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FACULTAD DE FILOSOFÍA, LETRAS E HISTORIA

UNIVERSIDAD DE GUANAJUATO

ENSAYO

La Catársis en la tragedia griega:


El dolor como condición necesaria para la búsqueda de lo bello
y el anhelo de purificación

María Porras Avila

INTRODUCCIÓN

Cuando en El banquete de Platón, Sócrates alude a las enseñanzas que Diotima le otorgó
acerca del amor y de lo bello, el discurso refiere a una idea muy importante: la de la búsqueda de lo bello a
través de los objetos sensibles. El hombre debe seguir un camino hacia la contemplación de la belleza más
pura; sin embargo, esta travesía no cifra sus medios en objetos intelectuales, sino en lo sensible, en lo que se
nos presenta en el mundo como lo conocemos. Más allá de toda importancia filosófica, lo anterior representa
el comienzo del proceso del conocimiento a través de lo más insignificante, de lo más bajo y vulgar, para
después reconocer que existe algo más allá, algo que sólo puede ser percibido por medio del intelecto.
La abstracción no puede darse sin una aproximación a lo inmediato, sin una experiencia
sensible. El ser humano descubre el mundo a su alrededor, el mundo que se le ofrece a sus ojos y en base a
éste, intuye una realidad de conceptos. El último no puede existir sin el primero y éste no tendría validez sin
el segundo.
De ésta manera, el individuo experimenta la cotidianeidad para percibir lo divino, conoce lo
contingente para concebir lo eterno.
Una lógica semejante es propuesta en la tragedia, quizá no evidentemente, pero sí en su
conjunto. Uno de los puntos que lo demuestra es el planteamiento del dolor. A través de éste los personajes se
logran purificar, pero no sin antes haber pasado por un proceso que los lleva a la destrucción o más aún, a la
autodestrucción.
El dolor es la condición necesaria para que el ser humano se redima. El ser humano debe verse
expuesto a lo terrible, sufrir lo inesperado, padecer las adversidades que no merece. Y así surge una pregunta:
¿Por qué es indispensable lo adverso? Porque para conocer y amar lo verdaderamente bello, es necesario
haber visto lo terrible, haber sufrido profundamente. Para conocer el bien es necesario aceptar esa parte
recóndita del alma, que en el afán de destruir se destruye a sí misma. Para conocer lo divino es necesario bajar
a las oscuras y aterradoras esferas de lo perverso; debemos reconocernos ahí, como mirándonos en un espejo.
Para conocer la redención es necesario, por lo tanto, no sólo caer, derrumbarse, sino también, aceptar el dolor
causado por esa caída.
En esa vorágine de tormento, un ideal prepondera, un anhelo permanece: la purificación. Y de
aquí podríamos deducir que la finalidad de la tragedia es la salvación del hombre por el hombre mismo: el
personaje encuentra en sí mismo al verdugo que lo flagela y al salvador que lo conduce a la expiación.
Lo catártico se centra así, en la provocación de la búsqueda del bien y de lo bello, hecha por el
dolor, que anhela la purificación; y el máximo ejemplo de esta catársis es la tragedia Medea de Eurípides. En
ésta, el personaje principal realiza una travesía por lo más perverso del alma humana, cayendo en el engaño y
el homicidio, pero, no sin antes, haber sufrido la traición y el repudio.
Medea pasa de ser víctima a victimario, de haber padecido lo terrible a perpetuar ella misma
actos terribles. Sin embargo, es imposible juzgarla dentro de un criterio de maldad o bondad, calificarla o
descalificarla moralmente. La estructura de la tragedia nos lleva más allá, no precisa que nos identifiquemos
con ninguna parte, pues cada parte constituye un todo complejo, cada parte tiene una profundidad psicológica
y una lógica interna que determinan sus acciones.
Por ello es que debemos analizar cada elemento: el personaje, el escenario, el contexto, para
poder definir los motivos y conociendo éstos, determinar las consecuencias.

