda el hom bre a fiarse de la m ujer y conside­
rarla como alguien con cuyo interés y lealtad puede contar. Por cuanto se
refiere a la m ujer, m ientras es niña está sujeta a experim entar las mismas
frustraciones e inm ediatam ente después se ve lanzada a desem peñar el mismo
papel sexual que la m adre.
Tal representación de la m ujer en el folklore y en los m itos puede inter­
pretarse desde varios puntos de vista: puede representar alguna situadón del
rem oto pasado, q u e fue resultado de circunstancias olvidadas hace m ucho
tiempo, pero que se ha perpetuado y a la que se ha dado una nueva significa­
ción en la vida actual; o podemos inferir que los mitos, tal como se presentan
hoy, son ya adaptaciones de otros más antiguos y que, por lo tanto, expresan
conflictos y frustraciones corrientes. La prim era opinión no puede demostrarse,
y sea o no cierta, n a altera m ucho la actitu d que nos vemos obligados a adop­
tar de que expresa tensiones corrientes. Esto hace surgir toda la cuestión de la
función de la fantasía. N uestras prem isas y métodos nos im piden dar por
supuesto que esas fantasías sean creaciones autóctonas sin relación con las
realidades presentes en la situación social viva.
Si esos mitos responden a realidades presentes, debemos preguntarnos, en
primer térm ino, q u é especie de situación real puede crear esa representación.
E ntre esas situaciones posibles se cuenta el trato cruel, la imposición de disci­
plinas severas; el hecho de que el objeto no sirva para satisfacer una necesidad
imperiosa im portante, que provoca, en consecuencia, en el individuo la nece-
214 LAS ISLAS MARQUESAS

sklad de reprim ir ese anhelo. Pero el único factor que podemos identificar de
modo definitivo en las M arquesas es el últim o de ellos.
Por lo que respecta al contenido de esos mitos, se representa a la m ujer
como caníbal, como explotadora de los hombres jóvenes y como ladrona de
los alim entos d e éstos. La representación de la m ujer como caníbal es una
im portante distorsión de la realidad, ya que en ésta los verdaderos antropó­
fagos y cazadores de niños son los hombres. Las frustraciones se refieren,
evidentem ente, al alimento y al sexo. Se podría decir que no es sino una
forma conveniente de representar el m iedo a m orir de ham bre y que la incul­
pación por la ausencia de protección adecuada recae sobre la madre. Según
Rank, ese miedo de ser comido por la m ujer representa el deseo de volver al
útero. E n esta form a, la interpretación carece de im portancia. ¿Por qué habían
de desear volver? Es una especie de interpretación usada corrientem ente en el
psicoanálisis donde se considera al contenido “inconsciente” (la vuelta al claus­
tro-m aterno) com o el motivo de la fantasía sin hacer referencia a la frustra­
ción particular de la cual la fantasía es una reacción. Roheim consideraría
esas fantasías com o reflexiones de un ten o r originado en el m uchacho por el
hecho d e ser testigo del coito de los padres. C on ese espectáculo se excita
el muchacho^ pero su orgullo m asculino sufre: “C uando ella parece rehusár­
sele, la convierte en un dem onio antropófago.” 6 Es ésta una interpretación
muy débil e incom patible con otra d el mismo Roheim: “Todo traum a del cual
es responsable la m adre, contiene dentro de sí el peligro d e tareas sin resolver
y de deseos insatisfechos, y puede contribuir a form ar un concepto siniestro
de la m adre com o antropófago salvaje dotado de u n peligroso órgano geni­
tal.” T D ebe notarse que el concepto de los órganos genitales femeninos peli­
grosos no se encuentra en las islas M arquesas. Este rasgo es lo que hace m ás
que probable que el traum a en cuestión no sea de carácter sexual.
El hecho de que la m adre m otive la frustración es bastante d efin itiv a
Pero queda todavía el problem a de en qué consiste exactam ente esa frustra­
ción. Si lo consideramos como dependencia, necesidad de ayuda, ¿por qué no
lo satisfacen el padre y los m aridos secundarios? ¿O hay algo específico en el
cariño m aternal que no puede sum inistrar el guardián masculino? La m isma
pregunta puede form ularse con respecto de la frustración del hombre adulto
en la m ujer.
En esa sociedad el varón, tanto niño como adulto, m uestra la incapacidad
de confiar en la m ujer o de sentir que ésta le tiene devoción. Constituye un
problema determ inar si es ésta una necesidad hum ana básica. No sabemos•

• Géza Roheim, The Riddle of the Sphinx (Londres, 1937), p. 32.


* lbidt p. 33.
RELACIONES INTERFAMILIARES 215

m ucho acerca del papel de la ternura m aternal e n la form ación de la per-


sonalidad; sólo sabemos que el desvalim iento original y el desarrollo retardado
hacen del cariño m aterno8 una respuesta satisfactoria a la dependencia del
niño. Tampoco se com prende en absoluto qué relación existe entre la depen-
dencia del hijo con respecto de la m adre y el desarrollo de las actitudes
sexuales. Si no se com prende esto, no se puede form ular u n a respuesta convin­
cente acerca del significado del com plejo de Edipo. El sentim iento de la
dependencia frustrada depende de los peligros a que ha d e hacer frente el
niño y aunque no esté sometido a restricciones, los peligres reales continúan,
sin embargo, siendo reales*
La situación en las islas M arquesas es notablem ente diferente de la nues­
tra. En nuestra cu ltu ra, la situación de dependencia entre el hijo y la m adre
no está deformada por la ausencia de cuidados, sino por la introducción de
las disciplinas restrictivas; en las M arquesas, la dependencia norm al está frus-
trada, pero no se im ponen disciplinas restrictivas* Que esa ausencia d e disci­
plinas no constituye una compensación d e los cuidados necesarios, lo demues­
tra am pliam ente la representación despectiva de la madre en el folklore de las
islas M arquesas. Las restricciones tienden a aum entar y prolongar esa depen­
dencia con la consiguiente hipertrofia d e la imagen m aterna, pero satisfacen,
evidentem ente, un a necesidad im portante del niño. El cariño m aternal es,
aparentem ente, u n im portante anexo para el crecimiento y el desarrollo.
Las consecuencias ulteriores de la s relaciones entre el niño y sus pa­
dres en las islas M arquesas són: una independencia precoz — hecho subte el
cual llam ó nuestra atención el doctor Linton— y una confianza en si mismo
notable en com paración con los tipos europeos de conducta de los seres huma­
nos de la misma edad. A m bas se ponen de m anifiesto posteriorm ente me*
diante la institución de las bandas de niños que son, para todos los fines, una
copia de la vida d el adulto sin sus responsabilidades.
La situación d e los hermanos no m uestra en las islas M arquesas rasgos
muy extraordinarios. La ausencia de la poliandria fraternal y el hecho de que
un hombre solam ente pueda llevar vestidos tejidos por uno de sus parientes
del sexo fem enino, que son sexualm ente tabú, indica el carácter obligatorio de
esos tabús. Sin embargo, la rivalidad en tre los hermanos está indiscutiblemen­
te dism inuida por la existencia de oportunidades iguales para la satisfacción
sexual y por el hecho de que aquéllos tienen amigos comunes en las personas
de los maridos secundarios y un "enem igo” común: la madre* Más adelante

8 Para una exposición muy sugestiva de este tema, vid. Margaret Mead, Sex and Ttrrv-
perament (Nueva York, 1935). El contraste d e la ternura maternal e n Arapesh y Mundugu-
more es muy notable.
216 LAS ISLAS MARQUESAS

tratarem os de la im portancia del primogénito; pero no existen indicios de que


esa situación sea causa d e conflictos desmedidos.
Podría esperarse q u e las relaciones m ás cariñosas de la fam ilia existen
en tre el padre y la hija. El hecho es que n o se encuentran narraciones rela­
tivas al incesto entre la m adre y el hijo, pero si entre el padre y la hija.
La investidura del hijo primogénito (varón o hem bra) con la potestas
fam iliar y el reconocimiento de las genealogías siguiendo las líneas de los
hijos primogénitos, son fenómenos que no podemos explicar. H ay demasiados
factores desconocidos. Pueden derivarse de la relativa dificultad d e la preñez,
d e las dificultades del trabajo, etc. Existe solam ente uno que podemos apre­
ciar y se refiere a la situación de rivalidad en tre los hombres. La entrega de la
potestas a u n niño que n o puede hacer uso d e ella, puede producir el efecto
d e dism inuir la hostilidad entre los hom bres. Significa, en realidad, que el
hom bre goza del más a lto prestigio durante la época en que es menos capaz
d e usarlo en perjuicio d e nadie. Observa el doctor Linton que en las narra­
ciones populares los padres desaparecen ta n pronto como nace el hijo. A
m ayor abundamiento^ ese mismo hijo debe ceder su prestigio, probablem ente,
cuando es joven aún. Debe considerarse, pues, esa disposición com o una de
las salvaguardias de la solidaridad m asculina. Empero, esto n o es segura
Este rasgo sugiere, adem ás, que esa cultura está más centrada en el niño que
la nuestra.
Este problem a de la im portancia del n iñ o es extrem adam ente difícil de
resolver con el m aterial d e que disponemos. Sus diversas facetas son contra­
dictorias. Se presenta, p o r una parte, la sospecha del infanticidio d e las hern»
bras; y ofrece, por otra, la elevada im portancia del primogénito^ varón o
hem bra. H ay pruebas d e la existencia de u n gran deseo de tener hijos, y, sin
embargo, a juzgar por los tabús personales y alim enticios impuestos sobre los
padres, es tam bién probable la presencia de una hostilidad inconsciente con­
tra el niño en una sociedad en la que predom ina la ansiedad alim enticia.
La institución de la libre adopción tanto d e primogénitos com o de segun­
dones, tiene muchas consecuencias. La fecundidad puede haber sido gene­
ralm ente baja o muy desigual. M ediante esa costumbre, podía em plearse al
hijo adoptivo como prenda de las ambiciones de status social d e los padres
adoptivos. Si u n niño a ú n no nacido podía ser libremente solicitado en esa
form a y garantizada su entrega bajo la am enaza de venganza d e la sangre,
hay toda la razón para q u e las mujeres se resientan de tener que pasar por
la m olestia de concebir hijos ante el temor d e que les sean arrebatados. T al
puede ser la situación real que se oculta tras el fenómeno de las vehinúhai,
los fanaua, el embarazo fingido y el deseo d e las m ujeres de destru ir al feto
en el útero de otra m ujer.
ANSIEDAD DE ALIMENTACION 217

■Los sentimientos relacionados con esa costum bre eran, indudablem ente,
diferentes en los padres y en los hijos. Era probable qué diese al adoptante
prestigio; para los padres naturales era m otivo de tristeza y para el niño de
ansiedad.
La relación entre los varones reviste otro aspecto im portante: el de la
hom osexualidad. El hecho es que tal perversión es bastante com ún. Se sabe
tam bién que existe la inversión sexual m asculina. La procedencia de esta
perversión debe atribuirse a una de estas cuatro causas: inversión biológica- ^
m ente determ inada; odio violento hacia el padre ton abandono de la finali­
dad sexual para asegurarse su amor y apoyo; u n lazo de am or basado en el
odio m utuo a las m ujeres; o un vinculo de am or basado en la escasez de
aquéllas y, como consecuencia, una satisfacción sexual suplem entaria. Esto
solamente podría determ inarse m ediante el estudio del individuo. Sin em­
bargo, juzgando por la organización de las instituciones podemos tachar, con
seguridad, d elem ento del odio al padre- N o deja de tener im portancia el
hecho de que sea la perversión de la fettaáo y no el coito anal la form a en
q u e se expresa. Esta circunstancia apunta poderosamente en favor d e la afir­
m ación de que se trata d e una actividad suplem entaria y en realidad de una
form a de satisfacer u n deseo profundo de dependencia, que en esa cultura
no puede ser satisfecho por la m ujer. La representación d el pene como ór­
gano nutrido se encuentra con frecuencia en sus cuentos populares, especial­
m ente en los escritos desde el punto de vista de la mujer.

ansiedad d e a l im e n t a c ió n

La economía de subsistencia constituye el método racional de tratar el


problem a de garantizar el sum inistro de alim entos y albergue. Requiere téc­
nicas de producdón, de distribudón y de previsión de las eventualidades de
fracaso. La capaddad de protecdón contra la ansiedad alim enticia depende^
esencialm ente, de recursos intelectuales y técnicos y de medios de explotar
y controlar el m edio natural y ios anim ales. U n tercer elem ento d el control
es la organización social que perm ita cooperar para la consecución de esos
finés. Pero siem pre hay elementos, como el clima y la lluvia, que quedan
fuera de control.
El equipo técnico de los indígenas de las M arquesas es suficiente en con­
diciones ordinarias. En condiciones de sequía, falla. Se m antiene rígidamente
la organización social para los esfuerzos cooperativos, pero obededéndo prin­
cipalm ente a un sentim iento interno de su importancia más bien que a los
castigos impuestos al individuo que no colabora. La organización sodal es a
218 LAS ISLAS MARQUESAS

e$te respecto com unal en unos aspectos e individual en otros. Es im portante


señalar que, prácticamente, toda la producción está en manos de los hom bres.
Los medios racionales d e combatir la ansiedad de alim entación consis­
ten en el almacenamiento de comestibles y en el aum ento del prestigio d e los
peritos q u e perpetúan las técnicas ( tuhungas). El grado de movilidad social
de que goza el tuhunga es u n indicio de la fundam ental ansiedad de alim en­
tación (aunque otros artesanos gocen de la m ism a m ovilidad). Su posición
corta las líneas de clase y de tribu. Se busca con todo empeño a los tuhungas
para convertirlos en herm anos de sangre (enoa) y gozar, como consecuencia
de ello, d e la inm unidad de enem istades a las cuales están sujetos los dem ás.
Tam bién se les adm ite a la divinización.
Las formas mágicas de asegurar el sum inistro de alim entos son del tipo
corriente, m ediante la propiciación de u n dios. El procedimiento consiste en
el ruego y el sacrificio u ofrenda que es m eram ente otra forma de alim en­
tar al dios*
A pesar de la suficiencia de los procedim ientos y de la organización de
la producción, existen pruebas de una exagerada ansiedad de alim entación.
Hay, en primer térm ino, u n a supervaloración d el hecho de comer en sí,
recayendo la mayor im portancia sobre la cantidad y no sobre la calidad. Los
tabús que rodean a la comida y a la cocina, la consagración de las m anos, el
gran cuidado puesto en la construcción de los m orteros para comestibles y
otras m uchas costumbres, apuntan hacia esa ansiedad. La antropofagia es
una prueba más im portante d e la ansiedad de alim entación.
Es im portante para nosotros seguir la pista a los efectos de la ansiedad
d e alim entación. Pero para poder hacerlo, tenem os que form ular algunas
ideas, generales acerca de la significación del alim ento. La satisfacción de
comer es la actividad prim era y más constante d e toda la vida animal* La
im portancia del alim ento para la integridad y efectividad no puede escapar
a ningún ser viviente. Es, empero, algo más que eso; el acto de com er es
una actividad agradable en sí misma a causa de su estim ulo del gusto y del
sentim iento de plétora que le sigue. Adem ás, el com er puede ser em pleado
como sucedáneo de otras satisfacciones cuando fallan éstas o para aliviar
ansiedades procedentes de otras fuentes. Pero en las islas M arquesas no hay
razón para que se pueda utilizar el alim ento con ese objeto, puesto que no
está restringido el desarrollo sexual y no se ha establecido la norm a básica
d e cam biar comestibles por satisfacciones sexuales. N o se busca en grado
extraordinario el placer de m ascar ni de fumar, au n cuando se Haya visto a
hombres succionando el pecho de mujeres cuando no se trataba de una ope­
ración prelim inar para la actividad sexual.
ANSIEDAD DE ALIMENTACION 21?

Las reacciones ante la ansiedad d e alim entación que hemos descrito pue­
den ser calificadas de norm ales. Para el objeto que nos proponemos» debemos
señalar otro grupo de reacciones q u e pueden ser indicadoras d e diferencias
cuantitativas o grados d e profundidad de la ansiedad subyacente y reque­
rir, por lo tanto, m edidas defensivas más extremas* Esas constelaciones deri­
van d e inconscientes elaboraciones de ideas correspondientes a la integridad
y efectividad d el ego. L a medida defensiva n o puede ser com prendida a me­
nos q u e comprendamos el estímulo al cual es respuesta y las form as que esa
ansiedad adopta en el sueño y la fantasía. La institución que tra ta de mitigar
esa ansiedad se deriva d e una determ inada imagen inconsciente.**
Consideremos la idea del tem or de perder la efectividad del ego. ¿Cómo
puede uno asegurarse contra ella? Se puede realzar su tam año, poder y pres­
tigio; o se pueden hacer duplicados de uno mismo dándose m uchos nombres.
Esto último constituye u n a institución digna de notar. Las ideas correspon­
dientes a la integridad son mucho más fáciles de identificar porque se expre­
san en ostensibles tem ores de desintegración. Contra ese m iedo existe una
defensa racional para im pedir la desintegración, que es la institución del em­
balsam am iento. Pero hay un segundo y m ás im portante m iedo, el de ser
comido, y para éste existan dos defensas: el embalsamamiento y la antropo­
fagia* Una tercera garantía, de ámbito universal, se m anifiesta en cierta
form a de la idea de inm ortalidad. ,
La relación entre las ideas de integridad,, inm ortalidad, poder y cerner
h a de encontrarse en sus procedimientos para crear un dios. Se trata de un
individuo que fue im portante en vida, un tuhunga, un jefe, un sacerdote ora­
cular, cuyos poderes se aum entan, se perpetúan y se hacen inm ortales me­
dian te el procedim iento de comer diez sacrificios humanos, u n o por cada
u n a de las partes del cuerpo que recibe u n nombre separada Esta fantasía
constituye, en sí m iaña, una descripción de la manera en que en esta cultura
proveía el alim ento sentim iento de euforia y poder, y esto, a su vez, es una
indicación de cuán profundas son las ansiedades que proceden d e esta fuente.
U na de las leyendas10 describe esas relaciones entre los nom bres m últi­
ples y la comida y la resurrección. La historia de Tohe-Tika es como sigue:
N ace después de una gestación de dos meses y se va a vivir con los dioses.
T res meses m ás tarde, en un sueño con su madre» pide a ésta fru to del árbol
d el pan y pescada Envía la m adre a dos de sus hermanos, los disciplinarios
oficiales, a que recojan los alimentos, pero en su camino en busca del dios,
® No es muy convincente el intento de derivar esos miedos hipocondríacos del “complejo
de castración*' y se perderán muchos flatos importantes si se considera a todas las ansiedades
com o réplicas de una ansiedad de castración universal.
E S. Craighill Handy, Marquesan Legends (Honolulú, 1930), p. 107.
220 LAS ISLAS MARQUESAS

se los comen. Descubre el dios lo que han hecho y corta las cabezas de sus
tíos. Envía después la m adre a otros dos hermanos que hacen lo m ism a
Finalm ente van los propios padres. El dios los encuentra, pero ellos huyen.
E l dios, entonces, se va a vivir como un hom bre y se casa. U n día se va a
pescar con su suegro y la red se engancha. M ientras el dios está en el aguai
u n tiburón le arranca la cabeza y se la lleva a los padres del dios. Merced
al gran poder del dios, la m adre concibe nuevam ente y da a luz mes y me­
d io después. El dios tom a al niño y lo convierte en sus m anos y brazos. Dos
meses después vuelve a alum brar la m adre y el dios hace del niño su tronco
y así sucesivamente hasta que queda íntegram ente restau rad a Entonces el
pueblo lo tem e por su gran poder.
Esta fantasía contiene una persistente dem anda de alim entos a la m adre.
Esta queja está ligada a una fantasía de ser incom pleto que se rem edia merced
a sucesivos nacim ientos, después de los cuales emerge el dios om nipotente y
tem ido. Esas resurrecciones restablecen la integridad y euforia d el ego. El
m iedo de ser comido se remedia igualm ente m ediante renacim ientos. Se em­
plea el alim ento para rem ediar sentim ientos frustrados de dependencia y d e
integridad. Es sorprendente la hostilidad hacia aquellos que roban el ali­
m ento *y la consiguiente venganza m ediante la antropofagia. A cada nuevo
nacimiento^ recobra el héroe aquellas partes del cuerpo que reciben nombres
diferentes. Esta narración indica sim ultáneam ente el odio inconsciente hada
el hijo que puede com er el alim ento que sus padres y parientes preferirán
ingerir.
En tanto que el em balsam am iento y los demás fenómenos q u e hemos
atribuido a la ansiedad alim entida, n o presentan dificultades psicológicas es-
pedales, la antropofagia es más difícil de explicar. No puede explicarse la
totalidad de los fenóm en 9 s del canibalism o sobre una base unitaria; tiene,
indudablem ente, diferentes significados y puede ser expresión d e diversos
motivos. Se pueden diferenciar, por lo m enos, los siguientes: antropofagia
p or hambre; neocrofagia — comerse el cadáver; antropofagia por venganza;
perversión del sentido del gusta El caso del canibalismo por ham bre no ne­
cesita explicación. La necrofagia puede ser la expresión de un íntim o vínculo
d e am or y el acto de comerse el cadáver un rito final para perpetuar la exis­
tencia del difunto así com o para absorber sus cualidades valiosas. Menciona­
m os el canibalismo como perversión del gusto porque se ofrece, con frecuencia,
com o racionalización del origen. Puede ser excluido como m otivo re a l El
más nigmático es el canibalism o por venganza.
La expresión de “canibalism o por venganza” constituye una fórm ula in­
suficiente para describir este complicado fenóm eno. En la m ayoría de los
casos el hecho d e que cualquier im pulso de dom inio dism inuya o aniquile
ANSIEDAD DE ALIMENTACION 221

ta efectividad del antagonista constituye un a satisfacción suficiente. S u for-


m a más extrem a consiste en m atar al enemigo. Sin embargo, el rasgo adicio­
nal de comérselo hace surgir la cuestión d el origen y significado d e esa activi­
dad. El calificarla d e derivación del canibalism o por hambre, es decir, una
institución originalm ente fundada en la necesidad y destinada subsiguiente­
m ente a otros usos, sigue dejando sin resolver la últim a cuestión*
La única forma d e encarar el problem a que prom ete ser de alguna uti­
lidad para com prender esa complicada conducta, es estucharla en las culturas
en las que existen algunos antecedentes relativos a su significado. Encontra­
m os tales antecedentes en la literatura funeral egipcia. Las pruebas proce­
dentes de esa fuente —demasiado extensas para exponerlas en este lugar—
indican que el canibalism o comenzó e n Egipto com o necrofagia, se practi­
caba en la forma d e “canibalismo por venganza” y que se estableció una
formación reactiva, debida a factores q u e no podemos descubrir, q u e se
term inó en el m iedo a ser com ida La necrofagia y el canibalismo por ham­
b re tienen significados muy diferentes; la prim era está m otivada por el deseo
d e perpetuar, el segundo por el de d estru ir el objeto comido. Pero, desde
un punto de vista psicológico, ambos tienen un origen com ún: la actividad
prim itiva de ser alim entado por la madrea en donde la constelación “yo te
devoro” o “yo te tom o dentro de mí m ism o” se convierte en u n prototipo bá­
sico de una relación de dependencia. E l significado canibalístico d el acto
de comer se ha descubierto* con frecuencia, entre los niños. E n la literatura
egppcia se representa, frecuentem ente, a O siris con trigo creciendo de su cuer­
po y diciendo: “Soy trig a ” En las leyendas de las islas M arquesas se encuen­
tra con frecuencia u n árbol que crece d el cuerpo de la m adre, que los hijos
se comen. El cam bio de actitud de la necrofagia a comerse al enemigo* pro­
cede, por lo tanto, d e la misma fuente y representa, básicamente, una ansie­
d ad de necesidad d e alim enta
El “miedo de ser comido” es una constelación que se encuentra con
frecuencia en individuos que se encuentran en un a situación de desamparo.
Pero la derivación d el impulso antropofágico de la dependencia frustrada no
es directa. Las fases son las siguientes: una observación confirm ada por la
experiencia de todos los días es la de que “el amor puede convertirse en odio”.
Debida a su frecuencia, esta observación no ofende al sentido común. De
carácter sim ilar es la observación de q u e la incapacidad para confiar en que
otro objeto satisfará ciertas necesidades emotivas aprem iantes lleva a da sen­
sación de ser lesionado por dicho objeto, como consecuencia de lo cual se
adoptan m edidas activas en forma de agresión contra aquél. La form a de
agresión deriva su carácter de la naturaleza d el impulso en cuestión. El
impulso frustrado lleva a la percepción de que el objeto hace que la ne­
222 LAS ISLAS MARQUESAS

gativa del deseo dependa del mismo objeto: el deseo de comerse el objeto se
convierte en el m iedo de ser comido. C ontra esta percepción se adopta una
actitud agresiva: “yo te como”. Exactam ente el mismo proceso se produce
cuando el am or se transform a en odio. A nna Freud lo ha denom inado “iden­
tificación con el agresor” pero no describe, de modo preciso, las medidas
involucradas, porque el térm ino “identificación” define u n cambio arbitrario
de la actitud d el ego sin describir sus antecedentes. Sin embargo, la defini­
ción de A nna Freud es apropiada desde el punto de vista descriptivo.
El cuento d e Hansel y Gretel presenta ese deseo antropofágico surgien­
do muy explícitam ente de la dependencia frustrada y del miedo a m orir de
ham bre. En esa narración, la madre cruel deja a los niños ham brientos y los
abandona en el bosque donde sueñan que tiene un hada m adrina (la madre
protectora) que les prom ete velar por ellos. A l día siguiente se encuentran
con la bruja que atrae a los niños hasta la puerta del hom o con el propósito
de arrojarlos den tro y hacer con ellos pan de jenjibre. Pero son los niños,
los que logran hacer caer a la anciana bruja dentro de aquél y los que la con­
vierten en pan d e jenjibre. El padre cariñoso viene a salvarlos y les trae
alimentos.
La forma en que la m adre desnaturalizada que los m ata de ham bre se
convierte en bruja con la intención de comerse a los niños es muy explícita.
El deseo de “com er” a la m adre es tam bién m uy clara L as fantasías indi­
viduales que se im aginan individuos contemporáneos, están igualm ente pro­
vocadas por deseos frustrados de dependencia. U n paciente que había vivido
bien protegido, aunque con una vida llena de ansiedad, reaccionó contra la
situación analítica una vez que se dio cuenta de que el análisis podría inten­
ta r quebrantar su sistema neurótico de seguridad* Reaccionó ante m í, consi­
derándom e como perturbador de su dependencia en los térm inos siguientes:
Soñó con una enorm e araña que se le acercaba con las garras abiertas; traté
de m atarla pero se despertó aterrorizado. Su asociación es la poesía infantil
acerca de “La pequeña Miss M uffet estaba sentada sobre u n a roca comiendo
requesón y suero; vino una araña que se sentó al lado de M iss M uffet y ésta
se m archó despavorida”. Yo era, naturalm ente, la araña con las garras abier­
tas, que amenazaba su requesón y su suero, es decir, su posición infantil, de­
pendiente y fem enina.
Volvamos a nuestras observaciones respecto de Egipto donde hay un
buen ejemplo d e la conexión entre e l m iedo a ser com ido y la antro­
pofagia y el embalsamamiento: Sobre las tum bas de los grandes faraones,
entenados bajo m ontañas de granito y cuyos cuerpos eran em balsam ados para
la eternidad, $e encontraban, grabadas, descripciones de las aventuras del rey
fallecido), acaecidas después d e su m uerte. C uando llega a los cielos, se ali­
ANSIEDAD DE ALIMENTACION 225

m enta d e dioses, tiene una cohorte de esclavos que cazan a los dioses como
bestias salvajes, los enlazan y los descuartizan; después le son servidos al rey
en concepto de alim ento — a ese mismo rey cuyo mayor terror era el poder
ser devorado—.n
Los dioses con cuyos cuerpos se alim entó U nas fueron cazados a lazo
por Am -Kehuu y exam inados por Tcheser-tep-f en cuanto a su conveniencia
y condición. Finalm ente H er-thertu los ató y el dios K hensu los degolló y
les sacó los intestinos. U n ser llam ado Shesem u los descuartizó y coció tro­
zos d e los mismos en sus hirvientes calderas. Después, U nas se los comió y
con ellos comió tam bién sus voces y poder y sus espíritus. Se comía al rayar
el día a los dioses m ás grandes y hermosos, a la puesta del sol a los d e tama­
ño m ás pequeño, y a los más pequeños aú n en las comidas que hacía por
la noche; rechazaba, en absoluto, a los dioses viejos y gastados y los usaba
como combustible para sus hornillos.
Sea cual Sea el punto de vista desde el que se tome en consideración el
canibalismo, se llega siempre a esta idea básica de absorber las cualidades
sustanciales del objeto comido, que se basa en la primitiva actividad alimen­
ticia efectuada en el pecho de la m adre. Este m iedo a ser comido se expresa
en las islas M arquesas de m uchas m aneras y da lugar a una buena cantidad
d e clases diferentes de instituciones cuyo fin es aliviar ese miedo. Es, induda­
blem ente, esa ansiedad lo que fomenta la hostilidad entre las tribus. La rabia
engendrada por esas ansiedades puede expresarse de modo m ucho m ás fácil
sobre aquéllos a los que no se tiene ninguna razón para am ar.
V anos, por lo tanto, que la escasez alim enticia conduce, en las islas Mar­
quesas, a ciertas constelaciones de carácter hipocondríaco dentro de la estruc­
tura de la personalidad del individuo. D e esas constelaciones es d e donde
derivan las instituciones secundarias. A sí, por ejemplo, los temores d e perder
la integridad y la efectividad, conducen a configuraciones de imperfección,
rabia, miedo a ser comido, y al deseo de comerse a los dem ás. De éstas deri­
van los nombres m últiples, los mitos de las sucesivas resurrecciones, el em­
balsam am iento, el canibalismo y el establecim iento de la condición de ser
un buen anfitrión como m edida del prestigio, la abundancia de los banquetes
dando im portancia prim ordial a la cantidad y una euforia basada en el pro­
totipo de un estómago lleno.
Todos los niños saben que las razzias con objeto de capturar niños con
fines antropofágicos constituyen una ocupación masculina. Sin embargo, en

n J. H. Brtfasted, The Datvn of Conscience (Nueva York, 1933), pp. 88-90; A. E. WaUis
Budge, The Gocb of the Eg^ptúms (Londres, 1904), i» 33-38.
224 LAS ISLAS MARQUESAS

las leyendas d e las islas Marquesas los antropófagos no son los hom bres
sino las mujeres* Ya hem os expuesto las razones de esta distorsión. £1 dina­
m ism o perseguido en este caso particular es característico de esa cultura* Los
m itos describen después una relación entre el miedo a ser com ido y el acto
sexual en el que el pene se emplea, evidentem ente, como órgano alimenticio*
El contenido m anifiesto de esos m itos dice que la m ujer pierde sus cuali­
dades antropofágicas cuando el ham bre satisface su sexualidad* Se representa
ai hom bre claram ente com o la víctima explptada. Sólo podremos compren­
d o : esto si profundizamos un poco más en las relaciones entre am bos sexos.

RELACIONES ENTRE LOS SEXOS - NEUROSIS

Desde el punto de vista de la conducta, hay pocos indicios de tensión


en tre ambos sexos. Se tra ta a la m ujer con desdén y despego aunque, si es
primogénita, la m ujer hereda los derechos de prim ogenitura y aunque puede
desem peñar el cargo de sacerdote oracular. Basta con esto para m ostrar q u e
no existe contra ella una discriminación social* A mayor abundam iento, goza
, d e u n a libertad com pleta d e movimientos para el matrimonio. Su arm a prin­
cipal es su deseabilidad sexual, que la hace moverse con facilidad a través
d e las líneas de clases. Las tensiones no surgen de ninguna situación de ri­
validad entre los sexos* Ya hemos llegado a la conclusión de q u e la situa­
ción d e rivalidad entre los hombres por las m ujeres se arregla en form a amis­
tosa* Empero, las rivalidades entre mujeres no se solucionan tan pacíficamente*
El carácter de las relaciones íntim as entre hom bres y mujeres tiene q u e
deducirse de las leyendas y de la religión, ya que carecemos d e biografían
que estudiar*
Según hemos visto por el carácter de las disciplinas de la niñez, existen
m uy pocas probabilidades d e fracaso en el desarrollo de la actividad necesa­
ria para consumar el acto sexual. Los tabús d e objeto no bastan para im­
pedir este desarrollo. Ppr lo tanto, cualquier dificultad que pueda haber
entre los sexos tiene que surgir de las condiciones sociales externas* Existen
pruebas de conflicto sexual en ambas partes. El embarazo sim ulado de las
m ujeres y las instituciones d e los fananas y espíritus familiares, atestiguan la
presencia de perturbaciones neuróticas en ambos* Hay que exam inar por
separado las de cada sexo.
É n el primer cuento, relativo a Tim unief, se considera al acto sexual,
desde e l punto d e vista d el varón, como una proeza que enfada a la mujer*
El héroe vence a sus rasgos antropofagias m ediante el coito. Pero, desde este
p u nto d e vista, es la m ujer quien rapta al hom bre y explota su sexualidad*
RELACIONES ENTRE LOS SEXOS 225

Su canibalismo reaparece con cualquier insatisfacción experim entada con el


hom bre. !
Los hechos comprobados acerca de la "vida sexual consisten en que la
m ujer puede, en ocasiones, satisfacer uno tras otro a m uchos hom bres, pero
que sus orgías privadas tienen lugar, en su m ayor parte, con u n hom bre solo.
Es evidente que sobre estos últimos encuentros la m ujer ejerce el derecho de
otorgar su consentim iento. La orgía sexual está organizada de tal form a que
la mayor parte del tiem po se invierte en excitar a la m ujer m ediante cum***
Irngus y otras perversiones. A una señal d ad a por ella, com pleta el hombre
el acto hasta que la m ujer experimenta u n orgasmo. El acto está encam inado
a la especial satisfacción de la m ujer. N o se concede,m érito especial a la
potencia viril, que se d a por supuesta. En el acto sexual ea la m ujer el in i­
ciador y el agresor. C om o quiera que el coito depende de la decisión de ella
y requiere el consentim iento del m arido principal, los maridos, secundarios
deben experimentar la sensación de que pueden ser explotados por aquella.
Esta situación asigna u n valor de com petencia m uy alto a la capacidad de la
m ujer para^conceder favores y coloca al hom bre en una posición en la que
sufre por comparación con otros hombres y puede ser privado d e la satisfac­
ción sexual si no consigue agradar. Por todo ello, se encuentran -ha mujeres,
m erced a su escasez, en condiciones de tiranizar a los hombres. Por o to parte,
se conceden a los hom bres muy pocas oportunidades de experim entar h : sene
sarión de que controlan la situación y ninguna de la seguridad anexa a una
relación de cariño.
En muchas de las narraciones ocupa el hom bre una situación muy pa­
recida a la que corresponde en los cuentos Occidentales a la m uchacha íik>
cente víctima de un rapto. Se le roba en consideración a su utilidad sexual
para la mujer y se le amenaza constantem ente con ser comido en caso de que
no la sirva. Por la prueba directa sum inistrada por las condiciones sociales
predom inantes sólo puede comprenderse la ansiedad de ser ex p lo tad a Las
dem as ansiedades, como el miedo de ser comido, parecen proceder de varias
fuentes: en prim er lugar, la madre frustradora que priva al niño de su cariño;
después, la incapacidad del hombre para poseer a la m ujer exclusivamente
y experim entar la sensación de que puede fiarse de ella y por últim o su inca­
pacidad para embarazar a la m ujer cuando quiere ya que los procedimientos
anticonceptivos son necesarios para que pueda conocerse la paternidad. En
térm inos generales, el hom bre se encuentra a la defensiva en todo cuanto se
refiere a su papel sexual.
La cuestión de por qué el acto sexual mitiga los impulsos antropofagia»
de la mujer es m ucho m ás difícil de resolver. Se da al pene el significado de
226 LAS ISLAS MARQUESAS

órgano nutricio.12 Esta fantasía ofrece un parecido notable con la que se en­
cuentra en nuestra cultura según la cual el miedo de ser devorado por la
m ujer se representa m ediante la vagina dentata. Las explicaciones corrientes
d e que se trata de una ansiedad de castración o de una fantasía de vuelta al
claustro m aterno son em inentem ente crípticas y faltas de sentido a menos que
identifiquemos la ansiedad producida en la vida real de la que es ésta un
desarrollo. Y, sobre este punto, más allá de cuanto hemos indicado ya, nos
falla nuestro análisis. N o es posible seguir d e modo com pleto la pista a esta
cuestión más que en el individuo; el m arco institucional se lim ita a suminis­
trar su emplazamiento.
En consecuencia, podemos concluir que, a pesar de las abundantes opor­
tunidades que se ofrecen para la unión sexual, el varón no satisface el “im­
pulso sexual0 en el sentido más am plio de la expresión. En el lugar del ha­
bitual “complejo de castración” de aquél, está la fantasía de ser devorado
por la mujer. Es ésta una notable distorsión de la realidad, porque en esta
cultura el antropófago y cazador de niños es el hombre, pero no está en modo
alguno asociado a la restricción de la satisfacción sexual. El habitual mie­
do a l padre está ausente y no existe e l .tem or general de la m utilación. La
escasez de mujeres, la imposibilidad de confiar en ellas, la incapacidad para
embarazarlas a voluntad, introducen elem entos de ansiedad que, por las ra­
zones ya expuestas, convierten a las m ujeres en objetos hostiles y secretam ente
odiados. Tiene el varón la impresión de q u e es la m ujer quien m anda en el
gallinero y la supresión de los celos entre los hombres la presenta bajo un
aspecto desfavorable. A unque carece de poder económico o disciplinario y
de capacidad para explotar a n$die, tiene la facultad de frustrar varias nece­
sidades importantes.
La mejor prueba de la falta de satisfacción sexual del varón y de la ca­
pacidad de ja m ujer para explotarla debe buscarse en la institución del
fonema. Son éstos, espíritus malignos m asculinos que “venden” sus poderes
mágicos posum ortem a la mujer que eligen, a cambio de sus favores sexuales.
Se usa así al hom bre en concepto de instrum ento con el cual puede una mu­
jer vengarse de otra. Pero, de acuerdo con la moral que predom ina en esa
sociedad, el fanaua no atacará al m arido de la mujer de quien es amante
espectral. Los espíritus fam iliares están em parentados con los fanauas. Pue­
den ser objetivos incestuosos y, por lo tanto, tabú. T anto los espíritus fami­
liares como lo s fanauas atestiguan el hecho d e que, en esa sociedad, el hombre
es sexuahnente la figuira inferior y de que la m ujer se da perfecta cuenta de su
12 U rn explicación posible es la de que la mujer experimenta las mismas reacciones de
frustración que eí hombre, con respecto de la madre. Del mismo modo, su actividad sexual
es un inrento de suplir con sensualidad lo que le falta de cariño y apoyo.
RELACIONES ENTRE LOS SEXOS 227

poder de aprovecharse d el varón m ediante su capacidad de satisfacer las nece-


sidades sexuales de éste* Esos espíritus dan a conocer su presencia a la m ujer
a través de los sueños de ésta* Esta institución constituye p ara el hom bre
una promesa de que su insatisfacción sexual será remediada después d e la
m uerte.
Pero tampoco la m ujer está libre d e conflictos sexuales* A unque su
sexualidad tiene un valor de escasez, hecho que hace socialm ente preferible
el papel de la mujo:, padece desórdenes neuróticos procedentes d e otras fuen­
tes. Es, en prim er térm ino, víctim a del mismo descuido ,m aternal que d
varón y pronto se le asigna el mismo p apel que a su m adre. La práctica
d el acto sexual es u n paliativo para los anhdo6 de afecto m aternal en la in­
fancia y, más tarde, u n paliativo de las restricciones anexas al embarazo.
Existe, sin embargo, una diferencia en cuanto que las rdaciones con el padre
y los maridos secundarios están destinadas a contener mayor cariño y m enos
ansiedad que las del niño con la madre. Quizás se deba a esto d h e d ió de
que existan narraciones relativas al incesto entre padre e h ija y faltan las
referentes al de la m adre y el hijo.
La narración d d incesto entre padre e hija de que da cu en ta H andy^es
un cuento de Electra de las islas M arquesas. La m uchacha accede a los de>
seos de coito de su padre sin saber que lo sea. La m adre siente celos y pro­
híbe cualquier contacto ulterior. No se im pone al delito ottro castigo que; el
de una suave reconvención.
La situación de celos entre las m ujeres no necesita ser reprim ida por
ninguna razón y, a juzgar por esa historia y por la situación social en su con­
junto, los celos entre las mujeres llegan a alcanzar un grado elevado. Consti­
tuye, evidentem ente, u n problema de prestigio para la mujer, éh una sociedad
que asigna una elevada prima a la belleza y a la habilidad en las artes sexua­
les. El premio consiste en el m atrim onio con el hombre m ás poderoso, ya
que no existen barreras sociales que se opongan a la m ovilidad de la m ujer.
Es ésta una situación que debe tender a aum entar y no a dism inuir los
celos sexuales entre las mujeres, aunque ninguna de ellas carece de oportu­
nidades tanto para la satisfacción sexual como para el m atrim onio. En su
papel de esposa, cuanto más atractiva y hábil sea, más hom bres atraerá a
su casa familiar.
La m anifestación neurótica de la pseudociesis (embarazo sim ulado) se
relaciona con los celos entre mujeres suscitados por cuestiones de prestigio y
embarazo. N o es posible determ inar los motivos de la misma partiendo de
nuestro relato etnológico. Necesitaríamos saber si se refiere a una dificultad
general de quedar embarazada, si es la m ujer soltera la que finge la preñez,
o la m ujer casada que no tiene hijos o la madre después de haber dado a
228 LAS ISLAS MARQUESAS

luz su prim er hijo, e tc Se sabe que el embarazo d e la m ujer realza inm e­


diatam ente su poder sobre el m arido principal, dándole u n derecho del que
no goza ordinariamente* El m arido queda sometido, ipso facto, a m uchos
tabús. Sin embargo, sería difícil considerar que ese aum ento de poder es el
motivo d e la simulación del embarazo.
T odo el fenóm eno del embarazo está lleno de m isterio para los m arque-
sios. Las m uertes durante el embarazo y el parto son frecuentes. El único
indicio d e que disponemos con respecto al embarazo sim ulado es la supersti­
ción de q u e el hijo que ha desaparecido del útero de una mujer, ha sido
raptado y devorado por las vehm ühai y de que cuando una m ujer m uere en
el m om ento del parto es víctim a de un fanaua, lo q u e equivale a decir que
ha sido m uerta por otra mujer*
Sólo podemos aventurar algunas conjeturas. Si la m uerte durante el
parto es ocasionada por un farutua, se trata de la obra de un espíritu m ascu­
lino que actúa bajo la dirección de otra mujer. N o significa, pues, sino que
las m ujeres se m uestran muy celosas del embarazo d e cada una de las dem ás
y sienten una extraordinaria hostilidad recíproca. El origen de esta fantasía
estriba en lo que una mujer siente contra otra m ujer. La m ayoría de las víc­
timas de la hechicería son m ujeres. En cambio^ aquélla es obra de un espíritu
masculino sexualm ente insatisfecho. Podemos, en consecuencia, decir, que
el hom bre experim enta un sentim iento de anim osidad contra el hijo q u e le
roba su objeto sexual. El hecho d e que se regale u n cerdo al padre para com­
pensarle d é los sacrificios que haga por el hijo es u n reflejo del hecho de
que esa hostilidad h ad a el hijo constituye lina p aite de la general ansiedad
de alim entación. T al cosa está dem ostrada, además, por el hecho de que se
tem e al n iño m uerto porque ha sido privado del derecho a comer y vivir.
Hay otras m uchas razones para que las mujeres finjan estar embarazadas.
Señala un elevado grado de triunfo sobre la resistencia de los hombres y so­
bre las m ujeres rivales. Para poder decir algo más habría que hacer un estu­
dio p a jo n a l de la m ujer.13 La costum bre de la adopción en gran escala
puede ser la verdadera institución de donde han tom ado su origen los fanauas
y las vehm i'hai. Los celos suscitados entre mujeres por causa de los hijos,
juntam ente con el m iedo de que Ies arrebaten a sus retoños, concede a aqué­
llos urna im portancia excesiva, y el realce del prestigio del hijo puede de-18

18 Esta pseudociesis puede ser interpretada como un fenómeno de culpabilidad, cons?


guiente a la práctica real del infanticidio. Pero hay pocos indicios de que el fanaua elija
sus victimas entre los niños del sexo femenino. La pseudociesis puede ser también parte d d
esfuerzo realizado por la mujer para “identificarse’* con el feto, y ésto, a su vez, puede atr>
huirse a las frustraciones de la madre.
RELACIONES ENTRE LOS SEXOS 229

berse, en parte, a esta circunstancia. C om o ya hemos visto, la institución


de la adopción es el p u nto d e encuentro d e m uchas actitudes contradictorias.
Esta cultura, con todos sus conflictos sexuales, dem uestra el hecho notable
de que en una sociedad donde las instituciones perm iten el desarrollo irres-
tricto de la actividad necesaria para consum ar el acto sexual, pueden surgir
serias perturbaciones en la esfera sexual, en su sentido m ás amplio. T al li­
bertad sexual no im pide m ás que las perturbaciones de la potencia en una
u otra forma. Las perturbaciones en la relación entre los sexos en esta socie­
dad tienen sus raíces no sólo en la ansiedad de alim entación y en la escasez de
m ujeres, sino tam bién en la ausencia d e cariño.14
H ay en esta cultura un problema sexual final, d complejo de castración
dé la mujer. La form a acostum brada q u e reviste .ese complejo en nuestra
propia cultura es' la d d deseo, por parte de la m ujer, de ten er status mascu­
lino o la envidia del pene. La teoría clásica acerca de este “complejo” en
nuestra cultura consiste en afirm ar que comienza con la idea de que la hem­
bra cree que su órgano sexual es una deform idad porque carece de pene; y
que lo ha perdido, que se le ha privado de él y tiene la esperanza d e que le
crezca otro en logar del m iem bro perdido. La bibliografía es dem asiado volu­
minosa para que la reseñem os aquí. Las ideas principales acerca de su origen
son la d e que la vista d d pene del hom bre constituye un golpe para la propia
estimación de la m uchacha (teoría n ardsista) y la de que es el status social
del varón la que excita la verdadera envidia, constituyendo el pene u n sím­
bolo d e prestigio.
El m aterial de que disponemos nos ofrece muy pocas pruebas directas
sobre este punto. Pero podemos plantear algunas cuestiones acerca de ¿L
El autor no puede suscribir ninguna d e las dos opiniones principales expre­
sadas acerca del origen del complejo de castración en la m ujer. H a visto mu­
chos casos en los que se demostró d e m anera concluyente que la envidia del
pene o la idea de haberlo perdido se habían originado después d e que se
había impedido en forma efectiva la m asturbación infantil o se había intro­
ducido algún otro elem ento de dolor en esa actividad. En otras palabras:
tiene el mismo origen en la hembra qu e en el varón. La convicción de que
el pene ha sido cortado, es una racionalización de un hecho real, d e que el
órgano de placer del niño le ha sido quitado realm ente o que, por lo menos,
se h a interrum pido su libre ejercicio. Con anterioridad a esto no se le ocu­

14 El único trastorno psicótico mencionado por el doctor Linton es el del canibalismo


patológico, el caso de un hombre que mata a su propia esposa e hijos. La antropofagia dentro
de la tribu se consideraba, decididamente, como una aberración, y se la castigaba excepto
cuando la decretaba el sacerdote oracular en períodos de hambre. Podemos aventurar la
conjetura de que se trata de alguna forma de melancolía involutiva.
230 LAS ISLAS MARQUESAS

rre a la niña la idea de la perdida-de un órgano. Y como quiera que en


nuestra cultura, hasta cuando se perm ite la m asturbación, es imposible para
el* niño obtener la plena aprobación social d e su actividad, el com plejo de
castración femenino tiene que ser prácticam ente universal por virtud de las
disciplinas que implica.
Dem ostrar la existencia del complejo de castración femenino en la cul­
tura de las M arquesas es, pues, un caso crucial, ya que en las hem bras se esti­
m ula la masturbación en la infancia, se perm ite a los niños —en cuanto es
posible— la completa im itación del acto sexual de los adultos, la m ujer goza
de u n valor elevado y seguro, merced a su escasez y, por consiguiente, ocupa
una elevada posición social y goza de la capacidad de explotar a los hombres
gracias a su sexualidad. Si la simple vista del órgano masculino inflige un daño
narcisista, ddbería m anifestarse en las islas M arquesas o en cualquier otra cul­
tura sin tener en cuenta las oportunidades de em plear la vagina en calidad de
órgano d e placer. Pero en el folklore de las islas M arquesas no se representa a
la m ujer con atributos fálicos;15 es el hombre el que» en ocasiones, adopta las
m aneras y desempeña papeles femeninos. N i existe tam poco ninguna prueba
de la existencia dé hom osexualidad femenina. E l único síntoma histérico fe­
m enino es el embarazo sim ulado, papel muy fem enina. E n la cultura de las
islas M arquesas, la rivalidad fem enina se entabla con otra mujer por la exce­
lencia femenina, por los hijos, y no con los hom bres por razón de su órgano
sexual o de su categoría social. Es difícil percibir, desde cualquier p u nto de
vista, por qué razón habría d e querer ser hom bre la m ujer de esa sociedad*10
Podemos resum ir ahora los conflictos paterno-m a tem os que se centralizan
en el hijo. Se le odia por ser el que se come los alim entos d e los padres. Para
m itigar esa hostilidad se regala al padre un cerdo en concepto de compen­
sación; la madre le priva del pecho; ambos progenitores quedan sujetos a tabús
alim enticios durante el embarazo y se obliga al padre a actuar como protector.
Por otra parte, el hijo es m uy deseado; su valor se encarece debido a la e$-

*5 Se puede alegar que no constituye esto una prueba completa* puesto que.se representa
a la hembra, en este caso, tal como la ve el varón y que por ser los sacerdotes ceremoniales
del sexo masculino no se permita que se entrometa ningún punto de vista femenino.
16 Sin embargo, quienes insisten en cualquier dato para probar una teoría, encontrarán
en la prolongación de los grandes labios y en la larga lengua que saca la ogresa caníbal
símbolos fálicos y creerán que la m ujer antropófaga desea castrar al hombre a causa de la
envidia que tiene de su pene. El autor no puede estar conforme con esas opiniones porque
son, en realidad, incompatibles con todas las pruebas aportadas. Se puede forzar la conse­
cuencia del complejo femenino de castración interpretando al embarazo simulado como
manifestación inconsciente del contento de poseer un pene; D e ser así, el incentivo para esa
'ecuación de niño y pene tendría que proceder de algún origen filogénico y no de las frustra­
ciones reales experimentadas en la vida real.
STATUS» AUTORIDAD, ETC 231

casez de niños y se le confieren elevados honores. Se convierte e n peón de


los conflictos de prestigio de los padres; es u n factor en el status del padre y
u n arma para la m adre con la que avergonzar a las demás m ujeres (de aquí
el embarazo sim ulado). Como quiera qu e el hijo puede ser adoptado por
fuerza, constituye este síntoma u n compromiso entre el deseo de tener u n
hijo y el de engañar al que puede robarlo.

S T A T tiS , AÜf6ÍR33t)AD, t^E S T flG ÍO T

La organización social de las islas M arquesas presenta u n aspecto inusi­


tado: la im portancia de la prím ogenitura. Su im portancia se basa en varios
factores asociados: el hecho de que la potesms de la fam ilia se asigna a u n
individuo q u e no puede hacer uso de ella, el de que .el hijo m ayor tiene una
categoría superior a la de su padre y puede someterlo a graves restricciones
si así le place y el d e que el rango y la genealogía se cuentan por interm edio
d el hijo primogénito sin :tener en cuenta el sex o o la paternidad. El hijo mayor
adquiere, por lo tanto, el más alto-sm tus, autoridad en form a de capacidad
para explotar a los dem ás miembros d e la casa fam iliar, y presum o. Recibe
la propiedad tan ^b le, como la casa, y está en condiciona de concertar el ma­
trim onio m ás favorable y de convertirse así en cabeza d e la com unidad d o ­
méstica y jefe ejecutivo de los m aridos secundarios. Com o n o es siempre un
hombre quien adquiere esa posición* las convenciones acerca de la p rim o
genitura no pueden ser atribuidas al deseo de m antener a la propiedad dentro
d e la línea m asculina; y como quiera q u e el primogénito puede ser adoptado,
se pierde la im portancia de la paternidad verdadera. Sean los que sean los
poderes del primogénito, los pierde inm ediatam ente que nace su hijo. El
efecto práctico de esa situación es el de conferir el rango y el poder m ásele-
vado a un individuo cuando es menos probable que lo use en perjuicio de los
demás. La institución produce, indudablem ente, un efecto em oliente sobre
las hostilidades potenciales entre los hom bres de la com unidad doméstica.
Ei segundón es m anifiestamente subordinado y no puede heredar otra
cosa que el árbol q u e constituye su derecho por nacimiento. A dopta, ordi­
nariamente» el papel de m arido secundario. Existen» sin embargo, muy pocos
indicios de que ese papel sea doloroso o de que genere una agresión incon­
trolable. Ya hemos m encionado las razones de ello. Los hom bres se reúnen
en bandas y entre el marido principal y aquéllos que le están subordinados,
existen las relaciones más amistosas. T ales relaciones son cooperativas y todos
tienen m ucho que ganar de la lealtad m utua. El m arido principal no puede
explotar, en realidad, a los secundarios porque estos últimos no están ligados
a la comunidad doméstica; y porque, aparte de prestigio, aquél no puede gozar
232 LAS ISLAS MARQUESAS

d e ningún beneficio particular en form a d e riqueza personal. El único indi­


viduo de la sociedad que ejerce un derecho arbitrario para explotar a cual­
quiera es el sacerdote oracular que puede tiranizar a u n individuo bajo la
amenaza d e m aldecirlo.
No existe en la cultura de las islas M arquesas la oportunidad de atesorar
riquezas, porque éstas sólo existen en una form a que obliga a gastarlas en cere­
monias.17 La m ovilidad social, tanto d e la comunidad doméstica como del
individuo^ es considerable. Existe, sin embargo, cierta envidia del rico por
el pobre. Los únicos delitos que se conocen son el robo de alim entos y el h o ­
m icidio por celos.
La lucha por obtener rango y prestigio es considerable; debe notarse, sin
embargo, que no existen pruebas de que este conflicto origine la necesidad de
la represión severa d e la hostilidad dentro del grupo. La razón d e esta ausen­
cia debe buscarse en la libertad de la expresión del im pulso siguiendo líneas
sexuales^ la capacidad d el individuo de com partir plenam ente el prestigio de
la comunidad dom éstica y el hecho de que todos los individuos están ligados,
inconscientem ente, por el odio a la m ujer. A la larga, es la m ujer atractiva la
q u e controla en realidad la energía hum ana, ejerciendo su atracción sobre los
hom bres deseables. Esta circunstancia tiende a solidificar a los hom bres y no a
quebrantar su solidaridad.
En sim a, entre los hombres d e esa cu ltu ra no se puede abusar del poder y
d el prestigio; se encuentran demasiadas oposiciones para ello e n forma de
m ovilidad soda!, incapacidad de usar de ninguna ventaja en perjuicio de los
dem ás, demasiada dependencia m utua en tre los hombres y excesivo riesgo en
abusar de nadie. *
Los conflictos de prestigio son, no obstante, m ucho más agudos entre las
m ujeres. U na prueba singular de ello es el hecho de que constituyen el blanco
m ás común d e la brujería maléfica. Es éste, en realidad, un hecho sorprenden­
te. Estamos acostum brados a ver en otras culturas la hostilidad inconsciente
dirigid& contra individuos que poseen el poder de usar a los dem ás para sus
propios fines sin Ja debida compensación y hacia aquéllos que pueden instituir
disciplinas severas. El individuo más tem ido y odiado en esta cu ltu ra no es el
portador de prestigio, autoridad o poder, sino la m ujer que no tiene ninguna
de esas cosas. N o se la hace objeto de odio porque posea ninguna autoridad

17 Es ésta, quizás, una razón más de por qué no causa el prestigio m ucha hostilidad
intrasoci&I—al menos dentro de los limites de la comunidad doméstica—. El poder sólo
puede usarse para celebrar banquetes y éstos son fiestas democráticas; todos, incluso los
enemigos, comen hasta hartarse. Tan grande es la consideración que tienen a los alimentos
que se suspenden las hostilidades para permitir gozarlos. Al que provee de alimentos se le
ama y no se le envidia*
LA PERSONALIDAD BASICA 233

o poder económico efectivos. N o ejerce ninguna función disciplinaria. Su po­


der reside en su capacidad de frustrar u n a necesidad im portante, tan to en la
Infancia, en forma d e la necesidad de ayuda, confianza y seguridad que el
hijo menor experim enta, como con respecto del adulto en form a de la necesi­
dad de la satisfacción sexual.
Esto nos facilita u n indicio im portante. Nos m uestra q u e las actividades
agresivas y m asoquistas pueden, ser dirigidas contra objetos q u e no tienen la
facultad de explotar o disciplinar, sino, m eram ente, el poder d e frustrar una
necesidad im portante sin la ayuda de los otros dos. La im agen inconsciente­
mente form ada de tal individuo puede ser del mismo carácter que la creada
en tom o a un explotador o u n ejecutor d e la disciplina. Si esas constelaciones
se valorasen en las M arquesas como en nuestra propia cultura, habría d e ser el
padre el objeto del odio. En nuestra cu ltu ra, la disciplina, la capacidad para ex­
plotar, o en otras palabras, todos los atributos de la autoridad, se concentran
frecuentem ente en el padre. Sería difícil clasificar a la cultura d e las M arque­
sas como autoritaria o no autoritaria. Las disciplinas restrictivas, en el sentido
en que usamos ese térm ino, no existen; la capacidad para explotar al prójimo
está reprim ida, salvo en d caso del sacerdote oracular, y el único blanco del
odio es la frustradora de necesidades im portantes. Esto explica el hecho de que
lá m ujer ocupe e n el folklore una posición muy parecida a la del padre en
nuestra cultura y d e que sea el blanco m ás común de la brujería m aléfica.

LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD BÁSICA <EGO) DEL INDIVIDUO

Nos encontram os ahora en situación de obtener alguna noción acerca de la


estructura de la personalidad básica del individuo, resultante del impacto de
esas instituciones sobre el m ism a AI decir estructura de la personalidad básica
queremos significar los efectivos instrum entos de adaptación del individuo que
son comunes a todos los miembros de la sociedad. Hay que establecer una di­
ferencia radical en tre el carácter y la estructura de la personalidad básica. El
carácter es una disposición individual de las actitudes habituales del ego, cuya
formación depende del status y el sexo y de la especial selección de atributos
que son resultado de las reacciones individuales ante las m ismas instituciones.
La estructura de la personalidad básica hace referencia a la órbita más exten­
sa de potencialidades que crea la cultura. La diferencia en tre esos dos concep­
tos no es im portante cuando se estudian las diferencias entre varios individuos
de la misma cultura. Son éstas, diferencias de carácter. Pero cuando estudia­
mos las diferencias entre los equipos de adaptación sum inistrados por las
diferentes culturas, estudiamos la estructura de la personalidad básica. Un
234 LAS ISLAS MARQUESAS

esquimal puede ser terco y suspicaz y otro complaciente y confiado; son esos,
rasgos de carácter. Pero la estructura de la personalidad básica de un esquimal
es diferente de la de un indígena de las islas M arquesas, porque es producto
de instituciones diferentes. Com o quiera que no conocemos nada respecto de
los individuos de las Marquesas, sólo podemos estudiar la estructura de la
personalidad básica, el marco dentro del cual están contenidas todas las dife­
rencias de carácter.
En esta categoría general podemos incluir las técnicas de pensamiento, las
actitudes hacia los objetos, los sistemas de seguridad y la formación del
“super-ego”.
M uchos de los procesos m entales que encontram os en los indígenas de las
Marquesas corresponden a los calificados como científicos. Los hallamos en
los métodos racionales de hacer frente a la ansiedad de alim entación. Esos
métodos científicos de encararse con la realidad están m uy desarrollados,
pero nos interesan más los m étodos de enfrentarse con situaciones donde no
puede ser apreciada la realidad. En estos casos nos encontram os con u n tipo
de pensam iento anim ista, caracterización que no es m uy precisa.
El problem a específico estriba en identificar las formas en que representan
los indígenas de las Marquesas su relación con los objetos hum anos e inanim a­
dos del m undo exterior y en la m anera en que m anejan sus propios senti­
mientos y los de los demás. Examinemos el ritual q u e se efectúa para curar
una enferm edad. El isleño explica la etiología de aquélla como debida al
abandono del cuerpo por el alm a que sale a vagar. El rem edio consistiría, por
lo tanto, en inducir al alma a volver al cuerpo. H asta aquí los procesos m en­
tales son tan lógicos como los que im plica el tratam iento científico d e la
difteria m ediante la antitoxina. Pero la derivación de la idea de que el alm a
sale del cuerpo no es científica. Y tam poco lo es el procedim iento de atraer al
alma incitándola a que regrese colocando alimentos a su disposición. Am bas
ideas se derivan de fuentes específicas y para los indígenas d e las M arquesas
son aceptables en alto grado. Este concepto de la enferm edad es muy diferen­
te del que la cree provocada por los deseos mágicos u hostiles de otras perso­
nas; y ambos conceptos son diferentes del que la representa como un castigo
debido a la desobediencia o al pecado.
En su concepto de la enferm edad y de su rem edio lógico, el indígena de
las M arquesas utiliza una de sus propias experiencias subjetivas en conexión
con la ansiedad de alim entación. El isleño está unido al objeto que le alim enta
y abandonará al que no lo hace. Se le aplaca con alim ento y se le puede inci­
tar a hacer algo recurriendo a ese procedimiento. El principio empleado en
este caso es el mismo usado para deificar a un antepasado dándole de comer
a diez seres hum anos. Los poderes milagrosos del sacerdote oracular se estable­
LA PERSONALIDAD BASICA 235

cen merced a su capacidad de ayuno d urante largos períodos. N o se trata


m eramente d e la existencia de una predom inante ansiedad de alim entación,
sino de que el proceso m ental em pleado en la representación de la ansiedad
se erige en técnica para afrontar otras situaciones del m undo exterior,18
Hemos llam ado dom inio oral a este tipo d e pensam iento. Podemos dife-
renciarlo del que predom ina en el pensam iento científico llam ando a este últi­
mo dominio m anual. El dom inio oral es el tipo que predom ina en el niño
recién nacido durante la época e n qu e la boca constituye la principal arm a
d e adaptación.10 D urante el prim er año de su existencia los niños dom inan
los objetos m etiéndoselos én la boca. En las instituciones de las islas M arque­
sas, según hem os visto, el dominio oral establece un tip o especial de relación
con un objeto y determ ina los lím ites dentro de los cuales puede obtenerse
satisfacción d e dicho objetivo. r
¿Qué problem as de adaptación se aprecian en térm inos de dom inio oral o
pueden ser resueltos por él? Podemos aprender algo acerca de esto, recurrien­
do a la psicopatología. Este tipo de dom inio puede reanim arse en u n individuo
en el que están inhibidos los d añ as tipos, como ocurre en las neurosis traum á­
ticas. No sólo existen form as reales d e dom inio oral, com o él m order y mascar
objetos en lugar d e someterlos a tipos más avanzados d e utilización, sino qu e
con d io s vienen aparejadas actitudes de dependencia extraóiriiftariaitfente
exageradas. Esta técnica es, por lo tanto, indicadora de un tipo primitivo de
relación que no h a sido reemplazado aún por formas m ás altam ente desarro­
lladas de utilización. Significa que las tensiones de necesidad son mayores que
los medios disponibles para satisfacerlas. La persistencia de esa técnica se
debe, en consecuencia, a la ingenuidad o a la ausencia d e otros recursos.
En las islas M arquesas este establecim iento de relaciones con los demás, a
base del prototipo de comer, puede estar acentuado por la ausencia de disci­
plinas rígidas durante la infancia (como veremos más adelante al estudiar la
cultura tan ala). La disciplina introduce un elemento nuevo en esas relaciones
con los demás.

18 No es preciso que revisemos en detalle todas las formas clínicas en que se usaba ese
tipo de pensamiento. Lo encontramos en la ansiedad de los niños que morían en el momen­
to de nacer, interpretando su ira como una frustración de hambre; lo encontramos en la
antropofagia; en la idea de que cuanto más se alimenta a un dios mejor dispuesto se hallará
éste, etc,
18 Si todos los fenómenos relativos al dominio oral se erigiesen en prueba de la persisten­
te persecución del placer bucal, sería ininteligible toda la serie de fenómenos aquí tratados.
En términos de la teoría de la libido, significaría una detención en el desarrollo o una
regresión, frente al hecho de que no existen frustraciones sexuales u obstáculos que sé opon­
gan al desarrollo sexual.
236 LAS ISLAS MARQUESAS

El predom inio del dominio oral constituye en las islas M arquesas el rasgo
más sobresaliente. La presencia d e la proyección y el desplazam iento del afec­
to no son especialm ente distintivos.
O tro aspecto correspondiente a la estructura de la personalidad básica, es
la relación de los isleños con los objetos útiles que crean. Se considera a esos
objetos como extensiones del ego y se les dota de atributos muy semejantes a
los que posee su propietario. El prestigio del objeto aum enta con su uso. Esto
se basa, indudablem ente, en la pauta del acto de procreación.
Sabemos q u e los procesos m entales de los isleños de las Marquesas están
regidos por pautas científicas, orales y sexuales. El sistem a de seguridad del
individuo tiene que ser apreciado en térm inos de las ansiedades y frustraciones
con que se tropieza aquél y de los procesos m entales a través de los cuales se
representan tales ansiedades y frustraciones.
Las situaciones de ansiedad básica que se producen en la infancia, la
dem anda d e protección, no son satisfechas por la m adre sino por el padre.
Como quiera que este último no ejerce funciones disciplinarias severas, el
vínculo con los hombres se convierte en un arm a muy fuerte y poderosa para
asegurar la solidaridad m asculina. G arantiza también la existencia de fuertes
relaciones d e cariño en tre la hija y el padre. A esta circunstancia se debe,
como hemos visto^ la imagen inam istosa de la m adre y, posteriormente, de la
m ujer como objeto sexuaL Podemos encontrar pruebas de esto en el hecho de
que las situaciones de rivalidad e n tre las mujeres no están sujetas a control y
en el de que las mujeres son el blanco más común de la magia maléfica.
La situación real de ansiedad alim enticia origina, al mismo tiempo, m edi­
das defensivas racionales y defensas neuróticas basadas en temores hipocon­
dríacos inconscientes. Las instituciones resultantes han sido identificadas como
la m ultiplicidad de nombres, el em balsam am iento y la antropofagia.
La falta de restriccioñes en el desarrollo sexual hace innecesario el extenso
núm ero de defensas que observamos en nuestra cultura. Las consecuencias
más dignas de notar son la ausencia de la hipertrofia d e los padres, la flexi­
bilidad de las relaciones con la divinidad y la precocidad general que se pone
de m anifiesto en las bandas de niños.
La situación sexual con respecto de las mujeres lleva al miedo a la m ujer,
pero también a la ausencia de perturbaciones de la potencia, así como a la
falta de hipertrofia del valor de la misma, y a la dism inución de la im portan­
cia de la paternidad. La insatisfacción sexual, así como la frustración de las
relaciones cariñosas con la mujer, llevan al hombre a la adopción de actitudes
masoquistas con respecto de aquélla: a la venta de sus poderes post^mortem
a cambio de favores sexuales (fanana). Tales actitudes no existen entre hom ­
bre y hombre. Los conflictos de prestigio entre ellos tienen poca importancia,
LA PERSONALIDAD BASICA 237

en tanto que los mismos conflictos entre las mujeres llevan a un a gran hostili­
dad. No se teme a los muertos, pero se tem e a las m ujeres que m ueren como
consecuencia del p arto y a los niños que m ueren al nacer»
La propiedad no es una gran fuente de ansiedad; su principal función
consiste en realzar el prestigio del donante erigiéndole en u n gran alim en- '
tador.
Existen otras dos m aneras de com probar la estructura de la personalidad
básica: k form ación de “super-ego” y la religión.
El super-ego neurótico*0 que encontram os en nuestra propia cultura ha
servido, durante m ucho tiempo, de m odelo de este órgano hipotético de m ora­
lidad. Extraordinariam ente útil como concepto que perm ite tipificar las condi­
ciones en que surgen los fenómenos de conciencia, la “culpabilidad” y ciertos
tipos de masoquismo, es, sin embargo^ m uy poco exacto. El super-ego neuróti­
co es el producto d e la reacción recíproca entre la extrem ada dependencia del
niño y las rígidas disciplinas restrictivas. Se establece la condición de que
puede garantizarse el amor y la protección m ediante la renuncia a satisfaccio­
nes prohibidas por la sociedad o sus representantes. El “super-ego” es, por lo
tanto, un indicador, delicadam ente equilibrado, del sistema d e seguridad del
individuo.
En relación con este punto se puede plantear una cuestión puram ente
teórica. La seguridad del niño obediente a las condiciones impuestas para
obtener la protección de los padres, es m uy fuerte. Puede decirse que, en sen­
tido relativo, es m ás fuerte que la del niño cuya seguridad depende d e sus
propios recursos. J-a libertad para ejercer los recursos no puede identificarse
con la seguridad ganada m ediante la protección de otro individuo. El Ubre
desarrollo del ego no confiere necesariam ente, en m odo alguno, una mayor
seguridad. Desde el punto de vista subjetivo, se trata d e u n a cuestión de con­
trol» La condición de seguridad a cam bio de la obediencia puede ser cum pli­
da, de m odo com pleto y absoluto, por el niño —con ayuda d e la neurosis, por
supuesto—. De ella puede deducirse u n grado elevado de seguridad: la segu­
ridad de la dependencia. La seguridad dimanada del ejercicio de los propios
recursos no tiene la certidum bre n i la cualidad de la seguridad conseguida
m ediante la dependencia. A juzgar por la tenacidad con que el individuo
neurótico se aferra a este sistema de seguridad, la satisfacción inconsciente
derivada del m ismo debe ser m uy grande.
En el caso de los indígenas de las Marquesas, el tipo de super-ego que se
desarrolla no puede tener relación con la represión de necesidades biológicas,
por lo menos en cuanto se refiere a la sexualidad. La seguridad no se basa en
esa clase de obediencia. Con esto se excluye todo el sistema de obediencia de
20 Vid. p.
238 LAS ISLAS MARQUESAS

la formación del super-ego. No quiere esto decir que falten el sentim iento
de culpabilidad y la conciencia, pero debemos m irar tam bién qué ocasiones se
presentan para el uso de esas funciones. Nos encontramos con tabús de inces­
to que, hasta donde podemos saber, son obedecidos. Se castiga el incesto entre
el padre y la hija, pero suavemente; el incesto entre herm ano y hermana no se
comete, salvo cuando se deroga el tabú sobre el mismo en el curso de los ban­
quetes antropófagos. La ausencia de la poliandria fraternal es prueba probable
del tabú sobre las hermanas y de la supresión de la rivalidad fraternal. Por lo
que se refiere a los demás delitos, la tentación principal dim ana de los ali­
mentos, pero no d e otros artículos. Los impulsos “antisociales” que pueden
surgir son muy lim itados y se les m antiene controlados por las desventajas
reales que serían consecuencia de su ejercicio. Pero existen pruebas del eleva­
do valor que tiene para el individuo la estimación de los dem ás. El sentido de
la vergüenza, la necesidad de “salvar la cara” es muy sobresaliente.
Vemos, en consecuencia, que hay tan to super-ego como hace necesario la
situación social. La necesidad de m antener las apariencias, el status, el afecto,
el apoyo, la adm iración, están todos presentes; lá omisión estriba en la falta
de un sistema basado en la obediencia a los m andatos de los padres.
Esta exposición apunta a una observación hecha en uno de los capítulos
anteriores,21 la de que la derivación d e l super-ego del fenóm eno de la repre­
sión há llevado a conceptos erróneos q u e ocultan hechos esenciales. En la
base de todo el fenóm eno del super-ego, yace el deseo de gozar de la estima­
ción y de los sentim ientos de amistad d e los demás. C uando las condiciones
necesarias para ganar esa estimación y am istad no dependen de la renuncia
a obtener la satisfacción de necesidades biológicas, existe u n residuo que se
encuentra en todas las culturas: el sentido de la vergüenza.
La relación de la formación de super-ego con las realidades externas
efectivas, se m uestra bien en la diferencia que se observa en los métodos usa­
dos por los hombres y las mujeres para tratar los celos. La capacidad de
confiar en un objeto hace más fácil la represión de los sentim ientos obstinados,
y de aquí que los hombres resuelvan sus celos de modo satisfactorio. Esta
represión está ayudada, indudablem ente, y en grado no pequeño, por la
necesidad de la cooperación d e los varones. Esas condiciones no se dan entre
las mujeres. No se establece durante la infancia ninguna base para la existen­
cia de una actitud amistosa de la niña con respecto de su m adre y no existe
la necesidad de que sea reprim ida la hostilidad hacia sus rivales. N o se causan
con ello daños a la economía, ya que las mujeres constituyen una fuerza
económica desdeñable. Las m ujeres no usan medios directos para ejercitar su
hostilidad m utua, sino que recurren al em pleo de los hombres, mediante los
fanauas o los espíritus familiares, para ejecutar sus designios malignos.
LA PERSONALIDAD BASICA 239

En el caso de la religión de las M arquesas tenemos o tra oportunidad de


comprobar la exactitud de nuestras conclusiones. Los dioses de más categoría
no desempeñan u n papel im portante. Los dioses eficaces son los espíritus
humanos. Se convierten en dioses m erced a un procedim iento de canibalismo,
pero sólo se m antiene la lealtad hacia el dios si la acción d e éste es eficaz. La
principal función d el dios consiste e n garantizar el alim ento, la eficacia y
la habilidad. Se solicita su ayuda m ediante un sencillo ritu al alim enticio y no
recurriendo al castigo de sí mismo.
Los espíritus secundarios, vehini'haiJ faiuma y familiares son indicadores
de la situación sexual. Sus funciones y usos constituyen testim onio elocuen­
te de las tensiones sexuales en el seno de esa sociedad.
¿Existe alguna indicación de la presencia en esa sociedad de un complejo
de Edipo? No, decididam ente no, si con ello se quiere significar un deseo de
obtener una unión sexual con la m adre y un deseo de m atar al padre. Retro­
cediendo un poco el argumento* podría decirse que las vehmUhai representan
vehementes deseos incestuosos de la m adre representados en forma negativa.
Si es así, ¿por qué se presenta en form a tan explícita el incesto entre el padre
y la hija? Pero existen pruebas de la existencia de fuertes relaciones cariñosas
entre ambos. ¿Por qué no existen narraciones en las que se m ate al padre y se
posea a la madre? Las razones son evidentes si nos fijamos en la organización
social d e las islas M arquesas y de las disciplinas a que están sujetos los vehe­
mentes anhelos del “instinto”. Hemos postulado anteriorm ente que no es el
complejo de E dipo el que crea la organización social, sino viceversa. Es este un
excelente caso para demostrarlo. E n la sociedad patriarcal occidental, tene­
mos tabús tanto con respecto del objeto como de la finalidad, y es el padre el
principal ejecutor de la disciplina. Ya veremos cómo en el folklore tanala,
donde existen las condiciones del complejo de Edipo, se hace que el relato se
conforme con las pautas sociales. En él, se despoja el m uchacho de su mascu-
linidad, devuelve la mujer a su padre y establece un vínculo de sangre con
el criminal, que es herm ano del padre del muchacho.
En la sociedad de las islas M arquesas, el cuadro social es diferente. El
muchacho carece de oportunidad alguna de desarrollar las aptitudes de
dependencia con respecto de la m adre; ésta es cruel porque es frustradora.
La dependencia es mayor con respecto del padre y de los m aridos secundarios,
y como quiera que nunca le castigan o le frustran, no hay razón para que los
odie; de hecho, esta dependencia se convierte en el factor más im portante
para cim entar los lazos de unión en tre los hombres, llegando incluso hasta
la hom osexualidad, aunque, en este últim o caso, no son precisos el odio y la
congraciación inconscientes. No debemos olvidar que, con la excepción de
ciertos tabús de objeto, el m uchacho dispone de las mismas oportunidades que
CUADRO I

IN S T IT U C IO N P R IM A R IA E S T R U C T U R A D E L A PE R S O N A L ID A D
IN S T IT U C IO N S E C U N D A R IA
B A S IC A

P roporción e n tra loe


y»roñe* y U t h em bras 2Vi: 1
A n sied ad — M iedo d e s e r com ido R ep resen tació n h o stil d e la m u jer, v e h in ú
D escuido m aternal kai
C elos d e loe hom bres
1__ ^E xpresados Sólo c u an d o están em briagado* Suicidio y asesin ato p o r am o r
Seguridad e n loe hom bres S olid arid ad m a sc u lin a .
.S u p rim id o s T abú* c o n tra las m ujeres
O d io hacia las m ujeres
H o m osexualidad
R elación d e M iado d e la- explotación p o r las m ujeres vchlnlAof
L -V a ro n e s
Insatisfacción sexual Fotuuus* y espíritus- fam iliares
H ostilidad in terfem en in a B ru jería co n tra las m ujeres, fa n a u a s
.H e m b ra * M iedo d e q u e les roben a loa hijos Pscu d o cietis (em barazo fingido)

Escasez d e alie&entoe

-T éc n ic a a d e subsistencia M étodos racionales

A n sied ad alim enticia


M iedoc. hipocondríacos
M iedo a la- desintegración
N o m b res m últip les
M iedo d e ser com ido
T a b ú s alim enticios
E l alim en to com o m ed io d e en altec e r el E m b alsam am ien to
ego

A n tro p o fag ia
' T ie n te * d e la daificaciún

.A usencia d e p ertu rb acio n es d e l» p o ten cia


D isciplinas básicas sexual
D esarrollo sex u at irrestrfcto ‘ . A u se n c ia d e la h ip e itro fia d e los p ad res
A u s e n c ia d e r e s tric c io n e s s e x u a le s y d e insis­
Facilidad d e relaciones co n la d iv in id ad
tencia e n la obediencia
Preco cid ad •-
B an d as d a nifios
Super-egoi sen tid o d a ia vergüeñas Koioí

- . '1

M ovilidad social
N o h ay an sied ad d a ajcplotición p o r fes S o lid arid ad m ascu lin a: in tercam b io d e b e ­
P rim ogehiróra , n eficios , ,
hom brea
C onflicto* d e prestigio a te n u ad o s " C o n tro le s sobre el prestigio
R ango

.1 \
P ro p ied ad
N o a n sied ad — U p ro p ie d a d n o es u h m e . N o h ay tobos, ex cep to d é a lim e n to !
C om unal Prestigio « -b u e n s lim e n tad o r
d io de r e a l a r al ego
P ersonal
j -----------
:

T
- ?
242 LAS ISLAS MARQUESAS

el padre p ara el ejercido sexual. En consecuencia, n o debemos esperar encon-


trar narraciones de tipo Edipo ni tampoco mucha d e esa hom osexualidad que
dependa esencialm ente del m iedo al padre, del deseo de congraciarse con él
y del consiguiente abandono d el objeto intersexual. Pero existe la homosexual
lidad basada en la ayuda m utua y la perversión practicada en este caso es la
feUatío.
CONCLUSIÓN

Si fuéram os a intentar analizar esta cultura desde el punto de vista del


esquema evolutivo o de la adaptación freudiana del mismo, pronto nos encon­
traríam os faltos de mojones. E l complejo de Edipo n o se manifiesta en p arte
alguna, salvo en u n solo cuento: el del héroe de Tohe-Tika. C on respecto a
éste, se podría decir, con cierto esfuerzo de imaginación, que es una fantasía
de m atar a los tíos que pueden convertirse, convenientem ente, en los sustitu­
tos del p ad re y d e embarazar, después, a la madre para que pueda dar a luz
hijos sucesivos a los que el héroe convierte en partes d e sí mismo. La interpre­
tación d el cuento en esa form a, haría surgir, inm ediatam ente, la cuestión de
por qué otros detalles del m ism o son de menor im portancia. El hecho es que
la tram a evidente del cuento se reduce a una serie d e nacimientos sucesivos
con el fin d e hacer al héroe m ás completo. La principal dem anda que se hace
a la m adre y la causa de la ira del héroe es una frustración alim enticia. Para
hacer congruente esta últim a con el complejo de Edipo, debemos hacer d e la
dem and a d e alimentos una dem anda sexual, disfrazada de oral, debido a que
esas gentes se hallan detenidas en la etapa sádico-oral de desarrollo, cuyo
testim onio sobresaliente es la antropofagia.
Se puede, incluso, considerarlo como un caso d e complejo de castración
femenina, fundándose en los ojos saltones y la lengua colgante de la vehm i-
fuu cuando se cree inobservada. Esto le daría un núm ero de atributos fálicos
suficiente p ara hacer aceptable la explicación. T im unief m uestra en el cuento
una considerable resistencia al coito, circunstancia q u e puede añadirse a la
primera com o prueba d e esta situación de envidia en la psicología femenina.
A un aceptando esos dos puntos, no sería tarea fácil la de agrupar todas las
instituciones restantes como excrecencias de un complejo de Edipo muy ocul­
to y de u n complejo de castración fem enina. Si hubiéram os de operar sobré
ese esquem a, tendríam os que abandonar el análisis en ese punto.
Diremos para comenzar qu e tal concepto previo constituiría en sí m ism o
una negación de los verdaderos procesos que cada individuó experim enta en
cualquier cultura, y equivaldría a decir que un indio es como u n esquim al
porque ambos pueden soñar Con el complejo de Edipo. Erigimos en punto de
partida el hecho de que las instituciones básicas con q u e se encuentra el in d i­
CONCLUSION 243

viduo en las M arquesas eran diferentes de las existentes en la m ayor parte d e


las culturas más patriarcales. Esas instituciones consis rían en u n a proporción
2 Vi a 1 entre hombres y mujeres; el persistente descuido m aterno; la ausencia
d e disciplinas restri privas; la escasez alim enticia y la ausencia de la propiedad
como medio de realzar la personalidad.
Nos vimos obligados, en segundo lugar, a indicar otras instituciones deter­
m inadas (véase la figura i ) : la representación hostil d e la m ujer, las. y eh in ú
hai, la solidaridad en tre los varones, los fanauas, la neurosis fem enina del
embarazo simulado, la m ultiplicidad de nom bres, di embalsamamiento, la
antropofagia, un procedim iento especial d e divinización y una relación muy
original del individuo con la divinidad, etc.
Sería muy difícil deducir este grupo d e instituciones del complejo de Edi-
po. M ucho más fácil sería ver la relación rjue guarda con el o tro grupo de
instituciones a que liaríam os primarias. Esta relación no puede establecerse
directam ente. Pero usamos otro supuesto: el de que el grupo d e instituciones,
llam adas primarias debe ejercer un efecto determ inado sobre la estructura de
la personalidad básica del individuo expuesto a ellas, un efecto q u e era acu-
m uktivcfy efectivo en el orden en que estaba obligado a adaptarse a ellas en
una u otra forma. Com o quiera que todas esas instituciones prim arias consti­
tuyen datos por cuanto se refiere al individuo^ y éste no interviene e n s u
creación, debe acom odarse a ellas en alguna foim a. ;Las constelaciones par?
oculares causadas p o r la necesidad del individuo d e adaptarse a esas institu­
ciones se convierten en parte de sus instrum entos funcionales, efectivos, de
adaptación y, eventualm ente, en una p arte d e su sentido de la realidad. P o d a­
mos poner de m anifiesto esta circunstancia con la m anera como se construye
en esta cultura el concepto de la m ujer. Com o resultado de sus contactos con
la m adre que no le hace caso,- debe sacar el niño la impresión, aunque sólo
fuese por contraste con la actitud del padre y los maridos secundarios, de que
aquélla no es tan cariñosa como los varones, incluso aunque di hijo no pueda
establecer la com paración con otros tipos d e madres. N ada tiene de sorpren­
dente, por lo tanto, que se desarrolle en el hijo un sentim iento de confianza
en los varones. Esas dos constelaciones form adas por las figuras, paternas y
m aterna, constituyeron las fuentes de n uestra reconstrucción d e la explica­
ción racional emotiva d e las instituciones secundarias.. Per vigorosa que sea la
fuerza de la filogenia (y constituye un supuesto totalm ente gratuito el de que
los tipos de conducta se heredan), su influencia se disiparías! cada una de las
sucesivas generaciones estuviese expuesta a la influencia de esas instituciones
primarias. El patrón de las instituciones secundarias no se aju sta al de aqué­
llas a las que estamos acostumbrados en nuestra cultura o en cualquier otra
análoga a la nuestra. N o es posible, por lo tanto, deducir su origen de la filo­
244 LAS ISLAS MARQUESAS

genia, sino de las condiciones reales bajo las cuales se forma la estructura de
personalidad básica. El contacto con esas realidades crea una serie m uy orga­
nizada e interrelacionada d e “ condicionamiento”. Por lo tanto, esas institucio­
nes secundarias sólo pueden ser comprendidas por los efectos de las prim arias
sobre la psique hum ana.
Hem os señalado diferencias importantes en la estructura de personalidad
entre varones y hembras; pero no era posible reducirlas al complejo d e castra­
ción, a menos que se recurriese al expediente de calificar al embarazo sim ula­
do de sustitutivo del pene. E sta interpretación no hubiera tenido valor en una
cultura donde e l valor de escasez de la m ujer y la ausencia de frustración
causada por disciplinas restrictivas estim ula a la m ujer a usar y gozar d e los
órganos destinados filogénicamente a u n a actividad de placer*
D ebe notarse u n punto final relativo al m étodo, en contraste con los proce­
dim ientos clásicos d e T h. R eik y G. Roheim. E n estos últim os se señala la
constelación inconsciente y se atribuye su origen a una detención general del
desarrollo—presum iblem ente en la m archa evolutiva-*-. En consecuencia» una
constelación como la antropofagia o el m iedo a ser devorado n o tiene conexión
directa co n las realidades «encontradas. A mayor abundamiento^ es frecuente
criticar esos intentos de identificar los sistemas conscientes de los cuales deri­
van las constelaciones inconscientes, calificándolos de “superficiales” en el
séhíido vulgar* de contraposición a' profundo. Ese desdén hacia el uso d e los
sistem asconscientes es un viejo prejuicio psicoanalítico. Pero es fácil darse
cuenta d e que a la omisión d e ésos sistemas conscientes en los días tem pranos
d el psicoanálisis se debió, en gran parte, el traslado,dé la im portancia principal
a la filogenia. Este supuesto hizo posible la creencia en una estructura de
personálidad universal.
En el procedim iento para el que no6 h a servido d e ejemplo la cu ltu ra de
las islas M arquesas, podemos descubrir una serie continua en tre los sistemas
conscientes y las últim as constelaciones inconscientes existentes. Así, si tom a­
mos en consideración u n rasgo superficial com oia ausencia de celos en tre los
hom bres (excepto en condiciones especiales), encontram os, en prim er lugar,
una realidad externa, la escasez de m ujeres y, partiendo de ese punto, una
larga aserie dé instituciones y actividades, que 'proceden dé la infancia, las
cuales explican k últim a a ctitu d . Es esta serie la q u e describé el crecim iento
del sentido dé la realidad del individuo y, como Consecuencia, de su ego.
Lá verdad o falsedád dél procedim iento usado aq u í sólo puede ser com­
probada experim entalm ente. Pero es, por lo menos* un m étodo sujeto a
comprobación experimental: E n los capítulos siguientes tendremos oportuni­
dad de probar este m étodb en u n a cultura donde las condiciones básicas d e la
vida son m uy diferentes de las qu e prevalecen en las islas Marquesas.
CAPTTÜIO v n >. -

LOS TA Ñ A LA S DE U A D A G Á S Ó A R

por R alph Lin t o n -

Bn l a costa sudorienta], d eA ^rica, «Píre los 13 y 26 grados de la titu d sur,


se encuéntra la isla de M adagascar. Tiene l,6 W k iló m etro s dé le n titu d y
400 kilóm etros de ancho» por térm ino medio. A unque el medio geográfico es
m uy variado, la isla es m ontañosa en su m aypr parte, con un v^Ile central.
En el lado oriental el clim a es cálido, con lluviás constantes. Hay u n a m eséis
central de u n a altitud de. 2,ÓQ0 a 3,0Q0 pie? con clim a tem plado, Heladas en
invierno y lluvias estacionales.
* . t .j . ' i

L a vegetación de M adagascar es lo bastante variada para poseer diversas


zonas que n o corresponden a las zonas ecológicas. Las razas son m uy diversas,
y los m ódulos endogámicos favorecen la m ultiplicidad de los tipo?. Pero se
destacan ciertos tipos raciales con u n grado b a sta n te a lto délocalización. En la
m eseta, et grueso de la población es mesocefálicó, don piel ihóré-
na, largo cabello ondulado, barba bastante cerrada y ojos recto?. El idiom a és
d e procedencia malayo-polinesia, estrecham ente relacionado cori él malayo.
Todos los habitantes han teñido que venir en calidad de inm igrantes.
Parece que los antepasados de los habitantes de la m eséta vinieron original­
m ente de Indochina, y que son parecidos racial y culturalm ente a los antepa­
sados de los primeros inm igrantes polinesios. Los prim eros debieron llegar h a­
cia 1,000 á. c., y parece que lo6 árabes entraron e tie l paiis en el siglo xn d. c.
La más arcaica de las culturas acm alts d e M adagascar es la. tanala
originalm ente. Como la altitu d es d e 1,000 a 1*200 m etros, el clim a es fresco.
A bundan en la región las aguas corrientes, pero no hay ríos navegables. El
sum inistro d e caza es m uy pobre, se reduce a anim ales pequeños, y la pesca es
incidental. A unque se encuentran algunos frutos y raíces silvestres, su im por­
tancia económica es pequeña.
E l país está bien adaptado a la agricultura, m ediante el procedim iento de
talar y quem ar. Se dispone de- suelo suficiente, aunque es pobre y requiere
de diez a quince años de barbecho. Se encuentran en el terreno algunos secto-
245
246 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

res pantanosos adaptados al cultivo del arroz sin necesidad de irrigación.


