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Todo ello viene condicionado, cómo no, en la particular posición que las
normas procesales ocupan en el panorama normativo, pues no se trata de una rama
más del ordenamiento, sino de una disciplina de cierre, de garantía del ordenamiento
jurídico, como decía ALMAGRO. Con lo que, ante las patologías en la aplicación ordinaria
de las normas materiales, es necesario impetrar la actuación procesal, con lo que la
eficacia del conjunto dependerá de una adecuada configuración y funcionamiento del
Derecho Procesal.
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2. LA CONSTITUCIONALIZACIÓN DEL DERECHO
PROCESAL
El entronque constitucional del Derecho Procesal aparecerá repetidamente
en los temas que siguen, porque ha supuesto un cambio trascendental para la
comprensión del conjunto de normas que componen nuestra especialidad. No se
entiende el Derecho Procesal sin atender a la propia Constitución y a aquellos órganos
que en cada país se han establecido para la interpretación de las normas procesales a la
luz de los principios y garantías constitucionales, en particular los Tribunales o Cortes
Constitucionales -o Tribunales Supremos con funciones de control último de
constitucionalidad-.
Pero esa vinculación es aún más directa cuando nos damos cuenta de que
es en la parte orgánica de las Constituciones donde se configura el basamento para que
determinados órganos que satisfagan determinadas garantías tengan unas funciones
particularmente decisivas para la satisfacción de intereses jurídicamente relevante
según los criterios fijados en términos generales y abstractos por el ordenamiento
jurídico. Por otro lado, la consolidación del Estado moderno supuso una paulatina
implementación de la prohibición de ejercer la venganza privada a cambio de ofrecer
cauces pautados y más o menos eficaces para responder ante desconocimientos -
amenazas o vulneraciones- de derechos subjetivos y de intereses legítimos. Para ello se
concibe, desde la propia Constitución, una vía específica en la que se combinan ambas
perspectivas y que debe responder a determinadas salvaguardias, proclamadas en el
propio texto constitucional y, normalmente, configuradas como derechos
fundamentales, es decir, contenida en la sección de más potentes salvaguardias, lo que
nos indica la alta relevancia jurídica que las caracteriza.
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de las vías que cada ordenamiento establezca, como en España ocurre con la cuestión
de inconstitucionalidad, de evidente inspiración italiana.
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Todo ello, además sin obviar la imperfecta pero fascinante construcción de
un Espacio Judicial Europeo, paso a paso, con normas de armonización normativa entre
los distintos Estados miembros de la Unión Europea y, a la vez, de simplificación de la
cooperación policial y judicial entre estos mismos Estados. Con ello se han conseguido
articular unos mínimos normativos comunes que son importantes en sí mismos, pero
que tal vez algún día puedan ser considerados el embrión de modelos procesales de
alcance continental, pero que los actuales zarandeos de la realidad política europea no
permiten vislumbrar como inminentes, sino más bien aún cercanos a la utopía.
Para ello debe traerse, sin duda, a colación que los órganos que el Estado
predispone para esa delicada labor están entroncados en la propia configuración
constitucional, con la función específica de responder al ejercicio de derechos subjetivos
públicos de rango fundamental y a través de un cauce que no es de configuración
indiferente, sino que aún permitiendo distintas posibilidades de concreción debe
respetar las garantías constitucionales esenciales.
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4.1. LA JURISDICCIÓN EN SU VERTIENTE DINÁMICA
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Uno de los debates a los que ha dedicado tiempo la doctrina al profundizar
en el concepto y caracteres esenciales de la jurisdicción ha sido sobre su carácter relativo
o absoluto. La mayoría -como nosotros mismos- se ha pronunciado a favor de enlazar la
comprensión de la jurisdicción con el concepto de Estado, mientras que otros ilustres
procesalistas (SERRA DOMÍNGUEZ) mostraron su favorabilidad por un concepto más
amplio de jurisdicción, y por tanto absoluto (válido para cualquier tiempo y lugar). Nos
parece que esta concepción amplia, aunque correcta, es poco útil a los fines del examen
del funcionamiento de los órganos jurisdiccionales contemporáneos, porque no
introduce ningún criterio de valor condicionante, lo cual entendemos fundamental en
un Estado constitucional.
