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UN MINI COMENTARIO SOBRE 1 JUAN

JACK HAY, ESCOCIA


BELIEVER’S MAGAZINE, 2013, 2014

I Verdades eternas 1.1 a 4

II Limpieza, confesión y mandamientos 1.5 a 2.6

III La palabra desde el principio

y la palabra que pasa 2.7 a 17

IV La unción y la manifestación 2.18 a 28

V Características de la familia 2.29 a 3.12

VI El amor percibido y el amor probado 3.13 a 24

VII Percepción y afecto 4.1 a12

VIII El amor perfeccionado y el amor perfecto 4.13 a 21

IX Creyendo que Jesús es el Cristo 5.1 a 12

X Aliento y exhortación al cierre 5.13 a 21

I VERDADES ETERNAS
1.1 A 4

Los lectores habían visto a algunos de los suyos marcharse, 2.19. Estos hombres se
habían asociado con el pueblo de Dios, pero el paso del tiempo dejó claro que nunca
habían sido genuinos. Entre otras cosas, su predicació n negaba la auténtica humanidad
del Señ or Jesú s, 4.1 a 3, un error que se ha tildado de “gnosticismo doecético”. Una parte
de su enseñ anza era el argumento que todo lo material o tangible es malo, ¿así que
có mo podría el santo Hijo de Dios ocupar un cuerpo físico? Lo proyectaban como una
suerte de ser fantasma, y no el Jesucristo hombre (el hombre Cristo Jesú s, Versió n
Moderna), 1 Timoteo 2.5.

1
Junto con sus herejías ellos estaban afirmando haber alcanzado un nivel de
espiritualidad equivalente a no pecar, ¡una cumbre al alcance de solamente aquellos
iniciados en sus misterios! Todo esto habrá perturbado a los creyentes. El retiro de
estos hombres habrá dado cierto alivio, pero ellos habían dejado un legado que Juan se
consideraba obligado a ventilar.

No hay ninguna estructura definida en la epístola y a veces el apó stol se refiere a


cuestiones que ya ha mencionado. Sin embargo, un hilo que sí corre a lo largo de la carta
es el pensamiento de la familia de Dios. Por ejemplo, se menciona el Padre a menudo y
hay numerosas referencias al nuevo nacimiento. Juan se dirige a ellos como “hijitos”, un
término de cariñ o que se podría traducir “queridos niñ os”. Una y otra vez expresa afecto
caluroso en la familia.

Esta epístola tiene intercaladas declaraciones que expresan el propó sito que Juan tenía
al escribir, la primera de ellas en el 1.4. Sin embargo, la razó n mayor está descrita como,
“para que sepá is que tenéis la vida eterna”, 5.13. El Evangelio de Juan fue escrito para
animar a la gente a creer para recibir la vida eterna, 20.31; ¡esta epístola fue escrita para
darles confianza que ya la tenían!

VISTO Y OÍDO, 1.1,2

Sin preámbulo o saludos, Juan se lanza en su tema. Los anticristos habían predicado
cosas nuevas; él estaba comunicando lo que había oído y enseñ ado desde el principio.
Este comienzo, “el principio”, es muy probablemente el comienzo de la era cristiana
como en 2.7, o aun el comienzo de su propia experiencia cristiana como en 2.24. Lo que
habían aprendido acerca de la humanidad de Jesú s desde los primeros días había sido
objeto de ataque, pero ahora Juan lo reafirma con base en su asociació n personal con el
Salvador en los días de su carne. É l asevera la verdad fundamental acerca del Señ or
Jesú s.

► É l es “el Verbo de vida”, y Juan combina dos ideas del pró logo de su Evangelio. Cual
Verbo, el Señ or Jesú s es la encarnació n de toda comunicació n del cielo. En É l el Padre ha
hecho saber la suma total de lo que precisamos saber acerca de É l, 14.9. Cristo es
también la fuente de toda vida, sea física o espiritual, pero en su propio ser es la vida,
14.6. Algunas traducciones del v. 2 rezan: “la Vida se nos manifestó ”.

► “El Verbo era Dios”, Juan 1.1, y aquí Juan da evidencia del uso de aquel vocablo
“eterna” y el concepto de manifestació n con el Padre, no con Dios como en Juan 1.1,
aunque el Padre es Dios. Al referirse a la intimidad antes de encarnado con Uno descrito
como el Padre, hay evidencia secundaria de que era siempre Hijo. En las relaciones
humanas un padre existe antes de su hijo, pero no es un padre hasta que nazca su
primogénito. En la Deidad, tanto Padre como Hijo son eternos sin haberse originado y
por lo tanto nunca hubo un momento en la historia cuando comenzó su relació n Padre /
Hijo. Es una realidad eterna. Si el Padre era Padre en lo que llamamos la eternidad
pasada, el Hijo era Hijo porque estaba “con el Padre”.

►“El Verbo fue hecho carne”, Juan 1.14. (vino a ser carne, Besson; se hizo carne, Biblia de
las Américas). Fue la manera de Juan de expresar la encarnació n en su Evangelio. Aquí en
la Epístola nos explica que la vida fue “manifestada”, un término que va a figurar en la
carta en varios contextos, dos veces como “apareció ”. Los gnó sticos habían negado una
2
sustancia corporal en aquella manifestació n. Esto fue el asunto en juego, de manera que
en estos primeros versículos Juan enfatiza que el Señ or era hombre en verdad. Era
audible,
y solamente este autor registra haberle oído hablar de “mi carne, la cual yo daré por la
vida del mundo”, Juan 6.51. É l había venido “en semejanza de carne de pecado”,
Romanos 8.3, y era visible al extremo de ser examinado de cerca: “vimos su gloria”, Juan
1.14.

Pero también era tangible. Simó n, la suegra de Pedro, la hija de Jairo, un leproso, un
hombre nacido ciego, los niñ os a quienes bendijo: estos y muchos otros han podido
testificar que Aquel que había morado en luz inaccesible ahora se había venido tan de
cerca que ellos experimentaron contacto físico con É l. ¡Qué de gracia condescendiente!
Pero sin duda el “nosotros” en este versículo se refiere específicamente a los apó stoles
con su constante interacció n ante la realidad de su humanidad. Juan sabía que É l no era
ningú n fantasma; el Señ or había servido pan y pez de su propia mano a la de Juan. Había
tomado en sus manos los pies de Juan para lavarlos. En esa misma tarde, Juan se había
acostado sobre su regazo. Este era hombre en verdad, audible, tangible. La Vida se había
manifestado.

COMUNIÓ N CON NOSOTROS, 1.3,4

Juan deseaba compartir su conocimiento y comprensió n del Señ or Jesú s. No era una
verdad para solamente el grupito de apó stoles; él quería para otros “comunió n” con
ellos en el disfrute de estos hechos fundamentales acerca del Salvador. Hay la
sugerencia que la verdadera comunió n con cada cual tiene una base doctrinal. Es cierto
que hay un factor comú n en la vida de cada miembro del cuerpo de Cristo en el hecho de
que el Espíritu Santo mora en cada uno. “Un cuerpo, un Espíritu”, Efesios 4.4.

El Espíritu ha creado la unidad vital en el cuerpo, v. 3. Pero una expresió n visible de


comunió n puede ser exhibida solamente con base en la uniformidad doctrinal.Es
significativo que antes de la menció n de un cuerpo de creyentes primitivos que
perseveraban en la comunió n, hay una referencia a la doctrina de los apó stoles, Hechos
2.42. Por cuanto todos se suscribían a la doctrina de los apó stoles, su comunió n era
cementada y evidente.

Por esto Juan quería que sus lectores gozaran de comunió n con él de una manera
evidente, sin que su comunió n fuera perjudicada por cualquiera de las irregularidades
doctrinales a las cuales habían sido expuestos. É l, entonces,comparte con ellos su
conocimiento a primera mano con Cristo. Eran gente que no habían visto pero con todo
creían, Juan 20.29. No habían visto, pero amaban, 1 Pedro 1.8. Juan había visto, Juan
19.35, y ahora habla de su experiencia personal para fomentar una comunió n mutua.

Sin embargo, la comunió n es má s extensa que la que existe entre creyente y creyente.
“Nuestra comunió n verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo”.
Consecuencia de su muerte, gente una vez alejada y enemiga disfrutan de intimidad con
Personas de la Deidad. Ahora tienen la naturaleza divina y comparten intereses
comunes con el Padre y su Hijo. En este contexto, el disfrute prá ctico de la comunió n
puede ser experimentado solamente cuando nuestro enfoque sobre estas cuestiones
coincide con la revelació n divina. Es por esto que Juan desea compartir la verdad que él
mismo había visto.
3
► “Comunió n … con el Padre”, y el creyente es beneficiario de una relació n con deidad
que asigna un flujo constante de afecto tierno, cuidado y comprensió n de Uno que es un
Padre, Salmo 103.13,14.

► “Su Hijo Jesucristo”, y con una precisió n deliberada Juan describe al Salvador. El Hijo
de Dios es Jesú s, un verdadero hombre, porque fue en su nacimiento que primero fue
conocido como Jesú s, Mateo 1.21. Es también Cristo, y el uso del título mesiá nico, el
Ungido, es un golpe contra otra enseñ anza de los gnó sticos, que de alguna manera Jesú s
y Cristo no eran uno y el mismo. Su idea era que “El Cristo” era una emanació n divina
que vino sobre É l en su bautismo y lo dejó antes de su muerte, posiblemente en
Getsemaní. Juan insiste aquí que el Hijo de Dios es Jesucristo y nosotros tenemos una
relació n viva con É l.

Así es que Juan escribe, porque una comprensió n clara de la identidad verdadera de su
Salvador ampliaría el gozo de la salvació n, v. 4. Nada se compara con oír acerca del
Señ or Jesú s para promover gozo en el corazó n del cristiano. La Reina-Valera habla en el
v. 4 de “vuestro gozo”, pero hay versiones que hablan de “nuestro gozo”. Si usted acepta
esta segunda traducció n, ¡alegrará el corazó n suyo y del predicador también!

II LIMPIEZA, CONFESIÓ N Y MANDAMIENTOS


1.5 A 2.6

EL CARÁ CTER DE DIOS, 1.5 A 7

Juan había oído a Cristo, 1.1, y ahora él anuncia la verdad que el Salvador había
expresado: “Dios es luz”, 1.5, seguida por una afirmació n negativa para dar énfasis. No
está registrado que el Señ or haya dicho esto, pero el tenor de su enseñ anza y su carácter
santo dejaron esta expresió n indeleble en el apó stol. “Dios es luz”. Es intrínsecamente
santo, impecable sin pecado, enteramente santo.

Fue necesario imprimir esta realidad fundamental en las mentes de los creyentes,
porque era relevante a su situació n existente. ¿Eran o no eran creyentes genuinos
aquellos cuya enseñ anza les había perturbado? Decían tener comunió n con Dios, estar
sin pecado, y haber dejado de pecar, 1.6,8,10, ¿pero todo esto cuadraba con la realidad?
Juan demuestra enfá ticamente que no. Tres veces, en 1.6,8,10 otra vez, él escribe, “si
decimos”; tristemente, sus palabras y sus hechos no correspondían. Su conducta
contradecía sus dichos.

En 1.6,7 Juan muestra que la gente está ubicada en una de dos esferas espirituales. Los
creyentes auténticos son aquellos que andan en la luz; los pecadores, en tinieblas. Como
siempre, lo que una persona es posicionalmente será evidenciado por su prá ctica. Los
creyentes que en un tiempo estaban “en tinieblas”· y ahora son “luz en el Señ or”
andará n como hijos de luz y producirá n fruto de la luz, Efesios 5.8,9. De manera que una
persona irregenerada, andando en tinieblas pero diciendo tener comunió n con Dios
4
(como hacían aquellos errados), está mintiendo. Las tinieblas de su esfera natural son
incompatibles con la luz de la santidad de Dios. É l no les conoce.

