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COMO INFORMAR DE UNA MUERTE

El arte de transmitir malas noticias


Dr. Jorge Montoya Carrasquilla, MD, MS
Director General
Instituto John Bowlby, Gestores de Conocimiento
Medellín – Colombia
+57-4-322.20.08
jorgemontoya@institutojohnbowlby.com
www.institutojohnbowlby.com

No hay forma fácil de dar las malas noticias, y el personal asistencial recibe poca o nula
instrucción en relación a cómo manejar tal situación. Usualmente es en la formación y con la
experiencia cuando se aprende, y no siempre es de la manera más adecuada.

En el mundo asistencial (cualquiera que sea su ámbito), si uno investiga para


encontrar el ajuste donde los profesionales asistenciales parecen actuar menos
como tales y los familiares menos como familiares, la ocasión de un anuncio de
muerte parece ofrecerse como una situación paradigmática; durante las
conversaciones que se siguen a la declaración del fallecimiento, el interés porque
las demostraciones de pena sean adecuadas, por la coherencia de los hechos,
el comportamiento social y la información suministrada e intercambiada, rivalizan
y prácticamente anulan la competencia de los intereses que gobiernan toda
entrevista formal. En otras palabras, prima lo que se va a decir y cómo se va a
decir (1).

Mediante un breve intercambio de observaciones, el profesional y el familiar,


relacionados en tanto que personas, neutralizan efectiva y momentáneamente el
carácter radical discrepante de la perspectiva de cada uno con respecto al
acontecimiento de la muerte. Cada uno, más allá del respeto por la posición del
otro, relega temporalmente a aquella a una importancia secundaria al acordar
mantener un período de charla social. Es decir, se deja de ser profesional o
familiar y se pasa a una nueva relación de un tipo más cercano, lo
suficientemente cercano como para transmitir un asunto doloroso. En este
trabajo en particular se trata de fusionar dos labores de forma simultánea: la de
profesional con la de persona que acompaña a otra que acaba de enterarse de
la pérdida de un ser querido. Puede ser difícil llevar a cabo ambos roles, más
difícil uno u otro, y no siempre resulta fácil renunciar al “ser profesional” pues
muchas personas encuentran cierta “protección” en este rol, más aún cuando se
trata de este “molesto” asunto.

A todos les gusta dar buenas noticias y a casi nadie las malas, y los profesionales
no son una excepción. De hecho, toda persona sufre cuando tiene que hacerlo.
Por lo tanto, el profesional teme, igual que el familiar, las malas noticias, en parte
por las mismas razones que éste y en parte a causa de ciertos aspectos de su
formación profesional (“no hacer daño”) y de persona común y corriente
(pensamiento mágico de “dar la muerte” o “concederla” por hablar de ella), con
la culpa que ello conlleva. Lamentablemente, en los tiempos que corren, los
profesionales no reciben durante su etapa de formación en las facultades y
escuelas universitarias ningún adiestramiento en este sentido. Las facultades
consideran cumplida su misión si logran hacer del estudiante un buen técnico y
se premia el “éxito”, no la compasión.
Resulta casi inútil intentar encontrar en los libros de texto escritos sobre cualquier
tipo de orientación, bien teórica o doctrinal, bien basada en la propia experiencia
de sus autores (de nuestros catedráticos y profesores), que pueda servir como
norma de conducta o como guía de referencia para transmitir las malas noticias
en casos de muerte y que se adecúen a la cultura local. Parece como si estos
aspectos de la relación con las personas en tanto personas, de la comunicación
con ellas, y no digamos de todo lo referente al tema de cómo plantearle una
noticia de muerte, rebasan el campo de la propia profesión y quedan relegados
a lo que, no siempre con el respeto debido, suele ser calificado como “tarea para
los humanistas” o, en el peor de los casos, “para aquellos sin escrúpulos”. Se
establece en la práctica una separación que sitúa en un campo lo técnico-
científico y en el otro los valores humanos, sin apenas dejar margen para algún
que otro solitario puente entre ambos. No siempre es fácil decir la verdad, y
siempre es difícil, muy difícil comenzar a decirla cuando nunca se ha dicho.

Aunque existan imperativos legales, nunca se debe olvidar que informar de una
muerte es, antes que nada, un acto incuestionablemente humano. Que una
persona, aunque sea un técnico, deba comunicar a un semejante sobre la muerte
de un ser querido es a la fuerza un hecho tremendamente humano, y éste debe
hacer gala, más que nunca, de una auténtica humanidad. Es el momento de
mayor grandeza del acto asistencial y también uno de los más difíciles. Debemos
pues comprender que la comunicación es una ciencia que no se debe improvisar
y que el profesional debe tener buenos conocimientos sobre la comunicación y
todas sus formas de expresión.

El secreto de la comunicación de las malas noticias no asienta en lo que uno


transmita, sino en lo que el otro concluye gracias a nuestra guía con la información
adecuadamente suministrada; es decir, quien escucha debe llegar a la conclusión de
lo que aquel que informa quiere decirle. De esta forma será menos traumático.

LA COMUNICACIÓN
Se trata de una herramienta terapéutica esencial que da acceso al principio de
autonomía, al consentimiento informado, a la confianza mutua, a la seguridad y
a la información que necesitan las personas para ser ayudadas y ayudarse a sí
mismas, así como para el desarrollo de las consecuencia que aquella lleva
consigo. También permite la imprescindible coordinación entre la institución, el
equipo cuidador y la familia. Una buena comunicación entre la institución y éstas
reduce ostensiblemente el estrés generado en la actividad diaria. Una familia con
accesibilidad fácil a la información de lo que está sucediendo es más eficaz con
ella misma y crea menos problemas.

Comunicar es hacer partícipe o transmitir a otra persona algo que se TIENE:


información, sentimientos, pensamientos o ideas. Lo que no se tiene, no se puede
transmitir.

Los objetivos más importantes de esta son informar, orientar y apoyar, y sus
componentes principales son (2):

Componente Significado Ejemplo ¿Quién?


a) Mensaje Algo que transmitir Una muerte Un policía, un familiar
b) Emisor Alguien que lo transmita Un profesional Un psicólogo/a, otros
c) Receptor Alguien que lo reciba Familiar Esposa/o, madre, padre, hijo/a,
hermano/a, amigo/a
d) Código Lenguaje Castellano Analfabeta, alfabeto,
discapacidad mental o física
e) Canal Oral, escrito, telefónico, no Oral/telefónico Estado de ánimo, edad.
verbal

Las personas con más altos niveles de confianza a la hora de comunicar malas
noticias son personas que:

1. No interrumpen el discurso del sujeto


2. Mantienen contacto visual-facial
3. Entienden y comprenden las emociones

El Mensaje: las malas noticias


Se definen como tales a aquellas que alteran las expectativas de futuro de las
personas. El grado de “maldad” viene definido por la distancia que separa las
expectativas de la realidad de la situación. Las malas noticias nunca suenan
bien.

