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LOS PUEBLOS PRIMITIVOS DE LA PENÍNSULA IBÉRICA

INTRODUCCIÓN.

Reconstruir el pasado lingüístico remoto del territorio que nos ocupa resulta, en gran
medida, una tarea ardua. Los testimonios con que contamos son escasos y heterogéneos.
En muchos de los casos, no contamos con textos aborígenes; en otros, la misma escritura,
aún no descifrada definitivamente, ha significado un obstáculo. En la mayoría de los pueblos,
debemos manejarnos con referencias que otras civilizaciones nos brindan sobre la Península, y
aún así, en ocasiones no se trata siquiera de testimonios directos.
El panorama es complejo y las investigaciones no siempre han arrojado resultados
definitivos y del mismo nivel respecto de cada uno de los pueblos a considerar. Así, aunque no
se conozcan bien esas lenguas antiquísimas, hay algunas sobre las que se tienen más noticias, ya
sea porque hayan perdurado en el tiempo (piénsese en el vasco), ya sea porque hayan dejado
testimonios más numerosos (celta).
Pero aunque no pudiéramos conocer en igual medida todas ellas, conociendo en parte los
pueblos que las hablaron podemos deducir su actitud ante su propia lengua y su posible reacción
ante la lengua extraña e invasora (latín).
Este trabajo pretende mostrar, aunque suscintamente, los rasgos sobresalientes de las
culturas prerromanas para comprobar la actitud de los usuarios ante su lengua materna (aprecio o
desprecio, conservación u olvido) y poder dilucidar el grado de interferencia que, como
probables sustratos, pudieron ejercer sobre el latín instalado en la Península desde el siglo III
a.J.C.

I. LAS FUENTES PARA EL ESTUDIO DE LOS PUEBLOS.

Las fuentes para el estudio de las primeras poblaciones peninsulares son bastante
heterogéneas.
A los resultados de las investigaciones de arqueólogos y etnólogos sobre el terreno
mismo, hay que agregar la tarea realizada por los lingüistas en aras a poder desentrañar los
escasos testimonios escritos encontrados. A todo esto hay que sumar las noticias que durante
siglos, fueron aportando otras civilizaciones (desde la Biblio a los textos griegos y romanos) y
que se cuentan entre las fuentes más antiguas y preciadas.
Entre estas últimas fuentes, hay algunas de valor incalculable para el conocimiento de las
diversas etnias peninsulares.

ORA MARITIMA: extenso poema compuesto por el poeta romano Rufo Festo Avieno,
con finalidad didáctica, hacia el año 400. Su importancia radica en haber incorporado a su obra
un periplo del siglo VI a.J.C.
En la antigüedad, era frecuente que los navegantes relataran sus hazañas por el mar. Ese
texto antiquísimo, de autor desconocido, habría sido refundido por Eforo en siglo IV a.J.C. y,
quizá retomado por un maestro del siglo I a.J.C., y habría llegado a manos de Avieno quien lo
incluyera en su composición.
En ese relato, se hace una detenida y pormenorizada enumeración de los pueblos de la
Península brindándonos el panorama que el mundo antiguo debió tener de Hispania hacia el siglo
VI a.J.C. No brinda mayores datos acerca de raza y cultura.
Dentro del grupo que incluye los periplos no puede dejar de mencionarse el de Pytheas,
navegante marsellés del siglo II a.J.C., en quien podemos ver ya emerger la conciencia del
carácter peninsular de Hispania.
Lamentablemente, sólo se conservan los periplos griegos, no conociéndose los fenicios y
cartagineses, cuya información hubiera aportado datos inestimables sobre la región.
Los periplos anteriores al siglo III a.J.C. abundan en noticias vagas e imprecisas. Sólo a
partir de la presencia romana, las noticias se van tornando más numerosas y confiables. Hispania
deja de ser un ámbito misterioso y desconocido.
A los periplos les siguen en importancias las obras de carácter geográfico de autores
griegos y romanos.

GEOGRAPHICA: compuesta hacia el siglo I a.J.C. por Estrabón, originario de Creta


pero establecido en Roma, quien nos ofrece información sobre España en el Libro III de su
monumental trabajo. Su visión es indirecta. Aunque nunca llegó a Hispania, supo valerse de
datos de viajeros, funcionarios y soldados romanos que participaron en la invasión, como así
también, de las obras de historiadores y geógrafos de gran exactitud como Polibio, Posidón y
Artemídoros. El valor de su obra radica en aportar noticias sobre zonas de la Península antes
desconocidas (norte e interior) y de hacerlo con realismo y precisión.

COROGRAFIA: de Pomponio Mela, posterior a Estrabón, probablemente nacido en


Cádiz. Ofrece referencias fidedignas aunque no brinda información lingüística. Realiza una
enumeración detallada de los accidentes litorales del NO y del Cantábrico con la mención de sus
tribus y pueblos.

NATURALIS HISTORIA: compuesta por Plinio el Viejo, funcionario romano en


Hispania, hacia el siglo I. Presenta gran interés para el conocimiento de la toponimia hispánica.

NOMENCLADOR GEOGRAFICO: inventario en griego, de alrededor de 8000 nombres


de pueblos y ciudades, no siempre igualmente preciso, obra del geógrafo griego Ptolomeo. No es
fuente directa.

Finalmente hay que mencionar los ITINERARIOS, objetos materiales, hitos con
anotaciones sobre caminos, ciudades y distancias, útiles para los viajeros. Se conservan dos que
aluden a la Península Ibérica:

ITINERARIO ANTONIANO: reconstruye el camino seguido por Marco Aurelio


Antonino Basiano, Caracalla (186-217). Durante su imperio se promulgó la Constitución
Antoniana, que otorgaba la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio.

ITINERARIO DE CADIZ A ROMA: compuesto por cuatro vasos que indican los puntos
del recorrido, probablemente exvotos, fruto de la promesa de un enfermo.