A bundan las maderas y existen yacimientos localizados de mineral de hierro
de a lta concentración, así como algo de oro. Los indígenas consideran a la
región como indeseable; aparentem ente, sirvió de refugio para grupos derrota­
dos expulsados de la costa o de la meseta.
La tribu d e los tanalas (“gentes de la selva”) n o constituyó jamás una
unidad política o cultural. Se encuentra, todo lo más, entre los grupos que la
componen, u n vago sentim iento de afinidad rem ota que se refleja en un com­
portam iento ligeramente diferente en la guerra y en la actitud con respecto de
los cautivos. C on ligeras excepciones, cada grupo es autónomo económica y
socialm ente. Como quiera que no todos los grupos poseían hierro dentro de
los lím ites de su territorio, com erciaban en dicho m ineral y en sal, y dos o tres
de aquéllos fundían aquél y m anufacturaban útiles para los demás. Las m er­
cancías se pasaban de u n grupo a otro m ediante perm uta; no Había mercados
ni traficantes regulares. Se organizaban pequeñas expediciones para conseguir
herram ientas y se realizaban algunas excursiones hasta la costa en busca de
sal;'eri ét curso de esas expediciones acechaban ciertos riesgos de captura y
sum isión a la esclavitud.
LA ALDEA

C ada aldea reivindica una extensión de tierras determ inada, dentro del
territorio poseído por la gens; sólo una fracción de la misma está som etida a
cultivo en u n momento determ inado. Los terrenos enclavados dentro de la
aldea están divididos en barrios, cada uno de los cuales es poseído y ocupado
por u n linaje familiar. C uando se establece la aldea, se asignan esos barrios
m ediante acuerdo general. C ada linaje familiar tiene, adem ás, derechos prefe­
rentes a un sector de terreno que se extiende desde la aldea hasta los lim ites
exteriores del territorio d e la misma. Cada uno de los linajes cultiva su sector
independientem ente. C ada año se roturan nuevas tierras. El método de distri-
bueión de los terrenos en tré las familias com prendidas dentro de cada lina­
je, p ara su cultivo, es como sigue: en los comienzos d e la estación de cultivo
agrícola; los ancianos del linaje form an a los cabezas d e las diferentes fam ilias
a lo largo de uno de los frentes d e la tierra que ha d e ser desbrozada y asig­
nan a cada fam ilia una franja de anchura fija, pero de profundidd indeterm i­
nada. Proceden, entonces, los hom bres de la fam ilia a roturar la selva hasta
tan lejos como les parezca preciso para satisfacer sus necesidades de arroz. Se
tieñér cuidado d e que las asignaciones de terrenos a lás familias sean lo más
equitativas posible; en consecuencia, la familia qtfe h a obtenido tierras pobres
un año, habrá d e recibirlas buenas al siguiente.
LA ALDEA 147
Los aperes agrícolas son pobres, pero suficientes. El arado es enteram ente
desconocido. N o existe para ninguna de las fam ilias e l incentivo de cosechar
más de lo que necesita, puesto que los productos: obtenidos n o pueden ser
vendidos n i alm acenados.G oza cada fam ilia,d e l pleno derecho sobre las
tierras que h a roturado y plantado, m ientras Jas con serv ab a cultivo; d e allí
en adelante, revierten a Ja propiedad general del lin aje fam iliar. En u n cam po
de esa clase se puede obtener u n a segunda cosecha, bastante pobre, pero dea*
pues es preciso dejarlo que vuelva a convertirse e n selva y no es cultivado nue­
vam ente, con provecho, hasta pasado u n plazo d e diez a quince años.
La cosecha de arroz se alm acena por la fam ilia y se prorratea en tre los
varios miembros de la misma con arreglo a sus necesidades. Es interesante
señalar q u e aunque no existe escasez, se m ide -cada porción, d e .alimentos, y
entre los usentilios d e cada casa fam iliar están com prendidas una serie de
m edidas d e distintos tam años empleadas para dividir las raciones d ian as
correspondientes a los hom bres, las mujeres y los niños de diferentes edades.
La cosecha alm acenada dura siempre hasta la recolección de la siguiente* N o
tienen los tanalas actitudes ceremoniales ni m agia relacionada con los ali­
mentos. E ste hecho es digno de especial inenejón por cuanto que la m ayoría
de los pueblos malayos practicanritos, bastante complicados, de fertilidad y
otros relacionados con su cultivo del arroz. La única ceremonia, jrelativ a al
arroz q u e se encuentra entre los tanalas consiste en una pequeña oferta fauái-
liar hecha >a los antepasados en la época de la cosecha. O tra forma de magia
relacionada con el arroz son los amuletos guardados en algunas aldeas contra
el granizo o la langosta.
Los hábitos relativos a la comida son sencillos. Se sirve u n a comida diaria
a últim a hora de la tarde. E l padre se sienta aparte en posición elevada y se le
sirve por separado. El plato que contiene sus alim entos debe estar colocado
m ás alto que los correspondientes a los demás miembros de la fam ilia, y con
ese propósito se fabrican complicados m onum entos de cestería. Tam bién se
sirve separadam ente aL hijo mayor a partir de la edad de cuatro años. La
m adre y los demás niños com en en una fuente com ún.
Los tanalas crían ganados, pero el beneficio útil que obtienen de sus
rebaños es casi nulo. N o aprovechan las pieles y comen carne tan pocas veces
que soñar que se corta carne constituye un m al presagio que indica un fu<
neral en la familia. La leche se toma solam ente cuando la vaca da más de la
que puede consumir la ternera. Ni siquiera se em plea el estiércol en la agri­
cultura. Y, al propio tiem po, la posesión de ganados confiere un elevado
prestigio.
La división d el trabajo es constante, pero con la excepción de los he­
rreros, no existen artesanos extremadam ente hábiles o profesionales. Los
243 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

hombres realizan todos los trabajos en m adera y m etal; hacen, también, tela
d e corteza, pesadas esteras y cestos de bambú cuya m anufactura requiere
una fuerza considerable. Las m ujeres tejen esteras y cestas finas, gorros, co­
berturas para los niños y 1¿S paños de estera usados para los vestidos por am ­
bos sexos. T am bién corre a cargo d é las mujeres la cocina, el cuidado de la
casa y el d e los niños; pero cualquiera de los hombres puede, igualmente,
hacer no im porta cuál de esas cosas sin perder su respetabilidad; en realidad,
se tiene la creencia de que los hom bres son algo mejores cocineros que las
mujeres.
rr r PROPIEDAD

Todos* lo s objetos m anufacturados, a menos que se haya dispuesto defi­


nitivam ente d é ellos, pertenecen a quienes los han hecho. T an rígidas son
las convenciones relativas a la propiedad, que el m arido no puede vender
una estera tejida por su mujer, ni siquiera un juguete hecho por uno de sus
hijos* Todas las cosas, excepto la tierra, son de propiedad individual; nin­
guna otra persona tiene derecho a reclam ar nada que haya sido hecho o re-
colectado por u n individuo, salvo é l cabeza' de la com unidad doméstica qué
puede ejercer su autoridad con respecto a la disposición de los alimentos
selectos. E n la actualidad, tam bién tiene derecho el p ad re a una participa­
ción en el salario de sti hijo si éste presta su trabajo en concepto d e jornalero
fuera de la casa. Se considera a esta participación como el reembolso legitimó
qu é sé háóé al padre por la pérdida de los servicios d e l hijo.
En el seno de la fam ilia se com parte indistinta y generalm ente los ali­
m entos y ei uso d e fes esteras y utensilios es tam bién com ún, sin tener en
cuenta quién es exactam ente el düeño de los mismos, ya que se considera
q u e son contribuciones que su propietario hace al grupo. Sin embargo, se
confirma la propiedad individual tan pronto como se trata de vender las cosas.
Se practica algo el préstamo, sin cerem onia, entre las com unidades domésti­
cas, pero no tiene lugar el cambio de regalos entre personas del mismo nivel
social.
A parte d e los objetos de uso y vestido, había dos tipos de propiedades
que se em pleaban, principalm ente, cotí fines de'prestigio: el diiíéro y el ga­
nado. La econom ía de dinero de los tanalas databa, por lo menos, de hacía
dos o trescientos años. Los piratas introdujeron, probablem ente en el si­
glo xvti, los doblones españoles, pero hasta fecha muy reciente no se usaban
el oro y ta p lata como m onedas o adornos. Se efectuaba u n comercio redu­
cido, a base de perm uta; el uso de la m oneda constituía un m edio de atesorar
el excedente en forma im perecedera hasta que fuera necesario utilizarlo para
efectuar grandes compras como las d e ganado o de una parcela en la aldea
LA ALDEA, 249

o paira pagar los servicios d e \m ombüisy .(hechicero);, etc. Como q u ieté que
d robo d e artículos ordinarios como ganados o utensilios m anufacturados era
imposible, que; ambos podían ser fácilm ente identificados, era el dinero el
único objeto de valor que se atesoraba y ocultaba cuidadosamente. A unque
jara vez se le usaba para fines de ostentación? el dinero e ra evidentem ente el
instrum ento deL poder* El jusúprincipal del m ism o consistía en la compra
de terrenos, porque ese era e l medio merced al cu al podía establecer u n a per­
sona u n nuevo linaje fam iliar. Los tanalas prestaban dinero en ocasiones
excepcionales, pero hasta cuando se efectuaba esa. operación com ú n m iem bro
de la propia familia» se llevaba a cabo en presencia de. testigos y, con fre­
cuencia, cargando un interés. El individuo que tecnia dinero había d e guar­
darlo ta n sigilosamente q u e hasta el m iembro m ás íntim o d e su fam ilia igno­
rase dónde lo tenía escondido. Sin embargo* .el robo de dinero no e ra raro
y cuando se le descubría no se le castigaba ta n ««veramente como é l robo
d e los dem ás objetos. Por m ás que la posesión d el mismo fuese, en su mayor
parte, prerrogativa del padre, en ocasiones podía u n a m ujer convertir sus exce­
dentes en dinero, pero debía entregarlo, para su custodia a sus propios pa­
rientes. i
Los ganados constítuían la forma más antigua de riqueza excelente, ya
que» debido a la reproducción, eran la única , inversión q u e producía in terés
Es este u n rasgo extraordinario, penque el valor d e l ¿ganado no depende de su
utilización para el consumo n i para producir abonos m ecano bestias de tito.
Estos dos últimos usos eran desconocidos de los tan alas; el ganado se ma­
taba únicam ente en los sacrificios y en las cerem onias funerarias. Los tanalas
trataban, hasta donde les era posible, de m antener el ganado en la fam ilia o,
por lo menos, en la aldea* A la m uchacha q u e se casaba con algún hombre
ajeno a su aldea —proceder que se procuraba no fom entar— se le daba de
ordinario el equivalente d e su herencia en dinero y bienes. Todos los gana­
dos eran de propiedad individual y todo el m undo trataba de poseer el mayor
núm ero de cabezas posible. El robo de ganados era u n o de los principales
incentivos de las razzias de los indígenas, que n o llegaban a constituir guerra^.
Vemos, pues, que el valor de prestigio d e la propiedad era d e gran im­
portancia en el espíritu de los indígenas. Estaba íntim am ente ligado con toda
la pauta del control de la familia y d el linaje fam iliar. E l principal incentivo
para su acumulación era el deseo de poder y control sobre los colaterales y
las generaciones descendentes. .Ese control n o se hacía extensivo a la línea
ascendente ni, salvo en form a oficiosa, al de la aldea. El jefe de la aldea ne­
cesitaba poseer riquezas para m antener su status, pero no era siempre, en
m odo alguno, el más rico, como veremos m ás adelante. Tam bién contribuían
otros factores a la categoría y al prestigio.
250 LOS TAÑALAS DE MADACASCAR

Paralela a esta tendencia a la acumulación de riquezas, existía, análoga*


m ente, la de ocultarlas de todos con el fin de evitar la envidia y la consí*
guíente agresión de los miembros d e otras familias y linajes; pero la riqueza
aseguraba el poderío dentro d el propie grupo. N o siempre era posible la
ocultación: es evidente que reuniéndose los ganados en un rebaño com ún,
todos sabían el número de los q u e poseía cada und d e lo» otros.
A pesar d e la diferencia observada en la posesión d e bienes m ateriales, era
m uy poca, si acaso había alguna, la existente entre los niveles d e vida de los
ricos y d e los pobres. N i siquiera en los entierros y en la erección de piedras
funerales ten ía lugar una verdadera ostentación de riqueza. Los entierros co n ­
sistían, ordinariam ente, en la celebración de ceremonias adecuadas sin gastos
ostentosos o esfuerzos francos orientados a despertar la envidia d e los dem ás.
N o podía ganarse, m ediante la competencia, ningún poder o cargo ostensible
a l cual solam ente podía aspirarse merced al linaje fam iliar. El único cam ino
abierto al individuo para la consecución del poder era la posesión de una
propiedad rústica.
Gomo n o había comercio ni operaciones bancarias, el acrecentam iento
d e los bienes d e la gens era muy lento. El robo de ganado m ediante las incur­
siones era, prácticam ente, el único m étodo seguro;-L a principal riqueza del
individuo era ¡a que adquiría por herencia d e sus mayores o procedente de
donaciones- Existía, sin embargo, úna excepción a esa regla: el caso de la
prim era m ujer, que recibía la m itad de todos los beneficios de la familia salvo
que no participaba en la herencia del m arido después de casados. La única
forma en q u e un hombre joven podía adquirir bienes de fuera de la fam i­
lia, era recurriendo al robo de ganado o convirtiéndose en ombiasy. Pero
esta últim a profesión requería u n largo período d e aprendizaje durante el
cual era necesaria la ayuda del p ad re para atender a los gastos de instrucción.
Las reglas de la herencia estaban altam ente convencionalizadas y eran
rígidam ente obligatorias. El m arido no podía heredar a su m ujer ni el padre
al hijo. En caso de m uerte de u n hom bre o una m ujer sin hijos, se dividía la
herencia, por igual, entre los herm anos o herm anas hijos de la misma m adre;
si fetos habían fallecido, se dividía e n tre los hijos de Jos hermanos. La herencia
de una m ujer se dividía, por partes iguales, entre sus hijos. Pero la m ujer o,
en el caso de poligamia, lap rim era mujer, recibía un tercio de la herencia del
m arido, con exclusión d e las herencias que aquél pudo recibir después de su
m atrim onio, fea m itad del resto d e la herencia debía ir ai hijo mayor, quien su ­
cedía tam bién al padre como cabeza de familia, y el resto se dividía, por partes
iguales, entre los demás hijos, p ero la hija q u e se había rasado fuera de la
aldea recibía una hijuela más pequeña. El prim ogénito de Ia fam ilia recibía
tam bién la norción mayor de la herencia d e su m adre. Las viudas m últiples
" ORGANIZACION SO C IAL 25i

n o heredaban nada pero tenían ciertos derechos sobre las hijuelas: d e susrhjr
jos; podían, p ó r ejemplo, retener el uso de la casa d urante toda su vida.
v ' Esas reglás éran tari rígidas que ningún hom bre podía hacer testam ento.
Podía, no costante, hacer donaciones en cualquier momento, incluso en su
lechó de m uerte. En esa form a era posible que el h ijo favorito» n o e l m ayor,
pudiese, eñ realidad, llegar a ser m ás rico que aquél, '
En consecuencia, es f ácil deducir que la im portanda atribuída a la rique-
za, juntam ente con los lim itados medios de adquirirla poniendo a contribu­
ción la iniciativa, y la rigidég dé las ley® sucesorias, hacían d e la obediencia
y del cortejo del favor* el m étodo dom inante d e asegurarse la categoría per­
sona] y promovían Un extrem ado sentim iento d e celos entre los herederos po­
tenciales. Pero, por m uy agudo que fuese ese sentim iento, sus m anifestaciones
estaban frenadas por el gran m iedo de incurrir en el disfavor de los padres.
La costumbre de d ar al hijcy tnayor la porción m ayor de la herencia cons­
titu ía el m edio de garantizarle los poderes efectivos en la línea fam iliar, des­
pués de la muerte d el padre. - Ese primogénito podía m antener endeudados
y sometidos a sus herm anos m enor®, haciéndoles préstamos. La aspiración
d e todo hom bre en esa sociedad consistía en acum ular bienes para llegar a ser
el fundador de un nuevo linaje. Esta condición traía consiga respetó, autori­
d ad y poder sobre loa dem ás; y, en últim o térm ino, le garantizaba la adoración
eñ el cuito a tos antepasados, con b cual seaseguraba e lu s o ptrn-m ortem
d éi poder que había ejercido en vida. -

ORGANIZACIÓN SOCIAL

Los tanalas tenían una vigorosa conciencia d e grupo. Se consideraban


a sí mismos como gentes d e la selva en contraposición de las gentes de la m e­
seta. Existía, además, u n sentim iento, muy fuerte, de unidad entre las aldeas
com prendidas dentro de una gens si vivían* e n territorios contiguos, con opor­
tunidades de contacto. En una reunión de aldeas de esa clase, se reconocía
a una de ellas como progenitora y su jefe gozaba de una posición de preem inen­
cia, pero sin poseer el control sobre las dem ás aldeas. Lo mismo ocurría con
el sacerdote. Tenía lugar, excepcionalmente, algún m atrimonio entre aldea
y aldea, pero era m uy poco frecuente y se procuraba que no se produjesen
estas uniones.
G ada una de las aldeas tenía derecho a reclam ar determinados terrenos
dé entre los de la gens. El patrim onio de la aldea comprendía siempre una
serie de elementos de propiedad corporativa que se usaban y m antenían mer­
ced al trabajo com ún. Eran éstos las obras de defensa integradas por una
em palizada de dos y m edio a cuatro m etros de altura, un foso que la n>
252 LOS TAÑALAS DE MADAOASCAR

deaba y u n cerrado común para los ganados. Se construía este últim o cerca
d e la puerta del recinto de la aldea con el fin de que, en caso de ataque, se
pudiera m eter a las reses d entro de aquél* Había* además, la plaza pública y
la casa d e la asamblea, que se erguía en cualquiera de los lados de aquélla
salvo el occidental; éste edificio podía ser usado también como residencia
del jefe d e la aldea. Existían, asimismo, dos am uletos, correspondientes a la
totalidad de la aldea, situado uño de ellos en la p u erta de la misma para pro­
teger de los ataques y enterrado el otro en la plaza pública para im pedir la
peste y el rayo. Am bos eran hechos por u n ombiasy en el m omento de la fun­
dación d e la aldea. Se encontraba tam bién en cada aldea un lugar sagrado
donde se erigían las estelas funerarias de los m uertos y se celebraban los sa­
crificios; este lugar estaba situado algunas veces a kilómetro y m edio d e la
aldea. N o se consideraba u n poblado como perm anente hasta que habían
ocurrido fallecimientos en el mismo y se habían erigido estelas funerarias.
Había, finalm ente, la tum ba o tum bas de la aldea donde se enterraban juntos
a todos los miembros de la m ism a. Estos cem enterios estaban situados, con
frecuencia, a muchos kilóm etros de distancia de aquélla, eran más o m e­
nos secretos y con frecuencia se les cambiaba de lugar cuando la aldea se
trasladaba a un nuevo emplazamiento.
Los ocupantes d e cada b arrio eran los descendientes de un antepasado
original p o r línea m asculina, sus esposad e hijos, posiblemente unos cuantos
m aridos d e las hijas d el linaje fam iliar y, con frecuencia, unos cuantos escla­
vos hereditarios de las fam ilias. Había un grupo de casas, una para cada
m ujer y sus hijos y tam bién una casa para los niños. Conform e se iban casan­
do los hijos, se construía uña casa para cada uno d e ellos, situada hacia el
este de la correspondiente a la esposa principal del padre.
El control del linaje se transm itía del fundador a los hijos primogénitos.
EL fundador ejercía, durante to d a su vida, el control absoluto sobre todos los
descendientes. Organizaba el trabajo, dividía la tierra para su cultivo, tem aba
a su cargo los entierros y resolvía las disputas surgidas entre los miembros
d el linaje fam iliar. T enía un derecho directo al trabajo de todos los varones.
A la m uerte del padre, ocupaba su puesto el hijo primogénito, pero éste no
ten ía derecho al trabajo de sus hermanos o d e los descendientes de éstos.
Su autoridad era menos absoluta y dependía, en parte, de su personalidad y,
en parte tam bién, del grado en que era económ icam ente dependiente. El go­
bierno pasaba del hijo prim ogénito a su prim ogénito y así sucesivamente. D e
la existencia de esta pauta se colige fácilm ente que la línea procedente del
antepasado original tenía que dividirse.
D entro d e la fam ilia, el control ejercido por el padre, sobre todos sus
descendientes era absoluto. N orm as complicadas regulaban las actitudes d e
ORGANIZACION' SOCIAL m
respeto hacia e l imsmo* E l padre tenía tam bién au to rid ad sobre las esposas,
dentro de los límites establecidos en el contrato de. m atrim onio; pero la v io
lencia extrem ada sobre una de aquéllas estaba im pedida por e l hecho d e que
sus parientes^ residían dem asiado cerca.
' Las aldeas estaban casi com pletam ente aisladas socialmente, aunque sus
hombres podían cooperar con ios d e otras si era invadido el territorio d e la
g&ns. Pero d e ordinario existía m uy poco contacto entre fes grupos d e cada
aldea*-- r '
El m atrim onio se verificaba casi siem pre e n tre miembros de la misma
aldea pero* d e diferente linaje fam iliar. La pareja residía siem pre en e l bar
rrio d e l linaje fam iliar del marido* Parece, que antiguam ente el cuarenta por
ciento d e fes matrimonios eran polígamos, pero ese porcentaje h a dism inuido
con la cesación de la guerra y el aum ento del núm ero de hombres; hoy sólo
alcanza al quince por ciento aproxim adam ente. Las esposas secundarias de
las fam ilias polígamas están sometidas al dom inio de la principal; el m arido
necesita obtener él perm iso de Su primera m ujer p ara contraer* u n m atrim onio
plural. Es m uy fuerte $1 sentim iento contra el m atrim onio que crq?a líneas
de generación* Equivale esto a decir q u e se seleccionan fes esposassecunda-
das entre-las viudas o las m ujeres que. no han podido contraer m atripiopio
en concepto de esposas-principales. La reglam entación vigente im pide a l m a-
rido llevar a la casa fam iliar a una esposa secundaria joven y atractiv a,que
pudiera interferir con las prerrogativas de la pripcipaL I ^ suceaón como
cabeza d e fam ilia va a l h ijo , primogénito sin tener en cuenta la categoría per­
sonal de su madre como esposa principal o secundaria.
El divorcio no es frecuente, aunque no existen sanciones sobrenaturales
del m atrim onio y fes antepasados no están interesados en el.divorcio. En el
caso de q u e uno de los cónyuges se haya divorciado, nunca debe considerarse
esta separación como debida a enfermedad* Las causas de divorcio se espe­
cificaban siempre en los contratos matrimoniales* Por lo que respecta a las
m ujeres eran, ordinariam ente, el adulterio, la incom petencia como am a.d e
casa o el desacato a' los parientes del marido; y p ara el m arido^el adulterio,
el m atrim onio con una esposa secundaria sin el previo consentimiento de la
principal, el hecho de dorm ir con una de las,esposas en e l día correspondiente
a o tra (e l m arido estaba obligado a pasar u n día con cada una de sus m ujeres,
sucesivam ente, y siguiendo u n orden constante) o fe crueldad extrem ada.
Se concedía el divorcio a la esposa por el consejo dé la aldea, m ediando causa
justificada, señalándose el disfrute de una pensión alimenticia.
El precio de la novia, satisfecho por el novio o su padre al de aquélla, cons­
titu ía un acom pañamiento necesario de todos los matrimonios legales. Este
precio era, sin embargo, pequeño, y consistía en la entrega de una pala, un
254 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

m anto, etc. En caso d e divorcio no se reem bolsaba el precio de la novia. El


verdadero significado d e este precio pagado pea* la novia estribaba en el hecho
d e qüe indemnizaba a la fam ilia de aquélla por la pérdida de sus eventuales
hijos; no equivalía, en modo alguno, a la com pra de la mujer. En el caso de
nuevo m atrim onio de la esposa divorciada, era preciso obtener el consenti­
m iento previo del prim er m arido, al que debía reembolsarse el precio pagado
p o r la novia; en otro caso, los hijos habidos en la nueva unión le pertenecían,
puesto que los había pagado ya. Análogam ente, el hijo ilegítimo nacido de
u n a m ujer divorciada pertenecía a la fam ilia d e su anterior esposo. Estas nor­
m as se relacionaban, sin duda alguna, con la im portancia asignada a los hijos
ta n to en consideración a sus actividades económicas como en concepto de
contribuyentes al bienestar de los espíritus ancestrales por los sacrificios que
pudieran hacerles.

CICLO DE VIDA DEL INDIVIDUO Y DISCIPLINAS BÁSICAS

tas- m ujeres tanáfas dan dé m am ar a sus hijos cada vezCjue lloran. N or­
m alm ente, Cada niño es am am antado soló p o r su propia madre; las esposas
plurales pueden dar el pecho, excepcionalm enté, a u n niño que n o es hijo
suyo, pero éste es un caso de predilección individual. N o se puede determ inar
eacafctamente la época d el destete, pero el niño es am am antado hasta que el
siguíen teh ijo necesita e l pecho de la madre» Si ésta queda embarazada duran­
te el período dé lactancia, se creé que él niño caerá enferm a Jamás am a­
m an ta la m adre a dos niños de edades diferentes.
' La m adre lleva siem pre al niño sujeto a su espalda, sentado sobre una
alm ohada atad a a lá cintura y protegida con una cubierta. Estas cubiertas
o “casas” de las criaturas son difíciles de obtener, porque ninguna m adre sería
capaz de vender la casa d e su hijo* Guando la “casa dé la criatura” está estro­
peada por el uso, sé la desecha y, en caso d e m uerte del niño, se la entierra
con él.
N o se em plean pañales* con el resultado d e que el niño ensucia continua­
m ente a su m adre, y com o quiera qüe tos vestidos d e ésta son difíciles de
reem plazar, tenemos aquí u n incentivo para la presencia de la tem prana dis-
ciplm e de esfínteres. E l control det ano sé inicia, d e hecho, a la edad de dos
o tires meses y se espera q u e el niño se contenga desde los seis meses. Si pasa­
d o ése período, sigue el n iñ o ensuciando a la m adre, se le castiga severam ente.
E n otras palabras, sé enseña al taño a Contener sus necesidades naturales
m ientras su m adré lo lleva a cuestas. Se perm ite, sin embargo, a l niño que
dejé, a ratos, la espalda d e su m adre. Puede ser interesante señalar q u e se obli­
ga a la m adre a m antener la abstinencia sexuaL hasta seis meses después del
CICLC DE VIDA 255

nacim iento d el niño* En esa form a coinciden el período de instrucción anai


del niño y la abstinencia sexual de la m adre consecutiva a l nacim iento de
aquéL H asta el segundo año d e su existencia, d uerm e el niño en com pañía
de $u p ad re y de su m adre. E l traslado del niño d e la cam a de sus padres,
implica p ara él una grave m olestia, porque se le lleva a u n lugar m ucho
usas frío. , . f •"cí-
N o se h a observado nunca q u e los niños se chupen el dedo y d el m ism o
m odo h a escapado a la observación la m asturbación en la primera infancia.
Esto puede deberse o no a la existencia d e algún tabú* Los runos van desnu-
dos, los varones hasta la edad d e cinco años y las niñas hasta los cuatro.
Es digna de notar la limpieza personal de los tanalas; se lavan las m anos
y la boca antes y después d e cada comida. C ada persona tiene su propia
cuchara.
El vestido es sencillo. Los hom bres llevan túnicas y las. m ujeres un vestido
tubular. § e e v ita cuidadosam ente el exhibicionismo, tanto por parte d é los
hombres com o de las mujeres. N i siquiera los varones m uestran tendencias al
mismo en tre ellos.
Las diferencias de trato debidas al soco y la prim ogenitura se inician desde
muy pronto. L o mismo ocurre con la obligación-de trabajar que comienza a los
cinco años d e edad y cesa con la edad avanzada* N o parece que exista ningu-
n a clase de disciplina, castigo o regaño severo^ y la d e p en d en ciad elas padres
para la obtención d e favpres constituye la fuerza principal que m antiene la
obediencia. La relación del n iñ o con los padres se caracteriza por la in$astencia
en el respeto y la obediencia d e aquél. Se le obliga a perm anecer en la parte
occidental d e la casa y no puede sentarse al m ism o nivel que el p ad re. Se
em plean taburetes y esterillas para m arcar la elevación relativa d e status.
Se m antiene rígidamente la distancia entre los padres y Jes hijos varones, pero
la relación entre aquéllos y las hijas es más cordial y menos ceremoniosa.
Los m uchachos se agrupan en pandillas, pero n o las niñas. Las diversiones
de los primeros consisten en jugar a la guerra, bajo el m ando y dirección de
ancianos m uy severos. La m adre toma a su cargo la instrucción sistem ática
de las hijas menores; los niños son instruidos por los ancianos. Los abuelos son
les m ejores camaradas de los niños, aunque la m adre go¿a de una gran auto­
ridad y deseo de ayudar. Los juegos sexuales están estrictam ente prohibidos
entre ios niños.
N o es posible form ar u n a opinión definitiva acerca d e la castidad pre­
m atrim onial; las aventuras de esa clase son siempre clandestinas. Los procedi­
m ientos d e cortejo oficialm ente permitidos no perm iten el contacto física
A unque n o se aprecia dem asiado la virginidad, se reprueba enérgicamente la
prom iscuidad y se la 'tiene com o causa de esterilidad. M ientras que se d a por
256 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

supuesta la castidad prem arital de las m ujeres, no ocurre lo m ismo con


respecto de los hombres. Se supone que el m uchacho adquiere experiencia
m ediante su trato con m ujeres de más edad y con viudas y por adulterio.
La actitud d d m arido cuya esposa ha ¿oríietido adulterio es imposible de pre­
decir; no existe una pauta cultural acerca de ella. El am ante puede ser mul­
tado, pero esa regla no se aplica rígidamente en forma coactiva. La edad de
la pubertad/llega para los muchachos a los catorce años aproxim adam ente y
para las m uchachas de los quince a los diez y siete. A pesar de su pubertad
tardía, el desarrollo físico de los tanalas es rápido*
T an to la fecundidad como la m ortalidad infantil son elevadas; esta última
se cifra en el cincuenta por ciento antes de alcanzar los seis meses de edad.
N o se practica el infanticidio, salvo en los casos que indicaremos m ás ade­
lante.
Es difícil definir la actitud de los tanalas con respecto del sexo. En apa­
riencia, es puritana y se observa u n esfuerzo por quitar im portancia al sexo;
pero la importancia prim ordial que se asigna a la fecundidad e§ elevada. El
papel d e la paternidad es conocido, pero ciertas creencias de los tanalas a este
respecto constituyen concesiones evidentes a la estricta m oralidad formal.
Por ejem plo/que él niño sé engendra por u n a mezcla d d semen y de la
sangre m enstrual. Sin embargo^ creen que basta con que la m ujer verifique
éF cottocon «Ihom bré üiía sola vez para seguir teniendo frffos indefinidam en­
te. Es difícil com prender cóm o pueden m ántener esa creencia cuando castrán
á lds Jfífetjs; es évidente que el franco reconocim iento de la posibilidad de la
fktternidad en conexión con cada acto de contacto cam al, crearía muchas
dificultades; en Cbhseéueridá, respaldan sú m oral práctica m ediatité u n a Serie
de creencias convenientes^
E l padre necesita hijos para la perpetuación dé su linaje y para ejercitar
su poder personal. Pero aunque los tanalas están muy ansiosos a é 'te n e r hijos,
pueden llegar, excepcionalm ente, a m atar a u n niño si averiguan, por adivina-
d o n , que sú destino había d e ser m alo ,'
Los tabús de incesto son los habituales. Se aplican a los herm anos y a los
padres, pero se hacen extensivos a las esposas m últiples del padre y a las her­
m anas de la m adre; y por cuanto; respecta a las mujeres, a los herm anos del
padre. N o es corriente la existencia de hijo6 ilegítimos, pero a pesar de los
tabús formales, son aceptados* E sin teresan te notar las razones asignadas
pqrdos tanalas a su tabú; de incesto. Dicen que el quebrantam iento d e los mis-
m oa.causa la esterilidad y la pérdida d é la coaecha y arruina todo el sistema
réprochictiTOdel grupot-La razón inm ediata ■estrib a.en que ofende a uno de
los .anteparados* Sin embargo, no se m ata a los q u e quebrantan el tabú,, sino
HOMOSEXUALIDAD 257

que se les considera incursos en la obligación de propiciar al antepasado


ofendido.
La edad de m atrim onió p ara los hombres es d e los diez y nueve a los
veintiún años y para las m ujeres n o menos de diez y ocho. Los que se unen
en m atrim onio tienen, por regla general, la 1misma. edad; existe; como ya
hemos indicado, una fuerte oposición contra las alianzas entre generaciones
distintas y las esposas secundarias son, eri su mayoría, las que n o han p o d id o
contraer con anterioridad u n m atrim onio en concepto de esposa principal.
Se conciertan generalm ente los matrimonie* con el consentim iento d e todas
las partes interesadas, pero, por regla general, es el p a d re quien los controla.
No se em plea m ucha coacción; se lim ita la pareja a cortejar y notificar a jos
padres su decisión. La unión preferida y la que conciertan los padres es la
contraída entre primos cruzados; es decir, que el m uchacho se casa con la hija
de la herm ana de su padre. Pero los hijos del herm ano del padre son tabú.
Es fácil percibir que esta norm a tiende a conservar la propiedad dentro d e las
líneas m asculinas y se produce, naturalm ente; una gran rivalidad entre las m u­
jeres para conseguir un esposo deseable entre los prim os cruzados.
Las principales rivalidades se su sdtan en esta sociedad en tre los hermanos.
Tienen los tanalas una institución por virtud de la cual puede un hom bre
ligarse con otro m ediante u n vinculo d e herm andad de sangre, q u e b o rra
todos los conflictos de rivalidad. Si esos hermanos d e sa n # * v iv e ii e n a ld e ^ a
diferentes, com parten sus esposas, pero no ocurre lo mismo si habitan e n hk
misma aldea. Puede establecerse el vínculo de herm andad d e sangre, en tre
des hom bres, entre dos m ujeres o entre un hombre y una m ujer. Sin embar­
go, cuando u n hom bre y una m ujer contraen ese vinculo d e relación n o puer
den ten er contacto sexual; es éste u n tabú m uy riguroso. Se entabla esa
relación, principalm ente, entre primos paralelos. Esa institución hace posible
la existencia de fuertes amistades y garantiza la ayuda m utua de los diferentes
linajes fam iliares.
HOMOSEXUALIDAD

T an to la hom osexualidad m asculina como los “ transvestidas” —los hom ­


bres q u e se visten d e mujeres— son muy comunes. Carecemos, sin embargo, de
información con respecto a la existencia de la hom osexualidad fem enina o
de transvestidas. Algunos d e los transvestidos masculinos son en realidad
homosexuales, y pueden ocupar el cargo de esposa secundaria. La actitud
social con respecto de esa institución es absolutam ente neutral. La consideran
los tanalas como corriente. M uchos de esos transvestidos no se casan n i son
homosexuales, es decir, que no se someten a las relaciones sexuales con otro
hombre. Transvestirse constituye un refugio habitual del hombre im potente,
258 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

porque le g a ra n tía u n a condición personal definida en la com unidad, puesto


que puede hacer cuanto hace una m ujer y hacerlo m ucho m ejor. En ocasiones
u n hombre joven puede convertirse en transvestido, pero, por regla general,
son los ancianos ya impotentes los que eligen esa condición. Los reclutas de
esa clase proceden, en gran parte, del grupo de los hijos segundones. Los bai­
larínes profesionales son homosexuales, pero oscilan m ucho en tre las prácticas
hom o y heterosexuales. El hecho de q u e las mujeres no asum an el papel
masculino se prueba evidentem ente por toda la organización social; los tana-
las destinan con toda severidad a sus m ujeres a la m isión de tener hijos y,
por lo tanto, cualquier desviación d e esa regla causaría interferencia con los
objetivos com unes del grupo.
LA MUERTE

L ostanalas no tem en a la m uerte; creen en la existencia de otro m undo


futuro, del q u e están seguros que ha de ser tan bueno como aquél en que
viven; Tam poco tem en a los m uertos; n o se les considera com o impuros ni
com o contam inados y se les trata con gran libertad y falta d e formulismos»
S in embargo, se protege a las m ujeres embarazadas contra los difuntos. La
carencia de m iedo tan to a la m uerte com o a los difuntos* está en notable
COO&aste con el tem or a la m utilación, estribando la racionalización en que
«^individuo conserva después d e m uerto la condición física q u e tenía en e l
m om ento d el tránsito. s ,
1 Cuando m uere u n a persona, se la conserva e n la casa por lo menos duran­
te u n mes. Se lim pian una vez al día los hum ores de la putrefacción y se lleva
después el cadáver a la tumba de la aldea, .en donde se coloca a todos los
difuntos, reservándose a los más honorables el lugar d e h o n o r e n lo más alto
d e l montón. C ada aldea posee su lugar sagrada En el acto del entierro tiene
lugar un discurso, u n banquete, juegos y, después, la presentación oficial del
difunto a los antepasados. Esta cerem onia va seguida, algún tiem po después,
p o r otra en el curso d e la cual se erige la estela funeraria. Este segundo
funeral puede hacerse en cualquier m om ento dentro de un plazo de más de
seis meses y menos de cuatro años del prim ero. La estela funeraria que sé
erige entonces depende del status q u e e l difunto tuvo en vida y d e lo furioso
q u e se pondría* si no se le aplacase. ,,
La com unidad d e los muertos es m uy parecida a la de los vivos. Tienen
su propia aldea, que reviste una form a análoga a la que ocupaban en vida, y su
destino después de la m uerte es u n a continuación del que habían experi­
m entado d u ran te su existencia. Se casan* enferm an, s e le s alim enta. La situa­
ción exacta d e esa aldea es un tan to vaga; puede hallarse en el emplazamiento
d e una antigua aldea o en cualquier otro lugar. Los muertos y los vivos se
LA MUERTE 259

visitan continuam ente y se supone q u e los sueños son causados por esas visitas
de los difuntos.
Creen* los- tanalas que las funciones vitales pueden continuar después de
fhiáda4a existencia. En el curso de las enfermedades grabes como la tubercu­
losis, el alm a abandona el cuerpo cuando el individuo está aún vivo y form a
una asociación en la aldea de u n antepasado. Se achaca la locura a u n a
ausencia del alm a.
Los sacrificios hechos a los m uertos constituyen u n cerem onial muy im­
portante, que se celebra en todas las ‘ocasiones d e im portancia que surgen
entre los vivos. Ponen en conocim iento de los m uertos to d a lo -q u e pasa:
m atrimonios, circuncisiones, entierros, cumplimiento d e votos, remedios prac­
ticados en caso d e enferm edad y, d e m odo especial, todos los acto r realizados
que puedan ofender al antepasado. E l sacrificio consiste en m atar uno o varios
bueyes, cocinar la carne y alim entar con ella al difunto con el fin de tenerlo
contento. Existe una cierta creencia de que el alm a d e l buey se convierte en
parte del rebaño d el antepasado en el otro m undo. ,
C ú an to m ás im portante ha sido una persona d u rante su v id a ,m á s tiem po
está expuesto su cuerpo en la casa y más suntuosos son elb an q u ete funeral
r los sacrificios a los antepasados Se hacera públicas, tam bién, en larg as rela­
ciones, las=contribuciones aportadas al banquete funerario, que ponera* d e
m anifiesto la riqueza de los parientes del finado. N o existe, al parecer^ol
, niiedo a lo® antepasados, a quienes se cree tener controlados m erced a los
sacrificios. Empero, los tanalas se m uestran bastante temerosos dé los: espí­
ritus, - ' ■* ■
Niegan el enterram iento a los leprosos y a los que h an padecido viruela.
Se les entierra aparte durante u n período de tres a cuatro anos. Lo mismo se
hace con los locos y los hechiceros y con todos los que hubieran deshonrado a
sus antepasados por haber com etido robo o incesto.
G uardan lu to la esposa o esposas y los hijos. EL lu to consiste principal­
m ente en m antenerse en silencio, vestir ropas viejas y n o lavarse. La esposa
lo guarda por u n plazo de seis meses aproxim adam ente, durante e l cual no
debe volver a contraer m atrim onio. Es im portante señalar la ausenria.de cere­
monias de contrición. Lo que m ás tem en de los m uertos es el espíritu de u n
pariente fallecido.
LO SOBRENATURAL

La causa prim ordial y denom inador común de todas las íuerafe sobrenatura­
les es Zanahary. Es el ser suprem o y el que da la vida. Se le representa, como
al Dios de los cristianos, como defensor de los pobres y los desamparados. Sin
embargo, esos atributos d e Zanahary se usan m uy pocas veces. El destina del
260 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

individuo está regulado o controlado por interm edio de los dioses de la casa
fam iliar que son los antepasados. Estos son muy irascibles y es preciso m ante­
nerlos constantem ente contentos. Las ceremonias indican que los tanalas
deben haber tenido, en tiempos, todo un panteón d e dioses m enores. Pero
los atributos d e estos dioses menores han caído en el olvido y toda la atención
se concentra e n los espíritus ancestrales. Son éstos los intermediarios entre el
hom bre y Zanahary; pero Zanahary ha quedado reducido a una especie de
concepto filosófico al que ningún indígena se le ocurriría ni siquiera rezar
directam ente. S e le m enciona meramente en form a cortés e incidental en las
plegarias dirigidas a los antepasados.
H asta, los seres peligrosos o malignos son todos de origen hum ano. Los
únicos espíritus no hum anos reconocidos son ünos cuantos espíritus menores
de los arroyos y las selvas, a los que no se concede ningún culto o atención
especial.
T odo culto se encam ina a cuidar y aplacar a u n espíritu ancestral de la
fam ilia, el linaje, la aldea o la tribu; el jefe hereditario d e la unidad interesa­
da, e n la ceremonia sirve de sacerdote ancestral. El ceremonial del sacrificio
debe ser-supervisado p o r u n ombiasy por cuanto se le considera perito en
asuntos sobrenaturales, pero no puede sacrificar nada por sí mismo. Se cele­
bran sacrificios con m otivo de todos los acontecim ientos im portantes como
unrcuncisiones, m atrimonios y, especialmente, funerales, así como en los casos
de enferm edad o pecado que se piense que puedan haber ofendido a los
antepasados. E n el acto d é los sacrificios deben hallarse presentes todos
los m iembros d el grupo a cuyos antepasados se dirigen aquéllos. T ienen lu­
gar tam bién sacrificios preventivos. Cuando u n m atrim onio está a l borde
m ismo d e la conveniencia — es decir, que se aproxim a a u n vínculo incestuo­
s o ^ , se tiene cuidado d e celebrar u n sacrificio y de pedir perdón a los ante­
pasados antes de la consum ación de aquéL Los espíritus d e los antepasados
constituyen uno de los instrum entos más im portantes del control social; están,
naturalm ente, siempre del lado. d e las convéniencias y. son, en consecuencia,
los ejecutores d e la moral.
P ara lo r tanalas, los espíritus están com pletam ente individualizados y son
enteram ente reales. C ualquiera de los indígenas inform ará de haber visto
espíritus y de haber hablado con ellos. Con frecuencia es difícil para esas gen­
tes el distinguir entre los sueños y el estado d e vigilia. El oír hablar a los
espíritus es tan corriente, q u e es frecuente que los indígenas no hagan caso de
uno cuando io s llam a una sola vez. Si se les llam a dos veces, se darán cuenta
de q u e es u n hombre y prestarán atención, puesto que los espíritus llam an
una sola vez. Los indígenas se encuentran a m enudo con espíritus extraños en
lugares solitarios, pero nunca les causan daños. Les desagrada encontrarse con
LO SOBRENATURAL 261

los espíritus de sus antepasados inm ediatos, padres o ab u elo s porque si se ve


a un espíritu d e esa clasose está en la A ligación de ofrendarle u n sacrificio
personalm ente. N o sé presta; sin embargo, m ucha atención a los espíritus de
lasm tijeffe.^ *■' : r 1 v-
Se observan diversas variantes en el o tilo d e los espíritus. U na persona
puede, m ientras está aún viva, v en d er ^us potencias espirituales. U n anciano
o anciana puede anunciar: “ Si después de m i m uerte m e hacéis ofertas efe tal
y tal clase, atenderé a las plegarias p ara tal y tal cosa.” A este artilugío para
buscar la obtención deí poder post-mortem, recurren raras veces las personas
que son im portantes en vida. Se h a d e erigir una estela conmemorativa en
honor de esa7pérsona y tan to los que no son sus parientes como éstos» pueden
orar y celebrar los sacrificios allí. Si las plegarias son atendidas con frecuen­
cia, se desarrollará un culto regular dedicado a ese individuo, aparte del
correspondiente al verdadero -antepasado; pero si las plegarias n o son aten*
didas, se desdeñara a la persona e n cuestión y pronto se olvidará «U culto.
Pero fio es posible tomarse tales libertades con los dioses que son objeto d el
culto a los antepasados. Este vínculo es obligatorio,-en Cualquier caso. Las
peticiones a los dioses se form ulan siem pre sobre una h ase directam ente p e u ^
nal y, de ordinario, revisten la form a de voto, no cum pliéndose la promesa
hasta q u e 1& p leg ariah a Sido atendida. ^ ‘
Existen tam bién espíritus que se convierten en co n tro lesd e los hechiceros.
Son, ordinariam ente, los correspondientes a hechiceros fallecidos q u e se man*
tienen así en Capacidad d e seguir interviniendo en los asuntos d e los vivos. ^
Hay, finalm ente, otros espíritus que se posesionan,' d é los aquejados d e
tromba, ataque neurótico que se exterioriza por el vehem ente deseo de bailar.
Los q u e son presa del mismo hablan, con frecuencia, em pleando la yoz dé los
espíritus, form ulan peticiones, expresan oráculos, etc. D urante el tiempo que
dura la posesión se trata a esas personas con gran respeto. Es significativo el
hecho de que la mayoría de los sujetos a tromba son personas de m enor
im portancia. U n cabeza de fam ilia hereditario, un omfeüisy o u n guerrero
afortunado, rara vez o nunca padecen trombo. Los espíritus que se posesionan
de la persona en esos casos, no son espíritus familiares.
Paralelam ente a la creencia e n los espíritus ancestrales se encuentra la fe
en el sino im personal o destino. E l destino representa la voluntad d e Zana*
hary, pero se le considera como com pletam ente mecánico, como un funciona-,
m iento de causa y efecto. Se considera al futuro como el resultado de causas
y acontecim ientos que ya están en marcha y que sólo pueden ser alterados
inyectando nuevos factores causales.
U no de los aspectos del destino se relaciona con el calendario: hay días
fastos y días nefastos para algunas actividades. El día del nacimiento indica
262 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

cómo h a de ser ei destino general del individuo, si ha de ser elevado o bajo,


bueno o malo. El hecho de haber nacido en u n día propicio im pone al in­
dividuo la obligación d e h acer el bien. La única ocasión en que los tanalas
practican el infanticidio es cuando la combinación de la fecha de nacim iento
con otras indicaciones-m uestra que el destino d el niño es tan m alo que es
probable que atraiga la ru in a y la desgracia sobre la fam ilia.
Este concepto del destino reviste una gran im portancia social por cuanto
hace posible eximir de culpa a los individuos y hasta a los espíritus ancestra­
les, por toda d ase d e desgracias, enfermedades, etc-, haciéndola pesar sobre
esa fuerza impersonal. Recurriendo a ese procedim iento es posible canalizar
las hostilidades, expulsándolas, y mitigar, en gran m edida, el m iedo de la
brujería* '
ombiasy

T al es el nombre asignado a los curanderos indígenas que laboran con


el destino. Sus actividades se diferencian dianietralm ente de las correspon­
dientes al culto de la línea fam iliar. El mismo individuo no puede ser sacer-
d o té y ombiasy; a i imstftó tiem po Por esa razón, un hijo primogénito que se
h a d e convertir norm alm ente en sacerdote ancestral a la m uerte de su padre,
no puede recibir las enseñanzas para ser ombiasy; a u n q u ee l ombiosy no pue­
d e apelar directam ente a los espíritus, puede form ular u n hechizo q u e tiene
la v irtud d e m antener alejados a^aquéllos o d e contrarrestar sus ataques.
En otraa*paíabtas: su control d e los espíritus se realiza m erced a u n artilugio
m ecánicq y no recurriendo a ellos.
H ay1dos tipos de ombiasy: El prim ero es el ombiasy nkazo. E ste tipo es
instruido por otros ombiasy. Carece d e peculiaridades psíquicas; su actitud
con respecto de su labor es científica y experim ental. Tales amínasys son, con
frecuencia, personas m uy inteligentes y a las q u e merece la pena d e acu­
d ir e n m uchos casos difíciles. Se tom an el m ayor interés en que todo m arche
bien eft la tribu y saben donde se habrán d e encontrar las mejores oportu-
n id ad esp ara llevar a caboincursiones de robo d e ganados, comerciar, etc. Su
consejo está siempre disim ulado bajo palabras mágicas. En teoría, cualquiera
puede llegar a ser u n orribasy nfcaro, pero debido a los gastos y tiem po nece­
sarios para adquirir la necesaria instruccion es m uy raro que las m ujeres ten­
gan oportunidad de ad quirir esa profesión. El segundo tipo es el ombiasy
ndolo. Los ombiasys d e ese tipo están controlados por los espíritus de los
ombiasys difuntos; Su función consiste en facilitar a los vivos el conocimiento
mágico d e los espíritus. Los ombiasys de esté tip o pueden ser de u n o u otro
sexo* La selección de las personas para ejercer ese caigo la hace «1 control
d e los espíritus. Por más q u e esa profesión esté abierta a las mujeres, es más
OMBIASY 263

probable que recaiga e n uná esposa principal que n o tenga h ijos o* cuyos hi­
jos hayan m uerto. Si unaesposa secundaria trata d e asum ir ese papel se la
rnira con suspicacia? ¿Por qué habría de elegir un dios o el poderoso*espí­
ritu de u tr ombios^ a u n a persona d e tan pocaim portancia para se r su agente?
La im portancia del ombiasy no depende d e que sea ambiasy por instrucción o
por inspiración» sino de su eficacia y é x ito .„
Las actividades del ambiasy consisten, prim ordiaknente, t n determ inar
el mecanismo del destino. C on el fin de conseguirlo, debe conocer tun. com­
plicado calendario d e días fastos y nefastos. Debe conocer también una
complicada forma d e adivinación llam ada sikidy q u e se practica m ediante
semillas dispuestas con arreglo a patrones m atemáticos, y que está em parenta­
da con la adivinación árabe a base de la arena así com o con la antigua g e o
m anda griega. Se considera que el poder del mecanismo de adivinadón resi­
d e en el hecho de em plear sem illas de una clase determ inada en combinación
con otros objetos especiales. El dispositivo adivinatorio es, en sí mismo, u n
hechizo a l qu e hay que dirigirse com o si se tratase d e u n ente consciente, pero
no está vivo. Se le pregunta todo cuanto se quiere saber, péro n o e s u n
espíritu y no se le hacen ofrendas. El objeto de la adivinación estriba en d eter­
minar las causas y fuerzasactuales- que concurren e n a n a siruadón don el
fin de ajustarlas en forma q u e produzcan un resultado a&tisfactoricv O teo
empleo d e la m isma consiste en determ inar los acontecim ientos futuros con
objeto d e alterarlos d es necesario. Así, por ejemplo, un ombiosy puede pro-
decir la enferm edad o la desgracia, facilitar ciertas indicaciones acerca d e
cuál es la parte ofensora o datos definidos sobre el antepasado ofetsor que
es culpable d e la desgracia.
Durajnte todo el curso d e la adivinación se encuentra una indicación de
las probabilidades d e éxito de] ambiasy. Si el caso es dem asiado difícil para
él, rem ite a otro cmnbiasy m ás poderoso.
Rara vez se achaca la m ala fortuna a las actividades de los espíritus; es
más corriente que se la considere como debida a la brujería o al hado.. C ons­
tituye un a característica de la actitud de los tanalas* el hecho de q u e es
imposible, m ediante esa adivinación, obtener inform es directos acerca de
quién está practicando la brujería contra uno. En realidad, todos los fenóm e­
nos relativos a la agresión o a la culpabilidad son, en esa cultura» m uy tor­
cidos. Se observa él temor a la acción directa o a la afirmación, igualm ente
directa, de hostilidad. Esta circunstancia es especialmente exacta por cuanto
se refiere a las relaciones de unos hombres con otros; las mujeres son m ucho
más directas en sus afirmaciones.
D espués del destino, es á los espíritus a quienes se áchaca con m ás fre­
cuencia la causa d e la mala suerte. Sin embargo, en la práctica se encuentra
264 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

siempre una suposición de pecado com etido por la victima cuando .un espí­
ritu le hace objeto d e su persecución. La información acerca d e en qué ha
consistido el pecado» es habitualm ente muy vaga en el curso de la adivinación.
En tales casos» el ambiasy remite al paciente a su sacerdote ancestral quien
aplaca al espíritu m erced al apropiado sacrificio.
Cuando se presenta a la brujería como agente culpable, se deja una gran
vaguedad a la identidad, del hechicero; la razón de su hostilidad puede ser fá­
c i l m e n t e supuesta por la víctima. En caso de brujería el ombiasy suministra
u n hechizo protector y toma m edidas contra el hechicero.
La causa más corriente de enferm edad son los espíritus; les sigue la bru­
jería y después el destino. Paro con respecto a la m ala suerte» se invierte el
orden» pasando a ocupar el destino el lugar predominante» seguido de la bru­
jería y en últim o y m enos im portante lugar los espíritus. En otras palabras:
los espíritus desem peñan el papel principal como causa de enferm edad, la
que, a su vez, se hace depender de la ofensa inferida a aquéllos mediante
la infracción de tabús o el comportam iento antisocial. La enferm edad es casi
siem pre resultado del pecado, pero es un espíritu el que actúa como agente
del.castigo*
U na de las principales funciones del ombiasy consiste en fabricar hechi­
zos y enseñar a usarlos. Cada hechizo consta de dos partes, un objeto y una
serie efe reglas de conducta que son necesarias para que aquél funcione con
éxito. Los tanate opinan sobre los m edicam entos en la misma form a. Si se les
d a alguna m edicina, debe ir asociado con ella un cerem onial d e conducta^
habiéndose d e ejecutar determ inados'actos en conjunción con la misma. Si
falta ese cerem onial, n o tendrán fe en la eficacia de la m edicina. El propio
hechizo se Heva de ordinario encima aunque algunas dé sus partes pueden
ser ingeridas. Todos los hechizos consisten en determ inadas sustancias, 1a
m ayor parte m aderas, hierbas o raíces diversas, que son recogidas y com­
puestas según una fórm ula "definida. La confección de tales hechizos es me­
ram ente mecánica. D eben su poder a las sustancias mezcladas a ellos y a la
fórfíia en que han sido combinadas. El hechizo completo tiene poder y pue­
d e uno dirigirse a él com o si fuera consciente, pero no es un espíritu. Las
norm as anejas a l hechizo ayudan a su actuación o bien im piden las interfe­
rencias con ella. Con fines de magia m aléfica es preferible poner el hechizo
en contacto coji la víctim a, recurriendo a m étodos como el de plantarlo en
su casa o en, su arrozal. Si la adivinación d el ombiasy prueba que la magia
m aléfica es la causa d e la mala suerte, constituye parte de la misión del
ambiasy el encontrar eL hechizo del enemigo y hacerlo desaparecer. No se
em plean partes del cuerpo para elaborar los hechizos y no hay miedo, por
OMBIASY 265

lo tan to , de q u e nadie se apodere de cosas tales cómo cabellos, uñas cortada^


o excrementos.
El omóiasy compra o inventa cada una de las fórm ulas de los hechizos*
Su eficacia no se pierde al ser vendida, y se juzga enteram ente con arreglo a
reglas prácticas; si no da resultado, Sé le debé abandonar. Por el contrario,
si es bueno, los dem ás cmxbiasys gratarán de obtener la fórm ula com prándola
o cam inándola por alpina d e las suyas. La actitud con respecto de esos he-
chizos parece ser genuitiam ente experim ental, casi científica.
La magia m aléfica se practica siem pre dirigiéndola contra alguna víctim a
especial. El embumy sum inistra el equipo necesario para dañar a los enemi-
gos to n las instrucciones para usarlo, pero sólo aquél q u e emplea el hechizo
maligno es responsable de sus efectos. Se considera al ombiasy, en esos casos»
como neutral* Rara vez están ligados les omótasys a ninguno de los linajes
familiares de la aldea donde viven y practican su profesión* Están obliga­
dos a prestar su ayuda a, todos sin distinción; El uso de la magia meléfica
dentro de un linaje fam iliar es desconocido e n la práctica, por cuanto los
antepasados, q u e todo lp ven, la considerarían tan ofensiva que produciría,
probablem ente, como resultado^ la m uerte de quien, la hubiera empleado.
Pero se practica en cierto grado la m agia como arm a contra los miembros de
otros linajes fam iliares en venganza d e insultos, por lá fak a de pago d ed eu ~
das y por la negativa de u n a hija solicitada en m atrim onio; -Uno d e los pun­
tos focales d e la magia m aléfica se encuentra, a l parecer, entre las esposas
plurales que proceden d e diferentes linajes. Com o quiéra que no sonpáriéO~
tes pueden em plear la m agia unas contra o tra ssin kicurrir en la venganza
de los espíritus ancestrales.
Existe tam bién una magia benéfica, destinada a garantizar el éxito en
toda suerte d e actividades y a m antener alejada la m ala .suerte en general.
Los hechizos empleados con ese propósito son extrem adam ente numerosos y
corresponden a todas las actividades indígenas imaginables.
N o hay hechizos post-m ortem ni funerarios. Desde el punto de vísta de
la técnica de la magia, es interesante señalar la falta d e la fe en la palabra
hablada, que constituye u n procedimiento mágico tan corriente én ía mayo­
ría d e las otras culturas. Se dice u n conjuro para hacer tal o cual cosa o para
perjudicar a tal o cual persona, pero la. expresión no está sujeta a una deter­
m inada fórm ula y no tiene poder en si misma.
Debemos mencionar a los mpctmosavy, individuos posesos de los malos
espíritus que profanan tum bas, infligen daños generales a la comunidad, de­
rriban cercados, guían al ganado a la muerte, y com eten otros actos malignes.
Se cree que tales personas pueden ser enteram ente inconscientes de lo que
están haciendo y que no conservan el menor recuerdo de ello una vez que h a
2 66 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

pasado el estado de posesión. Los m pam osavy que se hacen sospechosos son
sometidos a prueba y ejecutados en el caso de hallárseles culpables.

PROCEDIMENTO JURÍDICO

Tenían los táñalas un sistema bien desarrollado de detecho consuetud!'


riario transm itido por tradición oral. Tales norm as se invocaban solamente
en el caso de conflictos Mitre miembros de diferentes linajes fam iliares. Todas
las cuestiones planteadas dentro del seno d e lá familia eran resueltas por el
cabeza de la misma cuyo poder estaba reforzado por los espíritus ancestrales.
Se cometían m uy pocos delitos. El asesinato, dejando a un lado el c o
m etido m ediante la brujería, era prácticam ente desconocido, hasta tal punto
que no estaba previsto en ninguna norm a explícita del derecho de los tanalas.
Tam bién era desconocido el suicidio en la práctica, atribuyéndose, cuando
ocurría, a la locura. El robo era extrem adam ente rato y se le descubría fácil-
m ente dentro d e la comunidad, por cuanto todos los objetos eran conocidos.
La única cosa q u e podía robarse con éxito era el dinero.
E l sentim iento contra el robo, a pesar d e su rareza, era m uy fuerte y
seaplicab ala pena de m uerte al ladrón si se le cogía en el acto. Sí el delito se
probaba algún tiem po después de su comisión, sé obligaba al ladrón a la resti­
tución además d e som etérsele a uná severa paliza. La reincidencia podía ser
castigada con la repudiación como m iem bro d e l grupo y la expulsión del
culpable de la aldea. Este castigo se consideraba aún más severo q u e la pena
de m uérte por cuanto privaba ál individuo de la calidad d e ' m iem bro *de la
aldea ancestral d e l otro mundo. Le condenaba a ser un vagabundo en este
m undo y en el otro. La ceremonia d e repudiación © m uerte civil era muy
solemne y luctuosa e iba acompañada por la donación de ganados o dinero a
los jefes de los diferentes linajes de la aldea, pbr el cábeza d e la fam ilia del
reo. La idea d e actuar en esa forma consistía en reem bolsar a la comunidad,
parcialmente, por la pérdida de los servidas de la persona repudiada.
"Los táñalas consideraban al incesto con la misma severidad, pero su cas­
tigo se dejaba a la fam ilia y a los espíritus ancestrales. En casos extremos
podía llegar a ser penado también con repudiación y expulsión.
. l a s acusaciones dé brujería se denunciaban ante el tribunal de la aldea.
El individuo declarado culpable^ debía ser condenado a m uerte si la brujería
había producido la m uerte d é la víctim a; en otro caso se im ponía una multa
elevada. Debe notarse que los tanalas carecían del m iedo casi histérico a la
brujería* presente en o tras muchas tribus de M ádagascar. Se creía que las
m uertes debidas realm ente a esa causa eran m uy pocas. En relación con
las acusaciones d e brujerías y de robo, se em pleaban varias formas de juicio
FOLKLORE 267

m ediante el som etim iento del reo a ordalías, cuando la prueba aportada no
se consideraba suficiente. La m ás radical d e todas consistía en obligar al
a o ja d o a atravesar repetidas veces a nado u n río donde abundaban lc$ c o
cortólos. Si los saurios no se lo com ían se le consideraba inocente.
Los asuntos civiles relativos a cuestiones de propiedad y divorcio se juz­
gaban ante el tribunal d e la aldea co n asistencia.de todos los miembros capiá-
ces de J a m ism a, que expresaban librem ente su opinión. En la resolución ¿e'
esos casos eran muy im portantes los precedentes legales* Se tómába én con­
sideración la prueba aportada por ambas partes y la sentencia dictada por
el jefe de k aldea representaba el consenso de la opinión de la com unidad.
Se divertían m ucho las gentes de aldea en esas ocasiones, sobre todo'cón los
largos e ingeniosos discursos form ulados por los voceros de ambaá partes; y
aunque no existían procedim ientos oficiales para obligar al cum plim iento de
las sentencias d e los tribunales, la persona que no las obedecía podía incu­
rrir en el ridículo y la reprobación general.

FOLKLORE r '

N unca tuvieron los tanalas m itos relativós a la creación ni historias


de dioses. Se encuentran, sin ém bargó,relatos históricos, bastante prosaicos, <fe
gentes vagabundas <joii unos cuantos episodios y lle r a s reminiscencias per­
sonales d e cabezas de familia. E h sus cuentos heroicos rio hay narraciontes
relativas al prestigio guerrero. A lo qué se da, cón frecuencia, mayor im por­
tancia es al conflicto con los herm anos o cón la m adre de la familia! U na
tram a que se encuentra muy corrientem ente en sus cuentos populares es la de
la jactancia fantástica que se usaba generalmente p ara aterrorizar al enemigo
y obligarle a someterse. La tram pa es otro artilugio em pleado corrientem ente
para obtener fines deseados; su forma m ás común consiste en cambiar de
form a. Asi, se oyen cuentos de monstruos que devoran a parientes a quié­
nes se encuentra luego vivos. Son corrientes las historias de animales en las
que el más débil vence al más fuerte. La siguiente és una legenda típica:
H ay u n hombre ai que sus hermanos le roban las esposas. El ofendido
consulta con Zanahary, quien le dice que se case con otra m ujer y así lo hace*
ET hijo del segundo m atrim onio venga al padre dél robó de sus dos esposas,
robándoselas a sus nuevos maride»; pero, con el fin de conm inar el robo, se
disfraza de mtijer. U no de los hermanos del padre persigue a su sobrino (el
vengador d el delito original); luchan sin herirse y term inan por adm irar m u­
tuam ente sus proezas y establecer un vínculo de sangre, y, por últim o, de­
vuelven las esposas al padre. *
268 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

VALORES DE STATUS Y PRESTIGIO

El exam en de esta cultura nos m uestra que las categorías sociales vie­
nen determ inadas, en gran parte, por el nacim iento y el sexo. D entro de esas
categorías puede empezar, inm ediatam ente, la instrucción d el individuo. Exis­
ten también status conseguidos por el individuo, pero requieren cualidades
especiales. El status no lleva consigo diferencias en cuanto a la habitación,
el vestido o la alim entación. Sus usos consisten sobre todo en atraer el res­
peto y conceder oportunidades para la explotación, sin ninguna ventaja como
no sea el experim entar una sensación de importancia. A unque los tanalas
am an j a riqueza, m iran con desdén la ostentación y el gasto innecesario.
AI exponer el ciclo de vida del individuo* nos hemos referido ya al co­
mienzo del tratam iento diferencial según el sexo y el nacim iento. Podemós
señalar ahora otros aspectos. Como joven adulto, adquiere el hijo primogé­
nito bienes m ateriales merced a la acum ulación de las donaciones que recibe
de su padre. El matrimonio con u n a prima cruzada, se arregla, ordinaria­
mente, de antem ano, de tal forma qtíe para el primogénito hay relativam ente
poco contacto sexual antes del m atrim onio. Hay sumisión al padre, pero con
una mayor delegación de las actividades honorables. N o necesita participar
ei> las incursiones que se llevan a, cabo para robar ganado. Experim enta pocos
celos o m antiene poca rivalidad con losprim ogénitos dé los'dem ás linajes yár
que la competencia por el cargo y otros hóqores nó se plantea hasta más
^delante. :
El padre se apropia el trabajo d e los hijos segundones cuando son adul­
tos Jóvenes. Esos hijos menores tienen cierta posibilidad d é obtener alguna
donación m ediante su sumisión absoluta al padre, pero és muy poca la qué
tienen déL conseguir riquezas por su interm edio. Se ven obligados a luchar
con los dem ás.miembros del sexo m asculino para lograr los favores de las
mujeres que les son asequibles. Su m atrim onio no se arregla por anticipado.
N a pueden com prom eterse^en buenas condiciones, en hostilidades contra sus
padres o herm anos .primogénitos porque no existe procedim iento de compe­
tencia. Se les ofrecen, sin embargo, otras varias alternativas. El segundón
puede renunciar a toda iniciativa p ro p ia y convertirse en u n satélite de su
padre y, más tard e, de Su herm ano mayor; puede llegar a ser un guerrero y
acum ular riquezas y prestigio m ediante el robo de ganados. Pero* con todo,
sigue estando som etido a su padre d u ran te toda la vida de este últim o. Sin
embargo, el padre puede tom ar solam ente una pequeña porción del botín por
él conseguido y el herm ano fnayor n ad a en absoluta En esa forma el hijo
menor está en condiciones de disfrutar de cierta independencia después del
STATUS Y PRESTIGIO 269

fallecim iento de sii padre y, si logra bastante éxito» puede separarse* cuando
tiene hijos crecidos, y convertirse en cabeza de u n a nueva lfciea fam iliar.
Puede, e n tercer lugar, convertirse en ombiosy aunque^ como hemos visto,
esta profesión requiere un desem bolsó iniciad para los gastos d e aprendizaje.
Empero, u n a vez hecho eso, pu ed e abandonar la aldea, establecerse en cual­
quier otro lugar, acum ular riquezas y convertirse, en su vejez, en cabeza d e
u n linaje^ En las dos ultimas alternativas indicadas, es decir, la de hacerse
guerrero y la de convertirse en ovr£>iasyr se traslada la rivalidad fuera d e la
familia y se desvian a las tensiones fuera de su propio grupo, haciendo objeto
de sus incursiones al enemigo o ejerciendo una m ap a mejor. Los ombiasys
no contienden directam ente e n tre dios- .. / . s
C u an d o el cabeza de fam ilia llega a la.m adurez, se encuentra disfrutando
d e una posición segura y sus riquezas aum entan constantem ente gracias al
trabajo d e sus descendientes. P or virtud d e su capacidad p ara efectuar dona­
ciones, puede inspirar gran respeto. Puede tener rivalidad con otros cabezas
de fam ilia p e r cuestiones de prestigio y, posiblem ente, contender con ellos
por e l puesto de jefe de la aldea; pero esto últim o viene determinado* en gran
parte, p o r la fortaleza de su fam ilia. El hombre d e edad m adura qu e era
segundón, solo puede ser cabeza d e su.propia fam ilia inm ediata y, desde el
pum o d e vista financiero, tiene que segtiir dependiendo del jefe de la fam i­
lia y som etido a su autoridad. Los celos experim entados hacia esteú ltim o
serán p a n d e s y las querellas constantes, pero no hay salida directa para esa
emulación* T al hom bre puede padecer ataques de tromba.
En su vejez, adquiere el cabeza de fam ilia m ás respeto y autoridad, por
cuanto se ve reforzado por la esperanza de la herencia y la de adquirir impor-
tan d a en tre Jos espíritus ancestrales después de su m uerte. En este últim o
carácter ejerce autoridad com pleta sobre todos sus propios descendientes y
sobre los de aquellos de sus herm anos que no se hayan alejado. Ocupa tam ­
bién autom áticam ente un puesto en el consejo de la aldea.
Existen, sin embargo, lim itaciones ál absolutismo del padre. Puede in­
cluso ser abandonado por causas fundadas. El hijo segundón que Ilegá a
viejo, ve disminuidos su respetabilidad y autoridad, juntam ente con la deca­
dencia d e sus facultades físicas. Como tiene poco que regalar, sus hijos lo
desdeñan con frecuencia. La única forma en que puede ejercer alguna au­
toridad sobre sus descendientes es m ediante el m iedo que pueda inspirar en
concepto de espíritu en potencia.
Por lo que respecta a las mujeres, la situación es un tan to distinta. La
prim ogenitura no establece ninguna diferencia. La m ujer debe respeto y obe­
diencia a todos los ancianos, pero sus relaciones con el padre son más fáciles
que las d e los hijos. M antiene una unión íntim a con sus hermanos, pero
270 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

especialm ente con los uterinos. Se ocupa del cuidado de la casa y de la ma­
nufactura de artículos. Se fom enta la habilidad m ediante la propiedad per­
sonal deh producto y la posibilidad de solicitar alabanzas y pequeños regalos.
Hay: pocos celos entre las herm anas hasta que llegan a la pubertad y con
ella se entabla la com petencia por el hombre deseable. Los principales re­
quisitos d e una buena esposa son la am abilidad, la capacidad de ejecutar
labores penosas, la habilidad y la buena apariencia.
El status de las m ujeres en cuanto esposas es diverso. Llega a ser la
mujer esposa principal o secundaria. Ninguna deja de casarse. Com o esposa
principal goza la m ujer de u n a posición im portante. Traslada su residencia
a la casa de su marido, pero permanece, habitualm ente, e n la misma aldea.
Q ueda entonces sometida al m arido y a los padres dél mismo, pero contando
con el apoyo constante de su propia familia. En su condición de esposa
principal tiene a su cargo el control de los gastos de la nueva familia. Tiene
derecho absoluto a los productos por ella elaborados y a la m itad del aum en­
ta de las propiedades de su m arido, aparte de la herencia que le corresponde.
Se encuentra una fuente posible d e envidias en las relaciones con las
m ujeres d e la línea fam iliar d el marido y son igualm ente posibles los celos de
alguna d e Iaa esposas plurales originados por m otivos sexuales o la concesión
de dádivas. Pero, como ya se ha dicho anteriorm ente, es a ella a quien co-
rtesitortde ctmceder autorizacíón para contraer los matrimonios secundarios.
Si 1a e s p d ^ principal no tiene hijos* eTvínculo qu e la liga a la fam ilia del
m arido es menos füérte." En ese caso está expuesta tam bién a sufrir e l des-
predb y lo s celos dé las esposas qíié tos tienen, p ero nada puede privarla de
su posición de m ando financiero como jéfe de las esposas.
Las esposas secundarias desem peñan un papel notoriam ente subordinado.
Cada u n a de ellas ha de obtener el permiso de la principal para contraer ma­
trim onio y'depende de los regalos que le haga su m arido, que ¡se efectúan,
ordinariam ente, con oposición de la esposa principal. Se observa, por lo ge­
neral, u n intenso sentim iento de celos con respecto de la esposa principal
y seen tab la una lucha para sustituirla en el favor d el marido. Y siem pre está
presente la posibilidad de sucedería en su posición de primera esposa si se
njuere, actuación que incida a l empleo d el venenp y la magia. Existe, al pro­
pio tietnpOj Un devado grado d e colaboración doméstica; entre las esposas con
el fin d e beneficiarse m utuam ente. Sin embargo, la esposa plural q u e no
tiene» hijos se encuentra en u n a situación muy precaria* No. tiene derechos
sucesorios y el m arido puede repudiarla cuando le viene en gana. Se m ani-
íiesta, habitualm ente, agriam ente celosa de todas Ja s demás esposas y es d e­
testada poinla familia d e l m a rid a
STATUS Y PRESTIGIO 271

La esposa principal d e m edia edad se encuentra en u n a posición, muy


fuerte. S u propio caudal ha aum entado merced a herencias y regalos: y par­
ticipa constantem ente en ese aum ento. Ejerce tam bién control m ediante dádi­
vas y posee m ucha autoridad sobre los hijos y las hijas. t
1 La esposa secundada d e m edia edad goza de u n a posición bastante fuerte.
Ejerce poder « o b re su$ propío$ hijos y trata, continuam ente, de -obtener bie­
nes de fo rtunadle su m arido para aquellos y para sí misma, lo que da origen
a los consiguientes conflictos, celos, trom ba y, en ocasiones, la pretensión de
ser ofnbjosy ndolo.
G uando .llega a la vejez*se acrecienta aún m ás el poder de la esposa
principal que equivale ca&i al m atriarcado, si es viuda^ C ontrola a todos sus
descendientes m ediante la esperanza de donaciones pero tiene poco poder si
no tiene hijos.
C uando la esposa secundaria llega a vieja, dene algún poder sobre sus
propios hijos, pero no dem asiado grande. Son éstas las mujeres que preten­
den siem pre la divinización y padecen de tromba.
M erece la pena de señalar q u e aunque la hostilidad entre los hombres
no puede ser demasiado franca, si lo es entre las m ujeres. D isputan estás
ruidosa y ostensiblemente. Tam bién es dignó d e notár el h ed ió de qué el
antagonismo e ñ tte ambos sexos és m uy pequeño. C ada uno dé ellos se pre­
ocupa d e su stétus de prestigió y"él1conflicto de prestigió ó o se plantea entré
los dos sexos sino entre los: miembros de cada uno dé ellos.
E l punto neurálgico del conflicto social se encuentra entre los hijos se­
gundones. N o hay competencia entre hermanos y herm anas ni entre las dis­
tinta£ líneas de generación. Se siente mucha envidia del primogénito, p r o
es ipaposiljle desalojarlo.de su .puesto como no sea m atándolo. La emulación
entre las herm anas surge inm ediatam ente antes del m atrim onio pero no des­
pués d e celebrado éste. Se m anifiesta alguna hostilidad con respecto .de las
m ujeres de la familia del marido* pero no competencia; la <principal compe­
tencia se entabla con las otras esposas.
La rivalidad con individuos extraños a la fam ilia se lim ita a, los cabezas
de fam ilia, I
q s guerreros y los qmbiasys. La m eta que aspira a alcanzar el
cabeza de fam ilia es llegar a ser jefe de la aldea. Se consigue generalm ente
este puesto m ás por habilidad que por riqueza, y contando con el apoyo del
poder familiar* Los guerreros com piten entre sí por el prestigio, pero no lu ­
chan o laboran unos contra otros. Tam bién los ombíosys compiten entre sí;
es, sin embargo, excepcional que haya dos en la misma aldea. No hacen uso
de la magia unos contra otros. El cargo de sacerdote d e la aldea es estricta­
m ente hereditario y no .está sujero a competencia. La evitación del conflicto
272 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

directo dentro o fuera de la familia está sujeta, estrictam ente, a pautas con-
vencionalizadas. -
Apárte de lo que pueda obtenerse buscando el favor de quienes poseen
riqueza o poder, los dem ás beneficios económicos no entrañan competencia
personal. La explotación de los recursos naturales está abierta a todos. Los
teínores y hostilidad d e los tanalas están m uy individualizados y se dirigen
siem pre hacia una persona, por cuya razón sum inistran u n uso excelente de
los mecanismos de « cap e.
Si sólo se pudiera decir una cosa acerca de su carácter como pueble^ di'
ríanfos que los tanalas están a la defensiva, pero no son belicosos y que son,
evidentem ente, los descendientes d e grupos derrotados que retrocedieron
después de su derrota. Su sentido estético es pobre y lo mismo ocurre con
su habilidad para el trabajo de la m adera y los m etales y con su sentido
mecánico. '

EL CAMBIO DEL CULTIVO DEL ARROZ DE SÉCANO-AL DE REGADÍO.


