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I.S.F.D.

ALBINO SÁNCHEZ BARROS


PROFESORADO DE LENGUA
HISTORIA DE LA LENGUA
UNIDAD N° 3

LOS ÁRABES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Conquista e instalación de los árabes en la península Ibérica

 A principios del siglo VIII, un grupo de bereberes y de árabes musulmanes


conquistaron la Hispania visigoda. Esta sería la última invasión histórica de un pueblo
ultramarino mediterráneo a la península Ibérica.

Durante siglos, los árabes habían permanecido en la península Arábiga, viviendo como
nómadas del desierto; esto hasta que Muhammad predicó la nueva religión a mediados
del siglo VII. Bajo este impulso religioso, los musulmanes (sometidos ahora a un único
Dios, Allah) avanzaron de manera impresionante en sus conquistas: la gran Siria,
haciendo tambalearse al Imperio Bizantino, cuya capital sería finalmente conquistada
por los turcos islamizados a mediados del siglo XV; habían derribado al Imperio Persa,
avanzando hacia el Indo por las tierras del Asia, siguiendo así el camino de Alejandro;
por otra parte, habían conquistado Egipto, avanzando por el norte de África, hasta llegar
al océano Atlántico.

El paso a la península Ibérica no presentó para estos conquistadores mayores


complicaciones y, de hecho, es muy breve el trecho que separa la península africana de
Ifriqiya (hoy Magreb). Los árabes ya tenían excelentes conocimientos sobre navegación,
gracias al trato con antiguos pueblos bizantinos. El gobernador de Ifriqiya envía una
avanzada por la península más occidental de Europa, Sicilia e Hispania. Casi sin
premeditación, esta incursión se convirtió en una conquista de largo alcance, debido
principalmente a la decadencia de la monarquía visigoda que gobernaba la península.

El cambio de poder fue un proceso relativamente fácil, puesto que después de la


primera etapa de conquista militar, los musulmanes sólo exigieron un pacto de
sometimiento y el pago de tributos a la población, y no impusieron por la fuerza su

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religión a los cristianos y judíos. Esto se debió básicamente a que estos grupos de
creyentes no eran considerados infieles, ya que habían recibido la revelación del Libro
Sagrado, aunque, para los musulmanes, lo interpretaban incorrectamente. De hecho, no
se puede afirmar que haya existido mayor oposición a la llegada de los musulmanes
desde el punto de vista estrictamente religioso. Los judíos habían sufrido la terrible
persecución goda y no les importaba realmente que ahora los amos fuesen semitas y no
germanos. Por otra parte, la mayor parte de la población no era muy entendida en
teología y sólo se opusieron aisladamente algunos clérigos y los partidarios del rey
Rodrigo (que huyeron a las montañas del norte).

En principio, los cambios en la península Ibérica en el siglo VIII parecieron ser


simplemente nominales. Los invasores llamaron a la península al-Andalus. Sin
embargo, los cambios en cuanto a la lengua, la cultura y la escritura que trajeron los
conquistadores a la península, serían importantísimos. El árabe se impuso como lengua
y uno de los problemas que se presentaron fue la comunicación lingüística entre los
árabes y los habitantes de Hispania. Por otra parte, los primeros conquistadores
musulmanes pensaron estar de paso en la península Ibérica, por lo que vivían en espíritu
de guarnición, de base militar, en tierra extraña, siempre pensando en volver a Oriente.
Así, muchos beréberes (la mayor parte de los primeros conquistadores) dejaron luego
las tierras conquistadas para volver a las suyas de origen, por la hostilidad de las
primeras. Luego de este éxodo forzoso de los beréberes, se produjo la rebelión contra
los árabes. Esta rebelión berberisca tuvo como consecuencia la llegada de otra ola de
emigración árabe, la de grupos constituidos principalmente por sirios y egipcios, que
pertenecían al resto del ejército que había sido enviado a luchar contra los beréberes.

Estos árabes prefirieron instalarse en las ciudades y, para obtener sus beneficios,
mejoraron las tierras agrícolas, iniciándose en la península un gran desarrollo comercial
y cultural. De este modo, podemos observar que la cultura nómada arábigo-islámica se
transformó en una civilización de ciudadanos.