4.1.1. Independencia
Por mucho que hayan evolucionado los tiempos, desde el punto de vista de
la independencia sigue siendo importante la concepción de separación de poderes
enunciada por los grandes teóricos ilustrados y, principalmente por el barón de
Montesquieu. Separación de carácter más político que estrictamente jurídico, por tanto
como equilibrio de poderes con el fin de que el poder limitara el poder y asegurara así
el ámbito de libertad del ciudadano. Si el poder ejecutivo y el legislativo cumplían -y
cumplen- una función político social de representación, no era -y sigue sin ser- así para
lo que globalmente podemos considerar como poder judicial, aún a sabiendas de que
individualmente cada órgano jurisdiccional ejerce no un poder, sino una potestad
enmarcada y fundamentada en la propia Constitución política. Es así por lo menos en
los países en que los jueces no son elegidos en sufragios populares, en los que su
legitimación les viene no sólo por su origen -por un sistema de elección objetivo basado
en el mérito y capacidad- sino también -y sobre todo- por su funcionamiento –
“legitimidad a través del proceso” como afirmaba LUHMANN-.
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exposición de motivos de la Ley española que en 1974 reformó el importante Título
preliminar del Código Civil, cuyo artículo primero por cierto habla aún de la
jurisprudencia como complemento de las fuentes del Derecho (art. 1.6 CC: “La
jurisprudencia complementará el ordenamiento jurídico con la doctrina que, de modo
reiterado, establezca el Tribunal Supremo al interpretar y aplicar la ley, la costumbre y
los principios generales del derecho”).
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Por último, se contemplan en las diferentes legislaciones criterios de
incompatibilidad para los jueces y magistrados, unas veces más justificados que otras,
como por ejemplo el impedimento de militar en partidos políticos o en sindicatos
4.1.2. Inamovilidad
Y esa ley debe estar específicamente reforzada, por eso es bueno que como
en España sea una ley orgánica -que exige mayoría absoluta para su creación, y lo que
tal vez sea más importante todavía, también para su modificación-, y además una ley
orgánica específica como la Ley Orgánica del Poder Judicial (LOPJ) que es la que
establece de manera reforzada, entre otras disposiciones importantes, el régimen
jurídico de jueces y magistrados.
4.1.3. Unidad
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además, que el Consejo General del Poder Judicial es el órgano de gobierno del mismo,
y por ley orgánica se establecerán, entre otras particularidades, sus funciones entre las
que se encuentran los nombramientos, ascensos, inspección y régimen disciplinario.
4.1.4. Exclusividad
4.1.5. Imparcialidad
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La imparcialidad tiene un evidente aspecto subjetivo, relativo al sujeto
juzgador, para el cual no es aceptable la existencia de vínculos con los demás sujetos
procesales, en particular con las partes o con sus defensores y representantes, ni
tampoco con el objeto del proceso, es decir, con la pretensión sobre la que gira la
actividad procesal en su conjunto -ni por supuesto con la eventual resistencia a esa
pretensión-. Pero la imparcialidad también tiene una dimensión objetiva, más
estructural, por la que se examina si un juez determinado ofrece suficientes garantías
para excluir cualquier duda razonable al respecto (STC 47/1982, de 12 de julio).
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pluralidad de órganos con la misma competencia objetiva en un mismo lugar, o por
ejemplo, a través de un reparto arbitrario de las ponencias en un órgano jurisdiccional
colegiado.
4.1.7. Responsabilidad
Es evidente que las normas penales de cualquier país prevén tipos penales
que tienden a garantizar el cumplimiento de la función jurisdiccional sin incurrir en actos
dolosos ni siquiera culposos (cuando hay imprudencia grave o ignorancia inexcusable).
Tal responsabilidad penal será exigida por las vías penales ordinarias, en ocasiones con
alguna particularidad relativa a aforamientos o a inmunidades de detención (art. 398
LOPJ).
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posible situaciones de injusticia material manifiesta con el doble enjuiciamiento de la
misma persona por el mismo hecho o la impunidad de determinados crímenes graves.