Estas fuentes antiguas que resultan muy útiles, junto a los emprendimientos modernos de
la arqueología y la etnografía, para conocer la naturaleza de los pueblos que habitaron la
península a la llegada de los romanos, no nos ayudan a dilucidar los rasgos esenciales de las
lenguas por ellos habladas. El conocimiento de dichas lenguas constituye un verdadero problema
que trataremos de dilucidar.

II. LOS PUEBLOS.Aspectos étnicos, históricos y geográficos.


A la llegada de los romanos a la Península, el panorama que percibieron no fue
precisamente el de la unidad lingüística o cultural, que algunos estudiosos se empeñaron en tratar
de demostrar1.
Por el contrario, la Península aparecía fraccionada; pero aún dentro de ese
fragmentarismo pueden verse signos de cierta unidad.

1
Una larga tradición dentro de los estudios hispanistas se empeñó en demostrar la unidad de la lengua primitiva de
España, unidad que se conformaría en torno al vasco y al íbero. De esa opinión participaron Humboldt, Hubner y
Schuchardt, entre otros.
La Península aparecía notoriamente dividida en dos. Al sustrato peninsular heredado de la
Edad del Bronce se han unido dos nuevos elementos de distinta procedencia:

1.- El elemento mediterráneo: no indoeuropeo. Aportado por una colonización de un


importante grado cultural que viene a reforzar elementos mediterráneos anteriores.

2.- El elemento continental: indoeuropeo. Aportado por complejas invasiones que


generaron diversos movimientos de pueblos dentro de la península y cuya acción no se hallaba
acabada a la llegada de los romanos.

Así quedan configuradas dos Españas: una mediterránea e ibérica, otra continental o
europea que suele designarse como España céltica. Se trata de dos mundos cultural y
étnicamente distantes, asentados sobre realidades geográficas diversas y que al momento de la
llegada de los romanos estaban en vías de compenetración.
La España mediterránea, (zona costera del Levante y el Sur, además de Andalucía)
extensión con excelentes condiciones de medio, tierras ricas en minerales, con contactos
marítimos frecuentes con culturas mediterráneas, se encontraba propensa al desarrollo de una
cultura floreciente.
La España continental, (la Meseta, NO y O peninsulares), región escasamente poblada,
con condiciones de medio precarias, cuando no hostiles, zona de constantes migraciones, se
manifestaba menos apta para el desarrollo de tempranas civilizaciones potentes.
Esa diferenciación también halla su correlato en el orden lingüístico; de allí que el
tratamiento dado a los pueblos peninsulares se ordene del siguiente modo:

a) Pueblos no indoeuropeos
Tartesios e Íberos
mediterráneos

Pueblos que vía Africa entraron en Hispania en tiempos muy remotos a fines del
Neolítico o principios de la Edad del Bronce, y se establecieron definitivamente, por lo que
algunos autores los consideran población indígena, base étnica sobre la cual se conformara la
población hispánica.

b) Pueblos indoeuropeos
Ligures-Ambrones-Ilirios
o indoeuropeizados Celtas

Pueblos que en sucesivas oleadas penetrarán por los Pirineos. Hacen su incursión en
Hispania hacia finales de la Edad del Bronce.

c) Pueblo vasco: pueblo de antiquísimo arraigo en la zona pirenaica (2000 a.J.C.) que por
su probable procedencia caucásica y su particular espíritu no puede encuadrarse dentro de
ninguno de los grupos precedentes.

d) Pueblos de escaso paso


fenicios, griegos, cartagineses
por la Península

Pueblos que no se establecieron definitivamente sino que conformaron asentamientos


