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El acto de fe
1. La fe en la Biblia y en la patrística
Del mismo modo que sucede con el término “revelación”, en el hebreo del Antiguo
Testamento no hay una palabra específica que designe la fe, sino más bien un campo semántico.
- La expresión más común que se aplica a la acción de creer es el verbo ‘( ָא ַמןaman:
mantenerse fiel a, ser estable, estar fundado, permanecer, confiar). A él se une ( ָבּ ַטחbatah)
que se traduce como “esperar” confiadamente en alguien (aparece unas 200 veces, 52 de
ellas en los Salmos). Del verbo ‘aman se deriva ָא ֵמן (amén) que ha venido a significar la
respuesta incondicional de la fe. Aplicado a Dios y en diversas modalidades gramaticales
puede traducirse como “apoyarse” o “creer” en Yahvé, sentido que aparece unas trece veces
en el Antiguo Testamento.
- Así, ”apoyarse” en Dios establece la forma normal de la relación del hombre con Dios:
Después del pecado, Dios hace una promesa a Adán y Eva (Gn 3, 15); la vida fuera del paraíso
viene a significar la vida de fe: el hombre debe creer que Yahvé cumplirá su promesa a pesar
de los aparentes desmentidos. La promesa se convierte en pacto con Noé (Gn 9,16) y en
alianza con Abraham (Gn 17). La respuesta al Dios de la Alianza tiene un doble aspecto: se
trata de aceptar las palabras y las promesas de Yahvé como verdaderas, y perseverar
fielmente en el compromiso adquirido en la misma Alianza.
- En los Salmos la fe es definida como confianza. El salmista presenta al Señor como el pastor
lleno de bondad y de misericordia, que hace superar el miedo al peligro (Sal 23, 4-6). Algunos
salmos históricos relatan las acciones salvadoras de Dios con respecto a Israel para provocar
la confianza en la bondad y en la misericordia de quien perdona los pecados del pueblo y no
lo destruye a pesar de su falta de confianza (Sal 78, 22-38). La fidelidad y la confianza
constituyen la respuesta apropiada del hombre a las misericordias de Dios (Sal 26, 1-3).
- Abraham es el modelo de fe del Antiguo Testamento: él escucha a Yahvé, y Yahvé se dirige
a Abraham y le pide un cambio en su vida; al mismo tiempo le hace una promesa (Gn 12).
Abraham “obedece” (cf. Heb 11, 8), “sale”, “se pone en camino” confiando plenamente en
Yahvé. La fe de Abraham contrasta con la incredulidad de Sara, que se ríe ante el anuncio de
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que va a tener un hijo (Gn 18, 12). La “fe poderosa” (cf. Rm 4, 3) de Abraham es probada
cuando se le pide que ofrezca al hijo de la promesa en sacrificio (Gn 22). Se considera a
Abraham el “padre de los creyentes” (Rm 4,11.18; Gn 15,15). La calidad de la fe de Abraham
se convierte en prototipo del creyente (Sir 44, 19-20; Gal 3, 6-14; Rm 4, 3-15; Hb 11, 4-12; 17-
19; St 2,20). Otros modelos y situaciones de la fe son Moisés (Ex 4, 1-9) y la experiencia del
éxodo (Ex 14). En todos ellos Dios aparece dirigiéndose al hombre o al pueblo, pidiendo ser
escuchado, confiando una misión a realizar y haciendo una promesa. Frente al drama del
exilio, los profetas interpretan los acontecimientos como fruto de la infidelidad del pueblo, y
anuncian de nuevo la necesidad de la fe para existir (Is 7,9: “si no creen no subsistirán”).
En resumen, la naturaleza de la fe en el Antiguo Testamento se presenta como una
relación del hombre en su totalidad con Dios: Yahvé se da a conocer como el Santo, que ama y
es fiel (Alianza), que promete y realiza la liberación del pueblo elegido. Por su parte, el hombre
responde con reverencia y culto; con el conocimiento y el amor a Yahvé; con la confianza en sus
promesas y la obediencia a sus mandatos; con el asentimiento de fe y el reconocimiento de su
poder salvador, manifestado en la historia del pueblo. El que cree toma en serio a Dios, busca la
protección en Él y en Él espera. Aunque lo que predomina es la confianza, se halla también
presente un “contenido” determinado en el que se expresa la intervención salvífica de Yahvé a
favor del pueblo. En el Antiguo Testamento creer es decir “Amén” a las palabras, a las promesas
y a los mandatos de Yahvé.
