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ETICA PROFESIONAL

EXAMEN N°1

APELLIDO,NOMBRE: Rubio Suyo, Elizabeth Diana

CODIGO: 17120031

ESCUELA: Economía

1. ¿Cuál es el sentido distorsionado del interés propio y que se requeriría para cambiarlo?

El sentido deformado del concepto del interés propio que hay en la sociedad moderna genera
que la democracia sea atacada por parte de las distintas ideologías totalitarias. el capitalismo
está moralmente equivocado porque es regido por el principio del egoísmo, y alaban la
superioridad moral de sus propios sistemas, señalan su principió de la subordinación no
egoísta del individuo a los “supremos” intereses del Estado, de la “raza” o de la “patria
socialista”. Mucha gente siente que en la persecución del interés egoísta no hay felicidad y
persiguen, aunque sea vagamente una mayor solidaridad y responsabilidad mutua entre los
hombres.

El fracaso de la cultura moderna reside en la deformación del significado del interés propio; no
en el hecho de que la gente se ocupa demasiado de su interés propio, sino en el de que no se
ocupa suficientemente del interés de su verdadero yo; no en el hecho de ser demasiado
egoísta, sino en el de no amarse a sí mismos.

El concepto del interés propio se ha ido estrechando durante los últimos tres siglos hasta
tomar casi el significado opuesto del que tiene en el pensamiento de Spinoza llegando a ser
idéntico al egoísmo, al interés por bienes materiales, al poder y al éxito; y en lugar de ser
sinónimo de virtud, su conquista se ha convertido en un imperativo ético estando íntimamente
relacionado con el cambio que ha sufrido el concepto del yo como constituido por la propiedad
que el individuo poseía. La fórmula de este concepto del y o no fue “Soy lo que pienso”, sino
“Soy lo que tengo”, “Soy lo que poseo” como la mercancía que deberá lograr la más alta
cotización en el mercado de la personalidad.

Este menoscabo fue posible por el cambio del enfoque objetivista del interés propio por el
enfoque erróneo subjetivista. El interés propio ya no estuvo determinado por la naturaleza del
hombre y sus necesidades. El concepto moderno del interés propio es una extraña
combinación de dos conceptos contradictorios: el de Calvino y Lutero, por un lado, y el de los
pensadores progresistas, a partir de Spinoza, por el otro. Calvino y Lutero pensaron que el
hombre debe suprimir su interés propio y considerarse solamente un instrumento de los
propósitos de Dios. Los pensadores progresistas, por otro lado, han predicado que el hombre
debe ser solamente un fin en sí mismo y no un medio para cualquier propósito que lo
trascienda. Han hecho de sí un instrumento no de la voluntad de Dios, sino de la máquina
económica o del Estado. Ha aceptado desempeñar el papel de una herramienta, no de Dios,
sino del progreso industrial.

Resultado de ello es que el hombre moderno vive de acuerdo con el principio de la


autonegación y piensa en razón del interés propio. Cree que está obrando en favor de su
interés, cuando en realidad su interés supremo es el dinero y el éxito. Se pierde a sí mismo en
el proceso de buscar lo que supone que es lo mejor para él.
No necesitamos malgastar demasiado tiempo argumentando contra las pretensiones
totalitarias. En primer lugar, carecen de sinceridad porque solamente encubren el egoísmo
extremo de una “élite” que desea conquistar y retener el poder sobre la mayoría de la
población. Su ideología del “desinterés” tiene por objeto engañar a los que están sujetos al
control de la “élite” y facilitar su explotación y manejo.

Las posibilidades de un cambio en el significado del interés propio parecen, ciertamente,


remotas, a menos que puedan descubrirse factores específicos que actúen en favor del
cambio:

La desilusión interna y la madurez para una revaluación del interés propio difícilmente podrían
hacerse efectivas, a menos que lo permitieran las condiciones económicas de nuestra cultura.
El hombre ha creado tales fuentes de energía mecánica que se ha liberado de la tarea de
emplear toda su propia energía en el trabajo, con el fin de producir las condiciones materiales
para subsistir. Podría usar una parte considerable de su energía en la tarea de vivir.