EL PERSONAJE; REFLEJO DEL ESPECTADOR

Aristóteles estableció en su Poética que el personaje presentado en la tragedia debe parecerse


más a un ser común que a uno excelso; es decir, el protagonista debe representar a un individuo normal, ni
virtuoso en demasía, ni mucho menos, malvado. Así lo expresa: “…el medio entre los dichos, y éste será el
que no es aventajado en virtud y justicia, ni derrocado de la fortuna por malicia y maldad suya, sino por yerro
disculpable, habiendo antes vivido en gran gloria y prosperidad…”1 El personaje no puede ser merecedor de
las injusticias cometidas contra él, de las innumerables adversidades deparadas a él por la fortuna, antes bien,
debe sufrirlas. Sin embargo, tampoco debe aceptarlas, pues esto denotaría su culpabilidad.
El personaje se nos presenta como un sujeto torturado por el destino, incapaz de cambiar su
destino. La impotencia que siente lo lleva a consumar actos irracionales, que lo convierten en un ser
despreciable ante los demás, pero que reclama comprensión. Su existencia se ve rebasada por designios
perversos que los dioses decretan; la fatalidad le hace llegar a la amargura y el crimen, no sólo contra los que
le han traicionado, sino también para con él mismo: “El impedimento es la situación de conflicto que,
clausurando toda posibilidad de respuesta no culpable, hace inevitable que las elecciones que expresan
naturalmente la piedad o el amor filial paterno coincidan con actos de homicidio o impiedad.” 2
Aunque el personaje haya recibido un trato injusto por una persona específica, y lo reconozca,
puede llegar a utilizar otros medios para hacerse justicia por su propia mano, incluso los seres queridos.
Medea es el personaje de la obra cumbre de Eurípides, que baja hasta los infiernos para
convertirse en emisaria de un castigo divino, aunque ella misma haya sido anteriormente su víctima. Es la
expresión máxima del descendimiento hacia lo oscuro para después elevarse hacia la luz.
El autor nos muestra con claridad y muchas veces con crudeza, los actos impíos cometidos por
Medea contra su padre y su hermano. Al enamorarse de Jasón pierde la razón y decididamente ayuda a éste a
escapar en el Argo, matando a su hermano, destrozándolo y arrojando sus pedazos al mar para que su padre
detenga su persecución, recogiendo los restos. Más tarde, en el auxilio prestado a Jasón, engaña a las Pelíades,
haciendo que éstas maten a su padre y con ello recuperar el ansiado trono del Yolco. Medea es capaz de una
violencia descomunal, se nos presenta como merecedora de penas mayores a las que ha causado, como
culpable de enormes sufrimientos que reclaman un castigo.
Sin embargo, la conducta de Medea exige comprensión, cuando ella misma defiende su causa
con decisión: el amor hacia Jasón. Proclama lastimeramente al recordar los actos cometidos contra su familia
y su patria: “¡Qué gran desgracia son los amores para los mortales!” 3 Pareciera que éste factor no es motivo
suficiente para poder compadecerse de un personaje tan vil. El lector pudiese llegar a sentir un completo
desprecio por la protagonista, sin embargo, el mayor mérito de Eurípides en esta obra, es situar al lector en un
contexto sumamente adverso para ésta, moviéndolo a compasión.
El relato comienza mostrándonos una Medea abandonada por el hombre que, prometiéndole
fidelidad y matrimonio para conseguir su auxilio, le hizo cometer acciones tan crueles. Traicionada por éste,
queda sin patria, sin familia, con unos hijos sin padre, expuestos a la burla y la incertidumbre. Medea ha
pagado las atrocidades cometidas con una existencia miserable, un futuro incierto y un presente desgraciado.
Aristóteles manifiesta en su análisis de la tragedia que el personaje, para provocar
conmiseración en el espectador, debe sufrir un revés de la fortuna provocado por sus propios actos; “… y por
mudanza, no de adversa en próspera fortuna, sino al contrario, de próspera en adversa; no por delitos, sino por

1
Aristóteles, Arte Poética, Espasa Calpe, p. 50
2
Martha C. Nussbaum, La fragilidad del bien, Visor, p. 472
3
Eurípides, Tragedias I, Letras Universales, p. 180
algún error grande de las personas…”4 El lector comienza a considerar a la protagonista no como un ser del
todo perverso, sino como un individuo que ha cometido errores terribles, pero que a la vez, ha pagado con un
indescriptible sufrimiento. El factor esencial que hace al lector identificarse con el personaje, queda
determinado desde este momento: la vulnerabilidad. Ante la flaqueza de Medea me reconozco, me identifico
con ella, pues yo también estoy expuesto a la caída, al error.
“… Aristóteles señala que la compasión guarda una estrecha relación con la creencia de que
uno mismo es también vulnerable…”5 El lector se reconoce ante la imagen, y comienza a cumplirse así, uno
de los objetivos de la tragedia: el influir en el estado emocional del lector. Gadamer señala esta identificación
y la compara con una reacción producida por el culto: “También el teatro, como el culto es una creación
genuina, esto es, en él sale algo configurado de nosotros para tornarse en figura delante nuestra, algo que
experimentamos y reconocemos como una realidad superior de nosotros mismos.” 6