- La fe afecta esencialmente la entera existencia humana, que responde así ante la verdad de
la intervención de Dios en el acontecimiento de Cristo. Por eso, los hombres que se adhieren
a Cristo son llamados simplemente “creyentes” (Hch 2, 44; 4, 32; 11, 21).
En la teología joánica la fe en la persona de Jesús, y no sólo en su testimonio, ocupa un
lugar central (Jn 6, 9).
- Los equivalentes de la fe son “recibir a Jesús”, “aceptar su testimonio”, “seguirle”, “permanecer
en Él. El evangelista liga la fe a la persona de Jesús, es fe personal en Él, e su nombre, es
decir, en su misión y filiación divinas (cf. Jn 2, 11; 3,16; 6, 31; 8, 24).
- Por tal motivo, la teología joánica represente la más clara personalización que se da en el acto
de fe, pues Cristo es al mismo tiempo en quien y a quien se cree. La fe del hombre conoce a
Dios a través de Cristo que ve y revela al Padre. La fe es entonces el camino para la salvación
personal, y tiene sobre todo un sentido dinámico, activo (Juan usa casi siempre el verbo πίστις
y menos el sustantivo πίστεὐειν).
- El carácter dinámico y existencial de la fe va acompañado por el conocimiento, que en Juan
se da de manera especialmente intensa, al punto que “conocer” y “creer” aparecen casi como
sinónimos: “Creemos y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 69). En consecuencia, en
los evangelios, y sobre todo en Juan, Jesús se muestra como el revelador y la revelación de
Dios. De modo particular, después de la Resurrección, la fe se centra en Cristo, que es
confesado como ”Señor”, y en la obra que Dios ha realizado en él.
En las cartas paulinas la fe es un tema capital. Ella brota del oír la palabra (Rm 10, 14-21)
y se realiza plenamente mediante la aceptación “obediente” de esa palabra.
- Además, la fe es “gracia” de Dios, sostenida por el Espíritu divino que acompaña a la palabra
y, en cuanto gracia, ella supera lo que el hombre puede hacer por sí mismo: “Les ha sido
otorgado no sólo creer en Cristo, sino también el padecer por Él” (cf. Fil 1, 29).
- Para San Pablo, la fe es el elemento fundamental de la salvación, tiene que ver con la
justificación (Rm 10, 9), y determina toda la vida moral del hombre. Se trata de una fe
expresada en las obras, pues de la nueva existencia de la fe surge el deber (Gál 5, 25). Por
tal motivo, fe tiene que ver con el entendimiento y la voluntad.
- La aceptación del mensaje de la salvación se llama obediencia (Rm 10, 16); la obediencia de
la fe implica renunciar a la propia bondad y sabiduría, y la sumisión plena a la economía de la
salvación dispuesta por Dios. La inteligencia de la fe se refiere sobre todo al contenido del
mensaje, y a la propia situación del hombre ante Dios. Aparece acentuado el papel de la
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voluntad en el acto de fe, al cual está orientado al conocimiento y a la confesión (Rm 10, 17;
10, 9).
1.2. La patrística
A la necesidad de la fe en Cristo, la patrística une el carácter eclesial de la fe, es decir, el
sentido de que la fe no es sólo del sujeto, sino que es sobre todo la fe de la Iglesia, de forma que
tener la fe “de la Iglesia” es condición de pertenencia a la communio. En esta época encontramos
tres factores que influyen en el desarrollo de la teología de la fe: el gnosticismo, la regla de fe y
la teología agustiniana.
La teología católica enfrenta el gnosticismo presentando la fe como verdadero y riguroso
conocimiento. En efecto, el gnosticismo opone la πίστις (fe) a la γνόσις (conocimiento),
entendiendo la fe como un modo secundario y provisional de conocer, una “opinión personal”,
“δόχα desprovista de fundamento”, que debe ser sustituida por la γνόσις , el auténtico y
verdadero conocimiento.
