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EL CONCEPTO DE CONTRATO

Autor:  Rivera, Julio César

Cita: RC D 1612/2017

Tomo: 2016 3 Contratos - Parte general


Revista de Derecho Privado y Comunitario

Sumario:

I. Nociones introductorias. 1. La teoría general de los hechos y actos jurídicos y la teoría


general del contrato. 2. Noción básica de contrato. 3. El contrato como operación
económica y jurídica. 4. La utilidad social del contrato. 5. La noción de contrato a lo
largo del tiempo. Evolución. 6. El contrato en el Derecho Romano. 7. La formación del
concepto moderno de contrato. 8. La noción de contrato desde la codificación. II. La
noción de contrato en el CCyC. 9. Definición legal. 10. Elementos. a) Acto voluntario.
b) La manifestación de la voluntad. c) El conflicto entre la declaración y lo
efectivamente querido. d) El consentimiento. 11. Los distintos tipos de contratos: su
recepción en el CCyC. a) Contratos de consumo. b) Contratos por adhesión a cláusulas
generales predispuestas. c) Contratos de larga duración. d) Contratos internacionales.
12. Conclusiones: respuesta a una crítica injustificada. III. Otras cuestiones. 13. El
contrato como acto y como fuente de derechos. 14. Contrato y convención. 15.
Contratos comerciales y civiles. 16. Contrato y cuasicontrato. 17. Contrato y relaciones
contractuales de hecho. 18. Partes del contrato. a) Texto legal. b) Concepto de parte. c)
Otorgante. d) Representante. e) Transmisión de la calidad de parte. 19. Partes e intereses
con-trapuestos. 20. Consentimiento. a) Introducción. b) Cómo se manifiesta el con-
sentimiento. 21. Ámbito del contrato. a) Efectos del contrato. b) Contrato y Derechos
Reales. c) Contrato y Derecho de Familia. d) Contrato y Derecho Sucesorio. e) Contrato
y derechos intelectuales. 22. Patrimonialidad de la relación jurídica. a) Patrimonialidad
de la relación jurídica e interés no patrimonial. 23. Otros requisitos del contrato. IV.
Extensión del contrato fuera del Derecho Privado. 24. Contrato y Derecho
Administrativo. 25. Contrato y Derecho Internacional Público.

EL CONCEPTO DE CONTRATO

I. Nociones introductorias
1. La teoría general de los hechos y actos jurídicos y la teoría general del contrato
Spota condensaba la definición doctrinaria diciendo que el contrato es un acto jurídico
bilateral y patrimonial [1]. 
En realidad el contrato es el acto jurídico bilateral por excelencia [2]. De donde, lo que
se predica de los actos jurídicos bilaterales -o plurilaterales- se predica del contrato. 
De allí que en numerosos códigos no aparece una teoría general de los actos jurídicos,
sino que directamente se trata del contrato; así, entre los más modernos, el Código Civil
de Quebec (1994), el Código Civil peruano (1984), el italiano (1942), etcétera. 
Entre nosotros, en cambio, ha predominado la idea de incorporar al Código una "parte
general" que contiene la regulación de los elementos de la relación jurídica: sujeto
(personas físicas y jurídicas), objeto (los derechos sobre los bienes y cosas, que
constituyen el patrimonio), la causa, esto es, los hechos y actos jurídicos. Y sin perjuicio
de estas reglas, se agrega una "teoría general del contrato". Así lo propiciaron todos los
proyectos de renovación integral de la codificación (Anteproyecto Bibiloni, Proyecto de
1936, Anteproyecto de 1954 y Proyecto de 1998). Y es, finalmente, la metodología
seguida por el CCyC que nos rige desde el 1° de agosto de 2015. 
De allí entonces que existan instituciones que se regulan en la "parte general" que tienen
aplicación en materia de contratos: los vicios de la voluntad (error, dolo, violencia), los
vicios de los actos jurídicos (lesión, simulación, fraude), y reglas que se superponen por
estar expuestas tanto en el libro de la Parte General cuanto en las normas dedicadas a
contratos, como sucede con las que se dedican al objeto y la causa.
2. Noción básica de contrato
Hemos anticipado que Spota definía al contrato como acto jurídico bilateral y
patrimonial. 
Con ello da a entender que el contrato es un acto voluntario lícito, en el que actúan por
lo menos dos partes que prestan su consentimiento, que tiene por finalidad inmediata
establecer entre ellas relaciones jurídicas [3] y cuyo objeto es patrimonial. 
Esas relaciones jurídicas son fundamentalmente crediticias: en definitiva, por efecto del
pacto que se concluye por la sola voluntad de las partes, ellas asumen el rol de acreedor
o deudor de una obligación, y pueden servir de título a la transmisión o constitución de
un derecho real. Como veremos más adelante, en el Derecho argentino también son
contratos los actos jurídicos por los que las partes acuerdan transmitir, modificar o
extinguir esas relaciones jurídicas. 
Por ahora basta con tener presente este concepto básico para entrar a la explicación de
algunos conceptos introductorios.
3. El contrato como operación económica y jurídica
El contrato es el centro de la vida de los negocios; es un instrumento práctico que
realiza las más variadas finalidades de la vida económica que requieran la composición
de intereses inicialmente opuestos o no coincidentes. Es con el contrato que las personas
humanas y las empresas satisfacen múltiples necesidades de su vida diaria. 
Esto es el contrato como fenómeno práctico, o sea, como hecho económico [4]. 
Ahora bien, el contrato es también institución jurídica. Más allá de las disquisiciones, lo
cierto es que todos los ordenamientos jurídicos positivos atribuyen fuerza obligatoria al
contrato y para ello determinan sus elementos (sujeto, objeto, causa, forma), y las
condiciones bajo las cuales el contrato debe celebrarse, interpretarse y ejecutarse.
4. La utilidad social del contrato
Venimos de señalar que el contrato es el instrumento práctico que permite a las personas
la satisfacción de muchas de sus necesidades materiales. Por medio del contrato, los
bienes son objeto de cambio o circulación; es además el instrumento jurídico para que
advenga el crédito, se produzca la cooperación, se satisfagan exigencias atinentes a la
garantía, a la gestión y al trabajo. Se trata, pues, de un instrumento de progreso
social [5]. Por todo ello es instrumento capital para el funcionamiento de la economía de
mercado [6], y las interpretaciones del contrato deberán tener en cuenta la finalidad
económica perseguida por las partes al celebrarlo, como lo resolvía el Código de
Comercio y lo consagra ahora el artículo 1065, inciso c, del CCyC. 
Como es universalmente conocido, el contrato clásico regulado por los códigos
decimonónicos se estructuró sobre las ideas de libertad e igualdad, y supone entonces
dos contratantes en pie de absoluta igualdad que como tales negocian libremente sus
intereses. 
Pero lo cierto es que esa libertad e igualdad jurídicas no tienen necesario reflejo en la
realidad. Y es por ello que se ha señalado hace ya tiempo que el contrato puede ser
también un instrumento de opresión económica, lo que sucede -por ejemplo- cuando
una de las partes actúa en situación de monopolio legal o de hecho, con el resultado de
quitar al otro la libertad de contratar. 
De allí que deba reconocerse que al lado del contrato clásico existen otras categorías,
tales como los contratos por adhesión, los sujetos a condiciones generales, los contratos
al consumidor. Contemporáneamente el desarrollo del comercio internacional y nuevos
tipos de relacionamientos entre empresas llevan a advertir caracteres peculiares en
los contratos de larga duración y en los contratos internacionales. 
Todo ello tiene reflejo en la regulación que el CCyC hace del contrato.
5. La noción de contrato a lo largo del tiempo. Evolución
Es imperioso hacer una breve descripción de la evolución histórica de la noción de
contrato. Ello así pues resulta -si no imposible- muy difícil entender las instituciones
jurídicas en sus perfiles actuales si no se atiende a su desenvolvimiento en las distintas
épocas y en las distintas sociedades; es, en definitiva, lo que se conoce como método
histórico comparativo. Y en el caso del contrato es particularmente relevante porque
efectivamente la noción ha pasado por distintas etapas hasta llegar al día de hoy donde -
como anticipamos- no hay una noción única de contrato sino que hay diversas
categorías, cada una de las cuales se estructura alrededor de ciertos principios que son
comunes a todas pero también con otros que son propios de esa categoría.