Solamente si estas dos condiciones — la insatisfacción subjetiva con una meta culturalmente
modelada y la base socioeconómica para un cambio— se presentan, puede un tercer factor
indispensable, el conocimiento racional, llegar a ser efectivo. Esto rige tanto para el cambio
social y psicológico en general como para el cambio del significado del interés propio en
particular. Una vez que el hombre sepa cuál es su interés propio, se habrá dado el primero y el
más difícil paso para su realización.

2. Discuta la relación entre egoísmo, amor así mismo e interés propio.

En relación al egoismo, se puede decir que la persona egoista no se ama a si misma por lo que
al ser “egoista” en realidad no es egoista para con los demás sino solo con si mismo. El amor a
si mismo, según el libro de Fromm podría confundirse con ser egoista a hacia los demás, pero
el amor hacia si mismo constituye un paso fundamental hacia la productividad, donde el amor
hacia si mismo es un requisito fundamental para tener interés propio. Ademas el amor a si
mismo no significa sentir placer o engreírse con cosas materiales sino consiste en la
autoconciencia y autoconocimiento de tu forma de ser ósea tu personalidad y actuar de
acuerdo a ello, actuar moralmente en el sentido de actuar conforme a tus propias creencias
frutos de tus experiencias y no conforme a convenciones de los demás o convenciones
sociales.

3. Explique la relación entre moral como estructura y la moral como contenido

El hombre en cada uno de sus actos verdaderamente humanos y, desde luego, en el conjunto
de su vida no llene más remedio que ser «justo» o ajustado a la realidad. En el análisis
prefilosófico vimos que el hombre «conduce» su vida y que a su modo de conducirla le
llamamos «conducta». Ahora hemos visto que tiene que hacerlo así porque su vida no está
predeterminada por sus estructuras psicobiológicas, como en el caso del animal. Al revés,
estas le exigen que sea libre. El hombre es necesariamente —con necesidad exigida por mi
naturaleza, al precio de su viabilidad— libre. Por eso somos «a la fuerza libres», y este es el
sentido justo de «Estamos condenados a ser libres.» En lo que se refiere a esta primera
dimensión de la moral, carecen por tanto de sentido, referidas al hombre, las expresiones
«inmoralidad» o «amora- lidad»; el hombre es constitutivamente amoral.

Sin embargo, la disposición para hacer este «ajustamiento» de la moral como estructura
puede ser, según el estado psicosomático en que el sujeto se encuentre, según su tono vital o
temple (determinado por la salud o enfermedad, por «buena forma» o por fatiga) mayor o
menor, suficiente o deficiente. Es entonces cuando se habla de «moral elevada» o bien de
encontrarse «bajo de moral», «desmoralizado», expresiones que, como se recordará,
aparecieron ya en el análisis prefilosófico. Ahora se ve que estas expresiones tienen que ver
con la moral, pero precisamente en el plano de la moral como estructura.

De las dos dimensiones de la moral, la moral como contenido se monta necesariamente sobre
la moral como estructura y no puede darse sin ella. Precisamente porque al hombre no le es
dado por naturaleza el ajustamiento a la realidad, sino que tiene que hacerlo por sí mismo,
cobra sentido demandarle que lo haga, no arbitraria o subjetivamente, sino conforme a
determinadas normas, conforme a determinados sistemas de preferencias.

La distinción entre la moral como estructura y la moral como contenido es en cierto modo
homóloga a la distinción escolástica, en la que insisten mucho los grandes jesuitas españoles,
entre el ser moral en común y su especificación en bueno y malo. Hay una moral i tas in
genere, una razón moral en común, un genus morís — en contraste con el ge ñus naturae—
del que el hombre no puede evadirse por inmoral que sea. También para estos pensadores el
ser humano es siempre, quiera o no, moral, puesto que es racional y libre. Solo los animales o
los hombres completamente idiotas pueden ser in-morales (mejor a-morales). El modo in
honestum de ser es ya un modo moral de ser. (La palabra mos, como la castellana
«costumbre», es genérica y vale tanto para los buenos como para los malos hábitos.)