Es difícil buscar una definición que refleje todas las situaciones y dimensiones
que ellas pueden implicar. En general, el personal asistencial tiende a dar
importancia a lo que es importante para él, mientras no se la da a lo que él
considera banal. No obstante, parece lógico que quien debe decidir si una
información determinada es o no una mala noticia debe ser aquella sobre quien
recae el problema, la persona a la que afecta esa información. Este argumento
lleno de sentido común en el terreno de lo teórico es frecuentemente olvidado en
la práctica. Así, por ejemplo, cuando se da una noticia de “cáncer” y
posteriormente, a la misma persona, se le da un diagnóstico de “diabetes”, ésta
última, en general, suele perder su carga emocional propia, pues suele ser
absorbida por la primera; si bien, si la persona considera que el “cáncer” es una
enfermedad que puede producir un final relativamente rápido, éste podrá ver la
diabetes como más trágica debida a todo lo que su cuidado conlleva (“tener que
inyectarse de por vida”, no poder comer determinadas cosas, etc.).

La mayoría de los autores parecen aceptar la definición de una mala noticia como
aquella que afecta negativamente a las expectativas de la persona, bien por ser
ella la directamente afectada por la situación de muerte o por ser alguna otra de
su entorno inmediato, por ejemplo, los padres de un joven fallecido de forma
inesperada y a quienes se tiene que informar del hecho.

¿Por qué preocupa el cómo dar las malas noticias?

1. Por falta de formación: No existe formación reglada en esta área de la comunicación.


Las facultades y academias contemplan el binomio salud-enfermedad desde una
perspectiva totalmente biológica, desatendiendo prácticamente toda formación en
habilidades de comunicación.
2. Por las consecuencias y las perspectivas: El ser poco hábiles dando malas noticias
puede generar un sufrimiento añadido innecesario en la persona que la recibe, por el
contrario, saber manejarlas puede disminuir el impacto emocional en el momento de ser
informado, permitiéndole asimilar la nueva realidad poco a poco y afianzando el
intercambio personal. Además, un buen manejo disminuye el nivel de ansiedad del
profesional y aumenta su nivel de satisfacción. Este dilema puede generar en el
profesional un estrés desmedido que obstaculice una comunicación adecuada.
3. Por imperativo profesional y humano: Como se ha señalado, muchas veces se teme
dar malas noticias a causa de ciertos aspectos de la formación profesional (“no hacer
daño”, quedar como “verdugos”) y de persona común y corriente (pensamiento mágico
de “dar la muerte” o “concederla” por hablar de ella).
4. Por temor a las nuevas demandas: El que transmite la información tendrá que hacer
frente a nuevas demandas del tipo intervención en crisis, apoyo psico-emocional
permanente, recepción de angustias y agresiones, solicitud de protección y no
abandono, conocimientos de la fase aguda del duelo, etc., demandas frente a las cuales
puede no contar con las habilidades apropiadas.

Impacto de un mensaje transmitido

 El 55% proviene de señales y gestos


 El 38% de aspectos de la paralingüística
 Solo el 7% proviene de componentes verbales

El emisor
Habitualmente las personas elaboran una escueta historia de los hechos que
desencadenaron la muerte, no importa en qué medida su limitado conocimiento
del fallecido pueda restringir el grado de posibilidades, en un intento de reducir
parte del shock que causan las muertes repentinas y lograr un mejor
entendimiento de las noticias por parte de los familiares. Por otra parte, también
se pretende dar origen a algunos significados mediante los cuales el
acontecimiento pueda ubicarse en una secuencia de sucesos naturales o
accidentales, o como consecuencia de la propia profesión, esto es, la muerte
como fenómeno inherente al oficio o quehacer; literalmente “se conduce” a la
familia a la “verdad supuesta”.

Debemos darnos cuenta de que la cuestión de la transmisión de las malas


noticias no es un asunto de principios y dogmas, sino un problema de
comunicación, en el cual nunca se ve afectada una sola de las partes (el familiar),
sino también la otra (el profesional). La cuestión que debe plantearse no es sólo
la de saber si éste puede soportar la verdad, sino también la de saber si aquel,
el familiar o cualquier otro asistente la soportan.

Nadie puede decir si esta solución es la buena o si es mejor que otra, pues no
se puede evitar que las personas se angustien: la tristeza es una respuesta
normal y adaptativa a los eventos dolorosos de la vida. La cuestión importante
es el impacto de esta elección sobre la relación entre ellos y los demás.

Se debe reconocer que se encauza un tipo de relación diferente, tanto en un


caso como en el otro (si se dice o no se dice la verdad). De lo que se trata es de
saber en qué medida se puede contar con el profesional y con el familiar para
que la comunicación sea estorbada lo menos posible, y que la relación pueda
continuar.

En este contexto del emisor, es muy importante contemplar la comunicación no


verbal cara a cara y sus características, fundamental en la comunicación de las
malas noticias:

 El 65% de la comunicación es no verbal


 El 35% de la comunicación es verbal
El receptor
Debido a que muchas reacciones a la noticia son posibles, las personas
involucradas en la comunicación de las malas noticias deben reconocer que cada
persona reacciona de forma diferente y que es útil tener algún plan de acción en
mente para permitir mayor variación y libertad de estas respuestas
idiosincráticas.

Las malas noticias son experimentadas como una serie de crisis psicosociales
predecibles o fases que ocurren en relación a las preocupaciones existenciales
asociadas con diferentes períodos después de la comunicación; sólo pronunciar
la palabra "muerte" conlleva una fuerte carga emocional. Además, el morir está
asociado culturalmente a fenómenos ajenos a nuestro control: violencia externa,
castigo por malas acciones, malos pensamientos, culpa, vergüenza, etc. Las
creencias generalizadas respecto a ciertas profesiones (por ejemplo, policía,
soldado, etc.) y la mala información influyen también en la reacción tanto social
como del familiar.

Las personas tienden a exhibir tendencias consistentes de reacción aún a través


de diferentes detalles de tiempo en tiempo durante su ciclo evolutivo. Aunque las
mismas tendencias generales están presentes en todos los individuos, la forma
específica y la intensidad varían de acuerdo a tres patrones específicos: la heren-
cia, el medio ambiente y las circunstancias. Entre estas variables matizadoras
están: la historia familiar; edad, sexo y estado civil; conocimiento, actitudes,
creencias y percepción de la muerte y de sus consecuencias; reacción del
entorno; percepción de la ayuda ofrecida y tipo de relación mantenida con el
profesional; personalidad y estrategias de afrontamiento; antecedentes
personales psiquiátricos, incluyendo abuso de alcohol o drogas; características
de la muerte; grado de religiosidad y nivel socioeconómico, y el "cómo" y el "por
quién" es presentada la realidad.

