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TEOLOGÍA DEL GÉNESIS

En el estudio del Génesis es fundamental la consideración de su perspectiva teológica. En realidad


podemos reiterar lo señalado en el capítulo presente sobre el Pentateuco. El Génesis no es un libro de
texto para aprender ciencia o historia. Su finalidad es eminentemente religiosa, por lo que el despliegue
teológico prima sobre todo lo demás, sus narraciones atestiguan las dos grandes obras de Dios que,
posteriores a la creación, descuellan a lo largo de toda la Biblia: Revelación y redención, la historia
misma es en sí un elemento de revelación y una sucesión de hechos redentores que resplandecen sobre
el fondo oscuro del pecado y la miseria humanos.
En determinados puntos, el texto bíblico parece estar emparentado con los relatos épicos de Babilonia.
Algunos autores han llegado incluso a afirmar que los capítulos 1-11 tuvieron su origen en las
tradiciones y la literatura sumeria (en particular el relato del diluvio, paralelo del poema del
Gilgamesh), nada tendría de extraño que el autor del Génesis escribiera de modo que en su exposición
“sintonizara” con las viejas creencias de sus contemporáneos. Era un modo de contextualizar el
mensaje divino en su día. Así que observa que tanto el Génesis como la literatura de su época tienen
puntos de coincidencias o aproximación: Se reconoce la existencia de un ser o seres divino(s), personal,
que se relaciona con los hombres; se interpreta la creación como un acto de separación de la luz y las
tinieblas, de la tierra y el mar; se ve el ser humano como obra de la mano de Dios, dotado de una
dimensión espiritual divina; algunos textos egipcios hablan del hombre hecho a imagen de Dios. Pero
estos puntos de similitud son eclipsados por las grandes diferencias entre los textos mesopotámicos o
egipcios y el bíblico. En primer lugar, el Génesis excluye tajantemente toda concesión al politeísmo.
Desde la primera frase Dios es único, todopoderoso, soberano. EN el poema épico de Gilgamesh se
presenta a este héroe como en parte divino y en parte humano; algunos pensadores de siglos
posteriores, incluso de sesgo cristiano, hablarían de la “chispa divina” en el hombre. La Biblia sólo
reconoce en le hombre un hacerse a imagen del creador, pero no compartiendo en ningún grado la
naturaleza divina. En el mismo poema se encuentran las intrigas y conflictos entre diferentes
divinidades, poseídas por debilidades semejantes a las de los humanos; en el Génesis Dios actúa
conforme a su trascendencia y su santidad perfecta. En el poema de la creación se refiere como
Marduck, dios local de la ciudad de Babilonia, mató al monstruo Tiamat y de su cuerpo creó el mundo,
por lo que los otros dioses le concedieron como premio el dominio universal. Frente a este fantástico
relato, la narración del Génesis sobre la creación llama la atención por su sobriedad presentando el
universo como resultado de al voluntad y la palabra creadoras de Dios. En algunos textos de la
literatura asirio-babilónica (“Génesis de Eridu”) prevalece un concepto optimista de la existencia; el
testimonio bíblico es todo lo contrario: Las cosas empezaron bien cuando el hombre salió de la mano
de Dios, pero se malograron trágicamente cuando el pecado entró en el mundo. En el punto
correspondiente del comentario tendremos ocasión de ver los notables paralelo entre el relato bíblico
del diluvio y la narración del Génesis, con sus similitudes y sus diferencias. En conclusión, podemos
decir que las narraciones del Génesis, lejos de ser una adopción de la literatura mesopotámica, de sus
mitos y leyendas, es una crítica severa de los mismos, a los que opone con trazos sencillos pero
vividos, una nueva concepción del origen del universo y del hombre (Pág. 45), así como un enfoque
mucho más objetivo de la historia humana.
Tras esta observación preliminar, destacamos los conceptos teológicos fundamentales que subyacen en
el Génesis. Al hacerlo, prescindimos de la metodología de algunos eruditos que ven el Génesis no una
teología, sino varias, basadas en el contenido esencial de cada uno de los documentos (J, E, P)
supuestamente integrados en la redacción del Génesis. Nos limitamos a considerar los puntos
teológicos de mayor relieve en el libro, los cuales coinciden con los fundamentos de toda la teología
bíblica.
DIOS.
Desde el primer capítulo se nos presenta a Dios con las mismas características con que aparece en el
resto de las Escrituras: Un Dios único, que antecede a todo cuanto existe, todopoderoso, creador del