Luego de la caída de la dinastía omeya, derribada por los abbasíes, los árabes
permanecieron en al-Andalus. Los habitantes autóctonos de la península Ibérica
asumieron este hecho y se iniciaron los largos siglos de cambios y transformaciones.

Hay que hacer notar que los conversos -que recibieron el nombre de muladíes- se
encargan de aprender la lengua árabe, de descifrar los textos orientales (que ya los
mismos árabes emigrados no entienden bien, por la distancia producida entre lengua
árabe escrita, hablada y literal). Este esfuerzo es fundamental, ya que es la lengua el
vehículo de la religión, la lengua del Libro Sagrado. Los muladíes, como verdaderos
maestros coránicos, aleccionarán desde pequeños a las nuevas generaciones de
musulmanes. Esta enseñanza generalizada y libre, extenderá la lengua y la escritura por
todo el mundo islámico medieval.

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A partir de la conquista en el año 711, la península Ibérica va a ser el escenario de una


de las más brillantes manifestaciones culturales del hasta entonces incipiente imperio
árabe. Los musulmanes de al-Andalus exhiben una creatividad asombrosa en casi todas
las ramas de saber. Desde la aparición del imperio, los árabes, como hemos observado
anteriormente, sostuvieron relaciones con diferentes civilizaciones como la china, persa
y bizantina; este contacto provocó que se produjeran intercambios culturales de los
cuales, los árabes, fueron muy buenos receptores. Por otro lado, se convirtieron en los
herederos de las antiguas civilizaciones de Oriente Medio. Este pueblo pudo convivir en
un ambiente de relativa tolerancia tolerantemente con los cristianos y hebreos durante
los siglos medios, hasta la Reconquista, cuando la convivencia se rompe; y ya hacia los
siglos XV y XVI las culturas 

Etimológicamente, la palabra árabe denota la acción de trasladarse en forma


continua, su antónimo es misr que va a darle nombre al sector de la población que se ha
vuelto sedentario (con este vocablo se designaba a Egipto). Con el correr del tiempo el
significado de la palabra `árabe' ha evolucionado hasta llegar a su significación actual
que, en términos generales, conlleva la pertenencia a una nación. Por otra parte, lo que
habitualmente ha sido denominada `la expansión del Islam', como veremos
posteriormente, corresponde a la gran oleada migratoria árabe de los siglos VII y VIII y
es la que finalmente va a despertar la conciencia de unidad de todo este mundo.

La España árabe – Alatorre, Antonio


“Los 1001 años de la lengua española”

La derrota de Rodrigo el último rey


godo, en los siglos siguientes, ocurrió en la batalla de Guadalete el año 711, pocas
semanas después de que Tárik, al frente de un ejército de quizás no más de 7000 moros,
desembarcó en lo que luego se llamó Gibraltar. Estos moros, nombre que se dio en
España a los invasores, eran árabes y beréberes. La designación les convenía
propiamente a los beréberes: Maurus, de donde viene moro, era en latín el habitante de
Mauritania; pero moros, en español, vino a significar simplemente “musulmanes”,

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“infieles”, sin alusión a origen geográfico. La conquista del reino cristiano fue en
verdad fulminante. En 718 se hallaba sometida prácticamente toda la península. El
entusiasmo conquistador de los musulmanes era enorme y notable la cohesión que
mostraron es esos tiempos. En cambio, la armazón política del reino visigodo estaba
desmoronada.

Tan fulminante como la caída de Hispania había sido el nacimiento y auge del Islam y
haber ocupado toda la península árabe y de haber iniciado su expansión hacia el norte y
hacia la India, tenían dominado todo el norte de África, desde Egipto hasta Marruecos.
Los bereberes desde 711 eran ya auténticos musulmanes.

España en manos de los musulmanes se fascinaron por el dinamismo de esta


expansión y por la humanidad, la tolerancia, el amor al trabajo y a los placeres de la
vida, la cultura y el arte que mostraron los mahometanos en todos los países que
estuvieron.