LOS BET5ULEOS -

L,a cultura tanala que hemos descrito es la que corresponde al cultivo


d e l arroz de secano. El cultivo del arroz de regadío, que introdujo tantos ele-
ipentos de cambio social que acabó por m odificar toda la cultura, fué tomado
de los betsileos, sus vecinos del Este. Constituyo, en uri principio, un anexo
a l cultivo del arroz de secano practicado por las familias individuales. Con
anterioridad a la introducción eh gran escala del nuevo procedimiento^ se
encontraban ya arrozales pantanosos, en posesión perm anente de u n linaje,
q u e nunca revertían a la aldea para ser nuevam ente asignados. Em pero, como
consecuencia de factores naturales, la tierra favorable para ese em pleó era
m uy lim itada. Y así fué surgiendo, paulatiriairiente, u n grupo d e terrate­
nientes y, con el proceso, se produjo una dislocación de la organización de la
fam ilia extensa. La cohesión de esta vieja unidád se fnanteñíá m erced a la in­
dependencia económica y a la necesidad de cooperación. Sirt embargo, un
cam pó de regadío podía ser cultivado por una sola familia y el cabeza de la
m x m á'tio estaba obligado a reconocer ningún derecho a participar en la dis-
tribtición a nadie que fio hubiese contribuido a la producción.
E ste grupo de arrozales perm anentes form aba el núcleo d e una aldea
perm anente, debido a q u e la tierra n o podía ser s ita d a como la explotada
á base del sistema de secano. Como q uieta que todos los terrenos aptos para el
cultivo del arroz de regadío, situados cerca d e la aldea, estaban ya ocupados,
se veían obligadas las fam ilias carentes de tierras a ir adentrándose cada vez
m ás en la selva. T an lejos iban que no podían regresar el mismo día. Y esos
CULTIVO DEL ARROZ 273

campos lejanos se convirtieron en explotaciones de la com unidad doméstica


y no d e la fam ilia extensa.
E l traslado de toda La antigua unidad desde un asentam iento a otro*
había m antenido intacta la fam ilia extensa. Pero a la sazón las familias
estrictas, que n o poseían tierras, se veían forzadas a trasladarse m ientras que
en la misma unidad se contaban terratenientes que tenían, una inversión
de capital y n o tenían ningún incentivo para moverse d el lugar qqe ocupaban.
Los grupos emigrantes eran, por lo tanto, cortes transversales d e los linajes
originales. C ada una de las aldeas originales tenía un grupo de poblados des-
candientes, rodeados de campos de regadío y propiedades privadas.
Las aldeas móviles habían sido autónomas y endógamas. Las perm a-
nem es k> eran en m ucho menos grado. La fam ilia extensa conservaba su
importancia religiosa basada en el culto al antepasado com ún, incluso después
de haberse dispersado las familias que la integraban. Podía reunirse a los
miembros de la familia con ocasión d e alguna cerem onia y como consecuencia
de ello se rom pía el tradicional aislam iento d e la aldea. Se hicieron corrientes
los m atrim onios contraídos entre personas pertenecientes a diferentes po­
blados. Y de esa manera se produjo la tranform ación del sistema de aldeas
independientes en una organización de tribu.
Este proceso trajo consigo cam bios ulteriores en las normas de la guerra
indígena. La aldea antigua tenía q u e ser defendida, pero no a tan .gran costo
y sin q u e fuera necesario m antener obras de defensa perm anentes. C uando
la aldea se hizo fija, hubo que m ontar defensas poderosas que suponían gran­
des gastos y cuidados perm anentes.
Los esclavos que carecían de im portancia económica en el antiguo sis­
tema» la adquirieron entonces. C o n ello se crearon nuevos procedimientos
de rescate. Aumentó» así» la solidez de la organización tribal y desapareció,
con el cambio» la antigua dem ocracia de la tribu. El paso siguiente consistió
en la erección de un rey que ejercía el control sobre los elementos fijos
pero no sobre los móviles. La m onarquía finalizó antes d e que se hubiera po­
dido establecer una adecuada m aquinaria de gobierno. Ese rey se construyó
una tum ba individual rom piendo así la costumbre tradicional.
Los cam bios operados fueron» por lo tanto: un rey a la cabeza del go­
bierno, súbditos que vivían en sitio fijo, clases sociales rudim entarias, basadas
en las diferencias económicas, y los linajes» que carecían de importancia»
salvo desde el punto de vista ceremonial. La mayoría d e esas transformacio­
nes se habían producido ya entre los betsileos. El sistem a cooperativo había
hecho im posible la existencia de riqueza individual. Y tampoco dejó de p ro ­
ducir el cam bio graves tensiones sobre los individuos; nacieron nuevas clases
de intereses, nuevos fines de vida y nuevos conflictos.
274 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

U no d e los clanes de los tanalas, el d e los zafimanirys, fu é de los pri-


meros en adoptar el nuevo cultivo de arroz de regadío. Lo practicaron d u ­
rante algún tiem po, pero lo abandonaron finalm ente y volvieron al m étodo
del arroz d e secano. Daban como razón d e haber vuelto al antiguo sistema,
el hecho d e q u e habían sido atacados por u n enemigo que dispersó a los hom ­
bres de las diversas familias. La tribu declaró el tabú sobre el cultivo del
arroz de regadío y continúa todavía negándose a recoger arroz d e esa clase a
pesar del agotam iento de la selva.
A unque n o estamos en posesión de todos los hechos y nos es preciso
operar a base d e m uchos factores desconocidos, nos asisten razones para exa­
m inar la cu ltu ra de los betsileos con el fin de establecer el contraste con los
últimos cam bios coincidentes con el cultivo del arroz d e secano. Las tradi­
ciones de los betsileos afirman qu e hubo u n tiempo en el que todas las gen­
tes eran {guales y la tierra se poseía en común. A m ayor abundam iento, la
semejanza cu ltu ral con los tanalas no perm itía dudar que, en líneas genera­
les, se trata d e dos culturas que proceden d e una fu en te sem ejante. O , para
ser más «cactos, que los cambios que encontram os en la cultura d e los
betsileos fueron injertados en una cu ltu ra análoga, en todos sus aspectos, a lá
qu e encontram os en los tanalas.
Fueran los que fueran los cambios adventicios que se produjesen, po­
demos considerar, básicamente, a ía cultura de los betsileos como la de los
tanalas después de las transform aciones sufridas por la misma como conse­
cuencia de la consolidación, organización e institucionalización del cultivo
del arroz d e regadío. Estamos observando, por lo tanto, u n experimento im­
portante en la dinám ica del cam bio social.
En la sociedad betsilea, sigue constituyendo la gens el cim iento de la vida
social, contándose el parentesco directo por la línea m asculina y partiendo
d e un solo antepasado. Pero la organización d e la aldea tal como existía en la
cultura tanala h a desaparecido; según todas las apariencias, desapareció si­
guiendo los pasos diseñados más arriba.
Los grupos de clanes locales estaban gobernados por jefes nombrados por
el rey, correspondiendo uno de aquéllos a cada gens. Los miembros de varias
gentes vivían en la misma aldea. En lugar del libre acceso a las tierras de
la gens, com o en la cultura tanala, tenem os aquí u n rígido sistem a de rentas
rústicas percibidas sobre los terrenos agrícolas en proporción al arroz p r o
duddo.
En vez d e la democracia prim itiva d e los tanalas, se encuentra una rí­
gida organización de castas con el rey a la cabeza, nobles, plebeyos y esclavos.
Los poderes d e l rey son absolutos sobre la vida y la propiedad de todos y
cada uno d e sus súbditos. Los plebeyos constituyen la m asa de la población,
CULTIVO DEL ARROZ 275

siendo los nobles, en todos sentidos, señores feudales cuyo control principal
se ejerce sobre las tierras m ediante concesión real; la clase d e lo6 esclavos está
integrada por los prisioneros d e guerra y sus descendientes*
Los poderes d el rey excedían m ucho d é los correspondientes al jefe de
linaje en la sociedad tanala y, en algunos aspectos, eran mayores q u e los
asignados a los espíritus ancestrales. Podía tom ar la vida, la propiedad o la es­
posa de cualquiera; y elevar y degradar, a voluntad, el status de todos sin
que fuera posible rectificar su decisión. D e acuerdo con esas facultades, están
presentes una gran cantidad d e usos secundarios que acentúan el elevado
prestigio del rey. Existen tabús relativos a su persona y a las d e sus hijos; hay
ropas especiales cuyo uso está prohibido a cualquier otra persona; deben em­
plearse palabras especiales para designar la coñdición o anatom ía del rey.
El rey no estaba enferm o sino “frío”. N o tenía ojos sino “claridad”. Las
almas de los reyes m uertos se llam aban Zanahary tal y cu al. El sucesor a la
corona se d e s b a b a entre los hijos del rey pero n o había de ser, precisamente,
el primogénito. A pesar de sus grandes poderes y prestigio, podía trabajar» lo
mismo q u e un plebeyo cualquiera, en los arrozales. A unque sus poderes eran
absolutos y no podía ser destronado^ se le podía aconsejar p a ra que enmen-
dase sus procedim ientos de gobierno.
A unque el rey era propietario d e todas las tierras, las concedíacon arre­
glo a una base q u e constituía una carta d e propiedad, revocable a su voluntad.
Concedía el rey esos terrenos en cantidades proporcionales a la importancia
del individuo a q u ien se los cedía y a la retribución potencial q u e de éste
podía obtener. O torgaba los lotes m ayores a cambio del mayor apoyo. El
terrateniente latifundista estaba entonces en condiciones d e arrendar cualquier
parte d e sus tierras a los labradores, quienes venían obligados al pago d e ren­
tas en proporción a los productos obtenidos. La tierra poseída en esa forma
podia ser vendida o legada con tal d e que no quedase, p o r ello, sometida a
otro rey. En resum en: había una especie de sistema fe u d a l..
El cultivo principal era el del arroz m ediante el sistem a d e regadío^ pero
se cultivaban tam bién otras especies como la mandioca, el maíz, el mijo, las
judías y las batatas. El principal anexo del cultivo del arroz de regadío era
la posibilidad de transportar agua m ediante el riego, factor que se sum aba a la
permanencia d e toda la organización y mermaba algo la preferencia por los
terrenos encharcados y los valles. Los métodos de riego hacían posible la uti­
lización agrícola de los terrenos emplazados en las faldas de las colinas, ha­
ciendo terrazas en ellos, pero el control de los riegos y hasta quizá su insta­
lación hacían esencial la existencia d e u n poder central fuerte.
La im portancia del ganado era la misma que en la cultura tanala; su
valor económico era reducido pero el de prestigio era m uy elevado. Se usa-
276 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

ban las vacas, principalm ente, para los sacrificios y, en consecuencia, como
instrum ento de poder ante los dioses. La fuente prim ordial de alim ento ani­
mal eran los pollos, como o c u rra entre los tanalas.
Los poderes del padre sobre la fam ilia eran paralelos a los del rey; el ca­
beza d e fam ilia ejercía entre los betsileos un absolutism o sin control. Todas
las propiedades pertenecían al padre durante to d a su vida con las únicas
excepciones de las ropas de sus esposas- y las donaciones que pudiera hacer
a éstas o a los hijos. Los beneficios obtenidos d el cultivo d e las tierras iban a
parar a él. Las leyes sucesorias se parecían a las d e los tanalas, con la dife­
rencia d e que podía heredarse la tierra.
En el ciclo d e vida del individuo comenzamos a apreciar im portantes
alteraciones. El próximo nacim iento de un niño n o se hace público por <te­
mor a j a brujería. Se entierra la placenta y se encuentran varias supersti­
ciones Asociadas con ella. C om o en la cultura tan ala, algunos días son fastos
y otros nefastos. U n niño nacido en u n determ inado día (el equivalente al
domingo) debe ser arrojado a l m ontón d e inm undicias d e la aldea y tenido
allí d u ran te un rato o lavado en un jarro de agua de fregar. Se espera con
eso evitar el destino adverso. Sé creé q u e el niño nacido en uno de esos días
nefastos causará la destrucción de su familia. Se m ata a los niños nacidos
en el m es de Alakaosy, bien ahogándolos o bien haciendo que los ganados los
pisoteen a l pasar por encima d e ellos. Si sobreviven a esas pruebas, se les con­
serva, tom ando previam ente la debida precaución de hacer que un omfetasy
cambie fcu destino. Es frecuente la adopción, así cernió el cambio de nom bres.
LasW isciplinas básicas so n como las de las tanalas. Pero entre lo s betsi­
leos se dáhun* im portancia prim ordial a la enseñanza de los varios m atices
de diferencia para con los mayores y las personas d e categoría. Las form as de
cortesía elevan el status de unos individuos con respecto de otros; se sirve ai
padre separadam ente, etc.
Los tabús d e incesto son los mismos que en tre los tanalas y en su cum­
plim iento se observa la m ism a lenidad. Se da por supuesta la castidad pre­
m atrim onial en las mujeres y el castigo impuesto a la infracción es la esterili­
dad, com o en la sociedad tan ala. La endogamia d el m atrim onio se m antiene
ahora d en tro dé las líneas d é la casta* pero puede tener lugar la elevación
del status del esclavo. H ay bastante más hom osexualidad que entre los
tanal&s.
El levirato se practica en la cultura tanala pero no en la betsilea. En
éste, un hom bre que se casa con la viuda de su herm ano puede hacerse muy
sospechoso de haber asesinado a aquél m ediante la hechicería o el veneno.
La poligamia constituye la regla general entre los betsileos, como entre los
tanalas.
CULTIVO DEL ARROZ 277

E l agente ejecutor de la disciplina en la sociedad betsilea, es el padre.


Es el único que tiene derecho a castigar a sus hijos, derecho que, sin em­
bargo, ejercita m uy excepcionalm ente. E ntre los betsileos, los hijos pueden
abandonar a sus padres, proceder q u e es casi inconcebible entre loe tanalas.
En una familia, ocho hijos abandonaron a sus padres, por lo cual di padre
cambió su nom bre por u n o que significaba “he lim piado excrem ento para
nada”.
La religión de los betsileos es muy parecida a la d e tes tanates, pero
pueden notarse diferencias im portantes. La rígida fe en el destino cambia un
tanto, y viene a significar que dios lo prepara todo por adelantado. La he­
chicería (mpamosmry) es aquí causa de enferm edad pero el hechicero es
solam ente un ejecutor de 1a voluntad d e dios* Encontram os en la cultura
betsilea conceptos nuevos, desconocidos en 1a tanate* Por ejem plo: dios se
encoleriza si cualquiera oprim e a los pobres* Existe una poderosa fe en la re­
presalia por la agresión contra cualquiera* U n hombre es rico por que Zana-
hary es bueno.
Los agentes sobrenaturales inm ediatos son espectros y espíritus d e varias
clases* Están, p o r ejem plo, los varímfcos, que vivieren en tiem pos en el país
de los betsileos y fueron expulsados. Sus alm as no fueron a l cielo sino que
quedaron en las tum bas y son, por lo tanto, hostiles. Los mpamo&avy entie-
rran cebo en las tum bas de los vaqnmba para m atar a la persona de quien se
ha tom ado el cebo. C reen también en otras varias clases d e espíritus malignos
en form a de pájaros u otros animales. Establecen los betsileos una clara dis­
tinción entre el alm a y la vida. La vida cesa con la m uerte, el alm a conti­
núa* El alma puede abandonar al cuerpo por el quebrantam iento de un
tabú a causa del excesivo pesar o tem or su frid a Las alm as de los difuntos
observan las mismas diferencias d e casta que tenían en vida. Las almas de
los condenados a m uerte civil son malignas y pueden seducir a las buenas
alm as para que hagan m aldades a sus propias familias. U n buen funeral ga­
rantiza la buena voluntad de un pariente d ifu n ta El alm a d e un rey se trans­
form a en culebra.
La posesión por los espíritus es m ucho m ás com ente que entre los tá­
ñalas. Entre estos últim os hemos notado algún ataque ocasional de tromba
(posesión por u n espíritu) y muy excepcionalm ente la presencia de mpmno-
savy. Entre los betsileos se puede estar poseso de los espíritus del mal. El
incidente es m uy corriente y las m anifestaciones m ucho m ás graves. Estas
enfermedades espirituales se deben a espíritus humanos o no hum anos. En
uno d e los tipos de posesión (atetándolo), la víctima ve a esos espíritus que
son invisibles para todos los demás. Persiguen á su víctima en una gran can­
278 LOS TAÑALAS DE MADAGASCAR

tidad de formas. La persiguen y huye aquélla a través de los cam pos puede
ser atrapada y obligada a realizar toda clase de cosas. Pero lo m ás notable es
que lá víctima jam ás m uestra señales de heridas. Esos ataques sobrevienen
súbitam ente y, después del primero, la víctim a está expuesta a otros. Se ter­
m ina el ataque con u n rapto de inconsciencia del cual se despierta la víctima
en condición norm al. O tra forma de posesión es la llam ada aslonrutnga en
la que el posesor es un espíritu que ha sido hum ano en tiempos.
EL m étodo principal de culto es ei sacrificio y la acción d e gracias. Los
betsileos hacen sacrificios por los favores deseados o recibidos; sacrifican por
la abundancia y por la escasez. Existe, sin embargo, una novedad en. la for­
m a de form ular un voto que es, en esencia, una promesa de llevar a cabo un
sacrificio, habitualm ente de una vaca o u n ave de corral, si el resultado de
ciertos acontecim ientos es favorable al individuo que lo hace. Los rituales
están llenos d e toda clase de ceremonias repetidas; es preciso h acer lo mismo
u n determ inado núm ero de veces, para q u e sea eficaz.
El ambasy desem peña las mismas funciones que entre los tanalas. Cura
a los enfermos, practica sikkty, designa los días fastos y nefastos para los d i­
ferentes quehaceres y form ula hechizos. Los ombasys son, com o entre los ta­
nalas, nkdzp y ndolo y entre estos últim as predom inan las m ujeres. r
Además d e los ombiasys legítimos se encuentran los hechiceros malignos
o mptírrawmovescasos entredós tanalas, pero muy numerosos e n tre los betsi-
leps». La práctica es secreta y hereditaria. El: mpamasavy es u n agente d e
Zanabary y está poseído por el dios. Estos hechiceros realizan sus malas obras
por, las noches y salen d e sus casas enteram ente desnudos y tocados con un
turbante. T odo e l m undo está bajo la sospecha de ser mpam osavy. Operan
principalm ente colocando hechizos en los lugares donde pueden causar daño.
Los procedimientos empleados por los mpamosavy son análogos a lo6 que
usan entre los tanalas. U no de los hechizos que em plean consiste en un pe­
queño ataúd d e m adera que contiene m edicinas y un anim alito muerto.
C uando éste queda destruido, se rompe e l encanto. Las uñas y los cabellos
cortados, los restos de comida, los vestidos y la tierra de lá h u ella de una
pisada pueden ser usadas para perjudicar a su dueño; los orines, las heces
fecales y los esputos no son tan em pleados. Hemos notado que éntre los ta­
nalas no se podían utilizar esas m aterias en concepto d e “cebo” para el ejer­
cicio de la magia m aligna. Como consecuencia de ello, los betsileos colocan
las uñas y cabellos cortados, etc., form ando u n montón general. Los hechizos
empleados por los mpamosavy, ya d e por s í enérgicos, se refuerzan haciendo
intervenir a k s espíritus malignos- C ualquiera a quien se detenga practi­
cando el oficio de mpamosavy, es reducido al ostracismo o desterrado.
CULTIVO DEL ARROZ ¿79

H ay, quizás, o tro concepto más en la cu ltu ra betsilea que no se encuentra


en la tanala: el quebrantam iento de u n tabú puede ser expiado m ediante un
acto d e purificación.
H ay mucho m ás m iedo entre los betsileos que entre los tanalas, como
lo prueba el aum ento de fe en los augurios, los sueños y las supersticiones. La
diferencia es cuantitativa. Algunas d e las supersticiones son bastante ilus­
trativas. C uando una persona m uere en el m om ento de una buena cosecha,
es q u e ha sido asesinada por su riqueza. T odas las supersticiones indican algún
tem or de desgracias sufridas como represalias. El tipo de razonam iento pro­
cede, en gran parte, por analogía. Por ejem plo, si una persona golpea a una
culebra pero no la m ata, el ofensor sufrirá lo qu e sufra la culebra; si ésta en­
ferm a enfermará tam bién aquél y si el reptil m uere, m orirá su agresor.
Se observa, igualm ente, un aum ento considerable en la comisión de deli­
tos, especialm ente robos, pero tam bién asesinatos. Este últim o crim en lleva
aparejada la indem nización y la represalia en form a d e venganza privada. Los
tanalas no se enzarzan en pugilatos; los betsileos sí. El suicidio es muy poco
corriente, pero h e oído contar un caso en el cual el suicida hizo votos de em­
plear su alma para perseguir al q u e lo había em pujado a quitarse la vida.
Existe la herm andad d e la sangre, lo mismo q u e entre los tanalas.
Debe señalarse u n a costumbre más en contraste con las de los tanalas.
E ntre éstos, la tum ba d e la aldea contiene a todos los difuntos. Los betsileos
enterraban en tum bas fam iliares separadas, colocándose a un lad o a las m u­
jeres y al otro a los hom bres. El cuerpo del rey se momificaba, procediéndose
a la celebración de ritos especiales que garantizaban la separación de aquél
de u n pequeño em brión que más tarde se transform aba en culebra, Las tum ­
bas se convirtieron en u n a de las formas preferidas de hacer alarde de ri­
queza y ostentación. La técnica del tejido y d e la alfarería estaba m ucho más
desarrollada entre los betsileos que entre los tanalas. Hay q u e tener en
cuenta, sin embargo, q u e los betsileos se m antenían en contacto con varios
pueblos vecinos en los que esas artes estaban muy desarrolladas, m ientras
que los tanalas carecían de ese contacto.
Podemos decir, en conclusión, que las culturas tanala y betsilea eran
idénticas en lo principal. Las diferencias pueden trazarse a p a rtir del cam­
bio en los m étodos de producción del arroz de secano al d e regadío. Esto
está demostrado por varias circunstancias: Las tradiciones d e los betsileos
indican la existencia d e una antigua cultura muy parecida a la de los tanalas;
las instituciones de am bas indican una fuente común y m uchas de ellas conti­
n ú an siendo idénticas; los cambios introducidos en la cultura tanala se produ­
jeron gradualm ente e iban camino de hacerse idénticos a los operados en la
betsilea cuando los franceses ocuparon el país y, finalm ente, algunas de las
280 LOS TAÑALAS DE MADACASCAR

tribus táñalas adoptaron el cultivo del arroz d é regadío y lo abanderaron de­


bido a lasg rav es incom patibilidades que originaba en la estructura social.
La expansión del cultivo del arroz de regadío n o puede ser atribuida única­
m ente a la difusión; ese cultivo era endémico entre los tanalas y coincidía
con él dé! arroz d e secano. Su expansión se vio favorecida, en gran m edida,
p o rd a g o ta ra ie n to d e l m étodo d é cultivo d e secano; D e aquí que, para
^dsanxunar los cambios subordinados a esta innovación principal, no raigam os
qdé apoyarnos exclusivam ente efi la difusión para encontrar una explicación.

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CAPITULO VHI

A N A L IS IS D E LA CU LTU RA TA Ñ A LA

Esta relación , de la cu ltu ra tanala menabe es lo bastante com pleta para


perm itim os examinar una sociedad cuyas instituciones primarias son sim ilares
a las nuestras. Disponemos, p o r lo tanto, de u n a excelente oportunidad para
observar tipos más simples d e instituciones secundarias que d erivan. de la
estructura de personalidad básica creada por esas instituciones prim arias.
U n segundo rasgo de esta cultura está constituido por la presencia de
frenos a los efectos radicales de algunas instituciones primarias m ediante la
sustitución por mores prácticas convenientes p ara compensar la letra de las
convenciones, condición q u e introduce en un sistem a rígido y opresor una
gran cantidad de plasticidad y cambio para el individuo. Es esto lo que confie-
re a la cultura un elevado grado de estabilidad y equilibrio.
. U n tercer punto digno d e nota es el hecho d e q u e aunque la opresión (con
arreglo a nuestras pautas) d e u n extenso sector d e la población es m uy severa,
este grupo, sin embargo, parece bastante satisfecho. Según Linton, la cultura
tanala atrae a individuos d e otras, como los árabes, que se aclim atan a aquella
y les gusta. Constituye esta circunstancia un elevado tributo a la satisfacción
que el individuo puede disfrutar en la misma. Las razones para esto deben
interesar nuestra atención.
Se nos crea una cuarta oportunidad im portante de observar ios efectos de
los cambios operados en los sistemas de producción —del cultivo d e l arroz
d e secano al de regadío— sobre la organización social y el carácter de las reía-
cienes intrasociales. La cu ltu ra de los betsileos es la misma que la de los tana-
las, excepto por el cambio efectuado en una d e las instituciones prim arias.
Tendrem os la oportunidad d e ver si esos cambios originan alteraciones en la
estructura de la personalidad básica y, por ende, en las instituciones secun­
darias.
La exposición del doctor Linton, como en el caso de la cultura d e las islas
M arquesas, contiene m uchas pruebas directas, otros muchos datos qu e fueron
comunicados pea: inform adores, un poco de folklore y, también, unas cuantas
impagables impresiones y reacciones personales d el etnógrafo. La más digna de
mención es la observación d e que los hombres son muy evasivos e indirectos
281
282 CULTURA TAÑALA

en sus conversaciones y trato, en tanto que las m ujeres son absolutam ente
directas. T al es el tipo de observación que debe ser puesto de acuerdo con el
cuadro d e la cultura en su conjunto.
Las instituciones prim arias que se parecen a las nuestras son el carácter
general d e la organización d e la fam ilia, la posición suprem a <íel padre y el
carácter general de las disciplinas básicas. Esas instituciones difieren d e las
nuestras en que la poligamia es corriente; en que los primogénitos gozan de
privilegios e inmunidades extraordinarios asi como de oportunidades, igual­
mente excepcionales, de obtener prestigio; en q u e los segundones tienen un
status social com pletam ente inmóvil; en que la economía de subsistencia'es
muy diferente d e la nuestra y, finalm ente, en los valores peculiares en que
se expresa la economía de prestigio.
N o existe disparidad num érica entre los sexos que origine un problem a
social especial. Y tampoco hay ninguna ansiedad d e alim entación dfe tal inten­
sidad cjue empape la totalidad de la cultura. El acento principal recae en esta
cultura en puntos muy parecidos a aquéllos sobre los que recae la nuestra.
El rasgo característico que se pone d e manifiesto, preferentem ente, en esta
cultura es el carácter de las relaciones entre los hombres, entre el padre y los
hijos y entre el primogénito y los segundones.
El carácter contrapuntístico de las relaciones recíprocas en la sociedad
tariála, origina dificultades p ara su exposición. El plan m ás conveniente con­
siste en estudiar en prim er lugar el problema principal y volver luego sobre
los diversos rasgos para tratarlos específicamente. Los examinaremos, pues,
de acuerdó con el orden siguienter organización d e la fam ilia y disciplinas
básicas, economía de subsistencia, economía de prestigio, estructura de perso­
nalidad básica del individuo, psicología del congraciamiento, el cam bio del
cultivo del arroz de secano a l de regadío (betsileo) y la constelación d e pres­
tigio.
ORGANIZACIÓN DE LA .FAMILIA Y DISCIPLINAS BÁSICAS

La fam ilia está organizada con arreglo a una p au ta patriarcal, salvo por la
complicación introducida p o r las esposas m últiples y la consideración éspecial
del hijo primogénito.
La posición del padre en la com unidad dom éstica es suprema. Sus poderes
consisten en todos los atributos conocido^ de la autoridad absoluta, con unos
cuantos frenos puestos a su conducta coq relación a las esposas y al hijo mayor.
Con respecto de sus hijos segundones sú autoridad es m uy efectiva porque
está en situación de im ponerles la disciplina, d é explotarlos para stis propios
fines y d e frustrar necesidades im portantes de los mismos. Puede m andar
tanto d en tro de las costumbres prescritas como fuera de ellas, y contra esas
LA FAMILIA ¿83

disposiciones no cabe al hijo m enor apelación alguna si desea conservar ios


beneficios y protección anejos a la obediencia. El pqdre puede obligar a
los hijos a trabajar para ¿1 e n las condiciones q u e ie plazcan, y p u ed e frus­
trar las necesidades- de protección y m anutención; y aun después de su m uerte,
puede continuar ejerciendo el m ismo poder, aunque empleando procedi­
m ientos u n tanto diferentes—actuando como u n o de los dioses d el linaje
fam iliar— . La diferencia d e status entre los segundones y el primogénito viene
dem arcada por la existencia d e inm unidades relativas al trabajo y tangibles
valores d e prestigio. No se obliga a trabajar al prim ogénito en fecha tan tem­
prana como a los demás hijos y su trabajo no pasa nunca de tener un carácter
de vigilancia e inspección.
La posición de la m ujer y de la m adre es claram ente secundaria, aunque
su status de prestigio está regulado por su situación d e esposa principal o
secundaria. La vigilancia d el hijo, durante su infancia y niñez, corresponde
a la m adre, y el cuidado m aterno parece ser adecuado y cariñoso en m uchos
aspectos. La presencia d el padre en una fam ilia de esposas m últiples tiene
que s e r interm itente: y, com o consecuencia, su autoridad se realza. Sin em bar­
go, la disciplina prim era y más im portante a la que se somete a l niño se
efectúa por interm edio d e la m adre. Las disciplinas básicas se refieren al des­
tete» la instrucción anal, las mores sexuales en la niñez y la inducción a l traba­
jo. N o existen indicios d e malos tratos aplicados al niño por parte de la
m adre, excepto en relación con la instrucción an al. Se am am anta al niño
hasta q u e el siguiente necesita el pecho. La duración d e l plazo es variable y no
existen indicaciones de n ad a traum ático con respecto d e esta fase d e la vida
del niño. No observó L inton la costumbre de chuparse el d e d a
Coincidiendo con el trato bondadoso dado por la m adre como alim enta-
dora, se halla la insistencia en el control de esfínteres desde la época muy
tem prana. Las razones p ara ello son puram ente prácticas y se deben a la
ausencia de pañales. Com o quiera que el niño debe Gontener sus necesidades
m ateriales desde la edad d e seis meses y como esa obligación se im pone me­
diante la aplicación de castigos en caso de no hacerlo* el proceso* en su tota­
lidad, constituye un condicionam iento muy tem prano. Pero, para nuestro pro­
pósito, es de importancia considerable observar cómo se instituye esta norma
de conducta. A esa edad, el niño no puede, en m odo alguno, estar en condi­
ciones de aceptar la finalidad que persigue la disciplina que se impone; por lo
tanto, la aquiescencia debe establecerse sobre u n principio de dolor-placer:
debe percibir el niño que una actitud va seguida de dolor y la otra por la
ausencia del mismo. En la coincidencia del libre acceso al pecho m aterno
y la severa disciplina anal, tenemos los elementos constitutivos de unas cuan­
tas constelaciones básicas que pueden expresarse de la manera siguiente: “Si
284 CULTURA TAÑALA

obedezco no seré castigado; si obedezco seré alim entado; si hago tal o cual
cosa me ocurrirá tal o cual otra.” No cabe duda d e que se originan algu­
nas constelaciones que se refieren específicamente al control anal, a la reten ­
ción, a la represión del sentim iento y a todo lo dem ás. N o se puede determ i­
n ar todo esto sin un estudio del individuo. Pero la deducción más im portante
es el prem aturo desarrollo de la personalidad, el sentido de la obligación y la
obediencia, que deben m anifestarse, más adelante, com o conciencia, tem or
a la desobediencia y lealtad inquebrantable.
Es difícil determ inar el valor que puede darse en una cultura a una cir­
cunstancia como ésta en la form ación de la personalidad. Tal situación n o
puede ser d e suprema im portancia, a menos que en la organización in stitu cio
nal que se encuentra posteriorm ente continúe la eficacia d e esas constelaciones
básicas. Y tam poco puede afirm arse que esa disciplina sea resultado de la tira­
nía patriarcal. La provoca la m adre, por motivos que, en lo fundam ental, son
puram ente prácticos. A sí ocurre que en la cultura tan ala existe, durante todo
el ciclo d e vida del individuo y especialm ente por cuanto se refiere a los hijo6
segundones, un a relación constante entre la obediencia y la seguridad, la leal­
tad y la protección. Sin embargo, afirm ar que todas esas instituciones están
calcadas d e la experiencia sum inistrada por la instrucción anal, seria extrem ar
dem asiado las cosas. Ni tam poco es necesario form ular ta l presunción. Em pe­
ro* la influencia de esas constelaciones básicas se pone d e m anifiesto en algu­
nos de los procesos m entales elem entales.
Por desgracia, no tenemos un a descripción com pleta d e las mores sexuales;
pero el contorne general está claro. Están prohibidos los juegos sexuales entre
niños y no se h a observado ningún caso de m asturbación. Esta circunstancia
sólo puede significar que si realm ente existen esas prácticas sexuales, han d e
ser realizadas en secreto y no son socialm ente aprobadas. C ualquier lenidad
existente en esa cultura con respecto de los actos sexuales, se instituye después
de la pubertad. Pero no sería extravagante creer que existe, probablem ente,
una gran variación individual tan to por lo que respecta a la actitud paterna
como a la m antenida por los hijos menores en cuanto a la conducta sexuaL
Parece existir una lenidad general por cuanto se refiere a la imposición d e
las mores sexuales, aunque se presupone en las m ujeres la castidad prem atri­
monial, pero n o en los hom bres. A unque se espera q u e el joven haya corrido
sus aventuras en cualquier form a q u e le haya sido asequible, se amenaza a la
m uchacha con la esterilidad si viola el precepto. Sin embargo, se acepta a su
hijo ilegítimo sin padecer una vergüenza grave y siem pre se encuentra un an tí­
doto m áximo para evitar la esterilidad.
Prevalecen los habituales tabús d e incesto con respecto de los hermanos,
padres y grupos de parientes. H ay, en otras palabras, tabús de objeto* así
LA FAMILIA 28S

como tabús de finalidad que son obligatorios; pero los últim os no se imponen
con dem asiada severidad.
Comenzamos a percibir en este punto cierta prueba de la existencia d e un
rasgo com ún en esta cultura destinado a embotar el filo de u n a grave prohibi­
ción, es decir, negar su im portancia y perm itir así soslayar la mas form al. Las
disciplinas sexuales establecidas entre los tanalas habrían d e llevar á la presen­
cia de celos entre los hombres y deberían estar asociadas con ciertos fracasos
observados en el desarrollo sexual. Lo que encontramos, e n realidad, es una
transposición de la pasión. Se resta importancia a los celos entre los hom bres
suscitados por los objetos sexuales, considerándose a la actividad sexual
como placentera, pero no im portante. Se hace hincapié sobre la procreación,
con la ayuda del hecho real d e que la fuerza de trabajo realza el poderío eco­
nómico y el prestigio dei paterfam ilias. Peto se considera a la m ujer como
embarazada perm anentem ente a p artir del primer coito con su marido y con­
tinúa teniendo hijos autom áticam ente, ofreciendo, de ese modo, una oportu­
nidad para atenuar la im portancia d e la fidelidad m atrim onial. Esta acomoda­
ticia creencia elude el problem a inelegante de la paternidad que, de otro
modo, desencadenaría una gran cantidad de hostilidad en su derredor. Esta
situación es com pletam ente distinta del estado d e cosas presente en las islas
Marquesas donde, como consecuencia d e la ausencia d e im pedimentos que se
opongan a su desarrollo, la potencia sexual no tiene un valor sobresaliente.
Entre los tanalas no está perturbada la im portancia de la paternidad, pero se
le sobrepone una creencia acom odaticia para perm itir cierta libertad sexual.
No podemos em plear aquí la prueba d e las perturbaciones de ia potencia,
como hem os hecho en las islas M arquesas, porque el m atrim onio era, princi­
palm ente, endógamo en la aldea y el empleo de la magia era demasiado peli­
groso. Como quiera que se trataba d e un ascenso generalm ente observado,
ninguna perturbación sexual podía ser nunca racionalizada de esa forma.
La necesidad d e la lenidad sexual se pone d e m anifiesto cuando exam ina­
mos la rigidez de la organización social y la inm ovilidad casi com pleta del
individuo. Sin embargo, sin la ayuda de biografías no podríamos decir la
fuerza d e las m ores sexuales, ni determ inar si las libertades sexuales que hay
tras las convenciones guardan alguna relación con las líneas de clase y si los
más oprim idos son los más libertinos o los menee.
Pese a la libertad sexual q u e se encuentra tras la letra d e las mores, pode­
mos d ar por hecho, con seguridad, qu e esa libertad no se hace sentir en el
individuo hasta la pubertad; m ientras tanto, debe haber ocurrido en la niñez
cierta interferencia con el desarrollo sexual. E sto se evidencia patentem ente
en la presencia de la hom osexualidad y la actitud que con respecto de la
misma se adopta- La tolerancia de la perversión es u n rasgo que extraña
286 CULTURA TAÑALA

encontrar en una sociedad patriarcal en la q u e se hace gran hincapié en la


prole* La reprobación de esa perversión se ha achacado, con frecuencia, al
hecho de que todo lo que tiende a dism inuir la población se considera peli­
groso para el grupo.1 El hecho de que los homosexuales procedan d e las filas
de lo6 segundones o de entre los viejos sin hijos, indica la existencia de una
relación con el sumiso papel de ios hijos no primogénitos, Pero el hecho de
que sea una form a de ajuste socialmente aceptada, por más qu e no goce
de una posición elevada, constituye una explicación de la lenidad general
(¿servada con respecto de las mores sexuales. El hecho de q u e el homosexual
pueda asumir el cargo de esposa secundaria indica el status relativo d e ésta y
del hijo segundón. El de este último es evidentem ente peor. Constituye, igual­
m ente, un claro indicio de que las actitudes sexuales están muy influidas en
la infancia por la dependencia del hijo segundón, especialmente, por cuanto
q u e la instrucción del muchacho, en el redil económico paterno, comienza
aproxim adam ente a la edad de cinco años.
Las disciplinas relativas a la actividad económica se inician para los segun­
dones a los cinco años d e edad; de esa actividad está exento el hijo mayor.
El efecto de esa situación se traduce en acortar el período d e irresponsabilidad
de la niñez y en la definición de que el trabajar para el p ad re constituye una
condición esencial para gozar de su protección y de sus favores.
Concurre una circunstancia im portante en la instrucción económica de
aquéllos. Requiere, principalmente,' diligencia y aplicación, pero no habilidad.
Es la habilidad u n a de las cualidades que perm iten el enaltecim iento de la
propia estimación y que perm itiría en esta sociedad la existencia d e cierto
sentim iento de valía capaz d e quebrantar el de sumisión al padre. El individuo
pierde un elem ento de competencia efectiva. El hijo segundón debe conquisa
tar, en esa sociedad, los favores del padre, m ediante otro procedim iento: el de
congraciarse con aquél.
economía de subsistencia

La cultura tanala no es una cultura de escasez. Hay pocos indicios de una


ansiedad de alim entación. Las gentes tienen pocas dificultades e incertidum ­
bres en relación con la explotación del m edio am biente p ara obtener su sub­
sistencia. Este hecho puede ser observado. Se debe, evidentem ente, a dos
factores: la disponibilidad de recursos naturales efectivos durante el cultivo
del arroz de secano y la firmeza de la organización social con el fin d e explotar
esos recursos. En otras palabras: la ansiedad de alim entación puede deberse
1 Én esta sociedad la homosexualidad no tiene influencia sobre la población. Los hijos
son importantes solamente para el cabeza de familia, pero no para el grupo en su conjunto.
De aquí que a éste no le preocupe la homosexualidad de unos cuantos individuos.
ECONOMIA DE SUBSISTENCIA 287

a la escasez real de comestibles o a la inestabilidad de la organización hu­


mana para explotar los recursos. Se produce un hecho destacado que puede
ser em pleado para comprobar esa ausencia de ansiedad: no existen ritos
para hacer que crezca el arroz. Esto indicaría que no es necesaria la interven­
ción sobrenatural para ayudar a la concurrencia d e un abastecim iento, seguro
y abundante, de lluvia y úna fertilidad indudable del suelo, dentro d e ciertos
límites. Evidentem ente, los tanalas tienen completa confianza en su capacidad
para controlar el asunto por sí mismos.
N o quiere esto decir que entre los tanalas el cultivo d el arroz esté libre de
contingencias. M ientras se em pleaba el procedim iento d e talar y quemar, se
agotaba periódicam ente la fertilidad del suelo, haciéndose preciso, por lo tan­
to, proceder al traslado, tam bién periódico, de la aldea a u n nuevo emplaza­
m iento. Debía ser necesaria, en consecuencia, una gran cantidad de dura labor
para poner a la tierra en condiciones de producir. Y, a pesar de ello, el despla­
zamiento se producía sin m ucha ansiedad.
Esta confianza en la capacidad para controlar el sum inistro alimenticio no
procedía exclusivamente de esos aspectos técnicos—el conocimiento del pro­
cedimiento y su éxito constante—, sino también d e la seguridad de los aspec­
tos sociales y organizativos que garantizaban la m ano d e obra necesaria para
aprovechar las oportunidades. Se prepara hasta mi p u n to a cada individuo
para su papel social, así como para el desem peño de tareas que no requieren
gran habilidad, que su perm anencia en su papel está garantizada por u n siste­
ma féxreo d e sanciones y castigos. Es posible que algún individuo excepcional
se desligue del sistema de vínculos que lo unen con su padre y con su papel
económico, pero no es ésta 2a regla general. Las rígidas categorías sociales de
status vienen ayudadas, en grado no pequeño, por la ausencia casi completa
de diferenciación del trabajo. La consecuencia d e ello es qu e la mayor impor­
tancia recae sobre la diligencia m ás que sobre la habilidad. El factor que
contribuye a la estabilidad de ese sistem a está constituido por las recompensas
equitativas que puede traer consigo la diligencia.
E l hijo diligente se convierte en u n factor de la m aquinaria de la produc­
ción en el que se puede tener confianza; y se soslayan todos los factores que
pudiera presum irse que habrían de producir ansiedad respecto de la subsisten­
cia, debido a que no se puede negar a nadie la oportunidad de trabajar y la
diligencia. La tierra laborable, que constituye el instrum ento básico d e produc­
ción, es de propiedad com unal y cada uno de los individuos tiene derecho a
sacar de ella los medios de subsistencia. En esa situación se encuentran todos
los hom bres q u e constituyen la fam ilia, salvo para el padre y el hijo primogé­
nito, que sacan del trabajo d e los segundones lo necesario para la subsistencia,
así como valores de prestigio. La diligencia del hijo no primogénito está garan­
288 CULTURA TAÑALA

tizada por la amenaza d e provocar el disfavor del padre. E l nivel d e prestigio,


categoría y statu s de los segundones no depende, por lo tanto, d e su éxito en
la competencia entablada con respecto de sus habilidades o valores superiores,
sino en su rivalidad con los demás para ganarse los favores paternos.
El guerrero y el ombüisy ocupan una posición singular en la organización
social. Esos individuos están dotados de osadía y habilidad y caen fuera de la
economía fam iliar.
ECONOMIA DE PRESTIGIO

La economía de prestigio de los tanalas consiste en ciertos privilegios e


inmunidades. Las inmunidades son en gran parte exenciones del trabajo. Los
privilegios consisten en ser respetado, en ser tratado con deferencia en contras*
te con quienes no poseen esos derechos; en imponer disciplinas, otorgar re*
compensas cariñosas y favores; en infligir castigos y privaciones y establecer
distinciones d e trato con respecto a aquellos que son desagradables. El ejerció
ció de esos derechos no puede, sin embargo* interferir con las necesidades de
subsistencia d e ningún individuo. Esos derechos de prestigio están íntim am en'
te relacionados con la subsistencia y con el nacimiento.
El rasgo característico de la organización social es la concentración de las
facultades antes expuestas en m anos del cabeza de fam ilia y del hijo primogé­
nito, a través d el cual se trasm iten aquellos poderes. Parecería como si el
destino vital d él individuo, con excepción del guerrero y del ombiasy, estuvie*
se determ inado en él m omento d e nacer.
El aspecto notable de los valores de prestigio entre los tanalas estriba en
que tales valores no pueden traducirse en ventajas tangibles aparte de la
exención del trabajo. En el dominio de las necesidades de subsistencia no hay
distinción entre los favorecidos y los desafortunados.
Algunos bienes, como los ganados, gozan de un alto valor para comunicar
a su propietario títulos de poder, pero tienen muy poca o ninguna valia utili­
taria. El ganado se destina, en gran parte, a los sacrificios y a poner de mani­
fiesto el peder d e una persona fallecida. No puede em plearse m ucho el dinero
para comprar artículos que sum inistren a su poseedor m ayor comodidad, con­
veniencia o diversión, pero puede ser usado para la adquisición de tierras
con el objeto d e establecer un linaje. N ada puede comprarse porque hay poco
comercio, y la m ayoría de los objetos de uso personal son propiedad de quie­
nes los m anufacturan, con lo cual h asta el robo es prácticam ente imposible.
A pesar del poder del cabeza d e fam ilia y del primogénito, existen distin­
tos frenos que lo lim itan. El cabeza d e fam ilia no puede heredar las pro*
piedades de su esposa o de sus hijos. Nos da cuenta Linton de ejemplos
ECONOMIA DE PRESTIGIO 2$9

en los que el padre puede ser abandonado m ediando justa causa, pero son
poco frecuentes.
E n resumen: la inm ovilidad d el status d e los segundones es prácticam ente
com pleta. Teniendo en cuenta que no existe diferenciación en las labores y
que la habilidad reviste, relativam ente, poca im portancia, esa inm ovilidad
indica bastante bien las líneas de la tensión intrasociai Se exprese o no^ tiene
que existir entre los herm anos menores y en tre éstos y el prim ogénito, pero
no contra el padre, ya q u e la posición de este últim o es ta n fuerte q u e es capaz
de estrangular cualquier hostilidad que se m anifieste en ese sentido. Esa inca­
pacidad para m ostrar hostilidad contra el p ad re está garantizada, adem ás, por
el poder post~mortem q u e conserva éste para salvaguardar la fijeza de la
estructura social. Dos cosas serian de esperar com o consecuencia d e esa « tru c -
tu ra social: que las hostilidades no se expresasen directa o abiertam ente por
im pedir los dioses fam iliares que se m anifiesten siguiendo las líneas donde
seria más probable que se produjeran, y que la adaptación m ediante el con­
graciam iento siguiera siendo el principal cam ino expedito para el segundón.
Las prerrogativas del cabeza de fam ilia y d el prim ogénito están tan com pleta­
m ente salvaguardadas d u ran te su vida y el p o d er del prim ero se conserva de
m odo tan completo después de la m uerte —efecto que dura, por lo menos,
ta n to como la vida de u n segundón—, que, dejando aparte el congraciamiento,
sólo quedan expeditas p a ra este últim o unas cuantas sendas d en tro de los
lím ites de sus posibilidades. Son éstas las de hacerse ombúxsy o guerrero, el
trom ba o el homosexualismo. De esas cuatro, sólo las dos primeras requieren
alguna iniciativa verdadera; 1as dos últim as son acomodaciones masoquistas.
Los caracteres más notables de esa sociedad se encontrarán, m ás probable­
m ente, en esas dos clases d e los vmbiasy y los guerreros.

LA ESTRUCTURA DE LA PERSONALIDAD BASICA DEL INDIVIDUO

Bajo este epígrafe podem os considerar los siguientes aspectos d e los tana-
las: técnicas d e pensam iento; rivalidad en tre hermanos; sistema d e segu­
rid ad del individuo; comprobaciones m ediante la religión y e l folklore; y el
“super-ego”.
E n el cuadro que se acom paña (figura 2, página 303) tenemos una repre*
sentación de las instituciones, primarias, de la estructura d e personalidad básica,
de las instituciones secundarias y de los contrafrenos impuestos a estas ulti­
mas. D el esquema de las instituciones prim arias pódanos obtener alguna idea
de los problemas de adaptación a que se enfrenta el individuo y de las conste­
laciones básicas que tienen que formarse y q u e están en consonancia con la
organización social y la economía de subsistencia.
290 CULTURA TAÑALA

Debemos señalar, antes que nada, que las disciplinas básicas predisponen
hacia una actitud de obediencia con el fin de obtener recompensas. Solo dos
actitudes son posibles con respecto del padre: el odio o ía sum isión. El odio es
fácil de reprim ir, dada la capacidad del padre para conferir favores y la del
hijo para recibirlos. Esto hace del congraciamiento la técnica predom inante
de ajuste. H asta donde sea posible recoger las recompensas derivadas del con­
graciamiento no puede surgir ningún problem a grave de control de la hostili­
dad reprim ida. Sólo es de suponer q u e surja la agresión cuando se niegan las
recompensas anejas a la sumisión. A dem ás, la eficacia de los controles contra
cualquier agresión dentro del linaje está bien comprobada p o r el hecho de que
entre las m ujeres, que no tienen los mismos motivos para reprim ir la hostili­
dad m utua, se hace uso corriente d e la brujería contra miembros de otros
linajes» es decir, allí donde no operan los tabús.
¿Cómo podemos comprobar la exactitud de esta opinión? ¿Cómo sabemos
que existe una represión de la hostilidad hacia el padre? Podemos compro­
barlo merced a las instituciones secundarias. Los tanalas no tem en .a los difun?
tos, pero tienen m iedo de los espíritus y, naturalm ente, de los espíritus de los
individuos del sexo m asculino más im portantes del culto d e la familia. Estos
espíritus pueden causar enferm edades. En consecuencia, el ofenderlos lleva
aparejado el castigo. Es ésta una copia del sistema social existente. Sin embar-
got esos espíritus pueden ser propiciados m ediante los sacrificios adecuados,
que, en la cultura tanala, significan privaciones del que los hace.
Podemos observar también los efectos de las disciplinas primarias sobre
la formación de constelaciones básicas racionales en el individuo. La insisten­
cia sobre un rito obligatorio d e obediencia como parte de u n a curación cons­
tituye u n indicio de la im portancia d e la obediencia como p arte del sistema
de seguridad d el individuo.2 C on respecto de las restricciones sexuales encon-*

* Tanto entre los tanalas como entre los betsileos tendremos amplias oportunidades de
fjam íM r si los rasgos compulsivos y rituales d e ambos pueblos se derivan del erotismo anal
o de las reacciones anexas a k obediencia a la disciplina» el prototipo de las cuales está
constituido por la tem prana enseñanza anaL Lo mismo es aplicable a las características de
atesoramiento y ahorro de los tanalas y al elevado valor de la propiedad entre los betsileos.
La cuestión crucial no estriba en si están o n o presentes las características retentivas, sino
e n si se derivan del erotismo o de la reacción ante la disciplina. No cabe duda de que una
v » que se ha formado la Gesu&t básica, la seguridad va unida a la retención y la ansiedad
a la excreción irresponsable y que esas constelaciones pueden tomar posteriormente infinidad
de formas. La excreción irresponsable (de las heces fecales) se convierte, por contraste con
los preceptos sociales, en un acto de aserción, de agresión y de reto a la disciplina. Así, pue­
den observarse frecuentemente en algunos pacientes, prolongados períodos de estreñimiento
cuandb la emoción dom inante es Ka ansiedad de perder el apoyo o la protección. La educa­
ción anal es, esencialmente, una enseñanza d e retención y responsabilidad.
LA PERSONALIDAD BASICA 291

tram os pruebas def enigmático complejo de Edipo. Pero está compensado por
convenientes creencias q u e reducen los efectos nocivos de la infidelidad. Se
valoriza la potencia sexual, pero n o podemos com probar el uso d e la magia
para originar la impotencia, ya que eá dem asiado peligroso hacer uso d e la
magia dentro d e los límites de la aldea.
La situación de rivalidad entre los herm anos ofrece algunos fenóm enos
interesantes. La hostilidad hacia el primogénito debe ser reprim ida, porque
cualquier quebrantam iento de los m andatos contra la m agia dentro de la línea
fam iliar provocaría inm ediatam ente la ira d e los dioses del linaje. La repre­
sión de aquélla se hace aceptable p o r las recompensas que se pueden obtener
d el padre y de los dioses fam iliares. Se perm ite la compensación institucio­
nalizada de la situación d e rivalidad entre los herm anos m ediante la existen­
cia d e la herm andad d e sangre en la que se garantiza la fidelidad m utua.
E xisten otras dos formas d e expresión del desafío a la sumisión a l padre y e l
herm ano primogénito sin recurrir a la ayuda de la agresión ostensible o de la
m agia: las profesiones de o m b ia syy de guerrero. El ombiasy es u n hom bre
q u e trabaja sobre el destino, que goza de im portantes inm unidades, de movili­
dad social y d e capacidad de acum ular bienes de fortuna. El guerrero es el
individuo em prendedor q u e d a salida a sus impulsos antisociales fuera d e su
aldea. Puede adquirir así los m edios de convertirse en cabeza d e linaje. Pero
es im portante señalar en la estructura de la personalidad básica el com pleto
desvio de las hostilidades directas, culpando al destino de la suerte de cada
u n o y corrigiéndolo después, bien m ediante la magia fombiasy) o el saqueo
(guerrero). La agresión directa que reviste la form a de delito se castiga seve­
ram ente. Esta circunstancia explica los rodeos y falta d e respuestas directas
q u e observó Linton en los hombres. N o se la encuentra entre las m ujeres
porque éstas no se ajustan m ediante una técnica de congraciamiento y n o
tienen necesidad de ocultar sus deseos o descontentos. No existe para ellas
diferenciación de su statu s hasta la pubertad y no se lanzan a la com petencia
abierta hasta que se plantean ios problemas de encontrar compañero. N o
necesitan, por lo tanto, adoptar las actitudes autom áticas de servilismo de los
hom bres.
Sin embargo, la aquiescencia al papel sum iso con respecto d el padre y d el
herm ano mayor no d a por resultado, en todos los casos, una adaptación feliz.
E l fenóm eno del tromba, que es, según todas las apariencias, u n a form a de
histerism o agudo, tiene lugar con mayor frecuencia entre los segundones, aun­
q u e se produzca excepcionalm ente entre las mujeres.® La hom osexualidad
3 Ei fenómeno de los mpamosavys no está descrito con suficiente exactitud para permitir
la deducción de conclusiones definitivas. Parece tratarse de una perturbación psicótica. Para
los ulteriores detalles acerca del mismo, utilizaremos el material referente a los betsileos.
292 CULTURA TAÑALA

pertenece también a esta categoría de lucha desafortunada con las actitudes


agresivas h ad a el padre y el herm ano mayor. El hecho de que no se d en entre
los cabezas de fam ilia ni los primogénitos el trom ba ni la hom osexualidad,
atestigua la íntim a reladón d e ambas aberraciones con los problemas d e adap-
tad ó n a que se enfrentan los segundones.
Desde el punto d e vista d el cabeza de familia y del hijo mayor, predom ina
la consteladón de prestigio. La constelación dom inante consiste en este caso
en el ensancham iento del ego, m ediante posesiones y propiedad con el fin de
ser capaz de controlar la actividad de los demás. Es interesante señalar q u e el
m ecanism o de engrandecim iento del ego no se ajusta a la norm a del comer,
como hem os visto q ue ocurría en las islas M arquesas. Se obtiene la deificación
m erced á los sacrificios de animales; el significado d e este sacrificio no es el
mismo qu e hemos hecho notar con respecto del canibalismo. El sacrificio de
ganados tiene un significado d e distribución de propiedad y no es, por lo tan­
to, una form a de privarse d e u n placer sensual, sino un tipo d e em pobreci­
m iento d e la propia condición con el correspondiente enriquecim iento del
dios. Puede basarse en la prim itiva constelación: “ Si me empobrezco y sufro,
di padre vendrá en m i ayuda.” Hasta qué punto puede constituir el m iedo a
los antepasados u n freno para la agresión declarada, está bien puesto de
m anifiesto en el relato de L inton acerca d e lo m uy molestó que resulta ver a
u n espíritu ancestral (que equivale en esta cultura a la conciencia) y estar
obligado a ofrecerle, repetidam ente, los adecuados sacrificios.4

TÉCNICAS MENTALES

Pueden encontrarse indicios de la naturaleza d e los procesos m entales de


los tanalas en sus prácticas mágicas, en la elaboración y uso de los hechizos, en
la brujería y en el concepto d e la enferm edad. Si calificásemos de “aninusti-
cas” a todas las creencias y procedimientos con ellos relacionados, pasaríam os
p o r alto algunas diferencias im portantes entre los mismos, porque algunos de
esos procedimientos se basan en un mecanismo de proyección y otros sobre un
principio científico.
Las diferencias en tre esos dos tipos de pensam iento dependen del em pleo
d e dos criterios distintos en la apreciación d e los fenómenos percibidos, tanto

4 Esta explicación del uso particular del sacrificio no tiene relación con las ideas des­
arrolladas por Fréud sobre la materia, según las cuales el animal Sacrificado es un sucedáneo
del padre. El sacrificio se convierte, por k> tanto, en una forma de matar al padre y de
comérselo, y de aquí, en un descendiente de un hipotético banquete totémico. Sea cual
sea la exactitud de esta teoría con respecto a lós orígenes, no tiene aplicación en el caso
del papel práctico del sacrificio en la economía psíquica de los t 2natas.
TECNICAS MENTALES 293

e n el m undo exterior como dentro d e sí mismo. E n el caso de la “proyección” ,


se percibe la realidad de acuerdo con poderosas necesidades subjetivas; en di
caso del principio científico, se la percibe de acuerdo con las observaciones,
liberadas de prejuicios y necesidades emotivas, y d e acuerdo con las realidades
d el m undo exterior.
Su concepto de la enferm edad constituye u n excelente ejemplo del fenó­
m eno de proyección. Ños encontram os en este cam po con la idea, casi univer­
sal, de que la enferm edad y la m uerte se deben a la m agia o brujería. Esta
magia o brujería puede iniciarse m ediante la intervención de algún individuo».
Sin embargo, el deseo o intención de causar daño no basta para poner en
movim iento a esas fuerzas; e l verdadero agente causal es la fuerza liberada
por las propiedades contenidas en los hechizos que no derivan su poder d e lo®
cultos ancestrales, sino de las propiedades de los objetos mecánicos. Se trata,
por lo tanto, d e un concepto puram ente mecánico. Sin embargo, detrás de él
se esconde la intención m alévola d e alguien, y d e aquí que todas las defensas
contra la m agia necesiten evitar los deseos hostiles o contrarrestar el hechizo.
El hecho real es, sin embargo, que la magia no es directa; es, en realidad, una
form a de m odificar el destino. La magia es u n m étodo indirecto de infligir
daño sin ten er contacto con la víctim a y sin acción directa de ninguna clase.
La m odificación del destino libera así de parte de la ansiedad relativa a la
aplicación directa del dañó a otro individuo. '
Es interesante señalar la ausencia en la cu ltura tanala de la magia m edian­
te palabras. E n cambio, se encuentra la idea d e que se movilizan poderosas
fuerzas en el mundo* por interm edia de determ inados objetos. Se verifica, en
consecuencia, el hechizo, colocando ciertos objetos, dotados de propiedades
inherentes en relación con otros objetos; esta com binación desencadenará u n a
tercera fuerza que puede ser dirigida hacia u n fin específica Los criterios
m ediante los cuales se determ inan las propiedades mágicas de tales objetos
son patentem ente deductivos, experim entales, y están sujetos a comproba­
ción pragm ática; es decir, que sólo se Ies considera eficaces si dan resultado.
E n el m odo d e operar del hechizo tenemos, por lo tanto, la eficacia “científi­
cam ente” comprobada, de ciertas relaciones entre objetos inanimados que se
ju n tan a u n deseo de hacer daño a alguien o de protegerse contra el mal. E n
la totalidad del procedimiento em pleado para elaborar u n hechizo contra la
enferm edad, percibimos la actuación tanto de u n principio “científico” como
d e u n a proyección.
E l tem or d e ser víctim a de los deseos hostiles de alguien, se basa sobre u n a
proyección. Este concepto necesita alguna ~aclaración. La “proyección” es
una form a d e representación ideacional de una relación entre sujeto y objeto,
por cuya v irtud los procesos qu e se producen en el sujeto se atribuyen al
294 CULTURA TAÑALA

objeto. C uando se reprim e la idea: “Quiero hacerte daño”, se convierte en


el tem or de: “M e harás daño tú a m í.” Esta afirm ación puede crear la im pre­
sión de que la proyección representa siempre un a hostilidad iniciada incons-
cientem ente por el sujeto* pero percibida como si procediese del objeto y de
que esta transformación de la percepción se debe, enteram ente, a la represión.'
No ocurre necesariamente así. Este uso del térm ino proyección, es m uy incom­
pleto, por cuanto la percepción d e la hostilidad puede proceder de otras
varias fuentes, además d e la que acabamos d e describrir. Ferenczi ha form u­
lado varias conjeturas interesantes acerca del origen de ese tipo de percep­
ción.5 Se puede completar las brillantes ideas de Ferenczi con un estudio ulte­
rior d e las actividades inconscientes del ego que se encuentran detrás del
fenóm eno de proyección.
Pueden observarse ejem plos de ese tipo de actividad inconsciente en m uchos
de los fenómenos que los pacientes nos m uestran. A sí, por ejemplo, un
paciente describía con m ucha exactitud esas actividades del ego. Tom aban,
prim ero, la form a de la convicción de que otra persona estaba haciendo algo
contra él. M ediante un exam en más detenido se comprobó que esto no sé
debía a l deseo reprimido, de parte del paciente, de hacer daño a otra persona,
sino a la ira causada porque la persona en cuestión no estaba haciendo lo que
el paciente esperaba que hiciese. Esto, a su vez, iba unido a otra idea: la de
que la otra persona no era, en m odo alguno* u n individuo separado, sino un
m ero apéndice d el paciente, como su brazo o su pierna, y cuando la otra
persona no respondía con la misma docilidad y el mismo grado con qu e su
m ano seguía a su voluntad, el paciente experim entaba una sensación d e pér­
dida y deserción que se traducía finalm ente en ira. Reaccionaba ante esto con
una gran ansiedad, sintiendo que la otra persona no le “quería”. Este últim o
sentim iento se percibía, pues, como odio. Su reacción habitual era una agre­
sión contra el objeto frustrador, pero esta agresión contra el objeto era una
defensa contra la agresión d e que el paciente m ism o creía ser víctima. Ferenc­
zi dio a este fenómeno el nom bre d e “perdida de las fronteras del ego”. Sin
embargo, por m edio de esta fórm ula es difícil percibir el funcionam iento del
proceso perceptivo. Debemos hacer hincapié en esos procesos perceptivos
porque constituyen indicios de lo q u e está haciendo el ego o personalidad
total. E ste tipo d e percepción es ontogénicam ente muy arcaico y, según Fe­
renczi, tiene sus raíces en las prim eras reacciones ante la separación de la
m adre y la conciencia-del “apartam iento” del ego de otros objetos. La existen­
cia sim hiótica del niño en los prim eros estadios d e su vida, el hecho d e que

5 S. Ferenczi, “Stages in the Development of the Scnsc of Reality”, Sex and Psychoan*
dysis (Boston, 1916), pp. 213*238.
TECNICAS MENTALES 295

sus necesidades son satisfechas de m odo principal por interm edio de la m adre
y sólo en parte gradas a sus propios esfuerzos, hacen q u e esa conclusión a que
llega el niño (d e que la m adre es u n apéndice suyo) esté respaldada por su
propia experiencia subjetiva. Freud había dem ostrado h ace ya m ucho tiem po
el hecho de q u e el “perseguidor” es el objeto por quien espera el perseguido
ser am ad a Podem os representar, esquem áticam ente, el proceso que im plica
la proyección, d e la siguiente m anera:
La percepción es: “La otra persona quiere hacerm e daño.”
La prem isa es: “No hace lo que yo quiero que haga” (control mágico dé la
otra persona) .
Esta esperanza frustrada se interpreta a m o “no am ado, sino odiado”, y de
aquí la interpretación del objeto como haciendo algo contra e l sujeto.6 En
otras palabras: no basta con reconocer el hecho de q u e se h a reprim ido u n
poco de “agresión” y de que se percibe entonces como procediendo de fuera,
sino v er que esa agresión se debe a la frustración d e una esperanza que es
inconsciente y que la persistencia de la esperanza es u n a constelación total­
m ente inconsciente del ego.7
¿Cuál es, pues, el significado d e la persistencia de este tipo de percepción
en el adulto y en las formas institucionalizadas que se encuentran en las
sociedades primitivas? E ntre los adultos de nuestra cultura lo encontram os
como un tipo predom inante de percepción en individuos paranoides y lo cali­
ficamos d e patológico* Esto no quiere decir que los pueblos primitivos sean*
“paranoides”.
¿Qué factores hacen tan necesario el uso de la “ proyección” con u n a
am plia escala de percepciones qu e encontram os institucionalizadas en las cul­
turas aborígenes y en la nuestra? U n ejemplo tom ado de nuestra propia
cultura puede ayudar a esclarecer este punto. El pensam iento científico está
m uy difundido en muchos aspectos de nuestra cultura, pero se dan casos en
los q u e la presencia de factores emotivos impiden la aplicación de métodos
científicos. U n o de los ejemplos m ás notables de la persistencia del pensa­

* En este punto el sujeto puede iniciar varios tipos de defensa, uno de los cuales consiste
en someterse sexual mente al objeto. Pero es ésta una cuestión en la que no necesitamos
profundizar ahora.
7 En el uso psicoanalítico se empleaban comúnmente términos tales como "proyección”,
no sólo para describir las transformaciones dinámicas de los representantes del impulso, sino
también “explicaciones” de toda la conducta consiguiente al uso del mecanismo a que se
refieren. Asi, pues, una ve: que se había encontrado que el individuo “proyectaba” no era
necesaria una explicación ulterior. La explicación de la “proyección” que ofrecemos en este
lugar, constituye un ejemplo excelente del uso práctico de la psicología del ego. Describe,
por lo menos, una faceta más del (octís de las fijaciones infantiles, asi como las fuentes de la
agresión y los motivos de su represión.
296 CULTURA TAÑALA

m iento no-científico era la creencia d e que la m asturbación era causa de toda


d ase de enferm edades. U na de las dolencias que se suponía debida a la mas­
turbación era la parálisis general. H asta el año de 1912, en que fue descubier­
to el espiroqueta pálido en las lesiones de la misma, se m antuvo y enseñó la
vieja opinión. La persistencia de esa creencia no era racional; pero tenía un
apoyo emotivo que la hacía aceptable, apoyo basado en la experiencia de todos
los individuos de nuestra cultura en relación con nuestras mores sexuales, es
decir, en que la masturbación está prohibida. Existe una relación experimen­
tad directa en tre la idea de desobediencia y la de castigo, y de ahí el concepto
de la enferm edad como castigo. Es interesante señalar la diferencia que existe
entre los conceptos subyacentes en la idea de que la enferm edad se debe a
los malos deseos de alguien y en la de que es un castigo. Tras d e esos dos
resultados finales se encuentran las constelaciones culturales construidas en
tom o a las reacciones ante la disciplina. En todo caso, cuando existe una
ignorancia real de la verdadera causa de la enferm edad, se sum inistra la
explicación m ediante una apreciación emotiva. La creencia en las consecuen­
cias de la m asturbación es, exactam ente, tan “anim ista” como la creencia
tanala respecto de la etiología de la enferm edad.
Los puntos im portantes acerca d e la proyección son: la percepción endo-
psíquica d el poder de los deseos hostiles; y los deseos, igualm ente poderosos,
de ser capaz d e hacer obrar a los demás tal como uno quiere, es decir, de
tratarle como apéndices que siguen nuestros m andatos como, por ejemplo,
sigue la m ano a la voluntad. Lo m ás im portante de este fenóm eno es que
explica la enferm edad sobre la base d e los deseos hostiles d e los demás. Si se
consideran los deseos hostiles “solam ente” como deseos hostiles atribuidos al
objeto, pero percibidos por el sujeto, se pierde de vista u n a fuente m ás impor­
tan te de esta percepción de la hostilidad como una esperanza frustrada de ser
am ado y protegido y d e encontrarse, en consecuencia, bien. El móvil primor­
dial no es ni e l deseo d e ser am ado y protegido ni la hostilidad generada por
la frustración d e esa esperanza. La persistencia del deseo es, en sí misma, u n
indicio de la existencia en el ego de una incapacidad perm anente debida a
inhibiciones o funciones subdesarrolladas en lugar de las cuales aparecen acti­
tudes de dependencia. La totalidad de la constelación es un indicio de u n
fracaso localizado del ego.8
Las prim eras percepciones que tiene el ser hum ano de encontrarse “bien**
son las producidas por el alivio de las necesidades y tensiones por la m adre, d e
ordinario al alim entar al hijo, o m ediante cualquier otra form a d e atención.
6 La relación entre la hostilidad y el deseo de ser protegido ha sido cuidadosamente
estudiada en muchas de sus ramificaciones en el libro de Homey The Neurotic Personúlky
©/ Oiir Tim e (N ueva York, 1937).
TECNICAS MENTALES 297

Es razonable suponer que ei individuo h ab rá de revivir esas esperanzas cuando


se encuentre en u n a situación de desam paro. D e aquí q u e la enferm edad
tenga el significado subjetivo de no ser am ado y protegido, sino odiado. En la
literatura psicoanalítica se h a expresado esa idea en forma diferente, de modo
especial en relación con la hipocondría, en la q u e se h alló q u e el órgano
enferm o representa a la persona (padre) cuyo am or se espera o desea, pero
no se merece, como consecuencia de las hostilidades del individuo hacia él;
de aquí que el individuo se sienta perseguido por e l padre (super-ego) y, a la
sazón, por el órgano enfermo. Es ésta én realidad una forma indirecta d e decir
que la enferm edad representa el castigo de la desobediencia y se convierte,
por lo tanto, en consecuencia de una m anifestación reprim ida de afirmación
contra la autoridad. Se puede decir, por lo tanto, que el concepto de enferme­
d ad que se halla en la cultura tanala es sim ilar a l del hipocondríaco. Empero,
en aquel caso esos conceptos se deben en parte a la ignorancia real de la
causa y a la sustitución de u n a etiología científicamente establecida por la ex­
plicación que parece más aceptable—con arreglo a las pautas de la experien­
cia infantil— d e las tensiones como consecuencia d e las cuales sufre el indivi­
duo*. E i miedo a la enferm edad causada por la hechicería es, pues, expresión
d e varias ideas: surge una situación q u e origina u n a sensación d e desamparo;
se desoyen el deseo y la necesidad de ayuda; se utiliza la frustración como Una
percepción de hostilidad procedente d e otro individuo. Por más q u e está
ansiedad sea casi universal en las culturas primitivas, es m ás q u e probable
que se la exagere en las sociedades donde la dependencia m utua es ligera y
donde es más probable que existan verdaderas hostilidades en tre los indivi­
duos, porque en esas sociedades a la esperanza d e ayuda se opone la hosti­
lidad del sujeto con respecto del objeto y la consiguiente culpa. En contraste
con este concepto de la etiología d e la enferm edad hem os dem ostrado la
existencia en nuestra cultura de uno cuya idea se basa en la experiencia del
castiga
Estas consideraciones se aplican a las ideas generales acerca de la enferme­
dad o a las reacciones provocadas por la misma. No se debe pasar por alto
el hecho de que la ignorancia real de la etiología de la enferm edad contribuye
tam bién a esta formación. Pero tenemos tam bién otros varios rasgos impor­
tantes relativos a las técnicas m entales de los tanalas qu e parecen derivarse
de reacciones provocadas por la disciplina. Son éstos, la universalidad de los
ritos coactivos com o cura y la insistencia en el uso de los mismos. El ejemplo
que presenta el doctor Linton de la com pleta incapacidad de los tanalas para
comprender la eficacia de una m edicina sin la ayuda de u n ritual coactivo,
constituye un caso sobresaliente. La m edicina no opera debido a sus propieda­
des inherentes, sino porque quienes la em plean obedecen a alguna orden; si
298 CULTURA TAÑALA

hacen esto o lo otro, conjuntam ente con la medicina, entonces y sólo entonces
actuará aquélla. Este concepto está en contraposición con la creencia— difun­
dida en otros campos entre los tanalas— en la acción recíproca mecánica de
las propiedades físicas tal como se pone de manifiesto en la elaboración de los
hechizos. ¿De dónde procede esta insistencia sobre el cerem onial de obedien­
cia y qué experiencia, culturalm ente determ inada, tienen los tanalas q u e los
lleva a esa conclusión? No es difícil encontrar la respuesta. La instrucción
anal, que constituye la primera disciplina, se inicia entre esas gentes a los tres
meses de edad y se completa a los seis. Existe una insistencia prem atura en la
obediencia respaldada por el castigo. Si el niño obedece, n o sufre ningún
daño. La insistencia en que se verifique alguna actividad o que se om ita algu­
na satisfacción, establece, por lo tanto, las condiciones para ser am ado o no
ser castigado. D e ahí que el ritual se convierta en parte de la cura, en garan­
tía de la ayuda paterna y, por lo tanto, de la curación. A m ayor abundamien­
to, la pauta d e que se obtendrá el cariño y la seguridad a cambio de la obe­
diencia constituye la regla m ás prom inente de adaptación p ara la mayoría de
las gentes de esa cultura. En otras palabras: esa disciplina n o los hace “erótico-
anales”, pero crea una auténtica constelación básica que se hace autom ática
desde la m ás tierna infancia: la obediencia trae consigo la seguridad y la tran­
quilidad. Insisten, también, los tanalas en la limpieza y el orden, lo que es una
perpetuación del mismo tipo d e obediencia y se deriva d e la misma fuente
original. Este concepto está tam bién presente en la idea d e que los espíritus
encolerizados causan la enferm edad.
; La elaboración d e sus hechizos constituye otro ejem plo de esta técnica
mental; pero sólo e l ombiosy sabe exactam ente cómo se hacen aquéllos y qué
principios o experiencias van asodados a su elaboración. Se evidencia una
actitud experim ental a ese respecto. N o se sabe, sin embargo, con bastante
exactitud para examinarlo, la clase de efectos que esperan n i de qué causas
deban proceder aquéllos. Pero aun sin saberlo, el procedim iento de elaborar
hechizos puede ser clasificado como científico y no como basado en procesos
m entales infantiles.

