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Rev – Verdad y misterio - 1

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La Revelación:
Verdad y Misterio

1. Verdad, misterio y revelación


La revelación es, sobre todo, entrega, autocomunicación del mismo Dios. Pero
también, en cuanto acto y realidad por la que Dios se comunica a los hombres, la
revelación divina contiene y entrega la verdad de Dios, la manifestación de un
lógos que ilumina la inteligencia del creyente y la abre a una verdad más plena
que debe recibir como don. La plenitud de esta comunicación con Dios se da en el
Lógos encarnado: Jesucristo es Palabra e Imagen del Padre, lleno de verdad (cf.
Jn 1, 14), y la verdad misma (cf. Jn 14, 6).

1.1. La revelación como Verdad


La apologética de los siglos XVIII hasta inicios del siglo XX se dedicó a
defender la verdad de la revelación frente al deísmo y el racionalismo, que
precisamente negaban a la revelación cristiana su relación con la verdad,
pues entendían la verdad como perteneciente exclusivamente al ámbito de
lo que la razón humana podía conocer por sí misma, con sus solas fuerzas
naturales. Por eso la revelación se confinaba al ámbito del sentimiento y la
irracionalidad.
La apologética intentó presentar la revelación en la misma línea de los
críticos, como representación conceptual de la realidad divina, conocida
mediante un asentimiento específico, que es el de la fe. Muy pronto se
vieron los límites de este planteamiento, y se trató de encontrar una
presentación más completa de la naturaleza de la revelación. Se tomó
conciencia de que la noción de verdad no era unívoca en la filosofía y en
la Sagrada Escritura, por lo que era necesario determinar con precisión de
qué verdad se trataba al referirse a la verdad de la revelación.
- El concepto filosófico de verdad viene de la metafísica clásica, que
la entiende como veracidad objetiva de un estado de cosas, de una
afirmación o de una doctrina; como verdad del ser en identidad consigo
mismo, y como adecuación permanente entre la representación del
entendimiento y la realidad conocida: lo que es verdad es eternamente
verdad.
- El concepto bíblico de verdad proviene del sentido del término ‫ֶא ֶמת‬
(‘emet), que puede traducirse como estabilidad, confiabilidad, seguridad,
fidelidad y confirmación en el tiempo. La verdad del Evangelio, en
consecuencia, no se refiere tanto a la adecuación estática entre una
realidad mental y las cosas, sino al dinamismo de algo que se va
construyendo en identidad consigo mismo.
La teología fundamental conjuga los significados precedentes y señala que
la verdad en sentido cristiano es la verdad de la revelación, “de esa
revelación del designio de Dios que ha encontrado su cumplimiento
definitivo en Jesucristo y que se va profundizando progresivamente en el
corazón de los creyentes mediante la obra del Espíritu Santo” (Ignace de la
Potterie).
Desde el método teológico, la teología fundamental se plantea si las
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afirmaciones de la revelación son verdaderas, en el sentido de reales, no


imaginarias ni subjetivas. La respuesta, obviamente, es positiva: La
palabra y la acción de Dios en la historia son reales, no se confunden con
un estado subjetivo, sino que se constituyen en el origen de toda la
realidad cristiana.
A nivel de explicación racional, la cuestión central que se plantea aquí es
si el conocimiento de la razón y el conocimiento de fe pertenecen al
mismo tipo de conocimiento, y qué relación se da entre la diferente
realidad que poseen. La tesis de que se parte es que la revelación cristiana
goza de las cualidades de la trascendencia y la sobrenaturalidad sobre el
conocimiento y la realidad naturales.
- Trascendencia significa que la revelación está más allá de todo
discurso puramente racional, por lo que no es posible un acceso a ella
desde una razón autónoma.
- La sobrenaturalidad aclara el tipo de trascendencia de la
revelación: se trata de una trascendencia de los misterios, es decir, de la
naturaleza estrictamente divina de la misma revelación.
En consecuencia, a la revelación cristiana se accede sólo si se recibe como
un don. Puesto que la revelación es una realidad divina, misteriosa para la
razón humana, a ella se llega no como resultado de una conquista humana,
sino solamente a través de la apertura y de la acogida de la revelación de
Dios por parte del hombre.
- El juicio sobre la verdad de la revelación no es resultado de la
potencia del conocimiento humano, sino de la acogida confiada del Dios
de la verdad y del amor, del Dios Trinidad. Esta verdad, como dice el
Concilio Vaticano II, es “la verdad profunda de Dios y de la salvación del
hombre que…. Resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la
revelación” (DV 2).
- Ahora bien, una vez dada a conocer, la revelación encuentra un
asiento natural en el espíritu humano, de modo que se relaciona con todo y
con todos sus conocimientos y verdades humanas. Desde el punto de vista
teológico, lo que al hombre le caracteriza es una teonomía, mediante la
cual se significa que el hombre no es autosuficiente, sino que necesita de
la revelación para conocer su verdad más profunda y para dirigirse al
misterio de Dos.
Cuando la relación y diferenciación entre el campo de la razón natural y
de la revelación sobrenatural se diluyen, se tiende a absolutizar un aspecto
en detrimento del otro:
- El semirracionalismo pretendió partir de la pura razón para llegar a
lo sobrenatural, o bien, pasar de la racionabilidad a la racionalidad, sin
dejar lugar a la libertad y a la gracia. La revelación sería como una ayuda
para que la razón logre su objetivo. Representantes del semirracionalismo
son el alemán Georg Hermes (1775-1831) y el austriaco Anton Günther
(1783-1871).
- En el fideísmo, en cambio, la fe pierde su racionabilidad y la
posibilidad de dialogar. Nacido en el contexto de la revolución francesa, el
fideísmo tuvo que vérselas con la razón ilustrada, nacida en la revolución
francesa. El fideísmo ve esta razón como autosuficiente (“divinizada”),
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separada de la historia, contraria a toda tradición y autoridad y, en último


