Está en la página 1de 28

LA VERDAD EN EL PROCESO

Jorge María Luzuriaga Chiappe


Abogado

RESUMEN

En este artículo trataremos de desentrañar algunas cuestiones que


resultan esenciales para determinar si, a través del proceso y,
fundamentalmente, del acervo probatorio aportado al mismo por las
partes (y, eventualmente por el juez a través de la prueba de oficio,
que recusamos) es posible o no alcanzar otra verdad que trascienda al
proceso en sí y que es la verdad material, lo realmente ocurrido en el
mundo de los hechos con independencia de lo que su pueda probar en
el proceso sobre esos hechos.

ABSTRACT

1
In this article we will try to unravel some issues that are essential to
determine whether, through the process and, fundamentally, the body
of evidence provided by the parties (and, eventually, by the judge
through the ex officio evidence, which we challenge) is possible or not
to reach another truth that transcends the process itself and that is the
material truth, what really happened in the world of facts regardless of
what can be proven in the process about those facts.

I. LA VERDAD COMO VALOR DEL PROCESO.

I.1. La verdad procesal, es decir la que se alcanza en el proceso,


no se corresponde necesariamente con la verdad material, porque
esta correspondencia resulta, además, la mayoría de las veces
innecesaria para decidir una cuestión litigiosa a través del proceso
cuando este afecta intereses de particulares.

Desde luego, nos estamos refiriendo a los procesos civiles y


comerciales, esencialmente, no a los de carácter familiar, laboral o
penal, porque ahí se discuten situaciones más transcendentes que en
los primeros, ya que en estos últimos se afectan relaciones de familia
o de trabajo o se afecta la libertad de las personas, que están por
encima de los intereses de los particulares.

En esta tesitura la prueba aportada al proceso es el único medio del


que dispone el juez para alcanzar la verdad de los hechos
controvertidos relevantes alegados por las partes (o producida a
instancias del mismo juez a través de la prueba de oficio, que

2
recusamos). La prueba es, entonces, el único medio del que dispone el
juez para solventar la causa sometida a su decisión.

Francesco Carnelutti en su libro “Le prove civile” (del año 1915) decía
sobre la prueba como medio de alcanzar la verdad en el proceso (con
cierto dramatismo característico de los autores italianos de comienzos
del siglo pasado):

"El juez está en medio de un minúsculo cerco de luces, fuera del


cual todo es tinieblas: detrás de él el enigma del pasado, y delante,
el enigma del futuro. Ese minúsculo cerco es la prueba" ("Il giudice
è nel mezzo di un minuscolo recinto di luci, fuori dal quale tutto è
oscurità: ditro di lui, l'enigma del passato, e davanti, l'enigma del
futuro. Quel minuscolo reinto è l'Evidenza.".

El tema de la verdad que se alcanza a través de la prueba actuada en


el proceso es bastante complejo y debe ser materia de desarrollo en
un artículo especialmente dedicado al mismo por lo difícil que resulta
hacerlo a cabalidad dentro del presente trabajo que es solo una tarea
de aproximación a esos conceptos, de manera que, por ahora, vamos
a limitarnos a adelantar algunas ideas sobre este tema tan
apasionante.

También es preciso advertir que esta breve referencia a la verdad en


el proceso que le da título a este trabajo, no pretende siquiera ser una
introducción al desentrañamiento de la naturaleza de la verdad, que
es una rama de la epistemología que se ocupa particularmente de ese
estudio.

3
I.2. J. H. Lambert, célebre pensador del siglo XVIII, llamó
“doctrina de la verdad” (Alethiologie hiologie oder Lehre von der
Wahrheit) a la segunda parte de su Neues Organon (1764).

La aletiología de Lambert examina los conceptos simples o pensables


por sí mismos y los conceptos compuestos formados a base de los
conceptos primeros, y la diferencia entre lo verdadero y lo falso que
trata de todos los conceptos, proposiciones y relaciones en tanto que
están sometidos a leyes, incluyendo las leyes lógicas de la
contradicción.

Alexander Pfänder, un importante filósofo alemán de fines del siglo


XIX y primera mitad del siglo pasado (adherente a una versión de la
fenomenología que difería de la orientación trascendentalista de
Husserl), sostiene que los conceptos son los elementos últimos de
todos los pensamientos; en esta caracterización del concepto va
implícita, según la definición hecha del pensamiento, una radical
distinción entre el concepto entendido como entidad lógica y el
concepto tal como es aprehendido en el curso de los actos
psicológicos (con la relatividad implícita del sujeto cognoscente, desde
luego).

Tampoco vamos a analizar aquí la justificación epistémica de las


decisiones judiciales; eso debe ser motivo de otro estudio
especialmente dedicado a ese tema (adelantamos que la dependencia
epistémica, según Rachel Herdy [“Dependencia epistémica,
antiindividualismo y autoridad en el derecho”, Universidade Federal
do Rio de Janeiro], es una de las propiedades que distinguen al
razonamiento sobre los hechos en el Derecho; en sus propias
palabras lo sostiene así: “…la dependencia epistémica es una de las

4
propiedades que distinguen el razonamiento jurídico sobre los hechos,
y que los juzgadores tienen buenas razones para aceptar una
proposición sobre la base de la experiencia cognitiva de otras
personas”.