E L SISTEMA D E SEGURIDAD DEL INDIVIDUO

El sistema de seguridad d e l individuo en esta cultura es, evidentem ente,


función d e su status y deriva, directam ente, de la estructura del ego.
El segundón debe reprim ir su odio hacia el padre y el herm ano mayor,
ser diligente, congraciarse con sus superiores reales y sobrenaturales, antici­
parse a la ofensa m ediante el sacrificio profiláctico o expiarla después* Tiene
un anexo adicional, socialmente perm isible, a su sistem a de seguridad: puede,
LA SEGURIDAD DEL INDIVIDUO 299

m erced a la intervención de un ombiasy, influir en el destino en u n intento


de alterarlo. N ada tiene d e extraño que la creencia en el destino sea tan
rígida si se tiene en cuenta que la movilidad social del segundón es práctics-
m ente nula. E n la alteración del destino se ponen de m anifiesto ciertos indi­
cios d e un intento de expresar el descontento. Si falla ¿sé procedim iento
quedan aún el tromba y la hom osexualidad. H ay que notar la im portancia
del vínculo de la sangre como parte del sistema d e seguridad del individuo.
El papel que desempeña en el cuento popular que relata Linton» sugiere que
se trata de una forma forzosa de ligarse en u n pacto de m utua ayuda con otro
individuo con respecto dei cual surgiría, en otro caso, un a gran necesidad es­
pontánea de agresión.
Los padres y los hijos primogénitos no tienen un sistema de seguridad
respaldado por la obediencia. T ienen obligaciones para con los jefes d e linaje
y p ara con los dioses de éste. Su seguridad depende d e su iniciativa para
adoptar decisiones importantes. Pero en su mayor parte depende de que m an­
tengan sometidos a su disciplina a los segundones. C uentan para este fin con
el apoyo de la mayoría d e las instituciones. La seguridad de esos indivi­
duos depende, asimismo, d e que tengan éxito en su rivalidad con los otros
cabezas de linaje en la lucha por el mayor prestigio. Su sistema de seguridad
se desarrolla en tomo al prestigio y al poder pero no en tom o ál congra­
ciam iento. "
E l ombiasy y el guerrero son, indiscutiblem ente, las personalidades más
fuertes de esa sociedad. Gozan de m ovilidad social y d e iniciativa, y su status
no está determ inado por e l nacim iento. Su seguridad depende exclusivamen­
te d e su astucia y de sus recursos. Esos pápeles requieren la voluntad de
no aceptar la hum ilde posición de segundón y la capacidad de hacer respe­
tar sus servicios.
L a adaptación de la m ujer es distinta de la del hom bre. La primógeni-
tura carece de importancia entre las mujeres; sus relaciones con el padre son
más amistosas que las de sus herm anos. Los problem as suscitados por los
celos entre la esposa principal y las secundarías no afectan rasgos extraordi­
narios. En gran parte tenem os aquí una lucha por la seguridad valiéndose
de los hijos y la seguridad tan to de las madres como de aquéllos m ediante el
congraciamiento con el padre. N o existe el problem a de represión de los celos
y el fracaso experim entado por la m ujer la lleva, con frecuencia, al tromba.

religión

Vamos a proceder ahora a cOtnprobar las conclusiones a que hemos lle­


gado con respecto de la estructura de la personalidad básica, m ediante la
300 CULTURA TAÑALA

religión d e los tanaias. Los dioses efectivos son los antepasados fallecidos y,
por ende, los prototipos de los auténticos progenitores. A ctúan como espíritus
a quienes se teme. Se Ies propicia m ediante la obediencia y los sacrificios y
se m antienen, constantem ente, del lado de la m oralidad existente. L a con­
ciencia actúa en esta sociedad en forma d e la señal desagradable de ver a uno
d e los espíritus ancestrales. El poderío del progenitor masculino se evidencia
significativamente en el hecho de que no se guarda consideración alguna a los
espíritus de las m ujeres. La sumisión a los dioses ancestrales es obligatoria
en todos los casos (a diferencia de lo que ocurre en las islas M arquesas).
La enferm edad se interpreta como el precio del pecado y, en consecuencia,
debe precederse al apaciguamiento.
Existen tam bién espíritus suplementarios qu e no pertenecen al culto
fam iliar. Son dioses “ elegidos”, la lealtad a los cuales no es obligatoria excep­
to sobre la base de su eficacia.
El congraciamiento con los dioses ancestrales se consigue m ediante el
sufrim iento, el propio empobrecimiento, y la renunciación al placer. El dios
es m eram ente una imagen paterna hipertrofiada cuyas funciones, como las
d el padre, consisten en ver que no se dirijan hostilidades contra los indivi­
duos sobre los cuales habrían de recaer naturalm ente tales hostilidades. La
religión garantiza m eram ente el status; garantiza la desviación de las hostili­
dades m ediante la prom esa d e recompensas por el com portam iento “correcto”
y de castigos si no es asi.
La estructura d e su religión está de acuerdo con nuestras conclusiones
previas acerca de los efectos d e las disciplinas severas sobre el individuo. Se
exagera la imagen p aterna tan to para fines buenos como para fines malos,
tan to para la recompensa como para el castigo.
En este punto podemos suscitar la cuestión de si la sociedad tanala
perm ite u n buen ajuste a sus miembros m enos favorecidos. H ay una prueba
casi plena de que así ocurre. A pesar d e lo que, conforme a nuestros crite­
rios, sería una grave form a d e opresión, los segundones parecen, en conjunto,
estar contentos. Las form as institucionalizadas de expresión cubren las opor­
tunidades que se ofrecen tan to a los que están dotados de iniciativa com o a
los que carecen de ella. Los ambiciosos pueden llegar a ser guerreros u cmv
biasys; los fracasados, histéricos u homosexuales. La ausencia de robo, asesi­
n a to sucidio y juegos de competición, atestigua e l hecho de que el ajuste
ofrecido al individuo es eficaz. N o son difíciles de- encontrar las razones para
d io : se basan en los frenos puestos a los poderes de prestigio, que ya hemos
enumerado^ y en el hecho d e qite la economía d e subsistencia perm ite la
concesión d e recompensas a la sumisión.
RELIGION 301

La creencia en el destino —singularm ente eficaz p ara desviar la envidia


directa y la hostilidad declarada— es un m onum ento al absolutismo subya­
cente que caracteriza a la cultura. Elimina la responsabilidad de aquellos qu e
poseen, realm ente, el poder y las ventajas, y la coloca sobre una especie de
concepto m ecánico del destino h u m an a La principal función de esa creencia
es la d e obligar al individuo a aceptar su papel en la vida y a no m olestar a
aquéllos que le explotan, aunque se le reconoce cierto derecho a intentar al­
terar ese destino recurriendo a m edios mágicos. Si fracasa, no puede culpar
más que al d estin a
Podemos comprobar tam bién la validez de la estructura de la personalidad
básica, en el folklore d e los T anala. La narración reproducida por Linton
(p. 268) corresponde al típico relato de Edipo. Nos dice, con toda claridad,
dónde residen los conflictos sociales: entre los herm anos. El padre es dem a­
siado poderoso para atraer ningún odio directo ni siquiera en un cuento p o ­
pular. A m ayor abundam iento, la narración trata de los celos sexuales en tre
herm anos. Son ellos los que roban las esposas al héroe. Es el hijo de u n se­
gundo m atrim onio, que quiere congraciarse con el padre, quien em prende
la tarea de vengar el delito com etido por sus tíos. Para m ostrar a su padre la
renunciación completa a sus derechos como rival sexual, el hijo obediente
se disfraza d e m ujer (m ata a una anciana y se cubre con su piel); y recobra»
para su padre, las esposas robadas. Pelea con su tío, con el cual tiene el hijo
una causa com ún de celos, pero no le m ata. Por el contrario, contrae con
él u n vinculo d e sangre y devuelve las esposas a su padre.
Es una narración heroica perfecta para esta cultura; sostiene las inores
de la sociedad; exalta el papel de la renunciación a la virilidad para congra­
ciarse con el padre con el fin de gozar de los beneficios de su favor. El relato
no castiga el incesto como hace el m ito griego de Edipo; impide la tragedia
m ediante la renunciación anticipada de la finalidad. Fomenta la paz m e­
diante la sum isión y hasta quizás m erced a la hom osexualidad y confiere sola­
m ente al padre el derecho exclusivo a las prerrogativas masculinas.
Este cuento constituye una ilustración d e la especial estructura del ego
del individuo en la sociedad tan ala. Difiere de otros relatos de Edipo en
aspectos m uy particulares que son muy característicos d e los modos de adap­
tación predom inantes fom entados por la estructura social (o m ás especial­
m ente por las instituciones prim arias existentes1). El desplazam iento del cam po
del conflicto, de padre e hijo a herm ano y herm ano no es una m aniobra ar­
bitraria o casual; brota del hecho d e que la supresión de los celos hacia el
padre se hace aceptable por la posibilidad de recoger la recompensa corres­
pondiente al buen com portam iento. Tal posibilidad n o existe entre los her­
m anos que se encuentran en abierta rivalidad para obtener los favores d el
302 CULTURA TAÑALA

padre. Demuestra esta narración que los cuentos populares son producto
d e una serie especial de condiciones sociales. En tanto que la pauta del
cuento es característica de todas las sociedades patriarcalm ente organizadas,
q u e imponen restricciones sexuales en la niñez, la form a especial en que se
conducen los personajes es expresiva, solam ente, de esa serie de condiciones
sociales.
EL “ SUPER-EGO”

U n aspecto final de nuestra exposición d e la estructura del ego, es el ca­


rác ter del super-ego en esta sociedad. O tra form a de definir esta cuestión
consiste en preguntar cuales son las fuerzas que m antienen al individuo en
su lugar en esta sociedad.
Comencemos con las dos ideas principales de Freud, según las cuales,
los.individuos se identifican unos con otros y desarrollan un órgano m oral
llam ado el super-ego q u e es capaz de sentir culpa, tener conciencia, hacerse
reproches, etc*
Ya hemos visto q u e las modalidades del ego designadas m ediante el tér­
m ino “identificación” n o son uniformes sino que expresan varios tipos de
relaciones entre el sujeto y el objeta U n tijx> de “identificación” se basa
en un a ausencia com pleta d e recursos del sujeto y en una existencia parsfisita­
n a a través d e actividad del o b jeta Esta relación puede representarse, bien
com o absorbiendo al objeto o bien como estando dentro de él. O tro tipo de
“identificación” se basa sobre la completa independencia de recursos del su­
jeto, pero reconociendo u n a pretensión com ún con el otro individuo^ basada
en intereses comunes. '
Podemos preguntarnos cuál de esos tipos de identificación prevalece en
la cultura tanala. No es posible d ar la respuesta en términos puram ente psico­
lógicos. El segundón puede hacer causa com ún con su padre y herm anos, es
decir, identificarse con ellos, bajo determ inadas condiciones y no bajo otras.
M ientras la economía perm ite la satisfacción de las necesidades d e subsis­
tencia y mientras pueden conseguirse los prem ios a la obediencia, el segundón
puede identificarse con sus herm anos y con su padre. H asta cierto punto,
es p arte de u n conjunto en el cual, aunque n o puede vivir cada una de las
partes o funciones, puede, en cierta m edida, participar en todas ellas en forma
vicaria. Teniendo en cuenta el gran número d e frenos puestos al prestigio del
p ad re y del primogénito, no es ésta una tarea difícil para el segundón, si no
se frustran las necesidades sexuales y de subsistencia. El padre tiene u n ego
m uy hipertrofiado y puede identificarse a sí m ismo con los hijos m enores en
cuanto los considera como miembros de su propio cuerpo, como partes de si
EL "SUPER EGO” 303

mismo; está, en consecuencia, interesado no sólo en su explotación, sino en


cuidar de que sus necesidades sean satisfechas.
Toda esta situación podría alterarse fácilm ente —y verem os ahora cómo
se alteró— por la incapacidad del padre para distribuir las recompensas co­
rrespondientes a la obediencia o por la incapacidad del segundón para reco­
gerlas. Las m odalidades persistentes e inflexibles del ego se encontrarán sólo
en el individuo neurótico; en los dem ás casos son plásticas y dependientes de
las realidades. La realidad que m antuvo la cohesión d e la sociedad tanala
fue el sistema de producción m ediante el m étodo de ta la r y quem ar. Bajo
ese sistema, toda la aldea podía trasladarse a u n nuevo em plazam iento cuan­
do se agotaba la fertilidad de la tierra, y volver a empezar. Én esas condi­
ciones es posible la “identificación m utua”, es eficaz la supresión de las
hostilidades, con las complicadas seríes de frenos y contrafrenos, y el super-
ego conserva su tonicidad.
Por lo que se refiere al super-ego encontram os una situación análoga. La
estructura del super-ego, la réplica interiorizada de las disciplinas impuestas
sobre el individuo, se define de m odo m uy explícito en las instituciones. C o­
menzando con el .control anal a los seis meses y a través d e todo el ciclo de
vida del individuo, se van erigiendo u n a serie d e constelaciones m erced a los
contactos efectivos con la realidad» todas las cuales confirm an el sencillo re­
curso de que el que obedece será protegido y no castigado, alim entado y sano;
no incurrirá en la ira del herm ano m ayor, del padre o d e los dioses familia­
res, todos los cuales pueden instituir graves represalias. L a interiorización y
automatización de esta constelación és de gran conveniencia para el individuo.
Le coloca en condiciones de prever y anticipar los pasos en falso; porque si
no lo hace, fá realidad externa, eñ form a de instituciones, le arrastraría. Mien­
tras puedan conseguirse tas satisfacciones guardadas por el super-ego* las tareas
psíquicas de vivir en consonancia con el super-ego (y las instituciones) no
son demasiado difíciles. El individuo se m antiene en su lugar por la ansiedad
de infracción y la consiguiente pérdida de beneficios obtenibles.
U na prueba de la efectividad de las instituciones o de la interiorización
en forma de super-ego* es la ausencia de magia dentro d e la aldea y la de
delitos como el robo.
En relación con la estructura d e l ego del individuo hay dos constelacio­
nes cuya fábrica psicológica debemos exam inar cuidadosam ente con el fin
de com prender las instituciones secundarias que surjen d e las mismas. Obser­
vemos la psicología del congraciam iento y del prestigio.
304 CULTURA TAÑALA

LA PSICOLOGÍA DEL CONGRACIAMIENTO

Lo que nos interesa más en la cqltura tanala es la psicología de los se­


gundones, por cuanto constituyen el grueso de la com unidad. Si se fuese a
argum entar teleológicamente, se podría decir que la organización patriarcal de
esa sociedad es así de prudente con el fin de convertir al miembro medio en
u n individuo muy dócil y obediente. En prim er lugar, la instrucción anal
inicia la norm a de “ser alim entado a cambio de la obediencia”; el poder abso­
luto del padre y las líneas sociales fijas continúan esa influencia; y, fin al­
m ente, está la fe inexorable en el destino, que puede ser alterado, en cierto
modo, pero n o en sus detalles más importantes, m ediante la magia. La creen­
cia en el orden exacto de las cosas se deriva, indudablem ente, del sentim iento
inflexible, que tienen tanto quienes se encuentran en posiciones favorecidas,
para m antener su ventaja, como quienes se encuentran en situación desven­
tajosa y no pueden moverse d entro de las rígidas líneas sociales. Podría p re­
guntarse, si dado que han nacido dentro de esa situación y han sido educados
para aceptarla hay alguna razón para buscar indicios de alguna forma de
agresión ínexpresada. Los celos y la competencia en dem anda de favores pue­
den ser m uy agudos, pero se les m antiene sometidos a u n rígido control m e­
diante severas sanciones. Para quienes « ta n dotados d e cierto espíritu d e
iniciativa, las profesiones de guerrero y de ombiasy constituyen cauces de, ex­
presión predeterm inados y sodalm ente permitidos. El ombiasy ocupa la posi­
ción m ás poderosa de todas; opera con el destino y se encuentra relativam ente
Ubre de todas las obligaciones de grupo por cuanto vive y ejercita su profesión
en una aldea “extranjera”. Goza d e un prestigio y de una riqueza que d e­
penden del éxito que consiga. Es en los segundones en quienes debemos
esperar encontrar la mayor huella en esta cultura y la m anera en que se les
m antiene disciplinados constituye e l primer problem a que tenemos que re­
solver.
Debe obedecer eso al hecho d e que existen recompensas definidas para
la aquiescencia prestada por les segundones a ser explotados con el objeto d e
realzar el valor de prestigio del padre y del primogénito. Se les garantiza el
cariño y la protección del padre, así como dádivas ocasionales del mismo y
continuas recompensas después d e su m uerte. El quebrantam iento de la ley
im puesta por e l padre o la infracción de su voluntad suponen un castigo cier­
to y la dem anda de un sacrificio adecuado que solam ente puede ser efectuado
a expensas del propio ofensor. Si el sentim iento de culpabilidad logra afir­
marse^ el ofensor verá al espíritu d e un antepasado q u e debe ser aplacado
m ediante un sacrificio. Es, por lo tanto, más barato y fácil prestar aquiescen-
PSICOLOGIA DEL CONGRACIAMIENTO 305

da* H ay otra consideración que puede ayudar a explicar por qué se m an­
tiene unida esta sociedad* E lsegundón sufre solam ente en su prestigio. Pero
quienes gozan d e prestigio n o , comen mejor ni tienen m ás comodidades o
confort que quienes no gózan de di, porque existe un poderoso sentim iento
contrarío a la ostentadón y al alarde. La razón es evidente. Si se alardea de
riqueza o se hace ostentación de felicidad- en presenda d e aquéllos q u e no
pueden tenerlas» será de esperar que éstos hagan comparaciones y sufran, en
consecuencia, u n a pérdida en su propia estimación y, de aquí, que tengan
hostilidad h ad a quienes gozan de esos privilegios. En resum en: el prestigio
no se traduce a formas tangibles y quienes no lo poseen, n o están irritados ni
expuestos a sufrir. N o existen diferencias entre ricos y pobres en cuanto, res­
pecta a los valores de subsistencia. Podemos señalar esta circunstancia como
una d e las extrañas fuerzas d e cohesión de esta cultura. O tra es la relativa
ausencia de división del trabajo o de habilidades superiores. En resum en:
en la cultura tanala el prestigio significa principalm ente la.capacidad d e con­
trolar a los demás.
E n otras palabras: se m antiene a los segundones en su lugar m ediante
premios a la obediencia,-enérgicas sanciones co n tra la agresión, ausencia de
dem asiada irritación m otivada por su categoría inferior y rígida fe en e l des<
tino, pero con ciertas normas culturalm ente determ inacte para alterarlos Esto
últim o constituye casi una necesidad, t a que com unica al individuo q u e se
cree atrapado por el destino una cierta m edida d e control sobre el mismo.
Observamos en esta cu ltu ra la existencia d e fu m a s, dirigidas contra Jas
finalidades creadas por la sociedad —las de posición, clase, riqueza» propia*
dad y prestigio—; y contra los fines instintivos — aquéllos que pertenecen al
sexo y a la agresión—* C on el fin de com prender la aquiescencia d e los se­
gundones, debemos comprender algo acerca de la psicología del congracia­
m iento que constituye el m odo predom inante d e adaptación.
Congraciam iento es el nom bre de una técnica cuyo objeto estriba en con­
seguir que otro individuo am e o favorezca a quien la em plea, de tal m anera,
que se consiga con ello algún fin o ventaja. Es una técnica, lo que equivale
a decir que es u n a actividad ejecutiva que puede establecerse sobre la base
de diversas actitudes del ego. La actitud más digna de mención es la d e de­
pendencia; pero puede proceder» también, del deseo d e ser igual que la
otra persona o em anar del odio hacia la misma (ejem plo, Urías H eep). La téc­
nica em pleada en el congraciamiento debe, por lo tanto, variar según el obje­
tivo perseguido o los recursos del sujeto.
Ya hemos expuesto los factores psicológicos que constituyen la base de
esta actitu d de dependencia* El m étodo de procedim iento predom inante en
la dependencia consiste en continuar las actitudes y técnicas aplicadas du-
306 CULTURA TAÑALA

ran te la niñez, establecidas en los tipos de reacción ante la disciplina. La


inhibición d e los recursos consiguiente a la represión de las gratificaciones
esenciales, como medio d e establecer las condiciones para ser “am ado”, libera
u n a gran cantidad de agresión contra el ejecuten: d e la disciplina; esta agre­
sión n o se dirige^ contra el objeto, sino que, como hizo notar Freud, aum enta
la severidad d el super-ego, hace mayor la ansiedad y tiende a hipertrofiar las
facultades d el disciplinario para ejecutar los deseos mágicos del sujeto. T al
individuo debe, por lo tanto, m antenerse continuam ente en guardia para
evitar que sus defensas contra las satisfacciones deseadas y contra la agresión
liberada p o r su frustración vayan más allá d e su control. T al es, especial­
m ente, el caso en las neurosis d e compulsión.
Pero la represión sobre la base de reacciones m anifestadas a n te la disci­
plina no es el único m edio de congraciamiento. Puede ser la técnica em pleada
por u n individuo cuyos recursos están bien desarrollados y cuyas esperanzas
no son d e tipo mágico sino d e u n a especie puram ente racional. U na actitud
de congraciamiento puede no servir sino a fines de conveniencia. Hemos de
esperar, en tal caso, que la represión de la hostilidad con respecto del objeto
sea m ás deliberada. En todo caso, sea m erced a la dependencia o a objetivos
percibidos m ás conscientemente, el congraciamiento implica una cantidad
considerable d e hostilidad latente had a el objeto. E n el caso del individuo
dependiente 0 inhibido, esta hostilidad no se m anifiesta hasta que se frustran
las recom pensas correspondientes a la dependencia. En esta cultura hay co­
locadas, en ro d a la linea, salvaguardias encam inadas a impedir que se m ani­
fieste esa agresión.
C onvendría exam inar la técnica del congraciam iento m ediante la repre­
sión, con objeto de lograr los objetivos de la dependencia. Este procedim iento
se m uestra con la mayor claridad en las neurosis de compulsión y en ciertos
tipos d e hom osexualidad.
Un joven se puso en tratamiento debido a que padecía una incapacidad
para trabajar; esta incapacidad estaba confirmada por la existencia de varias
fobias contra las cuales se defendía, al principio, pidiendo a todo el mundo,
incluso al analista, que se encargase especialmente de hacerlo todo por él,
salvo respirar y comer. Pasado algún tiempo el paciente cayó en la cuenta
de que las fobias específicas que había tras la inhibición, estaban relacionadas
con su propia estimación. La única imagen que podía evocar cuando pencaba
en el trabajo era la de que se encontraría en Una posición humillante; su pa­
trón le mandaría en forma arbitraria y sería incapaz de rebelarse o defenderse.
Entonces reconoció espontáneamente que el peligro no procedía de fuera, sino
de sí mísmo; deque se encontraba indefenso como una persona sumida en
el sueño hipnótico y que se veía obligado a no hacer nada o a hacer todo lo
PSICOLOGIA DHL CONGRACIAMIENTO 307

que el otro quisiera que luciese* Reconocía que esa tendencia le exponía a
los peligros d e verse hum illado. Com o indicó hace algunos años Rada,9 la
situación m asoquista se convierte e n un peligro contra e l que es preciso de­
fenderse a toda costa. Porque cuando el paciente, descubrió esto, se armó del
valor suficiente para ponerse a trabajar y ambos descubrimos, para su desgra­
cia, que sus tem ores eran justificados. O cupaba en el lugar donde prestaba
sus servicios el extraño cargo de asesor principal y recadero, al mismp tiem po.
U n día venía lleno de júbilo y declaraba que había realizado una gran hazaña
y convencido d e que tenía u n gran talento. A l siguiente contaba que alguien
le había quitado el pupitre de su oficina* E l tercer d ía alegaba que un em­
pleado de m enor categoría d e la compañía lo había m andado a hacer u n re­
cado. En ninguna de esas ocasiones protestaba o h ad a nada para defenderse.
N o podía protestar. En la m ism a forma se conducía, con respecto de su
am ante, que tenía la costumbre de llam arle en u n a fría noche de invierno a las
dos d e la m añana y le pedía que fuese a verla y se'quedase con ella. Pero
siempre aparecía, al día siguiente, con una vaga sensación de haber hecho el
tonto y preguntaba: “¿Por qué h e h ed ió eso? ¿Por q u é acudo como u n pe­
quinés cuando m e llama?” .
La dinám ica de esa situación resultó ser la siguiente. Comenzó h a d a
m ucho tiem po con una situadón d e rivalidad con sus hermanos. Tenía fan ­
tasías asesinas con respecto de ellos, motivadas por el deseo de obtener la
preferencia en el cariño paterno. A hora bien, cada im pulso de auto-afirm a­
ción se exagera por virtud de los efectos secundarios d e la inhibición* convir­
tiéndose bien en una fantasía grandiosa de hazañas extraordinarias m ediante
las caíales espera el sujeto ganarse el amor y la adm iración de todos y con la
cual hum illaría a sus rivales, o en una fantasía de asesinato. T al es el valor
que la auto-afirm adón tenía inconscientem ente para él* El paciente expe­
rim entaba entonces un sentim iento de culpabilidad p o r concebir tal idea y
para consum arla debía, por lo tan to , movilizar una trem enda energía. Sentía
entonces el tem or de las represalias que pudiera tom ar la otra persona que
eran, habitualm ente, la negativa d e la estimación o el cariño y que el pa­
ciente sobreestimaba ahora en proporción a sus fantasías agresivas (realm ente
norm ales). E l impulso debía ser denegado y el valor del amor del objeto
realzado correlativam ente y entonces pcwnia en actuación su actitud de auto-
hum illarién para recuperar las preferencias del objeto q u e no era intrínseca­
m ente valioso para él, pero que era sobreestimado porque poseía, ahora la
cosa que podía compensarlo del impulso reprim ida Puede apreciarse fácil­
m ente que esa situación se ajusta a las pautas d e las disciplinas que em plea­

9 Conferencias inéditas, N . Y. Psychoarialyric Institute, 1935.


308 CULTURA TAÑALA

mos con los niños. Y se puede form ular la pregunta: ¿Son muy grandes las
capacidades de este hom bre para el amor? N o existen en absoluto; no expe-
rim enta un am or fuerte por nadie. La conservación del amor o la m anifes­
tación tangible del mismo se hace, dinám icam ente, más valiosa para él que
su. auto-afirm ación o los frutos de la misma. Subsiguientemente pudo des­
cubrir las razones de su sumisión a su amante. La idea era por dem ás ino­
cente. Creía que ella era la fuente de su poder. “Si no me quiere y cuida
de m í, tendré que estar solo y solo no puedo hacer nada.” Es esta una idea
mágica de la influencia d e u n objeto. Cuando está lejos de ella, tiene miedo.
Si ella es la fuente de su poder, tem erá, naturalm ente, ofenderla y correr el
peligro de perder su am or.
O tros detalles de la psicología del congraciamiento pueden observarse
en la homosexualidad. Q uienes prefieren centrar la psicología en tom o a los
instintos, invocarían el instinto de sumisión para definir la conducta d e con­
graciam iento y, al obrar así, perderían todos los detalles esenciales de lo que
constituye lá psicología d e esa actitud. Para tales personas, una vez q u e algo
ha sido definido como instinto, no hay necesidad de volver a pensar en ello.
Con arreglo a m i experiencia no hay ningún síndrom e-que describa tan com­
pletam ente la psicología d el congraciamiento com o ciertos tipos —n© todos—
de hom oxesualidad.
U n hom bre de trein ta a ñ o sd e edad, se som ete a tratam iento por pade­
cer hom osexualidad, ansiedades generalizadas con respecto de todo y graves
m olestias en su trabajo. Sus actividades pervertidas son raras y cuando las
practica sólo excepcionalm ente son sexuales. Elige de ordinario como sujeto
a u n joven de diez y seis a diez y nueve años d e pie! blanca y aspecto feme­
nino. Acostum bra a llevarse a esos muchachos a d ar un paseo en autom óvil,
les habla cariñosamente, elogia su belleza, les hace regalos, en ocasiones les
besa, y muy raras veces llega hasta tener con ellos trato sexual; una o dos ve­
ces intentó, sin éxito, el coito anal efectivo, ejerciendo d e elemento activo y
pasivo alternativam ente. N o le resultó muy agradable la actividad ^sexual de
esa clase y con frecuencia la calificaba de m olestia. La experiencia m ás dolo-
rosa q u e sufrió fue la d e verse desdeñado por uno de sus am antes homo­
sexuales
Pronto se evidenció q u e la fuente de su disgusto en su vida de trabajo
era su padre. Era el m ás abyecto esclavo d e aquél. N unca pudo oponerse a
ningún deseo d e su padre, pero, a l mismo tiem po, abrigaba en su interior un
odio consciente y rabioso, pero sin esperanza, contra aquél. Su única arma
defensiva consistía en u n a obstinación y un espíritu de contradicción que no
eran nunca declarados, pero que siempre encontraban su expresión en algún
proceder que n o aféctate directam ente al padre, como por ejemplo, el ocu-
PSICOLOGIA DEL CONGRACIAMIENTO 30?

m 'rsele limpiarse los dieñtes en el m em ento d e ir a la cama, cosa que su


p ad re le ordenaba siem pre cuando era niño. Inm ediatam ente respondía m en­
talm ente “no quiero, no quiero”. Pensaba, en ocasiones, en pasar la velada
« i casa, pero si por casualidad le pedía su padre que se quedase, se conver­
tía para él en una obligación molestísima. D urante largos períodos tenía
m iedo de estar fuera de casa hasta después d e las once de la noche, aunque
su padre nunca les h ab ía dicho nad a en ese sentido, ni a él n i a sus her­
m anos, que volvían a veces a las 4 de la m añana. E ra claro q u e esas per­
secuciones d e su padre eran enteram ente auto-im posidones; pero nótese que
experim entaba fantasías d e asesinato acerca d e su padre y una pertinaz obsti­
nación, juntam ente con una conducta d e hum illación y som etim iento ab­
solutos.
Las ocasiones de sus actividades homosexuales eran siem pre m otivadas
por el deseo de poseer a una m ujer y, exam inadas cuidadosam ente, se com­
probó que eran u n ritu al de congraciamiento con su padre. Siem pre hacía
con su camarada hom osexual lo que él q u en a que su padre hiciese con él.
Sus deseos de poseer a u n a m ujer seguían siendo imposibles d e satisfacer y
calm aba siempre su ansiedad m ediante u n nuevo gesto de congraciam iento
para con Su padre.
La prim itiva historia del m uchacho era m uy notable; A la edad de cinco
o seis años estaba conscientem ente énam brado de su madre; describía su pa­
sión por ella em pleando términos tan vividos como el deseo de o ler su piel,
d e acariciarla y besarla en todas partes. Pero ella no le correspondía como él
esperaba. T uvo la'm ad re dos hijos después d e él, lo q u e consideró como una
prueba de su infidelidad. Realzaba en su fantasía su propia estim ación h e­
rida, diciéndose que su m adre debía ser to n ta para n o darse cu en ta d e su
g ran superioridad sobre su padre y sus hermanos* Acostum braba a dorm ir
con ella aprovechando cualquier pretexto y recuerda una vez en la que se vió
presa de una ansiedad paralizadora, cuando s u padre lo descubrió e n la Cama
con su m adre, por m ás que aquél no profiriese úna sola palabra d e reproche.
En esa época, en la q u e tenía cinco años, su curiosidad sexual era insa­
ciable. Buscó a u n a niña y consiguió que lé perm itiese ver sus órganos geni­
tales, lo que hizo él con gran placer. M ientras estaba en esa operación fué
sorprendido por otra niña que le gritó: “ V oy a decírselo a tu padre.” E l
terror que esas palabras le produjeron resuenan aún en sus oídos después de
veintisiete años de ocurrida la escena. D esde entonces en ad elante se hizo
m ás respetuoso de la indiferencia d e su m adre y a los nueve años, aproxima­
dam ente, le buscó una querella, tras de la cual se desvaneció com pletam ente
su am or hacia ella, q u e fué sustituido por la indiferencia que siente en la ac­
tualidad h ad a todas las mujeres.
310 CULTURA TAÑALA

Es interesante observar, en relación con sus actividades sexuales, el pro­


ceder de ese paciente con respecto de mí, q u e define la dinám ica de su ansie­
d ad acerca de las m ujeres. U n día m e contó que tenía u n a cita con una
m uchacha h a d a la cual había m ostrado gran interés, aunque no le había
hecho ninguna insinuación sexual. H abían acordado tener u n a entrevista
aquella tarde. V ino a verme al siguiente d ía y comenzó su relato con lo que
le había ocurrido d u ran te el mismo día. Se produjo después u n a larga pausa
y dijo: “Supongo que querrá usted que le cuente lo que pasó anoche.” O tra
pausa. “N o tengo el m enor deseo de decirle a usted nada sobre ello. N o sé
porqué. M e siento inclinado a decirle q u e fu e una experientia m uy desagra­
dable y temo renovarla^ Lo más extraño acerca de ello es q u e fué, en reali­
dad, muy agradable. N os besamos durante m ucho tiempo y experim enté una
erección m uy tranquilizadora. En este m om ento siento un gran odio contra
usted.” Si tomamos este últim o sentim iento de odio hacia m í como p u n to
d e partida podemos reconstruir todo el proceso. Su sentim iento está, induda­
blemente^ justificado si notam os la ansiedad básica y los acontecim ientos que
fucron su secuela. N o es una función d e su super-ego, an o u n a respuesta a
u n a situación social con respecto de mí, debido a ciertos m étodos, autom áti­
cos a la sazón, de reaccionar ante sus propios deseos sexuales- La actitud
que, en tiempos, tenía para con su padre, convertida ahora en p arte del equi­
p o d e su ego, se volvía hacia m í, el analista. No podía evitar el sentim iento
d e que yo n o quería qu e experimentase la satisfacción sexual. M e odia, por
10 tanto, por obligarle a abandonar a la m ujer y renunciar a su deseo. Tem e
hablarm e de ello “ porque usted hará uso d e l conocimiento de esa experien­
cia y de q u e fué agradable, contra mi. U sted fríe hará algo”, con lo que
quena significar que yo lo castigaría en u n a u otra forma, la m ás grave de
1 1 cúales seria abandonarlo. A l contarm e lo que le había ocurrido con la
m uchacha debía, pues, quitarle valor y hacerse a- sí mismos retrospectiva­
m ente, insensible. A l verse precisado a hacer eso, me odia.
Lo q u e teme es q u e el padre reniegue d e él (loe símbolos d e castración,
cam o tales, rara vez se m anifiestan ni siquiera en sus sueños o fantasías), lo
e&pqlse d e m negocio y se vea, en consecuencia, condenado a m orir de ham ­
b re y no ser capaz de encontrar empleo. T odo esto no era más q u e una loca
fantasía, teniendo en cuenta que era la persona más eficaz d e las empleadas
en el negocio y su p ad re viejo chocho de setenta años o más. P ero debemos
observar cómo se hipertrofia la imagen d d padre dotándola d e u n poder fic­
ticio y como superes tim a el padente cuanto obtiene de aquél y subestim a su
propia eficacia. E n realidad, el odio que siente por su padre, n o obstante
su cuidadoso m étodo d e congraciamiento* le. lleva a frecuentes actos de sabo­
taje, inconscientemente perpetrados, contra el negocio y contra sí m iaño.
PSICOLOGIA DEL CONGRACIAMIENTO 511

Estructura ¿ d Ego Institución. Secun* Controles


Institución Primaria
(hijo) doria

•u ■- - -
Fam ilia Patriarcal íl. í jC5r.V*!.V.
Poder absoluto d e l O dio -r^Stim ido M iedo de loscápA ri- Propktaeíon median-
padre f b r causa de eiv te sacrificio almten-
leB acdad. ------ 4 id o ... - . _
im pone la disctpliaa S u p u r a Inm ovilidad del culto r . - . . ■»

» -^ . del linaje
Explota Congraciamiento Lealtad a los m uertos R e c o m p e n s a p o .rla
represión del odio
Frustra necesidades ‘ Concepto de laen fer-
(subsistencia) £l" m edad como debi-
da a l pecada , (des* . - • .*
'> agradar a un dios)
r ..
J . • ^
Piscijilúuif básicas
O ral—Lactancia larga ' Limpieza _
Anal—Continencia a Se r e c o m p e n s a U Insistencia en el acto
.lo s ó m e s e s . - o b e d ú n c ia p la d i^ ^ como p«rr
f ínliiw .t t e d e l a c y r * f¿ ^ '•y''
- v¡.:TMK . «■< ■'-j- ' • • ’i. .^{
Sexual—Tabús de ijy Negación de la un- Fábula de E d i p o — U b sedo coito ipsn*
jeto y de finalidad portancia del sexo. odio femenino re- llen é Embarazada a
ó' ■ ■’ •t ~;T' ‘ ; " 'prf& ído ' ~ ^ 5 r la m a jé í'

T}¿siguatda¿ e n tre los ir ■r \ -’ii. ‘ - *í ■-i' - i -r ■


hermanos O dio entre herm anos M iedo de b m agia : Tab& conna s u íis o
Hj ' «n d lla d e ¡h i
A grestónreprim ida H erm andad d e a an -
... .. • • .r. • gre-4om o«xuali*
.- - -:JfS S-
Agresión expresada Offtfóosy; guérrtro f t t e d r ieo&irúhr el
- ■/■'* J:' ■■■. d estín * •-
. , ' . " P u e d e c o o tro la r la
, (. - - . / .fIÍS P W M ,,.
D elito Derecho Severidad en el cas*
■ 1
tigó
,y ’ Aquiescencia Creencia ¿n el des- Eldestioo puede ser
tiño controlado
Tromba-mpamosav* Neurosis-Psicosis
; . . . .• ..
312 CULTURA TAÑALA

Economía de subsis­ Trabajo por la recom- Funcionamiento de la


tencia pensa del cariño y conómia s in fric­
de la subsistencia ciones -
Sumisión recompen­
sada
Abundancia No hay ansiedad de No hay ritos para el
alimentación arroz
T iara comunal No h a y diferencia­ Hincapié sobre la di­
ción en el trabajo ligencia

Economía de pres- Deificación y control Muchos frenos a la


tigio sobre los demás ostentación
Inmovilidad social I n u t i l i d a d de la
disputa
Celos Trombo-destino Enfermedad y carea-
Ira de los dioses cia de apoyo
Leyes de propiedad La propiedad c o mo
medio de aumentar Ley Castigo
- el ego
Deificación-culto del
linaje Magia maléfica

D urante la noche siguiente a su aventura con la m uchacha, tuvo el si-


guiente sueño: “M e encqedtro casado con Jane y vamos viajando en autom ó­
vil, pero la carretera está etKet^gada* Está resbaladiza, el coche patina y
pierdo el-control d el mismo. Se parece m ucho este sueño a los que tenía
cuando era níño y tenía fiebre. Solía ten er m iedo de m orir y queda q u e jn i
m adre y m i padre estuviesen a mi lado todo el tiem po.” El significado del
sueno es evidente e n .ai mismo. La interpretación corriente del m ismo nos
diría que se trata de u n sueño d e miedo de im potencia. Bastante exacto, pero
Ipor qué? Sus asociaciones nos ponen d e m anifiesto qtíe por el hecho d e ha­
berse casado teme haber perdido su fuente principal de seguridad. N o tiene
y a m ás q u e sus propios.y m uy lim itados recursos y ha perdido los poderes
mágicos y vigorosos d e su padre.
A hora bien, &§ ésta u n a hom osexualidad biológicamente determ inada?
No$ es solam ente u n a reproducción del proceder de los morios cuando se
encuentran en situaciones de peligro. La hom osexualidad es un procedim ien­
to d e congraciarse con su padre, a quien odia,: pero en proporción a ese odio,
hipertrofia la imagen de su padre y hum illa la suya propia. Su heterosexua-
lidad inicial, poderosa y precoz, no igualaba a los recursos de que disponía
e n su calidad de niño y, com o consecuencia de ello, se deshizo de su más
valioso atributo para garantizarse el goce de otros valores m ás básicos de su-
CULTIVO DEL ARROZ 313

pervivencia, apoyo y esperanza d e la ayuda ilim itada de su padre. Sigue en­


contrando hoy, en su padre, esos valores imaginarios, en contradicción con la
realidad de la situación hasta su aspecto m ás m ínim o. Afirm ar que “se iden­
tifica a si m ismo con la m adre com o resultado de la culpabilidad procedente
del complejo de Edipo”, puede ser upa explicación, pero no presenta e l pro­
ceso de la naturaleza.» _
La razón de que hayam os citado este caso, estriba en que describealgu-
nas consecuencias im portantes de la dinám ica del congraciamiento, a saber:
u n gran odio hada el objeto con el cual busca congraciarse y una sobreesti­
m ación del valor del benefido q u e puede conseguir en esa form a.
Los puntos esenciales que deben notarse en la psicología d e l congracia­
m iento son que requiere un sacrificio d e la satisfacción, que se produce a
costa del desarrollo y -que acaba por sobreestimar los beneficios d e la depen­
dencia. Sin embargo, la agresión que se m antiene enfrenada m ediante los
beneficios anexos a la sum isión puede ser fácilm ente liberadajsi se hace im ­
posible obtener la realización d e esas recompensas. Los dos ejemplos ckado6
fueron manifestaciones neuróticas, lo que significa, sim plem ente, que los pre­
m ios a la dependencia n o pueden hacerse efectivos en realidad; pero d i sisr-
tcm a con el cual actúa el individuo es característico de la niñez*- ;
En d- caso; de Ja. cu ltu ra tanala, la agresión está siempre 'presente* lo q u e
puede comprobarse p o r las numerosas sanciones y- castigos existentes contra
la misma. Sin embargo, hasta donde pueden ser obtenidas las recompensas,
zx> es m uy difícil la represión. v-

EL CAMBIO DEL CULTIVO DEL ARROZ DE SECANO k t D® REGADÍO.


LOS EETS®LÉOS -

A fortunadam ente el doctor Linton nos ha com unicado.no sólo un m edio


d e comprobación de la s conclusiones relativas a los tanalas sino tam bién un
potable texto para el estudio de la dinámica d el cam bio social* Este cambio no
fjué m eram ente una transform ación “económica1’; llegó hasta las raíces d e toda
la organización social y creó, en consecuencia.* cambios importunos en la adap­
tación básica de cada individuo.:
A l intentar estudiar lo que ocurrió como resultado del cambio, debe re­
cordarse que sólo se alteraron unos pocos aspectos de la cultura; los más per-
m anecieroñ intactos. Los cambios fueron, indudablem ente, violentos en algu­
nos aspectos y lentos en otros.
Podemos adoptar como guiones los cambios efectivos registrados:
1. Técnicas de trabajo, que crearon nuevos problemas d e garantizar el
sum inistro d e agua.
314 CULTURA TAÑALA

2* Se alteró la unidad social de localidad (aldea) para com prender seo*


tores mezclados de muchas ¿entes. Los individuos agrupados en la localidad
no estaban ligados, por lo tanto, por vínculos fam iliares, ni por la m utua
colaboración, sino por intereses com unes y antagonismos m utuos contra los
cuales n o podían actuar, a la sazón, las sanciones religiosas.
3. Los matrimonios exógamos, antes excepcionales, se hicieron comunes.
4. A um ento de la im portancia de la propiedad personal; pérdida d e im-
portancia de los vínculos fam iliares.
5. V alor económico de los esclavos.
6. Cam bio de la familia extensa a la organización tribal y al reino.
. 7. N uevos fines de vida e intereses de clase; nuevos tipos de conflictos.

Es posible que las disciplinas básicas —tem prana instrucción anal, tabús
sexuales, el carácter formal d e las relaciones intrafam illares— no hubiesen
podido ser alteradas por la nueva economía, pero deben haber cambiado la
im portancia y funciones del padre. Bajo el nuevo sistema tiene poco que
conceder y existía, por lo tanto, un lím ite a lo que los hijos podían ganar me­
diante el procedim iento de congraciarse con él. C on arreglo al sistema anti­
guo, se garantizaba la subsistencia y se graduaba el prestigio, pero había un
núm ero suficiente d e frenos para dejar libertad d e movimientos a los más
capaces. Bajo el nuevo sistema no, se garantizaba la subsistencia y el prestigio
n o p o d íaser controlado. Los conflictos tío estaban ya lim itados a los hermanos
solam ente d u ran te los años d e form ación y con los vecinos o competidores en
la edad adulta. H ubo que construir toda una nueva serie d e lealtades y
hostilidades desconocidas en la vieja cultura, para co n el rey, los nobles y ios
demás. H a b ía d e existir, indudablem ente, a la sazón, una prim a elevada a
la iniciativa^ la habilidad, Ja astucia*, la traición, la agresión, el saqueo, y el
sometimiento de los demás. Pasado un periodo d e consolidación, es indu­
dable qu e se estableció un control, m uy desarrollado, de esas tendencias, por
lo menos d entro del grupo'
Estam os en condiciones d e com probar esas conclusiones por ló que res­
pecta á ios betsileos y soló necesitamos hacer hincapié sobre aquéllos puntes
en los q u e difieren am bas culturas; Encontramos en prim er lugar una jerar­
quía, graduada, de rango, tan rígida qu e las diferencia? continúan después
d e la m uerte. H allam os que esas diferencias están asociadas con las oportu­
nidades económicas, así como con diferencias en el vestido, los modales y otras
vm7rey*‘
A um enta la importancia cié la propiedad (ya m uy pronunciada en la
cultura tan ala) hasta que se convierte en el único m edio de realzar el égo.
La conquista de la propiedad se convierte en el elem ento m ás im portante
en el sistem a de seguridad d el individuo. Los poderes y prestigio del rey
constituyen un excelente indicador de las alturas q u e puede alcanzar el pres­
CULTIVO DEL ARROZ 315

tig ia Sus facultades eran m ucho mayores q u e las correspondientes a las del
antepasado deificado entre los tanalas; goza d e poderes ilim itados para ex­
plotar, frustrar necesidades im portantes e im poner disciplinas y castigos sin
apelación. U n dios ancestral podía ser aplacado; u n rey no.
N o era posible establecer la seguridad de aquéllos q u e estabais situados
bajo el rey. El congraciamiento constituía una técnica segura entre Tos tanates,
pero no en tre los betsiieos. Esta misma dudosa situación prevalecía entre
padre e h ija E ra mayor la gravedad del conflicto entre herm anos debido a la
lim itación de los recursos del padre. £1 individuo tenía nuevas necesidades.
Nuevas necesidades y nuevas ansiedades complicaban el problema individual
de ajuste. Existían nuevas necesidades como consecuencia de las cuales precia
saba el individuo poseer cualidades diferentes para subsistir y prosperar en
esta nueva sociedad, y nuevas ansiedades en las que era susceptible d é nuevos
peligros, peligros de pobreza y degradación.
Son dos, p o r lo menos, las fuentes de que se deriva el aum entó de la
hostilidad m utua y el correspondiente incrementó de la ansiedad. E l hecho de
que aum entase la suspicacia y hostilidad entré herm anos se m uestra clara­
m ente en el d e que e l levirato, fácilm ente practicado e n tre los tanalas, está
prohibido en la sociedad betsiiea, basándose e n q u e elh o m b re que se casa cón
la viuda de su herm ano puede: se r sospechoso de haber asesinado a su ante­
cesor. Este cambio no puede serátrib u íd o a ninguna diferencia en las discipli­
nas básicas, que son las mismas en am bas sociedades. N o hay razón alguna
para que el complejo de Edipo ses m ás fuerte en u n a com unidad que e n la
otra. N os enfrentam os, en este punto, con un factor cuantitativo incalculable.
Es notable q u e el complejo d e Edipo “m ás fuerte’* pueda existir allí donde es
más aguda la lucha por el prestigio, él poder y te propiedad. Tam bién e sim -
portante, en relación con esto, el aum ento en la hom osexualidad, v
Com o quiera que el poder del padre es más absoluto, disponemos de una
interesante información indirecta acerca del carácter d e las relaciones entre
aquél y los hijos que nos sum inistra la historia del p ad re q u e fué abaríd onado
por sus ocho hijos. La exclam ación del padre de que “h a limpiado excremen­
to para nada” constituye u n elocuente testimonio de su sentim iento de haberse
torcido sus esperanzas. Ejecutó todas las tareas más desagradables de 1a pater­
nidad sin obtener la recompensa debida. A penas se puede dudar de que la
actitud del padre consiste en aprovecharse del hijo sin dar a éste la justa
recompensa. La aludida historia prueba también la futilidad de los procedi­
m ientos de congraciamiento en los casos en los que el padre nada tiene
que dar.
C on respecto a las disciplinas básicas, observamos u n a exageración de la
educación orientada a denotar la deferencia hacia la autoridad y el poder y
316 CULTURA TAÑALA

una acentuación del respeto y de la degradación» E l constante recordar de las


gradaciones de status no puede realzar la seguridad del individuo.
Todos esos rasgos han de tender a u n gran aum ento de la inseguridad en
la sociedad betsilea, aum ento basado en la destrucción del equilibrio frustra'
ción-satisfacción que encontram os tan eficaz en el m antenim iento del equili­
brio social entre los tanalas. En la base d e l nuevo sistema se encuentra una
ansiedad que es, básicam ente, una ansiedad de subsistencia, u n a perm anente
alegación de derechos sobre la tierra. Sobre esta últim a se han injertado valo­
res de prestigio que reflejan las ansiedades de todos los interesados —de quie­
nes poseen tierras y d e quienes no las tienen. La educación recibida en la
niñez predispone al servilism o o a la agresión exagerada. Sin embargo, el servi­
lism o m ediante el congraciamiento no puede producir recompensas; la natu­
raleza de la verdadera economía no lo perm ite ya. El único efecto que puede
producir es el de liberar una gran cantidad de ansiedad y de hostilidad. El
aum ento en la hom osexualidad tiene tam bién relación con este punto.
Encontramos, pues, este aum ento d e la ansiedad general que reviste
m uchas formas interesantes. Notamos» e n prim ar lugar, la existencia d e dos
nuevos conceptos desconocidos en la cu ltu ra tanala: la opresión y la miseria.
Ambos constituyen indicios seguros del absoluto fracaso de la distribución de
las oportunidades económicas (subsistencia y prestigio).
Es m ucho mayor e l m iedo que los; inferiores tienen al padre» al rey o al
dios. Se observa en este punto u n cam bio formal de creencia q u e indica k
actuación de nuevas fuerzas. Ese cambio es e l paso de la fe en e l destino, que
es Un concepto en cierto m odo m ecairicista, a la idea de que dios lo arregla
todo* Este concepto e stá perfectam ente d e acuerdo con la experiencia d e la
vida real en la cual e l rey o d padre do arreglan todo, efectivam ente, y en
la cual todo to que u n o tiene lo posee p o r virtud d e la gracia de aquéllos.
Pero existe» además» e l interesante corolario de que el hechicero es también
u n ejecutor de la v o luntad del dios. Es éste u n indicio definido d el m iedo a la
represalia que difiere e n carácter de la visión del dios ancestral presente en
la cultura tanala. En este últim o caso la ansiedad estaba enfocada. En la cul­
tu ra betsilea es difusa sobre la totalidad d e la cultura, “arm ia contra om nes”.
La existencia de este m iedo a la represalia en lugar del m iedo a ofender
a l espíritu ancestral indica el carácter directo de las hostilidades y la desapari-
c tó n d c las esperanzas puestas en el padre-rey. Las formas en que se manifiesta
este miedo a la represalia son las prohibiciones generales de la agresión exptí-
citai El tipo d e raciocinio está bien definido en la cita de que si golpeáis a una
culebra sufriréis lo q u e ella sufre; si m uere, moriréis.
i- U n buen ejemplo d e la paleología de esta ansiedad de represalia, m e fué
sum inistrado por un paciente que había vivido, en sus prim eros años, en la
CULTIVO DEL ARROZ 317

m iseria,'y'había experim entado violentos sentim ientos de envidia hacia sus


hermanos. Este niño acabó por ajustarse a un sistema de absoluta paridad
para con todos los interesados; es decir, ra> t e concedía m ás q u e lo que él
mismo tenia y no se reconocía a sí m ismo m ás d e lo que los otros tenían. Esta
justicia compulsiva n o funcionó en la práctica porque se tropezaba siem pre con
personas que tenían m ás que él y con frecuencia con otras q u e tenían menos.
Estas situaciones le hacían sentirse siem pre molesto. Sin darse cuenta, en abso­
luto, de su envidia, profundam ente reprim ida (porque la compensaba siempre
del lado de la generosidad e interés por el prójim o y se enorgullecía de tener
u n carácter noble) m ostraba, sin embargo*’gran ansiedad cuando le ocurría
algo “bueno”. Esta idea iba asociada con uná gran urgencia de consum ar la
situación especifica por miedo de “dejarla escapar de las m anos” o que
algún otro se aprovechase antes'que él. Su actitud con respecto d el ¿rito esta­
ba, igualmente, colm ada de ansiedad. A sí, en un a ocasión, cuando apenas
podía perm itírselo, se compró un autom óvil. Comenzó inm ediatam ente a
experim entar ansiedades de ser visto en él, porque para él significaría ese
hecho u n indicio inm ediato de su prosperidad. Lo prim ero que ocurrió fué
que cotnemó por su frir tana serie extraordinaria d e "accidentes que echaron a
perder el barniz de su coche. Cuando sus amigos se referían a éste, los hubifera
m atado por cal ificario tte ^sonajero viejo” o de “esa baratija” . En otras pála-
bras, aunque no eieperimentaba una envidia consciente, tétríía los deseos y la
envidia hostil que él mismo sentía, pero los encubría con su mágiróhim idad y
buena voluntad p ara con los déiríás’. C ad a vez cjüe sé encontraba con que
cualquier otro tenía uno de esos éxitos, com etía el pariente un pequeño delito
privado, en forma d e hurto sin im portancia o' perm itiéndose algún placer
prohibido. _
N ada tiene d e extraño, por lo tanto, que observemos también en la
sociedad betsilea la existencia de pruebas del miedo al éxito. U n hom bre falle­
ce porque su cosecha es demasiado buena. No debe, en m odo alguno, inter­
pretarse este argum ento en el sentido de que los betsileos tem an el éxito o
tengan inhibiciones con respecto a él. Ese cuento es producto d e la fantasía de
alguien y constituye, indudablem ente, una conclusión culturalm ente justifi­
cable, en vista de la gran cantidad de envidia m utua existente y es un testi­
monio del poder atribuido a los deseos hostiles.
Es digno de notarse el aum ento en la delincuencia como tin a de las formas
ostensibles de hostilidad. A unque los suicidios no son frecuentes, el que nos
refiere Linton, en el cual un hombre se m ata con el fin de dedicar a su alma
a que persiga a su opresor, está com pletam ente de acuerdo con las creencias
predominantes y revela la existencia de medios desesperados para adquirir la
318 CULTURA TAÑALA

libertad de m ostrar la agresión contra aquél al que no es posible llegar de


otea m anera.
En contraste con lo que ocurre en tre los tanalas, la m ayor ansiedad entre
los betsileos se m uestra claram ente en la igualmente m ayor cantidad de
supersticiones y en el extraordinario desarrollo de los rituales obligatorios con
sus innum erables repeticiones de este o aquel acto para garantizar su eficacia.
Ello está, en gran parte, de acuerdo cotí ia norma que señalam os entre los
tanalas, pero es m ucho más intenso.
Tenemos, finalm ente, dos im portantes indicios de ansiedad y de descoma
pensación intrasocial: el gran, aum ento observado en las diversas formas de
posesión por los espíritus y en el uso y tem or d e la magia m aligna.
Hemos indicado que en la cultura tanala las uñas cortadas, los cabellos,
etc., no pueden ser usados como cebo para fines d e magia maligna; sin em­
bargo, en tre lo6 betsileos pueden ser em pleadas'todas esas partes corporales ©
aquellas que pertenecen al individuo con ese objeto, aunque, no pueden usarse
los orines, las heces fecales o los esputos,. lo que es bastante interesante. Todo
esto resulta bastante confuso, tanto por lo que se refiere a los artículos qué
sen susceptibles d e ser empleados en la magia maligna como en lo relativo a
los que n o pueden usarse en la misma. N o hay m anera de deducir su impor­
tancia sin, recurrir a la ayuda del individuo* No pueden trazarse las ramifica^
ciernes siguiendo alguna pauta universal; la inm unidad de las heces fecales, I06
orines y .los esputos es una advertencia para que evitemos u n a deducción tan
universal. Pero nq.es precisa para nuestros .propósitos particulares. Basta para
indicar un. m iedo hipocondríaco al daño a través d e una ordenación sistemá­
tica de ideas. Se le califica d e “hipocondríaco” porque esas partes separadas
conservan su conexión con el cuerpo y lo que a ellas les ocurra habrá de
ocurrirle tam bién al cuerpo.
O tro indicador general de la ansiedad es el secreto que acom paña al naci­
miento d e un niño. Se trata, m anifiestam ente, de miedo a la hechicería. Pero
ekiste otra ansiedad que se evidencia, en forma m uy notable, en el trato de
que se hace ob/éto al niña que nace en u n día nefasto.'Esta institución es muy
parecida a lá que encontram os entre los tanalas. Empero, concurren en ella
itti miedo y una brutalidad extraordinarias. Se arroja a la criatura sobre un
montón d e basuras ó se la baña en agua d e fregar o se llega a m atarla haciendo
que el ganado la patee. Las decocciones lógicas de este proceder parecen ser
las de q u e la curación de la agresión consiste en degradar, en convertir en
basura y en oprim ir al individuo hasta la m üerté. Esta idea sólo puede surgir
en la m ente de la persona cuya agresión h a sido aplastada en esa forma y el
individuo tiene en tre los betsileos bundantes oportunidades de experimentar
ese sentimiento.
CULTIVO DEL ARROZ 319

Las form as de posesión por u n espíritu nos sum inistran algunos indicios
ulteriores* E n la cultura de los tanalas se designaba específicam ente al trom ba
como la posesión por u n espectro; en la betsilea como posesión por los m alos
espíritus* N o sólo o cu rre con m ucha m ayor frecuencia entre los. be^sileosj sino
que las m anifestaciones son m ucho más graves. Las diferencias entre las diver­
sas formas d e posesión por los espíritus n o nos sirven de gran ayuda* Sin
embargo, u n a d e ellas parece describir u n a psicosis alucinatoda aguda d e con­
tenido persecutorio. La víctima alucina a su perseguidor, quien le hace eje­
cutar las m ás extraordinarias suertes en daño de sí m ismo contra las cuales
está indefensa la víctima. El reconocim iento y tem or d e los espíritus malignos
es el punto d e partida para los tanalas*
La form a de hechicería m aléfica llam ada mpamosávy, apenas conocida
entre los tanalas, es extrem adam ente com ún entre los betsileos. Las técnicas
usadas son exactam ente las mismas que entre los tanalas, pero la acción del
espíritu m aligno se pone m ucho m ás en evidencia q u e entre aquéllos. E ntre
los tanalas esa actuación del espíritu era inherente, en gran parte, a las propie­
dades de ciertos objetos. Estos objetos se m antienen entre los betsileo6, pero
parecen no ser más que catalizadores de los espíritus m alignos que actúan en
forma m as o menos impersonal. O tro rasgo notable es el hecho de que todo
el m undo es sospechoso de ser mpamo5tfv> . -
. , Podemos intentar ahora localizar las fuentes d e esas ansiedades. C on ese
objeto debem os exam inar la estructura de personalidad básica que encontrar
mos en la cultura tanala. En com paración, observamos u n cam bio en juna de
las instituciones prim arías: la economía d e subsistencia* E ntre los betsileos
crea ésta para el individuo un problem a de ego desconocido de los tanalas* La
fusión de los valores de subsistencia y de prestigio es aquí perm anente. N o hay
ninguna otra variable, por cuanto que la organización de la fam ilia, las disci­
plinas básicas y la desigualdad en tre los hermanos continúan siendo las mis­
mas. Por lo tanto, todos los cambios observados en la estructura de personali­
dad tienen que deberse a nuevas adaptaciones q u e deben atribuirse a la
situación subsistencia-prestigio.
Las actitudes del ego con respecto de esta situación pueden verse en la
cultura tanala. La sumisión y el congraciamiento son papeles aceptables para
el ego, m ientras no se frustren las necesidades básicas y se garantice la protec­
ción y m ientras el escozor de ser la víctim a esté m itigado por la ausencia de
ostentación. U na organización d el ego construida sobre disciplinas básicas con
el fin de esperar la recompensa correspondiente a la sumisión, sólo puede
hacer unas pocas cosas si se frustra esa necesidad d e protección; se convierte,
a la vez, en ansiosa y agresiva. El prototipo de las ansiedades debe buscarse en
los tipos d e agresión observados. Revisten éstos la form a de envidia, celos,
320 CULTURA TAÑALA

deseos de hacer daño, deseos de robar, deseo de no ver a los dem ás gozar de
lo que uno n o tiene. Las ansiedades —m iedo de ser dañado o robado, m iedo
de los malos deseos d e los demás— corresponden a esos deseos hostiles.
Las nuevas necesidades de realzar la propia estimación están estranguladas
por el regido sistem a social que se divide aquí en castas inmóviles. Sin embar­
go, el m étodo de riealzar la propia estimación reside aquí exclusivamente en
obtenerla m ediante la propiedad, qué posee todos los atributos del prestigio
por cuanto que, m erced a ella, puede uno enaltecer su propia capacidad para
controlar a los dem ás y conquistar la consideración (y tam bién el odio).
Las únicas formas de expresión de quienes quedan descompensados bajo
esas condiciones son las diversas formas d e posesión por los espíritus (por los
espíritus malignos y n o por los dioses), la agresión ostensible en forma de
hechicería m aligna fm pam osiwy), sobre la cual no ejercen ya los dioses fam i­
liares su Control, ya que las víctimas se encuentran fuera de la línea de la
familia* Para las form as inferiores d e descompensación quedan los servicios del
&mbiasy y para los qué logran el éxito, el odio, inconsciente o expreso, de todos
los demás. *
La persona del rey goza aquí d el más elevado status de prestigio y se le
distingue de todos los demás por tabús personales, signos especiales de defe­
rencia y sumisión. Está predestinado a ser la persona m ás odiada, ya que
ejerce el m ayor Control. En su derredor pueden erigirse todos los accesorias de
Yós intereses creados. Estos intereses creados originan en sus titulares una gran
ánsiedad, ^ para asegurar su integridad hay que garantizar cada vez con más
vigor los áérechos d e própíedad. T odo esto provoca m áyor ansiedad y mayor
hostilidad^
El carácter de la actitud de los tanalas es, sin duda, "com pulsivo”; pero ño
(Hiede compararse con el de los betsileos en cuanto a intensidad. La fuente
original de esta ansiedad no radica en una idiosincrasia racial, sino en la intro­
ducción efectiva de la escasez y d e la ansiedad en lo que, en últim o término,
puede reducirse a subsistencia.

LA CONSTELACIÓN DEL PRESTIGIO

El prestigio constituye en el hom bre una constelación q u e es preciso


estudiar experim entalm ente en varias culturas, antes d e poder llegar a formu­
la r conclusiones fidedignas. El m aterial d e que disponemos con respecto de los
tanalas y los betsileos nos proporciona algunas oportunidades excelentes para
explotar esta constelación tal como está constituida con algunas, variantes en
las instituciones prim arias existentes en cada tiña de las culturas aludidas.
LA CONSTELACION DEL PRESTIGIO 321

Comencemos por preguntam os: ¿Qué lugar ocupa el prestigio como cua­
lid ad correspondiente a l individuo? Puede ser examinada esta cuestión desde
el punto de vista de quien lo posee y de quien lo confiere, ya q u e el prestigio
es una cualidad que nadie se confiere a sí misma. U n hom bre puede tener
orgullo, vanidad y am or propio, pero el prestigio se refleja, solam ente, en lo
q u e los damas piensan o sienten respecto d e él. La búsqueda d el prestigio se
convierte, por lo tanto, en búsqueda de u n a garantía d el derecho a poseer
cierto tipo de sentim iento del ego, positivam ente entonado, que realza el tama­
ño y las cualidades y poderes dignos de admiración d el ego. Pero es una
cualidad refleja, vista o reflejada en los demás*
¿De dónde procede la necesidad d e perseguir esas finalidades? N o se trata
de u n fenóm eno aislado; es una d e las m uchas actividades hum anas “narci-
sis tas”. Son,m uchos los tipos de percepción que tiene el hom bre cuya fun­
d ó n consiste en inform arle de su categoría relativa con respecto d e los demás.
C uando observamos que esos tipos d e sentim iento o actitud del ego revisten
form as que movilizan sentim ientos hostiles hacia los demás, nos inclinamos a
considerarlos como cualidades perniciosas y sólo les atribuim os la capaddad
de crear perturbaciones del equilibrio social. Decididam ente, esto es errónea
Esas mismas cualidades emotivas crean influencias positivas, aglutinantes y
consolidadoras. Imaginemos las clases de organización social q u e serian posi­
bles si los seres hum anos no fuesen capaces d e “identificarse” con los demás.
Lo que es cierto con respecto de la “identificación”, lo es tam bién por cuanto
se relaciona con la capacidad para percibir diferencias entre uno m ismo y los
dem ás. Las ram ificaciones de ese género d e percepción son muy complicadas
y desembocan con frecuencia en el sentim iento básico d e odio o ansiedad
cuando uno se tropieza con algo que no se parece a sí mismo, con algo “extra­
ño”. O tra tendencia d e los seres hum anos, en relación con la identidad y la
diferencia, es la de exagerar o realzar grandem ente el valor de ciertas cualida­
des en otra persona —el proceso d e idealizadón, por m edio del cual se asocia
la aprobación d e esas cualidades con un fuerte impulso orientado a em ularlas
o, por el contrario, a experim entar una sensación de im posibilidad de hacerlo
y de conservar un sentim iento de ego d e pequeñez o d e bajeza respecto del
objeto de esa m anera hipertrofiado— .
A l pensar en esas diversas actitudes n o puede uno por menos d e pregun­
tarse para qué sirven y sobre qué pautas infantiles se erigen. La idealización
del padre por el hijo constituye un buen terreno para buscar el origen de esos
procesos. Así, por ejem plo, una paciente, u n a m uchacha d e diez y nueve años,
experim entaba la inclinación a realzar el valor de cualquier objeto femenino
q u e pudiera realizar cualquiera d e las funciones m aternales, es decir, alimen­
tarla, castigarla o enseñarla. A dquirían esos objetos, en sus fantasías, unas
522 CULTURA TAÑALA

proporciones tan notables que desafiaban toda descripción y ella misma se


concebía com o pequeña e insignificante en proporción a aquéllos. Siem pre
se consideraba a sí misma hum ilde y despreciable» pero n o estim aba que esto
fuese un esfuerzo para conservar u n status infantil» con el fin de evitarse
esfuerzo y responsabilidad» lo q u e conseguía m ediante u n notable sistema de
inhibiciones. El objetivo de esa actitud se puso pronto de m anifiesto por sí
mismo; era e l deseo d e ser amada» cuidada y protegida por esos objetos como
si fuese una niñ a. El prototipo in fan til de la idealización estriba en sobreesti­
m ar aquellas cualidades del protector que ofrecen la m ayor seguridad y placer.
C on frecuencia tales idealizaciones se m antienen incluso cuando el niño tiene
m uchas razones para odiar al progenitor.
Además d e la idealización» o tra cualidad asociada al prestigio es su condi­
ción de contagioso. El estar cerca» el asociarse con quienes poseen prestigio
constituye u n a de sus más persistentes cualidades. Es u n a fuerza aglutinante
social m uy poderosa. M ediante ella pueden ensancharse los grupos, y de esa
m anera pueden ser apoyadas y em uladas las cualidades d e un individuo q u e
actúan en bien del grupo.
M encionamos esas cualidades asociadas con d prestigio con el solo fin d?
subrayar que su estimación y perseguim iento son útiles y constructivos. Em pe­
ro» lo que percibimos más com únm ente son los efectos perniciosos de la lucha
p b r el prestigio. El m uchacho q u e enaltece el prestigio del jefe porque se
aprovecha d el mismo o porque se siente capaz de emularlo» no se ve amena­
zado por él. P ero el rival en prestigio que posee cualidades que suscitan respe­
to!, adm iración y miedo, inspira tam bién hostilidad porque rebaja el senti­
m iento del ego del sujeto que busca la misma finalidad. El sujeto considera a
la sumisión com o una actitud peligrosa por cuanto se coloca a sí mismo en
Una posición desesperada con respecto del objeto que le h a robado ya el am or
y consideración a los q u e cree ten e r derecho y tiene la convicción de qu,e e l
objeto no h ará uso de su elevada consideración en beneficio del sujeto* sino
en su perjuicio.
En consecuencia, la lucha por el prestigio es un esfuerzo para preservar una
especie de sentim iento de ego que se ve amenazado. Desde el punto de vista
d e la form ulación libidinosa, pertenece el prestigio a aquellas tendencias cali­
ficadas de “nardsistas” y correspondientes al amor de sí mismo. Pero el consi­
derarlo solam ente desde este p u n to d e vista, equivale a perder la pista de la
función que desem peña en la orientación social del individuo.
Podemos aventurar una reconstrucción d e los factores que juegan en la
lucha por el prestigio* de la siguiente forma. Los principales componentes son:
el deseo de conquistar el amor, d e utilizar el poder que se esconde detrás del
hecho de ser am ado o estimado; el deseo d e aprovecharse de los demás; y
LA CONSTELACION DEL PRESTIGIO 323

d m iedo a ser explotado. A l tom ar en consideración la form a en que actúan


esos factores, ninguna fantasía teórica puede constituir u n sustitutivo para el
hecho d e verlos en acción en el sujeto viviente. En la m ayoría de los casos,
la búsqueda d el prestigio es, en parte, el reflejo inconsciente del poder que el
individuo quiere ejercitar sobre los dem ás. La form a en q u e el individuo trata
a la representación del prestigio, indica la m anera en q u e se establecen en la
niñez las pautas básicas de disciplina y libertad del desarrollo del ego.
En nuestra cultura, según los datos que podemos observar, la búsqueda del
prestigio está llam ada a ser más fu erte en los individuos inhibidos; pero esta
situación es dem asiado complicada p ara desentrañarla. E l prestigio constituye
una finalidad socialmente aprobada, pero esta circunstancia nos dice muy
poco con respecto de sus fuentes originales.
En la cu ltu ra tanala nos encontram os con u n sistema d e prestigio basado
en la idealización de las cualidades paternas. Pero es preciso especificar éstas;
eran las cualidades paternas de alim entar al sujetó y d e protegerlo. Gozaban
de prestigio los individuos com prendidos dentro de u n grupo especial: los
padres, los cabezas de linaje y lo6 hijos primogénitos q u e asumían el papel
paterno y estaban en situación de cum plir con sus obligaciones para con los
súbditos. El sistem a de valores en el q u e operaba el póseedor del prestigio era,
en parte, del m ismo carácter; es decir, que él mismo dependía de los ante­
pasados divinizados y de la continuación de sus poderes postsm&rtem. Pero
los valores de prestigio actuaban, tam bién, sobre otro sistem a: el dé la propie­
dad, que constituía el m edio de m antener el papel paterno de alim entar y
proteger. Estas funciones paternales se hadan posibles m ediante la existencia
de ciertos recursos tangibles. El principal de ellos era el control ejercido Sobre
la tierra, sobre la cual no podía basarse ningún interés creado permanente, ya
que, con el cultivo del arroz de secano, la posibilidad d e su utilización tenía
el lím ite del agotamiento. El ganado y el dinero tenían usos limitados; eran
meras insignias d el poder m ás bien que herram ientas económicas poderosas.
El traslado d e los emplazamientos d e las tierras de labor no era más que u n
inconveniente periódico, ya que el trabajo requerido para explotarlas no
suponía problem as especiales.
En la cultura tanala, tan to lo6 valores de subsistenda como los de prestigio
gozaban de cierto grado d e autonom ía. La presencia o ausencia del presti­
gio tenía muy poca importancia con respecto de la subsistencia. La democracia
de los antiguos tanalas estaba, por lo tanto, provista de frenos contra el uso del
prestigio para degradar, em pequeñecer o privar a nadie d e sus derechos inalie­
nables. La lucha no se refería, necesariam ente, al prestigio en sí, sino que se
libraba para alcanzar la posición m ás favorable con respecto del padre. Si
se fracasaba en ese empeño, quedaban aún a disposición d e los dotados de ini-
324 CULTURA TAÑALA

d ativ a, las posibilidades de hacerse ambiasy, guerrero, trom ba u homosexual,


todos los cuales gozaban de u n status socialmente aceptable. N o podía em­
plearse el prestigio para frustrar necesidades im portantes; esa circunstancia
era la que lo hacía innocuo a pesar de sus galas aparentem ente despóticas.
Todas las agresiones desatadas por los conflictos entre herm anos podían ser
enquistadas rápidam ente. Entre los betsileos estas agresiones enquistadas rom­
pen los lím ites de su prisión. En esta cultura, el sistem a de seguridad d el
individuo está ligado a la propiedad como medio d e realzar la integridad y
m agnitud del ego.
La adopción del cultivo del arroz de regadío cambió por completo, tanto
entre los tanalas como entre los betsileos, el carácter d el prestigio, porque lo
dejó inseparablem ente ligado a los medios de subsistencia, a la tierra de culti­
vo cuyo em plazam iento era perm anente y cuya productividad era inextingui­
ble. A este respecto nos faltan algunos datos muy esenciales. ¿Cómo obtenía
el rey de los tanalas su poder? ¿M ediante la fuerza, la elección o de algún otro
modo? La carencia de datos respecto de ese paso no debe impedimos seguir
buscando -sus consecuencias. La unión del prestigio con la posibilidad de dis­
poner de los m edios de subsistencia, originó una nueva serie de valofes para
los poseedores d e prestigio y o tra para los desam parados de la fortuna. El
resto es dem asiado complicado p ara percibirlo con todo detalle. Sólo unos
cuantos puntos son visibles.
Los valores de prestigio estaban establecidos e hipertrofiados en grado
máximo en el rey, pero su significación cualitativa seguía siendo la misma en
relación con todos los terratenientes. El aum ento de la hipertrofia del ego se
define ahora con todas las variedades de signos de deferencia que distinguen
a quienes ejercen el control sobre los alim entos de quienes n o poseen esa facul­
tad. Los que poseen poder gozan d e prestigio^ pero no precisam ente de una
mayor seguridad, porque el prestigio y la degradación no son sino polaridades
diferentes d e la misma ansiedad basada en una situación real de escasez.
Si tomamos esa situación de ansiedad como punto d e partida, podemos
seguir su progreso hasta llegar a la constelación de prestigio, en la siguiente
form a:
La incapacidad biológica del hom bre al nacer le predispone a necesitar
apoyo y ayuda d e alguna persona superior. El período d e crecim iento no está,
sin embargo, asociado con un sentim iento de desvalimiento^ sino con una sen­
sación de euforia, de control sin esfuerzo del medio am biente. El período de
dependencia sirve de introductor a la idealización del progenitor. Ya hemos
puesto de m anifiesto la forma en q u e esta idealización se aum enta m ediante
las restricciones y las frustraciones. La constelación de prestigio oscila entre los
dos polos de euforia y control m ágico de los demás y en tre las actitudes de
LA CONSTELACION DEL PRESTIGIO 325

dependencia y la idealización del poder del poseedor del prestigio— que ha de


ser tem ido o adorado según que su poderío sea usado en favor O en contra
del sujeto. La finalidad subjetiva del'prestigio estriba esencialm ente en la
capacidad de controlar o tro objeto m ediante u n dom inio sin esfuerzo, pero
gozando al mismo tiem po d e los atributos d el objeto idealizado: originalm ente
el progenitor.
La situación que origina la ansiedad tan to en la cultura tanala como en la
betsilea, y que es, en consecuencia, la base del prestigio^ es el control de los
alim entos. Pero no es ésta la única necesidad en tom o a la cual puede surgir
ansiedad. El dominio de la habilidad puede crear y crea lo mismo. El ittaterial
clínico de que disponemos hasta la fecha, nos m uestra que los conflictos,de
prestigio son menos violentos en los caso6 en que está garantizada la depen­
dencia m utua y más violentos cuando se fru stran las recompensas debidas a
la dependencia. Esta últim a circunstancia sólo puede llevar a la agresión y
a la ansiedad de poseer, por uno u otro m edio, con el fin de satisfacer la nece­
sidad de encontrarse en una posición más segura.10
Debemos señalar unos cuantos puntos técnicos en relación con ej presti­
gio. N o sirve de m ucho designar a la presencia o ausencia de conflictos d e
prestigio como pautas culturales ni, como quieren algunos autores, referirse
vagam ente a los mismos como “culturalm ente determ inados” T ales generali­
dades no apuntan a las diferencias reales que causan o provocan esos conflic­
tos. Los sentimientos son solam ente indicadores; no son causas; y los senti­
m ientos no pueden explicarse reciprocamente.
En comparación con los tanalas, encontram os en los betsileos ciertas modi­
ficaciones de la estructura del ego. Todo el sistem a de seguridad d el individuo
se altera y con él se m anifiesta una alteración consiguiente del llam ado^uper-
ego. Desaparece el congraciamiento, que es substituido por la agresión y con
ella viene e l aum ento de la ansiedad. Del m ism o m odo la agresión da origen
a la necesidad de controlar esos impulsos. D e aquí que en el “super-ego” de
los betsileos no podamos hablar de la existencia de sentim iento d e culpabili­
d ad ni de conciencia, pero podemos reconocer la represalia, el m iedo y la
ansiedad general ante la agresión de los dem ás contra la cual hay que instituir
nuevas medidas de represión. Algunas de éstas son directas, como la organi­
zación de castas; otras indirectas, como el enaltecim iento de las propiedades
mágicas del prestigio y d e los poseedores d el mismo. Ninguna sociedad decide

No hemos planteado la cuestión de cómo llegan a establecerse los intereses creados.


Es esta una cuestión histórica. Perú nos inclinamos a sospechar que las diferencias cons­
titucionales entre los seres humanos desempeñan un papel importante. La que probable­
m ente tuvo más importancia fue la fortaleza ostensible de un individuo para defenderse
contra otro.
326 CULTURA TAÑALA

C uadro 3

PSICOPOLARIDADES DE LAS ANSIEDADES DE SUBSISTENCIA^PRESTIGIO


. ENTRE LOS BÉTSILEOS

E S T R U C T U R A D E L A P E R S O N A L ID A D BÁSICA

Sumisión Autoridad y poder


Fracasa c t congraciamiento Odio y miedo de los oprimidos
lleva a la degradación y a la necesidad
Agresión Aumento de las propiedades mágicas del
prestigio
Expresada
métodos racionales (adquisición ■de tic- Temor del éxito
.. i . izas)- . -
magia maléfica (controlada por la vigilan*
da) ..
Reprimida Defensas*
posesión por un espíritu \ más opresión intrasocial
aum ento de los rituales f temores de
augurios l represalia sistema de castas
supersticiones^
Aumento, dc la conside ración al prestigio esclavitud. .
Aumento de la sumisión» debido a la inca­
pacidad para' participar en el prestigio y a Mas alto grado de individualización
qué, en realidad degrada al sujeto - : Perpetuación del prestigio después de la
muerte --
* Estas ii^tituciones perm iten'que funcione la organización económica y están, hasta
cierto tnm to; determinadas por ella; pero el complejo, en su totalidad, satisface también a la
situación interna de anÜedacL

m m ca,:grbitFanam ent^ ten er esta o aquella em oción. Estos afectos conducen


todos a frustraciones efectivas debidas a k inhibición o a la presencia dé
obstáculos en el m undo exterior.11

CONCLUSIÓN

{^com paración entre los tanalas y los betsileos confirma la u tilid ad de


establecer k separación en tre las instituciones prim arias y secundarias. Las
instituciones prim arias son aquellas que crean los problemas básicos e inevite-

11 Para una comparación de las opiniones relativas al prestigio, vid. 2a obra d e Alfred
Adler, T he Neurotic C onstitution (Nueva York, 1917) y la de Karen, Homey: The Neurotic
Persoiudity of our Tim e (Nueva York, 1937), cap. x.
CONCLUSION U7

bles de adaptación. Las instituciones secundarias son creaciones del efecto


producido p o r las prim arias sobre la estructura de la personalidad básica.
La tan ala y la betsilea son culturas afines y la m ayoría d e las instituciones
primarias que se encuentran en ambas son exactam ente iguales. U na de las
instituciones prim arias, la técnica d e subsistencia, cambió m ás pronto entre
los betsileos que en tre los tanalas, debido, probablem ente, a la preponderancia
de terrenos bajos y encharcados y d e valles en el territorio ocupado por los
betsileos. Com o consecuencia d e ellos, se produjeron m uchos cambios im por­
tantes en instituciones secundarias, consiguientes a la generación de un a gran
ansiedad m otivada por una situación de la que los tanalas estaban enteram en­
te libres. La regulación de esa ansiedad creó nuevas clases basadas en el con­
trol de los instrum entos de subsistencia-prestigio..
Esta ansiedad n o faltaba entre los tanalas, lo cual indica que sus fuentes
no se encontraban únicam ente en los aspectos d e subsistencia de la adapta­
ción. Sin embargo, los controles de la agresión eran tan efectivos enere. los
tanalas, que podía m antenerse fácilm ente el equilibrio social. Se conseguía
esto m ediante un sistema de frenos y compensaciones para los menos favore­
cidos que producía el efecto de em botar las cualidades vejatorias de las dife­
rencias d e prestigio y de garantizar a todo individuo una participación equita­
tiva en todos los aspectos d e la cultura.
Sin embargo, cuando se originó la ansiedad con respecto d e la subsistencia,
este sistem a de frenos y contrafrenos existente entre los tanalas n o pudo
seguir funcionando. Se lim itaron las oportunidades de participación igual,
creando así la necesidad, debida a la ansiedad, de fortificar la posición de
aquellos que podían controlar la tierra. Las instituciones cambiaron, hasta
cierto punto, con relación a los m étodos policíacos de control, así como dotan­
do a los tenedores de esos derechos de los signos del prestigia Eran ésas, en
gran m edida, propiedades mágicas destinadas a inspirar tem or y crear respeto,
circunstancias am bas que reprim en las actitudes agresivas.
Sin embargo, el grado d e ansiedad y agresión consecutivas a las frustracio­
nes reales y a las amenazas d e frustración no podía ser controlado autom ática­
mente. Era de esperar la presencia de un aum ento extraordinario de hostili­
dad intrasocial 'expresado en las únicas formas posibles a la sazón: la magia
y las formacs graves de posesión por los espíritus. El único modo de controlar
ese uso de la m ag|a consistía en el empleo de las sanciones o de la fuerza; las
posesiones por los espíritus n o necesitaban ser sometidas a una policía externa.
A sí es como resultan ser, en realidad, todas las nuevas instituciones secun­
darias en comparación coi? las tanalas. Las nuevas instituciones pueden deri­
varse de las defensas contra la ansiedad que se han hecho necesarias por la
alteración operada en la estructura de personalidad básica.
32S CULTURA TAÑALA

Las ansiedades resultantes deben dividirse en dos categorías diferentes que


representan, m eram ente, distintas polaridades de la m ism a situación de ten-
sión: las defensas de quienes poseen subsistencia-prestigio y la de quienes no
las tienen (véase el cuadro 3, p. 318).
Aquellos q u e no poseen ninguno de esos valores de subsistencia-prestigio
o que sufren p o r comparación, n o pueden adoptar con ventaja actitudes de
dependencia. E l resultado se traduce en hostilidad en la forma d el odio real,
juntam ente con el aum ento del uso de la magia y de la posesión por los espí­
ritus. Pero existe tam bién el m iedo al éxito y a la represalia. Esto lleva al
increm ento d e la expectativa del fracaso y a la creencia en augurios y supers­
ticiones, unidos, sin embargo, al uso legítimo del ombiasy para alterar el
destino. Por p arte de quienes cuentan con instrum entos d e subsistencia-presti­
gio, hay ansiedades paralelas que deben conducir a la producción d e defensas
efectivas. En lugar de dism inuir la ostentación se produce una exageración de
sus propiedades mágicas y la introducción de finas graduaciones d e deferencia
en las disciplinas básicas del niño. El uso general de m étodos d e “policía”
contra la magia constituye una segunda defensa. Se encuentran, además, las
últim as m edidas externas, el estrecham iento de las líneas de la movilidad
social m ediante una organización d e castas que incluye la esclavitud. Ambos
sistemas derivan de la misma ansiedad. N o tratam os de d ar la idea de que
tales medidas sean planeadas consciente y deliberadam ente con el fin de
m antener sometidos a los demás o d e m itigar una ansiedad conscientemente
sentida. N o se las aprecia más conscientem ente que lo son m uchas de las
defensas que apreciam os en las neurosis. Apreciadas conscientem ente, esas de­
fensas aparecen m eram ene corno necesarias o justificadas. T anto la ansiedad
como las defensas se elaboran inconscientem ente antes d e que em erjan como
m edidas socialm ente indicadas.
N uestro análisis de esta cultura está expuesto a la objeción d e que si bien
hemos hecho hincapié sobre la form ación de la estructura de la personalidad
básica partiendo de las acomodaciones que el individuo se ve precisado a
realizar con respecto de determ inadas instituciones en el orden en que está
obligado a sentir su influencia, no hem os dem ostrado las relaciones de esta es­
tructura de la personalidad básica con la personalidad del adulto. Hemos
subrayrdo la estructura d e la personalidad d e los segundones, pero no la del
padre o de los primogénitos. Sólo podemos contestar a esta objeción que, a
falta de biografías; carecíamos de elem entos suficientes para hacerlo. En segun­
do término^ haber escrito el análisis d e esta cultura desde el punto de vista del
padre y del prim ogénito hubiera creado la impresión, que se encuentra
corrientem ente e n las sociologías m aterialistas, d e que los padres y los primo­
génitos “gobiernan” la sociedad en ta l forma que produzca en los hijos meno-
CONCLUSION 329

res u n a actitud de sumisión que asegure a aquéllos el poder y el prestigio


originados por las actitudes hum ildes de los segundones. E sta actitud volun-
taxista respecto d e la cu ltura no es válida, porque las constelaciones que se
dan en el padre y en el hijo sumiso no son más q u e polaridades diferentes de
la m isma situación básica. Las ansiedades de los que m andan entre los bet-
sileos no son sino el polo opuesto a las qu e dom inan en les som etidos.
Desde el punto de vista d e las instituciones, los padres y los primogénitos
están sujetos a m uchas de las disciplinas im puestas a los hijos m enores. Gozan,
skiem bargo, de inm unidad con respecto d e otras. Como quiera que esas disci­
plinas o inm unidades diferenciales com ienzan,próxim am ente, a la edad de
cinco años, su influencia sobre la personalidad tiene que ser considerable. Sin
embargo, no podemos llevar esta investigación m á s adelante sin el auxilio de
las correspondientes biografías. No es posible evitar la impresión de q u e tanto
el padre como el hijo maye»:, a pesar d e que su orientación psicológica se
encuentra situada en el polo opuesto a los procedimientos d e congraciamiento
de los hijos menores, no requiere gran iniciativa o independencia. Los ambia*
sys y los guerreros necesitan esas cualidades y nu n ca son hijos primogénitos.
Pero hay un p u n to q u e destaca m ucho en esta cultura. En la antigua
cultura tanala, las disciplinas d e la niñez equipan adecuadam ente al individúo
para su vida adulta sin alteración alguna. Las constelaciones form adas en esa
época d e la vida son eficaces sin m ostrar incom patibilidad con el m undo al
que se enfrenta cuando es a d u lta Pero se crean severas inquietudes cuando,
con u n cambio en la econom ía, pierden su valor las constelaciones prim itivas.
Se dividen entonces d e m odo tajante en las dos polaridades que hem os seña­
lado en las constelaciones d e subsistencia-prestigio entre los betsileos, ambas
penetradas de ansiedad.
Los datos de qu e disponemos no nos perm iten llegar más lejos en el anáfi­
sis de la relación d e las actitudes infantiles con las adaptaciones del ad u lto en
esta cultura de los tanalas. Este análisis dem uestra que, u n a vez que se esta­
blece la estructura de la personalidad básica, cualquier cambio operado en las
instituciones prim arias producirá cambios en la personalidad, pero q u e estos
cambios se m overán únicam ente en dirección d e las constelaciones psíquicas
ya establecidas.
D esde el punto de vista de la teoría de la libido, puede form ularse, igual-
. m ente, una exposición congruente de la cultura tanala. T ratando sus institu­
ciones como si fuesen características de un individuo, podríamos empezar
haciendo hincapié sobre el tem prano control de esfínteres com o factor que
predispone al erotism o anal. Partiendo del supuesto de que los rasgos d e carác­
ter se derivan del erotism o anal a través de procesos desconocidos hasta la
fecha, pueden hacerse derivar de esta fuente m uchas características. El hinca­
330 CULTURA TAÑALA

pié sobre la retención y el placer del órgano, con ella coincidente, podría
llevar a desplazamientos en form a de tacañería acerca del dinero, propiedad
y prestigio. La relación entre el interés por las heces fecales y el dinero es
evidente. Seguirían otros derivativos del erotismo anal, tales como la recti­
tu d de conciencia, la economía, y quizá el aseo. C on esta rectitud de concien­
cia, sería d e esperar u n rígido y estricto super-ego para oponerse a las enorm es
cantidades d e agresión anexas a la analidad. De esta fuente original, podría­
mos derivar los numerosos rasgos compulsivos, los rituales, las repeticiones, la
lucha constante con los impulsos crueles y las secuelas masoquistas. Se podría
encontrar explicación para todo esto sobre la base d e una regresión debida al
patente complejo de Edipo y a la predisposición form ada por la instrucción
anal tem prana. La hom osexualidad pasiva, tanto en el folklore como en la
práctica, define un cauce de salida para esa situación.
• Este análisis tiene la v irtu d de la congruencia con las constantes com­
probables. Se pueden discutir» sin embargo, varios factores: la justificación
d e tratar a la sociedad como, si- poseyera la unidad orgánica del individuo;
la localización de las fuentes originarias de conflictos bien en el complejo
d e Edipo o bien, en el erotism o anal sin tener en cuenta el hecho de que
ambas son creadas por condiciones externas comprobables. La dificultad
dim ana d e l hecho d e que el efecto de las instituciones debe deducirse de
u n place? anal reprim ido y d e aquí que todo el carácter de la cultura ha­
bría de depender de la prosecución de ese tem prano control anal. Habría que
pasar por a lto la influencia d e la dependencia del niño, su m iedo del poderoso
progenitor al imponer esa disciplina o, en el caso d e ser nom inalm ente reco ­
nocida» n o quedaría incluida e n la formulación final de los procesos q u e se
term inan en un acentuado erotism o anal. Las características de interés por
e l dinero, rectitud de conciencia, obediencia, rasgos compulsivos, etc., son,
pues» exclusivam ente derivativos de un erotismo reprim ido y no de los efectos
d e todos esos factores sobre la personalidad.
La com paración entre tanalas y betsileos introduciría adem ás un factor
cuantitativo que es m uy difícil de justificar a base d e la teoría de la libido.
Los betsileos son m ás “sádico-anales” que los tanalas y cada uno de los ras­
gos compulsivos que nos encontram os entre los tanalas están diez veces más
exagerados entre los betsileos. A I;verificar esa com paración no es posible dejar
d e tem ar en consideración los factores externos asociados con ese cambio,
es decir, la alteración de la econom ía y el aum ento correspondiente d e las
tensiones d e ansiedad en todos los sectores. Se podría argüir acerca d e este
pupto, qu e u n a vez establecido e l carácter sádico-anal, cualquier aumento ope­
rado en la ansiedad extem a h ab ría de aum entar naturalm ente el desasosiego
intem o y, como consecuencia, el grado y la intensidad de los “derivativos
CONCLUSION 331

Si nuestro objeto estribase meramente en "explicar” los fenóm enos cul­


turales, podríamos hacer u n a defensa fuerte y consistente de la teoría de la
libido. Su empleo en la labor com parativa sería, sin embargo, extrem ada­
m ente lim itado ya que corresponderían a la fórm ula "sádico-anal” m uchos
tipos diferentes de cultura, sin sum inistram os ningún patrón para com parar
las instituciones de esas diversas culturas.
Los supuestos de la teoría de la libido hacen innecesario considerar a las
instituciones como fuentes d e las influencias represivas y es en este punto
donde la psicología “profunda” difiere de la psicología del ego. El supuesto
de que las represiones están determ inadas filogénicam ente constituye uno de
los principales soportes d e la teoría d e la libido; y este supuesto no está respal­
dado por los estudios com parados d e las culturas. En nuestro análisis de la
cu ltura tanala no hemos form ulado tal supuesto, pero se ha dem ostrado que
los mecanismos represivos del hombre operan con cierto grado d e regulari­
dad y producen resultados similares bajo una provocación sem ejante. La ca­
pacidad de represión es u n a característica filogénicam ente determ inada; pero
las circunstancias bajo las cuales se movilizan esas fuerzas represivas dependen
de las realidades externas y de cada una de las influencias procedentes de la
educación y de la disciplina. Si las facultades represivas del hom bre no se
movilizasen de acuerdo con las realidades externas con que se enfrenta, sino
que se ajustasen a un p atró n filogénicamente predeterminado* su adaptabili­
dad n o seria mayor que la d e aquellas criaturas cuyos instrum entos d e adap­
tación están completos desde el nacimiento; y las ventajas conseguidas por
la larga dependencia del hom bre y el desarrollo lento y complicado se verían*
com pletam ente anuladas.
Las diferencias entre las culturas dependen del choque entre la constan­
cia d e las necesidades fundam entales hum anas y de la variación de las fuer­
zas q u e obstruyen la satisfacción de dichas necesidades; son estas obstruccio­
nes las que delim itan el cam po de batalla de las fuerzas represivas. Se puede
estar d e acuerdo con Freud en que algunas de esas obstrucciones son univer­
sales — como lo es el sino d e la tendencia del n iñ o a ligarse sexualm ente a la
m a d r^ r. Pero la influencia que tenga esa situación en la creación de difi­
cultades al desarrollo, no depende sólo de ese factor sino de otros dos: en pri­
m er lugar, de si se perm ite institucionalm ente al niño expresar su sexualidad
en otras formas y en segundo térm ino de los fracasos observados en el des­
arrollo personal debidos a factores constitucionales y accidentales. Por lo que
especia al prim er factor, varían las culturas y la importancia de esa fijación
en el progenitor diferirá correlativam ente; con referencia al segundo, los fra­
casos personales pueden tener lugar en cualquier cultura, sean las que fueren
sus instituciones.
PARTE III— TEORICA

T rata esta p arte de las cuestiones teó ­


ricas com prendidas m la derivación y
aplicación de los conceptos psico-socia-
les. Revisa la historia de la psicología
sociad psicoanalítica, ofrece tin a expo­
sición de los principios im portantes de
k psicopatología y describe la técnica
para a lic a rio s a los problemas de k
CAPÍTULO IX
P S IC O L O G IA Y S O C IO L O G ÍA . R E V ISIO N M E T O D O L O G IC A

En el análisis d e las culturas de las islas M arquesas y tanala hem os hecho


uso de una técnica para seguir las tranrform acianes y cambios operados en
los sentim ientos y actitudes hum anas .que se deben a los diferentes tipos de
condiciones sociales. Esos análisis nos han sum inistrado u n a em e d e informes,
m uchos de ellos nuevos, y n o evidentes para la observación directa m ediante la
aplicación de criterios de sentido com ún. G ran parte d e esta nu ev a informa-*
rión, por verosímil que sea, no puede ser com probada <o contrastada sino
m ediante su com paración con otras culturas donde existan condiciones se­
mejantes.
El sistema de coordenadas que hemos empleado, com prendía los proble­
m as inmediatos e ineludibles de adaptación originados para el individuo por
su m edio am biente n atu ral y hum ano. En cuanto que nos fue posible —y no
siempre tuvimos éxito—, intentam os describir los efectos de las Institucio­
nes sobre el individuo en términos de su experiendá dírectá o, por lo menos,
traducirlos a dichos términos.
El sistema d e coordenadas n o es el único em pleado en las psicologías
sociales corrientes. Hubiese sido ú til, á los efectos de com paración, poseer uña
historia de los tipos d e la técnica psicológica en uso. Sin embargo, n i el autor
es la persona indicada para la tarea dé registrar esa historia, n i ésta es ente­
ram ente indispensable para nuestro tem a. Pero lo que sí podemos hacer con
cierto provecho es exam inar algunos de los conceptos operativos empleados
por otras psicologías y estudiar los principios de su uso en sociología. Pode­
mos estudiar, adem ás, la historia d e los conceptos psicoanalíticos y la de su
aplicación a la sociología.