6. El contrato en el Derecho Romano
Muchas instituciones del Derecho patrimonial contemporáneo reconocen su origen en el
Derecho Romano. 
Pero ello no  acontece con el concepto de contrato. 
La noción actual de contrato como acuerdo de voluntades que produce ciertos efectos
jurídicos poco tiene que ver con lo que el Derecho Romano -al menos originalmente-
concibió como tal. 
Es que en el Derecho Romano la noción de contractus se aplicaba a ciertas figuras
típicas que causaban una obligación sólo si se satisfacían determinados ritos solemnes.
Cierto es que esta idea evolucionó y se reconoció acción a quien había dado alguna cosa
para recuperarla (origen de los contratos llamados "reales"); así como el pretor
reconoció acción para obtener el cumplimiento de lo prometido en ciertas convenciones
que no eran contractus. El Derecho Romano también conoció ciertos pactos que eran
verdaderos acuerdos de voluntades, pero ellos no producían efectos jurídicos. 
De allí que Díez-Picazo concluye que en el Derecho Romano no existía una relación
clara entre las ideas de contrato y acuerdo de voluntades. Es recién en el Derecho
bizantino que se aproximan ambas ideas [7].
7. La formación del concepto moderno de contrato
Díez-Picazo explica con singular claridad cómo la concepción del contrato como fuente
de obligaciones causadas en la voluntad de las partes es el resultado de la confluencia de
distintas corrientes de pensamiento. Y lo sintetiza de la manera que sigue. 
Los canonistas advirtieron que toda promesa debía ser cumplida; quien no lo hiciera
incurría en una violación a la palabra empeñada, lo que importaba quebrantar principios
éticos y religiosos. 
En otro plano absolutamente distinto al anterior se muestra el nacimiento y desarrollo
del Derecho Mercantil. Impuesto como un Derecho de clase por los mercaderes ricos y
políticamente poderosos, tiene como un objetivo la liberación de las trabas formales -
propias del Derecho Romano- y la imposición del deber de cumplir los pactos. Los
tribunales de mercaderes -tribunales consulares- impusieron esta regla. 
Finalmente, los desarrollos de la Ilustración y la Escuela del De-recho Natural
permitieron concluir que el fundamento racional de la creación de las obligaciones se
encuentra en la voluntad de los contratantes. 
De este modo se llega a identificar al contrato como todo acuerdo de voluntades por
medio del cual las partes se obligan [8].
8. La noción de contrato desde la codificación
El concepto de contrato que acabamos de dar es el que asumen los códigos
decimonónicos. Así, el artículo 1137 del Código de 1869 decía: "Hay contrato cuando
varias personas se ponen de acuerdo sobre una declaración de voluntad común,
destinada a reglar sus derechos". 
Como ya se dijo, se partía de la idea de que las partes eran libres para contratar o no
contratar y de que cuando lo hacían eran jurídicamente iguales. Por ello, lo convenido
era una regla a la cual debían ajustarse como si fuera la ley misma; así lo disponía el
artículo 1197 del Código Civil de 1869, agregando la nota puesta al pie del artículo 943
bajo el epígrafe Lesión enorme o enormísima: "El consentimiento libre, prestado sin
dolo, error ni violencia y con las solemnidades requeridas por las leyes, debe hacer
irrevocables los contratos". 
Esta concepción de la fuerza obligatoria casi absoluta del contrato ha sufrido
restricciones importantes a lo largo del siglo XX y lo que va del presente en virtud de
distintas circunstancias que actúan de consuno. 
En particular pueden señalarse como factores que han incidido restringiendo el papel de
la voluntad en la formación contractual: 
- La masificación de la contratación, que obedece no sólo a la masificación de las
relaciones sociales, sino también, y principalmente, a la aparición de la empresa como
sujeto de las relaciones económicas; la empresa celebra multiplicidad de contratos con
los sujetos individuales o con otras empresas y generalmente estandariza o uniforma los
contratos que ha de celebrar, poniendo entonces al sujeto individual que se vincula con
ella en la mera posibilidad de aceptar un contenido del contrato ya predispuesto. 
- El rol que juega el Estado en la regulación de las relaciones económicas; el Estado
tuvo una intervención notable en distintos sectores de la economía, lo que se tradujo en
su interferencia en las relaciones jurídicas privadas. Así, el Estado fija precios y tasas de
interés, impone plazos mínimos para el contrato de locación destinado a vivienda o
comercio, regula los mercados de múltiples productos, y controla la concurrencia de
modo de evitar prácticas monopólicas, etcétera. 
- Las crisis económicas pueden señalarse como tercer factor fundamental de la
evolución de la materia que estamos tratando, y en particular la inflación, que ha
exigido el abandono de los principios básicos del Derecho Privado, en particular el
nominalismo monetario, sustituido por el realismo o valorismo, así como la
intervención del legislador o de los jueces modificando el contenido contractual cuando
por imperio de las nuevas circunstancias económicas éste hubiese sido alterado en tal
forma que hubiese perdido su equilibrio inicial. También las guerras europeas han dado
pie, en los países que sufrieron más gravemente sus consecuencias, a la intervención
legislativa y judicial para la modificación, alteración o reajuste de las prestaciones
contractualmente impuestas. 
- Por último, en la doctrina, la jurisprudencia y la legislación se ha acentuado el carácter
social de la contratación, es decir que se abandona el individualismo absoluto de los
códigos del siglo XIX en aras de obtener un verdadero equilibrio contractual y, sobre
todo, la protección de la parte más débil del contrato. 
Es que la autonomía de la voluntad y sus consecuencias, la libertad de configuración,
partían, según ya se ha señalado, de la idea de igualdad jurídica de las partes. Pero las
diferencias económicas entre ellas, en particular en la contratación con las grandes
empresas, puso de relieve la necesidad de que el Estado, a través de los jueces o de la
legislación, acudiese en protección de la parte más débil. 
Así, se recurrió a los principios de la buena fe, la moral y las buenas costumbres, que
nuestro Código de 1869 recogía en el artículo 953. Y se elaboraron doctrinas o se
reflotaron ideas provenientes del Derecho Romano que se tradujeron en la
incorporación a los códigos de figuras que constituyen una restricción notable a la
autonomía de la voluntad; tales son el abuso del derecho, la lesión y la imprevisión, a
las que puede adicionarse la doctrina según la cual no puede una parte volverse sobre
sus propios actos anteriores; todas ellas, en definitiva, derivaciones del principio
cardinal de buena fe que el CCyC consagra como regla general en el artículo 9°. 
Por lo demás y como ya lo hemos señalado, la doctrina, la jurisprudencia y la
legislación se han hecho cargo de la existencia de distintas categorías o tipos de
contratos. No es lo mismo un contrato celebrado entre dos grandes empresas que tienen
un poder de negociación semejante que el contrato celebrado entre una gran superficie
de comercialización (un hipermercado) y el consumidor que se lleva una lata de tomates
o una impresora para la computadora. Por más que en ambos casos existe un contrato, lo
cierto es que nadie podría sugerir hoy en día que ellos se rigen por los mismos
principios. En el contrato entre las empresas siguen funcionando los esquemas del
contrato clásico; los contratos al consumidor tienen principios -y reglas- distintos, en los
que prevalece la finalidad tuitiva de la parte débil. 
Del mismo modo es una evidencia innegable que una gran masa de contratos, aun
excluidos de la calificación de contratos al consumidor, se celebran por adhesión a
formularios predispuestos, lo que impone al Estado -en sus diversos estamentos- el
control de sus contenidos, pudiendo el contrato subsistir aun suprimidas las cláusulas
que revelen un aprovechamiento de la predisposición. 
Y, como ya señalamos, hay algunos contratos propios de la economía actual que
requieren también alguna adaptación de los esquemas clásicos. Nos referimos a los
contratos de larga duración, o sea aquellos en los cuales el tiempo resulta esencial para
el cumplimiento de su finalidad, y a los contratos internacionales que tanto pueden ser
entre empresas como al consumidor, y cada una de esas subespecies requerirá sus
propias adecuaciones. 