coloniales que servían a sus fines comerciales, escalas en sus periplos por el Mediterráneo y el
Atlántico. Llegan a Hispania a partir del 900 a.J.C. aproximadamente o antes.
LOS TARTESIOS
La historia de la existencia de este pueblo se ha hecho, a menudo, a base de datos vagos y
con una cantidad no escasa de fantasía.
Aun se discute su localización. Se la supone en un punto cualquiera de la desembocadura
del Guadalquivir, del Guadalete o del Tinto. Sus habitantes procederían del Asia Menor y
estarían emparentados con los etruscos y ambos vinculados con los Tirsenos de Lidia. Habrían
llegado a la Península procedentes de Africa en época remota.
El nombre griego de Tartessós con que se designa en los periplos a su capital, tendría la
misma raíz que el hebreo Tarschish que aparece citado en la Biblia. En Isaías (730 a.J.C.)
encontramos la mención más antigua a las naves de Tarschish. En textos bíblicos posteriores,
Ezequiel, Jeremías, Reyes, etc. se designa con ese nombre a un país lejano de Occidente, rico en
oro y plata, que comerciaba con Tiro en tiempos del rey Salomón. Por tanto, esta ciudad debía
existir hacia el año 1000 a.J.C.
En las fuentes griegas anteriores al 400 a.J.C., realizadas por autores contemporáneos a la
existencia y vigor de Tartessós, aparece mencionada con distintos valores: río Tartessós, la
ciudad misma, el imperio. Estas fuentes ofrecen ciertas garantías de veracidad.
Otros textos del mismo periodo, como el periplo recogido por Avieno, la sitúa en el bajo
Guadalquivir vinculándola con ciudades vecinas como la colonia griega de Mainake u otros
accidentes geográficos como el Lago Ligustino.
En tanto los testimonios posteriores al 400 a.J.C., a pesar de ser numerosos, ya no poseen
la misma fidelidad de los redactados cercanos temporalmente a los primergs tartesios. En estos
últimos, lo histórico a menudo se mezcla con lo mitológico. Los griegos, basándose
probablemente en tradiciones indígenas recogidas en sus viajes, crearon una mitología tartésica
que aparece vinculada al ciclo herakleida (de Hércules).
Hay, sin embargo, noticias ciertas de su historia que nos llegan a través de Herodoto que
menciona al rey Arganthonio, famoso por su longevidad, quien comenzara a reinar en el año 630
a.J.C. La presencia de este exponente de la monarquía nos muestra cuán avanzado se hallaba en
el sur el proceso de individualización del poder. Su apogeo se vio eclipsado por el avance
cartaginés, que, tras la victoria de Alalíe, empezara a gravitar notablemente en la zona
desplazando a los griegos.
De todas las fuentes existentes se deducen los mismos rasgos para este pueblo. Tartessós
siempre se destacó por su alta cultura y su extrema riqueza. En el siglo VI a.J.C. aparece en su
apogeo. A este imperio de límites imprecisos debieron pertenecer los íberos de Huelva, los
cilbicenos de Cádiz, etmaneos e ileates del Guadalquivir medio, los mastienos de Andalucía y
los cynetes del Algarve.
Dados a los frecuentes contactos comerciales a través del Mediterráneo, sus habitantes
siempre se hallaron abiertos a las novedades, ávidos de engrandecer su acervo cultural. Era
proverbial su hospitalidad y la facilidad para relacionarse y mestizarse con otros pueblos,
mediterráneos fundamentalmente.
Su desarrollada cultura se manifiesta en el hecho de que poseyeron una escritura propia,
la que sólo recientemente ha podido ser descifrada. Sus caracteres, aunque legibles, son
herméticos en su interpretación. Por las fuentes sabemos que poseyeron anales escritos y una
legislación en forma métrica que no han logrado conservarse.
Se deduce que debieron ser politeístas en comparación con otros pueblos del mismo
origen. Dedicaban templos a sus dioses, en ocasiones cavados en la roca. Entre los tartesios se
encontraban bien arraigados antiguos cultos mediterráneos, como el del Toro.
Su situación geográfica, en las proximidades del mar, los hizo eminentemente
navegantes. Extendieron sus viajes por el oeste hasta las Islas Británicas, la Bretaña francesa y la
costa NO de España. En estas regiones se han observado elementos culturales comunes, lo que
habla de frecuentes contactos.
En la Ora Maritima se afirma que tartesios navegaban hasta las islas Oestrymnides en
busca del estaño. Este tráfico debe ubicarse en plena época del Bronce. En dicha ruta comercial,
Gádir, colonia fenicia, se convirtió en el emporio del precioso metal y los tartesios debieron tener
el monopolio de las vías de acceso.
La organización política de Tartessós debió asemejarse más a una polis en el sentido
griego de ciudad-estado que a una urbs latina.
En un territorio pronta y profundamente romanizado, cuyos pobladores optaron por
incorporarse tempranamente a los modelos prestigiosos aportados por los invasores y con poco
aprecio por su propia lengua, se produjo el abandono de la lengua materna y la rápida
asimilación del latín. Así lo atestigua Estrabón, quien admite en tiempos de Augusto que los
turdetanos habían adoptado las costumbre romanas y habían olvidado la lengua materna.
En consecuencia, la pérdida de la lengua indígena en los albores de la invasión, hace
imposible la conservación o perduración de sus rasgos en la lengua romance.

LOS ÍBEROS
La designación de "Íberos" no siempre tuvo el mismo alcance. En los primeros textos
griegos aparece designando a los pueblos que habitaban, en general, las costas mediterráneas y
atlántico meridionales, habitantes de Huelva y de la región andaluza y no sólo de las márgenes
del Ebro. Caían bajo esta denominación los cynetes, gletes, tartesios, elbicinios, mastienos, etc.
En cambio, los textos posteriores hacen recaer esta denominación sobre la Península en su
totalidad.
Pero, ¿de dónde procede esta denominación y qué significa? Ya desde Herodoto
(mediados del siglo V a.J.C.) aparece la referencia a Iberíe como derivado del río Iber o Iberus.
De modo semejante aparece en Avieno la mención de Hiberia referida a un río Hiberus. Ambas
fuentes sitúan a dicho río en el SO peninsular, la zona mejor conocida y más frecuentada por
griegos y púnicos, es decir, muy lejos de sus dominios actuales. Por su ubicación cabe
identificarlo con el Tinto o el Odiel. Probablemente este río Iberus fuera un homónimo del gran
Ebro.
Por otro lado, según los estudios realizados por Antonio Tovar, Iberus o Ibarius, sería la
forma jónica del primitivo vasco ibar > ibai (río), ibar (ría). Faltaría precisar dónde se ubicaba
exactamente.
De otra forma, esa vacilación en la aplicación del concepto ha afectado también a los
estudiosos modernos que han visto oscilar sus opiniones: del extremo de pensar que la población
íbera era la única y auténticamente originaria de la península al extremo de recortar tanto sus
límites hasta tornar casi inexistente este pueblo.
Lo cierto es que existió una población étnica y culturalmente ibérica, situada hacia
Levante, de procedencia afromediterránea con importantes puntos en común con las poblaciones
del sur 2.
Este pueblo, que hacia el siglo VI a.J.C. llevaba todavía una vida primitiva, salvo en la
región de Almería en contacto con Tartessós, llegó a desarrollar una cultura propia y con rasgos
diferenciales.
Supieron asimilar los influjos de otras civilizaciones más avanzadas como la helénica,
dando lugar a un arte peculiar con manifestaciones de una belleza singular como la Dama de
Elche. Asimismo las figuras de los vasos ibéricos tienden al realismo, a la forma natural,
persiguen las líneas curvas dando vida y movimiento a sus representaciones.
Tan vigorosos eran su arte, su espíritu, que ante el avance celta, aún habiéndose operado
un denso mestizaje, culturalmente triunfaría el elemento ibérico.
Su avanzado grado cultural se pone de manifiesto en la posesión de un sistema de
escritura que durante años trató de explicarse a la luz del fenicio o del vasco, pero que sólo
recientemente ha podido ser interpretado gracias a los esfuerzos de M. Gómez Moreno.