Los primeros estudios sobre las reacciones a una mala noticia resaltaron el
violento efecto transformador sobre la persona cuando el individuo busca
integrar la idea de la muerte, usando sus mecanismos de defensa para evitar ser
apabullado; tras una primera valoración (¿qué tan angustiante o dramático es
para mi la información recibida?) seguirá una segunda valoración casi inmediata
(¿con qué herramientas cuanto para defenderme?). También es muy importante
el considerar la causa de lo sucedio, de procesar la información y tratar con el
impacto sobre las relaciones personales más inmediatas. Sabemos que el
sentido de dominio es favorecido al encontrar una causa racional a la muerte
misma. Así, una de las respuestas típicas y adaptativas a estos hechos
amenazantes es la búsqueda de un significado de lo sucedido. La trágica noticia
trastorna completamente el sistema de relaciones:

(1) El resultado de la misma es desconocido (no hay visión de futuro de esas


consecuencias) y, consecuentemente, el individuo es enfrentado con el problema de un
reajuste alternativo a varias posibilidades;
(2) Es forzado a intentar adaptarse en un tiempo en que su energía está ocupada con
las consecuencias en su propio mundo;
(3) Tiene que integrar dentro de su contexto una relación central con un extraño o una
serie de extraños que mantienen su vida afectiva en sus manos. El familiar es entonces
empujado a una relación repentina y decisivamente dependiente, a un grado que es
proporcional a la gravedad de los síntomas o al conocimiento de la gravedad de los
hechos.

El período que coincide con la reacción inicial a la mala noticia es descrito como
el de una "fiebre o inflamación psíquica" (aprieto existencial, impacto emocional
agudo), similar a una respuesta febril, pasajera y que no deja repercusiones
graves en los individuos psicológicamente saludables. Esta respuesta se
caracteriza por la presencia de un malestar agudo y de un trastorno afectivo
transitorio, en donde el familiar usa la negación de forma temporal y se enfrenta
activamente con el estrés. También se reconocen ciertos niveles de emoción y
ansiedad como normales en esta situación clínica. Es un tiempo en que las
demandas afectivas sobre el individuo exceden su capacidad de respuesta,
resultando en una excitación psicológica y fisiológica (estrés). Es un tipo de
respuesta ante una situación profundamente perturbadora, que orgánica y
psíquicamente es sentida como peligrosa, y que biológicamente es la respuesta
ante la pérdida.

Minimizar la naturaleza angustiante de los hechos, junto a un cierto grado de


negación mayor o menor, y simultáneamente con la presencia de una cierta
esperanza (expresada en tópicos como “voy a ser capaz de superarlo”), son
mecanismos de defensa transitorios y útiles contra la ansiedad apabullante que
permiten a la persona escuchar la noticias más gradualmente. Si esto no inter-
fiere con su mundo, se le debe dejar un espacio de tiempo para que pueda
adaptarse e incorporarse a un plan constructivo de acción, expresar y confrontar
sus miedos y evaluar cómo esa experiencia afectará diversas esferas de su exis-
tencia.

Es importante resaltar que la reacción inicial de aturdimiento es natural, y que el


shock puede, de alguna manera, proteger al familiar, dándole el tiempo necesario
para un ajuste apropiado. La adaptación a largo plazo puede tardar meses o no
darse, según sea el curso del duelo y la ayuda recibida.

Las personas que han sido profundamente religiosas antes de la comunicación


de las malas noticas, usualmente encuentran gran consuelo "poniendo las cosas
en manos de Dios", usado su religión y sus creencias como la estrategia de
afrontamiento más importante. Aquellos que poseen sistemas de fe muy fuertes
a menudo se muestran más calmados, en principio aceptan más la muerte y
confían más en el apoyo de sus comunidades religiosas; para otros, una fe tibia
o "el descuido de su deberes religiosos" hacen que, tras la comunicación,
adquieran las mismas características que en el grupo anterior. Las personas que
no tienen una orientación religiosa convencional, usualmente confían en su
aproximación personal de la vida y la muerte. En todo caso, estos individuos
puede beneficiarse de la discusión de sus creencias con los miembros del
equipo - quiénes les animen a explorar sus pensamientos acerca de las
preocupaciones existenciales - cuando ellos buscan una perspectiva desde la
cual apreciar esta grave amenaza a su vida y su mundo.

Las personas que mejor suelen asumir las malas noticias suele ser aquellas
profundamente religiosas (de hecho, no de palabra) o las que “no cren en
nada”; los peores resultados suelen observarse en aquellas “medias tintas” en
sus creencias personales, curiosamente la mayor parte de la humanidad.

El "estar de duelo" es sólo una parte del problema. El familiar debe enfrentarse
a todo lo relacionado directa o indirectamente con la muerte: comunicación de
las malas notiacias a otros, incluidos niños, cómo sobrevivir sin la otra persona,
problemas económicos, miedo, rabia, sentimientos de culpa, reducción de la
propia autonomía, etc.

Se identifican tres grandes variables que influyen en el proceso adaptativo del


familiar a la muerte de su ser querido:

1. Información
Es decir, educación en duelo: qué es el duelo, cómo se presenta, qué puede pasar, qué
se puede hacer, qué pueden hacer otros, etc.). Es importante recordar que una situación
será tanto más angustiante cuanto más se la desconozca. Se trata de la primera de las
tareas del duelo.
2. Compañía
El entorno familiar y social inmediato como interlocutores del dolor, que conozcan tanto
del duelo como el mismo familiar afectado, llenos de paciencia y que sepan cómo
acompañarle y escucharle.
3. Conversación
Una de las tareas más importantes es el hablar del ser querido, del dolor, de lo que le
acompaña, de las angustias, del colapso del futuro, de la rabia y de la desesperación.

El reconocimiento de dónde está el familiar física, social y psicológicamente en


cada uno de estos tres elementos es muy útil para interpretar el impacto
emocional de la muerte, y más útil aún al permitir anticipar problemas y planear
soluciones apropiadas.

Las actitudes sociales y las creencias culturales acerca de la muerte no sólo


afectan la forma en que el profesional trata al familiar, sino también a cómo los
familiares se ven a ellos mismos, a su dolor y tragedia, y a su futuro. Los deudos
ocasionalmente sufren de aislamiento social y pueden no ser bienvenidos por
familiares y amigos, preocupados frecuentemente en no decir cosas inoportunas
o hacer preguntas inapropiadas. Los sentimientos de rabia, negación, miedo y
angustia pueden dominar el clima afectivo del entorno que le rodea.

