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La Revelación:
Verdad y Misterio
2. Necesidad de la Revelación
2.1. La revelación, “libre” y “necesaria”
La reflexión de la teología fundamental ha llegado a decir que la
revelación es libre y al mismo tiempo “necesaria” en algún sentido.
- Hasta ahora hemos dicho que la revelación es libre: Dios se revela
libremente, por amor. No hay necesidad en el seno de Dios ni por parte del
hombre en el origen de la revelación, sino exclusivamente la decisión
amorosa de Dios. Tanto la acción reveladora de Dios como los contenidos
de tal revelación son fruto del deseo libre y amoroso de Dios.
- Pero al mismo tiempo se puede decir que la revelación es
necesaria. La Iglesia reconoce que sin revelación el hombre se encontraría
en cierto estado de carencia. El hombre “necesita ser iluminado por la
revelación de Dios”, no solamente acerca de lo que supera su
entendimiento, sino también “sobre las verdades religiosas y morales que
de suyo no son inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el
estado actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con
certeza firme y sin mezcla de error” (CEC 38).
En esta relación, hay que darle primacía a la libertad divina: lo primero es
la llamada que Dios hace libremente al hombre par que entre en comunión
con El. A partir de esta llamada, la revelación resulta necesaria para que el
hombre conozca su destino sobrenatural y el modo de alcanzarlo. En este
sentido, la revelación es necesaria para que el hombre consiga su destino
sobrenatural, ya que el hombre sólo puede llegar al conocimiento de los
misterios que le son necesarios para dar cumplimiento a su vocación si
esos misterios le son manifestados y él los recibe con fe. La “necesidad“
de la revelación, por consiguiente, es posterior a la libre y amorosa
vocación del hombre por parte de Dios.
impiden a esta misma razón usar eficazmente y con fruto su poder natural;
porque las verdades que se refieren a Dios y a los hombres sobrepasan
absolutamente el orden de las cosas sensibles y cuando deben traducirse
en actos y proyectarse en la vida exigen que el hombre se entregue y
renuncie a sí mismo. El espíritu humano, para adquirir semejantes
verdades, padece dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación,
así como de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede
que en semejantes materias los hombres se persuadan fácilmente de la
fallsedad o al menos de la incertidumbre de las cosas que no quisieran que
fuesen verdaderas” (DZ 3875).