- La reflexión cristiana reacciona insistiendo en el carácter de certeza de la fe, considerada
verdadera ἐπιστήμη (episteme), es decir, conocimiento fundado y riguroso. El acto humano
de la fe no se mide por la inestabilidad o fragilidad del hombre, sino por la fidelidad de Dios a
quien el hombre oye y acepta. Por eso la fe es un estado definitivo, en el sentido de que, tanto
para los más sencillos como para los más cultos, la fe es irrebasable: no puede disolverse en
un conocimiento superior.
- A su vez, el desarrollo teológico hará referencia al movimiento interior de la fe, que lleva a
buscar explicación de sí misma y ayudará a superar la oposición entre pistis y gnosis: la fe es
presentada como gnosis verdadera, que no es sólo certeza de la verdad de la fe, sino que se
convierte en amor y cumplimiento de los mandamientos. Así, por ejemplo, Clemente de
Alejandría habla de una doble conversión: del paganismo a la fe y de la fe a la gnosis. Esta
segunda se convierte en amor y establece una relación inmediata y amistosa entre el
cognoscente y lo conocido.
- De este modo se pone de manifiesto que la fe es respuesta del hombre al Dios que habla y
garantiza la certeza y seguridad de la fe, a la vez que el comienzo de la fe se muestra como
resultado de una acción moral: una vez que el hombre cree, la fe afecta al conjunto de la
acción moral del sujeto.
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Otro elemento importante es el principio de la “regula fidei”. En los primeros siglos tuvo
lugar en la Iglesia un proceso de ordenación y formulación de verdades. proceso ya presente en
el Nuevo Testamento y que consiste en recoger y expresar la fe apostólica en fórmulas o
verdades de fe.
- Frente al abuso que los gnósticos hacían de la Escritura, que interpretaban y desfiguraban
arbitrariamente, la Iglesia opuso el principio de la regula fidei que procede de la misma
Escritura, y que tiene la función de servir de criterio de la verdad de la fe frente a las herejías.
- Los Padres llaman “regla de fe” o “regla de verdad” a lo que los Apóstoles comunicaron,
habiéndolo recibido previamente de Jesucristo, y que la Iglesia transmite desde entonces, en
cuanto esto es normativo para la fe. La “regla de la fe” está en relación con el carácter
apostólico de las Iglesias y expresa y rige la unidad de la fe de todos los cristianos.
- Ahora bien, la autoridad de la regla de fe es, en primer lugar, la autoridad de la verdad: es
regula fidei porque antes es regula veritatis. La eclesialidad de la regla de fe es el criterio de
la verdad que contiene, no es el origen de esa verdad. El único origen de la verdad contenida
en la “regla de fe” es la revelación de Dios. Lo que hace la Iglesia es proclamar como digna
de crédito la verdad que le viene dada por la revelación divina.
El pensamiento agustiniano fue una colaboración importante en la teología de la fe, por su
profundización exhaustiva, su vinculación con la estructura cognitiva del hombre y su aportación
al carácter gratuito de la fe. Podemos resumir su teología de la fe señalando que, para San
Agustín.
- El aspecto psicológico, como itinerario del hombre a Dios, y el aspecto teológico de la fe,
entendida ésta como gracia, se dan en íntima unidad: La fe es vista como el término al que
llega el corazón inquieto del hombre, que carece de paz y sosiego mientras no encuentre y se
adhiera a Dios. El hombre está hecho para Dios, y este destino no es resultado de la
casualidad, sino del plan amoroso de Dios para con el hombre.
- La fe llega a ser el conocimiento que orienta a una autoridad, a un testimonio. Ella es condición
y presupuesto del entender: se cree para comprender (crede ut intelligas), aunque también se
puede decir que se entiende para creer (intellige ut credas) pues, para poder creer, es
necesario comenzar por entender el sentido de lo que se debe creer. De este modo se pone
de manifiesto la continuidad entre el conocimiento humano y el conocimiento que da la fe.
Queda claro que la fe no es simple conocimiento humano: el hombre no la puede alcanzar por
si mismo, sino que debe recibirlo.
