en la Historia
de Occidente
Arte y Estéticas
en la Historia
de Occidente
Nicolás Casullo
Carpeta de trabajo
Diseño original de maqueta: Hernán Morfese
Procesamiento didáctico: Adriana Imperatore / Hernán Pajoni
ISBN: 978-987-1782-50-5
Impreso en Argentina
Bibliografía obligatoria
Actividades
Para reflexionar
Consultar CD
Índice
Introducción........................................................................................11
Nuestra relación con la obra de arte y con la historia del arte ...........11
Las formas artísticas como narración del mundo ..............................13
El arte y la historia de las ideas.......................................................14
Tres dimensiones a estudiar ............................................................16
Objetivos ............................................................................................18
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
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Arte y estéticas en la historia
en la historia de occidente
Introducción
Organizar a través de esta materia una historia del arte exige plantear ini-
cialmente el sentido que se pretende, un para qué. En este caso, la materia
se propone hacer presente los aspectos más importantes que hacen a una
biografía del arte, teniendo en cuenta por una parte el interés del que la cur-
sa, su deseo de aproximarse más y mejor a ese pasado lejano o reciente del
arte, y al mismo tiempo, teniendo en cuenta la particular época que estamos
viviendo, donde a la vez que los teóricos hablan de la crisis o extinción del
arte auténtico -su imprevisible futuro– esa misma época nos muestra una
cultura redesplegada, mediatizada al nivel de millonarias audiencias, donde
todo se estetiza, donde todo pasa a formar parte de lo que se denomina es-
El concepto estetizar
téticas de masas como permanente oferta del mercado. Hoy vivimos ago- debe ser entendido
biantes estéticas de la publicidad, de la información, de una línea de jeans como aquella operación que
o chocolates, del buen “vacacionar”, del servicio de restaurantes, de la ho- se hace sobre cualquier pro-
ducto, objeto o sujeto, don-
telería de los sanatorios, de casi todo lo que pueda ser ofertado para su con- de el mercado promueve y
sumo. fija valores formales, idea-
les, míticos sobre lo que po-
En esta actualidad dos condiciones básicas se hacen necesarias para en- dríamos denominar “lo be-
carar un recorrido histórico del arte: llo adquirible” o consumi-
ble, como forma de decorar,
ornamentar la publicidad de
• Una de ellas es nuestra relación directa con la obra de arte auténtica. un auto, una noticia, la fi-
Nuestra predisposición a abrirnos a ella: a que ella nos hospede, nos ha- gura de un político, el valor
de un fármaco, un seguro
ble, nos interpele. de vida, etc.
• La segunda, y sobre esto versará básicamente la materia, tener como ob-
jetivo el saber por qué el arte fue y es una experiencia de conocimiento y
de relación existencial de primer orden con el mundo, a partir de su repre-
sentar, preguntar, ensayar respuestas e intentar una crítica a las condicio-
nes de lo humano en la historia.
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cir: el arte (obras de artes y mundos del arte) como historia de ideas, concep-
ciones, ideales, conductas y éticas sobre nuestro ser en el mundo. Éste sería
el sentido medular del curso.
Se tenga mucha o poca relación con el arte, esta relación es siempre per-
sonal, íntima. Se vive como placer, o como placer y toma de conciencia de
un aspecto del mundo y la vida. Nos habilita siempre un juicio crítico, nos
plantea una vinculación desinteresada, nunca utilitarista o instrumental para
la obtención de otra cosa. Podemos tener con tal o cual arte una relación ex-
perta o inexperta, espontánea o sistemática, pero la obra, en todo caso,
siempre es ella, en su abrirse a uno: sepamos mucho o sepamos escasa-
mente sobre arte. Así vamos a ver una película, o leemos una novela, o es-
cuchamos música, o nos gusta el teatro, la plástica, la danza, así llegamos
a preferir, si nos adentramos más en un lenguaje artístico, una época histó-
rica determinada, una corriente creadora, un estilo, un género, algunos artis-
tas por sobre otros. Si nuestra relación se hace permanente con algún len-
guaje estético genuino –no con productos mercantiles de entretenimiento–
pasamos a conocer obras y creadores del pasado y el presente, a saber so-
bre la biografía de ese arte y sus tendencias, qué es lo auténtico y lo falso,
lo que innova o lo que repite. Y junto con eso podemos también frecuentar
comentarios y críticas sobre dicho arte, y progresivamente reconocer de ma-
nera más adecuada quién es el gran creador, el artista excelente y el medio-
cre, o cuando estudiamos un instrumento, nos animamos a escribir un cuen-
to, a dibujar y pintar, o cursar arte escénico.
Se decía más arriba que una de las dos condiciones básicas para empren-
der la materia es entender de qué se trata nuestra relación con la obra de
Hans Georg Gadamer
nació en Marburg, arte: cómo podemos definir tal encuentro. Al respecto un filósofo alemán que
Alemania, en 1900, fue todavía vive y es muy viejo, y que dedicó varios de sus libros más importan-
profesor de filosofía en las
universidades de Leipzig,
te al tema del arte, el alemán Hans Gadamer, desarrolla cinco caracterizacio-
Frankfurt y Heidelberg. En- nes sobre nuestra relación con la obra de arte:
tre sus obras más reconoci-
das se destacan Verdad y
Método, Estética y Herme- • Para Gadamer el encuentro con la obra de arte es un encuentro con no-
néutica, La actualidad de sotros mismos. Él dice que existe una “familiaridad enigmática” con las
lo bello.
obras de arte del pasado, por más lejano que se sitúe ese pasado; Enig-
mática, porque lo ya muy apartado nos resulta filiar, cercano.
• Argumenta Gadamer que la obra de arte no se limita nunca a ser pasado. No
queda apresada en su horizonte histórico originario, forma parte de la experien-
cia nuestra con la obra, el que ella tenga siempre su propio presente. Es un pa-
sado en el presente, no un recuerdo del pasado: es un presente intemporal.
• Gadamer se pregunta si la obra de arte, procedente del pasado y hacia
nuestra actualidad, dice solamente lo que tenía originariamente que de-
cir, lo que dijo en su época o siempre dice su presente. Precisamente
nuestra relación con el arte es un esfuerzo de interpretación, un hermoso
esfuerzo, opina Gadamer, de algo que puede no ser comprensible de in-
mediato. Pero en esta interpretación sobre una obra estética, la obra nun-
ca es un documento histórico, no es un documento como las leyes políti-
cas de Solón en Atenas o ciertos códigos militares del imperio romano
que hoy podemos revisar. En el mostrarse, ahora, de la obra de arte
• cuando entra en relación conmigo– no hay una intención de recordar aquel
pasado como ocurre con el documento historiográfico antiguo. La obra de
arte permanece en su decir, le dice siempre a cada uno, como algo pre-
sente y simultáneo.
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
• Gadamer piensa que en la experiencia del arte hay algo más que expec-
tativa de sentido. Cuando nosotros entramos en relación con cualquier
cosa del pasado, o del presente, siempre hay una expectativa de sentido,
un deseo de encontrarlo. Pero en la obra de arte hay “un sentirse alcanza-
do por el sentido” de lo dicho. ¿Qué quiere significar Gadamer? Que la obra
de arte, cuando entramos en relación con ella, nos declara algo que es
como un descubrimiento, describe algo que estaba como encubierto, nos
devela algo agazapado que todavía no formaba parte de nuestra experien-
cia, nos confronta con nosotros mismos. Una poesía del siglo XIX no re-
mite al lector de aquella época, sino a nosotros. En la obra de arte somos
alcanzados, descubiertos, dice Gadamer, nos descubrimos en ella.
• El lenguaje del arte es hacer presente su propia actualidad en nosotros.
Por eso, piensa el filósofo, en el lenguaje del arte hay siempre “un exceso
de sentido”, que reside en la obra misma. Y define ese exceso de sentido
como la inagotabilidad del arte, es decir, de su sentido. Las leyes ciudada-
nas de Solón ya están agotadas hace mucho para nuestra experiencia so- Solón (639-559 a. de
cial y política, en cambio, la obra de arte auténtica, del gran arte, es ina- Cristo), legislador ate-
niense, reformó la Constitu-
gotable en su sentido. Nuestra experiencia con ella será siempre nueva, ción de su tiempo y redactó
fragante, actual. un código de leyes democra-
tizador de la política griega.
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El concepto de dis-
La materia analizará estas discursividades del arte y su pretensión de dar
curso del arte remite cuenta, a través de este “momento sensible de la idea” como lo definió el
al conjunto de formas, mo- filósofo alemán Friedrich Hegel a principios del siglo XIX de los interrogantes
dalidades, escrituras, docu-
mentos, espacios sociales e que planteaban la vida y la historia.
instituciones a través de los La búsqueda, la manifestación y la producción de lo bello –de la belleza–
cuales se hizo presente y se
expresó lo artístico en las
es lo que define desde un determinado momento histórico (Renacimiento, si-
distintas etapas históricas: glos XIV y XV) el fundamental papel del arte, y pareciera encerrar dicha no-
obra de arte, escritos sobre ción exclusivamente en el campo de las formas artísticas, en el problema del
problemas del arte, artista y
creación, crítica de arte, gusto y las técnicas de representación. Pero antes y después de esa redefi-
campos artísticos, etc. nición cultural con que hoy la entendemos, la belleza fue una vasta y comple-
ja problemática que remite a la verdad, a lo divino y su presencia, al lengua-
je y su acceso a las esencias de las cosas, a lo ético y moral, a la relación
con la naturaleza, a las nociones de bien y de mal, es decir, el tema de la
belleza siempre y de distintas maneras involucró al arte y lo proyectó hacia
un participar pleno en el mundo de las ideas, de las metafísicas fundamen-
tadoras, de las concepciones del hombre. Participación en tanto diálogo -de
coincidencias o discrepancias- con los otros magnos lenguajes y caminos de
comprensión que desarrolló nuestra cultura: con lo mítico originario, con lo
religioso, con lo filosófico o logos de la razón pensante, con lo político como
modalidad, reglas y utopías de órdenes sociales, con lo científico como régi-
men de verdades en tanto conocimiento vía experimentación y verificación.
Ahora bien, hay distintas formas de estudiar los temas del arte desde una
perspectiva histórica. Podemos abocarnos al análisis de lo que ciertas obras
artísticas exponen, a las técnicas y modos de representación en determina-
das épocas, podemos analizar también el talante creativo de los artistas que
compusieron dichas obras, sus biografías y reflexiones, podemos enfocar la
índole y los dilemas de lo poético como palabra creadora, o las cuestiones
específicas que el campo filosófico dedica a la estética en tanto conocimien-
to del saber sensible.
La materia va a articular y va a reunir coherentemente estos distintos abor-
dajes teniendo como objetivo, como se dijo al principio, una comprensión del
arte en el marco del mundo de las ideas, es decir, una comprensión del arte
como parte del debate de lo que denominamos la historia intelectual que re-
corre el pensamiento de Occidente en cuanto a la problemática de la verdad,
en cuanto a las vías del conocimiento para la conquista de esas verdades.
El proceso del arte, entonces, entendido como testimonio del preguntar y res-
ponder humano en su perpetua querella por los significados, la memoria y la
prospectiva del hombre inserto en una historia.
¿Por qué resulta importante abordar la historia del arte en su relación con el
universo de ideas? La respuesta a esta pregunta se proyecta en tres niveles:
a) Sólo desde el punto de vista del mundo del arte-mundo del pensamiento
entendemos la importancia del arte. Esto es, se nos hacen plenamente
inteligibles las trayectorias, ambiciones y distintos propósitos que le die-
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1830)– situó tan enfáticamente los problemas del arte, se alimentó tan asi-
duamente de sus argumentaciones para fundamentarse a sí misma y lo ubi-
có de manera tan privilegiada en la formación personal del nuevo sujeto, que
hoy resulta sorprendente su ausencia y secundarización en nuestros progra-
mas y licenciaturas universitarias.
Producto de una civilización cada vez más técnica y utilitarista y de las in-
fluencias que siguen ejerciendo muchos dogmatismos del positivismo cientí-
fico, y también de una especialización profesionalista cada vez más acentua-
da en muchas áreas de estudio, como dicen los propios profesores, “cada vez
se sabe menos de más cosas”, lo cierto es que a lo largo de este siglo el ar-
te se divorció profundamente de los universos del saber y de sus currículas.
Sin embargo, en las últimas dos décadas y media importantes teóricos, fi-
lósofos y analistas de nuestro presente reconocen las crisis profundas de mu-
chos argumentos científico-sociales, la evidencia de formas y lógicas cada vez
más nocivas en las racionalidades imperantes, la necesidad de replantear las
lecturas sobre nuestra subjetividad en mutación y la deshumanización y pér-
dida de sustento ético de nuestra relación con el mundo. Desde estas lectu-
ras críticas reaparecen, en estos trabajos y libros recientes, una revalorización
indiscutible del arte, de su historia, de sus miradas y experiencias sobre la vi-
da, como una de las maneras más enriquecedoras de revisar la propia edad
moderna en la cual estamos situados contabilizando frustraciones y prome-
sas que no se cumplieron. En estas circunstancias, de plena actualidad, el ar-
te regresa con sus legados que se remontan desde la magna Grecia hasta
nuestro siglo y retorna recuperando los contornos de lo que genuinamente fue
por más de dos mil años: un itinerario de creación y de ideas de categórico
valor en el contexto del mundo de las ideas, en discusión crítica con otras mi-
radas y argumentaciones sobre el hombre y su destino.
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Lecturas Obligatorias
Gadamer, Hans Georg, La Actualidad de lo Bello, Edi-
torial Paidós, Barcelona, 1977, pp. 66- 124.
Lecturas Recomendadas
Hauser, Arnold, Historia Social de la Literatura y el Ar-
te, Editorial Guadarrama, Madrid, 1968, Tomo I,
pp.15-43.
Objetivos
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1.1.1. El presente del arte como punto de partida para construir su historia
Este capítulo será extenso y muy importante con respecto a qué sentido
y recorrido tendrá nuestro curso de historia del arte, el porqué de las elec-
ciones de temas, autores y textos a estudiar. Encarar la historia del arte par-
tiendo de las condiciones del arte en el presente representa la posibilidad
de indagar aquellas cuestiones que hoy pueden resultar significativas, aporta-
doras de interrogantes y respuestas sobre nuestra relación con el campo artís-
tico. Las historias en realidad nunca se reconstruyen –tampoco la del arte–
como si hubiese habido “una sola” a obedecer: una única historia existida
de una vez y para siempre, a la manera de una montaña que vemos en el
paisaje y podemos decir, salvo pequeñas modificaciones aleatorias: sí, así
fue siempre, cuatro mil años atrás y ahora.
Las historias, la del arte que ahora nos preocupa, se construyen. No por-
que las obras, los documentos y los hechos registrados y analizados dejen
de existir o no hayan existido, dejen de valer o de pertenecer a ciertos perío-
dos ya fijados y sabidos; sino porque cada presente de ideas trabaja ese pa-
sado, esos horizontes pretéritos, de acuerdo con la conciencia, valorizacio-
nes, utopías y conclusiones que se tiene sobre dicho obrar humano.
En este sentido podemos decir, también para el arte, que ninguna histo-
ria, ningún pasado existe definitivamente. Ninguna historia preexiste a su re-
lato: hasta que un relato no la constituya, no establezca sus significados. Pa-
ra el primer humanismo del Quatroccento italiano, el pensamiento del poeta
Francesco Petrarca por ejemplo, el pasado literario y artístico a tener en
cuenta debía saltar por encima del pasado cultural inmediato (los siglos me-
dioevales). Debía relacionarse directamente con paradigmas filosóficos,
poéticos y estéticos desconsiderados o ignorados desde hacía quince siglos,
pertenecientes a una cultura precristiana, pagana: la herencia grecolatina en Petrarca nació en
tanto legado supremo a considerar. En este caso un pasado del arte y tam- Arezzo, Italia, en
bién de las ideas de una época antigua fue construcción intelectual y cultu- 1302 y murió en 1373, poe-
ta laureado, reverenciado,
ral de un nuevo relato humanista, que compuso el pasado, sus referencias, erudito en lenguas clásicas
sus marcas ideales. Construyó un pasado a partir de lo que se sentía o pen- y traductor.
saba en el siglo XIV y XV como un renacer europeo: construcción de una nue-
va interpretación histórica de orden cultural.
El humanismo italiano releyó críticamente, desde el estado cultural de su
presente, la herencia artística que tenía a sus espaldas. Ese gesto no fue
simplemente una elección de gustos estéticos literarios, una preferencia eru-
dita por cierto mundo antiguo que habían articulado lejanamente arte y pen-
samiento filosófico, sino que además esa reinterpretación del pasado signifi-
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• Sólo desde la caracterización general del estado actual del arte, señalan-
do sus principales problemáticas en la cultura que habita, el viaje por su
historia será hijo, fruto, de lo que hoy importa encontrar y recuperar del
pasado.
• Sólo los interrogantes que nos despierten la caracterización del presente
del arte, permitirán proyectar una historia del arte que problematice e ilu-
mine su actual estado, sus valores, vigencias, carencias, agotamientos y po-
sibilidades.
a) aquéllas que lo enfocan desde los dilemas internos al arte, desde sus re-
corrido estéticos formales, desde su relación consigo mismo como esfe-
ra de creación autónoma, y que responde a sus mundos y estilos expre-
sivos antes y ahora.
b) aquéllas que lo enfocan desde datos, referencias, procesos y fenómenos
que se dan en lo social, en lo cultural, en lo técnico, en lo civilizatorio en
general, y que invaden, reformulan y resitúan la vida del arte, tanto en lo
que hace a su experiencia creativa como a la relación social que tenemos
con el arte.
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El arte para Danto fue así una historia progresiva, sustentada en una na-
rrativa que le otorgaba significados históricos. Llegadas luego las corrientes
modernistas (desde 1900 hasta la primera mitad del siglo XX), Danto explica:
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Desde esta perspectiva, Arthur Danto habla entonces “del fin del arte”
como acontecimiento sucedido. Habla por lo tanto de la inactualidad del ar-
te. Pero Danto aclara:
“El fin del arte no se propone como juicio crítico, sino como juicio
histórico objetivo que se define por su construcción histórica na-
rrativa. Por supuesto que yo no le encuentro sentido decir que el
arte iba a dejar de hacerse. Una gran cantidad de arte contempo-
ráneo ha sido hecho desde el fin del arte. La tesis del fin del arte
no tiene nada que ver con los mercados del arte. Mi tesis no des-
cansa en el hecho de que el arte continúe siendo producido, sino
en qué clase de arte es(...)Declarar que el arte ha llegado a su fin
significa que ningún arte está ya mandatado históricamente con-
tra ningún tipo de arte. Ningún arte es más verdadero que otro, ni
más falso históricamente que otro(...)No puede haber ningún tipo
de arte mandatado históricamente, cumpliendo ningún tipo de na-
rrativa. El arte ya no está tampoco fundado en una teoría filosófi-
ca del arte, teoría para la cual la pregunta filosófica correcta es
relativa a la naturaleza del arte”. (Danto, 1999)
Si tomamos a otro crítico y teórico, Hal Foster, dedicado al estudio del ar-
te posmoderno, nos encontramos con una mirada diferente pero emparenta- Hal Foster es uno de
los iniciales y más
da con la de Danto, en cuanto al arte, y a la actual y crítica relación del arte lúcidos analistas norteame-
con la historia. ricanos del arte posmoder-
no, a su vez crítico y redac-
En este caso, Foster no piensa en el fin del arte. Plantea en cambio las con- tor asociado de la publica-
diciones de posmodernidad del mismo, pero también hace hincapié en lo que ción Art in América.
Danto argumentaba en su último párrafo leído, en cuanto a la actual imposibi-
lidad de distinguir arte falso o verdadero, o qué sería arte y que no lo sería.
Según Hal Foster:
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Reificación: concepto En su descripción del presente del arte, Hal Foster nos plantea la impor-
de origen filosófico y tancia de lo histórico artístico para el arte. Si para Danto el arte contemporá-
sociológico por el cual algo,
“persona, vínculo, pertenen- neo narrativamente se desprendió de su historia (pasó a una dimensión
cia, significado” se transfor- post-histórica), para Foster también en el tratamiento instrumentador y reifi-
ma en “cosa” (en mercancía cador del arte posmoderno
y dinero según Karl Marx)
donde deja de entenderse la con su manipulación de las historia de estilos, formas y períodos anterio-
naturaleza especial del pro- res del arte, ahistoriza sus planteos. Usa acríticamente su historia, la toma
ceso social que la produjo, al
ocultar el trabajo vivo que la como un “almacén” o desván a saquear en términos publicitarios.
define, sus lazos y relaciones Para Foster el arte –sobre todo el moderno– significó básicamente por su
recíprocas y la relación que relación crítica con su propia historia, sustentada en rupturas, innovaciones
tiene con la sociedad.