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Según opinión de Caro Baroja y A. García y Bellidos, entre otros, debe admitirse el carácter indígena de la
población íbera (en contraposición a las oleadas celtas) aun aceptando en sus remotísimos orígenes la posibilidad de
que se tratara de un elemento africano occidental muy mestizado con aportaciones mediterráneas.
Lamentablemente existe un gran vacío de información. Las fuentes literarias existentes
manifiestan un total silencio entre el apogeo del antiguo mundo tartésico y las primeras décadas
de dominación romana.
Muchos de los rasgos de su cultura pueden deducirse de la comparación con otros
pueblos de procedencia mediterránea mejor conocidos.
La institución monárquica, al igual que en el sur, existe fuerte en Levante. Algunos reyes
que se destacaron fueron: Edecon, rey de los edetanos, o los ilergetes Indíbil o Ivandenio aunque
fueron más bien caudillos que reyes propiamente dichos al estilo de los tartesios. Estas
monarquías, en pleno proceso de expansión, fortalecimiento e intento de constitución de una
confederación, son más recientes y la llegada de los romanos vino a interrumpir este proceso.
Como en otras culturas mediterráneas, la sociedad estaría estratificada en castas en las
que los extremos serían los nobles y los esclavos. En Levante esta diferenciación social no debió
ser tan marcada. La prueba está en que, ante una amenaza de guerra, todo el pueblo participaba
en la defensa normal de las ciudades.
En el área levantina no podemos hablar estrictamente de ciudades, se trata más bien de
meros poblados. Un ejemplo de poblado ibérico lo constituye Ensérune, construido en lo alto de
un cerro y protegido por importantes defensas. Desde allí se erige en centro de una extensión
agrícola que le está subordinada.
En lo que se refiere a su religión, puede afirmarse que se trata de un pueblo con una
intensa vida espiritual. Así lo prueban la escultura religiosa ibérica y las variadas
representaciones en cerámica. Pero no obstante su importancia, su verdadero sentido no ha
podido ser desentrañado todavía.
En cuanto al ritual funerario, practicaban la incineración (reducción de un cadáver a
cenizas), lo cual parece contrastar con la tradición del país, donde en etapas anteriores se
practicaba la inhumación (enterramiento). Este cambio debió producirse tempranamente. Cuando
los fenicios y griegos llegaron se encontraron con pueblos incineradores. Este cambio podría
obedecer a un doble estímulo: el céltico peninsular y el marítimo de origen helénico.
Este doble influjo explica el hecho de que este cambio ritual se generalizara.
Las sepulturas se hallan agrupadas en necrópolis donde se entierran, junto a las cenizas
dentro de urnas, el ajuar del difunto o sus armas, si era guerrero. A veces, se encuentran túmulos
sobre las sepulturas y en algunas ocasiones, estelas con inscripciones en carcteres ibéricos.
Los íberos se dedicaron principalmente a la agricultura y la ganadería y también de modo
importante desarrollaron trabajos de alfarería. La agricultura no debió ser muy apreciada entre
los íberos, puesto que se elude su tratamiento en los diseños de la cerámica, no ocurriendo lo
mismo con la ganadería, profusamente reflejada.
Si bien el proceso de romanización en la zona levantina tuvo que enfrentarse con la fuerte
identidad ibérica; por otro lado, hay que recordar que éste fue uno de los territorios que
primeramente recibió la presencia romana y que mayor número de colonos de ese origen tuvo
que soportar. Si a esto agregamos el hecho de que la llegada de los romanos viniera a interrumpir
la unificación que intentaba llevarse a cabo, puede entenderse cómo esta zona terminó siendo
totalmente romanizada. Sin embargo, recordemos que los íberos conservaron su escritura en
plena época de Augusto, lo que da cuenta de la pervivencia de usos nativos.

PUEBLOS DE ORIGEN INDOEUROPEO O INDOEUROPEIZADOS


Larga, compleja y no definitivamente resuelta ha sido la discusión sobre la presencia de
pueblos de origen pre-celta en España. Bajo esta denominación abarcamos a los ligures,
ambrones e ilirios.
Podemos encontrar referencias a los ligures desde Hesíodo (siglo VII a.J.C.), pero la
vaguedad con que los designa como "pueblo general del Occidente", en rigor, nada dice sobre su
presencia en la Península.
Avieno sitúa a los ligures fuera de Hispania, en la zona alpina. Sólo hay una referencia,
aislada, al la go Ligustino que estaría indicando la presencia de algún elemento ligur en las
cercanías de Tartessós.
Otros autores los sitúan en territorio íbero del que habrían sido desalojados.
Como se ve, las fuentes antiguas no brindan ninguna información precisa sobre este
pueblo. Sin embargo, los investigadores en aras de explicar la presencia de elementos
indoeuropeos preceltas en Hispania en relación a la antigua población prerromana, han elaborado
dos hipótesis:

1.- HIPÓTESIS LIGUR: el origen de este pueblo continúa siendo un enigma. Se los
encuentra ubicados en el NO de Italia, pero se ignora desde dónde llegaron para instalarse allí.
Para Menéndez Pidal, defensor de la presencia ligur en Hispania, se trataría de un pueblo
de Europa central de carácter mediterráneo en parte indogermanizado, al que se inclina por
llamar "ambrón", según la designación familiar utilizada por Suetonio. Se trataría, entonces, de
un pueblo que desde Italia habría emigrado hacia occidente, quizá conjuntamente con oleadas
migratorias célticas, y que justificaría la presencia de topónimos y sufijos de ese origen en
territorio español.
Otros estudiosos hablan de una población preindoeuropea de las Galias o bien de una raza
no indogermánica, pobladora de la Europa occidental.
Por la seriedad y especificidad de los trabajos desarrollados por Menéndez Pidal, nos
quedamos con su hipótesis que juzgamos la más adecuada para España.

2.- HIPÓTESIS ILIRIA: el más ferviente defensor de esta hipótesis fue el investigador
Pokorny, que en su afán de justificar la presencia iliria en Hispania, atribuyó a dicho origen
infinidad de topónimos, muchos de los cuales son bastante discutibles.
El pueblo ilirio, situado al E de Italia, habría realizado una gran avanzada sobre territorio
ligur (indoeuropeizando a sus habitantes) y posteriormente habría penetrado en España.
Menéndez Pidal acepta con cierto recelo la tesis de Pokorny. Acepta la presencia iliria
patente en los nombres de ríos, propio de un pueblo que coloniza los llanos, a diferencia de los
celtas que han dejado su huella en los nombres de montañas.
En síntesis, este autor establece para España una presencia ambro-ligur-iliria
representativa de la "inmigración de un pueblo centroeuropeo ya en parte indoeuropeizado".
Todo estudio en base a topónimos para determinar la presencia de oleadas preceltas
tropieza con la grave dificultad de haberse perdido todo conocimiento de las lenguas ligur e
iliria. Sólo la comparación con topónimos de las regiones supuestamente habitadas por estos
pueblos en Europa central ha hecho posible la extracción de las escasas conclusiones que se
tienen hasta el momento.