LA LIMPIEZA DE LA SANGRE, 1.7

Por contraste, los creyentes genuinos que está n andando en luz no solamente tienen
comunió n con É l, sino también comunió n unos con otros. Tienen intereses mutuos y
deseos comunes acorde con el cará cter santo de Aquel que es la luz. Esto no da a
entender una perfecció n en el creyente, pero la sangre de Cristo ha provista para su
limpieza. El sacrificio del Salvador que basta para la necesidad del pecador tiene una
eficacia perpetua; trata los fracasos de los santos. Como en 1.3, es significativo que Juan
emplee un surtido de nombres para el Señ or Jesú s. Por cuanto es Jesú s, un verdadero
hombre, É l podría derramar su preciosa sangre; por cuanto es “su Hijo”,
verdaderamente divino, el valor de lo que hizo es inmensurable; es eficaz para “todo
pecado”.

LA CONFESIÓ N DE PECADO, 1.8 A 10

La profesió n de los anticristos a ser libres de la raíz misma del pecado les dejó auto
decepcionados, porque aun en el creyente hay la tensió n constante entre la carne y el
Espíritu; por ejemplo, Gá latas 5.17. Su postura evidenciaba que negociaban en el error;
la verdad no estaba en ellos, 1.8. En contraste, el creyente que confiesa su pecado recibe
perdó n parental del Padre. En nuestra conversió n fuimos perdonados judicialmente
“por su nombre”, 2.12, pero fallar como hijo de Dios demanda una confesió n que trae el
perdó n de parte del Padre.

É l es fiel a la sangre que hizo posible aquel perdó n. Es justo con base en la sangre. David
restauró a Absaló n injustamente, 2 Samuel 14; no hubo expresiones de arrepentimiento
ni palabras de confesió n a Dios. Dios no puede hacer eso. La sangre le permite perdonar
al creyente sobre una base justa, y la confesió n lo hace una realidad.

Ser como los anticristos y negar actos de pecado es insinuar que Dios, que no puede
mentir, Tito 1.2, es un mentiroso, 1.10; es prueba de que “la verdad no está en nosotros”
en el sentido que no se ha aceptado su veredicto de la culpabilidad universal, Romanos
3.23. Entonces, resumiendo la secció n de una manera prá ctica, la persona que afirma
tener comunió n con Dios, como uno andando en la luz, mantendrá el gozo de aquella
relació n por confesar el pecado, aceptando que el Padre lo ha perdonado legítimamente,
y regocijá ndose en el hecho de que la preciosa sangre ha hecho posible la transacció n.

EL CUIDADO DEL ABOGADO, 2.1,2

En 2.1, por primera entre siete ocasiones en esta epístola, Juan emplea el término de
cariñ o traducido “hijitos”. No es de confundirse con los “jó venes” en el v. 13 y en el v. 18,
aunque en v. 18 la Reina-Valera vuelve a usar “hijitos”. Los “hijitos” son creyentes
inmaduros, a diferencia de los “jó venes” y “padres”. Juan quiere que los creyentes se
aseguren del afecto genuino que tiene por ellos. Una de sus razones por escribir es,
entonces, “que no pequéis”. É l intenta disuadir a los creyentes a pecar, y su
comunicació n inspirada debe surtir ese efecto, así como debe cualquier parte de la
Escritura. “En mi corazó n he guardado tus dichos, para no pecar contra ti”, Salmo
5
119.11. Juan deja claro que, para el creyente, el pecar debe ser anormal, no una cosa
normal.

Sin embargo, él es realista. Sabe que nunca lograremos la perfecció n este lado del cielo,
y por esto agrega: “si alguno hubiere pecado …” Los tiempos de los verbos son
importantes, y aquí Juan se refiere a hechos aislados de pecado, y no a la prá ctica
constante del pecado referida en 3.9. Pecar habitualmente como un estilo de vida
demuestra que un hombre nunca ha renacido. Esto es lo que descubrió a Simó n el mago;
Pedro dijo: “en prisió n de maldad veo que está s”, Hechos 8.23. Era todavía un esclavo
del pecado.

¿Pero que de si peca un creyente genuino? “Abogado tenemos para con el Padre”.
Es vital notar que todavía se refiere a Dios como el Padre. ¡El hijo errante está en su
familia aú n! En términos humanos, no se puede revertir una relació n padre / hijo. El
disfrute de la relació n puede ser destruido y un muchacho perverso puede ser apartado
del hogar, pero nada puede alterar el hecho de que es hijo de su padre. Así, cuando un
creyente peca se lesiona el disfrute de la relació n con el Padre, pero no se rompe el vital
vínculo familiar. Dicho claramente, un creyente genuino nunca se pierde. La doctrina de
salvo-antes-pero-ahora-no contradice de frente la enseñ anza de este pasaje.

Sin embargo, es obvio que si un creyente peca, hará falta la restauració n si va a disfrutar
de la vida familiar. El Señ or Jesú s está al alcance como “un abogado” (parákletos en
griego, un ayudante, traducida “Consolador” con respecto al Espíritu Santo en Juan
14.16). Su actividad ayuda al creyente errante al volver a la comunió n con el Padre. De
nuevo, se enfatiza el hecho de que esto se puede realizar justamente. Quien lo efectú a es
“Jesucristo el justo” y lo hace con base en su obra de propiciació n. El tiempo presente,
“es la propiciació n”, es otro indicio de lo que É l realizó en la cruz para satisfacer la
justicia divina surte efecto permanentemente para el hijo de Dios.

Con base en su sacrificio, los creyentes que pecan pueden ser restaurados al favor del
Padre. Por supuesto, su obra propiciatoria es adecuada para “todo el mundo”, aunque es
claro en las Escrituras que el concepto de universalismo debe ser rechazado. Solamente
los creyentes reciben el beneficio de lo que fue realizado en la cruz. Débiles, entonces,
que todos seamos sensibles a la obra del Ayudante de estimularnos a volver al pleno
disfrute de pertenecer a la familia de Dios.

EL LLAMADO A LA OBEDIENCIA, 2.3 A 6

Como se ha indicado, pecar no es lo normal para un creyente, pero ahora Juan hace ver
que la obediencia sí lo es. Una vez má s, los tiempos de los verbos son importantes.
Parafraseado, el v. 3 puede leerse: “de esta manera sabemos siempre que hemos venido
a conocerlo, si …”

Juan se ocupa de la obediencia que algunos profesan: “El que dice …”, vv 4,6,9. É l insiste
en que lo que profesamos sea respaldado por hechos claros. Aquí, diciendo “yo le
conozco” debe ser evidenciado por guardar sus mandamientos, los mandamientos que
está n consagrados en “su palabra”. En aquellos que manifiestan una sumisa disposició n
de obediencia, su amor ha sido “perfeccionado”.

6
Dios tenía un propó sito al amarle a usted. No fue tan só lo para rescatarle del infierno; su
deseo fue contar con gente en este mundo diferente de la mayoría, “los hijos de
desobediencia”, Efesios 2.2. Esta meta ha sido alcanzada en creyentes obedientes y el
amor de Dios ha sido “perfeccionado”.

El mayor Exponente de obediencia fue el Señ or Jesú s mismo, “obediente hasta la


muerte”, Filipenses 2.8. Juan señ ala ahora que saber que estamos en É l y decir que
permanecemos en É l se ratifica por ese mismo espíritu sumiso, andando como É l
anduvo. Juan lo percibe como una deuda nuestra, porque así es el sentido de “debe” en
2.6. Su obediencia hasta la misma muerte de la cruz coloca a los beneficiarios bajo la
obligació n de exhibir el mismo espíritu de cumplir sin cuestionar. Que Dios ayude a
todos a decir, “No se haga mi voluntad, sino la tuya”, Lucas 22.42.

III LA PALABRA DESDE EL PRINCIPIO Y LA PALABRA QUE


PASA
2.7 A 17

UN MANDAMIENTO ANTIGUO, 2.7, 8

Un tema mayor en la epístola se introduce en el v. 7, un tema que encontramos varias


veces hasta el final de la carta. Trata de amar a nuestros hermanos. Los gnó sticos se
jactaban de cosas que eran nuevas, pero esta directriz de amar era un mandamiento
viejo, “desde el principio”. En el aposento alto el Señ or Jesú s lo había introducido como
“un nuevo mandamiento”, dando una nueva dimensió n a las exigencias de la ley. “Un
mandamiento nuevo os doy: Que améis unos a otros”, Juan 13.34. El paso de los añ os lo
había hecho un mandamiento antiguo, pero era nuevo todavía, fresco, v. 8, porque era
relevante aú n. No había pasado la necesidad de él; su verdad no era redundante; el
afecto caluroso seguía una necesidad entre los santos.

Cristo encarnó la verdad de este mandamiento, el cual encontró en É l su suprema


manifestació n, pero Juan otorga reconocimiento a sus lectores por cumplir con sus
demandas también: “es verdadero en él y en vosotros”. ¿Juan habrá podido escribir a
nosotros diciendo, “es verdadero en ustedes”?

LUZ Y TINIEBLAS, 2.8 A 11

El resplandor de “la luz verdadera” es sin duda una referencia a la intervenció n del
Señ or Jesú s en los asuntos de este mundo, Juan 1.9. Sucedido esto, las tinieblas de
ignorancia y pecado “van pasando”. Al ser los hombres llevados a la luz en conversió n,
7
las fronteras de las tinieblas está n obligadas a retroceder. La Biblia no enseñ a en
ninguna parte que paulatinamente el Señ or pondrá el mundo bajo su mando por la
extensió n del evangelio. A la postre impondrá su autoridad por conquista militar,
Apocalipsis 19.11 a 16. Sin embargo, cada alma que es convertida “de tinieblas a la luz”,
Hechos 26.18, contribuye a que pasen las tinieblas. Estas preciosas almas que está n en
la luz ahora demuestran la realidad de su experiencia al amar a sus hermanos.

Por tercera vez Juan escribe: “el que dice”, v. 9. La gente que dice estar en la luz y odia a
sus “hermanos” está en tinieblas todavía. No ha sabido nada de la actividad
alumbradora de salvació n. No tiene la vida eterna, 3.15. Por contraste, las personas que
aman a sus hermanos dan evidencia de que permanecen en la luz, v. 10, y en ellos “no
hay tropiezo”. Esto podría significar que su afecto genuina asegura que nunca
tropezarían a otro creyente deliberadamente, pero la interpretació n má s viable es que
su disposició n les deja menos expuestos a tropezar personalmente. Esto está en
contraste con aquellos cuya amargura les hace inconscientes de que está n en tinieblas
todavía, y por cuanto es así ellos no está n enfocados, no tienen visió n, dan bandazos de
un fracaso al pró ximo. Son perpetuas bajas morales; en otras palabras, nunca han sido
emancipados del apretó n del pecado.

TODA LA FAMILIA DE DIOS, 2.12 A 17

Juan estaba promocionando el amor y fue el amor que lo estimuló a escribir a sus
concreyentes. De nuevo se dirige a toda la familia de Dios en términos de afecto:
“hijitos”, queridos niñ os, v. 12. Eran gente que permanecían en la luz y lo hacían saber
por su estilo de vida, de manera que él dice confiadamente: “vuestros pecados os han
sido perdonaos por su nombre”.