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1.1.5. La pérdida de una relación auténtica con la obra de arte: las me-
diaciones perniciosas del mercado cultural
Pasemos ahora a los análisis del arte desde lo que habíamos planteados
como enfoques. Es decir, desde perspectivas extrínsecas al arte contempo-
ráneo, desde razones culturales amplias, massmediáticas, sociales o econó-
micas, que afectan el espacio del arte, desde el punto de vista de algunos
teóricos y analistas del arte se pueden señalar, a partir de estos planos so-
cietales, algunas caracterizaciones de su actual estado.
El crítico y teórico del arte George Steiner parte de una premisa fundante George Steiner nació
de su análisis del arte: “todo arte, música o literatura serios constituyen un en París, es actual-
mente crítico de arte y cul-
acto crítico, afirmar que las cosas podrían ser (han sido o serán) diferentes”. tura, profesor de literatura
Es la obra de arte, ese texto original, ese texto primario de creación artísti- y crítica literaria en univer-
ca o poética, (antiguo, clásico, moderno o contemporáneo) con el cual de- sidades de Inglaterra y Es-
tados Unidos.
bemos relacionarnos exclusiva y directamente. En esa absorbente relación
con la obra se constituye lo que realmente importa: una experiencia de be-
lleza, un mundo en el mundo, una crítica al orden de las cosas, los dilemas
que remiten a valores, sentidos, éticas y morales. A esa creación-obra hay
que “recibirla con cortesía”, como “supremo tacto de nuestra sensibilidad”,
hospedarla en nosotros. Y a partir de esta actitud de anfitréonica y sencilla
nobleza receptora, sentir que en la experiencia con el arte se produce “un
encuentro con lo otro”.
¿Qué significa un encuentro con eso “otro”? Explica Steiner: el acto del
artista, del poeta “cuando penetra en los recintos espaciales y temporales,
mentales y físicos de nuestro ser, trae consigo un llamamiento radical a favor
del cambio” en lo íntimo de nuestro ser. Es, lo que Steiner llama una presen-
cia real de lo otro. Presencia o relación con algo trascendente y de sentido
pleno. Presencia de la obra de arte en nosotros, que carece de una definición
conceptual que pueda describirla adecuada y acabadamente. Por lo tanto, pro-
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El filósofo italiano Gianni Vattimo, era hasta hace pocos años defensor de
los nuevos tiempos posmodernos, entre otras cosas de la “riqueza cultural”
de la televisión, aunque hoy ha revisado varias de aquellas posiciones. Para
Vattimo, la escena del arte actual se explica de la siguiente manera:
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
que tal estetización deja excluido, fuera de sí, el residuo del arte-
arte. La estetización de la sociedad no resuelve toda la esencia
del arte tradicional. La estetización absorbió el aspecto decorati-
vo y gastronómico gustativo del arte, el bello tradicional se ve hoy
en los avisos publicitarios. Pero el arte no se reduce a puros valo-
res formales, posee un valor histórico más remoto, a nivel de raí-
ces y tradiciones culturales. Cuanto más remoto es el arte más
auténtico es, dimensión que no se percibe hoy porque es muy pro-
funda. Corregí mis optimistas teorías recientes, donde pensaba
que la estetización de la sociedad resolvía toda la esencia del ar-
te tradicional. Ahora pienso que no es así. Estimo que la articula-
ción del arte-arte tiene que ser conservada, sobre todo para no
abandonarnos totalmente al poder de los medios de comunica-
ción(...) Y esto tiene fundamentalmente que ver con el arte y la crí-
tica de arte. Hoy encuentro sólo críticos técnicos, gente que me ex-
plica qué es un cierto cuadro lo mismo que cualquier producto cul-
tural, pero sin ningún horizonte ideológico(...) me pregunto cómo
una crítica de arte puede vivir sin referirse a los grandes modelos
existenciales. ¿Cómo se hace para decirle a alguien que una no-
vela es buena, que no es mala, que la lea? (...) Hace falta recons-
tituir la unidad entre arte, filosofía y crítica y tratar de volver a po-
Vattimo, Gianni, fi-
ner en juego esta discusión. Hoy prevalecen un montón de nocio- lósofo italiano, profe-
nes técnicas que han hecho que los críticos pierdan de vista la sor de la Facultad de Letras
de Turín, estudioso de la
perspectiva global del arte”. obra de Friedrich Nietzsche
y Martín Heidegger, teórico
de las problemáticas posmo-
dernas.
Para Vattimo, el proceso de estetización de lo social a cargo de los me-
dios masivos y la publicidad licuó la presencia del arte: la hizo cada vez más
perniciosamente indistinguible con respecto a otros mensajes sucedáneos y
la volvió cada vez más prescindible para las masas, que encontraban en in-
finidad de lugares y experiencias diarias la copia instrumentada de “lo bello
artístico”. Suplantó y arrinconó los espacios del arte, que ahora -según la
propia terminología de Vattimo- para señalar su sobrevivencia se ve exigido
a duplicar su propio nombre, pasar a ser llamado “arte-arte”. Pero Vattimo
plantea dos elementos esenciales a tener en cuenta en esta pérdida aguda
de presencia del arte:
a) El valor del arte como “historia remota y profunda” que nos constituye
(hoy casi no visible desde su actual precariedad). Esa historia, que porta
y significa al arte, son valores, raíces, autenticidad imprescindible para
una cultura.
b) El valor de la crítica de arte. El propio estado actual del arte extingue la crí-
tica de arte, la convierte en una técnica que estudia y asimila dispositivos
de armado de “productos culturales” (cualquiera sean éstos: un mediocre
film de acción, la Gioconda, un programa de entretenimiento en la TV o el
Hamlet de Shakespeare). La defección de la crítica de arte significa la de-
clinación de la crítica a la cultura: de los valores, éticas y memorias exis-
tenciales que conforman una cultura. De las raíces, herencias y posibilida-
des utopizantes que estructuran una cultura. Frente a esto, Vattimo llama
a reconstituir, a reponer lo hoy ausente: a actualizar la trama histórica que
articuló arte, pensamiento filosófico y teoría crítica sociocultural.
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1- Una historia del arte desde la conciencia del fin del arte. El arte contem-
poráneo es un arte posthistórico (sin ningún mandato histórico de ideas
a cumplir) en tanto no tiene ya ninguna vinculación con la clásica narra-
ción que lo situaba como modelo representacional progresivo con una de-
terminada dirección histórica. Y en tanto también se agotaron las poste-
riores narratividades modernistas expresivas, que habían planteado filo-
sófica y teóricamente llegar a la esencia verdadera del arte. Ambas narra-
ciones (historias de sentido) se extinguieron: desde esta perspectiva asis-
timos al fin del arte, aunque se siga haciendo arte. (Arthur Danto)
2- Una historia del arte desde la actual experiencia ahistórica y postcrítica
del arte posmoderno. El arte contemporáneo posmoderno, en su actual
pluralismo y equivalencia de “todo puede ser arte”, abandonó las progra-
máticas del arte modernista. Desertó de la conciencia crítica que tuvo es-
te último con respecto a la historia del arte y consecuentemente con res-
pecto al orden social y de ideas vigente. El arte es hoy una experiencia
conformista, desreponsabilizada de la crítica tanto a la historia del arte
como a la historia en general. Un arte que instrumenta ahistóricamente
el pasado del arte (niega su historicidad, niega el hecho de “a cada arte
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Lecturas Obligatorias
- Steiner, George, Presencias Reales, Editorial Destino,
Barcelona, 1989, Pp. 11-68.
- Castoriadis, Cornelius, “Movimientos culturales y
transformación social”, en: Revista Letra Nº 8, Invierno
87/88, Madrid, 1988.
Lecturas Recomendadas
Gadamer, Hans Georg, “Poema y diálogo”, en: Poema y
diálogo, Editorial Gedisa, Barcelona, 1993.
Baudrillard J. “La simulación en el arte”, en: La ilusión
y la desilusión estéticas, Editorial Monte Avila, Cara-
cas, 1997.
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Imaginemos una escena que nadie sabe cuántas edades habrá necesita-
do para efectivamente tener lugar. Las llamas del fuego, troncos rojizos que-
mándose sobre la tierra, centellean en las profundidades de la cueva. Solo
él y algunos más llegan a ese sitio donde no hay día ni noche, donde desa-
parecen los que afuera provocan luz y oscuridad. Él en cambio estuvo antes,
otras veces, trayéndolo de a poco a ese fondo de la caverna. Lo hizo ahí, lo
llevó hasta ahí donde ahora está. Lo arrastró hasta ahí en cada detalle, en
cada color, sintió que portaba la misma hermosura que cuando se interna en-
tre los árboles para desaparecer. Ya está hecho, permanece quieto en la pie-
dra. La forma y el tono de su cuerpo es el mismo ahí adentro que en el va-
lle. Faltaba sujetarlo, atemorizarlo, que el dibujo de las puntas de flechas lo
rodeasen. Ahora está siempre ahí, callado, inmóvil. Lejos de la cueva tampo-
co ahora alza sus patas, tampoco brama ni corre. El hombre y los otros jun-
to al fuego lo contemplan asombrados, aplastan cuerdas contra la piedra,
contra su cabeza, contra su furia apagada. No puede moverse, vive pero ya
sin su terrible fuerza. En una bella quietud. También afuera el caballo duer-
me, atrapado.
Nos explica Arnold Hauser, historiador del arte:
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
mente. Por último, la comprensión de cómo ese relato verbal originario fue
padre y madre a la vez de todas las esferas y géneros explicativos de lo real,
hasta el presente.
Mito (del griego Mythos) es la palabra primera. Es la palabra de lo real:
desde lo real mismo. Es la palabra sobre el ser de las cosas, desde ese mis-
mo ser. Es la palabra que no distingue entre ser y palabra. Es un nombrar del
mundo absolutamente perdido, imposible de recuperar ya por nuestra mile-
naria experiencia que tenemos con otra dimensión de la palabra, con el Lo-
gos (Logos, del griego) que remite a la palabra como enunciación racional
subjetiva.
En Grecia el mito es la palabra de los dioses creadores, que regresa en
relato. Por lo tanto, es pasado sagrado. Por lo tanto, es tiempo del origen:
tiempo cosmológico, que nos cuenta el comienzo del universo y la tierra;
tiempo de la teogonía, que nos cuenta sobre las generaciones y descenden-
cia de los dioses tiempo de la teofanía, que nos cuenta las formas del apa-
recer de las divinidades frente al hombre. El mito es el tiempo real aconteci-
do en los inicios. Es relato del pasado. En ese pasado se encuentra el alum-
bramiento del ser, de lo verdadero, de la verdad.
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Por su parte, con el poeta Hesíodo tenemos dos grandes obras, “Los Tra-
bajos y los días” y La Teogonía, en las cuales el vate regresa a las míticas
edades primigenias del mundo, a las distintas razas que lo poblaron, y a la
biografía de los dioses. El relato mitopoético establece aquí una filiación en-
tre lo divino y lo humano, sitúa la crónica en “el inicio de los tiempos”, expli-
ca las herencias que guían el andar de un pueblo, y el universo de valores
que deben respetarse.
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1.2.3. Lo mitopoético
Analicemos este texto del poeta. En el mismo se funde el mito con lo poé-
tico. Se reúnen la voz de los dioses con la figura del poeta: con el elegido
por las Musas para enunciarle a los hombres aquel relato. Hesíodo nos des-
cribe ese pacto narrativo originario, el mitopoético. ¿Qué características tie-
ne ese pacto discursivo y esa misión conferida al poeta, al vate?
Veamos: el discurso de las Musas está compuesto de palabras “hermo-
sas”, “encantadoras”, “maravillosas”, que “deleitan”. Es un relato sobre el
mundo y las cosas, que “encanta” lo real, que lo convierten en “maravillo-
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Las Musas eran nue- so”. Las diosas eligen arbitrariamente al mensajero de los relatos. Eligen a
ve: Clío, de la histo- un pastor de cabras, a un ignorante. No eligen a un sabio, a un estudioso,
ria; Euterpe, de la música;
Talía, de la comedia; Mel- a un letrado, a un “artista”, sino a un rústico sin dignidad: apenas un vien-
pómene, de la tragedia; tre. Le confieren el don poético de los relatos míticos.
Terpsícore, de la danza;
Erato, de la elegía; Polim- Esa narración mitopoética, la de los dioses que cuentan la verdad del
nis, de la lírica; Urania, de mundo, sin embargo tiene la característica, según las Musas, de contar a ve-
la astronomía; Calíope, de ces muchas mentiras que parecen verdades, y otras veces de proclamar la
la retórica y la poesía heroi-
ca. verdad. Las Musas no le aclararán a Hesíodo cuándo hacen lo primero y
cuándo lo segundo. El relato poético cobija ambas variables a partir de lo
que lo sustenta: deleitar. Luego se pregunta Hesíodo para qué sirven tales
palabras: para explicarlo todo, empezando siempre por el principio: para en-
tender el pasado, el presente y el futuro.
El poeta tiene la misión-función social de ser portador del conocimiento
supremo: narra bellamente lo que saben y le dictan los dioses. ¿Por qué?
Porque está inspirado por las Musas, hija de la diosa Mnemosine, la diosa
de la memoria. Las Musas exponen en su discurso tres elementos: senti-
miento, libertad y canto (poesía) para trasmitir a los hombres –a través del
poeta– las leyes de todo lo existente, y la cultura (costumbres, valores, idea-
les, arquetipos) fijada por los dioses.
La lengua del poeta es dulce rocío, sus palabras miel, su relato infalible
frente a todas las querellas: es la palabra que cuenta la verdad (la esencia,
el ser), la que fundamenta tiempo, historia, mundo y hombre. Y además, la
que proporciona cura para el afligido y el angustiado, a quien lo vuelve a vin-
cular con la memoria.
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eternamente con Lethé, la diosa griega del olvido, la que sumerge a las al-
mas de los muertos en el río Lethé para que olviden todo, camino a su nue-
va reencarnación en otro cuerpo. Mnemosine es la diosa que trae la anam-
nesis (el proceso de recordar lo que se supo en los pasados).
A través de Mnemosine el poeta es entonces el que hace visible lo que
ya es invisible (lo que ya desapareció: el misterio). Su canto, su relato mito-
poético, nace contra el tiempo que fluye, contra el tiempo mortal: rememora.
Rememoración es autoconocimiento. Mnemosine no es el recuerdo de las
cosas (no es recordar lo que ya sentimos como pasado). Mnemosine es el
pasado en el presente. Es el pasado que se hace presente, y en cada pre-
sente vive siempre. Mnemosine nos dice que cada frágil, etéreo y fugitivo
presente sólo está hecho de pasado.
El siglo V antes de Cristo nos va a mostrar lo que hoy conocemos como Platón (428-347 a.
de Cristo) filósofo
el siglo del esplendor griego, su edad de oro en pensamiento, ordenamiento griego, cuando joven entró
político y arte. El tiempo de la democracia ateniense, de la definitiva funda- en el círculo de Sócrates, a
ción de la filosofía, y de la belleza de su arquitectura, escultura y género tea- la muerte de este último ini-
ció su actividad literaria. En
tral trágico. Atrás quedó la Grecia arcaica, también la época de los regíme- el 387 funda la Academia
nes despóticos y de retraso económico. La ciudad de Atenas preside este en Atenas, su método dia-
léctico expuesto a través de
tiempo magno, y la obra platónica-socrática se convertirá en el nacimiento la escritura de muchos de
del discurso filosófico en Occidente, partiendo en dos –antes y después de sus Diálogos examina la re-
Platón- ese amor (filo) a la sabiduría (sofía), que había tenido su tiempo “pre- lación de las ideas entre sí y
constituyen un sistema de
socrático” (con pensadores de la talla de Parménides, Empédocles, Herácli- verdades y falsedades. Para
to, Anaxágoras y Demócrito). Platón saber equivale a re-
cordar un mundo verdade-
Frente al conocimiento mítico-religioso que analiza los fenómenos como ro, el de la Ideas puras.
manifestaciones de las divinidades, el conocimiento filosófico observará y se
Sócrates (470-399 a.
preguntará por el mundo desde la pura especulación humana. Desde el lo- de Cristo) filósofo
gos que interroga, compara, deduce, razona y sistematiza un inmenso cuer- griego, maestro de Platón,
po de respuestas con respecto a las cosas y al hombre. Un pensamiento ló- personaje casi mítico, se lo
conoce a través del protago-
gico que busca emanciparse de la explicación mítica, y que da cuenta del pro- nismo que le otorga Platón
fundo debilitamiento de la explicación mítica en la cultura griega. Aquellos re- en sus diálogos. Dio a su
método de pensar el nom-
latos míticos originarios que constituyeron un inmenso y abarcador mundo de bre de mayéutica, que con-
sentidos, fueron perdiendo credibilidad, capacidad de respuestas satisfacto- sistía en someter a su dialo-
rias, poder aglutinante en la comunidad. La individualidad pensante, la sub- gante a una serie de pregun-
tas a través de las cuales él
jetividad como razón interpeladora filosófica, se va alzando en su lugar como mismo encontraba la ver-
nuevo relato representacional del mundo. La riqueza de los Diálogos platóni- dad. Su filosofía tuvo una
preocupación de fondo mo-
cos, con el protagonismo de Sócrates y su “solo sé que no sé nada”, testi- ral y de acceso a la virtud
monian este colosal momento de nuestra cultura. de la verdad y el bien.
En estas circunstancias, y para lo que nos interesa -la historia del arte–
se planteará una confrontación inigualable entre este nuevo camino del sa-
ber del logos filosófico, y la figura del poeta, de la poesía, del relato mítico,
finalmente del artista. Confrontación ahora relatada desde la filosofía plató-
nica, y que será de enorme significación para toda la historia del arte, sen-
tando las bases de ambas miradas o sendas del conocimiento. En uno de
los diálogos platónicos, el Ion o sobre la poesía, obra de juventud de Platón,
se hace presente este debate entre el rapsoda Ion, máximo recitador y cono-
cedor de los poemas homéricos, y Sócrates.
Socrates plantea la diferencia entre un arte (techné, en griego, una técni-
ca), y el conocimiento proveniente de inspiración poética. Este último sería
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poiesis (del griego, creación de algo donde no hay nada). Artes como la me-
dicina, la escultura, la cítara, la navegación, la pintura, son, para Sócrates,
destrezas técnicas adquiridas de acuerdo con reglas racionales que se acu-
mulan y trasmiten de maestro a discípulo. Pero Sócrates le manifiesta a Ion,
en tanto rapsoda, poeta: “tú no estás capacitado para hablar de Homero gra-
cias a una técnica y una ciencia (...) porque no es una técnica lo que hay en
ti (...) una fuerza divina es la que te mueve (...) la Musa misma crea inspira-
dos (...) de ahí que en todos los poetas épicos no es en virtud de una técni-
ca por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino porque están endiosa-
dos y posesos”. (Platón, 1993)
En otro diálogo, Fedro o sobre la belleza (escrito en los años de madurez
de Platón) vuelve Sócrates al mismo tema y explica:
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Los griegos tuvieron una clara preocupación por la belleza, pero no asocia-
ron el arte en relación con la belleza artística en sí, sino a directas conside-
raciones religiosas. Kalós (del griego, belleza) no hacía relación a las obras de
artes griegas (que hoy consideramos supremo modelos de lo bello). En el diá-
logo de Platón, Hipias Mayor, el tema a tratar comienza con la pregunta de Só-
crates: “Dime Hipias, qué es lo bello. Hipias: ¿quieres saber qué es bello? Só-
crates: no, quiero saber qué es lo bello”. (Platón, 1993) En el extenso discu-
rrir dialéctico mayéutico de Sócrates sobre “lo bello en sí mismo”, el arte co-
mo hoy lo entendemos recién aparece al final del diálogo. El tema transcurre
con otros ejemplos de belleza: una doncella, una yegua, una olla de cerámi-
ca, lo adecuado, una cuchara, el oro, el marfil, el mármol, lo útil, lo provecho-
so, lo que causa el bien. Recién por último Sócrates hace breve referencia a
“los colores, la pintura y la escultura que nos deleitan por medio del oído y la
vista”. El filósofo concluye su larga interrogación confesando: “ni siquiera sé
qué es realmente lo bello(...) Lo bello es difícil”. (Platón, 1993)
Lo bello significaba en el mundo griego lo “digno de reconocimiento” o
“meritorio”, noción muy cercana a la idea del bien. Sin embargo, la mujer po-
día ser fuente de belleza o kalón kakon (del griego, mal hermoso). La diosa
Afrodita surgiendo desnuda del seno del mar. Para Homero, en la Ilíada, po-
día ser la belleza natural (mar, fuentes, animales), las partes de un cuerpo
Pitágoras, sabio que
humano, las crines de los caballos, la virtud masculina, la fortaleza, el valor, vivió entre el 580 y
las armaduras. También encontraban belleza en la armonía de lo simétrico, el 500 a. de Cristo, planteó
pero en el sentido del orden cósmico (pitagórico, geométrico-matemático) y la noción de belleza como
orden objetivo que respeta
no en las representaciones de la pintura y la escultura. la proporción entre las par-
Después de la época clásica surgió el concepto de euritmia, que señala- tes. Armonía cósmica: ar-
monía de los sonidos que
ba armonía u orden en el campo de lo sensual, visual o acústico. La sime- mantiene una estrecha rela-
tría hacía referencia a la belleza absoluta, filosófico mística (belleza objetiva, ción con los números sim-
cosmocéntrica). La euritmia, a la belleza que capta el ojo y el oído (desde el ples. La armonía se deriva
del orden, el orden de la
hombre como medida de las cosas). Desde una perspectiva platónica, lo be- proporción, la proporción
llo puede ser lo amado (el objeto del afecto), la belleza del alma, un senti- de la medida, y la medida
del número.
miento interior, la juventud, o el arribo al mundo de las formas puras y verda-
deras. Es decir, una preocupación proveniente de la reflexividad filosófica en
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“No existe ningún cuerpo vivo tan simétrico, tan bien construido y
bello como el de las estatuas griegas. Con frecuencia se cree que
los artistas contemplaban muchos modelos y eliminaban los as-
pectos que no les gustaban (...) el punto de vista griego era preci-
samente lo contrario, los artistas procuraban infundir más y más
vida al antiguo caparazón (..) las antiguas tipologías de los dioses
se erguían ahora ante nosotros como seres humanos reales, per-
tenecientes a un mundo distinto y mejor”.