LOS CELTAS
Sobre la masiva presencia celta en la Península, atestiguada por los antiguos y por los
vestigios culturales que dejaron, no hay ninguna duda y sí mucho que decir.
El nombre de "celtas" () aparece entre los autores griegos del siglo V a.J.C. para
designar a las poblaciones bárbaras de la zona templada de Europa. Pueblo de vertero origen
indoeuropeo, su paso y estancia por Hispania se remontan al año 900 a.J.C. El mecanismo de las
invasiones celtas ha sido un largo y complejo proceso de penetración a través de los Pirineos que
se asemeja grandemente a las invasiones germánicas, que siglos más tarde, terminarían con el
Imperio Romano.
Estos movimientos migratorios fueron precedidos por una lenta infiltración de elementos
de la cultura europea (invasión de los campos de urnas) sobre las poblaciones de signo
afromediterráneo, que durante la Edad del Bronce, prepararían el clima para posteriores
invasiones.
P. Bosch explica las invasiones indoeuropeas por presiones que estos grupos de Europa
central habían sufrido por parte de tribus germánicas que a la vez emigraban con ellos.
Este autor reconoce:

1.- Un primer empuje germánico que produce el dislocamiento de los pueblos célticos
centrales que progresivamente se van desplazando a través de Francia hasta penetrar en la
Península.

2.- Un segundo empuje que, a través de Bélgica, reinicia el ciclo de las presiones de un
pueblo sobre otro, motivando un nuevo ingreso en la Península por el norte.

Al llegar a España estos pueblos, presionados por los que les siguen, provocan la
dispersión en todas las direcciones. Por eso aunque los encontramos concentrados en el Norte,
NO y la Meseta, también hallamos núcleos celtas en el Sur. A través de esa misma complejidad
puede explicarse también la presencia de elementos lingüísticos diversos, como ambrones, ilirios
y germanos que vinieron a superponerse y mezclarse con los elementos indígenas.
El influjo de la cultura celta, su presencia en relación con la población indígena, está en
relación directa con el factor densidad poblacional al momento de la invasión.
Al desecarse la Meseta, sus antiguos pobladores se retraen hacia las montañas, donde
desarrollan una vida de tipo pastoril, o hacia las tierras del occidente atlántico, donde con
mejores condiciones de medios naturales desarrollan una rica cultura, hacia fines de la Edad del
Bronce.
Los celtas se sintieron rápidamente atraídos por este foco cultural que se desarrollaría en
el NO y si bien vencedores, fueron fuertemente influidos por la densa población indígena. En
cambio, las tribus indeuropeas establecidas en la Meseta, prácticamente deshabitada, se
encontraban en pleno proceso emigratorio a la llegada de los romanos y sólo las armas y la
diplomacia romana lograron fijarlos en terreno tan inhóspito. Por asentarse en territorio
escasamente poblado por habitantes indígenas, los pueblos celtas de la Meseta conservaron más
plenamente sus rasgos culturales. Otro caso es el de los celtíberos, que siendo los últimos en
llegar a la Península, fueron los menos influidos por el sustrato peninsular y los más reacios a la
romanización.
En la España céltica pueden distinguirse tres grupos principales según los diversos
criterios que, en base al examen lingüístico, han sido aplicados por Antonio Tovar:

a) distribución geográfica de las centurias;


b) distribución geográfica de las gentilidades.

Centurias y gentilidades son formas de organización político-social intermedias entre la


familia y la tribu, que en alguna medida se equiparan a los clanes. Aunque es muy difícil precisar
este concepto pues varía de una tribu a otra. Son formas de organización propias de pueblos
indoeuropeos y que, por el contrario, no aparecen entre los íberos.

c) Área ocupada por restos de lenguas o dialectos celtibéricos.


Aquí el criterio de demarcación que se ha seguido es exclusivamente lingüístico.

A) DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LAS CENTURIAS: este tipo de organización


aparece en la región poblada por los "Calaicos" (extremo noroeste). Calaicos o también galaicos,
su nombre se vincula con el de otros celtas, los galos. A la llegada de los romanos se
encontraban en proceso de expansión por lo que se explica, que tras largas luchas, su nombre se
extendiera a toda la región: Gallaecia.
Esta región, en consecuencia, será tardíamente romanizada (se iniciará la romanización
hacia el último tercio del siglo II a.J.C.) retrasándose en parte, por las sostenidas contiendas que
debieron sobrellevar los romanos con los cántabros, sus vecinos.

B) DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DE LAS GENTILIDADES: abarca un área mucha


