Está en la página 1de 4

«LOS VOLCANES»

Esta leyenda mexicana toma como


referencia dos de los volcanes más altos e icónicos
de México, el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl,
ubicados en el valle de México, dos suntuosas
obras de la naturaleza que son fácilmente
apreciables desde la Ciudad de México entre otras
partes cercanas a la capital.
La historia relata que Iztaccíhuatl (mujer
blanca en náhuatl) era una joven princesa
tlaxcalteca de belleza inigualable, misma que
sostenía una relación amorosa con el más valiente
y fuerte guerrero de toda la nación tlaxcalteca,
Popocatépetl (montaña que humea en náhuatl).
Durante la guerra que sostenían contra el imperio azteca, el vigoroso guerrero fue enviado en primera
línea de batalla para frenar al enemigo que se acercaba amenazante, sin embargo, los días transcurrieron sin
que se supiera nada de los guerreros tlaxcaltecas. Situación que un noble, pretendiente de Iztaccíhuatl
aprovechó para hacer circular el rumor de que Popocatépetl había muerto junto a sus hombres, pues se sabía
que, tras el retorno del guerrero, contraerían matrimonio. La princesa, al enterarse del rumor, cayó en una
terrible depresión que en cuestión de días le causó la muerte.
No obstante, Popocatépetl muy poco tiempo después regresó llenó de gloria y felicidad porque había
salido victorioso en el campo de batalla, listo para casarse con la mujer que amaba sin saber la triste noticia
que le aguardaba. Al enterarse, el guerrero fue a buscar el cuerpo aún incorruptible de Iztaccíhuatl, a quien
tomó entre sus fuertes brazos y la llevó a lo más alto de una montaña donde estaba decidido a velar su
cuerpo por la eternidad. Con el pasar del tiempo, sus cuerpos fueron cubiertos por la nieve que cubría la
cima de la montaña, convirtiéndolos en dos volcanes, los que curiosamente si tienen forma humanoide,
aunque se destaca el de Iztaccíhuatl, pues su figura es exactamente el de una mujer acostada de perfil.

«EL CHARRO NEGRO»

Se dice que hace mucho tiempo en San Juan de


los Lagos, ciudad de los altos de Jalisco, habitó una
familia de campesinos muy pobres, conformada por
madre, padre y un hijo. El joven deseaba tener dinero y
vestir bien, vestir con los trajes de charro más bellos y
finos, sin embargo, por más que trabajaba la tierra, la
pobreza no se separaba de él ni de su familia.
Un mal día, tras un fatal accidente, los padres
del joven murieron, dejando al chico en un mar de
deudas que empeoraron su condición económica. Una
noche, tras unos tragos de tequila, invocó al diablo
para venderle su alma a cambio de riqueza, a lo que “el
saltapatrás” inmediatamente se presentó. Sin dudarlo un poco, el joven aceptó sin escuchar las risas burlonas
del diablo que rápidamente le ofreció costales llenos de monedas de oro.
Desde ese momento, cualquier negocio o apuesta siempre le resultaba favorable al joven, hecho que
aumentaba impresionantemente su riqueza. Sin embargo, con el pasar del tiempo la soledad y la tristeza eran
sus únicas acompañantes de vida, entre más dinero tenía más solo se sentía, ninguna mujer o amistad lo
llenaba porque toda persona que se le acercaba, sólo se fijaba en su dinero. Una madrugada, el diablo se le
apareció para exigir su pago a lo que le chico se negó, tratando de huir en su mejor caballo junto con una
bolsa de monedas de oro, lo que fue una mala idea, pues satanás enfurecido lo emboscó arrebatando su alma
mientras dictaba las siguientes palabras: “Si no te quieres ir conmigo te dejaré vagando junto con tu caballo
por las llanuras oscuras al anochecer, tu condena será ofrecer esta bolsa de monedas de oro que traes, si
alguien te las acepta cambiarás tu lugar con esa pobre alma y entonces serás libre”. Por lo que cada noche,
por las zonas rurales de México, se puede ver a un charro con ojos de fuego, sobre un caballo de aspecto
infernal, suplicando que alguien le acepte sus monedas de oro.
«EL CALLEJÓN DEL BESO»

