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El charro negro

Se dice que hace mucho tiempo en San Juan de los Lagos, ciudad
de los altos de Jalisco, habitó una familia de campesinos muy
pobres, conformada por madre, padre y un hijo. El joven deseaba
tener dinero y vestir bien, vestir con los trajes de charro más bellos y
finos, sin embargo, por más que trabajaba la tierra, la pobreza no se
separaba de él ni de su familia.
Un mal día, tras un fatal accidente, los padres del joven murieron,
dejando al chico en un mar de deudas que empeoraron su condición
económica.

Una noche, tras unos tragos de tequila, invocó al diablo para


venderle su alma a cambio de riqueza, a lo que “el saltapatrás”
inmediatamente se presentó.
Sin dudarlo un poco, el joven aceptó sin escuchar las risas burlonas
del diablo que rápidamente le ofreció costales llenos de monedas
de oro.
Desde ese momento, cualquier negocio o apuesta siempre le
resultaba favorable al joven, hecho que aumentaba
impresionantemente su riqueza. Sin embargo, con el pasar del tiempo
la soledad y la tristeza eran sus únicas acompañantes de vida, entre
más dinero tenía más solo se sentía, ninguna mujer o amistad lo
llenaba porque toda persona que se le acercaba, sólo se fijaba en su
dinero.
Una madrugada, el diablo se le apareció para exigir su pago, a lo
que le chico se negó, tratando de huir en su mejor caballo junto
con una bolsa de monedas de oro, lo que fue una mala idea, pues
satanás enfurecido lo emboscó arrebatando su alma mientras dictaba
las siguientes palabras:
“Si no te quieres ir conmigo, te dejaré vagando junto con tu caballo
por las llanuras oscuras al anochecer, tu condena será ofrecer esta
bolsa de monedas de oro que traes, si alguien te las acepta cambiarás
tu lugar con esa pobre alma y entonces serás libre”.
Por lo que cada noche, por las zonas rurales de México, se puede
ver a un charro con ojos de fuego, sobre un caballo de aspecto
infernal, suplicando que alguien le acepte sus monedas de oro.
El callejón del beso
Esta leyenda mexicana trata de una familia con gran poder
económico que compró una casa en Guanajuato, en un callejón
angosto, que se encontraba justo frente a una casa humilde donde
vivía un joven que trabaja en una mina de la ciudad.
Una de tantas noches, la hija de la familia salió a su balcón, y tal fue
su suerte que se encontró con aquel joven apuesto: dice la leyenda
que ¡fue amor a primera vista!
Desde entonces, los enamorados se veían cada noche en sus
respectivos balcones, que quedaban frente a frente, solo separados
por unos pocos centímetros. El encuentro amoroso siempre terminaba
en un lindo y tierno beso.

Cuando el padre de la joven mujer se enteró de la relación, le


prohibió volver a encontrarse con aquel pobre minero, pues eran de
diferentes clases sociales.
Pero ninguno de ellos quiso renunciar a su amor.

Una noche, el padre de la joven, llenó de rabia, encontró a los


novios besándose, por lo que sacó un puñal para acabar con la vida
del chico, pero al calor de la pelea terminó incrustado el arma en el
pecho de su hija, quien murió.
Desde entonces, dice la leyenda que cada pareja de enamorados que
llegan al callejón y se dan un beso sincero en el tercer escalón, justo
debajo de los balcones encontrados, tendrán 15 años de felicidad y
abundancia. Por otro lado, si no cumplen con este hecho, tendrán 7
años de mala suerte y desamor.
Leyenda del conejo en la luna
En México es común ver en la luna, el contorno de un conejo,
hecho que desde tiempos ancestrales cautivó a los pobladores de
Mesoamérica, ya que el astro lunar siempre se tornó en tintes de
deidad y algo extraordinario.
Una antigua leyenda prehispánica intenta explicar la razón por la que
un conejo se aprecia en la luna.

El relato dicta que el dios Quetzalcóatl, un buen día sintió el deseo


de bajar a la tierra y caminar por ella, para lo que adoptó la imagen de
un hombre, ya que su fisonomía cotidianamente era la de una
serpiente emplumada.
Después de un largo día de caminata por la tierra donde pudo
contemplar paisajes impresionantes y cielos puros y azules, el dios se
dispuso a encontrar un lugar para descansar.

En este lugar se encontró un conejo que se acercó para saber quién


era ese hombre de aspecto brillante, pues su curiosidad le había
ganado. Al ver al hombre cansado y hambriento, el roedor se ofreció
a ser la comida de Quetzalcóatl para que agarrara fuerzas y pudiera
continuar su camino.
Quetzalcóatl, sumamente conmovido por la humildad y vocación de
sacrificio del conejo, tomó al pequeño animal entre sus manos y lo
extendió hacia la luna. En ese momento el contorno del conejo se
impregnó en el astro, dejando una marca como reconocimiento, para
la eternidad.

Es por eso que cada noche, cuando vemos un conejo en la luna,


en realidad es un reconocimiento de los dioses a ese roedor que
simboliza la actitud de gratitud, humildad y sacrificio que siempre se
debe de tener.

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