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No hay forma fácil de dar las malas noticias, y el personal asistencial recibe poca o nula
instrucción en relación a cómo manejar tal situación. Usualmente es en la formación y con la
experiencia cuando se aprende, y no siempre es de la manera más adecuada.
A todos les gusta dar buenas noticias y a casi nadie las malas, y los profesionales
no son una excepción. De hecho, toda persona sufre cuando tiene que hacerlo.
Por lo tanto, el profesional teme, igual que el familiar, las malas noticias, en parte
por las mismas razones que éste y en parte a causa de ciertos aspectos de su
formación profesional (“no hacer daño”) y de persona común y corriente
(pensamiento mágico de “dar la muerte” o “concederla” por hablar de ella), con
la culpa que ello conlleva. Lamentablemente, en los tiempos que corren, los
profesionales no reciben durante su etapa de formación en las facultades y
escuelas universitarias ningún adiestramiento en este sentido. Las facultades
consideran cumplida su misión si logran hacer del estudiante un buen técnico y
se premia el “éxito”, no la compasión.
Resulta casi inútil intentar encontrar en los libros de texto escritos sobre cualquier
tipo de orientación, bien teórica o doctrinal, bien basada en la propia experiencia
de sus autores (de nuestros catedráticos y profesores), que pueda servir como
norma de conducta o como guía de referencia para transmitir las malas noticias
en casos de muerte y que se adecúen a la cultura local. Parece como si estos
aspectos de la relación con las personas en tanto personas, de la comunicación
con ellas, y no digamos de todo lo referente al tema de cómo plantearle una
noticia de muerte, rebasan el campo de la propia profesión y quedan relegados
a lo que, no siempre con el respeto debido, suele ser calificado como “tarea para
los humanistas” o, en el peor de los casos, “para aquellos sin escrúpulos”. Se
establece en la práctica una separación que sitúa en un campo lo técnico-
científico y en el otro los valores humanos, sin apenas dejar margen para algún
que otro solitario puente entre ambos. No siempre es fácil decir la verdad, y
siempre es difícil, muy difícil comenzar a decirla cuando nunca se ha dicho.
Aunque existan imperativos legales, nunca se debe olvidar que informar de una
muerte es, antes que nada, un acto incuestionablemente humano. Que una
persona, aunque sea un técnico, deba comunicar a un semejante sobre la muerte
de un ser querido es a la fuerza un hecho tremendamente humano, y éste debe
hacer gala, más que nunca, de una auténtica humanidad. Es el momento de
mayor grandeza del acto asistencial y también uno de los más difíciles. Debemos
pues comprender que la comunicación es una ciencia que no se debe improvisar
y que el profesional debe tener buenos conocimientos sobre la comunicación y
todas sus formas de expresión.
LA COMUNICACIÓN
Se trata de una herramienta terapéutica esencial que da acceso al principio de
autonomía, al consentimiento informado, a la confianza mutua, a la seguridad y
a la información que necesitan las personas para ser ayudadas y ayudarse a sí
mismas, así como para el desarrollo de las consecuencia que aquella lleva
consigo. También permite la imprescindible coordinación entre la institución, el
equipo cuidador y la familia. Una buena comunicación entre la institución y éstas
reduce ostensiblemente el estrés generado en la actividad diaria. Una familia con
accesibilidad fácil a la información de lo que está sucediendo es más eficaz con
ella misma y crea menos problemas.
Los objetivos más importantes de esta son informar, orientar y apoyar, y sus
componentes principales son (2):
Las personas con más altos niveles de confianza a la hora de comunicar malas
noticias son personas que:
Es difícil buscar una definición que refleje todas las situaciones y dimensiones
que ellas pueden implicar. En general, el personal asistencial tiende a dar
importancia a lo que es importante para él, mientras no se la da a lo que él
considera banal. No obstante, parece lógico que quien debe decidir si una
información determinada es o no una mala noticia debe ser aquella sobre quien
recae el problema, la persona a la que afecta esa información. Este argumento
lleno de sentido común en el terreno de lo teórico es frecuentemente olvidado en
la práctica. Así, por ejemplo, cuando se da una noticia de “cáncer” y
posteriormente, a la misma persona, se le da un diagnóstico de “diabetes”, ésta
última, en general, suele perder su carga emocional propia, pues suele ser
absorbida por la primera; si bien, si la persona considera que el “cáncer” es una
enfermedad que puede producir un final relativamente rápido, éste podrá ver la
diabetes como más trágica debida a todo lo que su cuidado conlleva (“tener que
inyectarse de por vida”, no poder comer determinadas cosas, etc.).