EXPERIENCIA DIRECTA, CONDUCTA, CONSTRUCCIONES


Y EXPLICACIONES

Existen ciertas dificultades comunes a todas las psicologías, dificultades


a las que no es inm une el psicoanálisis. H ablando e n térm inos generales, se
pueden diferenciar tres tipos de técnica psicológica, que difieren en cuanto a
336 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

los grados relativos en que se apoyan sobre la experiencia subjetiva directa, la


conducta y el uso de las construcciones1 (o, para em plear el térm ino de
Dewey, los conceptos operativos) derivados de ambas. V arían adem ás en el
género de experiencia directa y los tipos de conducta sobre los que se apoyan
y en la fuente y carácter d e las construcciones. E l behaviorismo y las reflexo-
logias trabajan, principalm ente, sobre unidades de conducta; la topología
se apoya en construcciones analógicas y el psicoanálisis lo hace, principalm en­
te, en las construcciones derivadas de la experiencia directa. Necesitam os exa­
m inar brevem ente cada u n a de esas tres unidades por cuanto en el curso de
nuestra labor hem os em pleadoras tres.
Las experiencias que hemos designado como “ psicológicas” son continuas
en el sujeto viviente, incluso cuando duerm e. La forma en que tales expe­
riencias se producen en el sujeto y, en consecuencia, la form a en que éste las
expresa oralmente, pueden ser llam adas experiencia directa. A l describir­
las em plea el sujeto la prim era persona y dice, en consecuencia, “ pienso”,
“estoy enfadado”, “ suponigo”, “tengo m iedo de”; “ sueño”. . . Los datos colec­
cionados en esa form a constituyen una de nuestras fuentes principales de
información.
Sin embargo, cuando queremos hablar acerca del sujeto y de sus expe­
riencias directas, nos referimos a él en tercera persona, “tiene m iedo”, etc.
Podemos form ular tam bién observaciones acerca d e su conducta que no puede
hacer él mismo. Si querem os estudiar anim ales o niños con anterioridad a la
época en que saben hablar, no podemos hacer o tra cosa que estudiar su con­
ducta y contrastarla con ciertas circunstancias provocativas o coincidentes,
identificables, que podemos poner en m ovim iento preconcebidam ente. Calir
ficamos a esas condiciones con el nom bre de estímulos, siendo la conducta
consiguiente al estím ulo la respuesta.
C on el fin de hablar tan to acerca de la experiencia directa como de la
conducta, en tal form a que podamos ahorrar tiem po, clasificamos a determ i­
nados agregados d e la experiencia, procesos o tipos de reacción, como enti­
dades. N o son éstas experiencias directas ni conducta; pueden designarse
como construcciones. Expongamos u n ejem plo sencillo de construcción. El
pequeño Paquito se chupa e l dedo; su m adre no quiere que lo haga y lo ame­
naza con castigarlo. En la experiencia directa, Paquito puede decir: ‘‘quiero
chuparm e el dedo pero tengo miedo a m i m adre”. En lo que respecta a la
conducta, Paquito n o se chupa él dedo pero se m anifiesta irritable y travieso
en otros aspectos. Si querem os describir to d a la constelación, inventam os una

1 Omitimos las psicologías experimentales.


EXPERIENCIA DIRECTA 317

palabra que es m etam órfica poro capaz d e sugería b idea del procesó que se
produce, la palabra conflicto. Esa palabra es u n a construcción»
Sin la ayuda de esas construcciones no podemos E scrib ir nada sin perder
tiem po. Sin embargo, las construcciones d ifie rra en cuanto a su exactitud
y a las fuentes de las cuales derivan. A lgunas d é ellas son extrem adam ente
complejas y extrem adam ente lejanas de la experiencia directa. Las construc­
ciones “behavioristas” están llamadas, por su propia naturaleza, a ser m e­
nos 1exactas si la experiencia directa es nuestro últim o m edio d e compro­
bación.
A las dificultades dim anadas del em pleo efe esas tres clases d e concep­
tos, se une el problema d el tratam iento verbal adecuado. Sólo ios ejemplos
prácticos pueden esclarecer las dificultades verbales con q u e nos tropezamos
y los riesgos incluidos en la creación de construcciones procedentes d e la expe­
riencia directa o de la observación de la conducta. La afirm ación “estoy en­
fadado con Enrique*’ es la declaración de u n a experiencia directa. La afir­
mación, “Juan está enfadado con Enrique** describe una experiencia directa
de Juan pero el hecho d e que Juan esté o n o enfadado con E nrique es cosa
que solamente podemos decidir por lo que Juan nos dice. El deducir su en­
fado de su form a de proceder, no es seguro; porque la experiencia directa en ,
form a de emoción puede ser, en vez de enfado^ ansiedad, cuya fuente, na es
accesible a la experiencia directa d e Juan. E n cuanto al enfado^ resulta difícil
determ inar sus causas m ediante pautas behavioristas. La frase “estoy enfa­
d ad o ” es fácilm ente inteligible, pero “la ira es una reacción del ego** es muy
oscura. Parece ser un a m etáfora o una personificación d e una subdivisión de
la personalidad. La relación del “ego” a la personalidad total es oscura, espe­
cialm ente en el uso psicoanalídco.
La palabra “ego”, significa en latín “yo**. En latín es un pronom bre, pero
en psicología ha sido usada en inglés [y en castellano] como el sustantivo de
“yo”. Este em pleo nos facilita una palabra muy conveniente p a ra expresar
u n a idea específica; nos perm ite el empleo de u n sustantivo de “yo” para des­
cribir la experiencia directa subjetiva. Para los fines corrientes no constituye
una gran ventaja, pero resulta m uy útil al describir tipos com plicados de expe­
riencia directa como en el histerismo o. en la neurosis compulsiva. D ebe esta­
blecerse un sistema d e ideas correlativas en tre el pronombre y .el sustantivo.
En la experiencia directa podemos decir: “Yo puedo hacer esto y lo otro”.
C o n el sustantivo podemos decir: “El ego tiene capacidad o recursos para
hacer esto y lo otro’* sin torcer por ello, en modo alguno, el significado d e
la primera frase. En consecuencia la palabra ego representa la persooalidad
to tal percibida subjetivam ente y no una función personificada. La utilidad de
ese concepto estriba en el hecho de que podemos establecer, partiendo de la
338 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

experiencia directa, la estructura o modalidades d e la personalidad que no


pueden ser expresadas como experiencia directa.
El concepto de estructura del “individuo” o de la “ personalidad” es
útil en m uchos casos. El uso exacto de esos térm inos depende del origen de
la experiencia d e la cual derivan las ideas acerca de la estructura. Si su
fuente es la experiencia directa, es más exacta la expresión “estructura del
ego”; si derivan de datos de conducta, lo es la d e “ estructura de la perso­
nalidad”.
U na vez determ inado este empleo de la palabra ego, nos enfrentamos
con dificultades verbales cuando intentam os denotar m odalidades de ese
ego como porciones de la personalidad total y atribuir a esas funciones cons­
truidas propiedades antropom órficas que solamente pueden pertenecer al in­
dividuo com o u n todo. T al es el caso, especialm ente, cuando se em plea el
concepto d e “super-ego” y el d e “id” o ego im personal. Entonces las extra­
vagancias cometidas con esas construcciones inducen a una confusión innece-
ria. La idea, “el ego siente q u e no es am ado por el super-ego” es una form a
indirecta d e decir: “yo no m e apruebo a m í mismo”. Sin embargo, la justi­
ficación d e esa expresión procede del hecho de que no se hace la deducción
de la experiencia directa. La form a: “el super-ego n o ama al ego” constituye
un torpe intento de definir u n tip o diferente de experiencia directa del con­
tenido d e la idea: “yo no m e apruebo a m í mismo” .
U na segunda dificultad con la que tropiezan todas las psicologías es . la
relativa a la derivación y uso d e las construcciones. Las construcciones son
términos abstractos que constituyen generalizaciones d e tipos o clases d e ex­
periencias derivadas de la experiencia directa o d e la conducta. U na difi­
cultad originada por las construcciones es la de que si no se las deriva exacta­
m ente de la experiencia no pueden ser confirmadas en térm inos de la misma.
Se puede percibir a primera vista que se corre u n riesgo aún mayor en. la
derivación de las construcciones de la conducta, porque el significado de
ésta es siem pre una inferencia, aunque en muchos casos sea una deducción
muy segura.
La tercera dificultad se encuentra en la “explicación” final que se deriva
habitualm ente d e las construcciones. U na explicación puede servir para dife­
rentes propósitos. T rata por lo general de hacer comprensibles entidades com­
plicadas, y puede hacerse en form a plástica, analógica, analítica o dinám ica.
A juzgar por esta exposición parecería u n m ilagro que se pudiese llegar
nunca a d ed u cir ninguna clase d e conclusiones psicológicas. Esto no es cierto
necesariam ente si se tiene cuidado en el empleo d e las construcciones y n o se
intenta hacer con ellos juegos d e m anos como si fueran fórm ulas matemáticas.
El uso im prudente de las construcciones lleva con frecuencia a explicaciones
EXPERIENCIA DIRECTA 339

que n o ap o itan información nueva considerable y qu e no constituyen registros


exactos de los procesos de la naturaleza.
Cuando surge en form a acabada un sistem a de psicología basado en-cons­
trucciones deficientes, su utilidad para la sociología es lim itada porque esas
formulaciones en form a de construcciones se ofrecen entonces como explica­
ciones que sólo pueden cum plir unas cuantas de las m uchas condiciones a
las cuales debe som eterse el conocimiento psicológico. El propósito d e algu­
nas explicaciones es m eram ente ayudar a ' pensar acercar de cuestiones psicoló­
gicas y com o quiera que la psicología dispone d e u n núm ero muy lim itado
d e conceptos, el establecer la analogía con algo q u e sea más familiar» la dra-
matización o la conversión de u n concepto en algo gráfico, constituye, tzn pro­
cedim iento perfectam ente legitimó. Esa traducción d e los procesos psicológicos
por analogías con las ciencias físicas o m atem áticas, o m ediante la dramatiza-
ción o la representación viva, no es más. q u e una ayuda al pensam iento acerca
d e los procesos psicológicos; pero es m uy discutible que ofrezca una aproxi­
mación más directa a los procesos esenciales mismos y que sum inistre ningún
registro de las mociones o transform aciones psíquicas a que hace referencia.
Surge un últim o inconveniente cuando son los propios procesos de explica­
ción los que crean dificultades, como ocurre con las analogías matemáticas;
se pierde así m ucho tiem po y m ucho esfuerzo en empresas q u e no se aproxi­
m an a lo esencial. Es decir, el investigador se ve obligado a explicar Ja ayuda
al pensamiento más bien que el problema original.
A unque no hay objeción contra ninguna explicación q u e ayude a pen­
sar acerca de los procesos psicológicos, se llega al lím ite de esos procedimien­
tos cuando se intenta usar de un criterio que solo el psicoanálisis h a intro­
ducido, es decir, el d e que las explicaciones deben usarse para conferir control
sobre los procesos psíquicos esenciales com o medio de m odificar los estados
subjetivos d e conducta. Este objetivo origina nuevas tareas a las que ninguna
explicación p.lástica o analógica puede ayudar. U na explicación que sólo aspira
a ayudar al pensam iento no está ligada por los procesos esenciales perseguidos
por la naturaleza p ara conseguir un determ inado resultado psicológico, es de­
cir, no es necesariam ente dinámica; pero si la finalidad estriba en modificar
la conducta, se hace necesario seguir esos procesos psicológicos según un orden
genético, en térm inos de las experiencias efectivas conscientes e inconscientes
del individuo. U na explicación que pretenda ser dinámica significa que de
ser posible habrá q u e registrar la moción y las transform aciones psíquicas rea­
les en las unidades es que tienen lugar y n o por medio de una representación
analógica o plástica, por más que estas últim as puedan ser tam bién considera­
das como “explicaciones’1. La comprensión de tipos oscuros d e experiencia
directa del individuo constituye un arm a indispensable para m odificar su sen-
340 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

am iento o su proceder; la relación genética y dinám ica d e tal experiencia se


convierte en objeto d e estudia El punto d e partida d e cualquier psicología
debe ser la experiencia directa d el sujeto y la meta no podrá consistir sino en
reproducir todas las etapas para la creación de un determ inado resultado final.
Pero la m ayoría de las psicologías difieren en la cantidad de experiencia di­
recta que necesitan antes de apelar a los recursos descriptivos, analógicos, d ra­
máticos o plásticos. N i siquiera e l psicoanálisis, que h a ido más lejos q u e
ninguna otra psicología en su in ten to de verificar reconstrucciones de la expe­
riencia directa, ha sido capaz de actuar sin construcciones y métodos analógi­
cos, dram áticos y antropomórficos, por m ás que, en el pasado, se dedujesen
éstos principalm ente de la biología y no de las m atem áticas o de la física.
La distinción éntre las psicologías basadas en la experiencia directa y las
que em plean fórm ulas behavioristas es m uy aguda. L a situación se complica
aún más p o r el uso de palabras q u e connotan elem entos de conducta y que
se em plean, con frecuencia, para describir la experiencia directa. Por ejempló,
la palabra autoridad es u n concepto conductista; define el resultado d e d e­
term inadas acciones recíprocas en tre individuos y, sin embargo, se la em plea
a m enudo p ara designar la experiencia directa sin ten er en cuenta el hecho
de que la experiencia directa de cada uno de los individuos que intervienen
en la relación es siempre una de varias modalidades e n el cuadro total d e la
autoridad, siendo esta últim a el nom bre d e una constelación interpersonal.
En resum en: no todas las explicaciones son dinám icas; no dilucidan nece­
sariam ente los procesos de la naturaleza al crear la conducta y los tipos de
sentim iento y, como consecuencia de ello, fallan, con frecuencia, del lado
pedagógico así como en su eficacia emotiva, cuando el objetivo estriba en
modificar la actitud o el sentim iento.
Quizá somos un poco radicales al sobreestimar los fines de la psicología
dinám ica y subestim ar el valor d e las explicaciones analógicas; es posible, por
lo tanto, qu e nos estemos com prom etiendo a algo q u e no podemos realizar.
La palabra conflicto, que hemo6 explicado, es una construcción behaviorista
basada en u n a analogía. Sería difícil encontrar otra palabra que significase
la misma idea en forma tan sucinta. Por el m om ento es inconcebible u n a
psicología dinám ica que opere sólo con la experiencia directa y emplee única­
m ente las m ás puras construcciones, que no hagan sino reconstruir los proceso®
naturales sin ayuda de explicaciones. No constituye esto una falta achacable
solamente a la psicología sino q u e se debe eñ el m ism o grado a la forma eñ
que se registra la experiencia directa en él individuo y al propósito a que se la
destina. N o se concibe que esas formas de experiencia directa sean de u ti­
lidad especial al psicólogo, del m ism o modo que las observaciones del 'sentido
práctico acerca de! m undo físico n o están tampoco destinadas a otorgar al
CONCEPTOS BEHAVIORISTAS 341

físico sil discernim iento de las leyes qu e rigen la física, aunque le sum inistren
los datos primarios. C uando un hom bre observa que la silla esta en su po­
sición normal; n o tiene en cuenta la ley de la gravedad o la presión contraria
ejercida por el suelo. Su observación se lim ita a registrar lo q u e le es necesa­
rio conocer para el fin práctico d e u tilid ad y orientación y nad a más. Lo mis­
mo ocurre con los datos dé la psicología* Los procesos naturales no se
registran en las experiencias directas del individuo. Con frecuencia revisten
formas que no son fam iliares y que son perturbadoras; el individuo no tiene
control sobre ellas, ni las comprende. Esos procesos que se hallan detrás de
la experiencia directa deben ser deducidos en cada caso; en tan to que la ex­
periencia directa tiene u n vale»* puram ente utilitario, de u n a especie eminen­
tem ente práctica, para él individuo. Esas experiencias le inform an de los
sentimientos, im pulsos y deseos con" respecto'del m undo exterior o d e los de­
más individuos. C onstituyen los datos d e la psicología hum ana.
Las psicologías difieren por lo qu e se refiere a la form a de utilizar esos
datos, a la relación que les atribuyen con la adaptación to tal <iel individuo,
a la forma de trazar su continuidad a través d é tetía la trayectoria de la
vida, al sector especial d e un continuo experim ental que- captan, al nom­
bre que se le asigna a los sistemas verbales desarrollados y a las dificultades
especiales que todos esos sistemas verbales originan. E xiste una diferencia
fundam ental en tre una buena y una m ala teoría y, a fines de selección, se
hace preciso fijar algunas pautas. Estam os obligados a em plear una psicología
que sea clínica, es decir, relativa a la experiencia real; una psicología qúe trate
los hechos y no las ideas desligadas de las realidades representadas por aqué­
llos. Los problem as de la sociología son clínicos. U na de sus finalidades más
im portantes es la de colocár a la vida social, bajo el control hum anó.

CONCEPTOS BEHAVIORISTAS

Las reflexologías y el behaviorismo son tipos de psicología que pueden


depender o no d e la experiencia directa. Las técnicas que em plean son espe­
cialm ente útiles cuando se trata de anim ales y de niños q u e no saben aún
hablar. Las correlaciones entre el estím ulo y la respuesta pueden ser trazadas
con gran precisión y sin discusión. D entro del sector en el que operan esas
psicologías, no puede discutirse su utilidad. Lo objeción en ese sentido surge
solamente cuando se usan en relación con los adultos los conceptos deriva­
dos de la conducta de los .animales o de los niños, ya q u e respecto de los
adultos disponemos del control adicional de la experiencia directa.
La labor de dichas escuelas ha sido beneficiosa al establecer una conti­
nuidad psicológica entre el hombre y los animales inferiores y al comprobar
342 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

experim entalm ente la verdad de los principios em pleados por otras psicolo­
gías. M ediante la correlación de las neurosis traum áticas, las neurosis orgáni­
cas y las "neurosis” en los anim ales como resultado del quebrantam iento de
los reflejos condicionados establecidos se ha fijado el sector dentro del cual
son sem ejantes las reacciones del hombre y de los anim ales. En el dominio
d e la orientación, la locomoción, las reacciones básicas para procurarse el
alim ento y en algunas d e las suscitadas por la frustración, existe una gran
sim ilitud entre el hombre y los anim ales inferiores.2
C on respecto al behaviarismo, nuestra tarea principal está im plícita en
la necesidad de emplear la conducta como anexo o sucedáneo de la expe­
riencia directa. Las conclusiones deducidas acerca de la conducta de les
animales, establecidas a base de comparaciones con el hombre, en las que
puede aducirse alguna experiencia directa, son perfectam ente legítimas y ape­
nas pueden ser fuente d e error. Sin embargo, cuando invertimos el proceso,
nos encontram os claram ente en posición de desventaja.
C uando observamos la conducta de los monos e n la lucha, podemos ca­
racterizar al m ono victorioso en u n a situación de rivalidad como dominante.
Este concepto de dominación, caracteriza a u n tipo determ inado de conducta
observada» Debemos preguntam os ahora a qué se parece esta actitud domi­
nante desde el pnnto de yista de la experiencia directa d el individuo. Cuando
aplicamos ese-concepto al hom bre, .encontramos que puede ser aplicado a
una gran variedad de experiencias directas en form a d e motivo, predispon
sición antecedente, dominio sobre los recursos, etc. Por cuanto respecta a la
psicología hum ana debemos, por lo tanto, estar en guardia acerca de los. con­
ceptos. behavioristas, que deben ser evitados a no ser en los casos en que es
inasequible la experiencia directa. 0 . .
Sin embargo, no es posible m antener durante m ucho tiempo una ac­
titud purista con respecto d e los conceptos behavioristas. Con frecuencia es­
tán incorporados a nuestros conceptos que describen la experiencia directa.
A base d e los conceptos conductistas, se puede construir u n a dinámica capaz
de ren d ir una gran cantidad d e inform ación nueva, incluso cuando falta la
experiencia directa. En algunos casos apenas tiene im portancia el que se haga
uso d é lo s térm inos behavioristas o d e los de la experiencia directa. Estos últi­
mos podrían ser, con frecuencia, difíciles de m anejar y apenas se puede inten­
tar describir fenómenos complicados sin ayuda de los conceptos behavioristas.
- : r 1 .'

* ** A.Káfdiner/^Bioartálysisof the Epileptíc React¿oiV\ PsycHoandlytíc Qttarttírly, voí. í,


N* 3; H. S. Liddel, "The Experimenta! Neurosis and the Problpm p£ Mental Dtsorder”,
American. Journal Psychiatxyy vo^-xcrv, N* 5, marzo 1936; y Norman R. P. Maier, StuiiW
in Aímorrmií Beharior in fhc Rnr (Nueva York, 1939.)
CONSTRUCCIONES 343

Sin embargo, a fines de análisis, la experiencia directa es u n a poderosa herra­


m ienta analítica y u n m edio de comprobación concluyente.

CONSTRUCCIONES

La construcción, térm ino abstracto que describe categorías generales de


experiencia, crea u n nuevo tipo d e dificultad. Q ue la construcción derive
de la experiencia directa, de la conducta, como ocurre con frecuencia en algu­
nas psicologías, o de analogías con fenóm enos matemáticos o físicos, supone
una diferencia m uy grande*
Haremos u n a pausa p ara examinar, a m odo de ejemplo, un tip o d e cons­
trucción em pleado por los topólogos K* Lewin y J.F* Brown. Brown5 usa
como instrum entos básicos de trabajo una gran cantidad d e construcciones
de ese tipo derivadas de analogías con las m atem áticas y la física- Es impor­
tante com prender cómo se derivan y los Usos p ara los que sé las em plea.
Sigue Brown a Lewin en su distinción en tre el lenguaje de la experiencia
(fenotipo) y el lenguaje d e las construcciones -(genotipo). C ree que la ciencia
consiste en la transform ación d elu rto en el o tro (p. 33}, El genotipo deseri
be la situación dinám ica subyacente. £1 prototipo de eáa generalización pro­
cede de la física, en la q u e es indudablem ente c i^ to . Pero es d isc ú ta le que
constituya un procedim iento justificable en psicología.
Si hubiéramos de em plear la analogía física y describir la experiencia

psicológica a la m anera de la ley de la gravedad (E — —^ —) tendríam os que

traducir el fenotipo en términos del genotipo. Así* la afirm ación: “E l niño


quiere confites*1 se convierte en: “Existe un .vector hacia una finalidad en el
cam po psicológico* *. Cree Brown que m ediante ese tipo de form ulación, “mu­
chos fenotipos pueden ser comprendidos como ejemplos d e u n genotipo” (pá­
gina 34). Esto constituirá indudablem ente una ventaja si la inform ación apor­
tada por la form ulación genotípica fuese, en algún modo, nueva. Parece que la
nueva versión está muy alejada de la experiencia directa del niño o de cual­
quiera que lo observe y no puede ser traducida nuevam ente a la experiencia
original. La form ulación d e la ley de la gravedad constituye la observación
directa con la ayuda de medidas más precisas de las que pueden ser estable­
cidas por el ojo; y el enunciado final contiene nueva información que no está
directam ente a disposición del observador. Esa construcción, contenida en la
fórm ula, es un derivado de la experiencia directa y siempre es convertible en8

8 J. F. Brown, Psychology and the Social Order (Nueva York, 1937)*' Cüanto se dice
en los párrafos siguientes no aspira a ser una reseña de tan estimulante obra.
344 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

ésta. El enunciado de Brown es una traducción de la experiencia directa a


u n lenguaje arbitrario de construcciones que no sólo no aporta nuevos datos
inform ativos, sino que oscurece la experiencia que trata de describir* Es difícil
percibir qué se gana con la transformación.
Llam ar “vector” al verbo “querer” y calificar al “confite” de “finalidad”
n o sirve de mucho, excepto para formar una cláusula d e una ley que debe
definirse en su totalidad antes de que la analogía con la ley física tenga vali­
dez. Formulemos, entre tantos unas cuantas conjeturas acerca de lo que es
preciso añadir a la proposición: “U n niño quiere confites”, para convertirla
en m aterial para una ley general. En primer lugar, “u n ” niño es una abstrac­
ción inexistente; pero “Pedro quiere confites” es una realidad. Pedro tiene
una historia. Q uerer confites es un factor, no en el vacío, sino en una situación
real de la vida. ¿Qué tiene que hacer Pedro para conseguir confites? ¿Bastará
la m era vocalización del deseo o requerirá d e u n a complicada serie de manio­
bras a través de la niñera de Pedro hasta la m adre de éste, que son, las dos,
individuos distintos con actitudes definidas acerca del hecho de que Pedro
quiera confites? O bien el “quiero*' de Pedro no tropieza con la m enor difi- -
cuitad para ser traducido en una acción o bien ocurre lo contrario. O se sa­
tisface el deseo o no. La frustración lleva aparejadas actitudes d e vigilia contra
la niñera y iá madre, y esa noche Pedro puede tener u n sueño. ¿Dónde se
encuentran los límites d e la experiencia total acerCa de la cual se desea veri­
ficar alguñá generalización? Esos límites son m uy difíciles de definir, y como
la experiencia psicológica es u n continuo se hace preciso trazar alguna línea
arbitraria. Podemos investigar la form a en q u e existe en la menta de Pedro la
percepción del confite; podemos investigar la naturaleza del deseo y retrazar
sus fuentes biológicas; o podemos exam inar u n segm ento mayor de la experien­
cia, y, sin tom ar en cuenta la naturaleza dé las percepciones y el carácter bio­
lógico del deseo, considerar únicam ente cómo se com porta Pedro cotí respecto
d e la satisfacción o frustración de la necesidad y q u é influencias ejercen ambas
sobre la experiencia total d e Pedro durante u n día o u n año, etc., e tc Esos
tres tipos de cometidó psicológico son todos ellos diferentes y en m odo alguno
incom patibles entre sí. Pero si construimos u n sistema d e psicología basándo­
nos únicam ente en lo que hace Pedro (behaviorista), habremos de enterarnos
d e lo que ocurre en la psique de Pedro partiendo de nuestro conocimiento
general de las normas en condiciones similares. E sto sería, en realidad, conje­
turar, y pasaríamos por alto, adem ás, aquellos rasgos esenciales que hacen de
Pedro u n individuo. Puede obviarse la situación, ya qu e con poca m olestia
podemos obtener un cuadro bastante completo d e la experiencia to tal de Pe­
dro gracias a la capacidad d e éste para soñar y hablar.
CONSTRUCCIONES 345

Podemos tom ar en consideración dos posibles soluciones del deseo de con-


fites. i) Pedro expresa el deseo, la niñera pregunta a la m adre, quien da su
asentim iento; Pedro obtiene los confites, se ios come y se va a la cam a conten­
to. 2 ) Pedro expone el deseo, la niñera se niega a satisfacerlo, Pedro grita,
interviene la m adre y le da unos azotes, n o por querer los confites, sino por
ser malo; Pedro se duerm e y sueña con u n a gran caja d e confites que está
sobre ia mesa y desaparece súbitam ente, aunque el tono general del sueño sea
agradable. C ada u n a d e estas soluciones nos sum inistra m uchas oportunidades
éb enunciar leyes psicológicas, m ediante la determ inación de las condiciones
psicológicas que se establecen cuando el deseo se satisface o determ inando lo
que ocurre cuando se frustra, para no m encionar sino dos de los m étodos que
se nos ofrecen.
Observemos ahora lo que ocurriría con el procedimiento de Brown basado
en construcciones derivadas de u n prototipo matemático. Introduce un con­
cepto especial llam ado “ el campo”; otra idea del mismo género: “ ia meta”, y
un a tercera construcción d e “la fuerza q u e hay tras lar conducta” que tiene
magnitud, es decir, vectores. V an seguidas esas construcciones p o r otro grupo
d e construcciones qu e tratan de representar hechos psicológicos en el espacio
(es decir, topológicas) y,otras q u e se refieren al movimiento; se encuentra,
adem ás, la representación de barreras afectadas por grados variables d e per­
m eabilidad. H asta aquí, todo lo que tenemos en este m étodo es u n grupo en
términos espaciales y matemáticos destinados a caracterizar a ciertas unidades
d e experiencia directa y de conducta. N o podemos decir cómo actúan hasta
q u e se les ponga en acción, pero podemos anticipar que no es jtoeible que
ocurra gran cosa. Existe en la totalidad d el sistema u n a debilidad intrínseca
q u e el propio Brown reconoce. Declara (p . 478): “Peto un pensam iento u n
poco cuidadoso se convence de que los vectores psicológicos son exactamente
tan válidos como los conceptos de los vectores en el campo m agnético y el
gravitatorio, con la única diferencia de que no están sujetos a m edición fun­
dam ental.” Con eso no se plantea el problem a en debida form a. A unque
fuera posible m edir los vectores psicológicos en cuanto a su m agnitud e inten­
sidad, no obtendríam os la información que nos es más valiosa para fines diná­
micos- M ientras que la medición es el m edio de establecer las leyes de la
física, la m edida de u n “vector psicológico” facilitaría uña información relati­
vamente insignificante. Si nos dedicamos a m edir vectores, m ediríam os única­
m ente diferencias de intensidad. Pero como quiera que no podemos medirlos,
la insistencia en usarlos como en la física induce a error. Este es, precisamen­
te, el punto donde se rom pe la analogía en tre los fenómenos observables en el
m undo físico y los q ^e tienen lugar en u n organismo vivo. La razón esencial
d e ese fracaso estriba Un el intento de establecer, las coordenadas en el m undo
346 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

exterior, en conceptos espaciales, y no en la experiencia psicológica directa.


El “ vector”, que en la experiencia directa es necesidad, deseo, tensión, consti­
tuye sólo un indicio pasajero del movimiento, cambio o perturbación dentro
del organismo, cuyo origen, movimiento y organización h an de ser objeto de
estudio. El hecho de que los datos de la física y los de la psicología sean episte­
m ológicamente iguales en su uso práctico por el individuo, no justifica que
tratem os en la misma form a a los datos de los dos diferentes campos. T al
procedim iento nos rendiría muy pocos conocimientos nuevos acerca d e cómo
y por qué actúan los hum anos. Com o consecuencia de la naturaleza de sus
premisas* el uso de los datos de la física debe continuar siendo una form a de
describir y ordenar los fenómenos. D e esa nueva descripción se pueden dedu­
cir m uchas interesantes y gráficas representaciones de las actividades d el hom­
bre consideradas desde el punto de vista.de la conducta, pero m uy poco que
nos diga gran cosa acerca d e la naturaleza de la criatura que produce esos
fenómenos.
Las dificultades básicas que se ofrecen en la topología de Brown son las
consiguientes a la “explicación” de los fenóm enos psicológicos m ediante la
ayuda de construcciones basadas en analogías m atem áticas. El procedim iento
está justificado por la esperanza de que no exista una diferencia esencial entre
loa fenóm enos biológicos, psicológicos y físicos. Esos tres tipos de fenómenos
surgen d e fuentes tan am pliam ente, distintas, q u e es aventurado el explicar los
irnos en términos de los otros. Por ejemplo* el fenóm eno biológico del “creci­
m iento” no puede ser explicado recurriendo únicam ente a lo que sabemos
acerca d el “movimiento” n i tampoco puede explicársele únicam ente como
“expansión”. Ninguna de esas analogías descriptivas se adapta a lo esencial
del crecim iento, aunque tan to el movimiento com o la expansión constituyen
fenóm enos que se pueden observar en relación con aquél. Por otra parte, los
conceptos empleados para describir el m ovim iento de los cuerpos inanim ados
en el espacio, no pueden aplicarse a los sentim ientos, por más .que cuando
nos referimos a sentim ientos “dirigidos hacia” alguno, empleemos.conceptos
de fuerza y dirección. Con ello parecería hacerse aplicable al “sentim iento” el
concepto de “vector” tal com o lo usa Brown. Empero, el sentim iento posee
otro atributo que no está incluido en el concepto de fuerza ni el de dirección,
y es e l d e cualidad subjetiva. Es este atributo la esencia del sentimiento; aun­
que la intensidad es otro d e sus atributos. El sentim iento n o puede ser defini­
do solam ente en términos d e intensidad, porque con ello se omitiría la consi­
deración del origen, el .propósito, la s m odalidades, el cambio y las cua­
lidades de temo asociadas con el sentim iento. Son estas últim as consideracio­
nes las que además de la intensidad y la dirección ocupan la mayor parte de
la atención del psicólogo. P or esas razones no se puede ser matemáticamente
CONSTRUCCIONES" 347

preciso en cuanto a la intensidad del sentim iento m ientras se ignoran otro6


aspectos, ni continuar esperando que nuestro conocimiento acerca de la inten­
sidad o de la dirección explique todos los demás fenómenos.
Esta largakdigresión era necesaria en concepto de advertencia. Las cons­
trucciones son bastante difíciles de m anejar cuando se derivan d e la experien­
cia directa o de la conducta. Form ular construcciones basadas en analogías
con procesos físicos, amparándose en d a presunción de que tales construcciones
son más exactas, nos aleja m ás nuestro m aterial original y dism inuye grande­
m ente nuestras probabilidades de ex traer de las mismas ningún conocimiento
realm ente nuevo.
H asta ahora hem os considerado a la experiencia directa, la conducta y las
construcciones com o m aterial original para derivar el conocimiento psicológico.
Cuando consideramos el psicoanálisis como método, nos encontram os con un
nuevo tipo de experiencia directa, conducta y construcciones.
C uando se tra ta de psicología psicoanalítica, la experiencia directa com­
prende una variedad de factores m ayor de la que* se utiliza en la mayoría ,de
las psicologías* Incluye deseos, impulsos, inclinaciones, que pueden ser expre­
sadas en palabras sencillas; incluye fantasías y sueños, actos casuales, emocio­
nes y tonos afectivos que pueden ser descritos subjetivam ente, pero de los
cuales no es am o el sujeto. El sujeto n o los dirige, voluntariam ente; muchos
de ellos parecen, m ás bien» controlarle e impulsarle a él. Muetven a l sujeto
alteraciones de la voluntad y sensaciones somáticas extrañas q u e proceden de
una personalidad que tiene di control d e sí misma en algunos, aunque no en
todos los aspectos.
T al es la fuente principal de nuestros datos, aunque puede no interferir
marcadamente con la conducta del individuo y constituir, en consecuencia,
una guía muy incom pleta.
En resumen; el psicoanálisis introdujo en la psicología los fenómenos de la
neurosis y con ese m aterial intentó elaborar Freud un sistem a de construccio­
nes que explicasen la continuidad d e la personalidad, a despecho d e las apa­
rentes soluciones producidas por la neurosis en la continuidad normal.
Las experiencias subjetivas directas de un sujeto neurótico son de una
variedad tan grande que la disposición del m aterial es m uy confusa. De ese
caos extrajo F reud unos cuantos hilos que pudo seguir. T uvo entonces que
inventar construcciones con el fin d e seguir lo que iba ocurriendo en el sujeto.
Esas construcciones se basaban en determ inadas presunciones. La primera era
una presunción teleológica* que significaba concretam ente que la neurosis
tenía una finalidad. Esta idea teleológica iba ligada a un a construcción beha-
viorista que no inventó Freud, sino q u e la tomó de la biplpjgía: el concepto de
instinto. A este concepto unió Freud la experiencia directa de la tensión del
348 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

deseo, de la necesidad y d el impulso. Pese a lo rudim entario del concepto^


Freud logró hacer con él cosas muy notables. Basándose en su presunción del
carácter finalista de la neurosis, desarrolló Freud la idea del desarrollo diná­
mico y ontogénico. Es decir: tenía la idea d e q u e el “instinto”, aunque filogé-
nicam ente determ inado, seguía un proceso de desarrollo ontogénico. Desarro­
lló esta idea hasta convertirla en un plan más o menos esquem ático en el cual
la ontogenia era en algunos aspectos un fenóm eno de recapitulación de la
experiencia fiiogénica.
Sin embargo, contando con esas fases de desarrollo como base, necesitaba
Freud algunos conceptos con los que describir la continuidad de la personali­
dad, y los 'encontró en una serie de construcciones que agrupó bajo el nombre
genérico de “mecanismos psíquicos”. Los designó con los nombres de: identi­
ficación, proyección, desplazamiento, regresión, fijación, formación reactiva,
aislam iento y otros varios. Esos “mecanismos psíquicos” que ocupaban,-al
principio, una posición extraterritorial con respecto del conjunto de la teoría
psicoanalítica, son, en realidad, construcciones que describen m odalidades
cam biantes de la organización de la personalidad total. La mayor atención
recayó, en un-principio, sobre el contenido sobre el que operaban esos meca­
nismos, y el resultado fue la teoría del instinto. Sin embargo, esas construcción
nes sólo son útiles para describir las transform aciones operadas en la experien­
cia directa; sum inistran datos acerca d e las modificaciones de la organización
dé la personalidad, asi com o en Cuanto al contenido a que se refieren esos
procesos? pero sórí inútiles en una psicología d é la conducta.
Esta serie de construcciones permitió a Freud describir los fenóm enos do-la
neurosis y restablecer la continuidad, aparentem ente rota, dé la experiencia y
cóndücta subjetivas que se encontraba en el individuo “norm al”. Encontra­
mos, pues, que los objetivos “instintivos” pueden ser cambiados de acuerdo
con las polaridades actividad-pasividad o según los objetivos instintivos dete­
nidos eñ determ inadas etapas de desarrollo. Esas alteraciones del objetivo no
eran siempre satisfactorias p ara el individuo y creaban, en si mismas, nuevos
conflictos en lugar de los viejos que se proponían resolver. Son estos últi­
mos conflictos los que crean la fachada de la neurosis.
En 1910 había ^formulado Freud un sólido sistema de construcciones cón
cuya ayuda pudo describir el fenómeno de la neütosis. Introdujo ese sisterfta
en la sociología. La principal tnnóvactón consistióle*! introducir el concepto de
represión y sus consecuencias, que explicaba el hecho im portante de q u e én
ninguna organización social pueden satisfacerse todos los impulsos, que algu­
nos deben ser reprim idos, suprimidos Ó 'frenados en alguna otra form a. La
introducción de esa idea en la sociología fué d e la mayor im portancia. Sin
embargo, la m anera particular en que explicaba Freud las represiones dio orí-
LA SOCIOLOGÍA DE FREUD 349

gen a considerables dificultades. La aplicación d e una psicología d e experien­


cia directa a los fenómenos de la sociología estaba llam ada a crear grayes
problem as, debido principalm ente a que en sociología no se dispone de expe­
riencia directa, sino únicam ente de las sombras por ésta proyectadas sobre los
precipitados fijos de las interacciones personales» es decir, sobre las institucio­
nes, que son fenómenos d e conducta. El problem a crucial consistía en cómo
salvar el vano existente en tre la experiencia directa del individuo y los fenó­
m enos d e conducta de la cultura. Bosquejaremos, en prim er térm ino, la form a
en que resolvió Freud ese problem a en su psicología social y la contrastarem os
después con el procedim iento empleado en la presente obra.

LA SOCIOLOGÍA DE FREUD

En cuatro ensayos, q u e llevaban por título: Tótem y tabú,* presentó Freud


la siguiente teoría de la sociedad primitiva.
En la vida psíquica del salvaje tenemos u n a etapa primitiva, bien conser­
vada, de nuestro propio desarrollo. Por lo tanto, podemos comparar la psicolo­
gía de las razas primitivas con la psicología del neurótico. Esas razas prim itivas
tienen los tabús más rigurosos contra el incesto. Los individuos del mismo
tótem no pueden tener relaciones sexuales, sin o que su m atrim onio h a de ser
exógamo. Así, el hom bre prim itivo hace lo m ism o que vemos hacer a l indivi­
d u o en nuestra sociedad; el individuo está ligado al progenitor de sexo opuesto
en la niñez y debe, después, renunciar a su objetiva Observamos qu e en la
sociedad primitiva el hom bre, en una etapa tem prana de desarrollo, com i­
dera peligroso el incesto y, como consecuencia d e ello, instituye defensa contra
el mismo.
Descubrió después Freud la semejanza existente entre los sistemas de ios
tabús en la sociedad prim itiva y las medidas defensivas de la neurosis com pul­
siva. La base del tabú estriba en una acción prohibida hacia la cu al existe una
poderosa inclinación en el inconsciente. Freud no podía aceptar la idea de que
el tabú se impone m eram ente desde fuera, sino que había que explicarlo sobre
la base en que se produce la neurosis de compulsión. T anto el hom bre prim i­
tivo como el neurótico creen en la om nipotencia de su pensamiento.
Los hechos relativos al totém ismosobre los que hace mayor hincapié Freud
son: que el animal tótem era considerado como un antepasado d e la tribu;
que el tótem era hereditario a través de la línea femenina; que estaba prohi­
bido m atar o comerse al tótem y que se prohibía a los miembros del tótem
tener trato sexual entre sí.
4 Trad. ingl. de A. A. Brill, Tótem and Taboo (Nueva York, 1912). [Hay traducción
española.}
350 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

La solución que da Freud a ese problem a, deriva de la consideración del


m iedo al incesto. Sigue la teoría de A tkinson sobre los orígenes sociales: que
la organización prim itiva del hombre era como la de los grandes monos, en la
cual el macho m ás fuerte tiene derecho de preferencia en cuanto respecta al
contacto sexual con las hembras. Esto debe obligar a los jóvenes del sexo
masculino a la exogamia.
En las fobias animales de los niños vio Freud un proceso m ental ánálogo
al que existe en el hom bre primitivo. Com o para el niño el anim al fóbico
representa al padre, puede tener el mismo significado en el hom bre primitivo.
En otras palabras, las fobias animales en los niños pueden Constituir una
“recurrencia infantil del totemismo”. La psicología de la fobia anim al infantil
puede ser, por lo tanto, la psicología del totem ismo. El amor por la m adre y la
consecuente ambivalencia con respecto del padre requieren el desplazamiento
del m iedo y del odio de este últim o al animal*
Algunas de las ideas de Robertson Sm ith sobre el sacrificio anim al comple­
tan el m aterial de Freud. Según Robertson Sm ith, el sacrificio es reminiscencia
de lo que fuéy originalm ente, un banquete totém ico, en el cual se m ata el
anim al tótem y e l grupo entero se lo come en un acto del que ninguno d e los
individuos podría asum ir la responsabilidad. Después el anim al es llorado y
lam entado debido al m iedo al castiga El luto va seguido por festiva alegría.
Com o consecuencia de todo ello, los individuos fortalecen su identificación
con el tótem y entre sí. El anim al tótem es u n sustituto del padre y el rito es
una repetición d e u n dram a que fue real u n a vez cuando los hijos se unieron,
m ataron al padre y se lo comieron. Este acto fue seguido por el rem ordi­
m iento.
Todas las religiones contienen algunos rasgos d e ese complejo totém ico. El
crístiánism o contiene un recuerdo de ese pecado original porque Cristo redime
ése pecado con su propia m uerte, pero al propio tiempo satisface el deseo
original de colocarse en el lugar del padre y sé convierte en dios.
Contesta Freud al interrogante relativo a cómo se perpetuó ese complejo á
través de las edades, afirm ando qué “una parte de la tarea parece ser ejecu­
tada por la herencia de las disposiciones psíquicas que para hacerse efectivas
necesitan determ inados incentivos en la vida del individuo”.
Freud se daba cuenta de las dificultades que presentaba Tótem y tabú.
Com prendía que esas hipótesis y métodos no explicaban en m odo alguno por
qué se m antienen unidas las sociedades. C ada ser hum ano sujeto a la misma
herencia filogénica era algo así como una m ónada en el conjunto de una mul­
titud d e otras mónadas. Para poner en claro este problema escribió Freud su
LA SOCIOLOGIA DE FREUD 351

obra Psicología de las masas, análisis del ego,5'que contiene algunasrde las ideas-
más valiosas d e su sociología, aunque son incom patibles con m uchas de las
expuestas en la obra anterior.
Rechaza Freud en dicho libro cualquier m étodo d e considerar al grupo
como poseedor de un alm a colectiva o espíritu de grupo y los esfuerzos pará
explicar los fenómenos sociales sobre la base dé un instinto especial como el
“instinto gregario”. Buscó la solución de este problem a investigando el carác­
ter d e las fuerzas que ligan a u n as personas con otra. Rechazó tam bién la
imitación, la sugestión y la “inducción primitiva de la emoción” de McDót^f-
all calificándolas de térm inos descriptivos para definir las relaciones interper­
sonales. En su lugar, hacía derivar esas fuerzas del estudio del individuo de
acuerdo con su teoría de los instintos.
Describe Freud las relaciones d e persona a persona con ayuda del concepta
de libido, cuya manifestación más tosca se encuentra en el amor sexual. Modi­
ficó la connotación de la libido p ara satisfacer las manifestaciones del amor
de sí mismo, el amor por los padres y de los padres, la am istad, el am or a la
hum anidad, la devoción hacia objetos concretos y la devoción por ideas abs­
tractas, y planteó el problem a com o una m era cuestión d e si se satisface la
finalidad de la libido o Eros, o si se es apartado de ella.
A titulo de ejemplo, aplicó después esta idea de la actuación de la libido a
dos grupos artificiales: el ejército y la iglesia. Sostiene Freud que los individuos
que com ponen el grupo están ligados entre sí y con el jefe, m ediante m odali­
dades especiales de la libido, una d e las cuales consiste en que el vínculo d e
amor puede desexuali&trse. Así, la amistad entre hom bres es amor en el que
se h a inhibido la finalidad, am or desexualizado o sublimado. C uando se
seccionan esos lazos de am or, como ocurre en el pánico, el grupo se desintegra.
En las relaciones ordinarias esta relación de am or no está exenta de odio; en
circunstancias ordinarias, este odio se reprim e fácilmente» pero en otras se
hace m anifiesto. Las dos actitudes coexistentes contribuyen a formar una cons­
telación psicológica llam ada ambivalencia. Pero esta actitud emotiva es el
resultado de u n conflicto de intereses en una y la misma persona. Se reconoce
a la disposición fácil hacia el odio y la agresividad u n carácter elem ental.
A dem ás del vínculo de amor, hay otro mecanismo más que expresa u n lazo
emotivo, que es la identificación.
Bajo el térm ino identificación» incluye Freud las siguientes m odalidades:
1) El deseo d e ocupar el lugar de o tra persona, como hace el niño pequeño en

5 Trad. ingl. de James Stiachey, Group Piycfcology and the Analysis of the Ego (Nueva
Yode, 1922). [Hay traducción española.]
352 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

conflicto con su padre con respecto del cariño de su madre* Esta identificación
es ambivalente. 2 ) U n derivativo de la fase oral de la libido, es decir, un
deseo d e asimilarse el objeto ingiriéndolo y reanimándolo en esa forma. 3 / La
identificación con u n objeto puede ser u n sustitutivo del m ism o como objeto
de am or. 4) La identificación m ediante una aspiración com ún, notada fre­
cuentem ente en la im itación histérica. En este caso se om ite la relación con
el objeto amado. 5 ) Identificación con u n objeto q u e se ha perdido como susti­
tutivo del mismo (m elancolía). Sólo los cuatro primeros desem peñan u n papel
en los grupos.
Según Freud* los factores adicionales que contribuyen a m antener la rela­
ción entre los individuos de los grupos son: la conciencia, el ideal del ego y una
adición posterior, e l super-ego. Ciertos grupos, especialm ente aquellos que no
tienen una organización demasiado depurada y tienen u n jefe, pueden ser
representados en térm inos d e identificación, ideal del ego y objeto d e amor.
“Un grupo prim ario de esa especie es u n núm ero de individuos que han susti­
tuido su ideal del ego por u n solo y m ism o objeto y se han identificado, subsi­
guientemente, en tre sí en sus egos.” En otros grupos, la identificación de los
mismos entre sí es “ im puesta” al individuo a costa de la represión de la envi­
dia y d e la sustitución de ésta por la dem anda de justicia e igualdad. “Esta
dem anda de igualdad constituye la raíz d e la conciencia social y del sentido del
deber.” Así, pues, el sentim iento soda! se basa en una inversión de lo que es,
ai principio, un sentim iento hostil convirtiéndolo en un vínculo positivo que
tiene la naturaleza d e identificación. F reud sostiene todavía en esa obra que la
“horda prim itiva” es el prototipo básico d e la sociedad hum ana. Fué la tiranía
del padre primero lo que obligó a los hijos a tener una “psicología de grupo” y
su poder sobre los mismos se m antuvo porque el padre era el ideal del grupo.
Su poder se m antiene por virtud de u n a potencia hipnótico-erótica.
Observa Freud que el individuo n o puede tolerar discrepancias entre el
ego y eL su per-ego0 o entre el ego y el ideal del ego. Considera a los festivales
como oportunidades para prescindir d e la severidad del super-ego, que está
constituido esencialm ente p o r todas las lim itaciones con las cuales tiene que
conformarse el ego. El triunfo es una m anifestación de coincidencia entre el
ego y el ideal del ego; la culpa y él sentim iento d e inferioridad son manifesta­
ciones de tensión en tre ambos.

* Todavía no traza Freud en esta obra la sutil distinción entre el ideal del ego y el super-
ego, pero a fines de claridad, lo usamos en este lugar en el sentido en que lo emplea en su
libro The Ego and the ldt traducido por Joan, Viviere (Londres, 1927). [Hay traducción es­
pañola, El yo y el ello, en “Psicología de las masas y análisis del yo”.]
LA SOCIOLOGIA DE FREUD 353

En E l futuro d e una ilusión1 describe Freud los fines d e la cultura. Con­


sisten en poner la naturaleza al servicio d e las necesidades hum anas, gobernar
las relaciones en tre los miembros d e la sociedad y repartir las ventajas» Pero la
cultura constituye una protección para el individuo. Exige de éste ciertas
renunciaciones q u e le resulta penoso hacer. La sociedad se protege a sí misma
contra la inclinación del individuo a oponerse a esos sacrificios, erigiendo
defensas para las instituciones y compensando al individuo por los sacrificios
que hace. Son varios los factores que hacen posible la protección de la socie­
dad contra la hostilidad en el individuo originada de la dem anda de renun­
ciación. Spn éstos: el hecho d e que e l hombre tiene una tendencia a incorpo­
rarse las presiones externas, o form ación del super-ego; el deseo de los
individuos de cum plir el ideal colectivo y aum entar, con ello, su sentim iento
de im portancia; y la inclinación del individuo a identificarse con quienes le
oprimen. Entre esas fuerzas aglutinantes se cuenta la religión que es, en reali­
dad, una especie d e ilusión.
Sostiene Freud que el valor de ¡as ideas religiosas estriba en que ayudan al
hombre a dom inar su sentim iento de desam paro contra las fuerzas de la natu­
raleza. La personificación d e las fuerzas de la naturaleza se convierte así en
una ayuda por cuanto facilita al individuo ciertas técnicas para enfrentarse
con ellas y las coloca, hasta cierto punto^ bajo el control h u m an a Este proce­
dimiento tiene u n prototipo infantil; refleja las relaciones entre padre e hijo.
La religión protege, pues, contra los peligros del m undo exterior y los que se
originan dentro de la sociedad. Debem os observar cuidadosamente que esta
orientación es m uy diferente de la usada en Tótem y tabú, porque Freud
toma ahora en cuenta las diferencias d e religión basadas en las diversas vicisi­
tudes d e cada grupo. Empero, no logra especificar en esta obra posterior dón­
de deben ser exactam ente colocadas, estudiadas y exam inadas en forma
comparativa esas dificultades que surgen dentro de la sociedad. A mayor
abundamiento, reconoce Freud que con la introducción d e la idea de des­
amparo basada en el prototipo infantil, introduce en la religión un factor
ontogénico» m ientras que en Tótem y tabú se d a por hecho que la fuente
principal de esas ideas es filogénica: la reminiscencia d e u n parricidio pri­
mevo asociado enteram ente con una rivalidad sexual de u n padre primevo y
sus hijos. Alega Freud acerca de este punto que el argum ento sostenido en su
primera obra se refería al exigen del totemismo y no al d e la religión, aunque
percibe cierta evidencia de la transición de la una a la otra (p. 39 de la
ed. inglesa). En otras palabras, trata F reud ahora d e conciliar el “complejo del7

7 Trad. ingl. de W . D.- Robson-Scott, The feature of an lUiuion (Londres, 1928)- [Hay
traducción española, incluida en El porvenir de los religiones.]
354 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

padTe y el desvalimiento y necesidad d e protección del hom bre”* Y lo hace en


los siguientes térm inos: estriba en la relación entre el niño desam parado y el
padre, y forma el prototipo básico d e la relación del hom bre con Dios (pá-
gina 41).
En Civilization and lts D iscántente trata Freud de contestar a la cues­
tión: ¿Cómo influye la cultura sobre las disposiciones instintivas humanas?
Replica Freud: “Algunos de esos instintos son, como si dijéramos, absorbidos
de tal m anera, que cuando aparece algo en su lugar en u n individuo, lo califi­
camos de rasgo de carácter.” Elige com o ejemplo el carácter anal, el ahorro,
el orden y la limpieza. Y observa: “N o sabemos cómo ocurra esto”, pero hace
notar que “el orden y la limpieza son demandas esencialm ente culturales”.
A dm ite Freud, después, un segundo cambio que introduce la cultura en
la satisfacción d el instinto: el de cam biar su cauce o dirección mediante la
sublimación. Esa fuente hace posibles las actividades científicas, artísticas e
ideológicas, como transformaciones d e la energía sexual.
U n tercer cam bio, según Freud, es la consecuencia de la “supresión, repre­
sión o alguna o tra co6a” de los instintos, generalmente la no-satisfacción de
los mismos. La explicación siguiente está firmemente arraigada sobre una base
evolucionista. A firm a: “...si queremos saber para qué nos sirve haber recono­
cido la evolución d e la cultura com o proceso especial com parable al creci­
m iento norm al d e un individuo hasta la madurez, debem os atacar, abier­
tam ente, otro problem a y plantear la pregunta: ¿Cuáles son las influencias a
las que debe su origen Ja evolución d e la cultura; cómo surge y qué deter­
mina su curso?” (p. 64).
U na vez m ás, como en muchas ocasiones anteriores, prefiere Freud con­
testar a esta pregunta acerca d e la represión del instinto m ediante una recons­
trucción filogénica. Pero además del terreno ya descubierto en Tótem y tabú
y en E l futuro d e una ilusión, aporta Freud nuevo m aterial. Señala qué el
amor sexual se convierte para el hom bre en el prototipo d é toda felicidad y
pone de m anifiesto los cambios de gran alcance operados en la función erótica
que lo hacen posible. El objetivo d e ser amado tiene que ser cambiado m ar­
chando de la finalidad sexual a un im pulso cuyo fin es inhibido, fenómeno al
que llam a desexualizáción. Esto hace posible el “amor a los demás”; hace
posible la am istad. Empero, el “am or se opone a los intereses de la cultura”
y “la cultura am enaza al am or con penosas restricciones”. H ay fuerzas que
se oponen a ese am or. Las tendencias de la fam ilia están separadas de la cul­
tura, aunque los vínculos de la prim era son centrífugos. Las mujeres, “que
son antitéticas d e las orientaciones culturales”, constituyen otra nota discor-8

8 Trad. ingl. de Joan Riviere (Londres, 1930).


LA SOCIOLOGIA DE FREUD 355

dante, y así, 4ila civilización se h a convertido, cada vez m ás, en asum o


m asculino”.
Sostiene Freud q u e la cultura establece restricciones sobre la vida sexual,
en prim er lugar, m ediante los tabús de incesto,' “quizás la herida más m utila"
dora infligida jamás, a través de las edades, a la vida erótica d e l hombre*1.
Existen además otros tabús, leyes, costumbres (monogamia) y restricciones
(perversiones) que alcanzan su m ayor severidad en h Europa occidental. Esas
restricciones no se aplican solam ente a los adultos, sino también a los niños.
Cree Freud que, por m edio d e esas restricciones impuestas a la actividad
sexual, saca la civilización una gran cantidad de energía procedente del indi"
viduo, en beneficio d el grupo m ediante identificaciones y am istades. Pero*
¿por qué es la cultura antagónica d e la sexualidad? *
Estima Freud q u e “hay que contar en tre los dones instintivos del hom bre
u n grado muy alto d e deseo de agresión”, q u e se expresa en el deseo de explo­
tar, robar, hum illar, to rtu rar y m atar a sus sem ejantes. Es ésta — dice— una de
las principales fuerzas desintegradoras de la sociedad, y la cultura “h a de recu­
rrir a todos los refuerzos posibles con el fin de erigir barreras contra esa
inclinación instintiva m ediante identificaciones, relaciones amorosas de fina­
lid ad inhibida [desexualizada], restricciones de la vida sexual y el m anda­
m iento de am ar al prójim o, todo lo cual está en a b ie m contradicción con la
naturaleza original d el hombre. La sociedad em plea medidas extrem as contra
los criminales, pero no contra las más sutiles m anifestaciones del delito.”
Com o quiera que F reud considera la “agresión” como un instinto (presu­
m iblem ente, a la p ar con otros instintos dotados de raíces som áticas identifi­
c a re s ), no puede considerar las desigualdades en la distribución d e la riqueza
y de los bienes como u n a fuente d e agresión, tendencia que se m uestra ya en
la prim era infancia. “Es claro que los hom bres no encuentran fácil actuar sin la
satisfacción de esa tendencia h a d a la agresión; cuando se les priva de su satis­
facción se encuentran molestos.” Así, pues, la civilización requiere sacrifidos
de la sexualidad y d e los instintos agresivos A cambio de esas renunciaciones
h a conséguido el hom bre u n cierto grado d e seguridad.
Ahora bien, si la agresión es un instinto, ¿cómo descubrimos sus vicisitu­
des? Trazó Freud, al prindpio, la distinción entre los instintos sexuales y
los del ego, la libido de objeto y la narcicista; pero como quiera que los ins­
tintos del ego son libidinosos, los clasifica a todos, los del ego y los sexuales,
bajo el nombre de Eros; y a su contrario, e l instinto d e la muerte* lo define
como encaminado a desintegrar los estados superiores y a reinstaurar el estado 9

9 Merece la pena de comparar la respuesta de Freud con la formulada por Wühelm


Reich en su obra Der Einbnieh der Sexwúrrwral (Berlín, 1932), pp. 86*104.
356 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

inorgánico. Sólo se perciben aquellas m anifestaciones de este instinto que lle­


gan a estar dirigidas hacia el m undo exterior como agresión o destrucción.
Bros y el instinto de la m uerte se encuentran en equilibrio constante; el ins­
tinto de m uerte excesiva, proyectado sobre el m undo exterior, conduce a
la destrucción; cuando el grado de proyección es insuficiente, intensifica la
auto-destruedón. N unca aparecen aislados» sino en mezcla. El sadismo es
el instinto destructivo sumadora! imoulso amoroso; el masoquismo es lo mismo
vuelto contra el “ ego”.
La agresión es, por lo tanto, según Freud, el obstáculo m ás poderoso que
se opone a la cultura. Eros u n e a los hombres, el instinto d e la m uerte los
separa. E l significado de la evolución de la cultura es, por consiguiente, la
lucha enterna entre Eros y el instinto d e la muerte.
Sigue afirm ando Freud q u e la sociedad controla los instintos agresivos,
“internalizándolos”, es decir, dirigiéndolos contra e l “ego”. “ A llí se apodera
de él una parte del ego a la q u e se distingue del resto denom inándola super-
ego y, entonces, experim enta en forma d e ‘conciencia* la m ism a propensión
hacia la d u ra agresión contra el ego d e que hubiera gustado a éste ejercer
contra los dem ás.” La tensión entre el super-ego y el “ego” es entonces el
sentim iento de culpabilidad o la necesidad de castigo. ¿Por qué obedece
d hombre a este agente externo? “Ese m otivo es fácil de descubrir en la debi­
lidad del hom bre y su dependencia d e los demás” y “si pierde el am or de
aquéllos de quienes depende, perderá, tam bién su protección contra muchos
peligros”; y pueden tam bién castigarte., “ C uanto m as recto sea un hombre,
más estricta y suspicaz será su conciencia.” Esto explica el hecho clínico fre­
cuentem ente observado, que señala Freud, d e que “la privación externa inten­
sifica m ucho el vigor de la conciencia en el super-ego”. A sí, pues, según
Freud, el m iedo a la autoridad y el te n o r del super-ego son u n a misma cosa.
Pero, como él m ismo hace notar, hay o tro fenómeno clínico d e gran im por­
tancia. D ice: “El prim ero (el m iedo a la autoridad) nos im pulsa a renunciar a
la satisfacción instintiva; el otro (el super-ego) presiona... hacia el castigo...”
En otras palabras, los fenómenos m asoquistas pueden explicarse merced a la
actividad del super-ego hum ano: “ ...todo impulso d e agresión cuya satisfac­
ción omitimos, Lo tom a el super-ego y pasa a aum entar su agresividad (contra
el ego). Pero ¿cuál es el origen de esa agresividad original? ¿Es una continuar
d o n del rigor d e la autoridad paterna? ¿O es, en cierto modo, u n a utilizadón
d e la agresión provocada en el niño por la frustración, agresión que no puede
expresar el niño? Es éste un indicio excelente. Pero, ¿cómo actúa? Identificán­
dose el niño con el padre severo y tratándose, en consecuencia, como este
últim o lo hubiera tratad o . Por lo tanto, e l niño expresa en form a indirecta la
agresión original contra el padre y laconciencia se origina d e la supresión de
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 557

un im pulso agresiva Dice Freud q u e ambas respuestas son exactas y que no


son incom patibles entre su Y evoca de nueves como prueba, el parricidio
primevo. '
D el mismo modo -^dice Freud— que el sentim iento de culpa es, con
frecuencia; inconsciente en los individuos, lo es en la sociedad; no se perciben
las fuentes. “La ansiedad [m iedo] d e l super-egd y la necesidad del castigo son
una m anifestación instintiva d e p arte del ego q u e se h a convertido e n maso-
quista bajo la influencia .del super-ego sádico, es decir, que ha puesto en
actuación dentro de sí a u n a parte del instinto d e destrucción, al servicio
de u n a unión erótica con el super-ego.” El problem a clínico básico que Freud
está tratan d o d e explicar, es el de por qué y bajo qué circunstancias se vuelve
hacia d entro la agresión.
“Los fines del individuo y los d e la sociedad no ccJnciden; $e produce
continuam ente en el individuo un intercam bio entre las tendencias egoístas y
las altruistas.” “La sociedad, lo m ismo que el individuo, tiene su super-ego.
Este super-ego se basa en la impresión que dejan tras sí las grandes personali­
dades.” “En varias crisis d e la historia se h a hecho sentir ese super-ego en
forma d e ética, que es siem pretm esfuerzo terapéutico dirigido contra la agre*
sividad del hom bre.” D el m ismo m odo adm ite Freud la posibilidad d e neuro­
sos raciales. El futuro d e la cultura depende d e “cóm o logre la sociedad
dom inar el desorden causado por el instinto hum ano d e agresión y a u to
destrucción”.
EXAMEN DE LA PSIQOLjOGÍA SOCIAL DE FREÜD

T rajo Freud al estudio d e las neurosis varios principios originales que eran
enteram ente nuevos en la psicología. Fueron éstos: u n principio teleología^
que significaba, 'e n realidad, que había alguna finalidad en las neurosis; un
punto d e vista genético, d e desarrollo u ontogénico; u n concepto de moción
psicológica, dinámica; y u n principio de continuidad en la personalidad que
sólo podía ser descubierto si se am pliaba la serie d e los datos tomados en con­
sideración hasta incluir en ellos la experiencia to tal del individuo. C on ayuda
de esos principios introdujo Freud una nueva técnica basada en el estudio del
individuo. Los procesos m entales hallados en las neurosis y especialm ente en
aquellas que afectan a la suerte qu e corren lo6 im pulsos o necesidades cuya
satisfacción se frustra, se h an de encontrar en los fenómenos m entales d el
hom bre primitivo.40 Sin embargo, por muy originales q u e fuesen todas esas
10 En la exposición siguiente se incluyen diversas criticas de la sociología psicoanalítica
que fueron indicadas, originalmente, por Erich Fromm en su obra: “Die Entwicldung des
Qiristusdogtnas” Imago (1930), y por Wilhelxn Reich en su Der Einbruck der Sexualmoral
(Berlín, 1932).
358 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

orientaciones, Freud las manejaba de acuerdo con la m oda científica que pre­
dom inaba en su época. Así, el punto de vista ontogénico estaba profusamente
teñido de biología evolucionista de Haeckel; formaba parte d e la atmósfera
científica de fines del siglo xix y continuó influyendo, d u rante largo tiempo,
en la teoría psicoanalítica. Resultado de ello fué un claro prejuicio biológico de
tin te evolucionista qu e le llevó a despreciar lo que llam am os hoy orientación
sociológica. E ste punto de vista h a continuado influyendo en Freud en el
curso de toda su obra. El principal de los resultados obtenidos por Freud
h a sido el establecim iento de unidades definidas de experiencia, cuya conti­
nuidad podemos seguir. Esa unidad era el “instinto”, que estaba orientado
biológicamente.
Así, pues, la teoría de los instintos fué, en gran parte, el resultado de la'
orientación biológica y se la trató, en consecuencia, de acuerdo con las teorías
biológicas predom inantes. Por otra parte, el m aterial clínico sobre el que po­
d ía trabajar Freud conducía fácilm ente a ese fin. Por últim o, había allí un
conjunto d e fenóm enos que hacían aparecer como m uy probable el aserto
d e que el desarrollo “instintivo” del hom bre, y en espacial los “instintos1’
sexuales, ofrecen cierta regularidad, hecho qu e justificaba el uso de los prin­
cipios evolucionistas. Esta regularidad de la ontogenia se interpretaba como
u n a repetición de las pautas filogénicas.
El éxito d e sus trabajos sobre la ontogenia —en el sentido de la verificaba
lidad de las constelaciones en cuestión— llevó decididam ente a Freud al estu­
dio de los “instintos” y de sus vicisitudes como la m ejor guía para estudiar la
continuidad d e la personalidad. El prim er principio dinám ico fué el de la re­
presión, qué e n su aplicación práctica no significa sino que cuando ño se satis­
face un determ inado “ instinto”, los fenómenos que ocupan su lugar se
relacionan, en cierto modo, con el im pulso reprim ido que, como consecuencia
de ello, no es ya perceptible. C uando puso en relación la teoría ontogénica y
la d e la represión, obtuvo Freud una explicación adecuada de u n a gran varie­
d ad-de fenóm enos psicopatológicos. Pea* ejemplo, si una m ujer aquejada del
sfntoma histérico de la frigidez, sueña continuam ente en comer, esos sueños
son, en esencia, fantasías sexuales que derivan su carácter sexual de la onto­
genia del “instinto” sexual. La verdad o falsedad de ese aserto no puede ser
aquilatada por su conform idad con las convenciones del sentido común.
La orientación de Freud, considerada desde el punto d e vista sociológico,
era muy ambigua, y el esquema biológico jam ás llegó a integrarse completa­
m ente con ella. Freud reconoció, en parte, la im portancia de la presión del
m edio en la producción de las represiones; pero atribuía esas presiones del me­
d io a unas pocas situaciones sociales, haciendo derivar la m ayoría de las
represiones d e fuentes orgánicas o filogénicas. Las más notables de éstas eran
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 359

el grupo de interacciones entre el individuo y la sociedad que produdan la


constelación llam ada complejo de Edipo. Significaba éste, meramente, en esen­
cia, que el interés sexual d e l n iñ o se enfoca sobre e l progenitor del sexo
opuesto, finalidad destinada, inevitablem ente, al fracaso, l a persistencia d e
esa finalidad en el inconsciente, engendraba u n sentim iento d e hostilidad
h a d a el progenitor del mismo sexo y un sentim iento concurrente de culpabi­
lidad. En el individuo norm al se involucionaba, pero persistía en el neurótico
y podía ser identificado en sus sueños y fantasías. A esto consideraba Freud
como el complejo nuclear de todas las neurosis.
El hecho de que ese com plejo puede ser identificado tanto en los indivi­
duos como en los cuentos y leyendas populares de u n a exténsa variedad de
culturas, suministró a Freud su prim er indicio; tendía u n puente entre el in d i'
viduoy la sociedad. En la neurosis desempeñaba el papel de situación traum áti­
ca universal, daba oportunidad a la detención del desarrollo y abna así el
cam ino p ara la adaptación regresiva. AI contestar a l interrogante de cóm o
llega ese factor traum ático a adquirir tanta im portancia para el individuo d e
nuestra cultura, usó Freud de ciertos métodos, suposiciones y tipos de prueba,
que fueron subsiguientemente aprovechados por Th- Reik y Roheim. Ese m é­
todo y sus conclusiones fueron severam ente criticados por antropólogos como
Kroeber y Goldenweiser, y por analistas como Fromm y Reieh.
Como h a hecho notar From m ,11 Freud utilizó en prim er térm ino el razo*
nam iento analógico. Buscó el establecim iento de analogías entre “ primitivos”
y "neuróticos”. En esencia, podemos suscribir, rateram ente, la crítica de
Fromm. Sin embargo, los errores n o parecen haber sufrido de la analogía entre*
el individuo y el grupo, sino de la insistencia con que e l individuo hereda cier­
tas disposiciones psíquicas y está dominado por repeticiones^ filogénicas. A
mayor abundam iento, Freud se veía estim ulado a seguir ese procedim iento
por la actitud de los antropólogos de la época que trabajaban desde un p u n to
de vista más o menos evolucionista y cuyo6 datos y m étodos no discutía aquél.
Esperaba encontrar que ciertos procesos psíquicos q u e eran “conscientes” en
el hom bre primitivo, eran “inconscientes” en el neurótico contem poráneo y
em plear esa circunstancia como prueba d e l origen filogénico d e la represión.
Llegaba así a la conclusión de que en la cultura prim itiva la lucha contra el
incesto es consciente y que podían observarse una gran cantidad de complica­
das y fácilm ente perceptibles defensas contra el mismo.
Si Freud se hubiese detenido en este punto del paralelismo filogénico-

11 Fromm, “Die Entwicklung des Christusdogmas”, ¡mago (1930), pp. 366-367. {Hay
traducción «panela en Historias clínicas, n.]
360 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

ontogénico, no se habría visto afectado seriamente el conjunto del procedi­


miento; pero se vio obligado a trazar otro paralelo, im puesto tam bién por el
punto de vista evolucionista, el de que el complejo de Edipo no era sólo el fe­
nómeno nuclear de la neurosis, sino el complejo nuclear en torno del cual
estaban dispuestos concéntricam ente todos los demás factores de la organiza­
ción social y d e la cultura» Esta proposición dió carácter definitivo a la analo­
gía; los procesos en el individuo y los procesos en la sociedad eran semejantes,
m ás aún, idénticos. El individuo tiene u n complejo de Edipo, la sociedad lo
tiene tam bién, y lo más probable es que éste se base en algún hecho ocurrido
en el pasado rem oto de la especie, lo mismo que en la historia del individuo.
Es evidente que Freud se proponía llenar los requisitos d e una teoría de reca­
pitulación y no deducía su conclusión de los hechos; y com o quiera que no se
disponía de hechos, se inventó u n “m ito científico” — así calificado por el
propio Freud— para satisfacer la necesidad.
La fuente m ás probable de la dificultad parece estribar en la falta de
claridad acerca de lo que es el complejo de Edipo en el individuo, la imposibi­
lidad de distinguir entre las influencias sociológicas y biológicas que contribu­
yen a form arlo y el intento de m antenerlo como “complejo”, condición que
facilitaba su consideración como constelación irreductible. Rechazó Freud el
concepto m ístico de Jung de un “inconsciente racial”; pero, dado el uso prác­
tico que hizo del complejo de Edipo e n su sociología, es difícil evitar la impre­
sión de que n o se aleja m ucho de la idea jungiana* Cree F re u d 12 q u e “ciertos
rasgos del totem ism o se reproducen como una expresión negativa en las fobias
animales de los niños”. Este aserto afirm a claram ente la teoría de recapitula­
ción y hace innecesario tratar directam ente el problema d e cómo se efectuó la
transmisión a través de las edades.
Para la sociología, la consecuencia más grave de esta teoría fué, tai vez, lo
lim itado del uso que perm itía hacer d e los datos procedentes de la antropolo­
gía. Como quiera que el nuclear com plejo de Edipo se basa en una disposición
hereditaria, todos los dem ás rasgos d e la cultura, no relacionados con el com­
plejo de Edipo, eran accidentales, adventicios y, en consecuencia, sin interés.
La teoría no sum inistra ningún procedim iento para estudiar las diferencias ma­
nifiestas entre las culturas prim itivas y no hay lugar en ella para considerar la
influencia de las realidades externas y d e las penalidades a las que vivía
sometido u n grupo sobre las instituciones de éste. Este tip o de razonamiento
era común en tre los antropólogos evolucionistas, que consideraban qu e el úni­
co aspecto m erecedor d e atención e ra el descubrim iento d el origen de una
institución.
12 Freud, The ProbUm o¡ A nxiety (Tr. ingL de H. A. Bunker; Nueva York, J9J5), p. 40;
Collected Papers, vol. ni; The History o/ an lnfcntüe Neurosis (Londres, 1924), pp. 577-578.
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 361

El uso d e esa teoría d e recapitulación condujo a otra seria desventaja


en forma d e un supuesto no com probado sobre el cual llam ó la atención
Fromm.13 Las conclusiones a que llegó Freud, derivaban del estudio de indivi-
dúos pertenecientes a nuestra propia cultura y no eran, por lo tanto, necesa­
riam ente válidas para la naturaleza hum ana en general» En otras palabras:
Freud estudiaba a individuos que eran productos de u n a cultura específica; no
observaba la “naturaleza hum ana”, sino las influencias ejercidas sobre ella por
u n conjunto m uy específico d e instituciones.
A unque Freud empleaba ese supuesto debido a que encajaba conveniente­
m ente con sus otras premisas, n o lo inventó. Era, en realidad, uno d e los
productos d e la escuela evolucionista de la antropología y estaba contenido en
m uchas d e las fuentes de que Freud hacía uso, especialm ente en Frazen Gomo
quiera que la naturaleza hum ana era la misma en todas partes y la sociedad
“evoluciona” de una etapa a otra, los datos de la antropología podían ser
empleados com o pruebas de supervivencia y se podía obtener u n cuadro del
total espigando las diversas partes en culturas diferentes. Freud seguía los m e­
jores precedentes de la ¿poca. Partiendo de la base d e que no discutía esos
supuestos d e la escuela evolucionista, era perfectam ente natural que conside­
rase el com plejo de Edipo como u n a supervivencia y n o como el resultado
producido sobre la naturaleza hum ana por un haz especial d e condiciones
sociales, resultado muy difundido* sin duda alguna, e n el patrón básico.14*
E lsupuesto de la existencia prim eva de una situación d e Edipo en el rem oto
pasado, el m ito de la horda primigenia y del “parricidio primevo” eran* p o r
lo tanto, inevitables. El apoyo de esas tes» había de proceder de una serie d e
datos cuidadosam ente seleccionados, para que se ajustasen a la tecnia. Com o
consecuencia d e ello, la sociología psicoanalítica, al proceder en respuesta a
las diferentes necesidades y orientaciones teóricas diversas, apoyó con u n a
“ prueba” psicológica los errores d e la escuela evolucionista de la. sociología.
A unque el esfuerzo freudiano atizó el fuego al introducir en la sociología el
concepto de “fijación”, al elevar a las defensas contra el incesto a la categoría
d e primer m otor de la cultura y al respaldar el argum ento con u n mito sinté­
tico acerca d e la horda ciclópea que fue considerado com o un hecho histórico,
los primeros errores se cometieron m ucho antes de Freud. Los expedientes bio­
lógicos y sociológicos que Freud usaba eran básicam ente deficientes.
Si reconocemos esos errores basados en la hipótesis evolucionista, podemos
com prender fácilm ente otros que se deslizan como consecuencia de la teoría
13 E. Fromm, "Über Methode und Aufgabe einer Analytischen Sozialpsychologie”, Zeits~
chrift jür Sozialforschung, i (1932), núms. 1-2, 33-38.
14 Véase también, Fromm, Autorítat und Familie (París, 1936), p. 89; y W. Reich,
Der EínbmcFi der SexuaJmorai (Berlín, 1932), pp. 105-112.
362 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

de los instintos. Dos de ellos son sobresalientes; el uso del concepto de repre­
sión y el uso del “ instinto” (Trieb) como unidad de experiencia; ambos fra­
casaron al ser aplicados a los problem as sociológicos por más que se haya
demostrado am pliam ente su utilidad en la psicología individual. El uso de
esc® dos conceptos constituye otro ejem plo de la equivocación del paralelismo
entre filogenia y ontogenia.
Fréud, T h. Reik y Roheim dieron por hecho que las represiones recaen
siempre en el m ismo lugar en todas las culturas. La única prueba que concu­
rre en apoyo de esa idea es la universalidad de los tabús d e incesto, conside­
rando a éstos com o un concepto general contra la unión sexual con padres y
hermanos. En prim er lugar: ¿qué es lo que queremos significar con la palabra
represión y íjQÚ es lo que incluimos dentro del concepto de “tabú de in­
cesto”?
La represión es una función del individuo; los grupos n o pueden reprimir
nada, aunque todos los individuos d e u n determ inado grupo puedan estar
sometidos a las mismas presiones y sanciones capaces de obligar a cada uno de
ellos a abandonar ciertos .aspectos de los impulsos “instintivos’1, que, sin
embargo, no pueden ser enteram ente destruidos. Por consiguiente, al estudiar
la sociedady debe hacerse m ayor hincapié sobre aquellas fuerzas ocultas en las
instituciones que obligan al individuo a reprim ir u n im pulso dado y a aquellas
tendencias o condiciones d el individuo que le hacen ceder a esas presiones
contenidas en las instituciones ó derivadas de las mismas. Sin embargo, si se
contestar a esta pregunta adm itiendo por adelantado que todas las represiones
proceden de u n a constelación filogénicamente determ inada, las instituciones
n o crean las fuerzas de represión, sino q u e son las represiones la causa de las
instituciones. En este caso, las instituciones son puram ente adventicias y todos
los problemas d e cultura pueden resolverse proyectando la situación psi­
cológica corriente que nos encontram os en nuestra cultura sobre el pasado
remoto.
Podemos som eter a comprobación esta teoría m ediante u n ejemplo tomado
d e Roheim.15 En su ensayo sobre A ustralasia, presenta Roheim pruebas para
acreditar que u n m uchachito indígena tenía un complejo d e Edipo. Pero las
condiciones especiales de la vida del niño, la organización social en que vive,
su histeria» las instituciones y costum bres económicas del grupo, no tienen
influencia sobre el complejo d e Edipo d é l muchacho. Es indudable que si el
complejo está filogénicamente determ inado, no la tienen. La influencia de ése
supuesto sobre la técnica, consiste en q u e da por hecho lo q u e estamos tratan-16