Esta leyenda mexicana trata de una familia con gran


poder económico que compró una casa en Guanajuato, en un
callejón angosto, que se encontraba justo frente a una casa
humilde donde vivía un joven que trabaja en una mina de la
ciudad.
Una de tantas noches, la hija de la familia salió a su
balcón, y tal fue su suerte que se encontró con aquel joven
apuesto: dice la leyenda que ¡fue amor a primera vista!
Desde entonces, los enamorados se veían cada noche
en sus respectivos balcones, que quedaban frente a frente, solo
separados por unos pocos centímetros. El encuentro amoroso
siempre terminaba en un lindo y tierno beso.
Cuando el padre de la joven mujer se enteró de la
relación, le prohibió volver a encontrarse con aquel pobre
minero, pues eran de diferentes clases sociales. Pero ninguno
de ellos quiso renunciar a su amor. Una noche, el padre de la
joven, llenó de rabia, encontró a los novios besándose, por lo
que sacó un puñal para acabar con la vida del chico, pero al
calor de la pelea terminó incrustado el arma en el pecho de su
hija, quien murió.
Desde entonces, dice la leyenda que cada pareja de
enamorados que llegan al callejón y se dan un beso sincero en
el tercer escalón, justo debajo de los balcones encontrados,
tendrán 15 años de felicidad y abundancia. Por otro lado, si no cumplen con este hecho, tendrán 7 años de
mala suerte y desamor.

LEYENDA DEL CONEJO EN LA LUNA

En México es común ver en la luna, el contorno


de un conejo, hecho que desde tiempos ancestrales
cautivó a los pobladores de Mesoamérica, ya que el
astro lunar siempre se tornó en tintes de deidad y algo
extraordinario. Una antigua leyenda prehispánica,
intenta explicar la razón por la que un conejo se aprecia
en la luna.
El relato dicta que el dios Quetzalcóatl, un buen
día sintió el deseo de bajar a la tierra y caminar por ella,
para lo que adoptó la imagen de un hombre ya que su
fisonomía cotidianamente era la de una serpiente
emplumada. Después de un largo día de caminata por la
tierra donde pudo contemplar paisajes impresionantes y
cielos puros y azules, el dios se dispuso a encontrar un
lugar para descansar.
En este lugar se encontró un conejo que se
acercó para saber quién era ese hombre de aspecto
brillante, pues su curiosidad le había ganado. Al ver al
hombre cansado y hambriento, el roedor se ofreció a ser la comida de Quetzalcóatl para que agarrara fuerzas
y pudiera continuar su camino.
Quetzalcóatl sumamente conmovido por la humildad y vocación de sacrificio del conejo, tomó al
pequeño animal entre sus manos y lo extendió hacia la luna. En ese momento el contorno del conejo se
impregnó en el astro, dejando una marca como reconocimiento, para la eternidad.
Es por eso que cada noche cuando vemos un conejo en la luna, en realidad es un reconocimiento de
los dioses a ese roedor que simboliza la actitud de gratitud, humildad y sacrificio que siempre se debe de
tener.
«LA PLANCHADA»