término, destructora, sin relación con la verdad, sino solamente consigo
misma. Este antirracionalismo se unió con el romanticismo naciente,
marcando así toda una línea de pensamiento. El fideísmo se diferencia del
tradicionalismo por su vertiente más epistemológica, tanto en lo que se
refiere al conocimiento en general como al conocimiento de fe. Los
principales autores relacionados con esta corriente son: Hugues Félicité
Robert de Lamenais, Eugène Marie Bautain (1796-1867), el obispo
diocesano Philippe Gebert (1798-1864) , Auguste Joseph Gratry (1805-
1872) y Augustin Bonnetty (1798-1879).
El aporte que la discusión con el fideísmo ha dejado claro que la verdad de
la fe no supone la destrucción de la razón. La trascendencia de la
revelación no significa una separación absoluta con la razón, de modo que
se conviertan en realidades incomunicables, sino que es la trascendencia
respecto a una verdad auténtica que la razón puede alcanzar. De este
modo, se replantean adecuadamente las relaciones entre fe y razón, la
ayuda de la razón en la génesis de la fe, y el carácter auténticamente
humano del conocimiento de fe.

1.2. La revelación como misterio


En el n. 13, la Fides et Ratio nos recuerda que “la revelación está llena de
misterio”, pues la revelación que contiene y da a conocer la verdad de
Dios es revelación del misterio de Dios y de su designio salvador. En su
relación con la revelación, el misterio se muestra no como lo
incognoscible o como el horizonte totalmente inalcanzable de Dios, sino
más bien como el lugar donde la presencia personal de Dios se hace
histórica, cierta y directa en el mundo y en la vida del ser humano. Esa
presencia es en todo momento presencia de Dios, que supera todo intento
de reduccionismo o antropomorfización de Dios mismo.
Desde el punto de vista formal, revelación y misterio son nociones
correlativas que, en lugar de oponerse entre sí, se exigen mutuamente.
- Entre ellas hay una relación dialéctica: Hay revelación porque
existe el misterio, pero a su vez en la medida en que no es totalmente
misterio; y sabemos del misterio porque ha sido revelado, pero esa
revelación no elimina el misterio. Así, en concreto, no se trata de que
cuanta menor sea la revelación mayor será el misterio, o cuanto más clara
sea la revelación menor será el misterio.
- La revelación da a conocer el misterio de Dios, y se adquiere
mayor conciencia del misterio cuanto mejor se conoce la revelación de
Dios. Sólo planteamientos filosóficos como el hegelianismo llegan a
anular el misterio a base de reducir la revelación a filosofía. De este asunto
se ocupó el Concilio Vaticano I al enseñar en la Constitución Dei Filius
que “los misterios divinos por su propia naturaleza van siempre más allá
del entendimiento creado, de modo que aún después de la entrega de la
revelación recibida en la fe, permanecen ocultos bajo el velo de la misma
fe y de una cierta oscuridad” (DZ 3016).
En sentido teológico estricto, el misterio se refiere la realidad misma de
Dios y al orden de lo divino.
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- Por eso se dice que el contenido de la revelación es el misterio de