16 Géza Roheim, Australasian Nnmber, International Journal of P$ychoanalysis> vol. xm


(1932), núms. 1-2, pp. 23-37.
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 363

do de probar y prescinde de todos los motivos posibles de estudiar las institu­


ciones. E l m otivo d e la represión en el individuo d e nuestra cultura no nos
facilita ningún indicio acerca d e las fuerzas o motivos que ponen en m ovi­
miento a la institución. La institución no es sino u n a parte del medip- que
rodea al individuo y al cual debe acomodarse. Esas instituciones son resultados
finales d e conflictos instintivos o sociales establecidos por la necesidad* la
fuerza o la conveniencia; su origen es» en gran parte» m ateria d e conjetura,
porque n o es posible reconstrucción alguna sin ayuda de la historia. La teoría
del parricidio primevo no puede sustituir a esa historia perdida. La estructura,
el ritm o y el orden de represión en el individuo dependen* de las fuerzas
culturales. Esas fuerzas son distintas en las diferentes culturas. El individuo
es un ser finito y form a una u nidad orgánica con u n curso ontogénico fijo; el
grupo n o tiene esa unidad orgánica ni esa ontogenia; no tiene principio n i fin.
La institución y. la represión son influencias recíprocas y no pueden» por lo
tanto» ser consideradas como idénticas» incluso aunque se originan de la mis­
ma fuente. La institución crea una fuerza, la represión es un síntoma d e su
actuación.
El concepto de “ tabú de incesto” es en conjunto dem asiado vago y m ultí-
voco. ¿Significa el “ tabú de incesto” la unión sexual con un objeto, o el m atri­
monio? ¿Está perm itido di u n o y es el otro tabú? ¿Se extiende el tabú a los
identificados con los padres o los hermanos? Sí, se extiende. Y esta circuns­
tancia varía según los diferentes sistemas de parentesco.16 ¿Está el tab ú de
objeto asociado con la prohibición o el fomento d e la finalidad sexual en la
niñez? ¿Se perm iten a los individuos las actividades sexuales normales de la ni­
ñez o les están prohibidas tam bién fuera de los objetos tabús? Todas estas
variantes que nos encontram os en la sociedad prim itiva producen efectos
diferentes sobre el individuo y surgen de tipos diferentes de instituciones. Los
únicos d e tipo universal que se encuentran son el tabú madre-hijo, tan to de
objeto com o de finalidad. E l efecto de este tabú sobre el individuo depen­
de de q u e se perm itan o no las dem ás actividades sexuales. Freud, Reik y
Roheim n o toman en cuenta esta variabilidad. En la sociedad de las islas M ar­
quesas vimos el ejemplo de u n caso en el que la satisfacción sexual del niño
es abundante, pero donde faltan la ternura y el cariño m aternales. El resul­
tado sobre el folklore era notable.
La aplicación de la teoría del instinto a la sociología produjo consecuencias
de un orden diferente; demostró claram ente las dificultades originadas por el
trasplante d e las ideas de Haeckel a la psicología y a la sociología. En esa teo-

1 * V id . B. W. Aginsky, Kinship Sysccnw and the Forms o f Marriage, American Antropoló­


gica! Association, Memoirs, n* 15 (1935).
364 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

ría, los conceptos básicos se fundaban en el carácter del desarrollo ontogénico


de los instintos sexuales, en los impulsos parciales y en las etapas carácterísti*
cas de los mismos, oral, anal, fálica y genital. La sum a total d e ese desarrollo
se incluía bajo el epígrafe general de “ teoría de la libido”. Se encontraba,
además, el im portante anexo contenido en el concepto de “narcisismo”. Esos
conceptos se derivaban del estudio de la ontogenia del individuo. Las obser­
vaciones sobre las cuales se basaba la teoría de la libido son fáciles de compro*
bar y son hoy tan verdaderas como cuando Freud las señaló por primera vez.
La teoría d e la libido constituyó un m edio de coordinar esas observaciones
para form ar con ellas un todo intencional y consistente bajo u n esquema bio­
lógico. La cuestión estriba, por lo tanto* en determ inar si esta teoría trata o no
de todos los hechos asociados y no de si las observaciones sobre las que se fun­
da son constantes y comprobables. Sin embargo, por m uy ú til que fuese tal
teoría para explicar ciertos fenómenos estables del individuo^ su aplicación a
la sociología dio lugar a una gran confusión. Debe hacerse n o tar que el propio
Freud hizo u n uso m uy parco de esos conceptos de la teoría d e la libido en su
sociología; varios de sus continuadores los explotaron más extensam ente.
En esencia, esa aplicación a la sociología fue preconizada partiendo d e un
punto d e vista evolucionista basado en el paralelismo con la ontogenia. Pero
el plan ontogénico se refería sólo a un pequeño sector del individuo: a su
desarrollo sexual, descrito con arregio a l predominio de las zonas erógenas.
Apenas se tocó el desarrollo del ego, lo q u e resultó ser una omisión grave. El
prem aturo m iento d e Férenczi d e estudiar la ontogenia del ego en su obra
T lie Ontogénesis o f th e Sense o f Reality, quedó eclipsado por el concepto del
narcisismo, aunque Freud se daba perfecta cuenta d e que ese estudio d el ego
constituía u n a elem entonecésaria de la teoría de la libido. “Sabemos, dice,17
que la plena comprensióp de cualquier predisposición neurótica partiendo
d el punto d e vista del desarrollo^ nunca es completa sin tener en cuenta no
sólo la etapa de desarrollo de la libido en la cual ocurre la fijación, sino
también la etapa de desarrollo del eg a N uestro interés se ha lim itado al des­
arrollo d e la libido y, en consecuencia, n o nos facilita toda la información
que teníamos derecho a esperar.” Se refiere a continuación a la labor de Fe­
renczi sobre el desarrollo del sentido de la realidad. Freud se daba perfecta
cuenta de los peligros d e utilizar únicam ente el aspecto sexual del desarrollo.
A mayor abundam iento, había percibido ya en 1913 los indicios para comple­
m entar ese conocim iento. Sin embargo;, ño veía que la inclusión del desarrollo
d el ego hubiera de hacer necesario rem odelar toda la teoría de la libido. De

17 Freud, Coüected Paperst vol. n: The Predisposition to Ohsessiorud Neurosis (Londres,


1913), p 131.
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 365

todas form as, el resultado n eto del em pleo de la teoría de la libido en sociokv
gía consistió en q u e determ inadas fases de la cultura prim itiva 'hubieron de
atribuirse a l narcisismo, y otras a componentes orales, anales, fálicos y sádicos.
En esa form a se form uló una ecuación entre el animismo y el narcisismo.18 Se
tropezó con dificultades aún mayores al intentar llegar a la fórm ula libidinosa
que se suponía que cada cu ltu ra había de tener. La c u ltu ra egipcia era, en
consecuencia, “fálica” (Roheim ), la m oderna sociedad burguesa era, por mu­
tuo consenso, “sádico-anal” ; la religión se convirtió en u n a “ neurosis compul­
siva del grupo” (Reilc).
Consideremos por un m om ento, con la esperanza de obtener algún conoci­
miento m levo oculto en esa afirm ación, una cultura cuya “fórm ula libidinosa”
se basa en el erotism o anal. ¿Qué es el erotismo anal y cuáles son las caracte­
rísticas d e la sociedad m oderna que se supone derivados d e esa fuente? Con
respecto al prim er interregante nos hallam os inm ediatam ente en plena confu­
sión. El erotismo anal es el placer asociado con la zona anal. Pero esta zona
tiene tam bién una función útil; es el órgano de la evacuación. Las funciones
expulsólas y retentivas de esa zona (Abraham* A lexander) pueden ser usadas
para expresar actitudes del ego. N adie puede negar que la zona anal puede
convertirse en zona erógena. ¿Cuál d e esos aspectos es instrum ental en !a for­
mación del llam ado carácter anal: la actitud del ego o el elem ento d e placer?
Freud señaló en 1908 que los rasgos q u e constituían ese carácter eran el orden,
la tacañería y la obstinación; pero nunca se ha descrito la forma en que esos
rasgos d e carácter se derivan del erotism o—el órgano d e placer—. Es muy
notable el hecho d e que no parezca existir relación lógica alguna entre los
diversos rasgos. N o puede com prenderse que el ser ordenado constituya una
formación de reacción contra el placer asodado con la actividad anal como
placer orgánico (OrgardustJ. N o existe disdplina alguna, conocida del hom­
bre^ que im pida o pueda im pedir este placer, si existe. La actividad no pue­
de ser detenida y el placer, si lo hay, es un factor en el que la sociedad no puede
tener ningún interés. ¿Por q u é habría de ser destruido el erotism o si están esta­
blecidas las condiciones de lugar, tiem po o afecto asociados con su ejercido?
La form ación de reaedón n o se dirige, pues, necesariam ente contra el placer.
Pero si introducim os un factor sodológíco, su significado se aclara. El control
de esfínteres tiene una finalidad socialmente útil: la limpieza. No necesitamos
plantear la cuestión de por qué es así. Se enseña a lo6 niños m ediante una
disdplina severa y va asociada con él la idea d e que debe practicarse en un
lugar determ inado (y, quizás, en tiem po y tam bién determ inada cantidad)
con el fin de obtener un objetivo que el niño no apreda todavía. Por lo tanto,

18 G , Roheim, Animum, Magic, and the Divine King. (Nueva York, 1930), p, vi.
366 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

el orden deja de ser una form ación reactiva contra u n erotismo y se con­
vierte en u n acatam iento completo de una demanda o disciplina paterna o
social. La obstinación es una actitud refractaria ante la misma dem anda. U na
vez establecidas tales condiciones, con o sin la aquiescencia del niño, puede
quedar im plicado el elemento de placer. Existen tipos d e disciplina anal que
tienden a realzar el valor erótico d e la zona anal; el uso frecuente de ene­
mas y la observación de la cantidad de heces fecales com o indicio general de
la salud, hace que sea esta zona el lugar merced al cual se da cuenta el niño
del cuidado y atención de los padres. Por otra parte, si la tacañería se relacio­
n a en alguna forma con la actividad anal, deriva de las funciones retentivas.
Pero existe u n a gran diversidad en el núm ero de cosas que pueden ser “rete­
nidas” de esa m anera; puede ser agresión o puede ser alim ento; la retención
representa, por lo tanto, una ansiedad de perder algo valioso. T oda una serie
interm inable de ideas y sentimientos pueden expresarse m ediante la retención
sin recurrir a l erotismo.
Con la introducción del concepto de “reacción a la disciplina” para definir
la actitud d el -ego, disponemos d e una idea que puede usarse tanto en el
estudio del individuo como en el d e la sociedad.10 Pea- lo que respecta a la
sociología, nos provee de una unidad de comparación, m ediante la cual pode­
mos contestar a las preguntas de ¿qué disciplinas im pone una sociedad deter­
minada?, ¿cómo las impone? y ¿qué efectos producen sobre el. individuo?. La
disciplina interfiere siempre con las adaptaciones previam ente existentes y
disminuye la independencia del individuo. Este puede reaccionar ante esa
imposición en varias formas; puede, por ejemplo, adoptar una actitud definida
d el ego, tal como el desafío o el acatam iento. La disciplina puede producir
tam bién efectos diversos sobre los órganos del individuo si está dirigida hacia
la actividad d el órgano. Canaliza, igualm ente, la disciplina nuevos tipos de
gratificación para el individuo, pero éstos son resultado de elaboraciones
secundarias, como por ejemplo, los azotes como pauta erótica. Estas considera-
ciernes separan los dos problemas: e l d e las fuerzas y presiones a que está sujeto
el individuo m ediante las instituciones, lo que constituye un problem a socio­
lógico; y el efecto de esas disciplinas sobre el individuo^ al m odificar sus tipos
d e reacción, q u e constituye un problem a individual.
En otras palabras: 1$ teoría de la libido fué inútil com o instrum ento para
la sociología, porque aspiraba a caracterizar las fuerzas sociales refiriéndolas a
u n a fuente som ática de placer del individuo y no podía, por lo tanto, consti­
tu ir una base para la comparación d e instituciones. El problem a no estriba,
En la clínica práctica supone naturalm ente una gran diferencia que se interpreten los
fenómenos anales desde el punto de vista de una zona erógena o de una reacción, de acata­
miento o de rebeldía ante la disciplina.
LA PSICOLOGIA SOCIAL D E FREUD 367

pues, en la verdad o falsedad de la teoría de la libido; sino en si los datos que


trata de tom ar en consideración pueden ser comprobados, tan to en el indivi­
duo como en la sociedad, m ediante las ideas sum inistradas por la teona de la
libido. La respuesta es categóricam ente negativa*
U n aspecto final del procedim iento sociológico de Freud, Reik y Roheim,
es la explicación de ciertas crisis q u e se producen en los asuntos humanos,
atribuyéndolas a la recurrencia autóctona de u n sentido d e culpabilidad. Es
ésta, naturalm ente, una parte de la teoría del pam cidio prim evo. Constituye
una hipótesis m ística que no es convertible en técnica sociológica.
Todas las dificultades que hemos revisado hasta ahora en la psicología
social d e Freud proceden d e su orientación evolucionista y de la teoría de la
libido, que era la réplica ontogénica d e la filogenia.
En su obra Psicología d e las masas realiza u n intento triáis deliberado de
estudiar, con ayüda de la teoría de la libido, las relaciones de los individuos
dentro de los' grupos.
En prim er lugar, los “grupos* de que habla Freud en dicho libro no Son pro­
totipos de la sociedad en su conjunto. T anto el ejército como la iglesia son
jerarquías no fam iliares. Son organizaciones que existen d en tro de una socie­
dad m ás am plia y están integradas exclusivam ente por hom bres. Las mujeres
que pertenecen a la iglesia están excluidas de la sociedad en concepto de
objetos sexuales. Tales grupos sólo pueden existir dentro de una sociedad más
amplia y las conclusiones que de ellos se deduzcan no representan a las fuer­
zas que actúan en una sociedad en la cual la subsistencia, la satisfacción
sexual, el cuidado de los jóvenes, etc., desempeñan un papel tan principal.
Esa circunstancia no les priva del derecho a ser consideradas como tipos de
orden social. La cuestión estriba únicam ente en si sus dinám icas son típicas
de la sociedad en su conjunto.20
El ejército y la iglesia no se ocupan de problemas d e subsistencia y las
rivalidades sexuales no form an parte d e la vida del soldado con sus colegas.
La relación de los soldados, con su jefe sólo puede ser tom ada como prototipo
de unos cuantos tipos de relación social, incluso aunque se esté de atuerdo
con lo que Freud dice acerca de ella. Debemos puntualizar, en este momento,
que la palabra “ libido” no'puede describir plenamente todos los procesos que
se desarrollan entre el soldado y el jefe. La “libido” no describe la actitud de
dependencia ni tampoco las expectativas que acompañan a ese “amor” que los
liga. Esas expectativas no son evidentem ente de carácter sexual. Si decimos
que está “desexualizado”, no se definen todavía las actitudes y expectativas

20 Vid, también Fromm, Autoritdt a n d Famüie (París, 1936), pp. 77-80.


368 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

de esa dependencia que puede significar protección, alim ento, albergue y hasta
botín.
Las reflexiones contenidas en el libro d e Freud Psicología de las masas
acerca de la horda primeva no son más útiles de lo que eran en Tótem y u¡bú,
y es difícil percibir cómo puede ser empleada la dinám ica de una sociedad
hipotética p ara comprobar los datos relativos a una sociedad real, partiendo
de la base d e que aquélla es, según las propias palabras d e Freud (p. 112 d e
la ed. inglesa), u n “mito científico”.
Pero en esta segunda obra sociológica hay otra fuente más im portante de
confusión derivada del uso de ciertas palabras para describir hechos clínicos.
Plantea otra vez la cuestión que encontrábam os anteriorm ente en la relación
entre las construcciones y la experiencia directa y la d e si aquéllas describen
realm ente esta últim a. Señalemos la siguiente afirm ación (p. 60 de la ed. in­
glesa): “A l m iaño tiempo que su identificación con e l padre, comenzó a
desarrollar el niño una verdadera catexis de objeto hacia la m adre, de tipo
anaclítico” (A nlehnungstypus). Esta afirmación define u n a complicada serie
de actitudes expresada en el lenguaje de las construcciones. Analicémoslas y
tratemos, si es posible, de trasladarlas a la experiencia directa. La palabra
Besetzung, traducida como “catexis”, es un térm ino descriptivo* desde el pun­
to de vista del observador, del “am or” del niño por su m adre; pero la palabra
“catexis” define tanto la dirección com o la carga de energía. V a del sujeto a l
objeto. N o es la forma de la experiencia directa; es sólo u n a forma d e expre­
sión. A hora bien, una “catexis de objeto de tipo anaclítico” no describe exac­
tam ente fo q u e quiere decir- A l decir un objeto “anaclítico” quiere significar
Freud un objeto dél cual depende el sujeto, es decir, un objeto del cual espera
el sujeto que actúe como m ediador para todas las dificultades del mundo
exterior. Así, pues, lo que realm ente quiere decir Freud es que el sujeto se
encuentra en u n a actitud sexual y d e dependencia con respecto d el mismo
objeto. La actitu d hacia el padre es, pues, en términos d e experiencia directa,
de dependencia y hostilidad. N o hem os encontrado m ucho que merezca ser
mencionado en la bibliografía psicoanalítica acerca de la dependencia como
actitud^ del ego, aunque hemos descubierto que se ocultaba en la fórmula
“elección del objeto anadítico”, ¿Q ué tenemos entonces en el complejo de
Edipo? T raem os un amor sexual desarrollado hacia un objeto del cual depen­
de el niño. ¿Tienen esas dos actitudes, amor y dependencia, una fuente bioló­
gica com ún o, sea o no biológica dicha fuente, tienen algo que ver en su
m odelado factores sociológicos? La contestación a esa pregunta debe proceder
de la comprobación clínica y no d e la conjetura. La única manera de probar
ese punto consiste en observar sociedades donde las actitudes de dependencia ..
y sexuales n o tienen la oportunidad d e estar concentradas sobre el mismo
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 569

objeto. Esas sociedades existen. En las d e las islas Trobriand y M arquesas nos
encontram os con é so s tipos d e organización social. En la cu ltu ra de las islas
M arquesas nos encontram os con que las actitudes de dependencia están divoc-
ciadas d e las eróticas por las condiciones sociales, y a que el niño goza e n esa
sociedad de todas las oportunidades para asum ir actitudes sexuales hacia todos
los objetos, aparte d e su m adre, que es siem pre inaccesible incluso en esa
cultura. Pero esa afirm ación sólo podría dem ostrarse estudiando a l individuo
d e dichas sociedades con el mismo criterio que empleamos en nuestra propia
cultura.
Vemos, por lo tanto, que la fórm ula “objeto d e amor de tipaíanachtieo^
trata de describir u n a situación complicada desde el punto d e vista de lo que
ocurre a l “instinto” y en el lenguaje d e éste, y u n “instinto” tiene una fináis
dad y un objeto. N o es m eram ente u n a cuestión d e lenguaje; esa definición
n o describe la relación de dependencia.
Tomamos en consideración la idea básica de la “libido” qu e em plea Freud
como la unidad a través de la cual deben entenderse todos los vínculos soda-
íes. Em plea tres m odalidades principales: i ) el objeto puede ser uno mismo
u otro; 2 ) la libido puede ser “inhibida e n su finalidad”; 3 ) puede ser subli­
m ada. La segundares decir, la libido “ inhibida en su finalidad”, plantea la
cuestión: icómo se “ desexualiza” la libido para surgir en form a d e amistad?
¿Cuál es la facultad del hom bre que desem peña esa función? ¿Es también
una form a de expresión que llena una necesidad verbal, o describe u n proceso
dinámico? ¿Podemos presentar un ejem plo del proceso inverso, d e u n caso en
el que la “libido desexualizada” se convierte en sexualizada? En realidad, soo
innumerables los casos que se presentan en la psicopatología q u e llenan esa
condición. El más notable de entre ellos es el d e la “hom osexualidad incons­
ciente” en el varón. Pero no es esto lo que sostiene la teoría: adopta la posi­
ción de que la a lta tensión en la hom osexualidad inconsciente es de natura­
leza homosexual; está reprim ida y sus manifestaciones ocultas. E n u n sueño
sintomático, se reafirm a. Esta explicación no tiene en consideración el papel
de la “defensa” en la creación de esos fenóm enos ni toma tam poco en cuenta
la dependencia al crear el cambio del objetivo sexual. El concepto de “homo­
sexualidad” se considera como una gratificación sucedánea y no como un tipo
de defensa.
¿Qué importancia tiene todo esto con respecto del problema básico de la
psicología de los grupos planteado por Freud? Es importante comprender
lo que quiere decir Freud cuando se refiere a la relación de los grupos con sus
jefes y a la que m antienen los individuos entre sí. Es importante determinar si
esos conceptos cumplen las condiciones requeridas o si necesitan ser comple­
mentados mediante una comprensión de las actitudes del ego, como la depen­
370 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

dencia, y ver si se les puede utilizar para com prender m ejor los fenómenos
sociales. La “libido desexualizada” es u n concepto que solam ente podríamos
em plear si conociésemos las funciones psíquicas que la desexualizan y pudié­
ramos identificar, específicamente, las expectativas que se ocultan tras ese
cambio* Las expectativas procedentes d e la finalidad de dependencia son muy
distintas de aquellas que proceden del amor sexual. El hecho es que n o sabe-
mos d e ningún agente desexualizador. Sólo nos queda, en consecuencia, una
solución alternativa: investigar todos los posibles factores que se encuentran
concentrados en esa forma en las construcciones de la teoría de la libido.
Procederemos a hacerlo en un a sección posterior.
Q ueda aún o tra cuestión relativa a la psicología del grupo que Freud
planteó en El yo y el ello. [E n la edición española, incluida en el volumen
Psicología de las masas y análisis d e l yo.] Describe F reud en la misma la
ordenación sistem ática dentro de la personalidad.
D icha obra no es inteligible a m enos que tengamos en cuenta unos cuantos
hechos significativos de la historia d e la teoría psicoanalítica. Dicha teoría se
desarrollo en respuesta a necesidades clínicas y su crecim iento fué relativa­
mente lento. Es, por lo tanto, natural d ar por hecho que m uchas ideas em-
pleadas p o r necesidad al principio^ hubieron d e ser rem plazadas por otras
mejores. T ales revisiones eran frecuentes y siguen siéndolo todavía. Pero ocu­
rre con frecuencia que en los escritos posteriores de Freud aparecen retracta­
ciones q u e no especifican qué es lo q u e rem plazan. Es cierto, sin embargo,
que la tem ía d e l instinto continuó siendo la piedra angular d e todo el sistema.
La mayoría de los mecanismos em pleados por Freud para describir la dinám i­
ca deben su origen a las vicisitudes del instinto que fué capaz de trazar.
La división d e la personalidad en ego, id y super-ego, fué producto del
concepto de represión. Freud no sólo adm ite plenam ente ese hecho, sino que
h a puesto en guardia repetidas veces acerca de los peligros d el uso de la repre­
sión com o m edida general para valorar toda la dinám ica. En otras palabras,
la metapsicologia es u n intento dé form ular la dinám ica y la estructura de la
personalidad total partiendo d e lo que puede percibirse a través efe los fenó­
menos d é represión. No fué tan paso arbitrario de Freud, sino que venía
impuesto por la naturaleza de los fenóm enos histéricos en los cuales la repre­
sión desem peña u n papel tan predom inante.
Heme» m encionado unos cuantos párrafos acerca de algunas de las venta­
jas de describir los fenómenos psíquicos en términos de “ instinto”; pero este
procedim iento llevó consigo m uchas desventajas. A l orientarse a base d el ins­
tinto, dejó Freud poco espacio para la actuación de las influencias sociales.
Hemos m encionado ésta en relación con el erotismo anal, como disciplinas
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 371

especificas. Freud considera toda una serie de fenómenos como m an ifestad o


-nes d el erotismo anal y no como reacciones ante la disciplina. ..
E n la m etapskología encontram os u n a d ificultad semejante. Freud h a indi­
cado con suficiente claridad que el super-ego es u n producto d e la disciplina;
sin embargo, cuando trata .de ese concepto, surge el super-ego com o un
com partim ento de la psique, como u n a fu n d ó n psíquica q u e h a cortado su
conexión con el m edio am biente social. Se puede hablar d el super-ego como
d e u n a construcción, pero en la experiencia directa no es sino La manipula**
ción de métodos habituales, estableados por la disciplina, de preservar d o m a
intereses infantiles con respecto de otro individuo o de la sociedad en conjunto.
S i consideramos al super-ego como una fu n d ó n psíquica, tendem os a perder
d e vista el hecho d e que representa u n m étodo habitual y autom ático d e reac­
cionar con respecto d e otros individuos, con el fin de ser am ado o de elu d ir el
castigo. E n este p u n to debe trazarse la distinción entre el super-ego norm al y
el neurótico. (V id . 88).
Se considera al “id” com o el depósito desde e l cual se desarrolla el ego
m ediante su contacto con el mundo exterior. S in embargoy clínicam ente es
difícil identificar el im pulso reprimido, porque se presenta en form a d e una
defensa sistemática y m ezclado con ella. Es difícil determ inarlos. U n ejemplo
clínico podría a d a ta r este punto. Com o consecuencia de u n a determ inada
ocasión provocadora de ansiedad, experim enta u n pariente u n sueño de
“ homosexualidad pasiva”. ¿Cuál es, entonces, el impulso qtíe hay en el “id”?
¿Es la hom osexualidad el im pulso reprim ido o constituye parte de u n a com­
plicada defensa? Es muy grande la diferencia práctica según cuál sea la inter­
pretación que se adopte.
En la metapsicología, como era d e esperar, el “ego” es la parte menos
desarrollada. Pero es éste u n defecto q u e podría remediarse si se dem ostrase
la necesidad Clínica d e él. E n una sección posterior nos ocuparem os d e este
asunto con detalle.
En la obra El fu tu ro de una ilusión se observa un cambio evidente en la
orientación de Freud. Se retracta allí d e m uchas de las deducciones conteni­
das en Tótem y tabú y afirm a que esas opiniones se refieren solam ente al tote­
mismo y no a la religión. D educe Freud, ahora, la última d e las relaciones de
dependencia del h ijo con respecto del progenitor. Sin embargo, no lleva esa
relación hasta su conclusión lógica. Reconociendo plenam ente el im portante
papel d e la incapacidad del niño, no sigue Freud su influencia sobre el acata­
m iento de las disciplinas, sino que continúa considerando las relaciones entre
el niño y el progenitor desde el punto d e vista del objeto y d e la finalidad
sexuales. El niño am a un objeto en el que puede confiar, y es éste, eviden­
tem ente, uno d e los factores principales que concurren en la form ación del
372 PSICOLOGIA Y S O C I O L O G I A

complejo d e Edipo ontogénicamente considerado Se ganaría m ucho separan­


do las necesidades sexuales de apoyo d e la dependencia, incluso aun te­
niendo en cuenta que en nuestra cultura concentran los niños esas actitudes
d e dependencia y sexuales en los padres. De todas m aneras, Freud a p u n ta
decididam ente, £n esa obra, hacia el abandono de la hipótesis evolucionista*
aunque en la forma la m antenga. “Las ideas religiosas”, dice Freud en dicha
obra (p. 34 d e la ed. inglesa), “h an pasado a través d e u n largo proceso d e
evolución y se han detenido en fases diferentes en las diversas culturas.” P o r
otoa parte, reafirm a la teoría d e la recapitulación (pp. 75-79).
En su o tea sociológica posterior se separa Freud del estudio d e las relacio­
nes entre el niño y el padre sobre la base de la dependencia y vuelve a des­
arrollar su teoría sociológica del instinto. Insiste de nuevo en esta obra en q u e
el carácter se deriva de la “absorción de los instintos”. A unque adm ite que n o
es posible explicar ese proceso, reconoce q u e (en el caso de los rasgos de carác­
ter anal) las exigencias culturales tienen algo que ver con sus orígenes*.
Com enta Freud acerca de ese hecho, que las exigencias culturales ejercen
influencia en la creación del carácter, pero hace hincapié sobre la “semejanza
entre el proceso del desarrollo cu ltu ral y el del desarrollo libidinoso d e u n
individuo” (p* 62). Es otra form a d e decir que no tiene gran importancia e l
qu e los padres instruyan, disciplinen, amenacen o recom pensen al niño-
para que acate el control de los esfínteres y que el niño pueda reaccionar
frente a esa disciplina en diferentes formas; pero que lo que es d e gran impor­
tancia es q u e la filogenia y la ontogenia son paralelas, es decir, q u e la
represión d e la anahdad en el individuo es paralela a la represión filogénicsu
Es éste un excelente ejemplo d e la m anera como esa dependencia del parale­
lismo ontogénicofilogénico im pedía a Freud percibir las realidades so cial»
existentes toas los fenómenos que estaba observando desde el punto de vista
d el “instinto”. En el caso de los instintos sexuales, su represión obliga a la.
desexuaiización y de aquí las sublim aciones, identificaciones y amistades.
El interés principal de esta obra estriba en la forma en que tra ta Freud d e
los “instintos agresivos”. A firm a q u e la agresión m utua constituye el obstácu­
lo más poderoso que se opone a la cultura, pero ve en la agresión un instinto
autóctono d e m uerte en oposición a los instintos de vida* Es éste otro de los
casos en los q u e Freud ignora los efectos de las instituciones o de las situacio­
nes de la realidad en el aum ento o dism inución de las hostilidades inrrasocia-
Ies y en los cuales n o expone criterio alguno para diagnosticar las causas d e
lo que aparece fenomenoiógicamente como un aum ento o disminución de la
agresión intrasociaL
Este tratam iento d é la agresión constituye un punto nodal en la sociología
d e Freud en el cual llega la teoría del instinto a su conclusión lógica. Á1 apli­
LA PSICOLOGIA SOCIAL DE FREUD 373

car a los fenómenos d e la agresión una construcción complicada com o es la


del “ instinto”, no se puede eludir el inevitable callejón sin salida creado por
e l choque entre las exigencias lógicas d e u n a-teo ría y los hechos clínicos
persistentes. Partiendo del m arcado carácter especifico d é loa instintos sexua­
les y sus agentes somáticos, presenta Freud los “instintos del ego” com o hipó­
tesis necesaria para explicar la auto-preservación com o su finalidad. L a dico­
tom ía original de ambos quedó resuelta cuando F reud calificó tan to a los
instintos d el ego (q u e nunca fueron descritos n i identificados clínicam ente)
d e manifestaciones de los instintos de la vida (Eros) en contraposición al
instinto de la m uerte.
En 1913, atribuyó F reu d 'a Ferenczi u n intento d e identificar esos instintos
d el ego; lo que Ferenczi estaba: describiendo eran ciertas actitudes y percepcio­
nes d el yo, del m undo exterior y de los objetos, pero en m odo alguno “ins­
tintos”.
Es im portante revisar los datos sobre los cuales basó Freud su teoría d e los
instintos d e m uerte. Son, en prim ar lugar, fenóm enos repetitivos que se ma­
nifiestan en las neurosis traum áticas qu e Freud n o podía conciliar co ti los
principios de placer y que, en consecuencia, colocó “más allá” de ese prin­
cipio; en segundo térm ino, esta el hecho de que cüando se producen interfe­
rencias con la satisfacción de canales fijos de placer, observó persistentes m ani­
festaciones sádicas o agresivas. Dedujo* por lo tan ta, que en la función norm al
d el placer existía una fusión entre los com ponentes eróticos y los agresivos
(o destructivos). La interferencia con el objetivo d el placer, por inhibición o
por fuerza, lleva así a una dispersión de los componentes eróticos y destructi­
vos. Estos hechos clínicos pueden ser fácilm ente comprobados. Pero atribuir
esos fenómenos agresivos o destructivos a la actividad del “instinto de m uer­
te” n o satisfacía m ás que los supuestos biológicos sobre los cuales se basaba
la teoría. Era igualm ente eficaz para desviar ia atención de las fuerzas so­
ciológicas que provocan o acentúan en el hom bre esas tendencias destructo­
ras* E l conflicto entre los instintos de vida y los de muerte sellaba herm é­
ticam ente el destino del individuo frente a las realidades sociales, como había
hecho la teoría del parricidio original contra la influencia de la sujeción del
hom bre a las disciplinas sociales. La combinación de la psicología “instintiva”
y las derivaciones de la estructura del ego de los fenómenos de represión,
desembocó en la necesidad d e designar el lugar del conflicto localizándolo en
los elem entos internos estructurales del aparato psíquico, para dejar, ¿sí,
excluida la influencia de un m undo exterior inhospitalario. En esa forma
el m undo exterior y las dificultades creadas por la organización social queda­
ron exonerados de culpa con el sufrimiento hum ano y se hizo recaer, de
374 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

plano, todo el peso de la culpa sobre los hombros de la necesidad biológica­


m ente determ inada de sufrimiento»
El punto d e vista que implica la teoría d el instinto, está en contradicción
con otra tendencia de Freud que le lleva a incluir a las fuerzas sociales en la
formación d el super-ego y a adm itir que el hombre obedece a la disciplina
como consecuencia d e su desvalim iento y d e su dependencia con respecto d e
sus protectores. Estos últimos conceptos, aunque disim ulados entre el lenguaje
de la metapsicología, ofrecieron u n a nueva clase de datos clínicos identifica-
bles en el estudio de los fenómenos sociales. Sin embargo, la relación entre
los instintos d e m uerte y las condiciones sociales que crean un aum ento del
espíritu de destrucción, no puede comprobarse clínicam ente. Hay que creer,
o bien que el espíritu de destrucción debe ser identificado con fuerzas desata­
das por las realidades externas con las que se enfrenta el hombre, o bien que
no tiene nada que ver con las realidades y está determ inado por un instinto
d e m uerte au tó cto n a La prim era opinión puede ser com probada clínica­
mente^ pero n o así la segunda. La prim era puede establecerse bien m ediante
di estudio de la sociología com parada o bien merced a u n estudio histórico
d é la misma sociedad. La segunda tien e que seguir riendo una cuestión de fe.
Las demás cuestiones que se refieren a la agresión d e l super-ego pueden
reducirse a los efectos d e las disciplinas sociales sobre el individuo indepen­
diente»
E n la exposición de la sociedad d e las islas M arquesas y d e la tanala
hemos intentado, hasta cierto punto, contestar a las cuestiones planteadas por
Freud, tanto respecto a la fuente d e la hostilidad intrasocial o espíritu de des­
trucción, como a la creciente severidad del super-ego. H em os encontrado que
toda referencia a los instintos era innecesaria. Hemos encontrado en las islas
M arquesas actitudes hostiles y m asoquistas, dirigidas co n tra la m ujer, que
frustra más bien los sentim ientos cariñosos que los sexuales. En la cultura
tanala-betsilea, se demostró claram ente que tan to las form as de destrucción
agresivas como las masoquistas (posesión por los espíritus y uso d e la magia
m aléfica) aum entaron cuando se produjo una escasez en las oportunidades d e
subsistencia; con anterioridad a esa época las compensaciones por la supresión
de la agresión eran suficientes para m antener refrenada esa agresión m utua.
U na vez elim inadas esas compensaciones, que revestían la forma d e satisfac­
ciones tangibles, la agresión rom pió sus ligaduras. Esto evita la necesidad de
cualquier hipótesis de instintos autóctonos de m uerte. E n la propia sociedad
betsilea observamos que esas mismas fuerzas crearon un super-ego m ás “seve­
ro” en el sentido de que la necesidad para refrenar la agresión era más fre­
cuente que en tre los tanalas y que la actividad del super-ego se mostraba en
OTRAS APLICACIONES FSICOANALITICAS 375

d aum ento de la creencia en augurios, supersticiones y temores de represalias


y originaba, asimismo, el m iedo al éxito.
Asfr pues, podem os decir de la sociología de Freud que los únicos aspectos
que n o funcionan en lá práctica son aquellos q u e se basan en la teoría del
instinto y losxlerivados del paralelism o entre la filogenia y la ontogenia. Freud
llega casi hasta descartar los últim os en varios puntos-de su sociología, pero
term ina incluyendo, junto con la antigua, u n a nueva orientación, q u e no
desarrolla y que es incom patible con la anterior. T odos esos factores conspira­
ban p ara impedir que F reud examinase las realidades sociales corrientes y
reconstruyese las reacciones del hom bre frente a su m edió social efectivri.

OTRAS APLICACIONES PSICOANALÍTICAS

Los dos puntos principales de crítica de la psicología social de F reud han


sido tratados en form a diversa por los diferentes continuadores de aquél. La
obra d e Theodore Reik aceptó el punto de vista d e Freud en su totalidad y
sin m odificación. La de G éza Roheim hizo lo m ism o d urante m uchos años.
Más recientem ente, Roheim h a intentado21 establecer una transacción entre
la posición freudiana pura y o tra que disminuye la im portancia d e la filogenia
al m ism o tiempo que aum enta la de la ontogenia, lo que significa, esencial­
m ente, tener en cuenta las situaciones d e la vida real d el individua
H ace ya m ucho tiempo que la orientación fílogénica d e Freud h a sido
descartada en las demás ciencias sociales22*por falsa y equívoca. U na nueva
orientación, basada en el estudio de las culturas como unidades funcionales,
encontró su mejor expresión en Malinowsfci, R u th Benedict®8 y Ralph Lin-
ton.24 D el lado psicoanalítico, esa orientación procedió de la introducción de
los m étodos del m aterialism o histórico en la sociología psicoanalítka* E fectua­
ron esa labor con la m ayor eficacia, Erich Fromm25 y W ilhelm Reich,26 'y

21 T h e Rid¿le of the Sphinx (Londres, 1937).


22 Para una crítica de esta opinión, vid. A. Goldenweiser, History, Psychology and Cui­
tare (Nueva York, 1933), pp. 124-143. Vid. también las obras de botas, O tto KJineberg» Bene-
dict; Sapir, Krceber, Radcliffe-Brown, F. H. AUport^ L. Morgan y Gardner Murphy.
28 R uth Benedict, Pattems o f Culture (Boston, 1934).
24 Ralph Linton, The Study o f Man (Nueva York, 1936). [Hay traducción española de
Daniel F. Rubín de la Borbolla, Estudio del hombre, Fondo de Cultura Económica, México,
1942.J
25 Erich Fromm, “Die Entwicklung des Christusdogmas”, Imago (1930), y A utoritat und
Famtiie (París, 1936).
28 W ilhelm Reich, Der Einbruch der Sexiudmoral (Berlín, 1932).
376 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

dicha orientación h a sido respaldada enérgicam ente por otros autores» espe­
cialmente por K. H om ey2T y F. A lexander.2728
La obra d e From m fué la prim era y m ás im portante de la serie. Inició una
crítica to tal d e los procedimientos analógicos del m étodo d e Reik (que era,
esencialmente, el d e Freud) y señaló el camino hacia una apreciación más
realista d e la influencia sobre la cultura de las realidades sociológicas exter­
nas y del medio. Ese procedimiento equivalía al abandono de la hipótesis
evolucionista. Fromm m antuvo la teoría d e los instintos, en varios escritos,2930
pero la trató, más tarde, en forma algo diferente* El ejem plo especifico de
Fromm es el origen, desarrollo y cambio d el dogma cristiano durante los años
primitivos. Niega que las crisis religiosas d e la historia se deban al recrudeci­
miento periódico del sentim iento autóctono de culpabilidad, y afirma su deri­
vación de dificultades especificas existentes en el medio. “Las ideologías no
hacen al hom bre, sino el hom bre a las ideologías”,80 y son éstas el producto
de conflictos específicos sobre u n determ inado grupo de hom bres.
Demostró que cuando el cristianism o era la expresión d e gentes oprimidas,
sus dogmas expresaban las necesidades emotivas d e los oprimidos; por ejem­
plo, el deseo de encontrarse en el lugar d e sus perseguidores. E l dogma expre­
saba la idea así: el hom bre se convierte en Dios. C uando el cristianism o llegó
a ser la religión de las clases gobernantes, el dogma cambió correlativam ente.
Ahc^a reza así: Dios h a sido siem pre D ios y el hom bre nunca será Dios. Por
otra parte, las recompensas por el sufrim iento habrán de recogerse después de
la muerte, facilitando en esa form a la aceptación de aquél y convirtiéndolo,
en realidad, ea un derecho a la, bienaventuranza eterna después de la m uerte.
Durante los últim os siglos, Dios y su hijo Jesús dejaron paso a l culto a la V ir­
gen» que tiene su explicación sobre la base de los correspondientes cambios
sociales y económicos.
Sea cual fuere la exactitud de las explicaciones específicas de Fromm, la
orientación y la metodología son más satisfactorias y prácticas que la esque-
matización evolucionista. En un escrito inédito ha estudiado el autor d e esta
obra el origen y desarrollo del culto de Osiris en el antiguo Egipto y puede
aportar la dem ostración en apoyo de la hipótesis d e Fromm. A mayor abun­
damiento, investigadores recientes en los campos de la antropología y la socio

27 K. Homey, The ÍWwrortc Persoruüity o f our Time (Hueva York, 1937).


38 F. Alexander, “Psychoanalysis and Social Disorganization”, A meticón. Journal of
Sociólogy (mayo, 1937), vol. xui.
29 Erich Fromm, “Über Methode und Aufgabe eincr Analytischen Socialpsychologic; Die
Bsyehoanalytische Characterologie u n d ihre Bedeutung fur die Sozia! Psychologie”, Zeitschrifc
/¿ir Sozwzl/orschtmg, i (1932), 28-54, 253-277.
30 Fromm, “Die Emwicklung Jes Chrisrusdogmas”, fmago (1930), p. 361.
OTEAS APLICACIONES PaCOANAUTlCAS 377

logia, tanto si están fam iliarizados con los m étodos del m aterialism o histórico
o del psicoanálisis como en caso contrario, confirm an el puntp de vista de q u e
se debe trabajar con las culturas como unidades y derivar su religión e ídolo-
gías d e las situaciones reales d e la vida,31 prescindiendo d é la difusión.
En consecuencia, tan to en psicoanálisis como en antropología» m uchas
orientaciones están tendiendo h a d a una finalidad sim ilar; la cuestión de la
técnica y dé los conceptos operativos se hace, por lo tan to , más, urgente cada
vez. Los errores de la hipótesis evolucionista y la falta d e claridad d e la teoría
d e los instintos no invalidan el m étodo psicoanalítico. Es posible reéxponer y
subdividir los datos incluidos y tratados bajo el epígrafe “ instinto”. U na vez
que*se hayan aclarado esas dificultades, hay q u e reagrupar las poderosas, he­
rram ientas del psicoanálisis para hacer un nuevo intento d e utilizarlas.

CONCLUSIÓN

Freud aportó á la psicología social los instrum entos analíticos m ás pode­


rosos ideados hasta la fecha. Sin embargo, debido a la forma en que los
em pleó, atribuyó la m ayor im portancia a los aspectos más débiles y m enos
•defendibles d e todo el cuadro teórico.
H ay dos aspectos en la defensa que hace F reud de su teoría d e la recapitu­
lación — puesto que es eso lo que es esencialm ente— q u e deben ser puestos
en prim er plano: el prim ero es cuestión científica y el segundo m oral.
N o existe claridad en el tratam iento clínico a q u e somete Freud a los
fatores biológicos en contraposición a los sociológicos. Habiendo sido uno de
los prim eros psicólogos que descubrió y describió, con infinito cuidado, las
reacciones del niño ante las influencias del m edio am biente, insiste Freud en
desarrollar el punto de q u e tanto las represiones como la materia reprim ida
están filogénicamente predeterm inadas. Siguiendo la orientación elegida por
Freud, se hace imposible la investigación ulterior en el campo de la psicología
social, y la tarea del investigador se reduce a confirm ar, meramente, la tesis
establecida. Las investigaciones del propio Freud se ajustaban decididam ente
a esas líneas, como lo prueba su últim a obra sociológica.33 Sigue m anteniendo
en la misma (p. 89 de la ed. inglesa) que “los fenóm enos religiosos solo pue­
den ser entendidos a base del m odelo de síntomas neuróticos”. Esta afirm a­
ción puede ser usada como guía prescindiendo del otro supuesto, débil, d e
que “en la historia del género hum ano ocurrió algo sem ejante a los aconteci-

:n Benedict, Limen, Malinowski y otros.


32 "Moisés y el monoteísmo, trad. ingL de Katharine Jones (Moxes and Monotheism,
Nueva York, 1939).
378 PSICOLOGIA Y SOCIOLOGIA

mientes q u e tienen lugar en la vida del individuo” (p . 126). y Freud continúa


insistiendo, además, en que en la historia de la especie los procesos son los
mismos que los que se dan en el individuo de acuerdo con la pauta “traum a
primitivo-defensa-estado latente-eclosión d e la neurosis-vuelta p ardal del m a­
terial reprim ido” (p. 126).
No podemos estar de acuerdo con Freud en que este esquem a constituye
su contribución m ás notable a la sociología. Prescindiendo d e los defectos q u e
pueda ten er la superestructura teórica, Freud nos facilitó u n método para
detectar las reacciones del hom bre an te las realidades de la vida y para se­
guir su integración y continuidad en la personalidad. T al es su contribución
perdurable. '
Debemos señalar, además, que en 1926-27 produjo Freud dos obras, la una
clínica (EL problema de la angustia) y la otra sociológica (E l futuro de u n a
ilusión), en las cuales introduce una nueva orientación aplicable tanto a la
teoría d e las neurosis como a la sociología, orientación que no desarrolló el
propio F reud debido a la incom patibilidad que creaba con la teoría preexis­
tente. Es esta nueva y no desarrollada orientación d e Freud la que hem os
tratado d e aprovechar en la presente obra.
La segunda cuestión que plantea la sociología de Freud es lo que pudiera
llamarse, forzando u n poco él vocablo^ u n problema “m oral”. La sociología d e
Freud es fatalista; lleva consigo u n m ensaje de desesperanza y resignación
ante un sino predeterm inado en el paáado que el hom bre no es capas d e
anular. Esta posición difiere en absoluto de otra, que se encuentra en toda la
obra de Freud, según la cual el hom bre puede, m erced a la inteligencia, con­
trolar sü propio destino, tanto en cuanto individuo como en concepto d e
miembro d e la sociedad.
Podemos intentar resolver el dilem a teórico planteado en la sociología de
Freud m ediante la separación estricta de lo filogénico y lo social. La capacidad
d e represión es filogénica; constituye u n a característica del hom bre y d e los
animales capaces de modificar sus reacciones ante el fracaso o los obstáculos
insuperables. Las circunstancias en las cuales se pone en juego ese dinamismo
d e represión, depende de factores sociológicos, es decir, de las instituciones
culturales. Las consecuencias d e la represión son de u n orden diferente. V ie­
nen determ inadas, en parte, p o r la historia previa del individuo. La regre­
sión, qúe es ordenada y sistem ática, puede ser u n a de las consecuencias y
puede tener, en parte, la función de sustituir a la satisfacción perdida. Las
consecuencias de la represión o d e las frustraciones en las cuales no es posible
la retirada ordenada, pueden ser de la naturaleza de reacciones fotogénica­
m ente determ inadas, como ocurre en el caso del colapso de las ratas neuróti­
OTRAS APLICACIONES PSICOANAUTICAS 379

cas** o d e la com pleta desorganización d el ego en las neurosis traum áticas


graves. S in embargo* las regresiones siguen» en su m ayor parte, una senda
ontogénica.
Este p lan nos facilita u n am plio campo d e visión acerca de los efectos d e
las instituciones sobre eL hombre* sobre todo si se las estudia siguiendo el
orden en q u e ocurren al individuo y señala su p q i^^tflñ lick d con los procer
sos norm ales de crecim iento y con et aum ento grádual de lo6 recursos d e
aquél» coinddentes con ese proceso. Este plan está expuesto a i p e fip ó d e la
^socieAogfearián* eñ lu g at d e la a m p ia r Kpide&dgizáaóttí,; péfo d ú ía á té el
proceso podemos aprender b astante para aproxim am os a las prbportiones q u e
tienen en la naturaleza. c ! si

-i i J K

.v - ?.

** N. R. F. Maiser, Stucttes in Abnormal Behavún o f the Rat (Nuera York, 1939).


CAPITULO X

PRINCIPIOS Y T E C N IC A PSIC O LO G IC A

La psicología social de Freud era una aplicación de su teoría de la


neurosis: am bas tenían como líneas de base las. dotes instintivas del hom bre.
Freud atribuía muchos factores de la ontogenia del instinto sexual del hombre
a u n paralelism o con la filogenia.1 Sin embargo, no aplicó a su sociología su
concepto del carácter unitario de los instintos sexuales, incluidos, general­
m ente, bajo la denominación de libido, hasta que hubo reducido los instintos
sexuales y d el “ ego” a la sim ple categoría de instintos d e vida y concibió
como contrapeso los ¿mríntos d e m uerte. Intentó explicar, partiendo de ese
punto de vista, los fenómenos de agresión en la vida social como debidos a u n
instinto prim ario, que, a su vez, no es sino una m anifestación del instinto d e
m uerte. Com o ya hemos visto, esta orientación m ilitaba to n tra el estudio
d el medio am biente real y de las instituciones como agentes creadores de esos
fenómenos considerados por Freud com o etapas del desarrollo ontogénico del
hombre.
AI trabajar con el hombre de nuestra cultura, form uló Freud algunos
supuestos acerca de la universalidad de los tipos de reacción del hombre que
atribuíá a “instintos” y no a la acción recíproca de la institución y de las
necesidades hum anas. Nunca creyó que podría verse obligado a establecer
comparaciones entre tipos diferentes de instituciones por cuanto la hipótesis
evolucionista im pedía la necesidad d e tal comparación. Form uló algunos
supuestos acerca de la estructura d e la personalidad básica del hombre; pero
basándose en la supuesta universalidad del complejo de Edipo, dió por hecho
que no intervenían en su form ación condiciones institucionales especiales. D e
ahí que fuese capa: de erigir el com plejo de Edipo en situación nuclear de la
estructura social y de considerar a las instituciones como productos de la lu ­
cha fundam ental contra el incesto.

3 Por ejemplo, el período de latericia e n el hombre se explica así: “Creemos que debe
haber ocurrido algo de extrema importancia para los destinos del género humano, que ha
dejado tras sí, como precipitado histórico, esa interrupción del desarrollo sexual.** The
P rM em o/ Anxiefy (rrad, por H. A. Bunker, Nueva York, 1935), p. 131.
3 S O
PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA 381

Si hubiéraínos de tomar esta. orientación como p u n to d e partida para


estudiar la cultura d e las islas M arquesas, nos encontraríam os seriam ente
embarazados. En algunos de los cuentoG reproducidos, hay algo que puede ser
interpretado, m ediante una deducción m uy retorcida, com o u n complejo d e
Edipo. La narración d e los nacim ientos m últiples, en los cuales “el poder del
dios es tan grande”, que obliga a la m adre a procrear, puede ser interpretada
como una fantasía d e incesto en tre aquélla y el hijo. E n la historia de T im u-
nief, la resistencia de los hom bres al coito y sus amenazas pueden em plearse
como, prueba de u n complejo d e castración de las hem bras. Sin embargo, es
difícil percibir cómo se pueden desarrollar las interconexiones éntre las insti­
tuciones registradas partiendo d e ese punto. Por otra parte, es discutible la
cuestión d e por qué los indígenas de las M arquesas habrían de guardar ta l
secreto acerca de las narraciones relativas al incesto en tre la m adre y el hijo
y hablar, im punem ente, del incesto entre el padre y la hija. Desde el p u n to
d e vista sociológico estrictam ente freudiano nos veríamos obligados a no ten er
en cuenta esa cultura, a considerar la expresión, tal como está form ulada,
como lam entablem ente incom pleta o a contentam os con caracterizar a d ich a
cultura com o “sádicooral”.
Por lo q u e respecta a la cu ltu ra tanala, somos u n poco m ás afortunados^
Se puede establecer en ella u n a correlación fenomenológica entré el ^erotism o
anal” (causado por la insistencia prem atura en el control de los esfínteres) y
el valor extraordinariam ente elevado de la propiedad y, en especial, del oro
am onedado que, sin embargo^ n o m anejan más q u e los jefes. Encontram os
tam bién en s u folklore un evidente complejo de Edipo; pero la forma especí­
fica que adopta no deja lugar a dudas d e que es u n derivado de una serie
especial d e condiciones. N o es, por lo tanto* casualidad, que el complejo d e
Edipo esté ausente d e las M arquesas, ya que la organización social'que lo
origina en tre los tanalas falta en esta cultura.
En resum en: el intento d e aplicar al estudio de la sociedad prim itiva el
concepto d e l Individuo de nuestra cultura form ulado por Freud, está llam ado
al fracaso debido a la ausencia d e un cuadro institucional de nuestra cultura.
Hemos intentado, en consecuencia, comparar los hallazgos del psicoanálisis
con un cuadro institucional de nuestra cultura. Y lo hem os hecho m edíante
la identificación de las instituciones especificas de nuestra cultura, estudian­
do la gama de reacciones del individuo frente a ella y localizando las cons­
telaciones psíquicas creadas por ellas. Es ésta otra form a de declarar que
intentábam os establecer la conexión directa entre los sistemas conscientes
(realidad) y los inconscientes.
Sin embargo, cuando llegamos a! estudio de las culturas aborígenes reales
no podíamos examinar individuos; contábamos sólo con una descripcióh for­
302 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

mal de las instituciones y algunos productos d e la fantasía incluidos en cuen­


tos populares* A mayor abundam iento, con la excepción d e la cultura tanala-
betsilea, no hemos tenido oportunidad de describir a esas instituciones e n
acción* Hemos tenido, por lo tanto, que hacer la m ayoría de las reconstruc­
ciones dinám icas a base de la relación de las instituciones unas con otras, con
ayuda de unas cuantas deducciones acerca de la universalidad de las reaccicv
nes de los seres humnos ante las frustraciones de las necesidades básicas tales
como el hom bre y el sexo*
E sta técnica, tal como la hemos empleado en las d o s culturas descritas,
está sujeta a ciertos errores que no estará de m ás exam inar.
En lugar d e emplear el concepto general de “naturaleza hum ana—que
implica, de m odo esencial, que la estructura d e la personalidad básica es uni­
versalm ente la misma del complejo de Edipo— , usamos el concepto de la
estructura de la personalidad básica o ego como el precipitado de las reaccio­
nes d el individuo frente a las instituciones especificas e n el orden en que le
afectan* Este concepto es discutible, como lo es el m étodo d e derivarlo de las
instituciones.
A l derivar el concepto d e las reacciones frente a las instituciones, comen­
zamos a cum plir la pena inherente a l uso del térm ino general de “institu­
ción”* En cualquier cultura, la institución no prescribe m ás que el m olde
general d e conducta, que cada uno d e los individuos em plea en form a alta­
m ente específica* D e ahí q u e la im presión y el efecto creados por una institu­
ción varíen según la manera específica e n que se practica, de acuerdo con el
“carácter” d e los padres y con la disposición del individuo sobre el cual se im­
pone aquélla. N os vimos obligados, sin embargo, a dar p o r hecho que la insti­
tución, prescindiendo de cóm o se la aplique, debe crear u n efecto definido.
¿De cuántas m aneras es posible inducir el control de esfínteres en una criatura
de tres a seis meses de edad? ¿De cuántos modos es_posible establecer ciertas
restricciones sobre la actividad sexual, sin crear u n efecto definido sobre la
personalidad? E n realidad, n o hay escapatoria posible. Si, por casualidad, se
evitan en la niñez las amenazas o prohibiciones directas, las disciplinas implí­
citas producen el mismo efecto; Si n o se enseñap al niño las mores sexuales en
su propio hogar, las encuentra en el m undo exterior. Si se le prohíbe la acti­
vidad sexual y ejercita su sexualidad en secreto^ ese factor d e sigilo y reproba­
ción social acaba tarde o tem prano p o r apoderarse de él* Los efectos de todos
esos artilugios sobre el individuo variarán cuantitativam ente, pero el carácter
de la reacción será siempre el m ismo e n todos.
El concepto d e la estructura de la personalidad básica n o es ni lim itado ni
exacto; n o hace sino indicar que d en tro de las lim itaciones prescritas por las
instituciones el individuo está obligado a reaccionar en una u otra forma, y sea
CULTURA Y NEUROSIS 383

cual fuere e l resultado en form a d e carácter individtutl, el transfondo institu­


cional constituye el eje en tom o al cual giran las diversas polaridades indivi­
duales. Ello equivale a decir, e n o tra form a, que los seres hum anos son sufi­
cientem ente sem ejantes y que si se pesie a un centenar de ellos en una habi­
tación y se eleva la tem peratura hasta llegar a 40° todos tendrán calor; pero
esto no quiere decir que todos ellos hayan de reaccionar en la misma form a
ante el calor o que todos tengan u n aparato común de regulación del calor.
Todo e l m undo adm ite q u e la estructura de la personalidad básica varia
en las diferentes sociedades* B enedict2 y Mead 3 h a n aportado, en principio,
m uchas pruebas en apoyo de esa idea* La comparación establecida por M ead
entre las culturas de los arapesh y mundugumore, constituye un elocuente
testraaonio d e la influencia perdurable d e las diversas formas d e ambiente y
disciplina sobre la estructura d e la personalidad básica (ego).
En tan to que es posible confirm ar m ediante el sentido com ún la fenom e­
nología de esta personalidad básica o ego, la derivación d e ese concepto de las
instituciones y dedos efectos secundarios atribuidos a su acción sobre el indi­
viduo y sobre el conjunto de la cultura, constituye u n a parte d e la m etodolo­
gía que está expuesta a la discusión.
Los principios sobre los que se basa ese método, so n de gran importancia,
tanto con respecto a la .psicología como con relación a la sociología. Las difi­
cultades observadas en la presentación d e dichos principios son muy grandes.
La explicación que se da más abajo no es sino una indicación general d e la
orientación q u e debe seguirse; la precisión y la codificación efectiva, tienen
que esperar hasta que se reúna m ás experimentación e investigación.

CULTURA Y NEUROSIS.

M uchas de las constelaciones empleadas en la reconstrucción de las


culturas tanala y de las islas M arquesas se basaban en la patología d é la neuro­
sis. Esto lleva, inmediatam ente, al planteam iento de _la dificultad de distinguir
entre norm al y anormal y de los posibles errores que ello im plique.
Norm al y anorm al (o neurótico) son dos tipos de adaptación a la misma
situación* H ay ciertos tipos de adaptación “anormales” que n o se basan en
las restricciones culturales, sino m eram ente en las lim itaciones personales. N o
hay en ninguna cultura una interferencia deliberada con las fundones de
orientación y dominio, aunque algunas costumbres com o la d e atar al niño al
bastidor d e la cuna pueden producir, excepcionalmente, ese efecto. Esas dis­
ciplinas son, en su mayoría, directivas y no restrictivas. Sin embargo, en núes-
2 Ruth Benedict, Pdttems o f C u ltu re (Boston, 1934).
3 Margaret Mead, Sex and T e m p e ra m e n t (Nueva York, 1935).
384 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

tra cultura, el hecho dé no conseguir técnicas eficaces d e dominio puede d a r


como resultado final un síndrom e patológico tal como la tendencia persistente-
hacia la crueldad, com únm ente observada en los niños.
Pero la situación es un poco distinta en aquellos ejemplos en los cuales la:
disciplina cultural es restrictiva e interfiere, en realidad, con una necesidad
biológica tal com o la satisfacción sexual en la niñez. El resultado de esta situa­
ción es, en algunos individuos, una adaptación norm al q u e significa, en reali­
dad, q u e no se producen perturbaciones graves en la comodidad m anifiesta
del in d iv id u a O tra consecuencia es la presencia de cierta perturbación acom­
pañada o n o d e grave incom odidad en relación con la actividad sexual u
otras.
E stán de acuerdo los autores (Reich, Fromm, Horney, Fenichel y otros) en
que cuando una cultura im pide de m odo persistente la satisfacción d e ciertas
necesidades básicas, ello se traduce en la presencia de neurosis en u n núm ero
considerable d e individuos. Q uiere esto decir que tanto los individuos norm ar
les.como los neuróticos se acom odan a las mismas situaciones m ediante proce­
dim ientos diferentes, a uno d e los cuales llamamos, arbitrariam ente, neurosis ~
Pero es la neurosis la que describe, con m ucha m ás exactitud que la norm ali­
dad, la institución creadora d e la presión. La institución que produce esa
reacción neurótica no es m ás que u n a faceta d el problem a; la otra está cons­
tituida p a r él equipo cort el cual hace frente el individuo a la institución»
Partiendo del estudio exclusivo d e nuestra cultura, la psicopatokgta ha
adquirido determ inados prejuicios relativos a la naturaleza de las condiciones
que pueden, originar la neurosis. Persiste la impresión d e q u e las frustraoones
sexuales desem peñan un papel prim ordial. Esto es una exageración, au n q u e
no cabe duda acerca de su exactitud en términos generales. La dificultad real
surge d e l hecho de que no se daba por supuesto que las instituciones desem­
peñasen papel alguno en la creación d e la frustración. Pero la sociedad d e las
islas M arquesas y las neurosis que en la misma existen, originan ciertas dudas
acerca d e la precisión de esa afirm ación relativa a las frustraciones sexuales
en nuestra cultura. En las islas M arquesas no existen restricciones con respec­
to de los aspectos sensuales d e la satisfacción sexual; pero se encuentran
considerables dificultades en m ateria de ternura fem enina. Consecuencia de
eüo es la no existencia de perturbaciones de la potencia sexual en ninguno de
los sexos, pero se observa en los hom bres un vigoroso odio inconsciente con­
tra la m ujer y en las mujeres u n fu erte anhelo insatisfecho que se m anifiesta
en la form a del embarazo fingido. E sta últim a es, seguram ente, una manifes­
tación neurótica; el primero, probablem ente, no lo es, aunque representa una
hostilidad que, p o r más que se encuentre seguram ente enquistada en la mayo­
ría de las circunstancias, puede ser movilizada con facilidad, como hemos
CULTURA Y NEUROSIS m

visto en las actividades de los espíritus familiares y de los fanatuts. La rela­


ción de este últim o fenómeno con la escasez de m ujeres se apoya en el hecho
de que esa institución del fanaua es desconocida en otras sociedades polinési-
cas y la escasez de mujeres es, igualm ente, única (L inton).
En resum en: el problema d e la cu ltu ra y de la neurosis no puede ser
resuelto definitivam ente pea: ahora. Los estudios com parados son demasia­
do escasos. Se ofrece una solución provisional con la afirm ación de q u e no
puede existir ninguna cultura sin disciplinas de alguna especie y de que
no puede existir ninguna cultura en la cual sean capaces todos sus miembros
de alcanzar, con el mismo grado de plenitud, todas las finalidades y obje­
tivos de la vida. Com o quiera que la neurosis es el resultado d e roía reacción
personal ante una situación culturalm ente determ inada, sólo puede estable­
cerse el carácter relativo de las reacciones producidas por una serie de frustra­
ciones frente a otra. Todo depende de cuáles sean los im pulsos o necesidades
especiales qu e actúan y la época del desarrollo del individuo en que se le
hace sentir la influencia de esas disciplinas. Sólo se puede h ablar con m ediana
seguridad acerca d e la interferencia sistem ática y com pleta con las frustracio­
nes sexuales y alim enticias y de las causadas por la necesidad d e dominar los
impulsos agresivos. C uanto m ás severas sean esas restricciones, tanto m ás
probable es q u e la estructura d e la personalidad básica se ponga a tuno con
esas exigencias. Pero neuróticos o no* todos los tipos d e reacción deben cons­
truirse en tom o a los nuevos problem as de adaptación originados "por el
contacto con dichas disciplinas. ' 1
D e ahí q u e se com eta un error metodológico al diagnosticar las fuentes de
esas presiones partiendo de las reacciones d el individuo neurótico, puesto que
la única inform ación definitiva que obtenemos en realidad d el neurótico
que puede tener aplicación general es la localización d e los factores institución
nales contra ios cuales reacciona. Es en este punto en el que m ás perjudicial
resulta la hipótesis d e que las represiones se ajustan a prototipos filogénicos;
en efecto* en lugar d e examinar los factores ambientales a los que se debe la
represión, nos obliga a dejar de tom ar en cuenta en absoluto esas influencias
o a atribuirlas una acción secundaria o incidental
La reacción mism a que denominam os neurótica puede damo6 tam bién
información valiosa. E n la cultura tanala encontrábamos una reacción neuró­
tica, el tromba, las características de la cual no tuvim os oportunidad d e exa­
minar. Pero sabemos que se da en los individuos q u e ocupan las posiciones
sociales menos favorecidas. Sin embargo, cuando caminó esa cultura, nos
encontramos con u n gran aum ento de neurosis que adoptaban la forma do
posesión por tos espíritus. Esta circunstancia plantea u n problem a difícil. N o
podemos aceptar la idea de que tal aum ento de la agresión se debe a algún
366 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

increm ento misterioso del concepto de “instinto de m uerte”, ni podem os


tampoco suscribir la d e que el aum ento de la perturbación neurótica se deba
exclusivam ente al cambio operado en la economía d e subsistencia-prestigio.
Este no es m ás que uno de los factores. E l otro estriba en que el individuo
está predispuesto^ por virtud de la organización patriarcal y de las rígidas dis­
ciplinas, a una adaptación sum isa y hum ilde. M ientras esa sumisión basta
para satisfacer las necesidades d el individuo, la neurosis es excepcional. P ero
cuando d individuo acostum brado a las esperanzas d e la dependencia se
encuentra en una posición que le obliga a ser más agresivo, es más probable
que aparezca la posesión por los espíritus, así como el aum ento de la agresión
ostensible en forma de magia m aléfica. La agresión ostensible es normal en
esas circunstancias; la posesión por el espíritu, neurótica. Pero ambas proce­
den de la misma fuente.
La influencia de la cultura sobre la neurosis es, por lo tanto, acum ulativa
a partir de la niñez y en adelante, y se basa en cuáles sean las actitudes
' básicas q u e se fom entan y cuáles las que se restringen en el niño, así
como d e la utilidad de dichas actitudes en las adaptaciones necesarias para el
individuo durante el resto de su vida.
El problem a metodológico im portante que de d io se deduce, por cuanto
se refiere al presente ensayo^ rio estriba en la relación entre la cultura y la
neurosis, sino en la derivación de las constelaciones comunes tanto respecto
d el individuo neurótico como del norm al. Es en este p u n to donde d m étodo
es discutible por cuanto dichas constelaciones se derivaron d d individuo
neurótico d e nuestra cultura.
El procedim iento es, sin embargo, menos caprichoso d e lo q u e parece. Se
basa en unos cuantos supuestos, aceptados en la m ayoría dé las ciencias socia­
les, según los cuales, las necesidades biológicas del hom bre tienen que ser
las mismas en todos los seres hum anos, cualquiera q u e sea su cultura. E n
estos supuestos incluimos el d e que se necesita un protector en los prim eros
años de la vida, cualesquiera q u e sean las calificaciones establecidas p ara la
eficacia d el adulto; el de que el proceso de crecim iento es bastante uniform e
y que las adaptaciones cambian d e acuerdo con el mismo; el de que los m éto ­
dos de percibir el m undo exterior y las reacciones del individuo a n te e! m ismo
cambian con el crecimiento, poro que esos cambios son sistemáticos e integrar
dores; el d e que si las reacciones an te la frustración, d e las necesidades sexua­
les y otras necesidades corporales n o son uniformes, están por lo menos m uy
próximas; e l de que las necesidades—aparte de las corporales— pueden ser
creadas, hipertrofiadas o dism inuidas p o r las fuerzas culturales.
Si esos supuestos son exactos, estamos autorizados para identificar las
reacciones d e grupos enteros de individuos expuestos a la misma frustración.
CULTURA Y NEUROSIS 387

de la misma m anera que lo hacemos con las d e u n solo individuo» pertene­


ciente a nuestra propia cu ltu ra, contra una frustración específica* ISobre qué
otra base podríamos explicar la representación, firm em ente uniform e, d e
la m u jer en el folklore d e las islas Marquesas? Esos mitos son producto de la
fantasía d e algún individuo que ha sido com unicada, y probablem ente altera­
da m uchas veces antes d e llegar hasta nosotros* La uniform idad d e las narra­
ciones delata cierta experiencia común a todos los individuos de dicha cultura,
cuyo recuerdo se h a perdido desde el rem oto pasado, pero que se experim enta
corriéhtemente*
S i esta hipótesis no es válida, tenemos que buscar alguna explicación para
el hecho de que el folklore sólo es característico del grupo que lo crea y que
incluso cuando lo6 cuentos no son originarios d el grupo, sino adquiridos por
difusión, se les altera en seguida, para conform arlos a las nuevas condiciones
e n q u e viven sus adaptadores.
P o r lo que respecta a la representación d e la m ujer en la cultura d e las
islas M arquesas, tenemos q u e buscar las condiciones bajo las cuales se origina
ta l representación en cualquier individuo de n o importa qué cultura* Sin
em bargo, si esa escasez de m ujeres constituye u n a condición social fija, todo
individuo del grupo se encuentra expuesto a algún aspecto d e esa escasez y es
m ás q u e probable que la representación de la m ujer en el folklore sea pro­
ducto dé esa condición*
P ara explicar las reacciones frente a esa situación social, recurrim os a
nuestros conocimientos d e psicopafcología. Observamos que el folklore des­
arro lla el to n a del m iedo a ser comido y que la m ujer era el objeto d e donde
procedía esa ansiedad, h ech o que llam ó nuestra atención porque discrepaba,
en absoluto» de nuestra experiencia real* Sin embargo, pudimos identificar
toda u n a serie de frustraciones a las cuales estaban sujetos todos loe indivi­
duos como consecuencia d e la escasez de m ujeres a partir de la niñez y a
través de todo el ciclo de vida del individuo* S in un conocimiento d e la psi-
copatología no podríamos localizar el hecho d e que la escasez de m ujeres
originase ninguna frustración aun cuando pudiéram os sospecharlo* La psico-
patologta nos sum inistró alguna información específica; nos inform ó d e que
ciertas incomodidades estaban universalmente presentes y de que ciertas ne*
cesidades no eran satisfechas. La reacción que empleamos como indicio de
esa insatisfacción, la representación especial d e la m ujer en el folklore, la en­
contram os tam bién en los individuos neuróticos de nuestra cultura, p eto tales
neuróticos usan d e esa constelación en una form a muy diferente de la que
encontram os en la cultura d e las islas Marquesas* En las neurosis, las repre­
sentaciones de las necesidades frustradas indican, por lo común, inhibiciones
coexistentes; en las constelaciones culturales dependen de barreras reales o
368 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

institucionales. Ese aspecto de la cultura de las islas M arquesas de tratar a Ist


m ujer con desdén y representarla como un caníbal voraz, no equivale a con­
siderar a cada indígena como un neurótico, incluso aunque hayamos dedu­
cido nuestros indicios de la reacción d e un neurótico. Las elaboraciones de esas
frustraciones básicas que tienen lugar en las neurosis y en un aspecto cultural,
son. muy diferentes. En el neurótico, hallamos que esa representación de la
m adre significa la necesidad de su influencia protectora com o consecuencia d e
la inhibición d e los demás recursos; en la cultura de las islas Marquesas la em­
pleamos, m eram ente, como indicadora de que la m ujer era en realidad la
causa de algunas frustraciones aunque éstas no iban asociadas con inhibicio­
nes sino con protestas y desprecios.
Entre nuestros instrumentos d e trabajo figura, pues, el supuesto de la-
universalidad d e las necesidades biológicamente determ inadas, como el ham ­
bre, el sexo y la necesidad de protección. Tomamos com o guía la existencia
de ciertos sentim ientos y actitudes; la presencia de determ inados impulsos eje­
cutivos, tales como la agresión, algunas de cuyas m anifestaciones eran desorde­
nadas y otras m ás organizadas; y, finalm ente, las pruebas de la actuación de-
ciertas percepciones convertidas en actitud, uno de cuyos ejemplos era el
considerar a la m ujer como objeto enem iga Esto ultim o era una deducción
y no un a prueba directa. Buscamos atentam ente pruebas que indicasen per­
turbaciones d e potencia y hostilidad entre hombres o m ujeres y tratam os, des­
pués, de localizar las fuentes de cada una.
T ales ftíeron las unidades que empleamos y, a m ayor abundam iento, las
usamos considerándolas como en continua acción recíproca y genéticam ente
integradas. N o empleamos el “in stin to ” como unidad penque, haciendo u so
de ese rfiedio, n o hubiéramos podido deducir, en conclusión, sino que los
isleños d e las M arquesas se habían detenido en la fase oral d e desarrollo^
afirm ación que, en este contexto, n o nos facilita ninguna luz. En otras pa­
labras, en lugar d e usar del “instinto” co n o unidad, em pleam os u n a constela­
ción psicológica formada con necesidades, impulsos, sentim ientos, actitudes y
percepciones, todas las cuales coexisten y actúan recíprocam ente en alguna
forma, desde e l m em ento del nacim iento en adelante y sufren cambios cons­
tantes —sujetos, por supuesto, al carácter integrador del aparato psíquico— a
través d e todo e l ciclo d e vida del in d iv id u a Esas constelaciones cambian,
porque los recursos, las potencialidades de actividad, las percepciones y la pre­
paración psíquica para la actividad, cam bian tam bién según el crecim iento d el
individuo y de acuerdo con las situaciones externas que confronta. Llamamos
carácter del individuo a las form as fijas de la repercusión sobre ¿1 d e esas
instituciones. Y , a su vez, el carácter no es sino una variante muy individual
d e la estructura de la personalidad básica.
LA SITUACION DE PELIGRO TOTAL 38*

La derivación de esas constelaciones psicológicas usadas en la form ación


«de la estructura de la personalidad básica es, por lo tanto, crucial con res­
pecto a n uestra tarea y es preciso determ inar sus fuentes. C on.ese objeto p o ­
dem os exam inar algunas de las reacciones frente a frustraciones sencillas.

REACCIONES A N TE LA FRUSTRACIÓN

U na d e las formas de estudiar los procesos de integración de la psique


hum ana consiste en el estudio d e los problemas básicos de adaptación con los
cuales se enfrenta el individuo. E n toda cultura el individuo tiene que encon­
trarse con u n a necesidad que n o puede ser satisfecha» con la obstrucción de
una actividad esencial o interm edia para u n a gratificación, con u n sentim iento
cuyas m anifestaciones no pueden ser expresadas» o un a esperanza qué n o pue­
d a ser realizada. Es conveniente observar el destino d e esas vicisitudes para las
que es m uy acertado el nombre d e frustraciones. A l seguirlas, se debe ten er
en cuenta q u e los procesos psíquicos varían según la capacidad del individuo
para conseguir determinados objetivos y que esos procesos psíquicos tiendan
a hacerse integrativos. Quiere esto decir que sólo se utilizan pautas útiles, o
consideradas como tales» para llegar a otras más complicadas.
A l considerar esos tipos d e reacción ante las frustraciones, aspiramos a
observar: la reacción inm ediata; la relación entre esa reacción y los recursos
totales del individuo; los efectos sobre la personalidad cuando se enfrenta con
una situación sem ejante a aquella ante la cual fracasó; las m edidas de defensa
movilizadas y el grado de su perm anencia; la forma e n que la frustración m o­
difica la percepción que tiene e l individuo de sus propios recursos y del
m undo exterior; y, finalm ente, d e qué m anera m odifica todo esto su ad ap ­
tación total.
LA SITUACIÓN DE PELIGRO TOTAL

Consideremos, en primer lugar, una situación de peligro total en la cual


los recursos d el individuo, en com paración con lo qu e la situación dem anda,
son iguales a cero* Encontram os esa situación en la d el soldado en el cam po
de batalla frente a una granada que explota. La granada hace explosión, el
soldado q u ed a hecho pedazos, la personalidad deja de existir. O bien, la gra­
nada no explota y, sin embargo, el soldado muere. Fue éste un fenómeno
corriente durante lá guerra. E l escepticismo acerca d e esas “muertes por
miedo” era m uy grande. U n ejem plo menos discutible es el de los pájaros
cautivos q u e mueren, pocos días después de ser capturados» por causas faltas
de base anatóm ica. Se sabe de anim ales domésticos q u e han m uerto a l poco
tiem po de estar separados de sus parejas. Esos anim ales se lim itan a tom ar
590 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

una actitu d apática, rehúsan el alim ento y de ello m ueren. El D r. Linton


nos cuenta un caso de un hom bre qu e falleció a los tres días de violar u n
tabú. E n nuestra cultura, puede revestir un carácter análogo la m uerte de
personas andanas al poco tiem po de su retiro forzoso.
A penas se conoce el mecanismo de ese colapso tan absoluto de la perso­
nalidad total que lleva a la m uerte, pero podemos conjeturar la senda pro­
bable q u e sigue. Es, muy probablem ente, la form a más com pleta de inhibí-
don d e los recursos totales d e la personalidad total, producida de golpe. Las
fuerzas inhibitorias ocultas en la personalidad no han sido estudiadas íntegra­
mente, pero las reacdones inhibitorias de los niños recién naddos m uestran
un mecanismo sim ilar. Las únicas reacdones del niño q u e coindden con esas
inhibiciones totales de funciones, son las que se refieren a las frustraciones
alimenticias. Las dificultades sobrevenidas en el acto de m am ar pueden cul­
minar en la negativa a tom ar el pecho y, ocasionalmente, en una inhibido»
de todas las funciones gastro-intestinales y una h u id a de la circulación d e la
zona periférica a la visceral.4 Este tipo de reacción com prende fundones
innatas y autom áticas, pero expresa claram ente que las reacciones autom áti­
cas o reflejas no continuarán funrionando si no consiguen el éxito apetecido-
La boca y el conducto gastrointestinal constituyen la p arte más desarrollada
del ego en la in fan d a. Es posible q u e el marasmo se deba a esa inhibidón
total, p ero esto n o pasa de ser u n a hipótesis. A penas podemos deducir otra
conclusión cuando los patólogos se lim itan a registrar u n a cesarión d e las
funciones del páncreas; del hígado y d e la mucosa gástrica e intestinal, asoda­
da con u n a congestión interna y la fuga del torrente sanguíneo desde la zona
periférica a la visceral. En e l caso d e que nos d a cuenta el D r. Linton, de
m uerte consecutiva al quebrantam iento de un tabú, la respuesta de inhibi­
ción a lo que el individuo considera com o una fuerza insuperable que no es
capaz d e dom inar, debe ser considerada como u n hecho comprobado. Es in­
dudable, sin embargo, que en la m ayoría de los casos, las inhibidones m ás
com únm ente observadas se ajustan a formas más localizadas tanto en su dis­
tribución como en su fundón y no ponen en peligro a toda la personalidad.
El tip o de reacdón es im portante para el estudio de la sociología, p o r
cuanto en m uchas sodedades prim itivas se comprueba la eficacia d el tabú
m ediante esos hechos. Con ello se prueba la gran eficada del tabú com o
fuerza social. Ignoramos aún cóm o,ocurra eso; el cómo y el porqué se en­
frenta el individuo con esa situación, m ediante u n colapso ta n absoluto d e la
personalidad to tal, sigue siendo un problem a sin solución. Es probable q u e *

* Margarethe Ríbble, **Instmctive Reaction in New-Born Babies”, Am erican. Journal o f


Psychiatry (julio, 1938), pp. 154-155.
¡

FRUSTRACIONES ALIMENTICIAS 391

k reacción sea una inhibición en respuesta a u n a ansiedad abrum adora y


una reacción de evitación o de separación de u n estím ulo nocivo en su form a
más extrem a. Es esta la interpretación más aproxim ada que puede formu*
larse d e su significado.

FRUSTRACIÓN A LIM EN TIC IA E N LA PR IM ER A IN FA N C IA

C on respecto de las reacciones infantiles a las frustraciones alimenticias»


observamos que las inhibiciones son prom inentes. Teóricamente» tal reacción
sólo es posible durante los prim eros días de la vida, con anterioridad a que se
hayan establecido las gratificaciones, y representa el derrum bam iento absoluto
de la personalidad tptal. Pero una vez establéenlas esas gratificaciones, es m ás
probable q u e las inhibiciones vayan precedidas por reacciones de forcejeo^
pataleo y lloros. En otras palabras, la inhibición irá, probablemente, precedi­
da por agresión, desordenada u organizada, de alguna especie. N o es éste el
único tipo d e reacción; la acción de chuparse el dedo puede instituirse en con­
cepto de reacción contra algunas frustraciones alim enticias.5 Las reacciones
inhibitorias en la infancia revisten una gran im portancia teórica. Es discutible
que se las pueda calificar, en realidad, de “inhibiciones” por cuanto n o se ha
establecido aún u n control psíquico d e ninguna clase sobre dichas actividades
y no hay represión. Pero ésta constituye un procedim iento lento, d e llevar a
cabo algo que se efectúa, autom áticam ente, con gran rapidez en algunos tipos
de reacción. La ceguera consecutiva a varias conmociones graves, constituye
un ejem plo ilustrativo de esa contracción autom ática d e la función. Se la
encuentra, con gran frecuencia, en las neurosis traum áticas. Las m uertes origi­
nadas por las violaciones de los tabüs son, según todas las apariencias, la
misma reacción en una escala m ucho mayor.