universo y del ser humano, personal, comunicativo, justo, misericordioso. No sólo actúa soberanamente
en la creación; también manifiesta su señorío sobre todos los seres en el curso de la historia, tanto a
nivel individual como colectivo; en último término, es su voluntad la que preside el desarrollo de los
acontecimientos, sea el nacimiento de un niño (Isaac), sea el destino de una ciudad, de una cultura o de
un pueblo (Gn 11:1-9; 15:14, 16; 25:23). El Dios de la creación es también el Dios de la providencia.
Porque es un Dios soberano, los seres humanos son responsables ante Él; su juicio divino recae de
inmediato sobre la primera pareja tras su caída en el pecado; volverá a manifestarse en el diluvio, en
Babel, en episodios diversos de la vida de los `patriarcas; y todo pondrá de relieve que el secreto de la
grandeza humana radica en la comunión espiritual del hombre con Dios y en una vida ordenada
conforme a sus mandamientos. También se hace evidente que Dios, aun en el juicio, es misericordioso.
Nunca más, después del diluvio, el pecado volvería a acarrear un cataclismo semejante; habría bastado
la presencia de diez justos en Sodoma y Gomorra para evitar la destrucción de las ciudades. La
conducta de los patriarcas en algunos momentos dictó mucho de ser ejemplo de probidad y de la fe,
pero Dios, fiel a sus promesas no apartó de ellos su benevolencia. Pero es precisamente la grandeza del
amor divino y la constancia de su fidelidad lo que hace a Dios acreedor a una obediencia sin reserva
por parte del hombre; aun el hijo de la promesa debiera ser ofrecido en sacrificio si Dios lo pide (Gn.
22). (Pág. 46).
En el génesis aprendemos también que Dios quiere que el hombre se mantenga en buena relación con
él. Por eso le da su revelación. Tan pronto como Dios hubo creado al hombre y la mujer, habló con
ellos (Gn. 1:28). Se daba así comienzo a una comunicación que ni el pecado podría romper
irremediablemente. La desobediencia de la rebelde pareja no fue obstáculo para que Dios volviera a
hablarles poniendo al descubierto su transgresión, pronunciando juicio condenatorio, pero también
abriendo puerta a la esperanza (Gn 3:8-19). El contenido del Génesis y de todas las Escrituras son
testimonio y depósito de la revelación de Dios a los hombres. Él no ha querido que éstos tuviesen que
andar a tientas buscándole, sino que ha “hablado muchas veces y de muchas maneras” hasta dar cima a
su revelación con la persona y la obra de su hijo Jesucristo (He. 1:1, 2).
Otro detalle digno de consideración en el estudio del Génesis es la riqueza implícita en la variedad de
hombres dados a Dios. Esa diversidad, más que fundamentos documentales como las de Astruc o Graf-
Wellhausen, debiera ser acicate para ahondar en el contenido espiritual de cada nombre. La importancia
de tal estudio crece por el hecho de que tan antiguamente el hombre era indicativo de los rasgos más
destacados de la naturaleza o carácter de la persona. En algunos casos un cambio de personalidad
motivó un cambio de nombre (Jacob-Israel, por ejemplo, Gn. 32:28).
El nombre más sencillo de Dios en el Génesis es El o Eloab. Su etimología es incierta, pero su
significado parece indicar “poder”, “preeminencia” o “majestad”. Aunque también era usado por los
cananeos aplicándolos al “Dios de dioses”, Israel lo adoptó para designar a su Dios único, infinito en
poder y gloria (Gn. 33:20). Más frecuentemente el nombre aparece en forma plural, Elohim, sin que en
ningún caso, cuando se refiere a Dios, sugiera la menor idea de politeísmo. En algunos casos, el plural
es indicativo de majestad. Y es innegable que el Dios del Génesis es un Dios de poder ilimitado,
preeminente, soberano. La omnipotencia de Dios Adquiere especial relieve cuando Dios le dice:”Yo
soy el Shaddai”, (Dios Todopoderoso, Gn. 17:1). Otras formas compuestas añaden nuevos matices al
significado general de El. Por ejemplo, El Elyom, el “el Dios Altísimo” (Gn. 14:18-20); El Olam, “el
Dios Eterno”, (Gn. 21:33), sin principio ni fin, Señor de todos los siglos; El roi “el Dios que me ve”,
(Gn. 16:13), el Dios que todo lo advierte y a quien nada de lo humano le es ajeno. (Pág. 47).
Otro nombre de uso frecuente es Adonai cuyo significado fundamental en hebreo era “Señor”,
“Dueño”. Frecuentemente aparece unido al nombre de Yahveh. A término correspondería el Kyrios del
Nuevo Testamento. Ambos expresan la revelación de dependencia y sumisión que la comunidad
creyente ha de mantener con su Dios.
Yahveh es el nombre que tiene un carácter más personal (los anteriores son mas bien títulos
descriptivos) y el más significativo para expresar la relación de pacto entre Dios y su pueblo. Fuera del