Dios, y más concretamente el misterio del Padre: el Deus absconditus, a
quien nadie vio jamás, que nos ha sido revelado por el Hijo único, “que
está en el seno del Padre” Jn 1, 18). Este es el misterio mantenido
escondido desde siglos y manifestado ahora a los gentiles, a los Apóstoles
y profetas (Rm 16,26; Ef 3,5; Col 1, 26). Este misterio no sólo la
manifestación de lo que el hombre no puede llegar a conocer, sino que es
sobre todo el “misterio de su voluntad” (Ef 1, 9). El misterio es, en último
término, el “misterio de Cristo” (Ef 3, 4) o, como afirma la GS 22,
refiriéndose a lo que Cristo manifiesta al hombre, “el misterio del Padre y
de su amor”.
- La revelación cristiana da a conocer este misterio como misterio
salvador. El “misterio de su voluntad” es el misterio del designio salvador
de Dios (DV 2). En consecuencia, el misterio no es sólo una verdad oculta
de la que tenemos noticia, pero no podemos comprender del todo. Más
bien, “la revelación del misterio de Dios es la revelación del misterio de
nuestra salvación: ella es la verdad salvífica fundamental y central de la fe
cristiana, cuyo contenido central afirma que Dios Padre se ha acercado y
comunicado definitivamente a través de Jesucristo, su Hijo, en el Espíritu
Santo” (Walter Kasper, en su libro Revelación y misterio). Por eso, el
misterio comporta siempre una llamada al hombre para que conozca y se
introduzca en esa acción de dios en la que Él se entrega a los hombres.
Dios no llama sólo a la inteligencia, sino al hombre entero. El misterio que
existe originariamente en Dios acaba, de este modo, instalándose en el
misterio del hombre. La acción de Dios en los hombres da lugar en ellos al
misterio de la gracia.
El misterio supera la posibilidad de comprensión de la razón humana, pero
nunca es algo absurdo o contradictorio.
- El misterio encierra una concentración de verdad y sentido que el
hombre no puede comprender intrínsecamente, pero que ilumina la
reflexión y el conocimiento de la realidad. Siendo una verdad oculta en sí
misma, el misterio ilumina todas las demás. El hecho de que no sea
“demostrable” es el resultado de su trascendencia respecto del
pensamiento humano actual o posible.
- El misterio revelado expresa la libertad y soberanía del Dios vivo
que no permite ser reducido a conocimiento: no puede ser “demostrado”.
Esta libertad y soberanía de Dios es la condición de posibilidad de que tal
revelación sea comprendida como libertad que se abre y se vuelve a
nosotros, como libertad en el amor. El misterio de la revelación de Dios
es, entonces, su libre autocomunicación en el amor. Pero, aunque el
misterio de Dios trascienda a cualquier horizonte humano de comprensión,
no es contradictorio: no se puede demostrar en sí mismo, pero se puede
demostrar que no encierra una contradicción.
El único misterio es el misterio de Dios que en Jesucristo se autocomunica
a los hombres. Sin embargo, la teología tradicional habla de “misterios”
pues, por una parte, la mente humana necesita expresar en diversas formas
el único misterio de Dios y, por otra parte, el misterio de Dios ilumina
otros “misterios” que derivan del único Dios que se nos revela. Por eso se
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distingue dos niveles diferentes:


- Hay tres “misterios propiamente dichos” (mysteria stricte dicta),
dados a conocer por la revelación: El misterio de Dios Trino, el misterio
de la encarnación del Verbo, y el misterio de la gracia.
- Están además las verdades o “misterios” que dependen de ese
orden divino. Ellos pertenecen al orden de la salvación, cuya realidad
profunda sólo se alcanza y se experimenta por la fe, y que dependen en su
ser y en su actuar del misterio de Dios, de Cristo y de su Espíritu como,
por ejemplo, el “misterio de la Iglesia” o el “misterio de la Eucaristía”.
Los misterios derivados se relacionan entre sí armónicamente, pues su
origen es el único decreto salvador de Dios. Entre ellos existe el nexus
mysteriorum mediante el cual los misterios se iluminan entre sí y ofrecen
mayores posibilidades de comprensión al teólogo (analogía fidei).
De todo lo anterior se desprenden las tres propiedades que caracterizan a
los misterios:
- Trascendencia: La Dei Filius del Concilio Vaticano I nos recuerda
que el mysteria in Deo abscondita (DZ 3015: el misterio escondido en
Dios) es el misterio por excelencia. Los misterios escondidos en Dios se
refieren al designio salvador del hombre y sólo se pueden conocer por
revelación. La trascendencia de los misterios quiere decir también que el
misterio se plantea desde sí mismo como un hecho que se explica en sí
mismo, por lo cual no se encuentra un camino racional para llegar hasta él.
El hombre puede lograr alguna inteligencia de los misterios, pero es
incapaz de alcanzar por sí mismo la verdad del objeto de la revelación.
- Gratuidad: No habiendo conexión necesaria entre conocimiento
humano y los misterios, sólo puede llegar el hombre a ellos si los recibe
como don gratuito. El misterio que abre a la trascendencia sólo se puede
recibir si la actitud crítica se transforma en escucha y aceptación, que no
deben ser irracionales, del Dios que se autocomunica.
- Cognoscibilidad analógica: una vez revelados, los misterios no son
verdades herméticas que hay que aceptar sin saber nada de lo que
contienen. Los misterios pueden ser objeto de reflexión y conocimiento,
que será siempre insuficiente. Los misterios se refieren a lo humano, a lo
creado, y por eso la inteligencia puede partir de esa relación entre lo
revelado y lo naturalmente conocido y, mediante la analogía, llegar a
conocimientos ciertos. En cuanto al nexo misterioso entre sí y con el fin
último del ser humano, es competencia de la razón creyente (la teología)
establecer y justificar sus condiciones propias.
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2. Necesidad de la Revelación
2.1. La revelación, “libre” y “necesaria”
La reflexión de la teología fundamental ha llegado a decir que la
revelación es libre y al mismo tiempo “necesaria” en algún sentido.
- Hasta ahora hemos dicho que la revelación es libre: Dios se revela
libremente, por amor. No hay necesidad en el seno de Dios ni por parte del
hombre en el origen de la revelación, sino exclusivamente la decisión
amorosa de Dios. Tanto la acción reveladora de Dios como los contenidos
de tal revelación son fruto del deseo libre y amoroso de Dios.
- Pero al mismo tiempo se puede decir que la revelación es
necesaria. La Iglesia reconoce que sin revelación el hombre se encontraría
en cierto estado de carencia. El hombre “necesita ser iluminado por la
revelación de Dios”, no solamente acerca de lo que supera su
entendimiento, sino también “sobre las verdades religiosas y morales que
de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el
estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con
certeza firme y sin mezcla de error” (CEC 38).
En esta relación, hay que darle primacía a la libertad divina: lo primero es
la llamada que Dios hace libremente al hombre par que entre en comunión
con El. A partir de esta llamada, la revelación resulta necesaria para que el
hombre conozca su destino sobrenatural y el modo de alcanzarlo. En este
sentido, la revelación es necesaria para que el hombre consiga su destino
sobrenatural, ya que el hombre sólo puede llegar al conocimiento de los
misterios que le son necesarios para dar cumplimiento a su vocación si
esos misterios le son manifestados y él los recibe con fe. La “necesidad“
de la revelación, por consiguiente, es posterior a la libre y amorosa
vocación del hombre por parte de Dios.

2.2. La condición humana y la “necesidad” de la revelación


La presente condición del género humano dificulta su capacidad natural de
búsqueda y conquista de la verdad, pues el ser humano, herido por el
pecado, experimenta cierto desorden interior que dificulta un ejercicio
recto y coherente de las facultades cognoscitivas y volitivas. Por tal
motivo, la Dei Filius nos señala que la revelación da a conocer esas
verdades de suyo naturales para que “puedan ser conocidas por todos con
facilidad (expedite), con firme certeza y sin mezcla de error alguno” (DZ
3005).
La revelación no sólo ofrece verdades que se refieren a misterios de
salvación propiamente dichos, sino también ilumina realidades a las que
todos podrían llegar en una situación de conocimiento normal, pero a las
que, de hecho, pocos, con dificultad y de modo arriesgado, pueden
acceder. En la Encíclica Humani Generis (1950), Pío XII expresó esta
afirmación del Concilio Vaticano I del siguiente modo:
“A pesar de que la razón humana, hablando simplemente, pueda
verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un
conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y
gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural puesta
por el Creador en nuestras almas, sin embargo, hay muchos obstáculos que
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impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural;
porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan
absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse
en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y
renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes
verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación,
así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede
que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la
fallsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que
fuesen verdaderas” (DZ 3875).