(Gombrich, 1999)
En “La Venus de Milo”, la escultura también fue proyectada para ser vista ➛ Ver ilustración 1.8.
de lado y nuevamente podemos admirar, según Gombrich, la claridad y la sen-
cillez con que el artista modeló el hermoso cuerpo, su manera de señalar las
divisiones más importantes del mismo sin incurrir en vaguedad o rudeza. Di-
ce Gombrich: “el cuerpo y sus movimientos eran utilizados por estos maes-
tros para expresar lo que Sócrates había denominado ‘los movimientos del al-
ma’ (...) aprendieron a captar los movimientos del alma individual, el carácter
particular de la fisonomía y practicar el retrato”. (Gombrich, 1999)
El arte griego alcanza la libertad de la estatura humana creadora. Esa vo-
luntad libre armonizó con la cultura en tanto máxima conciencia de su épo-
ca. No hubo escisión entre libertad artística y lo real. El artista pudo ser el
espíritu consumado de su tiempo y alcanzar con su obra una unidad bella e
inmediata con lo general. Lo bello y lo verdadero (estatua y religión) asumían
una capacidad de carácter sagrado, estético y filosófico que reunía armonio-
samente hombre y mundo.
Lo bello no era patrimonio de ninguna subjetividad en particular. La liber-
tad y conciencia del artista, del arte, coincidía con los límites de la represen-
tación religiosa del mundo, y con la idea de mundo, a las cuales lo bello le
daba vida, representación, proporción. Dice Rafael Argullol “además de natu-
ralista, el arte griego no se limita a la captación formal del exterior, sino que
busca reflejar una expresividad interior (...) el arte clásico griego conlleva co-
nocimiento del mundo y conocimiento del hombre como si fuese un reflejo
paralelo al de los objetivos de la filosofía. La conciencia estética que lo per-
mite ya no es espontáneamente emanación de lo mítico, sino autoconcien-
cia: búsqueda explícita y tenaz de algo que se siente como bello y quiere
creerse como bello”. (Argullol, 1985)
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No obstante lo dicho líneas más arriba, desde el punto de vista del mun-
do de las ideas y la procuración humana de la verdad, la filosofía socrático-
platónica -que inauguraba una nueva edad del pensar en Occidente- degra-
dó al arte y tuvo otra comprensión de la belleza. Veamos ambas cosas. Él en
el capítulo X de la República de Platón (extensa obra donde el filósofo plan-
tea los requisitos de un utópico Estado ordenado, racional e ideal), Sócrates
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Lecturas obligatorias
- Platón, “Ión”, en: Diálogos I, traducción a cargo de
Emilio Lledó Iñigo, Editorial Gredos, Madrid, 1993.
- Dros, Geneviève, “El misterio del amor”, en: Los mi-
tos platónicos, Editorial Labor, Barcelona, 1993, pp.
82-89.
- Trías, Eugenio, “Platón, la producción y el deseo”, en:
El artista y la ciudad, Editorial Anagrama, Barcelona,
1983, pp. 25-43.
Lecturas recomendadas
- Platón, “Hipias Mayor”, en Diálogos I, traducción a
cargo de J. Calonge, Editorial Gredos, Madrid, 1993.
- Platón, “El Banquete”, en Dialogos III, traducción a
cargo de M. Martínez Hernández, Editorial Gredos, Ma-
drid, 1992.
- Hesíodo, Los Trabajos y los Días, traducción a cargo
de María Josefa Lecluye y Enrique Palau, Editorial
Iberia, Madrid, 1984.
- Homero, “Canto XXII”, en: Ilíada, traducción a cargo de
Emilio Crespo Güemes, Editorial Gredos, Madrid, 1991.
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vendrá: su muerte. O rebeldía, lealtad a los lazos afectivos, respeto a los di-
funtos queridos, como comprensión de su acción.
Eurípides (480 a 406
a. de Cristo) poeta
En Las Bacantes, de Eurípides, el dios Dionisio transfigurado en hombre
trágico, introdujo el prólogo pide ser venerado y ofrendado por la ciudad como Celestial: se posesiona
como esquema teatral de las de las mujeres, las hace entrar en frenesí orgiástico, anarquiza la vida social.
obras, redujo la significa-
ción del coro, aumentó las Penteo, que gobierna Tebas, se niega a reconocerlo, busca conservar y re-
características psicológicas poner el orden ciudadano profundamente alterado. Como vengativa represa-
de los personajes. Sus
obras: Los Cíclopes, Alces-
lia, Dionisios hace que Ágave, la propia madre de Penteo, poseída por el dios,
tes, Medea, Hipólito, Hécu- asesine y descuartice gozosamente a su hijo. ¿Debió ser la obediencia a Dio-
ba, Electra, Héracles, Las nisios, a un divino, la decisión correcta? ¿O cualquiera de las dos conlleva-
suplicantes, Las troyanas,
Ifigenia, Las bacantes. ba un destino de fatalidad? ¿O el castigo es la máxima estatura humana
frente al infortunio que de pronto se desploma sobre la vida?
En un principio se pueden extraer ciertas características generales que
nos plantea la acción trágica:
• El conflicto carece de salida superadora.
• El protagonista, el héroe trágico, debe mantenerse en el sufrimiento por
haber pretendido violentar la naturaleza de lo divino y de lo humano. Co-
mo expresa Esquilo en Agamenón: “Zeus estableció con fuerza de ley que
se adquiera la sabiduría con el sufrimiento”.
• Conocer, develar, tomar conciencia, no lleva a la dicha, pero sin embargo
es una destino a encarar.
• Si en una empresa humana escapamos al conflicto, seremos peores. Si
lo asumimos en términos prácticos (de acuerdo con valores y conductas)
no podemos escapar de la tragedia.
El género trágico, la poesía trágica en tanto acción teatral, fue el otro gran
legado artístico griego a la humanidad. Género, poética, representación es-
cénica, que se constituyó más tarde en marca de nobleza de todo gran arte.
Pero que también trascendió más allá del campo estético –como mirada trá-
gica sobre la vida– cuando el romanticismo trató de rescatar su herencia per-
Friedrich Nietzsche dida, cuando en el plano filosófico Friedrich Nietzsche intentó hacerla reapa-
(1844-1900), filóso-
fo alemán nacido en Sajo- recer como sello de un pensamiento cuestionador de la razón moderna,
nia, estudia en la Universi- cuando su tema vuelve a ser reflexionado y discutido por importantes teóri-
dad de Basilea donde luego
es profesor de filología. cos de nuestro presente.
Amigo durante su juventud La poética trágica, el éxito de las representaciones y certámenes del tea-
del afamado músico Ri- tro trágico griego que reunían más de 20.000 espectadores en el siglo V a.
chard Wagner. Luego, aque-
jado de una dolorosa enfer- de Cristo, es genuino y exclusivo producto del logos estético griego. Su ges-
medad viaja permanente- tación, su esplendor, su predominio en el gusto del pueblo, su forma de inte-
mente por Italia (Sorrento,
Venecia, Génova, Sicilia, rrogar la condición humana en lo ontológico (en su esencia), en lo social, en
Rapallo) también se esta- la memoria histórica, nació y murió en aquella Grecia. Distintos elementos
blece en Niza y Sils-María. culturales confluyeron para su formalización en dicha historia y en tanto crea-
Escribe innumerables obras
El Nacimiento de la Trage- ción de una cultura que se planteó vida y destino del hombre desde lo pura-
dia, Consideraciones In- mente trágico, con la extinción de la magna Grecia, se apagó esa mirada so-
tempestivas, Humano, de-
masiado humano, La Gaya bre la existencia. Lo trágico persistió como género artístico, se venera y se
Ciencia, Así habló Zaratus- representa constantemente a Esquilo, Sófocles y Eurípides, pero lo trágico
tra, Más allá del Bien y del como dinámica de una cultura para interpretar la suerte del hombre, sólo
Mal, entre otras.
existió en la antigua Grecia.
No se conoce con precisión el origen cultural de la tragedia en Grecia,
aunque hay muchas interpretaciones al respecto. Etimológicamente la pala-
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bra trágico significa en griego “canto del macho cabrío”, y se supone que es
un cántico ritual primitivo cuando se sacrificaba una cabra en honor a algún
dios. Sin embargo, la mayoría de las teorías sobre el nacimiento de lo trági-
co lo relacionan con el ditirambo, que en un principio fue un himno de exal-
tación al dios Dionisios, himno que narraba su vida en tanto relato mítico.
a) como arte se hace heredero directo del relato mítico-sagrado, cuando és-
te decrece en su influencia sobre la sociedad.
b) respeta e incorpora lo fundamental del ritual originario (canto, música,
danza) para estructurar su estética
c) el legado dionisíaco es una representación de la vida y del mundo parti-
cular, amenazante, que expresa una perpetua confrontación de la condi-
ción humana en sí: entre lo racional e irracional, entre lo consciente y lo
inconsciente, entre la naturaleza del individuo y el orden social religioso,
entre el placer y el deber, entre mandatos divinos contrapuestos que re-
miten a una idea ambigua de la verdad con respecto del hombre y de su
existencia.
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dos de gran parte de la historia del arte occidental. Vamos a adentrarnos en-
tonces en los significados decisivos de lo trágico.
Lo trágico es el pasaje del mito al arte, desde el mayor respeto (resguar-
do) que pueda tenerse por el relato mítico. A diferencia del discurso filosófi-
co que, si bien lo utiliza, busca rotundamente descalificarlo, a diferencia del
discurso religioso que busca amoldarlo a un sistema de creencias, de verda-
des incuestionables, el arte trágico griego hereda el relato mítico, e intenta
no anularlo.
Lo trágico remite al modo de ser de la verdad. Habíamos dicho, cuando
analizamos el mito, que su relato en realidad exponía la ausencia de una ver-
dad con mayúscula que fundamentase las cosas, el mundo, el porqué del
hombre y su naturaleza. El mito era un relato de verdad que dramáticamen-
te ponía de manifiesto (y suplantaba) la falta de verdad. La tragedia hace pre-
sente al mito, cuando el mito ya casi declinó sus potestades narrativas co-
mo ordenamiento de la sociedad griega. La tragedia interroga al mito, lo pe-
netra, lo desdobla. El poeta trágico ya no es el poeta de la Grecia arcaica,
aquel poseído por una elección arbitraria de los dioses. El poeta trágico, el
autor del gran teatro trágico griego (Esquilo, Sófocles, Eurípides) es ya logos
estético, como subjetividad racional artística que escribe obras teatrales.
Puede decirse que el mito, al precipitarse en el género trágico, reaparece
como logos, como naturaleza teatral, como arte. Si el mito era una verdad
fundada sólo en su relato, si el mito en su relato incluía todas las explicacio-
nes en su horizonte narrativo, de ambas características se hará dueño el ar-
te trágico: verdad en tanto puro relato, horizonte narrativo que construye un
mundo.
Ahora bien, lo que en realidad acontece es que la tragedia también here-
da la peculiar verdad del mito: ese poner de manifiesto la ausencia de verdad,
fuera del propio relato mítico. La tragedia hereda y respeta esa ambigüedad
de la verdad en lo mítico, donde ni siquiera las divinidades se libran de las
profundas contradicciones. De esta manera, lo poético trágico devela al mito,
se separa poéticamente del mito, pero no lo demitifica. Es decir, el arte trági-
co se muestra solidario con el mito, con la falta de fundamento de verdad que
expone el mito en tanto es puro lenguaje. Es desde el propio mito que el lo-
gos poético trágico interroga al mito. Le arranca, le roba el modo de ser de la
verdad que anida en el mito, para exponerlo en clave teatral trágica.
¿Cómo es el modo de la verdad del mito, en tanto hace presente la falta
de fundamento de la verdad, en tanto es sólo verdad narrativa, literaria? Pa-
ra el logos estético de Esquilo, de Sófocles, de Eurípides, la verdad del mito
es una verdad ambigua, es una verdad contradictoria, es una verdad equívo-
ca. Es una verdad ilusoria.
A partir de lo trágico, el modo de ser de la verdad del mito ha devenido
verdad artística. En la lengua estética trágica la verdad es el relato: sólo un
relato de la verdad. Una verdad por lo tanto sin fundamento, ambigua, ambi-
valente, equívoca. Un estado trágico de la verdad. Otro régimen racional de
verdad, desvinculado de toda estructura metafísica, de toda metafísica que
intente sostener la verdad con “esencias” y “presencias” supuestamente
existentes fuera del discurso, más allá de los relatos (estructura metafísica
religiosa hacia las esencias divinas y puras; o estructuras secularizadas, fi-
losóficas y científicas, hacia las esencias del ser verdadero).
Desde esta verdad trágica (por ambivalente, ambigua, equívoca, donde
ninguna contradicción queda superada), el género trágico expone la trágica
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Desde este otro modo de ser de la verdad, la acción poética trágica plan-
teará estéticamente la mayor estatura de lo humano en valores y éticas, y
así será entendido por siglos en el campo del arte occidental. La mirada trá-
gica no es pesimista, escéptica como muchas veces equivocadamente se la
interpreta. Por el contrario, expone la más alta medida espiritual del hombre
frente a las circunstancias. Devela y asume la condición trágica de lo huma-
no en sentido ontológico existencial (en relación con lo que fundamenta su
existencia): la fragilidad de la verdad, del bien y del mal, la arbitrariedad del
destino en manos de los dioses, el fondo de violencia e irracionalidad que
originariamente constituye su naturaleza, la fatalidad de tener que renunciar
a esa naturaleza, a ser lo que es, para poder ser culturalmente.
A ese carácter trágico de la verdad, el héroe le hace frente. Asume ese
destino y sus consecuencias: lo consuma con la mayor dignidad. Frente a la
fatalidad y el padecer, no escapa. No huye, no cambia los cursos. Los cum-
ple aún sabiendo la condena que le espera (Antígona). Sufre eternamente su
rebeldía (Prometeo). Hace frente a los caprichos y arbitrariedades de los dio-
ses (Penteo, en Las bacantes). Descubre cuál fue su historia, es decir su des-
tino, y lo padece (Edipo). La grandeza del héroe trágico se da como contra-
posición a las argucias, las artimañas, las venganzas y lo inefable de los dio-
ses. Grandeza por padecer hasta lo absoluto la injusticia, por creer en ese
orden de las cosas, que, sin embargo, lo condena. Lo humano se ennoblece,
alcanza su máxima estatura al asumir su destino. No hay una verdad unívo-
ca: es recién en el sufrimiento que el hombre reconoce su vida, su estirpe
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
drá conocimiento ni opinión recta de las cosas que imita (..) imita
lo que pasa por bello para la multitud ignorante, y los que se de-
dican a la poesía trágica son imitadores como todos los demás,
(sus obras) producen todo tipo de perturbación en nuestra alma
(...) La parte que confía en la medición y en el cálculo ha de ser
la mejor del alma(...) lo que se opone a eso corresponde a las par-
tes inferiores de nuestra alma (...)todo arte mimético realiza su
obra lejos de la verdad, y se asocia con aquella parte de nuestra
alma que está lejos de la sabiduría, sin apuntar a nada sano ni
verdadero (...) esto lo decimos de la imitación que concierne a la
vista y a lo que llamamos poesía(...) la poesía imitativa imita a
hombres que llevan a cabo acciones voluntarias o forzadas(...) en
todas estas situaciones ¿se mantiene el hombre de acuerdo con-
sigo mismo? ¿O bien entra en discordia interior y sostiene opinio-
nes contrarias al mismo tiempo respecto de los mismos objetos, y
se halla también en sus actos en disensión y lucha consigo mis-
mo?(...) Nuestra alma inferior está colmada de miles de contradic-
ciones de esta índole, (por el contrario) un hombre razonable que
sufre una desgracia tal como la pérdida de un hijo la sobrellevará
con mayor facilidad que los demás (...) de algún modo modera su
dolor (...) ¿cuándo piensas que combatirá más el sufrimiento y lo
resistirá, cuando es visto por sus semejantes o cuando se queda
en soledad? Cuando es visto por otros, y la diferencia es grande.
(...) Al estar solo en cambio, creo que se atreverá a proferir gritos
que le daría vergüenza que alguien los escuchara (a diferencia de
lo que hacen los actores trágicos en el teatro que se lamentan
y gritan)(...) la razón y la ley lo inducen a resistir, mientras que es
su afección lo que lo arrastra al sufrimiento (...) cuando se susci-
tan en el hombre dos movimientos opuestos respecto a lo mismo,
la ley dice que lo más positivo es guardar el máximo de calma en
los infortunios y no irritarse (...) no se adelanta nada en afrontar-
los coléricamente, además ninguno de los asuntos humanos es
digno de gran inquietud, y la aflicción se torna un obstáculo (se
trata entonces) de acostumbrar al alma a darse curación rápida-
mente y a levantar la parte lastimada, suprimiendo la lamentación
como remedio (...) en cambio las partes que conducen al recuer-
do de lo acontecido y a las quejas, siendo insondables ¿no dire-
mos que es la parte irracional y amiga de la cobardía? (...) en cam-
bio el carácter sabio y calmo siempre igual a sí mismo no es fácil
de imitar para los hombres de toda índole congregados en un tea-
tro (...) el poeta no está relacionado por naturaleza con la mejor
parte del alma, su habilidad está inclinada a agradar, a ser popu-
lar entre el gentío (...)cuando los poetas trágicos imitan a algún
héroe en medio de una aflicción, extendiendo sus largos lamen-
tos, cantando y golpeándose el pecho, nos regocijamos y abando-
namos a nosotros mismos, los elogiamos como buenos poetas. Pe-
ro cuando se suscita un pesar en nosotros mismos, nos enorgulle-
cemos de lo contrario(...) ¿Pero es correcto aquel elogio, al ver un
hombre de tal índole que nosotros mismos no aceptaríamos ser?
(...) y en cuanto a las pasiones sexuales y a la cólera y a cuantos
apetitos hay en el alma, ¿no produce la imitación poética los mis-
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Platón, sin duda el filósofo más poético que conoció Occidente, el que en
su juventud quiso ser poeta trágico, el que hace de la utilización y la irrupción
explicativa del mito una constante de su filosofía, define, sin embargo, su po-
sición claramente adversa al lenguaje trágico. ¿Cómo explicar estas “dos al-
mas” del filósofo? Lo que define la vida de Platón es su propósito de instituir,
de jerarquizar y llevar la filosofía a discurso social privilegiado, como racional
orden ético y de verdad. Él advierte que su principal rival en esta empresa cul-
tural es el Gran Relato Mítico, que anida irracionalmente desde muy antiguo
en el corazón de la historia de Grecia. Y también advierte que en la declina-
ción de ese relato, en el marco de la institucionalización democrática atenien-
se y el avance del tiempo de la razón, la lengua poética trágica hace reapare-
cer, reanima imprudentemente, aquella mítica competidora. Lo hace desde el
logos reflexivo trágico y con apoyo del Estado y sus políticas teatrales.