En relación con el aspecto psicológico individual, se destacan tres variables que


afectan de forma dramática el proceso adaptativo del familiar al hecho de la
muerte:

a) Ubicación en el ciclo vital: Dónde la persona está con respecto a sus objetivos o tareas
vitales, sociales, personales y biológicas cuando la muerte ocurre.
b) Estilo personal de afrontamiento: Cómo el individuo "lleva" su duelo a través de los
recursos previos de su personalidad, experiencias traumáticas o pérdidas anteriores,
estrategias de afrontamiento y mecanismos de defensa empleados; en este también se
incluyen los valores y las creencias culturales y religiosas internalizadas como
moduladoras del ajuste psicosocial. El estilo de afrontamiento también se refiere a la
resistencia relativa y a la forma característica en la cual el deudo responde a situaciones
estresantes; las estrategias son los patrones que emergen como resultado de los estilos
del individuo y representan conductas, cognisciones y percepciones empleadas en
mantener el equilibrio de cara a la muerte acaecida. En situaciones de grave peligro -
como un duelo - hay un cambio hacia tendencias o esfuerzos de dominio de la situación
más primitivos, rígidos, reflexivos y menos realistas. Las estrategias establecidas o
aprendidas en la juventud es más probable que emergan primero en situaciones de duelo
futuro. Esto es, el individuo tiende a enfrentarse a una nueva situación de estrés con
elementos previamente usadas y que resultaron efectivos. No obstante, en la aflicción, y
dada la dinámica de este proceso, el enfrentamiento con el fracaso de aquellas que
fueron efectivas en otro momento obliga al individuo a establecer unas nuevas a partir
de recursos nuevos, en el menor de los casos propios, dado el agotamiento psicofísico
del deudo, y mayormente de lo proveniente de su entorno. De ahí que la postura más
apropiada en el duelo sea la de una “mente abierta”, abierta a aprender cosas nuevas.
c) Recursos interpersonales: Los recursos interpersonales son las estructuras sociales y
otras personas que contribuyen al proceso de adaptación de los individuos, esto es, otros
familiares, amigos, vecinos, compañeros, grupos comunitarios y otros apoyos sociales
que contribuyen al medio ambiente o entorno del deudo; constituye, por otra parte, la
variable más fácil de abordar, más efectiva en lograr apoyo y la más económica. Durante
la aflicción, el papel del apoyo social es trascendental; actúa como un "buffer" y reduce
el impacto negativo de la pérdida, aumenta la moral, la autoestima, la capacidad de
afrontamiento, el sentido de control, la capacidad de resolución de problemas y
disminuye el estrés emocional. La naturaleza y cantidad de éste que esté disponible al
deudo influyen de forma notable sobre su capacidad de afrontamiento; para examinar
esta variable es preciso tener en cuenta sus cinco elementos constitutivos:

(1) Tipo: informativo, afectivo-emocional, físico-financiero, aprecio-valoración o


pertenencia a grupo; su efectividad aumentaría en tanto y cuanto mayor sea el
número de elementos simultáneos que intervengan, no obstante, la variabilidad
puede, y en verdad lo es, notable; de cualquier forma, es necesario valorar
periódicamente cuáles de estos apoyos son requeridos según la situación del familiar
en un momento determinado. Para algunos deudos el apoyo afectivo-emocional
puede ser el único requerido durante todo el proceso de duelo; lo importante es que
exista una puerta abierta a cada uno de ellos.
(2) Fuente: a) Familiares (cónyuge, compañero/a, otros familiares); b) Social (amigos,
vecinos, compañeros, colegas); c) Comunitario (asistente especializado, grupo de
ayuda mutua, grupos comunitarios y religiosos), y d) Profesional (asistente social,
profesionales de la salud). En este contexto cabe decir que el grupo menos
desarrollado es el comunitario, siendo los familiares y, en ocasiones, el entorno
social y menos frecuentemente el profesional, la principal fuente de apoyo y soporte
para el deudo. Por otra parte, constituye el elemento con mayor potencial de creci-
miento en la asistencia a estos familiares.
(3) Cantidad y disponibilidad: este elemento pretende determinar la variabilidad
intrínseca y extrínseca del apoyo ofrecido al individuo, y tiene en cuenta los
siguientes aspectos: busca, por un lado, explorar las relaciones más íntimas del
deudo y, por otro, objetivar el posible "interlocutor elegido"; análisis de la red social:
estabilidad, accesibilidad y reciprocidad del número de contactos directos y
frecuencia de los mismos; valoración de las relaciones previas (igual a las actuales,
menos/mayor que las anteriores al fallecimiento y pérdidas más significativas);
disponibilidad: valora la accesibilidad del recurso y la disposición psicofísica del
deudo a aceptarla a través de seis ítems interrelacionados (imposibilidad para salir
del hogar; imposibilidad para recibir visitas en casa; no busca ayuda aunque conoce
las fuentes o recursos; no conoce las fuentes aunque le gustaría conocerlas; no le
interesa conocerlas por ahora; no quiere/no desea ayuda externa). En su conjunto,
este elemento pretende explorar el grado de aislamiento social y afectivo del deudo
y las repercusiones sobre éste y sobre el entorno mismo.
(4) Calidad: consiste en valorar el carácter del mismo, su situación temporal y su
cantidad. Su valoración permite orientar, reforzar o motivar, y modificar la calidad del
apoyo ofrecido al deudo durante el curso evolutivo del duelo.
(5) Necesidad percibida: este elemento permite una valoración más adecuada del apoyo
ofrecido al deudo y su familia al confrontar las necesidades percibidas con las
objetivadas por el observador y por la familia. En cuanto al deudo: éste no reconoce
ninguna falta o carencia en la ayuda que se le da, está satisfecho con la misma;
carencias reconocidas por el deudo; déficit de apoyo o soporte reconocidos por el
entrevistador. A su vez, valora los principales temores relacionados a este tipo de
apoyo (temor de ser abandonado, de ser rechazado, de ser una carga para los
demás).
(6) Finalmente, y dentro del marco de los recursos interpersonales, es fundamental
valorar el "sitio o sitios-fuentes de problema" en obtener y mantener un adecuado
apoyo o soporte psicosocial. Para ello se hace necesaria una valoración del entorno
emocional más inmediato del deudo (cónyuge, hijos, hermanos, padres, etc.),
confrontando a su vez las percepciones tanto del proveedor del apoyo como del
receptor (deudo principal). Así, valoramos en el proveedor del apoyo: disponibilidad
física y emocional, consciencia de necesidad, interés en proporcionar la ayuda,
capacidad para iniciar los esfuerzos de ayuda (consciencia de lo que es útil,
habilidad, experiencia y flexibilidad), efectividad del respaldo (satisfacción, ayuda
alternativa). Y en el receptor: estado de la relación previa, capacidad para
pedir/buscar ayuda, valoración de la ayuda ofrecida, estado de la relación actual,
evolución de la relación desde el inicio del duelo.

