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El destino es diálogo y combate entre lo que me sucede y lo que imagino.

Existe el destino, lo queramos o no. La μοῖρα, el ‘lote’, la ‘parte que toca’,


significa justamente eso: que de nuestra vida lo mayor, sino todo, es la autónoma
existencia de todas las cosas. Ajenas, ellas cantaban una melodía antes de nuestro
nacimiento —y todavía seguirán cantándola después. Fuimos empujados a la grieta
donde las rocas se baten en el mar, los vientos soplan caprichosos, los jabalíes
desgarran nuestra carne bajo el muslo y los dioses nos hacen encontrarnos ante las
puertas de Ea, capital de la Cólquide. Las fuerzas que operan sobre el porvenir son
mayores, más fuertes, inevitables. Lo peor, nos son incomprensibles. El desafío del
héroe a la vida no podría tener sentido sin la constatación de este hecho. El héroe
arriesga porque, aparte de los ligeros vaticinios (la mántica) y la intuición, no conoce
lo que le espera más allá. Mejor dicho, acepta lo que pueda venir. Las puertas del
Hades, pintadas de rocío perenne, guardan el frío hálito del único futuro que nos es
lícito conocer —porque es compartido: nuestra muerte, la partida del alma. El resto
es una brillante promesa en el corazón del que parte a navegar: atravesando la
malla trenzada de la μοῖρα, oscura como el mar en noches de tormenta, podrás
llegar a ser alguien, podrás llegar a ser tú mismo.

En la Grecia de los ​μῦθος, ‘la verdad dicha’ o ‘la palabra contada’, había
héroes porque el espejo del destino heleno no estaba quebrado: porque Jasón aún
podía mirarse a sí mismo mientras lo agitaba la Argo, capturaba al vellocino y se
enamoraba de Medea. Jasón era Jasón, especie de carne humana, mortal; pero era
también quien se reflejaba en los ojos de su amada, era el improntado para siempre
en un libro, ahora en mi casa de Madrid, en mi pobre habitación. La mirada del
héroe es valorativa y crucial en su constitución porque ensaya una necesidad para
el azar —los ignotos destinos de las cosas más grandes. El héroe mira un túmulo y
ve elevado, sobre él, al guerrero que conmemora. El héroe esquiva la mordedura de
las Simplégades y presiente que fue la mano de Atenea, no su pericia al timón, la
que los apartó de la muerte. Junto al vellocino descansa una sierpe en la que el
héroe ve un temible dragón, inmortal e insomne, engendrado por Gea en las laderas
del Cáucaso. A través de una mirada hambrienta, el héroe ensancha su μοῖρα,
canta su leyenda.

Concluyamos, por tanto: la eternidad siempre estuvo ahí, precipitándose en


dulce cascada desde un alto peñasco. Divino Jasón, subespecie de primate
inexperto, que pudo aproximar sus dedos y atravesar el curso del agua, mojarse de
la vida fresca que cae y continúa su descenso hacia el ancho mar.

[...]
La filosofía griega nunca se preguntaría, como sí hicieron los modernos, si lo
real era cierto, o una simple ilusión provocada por la mente. Aceptaban que, dada
su fuerza al entrar por los sentidos, lo exterior era inequívocamente real, crudo y
destemplado. Ahora bien, también sabían que era posible hacer algo con eso otro,
manejarlo, descubrirlo y aprehenderlo —introducirlo dentro de nosotros—; incluso
que era posible sacarlo de dentro convertido en algo nuevo, pero real —ποιέσις.
Este es un método práctico de reflexión, pero no por ello necesariamente falso;
mientras Descartes pensó toda su vida en si tenía alguna licencia para el pensar, los
griegos pensaron, sin más, edificando torres de saber que aún hoy, en el siglo XXI,
esconden sus aristas, sus recodos. Puede que los griegos no estuvieran preparados
para un tipo de reflexión profunda —aunque a menudo poco fértil— sobre la
subjetividad humana. Sin embargo, destacaron por su acercamiento certero a los
fenómenos que rodean al ser que vive. No sólo su lenguaje estaba más cerca de
una realidad avasallante y el nacimiento de la conciencia, lo que es una indudable
ventaja frente a nosotros, sino que supieron hacer, de las potentes impresiones de
la vida, estructura, sistema y conocimiento.

La reflexión es un viaje de fuera a dentro, de partida a regreso, del


descubrimiento a la creación, del movimiento a la permanencia. Estos viajes del
alma permitieron a Grecia hacer algo con lo que hay, que es grande y nos supera.

[...]

Algunas notas sobre el amor:

- No sé qué es el amor, o su definición me es todavía extraña y difícil.


- El amor es fundamental porque alimenta la atención del héroe hacia
las cosas (no las hace porque sí, ni sólo por descubrirse a sí mismo)
sino porque la realidad es también merecedora de amor, es amable. Y
cuando uno dirige la mirada amable a las cosas, las eleva (como antes
cuando hablamos del héroe y su mirada valorativa).
- El amor funda el tiempo, o contiene elementos fundacionales. Los
amores marcan hitos vitales, al igual que el comienzo o fin de la
mayoría de historias de nuestro tiempo. El amor echa a andar el
tiempo, lo hace retroceder, lo ensancha, lo comprime o lo pliega.
- El amor establece jerarquía y relación entre las cosas; por lo pronto,
entre las que merecen nuestro afecto y las que no. Pero también entre
el agrado y el desagrado, placer y displacer. Es una instancia
particularmente inmediata para discernir entre el bien y el mal (desde
que se comienza a sentir, en la juventud).

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