EL ESCENARIO; REPRESENTACIÓN DE LA FATALIDAD

La narración de la tragedia comienza con un sollozo sublime; la nodriza proclama a gritos al


lector, la comprensión para con su ama. Sin embargo, la estrategia del autor va más allá: plantea
inmediatamente dos cuestiones centrales: a) la protagonista sufre por la traición de Jasón; éste ha roto la
promesa de fidelidad hecha a Medea para casarse con la hija de Creonte, abandonando, traicionando también
a sus hijos, y b) sufre por haber traicionado, ella misma, a su familia y patria; ahora no tiene a quién, ni
adónde recurrir.
La situación se agrava inesperadamente cuando Creonte comunica a Medea la decisión de
desterrarla. La adversidad llega a su punto culminante; el autor logra la conmiseración máxima del lector a
través de la presentación de un panorama terrible, en donde la adversidad total juega un papel decisivo. “Mas
supuesto que la representación no es sólo de la acción perfecta, sino también de cosas terribles y lastimeras,
éstas, cuando son maravillosas, suben muchísimo de punto, y más si acontecen contra toda esperanza por el
enlace de unas con otras, porque así el suceso causa mayor maravilla…” 7
El escenario se convierte en un factor que orilla al lector a suspender el juicio moral cuando se
advierte que Medea puede ser capaz de cometer algo temible: “Es claro que la nube de sollozos que comienza
a formarse arderá pronto con mayor pasión. ¿Qué realizará un alma altiva, imposible de refrenar, mordida por
las desdichas?”8 Esta proclamación nos pone sobre aviso, sin embargo, no es posible que podamos calificar
los actos previamente, no porque no logremos intuir que la crueldad de Medea recaerá en sus hijos, sino
porque hemos sido convencidos de que Medea es digna de compasión.
Este anhelo de comprensión para con el personaje, se evidencía totalmente en la función
reiterativa del Coro, que en cada pasaje clama las desgracias de Medea: “¡Desdichada mujer!¡Ay, ay, infeliz
por tus tristezas! ¡A dónde te encaminarás? ¿Hacia qué hospitalidad? ¿Acaso encontrarás una morada o una
tierra salvadora de tus desdichas? ¡Cómo te ha llevado un dios, Medea, hasta un intransitable oleaje de
desgracias!9
Una nueva situación es presentada por el autor: Jasón justifica el destierro de Medea y, con
cinismo, pretende dar auxilio a ésta y sus hijos, después de él mismo haber provocado la desgracia, después
de haberlos dejado desprotegidos y expuestos a la crueldad de los demás. La protagonista ha sido injuriada
una vez más; el Coro reprocha la conducta de Jasón y su falta de conmiseración ante ella. Pareciera que
reclama lo mismo al lector, haciendo que en éste se despierte una cólera semejante a la expresada por la
protagonista.
El lector presiente lo terrible y lo espera. Ante el infortunio de una nueva desgracia, Medea
reúne toda su furia, su cólera para urdir un plan, por el cual obtener venganza. Ante la fatalidad, el personaje
decide hacer justicia por su propia mano, las decisiones deben ser llevadas hasta sus últimas consecuencias. El