mayor (gran parte de la Meseta y la costa cantábrica, todo el centro y el oeste) y corresponde a
los territorios históricamente ocupados por los astures, cántabros, pelendones, vettones y
carpetanos.
Los astures, situados en la porción más occidental, culturalmente configuraron una zona
de contacto entre los galaicos y los pueblos de la Meseta. Al este de los astures se situaban los
cántabros, quienes se destacaron por la bravura y la resistencia que opusieron a los invasores
romanos. Situados en la zona montañosa, se caracterizaron por una extrema rudeza. La etnología
de este pueblo de costumbres próximas a los vascos y que lo distancian de sus vecinos, no puede
precisarse. Algunos les atribuyen origen ligur-ibérico-celta, otros los hacen indígenas
francocantábricos con influjo ibérico. En síntesis, sólo hipótesis. En cambio, sí puede afirmarse
que el territorio cántabro fue totalmente celtizado como lo demuestran los testimonios
lingüísticos y arqueológicos.
Entre los pueblos de la Meseta se encontraban los vacceos de proverbial belicosidad, ya
conocidos en tiempos de Aníbal, que al momento de la invasión romana estaban emigrando. Pese
a los esfuerzos de Roma, fue muy ardua la tarea de fijarlos y estabilizarlos.
Entre el Tajo y el Duero se encontraban los vettones, pueblo ganadero, de potente
personalidad manifiesta en la larga conservación de la onomástica céltica.
Más al sur, estaban los carpetanos, de origen dudoso, tal vez ligures, en los que se puede
observar la influencia de la avanzada cultura del Sur.
Vinculado con éstos dos últimos, pero en una situación bien diferente, sobre el margen
occidental, se encontraban los lusitanos, que algunos suponen de origen ibérico aunque no haya
podido comprobarse tal aserto. Existen importantes huellas de celtización, pero el elemento
indígena no puede descartarse. Extensión densamente poblada, de ricas ciudades, sus habitantes
fueron temidos por los romanos.

C) ÁREA OCUPADA POR LOS CELTÍBEROS: los celtíberos ocuparon la parte oriental
de la Meseta. Su estudio merece un capítulo aparte por sus rasgos peculiarísimos.
Se trata de un complejo racial que Diodoro (escritor de los tiempos de Augusto) explica
del siguiente modo:

"Estos dos pueblos, íberos y celtas, en otro tiempo habían peleado entre sí por causa del
territorio; pero hecha la paz, habitaron en común la misma tierra; después, por medio de
matrimonios mixtos, se estableció afinidad entre ellos y por esto recibieron un nombre común".

La presencia de los primeros celtas en este territorio data del siglo VI a.J.C. A éstos hay
que agregar oleadas posteriores. Puede remitirse a los siglos IV a III a.J.C. la configuración de
esta nueva personalidad racial del centro peninsular.
Se suele dividir el territorio, así lo hicieron los romanos, en dos:

1) Celtiberia ulterior: hacia el interior, actual provincia de Soria. Región montañosa y


áspera, sólo favorable para la ganadería, donde se observan construcciones defensivas del tipo de
los castros, correspondientes a la cultura hallsttática. En esta zona se asentaron los arévacos y
pelendones, pueblos pastores trashumantes.

2) Celtiberia citerior: hacia el este, limitando con los íberos. Es también en parte, zona
agreste; pero menos pobre que la anterior. En general, es llana y propicia para el cultivo de
cereales y hortalizas. Esto unido a su próspera metalurgia la erigió en una extensión rica.
En su territorio se hallaban comprendidas las tribus de los bellos tittos, los celtíberos
propiamente dichos y los lusones que algunos pretenden vincular con los lusitanos
atribuyéndoles carácter ibérico, lo que no ha podido ser comprobado. Más bien se trata de un
grupo celta y hermano de los celtíberos.