La mayoría de los autores parecen aceptar la definición de una mala noticia como
aquella que afecta negativamente a las expectativas de la persona, bien por ser
ella la directamente afectada por la situación de muerte o por ser alguna otra de
su entorno inmediato, por ejemplo, los padres de un joven fallecido de forma
inesperada y a quienes se tiene que informar del hecho.
El emisor
Habitualmente las personas elaboran una escueta historia de los hechos que
desencadenaron la muerte, no importa en qué medida su limitado conocimiento
del fallecido pueda restringir el grado de posibilidades, en un intento de reducir
parte del shock que causan las muertes repentinas y lograr un mejor
entendimiento de las noticias por parte de los familiares. Por otra parte, también
se pretende dar origen a algunos significados mediante los cuales el
acontecimiento pueda ubicarse en una secuencia de sucesos naturales o
accidentales, o como consecuencia de la propia profesión, esto es, la muerte
como fenómeno inherente al oficio o quehacer; literalmente “se conduce” a la
familia a la “verdad supuesta”.
Nadie puede decir si esta solución es la buena o si es mejor que otra, pues no
se puede evitar que las personas se angustien: la tristeza es una respuesta
normal y adaptativa a los eventos dolorosos de la vida. La cuestión importante
es el impacto de esta elección sobre la relación entre ellos y los demás.
Las malas noticias son experimentadas como una serie de crisis psicosociales
predecibles o fases que ocurren en relación a las preocupaciones existenciales
asociadas con diferentes períodos después de la comunicación; sólo pronunciar
la palabra "muerte" conlleva una fuerte carga emocional. Además, el morir está
asociado culturalmente a fenómenos ajenos a nuestro control: violencia externa,
castigo por malas acciones, malos pensamientos, culpa, vergüenza, etc. Las
creencias generalizadas respecto a ciertas profesiones (por ejemplo, policía,
soldado, etc.) y la mala información influyen también en la reacción tanto social
como del familiar.
Los primeros estudios sobre las reacciones a una mala noticia resaltaron el
violento efecto transformador sobre la persona cuando el individuo busca
integrar la idea de la muerte, usando sus mecanismos de defensa para evitar ser
apabullado; tras una primera valoración (¿qué tan angustiante o dramático es
para mi la información recibida?) seguirá una segunda valoración casi inmediata
(¿con qué herramientas cuanto para defenderme?). También es muy importante
el considerar la causa de lo sucedio, de procesar la información y tratar con el
impacto sobre las relaciones personales más inmediatas. Sabemos que el
sentido de dominio es favorecido al encontrar una causa racional a la muerte
misma. Así, una de las respuestas típicas y adaptativas a estos hechos
amenazantes es la búsqueda de un significado de lo sucedido. La trágica noticia
trastorna completamente el sistema de relaciones:
El período que coincide con la reacción inicial a la mala noticia es descrito como
el de una "fiebre o inflamación psíquica" (aprieto existencial, impacto emocional
agudo), similar a una respuesta febril, pasajera y que no deja repercusiones
graves en los individuos psicológicamente saludables. Esta respuesta se
caracteriza por la presencia de un malestar agudo y de un trastorno afectivo
transitorio, en donde el familiar usa la negación de forma temporal y se enfrenta
activamente con el estrés. También se reconocen ciertos niveles de emoción y
ansiedad como normales en esta situación clínica. Es un tiempo en que las
demandas afectivas sobre el individuo exceden su capacidad de respuesta,
resultando en una excitación psicológica y fisiológica (estrés). Es un tipo de
respuesta ante una situación profundamente perturbadora, que orgánica y
psíquicamente es sentida como peligrosa, y que biológicamente es la respuesta
ante la pérdida.
Las personas que mejor suelen asumir las malas noticias suele ser aquellas
profundamente religiosas (de hecho, no de palabra) o las que “no cren en
nada”; los peores resultados suelen observarse en aquellas “medias tintas” en
sus creencias personales, curiosamente la mayor parte de la humanidad.
El "estar de duelo" es sólo una parte del problema. El familiar debe enfrentarse
a todo lo relacionado directa o indirectamente con la muerte: comunicación de
las malas notiacias a otros, incluidos niños, cómo sobrevivir sin la otra persona,
problemas económicos, miedo, rabia, sentimientos de culpa, reducción de la
propia autonomía, etc.