4
Aristóteles, Arte Poética, Espasa – Calpe, p. 50
5
Nussbaum, La fragilidad…, Visor, p.476
6
Hans - Georg Gadamer, Estética y Hermenéutica, Tecnos, p. 216
7
Aristóteles, Arte Poética, Espasa – Calpe, p. 46 y 47
8
Eurípides, Tragedias, Letras Universales, p.174
9
Ibidem, p. 181
personaje se erige ahora como sujeto de acción; la decisión que tome, le hará cometer actos crueles, sin
embargo, obtendrá venganza y reivindicará su nombre.
El autor logra su cometido: hacer que el lector tema lo inevitable. Ha realizado su objetivo, el
temor y el dolor no son solamente condiciones psicológicas limitadas al personaje, han traspasado el papel y
han hecho suyos la mente y el ánimo del lector que absorto en un estado de expectación, espera que lo terrible
se lleve a cabo. La identificación plena se consuma por un factor; el de la posibilidad de que Medea no esté
tan lejos de nosotros… que Medea seamos nosotros.
“Aristóteles hace hincapié en que lo que compadecemos en otro es lo que tememos que podría
ocurrirnos a nosotros mismos. Y puesto que la compasión exige percibir la propia vulnerabilidad y la
semejanza con el que sufre, compasión y temor se experimentan casi siempre juntos. El temor se define como
una pasión penosa relacionada con la expectativa de un daño o un dolor futuros, graves e importantes que no
está en nuestras manos evitar.”10
Medea proyecta cuidadosamente un plan macabro mientras que el lector yace en su asiento
contemplando vívidamente, incapaz de hacer nada, pero resuelto a esperar al desenlace trágico. No puede ya
despreciar a Medea, pues ésta se ha convertido en uno mismo; su desgracia ha pasado a ser nuestra.
Aristóteles consigna por ello a la pasión como uno de los factores fundamentales que la
tragedia debe desarrollar para consumar un mayor impacto: “Pasión es una pena nociva y dolorosa, como las
muertes a la vista, las angustias mortales, las heridas y cosas semejantes.”11

LA ACCIÓN; ENCARNACIÓN DE LO TERRIBLE

El punto culminante de la tragedia se ve sostenido por el hecho de la consumación del acto


previsto. Desde un principio el autor nos amenaza con el desencadenamiento de fuerzas sin control que
llegarán a consumar lo terrible. La nodriza, en el discurso inaugural nos previene, tanto en el castigo que le
espera a Jasón como en el peligro que acecha a sus hijos.12 La función de éste constante bombardeo de
amenazas es sutil pero determinante; el lector espera lo inevitable. Teme pero ansía, sufre por la certeza de
que el final será cruel pero al mismo tiempo lo añora. Anhela ver la destrucción, desea el caos.
Quizá esta afirmación parecerá bastante atrevida, pero la dinámica de la tragedia misma me
convence de ella. El lector sabe desde mucho antes que los hijos serán muertos por su propia madre; no sabe
cómo, pero está seguro de ello. Este factor de conocimiento y certidumbre acerca de la consumación de lo
caótico es el que da a la catársis una mayor influencia sobre el ánimo de quien lee (o presencia) la tragedia.
La catársis depende directamente del temor y de la compasión que sintamos por el personaje
cuando ya estamos plenamente identificados con éste y podemos hacernos partícipes del sentimiento. Afirma
Tatarkiewicz que en la teoría catártica, tanto la poesía y la música “…crean emociones violentas y extrañas en
la mente, produciendo un choque y un estado en el que la emoción y la imaginación superan a la razón (…)
estas experiencias poderosas, especialmente las de miedo y piedad, provocan una descarga de emociones. Y
no son las emociones en sí mismas, sino su expresión lo que constituye la fuente de placer que proporcionan
la poesía y la música.”13
La fuente del displacer se convierte en la del placer mismo. El objeto odioso es al mismo
tiempo el que anhelamos. La muerte, la destrucción ansiada llega y nos mantiene en un estado de constante
agitación y embelesamiento. Este el verdadero poder de la tragedia, el que no podamos escapar a su hechizo,
el que no podamos voltear la mirada y depreciar el hecho infame. Es inútil resistirse a éste encanto; es como
cuando, de la mano de Dante, entramos al infierno y deseamos contemplar el dolor provocado por los
castigos, las torturas. No podemos cerrar los ojos y calificarlo como total perversión, tenemos un ánimo
dispuesto a observar y lo haremos hasta el último momento.
Uno de los pasajes más sublimes, en este aspecto, es cuando Medea siente culpa por sus
intenciones, pero no es capaz de desistir ya de ellas por el odio que siente. Comprende que la venganza le hará
ser más desdichada pero no puede dejar de hacerlo. Está decidida y dispuesta a llevar sus actos hasta las
últimas consecuencias. El autor nos muestra la antesala de lo terrible y nos confirma lo que vendrá: “¡Dadme