Esta división, como se ve, se fundamenta en diferencias geográficas, que los romanos
supieron aprovechar en su organización.
Pero si los celtíberos han sido frecuentemente considerados y atendidos por las fuentes
romanas ha sido, sobre todo, debido a la índole de su personalidad, por sus rasgos definidores
que de alguna manera heredaría el pueblo español.
Pueblo de un extremo orgullo y gran altivez, los celtíberos, despreciaban el peligro, se
mostraban indiferentes ante el dolor. El amor por la libertad era la bandera que esgrimían ante
los invasores. Pero así como se mostraban crueles con los enemigos que ponían en peligro su
independencia, también sabían ser buenos huéspedes y fieles a la palabra empeñada.
El más claro ejemplo de su valor lo constituye el episodio del sitio de la ciudad celtíbera
de Numancia, a la que sólo tras largo asedio y por el hambre, lograron sojuzgar los romanos.
Junto a los cántabros y vascos, los celtíberos constituyen la mayor oposición que los
romanos tuvieron que superar en la Península.
En todo el dominio celta puede observarse que no se había operado aún el proceso de
individualización del poder, propio de los pueblos ibéricos. La organización política típica era la
Asamblea popular y el Consejo de Ancianos. Sólo esporádicamente surgió el régimen del
caudillaje ante situaciones apremiantes como ante el caso de la presencia invasora romana. No
obstante, han llegado hasta nosotros los nombres de algunos príncipes celtíberos que parecen
denunciar un régimen aristocrático militar más que monárquico.
En lo referente al aspecto social hay que decir que aunque en algunas regiones (ej. zona
cantábrica) se mantuvieron algunos derechos femeninos que pudieran hacer pensar en una
organización matriarcal, tales resabios no son suficientes y pueden explicarse por el fondo étnico
indígena, no así por la configuración celta, fuertemente patriarcal.
Debieron existir diferencias sociales entre los celtas ya que con frecuencia se hace
mención a la presencia de siervos o esclavos, probablemente pertenecientes a una etnia diferente
sojuzgada. Las diferencias sociales parecen extremarse hacia occidente, entre los lusitanos (ej.
relato de las bodas de Viriato).
Pueblo eminentemente guerrero, vemos participar a los celtas como mercenarios en favor
de turdetanos o cartagineses, incluso fuera de la Península. Son característicos del área celta los
hábitats fortificados o fuertemente amurallados a modo de castillos inexpugnables aprovechando
los accidentes geográficos, denominados castros.
Desarrollaron la metalurgia del hierro a la par que dieron origen aun arte, muchas veces
poco valorado, por su aparente simplicidad. Frente a las manifestaciones realistas ibéricas
aparece el arte celta con su tendencia a las formas geométricas, más propio de un pueblo dado a
las abstracciones, vuelto sobre sí mismo.
En cuanto al aspecto religioso, no existió en la Península una clase sacerdotal comparable
a los druidas galos. En gran medida los celtas de la zona NO, al menos, incorporaron en sus ritos
el culto de las divinidades autóctonas, las que parecen estar en íntima relación con la Naturaleza.
En toda el área céltica se practicaron sacrificios de animales con carácter propiciatorio ritual e
incluso en algunas ocasiones, se practicaron sacrificios humanos, los que no debían resultar del
todo extraños en la Península ya que eran frecuentes entre los cartagineses.
La cultura del pueblo celta habría pasado por distintas etapas, atestiguadas de modo
desigual en la Península.
A la civilización de los "campos de urnas" (urnenfelder) que invade todo el Occidente
europeo llegando incluso a Hispania, le sigue la "civilización hallsttática" (yacimiento de
Hallsttat, en Alemania) que se caracteriza por la aparición y desarrollo de la siderurgia aplicada
sobre todo al armamento, y finalmente se completa esta evolución con la "civilización
lateniense" (yacimiento de La Tène, en Francia) o período clásico para esta cultura.
La primera y más antigua corresponde a un notable grado de producción y consumo de
objetos de bronce. El final de la Edad de Bronce parece señalar la desintegración social
igualitaria de los urnenfelder, y la progresiva diferenciación de una clase guerrera privilegiada
(estratificación social), a juzgar por las sepulturas del período hallsttático, ricas en armas
portentosas enterradas junto al muerto. En esta etapa puede apreciarse la coexistencia de ritos
funerarios de inhumación e incineración. El cadáver del jefe era llevado a la sepultura sobre un
carro en un importante ceremonial y enterrado con sus pertenencias (espadas, carro, alimentos,
etc.) en una cámara cubierta por un túmulo.
Del período hallsttático hay evidentes huellas en Hispania aunque en el área celta no ha
podido encontrarse ningún caso de inhumación. Los celtas que entraron en la Península eran
incineradores y sin duda, influyeron en la generalización del cambio de ritual funerario operado.
Las necrópolis peninsulares adoptan ambas formas de enterramiento:
- campos de urnas;
- túmulos.
Al contacto con las civilizaciones griegas y etruscas en la costa septentrional del
Mediterráneo, se opera un progresivo cambio en el mundo hallsttático que, alrededor del siglo IV
a.J.C., asimila completamente las influencias mediterráneas dando lugar a la cultura de La Tène.
Se trata de un arte aplicado a los pequeños objetos: joyas, fíbulas, vajilla, monedas,
cerámica, armas, escudos. En este arte pueden verse en una primera etapa influencias etruscas
(siglos V y IV a.J.C.), luego llega a un equilibrio clásico (siglo IV a.J.C.), el que concluye con un
período manierista (siglos III y II a.J.C.).
Los elementos celtas no son incorporados tal y como se dieron en la Europa occidental.
En Hispania se produce una asimilación y transformación que da lugar a manifestaciones
culturales originales. Son numerosos los objetos de arte donde se aplican los elementos
decorativos latenienses. En Castilla, se han encontrado las típicas espadas largas con
empuñadura detalladamente trabajada, propias de este período.
Como hemos podido observar a lo largo de estas líneas, al presencia celta en la Península
resulta de un peso avasallante, de allí que haya dejado huellas imborrables que se manifiestan en
la índole del pueblo español. El papel de la cultura celta se magnifica si pensamos que constituyó
un factor aglutinante, propiciatorio de una homogeneización lingüística y arqueológicamente
comprobada.
Siendo los últimos en llegar a Hispania y encontrándose en plena expansión, concretando
una simbiosis con las poblaciones de más larga data en la Península y poseyendo una gran
autoestima de sus cosyumbres, se resistieron tenazmente a la dominación romana. En mayor o
menor medida, resultaron un problema para las aspiraciones imperiales. El período de
bilingüísmo debió ser extenso, pues los celtas, orgullosos de su estirpe difícilmente abandonarían
su lengua; de allí que podamos atribuir a la lengua celta el carácter de sustrato respecto del latín
de los conquistadores.

LOS VASCOS
La zona del Alto Ebro aparece habitada por pueblos cuyo origen étnico ha sido difícil de
precisar. En esta región las fuentes antiguas ubican a várdulos, caristios, autrigones y vascones.
De todos ellos, el que reviste una importancia fundamental para nuestro estudio es el
pueblo vasco, cuya lengua desde un pasado remoto se extiende hasta nuestros días, único
ejemplo de pervivencia de una lengua prerromana en la Península. Aun así, resulta tarea ardua
poder reconstruir la lengua hablada por este pueblo en el pasado debido a la escasez de datos
epigráficos de la región y al hecho de que las influencias de pueblos vecinos e invasores
impusieron, sin duda, modalidades que nos alejan de la lengua originaria.
Más difícil resulta aún precisar su origen étnico. Durante mucho tiempo se defendió la
hipótesis de que se trataría de un pueblo de procedencia africana cuya lengua presentaría
coincidencias con las lenguas camíticas como el bereber, el copto, etc.
Más recientemente, ha podido vinculárselos con regiones muy lejanas de la Península,
desde donde habrían emigrado remotamente. Se les adjudica origen caucásico, lo que los hace
evidentemente diversos del resto de los habitantes hispanos. De todos modos, su presencia muy
antigua en Hispania los convierte en aborígenes.
También resulta de particular interés el conocimiento de su personalidad que durante
siglos ha permanecido inalterable.
Pueblo montañés, dedicado al pastoreo, no dado a frecuentes contactos relacionales con
otros pueblos, cerrado y habituado a la vida ruda del medio geográfico, desarrolló un carácter
áspero. En semejantes condiciones no pudieron desarrollar una cultura floreciente y destacada
como los centros del Sur y el Este. Sin embargo, poseyeron un rasgo definitorio: el apego a su
tierra y la conciencia del valor de su raza, por lo que rechazaron todo intento de sojuzgamiento
romano.
De hecho, el vasco fue el territorio más tardíamente dominado y nunca verdaderamente
romanizado. Aunque no puede negarse que de algún modo la cultura superior romana los haya
subyugado. La prueba está en el gran número de voces latinas acogidas por el vascuence aunque
adaptadas a las peculiaridades de su lengua.

Ej.: errota 'molino' < rota 'rueda'; pesta, besta < festa.