Desde distintas perspectivas Platón plantea su crítica a la poesía trágica:
a) Igual que el artista en general, cosa que ya vimos, el poeta imitativo está
alejado tres veces de la verdad, enuncia el mundo de las apariencias.
b) Desde ese mundo sensible y de pasiones ciegas, el poeta trágico no
aporta ningún tipo de conocimiento verdadero.
c) Lo trágico muestra contradicciones insalvables del alma, discordia inte-
rior, opiniones contrarias sobre igual objeto, lucha consigo mismo, realida-
des que escapan a la razón, quiebran lo sabio racional de ser siempre
igual a sí mismo.
d) La desgracia, lo trágico humano alimenta el discurso del poeta, dirigién-
dose a la peor parte de nuestra alma: la irracional.
e) El lenguaje trágico seduce, deleita, más allá de nuestro propio comporta-
miento racional.
f) Lo trágico está elaborado por el poeta para conmover al vulgo ignorante.
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Para Aristóteles son seis las partes que conforman el género tragedia: 1)
el mito o fábula, que es el principio, el alma y la esencia de la tragedia, 2)
los caracteres de los personajes, 3) la composición de los versos, 4) el pen-
samiento, saber decir lo implicado en la acción, 5) el espectáculo en su con-
junto, 6) composición del canto (melopopeya).
La poética de Aristóteles será puntillosamente respetada durante siglos
como reglas del género, hasta el gran tiempo del teatro clásico francés (si-
glo XVIII). Como se puede observar, para Aristóteles el mundo de pasiones
que desata la acción trágica es camino de conocimiento en el campo de los
valores prácticos, además del disfrute que da la imitación. Al mismo tiempo
resulta indudable que su poética, escrita veinte años después de la muerte
de Platón, está dando cuenta de una acentuación de la pérdida de presencia
del discurso mítico en la sociedad griega. Declinar de lo mítico, que le per-
mite a Aristóteles desdramatizar el tema de lo trágico y tratarlo simplemen-
te como un género poético teatral superlativo.
Es cierto, Aristóteles revaloriza la acción trágica como particular camino
de acceso a ciertas verdades del alma, a diferencia de la actitud de Platón.
Pero desde Aristóteles lo trágico queda limitado a ser un género poético.
Queda reducido a lo que desde ahí en más, durante siglos, significará en la
historia del arte: una literatura superior del tiempo griego pagano. Platón con-
dena lo trágico, porque todavía lo entiende como un discurso que en lo so-
cial va más allá del género y confronta con la razón filosófica. Aristóteles rei-
vindica lo trágico, pero desde un logos filosófico mucho más sustentado, ro-
tundamente post-mítico, donde lo trágico hace las veces de terapia artística
pedagógica.
Planteemos para terminar una síntesis del portentoso y fundante tiempo
de las ideas griegas con respecto a lo poético, a la belleza y sus formas, al
arte mimético, y a lo trágico. Puede argumentarse, sobre todo a partir de la
filosofía platónica-socrática, una serie de legados contrapuestos de interpre-
tación, que incidirán de ahí en más y para siempre en la historia de la expe-
riencia del arte y sus significados:
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Lecturas obligatorias
- Sófocles. “Antígona”, en: Tragedias, traducción a car-
go de Assela Alamillo, Editorial Gredos, Madrid, 1992
- Eurípides. “Las bacantes”, en: Tragedias III, traduc-
ción a cargo de Carlos García Gual y Luis Alberto de
Cuenca y Prado, Editorial Gredos, Madrid, 1985
- Platón. “República”, Capítulo X, en: Diálogos IV, tra-
ducción a cargo de Conrado Eggers Lan, Editorial Gre-
dos, Madrid, 1992.
Lecturas recomendadas
- Aristóteles. Poética, traducción a cargo de Valentín
García Yebra, Editorial Gredos, Madrid, 1988.
- Esquilo. Tragedias, traducción a cargo de Bernardo
Perea Morales, Editorial Gredos, Madrid, 1993.
- Sófocles. Tragedias, traducción a cargo de Assela
Alamilla, Editorial Gredos, Madrid, 1992.
- Steiner, G. La muerte de la tragedia, Editorial Monte
Avila, Caracas, 1991.
- Szondi, P. Teoría del drama moderno - Tentativa sobre
lo trágico, Editorial Destino, Barcelona, 1994.
- Givone, S. Desencanto del mundo y pensamiento trá-
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Referencias bibliográficas
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Plotino nació en dioses: cómo esas imágenes artísticas, semejantes al divino poder, capturan
Egipto (204-270 d. en sí mismas algo de la naturaleza celestial y manifiestan su presencia en la
de Cristo). Filósofo helenís-
tico que reúne la herencia tierra. Posteriormente San Agustín, primer gran filósofo teólogo de la cristian-
filosófica griega y el saber dad, desde otra perspectiva (socio-religiosa) justificará la presencia de los
espiritual egipcio. Sus ideas
ejercen notable influencia íconos religiosos, de las imágenes en las iglesias, para la necesaria promo-
en Roma, donde funda una ción y explicación de la piedad entre los ignorantes y analfabetos.
escuela de pensamiento en
el año 244.
2.1.3. El ícono y la experiencia del arte sacro
San Agustín (354-
430). Padre de la El arte iconográfico cristiano es el estilo, el mundo de formas y la concep-
iglesia latina, figura capital ción estético- representativa que expresa lo medular del arte medioeval has-
de la patrística, se dedicó a
la teología y la filosofía, en ta el siglo XIV. Es una concepción mística del arte de hacer imágenes propia
Cartago estudió y enseñó de un mundo de antiguos poderes económicos, políticos, nobles y militares
retórica, matemática y as- arrasados. Donde lo religioso domina lo social y explica y organiza el mundo
tronomía, se trasladó luego
a Roma donde estudió pla- por encima de todo otro discurso: sociedad rigurosamente teocrática (Orden
tonismo y los Evangelios. social regido por Dios y sus representantes en la tierra).
Su pensamiento es una
suerte de puente entre el Un arte iconográfico de características místicas situado en la historiogra-
mundo clásico y el medioe- fía del arte entre la gran creación clásica griega y el posterior Renacimiento
val. Su obra más importante de las artes en Europa (siglo XV en adelante), y al que muchas veces se lo
es Las Confesiones.
desconsideró artísticamente. Sin embargo, es un esplendoroso -y fundamen-
tado en ideas- universo de belleza como creación humana. Equivocadamente
se lo expuso en ocasiones como “retroceso” del arte, como involución a for-
mas primarias de lo figurativo, con valores sólo en el plano de una difusión re-
ligiosa que renegaba del naturalismo pagano. Es decir, sin mayor identidad
propia o con una identidad pobre en relación con el esplendor de las formas
naturalistas de lo grecorromano antes y de lo renacentista más tarde.
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a tener/ has de tenerlo sin nada querer”. O en otros versos: “No se compren-
de a Dios / Dios es una pura Nada, no le tocan ni el ahora ni el aquí/ cuan-
to más intentas contenerlo, tanto más se te escapa”. También escribe Juan
de la Cruz: “La plegaria silenciosa/ Dios está siempre tan presente, que na-
da lo puede expresar/ Por eso, lo adorará mejor en el silencio” (Ramón Xi-
rau, 1971). La captación efectiva de Dios exige una renuncia absoluta a uno
mismo, un total aniquilamiento a la soberbia, a la vanidad y a las palabras
del “yo”. Como explica místicamente Maestro Eckhart: “Allí tiene que domi-
nar el silencio y la quietud y el Padre tiene que hablar y su Hijo tiene que na-
cer y sus obras tienen que producirse sin imágenes".(Amado Vega, 1998)
Metáfora (del griego, Dios es nomen innominabile (del latín nombre innominable), pero lo que
traspaso), consiste en
aplicar una palabra que de- no se puede captar con nombre alguno soporta místicamente una plenitud
signa a un objeto, pero a de nombres. Exige palabras que escapen a toda conceptualización determi-
otra cosa que tiene algún
parecido o analogía con nada y accedan a una plenitud metafórica.
aquél. Equivale a una com- La metáfora es precisamente la manifestación de algo indecible, de algo
paración. invisible, inabarcable, que se oculta, como Dios, que está más allá de toda
comunicación mediatizada, de todo nombre. Lo metafórico, tan decisivo en
el discurso poético, es camino privilegiado cuando un místico trata de captar
a Dios y expone la imposibilidad de encontrar un nombre o caracterización
segura de Dios. Lingüísticamente esta imposibilidad podría considerarse ne-
gativa. Por el contrario, desde lo poético místico es la senda hacia la dimen-
sión de la presencia divina. Se trata de la magnitud de Dios que aspira a ser
expresada por la lengua. La teología negativa, como poética mística, planteó
la necesidad de un nuevo lenguaje, planteó una ruptura de los moldes de la
retórica y poética clásica, y exigió del místico el abandono del mundo, el má-
ximo grado de pobreza, el vaciamiento del alma aniquilada, el sufrimiento a
través de su desierto de muertes continuas, que corresponden al sufrimien-
to del Hijo de Dios en el desierto de la pasión. La palabra poética mística va
al encuentro del Verbo de Dios, que sería la originaria salida del Padre hacia
el Tiempo humano.
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Lecturas obligatorias
Panofsky, Erwin, “Capítulo 1, Introducción”, en: Estu-
dios sobre iconología, Alianza Universidad, Madrid,
1972.
Xirau, Ramón, “El madero ardiente. La poesía de San
Película
Juan de la Cruz”, en: Palabra y Silencio, Editorial Siglo recomendada
XXI, México, 1971. Tarkovsky, Andrei, Andrei
Rublev, film realizado en
Lecturas recomendadas 1966, Producción Mosfilm
(URSS),
- Bruyne, Edgard, La estética de la Edad Media, Edito-
rial Visor, la Balsa de la Medusa, 15, Madrid, 1994.
- Panofsky, Erwin, Estudios sobre iconología, Alianza
Universidad, Madrid 1972,
Modulo 2.
- Eco, Umberto, Arte y Belleza en la Estética Medioeval,
Editorial Lumen, Barcelona, 1997.
La llamada Baja Edad Media (siglo XII a XIV) va a concluir este período,
que vimos en el capítulo anterior, con una creación arquitectónica de altísi-
mo rango en la historia del arte. Creación que plasma, en piedra y diseño, el
trazo cultural más espectacular del medioevo con sello propio, forma artísti-
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ca que luego confrontará con los perfiles revolucionarios que en pintura, es-
cultura y construcciones edilicias propondrá el Renacimiento. La arquitectu-
ra gótica es el primer gran estilo que uniformiza a la iglesia cristiana y a la
civilización europea.
El cristianismo se ha consolidado y expresa entre los siglos XIII y XV una
plenitud simbólica, una vitalidad creativa de formas y un vigor ideológico pa-
ra conducir el mundo teocrático que no volverá a repetirse en la historia. La
catedral gótica hace presente, como nunca antes ni después, la realización
cristiana de Occidente, inaugura de manera grandiosa las edades artísticas
de las iglesias cristianas. Desde sus obras magnas de arte religioso, el góti-
co fusiona para siempre la idea de Europa con la consumada cultura cristia-
na. A partir de la construcción de las catedrales góticas, Europa eterniza des-
de entonces su significado más profundo que será respetado por las futuras
iglesias renacentistas, barrocas, clásicas y neoclásicas: decir Europa es de-
cir cristianismo.
Sin embargo, la posteridad le tendrá reservado al gótico un largo tiempo
de desprecio. El elegante y refinado clasicismo francés del siglo XVIII defini-
rá al gótico, -con una gran capacidad de convencimiento de su parte- de es-
tilo bárbaro, de fealdad germánica, de insoportable mal gusto. Para algunos,
la palabra gótico deriva de la descalificada y brutal cultura de los godos. Pa-
ra otros, el vocablo tiene un origen cabalístico, provendría de argótico (argot:
lenguaje de secta, de iniciados), donde los argotiers pactan palabras hermé-
ticas derivadas de la alquimia, la magia y la astrología, el gótico sella su pre-
sencia simbólica en la figura de la catedral. Para el historiador Arnold Hau-
ser: “el arte de las catedrales góticas es urbano y burgués, en contraposi-
ción al románico precedente que es monástico y aristocrático(...) los laicos
tienen un papel cada vez mayor en la construcción de las grandes catedra-
les (...) esta construcción de catedrales son inimaginables sin la riqueza eco-
nómica burguesa de las ciudades como centros comerciales (...) el cristianis-
mo no es más una religión de clérigos, sino que se ha convertido en una re-
ligión popular”.
El avance de las técnicas de construcción (andamiajes y mecanismos de
elevación), la consolidación del rol del arquitecto (“doctor en piedra”) y de los
maestros de obras (magister operatis) al frente de sus gremios de artesanos
y trabajadores permitieron, a su vez, la gran aventura estética y religiosa que
dio nacimiento al gótico. Posibilitaron las temerarias decisiones de elevar bó-
vedas y cúpulas a más de un tercio de lo previsto (llevándolas hasta 45 me-
tros), de incluir vitrales coloreados en inmensos rosetones, de vaciar y adel-
gazar los gruesos muros, de eliminar como sostén las columnas anchas clá-
sico-románicas, de excavar los pórticos, de narrar sobre los vidrios de los
ventanales las historias bíblicas y leyendas de los santos, de trabajar nue-
vos juegos de luces y sombras. Expresa el historiador Georges Duby: “Domi-
nando desde su enorme altura el amasijo de casuchas que formaba la ciu-
dad, la catedral gótica era manifestación del poder soberano del que se con-
sideraba investido el cuerpo eclesiástico”.
El interior de la iglesia gótica buscó exponer la magnificencia del mundo
divino en la tierra: pináculos, nichos para estatuas y esculturas, claraboyas
y molduras en variaciones infinitas. Y allá en lo más alto, como un mundo
angélico “traído a tierra”, la clave de bóveda remata la nave central bajo un
juego homogéneo de geometría y luz de los vitrales para significar lo sagra-
do y la pureza. El exterior gótico de esa iglesia, apoyada en forma de cruz
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ralismo greco y latino del mundo antiguo, aunque desprendido de los signifi-
cados culturales y religiosos que habían tenido en sus respectivas épocas.
El artista renacentista no renuncia al cristianismo como totalizante concep-
ción de su vida, sino que desprende la experiencia del arte de un mundo es-
colástico teológico medioeval que sentía que la apresaba y que la asfixiaba.
Retorna al dispositivo óptico de pintar lo que capta la mirada: a la profun-
didad y perspectiva formales, a la búsqueda de las emociones en la obra. Lo
bello pasa a ser una preocupación en sí: mundana, de gusto y estilo. Su ar-
te hablará sobre lo religioso, pero despojado de trascendencia sagrada. La
visión subjetiva liberada del artista, rompe con el misterio litúrgico que im-
pregnaba al arte medioeval, se abre a una dimensión realista, a las tres di-
mensiones de la ilusión de lo real, regresa al pensamiento del romano Vitru-
vio quien argumentaba en su obra De Architectura: “El ojo busca una visión
Polión Mario Vitruvio,
arquitecto y escritor que sea agradable: si no lo satisfacemos aplicando unas proporciones co-
romano del siglo I, autor de rrectas, ajustando los módulos y añadiendo cualquier cosa que falte, hace-
una obra de diez volúmenes
en la que se tratan todos los mos que los espectadores tengan una visión desagradable y sin encanto”.
aspectos del arte de la cons- Se va en búsqueda como en lo clásico antiguo de una belleza humana, fí-
trucción. sica, como dispositivo central para hacer presente lo religioso o lo noble. Se
parte de modelos vivos para dibujar y pintar a Cristo y a la Virgen María, se
pretende el cuidado del detalle anatómico, los colores fieles a la realidad am-
biente.
Es decir, el Renacimiento artístico repone el problema de la representación
mimética (imitación de la naturaleza, de lo real) en tanto composición armó-
nica, en tanto nuevo relato de la estética cristiana. Se accede a la idea de que
el cuadro es un organismo independiente que aspira a la perfección figurati-
va, para eso se necesita un acto de recreación. La naturaleza crea belleza, el
artista renacentista imitará de la naturaleza su acto creador, su capacidad
creativa. En la subjetividad artística se reproduce la libre creatividad de la na-
turaleza, para representarla hay que ser creadora como ella, modificar como
lo hace ella. Es precisamente la naturaleza lo que el artista humanista per-
cibe como modificable a través del arte, tal cual lo planteaba, en su terreno,
la alquimia: considerar que existen virtudes ocultas en las sustancias natu-
rales que a través de procedimientos pueden modificar sus cursos.
A la vez, el hermetismo egipcio llamaba mágica a la naturaleza porque
atraía a lo semejante por medio de lo semejante. Los datos de la naturaleza
dejan de ser signos inmodificables de los misterios divinos y se transforman
para el nuevo artista en simpatías naturales sobre las cuales se puede actuar.
Los cambios de época en el arte sin duda necesitan genios, pero éstos
no se dan de un día para el otro. El Alto Renacimiento (primera mitad del si-
glo XVI), que reunirá como culminación de un tiempo artístico a Leonardo da
Vinci, Miguel Ángel y Rafael, en realidad comienza en el siglo XIII con otro ge-
nio florentino: Giotto di Bondone. Es Giotto, entre 1302 y 1315, quien rom-
pe un tiempo estético y proyecta otro. En los frescos de Giotto aparece el
modelado del rostro y del cuello, las profundas sombras en los flotantes plie-
gues de un ropaje. Expresa Gombrich: “no se había hecho nada semejante
desde hacía mil años: crear la ilusión de la profundidad sobre una superficie
plana(...) en lugar de emplear los procedimientos de la pintura escritura, po-
día crear la ilusión de que el tema religioso pareciese estar acaeciendo de-
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Rafael fue el gran pintor de las vírgenes dulces y bellas. En esta obra ve-
mos la elaborada sencillez, naturalidad y a la vez encantamiento de la Virgen
con el Niño, la serena belleza de los ojos, el rostro de la Madre de Dios fun-
diéndose con las sombras, el volumen del cuerpo que aparece y desapare-
ce, la firmeza y ternura con que sostiene al niño. Todo produce la sensación
de un equilibrio perfecto. Cualquier alteración rompería el hechizo y sin em-
brago no hay nada forzado ni caprichoso.
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• Es un arte-ciencia, no ya un oficio.
• Se necesita estudiar el orden de la representación pictórica: perspectiva,
composición, disposición de los elementos.
• estudio de las formas de visibilidad (luces y sombras).
• estudio de las concordancias, de las superficies y de los efectos.
• El hombre es un obrador de imágenes, su ojo dispone y discierne un mun-
do: luz/oscuridad; Color/sustancia, Forma/ posición; Distancia/cercanía;
Movimiento/ reposo.
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La ciencia de la pintura son “mis ojos” dice Leonardo. Ojo estético: pura
subjetividad creadora, liberada, artística; subjetividad artística con el poder
de reinaugurar las cosas. Por eso la pintura se enlaza con la filosofía, por su
poder reinaugurante de las representaciones del mundo. Dice Leonardo que
Ver ilustración 2.17. ❿
sus pinturas “son ideas filosóficas”: ideas bellas, belleza como filosofía mo-
ral. Analicemos una de sus obras más consagradas y míticas, Mona Lisa, pin-
tada en 1502.
Así la analiza Gombrich:
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Lecturas recomendadas
- Gombrich, Ernst, Historia del arte, Editorial Sudame-
ricana, Buenos Aires, 1999.
- Burke, Peter, El renacimiento italiano. Cultura y socie-
dad en Italia. Editorial Alianza, Forma, Madrid, 1986.
- Kristeller, Paul Oscar, El pensamiento renacentista y
las artes, Editorial Taurus, Madrid 1986.
- Burckhardt, Jacob, La cultura del renacimiento en Ita-
lia, Editorial EDAF, Madrid, 1982.
- Heller, Ágnes, El hombre del Renacimiento, Editorial
Península, Barcelona, 1980.
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2.3.1. El Manierismo
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guaje vertido y la propia acción del conjunto escénico es una mezcla “inno-
ble” del mal y del bien, de decoro y bajeza, de patetismo y humor, de cobar-
día y valentía.
En realidad, Shakespeare está más allá de la utopía humanista de cinco
o seis décadas atrás. El poeta nos hace presente, en muchos de sus perso-
najes trágicos y no trágicos, una subjetividad atribulada e indecisa, una men-
te que pelea internamente con valores indispuestos, almas que no encuen-
tran afuera verdades indiscutibles y procederes ejemplares para decidir su
acción, razonamientos que navegan azarosos entre crímenes y virtudes, que
parecen haberse tragado el mundo, y al masticarlo, al poseerlo en lo íntimo,
no saben ya de qué se trata el mundo, cuáles son sus sentidos guías.