De todo lo cual resulta que el contrato clásico, como acuerdo de voluntades entre dos
sujetos igualmente libres, queda como una suerte de telón de fondo de múltiples
especies del género: los contratos por adhesión a cláusulas generales predispuestas [9],
los contratos al consumidor, los contratos de larga duración, los contratos
internacionales.
II. La noción de contrato en el CCyC
9. Definición legal
El artículo 957 del CCyC define al contrato como "el acto jurídico mediante el cual dos
o más partes manifiestan su consentimiento para crear, regular, modificar, transferir o
extinguir relaciones jurídicas patrimoniales". 
La definición legal reproduce el inciso 1° del artículo 899 del Proyecto de 1998.
10. Elementos
La definición de contrato que proporciona el artículo 957 lo relaciona con el acto
jurídico mediante el cual dos o más partes manifiestan su consentimiento para crear,
regular, modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales. 
Con lo cual entran en juego los siguientes conceptos: voluntad, consentimiento y
manifestación del consentimiento.
a) Acto voluntario
Acto voluntario es el ejecutado con discernimiento, intención y libertad; éstos son los
denominados comúnmente elementos internos del acto voluntario.
b) La manifestación de la voluntad
El CCyC dice con toda claridad que el acto voluntario "se manifiesta por un hecho
exterior" (art. 260). 
Los artículos 262 a 264 tratan de cómo se manifiesta la voluntad.
c) El conflicto entre la declaración y lo efectivamente querido
Un tema clásico en la literatura jurídica es el del conflicto entre lo manifestado y lo
efectivamente querido por aquel que emitió la declaración de voluntad. 
Tradicionalmente los autores han planteado el problema de la voluntad interna y la
declaración en los siguientes términos: si la voluntad interna no coincide con la
declarada, ¿qué debe prevalecer: lo declarado o lo efectivamente querido por el agente?
Ese planteamiento parece limitarlo a la esfera del declarante. Pero donde el problema se
manifiesta con mayor agudeza es cuando las declaraciones de voluntad están dirigidas a
terceros (declaraciones recepticias), que, como tales, constituyen el punto de partida de
relaciones jurídicas; típicamente la oferta. 
De allí que el problema pasa a radicar en que la declaración puede hacer creer a otros
que tiene un contenido distinto de lo efectivamente querido por el agente. 
En otras palabras, como lo expone Larenz, la cuestión es: "ante una declaración de
voluntad, ¿cuál es el significado que vale para el Derecho: es el que ha querido dar el
declarante, el que ha entendido el destinatario de la declaración o será un tercer
sentido?" [10] 
En síntesis, el problema no se circunscribe al agente de quien emana la declaración, sino
que debe tenerse en cuenta que esas declaraciones pueden afectar los derechos o
intereses de terceros.
(i) Importancia del tema
La importancia de la cuestión sub examine se revela en dos ámbitos: 
- El de la validez y eficacia de la declaración de la voluntad; 
- en la problemática de la interpretación de los actos jurídicos. La tesis que hace
prevalecer la voluntad interna debería reconocer la ineficacia de las declaraciones por
error; admitiría su ineficacia en caso de simulación; y en la interpretación, perseguiría el
conocimiento de lo efectivamente querido por el declarante. La opinión contraria
limitaría el margen de anulabilidad de las declaraciones erradas; protegería al tercero de
buena fe que ha adquirido derechos en virtud de un acto simulado; y en la interpretación
de un acto jurídico, buscará saber qué es lo que pudo entenderse de la declaración,
conforme a la buena fe y los usos del tráfico. Las distintas teorías han sido expuestas en
la obra citada de Larenz y estimamos excesivo reiterarlas aquí. Por ello nos limitamos a
señalar que en la actualidad prevalecen en la doctrina las posiciones que parten de la
distinción entre las de-claraciones recepticias y no recepticias. Las declaraciones
recepticias deben ser analizadas en cuanto a su validez e interpretadas, en principio,
conforme a lo efectivamente querido por el declarante. Pero al estar dirigidas a otro
sujeto, esa indagación de la voluntad real se hará a través de la declaración. De modo
que se admite la invalidez de la declaración cuando el error ha sido excusable como lo
disponía el Código de 1869, o reconocible como lo califica el CCyC vigente; pero no se
aceptan la reserva mental ni el error no reconocible. El acto simulado mantiene sus
efectos frente al tercero de buena fe; y en orden a la interpretación, se tendrá en cuenta
lo que las partes verosímilmente pudieron entender, obrando de buena fe y de acuerdo
con los usos del tráfico. 
En cuanto a las declaraciones no recepticias (como el testamento), que tienen una
función exclusiva de conocimiento, la voluntad interna prevalece sobre lo declarado,
siempre que esa voluntad interna tenga alguna expresión, así incompleta, en la
declaración. 
Es la posición que asume el CCyC. 
Por un lado requiere que estén presentes los elementos internos: en particular, entre
ellos, la intención, que está viciada por el error de hecho. 
Pero no cualquier error anula el acto, sino que si el acto es bilateral o unilateral
recepticio, es necesario que sea esencial y reconocible (arts. 265 y 266, CCyC). 
Desde ya que nuestro CCyC no acepta la reserva mental, y además protege al tercero de
buena fe frente al acto simulado (arts. 336 y 337, CCyC). 
Con respecto a la interpretación de los contratos, la tratamos más adelante, pero
anticipamos que ella debe respetar la confianza y la lealtad que las partes se deben
recíprocamente (art. 1067, CCyC).
d) El consentimiento
Hasta ahora hemos repasado conceptos conocidos: voluntad y manifestación de
voluntad. 
Pero el CCyC cuando define el contrato alude a la manifestación del
consentimiento (art. 957), y más adelante trata de la "formación del consentimiento". 
Entonces la pregunta es: ¿la manifestación de la voluntad es lo mismo que la
manifestación del consentimiento, o son dos ideas relacionadas pero no idénticas? 
(i) Noción de consentimiento contractual
Existe consentimiento cuando ambas -o todas- partes del contrato han manifestado su
voluntad absolutamente coincidente. Esto surge de la propia definición del artículo 957
cuando dice que contrato es el acto jurídico por el cual dos o más partes manifiestan su
consentimiento para crear, modificar... relaciones jurídicas patrimoniales. 
Cuando hablamos de manifestación de voluntad estamos aludiendo al sujeto individual,
aislado. Cuando hablamos de consentimiento -o consenso- estamos expresando que dos
o más partes han expresado su voluntad plenamente coincidente. Era bien claro en el
Código de 1869 cuando definía al contrato como "declaración de voluntad
común destinada a reglar sus derechos" (art. 1137). 
De allí que el consentimiento ha sido caracterizado como un acto bilateral (López de
Zavalía, Alterini), lo que implica rechazar la idea de que son dos actos unilaterales que
se encuentran.
(ii) Relevancia
El consentimiento de las partes, requisito necesario para el nacimiento del contrato ya
desde el Derecho Romano, constituye la base del Derecho Contractual moderno (Lara
Aguado). 
La autora citada, profesora de la Universidad de Granada, enseña que en Francia se
atribuye a Pothier haber constituido el consenso como elemento central del contrato, al
afirmar que éste encierra el concurso de voluntades de dos personas, de las cuales una
promete algo a la otra y ésta acepta la promesa que se le hace. Por su parte Wolff hizo lo
propio en Alemania destacando el consenso como la base y razón de las obligaciones
contractuales y Puffendorf requiere el consentimiento de las dos partes contratantes, que
tendrá que ser manifestado para que la coincidencia de las dos declaraciones de
voluntad dé origen al contrato [11].
11. Los distintos tipos de contratos: su recepción en el CCyC
Es preciso destacar que lo que venimos diciendo tiene un adecuado reflejo en el CCyC. 