La calidad de vida y la adaptación del deudo a un punto determinado de su


aflicción representa así el balance entre los hechos circunstanciales y el efecto
mitigante de las estrategias de afrontamiento personales e interpersonales; este
balance es delicado y dinámicamente cambiante, pudiendo inclinarse a mejor o
peor calidad de vida por los cambios en la circunstancias (crisis concurrentes),
alternativas del proceso adaptativo y apoyo del entorno.

Las personas que son psicológicamente estables, con una buena red de apoyo
social y síntomas mínimos o bien controlados, tendrán pocas dificultades
psicológicas graves en su ajuste a la pérdida y al proceso de congoja; por el
contrario, en presencia de un duelo complicado, aún el individuo con buenos
recursos psicológicos puede naturalmente encontrar difícil su adaptación y, por
tanto, requerir la intervención del equipo asistencial. Cuando un individuo con
pobres recursos, tanto psicológicos como sociales, se enfrenta a la pérdida de
un ser querido, la posibilidad de trastornos psiquiátricos es muy alta y es proba-
ble que requiera una intervención psicosocial más agresiva. Tales deudos
necesitan ser identificados precozmente, suministrándoles el apoyo necesario
para reducir el riesgo de descompensación de su frágil equilibrio sociofamiliar.

El código
El cómo manejamos el lenguaje y la información también depende de nuestras
creencias. Por su parte, el tipo de idea que tengamos sobre una situación
particular determina cómo responderemos a ella, por ejemplo, algunas culturas
piensan que un nacimiento es un acontecimiento feliz, y así lo celebran, y que la
muerte no es buena, así que están tristes en los funerales. Pero para otras la
muerte es una transformación gloriosa, un acontecimiento que merece ser
celebrado, por ello están contentos en los funerales. No es pues el
acontecimiento en sí, sino lo que las personas piensan de él lo que determina
cómo se sienten. Toda información, especialmente las noticias malas y tristes,
está en función de una serie específica de creencias.

Cualquiera que sea la posición al respecto, al transmitir la noticia de una muerte


se está a punto de ver cómo se modifica sustancialmente la forma en que una
persona responde a cualquier situación, cambiando simplemente la forma en que
se da la información. El lenguaje utilizado modifica la percepción de cómo se
recuerdan las cosas, pues el estilo en que se formula una pregunta puede causar
un impacto sustancial en cómo se rememoran los detalles; por ejemplo, respecto
a un accidente automovilístico, a quienes se preguntó a qué velocidad iba el
vehículo cuando se estrelló contra el otro, hicieron estimaciones más altas que
a quienes se preguntó a qué velocidad iba cuando golpeó al otro coche.
El canal
Como hemos visto, en el momento de la comunicación es muy importante tener
en cuenta que cerca del 90% de ésta pude llegar a ser no verbal. Es primordial
analizar e interpretar los flujos de comunicación que se manifiestan mediante las
expresiones faciales, gestuales, posturales, contacto físico, tono de voz y
dirección e intensidad de la mirada. Este tipo de transmisión de significados está
compuesto de:

1. Posición: de pie o sentado a la hora de dar la información. De igual manera, a través


de ella expresamos acercamiento, relajación, dominancia, indiferencia, ira.
2. Entorno o lugar: un pasillo o una habitación privada.
3. Dirección de la mirada y contacto ocular: se debe mirar la parte superior de la cara,
evitando una duración excesiva.
4. Expresión facial: a través de ella mostramos nuestros estados emocionales básicos
(alegría, sorpresa, tristeza, miedo, ira, asco, etc.).
5. Atención y escucha.
6. Tiempo dedicado.
7. Actitud.
8. Contacto físico.
9. Kinésica: gestualidad, expresión facial, movimientos de la cabeza (asentir), postura
y porte, movimiento de las manos, de los pies, de las piernas.
10. Prosémica: proximidad y orientación; distancia íntima (0 a 45 cm), personal (45 a 120
cm), social (120 a 365 cm), pública (más de 365 cm).
11. Diacrítica: apariencia y aspecto físico.
12. Paralingüística: timbre, tono de voz, velocidad, etc.

Por otra parte, la mayoría de los profesionales subestiman el poder del contacto
físico como forma de comunicación. No puede valorarse en todo su contenido la
importancia que para la familia tiene el sujetar su mano, el tocar su hombro, el
permitir un espacio para sollozar.

Ciertamente no es correcto utilizar la verdad como un arma arrojadiza sin reparar


en el daño que se puede hacer. La gente se pregunta si el familiar es capaz de
encajar la verdad, si bien no se cuestionan si serán más bien ellos capaces de
mantener una relación con alguien que está muy afligido y tiene un dolor que no
se le puede quitar. Es importante reconocer que al aceptar hablar con la verdad
se entrará con el familiar en una relación en la que se estará implicado
personalmente, en la que el familiar hablará eventualmente de su dolor, de su
angustia y de su tristeza, de los muchos otros sentimientos que experimenta y
de los problemas de todo orden que esto le conlleva. Un “estar juntos” en el que
se formarán lazos diferentes de los que sirven de soporte a los cuidados
puramente técnicos.

Competencias comunicativas
Lingüística Paralingüística No verbal
Uso de las palabras Timbre, tono de voz, velocidad, Gestos, movimientos,
etc. posturas, uso del espacio,
etc.
Pragmática Didáctica
Que sepa ajustar, en la Expresarse de una manera
medida de lo posible, el precisa y justa; valerse de
uso concreto de las tres comparaciones o de
modalidades anteriores de imágenes simples para dar
acuerdo a cada contexto a entender un diagnóstico
social y cultural) duro o complejo)
Cómo se debe informar
Cuando se trata de informar a los familiares de un suceso inesperado como una
muerte violenta, accidental, una enfermedad grave súbita, etc. es aconsejable
utilizar la técnica narrativa, es decir, contar todo lo sucedido desde el inicio, por
ejemplo, accidente, medidas de reanimación si las hubo, transporte, llegada al
hospital, etc. La narración de los hechos permite a los familiares ir adaptándose
a la nueva realidad.

¿Cuáles son las palabras adecuadas? Cuatro puntos caracterizan una


exposición abierta y apropiada de los hechos:

(1) Hacerlo tranquilamente.


(2) De forma corta (tres frases o menos).
(3) De forma que estimule un diálogo posterior.
(4) Reasegurar la atención y el cuidado continuo.

Quedarse de pie mientras se transmiten malas noticias es considerado por las


personas como despiadado y expresivo de un deseo de irse o terminar lo más
pronto posible.