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- La fe es un pensar con asentimiento (credere est cum assensione cogitare): La inquietud del
corazón desaparece en el encuentro confiado del hombre con Dios en la fe, pero al descanso
de la fe que asiente le caracteriza otro tipo de inquietud, que es el deseo de comprender, el
cual le lleva a pensar sin abandonar ni condicionar por ello el asentimiento de fe. Aquí no se
trata de la investigación con la que se pretende llegar a certezas, sino de la certeza que busca
mayor comprensión. Se ve ya el doble movimiento entre el asentimiento y el pensamiento
(cogitatio), entre la certeza y los motivos que la producen y sobre los que se funda. En todo
caso, la fe es el presupuesto de una mayor intelección de la realidad, al mismo tiempo que
recibe una cierta legitimación de la inteligencia mediante la cual se percibe que es “razonable”
y “prudente” confiarse al testimonio autorizado del otro. En consecuencia, la fe es un hecho
que se da en el conjunto de la existencia del hombre, hecho no sólo intelectual, sino también
y a la vez, moral, en el que la libertad comprometida por el amor desempeña una función
primordial.
- Toda la fe es gracia: Agustín defiende el carácter gratuito de la fe frente al pelagianismo, que
valora de tal modo la libertad humana que la gracia se hace innecesaria, y frente al
semipelagianismo, para quien al menos el inicio de la fe se debe al poder del hombre, con la
intención de salvar la autenticidad moral del hombre y su esfuerzo personal. Agustín subraya
la total gratuidad de la fe: todo proviene de la gracia de Dios, tanto el inicio de la fe (initium
fidei), como la misma fe en cuanto conocimiento.
- Pronto surge la teología dialéctica y la antidialéctica. Los dialécticos (teología positiva) ven
con optimismo la relación entre fe y ciencia y llegan a confiar tanto en el carácter racional de
la fe que, para ellos, el creyente puede y debe emplear la razón plenamente e incluir en ella
los datos de la fe. Frente a este optimismo ingenuo, los antidialécticos (teología negativa o
apofática) rechazan el uso de la razón de cara al intellectus fidei, y niegan a la ciencia natural
su independencia propia, con lo que se hace imposible su servicio de preparación para la
revelación. Estas posturas derivarán en el racionalismo y el fideísmo de la ilustración.
Quien llega a mediar en estas circunstancias es Santo Tomás, para quien la fe es ante
todo, respuesta, una respuesta que implica asentimiento intelectivo, voluntad y gracia de Dios.
- Para el Aquinate, la respuesta humana de fe antecede siempre una palabra exterior. A partir
de esa palabra exterior, expone la fe sobre el fondo del concepto aristotélico de “ciencia” y, si
bien el concepto de fe lo deriva de la revelación divina, a la hora de formularlo recurre a otras
instancias.
- Sobre esta base, Santo Tomás entiende la fe como un modo de saber, en el que el objeto es
conocido a través del testimonio de un tercero. Este testigo es el mismo Dios, ante cuya
autoridad el hombre sólo puede responder aceptando lo que dice. La fe es entendida así como
acceso a una ciencia objetiva, que es la ciencia de Dios, lo cual no se opone a que el
movimiento fundamental de la fe se dirija a Dios mismo.
- Este carácter cognitivo de la fe se equilibra con el importante papel que se da a la voluntad,
no sólo porque la fe es un acto libre del hombre, sino porque este acto de fe se relaciona con
el amor: El impulso que en el hombre lleva a la fe procede de la voluntad. Por lo anterior, el
acto de creer se define como “un acto del entendimiento que asiente a la verdad divina bajo
el imperio de la voluntad movida por la gracia de Dios” (Summa Theologica II-II, q. 2, a. 9).
Asentimiento intelectual, acto de la voluntad y gracia de Dios desempeñan una función
esencial en el acto de fe.
- A su vez, la fe es definida como “el hábito de la mente por el que se inicia en nosotros la vida
eterna, haciendo asentir al entendimiento a cosas que no ve” (ibid. II-II, q. 4, a. 1). Ahí se
encuentra el carácter de “habito” (virtud) de la fe y su orientación escatológica: la fe inicia la
vida eterna que culminará cuando el lumen fidei ceda el lugar a la visión, al lumen gloriae.
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Para el filósofo y pensador irlandés John Toland (1670-1722) toda revelación es revelación humana y lo que no se hace comprensible de ser
rechazado como fantasioso. Aunque Toland se consideró él mismo panteísta, puede ser que con ello quiso disimular sus dudas sobre la misma
existencia de Dios.
2
El filósofo y ensayista inglés Anthony Collins (1676-1729) fue uno de los primeros defensores del deísmo en Gran Bretaña.