Se dice que, en el sistema de salud pública de México, el


Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) alguna vez hubo
una enfermera que siempre se destacó por su excelente servicio
con los pacientes, que la querían como uno integrante de su
familia por su trato cálido en los momentos más complicados de
salud.
Según la leyenda mexicana, ella era la primera en llegar y
la última en irse, también era la que tenía mayor experiencia y
claro, la que se distinguía de todas las demás enfermeras por
siempre tener su uniforme en un buen estado, impecable y con un
planchado perfecto, de ahí su apodo de “la planchada”.
El tiempo transcurría y esta cariñosa enfermera cada día
se iba ganando el afecto de más y más pacientes de todas las
edades y todos los padecimientos, al grado en que no querían ser
atendidos por nadie que no fuera ella. No obstante, una mañana
al salir de su turno nocturno, la enfermera sufrió un terrible
accidente en el transporte público que terminó con su vida. No
tardó mucho tiempo en llegar la noticia al hospital donde
trabajaba. El director del hospital rápidamente buscó algún
relevo para atender la gran demanda que había dejado.
Una joven recién egresada fue la elegida para tomar el
lugar de la planchada, sin embargo, en su primer día, al iniciar su
recorrido por los primeros pisos del hospital se llevó la sorpresa de que todos los pacientes decían que
habían sido ya atendidos por la planchada como siempre, por lo que no necesitaban nada. La jovencita
primero pensó que era una broma, pero al seguir avanzando a los demás pisos, los pacientes decían lo
mismo. Un poco confundida, la enfermera pensó que sería buena idea buscar un café para tomar un respiro.
Al llegar hasta donde estaba la cafetera, al fondo del pasillo vio pasar a una enfermera de aires brillantes,
con caminar lento y un uniforme perfectamente planchado, en ese instante cayó en cuenta de que el espíritu
de la planchada seguía en el hospital cuidando a sus pacientes.
Desde ese momento en varios hospitales del IMSS a lo largo del país, dicen que la planchada es una
aparición común entre los pasillos de los nosocomios; hasta han llegado a haber relatos de pacientes que
dicen haber sido atendidos por la planchada en algún momento.

LEYENDA DE JUAN MANUEL

El centro histórico de la Ciudad de


México durante la época virreinal fue escenario
de múltiples historias que marcaron la identidad
de la capital, una de tantas fue la de un viejo
rico llamado Juan Manuel, quien tenía una
casona en la calle que actualmente lleva el
nombre de Uruguay, en el número 90. Gracias a
su familia de origen peninsular, Juan Manuel
gozaba de una gran riqueza, originada del
comercio de plata y otros metales preciosos.
Juan Manuel había contraído matrimonio con
Ana Porcel, una joven española de aspecto angelical e increíble belleza, lo que rápidamente despertó
envidias y habladurías.
No tardó mucho tiempo en esparcirse el rumor de que Doña Ana tenía un amorío con un hombre
joven como ella, sin embargo, a pesar de no haber pruebas, el rumor llegó a oídos de Juan Manuel quién
llenó de coraje, increpó a su mujer. Aunque la bella joven juraba que era falso y que ella no le era infiel.
Pero Juan Manuel desconfiaba de las palabras de la joven. La desesperación lo carcomía día con día a pesar
de que le había prohibido salir y la mantenía en la casona todo día encerrado.
Una noche, mientras se encontraba en su estudio, el viejo preso de su desesperación, anhelo con todo
su corazón vender al diablo su alma a cambio de saber el nombre del joven con quien supuestamente su
esposa lo engañaba. De repente, un caballero de aspecto lúgubre y olor a azufre apareció en la esquina de la
habitación, Juan Manuel impactado solamente escuchó las siguientes palabras “todos los días saldrás al
portón de tu casa en punto de las once de la noche y al primer hombre que veas le preguntarás la hora,
después de que te la diga lo apuñalarás. Si yo aparezco junto al cadáver en ese momento, sabrás que él es el
origen de tu desgracia”.
Juan Manuel vio como aquel misterioso hombre se desvaneció en la oscuridad de la noche; sin
pensarlo dos veces, desde el día siguiente a las once de la noche siguió las instrucciones del demonio,
diciendo después de recibir respuesta del desafortunado peatón “dichoso eres de saber la hora de tu muerte”.
Así siguió por algunos días asesinando hombres de todas las edades, sin que apareciera el misterioso
hombre. La policía jamás sospechó de los crímenes del viejo rico por su importante posición, a pesar de los
cuerpos. Hasta que una noche, luego de asesinar a un joven de una puñalada limpia en el pecho, aquel
caballero que se le apareció, posó junto al difunto. No obstante, la historia no acabó ahí, pues antes de
desaparecer, el caballero con olor a azufre, le dijo que desde ese momento su alma le pertenecía. Lleno de
desconcierto Juan Manuel observó que el joven a quien había asesinado era su sobrino más querido.
La mañana siguiente, Juan Manuel apareció colgado en su estudio, por lo que dice esta leyenda
mexicana, que, si se pasa delante del número 90 de la calle de Uruguay a eso de las once de la noche, verás a
un señor que te pedirá la hora.

También podría gustarte