Reflejo vivo de esta expansión es la enorme cantidad de topónimos españoles y


portugueses de origen árabe: Alcalá, Alcanadre, Algar, Azagra, Borja, Bugarra,
Calatayud, Gibraltar, Guadalajara, Medina, Medinaceli, Tarifa; apellidos: Alcaraz,
Almazán, Borja,, Medina, Alcalá (significa el castillo); abundan los topónimos que
comienzan con Ben “hijo de” como Benicasin que significaría  “tierra o casas de los
hijos de Qasina”; también abundan con Gibr, que significa “monte”. El nombre de
Algabe y el de La Mancha, patria de Don Quijote, son asimismo árabe. Las palabras
aldea, alcaldía, arrabal y barrio son árabes.

Un Cervantes, un Góngora, un Lope de Vega, sin dejar por supuesto de ser cristianos y
españoles, vieron siempre a los moros con un cariño que jamás se tuvo para los godos.
Y este cariño se refería a cosas muy concretas de la civilización islámica, que, si había
sido la fecundadora de la ciencia y la filosofía medieval, también había mostrado un
tenaz gusto por las cosas buenas de la vida, la rica comida, los trajes hermosos, la
música, las diversiones. Por todo ello, así lo útil como lo placentero disponían esos
grandes escritores de la palabra venidas del árabe; y palabras tales, que su solo sonido
ya los dejaba cautivados. Así un Góngora, al evocar en uno de los pasajes más bellos de
las Soledades el fastuoso espectáculo de la cacería con halcones, coloca visiblemente en
sus versos, como otras tantas joyas, los nombres de las aves de presa, y la mayoría de
esos nombres proceden del árabe -pues los árabes, que le enseñaron a Europa el álgebra
y la química, le enseñaron también el refinado y frívolo arte de la cetrería. Las palabras
alfaneque, tagarote, baharí, borní, alferraz, sacre, neblí y otras llegaron al español desde
el árabe.

Para entender mejor el fenómeno lingüístico será útil un ligero marco de


acontecimientos históricos. En los primeros tiempos, la península fue un emirato sujeto

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al califa de Damasco, pero ya Abderramán III (912-961) pasó de emir a califa y fijó su
capital en Córdoba. Las campañas de Almanzor (977-1002) “genio político y militar”,
consolidaron el dominio de los moros en el norte de Barcelona a Santiago de
Compostela, pero marcaron también el fin de tres siglos de expansión y de predominio
militar. En 1031 el califato se fragmentó en varios reinos pequeños llamados taifas, o
sea “facciones”, algunos de los cuales a causa del alto grado de cultura a que llegamos,
han sido comparados con las grandes ciudades italianas del Renacimiento.

Desde el punto de vista cultural, el fin del califato coincide prácticamente con el
comienzo de los dos siglos más esplendorosos de España árabe. En esta época florecen
Ibn-Hazm, poeta de El collar de la paloma, el filósofo y científico Avempace, el poeta
Ben Qusman, el gran Averroes y el pensador Ibn-Arabí. En esta época florece también,
arrimada a los modelos árabes, la gran cultura hispanohebrea, que se enorgullece de
nombres igualmente universales: los poetas y filósofos.

Decir que la literatura hispanoárabe de los siglos X-XII se medía con la de cualquier
otra nación europea- en todas las cuales se escribían más o menos unas mismas cosas, y
en su   mayor parte en latín- no es gran elogio. El verdadero elogio es decir que la
literatura hispanoárabe se medía gallardamente con la de Bagdad, la del Cairo, la de
cualquier otra provincia del vasto mundo islámico. Esos siglos de oro españoles son
siglos de oro de la cultura árabe.

El numeroso vocabulario español de origen árabe procede sobre todo de la gran época
de expansión y florecimiento, de los largos siglos en que todas las grandes ciudades
cristianas- Tarragoza, Zaragoza, Toledo, Mérida, Córdoba, Sevilla- ricas y populosas
desde los tiempos romanos, vivieron, cada vez más ricas y populosas, bajo el dominio
islámico. Procede de esos siglos en que España se hizo la maestra de Europa, en que el
estudiante Gerberto, futuro papa Silvestre II, venía desde Francia hasta Córdoba para
asomarse a ciencias que sólo los musulmanes dominaban, en que un rey de León y
Castilla acuñaba monedas con inscripciones en árabe; en que toda Europa admiraba la
armonía y el buen vivir de los moros; en que los condes y grandes  de los incipientes
reinos cristianos del norte trataban de imitar sus usanzas, tal como poco después , en
Sicilia ( el otro centro de difusión europea  de la cultura musulmana). Las obras de
sabios hispanoárabes como Averroes, decisivas para el desarrollo del pensamiento
filosófico y científicos, y hasta fantasías religiosos-morales como la muy musulmana
Escala de Mahoma, que le dio a Dante el marco escatológico de sus Divina Commedia.