Esto tiene, con referencia a la prueba de testigos, una relevante


importancia, pues se trata de apreciar mediante el testigo la
experiencia cognitiva de éste y hacerla propia (o desecharla). En este
caso, desde luego, hablamos de testigos de visu (es decir, del testigo
que ha presenciado directamente los hechos sobre los que depone),
no del testigo de oídas (que es el testimonio de lo conocido por
referencia o por el testimonio de otro y no por haberlo visto o
presenciado directamente el deponente; lo que en el derecho
anglosajón se llama “hearsay”), pues este último no es considerado un
testimonio creíble en muchos sistemas procesales, y muchos ni
siquiera lo admiten como medio de prueba válido.

Esto ocurre también con la prueba pericial, dada la enorme dificultad


que presenta para el juez adoptar un criterio científico de un experto
sobre un tema que desconoce (o del que tiene un conocimiento
vulgar, en el sentido de no particular ni, mucho menos aún,
especializado), y frente al cual tiene que adoptar una postura crítica, y
no hacer suyas, sin más, las conclusiones a las que arriba el perito.

Desde luego, la disyuntiva a la que se enfrenta el juez cuando debe


valorar un testimonio difiere notablemente de la situación que
enfrenta cuando debe valorar un peritaje (sobre todo cuando versa
sobre un tema científico de cierta complejidad), pues en el caso del
testigo optará por creerle si puede corroborar los hechos sobre los
que este ha declarado, pero eso no ocurre en el caso de un peritaje,
cuyas conclusiones debe analizar con un pensamiento crítico, lo que

5
supone para él un estudio para el cual requiere de los conocimientos
adecuados que debe adquirirlos para estar en condiciones de valorar
debidamente ese medio de prueba.

En ese mismo trabajo Herdy señala lo siguiente:

“En la literatura sobre el Derecho Probatorio, "medio de


prueba directo" ha sido definido como "un testimonio o
cualquier otra prueba que se relaciona de manera inmediata
con algún hecho principal" (Bentham, 1827, p. 41). Un hecho
principal es aquel que puede constituir la base inmediata de
una decisión. "Directo" contrasta con "indirecto", o con "medio
de prueba circunstancial". La cual se refiere a hechos
probatorios. El "medio de prueba circunstancial" es aquel que
sirve como base para inferir otro hecho, pero que no puede
ser utilizado en sí mismo como fundamento para la decisión.
Ésta es una clasificación funcional, libre de cualquier referencia
a algo inherente a la naturaleza de los tipos de prueba
(Taruffo, 2008).

I.3. Antes de ocuparnos de la verdad como producto del


proceso o, más precisamente, como resultado necesario de la prueba
producida en el proceso (si está referido a la verdad procesal y, como
resultado eventual -y raro- si concierne a la verdad material, al menos
en teoría probatoria), es premisa necesaria dejar sentado que, como
vamos a ver líneas más abajo, el juez no debe buscar la verdad como
entidad aislada, definición que envuelve un concepto filosófico que
carece de interés para el proceso (además que la verdad absoluta,
como concepto filosófico o científico, es una entelequia inalcanzable;
ello no obsta para que sí puedan alcanzarse verdades, siempre
relativas, pero suficientes para el trabajo científico), sino que el tipo
de verdad con la que trabaja el juez es la de enunciados fácticos,

6
descripciones de hecho o narraciones de los mismos que hacen las
partes: de los fundamentos fácticos de su pretensión el actor y de los
hechos en que funda su contradicción (contestación de la demanda o
contradicción) el demandado.

Tal como adelantamos en el párrafo precedente, es preciso dejar


sentado, desde ya, que el proceso solo proporciona una verdad (la
que arrojan los hechos probados), y es en función a esa verdad (que
llamaremos ”procesal”) que el juez toma las decisiones en el proceso,
fundamentalmente la última y más importante de las decisiones que
es la contenida en la sentencia que decide el pleito; por lo tanto, la
discusión entre la verdad material o real (o “verdad-verdadera”) y la
verdad procesal carece de verdadera utilidad práctica para estos fines.

I.4. De ahí que esa verdad relativa (en el sentido objetivo y no


en relación al sujeto cognoscente) a la que nos hemos referido, está
necesariamente relacionada a las pruebas aportadas al proceso (que
sustentan los enunciados fácticos), primordialmente por las partes y,
excepcionalmente, por el juez cuando dispone la actuación de alguna
prueba de oficio (facultad que, como hemos venido diciendo,
tratándose de procesos de contenido patrimonial recusamos
radicalmente por cuanto convierte al juez imparcial en uno
parcializado, en tanto que toma partido por la parte que no ha podido
probar los hechos que alega y que es, por lo general, la parte
demandante).

A partir de la apreciación de esas pruebas, que es su fuente de


información, es que el juzgador puede alcanzar esa verdad relativa en
el proceso que es la llamada “verdad procesal”.

7
También es preciso dejar establecido, antes de tocar el tema en sí,
que, por un imperativo constitucional (en nuestro caso, el artículo
139, inciso 5. de la Constitución Política), las resoluciones judiciales en
nuestro país deben ser suficiente y debidamente motivadas: esto
significa que el convencimiento sobre los hechos al que llega el juez al
momento de sentenciar no es uno de mera convicción, que atañe al
plano de la conciencia íntima del juez, sino uno basado en un examen
conjuntamente apreciado de cada uno de los medios de prueba
relevantes introducidos al proceso, que deben ser razonados
lógicamente para que pueda inferirse la decisión que resulta de ese
examen fáctico (lo que se llama generalmente la “apreciación
conjunta y razonada de los medios de prueba”). La consecuente
subsunción de esos hechos así demostrados (o no demostrados) para
el juez es un acto posterior, ya que consiste en aplicar la norma legal
correspondiente a esos hechos y así obtener la conclusión, que en
este caso viene a ser la decisión del caso que se plasma en la
sentencia.