10
Nussbaum, La fragilidad…, Visor, p. 477
11
Aristóteles, Arte Poética, Espasa – Calpe, p. 48
12
Eurípides, Tragedias, Letras Universales, p. 172 y 174
13
Wladylaw Tataakiewicz, Historia de seis ideas, Tecnos, p. 126 y 127
vuestra mano derecha, hijos míos!¡Dádmela para besarla! ¡Oh mano queridísima, boca queridísima para mí,
figura y noble rostro de mis hijos!¡Ojalá seáis dichosos, pero allí! La dicha que aquí os la quitó vuestro padre.
¡Oh dulce abrazo!¡Oh delicada piel y aliento dulcísimo de mis hijos!¡Marchaos, marchaos! Ya no soy capaz
de dirigiros la mirada, sino que estoy vencida por las desdichas. Comprendo qué crímenes voy a cometer,
pero más fuerte que mis pensamientos resulta mi ira, que es la culpable de las mayores desventuras de los
humanos.”14
El hecho de que el autor haya plasmado en este asombroso pasaje, el temor de la misma
Medea ante su elección, no es gratuito. Así como el personaje teme, el lector teme aún más. Sin embargo, él
también ha tomado una decisión, seguirá hasta el fin y conocerá lo que le depara la narración. El asombro ya
no es importante en este momento como factor catártico. La verdadera emoción catártica proviene del
advenimiento de lo terrible; el temor por las acciones del personaje y la compasión hacia éste, que surgen
encontradas.
“De ahí nace el gran poder de lo sublime, que lejos de ser producido por nuestros
razonamientos, los anticipa y nos arrebata mediante una fuerza irresistible (…) No hay pasión que robe tan
determinadamente a la mente, todo su poder de actuar y razonar como el miedo.” 15 Queremos ser testigos del
dolor, queremos sufrirlo también, si bien, sabemos que es ficción y por ello nos es placentero, también es
preciso que para la culminación de lo catártico exista una identificación plena con el personaje.
Por ello, Aristóteles insiste en la importancia de la imitación como factor que provoca que la
narración sea verosímil, retratar hechos que sean factibles. Medea está convencida de hacerse justicia por su
propia mano, aunque se requiera para el profundo sufrimiento de Jasón, aniquilar a sus hijos, a su esposa y al
padre de ésta, dejándolo así sin riquezas, sin herederos que sean posibles soberanos y sin descendencia;
quedará sólo y arruinado. El planteamiento de principal es la venganza y ello no está muy alejado de la
realidad, aunque los medios para llevarla a cabo en la tragedia se antojen extremos.
Sin embargo, es menester del poeta construir su narración, no sólo imitando la realidad, lo que
factiblemente sucede, sino también, enriqueciéndola de lo que posiblemente pudiese ocurrir, llevándolo a los
límites de la comprensión: “Demás de esto se ha de revestir cuanto sea posible de los afectos propios, porque
ningunos persuaden tanto como los verdaderamente apasionados…”16
Medea ha asesinado a la esposa de Jasón y al padre de ésta 17. Todo el pasaje se ve lleno de
imágenes terribles y cruentas. El lector, en espera de ello, cae en un profundo estado emocional y de cierta
manera repudia a Medea por lo cometido. Sin embargo, el Coro omnipresente, nos recuerda que esto bien
merecía Jasón.
Lo sucedido confirma la decisión de Medea; debe matar ella misma a sus hijos, antes de que
otros lo hagan a causa de haber llevado éstos los regalos mortales. Aquí queda expresada la idea de que es
preferible que por su mano mueran los seres a quien ella misma dio la vida, a que otros lo hagan. Medea
aceptando las consecuencias de su decisión, mata a sus hijos en uno de los pasajes más bellos de la obra.
Este pasaje es el verdadero clímax de la tragedia, pues expresa en su plenitud, el conflicto
interno que debe sobrellevar el personaje. Eurípides logra así, un gran manejo del yo interior, aunque en la
mentalidad griega esto no tenía lugar. Es, creo yo, algo insólito, pues incita al lector llevar a cabo una
reflexión introspectiva, que le sirva como medio de comprensión: “De todas formas es forzoso que ellos
mueran, y, ya que es preciso, los mataré yo que les di la vida. ¡Ea! ¡Ärmate corazón! ¿Por qué tardamos en
cometer un mal terrible pero necesario? (…) No te acobardes ni te acuerdes de tus hijos: de que te son
queridísimos, de que los has tenido! Más durante este corto día, ¡olvídate de tus hijos, y, después, gime! Pues,
aunque los mates, sin embargo, te eran queridos; y yo una mujer desgraciada.18
La catársis es aquí, consumada. Por medio de ella nos reconocemos a nosotros mismos. No
solamente es la exposición de los actos del personaje o de las decisiones que toma. Es también un
cuestionamiento hacia nosotros, nos pregunta constantemente, ¿qué sería capaz de hacer tú en tales
circunstancias? La pregunta ha quedado sin respuesta, cada quien puede plantearse a partir de ella, un
conflicto de ideales éticos. Sin embargo, nadie puede llegar a enjuiciar el comportamiento de Medea
tajantemente, no es posible juzgarla en una dicotomía: maldad – bondad.