Shakespeare nos hace presente, desde estos personajes, la figura de una
nueva conciencia histórica: la moderna. El nuevo sujeto de un tiempo que se
va desguarneciendo poco a poco de un mundo teocrático bajo el Plan de Dios
que lo amparaba, para penetrar en un interregno de violencias, de credos
cristianos enfrentados en guerra. Un tiempo que anuncia revoltijo de valores,
disolvencia de siluetas humanas antes nítidas, desacoples de presentes y
pasados que vuelve fantasmal todo lo real. La intuición inigualable de Sha-
kespeare, la imaginación desbordante de sus tramas y protagonistas, la ma-
ravilla de su poética llevando a escena esta desarticulación de mundos es
lo que lo transforma en artista genial anticipado a su época. Moderno por ex-
celencia en pleno final del siglo XVI, incomprendido por sus pares, seducien-
do a sus plateas. Como si el mundo, desde Shakespeare, ya no tuviese cen-
tro, altos y bajos, héroes convencidos, éticas sustanciales, y girase patética-
mente desde el lenguaje espontáneo del común de la gente, o desde el sim-
ple apetito o locura de los príncipes: locura de la época.
Sin embargo, es difícil situar a Shakespeare dentro de una atildada histo-
ria del arte. No es producto ni de un tiempo de pensamiento estético fuerte,
ni de una constelación artística relevante en Inglaterra, de la cual fuese su
expresión suprema. No es parte de una rica biografía del género teatral lon-
dinense (salvo Christopher Marlowe) que remataría lógicamente en su figura,
no es un creador consagrado en vida, como Miguel Ángel, quien pasó a ser
admirado por muchos centros culturales europeos. Su estilo personal, in-
transferible, no crea una vasta escuela, no se despliega sobre la época, si-
no que nace y muere con Shakespeare. Su obra no viene “después de” ni
“antes de”, ni pertenece a la Europa renacentista del sur. Es una anacróni-
co en todo; ni el teatro, ni los otros lenguajes artísticos que sobrevendrán,
lo registraron en relación con su valor. El clasicismo francés, que -como teo-
ría- unificará a la Europa ilustrada del XVIII, lo ignoró o lo descalificó. Recién
el romanticismo inglés pero sobre todo alemán, redescubrirá su genio.
Doscientos cincuenta años más tarde, el escritor, poeta y dramaturgo fran-
cés Víctor Hugo, recorrerá en un largo trabajo laudatorio sus más imperece-
deras obras:
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• Una de las almas del barroco está señalando este fin de la esperanza, su-
plantada por una detención del tiempo, por la necesidad de una interrup-
ción de la historia catastrófica. No habría redención dentro de la historia
desde el obrar humano. La salvación se sublima, se exalta en ese espa-
cio -la iglesia- situado fuera del tiempo histórico. Es un tiempo paradisía-
co, huido de la historia, que el arte barroco anticipa y promete. Para la
analista de la cultura Christine Buci Gluksmann, el barroco es la melanco-
lía estética del mundo después de la catástrofe, donde quedan fragmen-
tos y ruinas de lo real. Los vientos de la historia han aniquilado las anti-
guas fundamentaciones, creencias y escatologías: “Lo ilusorio comienza
a reinar: la levedad, el vuelo, las nubes, esos elementos inmateriales que
hacen a su estilo. El barroco es ya definitivamente una manera, un artifi-
cio que se añade y que trata de sustituir la ausencia de sentido. El artis-
ta ha perdido su relación con la belleza clásica ideal”.
• La otra alma del barroco, contradictoria, la explica el filósofo Walter Ben-
jamin cuando analiza el teatro barroco alemán del siglo XVII, y encuentra
en cambio en dicho drama escénico (trauerspiel, en alemán) un mensaje
redencional histórico del barroco, que busca dar cuenta del mundo trans-
formado en ruina. Benjamin diferencia lo trágico griego, donde el héroe
se yergue contra el mito, del drama barroco en una cultura judeocristiana,
donde impera la idea de misericordia frente al sufrimiento humano. Esa
diferencia da cuenta, según Benjamin, de la insalvable distancia entre
“nuestra época democrática” y “el heroísmo trágico griego”. En lo trágico
clásico se hace presente el sacrificio del héroe, mudo de palabras, frente
a lo mítico divino, la soledad del héroe es absoluta, el puente lingüístico
con los dioses se ha roto. Es un enmudecimiento moral y expone la am-
bigüedad de la verdad trágica, sin embargo, el final trágico e inexorable
del héroe griego decreta la victoria ética del hombre, el demoníaco orgu-
llo de la culpa.
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tagonistas del drama barroco) son frutos del pecado original. La historia fue
siempre una catarata de catástrofe porque la culpa mítica originaria del hom-
bre es su destino. La culpa, desde el arte dramático barroco, es el mito rein-
gresando a través de los poderes vencedores, y como explicación de la his-
toria. Pero el teatro barroco busca secularizar dicho misterio mítico, desacti-
var la historia catastrófica, desactivar el mito que destina; se opone a la vi-
sión que niega que la historia puede ser lugar de redención, desde lo humano.
El drama barroco reconstruye teatralmente la escena de la culpa y de la sal-
vación, en el drama barroco la historia entra en escena. Benjamin incorpora
en su estudio al poeta del teatro barroco español Calderón de la Barca, pa-
ra exponer esta historia devenida teatro del mundo. La historia se reabre co-
mo representación estética, lucha contra su suspensión, contra la desespe-
ranzada huida de la historia. La historia de los poderes se espacializa para Walter Benjamin
mostrar sus invisibles secretos; en el drama barroco la escena deviene cla- (1892-1940), filóso-
fo, crítico literario y teórico
ve de comprensión de la historia, como teatro del mundo. La historia -como estético alemán, es una de
representación barroca imaginaria de un mundo vaciado de sentidos trascen- las grandes figuras pensan-
tes de la modernidad. Rela-
dentes, entristecido, melancolizado- recupera la idea de lo redencional. cionado con la Escuela de
Frankfurt en la década de
1930, escribe sobre el dra-
ma barroco alemán, sobre la
Temas para un debate actual crítica romántica, sobre las
El arte con relación al mundo de las ideas y la historia vanguardias estéticas, el su-
rrealismo, el cine, el nazis-
intelectual (conclusiones significativas para pensar la mo, Charles Baudelaire,
actual relación entre arte y sociedad). Marcel Proust, Bertolt
Brecht y los mitos y subsue-
1- El arte barroco, por encima de sus diferentes esti- los de la modernidad del si-
glo XIX. Se suicida en 1940
los nacionales, expresó religiosamente la primera y escapando del nazismo.
más profunda crisis cultural vivida por Occidente, cri-
sis que abrió el camino a la aparición de la conciencia
histórica moderna secularizadora. En dicho tránsito, el
Barroco expuso una compleja cosmovisión de fondo
mítico, que reunió: a) la idea de catástrofe histórica, b)
la concepción de un mundo en ruinas a salvar, y con-
secuentemente, c) la visión de la historia como escena
develadora del mal, y d) necesitada de redención. ¿Has-
ta qué punto esta sublimación y utopía estética cristia-
na que contuvo el Barroco, no conformó el corazón in-
telectual de todo el arte moderno de los posteriores si-
glos XIX y XX, y más allá del arte, también de una
conciencia filosófica y política moderna de la negativi-
dad y a la vez de la esperanza, de la transformación ra-
dical del mundo? ¿Hasta qué punto el abandono, por
parte del arte, de esa larga herencia mítico-idealista-
crítica, no está dando cuenta de su situación cultural
contemporánea, de su idea de “final”, de una concien-
cia estética más allá de la modernidad? ¿Esta nueva
condición del arte lo libera de aquella pesada carga
utópica redencional a cumplir, de fondo religioso? ¿O
por el contrario, lo destina a una autoconciencia de in-
trascendencia?
Lecturas Obligatorias
- Shakespeare, William, “Hamlet” o “El Rey Lear”, en:
William Shakespeare. Teatro completo, I, II y III, traduc-
ción a cargo de R. Martínez Lafuente, Editorial El Ateneo,
colección Clásicos Inolvidables, Buenos Aires, 1953.
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Lecturas Recomendadas
- Víctor Hugo, “William Shakespeare”, prólogo de: Wi-
lliam Shakespeare. Teatro Completo, (Tomo I), Editorial
El Ateneo, Buenos Aires, 1953.
- Anceschi, Luciano, La idea del Barroco, Editorial Tec-
nos, Colección Metrópolis, Madrid, 1991.
- Tapié, Víctor, Barroco y clasicismo, Editorial Cátedra,
Madrid, 1991.
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Referencias Bibliográficas
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En ese marco histórico de la Modernidad del XVII y XVIII, dos grandes pro-
blemas se le plantearán al arte:
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• Debe haber un orden lógico que se revele por completo en el dibujo, pues
el color es meramente pasajero.
• Hace falta ofrecer la mayor expresión posible de nobleza: la fidelidad a la
naturaleza debe sacrificarse a dicho ideal.
• Para el clasicismo francés la belleza consiste en la feliz imitación de la
naturaleza del mundo y el hombre, pero siempre con el objetivo primordial
de expresar espiritualmente la perfección ideal, de acuerdo con el canon
que fijaron los griegos.
• La naturaleza es simplemente el punto de partida, la materia indispensa-
ble: a ella debe añadirse inteligencia y razón. El placer producido por el
color y la luz se relega a un papel de servidumbre.
Desde esta segunda perspectiva –con respecto a la verdad del arte- tene-
mos entonces que para el clasicismo racionalista ilustrado, lo artístico de-
pende de criterios de verdad que le vienen de afuera de su campo de expe-
riencia. Así como en la larga crónica del arte cristiano, las formas y conteni-
dos del arte los fijaba el mundo de valores religiosos, o luego las morales
políticas de representación del poder noble, el clasicismo ilustrado del siglo
XVIII hacía ahora depender esa verdad artística del mundo de lógicas de la
nueva razón moderna.
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Charles Le Brun el ideal griego, es decir, el arte no tiene historia, es un modelo ideal, eterno, ya
(1619-1690): pintor realizado.
francés, miembro de la Aca-
demia de Bellas Artes y ¿Cuál es el problema que trata de resolver el racionalismo clásico francés?
plástico favorito del Rey. Porque esta teoría ama el arte, lo venera, lo considera fundador de la cultura
Dominó la vida artística del
país hasta su muerte y fue en Occidente desde la poesía homérica, desde los grandes logros del Renaci-
uno de los más cotizados miento. Entonces, ¿cómo lo condena a esta obediencia ciega, servil, asfixian-
decoradores del Palacio de te? ¿Por menosprecio a la idea de creación, por desvalorización de los lengua-
Versalles.
jes estéticos en relación con otros lenguajes? A primera vista así parece, pe-
ro en realidad es por todo lo contrario. Sucede que el clasicismo francés es
genuino hijo del racionalismo de la época ilustrada, de la razón científica, lo
que quiere equiparar es arte y ciencia. Quiere otorgarle al arte también un va-
lor de verdad objetiva, es decir, de acuerdo con el nuevo discurso de la verdad
científica objetiva, no quiere exiliar al arte del gran escenario de las discursi-
vidades modernas, patrocinantes del nuevo régimen de la verdad.
A un “orden” del universo físico presidido por la ciencia, (en ese tiempo
el científico inglés Isaac Newton, 1642-1727, conmovió el mundo intelectual
de la época al descifrar la mecánica celeste y la órbita de los astros) debía
seguir el establecimiento de un “orden” del universo espiritual. Un Orden de
lo ético y estético, a lograrse también según ese modelo de razón científica.
Se necesitaba elevar la estética al rango similar al discurso de la ciencia; si
hay una moral de la razón, si hay una religión de la razón, debe haber un ar-
te de la razón, entendiendo por razón el fundamento objetivo de la verdad. El
utopismo ilustrado del siglo XVIII soñó con un mundo futuro claro y preciso,
equilibrado y justo, medible y ajustable de acuerdo con una idea de raciona-
lidad exacerbada, que concluyese con saberes, creencias y valores míticos
considerados irracionales. La estética clasicista se impregnó de ese espíri-
tu de época arrasador de cualquier otra “vieja” opción del entendimiento hu-
mano, y postular un arte incuestionable en su verdad.
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
la razón, para poder separar la esencia (verdad) de las apariencias. Ese mo-
mento o ley objetiva como verdad del arte, a alcanzar, lo situó en el ideal grie-
go antiguo. Y este operativo de separación entre lo verdadero y lo falso sólo
lo permiten normas estéticas a establecer. Para Boileau:
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las excelencias de los maestros antiguos (...) hacia esa época los
templos de la Atenas de Pericles fueron redescubiertos y graba-
dos por celosos viajeros (...) esa concepción de la arquitectura co-
mo aplicación de normas estrictas y sencillas tenía que compla-
cer a los campeones de la razón, cuyo poder se incrementaba en
toda Europa y el mundo (...) En Francia la victoria de este estilo se
afianzó tras la Revolución Francesa (...) el barroco y el rococó que-
daron identificados con el pasado, con el estilo de los reyes y la
aristocracia (...) el estilo neoclásico de la arquitectura y la pintura
se convirtió en el estilo del Imperio napoléonico (...) La Revolución
dio un impulso enorme al interés por la historia y la pintura de
asuntos históricos (...) los revolucionarios franceses gustaron sen-
tirse como griegos y romanos,(...) ‘Marat Asesinado’, obra pintada
en 1793 por Jacques Louis David (1748-1825) nos muestra cómo
se vivían esos tiempos heroicos y eran dignos de la atención del
pintor tomando como modelo y motivos la historia y la mitología
griega y romana(...) el cuadro está lleno de gravedad y elevación
(...) David había aprendido, con el estudio de la escultura griega y
romana, a modelar los músculos y tendones del cuerpo, otorgan-
do al personaje un aspecto de noble belleza (...) ‘Majas en un Bal-
cón’, pintado en 1815 por el español Francisco de Goya (1746-
1828), nos muestra en cambio la influencia en su pintura de El
Greco y Velázquez (...) Goya no renunció al brillante colorido de
esos pintores (...) sin embargo las figuras de Goya pertenecen a
un mundo ya distinto (...) mira a sus modelos con otros ojos, Go-
ya parece exento de piedad (...) los poderosos revelan toda su va-
nidad y falsedad, su codicia y vacuidad. Ningún pintor de corte an-
Ver ilustraciones terior o posterior ha dejado un testimonio tal de sus mecenas”.
3.1.; 3.2.; 3.3. y 3.4. ❿ (Gombrich, 1999)
El Rococó es arte de
Corte, de un juego li-
viano en el alma de la no- Temas para un debate actual
bleza, una evocación de lo El arte con relación al mundo de ideas y a la historia
anticuado, caduco, de cierto intelectual (conclusiones significativas para la actual
encanto del pasado. Here- relación entre arte y sociedad).
dero del grotesco italiano,
el rococó se expande como
motivo decorativo, desatino 1- La comparación que discutió el clasicismo entre ar-
amable, arabescos capri- te antiguo (pasado) y moderno (presente), sirvió para
chosos, estilo burlesco, pin- fijar y debatir desde una referencia precisa y un pun-
toresco, bufo, fantasioso. to de vista secular, la idea de crisis y transición histó-
rica, sirvió para establecer una orientación valorativa
de la actualidad, y para exponer distintas interpreta-
ciones sobre decadencia y mejoría del hombre con res-
pecto a la historia y la cultura. ¿Podemos pensar que
hoy el arte, desde sus transcursos de las últimas dé-
cadas, puede servir para orientarnos en la misma me-
dida por sobre otras realidades, evidencias y discur-
sos? ¿Sería conveniente que así fuera? ¿O por el con-
trario ya no es posible a esta altura de lo cultural ci-
vilizatorio tomarlo como termómetro privilegiado del
espíritu humano?
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Arte y Estéticas en la Historia de Occidente
Lecturas recomendadas
- Autores varios, Ilustración y Romanticismo: fuentes y
documentos para la historia del arte, Editorial Gustavo
Gili, Barcelona, 1982.
- Novotny, Fritz, Pintura y escultura en Europa: 1780-
1880, Editorial Cátedra, Madrid, 1994.
- Corneille, Racine, Moliére, Teatro Clásico Francés:
Corneille, Racine, Moliére, Beaumarchais, Editorial El
Ateneo, Buenos Aires, 1951.
- Aristóteles, Horacio, Boileau, Poéticas, Ediciones Al-
far, Madrid, 1977.
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El crítico y teórico literario inglés Harold Bloom rastrea los orígenes del vo-
cablo que denomina la nueva sensibilidad y concepción poética:
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Hay otro estudioso del arte en la Alemania del siglo XVIII, Johann Winckel-
mann (1717-1768), cuyo pensamiento va a ejercer enorme influencia en el
Romanticismo germánico.
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con todo ese resto del mundo regido por el interés privado y las posesiones.
El desinterés estético aparece como renuncia a la posesión, a la utilidad ul-
terior. Promueve, en el campo estético, una vinculación libre y desinteresada
del alma; el resto de la vida es deseo, obsesión de posesión socioeconómi-
ca. La esfera estética, para Kant, es por el contrario una espiritualizadora re-
nuncia a dicho poseer. La esfera estética asume así un nivel idealizado, es-
cindida del resto de la vida cotidiana. La esfera estética aparece -para el bur-
gués poseedor- como consolación, compensación, conciliación utópica fren-
te a sus propios intereses materiales cotidianos.
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Lecturas obligatorias
- Autores Varios, “Prólogo” y selección de autores, en:
La Música de la Humanidad. Antología poética del Ro-
manticismo inglés, Editorial Tusquets, Barcelona,
1993.
- Kant, Immanuel, “Analítica de lo Sublime”, en: Críti-
ca del Juicio, Editorial Losada, 1961.
Lecturas recomendadas
- Wordsworth, W. Coleridge, S.T, Baladas líricas, Edi-
torial Monte Avila, Caracas, 1985.
- Burke, Edmund, Indagación filosófica sobre el origen
de nuestras ideas acerca de lo sublime y de lo bello,
Editorial Tecnos, Colección Metrópolis, Madrid, 1987.
- Abrams, M.H., El Espejo y la Lámpara, Editorial No-
va, Buenos Aires, 1962.
El mundo germánico no había tenido, hasta el último cuarto del siglo XVIII,
una edad de esplendor artístico que resonase en Europa, ni un pensamien-
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to en el campo de los problemas estéticos que brillase por encima del res-
to. Había vivido sí, un categórico protagonismo en el cisma cristiano, con la
rebelión luterana del siglo XVI, que teologizó de ahí en más la mayor parte
del discurso intelectual y las problemáticas alemanas. A fines del siglo de
“Las Luces”, Alemania era un territorio fragmentado en decenas de duca-
dos, principados, burgos y reinos autónomos. Estaba muy lejos tanto de las
experiencias de la revolución industrial productiva capitalista que surgía en
Gran Bretaña, como de la revolución política francesa (1789) que conmovía
a Europa. En relación con estos datos, Alemania era lo anacrónico, la sere-
na existencia de burgueses y nobles viviendo en pequeñas y ordenadas ciu-
dades medioevales, rodeadas de parques, jardines y bosques bucólicos, im-
pregnadas por los viejos tiempos góticos que se fueron acumulando, respe-
tuosa de jerarquías sociales que parecían eternizarse, profundamente religio-
sa, arcaica, rústica, cerrada en sí misma. En esa Alemania retrasada tendrá
lugar entre 1775 y 1830 (de Kant a Arthur Schopenhauer), una revolución in-
telectual, artística y filosófica de una envergadura tan vasta, que podría de-
cirse funda el pensamiento moderno en sus perspectivas más profundas,
acabadas y rectoras para los próximos 150 años.
A diferencia del Romanticismo inglés, que se hizo presente básicamente
a partir de la obra poética y pequeños ensayos de los propios vates británi-
cos, en Alemania lo que se ambicionó fue una “Filosofía Romántica” (que
puede ser leída desde dos perspectivas, como una poesía filosófica, o como
una filosofía poética), proyecto en debate a cargo de filósofos, poetas y pen-
sadores de primer orden en la historia intelectual moderna.