Pentateuco, sobre todo en los libros poéticos, aparece algunas veces en forma abreviada (Yah). Su
significado a resultado siempre un tanto enigmático. Según opinión generalizada entre los especialistas,
es una forma del verbo “ser”, en presente (“el que es”, “el que existe por sí mismo”) o en futuro (“El
que será”, o “el que seguirá siendo”), el que continuará manteniéndose fiel a su pueblo. De ahí la
estrecha relación del hombre con el pacto.
Todo lo que el Antiguo Testamento- e incluso en el Nuevo- se enseña sobre Dios no es sino reiteración
o desarrollo de la revelación contenida en el Génesis. ¡Así de grande y así de pedagógico es el primer
libro de la Biblia! (Pág. 48).
EL HOMBRE
El origen del hombre está en la voluntad creadora de Dios, quien decidió dar existencia a un ser “a su
imagen y semejanza” (Gn. 1:26). Esto no hacía del hombre un pequeño dios ni un ser mixto (mitad
hombre, mitad dios, al estilo del Gilgamesh sumerio); ni siquiera su alma podía considerarse una
“chispa de la divinidad”. El hombre como imagen de Dios, sería un reflejo de su personalidad, de la
conciencia de sí mismo, de sus atributos morales, de su capacidad creativa, de su actitud para la
comunicación al más alto nivel (Racional y espiritual). Nada más. Y nada menos.
La plenitud de su realización humana sólo se llevaría a efecto en comunicación con su creador y en
sumisión a su voluntad, en el disfrute de los privilegios por Dios concedidos y en la obediencia a sus
preceptos. Pero pronto a la voluntad divina opuso el hombre su propia voluntad, ambiciosa de
superiores prerrogativas. La criatura aspiraba al rango propio del creador: A ser “como Dios”. Trataba
de sustituir la teomonía por su propia autonomía, lo que significó una actitud de rebeldía que habría de
perpetuarse con manifestaciones tan dramática como la de la torre de Babel.
Inevitablemente la humanidad había de cosechar el fruto amargo de su alienación espiritual. Como si
hubiese abierto una caja de Pandora, toda clase de males invadieron la tierra: Las tensiones conyugales,
la envidia, el odio, la violencia homicida, la degeneración moral. Pronto de puso de manifiesto que el
hombre “caído” tiende de continuo al mal, de tal modo que ni los juicios más severos de Dios pueden
cambiarlo…Si una cosa vienen a demostrar los relatos del génesis es la verdad fundamental de las
Escrituras de que “no hay justo ni aun uno” (Sal. 14:1; Ro. 3:10-12). Y el coronario inevitable: a menos
de que la relación del hombre con Dios sea restaurada en una vida de comunión espiritual con él y de
obediencia a sus preceptos, el testimonio humano inevitablemente estará marcado por el signo de la
frustración y se hallará sometido al justo juicio divino. (Pág. 49).
SALVACIÖN
La condición humana que acabamos de exponer pone de relieve la necesidad absoluta de salvación si el
hombre ha de recuperar la grandeza original de su testimonio y también este concepto (salvación), tan
ampliamente expuesto en todas las Escrituras aparece bien ilustrado en el Génesis.
Lo primero que observamos es que la salvación, cualquiera que sea su naturaleza, procede de Dios. No
es resultado del esfuerzo humano, sino de la gracia divina, que actúa superando los efectos nefastos del
pecado. Fue por pura gracia que Dios reanudó el diálogo con Adán y Eva tras la caída de éstos. Y fue
su gracia la que hizo resplandecer la luz de la esperanza sobre el fondo sobrio del juicio. Un día la
“semilla de la mujer” aplastaría la cabeza de la serpiente. En los propósitos divinos la relación del ser
humano estaba asegurada. La misma gracia sobresale en la salvación de Noé de la catástrofe del diluvio
(Gn. 6:8); en la de Lot (Gn. 19:19); en el llamamiento de Abraham destinado a ser el “padre de
multitud” de creyentes que serían salvos a lo largo de los siglos; en la relación de Jacob padre del
pueblo del Israel.
En segundo lugar, vemos que la iniciativa y la acción de la gracia no anulan la responsabilidad humana.
La salvación por la gracia de Dios implica la respuesta de la fe por parte del hombre. Por la fe Abel
ofreció un sacrificio a Dios, Noé construyó el arca, Enoc “caminó con Dios”. Por fe abandonó
Abraham su tierra creyendo en el cumplimiento de la promesa de Dios. y por fe “fue justificado”,
hecho que convertiría en fundamento de la doctrina de la justificación en la teología cristiana (Ro. 4;
Gá. 3:6-14).
Cualquier creyente que conozca bien el Génesis estará familiarizado con las grandes verdades de la
revelación bíblica, lo que dará luz a su mente y a su espíritu. (Pág. 50). Trenchard.