Por mucho que el concepto de acción haya sido discutido como ningún otro
en el ámbito del Derecho, consideramos que todavía tiene una importante misión si se
reconoce como derecho subjetivo público a la jurisdicción, como consecuencia del
monopolio de la jurisdicción por el Estado y de la prohibición de la autotutela privada,
salvo excepciones en que el propio ordenamiento permite primar la justicia material (la
más evidente es la causa de justificación que conocemos como “legítima defensa”). En
consecuencia, el propio ordenamiento jurídico debe ofrecer la alternativa de alcance
constitucional de ofrecer a todo sujeto jurídico la llave para poner en marcha la actividad
jurisdiccional. Pero debe reconocerse que las leyes procesales y el lenguaje forense está
sembrado de ambigüedades en la utilización de este término, como resultado de la larga
e influyente tradición romanista.
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entenderla como un derecho subjetivo a la protección genérica de los órganos
jurisdiccionales; una segunda que la entiende en sentido concreto, que es la relativa a
la obtención de una respuesta favorable de los juzgados y tribunales, y aún una tercera,
más minoritaria pero sugestiva que se basa en la creación judicial del Derecho y por
entiende la acción en un sentido monista: el derecho se crea a través de la decisión
judicial y, por tanto, no existe hasta que lo crea la sentencia.
4.2.1 Contenido
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discutibles en cuanto a su configuración concreta como seguidamente trataremos de
explicar.
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Políticos (“ Todapersona declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo
condenatorio y la pena que se le haya impuesto sean sometidos a un tribunal superior,
conforme a lo prescrito por la ley”) y aun de una manera discutible ha reconocido el
rango constitucional del derecho al recurso exclusivamente en el proceso penal.
Decimos que lo hizo de una manera discutible, pues, se planteó reiteradamente si
cumplía esa función internacionalmente exigida el recurso de casación penal, que era el
único medio de impugnación previsto contra las sentencias de única instancia en el
procedimiento para delitos graves de nuestra Ley de Enjuiciamiento Criminal.
Reiteradas resoluciones del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas
constataron la insuficiencia de esta respuesta jurídica -lo cual a su vez fue contestado
de manera rotunda por algunos órganos internos- y llevó a la generalización de la
apelación penal en nuestro ordenamiento en una de las reformas procesales de 2015.
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cautelar. Resulta claro que, en numerosos supuestos, si no se han adoptado las medidas
cautelares imprescindibles, la ejecución forzosa del fallo será imposible o infructuosa.
Ello vulnera directamente la exigida efectividad de la tutela judicial y constituye, pues,
un mandato al legislador y otro al aplicador jurídico para que prevean y hagan un uso
razonable de estas medidas. Decimos razonable, porque estas medidas inciden en
derechos subjetivos, que a veces tienen el carácter de fundamentales, por tanto es
necesaria una valoración cuidadosa caso por caso para no extralimitarse. Ningún
derecho fundamental es absoluto.
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• La acción se considera como un derecho público subjetivo, mientras que
la pretensión es un acto de declaración de voluntad petitoria.
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4.3.1. El proceso como instrumento
Nos parece muy válida la idea de que el proceso es un instrumento. Pero esta
idea instrumental no debe llevar a equívocos, como los que se han sostenido numerosas
veces en torno a que el Derecho Procesal es una rama instrumental respecto a las ramas
de Derecho Material, las que suministran los argumentos de fondo y que necesitan unas
normas que garanticen cómo hacerlo. La idea de instrumentalidad debe enlazarse aquí
también con el Derecho Constitucional, recogiendo justamente las ideas que antes se han
tratado de desmenuzar. Así el proceso debe verse como el instrumento que pone en
marcha quien tiene el derecho de acción para que la jurisdicción se ponga en
funcionamiento a través de las normas específicamente previstas en las normas
procesales, que tendrán según los casos una mayor o menor flexibilidad. Debe señalarse
que está en discusión la imperatividad de estas reglas, que en su mayor parte antes
dábamos por indiscutible, sobre todo a partir de las reformas Woolf en Inglaterra a finales
del siglo pasado, que han dado lugar a debates en torno al proceso flexible, con reflejos
ya en ordenamientos de raigambre romano-germánica como el portugués o el brasileño.
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párrafos una explicación con validez general y no amarrada a una normativa concreta, ni
siquiera a la española.
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sea realmente una exigua excepción. Esto se observa claramente, por ejemplo, en el
proceso penal de niños y adolescentes, en el que las soluciones que eviten iniciar el
proceso o seguir adelante en él se ven muy favorecidas por la finalidad educadora y
socializadora que se persigue.
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