La gente religiosa acusa a los creyentes de ser presuntuosas cuando afirman ser salvos y
disfrutar del perdó n. Serían presuntuosos si hubiera algú n elemento de mérito
personal, pero el perdó n ha sido otorgado “por su nombre”. “Dios también os perdonó a
vosotros en Cristo”, Efesios 4.32. Juan había mencionado la sangre preciosa y la
propiciació n, y allí está la base de nuestra bendició n, así que hay la segura afirmació n
de perdó n. Aquel perdó n es la posesió n de toda la familia de Dios en toda etapa de su
carrera cristiana.

Juan está a punto de destacar tres fases de desarrollo entre los hijos de Dios. Algunos
son “hijitos”, recién salvados y todavía inmaduros, vv 13,18. Algunos son “jó venes”,
santos que se han desarrollado espiritualmente, vv 13,14. Algunos son “padres”, v. 13,
creyentes con largo tiempo en la senda que han alcanzado madurez. Una lecció n en la
superficie es la de preguntar si el paso del tiempo nos ha visto pasando de un grado de
desarrollo al pró ximo, o si estamos estancados y truncados como los corintios,
1 Corintios 3.1.

PADRES Y JÓ VENES

Juan no tiene mucho que decir a los creyentes maduros, excepto que por un tiempo
considerable ellos habían conocido al Señ or. Es decir, habían llegado a conocerle en una
relació n salvadora, vv 13,14. Nunca debemos tener por entendido que llega un
momento cuando hayamos alcanzado todo en lo espiritual, que hemos llegado a la

8
cumbre. Má s bien, podemos entrar en una etapa cuando pensamos que necesitamos
menos exhortació n. Es maravilloso saber que creyentes ancianos “aun en la vejez
fructificará n; estará n vigorosos y verdes”, Salmo 92.14.

Con respecto a los varones jó venes, lo que má s animaba a Juan era que habían vencido
al maligno, vv 13,14. Poseían fuerza espiritual, la primera de tres cualidades. ¿Por qué?
¿Có mo habían vencido al maligno? La declaració n central da la respuesta: “la palabra de
Dios permanece en vosotros”. Permitir que su Palabra saturare sus mentes, llenare sus
corazones y regulare su conducta; les capacitaba para estar firmes ante las embestidas
de Sataná s.

Nunca podemos sobreestimar el valor de las Escrituras. Hacer caso omiso de ellas nos
deja vulnerables. “El día malo” de la tentació n con su ataque satá nico puede
encontrarnos en pie todavía, una vez despejado el humo de la batalla, si la espada del
Espíritu ha sido usada eficazmente, Efesios 6.10 a 17.

EL MUNDO, 2.15 A 17

Habiendo hablado de la victoria de los jó venes sobre el maligno, Juan pasa a precisar
otro de los enemigos del creyente: “el mundo”. É l está consciente de que aun el que fue
victorioso en las batallas puede ser seducido por los encantos del mundo, v. 15. A veces
el vocablo “mundo” tiene el sentido del planeta o la gente del mundo, Hechos 17.24,
Juan 3.16, pero hay veces cuando quiere decir una cultura, un estilo de vida, un sistema
que los hombres han desarrollado para hacer tolerable la vida sin Dios. Sataná s es su
príncipe, Juan 16.11, y sin querer los hombres del mundo son manipulados por él: “el
mundo entero está bajo el maligno”, 1 Juan 5.19.

El impacto sobre sus filosofías, gustos, y actividades es todo anti-Dios y con todo
adornado de tal manera como para hacerlo magnético, y por esto la solemne
advertencia de Juan: “No améis al mundo”. Los miembros de la familia no pueden amar
a su Padre y al mundo a la vez, v. 15. Dios nunca está satisfecho con los afectos
compartidos; É l demanda la lealtad absoluta que le corresponde. El Padre y el mundo
son incompatibles.

Nada relacionado con “el mundo” toma su cará cter del Padre, v. 16, y Juan especifica
tres características del sistema mundial que pueden dejar invá lido el creyente. Como en
el v. 14, los apartes 1. y 3. parecen girar en torno del 2. Los deseos de los ojos alimentan
los deseos de la carne, y los deseos de los ojos incitan el deseo de la ostentació n de la
vida.

Fue el deseo de los ojos que estimuló el deseo de la carne en Sansó n. É l “vio en Timat
una mujer” y en Gaza “vio allí una mujer ramera”, Jueces 14.1, 16.1. Fue el deseo de los
ojos que atrapó a David; él “vio desde el terrado una mujer”, 2 Sa-muel 11.2. En una
edad cuando las imá genes visuales juegan un papel tan importante en el
entretenimiento, conviene la actitud de Job 31.1: “Hice pacto con mis ojos”. En su
enseñ anza el Señ or Jesú s vinculó el mirar y el codiciar, Mateo 5.28, y por esto la
necesidad de evitar material de lectura, videos y sitios de internet sugestivos y
provocativos.

9
Los anunciantes saben el valor de promover sus productos por medio del ojo, y ellos
presentan su usted-debe-tenerla mercancía de una manera llamativa que apela a la
vanidad de la vida. Lo que vemos, lo codiciamos, no porque lo necesitamos sino porque
somos pretenciosos. Nuestras posesiones ostententosas dan un sentido ilusorio de un
petulante contentamiento que Juan ve como mundanalidad.

Su declaració n subsiguiente debe echar por tierra estas ilusiones de grandeza: “y el


mundo pasa”, 2.17. Todo está destinado para las llamas, 2 Pedro 3.10 a 13. Pero aun
antes de ese clímax trascendental, viviendas palaciales se caen en ruinas, vehículos
lujosos en chatarra oxidada y estilos flamboyanes en nociones anticuadas. ¿Para qué
amar al mundo cuando es tan obviamente transitorio? Es mucho mejor estar entre
aquellos que hacen la voluntad de Dios y permanecen para siempre, v. 12. Una vez que
el sistema mundial haya sido liquidado de un todo, un cuerpo de gente estará todavía en
el disfrute de las cosas que son perdurables y eternas.

¿Amamos al mundo o hacemos la voluntad de Dios? ¿Para cuá l mundo estamos


viviendo?

IV LA UNCIÓ N Y LA MANIFESTACIÓ N
2.18 A 28

Habiendo escrito a los padres y los jó venes, Juan se dirige ahora a los hijitos, los
creyentes inmaduros. Los ve como má s vulnerables a los errores que son los padres
maduros o los jó venes bien versados.

EL ANTICRISTO Y LOS ANTICRISTOS, 2.18 A 23

Estos creyentes habían sido enseñ ados que el anticristo aparecerá en algú n día futuro.
Una parte de su agenda será prohibir toda religió n pero en particular él odiará el Dios
de la Biblia. Es el Inicuo, pero el espíritu dominante de insubordinació n que culminará
en su aparició n está con nosotros hoy y está en acció n el misterio de la iniquidad, 2
Tesalonicenses 4 a 8. Todos los escritores del Nuevo Testamento creían en la
inminencia de la venida del Señ or, y la manera como Juan la expresa es: “es el ú ltimo
tiempo”, v. 18. É l señ ala que aun en los ú ltimos días las condiciones se estaban
manifestando, evidenciadas por la proliferació n de los precursores del anticristo, los
“muchos anticristos”.

LOS ANTICRISTOS, 2.19 A 23

En un tiempo los anticristos se habían disfrazado de genuino pueblo de Dios, pero ahora
se habían separado de los creyentes. “Salieron de nosotros”. Su defecció n puso de
descubierto su condició n verdadera, mostrando que “no todos son de nosotros”.
Aquellos que son “de nosotros”, compartiendo la misma vida y las características del
pueblo de Dios, son gente que han “permanecido con nosotros”. La perseverancia
prueba la realidad; los de Hechos 2.42 “perseveraban”. Leemos en Hechos 14.22,
10
“exhortá ndoles a que permaneciesen en la fe”, y en Colosenses 1.23, “si en verdad
permanecieses fundados y firmes en la fe”. Aquellos que se alejan del pueblo de Dios,
abrazando y promoviendo el error, dan una señ al clara de que nunca han sido salvos en
verdad.

Juan califica estos errados como mentirosos que niegan que Jesú s sea el Cristo, v. 22.
Como siempre, el diablo estaba asaltando la verdad acerca del Señ or Jesú s. Al atacar sus
cualidades de Mesías e Hijo, los falsos maestros estaban detractando también del honor
del Padre. Le estaban negando, excluyéndole de sus vidas, vv 22,23. Su error estaba de
un todo en contra de las declaraciones del Padre acerca de su Hijo, de manera que su
pleito era con É l, ¡aun cuando le percibían como de mayor rango que el Hijo! La norma
escrituraria es que “todos honren al Hijo como honran al Padre”, Juan 5.23. Negar el Hijo
es negar al Padre.

El torrente de error que comenzó a chorrear en el siglo 1 está fluyendo todavía,


Diversos cultos ridiculizan la perspectiva cristiana de la Trinidad. Probablemente el má s
agresivo y voluble es de aquellos que se llaman Testigos de Jehová . Ellos quieren pensar
que está n promoviendo la causa de Jehová al negar la deidad del Hijo, haciendo caso
omiso de, y aun tergiversando, las referencias bíblicas a su cará cter de Dios. Como los
anticristos de antañ o, su postura demuestra que no tienen al Padre, v. 23.

LOS HIJITOS, 2.24 A 27

Los anticristos consideraban que estos nuevos convertidos eran blancos fá ciles y así su
meta era seducirles; es decir, desviarles, v. 26. Para estos creyentes inmaduros, un
resguardo mayor fue el hecho que tenían la unció n del Santo, v. 20. El espacio prohíbe
una consideració n de los varios nombres y funciones del Espíritu Santo, pero es muy
instructivo el hecho que sea visto aquí como uno que unge por medio del Señ or
Jesucristo, el Santo.

► La frase nos ayuda a entender que en la Escritura el aceite es un emblema del


Espíritu Santo; véase Zacarías 4. ¡No es imaginario el nexo entre el aceite y el Espíritu!

► Tengamos en mente que, aun cuando las personas en referencia aquí son nuevos
creyentes, ellos habían sido ungidos. Esto contradice la noció n que corre un tiempo
entre la conversió n y la recepció n del Espíritu. La enseñ anza de la Escritura es que el
Espíritu viene a morar en uno en el momento que cree, Juan 7.39, Gá latas 3.2, Efesios
1.13 (“al creer en É l, fuisteis sellados”). Uno que no posee el Espíritu Santo no es de
Cristo, Romanos 8.9.

► Frecuentemente se ve al Espíritu Santo habilitando creyentes para la vida cristiana y


para el servicio cristiano. En este contexto se le ve como esclarecedor. Por cuanto eran
ungidos, ellos podían conocer todas las cosas, v. 20. Es decir, tenían la capacidad de
discernir entre la verdad y el error. El Espíritu les enseñ aba la verdad y por esto no
tenían necesidad de que otro les enseñ ara, v. 27. Esto no quiere decir que los maestros
de la Palabra dotados de Dios son innecesarios, sino que en el contexto de la referencia
es a los gnó sticos quienes pretendían impartir novedosos conocimientos superiores,
cuando en realidad su enseñ anza era gravemente defectuosa.

11
A un nivel prá ctico, Juan está diciendo que, por cuanto los creyentes nuevos tienen el
Espíritu Santo, ellos saben intuitivamente cuando algo es erró neo, aun cuando debido a
su infancia espiritual posiblemente no sepan encontrar un versículo en la Biblia para
refrendar lo que está n diciendo.

► Otra verdad importante en esta secció n es que el Espíritu Santo mora en el creyente,
v. 27. Hay una permanencia en su actividad esclarecedora. El Consolador mora con los
creyentes “para siempre”, Juan 14.16. Nunca hay una situació n en que un cristiano
tendrá la experiencia de 1 Samuel 16. 14, cuando “el Espíritu de Jehová se apartó de
Saú l”. Nunca tenemos que orar como lo hizo David: “No quites de mí tu santo Espíritu”,
Salmo 51.11.

