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46.

- La tierra no es el paraíso

Para los israelitas, la llegada a Caná fue muy importante, aunque pronto
descubrieron que la posesión de la tierra no daba por sí misma la felicidad.
Primero, no era literal aquello de que los arroyos manaban "leche y miel".
Después, la conquista no fue ni fácil ni inmediata. Por si fuera poco, los vecinos
de la costa -los filisteos- no dejaban de ponerles en apuros, llegando incluso en
una ocasión a apoderase del preciado Arca de la Alianza. Pero, sobre todo,
estaba el hecho de que mantener la posesión de la Tierra Prometida iba ligada al
cumplimiento por parte del pueblo de su parte del trato hecho con Dios. Se
trataba, en primer lugar, de no adorar a otros dioses, cosa que incumplieron
reiteradamente. Luego había que cumplir los mandamientos que hacían
referencia al prójimo, que eran todavía más incumplidos. Por eso les vino la gran
tragedia del destierro a Babilonia, porque fueron infieles a la alianza hecha con
Dios.
"El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio,
aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios
Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era
necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación; el Exilio lleva ya la
sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del
Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia" (Catecismo, nº 710).
Esta lección la aprendió, sufriendo y lentamente, el pueblo de Israel. Muy
lentamente, por cierto, pues todavía hoy hay quienes identifican el Estado de
Israel con la Tierra Prometida y ésta con la patria ofrecida por Dios a Abraham y
Moisés. Esa patria es el cielo. Así lo reconoce el Catecismo: "La Iglesia 'sólo
llegará a su perfección en la gloria del cielo' (Lumen Gentium 48), cuando Cristo
vuelva glorioso. Hasta ese día, 'la Iglesia avanza en su peregrinación a través de
las persecuciones del mundo y de los consuelos de Dios" (San Agustín, civ. 18,
51). Aquí abajo, ella se sabe en el exilio, lejos del Señor, y aspira al advenimiento
pleno del Reino, 'y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en
la gloria' (Lumen Gentium 5). La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través
de ella la del mundo, no sucederá sin grandes pruebas. Solamente entonces,
'todos los justos desde Adán, desde el justo Abel hasta el último de los elegidos
se reunirán con el Padre en la Iglesia universal' (Lumen Gantium 2)" (nº 769).
A pesar de saber esto, algunos en la Iglesia han creído en varios
momentos de la historia que el Reino de Dios se podía realizar en la tierra. Cristo
inaugura el Reino y la Iglesia es el germen del mismo, pero no en vano se llama
"Reino de los cielos" ("El Reino de los cielos ha sido inaugurado en la tierra por
Cristo... La Iglesia es el germen y el comienzo de este Reino. Sus llaves son
confiadas a Pedro" (Catecismo nº 567). Esto significa que ninguna realidad
humana podrá identificarse plenamente con el ideal cristiano, ningún partido
político podrá decir de sí mismo que él y sólo él representa los ideales que el
cristiano busca defender a implantar en la tierra; se podrá aproximar más o
menos y es en función de eso que se le podrá votar o no, pero sabiendo que
nunca vamos a encontrar el partido político perfecto; la clave para decidir qué
limites son los que no se pueden rebasar, y por lo tanto a qué partidos no se
puede votar, la tiene la jerarquía de la Iglesia, pues como se ha dicho sólo a
Pedro le fueron confiadas las llaves del Reino.
Otros creen que la felicidad plena la pueden alcanzar aquí y viven como si
esta vida fuera a durar para siempre, olvidándose de que estamos de paso y que
sólo cuando gocemos de la visión de Dios en el Cielo seremos plenamente
felices. Eso no significa que no debamos trabajar por construir una sociedad en la
que el hombre sea respetado y pueda vivir con dignidad; lo contrario justificaría
aquel insulto de Marx, según el cual "la Religión es el opio del pueblo". Ni nos
evadimos de las realidades terrenas porque esperamos el Cielo, ni nos dejamos
engañar creyendo que la felicidad la vamos a alcanzar aquí en plenitud.

Propósito: Trabajar por construir un mundo mejor, para nosotros y para los
nuestros; intentar hacerle la vida lo más agradable posible a los que nos rodean.
Pero, sobre todo, prepararnos para la vida del Cielo, para la verdadera vida,
estando en gracia de Dios y aceptando con paciencia las dificultades que
tenemos que sufrir mientras vivimos en esta carne mortal, aprovechando esas
dificultades para purificarnos y también para recordarnos que este mundo no es
el paraíso y que éste sólo lo encontraremos con Dios en el Cielo. Obedecer a la
Iglesia en sus indicaciones a la hora de votar y difundir entre otros católicos esas
indicaciones.

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