2.3. Necesidad “moral” y necesidad “práctica” de la revelación


La “herida del conociiento del hombre está en conexión con la separación
entre verdad y libertad. En ocasiones la libertad intenta ser creadora de la
verdad, tentación subjetivista preparada por la evolución de la filosofía
moderna con su primado del sujeto. La acción de la libertad es notable en
todo lo que tiene que ver con las verdades que poseen una densa
dimensión interior; y más concretamente, una dimensión moral. En estos
casos hay un influjo mutuo entre verdad y lo que se considera como un
valor y viceversa; en otras palabras, entre el conocimiento y la disposición
o falta de disposición para el compromiso, lo cual puede afectar al
conocimiento de las verdades esenciales para el hombre (Dios, la
conciencia, la ley natural, el detino futuro, etc.). Es aquí donde surge el
concepto de necesidad moral para el conocimiento de las verdades
religiosas.
- La presencia de verdades, ya sean naturales o sobrenaturales,
comunican a la revelación una virtualidad sanante, es decir, la capacidad
de poner a la razón natural en el punto de llegada de su búsqueda de la
verdad, y al mismo tiempo, de ordenar el ejericio de la razón y sacarla de
la perplejidad en la que, por diversas razones, puede encontrarse. Ya que
la revelación es “necesaria”, debido a la condición humana, esta necesidad
sólo puede ser moral. A esto se refiere el concepto teológico de necesidad
moral, recogido por el magisterio ordinario en la Encíclica de Pío XII
Humani generis en el año 1950 (DZ 3876).
- Con este concepto se intenta responder al racionalismo y al
fideísmo, aceptando al mismo tiempo lo que tienen de válido. Según el
racionalismo, el hombre puede conocer las verades religiosas por sí
mismo, de una manera perfecta y libre de error y, por tanto, sin ayuda
divina. Para el fideísmo, el hombre en su actual estado no puede conocer
esas verdades y sólo llega a ellas si le son entregadas por una revelación.
El Concilio Vaticano I reconoció la capacidad de la razón natural de llegar
al conocimiento de la existencia de Dios (frente al fideísmo); pero al
mismo tiempo reconoció (contra el racionalismo) que en el estado actual
del género humano sólo la revelación de las verdades religiosas naturales
garantiza que todos los hombres lleguen a ellas. Por “revelación” hay que
entender en este caso una especial ayuda intelectual de Dios que, al
robustece la capacidad natural del hombre, se contrarresta las
consecuencias del pecado original. No es necesario que este auxilio sea
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sobrenatural, pero la revelación sobrenatural desempeña también esta


función y remedia con mayor eficacia las deficiencias humanas.
- La existencia de un contenido racional formando parte de lo
revelado por Dios ofrece un punto de encuentro entre filosofía y teología,
y constituye la base necesaria para fundamentar teológicamente la
credibilidad de la revelación. En efecto, para juzgar si la propuesta
cristiana goza de la cualidad que la hace digna de fe, es necesario que
previamente sea posible realizar afirmaciones positivias y distintas de las
de la fe sobre Dios y el hombre. Si no se contara con la base lógicamente
previa de los preámbulos de la fe, el acto de fe se autofundaría, con lo que
el riesgo de fideísmo sería inmediato.
La necesidad moral, sin embargo, parece situarse dentro de un marco más
amplio que la sustenta: la necesidad de la revelación en sí misma, es decir,
dentro de la misma práctica de fe que la recibe. En efecto, algunos autores,
como Maurice Blondel, consideran que no basta con presentar una
credibilidad en sí misma verdadera, si al mismo tiempo no llega a
mostrarse que es “necesaria para nosotros”. Con ello se apunta a una
“necesidad” de la revelación distinta a la “necesidad moral” afirmada por
la teología clásica.
- La necesidad moral de la revelación se refiere al conocimiento de
las realidades fundamentales que tienen que ver con la vida del hombre:
para que el hombre conozca lo que es esencial para su vida, es necesaria
moralmente la revelación. Pero ese planteamiento puede ser integrado en
otro más amplio: No se trata sólo de que el hombre conozca unas verdades
fundamentales para su vida, sino de que se mueva con el dinamismo total
de su existencia (conocimiento y acción) hacia la realidad, percibida como
hipótesis, de una donación sobrenatural de Dios, que sería la única
respuesta posible a la gran pregunta por el sentido de la existencia.
- La “necesidad” de lo sobrenatural implicada en este planteamiento
sería una necesidad hipotética, resultado de un encadenamiento solamente
de fenómenos, no de realidades. Lo “necesario” aquí no se debe tomarse
en un sentido ontológico, como una verdad cuyo contrario implicaría
contradicción. Se trata simplemente de observar que nuestros
pensamientos se organizan inevitablemnte en un sistema coherente. Lo
sobrantaural cristiano cuya necesidad se afirma, se presenta como la
condición última de una fenomenología, no de una realidad. El encuentro
entre la hipótesis de lo sobrenatural planteada filosóficamente y su
realidad efectiva exige apelar a la práctica (es decir, a la fe, en último
caso), con lo que se sale ya de los dominos precisos de la filosofía.

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