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El salteador de caminos

Kerrigan Byrne
Rebeldes victorianos #1

Traducción: MyriamE
Lectura final: Alicia Esparza

SINOPSIS
Son rebeldes, sinvergüenzas y canallas, hombres oscuros y elegantes en el
lado equivocado de la ley. Pero para las mujeres que los aman, una pizca de
peligro sólo hace que el corazón lata más deprisa, en el impresionante debut
de la novela histórica The Highwayman, de Kerrigan Byrne.

ROBAR LA BELLEZA
Dorian Blackwell, el Corazón Negro de Ben More, es un villano
despiadado. Cicatrizado y de corazón duro, Dorian es uno de los hombres más
ricos e influyentes del Londres victoriano que no se detendrá ante nada para
vengarse de aquellos que le han hecho daño... y luchará hasta la muerte para
conseguir lo que quiere. La encantadora e inocente viuda Farah Leigh
Mackenzie no es una excepción, y pronto Dorian se lleva a la hermosa
muchacha a su santuario en las salvajes Highlands...

CORTEJANDO EL DESEO
Pero Farah no es una marioneta de nadie. Posee un poderoso secreto que
amenaza su vida. Cuando el cautiverio de Dorian se convierte en la única
forma de mantener a Farah a salvo de los que quieren verla...
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

¡Para nuestros lectores!

El libro que estás a punto de leer, llega a ti debido al trabajo desinteresado de lectoras
como tú. Gracias a la dedicación de los fans este libro logró ser traducido por amantes de la
novela romántica histórica—grupo del cual formamos parte—el cual se encuentra en
su idioma original y no se encuentra aún en la versión al español, por lo que puede que la
traducción no sea exacta y contenga errores. Pero igualmente esperamos que puedan
disfrutar de una lectura placentera.
Es importante destacar que este es un trabajo sin ánimos de lucro, es decir, no nos
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leerlo y disfrutarlo. Lo mismo quiere decir que no pretendemos plagiar esta obra, y los
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de cualquier acto malintencionado que se haga con dicho documento. Queda prohibida
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Para Darlene Ainge


Tú eres la razón de que el sobreviviera.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO UNO

Tierras altas de Escocia, condado de Argyle, 1855

La sangre corría por los antebrazos de Dougan Mackenzie mientras se


agachaba contra el antiguo muro de piedra que separaba los terrenos del
orfanato de Applecross de las montañas salvajes que había más allá. Ninguno
de los otros niños se aventuraba por aquí. El muro protegía las lápidas
encorvadas y descoloridas que se alzaban sobre espesas alfombras de musgo y
brezo alimentadas por los huesos de los muertos.
Con el pecho agitado, Dougan se tomó un momento para recuperar el
aliento antes de deslizarse para sentarse con las piernas nudosas pegadas al
pecho. Con cuidado, abrió las palmas de las manos hasta donde le permitía la
piel rota. Ahora le dolían más que cuando el afilado muro se las había mordido.
La negra emoción le había impedido gritar mientras la hermana Margaret
hacía todo lo posible por quebrarlo. Evitó que las lágrimas cayeran hasta
ahora. Se enfrentó a sus ojos fríos y brillantes con los suyos, incapaz de
detener su parpadeo mientras la correa bajaba una y otra vez hasta que las
ronchas de las palmas de las manos se abrieron y sangraron.
—Dime por qué lloras.
La leve voz parecía calmar el destemplado viento en una cinta invisible que
llevaba las suaves palabras hasta él.
Los escarpados picos negros y verdes de las tierras altas que sobresalían
detrás de la piedra gris de Applecross formaban el telón de fondo perfecto
para la chica que estaba de pie a menos de tres palmos de distancia. En lugar
de azotarla, el viento tempestuoso agitaba y se burlaba de unos rizos tan
asombrosamente rubios que parecían de un blanco plateado. Las mejillas,
redondas y pálidas, enrojecidas por el frío, se dibujaban sobre una tímida
sonrisa.
—Vete, —gruñó, metiendo las manos irritadas bajo los brazos y pateando
un terrón de tierra en su limpio vestido negro.
—¿Tú también perdiste a tu familia?, —preguntó ella, con un rostro de
curiosidad e inocencia.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dougan seguía sin poder formar palabras. Se estremeció cuando ella le