Es cierto que el Código en vigencia contiene una definición -ya transcripta- que pone el
acento en el acuerdo de voluntades, y con ello parece mantener una concepción clásica
del contrato como un producto de dos sujetos igualmente libres y por ende con un poder
de negociación equivalente.
a) Contratos de consumo
También es cierto que el Código Civil y Comercial contiene preceptos que se refieren a
los contratos de consumo (Título III del Libro Tercero, a partir del artículo 1092),
definido explícitamente en el artículo 1093 como "...el celebrado entre un consumidor o
usuario final con una persona humana o jurídica que actúe profesional u ocasionalmente
o con una empresa productora de bienes o prestadora de servicios, pública o privada,
que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por parte de los
consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social", disponiendo el artículo
1094 que "Las normas que regulan las relaciones de consumo deben ser aplicadas e
interpretadas conforme con el principio de protección del consumidor y el de acceso al
consumo sustentable. En caso de duda sobre la interpretación de este Código o las leyes
especiales, prevalece la más favorable al consumidor", regla que se completa con la del
artículo 1095 relativa a la interpretación del contrato de consumo, y en la que se lee: "El
contrato se interpreta en el sentido más favorable para el consumidor. Cuando existen
dudas sobre los alcances de su obligación, se adopta la que sea menos gravosa".
b) Contratos por adhesión a cláusulas generales predispuestas
La negociación no es de la esencia del contrato; puede existir contrato sin
negociación [12]. 
De allí que las categorías de contratos de contenido predispuesto, los sujetos a
condiciones generales, los celebrados por adhesión, los contratos de consumo y los
forzosos o impuestos son contratos a pesar de no estar necesariamente precedidos de
una negociación. 
Claro es que en este caso debe mediar la intervención del Estado, a través de sus tres
poderes, para proteger a la parte que debe adherir o aceptar condiciones generales o
todo un contrato lisa y llanamente predispuesto. 
Ésta es también una realidad que el CCyC tiene presente pues sin perjuicio de la
regulación de los contratos de consumo, se trata también de los contratos por adhesión a
cláusulas generales predispuestas (Sección 2ª del Capítulo 3 del Título II del Libro
Tercero, arts. 984 y ss.). 
La metodología del Código es encomiable, pues si bien se suele identificar la regulación
de las condiciones generales de contratación y el control de las cláusulas abusivas con la
protección de la parte débil del negocio y más aún con los consumidores, lo cierto es
que la práctica de usar condiciones generales preestablecidas se presenta también en los
contratos entre empresas sin que sea relevante que una tenga mayor o menor poder
económico que la otra. Es más, es frecuente que aun la que tiene mayor poder
económico acepte condiciones impuestas por la otra contratante. Supongamos que una
gran empresa debe amueblar unos pisos de oficina: seguramente contratará con un
proveedor que tiene sus propias condiciones generales predispuestas; discutir esas
cláusulas, sujetarlas a un control por parte de sus propios abogados, tratar de
modificarlas, implica tiempo y sobre todo costos que la empresa que tiene que comprar
los muebles simplemente considera ineficientes. Y por ello acepta las estipulaciones
propuestas por la otra. 
En consecuencia, la superioridad de una parte sobre la otra no depende tanto del mayor
poder económico sino de las circunstancias que hacen que una parte pueda imponer a la
otra un negocio sobre la base de documentos prerredactados; ello solo es suficiente para
establecer una superioridad. 
Por ello se dice que un control legislativo de cláusulas contractuales preformuladas sirve
no sólo al propósito de la protección de los débiles -como los consumidores- sino de
manera totalmente general al aseguramiento de la capacidad funcional de un sistema
jurídico privado basado en el principio de la autonomía privada [13]. 
Sin perjuicio de lo cual cabe observar que la regulación propuesta por el Proyecto de
1998 parece más apropiada en tanto distinguía entre el contrato con contenido
predispuesto y el contrato por adhesión. 
En esa línea, definía como contrato predispuesto a aquel cuyas estipulaciones han sido
determinadas unilateralmente por alguna de las partes. Y como contrato por adhesión al
predispuesto en que la parte no predisponente ha estado precisada a declarar su
aceptación (art. 899, incs. c, y e, respectivamente). 
La distinción que hacía el Proyecto de 1998 es correcta, pues ambos conceptos -contrato
por adhesión y contrato predispuesto- responden a fenómenos diversos: la
predisposición hace a la prerredacción del contrato, en tanto la adhesión hace a la
aceptación de la propuesta y por ello afecta al consentimiento. 
Si bien ambos fenómenos pueden venir juntos, también pueden venir separados: cuando
compro un electrodoméstico en cuotas en cualquier comercio, debo suscribir un contrato
que está predispuesto en un formulario al cual no tengo posibilidad de ponerle ni
agregarle nada; pero la verdad es que puedo comprar o no, puedo irme al negocio de al
lado, en fin, soy libre de contratar o no con ese comercio. Pero si el oferente actúa en
situación de monopolio legal o de hecho, no sólo tendré que suscribir el formulario que
se me presente sino que además no tengo alternativa para contratar con otro,
estoy precisado, constreñido, a dar mi consentimiento. Es lo que suele suceder con la
prestación de ciertos servicios públicos (electricidad, gas) y de un posible subtipo como
serían los contratos forzosos o impuestos, como la contratación del seguro de vida de
los empleados públicos o del seguro de accidente y de vida de los asistentes a un
espectáculo deportivo. 
De todos modos, como ya lo hemos dicho, es valioso el hecho de que el CCyC contenga
disposiciones referidas a las cláusulas abusivas más allá de lo que también se regula en
los contratos de consumo.
c) Contratos de larga duración
El Código se hace eco también de la existencia de contratos de larga duración.
Autorizada doctrina señala que "...el contrato 'entregado al tiempo' requiere un enfoque
diverso [...] se extiende la frontera del deber de cooperación, hasta abarcar el deber de
cumplir la legítima expectativa de la contraparte, o de evitar todo aquello que pudiera
frustrar el fin de la convención o perjudicar indebidamente al cocontratante. En otros
términos, al antagonismo característico del contrato de ejecución instantánea lo
reemplaza una suerte de affectio contractus que aproxima este modelo a un arquetipo
negocial de carácter asociativo" [14]. Se reconoce entonces al contrato como
imponiendo a los operadores (inclusive jueces y árbitros) "una cada vez más afinada
labor de cooperación" [15]. 
En la misma orientación se reconoce que los contratos de duración, aunque sean de
cambio, deben ser vistos como contratos similares a los asociativos, transformados por
esa relación con el exterior, y caracterizados por tener un fin común y exigir solidaridad,
subrayándose que estos contratos exigen cooperación en lugar de competencia [16]. 
Esto tiene reflejo en el CCyC, cuyo artículo 1011, bajo el acápite Contratos de larga
duración, dispone: "En los contratos de larga duración el tiempo es esencial para el
cumplimiento del objeto, de modo que se produzcan los efectos queridos por las partes
o se satisfaga la necesidad que las indujo a contratar. 
"Las partes deben ejercitar sus derechos conforme con un deber de colaboración,
respetando la reciprocidad de las obligaciones del contrato, considerada en relación a la
duración total. 
"La parte que decide la rescisión debe dar a la otra la oportunidad razonable de
renegociar de buena fe, sin incurrir en ejercicio abusivo de los derechos".
d) Contratos internacionales
Finalmente el CCyC tiene también plena conciencia de la necesidad de reconocer los
perfiles propios del contrato internacional. Pero he aquí que los contratos
internacionales han adquirido una dimensión propia, por varias razones. 
La primera es que la globalización -como fenómeno que conduce a considerar al mundo
como un mercado único- lleva a la multiplicación exponencial del número, magnitud y
relevancia de los contratos internacionales. Lo que a principios del siglo XX podía ser
una materia reservada a especialistas se ha vuelto un ámbito en el que trabajan miles de
abogados dispersos en todos los países del orbe. 
Por lo demás, los contratos internacionales no son una mera proyección de los contratos
domésticos, sino que tienen su originalidad. Por su objeto, abarcan un campo
económico muy vasto, que va de las operaciones de cambio a las de financiamiento, a la
tecnología, los servicios, la producción. Ponen en contacto a sujetos de naturaleza muy
diversa, como pueden ser los Estados, entidades o empresas públicas, grupos y
empresas multinacionales. Aparecen además nuevas figuras contractuales que pueden
ser el resultado de la relación entre distintas figuras típicas o conocidas con otras que no
lo son. En fin, su inserción en el tiempo y en espacios no homogéneos los expone a
riesgos no habituales que los operadores se esfuerzan por conjurar, en un esfuerzo
creativo fecundo y en renovación permanente por la puesta a punto de una gama de
cláusulas originales [17]. 