Al hacerlo, se debe intentar que el lenguaje verbal (lo que se dice), el


paralenguaje (tono que se utiliza) y el lenguaje no verbal sean coherentes; la
información se dará usando frases cortas y vocabulario lo más neutro posible.
Hay que asegurar la bi-direccionalidad, es decir, facilitar que el deudo principal
o su familiar pregunten todo lo que deseen, adaptando lo que se transmite en
cantidad y cualidad a las emociones de éste. En estos casos se trata de un
proceso y no de un monólogo duro del profesional.

El silencio es una herramienta de información y de terapia: es terapéutico cuando


el deudo se conmueve, llora o se irrita. Un silencio empático, mirándole a la cara,
prestándole atención, es muy útil porque sabe que puede contar con el
profesional. Si la persona no sabe qué decir en una situación difícil, es mejor
callarse. Los sujetos conmovidos por una noticia grave pueden querer hablar o
no; escuche sus palabras y su silencio. Muchas veces éste da más información
que la expresión verbal. En situaciones muy emotivas se tiene la tendencia a
interrumpir, ofrecer soluciones e incluso trivializar las expresiones de la persona
afligida. Es mejor permitir el llanto y facilitar la expresión del dolor. La escucha
activa propicia una baja reactividad, lo cual puede lograrse con una postura
neutral, de no interrumpir, esperar a que el familiar acabe antes de empezar a
hablar, e incluso, si la situación lo requiere, favorecer breves momentos de
silencio.

La comunicación acerca del desenlace mortal y su correspondiente toma de


conciencia resultará siempre muy dura; sentarse junto al familiar durante un
período de tiempo prudencial es una parte esencial de este primer encuentro. Si
la persona rehúye y rechaza con excesiva vehemencia la posibilidad del
desenlace fatal, el profesional le ha de conceder ese espacio, y ha de "dosificar"
la comunicación en varios momentos; en caso de duda sobre lo que el familiar
desea saber, responder a una pregunta con otra pregunta. Si no se está seguro
de lo que se ha dicho al deudo, deberá preguntársele, ya que lo importante no
es lo que se dice sino lo que es oído. El familiar mismo ha de saber a su vez si
los que le rodean están al corriente o no de su situación. Después de pronunciar
palabras como “muerte”, “asesinado” o "atropellado " la persona puede no
recordar nada de lo que se le diga después; a esto se le llama “bloqueo post-
información”: el sujeto puede olvidar hasta el 40% de la información recibida y
más si han sido malas noticias.

La integración emocional de este diálogo decisivo puede provocar durante las


horas siguientes, y en los días sucesivos, reacciones bruscas. El asistente debe,
en consecuencia, visitar o llamar más a menudo al familiar; una fase optimista
en el sujeto, motivada por diversas circunstancias, pueden inducir a una dis-
torsión de la realidad; el muy ansioso probablemente confunda, mal interprete o
no entienda lo que se le dice, requiriendo en ocasiones varias repeticiones de la
misma información; el deprimido quizá sólo "escuche" los aspectos más
negativos de ésta, etc. Al igual que el desarrollo del duelo es cambiante, el
proceso de comunicación es dinámico, como lo es el receptor.

Quien dice el diagnóstico es igualmente importante desde una perspectiva


psicológica. Tradicionalmente era el médico, el cura, el jefe o un superior, el
informador habitual: conocía al fallecido y a su familia, era de confianza y estaba
en mejor posición de decir cómo, cuándo y qué debería ser dicho. Hoy día, todos
desean que el deudo se entere de lo que pasa sin tener necesidad de decírselo.
En cualquier caso, la información de este tipo debe proporcionarla la persona
más directamente responsable del fallecido. Será ella quien habrá de saber a
qué se compromete e informar a los demás sobre el hecho de haber entablado
esa conversación, de forma que no se perjudique la relación de confianza entre
el deudo y la institución responsable de su caso. Idealmente, las noticias deberán
ser transmitidas por personal asistencial del que la familia tenga referencia o al
menos conozca. El profesional asistente debe conservar la ecuanimidad y evitar
que su situación anímica influya en la valoración pronostica de la información;
debe estar accesible, abordable y no dar la sensación de tener prisa o de estar
muy ocupado. Por otro lado, la necesidad de congruencia en lo que se dice es
fundamental, tanto para el deudo principal como para su familia.

En el ámbito institucional, es importante llevar a la familia a un lugar tranquilo


donde la expresión de las emociones no sea embarazoso: también suele ser útil
tener a otro familiar presente en el momento de transmitir la información (aflicción
compartida); después de que la respuesta inicial ha disminuido, y si es posible,
es importante que se ofrezca la oportunidad de estar a solas con el cuerpo del
difunto: esto puede ser confortante y refuerza la realidad. Posteriormente la
discusión deberá responder a cuestiones clínicas. En la medida de lo posible,
este proceso debe hacerse personalmente y evitar el teléfono, pues no se puede
prever la respuesta emocional ni modular la información según ésta. Propiciar
que esté acompañado cuando se vaya a dar la comunicación, o esperar con él
hasta que llegue algún otro ser querido si se ha tenido que informarle estando
solo. También es importante evitar las horas nocturnas. Tener en cuenta
determinadas circunstancias personales (por ejemplo, la edad, enfermedades
graves) y familiares del deudo si así ellos lo expresan o demandan.

Una completa y clara explicación de las circunstancias que rodearon y


condujeron a la muerte suele ser ya, de formas más tranquila, retomada y
repetida. Las respuestas abiertas y la discusión de las preguntas permiten al
deudo entender intelectualmente las circunstancias que condujeron a la misma
o podrán aliviar o resolver interpretaciones erróneas de responsabilidad
personal.

La reacción inmediata es usualmente la de un estado de shock con incredulidad,


aun cuando se hubiese dado un período de aflicción anticipatoria, reflejando la
fase inicial del duelo; el rango de emociones varía desde el estoico y no emotivo
al histérico. Ocasionalmente ocurren respuestas patológicas (generalmente
pasajeras, aunque algunas pueden llegar a ser extremas y requerir
intervenciones más agresivas para proporcionar confort y seguridad). El
patetismo del momento con frecuencia complica la capacidad para manejar la
situación rápidamente; además, problemas psiquiátricos previos pueden verse
exacerbados en esos momentos y resultar en una amenaza al propio sujeto o a
otros. Adquirir una verdad existencial tarda un tiempo en incorporarse, y anunciar
la muerte no es cosa racional.

Con el anuncio de muerte y la creación del “estatus de deudo” (una especie de


estado civil temporal), sin embargo, la familia goza del derecho temporal de
suspender su interés por los requerimientos normalmente forzosos de la
conducta, la atención, la amabilidad, la deferencia y el respeto por el entorno.
Una compostura apropiada sólo suele exigirse a los familiares más lejanos,
amigos o conocidos; si el entorno es apropiado, pueden desbordarse sin miedo
a ser sancionados, teniendo el derecho de esperar que otros respeten su
posición.