FRUSTRACIONES A LIM EN TICIA S EN LA PERSONALIDAD DESARROLLADA

Esas reacciones han sido estudiadas con m enor atención. En la niñez,


las frustraciones alimenticias constituyen ejemplos de dependencia, y a que d
procedim iento de procurarse el alim ento en esa época consiste en obtenerlo
por interm edio de los padres. C uando el individuo es independiente/las frus­
traciones alim enticias producen, en prim er lugar, ira y después apatía y de­
presión, difiriendo la racionalización según el individuo. Como quiera que
todos los recursos del ego fallan en esa época, el individuo se encuentra des-
5 Vid. David Levy, “Finger Sucking and Accessory Movements in Early Infance”, Amer­
ican Journal o f Psychiatry, vn (1933), 81, y “Experimenta on the Sucking Reflex and Social
Behavior of Dog”, American Journal o f O rthopsychiatry, xvm, 327.
3*2 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

am parado y se reanim an todos ios primitivos anhelos de dependencia y el


deseo de^tener a alguien que cuide d e uno. No podemos entender esa reac­
ción a m enos que observemos las reacciones suscitadas por la frustración de
los anhelos d e dependencia. Sin embargo, las formas crónicas de ansiedad
de hambre pueden conducir a formas especiales de hipocondría que ya hem os
tratado d e describir en relación con la sociedad de las islas Marquesas.6

REACCIONES ANTE LOS A N H ELO S FRUSTRADOS DE PROTECCIÓN

La necesidad de protección constituye la más inm ediata para el recién


nacido^ y persiste en alguna form a durante un período indefinido, que de­
pende de lo que suponga la norm a cultural para una personalidad efectiva.
Esos vehem entes deseos se dirigen, durante la niñez, hacia el progenitor. Para
com prender lo que ocurte debem os tom ar en consideración la representación
d el anhelo y la del objeto del cual se desea.
C uando no se satisface la necesidad, puede el individuo representarse a sí
mismo, en sueños o fantasías, com o desvalido o como fracasado en cuantas
actividades em prenda. La necesidad de apoyo y dependencia se representa
corrientem ente en los sueños m ediante u n símbolo d e comer o d e un techo
q u e se derrum ba, y el objeto d el cual se espera la protección como hostil.
Incluso en los casos en los que el alim ento no constituye u n problema en la
vida del individuo* se encuentra una forma muy com ún de representar esa
idea en e l m iedo de verse privado d e l alim ento por algún insecto o anim al
tem ido o* expresado en forma m ás franca, por el tem or d e ser comido.7 Esta
representación corresponde a la transform ación habitual .de la gratificación
original en u n equivalente m asoquista. Partiendo del hecho de que la primera
adaptación d el niño tiene lugar m ediante el reflejo d e succión y de que
la madre se convierte subsiguientem ente en el principal protector y álim en-
tador, es n atu ral que cuando el individuo siente q u e sus recursos están
coartados sé represente a sí m isino como si estuviera en la niñez cuando
la succión constituía una adaptación eficaz. Fue este hecho lo que llevó
a O tto R ank a la conclusión de q u e el nacim iento era u n a experiencia trau ­
m ática y que constituía el factor básico de todas las reacciones d e ansiedad
y a considerar a la felicidad prenatal ccajto el prototipo básico de todas las fi­
nalidades d e píaper. Pero esto no explica p o r qué habría de expresarse como

« V id. pu 217.
7 Es importante señalar, sin embargo* que en los casos graves d e neurosis d e compulsión,
«b los que la protección está garambada por severas restricciones de las actividades do la
personalidad, o en la hotitoseattalidad» donde la dependencia se garantías por pea actitud
sexual, faltan con frecuencia esos símbolos relacionados con el comer.
ANHELOS FRUSTRADOS DE PROTECCION 393

u n “m iedo d e ser comido”. Es ésta la expresión negativa del deseo original,


su versión m asoquista. Para com prenderla debemos volver sobre algunos d e
los extrem os d e que nos hemos ocupado ya en e l capítulo n, añadiendo, em ­
pero, algunas consideraciones im portantes.
Gon el fin de com prender esas reacciones debem os resum ir brevem ente
cuanto hem os dicho ya acerca d e la dependencia. E l anhelo o necesidad d e
apoyo8 (según la apropiada expresión de Rado) está determ inado biológica­
m ente; se basa en el hecho de q u e los instrum entos ejecutivos del infante son
incom pletos incluso en Cuanto se refiere a su base anatóm ica y su desarrollo
sólo es posible m ediante la ayuda paterna. Comienza e l individuo con el re ­
flejo de succión —la prim era zona en la que puede exprim entarse satis*
facción— y con lina capacidad regulada autom áticam ente de absorber y
digerir. E sto es lo que pudiéram os llam ar, m etafóricam ente, el núcleo d el
ego. Desde ese punto en adelante, debemos exam inar el desarrollo de la per­
sonalidad. Freud lo hizo valiéndose del concepto de “ instinto” y de aquí q u e
describiese la mayor parte del desarrollo del ego bajo el epígrafe de la perse­
cución de lo6 «fines instintivos d e placer.
Si nos limitamos al estudio d e los fines instintivos de placer no queda
lugar para la consideración de. todas las etapas en las cuales puede fallar la
adaptación. El estudio de la inhibición puede enseñarnos m ucho .acerca d e
como actúan, recíprocamente, los diversos factores de la personalidad* N uestro
conocim iento actual es m uy incom pleto, pero se puede decidir a ese respecto*
q u e la vida social sólo es posible debido a la existencia de un ancho vano
en tre el im pulso y la conducta, es decir, el ejecutor d e su satisfacción, porque
hace posible la intervención del elem ento de control social que acaba por h a ­
cerse autom ático. El concepto de “instinto” no establece diferencia alguna
en tre im pulso y conducta. N o necesitamos referim os, por el momento, a las
raíces som áticas de esos impulsos aunque de una concepción exacta de la rela­
ción entre som a e impulso depende la deducción de im portantes conclusiones.
Por lo que hace' a algunos impulsos, como el de com er, parece fácil estable­
cer esa relación. Pero esa derechura de la conexión es sólo aparente. El
ham bre no se localiza, ciertam ente, en el estómago p o r más que ciertas sen­
saciones experim entadas en el mismo adviertan al individuo de la existencia
d e u n estado de hambre. En resum en, las conexiones somáticas sólo pueden
sa* «afeblecidas en los órganos ejecutivos movilizados para satisfacer el deseo*
aunque este últim o no se origine forzosa o exclusivam ente en el órgano en
BFraud empleó por vez primera ese concepto de la dependencia en sus obras TKe
ProWem of Anxiety (Nueva York, 1939) y Él /«turo de una ilusión (trad. ingl.The Futura
■of an lüuslon, Londres, 1928) (hav trad, esp. en Et porvenir de Ies religiones], pero no loa
desarrolló nunca.
394 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

cuestión» Pero, incluso con respecto a los' órganos m ediante los cuales se m a­
nifiesta un im pulso determ inado, existe una gran diferencia en cuanto al
carácter inm ediato de la conexión entre el cuerpo y el impulso. Hasta en
el caso del im pulso sexual es m uy difícil establecer esa conexión; en el cas<>
del impulso d e dominio o agresión, esas conexiones corporales se pierden en
la vaguedad, y en el de una función, como la vista, es imposible identificar
ningún "instinto” que la impulse, aunque el órgano ejecutivo* el ojo, sea fácil
de identificar.
Este problem a es de im portancia secundaría. El d e la relación entre el
impulso y la actividad que lleva a su satisfacción es m ucho más inmediato.
La palabra “ finalidad” tal como Freud la emplea, se refiere al resultado
final, como por ejemplo, la unión sexual. Los conceptos q u e se em plean para
describir la relación entre ambos, el impulso y la conducta, tienen gradacio­
nes de significado. El conato de u n impulso se define con el epíteto “deseo**'
o “apetito**, m ientras que la palabra “impulso” com porta el significado d e
deseo y adem ás de un acto ejecutivo en preparación. E n las formas inferio­
res de vida —y es peligroso sacar conclusiones de formas de tid a cuyos im­
pulsos no apreciamos— se siente u n o inclinado a creer q u e el “instinto** com­
prende tanto e l impulso como la actividad necesario p ara satisfacerla Por
lo que hace al hombre, puede afirm arse decididam ente q u e sólo el impulso,
y no la conducta necesaria para satisfacerlo como pudiera ser el caso en las
formas de vida inferiores, está determ inado filogénicam ente. De otra m anera,
el estado inm aturo del ser hum ano en el m omento d el nacim iento pierde
toda su significación en relación con sus posibilidades d e adaptación poste­
rior. N o se puede estar com pletam ente cierto de esta últim a presunción, ya
que es im posible reproducir nada q u e sé parezca a las condiciones experi­
m entales necesarias para probarlo. N i tampoco es posible probarlo socioló­
gicamente porque no poseemos un conocimiento del hom bre salvo en alguna
forma de sociedad. Si nuestro supuesto no fuese cierto, por lo menos en
parte, ¿cómo podríamos explicar la perversión sexual o los infinitos refina­
m ientos del “instinto** de dominio?
El hecho d e que existe en el hom bre esa solución d e continuidad entre
el impulso n ato y la técnica para satisfacerlo, constituye su máxima ventaja
por lo que se refiere a los potencialidades de supervivencia y adaptación, en
comparación con las de los anim ales inferiores, pero es, al propio tiempo, una
d e sus desventajas más graves, como demuestra el estudio de las neurosis.
E l hecho de q u e esa solución de continuidad sea psicológica, hace que el
desarrollo y crecim iento d e los procedim ientos para satisfacer los impulsos
estén sometidos a la influencia del m edio en u n grado n o conocido en nin­
guna forma inferior de vida. Este hecho disminuye por sí solo las oportuni-
ANHELOS FRUSTRADOS DE PROTECCION 395

dades d e Influencias filogénicas. La diferencia evidente en tre el hom bre y


los dem ás animales estriba en la pobreza relativ a de los mecanismos de
adaptación de aquél en el m om ento d e nacer y en la incapacidad correspon­
diente d el niño recién nacido. Este hecho biológico tiene u n correlativo ana­
tómico. Las ramas que ligan a la m édula espinal con el bulbo están sin des­
arrollar (funcionalm ente) en el momento d el nacim iento; adquieren sus
cápsulas de m ielina, es decir, se hacen funcionalm ente activas gradualm ente
y con grados variables de rapidez. Son esas ram as las que form an la cadena
anatóm ica de los movimientos “voluntarios”. H ay elementos psíquicos suscep­
tibles d e modificación e inhibición que están conexos con su desarrollo. E l
mismo proceso tiene lugar con respecto de algunos de los órganos sensoriales.
El prim er nervio que se m ieliniza es el quinto p a r craneal, el que controla la
actividad oral. La mielinización no se completa hasta el tercer año d e vida.
Todo esto significa, sencillam ente, que el crecim iento, el desarrollo y la'a cti­
vidad funcional tienen lugar en unión de com ponentes puram ente psicoló­
gicos, todos los cuales m odifican la Géstale —figura— resultante.
B asta una sim ple ojeada para apreciar dos consecuencias de esto. En
prim er lugar que las actividades asociadas con im pulsos tienen innum erables
posibilidades de desarrollo y m odificación y hacen, en consecuencia, m uy nu­
merosas las posibilidades d e adaptación del hom bre y en segundo térm ino
que tales posibilidades de desarrollo dependen d e la dirección, cualidad e
hincapié particulares aportados por el especial m edio ambiente social en
el que vive el individuo. Se puede observar fácilm ente que aquellas criaturas
en las cuales la conducta necesaria para satisfacer u n impulso es ingénita, no
pueden poseer sino muy pocas posibilidades de adaptación. Sólo pueden sa­
tisfacer sus impulsos dentro de un grupo muy lim itado d e condiciones de
am biente porque el individuo no puede m odificar n i él impulso ni la actitud
ni el m edio que le rodea. L o mismo ocurre con respecto de ciertos anim ales
que, conio la cobaya, com pletan el proceso de mielinización muy poco tiem po
después de su nacimiento; sus posibilidades de adaptación son muy lim itadas.
Es fácil predecir las necesidades de esos animales, pero es imposible pronosti­
car las d el hombre. En resum en, el hom bre nace desvalido, la base anatóm ica
de la acción voluntaria se desarrolla lentam ente dejando u n amplio espacio
en el cual pueden producirse la modificación y dirección de conducta para
ejecutar los impulsos. Esta circunstancia aum enta, igualm ente, las variaciones
de las necesidades hum anas.
La im portancia de todo esto para la psicología es muy grande. Si la solu­
ción de continuidad entre el impulso y la conducta está condicionada por un
factor psicológico, debemos investigar cuál sea precisam ente su carácter. D e
m em ento sólo necesitamos indicar su dirección: es pedagógica. Y con ello
\

396 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

no queremos significar solamente “enseñanza”, sino cualquier influencia con­


cebible, expresa o implícita, que m oldee la dirección del sentim iento o acti­
vidad en relación con el impulso y el proceder. Las más sobersalientes entre
esas influencias son la imitación —térm ino extrem adam ente deficiente y con­
cepto m al comprendido— y las disciplinas directivas o restrictivas, explícitas o
tácitas.
Si í¡e tiene presente esos hechos, n o puede hacerse ninguna observación
acerca del desarrollo de ningún im pulso y de la conducta con él asociada sin
referirse a las influencias sociales que tengan algo que ver con él. Debemos
tener u n cuidado extremado con los factores que atribuim os a la “naturaleza
hum ana”, porque n o existe ta l cosa; sólo conocemos tipos específicos d e “na­
turaleza hum ana” sometidos a condiciones ambientales y sociales específicas.
El térm ino “influencias sociales” viene a.significar, en consecuencia, la idea
específica y la imagen verbal d e un im pulso determ inado, la forma en que
se le ejecuta, los conceptos de m ovilidad y las interconexiones que todas estas
cosas tienen entre sí y con la personalidad total.
En resum en: son el desamparó del niño recién nacido y el núm ero infi­
n ito de posibilidades de adaptación los que hacen tan im portantes a los facto­
res sociológicos en el desarrollo del ego. La dependencia del niño lo hace
susceptible a todas las influencias que sean pedagógicas o disciplinarias y la
cultura es am bas cosas a la vez.
Ferencá nos h a sum inistrado algunas ideas valiosas acerca de los senti­
mientos subjetivos d e l niño cuando sus necesidades son satisfechas por inter­
m edio d el progenitor. Ya las hemos exam inado anteriorm ente. Pero debemos
añadir u n corolario im portante: el sentim iento de om nipotencia y control
es subjetivam ente válido si el niño consigue el éxito en la m ayor parte de los
casos, es decir, si la ayuda de le» padres es suficiente para satisfacer sus limi­
tadas necesidades. E n el curso de nuestra exposición de la proyección* hemos
observado q u e el sentim iento d e bienestar depende tam bién d e esa experien­
cia y que la enferm edad o sentim iento d e m alestar, se convierten en el equi­
valente de ser'odiado o desatendido. E l progenitor que fru stra esc» anhelos,
es representado en los sueños o fantasías como si hiciese algo activamente
agresivo co n tra el niño. Esta representación tiene lugar, con m ayor frecuencia,
e n loa sueños pero se produce tam bién a m enudo en los pensam ientos cons­
cientes. Es este u n segundo ejem plo de u n deseo frustrado representado como
la negativa del positivo. Como* ha puesto de m anifiesto R ado, cuando* más
adelante, viene el reconocim iento, el sentim iento d a om nipotencia se pro­

* Vid. cap. vm, técnicas de pensam iento.


ANHELOS FRUSTRADOS DE PROTECCION 597

yecta sobre la m adre y se exageran sus poderes y se m antiene la esperanza de


que estarán, constantem ente, a disposición d el niño.10
D urante les últim os años h e tenido ocasión de observar en individuos pa-
ranoides, q u e uno d e los resultados de u n a m arcada interferencia con los
primitivos sentim ientos de om nipotencia consiste en q u e el objeto frustrador,
el que no satisface a los anheles d e dependencia, se convierte en un agente
nocivo (perseguidor) activo y en que se originan en el sujeto u n a indepen­
dencia y grandiosidad prem aturas y faltas de fundamento* Se observa en
esos casos la ausencia de la acostum brada hipertrofia d e la imagen del pro­
genitor y u n a hipertrofia correspondiente del propio sujeto* E ntre las in­
fluencias q u e pueden perturbar en la niñez el sentim iento norm al de protec­
ción, la enferm edad es quizá la m ás im portante. Es m uy frecuente que las
atenciones m édicas, como la aplicación d e pulverizaciones laríngeas o nasales,
los enemas, etc., produzcan en el niño la impresión d e que el padre le está
causando daño. En otras palabras: en la prim era infancia, la perturbación d e l
sentim iento norm al d e bienestar (porque n o podemos hablar d e dependencia
en esa época) puede llevar a desconfiar y tener m iedo del progenitor, a la
hipertrofia d el yo y ai desarrollo precoz (inteligencia). Tales son las activi­
dades del ego en que se basa el concepto “ narcisista” .

10 Este problem a, ta l como ha sido planteado, influye en- form a im portante sobre, otro
punto litigioso de la psicología psicoanalítica: la génesis de la ansiedad neurótica. No es po­
sible entender las diversas teorías relativas a la ansiedad sin ten er en cuenta su contexto
histórico. Resolvió Freud la relación e n tre un anhelo biológico Insatisfecho y la ansiedad,
sobre la base de la teoría de la libido, Como una “conversión** de ésta e n ansiedad. Las
formulaciones más recientes de la psicología freudiana del ego obligaron a su autor a re­
tractarse de su prim itiva teoría de la conversión y a reconsiderar a esta com o una reacción
ante el peligro que, a su vea, pone en m ovim iento todo d dinam ism o de la represión (1926).
Sin embargo, h a persistido una idea que constituye la clave d e todas las teorías de la an­
siedad: la de que cada una de éstas es una reproducción de o tra ansiedad experim entada
anteriorm ente. El acto de nacer se erige, por lo tanto, en e l prototipo de la ansiedad.
Rank utilizó esta idea y pensó haber descubierto la fórmula universal de la ansiedad. La
adaptación norm al podía, por consiguiente, caracterizarse como \io a “abreacción feliz*’ del
traum a nataL Se trataba, por consiguiente, a 2a situación del nacim iento desde el p u n to
de vista de los instintos satisfechos o frustrados, es decir, sobre la pauta de los instintos
sexuales. Todas esas teorías operaban sobre la base de que los acontecim ientos reales que
tenían lugar durante t i nacimiento, seguían siendo ti prototipo d e la ansiedad, pero no te ­
nían en cuenta los recursos del ego o la form a en que se establecían. O tros autores eligie­
ron otros fenóm enos asociados, como la agresión, y centraron t i estudio de la ansiedad sobre
la relación con la agresión en concepto de fenóm eno nuclear. Todo esto no hace sino
probar que e l problem a de la ansiedad neurótica no puede ser resuelto hasta que se llegue
a tener un conocim iento suficiente de la estructura y funciones del ego, que permita colo­
car en su lugar correspondiente a todos esos fenómenos que h a n sido correctamente ob­
servados.
396 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

El período de dependencia reconocible coincide con el de mayor creci­


miento d el ego, con la ¿poca en que se imponen o son absorbidas la m ayoría
de las disciplinas determinadas culturalm ente. Algunas disciplinas directivas,
como el aprendizaje del lenguaje, no perturban seriam ente las adaptaciones
preexistentes; si acaso crean alguna perturbación, es menos grave que la ori­
ginada por aquellas disciplinas que chocan orgánicamente con determ inados
impulsos. A l decir disciplina querem os significar la restricción o dirección d e
los impulsos o actividades que existen en alguna form a rudim entaria desde el
momento mismo d el nacimiento. En otras palabras: todas las disciplinas
apuntan a alterar la organización de la personalidad. Podemos percibir fácil­
m ente lo difícil que es hacer frente a esa demanda social de cambio, si obser­
vamos que todo tipo d e adaptación tiene que incluir en su composición misma
gratificaciones de alguna especie. Pero el cambio provoca siem pre oposición,
incluso ctiando se basa en una garantía de mayores satisfacciones futuras, por­
que requiere esfuerzo y el sacrificio de las satisfacciones ya establecidas. T a l
cambio constituye, por añadidura, una im portante lesión inferida a la inde­
pendencia y a la exención de responsabilidad del niño. Si la etapa infantil
anterior d e desarrollo era aquélla en la que el niño controlaba al mundo y a
la madre, la disciplina establece lo contrarío, es decir, una situación en la
que el progenitor controla y gobierna al niño. Si a esto añadim os el hecho
d e que las disciplinas están instituidas, en su mayoría, sin que el niño se d é
cuenta d el propósito, necesidad o beneficios que d e las mismas se derivan,
tendremos todas las razones posibles para que aquél se oponga a tales res­
tricciones. T odas las disciplinas se enfrentan con esa situación. La disciplina
es siempre coerción si interfiere con una adaptación existente. Corno quiera
que la dependencia d el niño es u n a característica biológicam ente determ ina­
d a se convierte en el punto de apoyo sobre el que descansa la palanca d e la
disciplina. D e la acción recíproca entre los dos surgen varias constelaciones
básicas que, expresadas en prim era persona, son como sigue:
1) Si te obedezco, m e amarás y protegerás.
2) Si n o m e am an (si estoy enferm o, soy desdichado, despreciado o infor­
tu n ad o ), es porque he desobedecido.
3) Si m e arrepiento, renuncio, sufro y prometo obedecer en él futuro,
puedo volver a gozar de tus favores y de tu am or y protección.
Esta serie de constelaciones parece representar u n grado de organización
m ás elevado que el que se encontraba en el miedo a ser comido. La probabili­
d a d de em plear técnicas de congraciam iento en una situación de desamparo^
significa la existencia d e tipos m ás efectivos de adaptación, de u n a estimación
m ás cabal d e la realidad, que los representados por la fantasía del miedo a ser
com ida El grupo de constelaciones enum erado más arriba, sólo puede form ar-
ANHELOS FRUSTRADOS DE PROTECCION 599

«e en una cultura donde las disciplinas restrictivas son severas. Podemos poner
e n parangón este grupo de constelaciones con aquéllas que se encuentran en
■sociedades donde las disciplinas n o restringen al niño o establecen un equili­
brio aceptable entre las satisfacciones y las frustraciones. ' ,
Caracterizar a las disciplinas como “severas” y “no severas”, constituye
u n a terminología bastante imprecisa. Se las puede calificar de severas cuando
el número de las m ismas es grande y si, colectivam ente, aum entan mucho las
responsabilidades d e l individuo, o se las puede considerar com o severas si se
oponen a gratificaciones esenciales. Hay, sin embargo, otro factor que es quizá
e l más im portante y q u e estriba en las condiciones establecidas al margen d e
las disciplinas, la insistencia y las m edidas punitivas o amenazas de sufrimien-
to. En las sociedades como la d e las islas M arquesas, donde las disciplinas
anales no son severas en ese sentido y donde no se pone obstáculos a los obj©-
tivos sexuales, la alim entación por el progenitor continúa constituyendo el
prototipo básico de las relaciones amistosas con un objeto. R epresenta la expre­
sión: “Si te alim ento m e alim entarás.” Esto últim o no es un am or condicionar
d o por la obediencia, sino un sim ple cambio de placeres sem ejantes, altam ente
apreciados por el individuo. Las culturas tanala y de las islas Marquesas
describen en la práctica real la diferencia entre las constelaciones que surgen
e n el individuo como consecuencia de esos dos tipos de actitu d básica con
respecto de los padres. En muchas culturas, puede persistir la p au ta alim enté
cía en unión del procedim iento d e congraciamiento-reintegración.
Cuando los anhelos de dependencia se garantizan a costa d e la penosa
renunciación a gratificaciones, y cuando persisten las tensiones reprim idas
— como por ejem plo los impulsos sexuales—, el niño tiene qy e elim inar los
impulsos y desarrollar cierta actitud con respecto al progenitor que los pro­
híbe. Consigue esto, m ediante la alteración de la representación de sus im ­
pulsos y el cambio d e la del progenitor. La imagen paterna se hipertrofia y
con ella se exagera, igualmente, el poder para hacer bien o p ara dañar. Se
representa al objeto protector odiando o perjudicando al sujeto. E l niño puede
representarse a sí m ismo satisfaciendo un impulso permisible m ediante la sus­
titución; se oculta el odio y la agresión hacia el progenitor por el daño sufrido.
U n ejemplo pondrá esto en claro. U na m ujer frígida sueña que está en la
cam a con su m arido. Están a punto de efectuar el coito, cuando una vieja
en tra en la habitación llevando una bandeja con alim ento. La paciente sufre
con la intromisióii, que se repite varias veces, pero no puede decir a la vieja
q u e no moleste. El significado es evidente. La paciente busca la compensación
en el alim ento (gratificación oral más dependencia) y no m uestra, por lo
tanto, su agresión contra la m adre. El odio que la paciente siente como proce­
dente de la m adre, se oculta tras la satisfacción de los anhelos d e dependencia
4C0 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

(alim ento). E n los paranoicos, se frustra el anhelo de dependencia; y, en con­


secuencia, el “ perseguidor” se quita la máscara. Esas personas se defienden,»
por lo tanto, contra el perseguidor, asestando el prim er golpe, tomando la
ofensiva, y se hipertrofian a sí mismas en vez de hipertrofiar al progenitor.
U nos cuantos ejemplos clínicos nos m ostrarán las diferentes representa­
ciones del objeto del cual se espera la satisfacción de las necesidades de depen­
dencia. Hacem os notar que no existe uniform idad en las siguientes reacciones;
cada úna d e ellas depende de u n a diferente organización del “ ego”. S o n
formas de esas reacciones: 1) aparece una ansiedad en lugar de la gratifica­
ción; 2 ) se representa al objeto como amenazando con comerse al niño en v e r
de satisfacerlo (H ansel y Gretel, C aperurita Roja); 3) se representa al objeto
dañando al sujeto (castración); 4) el sujeto adopta una defensa activa contra
el objeto m ediante la reiteración activa de un acto delictivo tal como el d e
robar la gratificación deseada (cleptom anía).
Como ejem plo de la primera variante, podemos citar a l m uchacho, herma­
no de otros tres, cuya m adre acaba d e dar a luz a una n iñ a. T rasladado de su;
propia habitación, se enfurece y desahoga su ira con su oso de trapo a l q u é
arroja de la cam a. N o es su m adre quien le expulsa, sin o que, en realidad^
se deshace d e ella; o bien puede ser interpretado sú acto como despójo de su
herm anita. Poco tiempo después comienza a experim entar u n sueño recurren­
te en el cual se encuentra en la cam a, y u n objeto, graride y redondo, se le-
acerca cada vez más; en el preciso m em ento en que va a pegar contra ¿1, se
despierta aterrorizado. Dice el m uchacho que el objeto e n cuestión parecía
corno una naranja, una patata o u n a manzana, e insiste e n qüe era algo de­
comer porque m uchas veces estaba “ todo cubierto de m ondadientes”. El mu­
chacho tenía razón. Tenía algo que v er con la comida. El objeto redondo esta­
ba asociado con u n acto, placentero en tiempos, que se le negaba a la sazón: ef
pecho. A hora, e n lugar de despertarle expectativas agradables, lo aterrorizaba.
Se representa a la madre, con la cu al está inconscientem ente encolerizado,,
infiriéndola daño, aunque se la identifica con su atributo mas preciado: el
p ech a11 ¿Era u n a gratificación oral lo que buscaba o había interferido su her-

U Esta interp retación puede dar lugar a ciertas divergencias de opinión. Aquellos cuyo
interes principal en la psicopatología estriba en e l estudio de las transform aciones de sentí-
piW iin, harán m ás hincapié sobre la “ cólera reprim ida” contra la m adre y atribuirán todo el
sm dfom e a este sentim iento. La imagen am enazadora es, por consiguiente, una proyección
de su propia hostilidad. Es éste u n punto d e vista unilateraL El síndrom e se crea merced a
«im constelación en la que se frustra una necesidad, se bloquean los impulsos necesarios para
satisfacerla, se entrem ezclan los sentim ientos d e afecto y de odio —y todos esos hechos contri*
buyen e n forma activa para hacer fracasar la experiencia total—. Siguiendo a este fracaso se
encuentra la creación de una percepción de hostilidad procedente del o b jeta Esta percepción
ANHELOS FRUSTRADOS DE PROTECCIÓN 401

m ana con su dem anda d e dependencia? Todo depettde del lugar e n que se
encuentren los intereses predom inantes del niño, en el placer orgánico de-
m am ar o en la reclam ación m ás general d é la atención exclusiva en u n man",
do ap arte en el q u e se siente pequeño e insignificante. Su m adre h a dejad# d é
ser su agente mágico así com o la-fuente de satisfacciones sexuales, cosas ambas
que h a n cesado hace ya tiem po. Subsiguientemente, ese m uchacho se dedicó
al robo y, cómo era de esperar, robaba solam ente objetos comestibles.
O tro ejemplo de una representación sem ejante se encuentra en e l caso d e
un hom bre12 que subía graves ataques de eczema sobre todo el cuerpo cada
Vez que se encontraba en u n a situación desagradable de la vida. Los eczemas
infantiles ocurren, con m ayor frecuencia, inm ediatam ente después d e l -destete
y n o es raro que persistan hasta la edad adulta.* Se les asocia con el picor V
el acto de rascarse y son, ordinariam ente, resultado de este ultim ó. Según los
sueños, este acto d e rascarse representa, indirectam ente, una agresión violenta
contra la madre q u e ha destetado, pero el niño lo ejecuta sobre si mismo. El
objetivo y la significación d e dicho acto cam bian. En un principio es u n a pro*
testa primitiva; se convierte después en un proceso de abrirse nuevam ente
-cam ino hacia la m adre y puede llegar a ser, por últim o, el equivalente d e cual"
quiera d e las gratificaciones que aspiran a com pensar la pérdida, especialmen­
te la m asturbación. T al fué la conclusión a la q u e se llegó respecto d é varios
pacientes de eczema a quienes analicé. El paciente del que nos estam os ocu­
pando, tenía algunos Rueños interesantes: í) U n gigante lo levanta en tre sus
m anos, pero luego comienzan éstas a cerrarse y aplastarlo. 2 ) Se encuentra en
una caverná oscura donde hay un anim al salvaje que quiote com érsela Se
despierta de ambos sueños presa de ansiedad. E l prim ero,es la reproducción
de u n a experiencia infantil: la de ser levantado por los brazos d el padre
protector, pero en lugar d e recibir u n abrazo cariñoso, se le am enaza con
aplastarlo. El segundo sueño reviste el acostum brado carácter intra-uterm o
con la idea aneja de ser co m id a El curso de la enferm edad de este hom bre ha
sido m uy notable. A consecuencia de su eczema, h a ingresado con frecuendá
en u n hospital y h a reproducido allí, bajo el títu lo de su fracaso^ el estado de
dependencia de la niñez, yaciendo en la cama, siendo alim entado y sintiéndose
irresponsable; y su eczema se ha curado. C ualquier nueva dificultad produce
un nuevo ataque. E l hom bre en cuestión es m uy conocido en varios hospitales
de K ueva Y ork13

debe su origen a la totalidad de la constelación y no a u n o de los elementos separado de su


contexto.
12 M e refirió este caso el D r. Harold Koím an.
23 La dinámica es en este caso mucho más complicada de lo qué indica la expHcacióf*
402 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

Ya hemos estudiado la representación del m iedo a ser comido. £1 car&ctet


d e la reacdón cleptom aníaca es, por supuesto, muy diferente del de las otras.
Representa una actitud fuertemente belicosa; una gran insistencia en conseguir
e l fin deseado.
¿Cuál es la importancia d e toda esta psicopatología para nuestro estudio
d e la sociología primitiva? Sirve para indicarnos dónde radican las tensio­
nes en u n a sociedad. El indicio puede proceder d e alguna mos, cuento, rito,
pero es preciso comprobar cada una de esas indicaciones en las prácticas reales
de la vida. Así, cuando nos encontram os con el m iedo de ser comido, debemos
tratar d e identificar, el objeto del cual se espera la satisfacción y cuál sea la
frustración que dicho objeto perpetra. D e la mayor parte d e la prueba apor­
tada deducimos qué la frustración es u n a necesidad de protección como de­
fensa contra la ansiedad14 causada por los recursos inhibidos o deficientes.

N o es posible detallar los puntos de su adaptación en los cuales fracasa su control sobre sus
relaciones con el m edio ambiente y las tazones de dicho fracaso.
*4 Serta interesante contrastar esta explicación con la ofrecida por la teoría de la libido.
Se considera generalm ente a los tem ores de ser comido como versiones del miedo a la
castración, pero expresados sobre e l nivel oral-sádico. Todo esto parece misterioso a los no
iniciados. Para com prender la fórm ula, debemos entender prim ero la inform ación que trataba
de encontrar Freud; estaba en busca de datos acerca de lo que ocurría con el impulso repri­
mido; encontró dichos datos en la fobia expresada en el síntom a o en el sueño. Cuando
formuló la teoría do la libido, desconocía Freud cuáles eran las actividades del ego que esta­
ban representadas en e l fenómeno; la teoría de la libido sólo aspiraba a explicar las activida­
des del “instinto'* que Freud sabía que no podían ser destruidas. Reconoció la importancia de
la ontogenia, es decir, los aspectos de desarrollo; pero interpretaba todos los hechos, que eran
indiscutibles y comprobables, como prueba de la existencia de regresiones a las fases prim iti­
vas de satisfacción de la tendencia instintiva. Al propio tiempo, Freud ponía de mani­
fiesto la necesidad urgente de que se tomasen en cuenta mayor núm ero de las actividades del
ego (vid. supra, p. 364). Si seguimos e l consejo d e Freud y la labor de Ferencxi, que aquél
avala, podemos llegar a otras conclusiones con los mismos datos. Pero la inclusión de las acti­
vidades déT ego no se reduce a añadir el conocim iento de cuanto ocurre con la libido; entra­
ña un nuevo m odelado de toda la interpretación. El fenómeno calificado de sádico-oral
representaba sin duda alguna una reorganización de todo e l ego tal com o era en la niñea
Pero la necesidad frustrada está tam bién representada en el deseo de m am ar y chupar, de ser
protegido, lo que el individuo está dispuesto a aceptar en sustitución del impulso abandona­
do. Se encuentran las actividades del ego en su deseo irrealizable de volver a un estado de
dependencia como el de la infancia, que se representa en su forma negativa: ser comido;
di ego se representa com o desvalido. A si, pues, puede comprobarse la dinám ica de los hechos
descritos p o r Freud^ pero es preciso alterar la interpretación con referencia al ego. Heme»
intentado hacerlo aquí. Empleamos la teoría de la libido con el solo objeto de ofrecer prue­
bas de los anhelos instintivos, pero no de las actitudes del ego. La insuficiencia radica en las
premisas d e la teoría, no e n los hechos.
RELACIONES CON EL MUNDO EXTERIOR 403

RELACIONES CON EL MUNDO EXTERIOR

Examinemos ahora otro tipo d e frustración: el causado por loe encuentros


desafortunados con el m undo exterior. Los fenóm enos que se relacionan con
esos tipos d e reácdón nos darári alguna oportunidad d e esclarecer los asocia­
d o s con el masoquismo, y nos dirán también algo acerca de su significado.
C uándo la personalidad está plenam ente desarrollada, una d e sus funcio­
n es fijas consiste en orientar al individuo hacia el m undo exterior. E ntre esas
funciones están com prendidas la visión, e l oído y los demás sentidos, junto
co n Complicadas combinaciones d e los mismos. Así, la Visión n o nos comunica
p o r sí sola “ significado”; requiere, además, e l conocimiento de la perspectiva,
el d e la utilidad de los objetos y relaciones del ego con los mismos, tales
com o él uso, el placer, etc. C uando esas funciones están completas, el indivi­
d u o puede “adaptarse” al m undo exterior y jam ás vuelve a preocuparse d e la
disponibilidad de las mismas, excepto cuando fracasa en su cometido. O curre
esto en las neurosis traum áticas, en las cuales se pierde el equilibrio entré los
recursos y lo que d e ellos se solicita, con la consecuencia de q u e no puede
realizarse ninguna adaptación eficaz. Se conoce demasiado poco, en el m o­
m ento actual, acerca del desarrollo dé esas funciones d e adaptación y han sido
dem asiado pocas las vicisitudes d e su fracaso que han sido objeto d e observa­
ción. T odo cuanto sabemos acerca de ese fenóm eno se debe e n gran p arte a
nuestro estudio de las neurosis traum áticas,15 de lá reacción a n te la pérdida
d e las funciones especiales de u n miembro, d e la visión o del oído. Esas fun­
ciones que se refieren a la orientación y al uso del aparato m uscular para la
defensa o para el trabajo, operan en forma singular cuando están inhibidas.
La circunstancia provocadora se pone de m anifiesto en aquellos factores que
causan las neurosis traum áticas. El efecto neto es el de que el m undo parece
retirar su hospitalidad y aquellas funciones m ediante las cuales se efectúa la
acom odación al mismo quedan inhibidas y bloqueadas, en tal form a que no
están ya á disposición del individuo. C uando se produce esa situación, reaccio­
n a el individuo como u n a persona que hubiese perdido esas funciones y m ani­
fiesta abasia (pérdida d el equilibrio, etapa anterior a saber a n d ar), aberracio­
nes visuales, temblores, inhibiciones para el trabajo y otras perturbaciones.
Seria generalizar dem asiado caracterizar todos esos fenómenos como regresio­
nes, considerándolos como un restablecim iento de los tipos infantiles de adap­
tación. Son muchos los casos en los que n o parece existir una resurrección de
los tipos infantiles, cuyas formas originales son desconocidas. Pero en otros

íft Vid. A . Kardíner, “Bíoanalysis of the Epilecric Reaction”, Psychoanolirtc Quartcrly,


v . i, n* 3.
«M PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

muchos, la pérdida de significado es evidente* Así, u n paciente oía que le


hablaban, pero no entendía el lenguaje; veía los objetos, pero no podía apre­
ciar su relación con ellos en el sentido de su significado y uso*
La vida onírica de esos individuos nos sum inistra algunos datos im portan­
tes. Sus sueños son más o m enos estereotipados y se term inan en la solución
catastrófica de cualquier acción emprendida* Por ejem plo: u n hombre sueña
que se encuentra dentro de u n ascensor, pero éste, en lugar de ir a su destino,
atraviesa el tejado y cae desde gran altura. Esos sueños d e ansiedad pueden
repetirse en los pacientes afectados de neurosis traum áticas cinco o seis veces
durante la misma noche. E n la convalecencia d e ese estado tienen sueños que
sugieren una reproducción d e la fase de la infancia en la que la boca consti­
tuye el único órgano de adaptación* U no de esos pacientes, propietario d e una
granja avícola, soñaba que ésta se encontraba cubierta de cemento, en tal for­
ma que los pollos no podían comer. Adem ás de sufrir esos sueños catastróficos
y esas resurrecciones del dom inio oral, tales pacientes son extremadísimos en
sus reacciones emotivas que o bien son violentam ente agresivas o de absoluta
hum illación. E n el estudio d e las neurosis traum áticas nos vimos obligados á
deducir la conclusión de q u e las inhibiciones y el proceder violentam ente
agresivo en form a tan desordenada estaban relacionados entre sí; que la inhi­
bición d e esas funciones básicas produce la agresión violenta y desordenada;
que esta últim a estaba canalizada, anteriorm ente, a través de sus procedimien­
tos útiles de afirm ación y adaptación.
En la relación entre las inhibiciones reales y la vida onírica del paciente
de neurosis traum ática, encontram os la versión m ás sencilla de lo que llam a­
mos fenóm enos “ masoquistas”. A ntes de que comencemos a teorizar acerca
del masoquismo, es im portante reunir todos los hechos referentes al mismo. Es
difícil afirm ar hasta qué p u n to ,com prenden los fenóm enos registrados todo
cuanto ocurre. E n el caso d e la neurosis traum ática, tenem os las siguientes
etapas: U na “función del ego” se encuentra en relación arm ónica con el m un­
do exterior; el individúo la em plea como medio d e seguridad, orientación y
placer. Goza con su uso y n o existe ninguna agresión ni en la vigilia n i en
sueños. Súbitam ente, cambia la decoración, la función del ego —digamos, por
ejemplo^ la de la visión o la d e la coordinación—, se inhibe, el individuo no
ve, sueña que el m undo se le cae encim a, aniquilándole* N o existe ya goce
alguno, e l paciente es agresivo e irritable. A mayen: abundam iento, su agresión
e$ desordenada. Sólo le quedan tipos de adaptación desordenados. Pero sus
necesidades con respecto al m undo exterior continúan siendo las mismas; con­
tinúan presionando hacia su satisfacción y se traducen en el intento de obtener
la m isma gratificación, aunque la m ayoría de los instrum entos de adaptación
necesarios para conseguirlo están bloqueados. Llamamos “masoquista” a l cua­
RELACIONES CO N EL MUNDO EXTERIOR 405

d ro resultante. Este ejem plo es m ucho más gráfico q u e uno referente a la inhi­
bición sexual, porque en este últim o caso estamos acostumbrados a atribuir a l
m asoquism o u n elem ento punitivo debido a la actuación del sentido d e la cul­
pabilidad. ¿Dónde esta la culpa e n las neurosis traum áticas? Podemos deducir
algunas conclusiones acerca d e la naturaleza de esas funciones del ego. Su
tare a parece consistir, en prim er liígar, en apartar al m undo tan agresivamente
q u e, una vea que se ha hecho desaparecer su efectividad, el individuo experi­
m en ta el sentim iento d e estar sin protección y de ah í que el m undo se le
derrum be encim a. Por lo menos, ésta es una percepción endopsíquica que tie­
n e d el m u n do.elindividuo privado de sus arm as de adaptación. D urante e l
desarrollo d el individyo* ocupan las armas efectivas de adaptación del ego
d tugar de la m adre protectora. N o se observa ansiedad en los estados de vigi­
lia d e esas neurosis traum áticas, sino solam ente irritabilidad, una tensión cons­
ta n te q u e im pide la ansiedad. S e origina por lo tanto el “masoquismo” por el
in ten to d e establecer contacto con el mundos cuando los agentes ejecutivos
p a ra ello están bloqueados. Si con su. ayuda se siente a salvo el individuo y sin
ella experim enta la sensación d e que el m undo se le viene encima, debem os
d educir la conclusión d e que la fundón de esos recursos del ego consiste en
m antener a raya al m undo. Es ésta, por supuesto^ una representadón muy ex­
tra ñ a y m ecánica de órganos q u e desem peñan funciones tan pasivas como las
d e los sentidos. En form a de diagrama la podem os diseñar de la m anera
sig u ien te:1* .
M undo exterior M undo exterior
i
Ego normal Ego inhibido i o contraído
La comprobación m ás im portante a que puede som eterse una psicología es
la d e la explicadón que ofrezca del fenóm eno del masoquismo. Es éste u n
fenóm eno sólo comprensible m ediante construcciones o conceptos operativos,
ya q u e ni la experiencia directa n i la conducta pueden explicarlo. Las explica-
18 Explica Freud un concepto de esta neurosis en su teoría de la Reúschtm: (defensa
Contra los estím ulos). Sostiene que esa defensa contra los estím ulos es suficiente en circun»*
tancias normales, pero que en la neurosis traum ática se rom pe. Este concepto tom a debida­
m ente en cuenta los hechos. Pero Freud no nos dice cómo se construye esa defensa contra
los estím ulos. El concepto de defensa contra ios estím ulos es exacto, pero no especifico.
S egún los fenóm enos de la neurosis, la defensa consiste en el funcionam iento apropiado del
aparato del equilibrio senririvo-motor con cuya ayuda se garantíza la orientación y es capaz el
individuo de emplear las funciones d e utilidad de los sentidos y de los miembros. Una vez
desaparecida esa función de utilidad, queda en realidad elxindividuo privado de protección.
El individuo que dominaba antes al m undo a su antojo, considera ahora esa actividad com o
am enazadora y peligrosa. Este principio se aplica con la misma exactitud a otras form as de
m asoquism o.
406 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

ciones tienden a hacer hincapié, bien sobre u n a forma d e impulso instintivo


prim ario (el masoquismo original o instinto d e m uerte de Freud) o sobre la
persecución d e ciertos estados afectivos* N inguna explicación de ese fenómeno
puede ser completa si n o com prende tanto a los elementos de actividad, lla­
m ados también “ instintivos”, como a ios elem entos afectivos.
U na de las dificultades que presenta el masoquismo consiste e n que las
explicaciones se deducen del fenómeno de las neurosis ordinarias, lo que
equivale a partir del fenóm eno más difícil y complicado para in ten tar una
explicación. Los fenómenos de las neurosis traum áticas contienen todos los
elem entos esenciales del masoquismo en su form a más elemental y parecen
constituir el punto de partida lógico, ya que sobre ellos se injerta la super­
estructura que se encuentra en la neurosis. U na circunstancia m ás que califi-
ca a la neurosis traum ática como m arco básico de los fenómenos m asoquistas,
es la de que en dichas neurosis nos encontramos con u n a contracción de las
funciones en cuyo desarrollo no actúan nunca influencias sociales d e género
prohibitivo y la dé que esos fenómenos pueden ser observados lo m ismo en
u n a neurosis traum ática que date d e tres días que en otra cuya duración sea
de diez años.
NótamoS, en prim er lugar, u ñ cambio en la adaptación del individuo, una
lim itación d é la eficacia general. Puede verse p o r los sueños que se trata de
u n cambio dé raíces m uy profundas. El fenóm eno repetitivo observado en los
sueños no constituye u n indicio de una com pulsión reiterativa (explicación
qu e constituye un círculo vicioso), sino un cam bio perm anente en la estructu­
ra d el ego que significa que se h an alterado las percepciones d e l m undo
exterior, las capacidades d e acción y la actitud del individuo hacia sí mismo
en relación con el m undo exterior. Percibe aquél al m undo como hostil, debi­
d o a qu e sus arm as d e defensa o adaptación están inhibidas y restringidas.
El individuo no se da cuenta d e ello. T al es el hecho básico. Los dem ás fenó­
m enos asociados, el apartam iento del m undo y la explosión de la agresión,
son consecuencia de la inhibición poique persiste la necesidad .d e alguna
acomodación al m undo exterior (a pesar de q u e las fundones se encuentran
ahora contraídas).
E l aspecto afectivo deL cuadro no puede ser tratado en si mismo; sólo se le
puede entender como resultado de la adaptación que está, ahora, completa­
m ente alterada. La confianza en sí mismo d e l individuo ha desapareado;
n o puede seguir ejerdendo librem ente esas funciones de las que usaba antes
fácilm ente y q u e le producían ciertas satisfacciones. A falta dé ellas, busca
nuevos tipos de gratificación afectiva com patibles cpn sus capacidades altera­
das. Las explosiones incontrolables de ira cuando se plantean súbitam ente
FRUSTRACIONES SEXUALES «7

dem andas d e acción ordenada, su terror y su sim patía cuando ve a alguien


q u e sufre, son consecuencias d e las inhibiciones.
Este cuad ra neurótico no g u ard a relación con e l pasado; puede ocurm r a
cualquier individuo como resultado^ -por ejemplo* d e u n accidente de automó*
vil. Las reacciones pueden ser restablecim ientos de tipos primitivos de adaptar
ción, pero n o lo son forzosamente* Y el rasgo cardinal del masoquismo es la
inhibición d e Las funciones de adaptación q u e eran anteriorm ente efectivas.
N o es posible el masoquismo sin la inhibición.

FRUSTRACIONES SEXUALES

Si ensayamos la aplicación d e estos principios descritos en las neurosis


traum áticas a una inhibición sexual, encontraremos u n cuadro m uy semejan*-
te* Difiere, sin embargo, en que sus manifestaciones son mucho más complica­
das. La fuerza represora no es u n a súbita contracción refleja, sino un moldea**
m iento gradual y persistente. A m ayor abundam iento, el impulso sexual es de
ios que pueden ser satisfechos d e diversas maneras.
Para ilu strar esas diferencias, examinemos el- caso d e un neurótico de com­
pulsión, grave, cuyas inhibiciones son del tipo m ás extrañado. Se da p o r
supuesto com únm ente q u e una función “inhibida” es aquella cuyo desarrollo
fu é com pleto, pero cuyo ejercicio está bloqueado. E n e l caso dé m uchos d e los
fenómenos que se presentan clínicam ente como inhibiciones sexuales» la p e r­
turbación es m ucho m ás profunda* El desarrollo efectivo dé la fundón puede
haberse detenido en ta l forma q u e el tedividuo n o jia y a sido nunca capaz efe
llevar a cabo el acto por com pleto, debido a que jam ás aprendió a hacerlo.
En el neurótico por compulsión a que nos referimos, él desarrollo sexual se vió
interrum pido a la edad d e cuatro años, debido a la influencia de las amenazas
m aternas, y nunca se fué más a llá de lo que del m ism o sabía a la edad indi*
cada. El im pulso h ad a la gratificación sexual es innato; pero lo que es necesa­
rio hacer p ara obtener aquélla, es aprendido y no m erced a medidas percep­
tibles, sino m ediante uria serie gradual de éxitos. ¿Qué hay que “saber” acerca
d el acto sexual? Cada uno de los m últiples pasos interm edios entre la form u­
lación del deseo y la ejecución d el acto tiene una represehtación ideadonal y
u n acceso d e movilidad distintos. La interferencia con cualquiera de esos pasca
puede producir la im posibilidad de efectuar la acción completa. Es n atu ral
suponer q u e cuando m ás pronto se inicie esa influencia inhibitoria, más p ro ­
bable es q u e se produzca la interferencia con los pasos sucesivos. Podem os
tom ar como ejemplo lo que le ocurre a nuestro paciente para observar lo q u e
pasa con el impulso que no consigue consumarse, y localizar, si es posible,
dónde se encuentran los obstáculos. El paciente en cuestión había asistido
406 PRINCIPIOS y TECNICA PSICOLOGICA

d e lta tarde a una fiesta y una de las invitadas que atrajo su atención fue
una bailarina. Coqueteó u n poco con ella. C uando se acostó aquella ilo­
che, comenzó a tener fantasías eróticas acerca d e la m uchacha. Las fanta­
sías contenían, esta vez, m ás que lo que habían m ostrado en los primeros
análisis. El paciente era m ás asertivo, experimentaba un sentim iento mayor
con respecto d e sus órganos genitales y del acto sexual. Se durm ió y experi­
m entó la siguiente serie de imágenes hipnagógicas: 1) Fantasías sexuales acer­
ca de la bailarina. 2 ) “Estoy introduciendo un instrum ento duro d entro de
una locomotora.” 3) “Estoy atado a u n árbol y alguien m e está golpeando en
los testículos con un bate d e béisbol”^ ) “Digo que todo eso es una tontería,
soy dueño de la situación.” 5 ) “Me despierto con ansiedad.”
C uando vino el paciente por vez prim era p ara someterse al análisis, la
única actividad sexual de q u e era capaz era la m asturbación acom pañada de
fantasías internam ente hum illantes y crueles como en la tercera imagen hipna-
gógica. Fantasías de ese carácter se habían fijado ya claram ente en su espíritu,
a la ed ad de seis años. Adoptaron* su forma actu al poco tiem po después de
que su madre le prohibiese absolutamente m asturbarse y le amenazase con
toda suerte de terribles consecuencias, como la locura y otras parecidas, si
continuaba. Continuó, em pero, haciéndolo con la ayuda de fantasías maso-
q u ita s eptre las q u e se contaba la impresión de que le golpeaban el pene con
un b ate de béisbol. Concidiendo con. la representación “m asoquista” de la
actividad sexual -^h acer algo agradable y q u e le hiciesen algo desagrada­
ble— había una interesante serie de imágenes fóbicas q u e le asaltaban, inme­
diatam ente antes de dorm irse. Esas imágenes, fóbicas representaban claram en­
te los cambios operados en. la representación del objeto que frustra u n a nece­
sidad im portante. Este niño se veía acom etido desde la edad de tres a cinco
años, p o r temores, prim ero, d e una bruja que entraba en su habitación para
estrangularlo. (S u m adre tenía la costum bre d e ir a verlo antes d e que se
acostase, en un principio, p ara mimarlo y acariciarlo, y después para prevenir­
lo contra la m asturbación.) Siguieron después fantasías acerca d e animales
salvajes que le iban a devorar y, finalmente,, d e ladrones que no le h am o
daño si se estaba quieto, pero que s r hacía el m enor movimiento, le aplasta­
r á n la cabeza con una porra. La inm ovilidad e ra su salvación; al n o m astur-
baise se creía segura
Las ipagenea hipnagógicas com entes representan, evidentem ente, la inca­
pacidad de seguirsu fantasía sexual en forma n o rm al En su lugar se encuen­
tra n u n a serie d e imágenes q u e la representan, a l principio, como algo extre­
m adam ente difícil y después como u n acto cruel en el cual se aprecia cierto
esfuerzo para conseguir u n poquito d e placer. Su protesta está claram ente
registrada, así como su tem er d e evidenciar esa protesta.
FRUSTRACIONES SEXUALES 409

La situación es m ucho más com plicada que en el ejem plo de la neurosis


traum ática, pero la semejanza es evidente. La sucesión de imágenes probaba
al paciente el hecho de que la fantasía “ m asoquista” era u n a transformación
d e la placentera original, que esa transform ación tenía lugar bajo la persisten­
te influencia de u n a disciplina que llevaba aparejados graves castigos; que
dicha disciplina introducía en la actividad un elem ento doloroso q u e no se
encontraba allí con anterioridad; que a la sazón se veía obligado a enfrentarse
tanto con las dem andas d e la disciplina como con-él deseo sexual; que . la
fantasía m asoquista resultante satisfacía a ambas; que no sólo había desarro­
llado en la fantasía una tolerancia para el dolor, riño q u e ésta 6e había
convertido en la condición esencial de los fragmentos de placer que subsistían;
que el objetivo d é la masturbación había cambiado, pasando d e ser u n a fina­
lidad d e placer a o tra cuyo propósito consistía en destruir la tensión d e l deseo
sexual; que la influencia de la disciplina seguía siendo activa en su vida co­
rriente, aunque sus recursos eran ahora* en general, m ucho mayores que
cuando era niño y que ya no necesitaba, en realidad, “obedecer con e ljin de
ser am ado”, aunque seguía actuando como si lo necesítese. Sus reacciones
frente al análisis dem ostraban que esa. idea seguía estando m uy viva.-Espreci-
so no olvidar que una proporción no pequeña de la ansiedad del paciente se
debe a su incapacidad actual para consum ar la actividad com o consecuen­
cia d e haberse om itido tantos escalones -en el desarrollo d e la misma. E l esla­
bón entre las condiciones infantiles y su s adaptaciones presentes, no estriba er
recuerdos que u n a vez recuperados libertarían autom áticam ente los recurso
d e l paciente, sino e n la estructura presente de su ego. Esta p arte de su adapte
ción debe ser com prendida totalm ente por el paciente; la explicación d é la*
razones d e la adaptación sólo puede; ser obtenida partiendo de la situadóc
infantil.17
La mayor dificultad que se presenta paracom prender los fenóm enos maso-
quistas correspondientes a la actividad sexual (y lo mismo puede afirmarse
de otros impulsos) reside en el hecho d e que lo® encontram os siempre mez­
clado® con un® com plicada serie d e acom pañantes emotivos; por lo menos,
IT El autor no puede estar de acuerdo con varías creencias corrientes acerca de la técnica,
que sostienen que el pasado del paciente es insignificante con tal de que se estudien, tan sólo,
las reacciones afectivas corrientes y se agoten sus posibilidades en las reacciones entre el
analista y el paciente. Este procedimiento es indispensable y constituye u n m uy eficaz
de m ostrar la estructura del ego del individúo. A unque, desde un punto de vista terapéutico,
puedan ser poco im portantes los aspectos de evolución de esas reacciones en la vida corrien­
te cuando se trata d e perturbaciones leves de carácter en las que recursos individuales son
realm ente efectivos, en las inhibiciones graves el cuadro infantil provee al analista de un
arm a terapéutica m uy im portante: la explicación emotiva de la conducta com patible con el
-concepto existente d d medio.
410 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

tal es el caso que se encuentra en la génesis d e la actividad m asoquista-


Parece como si el objetivo d e la actividad hubiese pasado de activo a pasivo, dé
placentero a doloroso, de estar libre de ansiedad y culpabilidad a la presencia
d e ambas. La idea com únm ente aceptada es la d e que cambia el objetivo de­
bido al sentim iento de culpabilidad; pero la actuación del mismo principio
e ii la neurosis traum ática, donde no es posible que la culpabilidad desem peñe
papel alguno, nos facilita u n indicio de que esos camhios emotivos son efectos-
secundarios. Sin embargo, es en esa m ateria donde nuestro conocimiento de
las actividades de la personalidad total sigue siendo deficiente. Parece como
si la actividad masoquista fuese un intento de satisfacer el im pulso original
por m edio de cargas de energía imposibilitadas ahora de seguir sus cauces
norm ales de expresión y m ediante la utilización d e la agresión inhibida y, por
lo tanto, “desorganizada” ; pero como quiera que las cargas de energía no lle­
gan hasta su objetivo original, el individuo se ve privado de u n control o
apoyo esencial, como el que se da cuando se realiza efectivam ente una sencilla
proeza física. Conocemos lo bastante acerca de esto para saber buscar, cuando
nos lo encontramos e n los fenómenos sociológicos, dos cosas: “la presencia de
T tná'iíÁ ibírién y u n a frustración de una necesidad esencial, bien sea por
interm edio de las fuerzas naturales del m edio de m undo externo o bien deri­
vada d e una fuente que se encuentra dentro de la organización social.
' N o necesitamos en trar en m ás detalles acerca de las frustraciones sexuales t
las rhanifestaciones son dem asiado numerosas debido al hecho de que, si
contrario d e lo q u e pasa con respecto d é la s frustraciones alimenticias, la satis­
facción d e l impulso sexual puede ser pospuesta, gratificada en form a vicaria
y expresada en innum erables formas diferentes. En el aspecto sociológico, sólo
necesitam os hacer hincapié sobre dos puntos: ¿n prim er lugar, que alan d o
hablam os de frustraciones institucionalizadas, debemos señalar, cuidadosamen­
te, te etapa del desarrollo dél individuo en que se hacen efectivas. Sí se insti­
tuyen en lá niñez, durante los años de form ación y comprenden tan to los tabús
d e objetó como los d e finalidad, habremos de esperar qué m odificarán el
desarrollo de todo él individuo durante su vida entera. Si se> perm ite la libre
expresión del impulso sexual durante la niñez, pero se imponen severas res­
tricciones después de com pletado el desarrollo (T robriand), habrem os d e es­
perar que las manifestaciones sociales sean diferentes que en el prim er caso.
E l segundo punto q u e debem os tener presente es q u e cuando esas frustracio­
nes son generales y se aplican a todos los m iem bros de la comunidad, son de
espetar algunas m anifestaciones de esa presión en el folklore, en la religión y,
quizás, en otras, instituciones. T al es el punto que Reik y G. Roheim trataron
constantem ente de dem ostrar, pero que explicaban recurriendo a una base
evolutiva. Varias constelaciones, entre las que se cuenta el complejo d e Edi-
FRUSTRACION DE LAS NECESIDADES “CREADAS” 411

po, d e te n su origen a esa fuente» Esta constelación particular desente la pre­


sión creada sobre el hombre por ciertas formas d e restricciones sociales im­
puestas sobre el Impulso sexual, aunque aun n o se t e llegado a com prender
totalm ente la m anera exacta como se form a dicha constelación.
Hem os visto en la cultura de las islas Marquesas u n tipo d e insatisfacción
sexual q u e n o se debía a influencias restrictivas instituidas durante los años
de form ación, sino a la proporción en tre hombres y m ujeres. En lugar d e pro*
ducir el habitual complejo d e Edipo, observamos que el deseo incestuoso
respecto de la m adre no constituía uno de los rasgos del folklore, pese a que
el incesta entre padre e hija se expresaba repetidam ente e n él. Encontramos,
por o tra parte, una serie m uy com pleta de instituciones que tenían p o r objeto
dism inuir los efectos nocivos de la lucha entre los hom bres p o r la posesión de
las m ujeres. El resultado neto era que la mujo* ocupaba en el folklore d e las
M arquesas una posición m uy parecida a la del padre en nuestra sociedad, no
porque tuviese ninguna autoridad —que en realidad no la tiene—■,sino por­
que se convierte, naturalm ente, en un objeto de frustración por cuanto había
muy pocas m ujeres para satisfacer todas las necesidades q u e tanto el niño
como el adulto esperaban q u e satisficiesen. Nos- encontram os, sin embargo,
con q u e dichas necesidades n o eran exclusivamente sexuales y que otras frus­
traciones contribuían también a hacer d é la m ujer u n objeto odiado, deseado
y sospechoso- '• - -

FRUSTRACIÓN DE LAS NECESIDADES “ CREADAS” SOCIALMENTE


* '■ - •^ i- .

Llegamos ahora a la frustración de finalidades creadas por la sociedad, es


decir, d e las necesidades originadas por el valor asignado a l status o capacidad
relativos, a la riqueza, al prestigiosa la clase y a otras cosas semejantes» Es
discutible si, estrictam ente hablando, la sociedad “ crea” esas necesidades. La
sociedad n o crea la necesidad de esos valores porqué, como ya hemos-indica*
do, arrancan d e u n grupo de percepciones afectivas que inform an al individuo
de su orientación social. La vida social seria imposible si el hombre no tuviese
esas percepciones. Sin embargo, la sociedad puede realzar la importancia del
stattis relativo empleando varios medios. Cuando existen esos valores, son de
esperar reacciones ante su satisfacción y frustración.
E n prim er lugar, la expresión de la necesidad es siem pre consciente, por
más que la sociedad establezca obstáculos a la ostentación, o el alarde e im pida
que se abuse de los demás por el hecho de poseer prestigio o la riqueza. Esas
necesidades, especialmente cuando están manifiestamente gratificadas en algu­
nos individuos, están siendo estim ulados por el ejem plo en todo m omento en
cada u n o de los individuos, y de aquí q u e no sea fácil suprim irlas. El deshero-
412 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

dado de la fortuna puede exhibir una variedad de sentimientos con respec­


to del afortunado:
1) Envidia, odio, agresión, deseo de q uitar a aquellos que tienen y apro­
piarse sus posesiones y hasta deseo de aniquilar a los que tienen. Si existe una
dependencia coincidente del objeto de la envidia, se puede hacer desaparecer
la agresión contra el objeto en- forma “m asoquista”; en tal caso, la agresión
puede culm inar en u n aum ento de la sumisión y en esfuerzos de congracia­
m iento con ei objeto envidiado, además de la inhibición de los reclusos del
propio individuo.
2 ) Pueden reprim irse la envidia y el odio e instituirse procedimientos de
congraciamiento, sin inhibición, al tratar d e aprovecharse, parcialm ente al
m enos, del poder deL objeto.
3 / Identificación con el objeto. Hemos hablado del carácter contagioso del
prestigio. Quienes no lo tienen, se ponen al lado de quien lo posee. Es ésta
u n a de las razones por las cuales quienes gozan de prestigio pueden reclutar
y atraerse sin recompensa alguna gran núm ero de los demás. Existe en esto
cierta gratificación vicaria: el hecho de asociarse con aquéllos q u e tienen
prestigio comunica u n a som bra de la cualidad original. Esta actitud no supo­
n e hostilidad contra el objeto, sino, p o r el contrario, una gran lealtad debido
a q u e la causa del objeto se convierte en la d e l sujeto.
4 ) Se puede buscar u n a gratificación com pensatoria aplicando el principio:
“N o tengo esto, pero tengo aquello”, que se deduce del principio d e ensalzar
y subrayar u n a ventaja en compensación de las cualidades de q u e se carece.
T a l es el mecanismo q u e D ollard encontró e n forma m uy sobresaliente en el
n egro am ericana18 <• . ,
5 ) La destrucción com pleta d e los valores de prestigio del objeto y la
elevación* en su lugar, de finalidades m asoquistas, Esta actitud resaltaba en
el. cristianism o primitivo, donde se exaltaban el objetivo de frustración, el
sufrim iento, la abstinencia y la degradación p ara convertirse en u n a nueva
escala d e valores de p restig ia C uanto más se sufría, m ayor era el prestigia El
ascetism o puede convertirse así en una finalidad social elevada.

Por lo que respecta a l congraciamiento, debe tenerse en cuenta que todos


los procedimientos de conseguirlo se m antienen m erced a la prom esa y a la
realización potencial d e recom pensas reales o imaginarias. Q uiere esto decir,
sociahnenté^ q u e la hostilidad está en acecho, oculta tras el, congraciamiento,
siem pre que no aparece pronto la recompensa. Hemos visto cómo se m antenía
esa actitud en la cultura táñala, m ediante la amenaza d e castigo infligido por

U John Dollard, Ca5te.«mÍ Class tn a Southern T ow n (New Haven, 1937).


CONTROL DE LA AGRESION 413

uti dios poderoso (un antepasado difunto) que cum plía su promesa otorgando
am plias recompensas.
C uando hablam os d e m ovilidad social a través d e las líneas de clase y
prestigio, nbs referimos a tfná esp era m átid b je tiv o qu e puede m a iite n e te l
individuo como finalidad de vid a. La ausencia d e e&a movilidad, tai com o
existe en los sistemas d e castas, debería aórnentár/ teóricam ente, Ja ansie­
dad con respecto de la (Atención d el prestido, pero en la práctica, esa ansiedad
acaba por desaparecer y se la reemplaza ooft actitudes d e resignación y sttm k
sión. A llí donde las líneas de clase son libres y el individuo puede ad quirir
prestigio, es probable que la ansiedad relativa a su obtención sea mayor, ya
que el objetivo ño desaparece nuifca y en tanto q u e el individuo se sienta
dism inuido por su falta d e éxito, será continuam ente presa de esa ansiedad.
Ese fracaso én la aspiración de mejorar, sé racionaliza entonces achacándolo
a la culpabilidad, la insuficiencia, el destino y otras circunstancias análogas.

CONTROL DE LA AGRESIÓN

El últim o factor q u e hay q u e examinar éh los tipos de frustración és la


interferencia con la agresión e ú sím ism a. N o hemos encontrado todávfe u n a
sociedad q u e no controle ese im pulto éñ alguna form a, que no canalice sus
salidas posiblés y hasta fom ente otras.1* Exponer todas las fuentes y causas d e
agresión nos llevaría dem asiado lejos. Lo q u e nos interesa principalm ente es
el control d e la agresión intrasocial. Hemos visto que la agredón es un tipo d e
reacción contra cualquier frustración; el que sea o no u n instinto, es de im por­
tancia secundaria. Por lo tanto, nuestro problem a, enfocado desde el punto d e
vista sociológico, se traslada, en cierto grado, a un nuevo emplazamiento. Pasa
al terreno d e descubrir la fruStracióñ que hay tras la agresión. Sin embargo, n o
todas esas frustraciones surgen d e la organización social; pueden proceder de
la incapacidad del individuo.
Se plantea con esto el problem a del control social'de la agresión. Freud h a
expuesto ya este punto con gran extensión.20 Se dispone de dos medios bási­
cos: el control intrapsíquico, al q u e llam a Freud form ación del super-ego, y
todas sus complicadas relaciones con la culpabilidad y la conciencia; control
externo, gobierno, policía. Este problem a h a sido expuesto ya en relación con
las culturas tanala y de las islas M arquesas.
Entre las reacciones ante la frustración, nos hemos encontrado ya con u n a
gran variedad de tipos de agresión procedentes de esa fuente. Ñ o es ésta la

n Vid. cap. iv, los kwakiutl.


w V«fc sujm i, p. 355.
414 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

única fuente de agresión, pero es la que más nos interesa* El interés principal
estriba en las formas en que se expresa la agresión. Los dos tipos principales
que hem os observado eran las formas explícitas y reprimidas. Las prim eras
eran la magia maléfica; y las segundas, algunos tipos de histerismo (tromba
y posesión por los espíritus).
La represión de la agresión sólo puede hacerse con éxito cuando sé puede
m antener de modo adecuado el equilibrio frustración-satisfacción. La cultura
tanala-betsilea nos mostraba q u e ese equilibrio puede ser perturbado m ediante
la imposición de obstáculos a las satisfacciones básicas de u n gran núm ero de
individuos.
. C uando las agresiones están cercadas por las correspondientes recom pen­
sas, se m anifiestan pruebas d e ese hecho en los productos de la fantasía. Es
ésta una de las razones por las cuales es tan útil el folklore para localizar las
fuentes d e las hostilidades intrasociales.

RESUM EN DE LOS T IPO S DE REACCIÓN A N TE L A S FRUSTRACIONES

Los tipos de reacción a n te la frustración con q u e nos hemos encontrado^


sirven d e guías prácticas en e l estudio d e los efectos de diversos tipos de
organización social. Esta exposición de las reacciones ante la frustración no
pretende agotar todas las posibilidades, sino, m ás bien, describir el m étodo
d e estudiar un escandallo d e las mismas. A pesar d e la representación algo
esquem ática, debemos apresurarnos a añadir que n o existe uniform idad en las
reacciones que la. misma frustración externa ha de-causar al individuo. N o
todos los anhelos de dependencia se expresan m ediante el simbolismo oraL
N o hem os apreciado, todavía, plenam ente todos los factores que conducen a
expresar esa necesidad m ediante el simbolismo oral. Tenemos un ejem plo
notable d e esto en la diferencia entre la cultura d e las islas M arquesas y la
tanala. E n esta últim a, toda la constelación de dependencia se expresa en
forma d e obediencia y congraciamiento. Entre los isleños d e las M arquesas
n o se form a esa constelación e n el individuo y n ad a tiene d e extraño q u e no
encontrem os pruebas, de la m ism a en el folklore. P o r otra parte, el m iedo de
esos isleños a ser comidos y a morirse de ham bre, tiene indudablem ente algo
q u e ver con el simbolismo o ral. N q podemos, p o r lo tanto, diagnosticar frus­
traciones partiendo d e un solo aspecto d e la adaptación del individuo, sino
d el conjunto total d e las costum bres reales de vida.
. Esos tipos de reacción a n te la frustración, constituyen, psicológicamente,
u n a de nuestras fuentes más útiles de inform ación por cuanto que sé refiere
a cómo está organizada la personalidad total. M ediante el estudio de los resul­
tados de esas frustraciones podem os llegar a conocer las defensas.y acom oda-
PERSONALIDAD TOTAL E INSTINTO 415

cien es que se inician. Conocemos u n punto im portante; d de q u e el individuo


sólo puede utilizar a su arbitrio los recursos asequibles. .Un hom bre puede ser
realm ente pobre aunque posea millones ocultos e n una caja d e caudales
guardada e n un país extranjero p ata el cual n o puede obtener pasaporte.

LA PERSONALIDAD* TOTAL DESDE E L P U N T O 0 E VISTA DEL “ IN S T IN T O ”

N o era menos cierto conrespecto del psicoanálisis que de las dem ás paco»
logias, que la estructura y funcionamiento d e la personalidad to ta l derivaban
p ara él de aquellos conceptos especiales em pleados p ara desgeibir u n sector
d e adaptación escogido arbitrariam ente. T odas las notaciones d e Freud eran
derivaciones del concepto d e l 4‘instinto", con sus supuestos acerca del parale­
lism o filogénico. En contraste con las d e Freud, podemos m encionar las
de A dler, que eligió el -proceso to tal de adaptación p ara seguir, los destinos, de
ciertos sentimientos y actitudes. L a estructura de la personalidad total variará,
por 1 q tanto, según cuál sea el punto de m ira que se establezca, según que se
sigan los destinos del instinto o se describan las modalidades d e la organiza­
ción del 3 $o. N o tenem os interés en probar que el u n o tiene razón y el o tro
está equivocado, sino m eram ente en ver cóm o se com plem entan m utuam ente
y hasta qué punto está subordinado cada u n o de ellos a los datos reunidos.
L o6 primitivos conceptos estructurales q u e se hallaban en el psicoanálisis
se lim itaban a las diferenciaciones tópicas (o teo ló g icas), las prim eras de las
cuales fueron “inconsciente" y “consciente”. Esas nociones llegaron a tenar
u n significado espacial. E l punto de vista dinám ico restableció la continuidad
d e la personalidad con el auxilio de los llam ados mecanismos psíquicos (id en ­
tificación, proyección, e tc .) y el punto de vista económico indicaba e l carácter
intencionado de la modificación; ambos puntos de vista contribuyeron a for­
m ar conceptos operativos sobre la estructura y funciones de la personalidad
total.
A diferencia de lo que ha sido su historia en otras psicologías, en el psi­
coanálisis, el concepto de “instinto” estaba totalm ente ligado a ciertos pre­
conceptos médicos, el m ás im portante de los cuales era la noción directiva d e
u n a etiología especial para las neurosis. F reud se decidió a em plearlo des­
pués de una serie de maniobras prelim inares, con la idea del traum a o daño
como principio m ediante el cual trazar la etiología específica. Siguió después
el concepto de traum a como experiencia psíquica, específica y conm ocionan­
te, en el dom inio sexuaL La idea de especifidad se unió entonces a la d el
m em ento en que se experim entaba el d añ o o trau m a sexual. Finalm ente,
com o quiera que resultó que no todos los individuos que habían padecido ex­
periencias de traum a sexual en la niñez sucum bían m ás tarde a la neurosis,
416 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

hubo de abandonar Freud esta idea, en busca de o tro factor más especifico»
Buscó entonces el factor especial que afectaba a un individuo y no a otro. Eí
resultado fué que el traum a sexual llegó a significar un a detención del des>
arrollo» lo q u e constituye probablemente el hallazgo m ás valioso conseguido
por Freud en ese período de su labor. Esa idea ha sobrevivido a todos los
intentos de m enospreciarla o reemplazarla. Son m uchas, sin embargo, las for­
m as de interpretar el significado de esa detención del desarrollo, d e cada una.
de las'-cuales se deducen diferentes consecuencias clínicas; u n in térp rete
puede referirse de modo exclusivo a las finalidades d e placer y otro a las fun­
dones perceptivas coordinadoras y ejecutivas.
Esta idea d e interrupción d el desarrollo o fijación, llevó al descubrim iento
de iá sexualidad infantil que se dedujo de la correlación entre las perversiones
sexuales, recuerdos infantiles de neuróticos y de la presencia de ciertos fenó­
m enos persistentes y regularm ente recurrentes, en neurosis y sueños.
La expresión “instinto sexual” era de uso común y parecía posible q u e
el esquem a ontogénico desarrollado en relación con el instinto sexual, pu­
diera ser usado con respecto de otros instintos. Se comprobó que no ocurría,
stón En algunos de esos instintos, como los “instintos del ego”, n o se p u d o
pasar de identificarlos por su nom bre; no pudo conseguirse el m enor pro­
greso en su estudio. Se hizo q u e los criterios establecidos para los instintos
sexuales abarcasen toda la adaptación del individuo; se incluyeron bajo la rú ­
brica d e “ placer erótico” m uchas cosas que m erecían ser tratadas por sepa­
rado o que hubieran podido ser consideradas de m odo diferente si se las
hubiese divorciado del supuesto d e que todas las actividades han de derivarse
d e aquélla fuente.
Las dificultades inherentes a la teoría d e los instintos comienzan en ese
puntó, porque los fenómenos, bien observados, se interpretaban exclusiva­
m ente como manifestaciones del “instinto” en el curso de su ontogenia, tras
del cual se encontraba el em puje filogénico, y no se les interpretó como m a­
nifestaciones d el proceso total de adaptación del individuo a un grupo espe­
cial d e situaciones de am biente. Se denominó fijaciones a las detenciones del
desarrollo q u e emergían como m etas sexuales infantiles persistentes hacia las
cuales podía retrogradar el individuo; Se dio por hecho que las vicisitudes
d e la vida ejercían su influencia sobre este desarrollo, pero sólo d e acuerdó
con la facilidad con que e l individuo progresaba* d e u n a a otra etapa. El fra­
caso produciría siempre una regresión (Ift vuelta a u n a fase anterior). Así,
se consideraba á todo el proceso d é adaptación desde eL punto de vista d el
desarrollo, el crecim iento y el cam bio. Este p u n to de vista era de enorm e va­
lor; sin él, son incomprensibles m uchos dé los fenóm enas de la psicopatología.
El roal radicaba en que se observaba ese desarrollo desde un p u n to d é vista-
PERSONALIDAD TOTAL E INSTINTO 417

tendencioso y se convertía a la adaptación en la persecución d e finalidades


d e placer sexual* Esto parece haber sido un a excesiva sim plificación aunque
F reu d proclamó originalm ente q u e sólo buscaba el significado d e los síntomas
neuróticos y qu e n o trataba de estudiar ei carácter.
Dos fuentes d e error parece haber en este punto d e vista* E n prim er
lugar, se consideraba, dem asiado « elusivam ente, al “instinto” como filogén&o
y fisiológico, y en segundo término, la base « a dem asiado estrecha para sos*
tañ er todo el proceso de adaptación* E l punto de vista filogénico obscurecía
las vicisitudes reales d e la vida del niño, su dependencia, sus reacciones
an te la disciplina y la persecución d e las finalidades d e placer sexual eran
dem asiado lim itadas para com prender codos los factores q u e intervienen en
el complicado proceso a l que llamamos adaptación. El resultado fu e q u e tos
fenómenos q u e Freud observó, no incluían a todos los .factores q u e toman
p arte en la adaptación* Todas las divergencias de los discípulos de Freud
con su m aestro y entre sí, se refieren a la interpretación d e cuál era la oosa
esencial que habría de observarse en la adaptación total del individuo* La
experiencia pasada ensaña que cualquier, psicología que ignore las necesidad
des biológicas .ge- extraviará; pero, d el m ismo modo, es m uy discutible que el
concepto de “instinto” sea el m odo m as « a c to dé tratar a esas necesidades*
Como resultado d e la teoría del instinto, el fenóm eno de la reprástóni
se convierte en la guía principal pera conocer la estructura d e la personalidad.
N i siquiera la diferenciación entre ei “norm al” y el “neurótico” era suficiente
a ese respecto. Se dividía, en consecuencia, la personalidad en “ego”, “id*? y
“superego”. A unque Freud reconoció qu e no se databa sino de u n esquema
provisional, y que la represión desem peñaba u n papel dem asiado im portante
en las conclusiones finales, persistió el uso d e dicho esqúem a. .
El único cam bio introducido d u ran te los últimos años fué u n o sugerido
por Arma Freud. A doptó ese esquem a de la personalidad como linea básica
y ensanchó las funciones protectoras d el “ego”. Incluye ahora en tre las me-
didas defensivas del "ego” todos los mecanismos psíquicos que oran conside­
rados anteriorm ente como meras características aisladas de la psique hum ana
y que tan im portantes son para seguir los cambios dinámicos operadas en
los procesos neuróticos.
Sin embargo, por ú til que haya podido ser la concepción de A n n a Freud
d e los mecanismos psíquicos como procesos defensivos, persiste una conside­
rable ambigüedad al no considerar a dichas defensas como actividades de la
personalidad total, sino de esa porción d e la misma a qué se llam a el “ego”
considerándola como separada del super-ego y del id. U na ambigüedad más
deriva del hecho de que el concepto d e personalidad total como ego-id-super*
ego es la representación que obtenemos cuando actúa aquélla bajo la infhien-
418 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

cía de la represión y de la defensa. Q ueda aún otro punto oscuro, que surge
de la definición del “ego” como porción diferenciada del id.
La estrücturaíización de la personalidad total es una de las secuelas de
la influencia de la psicopatología y más especialmente del fenómeno d e re­
presión como guía para el conocim iento de la estructura de la personalidad
total. Y ésta, a su vez, puede derivar de la hipótesis del instinto.
La hipótesis del instinto, con su definición de las finalidades en térm inos
del principio del placer (o m ás específicamente: del principio dél placer
orgánico) origina otra serie im portante de conceptos que aunque fenómeno-
lógicamente exactos (es decir, comprobables) fueron tergiversados en su sig­
nificado. Tales conceptos fueron los de fijación, desplazamiento, transferencia
y com pulsión de repetición. Todos ellos han sido m uy útiles para seguir la con­
tinuidad de la personalidad hum ana, pero sus significados cambian cuando
se les divbrcia de la interpretación de la conducta como persecución de fina­
lidades instintivas. La cuestión estriba sólo en lo q u e se refiere a la localiza­
ción d e l a fijación —¿como persecución de una finalidad infantil especial d e
placer orgánico o como la organización de la personalidad total?— Conside­
rados, desdé este últim o p u n tó d e vista, esos cuatro “mecanismos” describen,
todos ellos, la continuidad d e la personalidad en sus capacidades perceptivas,
coordinativas y ejecutivas.
0
*
' L a psicología del instinto* qüe define la adaptación en términos d e per­
secución d e finalidades instintivas, lo hizo m ediante la ayuda de un ¿h ip ó
de construccíones que, como-los mecanismos psíquicos, gozaron, durante largo
tiempo, d e uná posición ajena ál cuerpo principal d e la teoría. Cam bió la
situación cuando Freud reintrodujo el concepto d e defensa (1926). Según
este nuevo punto d e vista, los conceptos extraños no sé incorporan a la es­
tructura to tal del ego y, en realidad, describen sus m odalidades variables.
El esquem a d e la personalidad deducido de la psicología del instinto, deja
abiertas soluciones de continuidad entre la represión y las fuerzas represivas,
entré los síntom as y el carácter, en tre el principio del placer y el de la reali­
dad y, lo que es aún más im portante, en las relaciones entre los sistemas de
ideas^ consciente e inconsciente. El prim er intento d e tender u n puente sobre
esas soluciones de continuidad d e debió a Ferenczi; pero con el fin dé lograr­
lo, hubo d e salirse del m arco d e referencia dé la psicología del instinto y
considerar a las secuencias de actitudes e ideas com patibles con la com pren­
siónvy reco rtes del niño como las unidades básicas d e que ocuparse, unidades
que nó podían interpretarse com o derivados de los llam ados “instintos del
ege”« E ñ di m ismo sentido h an trabajado, posteriorm ente, A m ia Freud e n su
libro T h e Ego and the M echanisms o f De/ehce, y H orney, Rado, y Reich. Si
seguimos la línea d e razonam iento tanto de Ferenczi como d e A nna Freud
PERSONALIDAD TOTAL Y EL EGO <19

llegam os a la concepción de la personalidad total que se expone en las


ñ a s que siguen.