1. Información
Es decir, educación en duelo: qué es el duelo, cómo se presenta, qué puede pasar, qué
se puede hacer, qué pueden hacer otros, etc.). Es importante recordar que una situación
será tanto más angustiante cuanto más se la desconozca. Se trata de la primera de las
tareas del duelo.
2. Compañía
El entorno familiar y social inmediato como interlocutores del dolor, que conozcan tanto
del duelo como el mismo familiar afectado, llenos de paciencia y que sepan cómo
acompañarle y escucharle.
3. Conversación
Una de las tareas más importantes es el hablar del ser querido, del dolor, de lo que le
acompaña, de las angustias, del colapso del futuro, de la rabia y de la desesperación.
a) Ubicación en el ciclo vital: Dónde la persona está con respecto a sus objetivos o tareas
vitales, sociales, personales y biológicas cuando la muerte ocurre.
b) Estilo personal de afrontamiento: Cómo el individuo "lleva" su duelo a través de los
recursos previos de su personalidad, experiencias traumáticas o pérdidas anteriores,
estrategias de afrontamiento y mecanismos de defensa empleados; en este también se
incluyen los valores y las creencias culturales y religiosas internalizadas como
moduladoras del ajuste psicosocial. El estilo de afrontamiento también se refiere a la
resistencia relativa y a la forma característica en la cual el deudo responde a situaciones
estresantes; las estrategias son los patrones que emergen como resultado de los estilos
del individuo y representan conductas, cognisciones y percepciones empleadas en
mantener el equilibrio de cara a la muerte acaecida. En situaciones de grave peligro -
como un duelo - hay un cambio hacia tendencias o esfuerzos de dominio de la situación
más primitivos, rígidos, reflexivos y menos realistas. Las estrategias establecidas o
aprendidas en la juventud es más probable que emergan primero en situaciones de duelo
futuro. Esto es, el individuo tiende a enfrentarse a una nueva situación de estrés con
elementos previamente usadas y que resultaron efectivos. No obstante, en la aflicción, y
dada la dinámica de este proceso, el enfrentamiento con el fracaso de aquellas que
fueron efectivas en otro momento obliga al individuo a establecer unas nuevas a partir
de recursos nuevos, en el menor de los casos propios, dado el agotamiento psicofísico
del deudo, y mayormente de lo proveniente de su entorno. De ahí que la postura más
apropiada en el duelo sea la de una “mente abierta”, abierta a aprender cosas nuevas.
c) Recursos interpersonales: Los recursos interpersonales son las estructuras sociales y
otras personas que contribuyen al proceso de adaptación de los individuos, esto es, otros
familiares, amigos, vecinos, compañeros, grupos comunitarios y otros apoyos sociales
que contribuyen al medio ambiente o entorno del deudo; constituye, por otra parte, la
variable más fácil de abordar, más efectiva en lograr apoyo y la más económica. Durante
la aflicción, el papel del apoyo social es trascendental; actúa como un "buffer" y reduce
el impacto negativo de la pérdida, aumenta la moral, la autoestima, la capacidad de
afrontamiento, el sentido de control, la capacidad de resolución de problemas y
disminuye el estrés emocional. La naturaleza y cantidad de éste que esté disponible al
deudo influyen de forma notable sobre su capacidad de afrontamiento; para examinar
esta variable es preciso tener en cuenta sus cinco elementos constitutivos:
Las personas que son psicológicamente estables, con una buena red de apoyo
social y síntomas mínimos o bien controlados, tendrán pocas dificultades
psicológicas graves en su ajuste a la pérdida y al proceso de congoja; por el
contrario, en presencia de un duelo complicado, aún el individuo con buenos
recursos psicológicos puede naturalmente encontrar difícil su adaptación y, por
tanto, requerir la intervención del equipo asistencial. Cuando un individuo con
pobres recursos, tanto psicológicos como sociales, se enfrenta a la pérdida de
un ser querido, la posibilidad de trastornos psiquiátricos es muy alta y es proba-
ble que requiera una intervención psicosocial más agresiva. Tales deudos
necesitan ser identificados precozmente, suministrándoles el apoyo necesario
para reducir el riesgo de descompensación de su frágil equilibrio sociofamiliar.