Transmitir las noticias de la muerte es también para el doliente inmediato


anunciar su propio estado de duelo, y al hacerlo puede obligar a otros a asumir
una expresión de simpatía sin dejar que esta surja de forma natural; no sólo se
fuerza una expresión de condolencia, sino que también suele apreciarse una
disminución del propio dolor por la pérdida.

No existe una fórmula perfecta para hacerlo, por este motivo es que se dice que
transmitir las malas noticias es un arte. Tampoco hay una forma justa o
equivocada de hacerlo. Ningún profesional con sentido común usaría la misma
técnica para todos los deudos. Los familiares sobrevivientes son demasiado
distintos para ser tratados así. La experiencia profesional, conocimiento de
técnicas de comunicación, bagaje cultural y la estatura humana, serán las únicas
herramientas de que dispondrá el profesional para poder enfrentarse a tan
delicada tarea.

En este mismo contexto, y aunque no existe ninguna preferencia por el orden,


en las conversaciones después del anuncio de muerte se recogen los siguientes
temas:

1. La causa: Se incluye como tal aun cuando las referencias a las circunstancias que
condujeron a la muerte hayan sido previamente explicadas. Tiene, por otra parte, el
propósito de reforzar la realidad y darle un sentido a lo sucedido.
2. El dolor: El interés acerca de si el muerto lo sintió antes de fallecer es una
preocupación común a toda muerte; aun cuando la familia pueda de hecho saber que la
muerte fue dolorosa, hace sin embargo la pregunta y se va sin discutir la respuesta
habitual del profesional.
3. La evitabilidad: El tema de la posible prevención y evitabilidad de la muerte es
frecuente en casos de muertes súbitas, y deberá dedicarse tiempo a su discusión.
4. Nivel de conocimiento de la muerte: Muchos se preguntan (en caso de enfermedad),
proyectando sus propios miedos, sobre si el fallecido pudo darse o no cuenta de la
muerte inminente, reflejando con ello un temor ancestral.

Teniendo en cuenta que la adquisición de los 5 sub-conceptos que componen la


muerte (inevitable, permanente, irreversible, universal y no funcionalidad) en la
infancia no suelen ser adecuadamente acompañados y, en la mayoría de los
casos, madurativamente adquiridos, muchas personas verán reflejados sus
conflictos con alguno o algunos de estos subconceptos a la hora de la muerte
de un familiar o ser querido.

Reflexiones al informar
1. Busque un lugar tranquilo (sala privada, cómoda y tranquila, evite elementos
distractores e interrupciones, cierre puertas y ventanas)
2. No existe una fórmula
3. Espere a que pregunten
4. No discutir la negación (formas: racionalización, desplazamiento, eufemismo,
minimización, autoinculpación)
5. Aceptar ambivalencias
6. Simplicidad y sin palabras rebuscadas
7. No establecer límites ni plazos
8. Hacerlo gradualmente
9. Sea receptivo
10. Extreme la delicadeza
11. Evitar paternalismo y excesiva emoción
12. No diga nada que no sea verdad
13. No presuponer lo que les da angustia
14. Tómese su tiempo
15. Cuide el lenguaje no verbal
16. Esté atento a la solicitud de información

COMUNICACIÓN DE LAS MALAS NOTICIAS EN LA INFANCIA


Cuando muere un ser querido, ni los padres, otros familiares o amigos saben por
lo general qué decir o hacer para que los niños comprendan lo que ha ocurrido.
No obstante, de todos se obtienen sugerencias, muchas de ellas incongruentes
o contradictorias, dejando a la persona más confundida, sin saber qué hacer o
decir, la más de las veces optando por la que mejor le parece en ese momento
o por la sugerida por aquella en la que más confía (3).

Varios aspectos deben ser planteados para una comunicación apropiada de la


muerte y las malas noticias a los niños:

1. ¿Cómo comunicar a los niños el fallecimiento?


Es importante que tenga en cuenta las características que debe reunir cualquier
tipo de comunicación relacionada con la muerte:

1. Hacerlo con serenidad, dulzura y afecto.


2. Usar palabras sencillas.
3. Dedicar todo el tiempo que el niño requiera para esta comunicación y para asimilar sus
consecuencias según sus directrices.
4. Estar dispuesto a repetir muchas veces lo mismo.
5. No añadir preguntas o comentarios que no se han hecho.
Siéntese con ellos en un lugar tranquilo, abrácelos si se lo permiten y
explíqueles, en pocas palabras, cómo ha muerto el ser querido. Recuerde que
los múltiples “muy” (mínimo tres) ayudan a los niños a distinguir la muerte del ser
querido de otras condiciones. Los eufemismos – palabras que suavizan la
realidad - del tipo “pérdida”, “se fue”, “se lo han llevado”, “ha desaparecido”, “ha
emprendido un largo viaje”, “ha pasado a mejor vida”, “está con el Señor”, “está
dormido” es mejor evitarlos pues estimulan los miedos que tienen éstos a ser
abandonados y crean ansiedad y más confusión.

2. ¿Cómo se les puede explicar qué es la muerte?


Ante la pregunta “¿qué significa o qué quiere decir muerto?”, explíqueles de
nuevo, recordando que los niños piensan de forma muy concreta y tienden a
interpretar las cosas literalmente, que esa palabra significa que “el cuerpo se ha
detenido del todo”, “ha dejado de funcionar”, “ya no puede hacer nada de lo que
antes hacía”, “ya no puede sentir dolor, caminar, respirar, comer, dormir, hablar,
oír o sentir frío o calor”, “ya no sentirá nada nunca más”. Con ello se introduce
o se refuerza el subconcepto de no funcionalidad (ver capítulo correspondiente).
Al explicarla es importante hacerlo en términos sencillos y reales, sin mentiras o
invenciones. No dude en usar las palabras "muerto" y "muerte".

Así, por ejemplo, siéntese con él, abrácelo y dígale: "Cariño, ha ocurrido algo
muy triste. Tu papá ha muerto en un accidente; un carro lo golpeó y su cuerpo
dejó de funcionar. Nadie tiene la culpa de que haya muerto. Lo vamos a extrañar
mucho porque lo queríamos, y él nos quería a nosotros".

3. ¿Qué puedo decir cuando pregunten por qué?