En la lógica aristotélica (que es la es la lógica de las inferencias


proposicionales, o, dicho de otro modo, la lógica que conecta los
enunciados o premisas y extrae de esa conexión una conclusión) es el
llamado silogismo jurídico el que el juez aplica al momento de resolver
la controversia (cuyas reglas de inferencia son, entre las principales, el
llamado modus ponendo ponens, que puede traducirse por "el modo
que al afirmar, afirma", y que puede ejemplificarse así: si todos los
hombres son mortales y Juan es hombre, Juan es mortal); por
oposición, el modus tollendo tollens, es” el modo que al negar, niega”;
la regla de inferencia modus tollendo tollens establece que si una
primera afirmación implica una segunda afirmación y esta no es
verdadera, es válido inferir que la primera tampoco es verdadera. A

8
esto puede sumársele las vías del silogismo disyuntivo y de reducción
al absurdo como otros medios de razonamiento proposicional.

Lo dicho anteriormente no significa desconocer que existen otras


lógicas tan científicas como la aristotélica, pero esta última, debido a
su sencillez y eficacia, es el modelo de uso prevalente para resolver un
litigio, al menos en nuestro sistema de derecho procesal civil. No
obstante, muchos autores recusan este modelo lógico como algo
pasado de moda, y proponen otros mecanismos de razonamiento
para sentenciar que no es posible analizar en este breve trabajo.

I.5. Haciendo una digresión en este desarrollo, nuestro sistema


probatorio que, como dijimos, exige que las resoluciones judiciales
(fundamentalmente las sentencias) sean motivadas por el juez que las
pronuncia, difiere notablemente de los sistemas de derecho en los
que los hechos son establecidos por un jurado, como ocurre en el
sistema anglosajón en materia de procesos penales y en ciertos
procesos civiles (este derecho es de rango constitucional en los
Estados Unidos de Norteamérica, consagrado en la VI y VII Enmienda
de su Constitución). En estos casos, los hechos los establece un jurado
(jury) conformado por personas (12, generalmente) seleccionadas
aleatoriamente, que emite un veredicto que se limita a pronunciarse
sobre la conclusión a la que han llegado los miembros del mismo
(guilty o non guilty, en un proceso penal, o liable o non liable, si es uno
civil, aunque también existen otras fórmulas para expresar las
conclusiones del jurado en procesos que no tengan carácter penal,
tales como considerar un cuestionario de hechos que deben darse o
no por probados por el jurado, de modo que este conteste cada una
de las preguntas que conciernen a cada hecho de ese cuestionario que
es elaborado por el juez que va dictar sentencia en función a ello),

9
pero sin motivar su decisión de manera alguna (lo que no significa que
no tengan el deber de examinar los hechos relevantes propuestos por
las partes y pronunciarse respecto de cada uno de los mismos como
paso previo al veredicto; para eso existe todo un mecanismo que les
es propuesto a los miembros del jurado por el propio juez del caso).

Como ya advertimos, la sentencia la dicta el juez, pero es un juez que


se ocupa del derecho aplicable a los hechos establecidos como
probados o no por el jurado. Esta falta de motivación del jurado,
particularmente sobre cómo ha llegado a establecer los hechos, tiene
mucho de subjetividad (y hasta de arbitrariedad) y es muy similar al
antiguo sistema donde los jueces fundaban sus sentencias en su
íntima convicción, sin dar mayores explicaciones del cómo y el por qué
llegaban a esa decisión. Desde luego, el juicio de hechos por jurados
solo es posible en sociedades tan avanzadas como la norteamericana
o la inglesa, por el grado de civilidad de sus ciudadanos. En realidad,
representa un sistema anacrónico de impartición de justicia (aplicado,
fundamentalmente, en lo que hoy conocemos como Derecho Penal)
creado bajo el fundamento (que en los Estados Unidos está plasmado
en el artículo III de su Constitución y en Inglaterra está pergeñado en
la Magna Carta del año 1215 [arrancada a la fuerza por los barones al
Rey Juan I de Inglaterra), según el cual todos los ciudadanos tienen el
derecho de ser juzgados por sus pares (peers o iguales) como una
garantía para ellos de un juzgamiento equitativo.

I.6. Retomando el hilo del discurso, existen, de otro lado, teorías


sobre la prueba que, según sus impulsores, podrían ayudar al juez
como herramientas para alcanzar la verdad probatoria en términos
probabilísticos; cito como ejemplo, en una de las varias teorías de la
probabilidad, el teorema de Bayes (publicado póstumamente en

10
1763), que expresa que la probabilidad condicional de un evento
aleatorio A dado B en términos de la distribución de probabilidad
condicional del evento B dado A y la distribución de probabilidad
marginal de solo A.
En otros términos: si tengo el dato (obviamente apriorístico) que un
evento A probabilísticamente ocurre dado B, dado el evento B ¿qué
probabilidad tengo que ocurra A?

En metáfora médica, si yo sé (dato o conocimiento apriorístico) que


un resfriado = (A) provoca casi siempre dolor de cabeza = (B), si tengo
dolor de cabeza (B) ¿qué probabilidades tengo de tener un fuerte
resfriado (A)? Esto es así porque es evidente que, al lado del resfriado
existen muchas otras causas -probabilidades- que pueden producir un
dolor de cabeza y no solo el resfriado que está comprobado que lo
produce en mayor o menor medida; aquí es donde entra en juego el
teorema de Bayes, sobre las probabilidades que podrían causar el
evento A si tengo B.

