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Al morir Engels (1895), Bernstein se decidió a hacer públicas sus ideas para una necesaria
renovación del socialismo, conocidas desde entonces como revisionismo. En su principal
obra escrita (Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia, 1899)
desmontaba algunos de los principios fundamentales de las doctrinas del marxismo, como
la teoría del valor trabajo o la predicción de un agravamiento de las crisis económicas que
conduciría al derrumbamiento del sistema capitalista.
Por el contrario, Bernstein constataba la capacidad de adaptación y la buena salud general
del capitalismo (adentrado por entonces en la segunda etapa de la Revolución Industrial y
en la expansión imperialista) y proponía abandonar la estrategia revolucionaria para luchar
dentro del sistema por la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores.
Abandonando el determinismo de Marx, Bernstein veía el socialismo como una
construcción humana consciente, nacida del convencimiento de la mayoría de que era
necesario instaurar una forma superior de convivencia, y no como el fruto inevitable del
desarrollo de fuerzas económicas impersonales.
Bernstein fue elegido diputado del Reichstag (cámara baja alemana) en 1902-06, 1912-18 y
1920-28, pero tuvo poca influencia directa en el Partido (entre otras cosas por sus posturas
antinacionalistas).
Sin embargo, su idea de volcarse en la lucha sindical y política dentro de las estructuras de
la democracia «burguesa» fueron impregnando gradualmente el Partido Socialdemócrata
Alemán a partir de 1907 y, a la larga, esta línea acabó por imponerse en todos los partidos
de la Internacional Socialista, por lo que se puede considerar a Bernstein el padre de la
socialdemocracia reformista del siglo XX.
Criticas al marxismo:
Benjamín Constant
(Henri Benjamin Constant de Rebecque; Lausana, Suiza, 1767 - París, 1830) Escritor y
político francés. Procedente de una desarraigada familia de protestantes franceses
emigrados a Suiza, recibió una educación cosmopolita pasando por las universidades de
Oxford, Erlangen y Edimburgo. Su dedicación a la política comenzó durante el periodo
de la Revolución francesa, al entrar en contacto con Madame de Staël y convertirse en un
decidido defensor de las ideas liberales.
Constant apoyó el régimen del Directorio, lo que le valió obtener de éste la nacionalidad
francesa en 1798. Un año más tarde, al tomar el poder Napoleón, participó en el nuevo
régimen como miembro del Tribunado; pero asumió en su seno una posición liberal
contraria al autoritarismo napoleónico, por lo que fue expulsado en 1802.
Constant aceptó colaborar con Napoleón formando parte del Consejo de Estado durante su
fugaz retorno al poder en 1815 (el Imperio de los Cien Días), por razones de oportunismo
político y quizá por una convicción sincera de que Napoleón podía ser mejor para las
libertades que el triunfo de sus oponentes, dispuestos a restaurar la monarquía absoluta del
Antiguo Régimen; de hecho, preparó una reforma constitucional que apuntaba hacia la
transformación del Imperio en un régimen liberal.
Por esa época publicó sus Principios de política (1815), en donde defendía a ultranza las
libertades individuales, poniendo a su servicio un modelo político moderado y pragmático
de monarquía constitucional, con división de poderes y responsabilidad ministerial ante el
Parlamento, inspirado en la práctica británica.
Siguió defendiendo esas mismas ideas como diputado durante los reinados de Luis
XVIII y Carlos X; ante el giro ultrarreaccionario que adoptó la Restauración bajo este
último, Benjamin Constant endureció su oposición y participó en los preparativos de la
Revolución de 1830.
La subsiguiente «Monarquía de julio», encabezada por Luis Felipe de Orléans, respondía en
gran medida a las aspiraciones políticas de Constant, que ostentó desde entonces hasta su
muerte la presidencia del Consejo de Estado. Bajo ese régimen terminó de publicar su obra
principal: De la religión considerada en su fuente, sus formas y sus desarrollos (1824-31).
A finales del siglo XVIII y hasta 1830 fue un político activo, miembro de la Asamblea
Nacional situado en el ala liberal y crítica. Su modelo político trataba de imitar el inglés al
que admiraba por diversos factores, tanto en el político como en el económico. Se mostró
contrario a las teorías que admiraban las antiguas sociedades libres como las de la Grecia
Antigua, incluso en una Francia que había conocido el Consulado, al considerar que
estaban basadas en la esclavitud de la mayoría para beneficio de unos pocos, además de ser
inaplicables a estados modernos mucho más grandes que la polis donde era imposible
concentrar al pueblo en un foro para el debate público abierto y directo.
Su teoría de la libertad se basaba en la posesión y disfrute de los derechos civiles, del
imperio de la ley y de la libertad en un sentido amplio, confrontada en este sentido a la
actividad del Estado. Abogaba por una serie de principios (entre ellos la responsabilidad
individual) sin los cuales la sociedad sería un caos y la libertad, inconcebible.
Su proyecto de participación política se sustentaba en el de los representantes elegidos por
todos los ciudadanos que ejercerían el derecho de los ciudadanos en el parlamento. De
nuevo el ejemplo de la revolución inglesa de 1688 con una monarquía
constitucional y liberal era recurrente en sus planteamientos.
Además, propuso –y en parte obtuvo- la aplicación de un sistema de descentralización
administrativa desde el estado a las entidades locales para aproximar la gestión a los
ciudadanos beneficiarios y descargar la burocracia del modelo centralista. Su pensamiento
moral y religioso recibió claras influencias de Jean-Jacques Rousseau y los
pensadores alemanes, tales como Immanuel Kant.
La influencia de las tesis de Constant no fue inmediata, pero empezó a ocupar un lugar en
la historia constitucional en distintos países. Así en Portugal (1822), Brasil (1824) y el
estatuto de Cerdeña (1848), los nuevos textos fundamentales recogieron con variantes la
teoría de Constant.
Fracasado el sueño de Lamartine de servir de punto de encuentro para todos los partidos del
régimen, acabó por abandonar la política tras el golpe de Estado protagonizado por
Napoleón III en 1851. Derrotado y arruinado, pasó sus últimos años escribiendo por dinero
novelas populares, biografías, ensayos históricos y sus propias memorias.
Como hombre de letras es conocido por su poesía, elegante y refinada en sus brillantes
descripciones de la naturaleza.