Junto con la actividad esclarecedor de la unció n, tiene que haber la determinació n de


parte del creyente de asirse de la sana doctrina que le fue impartida en su conversió n:
“Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros”, v. 24. Una resolució n a
no abandonar la conocida verdad original y fundamental es evidencia de que uno
permanece “en el Hijo y en el Padre”, y en aquella unió n con Personas divinas hay la
promesa de vida eterna, v. 25. Ceder un centímetro a los falsos maestros pone un signo
interrogatorio sobre la realidad de cualquier profesió n de fe.

Parece que Juan tenía confianza en la estabilidad de estos creyentes jó venes. Prosigue
en su enseñ anza sobre la unció n – la progresiva comunicació n de la verdad de parte del
Espíritu Santo – que fortalecería lo que ya había enseñ ado, como hace ver la doble
menció n de “enseñ ar” en el v. 27. Cumplir con esto sería suficiente para confirmar que
ellos estaban entre los que “permanecían” en É l.

De nuevo, desde un punto de vista prá ctico, tenemos que permanecer en É l para cultivar
comunió n con É l, con propó sito de corazó n fiel al Señ or, al decir de Hechos 11.23. El v.
27 termina en la Reina-Valera con “permaneced en él” y de esta manera amplía la
enseñ anza para abarcar a toda la familia de Dios en v. 28.

TODA LA FAMILIA, 2.28,29

Con el v. 28 Juan se revierte a dirigirse a la familia entera: padres, jó venes e hijitos. Al


usar el término “hijitos” él está volviendo a la palabra de afecto que abarca a todos y el
llamado a permanecer en É l. Con el trasfondo, incluye obviamente la necesidad de
estabilidad doctrinal, pero sin duda hay la exhortació n de conservar los eslabones de
comunió n con nuestro Señ or.

En la práctica, involucra la lectura regular de la Escritura para oír su voz. Requiere la


rutina de oració n disciplinada que conlleva nuestra dependencia de É l. Significa seguir
fielmente al Señ or como había hecho Caleb, Deuteronomio 1.36, en vez de seguir de
lejos como hizo Pedro en la víspera del Calvario, Marcos 14.54.

El efecto de permanecer se verá cuando É l se manifieste, o aparezca. En este contexto, la


manifestació n parece referirse a cuando venga por los suyos en el Rapto, y no a su
manifestació n al mundo al venir en poder y gran gloria. Aparentemente Juan tiene en
mente el tribunal de Cristo. Aquellos que pertenecen tendrá n confianza en esa ocasió n.
(Juan habla de la confianza en tres ocasiones má s en esta epístola: en relació n con la
12
oració n en 3.21 y 5.14, y en relació n con el día de juicio, 4.17). La palabra encierra la
idea de libertad de expresió n. Aquellos que permanecen no se quedará n mudos en una
silenciosa vergü enza bajo el escrutinio del Juez de los vivos y los muertos.

Junto con aquella confianza positiva, habrá una ausencia de vergü enza. ¿Dejar de
permanecer significa que yo tendré vergü enza de mi mundanalidad, mi carnalidad, mi
superficialidad, mi falta de semejanza a Cristo?

Es interesante que Juan emplee el “nos” en este versículo. É l hace entender que en el
venidero día de repaso, si ellos han dejado de permanecer, van a perjudicarle a él como
su mentor espiritual. Hoy no hay apó stoles para asumir responsabilidad por nosotros e
instruirnos, pero sí hay hombres descritos como “quienes han de dar cuenta”, Hebreos
13.17. Su deber es velar por nuestras almas. ¿Es posible que nuestra mundanalidad sea
causa de vergü enza a nuestros ancianos cuando se les exige rendir cuenta por su
mayordomía?

V CARACTERÍSTICAS DE LA FAMILIA
2.29 A 3.12

Es comú n ver en los miembros de una familia los mismos rasgos faciales, gestos,
temperamento y conducta. En un sentido espiritual los rasgos familiares son la pista de
que si uno es un hijo del diablo o un hijo de Dios. La conducta y el cará cter “manifiestan”
a quién pertenece una persona, 3.10.

LA JUSTICIA DE LOS HIJOS DE DIOS, 2.29

Al destacar las características de la familia de Dios, Juan habla varias veces de “nacido
de él” o “nacido de Dios”. La primera referencia es 2.29 donde se ve la justicia de Dios
como replicada en las vidas de sus hijos: “todo el que hace justicia es nacido de él”. El
tiempo del verbo señ ala que este es el tenor de la vida de uno; la tal persona es adicta a
hacer justicia. Valiéndonos de sentimientos del Sermó n del Monte, tienen hambre y sed
de justicia, aunque perseguida por causa de la justica, Mateo 5.6,10.

¿La justicia del Padre figura en el cará cter suyo? Tenemos que estar claros sobre esto,
porque “los injustos no heredará n la justicia de Dios”, 1 Corintios 6.9. Habiendo hablado
de los que son nacidos de él, Juan procede a mencionar su Padre, 3.1.

EL AFECTO DE SU PADRE, 3.1

Ahora Juan habla no tanto del amor de Dios por el mundo, Juan 3.16, sino del amor del
Padre por sus hijos. [Nota del traductor: Lamentablemente, el españ ol traduce como
“hijo” tanto la palabra griega uiós como la palabra griega téknon. La enseñ anza de la
Escritura distingue entre estos dos términos usados con frecuencia, pero no nos damos
cuenta. Un uiós, sea masculino o femenino, es un hijo de su padre bioló gico. Un téknon,
sea masculino o femenino, es uno reconocido como miembro, o “hijo”, de la familia. Aun
en nuestra sociedad hay hijos en ley que en la prá ctica no forman parte del círculo
familiar, y hay miembros íntimos de aquel círculo que no fueron engendrados por el
13
padre de familia. El creyente en Cristo es ambos – un uiós y un téknon – pero, repetimos,
en sentidos diferentes de “hijo”. Aquí en 1 Juan el “hijo de Dios” es un téknon, uno que
disfruta de la intimidad familiar].

“Cuál amor nos ha dado el Padre”, o, ¡qué manera de amor! Versió n Moderna. La palabra
indica que el amor que nos ha puesto en la familia de Dios es algo ajeno a este mundo.
Es exó tico; es diferente de cualquier cosa comú n o conocida. Es ú nico. Si la frase denota
la calidad del amor, la palabra “dado” sugiere la cantidad del amor. Sin embargo, ser
amados del Padre, tener el privilegio de ser sus hijos, exhibir los rasgos de su familia,
nos deja mal vistos por “el mundo”. Un mundo injusto no puede tolerar una conducta
justa que lo condena, y por esto hay una reacció n violenta, y los hijos de Dios
experimentan la desaprobació n que el Señ or conoció cuando aquí: “el mundo no nos
conoce, porque no le conoció a él”. Aquella actitud glacial ya se ha tornado en odio en el
v. 13.

DOS MANIFESTACIONES DEL HIJO, 3.2 A 6

“Cuando él se manifieste”, v. 2; “él apareció ”, v. 5. Nuestra posició n actual es entendible


perfectamente: “ahora somos hijos de Dios”. Pero en cuanto a los detalles completos de
nuestro estado eterno: “no se ha manifestado lo que hemos de ser”. Ignoramos todavía
algunas cuestiones, pero una cosa es clara: cuando É l sea manifestado a los suyos como
en 2.28, nosotros seremos como É l, porque le veremos como É l es.

El parecido a Cristo en aquel día venidero será en una conformidad moral a É l; vv 3,5.
Seremos como É l, toda traza de imperfecció n quitada. En el contexto de Filipenses 3,
seremos semejantes a É l físicamente, quien “transformará en cuerpo de la humillació n
nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya”, v. 21. Todo esta
experiencia es la culminació n del gran, eterno propó sito de Dios, que seamos hechos
“conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos
hermanos”, Romanos 8.29. ¡Moral y físicamente seremos como É l! “Traeremos también
la imagen del celestial”, 1 Corintios 15.49. ¡Glorioso aquel día!

Tenemos entonces esta esperanza en É l, 3.3, y la expec-tativa de estar con É l cuando


aparezca debe hacernos entusiastas por ser má s parecidos a É l aquí y ahora. É l es
intrínsecamente puro y nunca alcanzaremos la pureza absoluta que le caracteriza, pero
sí estamos en el deber de purificarnos. Dios lo ha facilitado al darnos su Espíritu y su
Palabra. “Consérvate puro. Sé ejemplo de los creyentes … en pureza”, 1 Timoteo 5.22,
4.12. Que Dios nos ayude a limpiarnos “de toda contaminació n de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios”, 2 Corintios 7.1.

Descuidar la pureza da lugar para que otro dude de nuestra profesió n de fe, porque
ahora Juan trata el tema del pecado y dice claramente que los hijos de Dios no persisten
en pecar. El tiempo del verbo que emplea lo hace ver, “todo aquel que peca” en 3.6 es
“que practica pecado” en algunas versiones. Por otro lado, en 2.1 el tiempo indica actos
de pecado, “si alguno hubiere pecado”, y no el pecar habitualmente.

Al introducir el tema, Juan ofrece una definició n del pecado: “es infracció n de la ley”, 3.4.
El pecado es el producto de un espíritu de insubordinació n. Es rebelió n a propó sito, y si
esa actitud está muy arraigada ella revela la ausencia de la naturaleza divina. Los
creyentes son aquellos que han experimentado la remoció n de sus pecados, v. 5. Una de
14
las razones porque el Salvador “apareció ” fue para quitar nuestros pecados. Su vida
impecable nunca ha podido salvarnos, pero fue un prerrequisito necesario para su
muerte expiatoria. Si É l hubiera sido imperfecto, su sacrificio no hubiera tenido valor.
Por consiguiente, aquellos que son beneficiarios de aquel sacrificio, y que permanecen
en É l, lo demuestran por una ausencia de una rutina de pecar. En cambio, aquellos para
quienes el pecar es normal nunca le han visto ni le han conocido en un sentido salvador,
v. 6.

FRUSTRANDO AL DIABLO, 3.7 A 12

La enseñ anza de Juan gira en torno del v. 10, donde especifica dos características de los
hijos de Dios: la justicia y el amor. La justicia ha sido el tema principal hasta este punto y
ahora el énfasis cambia al amor. Cualquier sugerencia que permite relajamiento de
conducta es un engañ o satá nico, v. 7. La verdad es que la justicia judicial, la justificació n,
se muestra por “hacer justicia”, con el énfasis otra vez en que es un reflejo del cará cter
del Padre: É l es justo. La conducta justa concuerda con los valores de la familia.

Por contraste, cometer pecado en un sentido habitual hace ver que el perpetrador es
“del diablo”, v. 8. Sataná s ha sido uniformemente impío “desde el principio” y los
miembros de su familia demuestran la misma propensió n. Su ambició n era atrapar la
humanidad entera en aquella cultura de iniquidad, pero vino el Hijo de Dios para
deshacer las obras del diablo. Es el caso que la obra de la cruz ha dado el golpe de
muerte al diablo, Hebreos 2.14,15, y ha frustrado toda intenció n malvada que él tenía,
pero el contexto aquí parece ser que el sacrificio de Cristo ha deshecho su obra de
encajonar el pueblo en un estilo de vida perpetuamente perversa.