Para los capaces de entender su formulación abstracta les dejo la


siguiente fórmula con la que se suele representar el Teorema de
Bayes:

A, B = eventos

P (A/B) = probabilidad que dado A sea verdadero B

P (B/A) = probabilidad que dado B sea verdadero A

11
P (A), P (B) = probabilidades independientes de A y B.

El problema del teorema de Bayes, como cálculo de probabilidades de


ocurrencia de un evento aleatorio, es que se parte de un dato
apriorístico (que es la relación entre A y B), por lo que su aplicación a la
teoría de la prueba es sumamente difícil en la medida que en el
proceso judicial se carece (al menos eso ocurre en la casi totalidad de
los casos) de ese dato conocido previamente, y así resulta inútil a los
fines de determinar un hecho como estadísticamente probable.

II. LA FINALIDAD DE LA PRUEBA.

II.1. Una de las finalidades más importantes de la prueba, quizá


tan importante para los fines del proceso como la de alcanzar la verdad
de los hechos, es producir certeza en el juez respecto de los hechos
controvertidos; este grado de convicción, que es la certeza respecto de
esos hechos, no se alcanza en la gran mayoría de los casos, y el juez y
las partes tienen que conformarse con alcanzar la verdad procesal,
que es la que las pruebas actuadas presentan como tal al ser
valoradas e interpretadas por el juez para desentrañar la verdad de
los hechos controvertidos en el proceso. Lo cierto es que, como ocurre
muchas veces, ni siquiera se puede alcanzar una verdad dentro del
proceso, y de ahí que el juez se vea precisado a dictar una sentencia
desestimatoria por insuficiencia de pruebas (desde luego, descartada la
hipótesis de falta del derecho subjetivo que se invoca en la demanda,
porque sin derecho los hechos no cuentan para nada).

12
En una primera aproximación, la verdad que pretende alcanzarse a
través del proceso se presenta como una correspondencia entre lo
ocurrido en el mundo (lo que llamamos realidad) y la reconstrucción
que de ello hace el juez en la sentencia a partir de los hechos que
configuraron el thema probandum, luego de haberse definido el
alcance de la controversia.

La verdad como correspondencia con lo real ha devenido en la


acuñación del término “verdad material” (la que también es llamada
“verdad verdadera”, aunque solo se corresponda con la percepción
que tenemos del mundo exterior y no con el mundo real cuya
existencia y esencia verdadera es inalcanzable), que viene a ser la
equivalencia entre la reconstrucción que hace el juez de los hechos y
los hechos acaecidos realmente en el mundo exterior (en el mundus
sensibilis), mientras que la “verdad procesal” es la adecuación entre la
prueba aportada al proceso, y admitida cómo válida, y la valoración
conjunta y razonada que de ella debe hacer el juez para lograr el
convencimiento en grado de certeza que le permita dirimir el conflicto
de intereses que le ha tocado solventar (lo que hace a través de una
sentencia de mérito, como resultado normal del proceso, pues las
sentencia inhibitorias no existe pronunciamiento sobre el fondo, sino
todo lo contrario, un rechazo a pronunciarse sobre la cuestión litigiosa
por la inexistencia de una relación procesal válida, aunque esto no
rehusarse a solventar en base a una declaración de non liquet
(literalmente “no lo tengo claro”), como hacían práctica de ello los
jueces de la antigua Roma, dejando así irresuelto el conflicto sometido
a su decisión.

II.2. De ahí que la primera (la verdad material) no pase de ser un


ideal que puede o no alcanzarse (de hecho, solo en pocos casos se

13
produce esa correspondencia con lo real), y la segunda (la verdad
procesal) no es tan solo el resultado de nuestra condición humana,
como se suele decir, sino también es el resultado de no haberse
probado satisfactoriamente los hechos en que se funda la demanda (y,
en muy raros casos, la contradicción). Esa improbanza de la pretensión
va a conducir necesariamente a un fallo desestimatorio de la demanda.

Un par de ejemplos pueden ayudarnos a graficar esto que venimos


diciendo:

Supongamos un caso de responsabilidad contractual que deriva del


incumplimiento de parte de las obligaciones contraídas por el deudor:
aquí le basta al acreedor demostrar dicho incumplimiento y, si el
deudor no puede probar que está exonerado de culpa (sea por
tratarse de un caso de fuerza mayor o de un hecho fortuito), no hay
más hechos que probar fuera de ese incumplimiento y la demanda será
estimada sin más (de manera que la única interrogante se traslada a la
determinación del “quantum” del daño). Aquí puede decirse
válidamente que la verdad procesal y la verdad material coinciden
básicamente (aunque nunca encajen perfectamente en el plano ideal),
de manera que dicha correspondencia no ha sido difícil de alcanzar.

Pero supongamos ahora un caso de responsabilidad extracontractual


derivado de un accidente de tránsito en que un ómnibus de pasajeros
se ha estrellado contra otro vehículo y el accidente ha causado la
muerte de algunos pasajeros del ómnibus y del otro vehículo. Aquí hay
muchos hechos por establecer, porque el accidente puede ser de
responsabilidad exclusiva del chofer del ómnibus, o puede haber
contribuido a causarlo el chofer del otro vehículo, etc. Establecer la
verdad de los hechos en el caso de este ejemplo va a resultar difícil, y
más difícil será alcanzar la correspondencia entre la verdad procesal y

14
la verdad material, de manera que el juez habrá de conformarse por
alcanzar una verdad procesal que no quizás no se corresponderá
totalmente con la verdad material de los hechos acaecidos, pero que si
le sirve para lo que es su función primordial, que es administrar justicia
utilizando las pruebas aportadas al proceso por las partes.