14
Eurípides, Tragedias, Letras Universales, p. 202
15
Edmund Burke, Indagación Filosófica sobre…, Tecnos, p. 42
16
Aristóteles, Arte Poética, Espasa – Calpe, p. 58
17
Eurípides, Tragedias, Letras Universales, p. 204 y 205
18
Eurípides, Tragedias, Letras Universales, p. 206
EL DESENLACE; CULMINACIÓN DEL ANHELO

Por medio del temor y la compasión conocemos al personaje y nos reconocemos a nosotros
mismos. La catársis que significa clarificación, limpieza de la visión del alma mediante la supresión de
obstáculos, “purgación (que) libera al cuerpo de impedimentos y obstáculos internos…” 19 es utilizada por el
autor de la tragedia como medio de purificación, tanto para el personaje, como para el lector.
La contemplación del anhelado desenlace que muestra finalmente lo más terrible del alma
humana, reporta una satisfacción grandiosa, en dos planos: el del personaje y el del lector. El personaje
obtiene su objetivo; en este caso, consigue la venganza y el sufrimiento de quien le ha hecho padecer. Ha
logrado justicia para ella misma al precio más elevado; destruyendo a los demás y destruyéndose a sí misma.
El lector obtiene, más que un simple entretenimiento intelectual, una reflexión al interior de su propia
persona; la tragedia le conflictúa consigo mismo, pero le hace conocerse a sí mismo.
Reconoce que el alma, así como elocuentemente lo expresara Heráclito, no tiene límites, pues
su logos es profundísimo e inconmensurable. Sabe que no es fácil tomar una postura moral ante la situación,
comprende que las acciones no son susceptibles de catalogar en una visión maniqueísta. Considero que más
importantes y útiles, que para un griego de la época, son éstas enseñanzas para alguien en la actualidad.
Hemos aprendido a prejuiciar tan fácilmente que no podemos evitar clasificar a cuanto personaje conocemos
en un plano dualista e intolerante.
Medea salva a sus hijos de la humillación, del desprecio y el abandono, aunque para ésta
salvación hubiese tenido que recurrir a medios cruentos y sumamente extremos. Sin embargo, tiene el valor
suficiente para aceptar sus acciones y resignarse a la desgracia venidera.
Quizá es por ello que Eurípides la sitúa en el carruaje alado, inmune a toda represalia de Jasón
y representando el medio por el cual los dioses han llevado a cabo sus designios. Medea ha reestablecido un
orden quebrantado por la traición, dando muerte a muchos sí, pero restituyendo el honor a quienes más lo
merecían; a sus hijos.
Lo catártico es llevado a su punto climático al ser la narración un espejo en el cual nos
podemos reconocer: “Para Aristóteles, compasión y temor son fuentes de iluminación y clarificación, pues el
agente, al reaccionar y prestar atención a sus reacciones, se conoce mejor a sí mismo en lo tocante a las
inclinaciones y valores que motivan su reacción.”20
La importancia del dolor y de lo terrible como condiciones necesarias para llegar a las esferas
de lo más bello y puro, es decisiva. Lo explicaré por vía de dos lineamientos: el del personaje y el del lector.
El personaje debe volver sus actos a lo más impío para salvarse: debe, desde el primer
momento, concentrar su ira y determinación para fijarse un objetivo; este objetivo es, ante todo, el deseo de
reivindicación, de honor no sólo para él mismo, sino también, para los que con él han sido ultrajados; la
restitución del honor no puede tener límites en sus medios, pues es impostergable; el personaje por ello, debe
ir al extremo, debe aceptar las consecuencias de sus actos, la destrucción y si es preciso, la autodestrucción.
Ahora bien, todo ello representa la caída de Medea en los actos más despiadados y brutales,
provocando muertes y atrocidades, por medio de engaños y traiciones. Sin embargo, obtiene justicia,
reestableciendo la dignidad de los juramentos hechos y restaura el orden. Finalmente es recompensada por
ello y escapa excelsa en un carruaje dorado.
El descender para luego ascender queda evidenciado. Es preciso conocer la perversidad, la
adversidad, la fatalidad, para después contemplar la bondad, la belleza y la prosperidad.
El lector queda a su vez enredado en esta lógica. El identificarse con el personaje y unificarse
con él en sus ansiedades, miedos y esperanzas, constituyen los medios para un conocimiento de sí mismo. La
tragedia da lugar a un cuestionamiento personal, a un discernimiento de nuestras actitudes y perspectivas
morales. ¿Podemos establecer realmente que Medea es mala por haber dado muerte a sus hijos? ¿Qué
hubiésemos hecho nosotros si en una situación semejante, nos viéramos ultrajados y traicionados?
El lector espera lo terrible porque desea liberarse, tanto como el personaje. Desea no escuchar
más voces, así como el personaje. Anhela ser testigo del final, aunque en el camino deje algo de sí mismo.
Aspiramos al bien pero no podemos conseguirlo sin antes no haber sufrido esta travesía. Ansiamos la belleza,
pero no es posible que la concibamos en su esplendor sin antes conocer el dolor.
A la manera Dantesca, es bajar a los infiernos, soportar la visión de lo espantoso, padecer la
angustia que ello genera, para poder así llegar a la contemplación beatífica. Para Aristóteles sería, conseguir la