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2.3.1. El semirracionalismo
Esta postura intentó una vía media entre el naturalismo racionalista y el fideísmo: no niega
la revelación divina, ni la existencia de verdades de fe, pero tiende a hacerlas entrar bajo el
dominio de la razón humana. Tampoco niega los misterios sobrenaturales, pero se los pretende
explicar plenamente con la luz de la razón. Uno de sus mayores representantes es Jorge Hermes
(1775-1831):
- Para superar la crisis religiosa suscitada por el pensamiento de Kant y Fichte, Hermes propone
el camino de la duda objetiva como una condición previa. Para salir de esta duda es necesario
un análisis científico capaz de postular un asentimiento necesario de la razón teorética, y un
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- Uno de sus mayores exponentes es Luis Eugenio Bautain (1796-1867), quien sostenía la
incapacidad de la razón para demostrar los motivos de credibilidad. La razón es como un
sujeto pasivo en el cual se recibe el conocimiento cierto de la verdad, lo mismo que la vida se
recibe de un germen procedente de un sujeto previo. Así, la fe (fideísmo), transmitida por
medio de hombres extraordinarios en la Iglesia (tradicionalismo) y en la Palabra divina de la
Sagrada Escritura, es la última garantía de las certezas metafísicas que constituyen los
motivos de credibilidad.
A Bautain se le pidió firmar algunas proposiciones relativas a las relaciones entre fe y
razón, pero ninguna de ellas se refería a la naturaleza del acto de fe. Se trató de proposiciones
suscritas por mandato de su obispo y firmadas por mandato de la Congregación de obispos y
religiosos (cf. DZ 2751-2756; 2765-2769).
2.3.3. El modernismo
Ya el Concilio II de Orange (llamado también Concilio Arausicano II) en el año 529 apoyaba
la postura agustiniana en contra de los “Masilienses”, escuelas del sur de Francia reunidas en
torno a Juan Casiano (230-365), los monjes de Marsella y, sobre todo, contra Fausto de Riez
(410-495), Abad de la ciudad de Lérins. El concilio condena la opinión de quienes defienden que
el inicio de la fe (initium fidei), el aumento de la fe y el “afecto de credulidad” (credulitatis affectus)
está en nosotros “no por don de la gracia”, sino naturaliter (naturalmente). En el canon 7 del
mismo concilio se censura también la doctrina según la cual el consentimiento a la predicación
de Evangelio puede tener lugar por las fuerzas naturales sin la iluminación e inspiración del
Espíritu Santo, que otorga a todos ”suavidad en el consentir y creer en la verdad” (cf. DZ 377).
El Concilio de Trento (1545-1563) no se ocupó directamente de la fe, sino sólo en la
medida en que forma parte del proceso de la justificación. Las cuestiones relacionadas
directamente con la fe son las siguientes:
- La fe forma parte de las disposiciones para la justificación: El hombre se prepara para la
justificación cuando, impulsado y movido por la gracia divina, recibe la fe “de oídas” (ex auditu)
(cf. Rm 10, 17) y se dirige hacia Dios “creyendo que es verdad lo que ha sido divinamente
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la verdad de los “credenda” o verdades de fe. A la revelación divina que da a conocer verdades
sobrenaturales, responde una fe que cree esas verdades. El motivo de la fe es la autoridad
de Dios que revela. Por tanto, la aceptación de esas verdades por la fe no responde a la sola
dinámica del conocimiento humano, que llega a la verdad captando con la propia luz racional
su coherencia y racionalidad.
- El objeto de la fe son los credenda, es decir, todo lo que se contiene en la palabra de Dios
escrita o de tradición, y que es propuesto por el magisterio solemne, o por el ordinario y
universal como revelación divina que se debe creer.
- En cuanto obsequio acorde con la razón, la fe va preparada por “signos externos (milagros y
profecías, sobre todo) que acompañan los “auxilios internos” de la gracia. Estos signos hacen
a la fe razonable. Por otra parte, la fe es don de Dios, y no sólo decisión humana, que el
hombre debe, sin embargo, aceptar libremente, y al hacerlo coopera con su salvación.