II.3. La filosofía del conocimiento (gnoseología) reconoce que el


saber del hombre proviene de dos fuentes distintas: la del mundo de
los sentidos (mundus sensibilis), que es la imagen del mundo tal como
es percibido a través de los datos que estos nos brindan (y que traduce
muy bien la frase latina “esse est percipi: ser es ser percibido, donde lo
físico se identifica con lo sensible -lo sentido-, eliminando la dificultad
cartesiana de conseguir certeza a propósito del mundo corpóreo -que
sencillamente no existe porque es indemostrable-), y la del mundo
inteligente (mundus intelligibilis), que es el mundo representado por
nuestro pensamiento (“cogito, ergo sum”, como fue magníficamente
enunciado por Descartes). La idea de éste es que si uno elimina
creencias sobre las que no puede estar seguro, finalmente concluirá en
la existencia del yo como una certeza singular. (Descartes evitó caer en
el solipsismo al postular que las ideas conocidas con la misma claridad
con la que se conoce la existencia del yo también deben ser
verdaderas).

La correspondencia de los hechos probados en el proceso y lo


realmente acaecido en el mundo sensible (al menos lo percibido como
tal) es, como ya dijimos, una situación ideal en la que lo intelectual se
adecúa a las cosas acaecidas en el mundo real (veritas est adaequatio
intellectus ad rem), pero lo cierto es que en la mayoría de las veces
sucede lo inverso, esto es que el mundo real se debe adecuar al mundo
intelectual o inteligible (veritas est adaequatio rem ad intellectus; está

15
demás insistir en la noción que el mundo llamado “real” no es otra cosa
que lo percibido como tal a través de los sentidos).

Por eso la expresión latina "adaequatio rei et intellectus" es usada para


formular la teoría según la cual la verdad consiste en la
correspondencia entre la cosa conocida y el concepto de esa cosa
producido por el intelecto (concepto este que ha sido muy bien
expresado en la expresión latina esse est percipi, porque
efectivamente, el ser percibido -entendido esto no como la acción de
percibir sino la como la de la aprehensión del mundo exterior o
material por el sujeto perceptor- [asumiendo, desde luego, que tal
mundo exterior existe in materiae y no solo in mente y que, por lo
tanto, es susceptible de ser conocido a través de los sentidos], consiste
solo en eso: en ser percibido; pero como está demostrado que los
sentidos pueden engañarnos, y de hecho lo hacen todo el tiempo, la
existencia de ese supuesto mundo exterior no pasa de ser una
existencia in mente (un concepto o categoría kantiana) y no in materia.

Un breve excurso: el idealismo formalista (como muchos llaman a la


epistemología de Immanuel Kant), sostenía que el yo humano o ego
trascendental, construye el conocimiento a partir de impresiones
sensoriales y de conceptos universales llamados categorías. Este
trascendentalismo de Kant contrasta con el de sus dos predecesores: el
idealismo problemático de Descartes, que afirmaba que se puede
dudar de la existencia de la materia (pues, conceptualmente no es
posible avanzar en el conocimiento más allá de ”yo existo”), y el
idealismo dogmático del obispo Berkeley, que negaba la existencia de
la materia, a partir de que la aprehensión del supuesto mundo exterior
o material consistía en ser percibido por lo sentidos (esse est percipi) y
estos nos engañaban siempre, haciendo imposible establecer a partir

16
de los mismos establecer la existencia cierta de tal mundo (que
tampoco puede ser conocido por el pensamiento aisladamente).

II.4. Aunque importa una nueva digresión en el discurso, hay que


recordar que Martin Heiddeger y Alfred Tarski, en el siglo XX,
reformularon esta concepción de la verdad, que había sido
desarrollada por filósofos de la talla de Aristóteles y Santo Tomás y que
a partir de Tarsky (1944), resulta siendo conocida como la “teoría
semántica de la verdad” (para este último “La oración ‘la nieve es
blanca’ es verdadera si, y sólo si, la nieve es blanca” [La concepción
semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica; A Parte Rei,
Revista de Filosofía, pág. 4]).

Antes, en la misma obra, dice que:

(le) “…gustaría que nuestra definición hiciera justicia a las


intuiciones que se desprenden de la concepción aristotélica clásica
de verdad -intuiciones que quedan reflejadas en las conocidas
palabras de Aristóteles en su obra Metafísica:

Decir de lo que es que no es, o de lo que no es que es, es


falso y decir de lo que es que es, o de lo que no es que no es,
es verdadero.

Si queremos adaptarnos a la terminología filosófica moderna,


quizá podríamos expresar esta concepción mediante la conocida
fórmula: La verdad de una oración consiste en su adecuación (o
correspondencia) con la realidad.

17
A esta teoría de la verdad (como correspondencia con el mundo
sensible o lo que es percibido como tal) Tarsky ha sugerido llamarla
"teoría de la correspondencia", y es esta correspondencia de los
hechos relatados con lo real (al menos con lo percibido como real, pues
nuestro conocimiento no puede llegar más allá) a la que nos hemos
referido líneas arriba, al contraponerla a la verdad procesal, es la que
aquí llamamos verdad-verdadera (o, simplemente, y más comúnmente,
verdad material, dando por sentado la existencia de un mundo material
(cuya existencia fuera de nuestro “idea” del mismo solo podemos
suponer pero no demostrar) al que puede atribuírsele la ocurrencia
[suceso] de un hecho como verdadero o como falso o no
correspondiente con la verdad de tal mundo).