El movimiento literario y cultural que edifica los cimientos del espíritu ro-
mántico alemán es el llamado Sturm und Drang (Sturm: tormenta, viento
fuerte; Drang: ímpetu, agitación), que se situó entre 1766 y 1784 y que re-
conoce diferentes causas constitutivas:
Pietismo: derivación
radicalizada del lute- a) En principio, por el impacto negativo que produce la Ilustración racionalis-
ranismo, asentado en lo que ta francesa sobre un mundo de pensamiento germánico, profundamente
se llama “la fe viva” frente a
la letra oficial de la iglesia enraizado en lo religioso luterano y en sus corrientes Pietistas.
protestante, en el “renaci- b) En segundo término, una reacción literaria contra los predominantes e in-
miento o renovación religio- fluyentes criterios estéticos racionalistas franceses, dominantes sobre el
sa” vía contrición, y en la
“devoción del corazón” a gusto de la corte y la nobleza alemana del XVIII.
través de la inmersión en el c) En tercer lugar, por la influencia que comienza a ejercer en círculos crea-
mundo de los sentimientos
íntimos, que rechazaba todo tivos el sensualismo inglés y sus teorías sobre la sensibilidad, a lo que
análisis ilustrado racionali- se sumó el aporte de Alexander Baumgarten, reivindicando el conocimien-
zador de lo bíblico cristiano. to sensible como “autónomo” y posible de emancipar de las reglas aca-
démicas imperantes. Desde un punto de vista del pensamiento de auto-
res precisos, que influenciaron al Sturm und Drang, se destacan el drama-
turgo y crítico alemán Gotthold Lessing (1729-1781), máximo represen-
tante de la Ilustración (Aufklärung) germana, y Jean Jacques Rousseau
(1712-1778), el exponente más radicalizado de la Ilustración francesa.
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Sobre este fondo atmosférico cultural donde se dan cita el “Pietismo” lu-
terano centrado en la lectura privada de lo bíblico, el rechazo a la influencia
estética francesa racionalista, la buena recepción de la poética de la sensi-
bilidad inglesa, y el pensamiento de Rousseau reivindicando el sentimiento
por encima de cualquier otra cualidad humana emergerá una poderosa lectu-
ra ilustrada, de critica a la Ilustración, que dará nacimiento a las concepcio-
nes románticas.
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Precisamente, pocos años después, será Goethe el autor del libro para-
digmático del nuevo sentimiento romántico, Los sufrimientos del joven Wert-
her, una novela que gestó no sólo miles de lectores en pocos años, sino que
conformó a una generación joven en términos culturales. En la obra, Goethe
narra las desventuras del protagonista -de sentimientos y pasiones exacer-
badas- por una mujer casada, vive la tragedia de ese amor imposible y la im-
potencia para adecuarse al mundo que lo rodea. El otro gran autor que cie-
rra el ciclo del Sturm und Drang fue el dramaturgo y teórico estético Friedrich
Schiller (1759-1805) con dos obras que también conmoverán al público de
teatro alemán: Los Bandidos y Don Carlos.
La aparición del Sturm und Drang contiene las ambiciones estéticas y fi-
losóficas en germen, que distinguirán luego al romanticismo en su plena con-
sagración:
- Critica a la ilustración racionalista que excluye y niega -como experien-
cias irracionales- la sensación, el sentimiento y la imaginación, bajo un pre-
tendido régimen de verdad de categorías objetivas.
- Emancipación de un “pensar correcto” en arte, atenido a reglas acadé-
micas (para el romántico las reglas las dictan el ánimo del artista).
- Pasaje, en la comprensión del arte, de una estética de la obra y sus re-
glas (clasicismo), y de la experiencia en la sensibilidad del sujeto receptor
(empirismo inglés, y luego Kant) a una estética de la productividad de la sub-
jetividad creadora.
- Refundación de la comprensión de lo real, la historia y el saber, desde
una base literario-poética-cultural. El lenguaje es el origen del conocer, repre-
sentar y valorar el mundo: la “Razón”, lingüísticamente encarnada. La “Ra-
zón” no es un sistema a priori que yace ante nosotros, sino que se represen-
ta a sí misma lingüísticamente.
- Revalorización de lo mítico y la mitología como desafío del arte y de la
cultura moderna, para hacer renacer todos los lenguajes poéticos y vincular-
los auténticamente con del pueblo.
- Rechazo de las teorías aristotélicas y clasicista de la imitación, en tan-
to experiencia artística represora desde una metafísica de reglas, suplanta-
da por una idea de naturaleza que desborda en la producción artística, don-
de el yo creador se da sus propias reglas.
- El arte auténtico es el arte del genio original (Shakespeare): fuerza irra-
cional espontánea y no imitativa.
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Friedrich Holderlin Seminario de Tubingia, junto con Friedrich Schelling y Friedrich Hegel. Influen-
(1770-1843) escribió ciados por el pensamiento estético de Kant, por el estudio de la poética y
poemas, dramas poéticos,
ensayos estéticos filosóficos la tragedia griega, y por los ecos utópicos que despertaba la revolución fran-
y fue traductor de obras trá- cesa, en 1796 el trío redacta El más antiguo proyecto de sistema del idealis-
gicas y de poesía griega. Sus
obras se han ordenado hoy mo alemán, manifiesto político estético revolucionario que anuncia el credo
como Poemas de juventud, romántico.
Odas e Himnos, Las Gran- Holderlin es el poeta que imaginariamente encuentra, en una idealizada y
des Elegías, Los Últimos
Himnos, Poemas de la Locu- muy antigua Grecia (“las doradas islas”), las huellas de un hombre no escin-
ra, Hyperión, Empédocles, dido, el “uno” que fusiona lo humano con la naturaleza: “Y yo que aprendí
Ensayos y Corresponden-
cias. En 1802, a los 32 años vuestra lengua y vuestras leyendas ¿Acaso lo hice porque mi alma siempre
de edad, entró en la locura de afligida se escapa del tiempo para reunirse con vuestras sombras? Pero iré a
la cual ya no regresó más, buscaros aún en vuestros lares, allí donde se atraviesan los bosques sagra-
vivió entonces a orillas del
Neckar, su amado río de in- dos y el monte se envuelve con nubes su cabeza solitaria” (El Archipiélago).
fancia, sus últimos treinta y En su juventud en Tubingia y junto con Schelling y Hegel –los tres estudiantes
siete años.
de teología– plantarán un día un árbol de “La Libertad”, exaltados por el es-
tudio de la literatura griega filosófica y trágica, por la obra de Kant y por las
noticias que les llegaban diariamente de la revolución en Francia. Holderlin se
enfrenta a la filosofía de la reflexión racionalista que escinde negativamente
el mundo entre sujeto y objeto, necesidad y libertad, espíritu y naturaleza, en-
tendimiento y sensibilidad, razón y revelación, individuo y sociedad, teoría y
práctica. Holderlin busca un pensamiento poético filosófico de la unificación
de lo escindido. Para el poeta, lo natural en lo moderno es la claridad racio-
nal, mientras en lo griego lo natural es el “fuego del cielo”: la relación con el
mito. Lo moderno es la familiaridad con lo orgánico: naturaleza organizada co-
mo cultura, para los griegos, la familiaridad fue con lo aórgico: con la natura-
leza como lo inconcebible, lo ilimitado, lo absolutamente informe, el magma
sagrado, el misterio, fuerzas oscuras y ocultas, dimensión trágica. Superar ese
escollo significó para el hombre griego develar el misterio, dialogar con lo mí-
tico, asumir esa aventura épica y a la vez trágica de la vida. En el mundo cris-
tiano moderno, reflexivo y autoconsciente, la falta de destino se revela en esa
debilidad que nos impide superar nuestra subjetividad, encarcelada en racio-
nalizaciones, para alcanzar algo verdadero y profundo. La esperanza de Hol-
derlin es que a través del arte, y desde la nueva libertad del sujeto histórico,
ese “algo” pueda ser alcanzado. El yo moderno se divorcia de la naturaleza y
del mundo, del cielo y de la memoria de las cosas, piensa Holderlin: “El ene-
migo es el burgués filisteo, el nuevo bárbaro, el alemán de hoy” y se confie-
sa: “Diariamente pienso en la desaparecida divinidad, aquellos grandes hom-
bres y épocas que cual fuego sagrado convertían en llamas las cosas muer-
tas, y después me contemplo a mí mismo como una insignificante lucecita en
la noche, y me susurro las terribles palabras: soy un muerto viviente” (Hiper-
yon). Románticamente, para Holderlin, “quien sufre con lo extremo, le convie-
ne lo extremo”. Se necesita renacer desde una nueva violentación de lo hu-
mano extraviado, porque “de la destrucción nacerá la primavera”; para esa
empresa, el poeta es el mensajero de los dioses, aunque dicho emprendi-
miento pueda costarle la vida: “¿No está ya turbada mi mente, puesto que he
revelado más de lo que conviene a los mortales?”. Holderlin siente y piensa
que vivimos un largo tiempo donde los dioses se han ido, una extensa noche
de espera, hasta que vuelvan, interregno donde el poeta mensajero se expo-
ne temerariamente a escuchar la voz de los Celestiales “con la cabeza des-
cubierta”. Holderlin entrará efectivamente en la locura, en la demencia y así
vivirá largos años hasta su muerte.
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Lecturas obligatorias
- Goethe, Johann, “Las desventuras del joven Werther”,
en: Obras Completas, Tomo II, Editorial Aguikar, Méxi-
co, 1991.
- Holderlin, Friedrich, Hyperión, Ediciones Hyperión,
Madrid, 1976.
- Novalis, Los Himnos a la Noche, Ediciones Pre-texto,
Valencia, 1995.
- Holderlin, F., Shelling, F., Hegel, F., “El Progra-
ma de sistema más antiguo del Idealismo alemán”, en:
Fragmentos para una teoría romántica del arte, Edito-
rial Tecnos, Colección Metrópolis, Madrid, 1987.
Lecturas recomendadas
- De Paz, Alfredo, La revolución romántica. Poéticas, es-
téticas, ideologías. Editorial Tecnos, Colección Metró-
polis, Madrid, 1992.
- Carus, Carl Gustav, Cartas y anotaciones sobre pin-
tura del paisaje, Editorial Visor, La Balsa de Medusa,
54, Madrid, 1992.
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tica y filosóficamente, que sería imposible determinar los límites del conoci-
miento, si no pudiéramos de algún modo –aún no conociendo– ir más allá de
ese límite. La ironía estética es sentir al mismo tiempo de un modo finito e in-
finito. La ironía romántica es una forma poética de expresión del infinito, di-
ferente a la de la intuición intelectual, es pensar que podemos colocarnos
dentro, pero también fuera de la experiencia de conocimiento condicionada,
es experimentar estéticamente que no podemos rebasar nunca lo condicio-
nado, pero que nos distanciamos de éste (hacia lo infinito), aun quedándo-
nos dentro de lo condicionado (finito). Desde la lógica del arte, sobre todo
en la novela moderna, se está siempre con un pie en el mundo dado, con
sus valores, sentidos, acciones y conductas, y con un pie (irónico, burlón, de-
mitificador, utópico, extenuador) afuera de ese mundo.
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jeto “obra” no necesita apuntar más allá de sí mismo para quedar explicado.
Por el contrario, en la ciencia el estatus del “objeto” se constituye por su se-
paración de nosotros, por su ruptura con lo particular (sujeto) y a través del
concepto científico intentamos eliminar las particularidades en nuestra rela-
ción con el objeto. En el reino de la ciencia lo perentorio es la superación de
las particularidades del objeto y el sujeto: la eliminación de los elementos
míticos residuales, una abstracción cada vez mayor de lo particular. Hegel
pensará exactamente lo contrario a Schelling: para Hegel, sin esa ruptura el
pensamiento permanecería atado a lo particular, e incapaz de alcanzar el ni-
vel de generalización que define a la ciencia moderna.
Pero en su reflexión filosófica, Schelling incorpora también el tema del len-
guaje. En la mitología, la imagen (sensibilidad) y la idea (intelecto) no están
separadas, y esto se sustenta en lo que no se hace explícito: en el propio
lenguaje que relata. También el lenguaje sería, para Schelling, la base de la
que depende la conciencia, la subjetividad moderna, pero que no es accesi-
ble a la reflexión del propio yo consciente. Dice Schelling:
Friedrich Hegel, junto con Immanuel Kant, son los dos filósofos más im-
portantes que dio la historia moderna. Sobre sus sistemas filosóficos de
pensamiento, las filosofías, las artes, las ciencias y las políticas modernas
Obras de Hegel: entretejieron y criticaron tales herencias, sin dejar de fundamentar en ellos
Sobre la Religión de la mayor parte de sus formulaciones. Hegel es la filosofía idealista raciona-
lo Griegos y los Romanos
(1786), Religión Popular y lista alcanzando su expresión máxima. “Lo real es lo racional, lo racional es
Cristianismo (1793) y La lo real”, es una frase suya que más frecuentemente se utiliza para definir su
Positividad de la Religión sistema filosófico fundado en la dialéctica de la conciencia avanzando en la
Cristiana (1795) son las
obras de juventud de Hegel, historia. Las ideas de Hegel sobre el arte, expuestas en sus clases de “Es-
quien había estudiado teo- tética” (recopiladas por sus alumnos), difieren profundamente del idealismo
logía y filosofía. Más tarde
escribirá sus obras mayores, filosófico romántico de su contrincante, Friedrich Schelling. En este último vi-
Fenomenología del Espíritu mos esa presencia de lo inconsciente (irracional) biografiando a la subjetivi-
(1806), Ciencia de la Lógi- dad reflexiva, a la conciencia de la razón filosófica. Como también vimos su
ca (1812- 1816) en sus tres
partes, Enciclopedia de las romántico utopismo sobre el papel iluminador superlativo otorgado al arte,
Ciencias Filosóficas (1817) para entender y pensar el futuro del sujeto de conocimiento, libre y autóno-
y Principios Fundamenta-
les de la Filosofía del Dere- mo en el mundo moderno. Hegel desertará muy pronto de su juvenil roman-
cho (1821). Ejerció como ticismo de Tubingia, para convertirse en un duro crítico de las aspiraciones
profesor durante los últimos teóricas del movimiento romántico y pensar de manera diferente sobre el fu-
15 años de su vida en la
Universidad de Berlín. turo protagonismo del arte.
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fía y del arte en su época. Para Hegel, el arte, desde sus potencialidades y li-
mitaciones, tiene que ver con la biografía de la verdad que protagoniza el es-
píritu en su curso histórico.
Para Hegel, el arte, y la historia del arte, deben ser situados en un círculo
común con la religión y la filosofía (y sus respectivas historias). El arte fue el
discurso de las formas de hacer consciente y expresar lo divino: de exponer
los contenidos más ricos de las representaciones de un mundo. Por lo tanto,
el arte forma parte de la larga historia del espíritu y representó –sensiblemen-
te- lo supremo en la larga experiencia de la conciencia histórica. Fue el pen-
samiento penetrando en lo suprasensible, el arte fue y es el momento sensi-
ble de la idea, es decir, la obra de arte participa fundamentalmente de la pro-
blemática de la verdad (del mundo de las ideas y pensamientos) a través de
sus formas bellas sensibles. El mundo de las apariencias sensibles que con-
forma el arte es dialécticamente esencial a la esencia de la verdad. La ilusión
de lo artístico arranca la apariencia y el engaño del mundo malo, para hacer
presente, desde sus formas y contenidos, una realidad espiritual superior.
Sin embargo, según Hegel, el arte ya no le otorga a la marcha del espíri-
tu en la historia la conciencia de sus verdaderos intereses, sólo un cierto es-
tadio histórico de la verdad fue capaz de ser representado con los elementos
artísticos. Hay en lo moderno, y aún en el pasado cristiano, una comprensión
más profunda de la verdad, que ya no tiene parentesco con lo sensible, por-
que el arte no la puede expresar adecuadamente. Nuestra religión (la cristia-
na) y nuestra formación racional (el mundo moderno actual) son estadios
más elevados y exigentes de la conciencia, donde el arte no puede ser la for-
ma suprema de adquirir conciencia de lo absoluto. Las formas del arte, pa-
ra Hegel, ya no llenan nuestras supremas necesidades, ya no veneramos
obras de arte como si fuesen algo divino (como los griegos). El pensamien-
to y la reflexión han rebasado al arte bello: el arte no satisface la plenitud
espiritual que en el pasado lo unía a lo religioso. Dice Hegel:
“Los bellos días del arte griego, lo mismo que la época áurea del
tardío medioevo, pertenecen ya al pasado (...) La situación gene-
ral de nuestro presente no es propicia al arte (...) bajo estos as-
pectos el arte por lo que se refiere a su destino supremo, es y per-
manece para nosotros como un mundo pasado. Con ello también
ha perdido para nosotros la auténtica verdad y vitalidad (...) Lo
que ahora despierta en nosotros la obra de arte es el disfrute in-
mediato y a la vez nuestro juicio, por cuanto corremos a estudiar
el contenido, los medios de representación de la obra de arte y la
adecuación o inadecuación entre estos dos polos. Por eso el arte
como ciencia (teoría) es más necesario en nuestro tiempo que
cuando el arte como tal producía una satisfacción plena. El arte
nos invita a la contemplación reflexiva, pero no con el fin de pro-
ducir nuevamente arte, sino para conocer científicamente lo que
es el arte”.
Este texto, donde Hegel fija su posición con respecto al arte en la moder-
nidad y lo caracteriza como “mundo pasado” ha sido inmensamente discuti-
do y analizado por muchos teóricos del arte y artistas, como la idea hegelia-
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Lecturas obligatorias
- Schiller, Friedrich, “Cartas sobre la educación estéti-
ca del hombre”, en: Escritos sobre estética, Editorial
Tecnos, Madrid, 1990.
- Hegel, Friedrich, “Introducción” (págs. 7 a 19), en: Es-
tética I, Editorial Península, Barcelona, 1989.
Lecturas recomendadas
- Schlegel, Friedrich, Poesía y filosofía, Alianza Edito-
rial, Madrid, 1994.
- Frank, Manfred, El Dios venidero. Lecciones sobre la
Nueva Mitología, Ediciones del Serbal, Barcelona,
1994.
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Madrid, 1982.
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Francia 1800-1848
La derrota en 1815 del proyecto militar expansionista de Napo-
león (hijo de las ideas de la revolución de 1789) y el fin de esta
guerra en el continente trajo como consecuencia un período re-
gresivo y reordenador en Europa, bajo la égida de la Santa Alian-
za (Austria, Alemania, Francia, Italia y España) tratando de im-
plantar sucedáneos de los viejos regímenes absolutistas. Las
barricadas demócratas populares de París en 1830 destronaron,
sin embargo, al último Borbón y ascendió “el rey Burgués”, Luis
Felipe de Orleans. Era un tiempo de alta irracionalidad capitalis-
ta, superexplotación obrera, éxodo campesino a las ciudades,
fraternidad en la lucha entre ideologías jacobinas conspirativas,
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ga” y esconde que se tiene que vivir hoy, mañana, “al otro día y siempre, co-
mo todos”. Él será, de distinta maneras, un sujeto de las máscaras: dandy,
flaneur, amante místico de alcoba, consumidor de haschisch, crítico de arte,
venerador de Satán, habitué de los salones literarios, bohemio de las taber-
nas del vino, circunstancial rebelde en las barricadas de 1848.
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El flaneur es el sujeto que callejea la gran urbe, el que todos los días la vi-
ve, la observa y la descubre, paseándola, y de ese callejear hace un arte. Bau-
delaire ya es hijo estético de la metrópolis capitalista y hará de la ciudad de
París el fondo y el corazón de su poética, tanto en Las Flores del Mal como
en sus Pequeños Poemas en Prosa. La metrópolis es una segunda naturale-
za que sepultó de manera artificial a aquella primera naturaleza originaria, de
la cual se había embebido gran parte de la historia del arte y sobre todo el
Romanticismo. La metrópolis configura al artista modernista, escalón suce-
sor del artista moderno; la gran ciudad aparece, en la época de Baudelaire,
tal como la había vaticinado melancólicamente cien años antes J.J. Rous-
seau: como “el único mundo que quedó”. Pero en Baudelaire no hay melan-
colía de la “naturaleza perdida” frente a ese nuevo paisaje humano, sino un
contradictorio estado de la subjetividad que mezcla y contrapone cuatro es-
tados del alma.
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por esa ciudad devenida amante, figura femenina que extiende su cuerpo in-
finito y laberíntico para ser recorrido. 4) El desprecio por esa muchedumbre,
por esa “tiranía del rostro humano”, por las llagas, miserias, pobres, viudas
desoladas, mendigos, borrachos, tabernas, traperos, “flores del mal” que
pueblan la ciudad y permiten la experiencia de una nueva belleza prostituida.