Maravillosamente, ahora hay gente en el mundo que son apasionadas por la justicia en
vez del pecado. Ya no son “hijos del diablo”. Para ellos, las obras del diablo han sido
deshechas; es decir, han sido liberados de su nefasta influencia y ahora son hijos de
Dios. Una vez má s, se subraya el hecho que nacer de Dios significa que, siendo su hijo,
uno no está subyugado al pecado, sus hijos no cometen pecado de esa manera
repetitiva, v. 9. Por cierto, “no pueden pecar” de esa manera y por esta razó n “la
simiente de Dios permanece en él”, v. 9. Se le ha impartido un principio de vida divina,
capacitá ndoles para hacer lo correcto y aborrecer el pecado. La vida santa no es una
cuestió n de determinació n y esfuerzo propio, sino está facilitada por el hecho de poseer
la naturaleza divina, 2 Pedro 1.4.

Habiendo hablado de hacer justicia, Juan se ocupa ahora del afecto familiar, otro factor
exigido de los creyentes “desde el principio”, 3.11. La conducta de Caín fue la antítesis
de este ideal para el pueblo de Dios. “No como Caín”. Se declara que los dos hermanos
eran muy diferentes. Caín “era del maligno” y por esto odiaba todo lo que era justo y
santo en Abel. Sus obras eran malas, inclusive su sacrificio inadecuado que no fue
acepto a Dios, Génesis 4.5. Aquella condició n acostumbrada de rebelió n, puesta al
descubierto por la acostumbrada justicia de Abel, está citada como la razó n por su feroz
descarga mortal.

Juan prosigue a mostrar que un creyente profesante que demuestra la misma


animosidad contra “su hermano” hace ver que es del estirpe de Caín, un hijo del diablo y
15
desprovisto de la vida eterna, v. 15. La enseñ anza es retadora. Quizá s no tiene nada de
creyente aquel miembro de la asamblea que es amargado, criticó n, agresivo y abusivo.
¡Posiblemente él, como Caín, sea “del maligno”, un infiltrado que no sabe nada de la
gracia de Dios!

VI EL AMOR PERCIBIDO Y EL AMOR PROBADO


3.13 A 24

AMOR Y ODIO, 3.13 A 15

En su enseñ anza en el aposento alto el Señ or Jesú s puso el amor y el odio lado a lado.
“Esto os mando: Que os améis unos a otros. Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me
aborreció antes que a vosotros”, Juan 15.17,18. En el pasaje que estamos considerando,
de nuevo Juan pone estas características en yuxtaposició n. Por cuanto el mundo era
hostil a nuestro amado Señ or, no es una sorpresa si trata a su pueblo severa y
desagradablemente. Si los creyentes está n expuestos a un soplo frío de animosidad en
su lugar de trabajo, o en el hogar, o al testificar, ellos deben recibir en compensació n el
calor y afecto familiar de sus concreyentes. La asamblea debe ser un verdadero
remanso, o un oasis en un desierto á rido.

La gente que no aporta a esta atmó sfera de compañ erismo tierno nunca han sido salvos;
“permanecen en muerte”. Aquellos que sí exhiben ese amor tienen la confianza personal
de haber sido trasladados de la esfera de muerte a vida, v. 14. El amor genuino
transmite una señ al al mundo que somos los discípulos de Cristo, Juan 13.35; el amor
genuino nos da la confianza personal que poseemos la vida eterna.

Juan no só lo había escuchado la enseñ anza en el aposento alto, sino que su mente
retuvo las instrucciones del Sermó n del Monte. En su predicació n, el Señ or Jesú s había
ligado el enojo casual y el homicidio, Mateo 5.21,22. Ahora Juan amplía ese pensamiento
y tilda de homicida al hombre que aborrece a su hermano, agregando que “ningú n
homicida tiene vida eterna permanente en él”.

Juan había venido hablando de “el maligno”, v. 12, que era un homicida desde el
principio, Juan 8.44, y también había aludido a Caín, el primer homicida humano. Ahora
él asigna a la misma categoría a aquel que aborrece a su “hermano”. El odio es el
homicidio en embrió n. “Esaú aborreció a Jacob” y su resolució n ardiente era: “Llegará n
los días del luto de mi padre, y yo mataré a mi hermano Jacob”, Génesis 27.41. La
amargura arraigada, los arremetidos ofensivos y el egoísmo cró nico confirman la
calidad de un hombre como un creyente falso que nada sabe de la gracia salvadora.

AMOR Y SACRIFICIO, 3.16 A 18

16
Como siempre, el Señ or Jesú s es el ejemplo supremo de la verdad que se está
exponiendo. El mayor despliegue del amor se observa en la cruz: “él puso su vida por
nosotros”, v. 16. La frase indica que lo hizo voluntariamente; puso su vida. Fue vicario
también, fue por nosotros. El hecho que haya sido voluntario quiere decir que el patró n
que É l expuso nos anima a expresar manifestaciones de amor en bondad que no
necesitan ser sugeridas u obligadas.

Pero el punto principal de lo que Juan está presentando es este – por cuanto fue vicario,
los beneficiarios está n obligados a asumir la misma actitud: “debemos poner nuestras
vidas”. Es una deuda que tenemos, pero Romanos 13.8 reza: “No debáis a nadie nada”. El
Calvario demanda el abandono del egocentrismo.

Juan habla de que pongamos nuestras vidas el uno por el otro, pero no literalmente,
aunque algunos como Aquila, Priscila y Epafrodito sí arriesgaron sus vidas por otros,
Romanos 16.3,4, Filipenses 2.30. El versículo siguiente explica el concepto. Ponemos
nuestras vidas por nuestros hermanos al vivir por los intereses de ellos. Tomamos en
cuenta sus necesidades y ministramos a ellos. Es para evitar sacrificar sentimientos
compasivos sobre el altar del interés propio.

El amor de Dios no permanece en el tacañ o Ebenezer Scrooge en la novela de Charles


Dickens que echa un vistazo a las necesidades de un hermano y apaga la llama
parpadeante de lá stima, v. 17. Evita ser como Nabal que ofreció una fiesta “como
banquete de rey” en sus propios intereses pero negó darles a David y sus fugitivos un
pedazo de pan, 1 Samuel 25. Ni es có mo el levita de Lucas 10, quien vio al desamparado
y se fue.

Añ os antes de que Juan escribiera, Santiago advirtió de la actitud que “simpatiza” con
los necesitados sin hacer nada para ayudar: “calentaos y saciaros” (2.16). Juan hace ver
que el amor auténtico no se expresa en estas trivialidades huecas. “No amemos de
palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad”, 3.18. La simplista, “Te amo”, nunca
pondría comida en la boca de un hambriento ni ropa sobre un niñ o tintando. Tiene que
haber el hecho; la acció n positiva prueba el sentimiento de estar “en verdad”; es
genuina, no nebulosa.

AMOR Y CONFIANZA, 3.19 A 24

Una vez má s, v. 19, Juan hace ver que semejantes demostraciones de amor rinden un
beneficio para el benefactor: “En esto conocemos que somos de la verdad, y
aseguraremos nuestros corazones delante de él”. Hemos sido enseñ ados acertadamente
que la confianza de la salvació n viene con tomar la palabra de Dios tal cual como dice.
Otra dimensió n es esta: un espíritu generoso da confianza adicional que quien lo posee
es un creyente genuino. Esta confianza es “delante de él”. Uno está consciente de que
aun bajo el escrutinio no hay sospecha de que seamos falsos.

Puede haber ocasiones cuando nuestros corazones “nos condenan”. Quizá s hay
situaciones cuando no recibimos la expresió n de amor que es de esperar, v. 20. ¡Una
consciencia sensible protestará ruidosamente! Sin embargo, el Dios omnisciente es
mayor que nuestros corazones y ha hecho provisió n por nuestra falta, como la epístola
ya ha indicado con sus referencias a la sangre de Cristo y la propiciació n.

17
Pedro confiaba en el hecho de que aun cuando sus acciones recientes no habían
armonizado con sus expresiones verbales de lealtad, su Señ or que sabía todas las cosas,
sabía que le amaba de veras, Juan 21.17. (El hecho de que Dios sepa todas las cosas es
una gran declaració n de uno de los atributos de deidad – la omnisciencia de Dios).

El santo con un cielo despejado entre sí y el trono puede tener confianza en Dios en su
acercamiento a É l en oració n, v. 21. La palabra para confianza aparece cuatro veces en
esta epístola y en el 5.14 se la emplea de nuevo en relació n con la oració n. Esta
confianza está engendrada por la obediencia y por “hacer las cosas que son agradables
delante de él”, v. 22.

En el contexto inmediato, el mandamiento de obedecer es de doble punta. Supone creer


“en el nombre de su Hijo Jesucristo”, y también dar evidencia de fe genuina en É l por
amar el uno al otro, v. 23. É l está por advertir que hay aquellos que niegan aspectos de
la verdad expresada en aquella descripció n comprensiva de nuestro Salvador. Algunos
gnó sticos negaban su deidad y calidad de Hijo. Algunos negaban que era Jesú s, un
verdadero hombre. ¡Algunos veían “El Cristo” como una emanació n que vino sobre É l y
luego se fue! Juan descubre estos anticristos al comienzo del capítulo 4.

El creyente que obedece el mandamiento de amar a su hermano tiene confianza para


especificar sus peticiones osadamente en la presencia de Dios en la expectativa que É l
accederá a estas solicitudes, v. 22. Por contraste, “Si en mi corazó n hubiese yo mirado a
la iniquidad, el Señ or no me habría escuchado”, Salmo 66.18.

Las consideraciones prá cticas en estos pocos versículos no deben escapar nuestra
atenció n. ¿Nuestro amor es simplemente palabras sin sustancia? ¿Un afecto prá ctico
fortalece nuestra confianza? ¿Podemos acercarnos al Padre en oració n con una
conciencia sin ofensa? ¿Hay respuesta a lo que pedimos? ¿Nuestro amor por la familia
de Dios ratifica nuestra fe en el Hijo de Dios?

El capítulo concluye con la repetició n de una palabra que sazona la epístola, la de


“permanecer”, o morar, v. 24. Ahora Juan destaca otra característica de los que
permanecen en É l y con quienes É l mora. Son las personas que guardan sus
mandamientos. Ha venido hablando del mandamiento específico de amar, pero parece
que lo amplía aquí, señ alando que la actitud general de sumisió n a Dios y obediencia a
sus mandamientos son evidencias de que uno está viviendo en comunió n con É l, y que
Dios a su vez se complace en morar con él.

La persona divina que mora en todo creyente es el Espíritu Santo, pero también es É l
que nos hace conscientes de que estamos viviendo en unió n íntima con Dios. Juan habla
de Dios habiendo “dado” el Espíritu a nosotros. Se emplea el tiempo aorista, mirando
atrá s a un momento específico cuando aquello sucedió . Aquel momento fue la ocasió n
de nuestra conversió n cuando por fe en el Señ or Jesú s el Espíritu vino a morar. “El oír
con fe”, Gá latas 3.2, trajo el Espíritu Santo y É l nos selló cuando creímos, Efesios 1.13.
Así, “sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado”, v. 24.

18
VII PERCEPCIÓ N Y AFECTO
4.1 A 12

DISCERNIMIENTO, 4.1 A 4

El afecto que tenía Juan por sus lectores nunca estaba en duda. En cinco ocasiones se
dirigió a ellos como “Amados”, y tres de ellas en el espacio de estos pocos versículos. En
v. 1, porque les amaba; le dolía pensar que posiblemente fueran ingenuos, de manera
que les instaba a tener discernimiento ante todo lo que oían. El pueblo de Dios nunca
debe ser crédulo para tragar todo lo que oyen y leen. Peligros modernos son los sitios
de internet que uno posiblemente encuentre inadvertidos. Por esto la advertencia: “no
creá is a todo espíritu”.