Muladíes, Mozárabes, Mudéjares

El vocabulario español de origen árabe nos deja una primera imagen doble: de
tolerancia y apertura por parte de los musulmanes, y de admiración y seducción por
parte de quienes tuvieron un contacto humano con ellos.

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La palabra muladí, desde el punto de vista de los cristianos es palabra vil, pues los
muladíes eran los renegados; pero desde el punto de vista de los árabes es palabra
humana y generosa: los muwolladín son “los adoptados”. La razón profunda de la
simpatía que despierta el régimen árabe español es su política adoptadora, su tolerancia
ideológica, su disposición a la convivencia.

Los musulmanes dejaron que los antiguos pobladores siguieran rigiéndose por el
Fuero Juzgo de los visigodos, y nunca recurrieron a la violencia para hacerlos
abandonar su credo cristiano. Jamás hubo presión “oficial” para que la población
abandonara su lengua. Los emires y califas estuvieron muy lejos de esa neurótica
preocupación por la “limpieza de sangre” que mostraron las autoridades españolas.

La palabra mozárabe significa simplemente “arabizado”. Los pobladores todos de las


grandes ciudades cristianas, y los de las menos importantes, y los de los caseríos
campestres, o sea, la inmensa mayoría de los habitantes de España y Portugal, quedaron
hechos parte del mundo árabe. Todos ellos se arabizaron en la medida que quisieron, y
sólo al principio hubo esporádicos intentos de independencia.

En el vasto campo mozárabe están los cristianos que sin abandonar su lengua romance,
la van llenando de arabismos; están los muchos francamente bilingües; están los que
bautizan a sus hijos con nombres árabes; están los que los que sienten la necesidad de
compilar correspondencia. árabe!

La palabra mozárabe se contrapone a la palabra mudéjar. Si los mozárabes son los


cristianos que siguieron viviendo en tierras de moros, los mudéjares son los moros que
permanecieron en las tierras que iban siendo reconquistadas por los reyes cristianos del
norte (mudéjar significa “aquel a quien le han permitido quedarse”). Durante algún
tiempo, del siglo XI al XIII, estos mudéjares, que constituían comunidades numerosas,
particularmente en Aragón.

Los arabismos del español

Los arabismos de nuestra lengua son testimonio duradero de esa convivencia de siglos.
La abundancia, por ejemplo, de voces de origen árabe relativas a horticultura, jardinería
y obras de riego significa que la población mozárabe, y luego la población toda de la
península, se compenetraron de esa cultura agraria y doméstica, de ese amor al agua que
los árabes, como hijos que eran del desierto, parecían llevar en el alma. Los 4000
arabismos de nuestra lengua tienen su razón de ser: corresponden a 4000 objetos o
conceptos cuya adopción era inevitable. De manera “fatal”, el añil, el carmesí, el
escarlata y hasta el azul vienen del árabe. Un caso típico: la terminología de la hechura

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del barco se tomó básicamente de los moros. Y un caso extremo: las palabras almaizal y
acetre que designan objetos propios de la liturgia católica, ¡son arabismos!

El vocabulario referido a la espléndida muestras de la cerámica musulmana, donde


aprendieron los cristianos españoles y entre los distintos vocablos se encuentras
golosinas, palabras referidas al pensamiento matemático y científico; el ajedrez; los
árabes también fueron grandes astrónomos, horticultores, molineros, carpinteros,
talabarteros, barberos, panaderos, cocineros, marineros, pescadores, agricultores,
expertos en equitación, en cultura del aceite, en medicina y farmacia, en pesas y
medidas, grandes constructores y diseñadores; tejedores de alfombras y telas; economía
y comercio, vestimenta y lujos, música.