Ante esta pregunta, es bueno admitir que usted también se ha preguntado lo
mismo. Si no sabe la respuesta, dígaselo. Según sus creencias personales,
háblele de que todos los seres de la tierra han de morir algún día, que esto le
ocurre a todo el mundo, que hay cosas que podemos controlar y otras que no, y
que la muerte es una de las que no. Es muy importante hacer énfasis en que
nada de lo que ellos hayan dicho, hecho o pensado ha causado el fallecimiento
del ser querido (no olvide el poder del pensamiento mágico en ellos).

4. ¿Se debe ocultar la pena a los niños?


Llorar delante de los niños es apropiado, normal y saludable, pues se les está
enseñando que es bueno hacerlo y compartirlo, que con él uno transmite su
situación de dolor y la necesidad de ayuda y apoyo, y que llorar es la válvula
natural para descargar el dolor y la angustia. Si no lo hacemos frente a ellos, si
fingimos no inmutarnos y negar nuestros sentimientos (“yo no lo hago delante de
mis hijos para no angustiarlos más”), se les está enseñando que se deben ocultar
para llorar, que deben arreglárselas solos y hacer/aprender otras cosas para
transmitir su dolor y angustia, y que llorar es signo de debilidad. Si como adultos
exteriorizamos nuestro dolor delante de los menores, verán que es normal
afligirse y, en ocasiones, esto les dará la oportunidad de expresarse ellos
mismos. Resulta casi imposible ocultar por completo los sentimientos a los
pequeños ya que, no sólo ellos son muy perspicaces y observadores, y si algo
va mal, normalmente lo perciben, sino que la comunicación no verbal encuentra
al niño más indefenso y receptivo, y por ello empeora su estado de ánimo y
estimula sus fantasías, sin olvidar que, a veces, las fantasías suelen ser más
terribles que la cruda realidad. En general, y especialmente desde los adultos,
los mensajes no verbales son más creíbles por su espontaneidad, ya que
carecen de connotaciones manipulativas. Así, ocultar los hechos y las
consecuencias de una muerte en el seno de la familia no protege realmente a
los menores del dolor, solo hace que se sientan más confusos, asustados,
ansiosos y solitarios.

Teniendo presente que uno de sus más terribles temores es el de ser


abandonado por su/s cuidador/es, sobre todo cuando ha muerto uno de los
padres, no es bueno decirles que el ser querido muerto “está realizando un largo
viaje” pues esto puede reforzar su sentimiento de desamparo y llevarle a pensar
que el ser querido se ha ido sin siquiera decirle adiós (lo cual estimula el
pensamiento mágico respecto su responsabilidad por el suceso que condujo a
que se marchara), o que éste está durmiendo, pues si equipara el sueño con la
muerte pudiera desarrollar cierto miedo o terror a dormir. Como hemos visto, la
comunicación sincera, apropiada y ajustada a su nivel de compresión y edad son
y siempre serán buenas.

Consejos generales respecto a la comunicación


Por más que deseemos proteger a los niños de conocer la muerte, depende de
nosotros como adultos que les apoyemos en su proceso de comprensión de una
realidad básica de todos los días, especialmente cuando no tenemos tiempo de
explicarles lo que están viendo en sus video-juegos y dibujos animados, en
donde la muerte parece tan extraña e irreal, casi una diversión. Es necesario
ayudarles a afirmar y reconocer sus emociones y a resolver y entender sus
miedos de una forma más adecuada para su desarrollo como adultos saludables.

Para una comunicación apropiada, se deben tener presente las siguientes


consideraciones generales:

1. Aproveche los momentos pedagógicos para hablar de la muerte.


La muerte de una mascota, de un animal común, de un personaje público o un
acontecimiento trágico son buenos momentos pedagógicos para presentar a los niños el
tema de la muerte. Pueden utilizarse palabras como “Rufo ha dejado de vivir del todo y
ya no volverá. Cuando alguien se muere, está bien y es normal estar tristes por un
tiempo”. De esta forma el entenderá que los sentimientos de tristeza son normales y
naturales y que la tristeza acabará por desaparecer.

En las conversaciones inmediatas al fallecimiento, es muy importante resaltar al pequeño


que es mucho mejor hablar del dolor y la tristeza, y sentirla, que guardársela dentro y
fingir que no está ahí o que no se siente, pues la tristeza es necesaria para curar la
herida; el reprimirla sólo hará más daño que beneficio, y la herida tardará más en curarse.
Al acompañarlos en este proceso de aprendizaje de la muerte les estamos dando
elementos esenciales - estrategias y herramientas - para afrontar las inevitables pérdidas
futuras.

2. Escuche y reconozca los sentimientos de los niños como válidos y adecuados


Escuche lo que los niños dicen y sienten mientras hablan con usted, con sus amigos o
cuando hablan o cantan solos, de esta forma tendrá alguna idea de lo que ellos están
pensando y sintiendo. Observe su forma de expresarse y su nivel de actividad física. No
es necesario que les hable a diario de la muerte u otros temas relacionados; aproveche
los momentos que parezcan más naturales y agradables. Procure no proyectar sus
miedos y ansiedades en ellos y sea consciente de sus estados de ánimo y
preocupaciones (recuerde la comunicación no verbal).
3. Sea paciente y prepárese a repetir muchas veces la misma conversación
El concepto de la muerte es algo muy complejo y los niños pequeños pueden no
entenderlo. De igual forma, y aunque los adolescentes están aceptando su propia
mortalidad, puede también resultarles difícil captar la realidad de aquella. Es probable
que necesite repetir la misma conversación muchas veces, por ello, intente permanecer
tranquilo, serio y compasivo para ayudarlos a comprenderla.

4. Sea claro y objetivo


Cuando hable con ellos de la muerte, intente emplear siempre un lenguaje sencillo y
directo pues evitará crear miedos y falsas ideas. Responda a sus preguntas con hechos
concretos y con veracidad. Pídales que le repitan lo que se les ha dicho, pues de esta
forma se asegurará que entienden lo que se les está diciendo.

5. Recuerde que el duelo es un asunto de familia


Debido a que la aflicción es un asunto de familia, y que ésta constituye el primer y más
valioso grupo de apoyo que compartirá información, preocupaciones e ideas
relacionadas con la muerte, la aflicción y el luto, todos sus integrantes deben tener la
misma oportunidad para expresarse y recibir atención y apoyo. Aprender sobre la muerte
como grupo fortalece los lazos de unión y se desmitifican ciertos conceptos como el que
asegura que hablar de ella hace que las personas se mueran.

Bibliografia

1. Montoya Carrasquilla, J.: Cuidados al final de la vida: un acercamiento comprensivo a la


enfermedad terminal. Editorial Trillas, México, 2013
2. http://es.wikipedia.org/wiki/Claude_Elwood_Shannon
3. Montoya Carrasquilla, J. y Velasco, A.: Cómo me quito este dolor mamá. Del duelo infantil
a darle vida a la muerte. Editorial Picolo, México, 2015

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