19
Nussbaum, La fragilidad…, p. 481
20
Nussbaum, La fragilidad…, p. 480
eudaimonía en la vida común, contingente, expuesta a los reveses de la fortuna, más válido por ello. Según su
concepción: “…la tragedia contribuye al conocimiento de uno mismo precisamente explorando lo temible y lo
que mueve a la piedad. Esta labor la lleva a cabo suscitando dichas pasiones. En efecto, las respuestas
pasionales son ellas mismas un reconocimiento de la condición terrenal de nuestra aspiración al bien.”21
Por ello, la tragedia cumple una función doble, la de consumar un anhelo intelectual y otro
emocional. Produce una purificación intelectual haciendo que el lector se reconozca a sí mismo mediante un
ejercicio de autocuestionamiento. Genera una exorcización emocional al llevar al límite las emociones más
profundas.
El arte, considero, debe fundarse en éste doble principio; debe reflejar y ser él mismo un
reflejo de una ansiedad, de un anhelo, de una búsqueda incesante de lo bello por medio de su contrario.
Definirse no solamente por un canon de orden, establecido con certeza. Los griegos mismos manifestaron su
predilección por la catársis, por el liberador choque de los sentimientos que por una armonía y racionalidad
superiores.
La tragedia es contradictoria, pero no por ello menos bella, sino más compleja y profunda.
Termino citando a Burke quien con ánimo entusiasta dice lo siguiente: “El verdadero modelo de las artes, está
en manos de cada hombre; y una ligera observación de las cosas más comunes, a veces más mezquinas, de la
naturaleza, nos darán las luces más verdaderas, allí donde la mayor sagacidad y diligencia, que menosprecian
tal observación, han de dejarnos en la oscuridad, o, lo que es peor, divertirnos y extraviarnos mediante luces
falsas.”22

BIBLIOGRAFÍA

Aristóteles, Arte Poética, Madrid, Espasa – Calpe, Colección Austral, 6ª. Ed., 1979, 143 p.

Edmund Burke, Indagación Filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello,
Madrid, Tecnos, 2ª. Ed., 1997, 136 p.

Hans - Georg Gadamer, Estética y Hermenéutica, Madrid, Tecnos, 2ª. Ed., 1998, 316 p.

Martha C. Nussbaum, La fragilidad del bien, Madrid, Visor, 1995, 561 p.

Eurípides, Tragedias I, México, Letras Universales, 1988, 403 p.

Wladyslaw Tatarkiewicz, Historia de seis ideas, Madrid, Tecnos, 6ª. Ed., 1997, 422 p.

21
Nussbaum, La fragilidad…, p. 482
22
Edmund Burke, Indagación filosófica…, Tecnos, p. 41

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