Tan fuerte es la conciencia de su identidad y disparidad respecto del resto de Hispania


que jamás fueron realmente incorporados y asimilados a la unidad española; conflicto que hasta
el día de hoy continúa sin resolverse.
Siendo ésta su naturaleza, jamás abandonaron su lengua, representación de la raíz más
profunda de la cultura de un pueblo. De allí que importantes rasgos de su lengua podamos
descubrirlos en el romance castellano. Pero la acción del vascuence no se limita a los tiempos
pretéritos en que ejerciera acción de sustrato, se extiende en etapas posteriores donde siguió
ejerciendo su influjo sobre el romance como adstrato.

PUEBLOS DE PERMANENCIA TRANSITORIA EN LA PENÍNSULA


En este apartado debe considerarse la presencia en la Península de pueblos que, a
diferencia de los anteriormente estudiados, no constituyeron núcleos de población estable debido
a la forma que revistió su asentamiento: colonias que con fines comerciales oficiaban de bases de
reabastecimiento e intercambio en las grandes rutas mercantiles del mundo antiguo. En esta
situación se encuentran las colonias fenicias, griegas y cartaginesas.
Los primeros en fijar su asiento en la Península fueron los fenicios. Tras la decadencia
aquea, Tiro y Sidón heredaron y ampliaron el comercio marítimo por el Mediterráneo.
No se sabe con exactitud cuándo llegaron a Occidente. Timeo (III a.J.C.) recoge una
tradición según la cual antes de la fundación de Gádir, primera colonia fenicia en territorio
hispánico (1100 a.J.C.), los fenicios ya navegaban con fines comerciales la zona, incluyendo el
norte de Africa. Según el testimonio de Estrabón (I a.J.C.) la expansión de los fenicios que
implicaba la fundación de colonias se produjo después de la caída de Troya. Según esta misma
fuente los fenicios habrían extendido sus viajes más allá del Estrecho de Gibraltar. De hecho, la
fundación de Gádir, nombre deformado por los romanos (Gades) y árabes (Qadis), actual Cádiz,
más allá de las columnas de Hércules, así lo indican.
Los fenicios habitaron primitivamente en la costa de Almería hasta Cartagena, luego se
extendieron hasta Málaga, donde los tirios allí establecidos se dedicaron al comercio y a la
industria, principalmente la de salazón. Estas industrias al prosperar en tiempos cartagineses
dieron lugar a las colonias de Malaka, Sexi y Abdera.
El poder fenicio debió ser grande ya que Estrabón alude a la lucha entablada entre tirios y
turdetanos, que terminara con el vasallaje de estos últimos.
Cuando hacia mediados del siglo IX a.J.C. Tiro queda sojuzgada por los asirios y hacia
fines del siglo VIII sufre duros asedios, comienza su declinación y la pérdida del dominio sobre
el mar. La decadencia de Tiro será remediada por el rápido auge de colonias más jóvenes como
Cartago.
Desde el año 654 a.J.C., los cartagineses se establecen en Ibiza, punto estratégico, ya que
era la escala obligada desde Oriente hacia el emporio de los metales. Hasta entonces ese puente
de islas: Italia, Sicilia-Cerdeña-Menorca-Mallorca-Ibiza, era utilizado por los griegos para llegar
a Tartessós. Pero fueron los cartagineses quienes se adelantaron en fundar allí una colonia que
llamaron Ebysos (Ebusus para los romanos, después Ibiza) "tierra de pinos" o "tierras del dios
Bes".
Los griegos desplazados del sur, se asentaron en el este. En las cercanías de Málaka
fundaron la colonia de Mainake y más al norte Massalía (600 a.J.C.), Alalíe (560 a.J.C.) y
Emporion (550 a.J.C.).
Los griegos debieron conservar a duras penas la colonia de Mainake; pero gozaron de
prestigio entre los tartesios. Así lo prueba el hecho de que Arganthonios, rey tartesio, hacia el
siglo VI a.J.C. asumiera una posición filhelenista (los tartesios verían en los griegos a sus
liberadores del monopolio cartaginés) y antipúnica en el conflicto que acarrearía la destrucción
de Alalíe y en consecuencia, la decadencia de Tartessós.
A la thalassokratia focense, que sólo duraría 50 años, le sucede el predominio naval
cartaginés.
Eliminada la competencia griega, Cartago empezó a pensar en la extensión de sus
dominios por el Mediterráneo, lo cual significaba entrar en una nueva rivalidad, esta vez con los
romanos.
La expansión se realizaría por vía terrestre, para lo cual se hacía indispensable el dominio
de la Península Ibérica. La presencia cartaginesa en Hispania nunca fue profunda, se limitó a la
zona costera con algunas incursiones en el interior. Tras la derrota en la Primera Guerra Púnica
se debilita su poder en la Península. Un ejemplo de la oposición que debieron encontrar en la
población hispana lo constituye el hecho de que Amílcar tardó nueve años en someter a los
íberos y nunca fueron asimilados bajo un régimen gubernativo estable como el más tarde
impondría Roma.
Es justamente en ocasión de la Segunda Guerra Púnica que se opera la penetración
romana en Hispania, hecho clave, año cero, para la historia de la lengua española.
La importancia de los pueblos estudiados en este apartado radica en que en mayor o
menor medida han dejado su huella cultural en el sur y este peninsulares. Sobre todo los griegos
en contacto con los íberos han permitido la presencia de elementos de las culturas del
Mediterráneo oriental que, fusionados con los indígenas, han originado un arte muy especial. En
todo caso, todos han contribuido al reforzamiento de los rasgos mediterráneos de los pueblos
preexistentes.
Y aunque como pueblos de permanencia transitoria, sin voluntad de afincamiento,
difícilmente pudieran dejar huellas en lo lingüístico, su presencia debió influir en la constitución
de los sistemas de escritura que florecieron en el este y sur de la Península.

RESUMEN DIDÁCTICO ELABORADO PARA LA CÁTEDRA DE HISTORIA DE LA


LENGUA ESPAÑOLA POR LA PROF. MARÍA TERESA TONIOLO.

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