Por lo demás, la afirmación de Aristóteles y de la Escolástica de que el hombre en cuanto tal se


comporta siempre sub ratione boni, lo que no significa que su comportamiento sea siempre
moralmente bueno, supone implícitamente la distinción entre moral como estructura y moral
como contenido. El hombre se conduce siempre conforme a lo que le parece “mejor»; pero el
«bien» de este «mejor» puede ser no el bonum moral, «Ino el bonum communiter sumptum.

Tengamos presente, en efecto, la fundamental distinción entre la moral como estructura (que
el hombre ha de hacer) y la moral como contenido (lo que el hombre ha de hacer). La realidad
humana, decíamos, es constitutivamente moral, el genus morís comprende lo mismo los
comportamientos honestos que los llamados impropiamente «inmorales». La moral es, pues,
una estructura o un conjunto de estructuras que pueden y deben ser analizadas de modo
puramente teorético. No se trata simplemente de que sea posible una psicología de la
moralidad y ni siquiera de una fenomenología de la conciencia moral. No. Es que la segunda
dimensión, moral como contenido, moral normativa, tiene que montarse necesariamente
sobre la primera, según hemos visto ya.

Si mato a un hombre, el resultado de mi acción es, en el mundo, la sustitución de un ser


humano por un cadáver. Pero el resultado en mí mismo es que la posibilidad que yo tenía de
ser homicida me la he convertido en realidad, o lo que es igual, la he incorporado a mi
realidad: desde ese momento yo soy un homicida. Pero este «ajustamiento» y la consiguiente
apropiación es claro que ocurre, no una vez, sino constantemente a lo largo de la vida; y a este
inexorable hacer la propia vida a través de cada uno de sus actos y la consiguiente inscripción
de ese hacer, por medio de hábitos y carácter, en nuestra naturaleza, es a lo que llamamos
moral como estructura.

El hombre es constitutivamente moral por cuanto tiene que conducir por sí mismo su vida, la
moral, en un sentido primario, consistirá en la manera cómo la conduzca, es decir, en las
posibilidades de sí mismo que haya preferido.
4. ¿Por qué la técnica moderna es objeto de la ética?

Sería la cara ética de la tecnología como exigencia a la responsabilidad humana, que debe
tomar la palabra posteriormente. Por consiguiente, en un orden sistemático los tres temas
indicados que pueden servir como esquema básico de la filosofía de la tecnología a la que
aspiramos se refieren a la «forma», el «contenido» y la «ética» de la tecnología. Mientras el
tercer (y más importante) tema es valorativo, los dos primeros que aquí tratamos son
analíticos Y descriptivos.

Si el arte tecnológico sigue los pasos de la ciencia natural, adquirirá también de esa fuente
aquel potencial de infinitud para sus progresivas innovaciones.

Pero no es propio de él que el progreso científico indefinido se limite a ofrecer la opción de


semejante progreso técnico, como un subproducto externo por así decirlo, y deje en manos de
quien lo recibe el ejercerlo o no, tal como ocurre con otros intereses. Lo que encuentre con
esta ayuda será el punto de partida de nuevos comienzos en el terreno práctico, y éste en su
conjunto, es decir, la tecnología trabajando en el mundo, proporciona a su vez a la ciencia con
sus experiencias un laboratorio a gran escala, una incubadora de nuevas preguntas para ella, y
así sucesivamente en un circuito sin fin. De este modo, el aparato es común al reino teórico y
al práctico; o la tecnología infiltra tanto la ciencia como la ciencia la tecnología.