La lengua de los mozárabes

El alud de arabismos, que no afectó la estructura fonética ni sintáctica de las lenguas


iberorromances, y que ni siquiera en cuanto al vocabulario las volvió “irreconocibles”
como hijas del latín, dejó también a salvo la estructura del romance hablado por los
mozárabes, y de ninguna manera eliminó su fondo patrimonial. La fonética, la
gramática y el léxico básico de los mozárabes son continuación del latín visigótico, de
la lengua general de Hispania a comienzos del siglo VIII, en el momento de la invasión
de los moros. Indirectamente, el dominio musulmán influyó en las peculiaridades del
hablante mozárabe.

Los mozárabes nunca llevaron a la escritura sus modos de hablar. La lengua en que
escribieron fue al principio el latín, y después el árabe. Sin embargo, la falta de textos
escritos en mozárabes está compensada de varias maneras.

En primer lugar, los escritos hispanoárabes usan buen número de voces romances
sueltas, ya porque ellos las hubieron injertado en su lengua árabe, ya porque estuvieran
refiriéndose a sucesos o particularidades de la tierra, y así un tratadista de botánica dice
que los cristianos llaman yeneshta a los que los árabes llaman retama y cierto
historiador, por afán de precisión, cita literalmente la palabra ofensiva que alguien soltó:
boyata o sea boyada “hato de bueyes”.

En segundo lugar, muchas voces romances han quedado como engastadas en los
arabismos.

Los mozárabes no habían convertido aún en d la t de las terminaciones latinas -atus,-
ata como se ve en el insulto boyata, y como lo muestra la voz alcayata, que seguramente
significó al principio lo mismo que su correspondiente castellano, cayada(bastón con el
extremo superior en forma de gancho); la palabra clásica papaver “amapola” se había
convertido en papaura o algo semejante.

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En tercer lugar, gracias a cierto refinado artificio practicado por los poetas
hispanoárabes de los siglos XI- XIII, se han conservado unos cincuenta pequeños textos
mozárabes. En una época en que la distancia entre el árabe literario y el árabe vulgar era
enorme, el artificio consistía en rematar sorpresivamente un poema clásico por su
léxico, su sintaxis y sus imágenes, llamado muwashaja, con una cancioncita callejera
hecha en el lenguaje de la gente común. Para el juguetón artificio, lo mismo daba el
árabe vulgar andalusí que el habla romí de los mozárabes. 

El conocimiento de ese romance hablado en Al-Andalus- el mozárabe- presenta


grandes problemas, debido sobre todo a la falta de documentación. Podemos
caracterizarlo gracias a los rasgos que se deducen de diferentes fuentes: glosarios
latinos-árabes o hispano-árabes, tratados de Medicina o Botánica y los restos literarios.

A pesar de que había hablantes que dominaban las dos lenguas, las diferencias
lingüísticas entre ellas eran tan grandes que el influjo quedó en los aspectos más
externos, sobre todo en el léxico. Se pueden reconocer cambios en el romance de la
época desde todas las dimensiones:

Desde lo fonológico se puede reconocer que no hay fonema árabe en el español. Cano
dice que "los respectivos sistemas fonológicos fueron siempre impermeables el uno al
otro".

Cano y Lapesa expresan que la influencia árabe pueda notarse en el incremento de


palabras agudas y esdrújulas de nuestra lengua y de polisílabos.

Desde lo morfológico destacar varios elementos (la anteposición del artículo al).

Desde lo semántico y fraseológico encontramos calcos semánticos (aquellas palabras y


expresiones románicas en cuanto a origen y forma, pero parcial o totalmente arabizadas
en cuanto a su significado) y copias textuales de fórmulas y frases hechas árabes, que
viven en la actualidad con total vigencia ("si Dios quiere, Dios mediante, Dios te
guarde, Dios te ampare...").

Otro de los campos en los que la influencia árabe se deja notar en el de la toponimia;
en la Península Ibérica la toponimia de origen árabe es abundantísima y no solo en las
zonas de dominio musulmán sino también, en la Meseta y el Noroeste.

Desde lo lexicográfico la presencia del árabe es muy importante. Los arabismos del
español suponen el 8% del vocabulario total y se calcula que son unas 4000 palabras,
incluyendo voces poco usadas siendo el segundo caudal léxico más importante del
español actual.

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