Paternidad literaria del Pentateuco.


Testimonio de las Escrituras.
1. El mismo Pentateuco afirma que su autor fue Moisés (Éx. 17:14; 24:4; 34:27; Nm. 33:1, 2; Dt.
31:9).
2. Otros escritos del A. T. afirman lo mismo (Jos. 8:31, 32; 1 R. 2:3; 2 R. 14:6; 21:8; Esd. 6:18;
Neh. 13:1; Dn. 9:11-13; Mal. 4:4).
3. Para el N. T. El escritor del Pentateuco es el mismo que señala el A.T. (Mt. 19:8; Jn. 5:46, 47;
7:19; Hch. 3:22; Ro. 10:5). Pág. 21

Los escritos de Moisés.


1. Con toda probabilidad, el primero de los libros escritos por Moisés, fue el Éxodo.
2. El libro de Génesis obedece a la necesidad de enlazar la historia de Israel, desde los orígenes de
la humanidad.
3. Moisés disponía de información de la historia primitiva, la cual usó bajo la dirección del
Espíritu Santo para escribir sobre sucesos anteriores a su existencia.

El libro de Génesis.
1. Fue escrito por Moisés, junto con el resto del Pentateuco, entre los años 1450 al 1410 a. C.
2. El Génesis contiene historias reales de personas concretas.
3. No existen leyendas o mitos, sino que son relatos verídicos y precisos de acontecimientos
concretos.
4. los relatos históricos tienen que ver con genealogías, lo que divide al libro en diez secciones que
comienzan todas ellas con las palabras: “Estas son las generaciones…” (Gn. 6:9; 10:1; 11:10;
11:27; 25:12; 25:19; 36:1; 37:2).
5. El génesis tiene una importancia capital porque revela al hombre “los orígenes o los principios”
de las cosas. Pág. 22- Perez Millos.

Bosquejo de Génesis
I. La historia de los comienzos
A. Relato de la creación (Gn. 1:1-2:3).
B. El hombre en su estado de inocencia (Gn. 2:7-25).
C. La caída del hombre (Gn. 3:1-24).
D. La humanidad bajo el dominio del pecado y de la muerte (Gn. 4:1-6:8).
E. El mundo bajo el juicio de Dios (Gn. 6:9-8:14).
F. Un nuevo Principio (Gn. 8:15-11:32).
II. Historia de los patriarcas
A. Llamamiento y peregrinación de Abraham (Gn. 12-20).
B. Isaac, eslabón en la línea de la promesa (Gn. 21-26).
C. Jacob y su transformación en Israel (Gn. 27-36).
D. José y la emigración a Egipto (Gn. 37-50). Págs. 50, 51. Trenchard
Génesis 1-11 establecen el escenario para el drama de la redención, que comenzó con el
llamamiento a Abraham (Gn 12:1-3). Un énfasis sobre el poder creativo de Dios no volvió a darse
hasta siglos después de su liberación de Egipto.
El escritor de Génesis dijo muchas cosas en torno a los actos creadores de Dios, pero su énfasis
estuvo sobre dos cosas. Primero que todo, fijaba su atención sobre Dios como el autor de la
creación. En el primer relato de la creación, Génesis 1:1-2:4ª, el nombre de Dios se halla treinta y
cuatro veces. En el segundo relato, Génesis 2:4b-25, el nombre “Jehová Dios” se halla once veces.
Su mira era no dejar ninguna duda en la mente de nadie respecto al origen de la creación. Lo que
haya acontecido, Dios lo hizo.
El segundo énfasis del escritor de Génesis estriba en el hecho de que el hombre es el punto cumbre
en la creación de Dios. El hombre fue hecho a la imagen de Dios y se le dio posesión y dominio
sobre el mundo. Esto no era con la mira de explotarlo, sino usarlo como mayordomía dada por
Dios. (Pág. 81. cate).

Para el Antiguo Testamento, el hombre era de la tierra. Era carne y polvo. Sin embargo, era más
que esto, mucho más, porque el hombre también era alma, una alma viviente.