Por su lado, la teoría semántica de la verdad propone una


correspondencia semántica con la verdad, que no es otra cosa que una
correlación terminológica (lógica), de manera tal que no vamos a
desarrollarla más extensamente porque constituye un planteamiento
teórico que no es posible examinar con la profundidad que se requiere
solo para los fines de este trabajo, pero de la que vamos a ocuparnos,
así como de otros consectarios vinculados a la verdad procesal versus
la verdad material en un futuro próximo, pues el tema es demasiado
extenso para agotarlo en este título.

II.5. Retomando nuevamente el hilo del discurso, y como


dijimos, la tarea del juez es, sin duda, alcanzar la verdad del proceso
porque, no teniendo más herramientas que las pruebas de los hechos
ofrecidas por las partes (y, en ciertos casos, ordenadas de oficio,
facultad que, como no nos cansamos de decirlo, recusamos para los
procesos que versan sobre derechos disponibles, dónde son las partes,
y particularmente el demandante, los llamados a probar los hechos que

18
sustentan la pretensión y la contradicción), no puede pretender llegar a
alcanzar la verdad “verdadera” o material de que hablábamos antes, la
que no pasa de ser un desiderátum más que una tarea que se le puede
imponer al juez como algo necesario para concluir un proceso, que no
puede ser otra que el dictado de una sentencia según la verdad que ha
podido alcanzar en el mismo a través de las pruebas que ha valorado y
razonado, es decir, la verdad que hemos llamado “verdad procesal”,
que aunque no necesariamente se corresponda con la “verdad material
o verdadera”, puede servir para que el juez dicte una decisión justa (o,
al menos, relativamente justa, pues también la justicia no pasa de ser
un concepto abstracto y, como tal, muchas veces inalcanzable) que,
finalmente, es lo que busca el proceso con abstracción de sus
participantes (porque el demandante busca siempre que le den la
razón, en tanto el demandado busca lo contrario, ya que en eso
consiste toda controversia).

Ahora bien, como hay dos instancias de mérito (por la garantía de


pluralidad de instancia), también puede haber dos verdades
procesales: la establecida por el juez de primera instancia y la que
establezca el juez de alzada; de no coincidir ambas verdades debe
prevalecer la de este último (la del segundo juzgador); en opinión del
jurista argentino Alvarado Velloso ello es así “… por la simple
adecuación lógica del caso a la verticalidad propia de los estamentos
que integran el Poder Judicial, en el cual la Verdad será sólo la que
declare el último juzgador previsto como tal en el sistema de que se
trate” (Alvarado Velloso, Adolfo “El debido Proceso”, pág. 165, edición
peruana a cargo de EGACAL), al menos para todo efecto legal y
práctico, ya que la Corte de Casación no puede actuar como instancia
de mérito (aunque sí puede actuar como sede de instancia, revocando
el fallo recurrido, pero tomando como verdaderos los hechos definidos

19
como tales por el segundo y último juzgador de mérito, lo que significa
que no puede hacer una nueva [y tercera] valoración de los hechos).

II.6. En un artículo titulado “Teoría de la Prueba”, el autor


chileno, profesor Juan Andrés Orrego Acuña, dice lo siguiente sobre las
atribuciones de los jueces de mérito (a los que llama “tribunales de
fondo”) en cuanto a la prueba y a las de la Corte Suprema (cuando
actúa como Corte de Casación, se sobrentiende), a saber:

“Los tribunales “de fondo” (los jueces de mérito; como así se


considera a los jueces de primera instancia y a los jueces revisores
de segunda instancia, estos últimos generalmente colegiados),
aprecian soberanamente la prueba, desde el momento en que fijan
los hechos de la controversia (con las limitaciones para el juez
revisor, que debe ceñirse a resolver solo los agravios denunciados
por la parte apelante, sin perjuicio de declarar, cuando la gravedad
del vicio lo amerite, la nulidad de la resolución recurrida, en todo o
en parte; esta acotación es nuestra). Desde luego, dicha
apreciación deben hacerla en conformidad a las disposiciones
legales correspondientes.

Y en referencia a la Corte Suprema añade lo siguiente:

“La Corte Suprema, por su parte, desde el momento en que no


puede modificar los hechos ya establecidos en primera y segunda
instancia, sólo puede, en lo que a la prueba se refiere, controlar el
cumplimiento de las leyes reguladoras de la prueba. Se ha
entendido que hay infracción de estas leyes cuando se admiten

20
probanzas que la ley no permite, o al revés, se rechazan medios
probatorios que la ley autoriza; o en fin, cuando se violan algunas
de las leyes relativas al modo de pesar y valorar las pruebas en
juicio”.