Juan acaba de referirse al Espíritu Santo, 3.24, y los creyentes dependían de la


actividad suya para alumbramiento de los profetas del Nuevo Testamento y capacidad
para comunicar sus mensajes al pueblo, Efesios 3.5, 1 Corintios 14.29 a 33. Pero otros
espíritus estaban activos, espíritus seductores que propagaban “doctrinas de
demonios”, 1 Timoteo 4.1. En ese entonces, como ahora, estos poderes demoníacos
contro-laban hombres para promover cuestiones que de ninguna manera eran la verdad
divina. Para distinguir entre la verdad y el error, tenemos la ventaja de las Escrituras
completas, un lujo que los creyentes del primer siglo no disfrutaban.

Por esto Juan apela a ellos a ser cautelosos, una advertencia parecida a la que Pablo dio
a los tesalonicenses a no estimar ligeramente las profecías, sino probarlo todo, 1
Tesalonicenses 5.20,21. ¿Có mo podían sus lectores diferenciar entre un profeta genuino
y uno falso, entre un mensaje dado por el Espíritu y uno que era producto de un espíritu
de error? La piedra de toque era la actitud de un hombre al gran tema teoló gico de su
tiempo, la negació n de la auténtica humanidad del Señ or Jesú s de parte de los gnó sticos.

Aceptar o rechazar el hecho que Jesucristo haya venido en carne, con todas las ramifica-
ciones de ello en la expiació n, era la prueba á cida de autenticidad. Los mensajes que
reconocían este hecho eran promovidos por el Espíritu de Dios; un sermó n que lo
negaba daba evidencia de que su fuente no era de Dios, sino “del espíritu del anticristo”.

Este asunto específico tal vez no sea de mayor interés entre los creyentes profesantes
hoy, pero encierra un principio importante; cualquier cuestió n que incide sobre la
verdad bíblica acerca del Señ or Jesú s es por demá s importante y puede dejar entrever el
hecho que su exponente no es un creyente genuino. Una estrofa escrita por Juan Newton
lo expresa bien:

¿Qué piensas de Cristo? es la prueba;


demuestra tu actual condició n.
Si de É l está s mal, Dios reprueba
cualquier otra noble opinió n.

El empleo de parte de Juan de la palabra “vencer” señ ala que los anticristos eran
proactivos en promover el error y era necesario repelar sus acometidas. Los que eran

19
de Dios, creyentes genuinos, los vencerían así como los jó venes habían vencido al
maligno, 2.14, y así como nuestra fe vence al mundo, 5.4,5.

La capacidad de vencer a los sembradores del error se basa en el hecho que los
creyentes cuentan con el Espíritu de Dios morando en ellos; “mayor es el que está en
vosotros, que el que está en el mundo”, v. 4. Notamos en el 2.20 que aun los creyentes
inmaduros tienen la unció n del Santo, de manera que todos poseemos la facultad dada
de Dios para detectar y refutar la enseñ anza malsana y de esta manera “vencer” a sus
promotores.

ANTICRISTOS Y APÓ STOLES, 4.5,6

Ahora se contrasta a Juan y sus colegas, “nosotros”, con los anticristos, “ellos”. Ellos son
del mundo, pero nosotros somos de Dios. Por cuanto los anticristos asumían el carácter
del mundo, su enseñ anza tenía una perspectiva mundana: “por eso hablan del mundo”,
o como el mundo, v. 5. Comunicaban conceptos mundanos, aplicando mundana ló gica
humana y expresá ndola en el lenguaje del mundo para que los mundanos la absorbieran
con gusto; “el mundo los oye”.

Era religió n por cierto, pero al diablo no le preocupa que la gente transforme el
pecaminoso placer mundano en religió n mundana, ¡y de todos modos los dos se llevan
bien! Los creyentes no tendrá n por qué envidiar los adeptos que afirman ser miembros
de “la religió n del má s acelerado crecimiento en el mundo”. Los corazones mundanos
son un campo fértil para nociones religiosas. “Son del mundo … y el mundo les oye”.

Por contraste, Juan y sus coapó stoles eran “de Dios”, v. 6, y aquellos que habían llegado
a conocer a Dios por salvació n les oirían. La enseñ anza saludable, acertada, era atractiva
a la mente espiritual, pero no apelaría esta presentació n fiel a los que no eran de Dios.
Esta era otra prueba de la validez de la enseñ anza, si correspondía a la categoría del
“espíritu de verdad” o al “espíritu de error”. Su aceptació n entre un cuerpo de creyentes
genuinos aportaría credibilidad a que era del “espíritu de verdad”.

LA FUENTE DEL AMOR, 4.7,8

“El amor es de Dios … Dios es amor”. Habiendo declarado que “Dios es luz”, 1.5, un
indicio de su esencia y santidad, hay esta revelació n adicional del cará cter divino: É l es
amor. Es fundamentalmente benigno y compasivo, y aquellos que exhiben rasgos de
este carácter está n reflejando la naturaleza suya; “el amor es de Dios”. Cualquier amor
que podamos expresar es amor que hemos recibido, v. 19.

Después de hablar de un mundo que es susceptible a las maquinaciones de charlatanes


religiosos, Juan se dirige de nuevo a la necesidad de un afecto sincero, caluroso, entre el
genuino pueblo de Dios. “Amados, amémonos unos a otros”. La epístola ha enfatizado ya
que el amor no es habladuría hueca, 3.18, y recalcará que tampoco es un vaga y piadosa
protesta de amor por Dios, 4.20. El amor que toma su cará cter de Dios es puro y
demostrativo. La gente que ama así dará prueba de que son nacidos de Dios, y Juan se
ocupa de nuevo de uno de sus temas principales, la evidencia del nuevo nacimiento.

Todo ente es igual a sí mismo, y si “Dios es amor”, entonces los que son “nacidos de
Dios” demostrará n esta característica familiar. Aquellos que carecen de tal amor nunca
20
han llegado a conocer a Dios para salvació n, v. 8. Es muy desafiante. Amar el uno al otro
significaría que deseamos compartir con otros en las reuniones y no seremos
intermitentes en nuestra asistencia. Conlleva la benignidad, la consideració n y el
sacrificio. Estas son características de los que son nacidos de Dios, pero está n ausentes
en los que no conocen a Dios.

LA MANIFESTACIÓ N DEL AMOR, 4.9,10

Habiendo hablado de que Dios es en esencia amor, Juan pasa ahora a hablar de la
manera en que É l expresó su amor para con nosotros al enviar a su Hijo unigénito al
mundo. Su Hijo unigénito fue enviado, un indicio del inmenso costo a Dios. Aquel que
fue enviado era absolutamente singular, habiendo experimentado el afecto del Padre
antes de la fundació n del mundo, Juan 17.24. Era “mi vida”, Salmo 22.20; éste fue el
enviado; ¡amor sin límite!

Contextualmente, hay tres razones por haber sido enviado, vv 9, 10 y 14:

► “para que vivamos por él”

► “en propiciació n por nuestros pecados”

► para ser “el Salvador del mundo”

La declaració n central establece legitimidad para las otras dos. Por cuanto era la
propiciació n por nuestros pecados, satisfaciendo la justicia de Dios y apaciguando su
ira, Dios con justicia ha impartido vida espiritual a los que estaban “muertos en delitos y
pecados”, Efesios 2.1. Igualmente, aquella propiciació n ha hecho la salvació n una
posibilidad legítima para un mundo que perece, por Aquel que es el Salvador del
mundo, 4.14.

Aquel amor no fue solicitado ni merecido; “no en que nosotros hayamos amado a Dios”.
La realidad es que éramos hostiles a É l, “enemigos en (nuestra) mente, haciendo malas
obras”, Colosenses 1.21, y con todo nos amó . ¡La palabra bíblica que aplica es “gracia”!

LA DEUDA DE AMOR, 4.11,12

El amor de Dios por nosotros nos deja endeudados: “debemos también nosotros
amarnos unos a otros”. El hecho que É l haya estado dispuesto a enviar a nadie menos
que su Hijo unigénito; el hecho que fue para impartir vida a nosotros; el hecho que
implicaba el dar la sangre suya como una propiciació n por nuestros pecados; todas
estas cosas, encerrados en la declaració n, “Dios nos ha amado así”, nos dejan sin
ninguna otra opció n que amar el uno al otro. ¿Respondemos? ¿O puede ser que no
obstante ser inundados en amor divino, es escuá lido nuestro amor por nuestros
concreyentes?

El Dios invisible ha sido dado a conocer por su amado Hijo, Juan 1.18. Pero el Señ or
Jesú s está en el cielo de nuevo y ahora no es visible a los hombres en la tierra. Sin
embargo, cuando los creyentes exhiben verdadero afecto ellos está n dejando entrever
un poco del carácter de su Padre, el Dios invisible, v. 12. Es una expresió n de lo divino
en nosotros, y “su amor se ha perfeccionado en nosotros”. En otras palabras, Dios tenía

21
un propó sito al amarnos. Se ha realizado ese propó sito cuando, cual hijos suyos, su
pueblo redimido ama los unos a los otros. ¿El amor de Dios ha sido perfeccionado en
usted y en mí, o nos quedamos muy cortos de su ideal para nosotros?

VIII EL AMOR PERFECCIONADO Y EL AMOR PERFECTO


4.13 A 21

MORANDO EN É L, 4.13 A 15

Los creyentes son los que está n en Dios; está n en unió n eterna con É l. É l está en
nosotros, queriendo decir que Deidad reside en nosotros, y que la unió n es evidente si
amamos el uno al otro, v. 12.

Ahora se nos dicen que tenemos la confianza de esa verdad asombrosa en que É l nos ha
dado de su Espíritu. Previamente, Juan había hablado del espíritu que no has dado, 3.24,
y que esto sucedió cuando fuimos salvos; el creer resultó en que fuimos sellados con el
Espíritu Santo de la promesa, Efesios 1.13.

Aquí se nos está n diciendo que É l “nos ha dado de su Espíritu”. Esto no puede afirmar
que hemos recibido una parte de É l, con la expectativa de entregas adicionales en el
progreso de la experiencia cristiana. É l es un ser divino y la gente tiene lo tiene o no lo
tiene. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él”, Romanos 8.9. Por esto la
frase “de su Espíritu” debe significar que Dios nos ha dado las características del
Espíritu Santo, la cualidades morales que se originen en su acció n en nuestras vidas,
inclusive la capacidad de amar a nuestros hermanos. Estar consciente de tan benéfica
actividad conforma nuestra propia convicció n “que permanecemos en él, y él en
nosotros”.

EL AMOR PERFECCIONADO, 4.16,17

Ahora Juan expresa una confianza nacida de experiencia personal (conocer y creer) de
que Dios tiene amor en nosotros, v. 16, Besson, Biblia Textual. Cierto, Dios ha desplegado su
amor a nosotros, pero la preposició n griega en parece indicar que, por cuanto Dos es
amor, y por ende permanece en nosotros, entonces el amor asociado con É l reside
también dentro de nosotros. Inevitablemente, aquel amor fluirá a otros, y así nosotros
amamos, porque É l nos amó primero, v. 19.

En el v. 17 “se ha perfeccionado el amor con nosotros, Besson, etc. Es decir, la idea es que
Dios tenía un propó sito, una meta, al amarnos y aquella intenció n ha sido hecha
realidad, perfeccionada, cuando los objetos de amor divino aman el uno al otro, v. 7.

Cuando el amor de Dios es perfeccionado de esta manera en individuos, hay un


beneficio considerable para ellos, porque tienen confianza en el día de juicio. Se ha
llamado la atenció n ya a la repetició n de la palabra confianza en la epístola. En esta
ocasió n parece que la expresió n del amor de parte de los creyentes les da confianza
22
respeto al venidero día de juicio. O sea, el hecho de que hayan evidenciado la realidad de
su salvació n quiere decir que se ha disipado cualquier temor que sentían alguna vez
ante el prospecto de juicio.