En otro aspecto, el contrato internacional se ha convertido en una fuente de la
denominada lex mercatoria;como veremos poco más adelante, la circulación de los
modelos contractuales es considerada como fuente de un Derecho consuetudinario no
estatal y de vigencia supranacional. 
Es más, hoy se habla de un Derecho del comercio internacional del cual el tema de los
contratos internacionales constituye sólo un capítulo. 
Y, finalmente, la lex mercatoria ha ido creando su propio sistema de resolución de
conflictos: el arbitraje. Como prueba de ello basta con recordar que la Corte de
Casación francesa ha dicho que el juez natural del comercio internacional es el árbitro
internacional [18]. 
El CCyC se hace cargo de la categoría de los contratos internacionales en el Título IV
del Libro Sexto denominado Disposiciones de Derecho Internacional Privado, donde
trata los grandes temas relacionados con esta materia: la ley aplicable al contrato
internacional, sentando el principio básico hoy universalmente reconocido de que las
partes pueden elegir el Derecho aplicable; y la jurisdicción, estableciendo también la
libertad de las partes salvo para los casos de jurisdicción exclusiva de los tribunales
nacionales.
12. Conclusiones: respuesta a una crítica injustificada
Carlos Ghersi ha publicado recientemente un artículo en el que concluye que el Código
Civil y Comercial regula los contratos a partir de una noción clásica en la cual dos
contratantes están en pie de igualdad jurídica y económica. Dice entonces que "construir
un Código Civil y Comercial en la abstracción e irrealidad de una estructura contractual
es adherir a la teoría neoclasicista, obviando el mundo económico real y especialmente
la exigüidad de recursos económicos del consumidor y usuario, para satisfacer sus
necesidades y colocar a las personas humanas como simples insumos-objetos en el
sistema de consumo" [19]. 
Nos parece que la crítica es injusta. Como hemos visto, el CCyC reconoce y regula
distintos tipos de contratos, tipos que encuentran diversas causas originarias: la calidad
del sujeto que celebra el contrato en el contrato de consumo; el modo en que el contrato
es negociado (en realidad "no es negociado") en los contratos por adhesión a cláusulas
generales predispuestas; los elementos o puntos de conexión con distintos países en los
contratos internacionales; el factor tiempo en los contratos de larga duración. 
Por lo demás, el CCyC es pródigo en la regulación de instituciones que tienden a tutelar
el equilibrio entre las partes contratantes en cualquier circunstancia que lo hagan. De
este modo rige el principio inderogable de la buena fe (art. 9°), el abuso del derecho
(art. 10), la lesión como vicio de los actos jurídicos (art. 332), la frustración del fin y la
excesiva onerosidad sobreviniente (arts. 1090 y 1091). A lo que debe añadirse
numerosas soluciones en el tratamiento de los contratos típicos que claramente tienden a
la tutela de la parte más débil de la relación como sucede en materia de agencia al
establecer el derecho al preaviso (art. 1492) y la retribución por la clientela aportada
(art. 1497). 
De modo que la definición del Código y el reconocimiento de que el contrato se
perfecciona por la confluencia de las voluntades no importa desconocer la existencia de
supuestos en los que el contrato -incluso entre empresas- se perfecciona por adhesión a
condiciones generales predispuestas ni todo el fenómeno que constituyen los contratos
de consumo. Ni la necesidad de mantener y perfeccionar -como lo ha hecho- las
instituciones que a lo largo del siglo XX se fueron incorporando a las legislaciones
como límites a la fuerza obligatoria del contrato.
III. Otras cuestiones
13. El contrato como acto y como fuente de derechos
La función del contrato como creador de derecho fue destacada por Hans Kelsen en un
artículo publicado en 1940 [20]. Dijo allí el excepcional jurista que la teoría clásica,
oponiendo la noción de acto jurídico a la de la ley, trata de determinar la naturaleza de
la convención precisamente por la exclusión de la función creadora de derecho, función
reservada, según esta teoría, a la ley. Es decir que se reserva al acto jurídico y por ende
al contrato la función de aplicación de la ley. Pero, arguye Kelsen, si la finalidad
esencial de este acto jurídico es por definición producir efectos jurídicos, si la
convención tiene por naturaleza una fuerza obligatoria, si los sujetos tienen -por efecto
de la convención- derechos y obligaciones que no tenían antes, la función creadora del
Derecho debe existir en cada convención, mismo en el contrato de Derecho Privado. 
La tesis de Kelsen merece alguna precisión; entendemos que -en principio- la autonomía
de la voluntad no constituye una fuente de Derecho como la ley, pues el pacto o
contrato sólo crea derechos subjetivos, pero no derecho objetivo, no genera reglas
generales sino meramente individuales. 
Sin embargo, el proceso de globalización se manifiesta en el ámbito jurídico a través de
la circulación de los modelos contractuales. De modo que ellos constituyen la primera
fuente de la lex mercatoria que a su vez regula una gran masa de relaciones jurídicas
patrimoniales expandidas internacionalmente [21]. 
Por ello debe reconocerse que los modelos contractuales al ser generalmente aceptados
en el tráfico se convierten en usos del tráfico y como tales son integradores del
contenido contractual como lo son las normas creadas por el Estado (sobre el punto ver
el art. 964 del CCyC cuyo inciso c, alude específicamente a los usos y prácticas del
lugar de celebración del contrato como fuente integradora).
14. Contrato y convención
Durante la vigencia del Código Civil de 1869 se discutió en la doctrina si cabía hacer
alguna distinción entre la mera convención jurídica y el contrato. 
Algunos autores sostenían que sólo eran contratos aquellos actos jurídicos que tenían
por finalidad inmediata crear (o modificar) relaciones jurídicas. No lo serían, y según
esta forma de encarar el tema, merecerían la calificación de convenciones los actos
jurídicos cuya finalidad inmediata es extinguir la relación jurídica, tales como la
transacción, la compensación voluntaria, el pago por subrogación convencional, la
dación en pago (llamada en el Código derogado pago por entrega de bienes). 
Este criterio ha sido superado definitivamente con la entrada en vigencia del CCyC,
pues conforme a la definición del artículo 957 que hemos transcripto, caben en la
noción de contrato no sólo los actos jurídicos que tienen por finalidad inmediata crear
relaciones jurídicas patrimoniales de cualquier índole, sino también aquellos que
persiguen su regulación, modificación, transferencia o extinción. 
Eso sí: las relaciones jurídicas han de desenvolverse en el campo patrimonial; en otras
palabras, el acto jurídico ha de tener por finalidad inmediata la creación, modificación,
transferencia, regulación o extinción de derechos y obligaciones de contenido
patrimonial. De allí que el matrimonio no es un contrato. 
De todos modos la palabra convención se sigue usando y con variados significados.
Algunos la usan para identificar a los acuerdos en los que no hay intereses contrapuestos
(dos condóminos que acuerdan vender la propiedad); otros como una suerte de género
que abarca el contrato y los tratados internacionales (Kelsen). 
Tampoco son contratos los acuerdos que no generan obligaciones jurídicamente
exigibles: acordamos reunirnos esta tarde para estudiar o para escuchar música; dentro
de los acuerdos que no causan obligaciones jurídicamente exigibles caben también las
denominadas letras o cartas de patrocinio [22].
15. Contratos comerciales y civiles
La circunstancia de que en nuestro Derecho positivo coexistieran regulaciones de
contratos típicos en el Código Civil y en el Código de Comercio dio lugar a la obvia
distinción entre contratos civiles y contratos comerciales. Algunos contratos podían ser
civiles o comerciales según ciertas circunstancias; así, la compraventa, el mandato, la
fianza, estaban regulados en ambos Códigos; sociedades había también civiles y
comerciales. Otros contratos, en cambio, fueron regulados en uno solo de los Códigos;
así la donación en el Código Civil. Además algunos contratos tratados en leyes
especiales fueron calificados de comerciales porque las leyes particulares se
"incorporaban" al Código de esa materia. Finalmente muchos contratos atípicos
recibieron también una u otra calificación; era muy común incluir los contratos de
comercialización (agencia, distribución, concesión, franquicia) entre los contratos
comerciales. 