En resumen: hay entre ambas una mutua relación de feedback que las mantiene en
movimiento; cada una necesita e impulsa a la otra; y tal como están las cosas hoy sólo pueden
vivir juntas o tienen que morir juntas. Para la dinámica de la tecnología que aquí nos ocupa,
esto significa que —aparte de todos los impulsos externos— su vínculo funcional integrador
con la ciencia es para ella un agente de infatigabilidad. Mientras la aspiración al conocimiento
siga impulsando la actividad de la ciencia, es seguro que también la técnica avanzará con ella.
Pero si el impulso hacia el conocimiento, por su parte, es en sí mismo culturalmente débil, está
en peligro de relajarse o de convertirse en rígida ortodoxia... ese eros teórico ya no vive sólo
del delicado apetito por la verdad, sino que es espoleado por su vástago más robusto, la
técnica, que le transfiere impulsos desde el campo de batalla, más amplio, esforzado y
vigoroso, de la vida.

En tanto nuestra predicción de la innovación incesante para la técnica se basa en una


presunción sobre el futuro de la ciencia, incluso sobre la naturaleza de las cosas, es hipotética,
como suelen serlo tales extrapolaciones.

La sucesión de tecnologías refleja la de la ciencia: mecánica, química, electrodinámica, física


nuclear, biología. En general, una ciencia está madura para su aplicación a la tecnología
cuando en ella la «via resolutiva» —el análisis— está tan avanzada que la «via compositiva» —
la síntesis— puede emplear los elementos básicos así liberados y cuantificados. Sólo ahora la
biología ha llegado hasta este punto: con la biología molecular viene la constructibilidad de
formaciones biológicas.

Generalizando, se puede decir que la moderna tecnología aumenta en progresión exponencial


el consumo humano de reservas naturales (sustancias y energía), y no sólo mediante la
reproducción del producto final, los propios bienes de consumo, sino también —y quizá aún
más— mediante la fabricación y manejo de los recursos mecánicos auxiliares, es decir, como
autoconsumidora. Y con estos recursos —las máquinas— se ha introducido una nueva
categoría de bienes en los equipamientos de nuestro mundo. Esto quiere decir que entre los
objetos de la tecnología un género destacado es el del propio equipamiento técnico. Pronto
también los productos finales que llegaban al consumidor dejaron de ser los mismos, aunque
sirvieran a las mismas viejas necesidades.

Estamos cada vez más «mecanizados» en nuestras actividades y entretenimientos cotidianos, y


cada vez se añaden más cosas nuevas, mientras la escasez de energía no ponga freno al
proceso.

Pero hay otros aparatos técnicos, de un género radicalmente distinto, que han ganado un lugar
en nuestra vida privada y se expanden por ella: aparatos que no nos ahorran fuerza muscular
ni nos quitan trabajo, que en realidad no hacen ningún «trabajo» en sentido físico, en parte ni
siquiera tienen una utilidad como fin, sino que (con un mínimo gasto de energía), sirven a los
sentidos y al espíritu: teléfono, radio, televisión, magnetófono, calculadora... todos los ramales
domésticos de la industria electrónica, el último recién llegado a la escena tecnológica.

Antes de ocuparnos de esta transición, de grandes consecuencias, de la técnica energética de


la primera Revolución Industrial a la técnica de la transmisión de noticias y la información,
equiparable casi a una segunda revolución tecnológico-industrial, tenemos que echar un
vistazo a su fundamento natural: la electricidad.

Con la aparición de la biología molecular y su comprensión de la programación genética, esto


se ha convertido en una posibilidad teórica... y en una posibilidad moral, mediante la
neutralización metafísica del ser humano.

nos ha privado de una imagen válida del ser humano (porque todo surgió de forma indiferente,
por azar y por necesidad), las técnicas lácticas, una vez estén listas, nos encontrarán
extrañamente carentes de preparación para su uso responsable. El antiesencialismo de la
teoría dominante, que sólo conoce resultados de facto del azar evolutivo y no esencialidades
válidas que les otorguen su sanción, da a nuestro ser una libertad carente de norma.

La metafísica desafiada la idea de reelaborar la constitución humana o «diseñar a nuestros


descendientes» ya no es fantástica; será más imperioso y más apremiante que cualquier
pensamiento que pueda exigirse a la razón de los mortales. La filosofía, confesémoslo, está
lamentablemente falta de preparación para esta tarea, su primera tarea cósmica.

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