LA B E R ^ N A U R ^ p T O T A L DESDE E L P U N T O PE VISTA PEL EQ Q ;

El presénte ensayo constituye un i n c i t o de m ostrar que las diferentes


instituciones originan diferentes estructuras d e la personalidad. P or esa ratón
es d e la m ayor im portancia que nuestra técnica se ponga a temo con su capa-
cid ad para la labor com parativa. U n o dé los fracasos dé la t é É a d él itsA H d
consiste en q u e no establece base algüña para la com paradétl d e lasih stitu -
clones y dé sus efectos.
En nuestro estudio acerca de los tipos d e reacción ¿renté a la fnistrá-
d ó n hemos intentado m ostrar la larga serie d e obstáculos que pueden obstruir
el cam ino d e l funcionam iento sin tropiezos d e la personalidad total: Y, ade­
m ás, que la estructura de la personalidad, por ser d e carácter integrador y
acum ulativo, estará persistentem ente m oldeada d e acuerdo con las fuerzas
socialescon las cuales está én contacto desde el n ad in k n to en adelante.
El ejemplo m ás sencillo de Cómo ü ñ obstáculo opuesto a l funcionam iento
d é la personalidad to ta l puede m odificar toda la estructiira d é ésta, se eiv
cu ehtra en lasneurosis traum áticas. Las funciones j^rticulares^ cctfnprendidás
tía dicha neurosis, aquéllas que corresponden a la orientación y dorñipfo dbl
aíñbfente externó, son d e una especie'a la cual ninguiía cultura créá jamás
obstáculos, pero lo6 efectos sobre la personalidad total son m ucho más fáciles
d e percibir:
Consideremos el caso de un hom bre q u e cayó con un aeroplano que se
desplomó desde una altu ra de unos 500 m etros y sólo resultó ligeram ente
h e rid a C uando lo vi, siete años después d el accidente, presentaba los si­
guientes síntomas: ataques convulsivos o pérdida de conocimiento que tenían
lugar tres o cuatro veces al día; incapacidad d e dorm ir debida a pesadillas en
las que se sentía aniquilado en una u otra forma; vértigo, falta d e coordina­
ción en los miembros hasta d punto d e n o poder andar con confianza ni
em plear herram ientas con precisión alguna; marcada irritabilidad, especial­
m ente con respecto d e los ruidos o de cualquier esfuerzo persistente; dolor
d e cabeza localizado en la región frontal izquierda; hem ianestesia que com­
prende la p arte izquierda del cuerpo; am nesia parcial acerca d el accidente;
repugnancia por el trabajo e incapacidad com pleta para desem peñar ninguna
labor; explosiones de ira a la m enor provocación.
Debe tenerse en cuenta que-todos esos síntomas, aunque m uy pronuncia­
dos, son de carácter sem ejante a los que puede presentar cualquier individuo
420 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

expuesto a u n accidente. La diferencia estriba en la gravedad y persistencia


de los mismos.
En este tipo d e neurosis, el concepto d e “ instinto” n o nos d a ninguna
orientación porque las funciones ejecutivas d e orientación y coordinación mus­
cular no poseen ningún “ instinto” identificable que las impulse. Esas fun­
ciones no son, e n principio, de placer sino “d e utilidad”; son medios para
obtener u n fin, que puede ser, ocasionalm ente, de placer o de dominio. N o
se puede identificar ninguna fuente somática como originaria d e esas acti­
vidades, sino q u e sólo es posible identificar los agentes ejecutivos: el ojo, e l
oída, los m úsculos, etc. Lo que sabemos acerca de esas fundones es que e n
el m om ento d e nacer existía la potencialidad para usarlas, pero que su des­
arrollo fué len to y se fue com plicando cada vez más. Sabemos q u e m ientras
esas fundones ^estuvieron intactas, el pariente era capaz d e llevar una vida
norm al que se restauró después del tratam iento. Lo q u e había ocurrido con
la neurosis era q u e dichas funciones se contrajeron protectoram ente y no es­
taban ya a disposición de la personalidad total.
T a l es la psicopatología básica. Los síntomas son los efectos secundarios
del esfuerzo para continuar la anterior adaptación sin el uso d e tan impor­
tantes instrum entos. Q uiere esto decir que toda la estructura de la personali­
dad se alteró y q u e se hizo im perativo un nuevo tipo d e adaptadón basado-
en esas capacidades alteradas a la sazón. La gran desventaja para el paciente
estribaba en q u e lasfu n d o n es afectadas no podían ser sustituidas por otras^
El oído no pu ed e ver y e) ojo n o p u ed e tocar. Én m uchas de esas neurosis,,
dejan de funcionar durante algún tiem po todbs los órganos de los sentidos.
¿Cómo sabem os que es esa, esencialmente^ la patología? Porque esas fun­
ciones de orientación y actividad estaban anteriorm ente en orden y ahora
rio lo están. ¿Q ué les ha ocurrido?* Sólo podemos suponer 7—aplicando e l
principio de q u e u n niSo que toca u n a llam a y se quem a, evitará el fuego-
de allí en adelante— que sé ha inhibido protectoram ente. Q ue esas fundo­
nes n o se habían perdido definitivam ente ,21 quedó dem ostrado con la vuelta
del paciente a la vida afectiva.
Estamos, pues, en situadón d e entender sus síntom as. T rata este hom­
bre, después d e su enferm edad, de derivar del m undo exterior la misma satis­
facción qu e antes, pero n o puede hacerlo. H a desaparecido su confianza er>
si mismo; n o existe la imagen de sí mismos consum ando eficazm ente un acto
determ inado. C ad a vez q tie trata de poner a contribución sus recursos con­
traídos, vse tropieza con un a rep etid ó n del acddente (sus ataques convulsi­

21 Este case fue presentado ante la N. Y. Society fot Clintca! Psychiatry en m an o


de 1924.
PERSONALIDAD TOTAL Y EL EGO 421

vos). Sus sueños, en el curso d e los cuales se encuentra cayendo continua­


m ente, son u n testim onio más d el hecho d e que ese hom bre n o es capa* ya
d e m andar sobre lo6 recursos que an tes dom inaba. D esaparecida toda suefec-
tividad, tiene to d a la tazón para representarse a sí m ism o como débil e insig­
nificante y a p in tar al m undo exterior, que h a perdido todo su significado
para él, como hostil y pronto a aniquilarlo. En lugar d el anterior dom inio
organizado d e l m undo exterior,' se entrega ahora a desordenadas explosiones
d e agresión y afán de destrucción.
Com o resultado d e su s recursos disminuido*, se h a n alterado la® percep­
ciones que el paciente tiene de si m ism o y d el m undb exterior. Se halla do»
m inado por uniestado constante d e tem or e irritabilidad p o r m iedo de que su
personalidad debilitada se vea perturbada p o r cualquier estím ulo dem asiado
grande pata él. Su ansiedad está organizada en tom o a l recuerdo de su fra­
caso, d e la contracción d e sus recursos y del sentim iento de incapacidad» Las
explosiones d e agresión, tan sobresalientes en esta neurosis, no se deben a l
instinto de m uerte ni a la regresión a una organización sádica; constituyen*
sim plem ente, u n esfuerzo para expresar el dominio, cuyos cauces normales
han quedado bloqueados. Podemos prescindir de otros detalles que se ofre­
cen en esa enferm edad, por ser ajenos a nuestro tema.
E ste caso nos sum inistra algunos indicios im portantes acerca d é la perso­
nalidad total. Bajo las fu m a s culturales —con excepción del caso de viola*
d ó n de un tab ú — no observamos nunca u n a contracción tan completa d e
las recursos totales. Hallamos, en su lugar, presiones persistentes que m odi­
fican tam bién la personalidad en sectores circunscritos de la organización.
C uando se h a producido en la to talid ad d e l individuo Un cam bio tal de la
personalidad, sus capacidades perceptivas, coordinadoras y ejecutivas actúan
d e acuerdo co n ése organismo alterado. La nueva organización se evidencia
en su carácter o en sus síntomas.
Esa afirm ación queda dem ostrada en el caso del individuo cuyo sueño
hemos relatado anteriorm ente (p. 2 0 8 ). Observamos en aquel caso, como a n te­
cedente del citado sueño, una interferencia culturalm ente determ inada en
la niñez con el impulso d e m asturbarse, y en la vida ad u lta con el uso libre
por el paciente d e sus impulsos sexuales. Se le impuso esa interferencia e n
una forma especialm ente coactiva, si no brutal. D icho individuo es inca­
paz, en la actualidad, de ejecutar norm alm ente no sólo sus funciones sexuales,
sino también otras m uchas actividades, y se encuentra som etido a la obliga­
ción constante d e vigilar ese im pulso ante el temor de q u e eluda sus defensas.
La posibilidad de que eso pueda acontecer le llena d e ansiedad. Se observa
en sus sueños a la personalidad to tal actuando bajo la necesidad de m antener
controlado u n poderoso impulso. C om o ha omitido una de sus defensas m ás
422 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

esenciales, la de narcotizar el deseo sexual y sus capacidades defensivas me*»


diante el alcohol, el deseo original se reafirm a en seguida en sus sueños, au n ­
que cuando está despierto n o experim enta ningún deseo sexual. El sueño
trata ahora de deshacerse del deseo, aplastando la protesta contra la pro­
hibición*
¿Por qu é ha d e seguir aplastando ese individuo tanto su deseo como su
protesta contra la interferencia con el mismo, cuando las condiciones externas
del m undo no le piden ya q u e renuncie al mismo como, en la niñez? ¡Es
porque se h a "fijado” en alguna otra gratificación sucedánea? N o h a resul­
tado ser ese el caso, aunque algunos de los síntomas que presenta ofrecen el
carácter d e sustitutivps orales, cuando, teóricamente, habrían de esperarse
sucedáneos d e exigen anal. En térm inos estrictos, n o existe sustitutivo alguno
para el im pulso sexual, como n o lo hay para la facultad d e oír; cuando u n
individuo se ve obligado por las circunstancias a sustituir forzadam ente u n ór­
gano pcx o tro con ese propósito^ los resultados son altam ente insatisfactorios
con. respecto de la personalidad en su conjunto. C uando u n ciego educa su
sentido d el tacto, n o podemos suponer q u e lo hace basándose en el principio
d e que la vista y el tacto tienen un origen muy cercano, por m ás que ambas
sean formas de sensación ¿Continúa reprim iéndose nuestro sujeto debido a
que su super-ego es m uy rígido? A tendidas las circunstancias d el caso, no re­
sulta esta explicación demasiado inverosím il, salvo en cuanto respecta a q u e
n p pod^mos aceptar el concepto de sqper-ego u operar con él, considerán­
dolo como u n .com partim iento fijo o fu n d ó n de la m ente, d o igual m odo
qu e no podemos aplicar ese concepto al niño que se quem a los dedos.22 D el
mismo m odo podem os identificar el im pulso del " id ” en e l deseo de hacer
e l amor a u n a muchacha» actividad bruscam ente interrum pida» El "ego”
puede tam bién ser identificado como el hom bre castrado que protesta contra
el ultraje d e que h a sido objeto y el "super-ego” com o el q u e aplasta con al­
cohol a la figura q u e protesta.
Este esquem a d e la personalidad to tal, incurre e n algunas omisiones m uy
períudiciales. No podemos explicadnos con claridad el significado del "super-
ego" incluso cuando añadimos el hecho d e que fué adquirido m ediante un
proceso d e "identificación” con la m adre q u e era e l prohibidor original d e la
actividad, esto es particularm ente exacto por cuapto que la "identificación”
comprende tantas actitudes diferentes.
Podemos obtener una imagen más clara de la estructura d e la personali­
d ad tal com o actúa en ese sueño, traduciendo la fantasía, e n su totalidad»
^T reu d se tropieza con frecuencia con ese dilema, como herios visto, por ejemplo,
cuando define, a veces, el sentido de la realidad como una función del “ego” y otras como
una función del "super-ego”.
PERSONALIDAD TOTAL Y EL EGO 423

a térm inos d e experiencia directa. Y asi dice, en realidad: "Expérifheiitó u ti


deseo sexual qué ansio ejercitar; pero temó hacerlo, pues si lo hago m e e»-'
pongo á perder algún farterés im portante que nó puedo identificar.1 N o púedó
controtar ése deseo friíos aunque, en realidad, ya no se a te presentaéom o tal,
sino com o u n impulso asesino de cierta especie. Debo, en consecuencia, aplas­
ta r ese deseo que me expone a u n peligro desconocido. Por otro lado, expe­
rim ento perturbaciones penque tengo miedo d é que, a m enos que sofoqúe e l
deseó, an n etéré algún acto horrible —por ló m enos así m e parece á 'i i í e .
Siento, adem ás, una terrible protesta por no ser capas d é ejercitar m í sexuali­
dad; pero no m e atrevo a m anifestarla, porque si lo hago me ocurrirán todc
suerte d e cosas terribles*’.
‘H asta ahí podemos llegar en nuestra reconstrucción de la experiencia
directa del paciente; Pero hay todavía algunas cosas q u e el sujeto ignora
y que no se registran en el sueño; son verdaderam ente inconscientes. N o sabe
que todo su sistema perceptivo (es decir: los estím ulos del m undo exterior
Contra los que reacciona) h a sufrido cambios im portantes; su sistema coordi­
nador, como puede apreciarse por el suéño, está muy perturbado; y, por ú lti­
mo, sus capacidades ejecutivas están gravem ente m erm adas. No puede hacer
nada que le rinda satisfacción sexuáL Pero sus capacidades ccorfinadoraB y
ejecutivas dependen de sus percepciones que se han convertido ahora en acti­
tudes habituales y constituyen, por lo tantea u n a parte fijada d e la estructura
de su ego. Esas percepciones comprenden tan to al m undo exterior como a sí
mismo. Si le preguntamos cuál es el interés q u e salvaguarda m ediante todo
su proceder* no lo sabe. Y con razón. No puede hacerlas aceptables en el
m undo en que vive, porque sus relaciones prácticas con las gentes están con-
vencionalizadas. Sin embargo, partiendo de sus reacciones frente al analista,
se puede percibir algunos de los intereses que está tratando de defender. Ese
interés, en un hombre de treinta y siete años d e edad, no puede aspirar a ser
reconocido ni a ser aceptado en form a alguna. Desea ser aprobado y prote­
gido por m í y por cualquier otro y m e atribuye facultades notables tan to para
hacerle bien como para causarle daño. Pero busca esas condiciones d e ganarse
la aprobación empleando los mismos procedimientos de que hacía uso cuando
tenía cuatro años, aunque h an dejado de tener validez en su m undo actual.
T al es el cuadro de aprobación, seguridad, y protección qu e nuestro sujeto h a
construido con las disciplinas a que estuvo sometido. T ales son los térm inos
en que percibe sus relaciones con los demás.
En resum en: puéde descubrirse la continuidad de la personalidad en las
percepciones específicas condicionadas, y en las capacidades coordinadoras y
ejecutivas de nuestro sujeto, pero no en la persecución d e finalidades u ob­
jetos sexuales infantiles, específicos. Estas últim as, cuando existen, son efectos
424 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

y n o causas* S i esto es cierto, la compulsiónsrepetición, la transferencia^ el


desplazamiento y la fijación, son pruebas de modificaciones fijas de la estruc­
tu ra d e la personalidad del sujeto. La división de la estructura d e la perso­
nalidad en un ego, un id y un super-egq, constituye u n m étodo esquemático
de representar la experiencia directa d el sujeto, pero representa sólo u n ajuste
específico: el individuo se percibe a si mismo y percibe sus capacidades, de
acuerdo con las condiciones para ser am ado a cambio de la obediencia. O tro
tipo d e ordenación de las herram ientas perceptivas, coordinativas y ejecutivas
del individuo puede fundarse en el fenóm eno llamado, en form a descriptiva,
"proyección”. (V id . p. 293.)
Así, cuando tratam os de describir la estructura de la personalidad con
arreglo al esquem a fijo deducido del fenóm eno de la represión, nos colocamos
en una situación difícil si lo empleamos como base para describir todas las
otras m odalidades del m ism o como la proyección, la identificación, etc*, y con­
cebimos a éstas como actividades d el “ego” — que es ahora u n residuo neu­
rótico en el esquem a freudiano d e la personalidad—. El esquem a no sirve
en>la practica; porque ni siquiera es exacto con respecto d e todas las formas
de represión. Y a hemos exarmnado una neurosis eñ la que el super-ego no
desem peña ningún papel, aunque la personalidad total h a experim entado
cambios de gran alcance en sus funciones ejecutivas y perceptivas.
E n substitución de este rígido esquem a d e la personalidad nos vemos
obligados a em plear uno que carece d e la concentración y conveniencia del
esquem a egoid-super-ego, pero le supera en plasticidad. N os vemos obliga­
dos feréCtfdar q u e, en el momento d e nacer, el hombre está dotado filogéni-
cam ente de u n ego o personalidad to tal d e una especie m uy rudim entaria,
sometido a cam bio continuo durante, los procesos de crecim iento e integra­
ción. Sin embargo, a p artir del nacimiento» encontram os q u e esa organización
consta en cualquier m om ento de los siguientes elementos:
1 . Necesidades: bien de naturaleza corporal (alim ento y sexo, etc.) o
creadas o acentuadas por la sociedad — prestigio, etc.
2. Percepciones: del m undo exterior, de sí mismo y de sí mismo en rela­
ción con el m ündo ex terio r
3. Impulsos: en estado desordenado o en estado organizado con el fin de
ejercer dominio o control.
4. Afectos: q u e indican las tensiones dé la personalidad en su conjunto,
come^ por ejem plo, ansiedad, celos.
5- A ctitudes: que son, en realidad, preparaciones para la acción, tanto
si ésta se consum a como en el caso contrario, como, por ejemplo^ terquedad,
mal hum or, etc.
IMPULSOS 425

6. Finalidades; placer» descanso, liberación de la tensón» satisfacció


<hambre)» dominio» utilidad» etc.
Debe notarse qu e todas esas unidades son formas de experiencia directa.
Las conclusiones finales acerca de la personalidad como conjunto^ de-
penderán m ucho d e cuáles de esos elem entos sean les q u e se aislé para inves­
tigarlos y de si se concibe ai ser hum ano com o utia criatura qué actúa o que
siente. Algunos autores, especialm ente Adlér» prefieren este últim o con­
cepto. Todoe esas elemento* son Úe igual im portancia y la dependencia d él
sentim iento de la capacidad para la acción es tan intim a que n o es posible
atrib u ir a u n a d e d ía s una im portancia m ayor que*a la otra sin alterar todo
«1 cu ad ra S í se efectúa una selección tan arbitraria, comienza a surgir .la d i­
fic u lta ^ en realidad, cuándo hay que reconstruir la personalidad to tal fe báse
d é la información selectiva recogida, d e en tre los sentimientos o los instintos*
El resultado tiene que ser incompleto. Es la acción recíproca d e todos los ele­
m entos m encionados la que puede contar» en ocasiones» sobre la capacidad
d e l individúo p ara ejercitar la acción libre y no inhibida.

NECESIDADES
4
Las necesidades m ás básicas del hom bre son probablemente e l hambre y
las áéxuales. Parecen tener raíces somáticas. O tras necesidades Como la d e
protección no tienen raices somáticas pero n o son por eso m enos urgentes.
C onstituye u n a característica del hom bre la d e que sus necesidades ñ o están
estereotipadas y cam bian según las diferentes circunstancias. Las necesidades
pueden ser creadas o acentuadas poí u n m edio determinado.

PERCEPCIONES

Las percepciones del m undo exterior son “educadas”. La perspectiva


constituye el tipo d e una percepción educada o enseñada. La u tilid ad de los
objetos es otra consecuencia de la percepción educada. Las complicadas for­
m as de percepciones convertidas en actitud» tanto de los dem ás individuos
com o de uno mismo, son las im portantes p ata nuestro estudio.

IM PULSOS

Se les han dado diversos nombres» tales como el de impulsos elementales


(R ado). Los impulsos organizados tienen u n a finalidad: el dom inio o la sa­
tisfacción. E n la organización d e la actividad, para consum ar esas presiones
o impulsos, se producen los tipos m ás complicados de integración.
426 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

AFECTOS

Debemos ocuparnos de ellos con cierta extensión. Los afectos difieren


de las actitudes; los primeros son perceptivos en tan to que las últim as son
ejecutivas. U n afecto describe la calidad de un sentim iento; una actitud, la
preparación para la acción. E l amor es un afecto; la desconfianza o la su­
misión, u n a actitud* Se considera juntos a los afectos y a las actitudes por­
que la relación entre ambas, en especial la cronológica, no se com prende
por igual en todos los casos.
C uando el individuo n o actúa o siente como unidad, es. decir, cuando
tiene qu e hacer frente a varios intereses a la vqz, es lo más probable q u e en ­
tren en juego formas complicadas de afectos y actitudes* Examinemos una
actitud m uy complicada, como es el “m al-hum or”. U n a joven se m anifiesta,
al ser som etida al análisis, im pertinente, contradictoria, reacia a cooperar,
terca e insultante, siempre que el concepto “sexual” cruza su m ente. T a l ep
la actitud* El estado afectivo que se oculta detrás d e ella es m uy com plicado.
M antiene una actitud inconsciente de obediencia respectó d e ciertos precejv
tos cen tra el sexo, impuestos, en tiempos, por su madre* N o se da cu en ta
d e esa actitud* Esa prohibición está confirm ada, orgánicamente, por u n a
anestesia sexual; no puede percibir el. placer sexual. C ada vez que surge el
im pulso sexual, concebido ahora como una inclinación a desobedecer, es p re­
sa de ansiedad. Por otra parte, se resiente de verse obligada a obedecer dicho
precepto porque interfiere no sólo con el sexual sino, además, con un gran
núm ero d e otros placeres. Su m alhum or es una cólera irremediable qu e se
dirige, ahora, contra cualquiera que estim ule el deseo sexual, no contra q u ien
impidió su satisfacción en u n principio. D etrás de ese m alhum or se ocultan
la necesidad de obedecer, el resentim iento contra el m ismo y la ansiedad.
Las actitudes y los afectos adquieren m ucha im portancia para el diag­
nóstico d e la efectividad de la personalidad total. Los afectos indican algo
placentero q algo peligroso, o pueden indicar la existencia d e intereses con­
tradictorios. Las actitudes nos advierten acerca d e la posición ejecutiva de
toda la personalidad con respecto de la situación q u e provoca el afecto*
El estudio de la psicopatología h a dem ostrado q u e este problema d e los
sentim ientos y actitudes es m uy complejo. Los afectos no son siempre indica­
dores directos porque las percepciones d é los que surgen no pueden ser loca­
lizadas e n todas las ocasiones. T al es, por supuesto, el caso, en especial, con
respecto d e la ansiedad. Esta, p o r ejemplo» puede, ser la expresión de u n con­
flicto directo con un objeto o situación del m undo exterior, u n anim al sai-
vafe el tem or del ham bre, etc. P or otra parte, en las fobias neuróticas, los
AFECTOS 427

afectos n o so n resultado de ninguna percepción directa. Sin embargo, sea


neurótica o d e otra clase, 4a ansiedad es siempre u n indicador d e una defi­
ciencia d e recursos para com batir lo que el individuo considera como u n a
amenaza p ara su existencia o seguridad.
El m ied o d e u n objeto específico, es u n afecto. La actitud adoptada
con respecto d e ese afecto puede ser hum ildad,, sum isión, temptv congracia­
m iento, lu ch a o fuga. O tros interpretarían la ansiedad como indicadora d e
la debilidad del individua C o n el am or se asocian otras m uchas actitudes,
com a pe* ejemplo* la ternura, la sim patía, la confianza, la am abilidad, la p ro ­
tección, la piedad. El odio dispone de un a larga serie de actitudes asociadas,
asm o desconfianza, desprecio, terquedad, crueldad, desdén, escarnio y m e­
nosprecia O tras afecciones son m ás difíciles de diferenciar d e las actitudes
del e s como* por* ejemplo* la e n v id ia los celos y la rivalidad. :
A fectos y actitudes guardan relación con o tra serie a la q u e podríamos
llam ar, sentim ientos del ego, verbigracia, satisfacción, co n ten ta exaltación,
depresión; e l orgullo y di desdén reflejan actitudes d e l ego que se relacionan
con la com paración con el p ró jim a El fenómeno d e la culpa es m uy difícil
descalificar en este sen tid a E n térm inos generales, podemos afirm ar que el
afecto gs u n signo y la actitud es de carácter ejecutivo. Existen, además? les
sentim ientos d d ego que son pasiones con respecto d e l y a T ales actitudes
son básicas -en la form ación d e u n a categoría final d e Im personalidad: el ca­
rácter. L afo rm ad ó n del carácter es, por lo tanto, u n a obra d e la economía
psíquica q u e capacita al individuo para mobilizar actitudes basadas sobre la
experiencia pasada que actuarán como guías autom áticas de la conducta
futura.
Examinemos una afección y actitud especifica: los celos* ¿Cómo encajan
en nuestro esquem a de la personalidad? Hemos indicado que los celos descri­
ben un estado d e tensión entre varios intereses de la personalidad y estableci­
mos una analogía cotí la sensación. La emoción y la actitu d que acom pañan
a los celos, im plican una complicada serie de acontecim ientos sim ultáneos:
1) U na d a se específica de sentim iento del ego que indica que el individuo
no está satisfecho de sí m ism a 2 ) U na comparación con otra persona q u e
está gozando más o sufriendo m enos. 3 ) U n deseo d e tener lo que tiene
aquél o de ser lo que él e& 4 ) Sentim iento de hostilidad contra la misma.
5 ) U n sentim iento, de auto-hum illación contra sí mismo. 6 ) U na ansiedad
de que el sujeto ha perdido lo q u e tiene el otro basada en el supuesto de q u e
el estado deseado se m antiene en la misma relación con el objeto de los celos
que lo estaría con el su jeta
Puede ser exacto afirm ar que existen seres hum anos que no experim entan
sentim ientos de celos; pero decir que los hay que carecen de potencialidad
428 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

para loa celos, equivale a sostener, en otras palabras, q u e su personalidad es


deficiente por cuanto respecta a la función, muy im portante y útil desdé
el punto d e vista social, de inform ar al individuo d e su status relativo. T al
individuo está expuesto, en m uchas formas, a peligros semejantes a los d e
aquella persona que ha perdido el poder de experim entar la sensación de d o ­
lor, por ejemplo^ al tocar una estufa caliente. Pero la afirm ación de que ciertas
condiciones sociales im piden la necesidad d e los celos porque facilitan satis­
facción o alivio diferido o vicario de los mismos, no puede tomarse en el sen­
tido q u e no exista la potencialidad de sentir aquéllos. Su ausencia en u n
individuo puede ser indicio de su suficiencia y abundancia de recursos. N in ­
guna sociedad puede im poner sobre el -individuo el q u e sienta o no sienta
celos; sólo puede frenar sus manifestaciones, hacerlos útiles m ediante la adap­
tación m ínim a o imaginar m étodos para restablecer el estado de equilibrio en
el individuo. U n a sociedad puede, sin embargo, hacer que las m anifestaciones
d e celos sean ostensibles y hasta fom entarlas. Podemos indicar q u e los todas
son unas gentes entre las que no existen loe celos. T ien en u n sistem a polián-
drico d e m atrimonio. E sta observación puede ser exacta desde el punto de
vista fenomenológico. Sin embargo, Rivers2® hace n o tar que existe un lugar
especial en su infierno p ara aquellos que sienten celos, lo que indica, con
claridad, que existen sanciones contra las m anifestaciones de aquéllos. Es m uy
probable^ adem ás, que tales sentim ientos sean reprim idos con facilidad 'éntre
los todas, por varias razones contenidas en su organización social. Serla dem a­
siado largo describir las condiciones bajo las cuales pueden ser reprim idos los
celos. Inform a Linton en u n a comunicación personal q u e las sanciones contra
los celos son tan eficaces entre los todas, que después d e haberles sido impues­
to legalm ente el m atrim onio monógamo, volvieron al de grupo en el cual cada
hom bre tiene varias m ujeres y cada m ujer varios m aridos.
A hora bien, ¿por qué es pertinente toda esta exposición con respecto a
nuestro tem a? Porque la cultura m oldea la dirección y actividades específicas
d e la personalidad. Puede hacerlo porque la form ación d e la personalidad es
lenta. N o se hace todo por la fuerza; la mayor parte se consigue m ediante u n a
especie de osmosis. Esta influencia d e la cultura es, p o r supuesto, necesaria
para preservar la solidaridad del grupo. A unque d u rán te los añas d e forma-*
ción, el agente ejecutivo inm ediato d e la cultura es el padre o los protectores,
las disciplinas a las que está som etido el individuo están culturalm ente deter­
m inadas. C on ello se d eja una buena cantidad de deriva al individuo. La
sociedad no puede prescribir la reacción específica a n te una disciplina deter­
m inada; ésta la determ ina únicam ente el individuo. Por ejemplo, en nuestra 23

23 W . H . R. Rivers, The Todas (Londres y Nueva York, 1905), p. 530.


LA PERSONALIDAD BASICA 429

sociedad prescribimos finalidades sexuales, pero las reacciones del individuo


ante las m ism asaoo muy num erosas.24
ELanálisis d el carácter h a ocupado, en los últim os años, posición preem i-
n eate ep el estudio clínico de la neurosis. El. prim ero en adoptar este p u n to
de v ista fué W . Reich*25 C onstituya tam bién, la base fundam ental d e la
labor d e Homey» Rado y yo mismo. Pero W . Reich deriva el carácter de las
experiencias Infantiles valoradas m ediante el criterio d e la teoría d e fat lfiáda»
San embargo, heme» valorado los hechos de acuerdo con indicaciones expre­
sas d e Freud y merced a una técnica iniciada por FerenczL La diferencia
esencial estriba en que e l fenóm eno que, puede ser definido como “sádico-
anal’* desde el punto d e vista d e las finalidades sucedáneas de placer, tiene
una significación diferente desde e l punto de vista d el ego. Las funciones d e
placer» sustitutivas, de d ich o fenómeno, se convierten en una de las m uchas
alteraciones secundarias d e la estructura total d e l ego.

e st r u c t u r a DE LA PERSONALIDAD BASICA

• D esde ese punto en adelante, nuestro interés principal estriba e n el papel


que desem peñan las instituciones en la formación de los conceptos básicos d el
individuo acerba de sus relaciones con los objetos d e l m undo exterior* E sto
tiene qu e depender de la$ influencias especiales a las q u e eses som etido e l
niño y tim e qu e integrarse en el orden en que se produzcan las influencias o
m ejor e n te l orden en que e l niño puede p reciarlas. Si se priva al niño* al poco
tiem po de nacer, de su m ovilidad libre, colocándole d en tro de una a m a , es
n atural que esa circunstancia produzca una influencia retardadora inm ediata.
C uán perm anente sea esa influencia no depende sólo d e dicha circunstancia*
Es d e suponer q u e cuando se la haga desaparecer puede existir ya u n retraso
inicial que, sin embargo, puede ser subsanado en seguida.36 Apenas hay razo­
nes para suponer que ésa influencia ejercida en la prim era infancia haya d e

24 N o hemos tenido ocasión de exponer la tercera unidad de la metapsicologia de F reud;


el “ id”. Este concepto adolece de la misma oscuridad que hemos observado en e l “super-ego”.
En la m edida en que el psicoanálisis parte del punto de vista de que todos los datos de la
vida psíquica deben ser enfocados sobre e l problema d ^ qué es lo que persigue la finalidad
instintiva del individuo, el concepto del “id ” tiene un significado definido. Sin embargo, si
un análisis más com pleto del ego nos m uestra que los datos de la vida psíquica tienen que
incluir otros factores además d e la buscá de las finalidades instintivas, tales como la defensa,
la dependencia, etc., ese concepto pierde su contorno acusado. Por ejemplo, si nos tropeza­
mos en el suefio con una indicación de homosexualidad inconsciente, resulta difícil el expli­
carla com o una m era expresión del “id”, sin tomar en cuenta el factor de defensa.
25 Reich, Characterarujlyse (publicado por el autor, 1933).
2* Rene Spits, en una com unicación personal.
430 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

causar efectos perm anentes, a menos que sea continua y esté asociada con
otros elementos que lleven aneja la impresión de dolor, obstrucción o m altrae
to. Supongamos dos clases de trato asociadas con la cuna. Imaginemos q u e el
prim ero es poco cariñoso: se descuida al niño, se le alim enta negligentem ente
-r-éstos u otros factores originan impresiones dolorosas—. En tal caso habría­
m os de esperar cierta asociación d e restricción con la cuna y u n afecto des­
agradable asociado con la m adre. Sin embargo, si suponemos q u e el trato
m aternal es cariñoso y tierno, la cuna no creará, por fuerza, u n a impresión
dolor osa.
Es de igual modo discutible, al examinar las obstrucciones opuestas a cier­
tos impulsos o satisfacciones, si se pueden form ar constelaciones fijas de nin­
guna clase en tom o de fenóm enos episódicos o nó relacionados. E l tem prano
control de esfínteres en la cultura tanala constituye un caso sobresaliente.
Es dudoso que este hecho aislado pueda crear una constelación perdurable, a
m enos que vaya seguido de otros d e tipo análogo. Lo mismo en la cultura
tan a la que en la cultura de las islas M arquesas, encontramos que las conste­
laciones más im portantes son las continuas. Se form a, en consecuencia, u n
grupo de constelaciones que se convierten e n una parte d el sentido de la
realidad d e l individuo.
Puede probarse eso con facilidad exam inando algunos de los procesos
m entales empleados por las diferentes culturas para representar las relaciones
en tré 4 ' individuo y los dem ás objetós. La estructura d e fes constelaciones en
fe d é íá persorialidad básica, puede representarse, partiendo del ejem plo espe­
cial d el control deésfínteres, de la manera q u e sigue:
1 ) E l niño comienza con un funcionam iento áutom ático de los intestinos,
que puede ir acom pañado de sentim ientos d e relajación de la ténsión.
2 ) El funcionam iento áutom ático es sustituido por la necesidad d e contro­
la r el intestino y esto, a su vez, necesita un reconocim iento de ciertas sensacio­
nes y la iniciación de u n a nueva serie de norm as d e conducta en relación
con ellas.
3 ) Si el niño aprende el control recibe aprobación; en caso contrario, se le
desaprueba o se le castiga.
4 } ' Se crea, entonces, u n á nueva constelación: wSi hago lo q u e de m í se
espera, recibiré aprobación.” El orden y fe limpieza son, en consecuencia, exi­
gencias culturales cuyo significado n o aprecia el nük^ pero cuando es limpio,
espera, ser objeto de aprobación. Esto e s.al principio una constelación d e
obediencia, pero puede convertirse más tard e en otra de responsabilidad y
equidad. Si el niño cum ple las condiciones y recibe fes recompensas correspon­
dientes, puede establecerse un equilibrio, actuante. Sin embargo^ en el caso de
LA PERSONALIDAD BA SCA 431

q u e aquél sea obediente y ño se le prem ie, se produdrán dos resultados: el


aum ento de la ansiedad y de la inhibición, y la belicosidad y la desconfianza*
La situación q u ^ origina esa'serie de constelaciones en él individuo es la
institución primaria* A p artir de esé punto puede convertirse en la parte del
sentido de la realidad d el individuo d e que la obediencia lleva aparejada la
protección, o alguna variante plausible de la misma idea* El poder d el proge-
n ito r se hipertrofia conform e dism inuye el d el niño. C uando este m ism o m di-
viduo es ya adulto y se enfrenta con una situación en la cual se encuentra
desvalido y solicita ayuda de una divinidad, está en posesión d e u n a técnica»
lista pata funcionar, con la cual garantizarse la protección de ese se r superior,
cuya exactitud y u tilidad lé son evidentes; Puede asegurársela m ediante la obe­
diencia o recurriendo a trn sistema d é volver a poner-en práctica procedimien­
tos tales como el castigo, la m ulta, el sacrificio o el sentido de privarse a si
m ismo de algo, todos los cuales se derivan d e su experiencia real. A sí, la insti­
tución secundaria: la práctica o rito religioso, n o es un producto directo de la
iratifucióri prim aria, sino de la constelación producida por ésta en e l individúo;
E ste usa, en form a autom ática, dé ta l constelación, que constituye ahora una
p arte <fc su sentído d e la realidád, siempre que surge cualquier situaciónsem e­
jan te a & original. Las prácticas religiosas n o tienen, en realidad, ninguna
semejanza directa con la disciplina anal, pero sólo son comprensibles en térmi­
nos de la constelación creada en la estructura de la personalidad básica por
aquellas disciplinas tem pranas. ,
Hemos tenido^ por fortuna, la oportunidad de comprobar la eficacia fun­
cional de ese concepto d é la estructura d é la personalidad básica en d o s cultu­
ras en las cuales las disciplinas básicas y* por ende, las constelaciones que se
encuentran en la estructura de la personalidad básica, eran radicalm ente
diferentes* En am bas culturas estaba presente la necesidad de un ser superior
q u e ayudase al individuo cuando se encontraba en un estado de desamparo.
E n ambos casos el ser superior era, en realidad, el padre desaparecido o un
sustituto inm ediato del mismo. Empero, los procedimientos de solicitar su ayu­
d a y el carácter d e la relación que ligaba con la divinidad eran diferentes en
cada una de las culturas.
Algunas d e esas constelaciones de la estructura de la personalidad básica»
se derivaban de las relaciones causales establecidas m ediante la disciplina.
O tra s se deducían de frustraciones persistentes, de los objetos (en las Mar­
quesas, la m ujer) y del m undo exterior (actitu d con respecto del sum inistro
d e alim entos). La institución mostraba en cada caso su derivación d e la cons­
telación creada en el individuo por la experiencia frustrada de la v id a real. La
sum a de todas esas constelaciones constituye la estructura de la personalidad
básica.
432 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

Para derivar esas constelaciones d e las experiencias d e frustración, hicim os


uso d e nuestros conocimientos de psicopatología y encontram os, en cada caso»
que se podían reducir las constelaciones a tipos sencillos d e experiencia,-m u­
chos d e los cuales podían ser comprobados m ediante la observación corriente-
La form a en q u e se alteraban esas imágenes de los objetos frustradores puede
trazarse en cualquier niño sometido a severas restricciones* L a serie de imáge­
nes fóbicas indicada anteriorm ente (p* 408) constituye las líneas generales
según las cuales se desarrollan* La sustitución d e las brujas por los ladrones
representa el cam bio en la aceptabilidad de la imagen a la cual va unida la
ansiedad* Este “desplazamiento” indica ya la fijeza de sus percepciones y los-
intereses a los q u e habían de servir sus fantasías* Eran éstas las transformacio­
nes de la representación d e su m adre, q u e ejca su perseguidora con respecto d e
la m asturbación y su protectora en cualquier otro aspecto.
La form a exacta en que se originaron otras instituciones como la de los
fanauas, no puede ser explicada sin recu rrir a su historia. Pero tal constelación
sólo puede proceder de las constelaciones producidas por contactos frustrado-
res con la m adre en la niñez y con otras mujeres más tarde* La exactitud d e
e s te deducciones sólo puede ser com probada m ediante los estudios compara­
dos de varias culturas, pero partiendo del estudio del individuo hecho en la
nuestra, parecen enteram ente correctas.

INSTITUCIONES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS

Afirmamos a l principio q u e es preciso dividir las instituciones en prim a­


rias y secundarias; que la psicología n o puede arrojar luz alguna sobre ellas sin
recurrir a la ayuda de la historia d e cóm o adoptaron sus form as finales esas
instituciones primarias* H asta donde llega nuestro conocimiento^ n o se han
{(amulado jamás explicaciones satisfactorias d e esas instituciones prim arias.
Todo cuanto sabemos acerca de ellas es que el núm ero d e posibilidades de
intentar la satisfacción de ciertas necesidades biológicas del hom bre es limita­
d a Sin embargq, podemos explicar las instituciones secundarias y su relación
con las primarias* E ntre las instituciones primarias se cuentan la organización
de la fam ilia, la formación del grupo propio, las disciplinas básicas, la lactan­
cia, el destete^ el cuidado o descuido institucionalizado d el nifk^ la educación
anal, y los tabús sexuales, entre los q u e se incluyen la finalidad, el objeto o
ambos, los técnicas de subsistencia, etc* E ntre las instituciones secundarias se
hallan los sistemas de tabús, la religión, los ritos, los cuentos populares y las
técnicas d e pensam iento.
La institución prim aria es más antigua, más estable, y tiene menos proba­
bilidades de ser afectada por las vicisitudes de clima o econom ía. La excepción
INSTRUCCIONES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS 433

de regia, es Ja técnica de subsistencia, que debe ser considerada como pri­


m aria, au n q u e en cualquier cu ltu ra pueden ocurrir en ella cambios bruscos.
S in em bargo, el individuo n o nota nunca la presencia de esas instituciones
prim arias; parecen siempre ta n evidentes como la respiración. N o podem os
im aginar u n a institución más básica que la familiar Es el género de institución
acarca d e l cual escasean las explicaciones. El h ed ió d e que el padre, la m adre
y el niño deban constituir, por lo menos durante algún tiem po, una unidad
social, n o necesita explicación. Pero los diversos tipos de organización fam iliar
y los diferentes factores q u e producen la ordenación original qué se encuentra
en cada u n a de las culturas, constituyen un problem a histórico.
¡ ^ organización form al es, sin embargo, el aspecto menos im portante d e la
fam ilia com o unidad social. L o es m ucho más el d e las relaciones especiales
del padre, la m adre y el hijo y las disciplinas a q u e está som étido este ultim ó,
junto con la división de sus lealtades* y obligaciones, porque es e n estas rela­
ciones donde comienzan a ten er lugar las diferenciaciones en la organización
de la fam ilia en cuanto afectan al individuo. C iertos tipos de organización fa­
m iliar vienen determ inados de antem ano por la disparidad sistemática entre
ambos sexos producida por el infanticidio de las hem bras ip o t ejemplo*
entre los todas). • - -
El origen de las disciplinas a q u e está sometido e l niño con&fitüye m ateria
d e especulación que ofrece poco interés^ para nosotros. N osenconttam os, en
ocasiones, con culturas como la d e los tanalas, en las cuales la educación anal
muy tem prana se funda en u n a conveniencia práctica para la m adre, como
consecuencia de la ausencia d e m aterial adecuado p ara la confección de paña­
les. El origen de la educación anal se puede achacar, en térm inos generales, a
una razón de conveniencia m utua cuando se habita en m oradas perm anentes.
En todo caso, el origen de la fam ilia, los tipos especiales de organización y las
razones d e esas disciplinas básicas constituyen m ateria de especulación, puesto
que es in ú til tratar de reconstruirlas sin ayuda de lah isto ria.
Puede que sea posible trazar la historia de la educación anal y de las disci­
plinas sexuales, en alguna fecha futura; pero por cuanto se refiere a nuestros
objetivos presentes, sus orígenes en todas las culturas son demasiado rem otos
y, por lo tanto, sólo la historia puede facilitam os los indicios necesarios. Hay,
sin embargo, una fase de esa institución primaria acetra de la cual podemos
perm itirnos alguna hipótesis aceptable: se trata de la conducta sexual perm iti­
da a los niños* Más que ninguna otra de las instituciones básicas, parece ser
ésta función de toda la cultura. Queremos significar con ello que en el tip o de
conducta sexual perm itido al niño, tenemos una indicación general de las ten­
siones ya existentes en una sociedad determ inada. La relación entre la in stitu ­
ción prim aria y las secundarias sólo se puede comprobar, en form a experim en­
434 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

tal, dem ostrando que cuando cambia la prim era, cam bian tam bién las últim as.
Hemos tenido oportunidad de observar esa circunstancia en el paso del cultivo
del arroz d e secano al de regadío entre los tanalas. Este cambio operado en la
economía lleva aparejada toda una serie de transformaciones, que no parecían
tener relación alguna con la misma, en las instituciones secundarias, que abar­
caron desde el entronizam iento de un rey hasta el aumento de la hom o­
sexualidad.
Las ansiedades procedentes del medio exterior sólo pueden ser valoradas
en térm inos de la efectividad con que las trata el hombre. La capacidad d e
alm acenar y ahorrar alim entos puede dism inuir la ansiedad de ham bre. Cons­
tituye una fuente de segundad el aprender a controlar lo que, en su origen, no
está som etido a control; pero en este últim o caso, donde no hay control, existe
una form a de solicitar la ayuda de la divinidad. La relación del grupo con su
divinidad se basa en el prototipo de la m antenida entre el padre y el hijo, en
la que la falta de recursos d e aquél se compensa m ediante la om nipotencia
delegada en él por e l niño. La función principal que ejercen los catchinas
entre los zuñís es la de producir la lluvia. Es éste el ejemplo m ás sencillo de
aliviar u n a ansiedad apelando directam ente a una divinidad. Lo que no puede
hacer uno mjgmQrpodrá hacerlo el progenitor todopoderoso.
embargo, el carácter d e las dem andas form uladas a la divinidad y las
condiciones en las que puede solicitarse dicha ayuda, se derivan d e las disci­
plinas a qu e está sometido el niño. Se enseñan a éste, en consecuencia, las
técnicas primarias m ediante las cuales puede obtener ayuda de un individuo
m ás poderoso. Si las disciplinas establecidas por el padre son rígidas, los m e­
dios de aplacar al dios deben ir, también, asociados con privaciones y castigos
para establecer las condiciones para volver a gozar de la posición de ser am ado.
La forma m ás fácil d e com probarlo consiste en estudiar ios ritos empleados
p ara aplacar al dios o para volver a gozar d e su benevolencia con el fin de
ponerse en condiciones de recu rrir a su om nipotencia una vez más. Freud y
Reich h an indicado algunas de ellas. Pero no h an visto en este fenóm eno una
reflexión d e las disciplinas a que estaba som etido el individuo, sino una rem i­
niscencia del parricidio original, es decir, supervivencia histórica, etc. Esta ú lti­
m a hipótesis plantea el problem a de si las instituciones que no tienen im por­
tancia funcional pueden persistir en su form a d e origen. Sí pueden; pero se
altera su significado.
En aquellas sociedades donde las disciplinas restrictivas27 son ligeras, como
en las islas Marquesas, hemos indicado las relaciones con los dioses m ayores
27 La instrucrióh anal es, hablando en términos estrictos, una disciplina directiva. Asum e
el carácter d e disciplina restrictiva debido a la m arcada interferencia que crea con la adapta­
ción existente con anterioridad.
INSTRUCCIONES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS m

descritas mediante la sencilla relación entre el padre y el hijo con respecto del
alimento. Lo que se entrega al dios en concepto de alim ento viene determina­
do por varios factores; en la cultura de las islas Marquesas encontramos la
expresión d e la id<ea primitiva de que el poder del dios depende del número
de hombres que se coma. Esta idea sólo puede derivar de una fuente: la lac­
tancia o el h ed ió de ser alimentado* que permanece siendo la forma básica d e
solicitación dirigida al progenitor.
Ya Ewrmfi descrito en otro lugar las ansiedades originadas por las institudo-
nes primarias. Dependen, en esencia, de cuáles sean los impulsos particulares
sujetos a la disciplina- Hemos examinado ya en un capitulo anterior las fuerzas
que juegan en el establecimiento de una disciplina. Es la acción reciproca
entre la autoridad y la dependencia la que establece las normas básicas en las
que se formulan las relaciones humanas. Si la idea en que se fundamenta di
amor condidonado “si me obedeces, te protegeré”, se establece en fecha tem­
prana de la vida, podremos seguir todas sus numerosas ramificaciones en mu­
chas de las prácticas de las gentes primitivas. La curación de la enfermedad
depende, entre los tanalas, de la práctica de un ritual. .obUgatnrio en el cual es
de esencia la obediencia a d o ta orden arbitraria. .En las culturas de las islas
Marquesas y de las Trobriand no encontramos ese hincapié en la obediencia,
pero observamos en la primera u n ritual puramente alimenticio» La neón es
evidente: entre los tanalas se impone la disdplina desde fecha temprana,
mientras que entre los isleños de las Marquesas no se impone en absoluto.
Ahora bien, ¿si una cultura crea la necesidad de reprimir ciertas tenden­
cias o impulsos, qué efectos se producirán sobre las demás instituciones? ¿Qué »
instituciones crea por sí misma esa represión? Con el fin de comprenderlo
debemos ver, en prim er lugar, la influencia que ejercen las represiones sobre
los sistemas de percepción del individua Es muy difícil y complicado, y puede
que no sea convincente. Sólo podemos describirlo clínicamente. Habremos d e
hacer uso de una distindón entre aquellas disciplinas qué finalizan en inhibí-
dones y las que culminan en supresión.
Examinemos ese problema desde el punto de vista de un individuo que
padece una perturbación del carácter que puede calificarse de paranoia. Es é l
mismo del cual hemos derivado el fenómeno de proyección en términos d e
experiencia directa (véase p. 293). Sus relaciones cotí los demás estaban per­
turbadas por la actuación inconsdente de dos actitudes opuestas: una insisten­
cia, profundamente reprimida, en que los demás debían someterse a su volun­
tad, y la convicción de que su deseo está llamado a frustrarse. Su actitud
ostensible era de desconfianza de los demás y de grandiosidad, siendo esta
última, en efecto, una denegación de su fuerte dependencia inconsciente.
436 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

U no de ios intereses predom inantes de este hombre, era el deseo de cam­


biar las instituciones de nuestra sociedad, en tal forma que se adaptasen a sus
fines particulares y satisficiesen su anhelo de dependencia tan to tiem po repri­
mido» A unque busca siempre, en todas partes, la satisfacción de dicho anhelo*
una parte de la estructura de su personalidad, la actitud d e desconfianza, le
hace imposible obtener esa satisfacción m ediante sus contactos vitales reales.
Da por hecho, en prim er lugar, que todos sus rivales o superiores son sus
enemigos y se dedica, en consecuencia, a hostigarles m ostrándoles cuán poco
necesita su am or y admiración. Se incluía antes a esta relación bajo el concep­
to d e narcisista; tal palabra no describe, sin embargo, la dinám ica de la rela­
ción real. El depósito básico del ser hum ano no puede ser considerado como,
narcisismo; pero la dependencia es u n a de las actitudes básicas del ego y los
procedimientos derivados de la misma se cuentan entre los medios básicos de
consum ar los fines de las llamadas necesidades “narcisistas”. La dependencia
frustrada origina u n a situación que se asemeja al amor de si m ism a Este mis­
mo paciente experim entaba, por otra parte, un a adoración ciega d e ciertas
personas cuyas enseñanzas le prom etían la ansiada realización de su anhelo
de dependencia. La institución que desea crear es una proyección sobré di
m undo exterior d e las incomodidades originadas por su propia m anera de
percibir la realidad. A unque sus percepciones han estado condicionadas por
una serie de frustraciones, sus efectos h a n quedado impresos, en forma indele­
ble, sobre la organización de su personalidad.
Si nuestro supuesto de que las instituciones primarias crean ciertas conste­
laciones es exacto, las instituciones secundarias d e la propiedad deberán satis­
facer las necesidades y tensiones originadas por las primarias o fijas. La técnica
de tales instituciones tiene que variar, por supuesto, con la conciencia de la
necesidad y de los térm inos particulares bajo lo6 cuales se representa aquélla.
E ntre las técnicas que se encuentran en la sociedad prim itiva, la del tabú es
un a de las notables. Es éste, sin duda alguna, un instrum ento de equilibrio
social susceptible d e muchos usos diferentes. El interés salvaguardado por un
tabú puede no 6er apreciado conscientem ente, aunque la emoción q u e le da
origen deba ser m uy poderosa. Si notam os, por ejemplo, q u e en la cultura
de las islas M arquesas se excluye a las m ujeres, por obra d e u n tabú, de toda
actividad común con los hombres, ese tab ú puede haber sido establecido como
resultado de perturbaciones reales ocurridas en el pasado o apreciado incons­
cientem ente como fuente de peligro. N o im porta cuál de ellas, porque ambas,
son ciertas. En otros casos parece muy im probable que los objetivos cuya salva­
guardia incumbe al tabú rio sean apreciados de una m anera consciente. Por
ejemplo* en una gerontocracia en la q u e todas las mujeres jóveries y los ali­
mentos selectos son tabú para todos, salvo los ancianos de la comunidad, se
INSTRIKXIOKES PRIMARIAS V SECUNDARIAS «T

hace difícil creer que no se perciba esto com o objetivo consciente. E n este
caso, sin embargo, se debe explicar la razón d e q u e los hombres jóvenés obe*
d ezcan el tabú. Los ándanos deben poseer algo d e tal tipo que si se les m atase
se desuniría ta sociedad. E n el caso d e los isleños de lás M arquesas ofrecimos
la sugestión d eq u e mies tabús indican una ansiedad relativa a la perturbación
d e la solidaridad én tre los hombres. Se saca la consecuenda de que existe una
gran cantidad de celo6 latentes entre aquéllos, p ero que, al propio tiem po, se
observa tina apreciación d el peligro para la com unidad en su totalidad y para
cada u n o de los individuos d e la misma si esos celos se hacen ostensibles» La
institución del tabú es, por lo tantos u n arm a d el equilibrio social, u n a proteo*
d ó n legítim a y necesaria contra las influencias disociadoras latentes d en tro de
la propia o rg an izad a social. N o creo que un isleño de las M arquesas pueda
apreciar las fuentes de donde procede esa sensación de peligro; n i siquiera
tiene q u e darse cuenta necesariam ente del hecho d e que exista esa solidaridad
m asculina. Nosotros no apreciamos la existencia d e tales factores en nuestra
propia sodedad. H asta que Freud los puso de m aniñesto no se percibieron los
efectos d e los tabús de finalidad sexual*
Examinemos algunas de las demás instituciones secundarias que se encuen­
tra n en la cultura de las islas Marquesas, como las divinidades m enores, fas
fam iliares y los fanauas. U ñ grupo de ellos son espíritus masculinos q u e d u e r-
m en con objetos incestuosos y son, con toda evidencia, fantasías de las muje-
res. Esta institución constituye la expresión de u n definido tabú social contra
el incesto entre padre e hija. El fam iliar puede ser, sin em bargo/alguna otra
figura ilustre del p asad a La m ujer puede hacer uso de la misma o d el objeto
incestuoso para ejetu tar sus propios deseos contra otra mujer. En el caso de los
fanauas nos encontramos con otra prueba de la insatisfacción sexual d el ma­
cho que, una vez convertido en fanaua, goza de la oportunidad de tener
contacto sexual con una m ujer después de m uerto. Pero ¿por qué no puede el
janana hacer daño al m arido de la m ujer poseída? Las razones son, con toda
seguridad, las mismas que logran, en la vida real, m antener la solidaridad
m asculina. Este últim o ejem plo nos m uestra cuán próximos están los concep­
tos religiosos a las normas sociales efectivas y a las experiencias reales de que
proceden.
La parte más difícil del esquema que hemos delineado es la que se refiere
a la alteración de las percepciones como resultado de las represiones y la
estructura de las nuevas instituciones sobre la base de las percepciones altera­
das, a la sazón, para coincidir con la represión. Examinemos el casó d e un
neurótico compulsivo que vive dentro de un complicado sistema de tabús.
Como resultado de prohibiciones externas, severam ente impuestas, Contra la
m asturbación, cada intento, por mínimo que sea, de auto-afirmación, por su
438 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

p arte, está representado en sus sueños y fantasías como un acto de destructivi­


dad desordenada. A hora bien, con arreglo a la teoría de la libido^ nuestro
paciente se ha detenido en una fase determ inada del desarrollo ontogénico: la
“sádico-anal”. Este hom bre no hace sino descubrim os, de acuerdo con los
principios expuestos en u n capítulo precedente, lo que ocurre con u n im pulso
inhibido. Lo que im porta señalar es que nuestro paciente no se defiende ya a
sí m ism o contra el im pulso sexual percibido en forma consciente, sino contra
la form a en que está representado, ahora, en su inconsciente. E sta últim a
es, a su vez, una copia de la m anera en que el paciente considera ahora a la si­
tuación y la fuerza que se ve obligado a em plear para vencerla. Basándonos
en este principio de que u n impulso reprim ido tiene una nueva representación
ideacional, podemos definir el canibalismo como una defensa activa creada por
las imágenes inconscientes m ediante las cuales se representa la dependencia
frustrada, es decir, el m iedo a ser comido. N o es probable que ninguna cos­
tum bre, actual o antigua, d e infanticidio pueda hacer activa la ansiedad de ser
com ido entre los isleños de las Marquesas sin ten er en cuenta las frustraciones
efectivas que experim entan en la vida real.
Esto trae a colación u n punto que hemos tenido ocasión de exponer en
relación con la cultura de las Marquesas y es el siguiente: ¿por qué persisten
ciertas creencias contra toda razón? Examinemos uno de los mitos d e nuestra
sociedad: el relativo a que la m asturbación es nociva. Dicho m ito se encuentra
desde los egipcios anteriores a las dinastías y h a sufrido en la cultura occiden­
tal u n a larga serie de racionalizaciones. Esa creencia estaba incluida todavía,
en 1910, en nuestras nociones de patología anatóm ica. La profesión médica
respaldaba dicho m ito con toda una serie d e imponentes comprobaciones
“científicas”. Esa leyenda n o se hubiese podido perpetuar si no hubiese tenido
algún elemento emotivo q u e la hiciera aceptable. No hay que ir m uy lejos
para encontrar la respuesta, que se h alla en to d a la línea de fuerzas situadas
detrás d e los tabús de finalidad sexual de nuestra sociedad. Si se violan dichos
tabús, puede negarse al niño el cariño y la protección de los padres. Se trata,
por lo tanto, de u n a creencia que sólo puede m antener una persona d e carác­
ter m uy dependiente o m al inform ada. A quellos a quienes el mito n o sirva al
objeto d e corroborar una convicción inconsciente, no se lo enseñan a sus hijeas.
Estamos ya en situación de apreciar la im portancia de ciertos síndrom es
sociales como comprobaciones de nuestro diagnóstico de las fuerzas q u e actúan
en las instituciones. Pot supuesto, nos interesan más aquellas a las que el
psicoanálisis ha dedicado tan ta atención, como por ejemplo el com plejo d e
Edipo. Esta constelación deriva su nom bre de u n m ito griego de la antigüedad.
Freud lo descubrió en los sueños de individuós contemporáneos y, e n ocasio­
nes, como un episodio real recordado por el niño en forma consciente. Dió a
INSTRUCCIONES {RIMARIAS Y SECUNDARIAS 439

dicho síndrom e la im portancia del traum a universal en la historia filogénka


d el hom bre y supuso que el im pulso de la unión sexual con la m adre era una
constelación determ inada y transm itida en forma biológica.
La stgnific&cl&n.de dicho síndrom e en el individuo neurótico está lejos de
haberse a clara d a El impuesto original d e Freud consistía en que los anhelos
d el niño con respecto del progenitor de sexo opuesto eran sexuales. U n ingen­
te arsenal d e hechos recopilados durante los últim os cuarenta año® n o ha
bastado p ara desvirtuar ese axiom a de Freud. Sin em barga 1* interpretación
d el térm ino “sexual” imprime u n a gran deriva a nuestro pensamiento. N o hay
duda de q u e los anhelos sexuales comienzan en el n iñ o durante el periodo de
mayor dependencia* C ualquiera que lo dude puede exam inar la actividad
sexual en sociedades donde n o existen los fabú&de finalidad, como las d e las
islas T ro b rian í y Marquesas. L a sexualidad infantil e n nuestra sociedad h a de
“ descubrirse” excavando por u n a larga serie de defensas y puntos ciegos.
La confusión padecida en la literatura psicoanaíitica acerca d e la significación
d el complejo de Edipo procede de no haberse reconocido qué esos anhelos
sexuales estaban mezclados con anhelos d e dependencia y eran expresiones de
los mismos. C uanto mayor es la dependencia, más prom inente es el com plejo
d e E d ip a E l individuo trata d e convertir el objeto d e la dependencia en su
objetó sex u al.F rén te a los obstáculos ¿ocíales que se oponen a la satisfacción
de la curiosidad sexual con otros objetos .y hasta acerca d é la m asturbación
(una de cuyas funciones consiste en ayudar a que el niño se destete d é la
m adre p o r sí m ism o), el com plejo de Edipo parecería ser la expresión, tanto
d e la dependencia extrem ada d el individuo como d e los obstáculos sociales.
La disolución natural de ese com plejo en el individuo norm al se ha descrito
en térm inos que son verdaderos, sin duda alguna, en cuanto se refiere a los
fenómenos. Sin embargo, si n o se atiende más que a dicho complejo, es m uy
difícil percibir por qué un n iñ o es capaz de buscar otro objeto en lugar d e la
m adre, y o tro perm anece “fijado”. Esta form ulación no describe dónde se
producen los fracasos reales d e adaptación. Tales fracasos sólo pueden locali­
zarse en la falta de autonom ía y en la dependencia persistente. Es un hecho
que puede ser comprobado cuando se analiza el hecho d e enam orarse los
pacientes d e su analista. Lo que, solicitan es la satisfacción de sus anhelos de
dependencia expresados en lenguaje sexual. El testim onio de lo que uno
de mis pacientes decía con respecto de la m ujer de la cual creía estar “enam o­
rado” describe esas actitudes de dependencia en forma sexual. Para este
paciente, la persona amada tenía la función de realzar su propia estimación.
Como él tenía muy poca, quería que se le viese siem pre con ella, porque era
atractiva y así la gente podría decir: “ IVaya un hom bre, que le quiere una
m ujer así!” En segundo lugar, ella era la fuente de su idea-fuerza puram ente
440 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

mágica, y sólo por virtud de su amor podía él ser eficaz. Temía, por lo tanto,
h acer cualquier cosa que la disgustase, porque si dejaba de am arle todo su ego
se derrum baría. Si ella salía con otro hombre, el paciente era presa de los celos
m ás violentos, con los que quería expresar que ella estaba entregando su poder
a otro y n o a él. C uando no estaba con ella se encontraba el paciente en u n
estado constante de terror; era, en resumen, el amor d el hijo por el progenitor.
E ste amor se expresaba, sin embargo, en la forma sexual corriente. Esas m is­
m as dem andas no se m ostraban al analista, como ocurre con frecuencia, en
form a sexual, sino en form a de las esperanzas más extraordinarias de lo que el
analista habría de hacer en su favor. Figuraba entre ellas la de que el analista
habría de asum ir todas las responsabilidades del paciente. Constituyó una
com probación interesante el observar que cuando el paciente en cuestión
recuperó gran parte de su independencia, “dejó de am ar”.
Debemos deducir, en consecuencia, que el com plejo de Edipo representa
una fusión d e los anhelos de dependencia y sexuales dirigidos sobre el mismo
objeto. Su persistencia constituye, por lo tanto, una indicación de fallas en el
desarrollo d el ego en las cuales los tabús de finalidad sexual han desem peña­
do, sin duda, un papel im portante. Desde el punto de vista de la cultura, su
existencia sólo puede ser diagnóstico de sociedades en las cuales lo6 anhelos
d e dependencia y sus secuelas se exageran por virtud d e los tabús de finalidad
sexual. En los casos en que una sociedad no prescribe tabús de finalidad, se
perm ite que se produzca con toda libertad la fase sexual del desarrollo del
ego. C on ello se impide la fusión de los fines de dependencia y de lo6 sexua­
les. Explicar el complejo de Edipo sobre la base d e la supervivencia es privar
a las instituciones de su im portancia dinámica. N o es u n a supervivencia de u n
com plejo filogénico, sino de las instituciones que lo crearon en prim er término*
Esto puede comprobarse m ediante el estudio de sociedades de organización o
disciplinas diferentes de las nuestras. Es m ucho más probable que dicho com­
plejo sea un indicador de las fuerzas que actúan d en tro de la propia sociedad*
N o puede obedecer a la casualidad el que sólo el neurótico, en el cual es, sin
d uda, un indicio de desarrollo retardado^ conserve esa constelación en form a
activa. Desde el punto d e vista diagnóstico, podemos, por lo tantos com probar­
lo m ediante la sociología comparada* Hasta ahora sólo hemos observado dicho
complejo en aquellas sociedades donde se interfiere con el objetivo sexual en
la niñez. Por ejemplo, ¿por qué falta el complejo d e Edipo en las culturas
de las islas M arquesas y las T robriand, donde no existen restricciones con
respecto de la finalidad sexual? Este hecho hace m uy verosímil el que la acti­
vidad sexual compatible con la niñez ayude y no retarde el desarrollo del
individuo. Esa interferencia con el desarrollo sexual origina una dependencia
exagerada, la hipertrofia de la im agen del progenitor, u n a sobreestimación d e
INSTRUCCIONES PRIMARIAS Y SECUNDARIAS 441

los beneficie* d e la dependencia y el fomento d e cauces de salida secundarios


pata la hostilidad reprimida contra e l agente de la disciplina que pone oh*'
táculos. Eso es lo que R dch observó, con exactitud, en los titos de w ia s
culturas primitivas y arcaicas.
Sin embargo, incluso en esas sociedades que ponen obstáculos a la finali­
dad de la sexualidad, encontramos que dicha constelación es también indica­
dora de las fricciones oreadas por la organización social. En el cuento.de
Edipo. d e los tanalas se representa la mayor rivalidad como existente entre
hermanos; a mayor abundamiento, se representa al hijo congraciándose con el
padre mediante el abandono de su papel sexual, devolviéndole sus esposas y
contrayendo un vinculo de sangre con los hermanos criminales. El m itoosiriS'
no no representa los celos entre padre e hijo, sino entre hermanos ppr sus
hermanas, el matrimonio con las cuales gozaba de la aprobación social. Si
todos eso6 mitos se basan sobre el principio de-la supervivencia, ¿por qué indi­
can, también, las fuentes de la mayor rivalidad latente en la organización
social?
Vamos a proceder ahora a examinar cuál es la compatibilidad mutua d e
instituciones que produce cierta estabilidad social. Entre los tanalas hamos
observado una sociedad capaz de funcionar bien mientras el trabajo n o se dife­
renciaba. Cuando se introdujeron las inevitables demandas de trabajo cqaltti'
cado, oportunidad, saqueo y privilegio, se jhizo preciso reajustar toda la otgupfr
zación. Los resultados se tradujeron en un gran aumento de la posesión por
I06 espíritus y la magia, y hubieron de crearse nuevas defensas institucionales
contra la última.
¿Qué influencia ejerce el problema de status sobre el equilibrio social?
Muchas de las instituciones que vimos en la cultura betsilea, tenían el propó­
sito expreso de mantener las nuevas gradaciones de stutus (pea ejemplo: e l
sistema de tabús personales), así como aquéllas que mantienen los privilegios
de rango y hacen hincapié sobre ellos. Hallamos que éstas eran instituciones
creadas por la ansiedad derivada de la hueva técnica de subsistencia a las
cuales se unieron pronto las de prestigio. En la antigua cultura tanala son
los hijos segundones quienes experimenten la necesidad mayor de idealizar y
deificar a su padre; si hay resentimiento u odio, se le mantiene bastante bien
controlado, merced a la amenaza de que si no se portan bien perderán el
derecho a la ayuda del padre divinizado. La sociedad permite, sin embargo, las
carreras de ombiasy, homosexual y guerrero, o el tromba. Todas ellas pueden
seguirse sin destruir toda la organización de las instituciones.
Algunas de las instituciones primarias, la organización de la familia y las
disciplinas básicas, afectan a todos los individuos de la sociedad, pero dejan
amplio lugar para las diferentes reacciones individuales. En nuestra sociedad,
442 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

tos tabús de finalidad sexual alcanzan a todo el mundos cualquiera que sea so
status, y las reacciones individuales son también muy diferentes. Las constelar
dones básicas que tienen ese origen son las mismas en todos, con la única
excepción de que difieren en los varones y las hembras. Se elaboran dentro de
la personalidad en formas diferentes, según una gran variedad de factores,
algunos d e los cuales son cons titucionales y otros accidentales, mientras que
otros más derivan del status del individuo. En otras palabras, las instituciones
secundarias no sirven al mismo fin en todos los individuos. Como consecuen­
cia de las diversas necesidades a que deben atender las instituciones, débanos
esperar encontramos con que instituciones coexistentes en la misma socie­
dad se entrecruzan con los fines de otras. Cuanto más compleja sea una so­
ciedad y cuanto más amplio sea el campo de la variación de las características
individuales y de las diferencias de clase, son de esperar mayores incompati­
bilidades. En la sociedad primitiva, las variantes individuales del destino
individual no pueden ser tan numerosas como en la nuestra, y es probable
que las incompatibilidades entre las instituciones sean, en consecuencia, me­
nos notables.
La relación entre las instituciones primarias y las secundarias puede estu­
diarse mejor cuando se observa una cultura en movimiento. Se puede encon­
trar un ejem plo excelente en la transición de las instituciones de las tribus de
la ntéseta qué acaban por convertirse en los rapaces comanches. En-esta tran­
sición cambiaron algunas de sus instituciones primarias correspondientes a la
técnica d e subsistencia, y con ese cambio desaparecieron algunas de las institu­
ciones secundarias de las antiguas tribus de la meseta; algunas se alteraron y
otras permanecieron inalteradas. Aquellas que desaparecieron tenían una
representación consciente directa; las que persistieron surgían de tensiones
intrasociales que tenían poca representación consciente.

RESUMEN Y CONCLUSIÓN

La técnica empleada en el estudio de las relaciones entre la personalidad


y la cultura es un perfeccionamiento de la observación dé sentido común de
que un hindú es "diferente” d e un esquimal. Cada uno de ellos es producto
de una cultura diferente:
La necesidad de utilizar esa observación de sentido común en forma exac­
ta y comparativa nos obligó a establecer un grupo de criterios adecuados. Esa
labor no está terminada en m odo alguno, pero puede indicarse su dirección
general.
Hemos estudiado los efectos de las instituciones sobre el individuo m e­
diante ciertos accidentes llamados reacciones neuróticas que debieron su crea-
RESUMEN Y CONCLUSIONES 443

rió n a fracasos personales en la adaptación a las condiciones creadas por las


instituciones* Las comparaciones establecidas entre la acom odación feliz o
fracasada a la m ism a institución nos facilitó la prim era percepción de lo que
n n a institución hace en el individuo. F artiendo de ese punto, habrán de estu ­
diarse los efectos d e las instituciones de acuerdo con dos criterios: el orden en
q u e se las encuentra el individuo en su progreso a partir de la infancia hasta
llegar a la edad ad u lta efectiva, y la dependencia del individuo determ inada
biológicamente*
Pudiera parecer, por lo hasta ahora dicho, que lia m ayor im portancia
corresponda a las influencias de las instituciones sobre el niño, y d e aquí que
las disciplinas básicas sean cruciales en la formación de la estructura de la
personalidad básica. Esa im portancia es m ás aparente que real. Si el carácter
d el espíritu hum ano es integrador, se sigue de ello que las constelaciones m ás
antiguas son básicas y si resultan eficaces constituirán el fundam ento de todas
las integraciones subsiguientes, porque se convierten en parte de la apreciación
d é la realidad .por el individuó. Partiendo sólo de los rituales no se puede
apreciar por com pleto la significación que tienen entre los tanalas para apla­
car a la divinidad; la explicación racional emotiva sólo puede ser obtenida
partiendo de la constelación: “ si sufro, m e amarás”, que se origina en un a
inacabable serie de disciplinas restrictivas. Y dicha constelación es el resultado
d e impresiones continuas de la efectividad practica de esa fórm ula desde la
niñe 2 en adelante. F reud no consideró como necesario ése concepto de la per­
sonalidad básica, porque suponía que era el mismo en todos los seres hum a­
nos, haciendo caso omiso de la cultura. P or lo tanto, dentro de la concepción
evolucionista, la diferencia entre los pueblos aborígenes había d e valorarse en
térm inos del grado hasta el cual se habían desarrollado. Esta hipótesis hubo
d e cambiarse porque no ofrecía posibilidad de comparar a las culturas con
respecto a la especifidad de sus instituciones y no tomaba en cuenta los efectos
causados por esas instituciones en la creación de la estructura de la personali­
dad básica (ego). E n el presente libro se dio por hecho que el carácter y
significado de las instituciones se comunicaba, en todos los casos, al individuo
m ediante la conducta de los demás y que aquél llegaba a conocerlo siempre
m erced a alguna form a de experiencia directa.
La estructura de la personalidad básica está situada a m edio camino entre
las instituciones prim arías y las secundarías. La forma práctica en que se obser­
vó esta relación podría demostrarse tanto en la cultura tanala com o en la de
las islas M arquesas. Por virtud de las disciplinas y restricciones severas im ­
puestas entre los tanalas a la prim era infancia, la constelación form ada en la
estructura de la personalidad básica es la de: “si soy obediente, m e protege­
rá n ”. Esta constelación no sólo gobierna las relaciones interpersonales, sino
444 PRINCIPIOS Y TECNICA PSICOLOGICA

tam bién las m antenidas con la divinidad* La religión» que es una institución
secundaría» incorpora dicha constelación en varías formas* Cuando la sitúa-*
d ó n de la realidad perm ite el uso d e esa adaptación sin molestia, no surgen
problemas graves. Pero cuando ya n o es efectiva, se ofrecen dos canales d e
salida posible: la explosión de la agresión ostensible o la posesión por un espí­
ritu. Conform e cambia la institución prim aria, lo hace tam bién la secundaría.
La estructura d e la personalidad básica se derivó de los tipos observados de
reacción del hom bre ante la frustración; y los diversos conceptos de institución
nes secundarias se deducen de las representaciones d e esas experiencias de
frustración en el inconsciente. Se dem ostró que el fanaua d e la cultura de las
M arquesas es u n derivado de esa fu en te original.
Desde este punto de vista, el complejo de Edipo, que Freud consideraba
como prueba d e la existencia de upa estructura universal d e la personalidad,
resulta ser la expresión de una serie definida de instituciones primarias.
El presente ensayo se propone contestar tan sólo a unas cuantas preguntas
fundam entales; deja otras m uchas sin respuesta. Falta por yer si el método
puede usarse eficazmente con respecto d e una variedad d e culturas con tipos
de instituciones diferentes. Este ensayo prelim inar satisface, sin embargo, la
esperanza de q u e una aproximación psicológica a la sociología rendiría cono­
cimientos nuevos. Conviene hacer no tar, entre tanto,, que el presente ensayo
n o se propone contestar a lo siguiente:
1) N o trata d e describir las instituciones partiendo sólo del “significado”
de los orígenes psicológicos. Los usos a que sirven las instituciones pueden
cambiar. El em balsam am iento practicado en Egipto puede haberse originado
por ciertas ansiedades acerca del a lim en ta No quiere esto decir que haya sido
-ese el uso para el que servían las instituciones en el Egipto de las dinastías,
cuando el problem a de la ansiedad alim enticia había sido debidam ente resuel­
t a La historia d e Egipto m uestra en forma term inante q u e esa institución
llegó a tener el significado d e un valor d e prestigio especial y que ese proble­
ma de prestigio acabó por erigirse en el foco central de ansiedades procedentes
de otras fuentes. Estas, a su vez, se convirtieron en causa d e u n conflicto social
que se term inó en la democratización d e los ritos funerarios q u e antes se con­
cedían sólo a la clase privilegiada. El establecimiento d el cu lto de Osiris, la
religión popular, en concepto de religión oficial de Egipto, marcó u n o de los
cambios de significado de la institución original d el embalsam amiento.
2) Este ensayo no tiene en cuenta una gran cantidad d e instituciones de
origen puram ente racional*
3 ) Apenas tom a nota d e las finalidades artísticas, por cuanto n o existen
criterios psicológicos dignos de confianza para estudiarías, ya que la “subli-
m adón” constituye una guía discutible.
RESUMEN Y CONCLUSIONES 445

4 ) N o se ha hecho ningún intento serio d e estudiar el papel desem peñado


por el status en la totalidad del conjunto social» debido a que no se tenia a
m ano el m aterial biográfico necesario para esa finalidad* N i se intentó tam ­
poco form ular definición alguna partiendo de las diferencias m ateriales obser­
vadas e n la estructura social debidas al hecho d e que el^ mismo individuo
puede desem peñar papeles diferentes» como individuo como agente especial
ejecutivo de la cultura, tales como jefe o guerrero* Esto constituye una parte
del problem a del status social*
5 ) N o se ha tratado d e estudiar el origen d e las instituciones prim arias
porque no se disponía de datos históricos para ello* Las teorías acerca d e sus
posibles orígenes no se consideraron concluyentes
6 ) N o hemos hecho resaltar, con ningún detalle» el hecho im portante de
que tipos similares de neurosis aparecen en culturas d e pautas institucionales
muy diferentes. Es éste un problem a sobre el cual carecemos de datos.

A pesar de las limitaciones que acabamos d e indicar» el presente trabajo


alienta» con toda claridad, el punto de vista de q u e es posible una ciencia de
la sociedad* Y con ese propósito es indispensable el estudio de la sociedad
prim itiva, poique en ella se esconde el archivo mas valioso de la realización
del hom bre con las vicisitudes externas con que se tropieza y de las institucio­
nes q u e idea como resultado de ese impacto* N inguna de las demás d e u d a s
sociales nos ofrece la misma oportunidad de estudiar en form a macroscópica
el resultado de las diversas combinaciones de instituciones sobre el bienestar
y la efectividad d el hombre* E l presente trabajo nos facilita, además, u n nuevo
punto d e vista para proceder al estudio critico d e nuestra propia cultura*
E l porvenir d e este trabajo está indicado en form a clara. El estudio d e
veinte o treinta culturas, en la forma bosquejada en el presente libros ofrecería
un fundam ento seguro para proceder a generalizaciones basadas en com para­
ciones dignas de confianza. Se puede llegar a aproxim arse, si no a determ inar
con precisión, las leyes que gobiernan la psicodinámica del cambio social.
PKEFACX) ..........
Prólooodel autor 19
Reconocimiento ... 24

PA RTE I

M E T O D O L O G IC A

C a pítu lo I. In tr o d u c c ió n .............. ................. .................. .......... ........ ..................... ...


& individuó como unidad de estudio* Características biopsíquicas,.,.
Características generales de la cultura....................»..............
La relatividad de las culturas*.................................. 33
- El m étodo................... 34
N ota 36
C a pítu lo D . O r ie n t a c io n e s básicas.................................................................... ..^ J . 36
¿Qué aspectos de la cultura son psicológicamente pertinentes?......... 36
La organización de la familia y d el grupo familiar propia,___ ........... .. 45
Disciplinas básicas. Actividad inhibida y no inhibida............................ 46
Disciplinas de alimentación........................... ...................................... . 52
Dependencia y reacciones ante la discijplina................................ . 54
Tipos de dominio, infantil y económico.................................................. 64
Conflictos de subsistencia y de prestigió. Rivalidad y competencia. 68
La agresión. Sus formas y el control social de la misma.............. 74
Fuerzas que mantienen unida a la sociedad.............................. ............. 80
Objetivos e ideales de vida............................................. ........................ . 91

C a pítu lo UI. E studios pr e lim in a r es .............................................................. 93


Las islas Trobriand.................................................................................... 94
Ideas focales y técnicas para usarlas........................................................ 97
El papel del “folklore” y del m ito..................................................... ..... . 111
447
448 INDICE

C apítulo IV. S istem as d e seguridad t estructura d e la personalidad

básica ..............................................- ..................................................................... 120


Los zu ñ ís......................................................................................... 121
Los kwakiutl ............................................................................................... 126
Chuckchis y esquimales............................................................ 130
Conclusión: la estructura de la personalidad básica.............................. 135

PARTE II

DESCRIPTIVA
C apítulo V . La cultura de las Islas M arquesas........................................ 145
M edio y econom ía..................... 146
M aestros artesan o s...................................................................................... 153
■ * Distribución .............................................................. 154
, A ctitu d con respecto de los objetos........;.......... ......... 155
'" Organización so c ia l............. ...................................... 156
' Organización trib a l......... ............. 157
• La com unidad dom éstica............... 159
G radación s e d a l ...... .... .................................. ..................................— .. 166
Ciclo vital del individuo;............................................................................ 168
■ G u e r r a ............................................................ lf f i
PftltmAitr
S k w E ^ K l O K B ’" % • * * » * * h e * * * » * ■* » * * « * • s • « * * + « * * + * • > i * » * * * ■ *V # • i s * t * e 4 4 M * n * * * • ■ * * > • • * * • * * * * * * * » •* ■■

• Folklore y leyendas............................................................. 196

C apítulo V I . A n á l isis de la c u l t u r a d e las Islas M arq uesas . 199


- Examen general ................ ................................................... . .......... 200
í4 La escasez de mujeres.................................................................... .......... 201
•• Relaciones intrafamiliares y disciplinas básicas.......................... .......... 205
1 Ansiedad ele al uneniBdwn»».». ......... ........................ ........ 217
• Relaciones entre los sexos; neurosis..... ............................... ....... 224
Status, autoridad, prestigio y poder........ ................................. 231
La estructura de la personalidad (ego) del individuo......... ......... 223
f C onclusión............................................................... ..................... ....... .. 242

C apítulo VII. Los táñalas de M adagascar .............. . .......................................... 245


' La a ld e a ......................... ..................................... .......... .:..............‘....... 246
Propiedad..................................................................................................... 248
Y
Organización so cia l....... ........ ..... ........«.........
C iclo do vida del individuo y disciplina básicas....,— ..... 254
HonK»e»ialid&d................ .......... 257
La muerte 4*«*;*»***•**+*««***h*+*-»»#*4[*#*‘.#**'4'*>*<*«*to#*j*tf4**£**#«fe******#’#** #■»**#*^***^#**S**^*-»**♦*■'!***
Lo sobrenatural ^euav'ftei ■»*<ai4if*• *V**» ...259

Procedimiento jurídico............... l : ' .


. m

Folklore ........ ...............................


^/aIovcs de stflfiis y ^i»****,^ »♦?»•»«»£***»*•**—
*»»**»*♦♦*♦»+* 268
H cambio del cultivo del arroz de secano al de regadía Los betáleos 272.

O r iiu u ) VIII. A n á l isis d e l a cultora t a n a l a ........ ........281


■ Organización de la famiUa y 'duinplim^ basteas.. . . . . . » . . . «t»*•*..*«■« 282
Economía de subsistencia. 286
Economía de prestigia.....— ............................................................. 288
La estructura de la personalidad básica del individuo **t«**P*rf#prv*¿é«ÍÓ*>¿9 289
Técnicas mentales
. - El sistema de seguridad d el individuo........ ..................... ...............
Religión *•.*....•***.,»**•«»«»»»•»»*••»• «..a.*.-.»»*»*»*»»»•»» 299
- - El “super-ego” ............................... ...............
La psicología del congraciamiento.... .........
El cambio del cultivo del arree de secano al de regadía Los betsileos 313
La constelación del {vestigio.......................................... 320
C on clusión................................................................................................. .. 326

PARTE m

TEO RICA

C a pítu lo D C P sicología y sociología . R evisión 335metodológica ___■


........
Experiencia directa, conducta, construcciones y explicaciones........... 335
Conceptos behavioristas.......................................................... 341
Constracdones ............................................................... 343
La sociología de Freud.............................................................................. 349
Examen de la psicología social de Freud................................................ 357
Otras aplicaciones psicoanaltticas............................................................ 375
C onclusión................... 377
450 INDICE

C a pítu lo X. P rinc ipio s t técnica psicológica ............................... . . 380


Cultura y neurosis....................................-................... ............ . 383
Reacciones ante la frustración................. .............................. 389
La situación de peligro total............................................. ....... 389
Frustración alimenticia en la primera infancia........... ......... . 391
Frustraciones alimenticias en la personalidad desarrollada . 391
Reacciones ante los anhelos frustrados de protección........ ........392
Relaciones con el mundo exterior................................ .......... .... .. 403
Frustraciones sexuales............................................................... ........407
Frustración d e las necesidades "creadas" socialmente........ ........ 411
Control d e la agresión............ ......................................:............... ........413
Resumen de los tipos de reacción ante las frustraciones........ ........414
La personalidad total desde el punto de vista del “instinto” ........415
La personalidad total desde el punto de vista del ego*..— .. ........ 419
Necesidades >+i ■4 Sásil ........425
y
Percepciones fc* •« * *•**•>+♦**#*«»»» **• .......... 425

Im pulsos........ ........ 425


Afectos ......... 426
Estructura d e la personalidad M aca . ....... 429
Instituciones primarías y secundarías. ........ 432
Resumen y conclusión .................. . ....... 442

■!

1
EL INDIVIDUO Y SU SOCIEDAD.

El tema de la cultura y la personalidad ha ocupado la atención de antro­


pólogos y psicólogos, desde hace mucho tiempo. Este libro fue el primero
que exploró con detenimiento un camino orientado a reducir semejante
estudio a proporciones metódicas. Representa la culminación de largos
años de consideraciones teóricas debidas a múltiples investigadores.
Un psicoanalista eminente, Abram Kardiner, analiza dos culturas primi­
tivas y expone en detalle los principios psicológicos que le permiten hacer
inteligibles complicadas instituciones y descubrir la organización que
reside en las ralees de abundantes datos que de otro modo resultarían
confusos y nada instructivos.
Esta obra ha llegado a ser clásica en las ciencias sociales. Reúne la
psicología, la sociología y la antropología, para sustentar decididamente
la idea de que el destino del hombre como" ser social está en sus manos,
. en contraste con tantas filosofías que pretenden hacer de ól una victima
de lo inevitable arraigado en su naturaleza biológica intrlnsece.

FO N D O D E C U LTU R A E C O N O M IC A

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