La unificación consagrada con la puesta en vigencia del CCyC ha desprovisto de toda
utilidad a esta distinción. Y lo cierto es que los tipos que se encontraban duplicados han
sido uniformados en una única regulación. Así el mandato, la fianza, la compraventa, y
hasta la Ley de Sociedades Comerciales ha dejado de llamarse así para pasar a llamarse
"Ley General de Sociedades".
16. Contrato y cuasicontrato
Durante la vigencia del Código Civil de 1869 algunos autores sostuvieron que entre las
fuentes de las obligaciones se encontraba una a la cual denominaban cuasicontrato,
cuyas especies eran la gestión de negocios y el empleo útil. 
Hoy estas categorías están reguladas por el CCyC como "otras fuentes de las
obligaciones", prescindiendo de la calificación como cuasicontratos.
17. Contrato y relaciones contractuales de hecho
Algunos autores han predicado la existencia de ciertas relaciones de hecho de las cuales
pueden surgir obligaciones. El ejemplo típico de esas relaciones de hecho ha sido el
denominado transporte benévolo, esto es el que se practica gratuitamente cuando se
lleva a un amigo en el auto. La doctrina argentina está profundamente dividida en punto
a la caracterización del transporte benévolo, esto es, si de él deriva una responsabilidad
contractual o extracontractual. Es más, el CCyC excluye al transporte gratuito de la
aplicación de las normas del contrato de transporte (art. 1282), pero de ello no se sigue
la exclusión definitiva de la caracterización como contrato atípico. 
18. Partes del contrato
a) Texto legal
El precepto que acabamos de transcribir comienza señalando que el contrato es un acto
jurídico en el que prestan su consentimiento dos o más partes. 
De este modo supera una antigua objeción que se hacía al Código derogado que aludía a
personas. Para comprender la noción de parte hay que recurrir al artículo 1023,
conforme al cual: "Se considera parte del contrato a quien: "a) lo otorga a nombre
propio, aunque lo haga en interés ajeno; "b) es representado por un otorgante que actúa
en su nombre e interés; "c) manifiesta la voluntad contractual, aunque ésta sea
transmitida por un corredor o por un agente sin representación".
b) Concepto de parte
Parte del negocio jurídico es la persona física o jurídica cuya esfera jurídica de
actuación es alcanzada por los efectos del negocio jurídico. 
En otros términos, es aquel cuyos derechos u obligaciones nacen, se modifican, se
transmiten o se extinguen como consecuencia del negocio jurídico. 
Pero también es parte quien lo otorga a nombre propio aunque lo haga en interés ajeno.
Es lo que sucede en el denominado mandato sin representación previsto en el artículo
1321; en esa hipótesis el representado no establece ninguna relación jurídica con la
contraparte y quien queda obligado es el mandatario que actuó a nombre propio. Es el
efecto propio de la consignación, hipótesis de mandato sin representación para la venta
de cosas muebles (art. 1335, CCyC). 
Como es evidente, cada parte puede estar integrada por una o más personas. La
plurisubjetividad, esto es, la integración de la parte por más de una persona, genera una
serie de cuestiones, tales como: 
La naturaleza del vínculo entre los coacreedores o los codeudores, esto es, si son
simplemente mancomunados, solidarios o concurrentes; 
el modo en que se ejerce la "suspensión del cumplimiento" cuando la prestación es
debida a varias personas; sobre el punto el CCyC autoriza la suspensión de la parte
debida a cada uno hasta la ejecución completa de la contraprestación (art. 1031); la
comunicación de la extinción del contrato por declaración de una de las partes, que debe
hacerse por todos los sujetos que integran una parte a todos los que integran la otra (art.
1078, inc. a).
c) Otorgante
Generalmente la parte es quien otorga el acto, en el sentido de que es quien lo concluye
por sí mismo, prestando su consentimiento. 
Pero los negocios jurídicos pueden también otorgarse por representación, de modo que
quien concluye el negocio no es el sujeto al cual se van a atribuir los efectos jurídicos
del mismo. En este caso el representante actúa como mero otorgante y no como parte. 
Ésa es la regla por lo demás en los negocios jurídicos concluidos por personas jurídicas,
que actúan siempre a través de uno de sus órganos que ostenta la representación legal
del ente.
d) Representante
Existe representación cuando una persona -representante- declara su voluntad en
nombre y por cuenta de otra persona -representado-, en virtud de una facultad apropiada
y suficiente, de tal modo que los efectos se producen directa e inmediatamente en el
representado, como si él mismo hubiera ejecutado el acto. 
De donde, los elementos para que exista representación son: 
- La declaración en nombre ajeno, efectuada por el representante; 
- el actuar por cuenta o interés ajeno; 
- la existencia de una facultad apropiada y suficiente, que puede provenir de la ley o de
la convención. 
La representación puede ser legal, voluntaria u orgánica. Así lo define el artículo 358
del CCyC diciendo: "...La representación es voluntaria cuando resulta de un acto
jurídico, es legal cuando resulta de una regla de derecho, y es orgánica cuando resulta
del estatuto de una persona jurídica..." 
De modo que -a título de ejemplo- es voluntaria la representación que emana de un
contrato de mandato. Es legal la representación de los padres respecto de las personas
por nacer y de sus hijos menores, así como la que ejercen tutores y curadores. Y es
orgánica la que ejerce el presidente del directorio de una sociedad anónima o el gerente
de una sociedad de responsabilidad limitada.
e) Transmisión de la calidad de parte
La calidad de parte es por regla general transmisible; el CCyC prevé expresamente
ahora la denominada "cesión de posición contractual" (arts. 1636 y ss.), para la cual es
necesario el consentimiento de las otras partes del contrato. 
19. Partes e intereses contrapuestos
La utilización de la expresión "partes" implica que entre ellas existen intereses
contrapuestos.
20. Consentimiento
a) Introducción
La doctrina señala que cuando se habla del consentimiento de los contratantes se está
aludiendo de manera relativamente promiscua a tres cosas: 
- La voluntad interna de cada uno de los contratantes; 
- la declaración de esa voluntad; 
- y lo que puede llamarse la zona de coincidencia entre las voluntades declaradas, que
constituye entonces la declaración de voluntad común o intención común, que
propiamente constituye el consentimiento contractual.
b) Cómo se manifiesta el consentimiento
El contrato es definido como acto jurídico mediante el cual dos o más partes
"manifiestan su consentimiento". 
Obviamente el acto jurídico es un acto voluntario y como tal debe ser obrado con
discernimiento, intención y libertad (art. 260), pero ello solo no es suficiente, sino que
esa voluntariedad "interna" ha de manifestarse "por un hecho exterior" (art. 260, in
fine). 
La manifestación de la voluntad puede tener lugar "oralmente, por escrito, por signos
inequívocos o por la ejecución de un hecho material" (art. 262); el silencio no es -por
regla general- exteriorización de la voluntad, salvo en los casos excepcionales previstos
en el artículo 263; y finalmente, el CCyC prevé lo que se denomina expresión tácita de
la voluntad (art. 264). 
Ahora bien, como ya hemos señalado, hay disposiciones de la teoría general del
contrato que se superponen con las de los actos jurídicos. Así, el artículo 979 trata de la
manifestación de la aceptación de una oferta y contiene una regla particular sobre el
valor del silencio que es necesario compaginar con la previsión del artículo 263. 
El consentimiento debe ser de ambas partes sobre el mismo objeto. 
El contrato supone el acuerdo de ambas partes sobre todos los elementos del contrato.
Por ello el artículo 978 establece que "Para que el contrato se concluya, la aceptación
debe expresar la plena conformidad con la oferta..." 
De todos modos el CCyC ha relativizado la exigencia del consentimiento sobre todos
los elementos del contrato, pues conforme al artículo 982, "Los acuerdos parciales de
las partes concluyen el contrato si todas ellas, con la formalidad que en su caso
corresponda, expresan su consentimiento sobre los elementos esenciales particulares..." 