En poemas como Las muchedumbres, A la una de la mañana, El crepúscu-
lo de la tarde, El vino de los traperos, Baudelaire encuentra ya no la idealiza-
da y absoluta belleza romántica de la naturaleza, sino la belleza artificiosa
de la urbe, como caóticas, placenteras y terribles imágenes a componer poé-
ticamente: la metrópolis, para el flaneur, es fragmentos, visiones fugaces,
trozos existenciales desperdigados, restos nocturnos, siluetas fantasmales.
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Ni Kant ni Hegel ni Marx, como tampoco ningún pensador ilustrado del si-
glo XIX pretendieron nunca poner en cuestión las adquisiciones filosóficas de
la Modernidad: la subjetividad libre, reflexionante, autoconsciente y emanci-
patoria podían ser objeto de crítica, pero salvaguardando ese núcleo de ra-
zón, fuerte y último, –herencia de la Ilustración- que ligaba el sentido del su-
jeto con el sentido de la historia moderna. La Ilustración remediaba sus fa-
llas mediante la crítica de la crítica. Es justamente Friedrich Nietzsche el fi-
lósofo que abandona el proyecto de la razón ilustrada, es el pensador que
busca hacer estallar la envoltura de la razón crítica, filosófica y científica, de la
modernidad. Para Nietzsche, la modernidad ya no es un lugar histórico privi-
legiado; sino que constituye la última etapa de una vieja razón decadente, de
una historia racionalizadora que rompió con el mito estético arcaico, ruptura
que se inició con Sócrates, Platón y Cristo y sus mensajes filosóficos, religio-
sos y morales: Nietzsche pone en cuestión no sólo las bases sustentadoras
de la modernidad ilustrada, sino las ideas fundamentales de Occidente.
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Lecturas Obligatorias
- Baudelaire, Charles, Pequeños poemas en prosa, Edi-
torial Icaria, Barcelona, 1987.
- Baudelaire, Charles, “El pintor de la vida moderna”,
en: Salones y otros escritos sobre arte, Editorial Visor,
La Balsa de la Medusa 83, Madrid, 1996.
- Nietzsche, Friedrich, “La visión dionisíaca del mun-
do”, en: El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial,
Madrid, 1973.
Lecturas Recomendadas
- Baudelaire, Charles, Las flores del mal, Editorial Lo-
sada, Buenos Aires, 1965.
- Berman, Marshall, “Baudelaire”, en: Todo lo sólido se
disuelve en el aire, Editorial Siglo XXI, Madrid, 1988.
- Nietzsche, Friedrich, Estética y teoría de las artes (Se-
lección y prólogo de Agustín Izquierdo), Editorial Tec-
nos, Madrid, 1999.
- Nietzsche, Friedrich, Ecce Homo, Editorial Siglo Vein-
te, Buenos Aires, 1984.
- García Bermejo, J.M., Gustave Courbet, Ediciones Po-
lígrafa, Barcelona, 1995.
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Las últimas décadas del siglo XIX traerán aparejado un inédito estado de
incesante experimentación en el campo formal y temático tanto del moder-
nismo estético como en el de las iniciales vanguardias artísticas. El progre-
so civilizatorio, en lo productivo tecnológico, maquinista y urbano ciudadano,
se siente indetenible y frenético con su producción de realidades nuevas. La
derrota de la rebelión popular en la Comuna de París (1871), si bien conclu-
ye para siempre con la crónica de las barricadas revolucionarias del XIX, abre
paso al lento despliegue teórico e ideológico del socialismo científico, a los
“fundamentos serios”, objetivos e inevitables del próximo fin del capitalismo
(Marx), a la formación de partidos obreros y a la sindicalización masiva de
los trabajadores en Inglaterra, Alemania y Francia. La confianza burguesa en
un progreso material y espiritual sin fronteras en la historia fue impregnando
sin mayores fisuras tanto al liberalismo como a las izquierdas políticas, am-
bas mentalidades fundadas en una misma matriz ideológica y cultural que
otorgaba la propia experiencia de la vida moderna. Para el liberalismo, tal con-
fianza se sustentaba científicamente en el credo positivista que hegemoniza-
ba los saberes y la cultura de fin de siglo. Para los rebeldes al orden capita-
lista instituido también se trata de una confianza científica, pero en este ca-
so proveniente del materialismo histórico.
En ese período de fuerte metamorfosis cultural, contradictorio en sus ma-
nifestaciones, el modernismo artístico se aproxima al siglo XX percibiendo el
nuevo caos y la vulnerabilidad de la existencia y experimentando el progresi-
vo absurdo de una vida que rompía impiadosa con muchos valores tradicio-
nales. Ahora el arte debía sufrir y perseguir la pluralidad de subjetividades
actuantes en los espacios urbanos, asumiendo el esfuerzo que esto implica-
ba de una profunda readaptación intelectual. El arte asistía al fin definitivo
de una idea romántica de la vida en general, vida que antes había sido posi-
ble abarcar, ser contenida en sus conflictos desde los previsibles arquetipos
burgueses de seres y conductas. Ahora se enfrentaba, en cambio, a una rea-
lidad social y cultural cada vez más inasible y, como resultante de este pa-
norama, a la crisis de los propios lenguajes artísticos, en cuanto a su capaci-
dad para representar un mundo en arrebatada mutación.
El novelista Gustave Flaubert (1821-1880), autor de Madame Bovary y
La educación sentimental, dirá en ese tiempo: “Lo que me parece bello y
me gustaría hacer es un libro sobre nada, un libro sin ligaciones externas,
que se mantenga por sí mismo por la fuerza de su estilo”. El poeta fran-
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la vida”; sino porque las obras son, de por sí, una forma significativa, inde-
pendiente de la propia historia artística de las representaciones que arras-
tra el espectador. En el impresionismo, la figura humana pierde importancia
representacional, se busca captar el mundo en su atmósfera y en su luz, no
a través de cuerpos sólidos en el espacio a partir de un modelado acabado,
se persigue el efecto de la sensación vaga, de la apariencia tangible. Pero en
el impresionismo, tal efecto no lo da la definición de la presencia humana, si-
no la pintura: con sus figuras mal dibujadas y delimitadas, con sus cambios
bruscos de colores, con sus pinceladas inconclusas y ausencia de valores
académicos establecidos.
Con el impresionismo el arte modernista expresa la necesidad de que el
momento estelar de la obra no sea representar la realidad, sino los problemas
específicos de la propia pintura, es decir, utiliza el arte para llamar la aten-
ción sobre el arte y obligar al espectador a situarse de una manera psicoló-
gica y social distinta: la obra se hace presente sobre todo como crítica a
otras obras de arte y gesta una nueva dimensión abierta del gusto rompien-
do las consagradas fronteras del XIX entre el buen gusto y el mal gusto. El
nuevo mandato del arte sería: si una obra no concuerda con los valores im-
perantes no hay que replantear la experiencia estética sino los valores de
esa moral que juzga.
- El Impresionismo plantea sus ejes de rebeldía en el campo interno de la
estética: en la renovación de las técnicas, ya sea desde su método de impro-
visación, desde el uso y significado de sus materiales o desde las dimensio-
nes más reducidas de sus telas.
- A su vez, en términos existenciales, el Impresionismo expone al mundo
desde la sola visualidad de un mero espectador del mundo, donde se habría
extraviado toda heroicidad estética. Mundo en el cual lo que brota es la tri-
vialización de la vida, lo objetual como posesiones en reposo (naturaleza
muerta): una óptica creadora que alude al “ver sin centrar la atención”, un
ver sin saber lo que se ve.
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Vanguardia política
La teoría política marxista revolucionaria que planteó Wladimir Le-
nin a principio de siglo (1902-1905) hacía eje central en la con-
formación de un “partido de vanguardia” de la clase obrera, repre-
sentante anticipado “de la totalidad de la clase”, la cual a través
de la lucha social y política se iría integrando al mismo. “No se
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lo tanto, tampoco hay una realidad verdadera y previa, que el arte imita o tra-
duce. Es una crítica, en este caso, a la “apariencia”, a la “ilusión” del realis-
mo, del naturalismo y aún del impresionismo.
- No existe una belleza ni un gusto permanente fuera de las convenciones
de cada época estética: es falsa la belleza clásica y también la moderna, que
buscan en la unidad de la obra, en la obra orgánica, la ilusión de “rehacer el
mundo” desde lo bello. La vanguardia asiste a un mundo moderno donde la
realidad es fragmentación y dispersión de lo real, y piensa que sólo exponien-
do y dando cuenta en cada obra de esa fragmentación se puede plantear, en
el espectador o lector, el real estado crítico del mundo actual y, como proyec-
to utópico, la idea de un mundo reunificado, inexistente y deseable.
- Por lo visto en los dos puntos anteriores, el arte de vanguardia se ve en
la necesidad histórica de expresar el conflicto del propio lenguaje del arte
moderno consigo mismo, en cuanto a los problemas de la representación de
lo real. Debe hacer presente, en cada obra, la reflexión del arte sobre qué es
arte y por qué es arte, como camino de mediación entre hombre y mundo.
Debe acompañar la producción de sus obras con manifiestos, proclamas,
material teórico, ensayístico, filosófico y político, que completen permanente-
mente el mensaje estético. En este sentido, las vanguardias responden más
a una raíz hegeliana que kantiana: el arte tiene que ver con la problemática
de la verdad y no con la lógica del placer y la recepción subjetiva. Para fun-
damentarse, el arte exige cada vez más, en los tiempos modernos, de “cien-
cia”, de teoría sobre el propio arte: el arte no produce esencialmente arte,
sino comprensión de lo que es el arte.
- Crítica a la autonomía burguesa del arte. La modernidad ilustrada plan-
teó el arte como una esfera aparte, como un ideal cultural rehumanizante o
“promesa de felicidad” para el burgués posesivo y mutilado. De esta mane-
ra, el arte burgués fue reparador, consolador, neutralizó o suspendió su críti-
ca, a través de una falsa reconciliación con valores, éticas e ideales, que su-
puestamente desde la obra artística “reunificaban” al hombre fragmentado.
Las vanguardias impugnan esta separación entre esfera autónoma del arte y
praxis de la vida, a su vez, la obra estética de la vanguardia no busca conso-
lar a su público burgués, pretende desenmascarar el trabajo artístico en sí,
el mito de la obra de arte “pura”, el ocultamiento en la tarea de los materia-
les de los lenguajes estéticos, en síntesis: denunciar la misión reparadora
del arte. La vanguardia critica y quiebra los límites simbólicos que definen el
campo estético, su “sagrada” autonomía, y busca expandir un nuevo campo
artístico hacia el todo social.
- Crítica a la institución arte. La vanguardia busca destruir la categoría
“obra de arte”, como objeto mitificado, idealizado, portador de belleza y va-
lores especiales. Busca romper con ese objeto-arte, diferenciado del resto de
las cosas y de los otros objetos, que funda la institución arte como valor sim-
bólico, con sus espacios también institucionales simbólicos (museos, acade-
mias, escuelas de arte, exposiciones, editoriales prestigiosas, etc.).
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presionismo por experimentar con densidad y jerarquía con todos los lengua-
jes de la creación: el de la plástica, la literatura, el teatro, la música y el ci-
ne. El expresionismo nace en Berlín y Munich en la primera década del si-
glo: dos ciudades cosmopolitas de una Alemania en plena industrialización,
brutales diferencias sociales, y debates intelectuales irreconciliables entre la
idea ilustrada de civilización (progresos técnicos productivistas y científicos
positivistas) y la vieja idea kantiana-germana de cultura (formación espiritual
del hombre en la historia moderna).
Como tendencia artística se expresará de manera múltiple a lo largo de
tres décadas y con distintos sellos de etapas y lugares. La conformarán gru-
pos de avanzada artística, gente nucleada programáticamente alrededor de
alguna revista o creadores que trabajan en soledad. En la pintura sobresalen
Wassily Kandinsky, Franz Marc, Emil Nolde, Paul Klee y Alfred Kubin. En lite-
ratura, Georg Trakl, Franz Werfel, Gottfried Benn, Else Lasker Schüler, Alfred
Dublin, August Stramm, Ernst Junger. En teatro: Erwin Piscator y Bertold
Brecht; en el territorio de la música: Schoemberg y Alfred Berg y en cine: Ro-
bert Wiene, Fritz Lang y Friedrich Murnau. Los diferentes tiempos expresionis-
tas se extendieron hasta la llegada al poder del nazismo en 1933, que pri-
mero coquetea con varios creadores del expresionismo, estética que varios
jerarcas hitlerianos consideran afín a sus ideas, para terminar quemando en
plaza pública la mayor parte de las obras de esta corriente estética por re-
presentar “productos decadentes y comunistas”.
El expresionismo nace de la conciencia de algunos grupos de estetas, a
principios de siglo, en cuanto a que el arte contemporáneo parecía condena-
do a la privación de una nueva gran forma, como las habían sido en Alema-
nia los estilos gótico y romántico. El arte había perdido su clave de inserción
para definir el perfil de la totalidad de la cultura (pensamiento nietzscheano),
por lo tanto, había perdido también su función social y su relación semánti-
ca con lo real y asistía a la desintegración del sujeto moderno (con sus “vie-
jas” identidades en crisis), desde su actividad absolutamente “autónoma”,
impermeable a la historia que se vivía. Frente a esa nueva escena, y a la iner-
cia y falta de grandeza y temeridad por parte del arte, se necesitaba un nue-
vo proceso estético que develase el fondo de lo real, que partiese de una
abstracción de lo real, entendiendo este proceso como el pasaje del fenóme-
no (las apariencias exteriores) del mundo, a las esencias del mismo.
Dichas esencias a encontrar debían dejar de lado las determinaciones
que exteriormente constituyen lo real (como hacía con la vida el “realismo”
del burgués capitalista y como hacía el arte desde el realismo, el naturalis-
mo y el impresionismo, ratificándole a dicho burgués el principio de su “rea-
lidad”). Se precisaba una resistencia estética contra ese orden identificante
“bello” -meramente afirmativo- entre realidad y formas del lenguaje artístico;
se precisaba una nueva subjetividad estética que quebrase esos órdenes ex-
ternos que enunciaban al mundo y mutilaban los verdaderos signos de la rea-
lidad. Dirá el creador de música expresionista Arnold Schonberg: “El arte es
el grito de alarma de quienes viven en sí el destino de la humanidad (...) Son
aquéllos que a menudo cierran los ojos para percibir lo que los sentidos no re-
velan, para mirar dentro lo que sólo aparentemente sucede afuera”.
La pintura El grito, del pintor noruego Edvard Munch (1863-1944) se trans-
formó en emblemática de una estética. Munch busca expresar la angustia de
esa cabeza que grita y donde toda la realidad, en sus líneas, converge sobre
Ver ilustración 4.10. ❿ esa caricatura de rostro con sus ojos desorbitados y sus mejillas hundidas.
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El grito es, para el expresionismo, fruto del “yo” originario, de la idea ori-
ginaria, es la destrucción de los códigos lingüísticos y estéticos normalizado-
res de la vida, códigos que se nos aparecen como “naturales” a la vida. El
grito es el símbolo de una subjetividad primitiva, inconsciente (nietzscheana),
que plantea la lucha entre materia y espíritu, entre yo y el mundo, entre ver-
dad y mentira de las imágenes sobre el mundo, a través de un camino poé-
tico que bucea en lo irracional desde locura, la líbido o una mística renova-
dora, para alcanzar el conocimiento profundo de las cosas: la esencia mis-
ma de las cosas.
Un tardo-romanticismo alimenta el credo expresionista, donde respiran
ideas de Holderlin, Novalis y Schelling: se trata de atrapar lo absoluto deba-
jo de las máscaras y apariencias caóticas de la vida moderna; ir hacia lo ele-
mental, rastrear por detrás de las representaciones dominantes sobre el
mundo, que ahogan y mienten: la visión artística debe ser un anhelo por ex-
presar lo esencial. De esta manera, la experiencia estética se transforma en
un espacio cognitivo, en algo radicalmente diferente a lo que dictaba la au-
tonomía del arte. La autonomía neutralizaba al arte, le otorgaba libertad pe-
ro a costa de su pérdida de resistencia y crítica, a costa de la desaparición
del artista en lo social; la vanguardia expresionista, en cambio, lo que pre-
tende es reinstaurar los lazos entre arte y praxis de la vida.
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Se trata de abandonar y renegar de “la reforma del arte” como espacio ais-
lado en lo social y aportar en cambio mundos estéticos para cambiar el mundo.
De lo poético deben quedar las imágenes esenciales; de las palabras so-
brevivir únicamente las irremplazables. Se deben plantear nada más que
sustantivos y verbos, matar las palabras de relleno, para encontrar la esen-
cia de la vida. Dice bajo concepciones expresionistas Johannes Becher:
“Bombas alegóricas deben minar la construcción de la oración tradicional y
académica, la arquitectura idiomática burguesa. El idioma debe convertirse
en caos interior antes de que pueda ser un nuevo cosmos. ¡Destruid la gra-
mática que entorpece el idioma!”. Oswal Pander escribe en 1918 un ensayo
sobre literatura expresionista:
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Lecturas obligatorias
- Hoffmannsthal, Hugo Von, La carta a Lord Chandos,
Editorial Fondo de Cultura Económica, México, 1990.
- Bahr, Hermann, Expresionismo, Colección de Arqui-
tectura, Murcia, 1998.
- Marinetti, Filippo, Manifiestos y textos futuristas, Edi-
ciones del Cotal, Barcelona, 1978.
Lecturas recomendadas
- Apollinaire, Guillaume, Obras Escogidas, Editorial
Teorema, Barcelona, 1982.
- De Micheli, Mario, Las vanguardias artísticas del si-
glo XX, Editorial Universitaria de Córdoba, Córdoba,
Películas
1968. recomendadas
- Trakl, Georg, Obras completas, Editorial Trotta, Ma- - Lang Fritz, Metrópolis.
drid, 1994. - Murnau, Friedrich, Nosfe-
ratu.
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Pintura dadaísta
En el campo plástico, el dadaísmo es deudor del simbolismo, el
cubismo, el futurismo y el expresionismo. De este último surgirán
pintores alemanes de posguerra como George Grosz y Otto Dix,
que desde la “Nueva Objetividad” plantearán un realismo despia-
dado donde la vida burguesa y sus valores quedarán expresados
en términos de fuerte obscenidad. En otras experiencias, el da-
daísmo trabajará sus obras con distintas técnicas de collages, fo-
tomontajes y ensamblajes, donde lo real aparece directa y simbó-
licamente como los residuos de una cultura en sus cadáveres,
ruinas y brutales mecanismos de dominio de la mente: fotogra-
fías rotas, trozos de periódicos, hojas publicitarias, relieves de
restos de cartón, madera, alambres, caños, boletos de ómnibus,
sogas, paja, botones, que plantean su presencia sin mediaciones
pictóricas. Por otra parte, dibujos mecánicos, circuitos técnicos,
engranajes, adhesivos metálicos y eléctricos en el cerebro mar-
can el camino hacia una exposición de la materialidad de un mun-
do deshecho y a la vez saturado de mercancías como nueva es-
tética mortuoria que suplió lo bello artístico. La coronación de es-
te viaje dadaísta la expondrá sin duda Marcel Duchamp con sus
obras vanguardistas que quiebran para siempre el objeto arte
con su Rueda de bicicleta, Portabotellas y la exposición del Orinal.
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dad intelectual, humanista, siempre “ bien intencionado”; para tal fin, Hans
Harp define la figura del dadaísta: “es un inquietante perturbador, un bárba-
ro sin cultura”; “bárbaro” que intenta escandalizar, que decide asaltar la cul-
tura por la puerta del fondo: la no esperada.
La estética básica de Dadá es la puesta en escena de la provocación, ca-
si al nivel de la indecencia. Para Dadá, el artista burgués no es el represen-
tante de la decencia, como lo piensa y así lo instituye la ideología del públi-
co de arte, ese público, esa decencia de lo estético (como supuesta “isla in-
contaminada” de un mundo en guerra, destrozado, que asesina diariamente
a miles) es por lo tanto el primer enemigo cultural a atacar y conmover.
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4.3.3. El Surrealismo
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punto máximo de idolatría en esa primera etapa. Dirá Bretón años después:
“el dadaísmo fue una edad de nuestro espíritu”, que como toda experiencia
vanguardista tenía que alcanzar su final. Lo cierto es que en noviembre de
1924 sale el “Primer Manifiesto Surrealista”, y poco después la revista La
Révolution Surréaliste, que definen y asientan, con textos poéticos y ensa-
yísticos, los objetivos del movimiento.
Dos características distinguen al surrealismo y le dan su sello de origen.