- La fe y la razón representan un doble orden de conocimiento no sólo por el origen, sino
también por el objeto: La fe conoce con la luz divina los misterios, además de otras verdades;
la razón, en cambio, conoce con la luz natural solamente su objeto propio. La razón iluminada
por la fe puede investigar los misterios, pero sin llegar nunca a constituirlos en objeto propio,
incluso después de ser revelados. Entre fe y razón no sólo no puede haber contradicción, sino
que más bien se da una mutua ayuda: la razón ayuda a conocer los fundamentos de la recta
fe y a cultivar la teología, mientras que la fe libra a la razón del error y la guía en la variedad
del conocimiento (DZ 3015-3019).
El Concilio Vaticano II se refiere al acto de fe no de forma directa, sino de su influjo y de
sus relaciones con diversas manifestaciones del espíritu del hombre moderno. Así, por ejemplo,
muestra el vínculo de la fe con la cultura (GS 57-59), o su eficacia frente al ateísmo (GS 21).
Acorde con el carácter pastoral querido por el concilio, predomina la acción y el papel de la fe de
cara a la evangelización.
- A lo largo de su reflexión, el concilio subraya el carácter personal de la fe. En efecto, se recoge
una teología que ha madurado la firme convicción de que la fe ha de ser entendida no
solamente como asentimiento, sino también como un acto de toda la persona: “A Dios que se
revela, se le debe otorgar la obediencia de la fe mediante la cual el hombre se entrega entera
y libremente a Dios”, y le ofrece el pleno acatamiento de su entendimiento y de su voluntad
“admitiendo voluntaria la gracia de Dios, que previene y ayuda, y los auxilios internos del
Espíritu Santo” (DV 5). Con tales palabras se subraya que la fe afecta a la entera existencia
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del creyente: ella es, ante todo, una entrega total de la persona al Dios que se dirige a ella en
su revelación. El necesario asentimiento de la inteligencia en el acto de fe forma parte de la
misma entrega de la persona en su totalidad.
- En la Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, se afirma que el acto de fe ”es voluntario
por su propia naturaleza, ya que el hombre, redimido por Cristo Salvador y llamado por
Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios que se revela a sí mismo si, atraído
por el Padre, no rinde a Dios el obsequio racional y libre de la fe”. En consecuencia, no se
puede imponer nada en materia religiosa. Gracias a la libertad religiosa “los hombres pueden
ser invitados fácilmente a la fe cristiana, a abrazarla por su propia determinación y a profesarla
activamente en toda la ordenación de la vida” (n. 10).
- Además, se recuerda que la actividad de la inteligencia en el campo religioso se da también
fuera del ámbito de la fe, tal como se menciona en DV 6, al recoger explícitamente la doctrina
del Concilio Vaticano I sobre el conocimiento de Dios por la luz natural de la razón, junto con
aquella otra sobre la revelación de verdades “de suyo no inaccesibles a la razón humana” (DV
6).
El Catecismo de la Iglesia Católica asume y explicita los rasgos sobresalientes de la fe el
Concilio Vaticano II y la teología católica, desarrollándolos en una perspectiva catequética,
eclesial, personalista y trinitaria:
- Contexto catequético: Si en la Dei Verbum la fe se encuentra inmediatamente después de la
revelación en Cristo y antes de la transmisión de esta revelación en la Iglesia es porque la fe
se entiende como respuesta a la revelación de Dios, y sólo se puede prestar a Dios y a su
palabra, mientras que la Iglesia se encuentra en otro nivel, el de la transmisión. El Catecismo
de la Iglesia, en cambio, sigue un orden catequético: El creyente no encuentra la revelación
de Dios en una especie de vacío, sino en la Iglesia misma que ha recibido la revelación con
la misión de conservarla y de transmitirla a todas las generaciones.
- Carácter eclesial de la fe: En consecuencia, a lo anterior, se trata la transmisión de la
revelación en la Iglesia antes que el de la fe, lo cual permite a su vez poner más claramente
de manifiesto el carácter eclesial intrínseco a la fe. La doctrina sobre la fe viene después de
tratar de la revelación divina en su constitución (Israel, Cristo) y de su presencia en la Iglesia
a través de la Escritura y, sobre todo, de la Tradición.
- Carácter personal de la fe: La fe aparece de modo complementario como asentimiento de la
inteligencia y adhesión de su entero ser; como un acto personal y eclesial a la vez: “Por la fe,
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