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VI
¡Atrévete a filosofar e investigar ¡
1. ¿Qué es la Edad Media y que periodo abarca?
La Edad Media es el período histórico que abarca desde la caída del Imperio Romano de
Occidente (476) hasta el Descubrimiento de América (1492). Este largo período histórico,
conocido también como feudalismo, era una organización social, política y económica basada
en la tierra y en el vasallaje. La Edad Media es el período comprendido entre el establecimiento
definitivo de los germanos dentro de la parte occidental del Imperio Romano, en el siglo V, y la
toma de la ciudad de Constantinopla por los turcos otomanos, en el año 1453. También se
considera como fecha término de este período, el descubrimiento de América en el año 1492
2. ¿Por qué aquí se produjo una decadencia de la filosofía y la
ciencia?
Lo cierto es que, en lugar de iniciar una etapa de declive, la crisis de fin de siglo lo fue más bien
de crecimiento, puesto que la primera mitad del XX ha conocido una auténtica avalancha de
descubrimientos, tanto teóricos como experimentales. Visto desde una perspectiva filosófica, lo
más admirable de todo es la decisión con que los grandes hombres de ciencia afrontaron el
problema de fondo y supieron replantear las bases de su trabajo. Si aplicamos el criterio de
que científico es lo que se atiene a un determinado objeto y método, y filosófico lo que
trasciende las fronteras reconocidas, entonces no cabe duda de que lo que hicieron Albert
Einstein, Max Planck, Niels Bohr y tantos otros fueros prestaciones netamente filosóficas. Esto
no suponía una rigurosa novedad, puesto que ningún científico creador aceptó en su momento el
reparto de papeles que Kant, Comte o cualquier otro propusieron. Es significativo que los
mejores filósofos de la ciencia de la transición del siglo XIX al XX no fueron filósofos, sino
científicos como Ostwaldt, Mach, Duhem o Poincaré. Y es comprensible, porque cuando se
hace abstracción de los contenidos no se llega demasiado lejos en la valoración de lo que la
ciencia es y pretende. Un investigador que se conforme con aplicar el “método” científico en
cualquiera de sus versiones no será capaz de adentrarse en terreno desconocido ni acertará a
diagnosticar por qué estrategias de investigación que tanto frutos dieron en el pasado han dejado
de hacerlo. Es el momento en que conviene problematizar lo que nadie cuestiona, como hizo
Einstein con las nociones de espacio, tiempo y masa; Planck, con la de la ley de continuidad;
Bohr, incluso con el propio principio causal. Sólo así es posible salir del atolladero. Si por un
momento aceptamos la distinción que hace Kuhn entre ciencia normal y
ciencia revolucionaria, es cierto que para practicar la primera no hace falta ser filósofo, pero
para alumbrar la segunda resulta absolutamente indispensable.
Resulta en definitiva que la separación entre ciencia y filosofía casi fue letal para la filosofía,
pero tampoco fue nada buena para la ciencia. Cierto que incluso en pleno siglo XIX la mayoría
de los investigadores tenían algo de lo uno y de lo otro, pero a modo de mezcla poco ligada con
una filosofía o una ciencia elegidas ad hoc para suplementar la ciencia o la filosofía que
constituía el centro de gravedad de cada cual. Los prioritariamente filósofos no supieron ir más
allá de este insatisfactorio expediente. Puede uno cerciorarse leyendo libros como La voluntad
en la naturaleza de Schopenhauer, Dialéctica de la naturaleza de Engels o La energía
espiritual de Bergson. Tampoco los prioritariamente científicos fueron mucho más allá en los
tiempos de fáciles cosechas, pero en cuanto las cosas se pusieron difíciles se mostraron capaces
de cambiar de tesitura y realizar lo que probablemente haya sido el mejor trabajo filosófico
llevado a cabo en todo el siglo XX.
3. ¿Existe una filosofía cristiana?
Además, dice Juan Pablo II, en Fides et ratio, 49: "la Iglesia no propone
una filosofía propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo
de otras". Por tanto, al menos desde el punto de vista de la Iglesia
católica, no puede haber una "filosofía cristiana".
Pero, en contra:
Además, dice Juan Pablo II, en Fides et ratio, 76: "entre los elementos
objetivos de la filosofía cristiana está también la necesidad de explorar el
carácter racional de algunas verdades expresadas por la Sagrada
Escritura, como la posibilidad de una vocación sobrenatural del hombre e
incluso el mismo pecado original". Luego, existe una filosofía cristiana,
con contenidos específicamente cristianos.