El código
El cómo manejamos el lenguaje y la información también depende de nuestras
creencias. Por su parte, el tipo de idea que tengamos sobre una situación
particular determina cómo responderemos a ella, por ejemplo, algunas culturas
piensan que un nacimiento es un acontecimiento feliz, y así lo celebran, y que la
muerte no es buena, así que están tristes en los funerales. Pero para otras la
muerte es una transformación gloriosa, un acontecimiento que merece ser
celebrado, por ello están contentos en los funerales. No es pues el
acontecimiento en sí, sino lo que las personas piensan de él lo que determina
cómo se sienten. Toda información, especialmente las noticias malas y tristes,
está en función de una serie específica de creencias.
Por otra parte, la mayoría de los profesionales subestiman el poder del contacto
físico como forma de comunicación. No puede valorarse en todo su contenido la
importancia que para la familia tiene el sujetar su mano, el tocar su hombro, el
permitir un espacio para sollozar.
Competencias comunicativas
Lingüística Paralingüística No verbal
Uso de las palabras Timbre, tono de voz, velocidad, Gestos, movimientos,
etc. posturas, uso del espacio,
etc.
Pragmática Didáctica
Que sepa ajustar, en la Expresarse de una manera
medida de lo posible, el precisa y justa; valerse de
uso concreto de las tres comparaciones o de
modalidades anteriores de imágenes simples para dar
acuerdo a cada contexto a entender un diagnóstico
social y cultural) duro o complejo)
Cómo se debe informar
Cuando se trata de informar a los familiares de un suceso inesperado como una
muerte violenta, accidental, una enfermedad grave súbita, etc. es aconsejable
utilizar la técnica narrativa, es decir, contar todo lo sucedido desde el inicio, por
ejemplo, accidente, medidas de reanimación si las hubo, transporte, llegada al
hospital, etc. La narración de los hechos permite a los familiares ir adaptándose
a la nueva realidad.
No existe una fórmula perfecta para hacerlo, por este motivo es que se dice que
transmitir las malas noticias es un arte. Tampoco hay una forma justa o
equivocada de hacerlo. Ningún profesional con sentido común usaría la misma
técnica para todos los deudos. Los familiares sobrevivientes son demasiado
distintos para ser tratados así. La experiencia profesional, conocimiento de
técnicas de comunicación, bagaje cultural y la estatura humana, serán las únicas
herramientas de que dispondrá el profesional para poder enfrentarse a tan
delicada tarea.
1. La causa: Se incluye como tal aun cuando las referencias a las circunstancias que
condujeron a la muerte hayan sido previamente explicadas. Tiene, por otra parte, el
propósito de reforzar la realidad y darle un sentido a lo sucedido.
2. El dolor: El interés acerca de si el muerto lo sintió antes de fallecer es una
preocupación común a toda muerte; aun cuando la familia pueda de hecho saber que la
muerte fue dolorosa, hace sin embargo la pregunta y se va sin discutir la respuesta
habitual del profesional.
3. La evitabilidad: El tema de la posible prevención y evitabilidad de la muerte es
frecuente en casos de muertes súbitas, y deberá dedicarse tiempo a su discusión.
4. Nivel de conocimiento de la muerte: Muchos se preguntan (en caso de enfermedad),
proyectando sus propios miedos, sobre si el fallecido pudo darse o no cuenta de la
muerte inminente, reflejando con ello un temor ancestral.
Reflexiones al informar
1. Busque un lugar tranquilo (sala privada, cómoda y tranquila, evite elementos
distractores e interrupciones, cierre puertas y ventanas)
2. No existe una fórmula
3. Espere a que pregunten
4. No discutir la negación (formas: racionalización, desplazamiento, eufemismo,
minimización, autoinculpación)
5. Aceptar ambivalencias
6. Simplicidad y sin palabras rebuscadas
7. No establecer límites ni plazos
8. Hacerlo gradualmente
9. Sea receptivo
10. Extreme la delicadeza
11. Evitar paternalismo y excesiva emoción
12. No diga nada que no sea verdad
13. No presuponer lo que les da angustia
14. Tómese su tiempo
15. Cuide el lenguaje no verbal
16. Esté atento a la solicitud de información
Así, por ejemplo, siéntese con él, abrácelo y dígale: "Cariño, ha ocurrido algo
muy triste. Tu papá ha muerto en un accidente; un carro lo golpeó y su cuerpo
dejó de funcionar. Nadie tiene la culpa de que haya muerto. Lo vamos a extrañar
mucho porque lo queríamos, y él nos quería a nosotros".
Bibliografia