Por un lado, su fundamental inscripción poético literario, campo de la palabra
desde donde harán emerger los principales fundamentos teóricos de su ex-
periencia, acompañado en segundo lugar por la pintura, por otro lado, su
apertura como grupo estético intelectual a nuevos saberes trastocadores de la
época o a debates reinterpretativos de ciertos pensamientos (Fridrich Hegel
y Karl Marx). El psicoanálisis (Sigmund Freud), la intuición originaria como
fundamento de la filosofía en cruce con la psicología (Henri Bergson), la cul-
tura colectiva leída en términos de inconsciente (Carl Jung) y la teoría de la
relatividad como nueva física y dimensión de lo real (Albert Einstein) se arti-
cularán de manera interactiva con lo específico de la estética surrealista. A
su vez, el Surrealismo fue la vanguardia que, llegado su “período razonador”
como lo llamó Breton, inicia una etapa de relaciones conflictivas, acuerdos,
rupturas y reyertas con la izquierda política revolucionaria, sobre todo con el
Partido Comunista Francés al cual Bretón y algunos otros ingresan en 1929
luego de largos debates internos para renunciar al poco tiempo, menos Louis
Aragón, quien rompe con el grupo y reivindica la “revolución social” por so-
bre las aspiraciones de la “revolución surrealista” de la subjetividad.
El Realismo Socialista
Pasada la primera etapa del gobierno comunista en la URSS
donde fueron fuertes y creativas las experiencias de vanguardia,
ya para principios de los años 30, asentado el stalinismo, la po-
sición soviética fue implacable contra las vanguardias y el arte
modernista en general del mundo capitalista. En el Primer Con-
greso de Escritores Soviéticos celebrado en Moscú en 1934, el
camarada Andrei Zhdánov expuso en el discurso de inaugura-
ción: “Bajo la guía atenta del Comité Central, con el sostén y la
ayuda incansable del camarada Stalin, la masa de escritores so-
viéticos se ha juntado en torno al Partido para plantear el realis-
mo socialista como el arte de la revolución (...) La situación ac-
tual de la literatura burguesa es tal de putrefacta, que no puede
ya crear grandes obras. La decadencia y la corrupción de la lite-
ratura burguesa dimanan de la decadencia y corrupción del régi-
men capitalista. Lo que se observa es la degeneración general
de sus temas, de sus autores y personajes, la apetencia y la por-
nografía como características de la decadencia de la cultura bur-
guesa, como así también su profundo pesimismo.”
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Pintura vanguardista
Distintas tendencias y estilos componen la experiencia plástica
de la vanguardia, el Cubismo, el Naif, el Expresionismo y el Su-
rrealismo aplican en sus obras los nuevos criterios de quiebre
de las representaciones, de alejamiento de la “ilusión de reali-
dad” y las posibilidades de una nueva libertad de componer. El
cubismo de Pablo Picasso (1881-1973) y su Violín y uvas, el ex-
presionismo de Paul Klee (1879-1940) en El cuento de un ena-
nito, el naif o ingenuo de Henri Rousseau (1844-1910) en Retra-
Ver ilustraciones 4.13; to de Joseph Brummer y Marc Chagall (1887-1985) con El vio-
4.14.; 4.15 y 4.16. ❿ loncelista forman parte de un extenso y multifacético período
que se extiende desde 1900 hasta la segunda guerra mundial.
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suprarracional, que hacía presente otro objeto: otra imagen tan inédita como
iluminadora de la realidad y de las cosas.
Expresionismo y Surrealismo
A diferencia de las vanguardias del Expresionismo que plantea-
ron su crítica a la racionalidad civilizatoria desde un fondo místi-
co-mítico poéticamente originario, el Surrealismo planteó dicho
cuestionamiento desde el lenguaje del inconsciente, desde un yo
psíquico pensado en términos profanos y en marcada sintonía
con la palabra reprimida de lo freudiano. Ambas experiencias ar-
tísticas remitieron a una búsqueda de lo que consideraban “lo
otro a la razón”, para salvar al hombre histórico de las racionali-
dades identificantes y culturalmente totalizadoras.
Con el planteo surrealista -el fluir de las imágenes desde sus umbrales
inconscientes y oníricos hacia la inscripción de una escritura poética automá-
tica- se le otorgó al lenguaje una inédita primacía, casi absoluta, por sobre el
yo-autor, el yo-creador, el yo-conciencia omnicomprensiva de la obra de arte.
Era el lenguaje desentumecido y surgiendo por sí solo (desde lo oscuro a la
propia conciencia) el que en verdad construía el poema: operación donde el
poeta era apenas un medium de sí mismo en esa aparición de llevar a la luz
las palabras sobre otra realidad transformada en obra estética. El núcleo su-
rrealista estuvo constituido básicamente por poetas y pintores, muy críticos
y despectivos del auge del género novela y sobre todo de sus versiones rea-
listas, escritura donde más se hacía presente la palabra inútil, inocua, des-
criptiva, esclavizada a las representaciones dominantes y sofocantes de lo
real; género, por lo tanto, donde la figura del “autor” había quedado fetichi-
zada como gran dios constructor de mundos “a imagen y semejanza del mun-
do instituido”.
Más allá de que el Surrealismo veneró a ciertos estetas del pasado que
formaban su galería de “dioses creadores”, su planteo estético de fondo, el
automatismo psíquico, en realidad ponía en cuestión los fundamentos de to-
dos los lenguajes que hacían a la historia del arte, y también erosionaba la
idea que se tenía del artista creador.
Desde el momento que deslizaba la clave de la auténtica creación estéti-
ca al territorio esencialmente de lo inconsciente, y pretendía abrir un nuevo
curso histórico desde esa sede, lo inconsciente como piedra basal inaugura-
ba otra historia del arte: utopismo abierto a cualquier individuo que pudiese
lograr estéticamente tal cometido, desde una suerte de “punto cero” de las
consideraciones. Desde esta perspectiva que irrumpe, el Surrealismo preten-
dió romper para siempre con la esfera autónoma del arte en lo social, con
las instituciones que lo albergaban y con las consideraciones sobre la belle-
za a cargo de una histórica cultura artística “culta”.
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rador, como última trinchera contra una cultura capitalista que es pura positi-
vidad identificante.
- Los aportes del surrealismo. Para Adorno, la obra de arte exige ser leí-
da en su literalidad: exclusivamente en aquella superficie de forma y sentido
que se abría como negatividad crítica. Para Benjamin, en cambio, el arte es
uno de los lenguajes excelsos, pero un lenguaje más en una historia huma-
na que exige la permanente indagación hermenéutica: la tarea de interpreta-
ción, traducción y comprensión de los signos, palabras, lenguas, textos, figu-
ras e imágenes de la historia, entendida ésta como humana creación espiri-
tual de los sentidos del mundo. En su primer libro, La crítica romántica, Ben-
jamin coincide con el viejo romanticismo alemán en que el acto de interpre-
tación resultaba imprescindible para completar la obra de arte. Benjamin pien-
sa que el lenguaje “divino” de la verdad es el perdido originariamente, frac-
tura lingüística y caída en el caos de las significaciones, que obligó al hom-
bre a un incesante trabajo de interpretación. Tarea de la cual tampoco esca-
pa la modernidad, en cuanto a la necesidad de preguntarle a sus textos de
arte, a sus textos de cultura, a sus discursividades ordenadoras, para averi-
guar los mitos y claves invisibles que la estructuran.
Benjamin analiza luego el drama barroco alemán del siglo XVII, donde plan-
tea que la forma alegórica (figuras que representan ideas) le permite a esa es-
tética llevar la historia a mito. Lo que buscará Benjamin años más tarde, para
su proyecto sobre una teoría de la modernidad, es también descifrar el subsue-
lo mítico por debajo de la historia moderna ilustrada. Para ello analizará lo que
denomina las fantasmagorías de lo moderno: el proceso de la técnica capitalis-
ta y la lógica en que ésta se expresa y exhibe la cultura, a través de la mercan-
cía, el mercado, el consumo, las vidrieras de novedades, las galerías comercia-
les, la moda, la transformación de la metrópolis. Para Benjamin, este universo
cultural moderno se hace presente como figuras e imágenes “mágicas”, como
fantasmal mundo de objetos cotidianos, productor de imágenes que sostienen el
esqueleto de la cultura moderna. Con ese objetivo Benjamin estudia el París del
siglo XIX, la figura y obra de Charles Baudelaire, para continuar posteriormen-
te con una obra que dejó inconclusa, Los Pasajes.
En este proyecto teórico investigativo es donde Benjamin encuentra que
la experiencia de la vanguardia estética surrealista abre un nuevo curso de en-
foque y percepción distintas para iluminar los universos de objetos que con-
forman la vida urbano masiva. Para Benjamin, las técnicas artísticas del mon-
taje, del collage y de la fragmentación surrealistas daban adecuada cuenta
de la experiencia de permanentes shocks que vive el hombre moderno, del
bombardeo de los productos de la industria cultural sobre su existencia dia-
ria. El surrealismo planteaba un camino no conceptual para relacionarse con
ese caos de objetos-mercancías, camino que le permitía acceder a otra ver-
dad de los significados, desde una lógica distinta a la sociológica y filosófi-
ca racional y superador de las limitaciones del marxismo en sus análisis cul-
turales.
Desde el automatismo surrealista, sobre el objeto se fusionaban dos di-
mensiones de lo real: la técnica (producción capitalista) y la de su naturale-
za oculta (mito, primitivismo, magia) para generar una nueva forma y lógica
de percepción discontinua, onírica y fragmentada de la realidad.
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Lecturas obligatorias
- Jünger, Ernst, “La movilización total”, en: Sobre el do-
lor, Editorial Tusquets, Barcelona, 1995.
- Tzara, Tristan, Siete manifiestos Dadá, Editorial Tus-
quets, Barcelona, 1979.
- Breton, André, “Primer manifiesto surrealista”, en:
Los manifiestos del surrealismo, Ediciones Nueva Vi-
sión, Buenos Aires, 1965.
- Pellegrini, Aldo, Selección de poemas de Antología de
la poesía surrealista, Compañía General Fabril Editora,
Buenos Aires, 1961.
- Benjamin, Walter, “La obra de arte en la época de su
reproducción técnica”, en Discursos interrumpidos,
Editorial Taurus, Madrid, 1973.
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Lecturas recomendadas
- Ortega y Gasset, José, La deshumanización del Arte y
otros ensayos de estética, Editorial Espasa Calpe, Ma-
drid, 1987.
- Adorno, Theodor, Horkheimer, M. “La industria cul-
tural”, en: Dialéctica del iluminismo, Editorial Sur, Bue-
nos Aires, 1970.
- Benjamin, Walter, “El surrealismo”, en: Imaginación y
sociedad, Iluminaciones I, Editorial Taurus, Madrid,
1980.
- Benjamin, Walter, Imaginación y sociedad, Iluminacio-
nes II, Editorial Taurus, Madrid, 1980.
- Nadeau, Maurice, Historia del Surrealismo, Editorial
Altamira, Montevideo, 1993.
Pellegrini, Aldo, Antología de la poesía surrealista,
Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1961.
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La vanguardia en la Argentina
La experiencia literaria de vanguardia más precisa que se dio en
la Argentina corresponde al grupo que se reúne primero en la re-
vista Prisma (1921), luego Proa (1924) y finalmente Martín Fie-
rro (1926) donde surge el “Grupo Martinfierrista”, que desde
manifiestos y poemáticas critica al modernismo de principios de
siglo representado por Leopoldo Lugones y desde posiciones ul-
traístas y neomodernistas llama a una nueva estética y una nue-
va sensibilidad: Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, Olive-
rio Girondo, Leopaldo Marechal, Córdoba Iturburu y César Tiem-
po son algunos de sus principales integrantes.
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Sartre y el Existencialismo
Con sus libros La Nausea, El Ser y la Nada y la trilogía novelísti-
ca Los caminos de la libertad, Sartre construirá su propia versión
de aquella existencialidad heideggeriana que postulaba “la sin-
gularidad humana echada al mundo”, su angustia frente a la na-
da, y el “cuidado” de sí mismo como necesidad esencial para su
realización. Para Sartre, el hombre es el creador singular y libre
de sus propios valores, nada lo antecede ni lo continúa. Está
condenado a ser libre, no puede privarse de esa libertad anona-
dante, no querida, y desde ella, asumir la experiencia de la “na-
da” del mundo. El esfuerzo, la aventura de esa libertad hay que
emprenderla con responsabilidad pero en vano: “el hombre es
una pasión inútil”; debe actuar con conciencia de ser libre y sin
eludir esa responsabilidad frente “al otro”, que es una libertad
que no es la suya y en la mirada del otro, uno queda constituido
como cosa, como objeto de una libertad que no es mi libertad y
frente a eso debo amarlo (apoderarme de su libertad), o bien,
desde la indiferencia, recobrar la mía. Después de la 2º guerra,
en El existencialismo es un humanismo (1946), Sartre lleva esa
libertad a un compromiso filosófico más amplio, en tanto “que-
rer mi libertad implica querer la libertad de los otros”; y luego en
su Crítica a la razón dialéctica, el filósofo inscribe su fondo exis-
tencialista en la realidad social e histórica del sistema, y adhie-
re a la teoría del materialismo histórico marxista.
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Estados Unidos y la URSS resultó un proceso que le impide ahora al arte se-
guir sintiéndose, como antes, más allá de la realidad para poder describirla
o apostrofarla. La literatura pasó a la condición de estar situada, no ya por
“destrucciones imaginarias”, sino “por el hierro, el fuego y las bombas incen-
diarias” que masacraron la vida humana: la noción del Mal resignificó la his-
toria, ahí donde el marxismo dialécticamente sólo veía el “proceso histórico”
y desvanecía teóricamente tal noción.
Dice Sartre sobre esos años de guerra, con París ocupada por las fuerzas
nazis: “Y puesto que estábamos situados” entre la creencia en un bien tan
absoluto como ese mal actuando “que ya no podía ser rescatado” se trató
“de escribir novelas de situación” y de que la escritura estuviese determina-
da por el corazón oscuro, ambiguo y amenazante de la situación que vive
una subjetividad existencializada. Se trata de un subjetivismo ya no fundado
desde la estética literaria de los “caracteres”, “psicologías” o “ideologías”
de los personajes (en tanto conciencias privilegiadas más allá de las circuns-
tancias), sino desde una conciencia proyectándose a sí misma entre las som-
bras y equívocos de un mundo insorteable.
Desde esa matriz del escritor como conciencia “libre” pero expresamente
situada, Sartre propone en 1947 emprender la literatura de la praxis, una li-
teratura como compromiso elegido, como “acción situada” en la actualidad
de la historia y sobre esa historia, para hacer frente a la “literatura de con-
sumo, que es su antítesis”. Y agrega: “No basta reconocer que la literatura
es una libertad (...) sino reconocer que la literatura se está muriendo y no
tiene ya nada que hacer en la sociedad contemporánea”. La sociedad está
estructurada, según Sartre, por “una prensa diaria de millones de lectores”,
por “la radio” y por “el cine de masas”; el escritor entonces debía denunciar
esta alienación cultural en avance, y a la vez participar, como creador e inte-
lectual crítico, en la prensa de masas, la radio y el cine. Desde esa nueva si-
tuación contradictoria, había que partir y asumir el reto del compromiso lite-
rario, sabiendo también del resto de las situaciones políticas e ideológicas
que redefinían el lugar de esa palabra: “seremos sospechosos”, piensa Sar-
tre, para los poderes del sistema capitalista, para los clásicos cultores del
arte, para los nuevos fascistas, para los comunistas, y para el stalinismo re-
presor de la libertad en el arte.
El tiempo sartreano de posguerra con sede en Francia refleja una profun-
da crisis espiritual del pensamiento europeo. Las distintas variables literarias
(también George Bataille con su escritura maldita buscando un fondo sagra-
do, y Albert Camus con su rebeldía metafísica del hombre contra su propia
situación) expresaron lo más significativo de un estado intelectual en esa en-
crucijada, donde en primer lugar la Europa moderna, centro y guía de Occi-
dente, se había devastado a sí misma, luego, donde las luchas anticolonia-
les de Asia y Africa desnudaban “la otra historia” europea siempre callada
y por último, donde el comunismo de la URSS se había convertido en mode-
lo totalitario y opresivo. Esto exigía una literatura de inédita conciencia crítica
sobre sí misma, que en realidad involucraba a todos los lenguajes artísticos:
- Una literatura de crítica a la literatura, donde se la percibía aprisionada
en el mercado de los géneros, o condenada al disgusto del propio público lec-
tor burgués.
- Una literatura sobre la genealogía de la violencia de la propia literatura:
de la palabra expresándose como cultura confirmatoria del capitalismo y el
colonialismo, que exigía una contraviolencia literaria demitificadora.
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Pero desde la posguerra hasta finales de los años 70’ ya no fue la pintu-
ra la estética de las imágenes más incisiva y orientadora, sino el cine-arte
(como denominación para diferenciarlo de la industria hollywoodense cine-
matográfica).
Las nuevas estéticas fílmicas plantearon:
1) Mayor posibilidad estética y cultural de sus tendencias, en cuanto a ar-
ticular quiebres del lenguaje artístico y planteos de verosimilitud con lo real.
2) Mayor capacidad de intervención, como arte de experimentación y de
crítica, en el campo del “espectáculo de masas” y su llegada al publico.
3) Mayor resonancia y comprensión por parte del campo intelectual de
sus contrapuntos teóricos y reflexivos.
3) Mayor visibilidad de la confrontación estética entre obra de arte e in-
dustria cinematográfica de masas, en términos de “disputa de públicos” y
“creación de públicos” más amplios que los de la literatura y la pintura.
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dios masivos (“Los montajes de una nueva tendencia artística, al mes si-
guiente pasan a ser la lógica de una propaganda en televisión”).
- Progresiva intrascendencia del referente autoral de la obra –del sello
de autor– en una sociedad donde la “producción de cultura” pasaba a ser di-
gitada por las estéticas anónimas de los medios de masas (Demitificación
del “yo creador moderno” como construcción ilusoria de una vieja cultura bur-
guesa ya cancelada).
- Sentimiento del pasado estético como una sobrecarga, en cuanto a la
exigencia de respetar los mandatos del arte moderno de ruptura ético y crí-
tica, cuando se vivía la sensación de que “todo lo formalmente innovador ha-
bía sido hecho”, y se trabajaba sobre las repeticiones de aquello (Rechazo
a la historia del arte).
- Pérdida de autoridad de lo nuevo como referencia básica del valor es-
tético, en el marco de una sociedad del ultraconsumo del “producto nuevo”,
real o virtual.
- Acentuada valorización y dependencia de la industria cultural de ma-
sas, desde tendencias estéticas que hacían desaparecer la frontera entre
cultura superior de neovanguardia y cultura del entretenimiento (Reformula-
ción de cuáles pasaban a ser los espacios de mayor creatividad y dinamiza-
ción: los del mercado).
- Progresiva aceptación de la cultura capitalista del simulacro, en tanto
definitiva ausencia de una ilusoria “verdad profunda” a expresar estética-
mente. Es una ruptura por lo tanto con concepciones modernas claves de in-
terpretación del mundo que habían planteando “esencia y apariencia” (filo-
sofía de la falsa conciencia); “latente y manifiesto” (psicoanálisis); “auténti-
co e inauténtico” (existencialismo sartreano); “alienación y desalienación”
(teoría crítica cultural).
- Tendencia al gesto artístico del pastiche como mezcla de estilos acon-
tecidos, de máscaras, voces y estilos acumulados (Canibalización afirmativa
de las formas artísticas del pasado).
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Veamos por qué. El significado más profundo que tuvo durante 120 años
el modernismo en la historia del arte moderno (incluidas vanguardias y neo-
vanguardias) fue acentuar la herencia romántica en cuanto a ser sensibilidad
estético-ética de avanzada, cuyo sentido crítico subyacente resultó -en lo
esencial de dicha crítica- forzar a la modernidad siempre hacia “un adelante”
utópico: hacia un “proyecto de felicidad” contra un mundo histórico dado irra-
cional y represor. Si la modernidad con sus contradicciones, injusticias y bar-
baries era de por sí una lógica histórica de “lo nuevo, siempre nuevo”, el mo-
dernismo artístico era esa misma vitalidad de la novedad, ese “futuro ya pre-
sente”, pero como contracara crítica y en permanente anticipación, es decir,
el arte modernista (bajo legado romántico) se constituyó culturalmente como
una estación meteorológica para medir el horizonte máximo de alcance, de vi-
gor y de llegada de la modernidad, en lo que debía ser su insuperable “nove-
dad”: otra historia moderna posible.
No importaba que tal modernismo estético hubiese sido antiprogresista,
mítico, bárbaro depredador, o racionalista futurista: de ambas maneras bus-
có romper con lo ya constituido, con lo acontecido, con la tradición en tanto
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