Primero, nephesh no puede ser separado del cuerpo. El hombre es polvo animado, habitado por un
nephesh…

Cuando éste (nephesh) se aplicaba al hombre, parece haber tenido tres significados afines. Era el
principio vital básico. Muy parecido al aliento, era (Pág. 122. cate) aquello absolutamente necesario
par que existiera la vida. Se asociaba tanto con el aliento como con la sangre. Si faltaba cualquiera
de las dos, la vida no era posible. Ocasionalmente se usaba casi como un nombre alusivo a la
persona en su totalidad.

El uso más común de nephesh cuando se refería a una persona, significaba la totalidad de su ser.

Vale la pena notar que los hebreos no tenían palabra alguna que tradujera “cuerpo”. Cuando querían
referirse al cuerpo de alguien, empleaban bien la palabra que se traducía “carne” o empleaban
nephesh. Al usar éste, parece que daban la idea de que nephesh era un aspecto interior del cuerpo.
La existencia física de una persona aparentemente era la manifestación exterior de su nephesh.

De nuevo, hemos de fijarnos en que los hebreos nunca contemplaban al espíritu del hombre de
igual modo que los griegos. En el Antiguo Testamento el espíritu puede ser una parte permanente
del hombre, pero los hebreos nunca aceptaban que el espíritu del hombre tuviera una existencia
aparte del hombre. Más bien parecía referirse a los aspectos más altos y nobles de la conciencia
(pág. 122. cate) humana. Para el hebreo, ni el espíritu, ni nephesh, ni la carne humana existían
independientemente. Hacían falta las tres cosas juntas para que hubiera una persona verdadera.

Ambas cosas, espíritu y nephesh, eran los aspectos interiores de la carne de la persona. La carne era
la parte exterior de la naturaleza espiritual de la persona (Pág. 123. cate).

Al principio, el pecado se contemplaba como el acto del mismo hombre de la desobediencia de la


desobediencia espontánea contra Dios. Aun cuando el hombre atiende las voces deductivas que lo
separan de Dios, su acto de desobediencia es siempre suyo. El carácter fundamental del pecado, tal
y como el Antiguo Testamento lo pinta, es que crea una barrera entre el hombre y su hacedor,
separándolo así de Dios. Antes de que Dios expulsara a Adán del huerto, este se había escondido
primero de Dios (Gn. 3:8, 23). Una vez entrado el pecado en la experiencia humana, el hombre se
daba cuenta de que había una barrera entre él y Dios, y esta barrera del hombre mismo y no de
Dios. (Pág. 140. cate).

Al primer pecado se lo pinta claramente como una revuelta de la criatura en contra de su creador.
De parte de Eva tanto como de Adán, había un deseo por ser igual a Dios. Esto surgió del orgullo
humano, la arrogancia y la autoexaltación. Resultó en la desobediencia intencional al mandato
divino. La raíz del pecado se dibuja con claridad como la soberbia humana que se expresa en una
declaración de independencia de su Dios. Fue el susurro insidioso de la serpiente, “seréis como
Dios”, el que puso en movimiento todo el asunto (Gn. 3:5). Pág. 154 cate.

Cuando ya no pudo esconderse de Dios, Adán buscó su salida con ciertos razonamientos. Echó la
culpa a su esposa. También echó la culpa a Dios, porque éste se la había dado. Su esposa, Eva, echó
la culpa a la serpiente. Una de las consecuencias del pecado es el intento por encubrirlo, echando
así la culpa a otro. Esto aún está con nosotros. Adán se había adelantado con denuedo en su intento
de ser como Dios. Al final, el que había sido hecho a la imagen de Dios se hallaba escondiéndose
de Dios y echando la culpa a Dios por su problema.
El fin último desemboca en el castigo y la separación. Pero también había esperanza. Adán, Eva y
la serpiente todos tenían que encarar grados diferentes de castigo. Pero al hombre se le presentaba
la promesa de una victoria final cuando Dios dijo:
Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y su simiente; éste aplastará tu cabeza, y
tú aplastarás su calcañar (Gn. 3:15).
Debemos notar también que aun cuando al hombre se le expulso del huerto, era un acto de
misericordia de Dios. Al hombre se le expulsó con el fin de que “no alargue su mano y tome
también del árbol de la vida, y como, y viva para siempre” (Gn. 3:22). No era el propósito de Dios
que se criatura viviera para siempre en un enajenado estado de rebelión. Algo tenía que hacerse
para corregir la condición del hombre antes de que Dios le diera la oportunidad de seguir viviendo.
(Pág. 156. cate).

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