En un interesante artículo del año 2011 titulado “La influencia de los


sesgos cognitivos en las decisiones jurisdiccionales: el factor humano. Una
aproximación” su autor, Arturo Muñoz Aranguren Abogado del bufete
Ramón C. Pelayo Abogados de Madrid, decía lo siguiente:

“El denominado movimiento cognitivo desarrollado,


aproximadamente, a partir de 1960, como consecuencia de las
evidencias contrastadas en diversos estudios empíricos, puso el
acento en los errores y sesgos en que incurre el ser humano, que se
producen inevitablemente al utilizar la mente para procesar la
información que recibe del exterior y emplear ésta una serie de
procedimientos de simplificación, que tienden a reducir la
complejidad de la información recibida, de modo que sea posible la
toma de decisiones de forma eficiente. Este tipo de procedimientos
mentales de simplificación (heurística), como ponen de manifiesto
de manera reiterada los numerosos estudios efectuados sobre esta
cuestión, si bien con carácter general puedan ser útiles para la vida
corriente, pueden dar lugar en ocasiones a errores y a sesgos
(biases). En relación a esta cuestión, es clásico el estudio pionero
publicado en la revista Science por los psicólogos israelíes TVERSKY
y KAHNEMAN (1974), bajo el nombre de Judgement under
uncertainty: Heuristics and Biases (Juicio bajo la incertidumbre:
heurísticas y sesgos). Los citados autores procedieron a relacionar y
sistematizar esas técnicas o reglas heurísticas (heuristics),
definiéndolas como aquellas reglas cognitivas que,

21
inconscientemente, todo ser humano aplica al procesar la
información que recibe del exterior, y que permiten “reducir las
tareas complejas de asignar probabilidad y predecir valores a
operaciones de juicio más simples”. De entre esos errores
cognitivos relacionados por TVERSKY y KAHNEMAN interesa ahora
recordar los siguientes: 1.1. Procedimiento heurístico de la
representatividad (representativeness) Este procedimiento conduce
a errores estadísticos y matemáticos en el cálculo de la
probabilidad, derivados de la insensibilidad a la probabilidad previa
de resultados y al tamaño de la muestra, así como de errores
relativos a la aleatoriedad y en relación a la denominada
“regresión a la media”. En el trabajo antes aludido de TVERSKY y
KAHNEMAN, los sujetos objeto del experimento tenían que valorar
la siguiente situación:

En una ciudad hay dos hospitales: uno grande y uno pequeño. En el


grande nacen alrededor de 45 niños al día y en el pequeño
alrededor de 15. Aunque, como es conocido, la proporción de niños
y niñas que nacen se divide aproximadamente al 50%, es evidente
que hay días en que nacen más niños que niñas y al revés. A las
personas que participaron en el estudio se les pidió que valoraran
en cuál de los dos hospitales se darían más días en los que el
número de niños nacidos fuera superior al 60%. La mayoría de los
sujetos (52%) consideraron que el número de días con más de un
60% de niños sería semejante en ambos hospitales, y sólo un 21%
estimó que se darían más días con más del 60% de niños en un
hospital pequeño. La respuesta correcta en términos estadísticos
es, naturalmente, esta última, ya que una muestra más grande
tiene siempre menos probabilidades de desviarse de la media (en
este caso, de la media del 50%).

Este es el clásico ejemplo de cómo las valoraciones intuitivas


(efectuadas con arreglo a la regla heurística de la

22
representatividad) incurren en errores por no tomar en
consideración el tamaño de la muestra. En este tipo de errores de
representatividad se incurre, a veces, en la valoración, por parte
del Tribunal o los miembros del Jurado, de la veracidad del
testimonio de los litigantes y testigos. Pondremos un ejemplo muy
elemental: los estudios empíricos efectuados sugieren que, cuando
los sujetos hacen juicios categóricos, - por ejemplo, ponderar la
probabilidad de que un acusado sea culpable -, concluyen que la
evidencia concreta analizada (por ejemplo, el comportamiento
durante el juicio del acusado) es representativa de la categoría
(culpabilidad o inocencia del acusado). Cuando la muestra o
evidencia le parece al Tribunal representativa o similar a la
categoría (por ejemplo, el acusado se muestra nervioso durante la
vista), tiende a juzgar la probabilidad de la categoría en la misma
medida – prueba de culpabilidad -. Cuando la evidencia que está
siendo analizada no se parece a la categoría (volviendo al mismo
ejemplo, cuando el acusado aparenta, por ejemplo, estar tranquilo
ante el Tribunal), el fenómeno se produce en sentido inverso. En la
medida en que el principio de inmediación es de gran importancia
en los procedimientos judiciales -y esencial en alguno de ellos,
como los penales-, es fácil advertir la importancia que este tipo de
representaciones erróneas por parte del Tribunal o los miembros
del jurado puede tener en el resultado del procedimiento.

III. 7. LA VERDAD Y LA PRUEBA EN LAS SENTENCIAS EN


CASACIÓN.

III.1 En primer lugar, hay que dejar establecido que en nuestro


sistema judicial la Corte de Casación no existe individualmente como
tal, es decir no es un tribunal ad hoc, sino que actúan como tales
cualesquiera de las Salas Especializadas de la Corte Suprema según la

23
materia de que se trate; así, si el caso es civil o comercial, lo verá la Sala
Civil Permanente o la Transitoria; si es penal, alguna de las Salas
Penales de la misma, si es laboral o contencioso-administrativo, alguna
de las Salas de Derecho Constitucional y Social, etc.).