El examen detallado de estas disposiciones, su interpretación y sus efectos, se hace en
otros trabajos incluidos en este mismo número de la Revista.
21. Ámbito del contrato
Con la expresión "ámbito del contrato" queremos reflejar dos cuestiones: 
- Si la noción de contrato se limita al acuerdo de voluntades que "crea" obligaciones, o
si se extiende al que las extingue, transmite o modifica; 
- cuál es la relación del contrato con el Derecho de Familia, los Derechos Reales, el
Derecho Administrativo. 
A estos temas dedicamos los párrafos que siguen.
a) Efectos del contrato
Ya hemos explicado que conforme a la definición legal entran en la noción de contrato
los actos jurídicos que crean relaciones jurídicas, pero también los que las modifican (la
novación), las transmiten (la cesión), las regulan (el contrato de arbitraje) o las
extinguen (la transacción o el distracto).
b) Contrato y Derechos Reales
Es contrato tanto el que crea obligaciones como el que sirve de título a la creación o
constitución de derechos reales. Así surge del artículo 1892 del CCyC que para la
adquisición derivada de der-chos reales exige título y modo; título es el acto jurídico
que tiene por finalidad transmitir o constituir el derecho real: el contrato de
compraventa, permuta o donación. El artículo 2185 del CCyC consolida esta idea al
disponer que "Los derechos reales de garantía sólo pueden ser constituidos por
contrato...", lo cual en el caso confirma además que en Derecho argentino no hay
hipotecas legales o tácitas. 
De todos modos hay que tener en cuenta que el contrato no puede crear derechos reales
atípicos ya que en nuestro sistema rige el principio de número cerrado (numerus
clausus) (arts. 1884, 1886). 
c) Contrato y Derecho de Familia
Tradicionalmente en el Derecho de Familia el ámbito de la autonomía de la voluntad era
mucho más reducido que en el Derecho patrimonial. Sin embargo, se advierte que en el
CCyC hay una apertura hacia la contractualización de las relaciones entre los cónyuges
y convivientes. Ello se aprecia en la posibilidad de optar por un régimen de bienes
alternativo (arts. 505 y ss.), y de celebrar "pactos de convivencia" (arts. 513 y ss.). 
Cabe puntualizar que el Anteproyecto de CCyC preveía también que los cónyuges
tuvieran la posibilidad de contratar entre sí. Sin ninguna razón valedera se agregó entre
las inhabilidades especiales para contratar a "los cónyuges, bajo el régimen de
comunidad, entre sí" (art. 1002, inc. d).
d) Contrato y Derecho Sucesorio
El Código derogado fulminaba toda posibilidad de que hubiere contratos que tuvieren
por objeto herencias futuras. El principio sigue siendo el mismo pero se ha abierto una
excepción. En efecto, la regla sigue siendo la prohibición (art. 1010, primer párrafo),
pero la misma norma autoriza que "...Los pactos relativos a una explotación productiva
o a participaciones societarias de cualquier tipo, con miras a la conservación de la
unidad de la gestión empresaria o a la prevención o solución de conflictos, pueden
incluir disposiciones referidas a futuros derechos hereditarios y establecer
compensaciones en favor de otros legitimarios. Estos pactos son válidos, sean o no parte
el futuro causante y su cónyuge, si no afectan la legítima hereditaria, los derechos del
cónyuge, ni los derechos de terceros". 
Se trata de preservar la unidad de lo que se denomina genéricamente empresa familiar.
e) Contrato y derechos intelectuales
El derecho intelectual requiere un acto de creación de la obra artística, literaria, musical,
pictórica, etcétera. De donde el contrato no puede dar lugar al nacimiento de un derecho
intelectual; pero en su aspecto patrimonial obviamente el contrato juega el rol ordinario,
por lo que el autor puede vender su obra si es un cuadro, autorizar su publicación por un
precio que le paga el editor si es una obra literaria, y puede ceder esos derechos
patrimoniales a terceros, darlos en garantía, etcétera.
22. Patrimonialidad de la relación jurídica
La definición del artículo 957 alude al consentimiento de las partes para crear, regular,
modificar, transferir o extinguir relaciones jurídicas patrimoniales. 
Explicaba Spota que la convención jurídica es contrato cuando se desenvuelve en el
campo patrimonial, por lo que cuando ello sucede "...resulta correcto aseverar que los
términos convención jurídica y contrato son intercambiables". De allí que se sostenga
que el acuerdo de partes por el que se decide someter una controversia patrimonial a la
decisión de árbitros es un contrato, pues produce sus efectos en ese ámbito. Y así lo
resuelve el CCyC al regular el arbitraje como contrato típico.
a) Patrimonialidad de la relación jurídica e interés no patrimonial
Cuando el CCyC trata del objeto del contrato, establece que debe ser lícito, posible,
determinado o determinable, susceptible de valoración económica y corresponder a un
interés de las partes aunque éste no sea patrimonial (art. 1003). Esta última frase
permite calificar como contrato el caso de quien tiene interés en estudiar una lengua
muerta y paga por ello a un profesor; ese acto jurídico es un contrato aun cuando el
interés en aprender latín o sánscrito no pueda ser objetivamente estimado en dinero
(Lorenzetti).
23. Otros requisitos del contrato
La noción de contrato no estaría plenamente descripta si no se atiende a aspectos
atinentes al consentimiento en sí mismo y a otros elementos. 
Por empezar, el consentimiento requiere la capacidad de las partes; en este sentido, la
capacidad es un presupuesto de la validez del contrato. El CCyC regula la capacidad en
general en el Libro Primero (a partir del art. 22) y las inhabilidades para contratar a
partir del artículo 1009. 
Y como ya hemos dicho, el consentimiento ha de exteriorizarse a través de una
manifestación de voluntad, a la que nos hemos referido supra. 
Cabe agregar a lo ya dicho que en determinados casos la declaración de la voluntad
estará sujeta a alguna forma establecida por la ley o por las partes (arts. 284 y ss. y 1015
y ss.). Pero la doctrina argentina en general no considera a la forma como un elemento
del contrato. 
Amén de ello, se consideran elementos del contrato al objeto (art. 1003) y la causa (art.
1012), los que deben a su vez reunir ciertos requisitos; el objeto debe ser lícito, posible,
determinado o determinable, susceptible de valoración económica y corresponder a un
interés de las partes aunque éste no sea patrimonial. Mientras que la causa debe existir y
ser lícita (ver art. 1014). Al objeto y la causa del contrato se aplican las disposiciones
más generales sobre el objeto y la causa de los actos jurídicos (arts. 279 a 282). 
Anticipamos que con la mención de la causa se supera la disputa doctrinaria sobre si
ella constituye o no un elemento de los actos jurídicos en general y del contrato en
particular.
IV. Extensión del contrato fuera del Derecho Privado
24. Contrato y Derecho Administrativo
La mayor parte de las figuras jurídicas son comunes a los distintos sectores del
ordenamiento; no las hay exclusivas del Derecho Privado o del Derecho Público. La
propiedad, los contratos, la responsabilidad, el derecho subjetivo, son instituciones
utilizadas en el Derecho Público y en el Derecho Privado cuya esencia permanece
idéntica sea que se las use en el Derecho Público como en el Derecho Privado
(Marienhoff, Dromi) [23]. 
De modo que cuando el Estado -a través de cualquiera de sus emanaciones- se relaciona
con los particulares o distintas entidades estatales se relacionan entre sí para establecer
relaciones jurídicas patrimoniales, estamos frente a un contrato. Contrato que actúa en el
área del Derecho Administrativo pero que se rige por los mismos principios que
cualquier otro contrato, entre ellos el de buena fe. 
Ahora bien, la cuestión central que plantea el contrato administrativo es si hay uno o dos
tipos de contratos celebrados por la administración, esto es: (i) aquellos en los cuales el
Estado nacional, provincial o municipal o cualquier otra entidad estatal se coloca en los
mismos planos, condiciones y forma que los particulares, y por ende regidos por el
Derecho Privado, y (ii) aquellos en los cuales el Estado se reviste del ropaje propio de
un poder jurídico superior, que subordina al contratista. Categorías que se identifican
como contratos civiles de la administración y contratos administrativos
respectivamente [24]. 