Otro aporte mayor a esta confianza es el pensamiento que “como él es, así somos
nosotros en este mundo”. É l ha pasado por juicio en la cruz, y ahora en la gloria está má s
allá del alcance del juicio; es “có mo él es” ahora mismo. “En cuanto murió al pecado
murió una vez por todas”, Romanos 6.10. Todavía estamos en este mundo, ¡pero ahora
mismo somos como É l es! “Ahora, pues, ninguna condenació n hay para los que está n en
Cristo Jesú s”, Romanos 8.1.

De este temor que la tumba me da,


vengo, Jesú s, vengo, Jesú s,
a la alegría y luz de tu hogar
vengo, Jesú s, a ti.

De la indecible profundidad,
a tu redil de tranquilidad;
a ver tu faz por la eternidad,
vengo, Jesú s, a ti.

TEMOR QUITADO, 4.18,19

La menció n del día de juicio en el v. 17 sugiere que el tema referido en el v. 18 es el


temor del juicio; el “perfecto amor” lo disipa. Obsérvese la secuen-cia de eventos. El
amor divino logra su propó sito cuando sus beneficiarios aman el uno al otro. Esto a su
vez les da a estos individuos la confianza de salvació n y por consiguiente se ha ido
cualquier temor de juicio que había. “El temor lleva en sí castigo”. Temor de ser
castigado resultará si está ausente el amor por otros que proporciona con-fianza
respecto al día de juicio. Así que, “el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor”.

La expresió n del amor es consecuencia de ser amado de Dios. Nosotros amamos (sin a
él, Versió n Moderna, Biblia Textual, etc.), v. 19. Cualquier amor que tengamos, sea por el Señ or
o por su pueblo, es el resultado de haber sido amados por É l.

AMANDO Y ABORRECIENDO, 4.20,21

Una vez má s Juan destaca las cosas que la gente dice, v. 20, y no hace concesiones por la
contradicció n o hipocresía de uno que alega que ama a Dios y a la vez aborrece a su
hermano. En lenguaje que no admite compromiso, él tilda de mentiroso al que hace esta
profesió n. La contradicció n entre las palabras de un hombre y su conducta le parece
obvio a Juan: “El que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿có mo puede amar a Dios a
quien no ha visto?”

Es incongruente afirmar afecto por deidad no vista sin expresar amor por alguien
visible, alguien cuyas necesidades son obvias, santos cuya carencia puede ser apreciada
y cuya pobreza puede ser aliviada en genuinas expresiones prá cticas de amor.
Aparentemente Santiago ve la misma disparidad en el hombre que dice tener fe, cuando
aquella fe no es visible en un auténtico interés por otros, demostrado por generosidad,
Santiago 2.14 a 17. Las palabras son baratas y las trivialidades no cuestan, pero el
verdadero amor y la genuina fe pagan un precio alto en términos de sacrificio propio.
23
De nuevo, Juan enfatiza que la responsabilidad de amar a nuestros hermanos no es
opcional sino un “mandamiento”, v. 21. Sobrellevar los unos las cargas de los otros,
Gá latas 6.2, es cumplir la ley de Cristo. Santiago describe la obligació n de amar como “la
ley real”, 2.8. Este es un precepto vinculante para el hijo de Dios. Amar a Dios y amar a
nuestros hermanos deben ir mano en mano. El segundo es la expresió n y evidencia del
primero. Cuando Pedro juró su afecto por el Señ or Jesú s, el Salvador indicó que el amor
de Pedro por É l tenía que ser canalizado hacia aquellos que llama sus corderos y sus
ovejas, Juan 21.15 a 17.

Aunque la pró xima referencia es a una edad futura, el principio aplica; los actos de
benevolencia a su pueblo son reconocidos como actos de benevolencia a É l, Mateo
25.40. ¿El amor suyo por “el rey de los siglos, inmortal, invisible, (el) ú nico y sabio
Dios”,
1 Timoteo 1.17, está expresado en su actitud y benignidad hacia sus sú bditos, gente que
son criaturas del tiempo, mortales, visibles y a veces hasta necias? ¿Su afecto profeso
por el Padre está demostrado en su cuidado de todo corazó n por los hijos de su familia,
sus hermanos y hermanas? Es absurdo profesar amar al Uno y a la vez despreciar o
hacer caso omiso del otro.

IX CREYENDO QUE JESÚ S ES EL CRISTO


5.1 A 12

Una menció n del trasfondo de la Epístola podría ser una manera de acercarnos al
capítulo 5, porque nos ayudaría a aclarar algunas dificultades si podemos llevar en
mente el marco.

Los lectores de Juan habían estado en la mira de los filó sofos gnó sticos, quienes, entre
otras cosas, sugerían que “El Cristo” era una especie de emanació n divina que vino
sobre Jesú s en su bautismo y lo dejó antes de su muerte, posiblemente en el Getsemaní.
Llevar esto en mente nos permitirá entender los vv 6 a 8 como una referencia al agua de
su bautismo y la sangre como una referencia a su cruz. Tomar en cuenta que estos
hombres eran anticristos y apó statas nos ayudará a captar el carácter del “pecado de
muerte”, v. 16.

AMANDO A DIOS, 5.1 A 3

Hasta ahora Jesú s ha estado explicando la evidencia del nuevo nacimiento en términos
de la conducta de uno: hacer justicia, no pecar habitualmente, amar, 2.29, 3.9, 4.7. Ahora
él se enfoca sobre la que uno cree, porque la fe y la conducta deben ir mano en mano, v.
5. Aquellos que son nacidos de Dios son gente que cree y nunca dejan de creer que Jesú s
es el Cristo, creen que es el Hijo de Dios, v. 5. La genuina fe salvadora en Cristo arroya
una só lida adhesió n a “la doctrina de Cristo”, 2 Juan 9, y el compromiso con esa doctrina
es una característica de la familia de Dios.

24
Esta gente ama al Padre y por consiguiente ama “también al que ha sido engendrado por
él”, sus concreyentes. “Hiram siempre había amado a David” y por esto su interés en y
apoyo a Salomó n, 1 Reyes 5.1, quien era “engendrado de él”. Es incoherente amar a un
padre y hacer caso omiso de su hijo, así que en realidad Juan prosigue con el argumento
que comenzó al final del capítulo 4: afirmar amar a la Deidad invisible y a la vez
aborrecer a su Hijo visible es totalmente contradictorio.

¿Có mo podemos discernir si nuestro amor por los hijos de Dios es apropiado y vá lido?
Necesariamente, irá mano en guante con un amor por Dios que se expresa en
obediencia,
v. 2. El amor por el pueblo de Dios nunca justificará su pecado ni les ayudará a violar los
mandamientos de Dios. Por ejemplo, aprobar un yugo desigual, conformarse con la
participació n en la cena del Señ or de uno que no es bautizado, confraternizar con uno
que está bajo disciplina de la asamblea — estas son expresiones de sentimentalismo y
no de amor. El amor por el pueblo de Dios está entrelazado con el amor por Dios y la
obediencia a sus mandamientos. El amor se goza de la verdad, 1 Corintios 13.6.

“Si me amá is, guardad mis mandamientos”, Juan 14.15. Juan lo había oído en el aposento
alto y estaba grabado indeleblemente en su mente. Ahora el Espíritu le inspira a
expresar estos mismos sentimientos. La enseñ anza de los vv 1 y 2 debe significar que el
amor a Dios es nuestro amor por Dios. ¿Có mo se expresa? Una vez má s el énfasis está en
actos y no dichos, en andar y no hablar. En 2.3, guardar sus mandamientos prueba que
“nosotros le conocemos”, pero aquí guardarlos prueba que le amamos.

La palabra “mandamientos” suena muy exigente, pero Juan nos asegura que “sus
mandamientos no son gravosos”. Gra-voso encierra la idea de algo pesado. El Señ or
emplea el término al decirles a los fariseos en Mateo 23.4 que ellos atan cargas pesadas
y difíciles de llevar. Pero É l invitó a los “cargados” de aquellos reglamentos
insignificantes a venir a É l para descansar y tomar su carga, Mateo 11.28. Ayuda para
poner por obra los mandamientos divinos está disponible siempre a aquellos que andan
conforme al Espíritu y no conforme a la carne, Romanos 8.4. Ellos pueden decir con
David: “en guardarlos hay grande galardó n”, Salmo 19.11. La obediencia arroja gran
placer.

VENCIENDO AL MUNDO, 5.4,5

Otro rasgo de aquellos que han nacido de Dios es que vencen al mundo. Los jó venes
vencieron el maligno, 2.14. Creyentes enseñ ados por el Espíritu vencieron a los
anticristos, 4.1 a 3; gente renacida de veras vence al mundo. El 2.15 explica qué quiere
decir “el mundo”, pero el tiempo del verbo vencer indica que no hay fin a la guerra con el
mundo; el conflicto es constante. El mundo nunca ha guardado los mandamientos de
Dios, v. 2, pero la persona que “cree que Jesú s es el Hijo de Dios” se somete a esos
mandamientos y por esto discrepa del mundo. Moral y éticamente, y en el estilo de vida,
usted es diferente, y a ellos “les parece cosa extrañ a que vosotros no corrá is con ellos en
el mismo desenfreno de disolució n, y os ultrajan”, 1 Pedro 4.4.

Esta hostilidad puede traducirse en un aliciente a comprometerse y conformarse, pero


la fe legítima no cede terreno y rehú sa doblarse ante los encantos del mundo: “esta es la
victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe”, v. 4. Tristemente, es posible que alguien
que se percibe como “un cristiano mundano” no sea nada de eso, sino simplemente una
25
persona mundana desprovista de la fe salvadora. El Hijo de Dios declaró : “Confiad, yo he
vencido al mundo”, Juan 16.33. La fe genuina en É l nos permite entrar en el disfrute de
su triunfo.

EL AGUA Y LA SANGRE, 5. 6 A 9

Una vez má s, se afirma que el objeto de nuestra fe es Jesú s, el Hijo de Dios. Esto le
inspira a Juan a refutar las declaraciones anticristianas de que É l era tan só lo el hombre
Jesú s que había muerto y que la emanació n divina que vino sobre É l en su bautismo se
había ido antes de su muerte. No, dice Juan: “Este es Jesucristo, que vino mediante agua
y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre”. Nuestro autor
enfatiza que fue el Hijo de Dios quien fue bautizado en agua al comienzo de su
ministerio pú blico y fue este mismo Hijo de Dios que derramó su sangre preciosa al
final. Estos dos eventos fueron los dos extremos de su ministerio pú blico. En su
bautismo la voz del Padre testificó a su filiació n. En la cruz su control absoluto de las
circunstancias testificó a su filiació n y deidad; ningú n mero hombre ha podido declarar
lo que resultó ser cierto: “Nadie me la quita”, Juan 10.18 – a saber, su vida. Así, el agua y
la sangre testifican a que era el Hijo.

Ahora se introduce un tercer testigo, vv 7,8: el Espíritu Santo. É l es un contribuyente


confiable al debate, porque “el Espíritu es la verdad”. Al inspirar la predicació n acerca
del Hijo, el Espíritu Santo aportó peso al testimonio de los eventos en su bautismo y
muerte, de manera que “estos tres concuerdan”. Se establece la verdadera identidad de
Jesú s como el Hijo de Dios en boca de tres testigos. Nosotros no estuvimos presentes
para oír la voz del Padre en su bautismo, ni estuvimos presentes cuando su sangre fue
derramada, pero tenemos el testimonio vigente del Espíritu Santo, lo cual es relevante a
la enseñ anza del v. 10.