En segundo lugar, hay que señalar claramente que la Corte de Casación


no es una instancia de mérito, ni siquiera en el caso en que, actuando
como sede de instancia, case la resolución recurrida y resuelva la causa
como sede instancia pues, por la naturaleza propia del recurso de
casación, su actuación le impide revisar los hechos con el objeto de
revalorarlos nuevamente sin violar los límites legales del recurso y la
finalidad primordial del mismo, que es eminentemente nomofiláctica,
esto es, que busca la correcta aplicación del derecho o, en otras
palabras, cuya función es de depuración del ordenamiento jurídico de
un sistema de derecho determinado; en efecto, ya hemos dejado
sentado en un párrafo precedente, cuya parte pertinente
reproducimos enseguida por razones didácticas, que la verdad procesal
es la establecida por el segundo juzgador de mérito “… por la simple
adecuación lógica del caso a la verticalidad propia de los estamentos
que integran el Poder Judicial, en el cual la Verdad será sólo la que
declare el último juzgador previsto como tal en el sistema de que se
trate” (Alvarado Velloso, Adolfo “El debido Proceso”). A esa verdad
tiene que sujetarse la Corte cuando resuelve el recurso, lo que no le
impide hacer el llamado “control de logicidad”, íntimamente
relacionado con el “error in cogitando” (error en el razonamiento de los
hechos de la sentencia o resolución recurrida) que es un vicio de
actividad (in procedendo) y que, como tal, puede dar lugar a que se
dicte una sentencia rescindente, que anula y reenvía al ad quem.

Desde luego, la consecuencia directa de no ser una instancia de mérito


es que no se le permite a la Corte de Casación buscar y alcanzar otra
verdad que la que ya le ha sido propuesta por las instancias de

24
mérito. Entonces, la verdad procesal es algo que ya le viene dado a la
Corte de Casación, de manera tal que deben conformarse con lo
demostrado como verdadero en dichas instancias, particularmente por
el segundo revisor.

III.2 En cuanto a la prueba, la conclusión es que, descartado que


no se puede aportar prueba alguna a ese nivel por la misma razón que
tampoco se pueden revalorar los hechos que han sido dados por
probados (o por no probados) por las instancias de mérito (pues esa es
la función propia de esas instancias), el recurso de casación debe
limitarse, como recurso extraordinario que es, a declarar el derecho en
el caso sometido a su decisión. Consecuentemente, la función
dikelogica, consistente en la justicia del caso concreto, debe ceder a la
función nomofiláctica (denominación atribuida a Piero Calamandrei)
mediante la cual la cual la Corte de Casación, interpretando la norma
legal, asegura la integridad de la legislación y la uniformidad de la
jurisprudencia (o, en otras palabras “… atiende a la exactitud del
método de interpretación de la ley”).

III.3. Aunque no es importante para los efectos de este artículo,


es conveniente tener presente que, en razón al sentido de lo que
resuelve, y según la pretensión o pretensiones que el recurrente haga
valer en el recurso de casación, este recurso puede dar lugar a que se
dicten dos tipos de sentencias, una que casa y reenvía y la otra que
casa y resuelve, a saber:

a) las rescindentes (iudicium rescdindens), cuando declaran


fundado el recurso y casan y anulan la sentencia de segundo grado
(y, muchas veces, declaran también la insubsistencia de la de

25
primer grado, caso en el cual el expediente debe regresar al
juzgado de primera instancia), lo que importa el reenvío al inferior
para que resuelva nuevamente tomando en consideración las
pautas que le fija la sentencia de la Corte;

b) las rescisorias (iudicium rescissorium), cuando casan y resuelven


el caso actuando como sede de instancia (sin que esto signifique,
de ningún modo, un reexamen de los hechos tal como han
quedado configurados por los jueces de mérito, permitiéndosele
solamente “… controlar el cumplimiento de las leyes reguladoras
de la prueba” y ejercer el control de logicidad de la resolución que
es materia de casación, desde luego), con lo cual el proceso acaba
de manera definitiva, al producirse, como efecto necesario, la cosa
juzgada, pues la Corte de Casación es el vértice de la pirámide
jurídica gráficamente representada desde la obra de Kelsen como
una pirámide invertida.

IV. CONCLUSIONES

IV.1. La verdad en el proceso es un valor relativo porque está en


función de la finalidad del proceso, que es resolver un conflicto de
intereses y para tal finalidad no se le puede exigir al juez que la
verdad que alcanza a través de la prueba se deba corresponder
necesariamente con la verdad material. En la gran mayoría de
procesos, y sobre todo en los que tienen carácter dispositivo, es
preciso conformarse con la verdad procesal, que es la que el juez
alcanza a través de las pruebas aportadas por las partes y
eventualmente ordenadas por él.

26
IV.2. En el caso de procesos que resuelven cuestiones que
pueden agraviar a la sociedad en su conjunto y que no solo afectan
intereses de particulares, el grado de verdad procesal que el juez
debe alcanzar debe ser el de certeza de los hechos (que, en el
plano subjetivo significa el convencimiento total sobre los
mismos), en vista que la verdad material no es susceptible de ser
alcanzada en una gran mayoría de los casos.

IV.3.   La verdad procesal se puede alcanzar a través de la


apreciación conjunta y razonada de la prueba; por eso el derecho a
la motivación de las resoluciones judiciales, y fundamentalmente a
la sentencia, está concebido para garantizar a las partes
involucradas que la respuesta del juez esté debidamente
sustentada en argumentos que justifiquen, lógica y
razonablemente y en base a los hechos acreditados en el proceso y
al derecho aplicable al caso, la decisión adoptada por éste y que,
además, resulten congruentes con las pretensiones y alegaciones
de ellas dentro del proceso.

IV.4. Hay que desterrar del proceso la idea que a través de este
debe y puede alcanzarse una verdad más allá de la procesal; esa
verdad trascendente o material (la llamada correspondencia con el
mundo real), no puede exigirse para emitir una sentencia de fondo
que imparta una justicia relativa, como todo valor humano.

Nueva York, septiembre de 2022.

27
28

También podría gustarte