La doctrina civilista asume esta distinción sin mayores cuestionamientos [25], pero en
cambio en el ámbito propio del Derecho Administrativo Dromi la excluye pues sostiene
que el Estado tiene una personalidad jurídica única y por ende propugna un régimen
jurídico único para todos los contratos que se celebren en la esfera administrativa [26]. 
El CCyC parece inclinarse por esta última tesis, pues en materia de locación el artículo
1193 dispone que "Si el locador es una persona jurídica de derecho público, el contrato
se rige en lo pertinente por las normas administrativas y, en subsidio, por las de este
capítulo".
25. Contrato y Derecho Internacional Público
Una de las fuentes principales del Derecho Internacional Público son los tratados. Su
identificación con los contratos fue propuesta por Hans Kelsen, quien señaló que tanto
el contrato de Derecho Privado como los tratados entre los Estados son fuentes de
Derecho, en tanto de ellos nacen derechos y obligaciones para las partes, que en un caso
son sujetos particulares y en otros son los Estados, y los trata como tales bajo la
denominación de "convención" [27]. Kelsen incluso descree de la distinción que hasta
entonces hacía la doctrina entre tratados-ley y tratados-contrato (ejemplo del primero, el
acuerdo que crea las Naciones Unidas, que hoy se podría mencionar cualquier
convención de derechos humanos; ejemplo del segundo, un acuerdo entre dos Estados
que termina un conflicto de límites atribuyendo una parte del territorio a uno u otro de
los signatarios), afirmando que en ambos hay un acuerdo de voluntades sobre el mismo
objeto y que ello es generador de derechos y obligaciones. 
La doctrina contemporánea sigue coincidiendo en que el tratado internacional es -en
sentido amplio- un negocio jurídico con características propias debido a los sujetos que
en él intervienen -Estados y otros sujetos de la comunidad internacional-, entre las que
se menciona a las reservas que se pueden formular. Por ello un jurista de enorme
prestigio en esta materia ha definido al tratado como toda concordancia de voluntades
entre dos o más sujetos de Derecho Internacional, destinada a producir efectos jurídicos,
es decir, a crear, modificar, o extinguir un derecho [28]. 
De todos modos las diferencias entre el contrato y los tratados son más que evidentes, y
no sólo por los sujetos que intervienen en ellos, sino porque el contrato se desenvuelve
siempre en el ámbito de lo patrimonial creando, modificando o extinguiendo
obligaciones y los correspondientes derechos subjetivos. Mientras que las obligaciones
causadas a los sujetos del Derecho Internacional por los tratados no necesariamente se
manifiestan en el ámbito patrimonial; es más, normalmente no operan en ese ámbito.
[1] SPOTA, Alberto G., Contratos en el Derecho Civil, Esnaola, Buenos Aires, 1964, t. I, Nº 11, p. 25.
[2] Conf. GHESTIN, Jacques, La notion du contrat, en Droits. Revue française de théorie juridique, Nº
12, Le contrat, Paris, 1990, ps. 7 y ss.
[3] La producción de efectos jurídicos es definitoria del contrato; de él pueden nacer relaciones
jurídicas, como puede transmitirlas, modificarlas o extinguirlas. En el mismo sentido: GHESTIN,
ob. cit., ps. 9 y 18.
[4] MESSINEO, Francesco, Doctrina general del contrato, trad. de Fontanarrosa, Sentís Melendo y
Volterra, Buenos Aires, 1952, t. I, Cap. I, Nº 1, ps. 34 y ss.
[5] SPOTA, Alberto G., Contratos. Instituciones de Derecho Civil, 2ª ed. act. por Luis Leiva Fernández,
La Ley, Buenos Aires, 2009, t. I, Nº 35, p. 76.
[6] CUETO RÚA, Julio César, El contrato como consentimiento y el contrato como relación, en
Contratos, Homenaje a Marco Aurelio Risolía, Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1997, p. 143.
[7] DÍEZ-PICAZO, Luis, Fundamentos del Derecho Civil Patrimonial, 6ª ed., Thomson-Civitas,
Madrid, 2007, Cap. V a partir de p. 133.
[8] DÍEZ-PICAZO, ob. y lug. cits.
[9] Seguimos aquí el criterio del CCyC. El Proyecto de 1998 distinguía -a nuestro juicio más
adecuadamente- entre contratos por adhesión y contratos sujetos a condiciones generales
predispuestas.
[10] LARENZ, Karl, Derecho Civil. Parte general, trad. de Miguel Izquierdo y Macías-Picavea, Edersa,
Madrid, 1978, p. 451.
[11] LARA AGUADO, Ángeles, La oferta y aceptación contractuales, en SÁNCHEZ LORENZO, Sixto
(editor), Derecho Contractual Comparado. Una perspectiva europea y transnacional, Thomson
Reuters-Civitas, Pamplona, 2009, ps. 25/26.
[12] GHESTIN, ob. cit., p. 15.
[13] LEIBLE, Stefan, Cláusulas abusivas en el ejemplo de las cláusulas penales contractuales en las
condiciones generales de contratación, en Revista de Derecho Comparado, Nº 1, Rubinzal-Culzoni,
Santa Fe, 1999, p. 101, con cita de ALFARO ÁGUILA-REAL, Las condiciones generales de la
contratación, Madrid, 1991, p. 180.
[14] TOBÍAS y DE LORENZO, Apuntes sobre la acción autónoma de reajuste en los términos del
artículo 1198 del Código Civil, en L. L. 2003-B-1185, en particular p. 1191, segunda columna, con
citas de jurisprudencia y doctrina argentinas y de abundante doctrina extranjera.
[15] MORELLO, Augusto M., Los contratos de larga duración y la necesidad de una renegociación
permanente, en L. L. 1989-C-1227.
[16] NICOLAU, Noemí, La revisión y renegociación del contrato como instrumentos útiles para su
adecuación a las circunstancias sobrevenidas, en J. A. 2002-IV-1058.
[17] OPPETIT, Bruno, Autour du contrat international, en Droits. Revue française de théorie juridique,
Nº 12, Le contrat, Paris, 1990, p. 107.
[18] Del informe del presidente Ancel en: Cour de Cassation, 29-6-2007, "Société PT Putrabali
Adyamulia c/Société Rena Holding et Société Mnogutia Est Epices", Revue de l'Arbitrage 2007-
507, con nota de Emmanuel Gaillard.
[19] GHERSI, Carlos A., Los contratantes en el Código Civil y Comercial, en L. L. del 15-7-2016.
[20] KELSEN, Hans, La théorie juridique de la convention, en Archives de Philosophie du Droit et de
Sociologie Juridique, Sirey, Paris, 1940, ps. 33 y ss.
[21] GALGANO, Francesco, Interpretación del contrato y "lex mercatoria", en Revista de Derecho
Comparado, Nº 3, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2000, p. 15; RI-VERA, Julio César, Globalización y
Derecho. Las fuentes del Derecho de los Contratos comerciales internacionales y el rol del Derecho
Privado patrimonial estatal, en L. L. del 21-11-2005, también publicado en el libro Sesquicentenario
del Código Civil de Andrés Bello. Pasado, presente y futuro de la codificación, Santiago de Chile,
2005, t. II, p. 1307.
[22] Conf. GHESTIN, ob. cit., p. 19.
[23] DROMI, Roberto, Derecho Administrativo, 9ª ed., Ciudad Argentina, Buenos Aires, 2001, Cap. X.
[24] DROMI, ob. y lug. cits.
[25] En esta orientación SPOTA, Contratos. Instituciones... cit., ps. 182 y ss.; ALTERINI, Atilio Aníbal,
Contratos. Civiles. Comerciales. De consumo. Teoría general, 2ª ed., Abeledo-Perrot, Buenos Aires,
2011, Cap. I, Nº 28, p. 27.
[26] DROMI, ob. y lug. cits.
[27] KELSEN, ob. y lug. cits.
[28] DÍEZ DE VELASCO, Manuel, Instituciones de Derecho Internacional Público, 9ª ed., Tecnos,
Madrid, 1991, t. I, Cap. V, ps. 124 y ss.

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