La filosofía cristiana es, pues, la filosofía que se cultivó en aquellas épocas pasadas cristianas y
la que se seguía manteniendo, como continuación de la misma, en el ámbito de la iglesia
católica en tiempos de León XIII. En sentido propio, no obstante, la expresión, ya en sí
polémica, remite a la discutida tesis que Étienne Gilson sostuvo contra filósofos católicos,
como Blondel, por ejemplo, y contra autores no católicos, como Bréhier, autor de una
conocida Historia de la filosofía, y Brunschvicg, y que se centró en torno a una discusión en la
Sorbona de París el año 1931. Según Gilson, existe filosofía cristiana propiamente dicha porque
el pensamiento de los autores cristianos, ya sea en la filosofía patrística ya sea en la filosofía
escolástica, supone una aportación positiva peculiar, no reducible a los contenidos de
la revelación ni al desarrollo de los conceptos filosóficos griegos; en términos más simples, la
afirmación de una filosofía cristiana supone la aceptación de que la escolástica posee una
filosofía propia y original. Según Gilson, las principales nociones cristianas de la filosofía son: el
concepto de ser, en general, que remite a una relación (de creación) entre Dios y la criatura, y
de ser supremo, en concreto, que identifica con Dios; la noción de causa derivada del acto de
creación; la misma idea de creación libre, que lleva a la de persona humana, como sujeto
individual responsable y la antropología que de aquí se deduce; la «verdad» en relación con la
verdad divina y con la orientación realista de la teoría del conocimiento tomista y escotista; la
noción de libertad; la filosofía de la historia (Cf. A. Livi, Étienne Gilson. Filosofía cristiana e idea
del límite crítico, EUNSA, Pamplona 1970. ).
sustancia
La materia primaria, sustancia informe (ousia) de la que están hechas las
cosas.
La ley quieta.
La ley homónima, que es solo diferencia.
La ley opuesta que constituye la contradicción, tensión y polaridad.
Marx
Para conocer las características filosóficas de Marx hay que saber qué es la Dialéctica:
es una ciencia que trata de las leyes más generales del desarrollo de la naturaleza, de
la sociedad y del pensamiento humano. Dentro de la Dialéctica materialista se
encuentran las siguientes categorías:
Materia
Esta categoría es una de las más importantes de toda la Dialéctica Materialista, ya que
ella caracteriza el materialismo de esta Dialéctica y de su comprensión dependerá la
interpretación de las demás categorías. Para su explicación vamos a partir de la
definición que Lenin da en su obra “Materialismo y Empiriocritismo”, del año 1908.
Según Lenin, materia es la categoría filosófica que sirve para designar la realidad
objetiva que es dada al hombre en sus sensaciones y que es copiada, fotografiada,
reflejada por nuestras sensaciones, existiendo independientemente de ellas. De esta
definición hay que destacar su aspecto filosófico, específicamente gnoseológico, y su
carácter polémico frente a toda forma de idealismo y de agnosticismo.
Movimiento
Es la categoría filosófica que no se limita solamente a lo que comúnmente se entiende
por esa palabra, o sea, el cambio o movimiento físico de tipo local, el cambio en la
posición o lugar que ocupa una realidad. El movimiento es una categoría de tipo
filosófico, de manera que comprende todo tipo de cambio o transformación de la
realidad objetiva. Desde el simple cambio en la posición o movimiento local hasta la
transformación de una realidad de forma distinta, hay toda una gama variada de
cambios o transformaciones que puedes afectar a una realidad. Todas esas formas de
variación son movimiento en sentido filosófico.
La visión Dialéctica y materialista de la categoría movimiento exige destacar al menos
los siguientes aspectos: el movimiento como propiedad de la materia, es problema del
reposo o no del movimiento y la cuestión de las diversas formas de movimiento.
Espacio y Tiempo
Desde ahora hay que rechazar la falsa idea de que el espacio y el tiempo sean dos
realidades de carácter absoluto, que existen por sí mismas, o sea,
independientemente de la materia. Esta concepción viene de la física de Newton y
penetró a toda la ciencia clásica, e incluso en la concepción cotidiana, hasta que la
física contemporánea la ha superado totalmente. En efecto, para la física clásica, el
espacio y el tiempo existen objetivamente, pero de forma independiente de la materia
y el movimiento.
Es falso que el espacio tenga un carácter absoluto: solamente se trata de una
propiedad de la materia. En efecto, los objetivos materiales tienen todos dimensiones y
extensión; precisamente por representar esta propiedad es que el pensamiento puede
elaborar la categoría de espacio como abstracción, como generalización de esa
característica de la realidad objetiva. Y para medir con precisión esa extensión, se
utilizan las medidas especiales, o sea, determinados patrones convencionales como,
por ejemplo, el metro con todos sus múltiplos y submúltiplos; pero no se deben
confundir las medidas convencionales del espacio con el tiempo. Así pues, el espacio
no existe como una realidad independientemente de la materia: es una propiedad de la
materia.
De igual manera hay que negar que el tiempo exista como una realidad absoluta. Es
solamente una propiedad de la materia; en efecto, los objetos materiales existen en
desarrollo y a través de él, duran, permanecen en su existencia. Precisamente por
tener esa propiedad de la duración es que el pensamiento elabora la categoría de
tiempo como abstracción, como generalización de esa categoría común a la realidad
objetiva. Y para medir con exactitud esa duración se utilizan las medidas temporales,
patrones precisos pero convencionales como por ejemplo, la hora con sus múltiplos y
submúltiplos.