Tomado en conjunto, se describe este testimonio triple como “el testimonio con que
Dios ha testificado acerca de su Hijo”, v. 9. En las relaciones humanas tenemos que
tomar a valor facial lo que está dicho, o para usar el término oficial, “de buena fe”. ¡El
testimonio de Dios es mayor! Su palabra es 100% confiable. Los creyentes aceptan sin
cuestionamiento su declaració n en cuanto a la verdadera identidad de Jesú s y por ende
el valor inestimable de la sangre que fue derramada por el Hijo de Dios.

Si tuviéramos certeza de que el v. 7 estaba en el texto original, sería una maravillosa


declaració n de la posició n Trinitaria. El que escribe aquí no tiene ninguna experticia en
los manuscritos antiguos; ninguna. Algunos abogan por su inclusió n en la Escritura y
lo ven como relevante al argumento de Juan, pero parece que la mayoría de los
traductores y comentaristas sienten que fue insertado en los manuscritos en algú n
punto posterior al siglo 4.

EL HIJO DE DIOS Y LA VIDA ETERNA, 5.10 A 12

El testimonio a la identidad del Señ or Jesú s como el Hijo de Dios no ha podido ser má s
firme, como está expresado en los tres versículos anteriores, porque “una cuerda de tres
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dobleces no se rompe pronto”, Eclesiastés 4.12. Para aquellos que creen aquel registro,
Dios les da confianza adentro. “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de
que somos hijos de Dios”, Romanos 8.16. Es obvia la insolencia de negar creer un
historial que Dios ha dado; es afirmar que el Dios que no miente, Tito 1.2, es un
mentiroso. “Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso”, Romanos 3.4.

Esta confirmació n interna es un testimonio al hecho de que Dios nos ha dado vida
eterna, una cualidad y medida de vida que está inexorablemente vinculada a su Hijo, y
por esto “el que tiene al Hijo, tiene la vida”, v. 12. De nuevo, hay ecos del Evangelio
segú n Juan: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna”, 3.36. La verdad contraria debe ser
alarmante para el pecador incrédulo: “el que rehú sa creer en el Hijo no verá la vida”.

X ALIENTO Y EXHORTACIÓ N AL CIERRE


5.13 A 21

CONFIANZA, 5.13 A 15

Juan se acostumbra a dar sus razones por escribir. El propó sito de su Evangelio fue “que
creá is que Jesú s es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo, tengá is vida en su
nombre”, 20.31. El propó sito del Apocalipsis fue “para manifestar a sus siervos las cosas
que deben suceder pronto”, 1.1. El propó sito de esta Epístola fue “para que sepáis que
tenéis vida eterna”, 5.13. Aquellas que creen que Jesú s es el Cristo, el Hijo de Dios,
poseen este conocimiento confiadamente.

Entonces, el Evangelio de Juan está enfocado a promover la fe que trae la vida eterna, y
la Epístola está escrita para dar a los creyentes la confianza de que la tienen.

Juan nunca sugiere que las sensaciones exultantes dan esta confianza, sino que lo que
está “escrito”. La sangre de Cristo salva, pero la Palabra de Dios asegura. Los escépticos
han sido preguntados a menudo: “¿Por qué dudan?” Las promesas de Dios son
confiables, “la Escritura no puede ser quebrantada”, Juan 10.35. Confiar en lo que Dios
dice es racional; aceptar lo que É l emprende quita las nubes de duda.

Juan no está en desacuerdo con la gente que afirma que tienen la vida eterna, habiendo
escrito ya, en 2.12: “vuestros pecados os han sido perdonados por su nombre”. Algunos
incrédulos religiosos acusan al pueblo de Dios de presunció n por decir que son salvos.
Decirlo sería osadía si la salvació n dependiera de aportes nuestros. El hecho es que el
perdó n es “en su nombre”, queriendo decir que el pecador que cree puede identificarse
con Pablo y hablar del “Dios quien nos salva”, 2 Timoteo 1.8,9. Dudarlo es cuestionar la
veracidad de su Palabra.

Confiados de que nuestra relació n con É l es acertada, hay adicionalmente “la confianza
que tenemos en él”, 5.14, en la cuestió n de la oració n. De nuevo, la confianza aquí
conlleva el concepto de libertad de expresió n. El versículo presupone sensibilidad en la
oració n, pidiendo “conforme a su voluntad”. Es posible pedir mal, Santiago 4.3. Las

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peticiones egoístas y carnales no será n oídas con simpatía. Por lo general se discierne la
voluntad de Dios de la Palabra suya, aunque hay asuntos de circunstancia personal por
los cuales no hay ninguna directiva bíblica. Precisamos de direcció n para la cuestiones
de mayor importancia en la vida: el matrimonio, el empleo, dó nde vivir, etc. Al buscar la
voluntad de Dios es vital llevar en mente el principio de Proverbios 3.5,6: “Fíate de
Jehová de todo tu corazó n, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconó cele en todos
tus caminos, y él enderezará tus veredas”.

La disposició n de reconocerle a É l, asignando prioridad a los intereses suyos, permite


que su voluntad se realice, y así es que oramos: “Há gase tu voluntad, como en el cielo,
así también en la tierra”, Mateo 6.10.

INTERCESIÓ N, 5.16,17

Un aspecto de la oració n es la intercesió n, la oració n por los intereses de otras personas.


Cam vio que su padre estaba pecando y lo contó a sus hermanos, Génesis 9.22. Aquí Juan
reconoce la posibilidad de que veamos a un hermano pecar, ¡y lo decimos a su Padre! Se
reconoce una excepció n cuando no debemos orar por tratar de un “pecado de muerte”.
Aparentemente Juan tiene en mente de nuevo a los anticristos, los apó statas, y para
ellos no hay camino de retorno. La Epístola a los Hebreos deja en claro que hay gente
que asienten intelectualmente a la verdad acerca de Cristo y pretenden que esto sea la
fe salvadora. Con el correr del tiempo, revierten su opinió n, repudian su posició n
anterior y agresivamente promueven sus nociones erradas. Así eran los anticristos que
Juan conocía. De la gente como ellos la Escritura declara: “Es imposible (que) sean
renovados para arrepentimiento”, Hebreos 6.4 a 6. Es “pecado de muerte”.

Algunos abogan por el criterio que el que comete “el pecado de muerte” es un
“hermano”, y al ser así, un creyente genuino y no un apó stata. Sin embargo, de debe
llevar en mente que a lo largo de la epístola el término hermano se emplea para
describir a los que dicen ser de la familia. Por ejemplo, Juan dice en 3.15: “Todo aquel
que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningú n homicida tiene vida eterna
permanente en él”. Por fuera, parece haber una relació n hermanable entre las partes,
pero obviamente no es la realidad, porque uno de ellos no posee la vida eterna.

Por lo tanto, concuerda con el temor de la epístola sugerir que “el pecado de muerte” es
cometido por un apó stata y no por un auténtico “hermano”. La oració n no sería
conforme a su voluntad si pedimos a Dios la restauració n de tal persona.

Sin embargo, por lo regular al observar que uno está pecando hoy en día, nuestro deber
es orar por él. Samuel lo dijo al pueblo descarriado que intentaba marginarlo: “Lejos sea
de mí que peque contra Jehová cesando de rogar por vosotros”, 1 Samuel 12.23. Merece
la pena orar, porque si bien todo aspecto de injusticia, deshonestidad, mentira,
inmoralidad e injuria es pecado, no es “de muerte”, 5.17. El fracaso no tiene que ser
definitivo; uno puede recuperarse y experimentar la restauració n.

SABEMOS, 5.18 A 21

En una epístola que habla mucho del conocimiento, tenemos ahora una pequeñ a serie
de cosas que sabemos, 5.18,19,20. Primeramente, Juan repite verdad que había
explicado en 3.9; aquellos que son nacidos de Dios no cometen pecado por há bito. É l
28
acaba de señ alar que tal vez veamos que un hermano está pecando, pero de nuevo
enfatiza que no es lo normal que un creyente lo haga. La gente renacida no es adicta al
pecar.

Cierto, ellos está n bajo la presió n del maligno, pero pueden estar insensibles a sus
atenciones: “no practica el pecado”. En aras de la uniformidad, “todo aquel que ha
nacido de Dios” debe referirse todavía al creyente, ¿pero es concebible que el creyente
de por sí no practique el pecado? [La Reina-Valera reza, “Dios le guarda”, pero varias
son las versiones que rezan, “guarda a sí mismo”]. En ú ltima instancia, somos guardados
por el poder de Dios, 1 Pedro 1.5, pero É l ha provisto para nuestra preservació n
espiritual. Por ejemplo, hay “toda la armadura de Dios”, Efesios 6.13, y valerse de los
recursos disponibles aporta a que nos guardemos.

Es má s, “la simiente de Dios permanece en él”, 3.9, y tenemos la naturaleza divina,


2 Pedro 1.4. Somos guardados por el Espíritu de Dios, Romanos 8.14. Así que, aun
cuando es inconcebible que un creyente pueda guardarse del pecado por sus propios
esfuerzos, se le ha dado todo apoyo para que lo haga. Por esto, el maligno no puede
apoderarse del hijo de Dios [“no le dañ a”]; este es el sentido de “no le toca”.

La segunda á rea de conocimiento es el hecho de que hay dos canales de humanidad,


5.19; “somos”, los creyentes, y “el mundo entero”, la gente todavía irregenerada. Los
creyentes son “de Dios”, engendrados por É l y asumiendo el carácter suyo. El maligno es
el príncipe de este mundo, Juan 12.31; es “el dios de este siglo”, o esta edad, 2 Corintios
4.4. ¿Quién dicta las modas del mundo, orquestra sus modalidades, promueve sus
actitudes y estimula la adoració n de las estrellas de pantalla y deporte? Es el maligno. La
cultura del mundo está impregnada de la impiedad y él es quien manipula el sistema.
Pero, como señ ala el v. 18, el creyente puede estar fuera de su esfera de influencia e
inmune a sus atenciones.

Otra cosa que sabemos es que el Hijo de Dios ha venido, v. 20. Juan ha mencionado ya
que É l apareció , dando a entender una existencia previa. El propó sito de aquella
manifestació n fue de quitar nuestros pecados. Nos dice también que fue enviado,
insinuando obediencia a la direcció n del Padre. La finalidad fue de ser el Salvador del
mundo, 4.14. El verbo usado ahora es “ha venido”, dando a entender un acto voluntario.
El propó sito fue de darnos entendimiento. Su venida ha traído alumbramiento,
conduciendo a los lectores de Juan a un conocimiento salvador de Dios, el Dios
verdadero. Esto contrasta con su antigua devoció n a deidades como Diana de los
Efesios, envueltas ellas en mitología y superstició n.

El conocimiento salvador del Dios verdadero los condujo a una unió n viva con aquel
Dios y con su Hijo, acerca de quien hace otra afirmació n inequívoca: “Este es el
verdadero Dios, y la vida eterna”, v. 20. “Su Hijo Jesucristo” antecede de inmediato el
pronombre él, de manera que Cristo está identificado como el Dios verdadero. ¡Estamos
ante una declaració n de su deidad! De nuevo, la vida eterna está vinculada con aquella
vida. É l es la personificació n de aquella vida, 1.2, su fuente y su canal, ya que “el que
tiene al Hijo, tiene la vida, 5.12.

El penú ltimo versículo ha podido ser un clímax apropiado, pero, habiendo magnificado
a Cristo, Juan termina con un corolario: “guardaos de los ídolos”. Si es que él se refiere a
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la idolatría intelectual de los apó statas, o a una tendencia má s generalizada de desplazar
a Cristo del primer lugar en nuestras vidas, el mensaje es claro en ambos casos; es el
magnetismo del Dios de la gloria, Hechos 7.2, lo cual debe alejarnos de todo lo que es
falso, pasajero y secundario.

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