acercó el dobladillo de su delantal blanco a la mejilla, pero dejó que le limpiara
cuidadosamente las lágrimas y la suciedad que encontró allí. Su tacto era
ligero como las alas de una mariposa, y le fascinó tanto que dejó de temblar.
¿Qué debía decir? Dougan nunca había hablado con una chica. Supuso que
podría responder a su pregunta. Había perdido a su madre, pero no era
huérfano. De hecho, la mayoría de los huérfanos de Applecross no eran niños,
sino terribles secretos, escondidos y olvidados como los vergonzosos errores
que todos eran.
¿De quién era el secreto?
—Vi lo que te hizo la hermana Margaret, —dijo la muchacha con dulzura,
sus ojos brillaban de compasión.
Su compasión encendió un fuego nacido de la humillación y la impotencia
en el pecho de Dougan y éste movió la cabeza hacia un lado, evitando su
contacto. —Creí que te había dicho que te fueras.
Ella parpadeó. —Pero tus manos...
Con un gruñido salvaje, Dougan se puso en pie y levantó la mano,
dispuesto a arrancar la compasión de sus angelicales facciones.
Ella gritó mientras caía de espaldas sobre su trasero, encogiéndose en el
suelo bajo él.
Dougan se detuvo, con el rostro tenso y ardiente, los dientes desnudos y el
cuerpo enroscado para golpear.
La chica se limitó a mirarle, horrorizada, con los ojos clavados en la herida
sangrante de su palma abierta.
—Vete de aquí, —gruñó él. Ella se alejó de él, poniéndose en pie de forma
inestable, y corrió a lo largo del cementerio vallado, desapareciendo en el
interior del orfanato.
Dougan se desplomó contra las rocas y sus nudillos temblorosos le rozaron
la parte posterior de la mejilla. La muchacha había sido la primera persona que
lo había tocado de una manera que no era para herir. No sabía por qué había
sido tan desagradable con ella.
Dougan apoyó la cabeza en las rodillas y cerró los ojos, acomodándose para
revolcarse. La fría humedad de la nuca se sentía bien, y trató de concentrarse
en ella en lugar del dolor punzante de sus manos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

No pasaron ni cinco miserables minutos antes de que apareciera un cuenco


de agua limpia en el espacio entre sus pies. Una taza, esta vez llena de un
líquido del color del caramelo, se unió a ella.
Asombrado, Dougan levantó la vista para descubrir que la chica había
regresado, sólo que ahora blandía unas tijeras largas y de aspecto peligroso y
una arruga decidida en el entrecejo.
—Déjame ver tus manos.
¿No la había asustado lo suficiente? Dougan miró las tijeras con
desconfianza. Parecían gigantescas y afiladas en su pequeña mano. —¿Para
qué son? ¿Protección? ¿Venganza?
Su pregunta produjo esa sonrisa de dientes abiertos de ella, y su corazón
dio un pequeño salto y aterrizó en su estómago.
—No seas tonto, —reprendió ella con suavidad mientras los dejaba a un
lado y le cogía las manos.
Dougan las apartó de su alcance y frunció el ceño mientras las escondía
detrás de su espalda.
—Aquí, —le dijo ella—. Entrégalas.
—No.
Su ceño se frunció aún más. —¿Cómo se supone que voy a curar tus
heridas si insistes en ocultármelas?
—No eres médico, —escupió Dougan—. Déjame en paz.
—Mi padre fue capitán en Crimea, —explicó ella pacientemente—.
Aprendió un poco a curar los cortes para que no se infectasen en el campo de
batalla.
Eso llamó su atención. —¿Mató a gente? —preguntó Dougan, sin poder
evitarlo.
Ella lo pensó un momento. —Tenía una buena cantidad de medallas
prendidas en la capa de su uniforme, así que creo que debe haberlo hecho,
aunque nunca lo dijo.
—Apuesto a que usaba un rifle, —dijo Dougan, desviado por pensamientos
que consideraba varoniles y adultos. Pensamientos de guerra y gloria.
—Y una bayoneta, —dijo la muchacha—. Conseguí tocarla una vez
cuando estaba limpiando su arma junto al fuego.

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Rebeldes Victorianos #1

—Cuéntame cómo era, —exigió él.


—Déjame atender tus manos y lo haré. —Sus ojos de tormenta marina
brillaron para él.
—Muy bien. —Con cautela, sacó sus manos heridas de detrás de él—.
Pero tienes que empezar desde el principio.
—Lo haré, —prometió ella con una solemne inclinación de cabeza.
—Y no dejes nada fuera.
—No lo haré. —Cogió el vaso de agua.
Dougan se inclinó hacia delante y extendió la palma de la mano hacia ella.
Ella hizo una mueca de dolor al ver la carne rota, pero acunó la mano
herida entre las suyas como lo haría con un pajarito, antes de coger el cuenco
de agua para rociarla sobre el corte. Cuando él gruñó de dolor, ella comenzó a
describirle el rifle de su padre. La forma en que encajaban las pequeñas
bobinas. Los chasquidos de las palancas. El limo, el hedor y el brillo de la
pólvora negra.
Ella vertió el alcohol sobre sus heridas, y Dougan respiró entre dientes,
temblando por el esfuerzo que le suponía no apartar las manos de ella. Para
distraerse del dolor, centró su visión borrosa en las gotas de humedad que se
acumulaban como diamantes en sus abundantes rizos. En lugar de hacer que
su pelo fuera pesado y liso, la lluvia parecía enrollar los rizos con más fuerza y
ungir las hebras plateadas con un brillo más oscuro de oro hilado. Su dedo
tenía ganas de probar los rizos, de girarlos y tirar de ellos, y ver si volvían a su
sitio. Pero se mantuvo absolutamente quieto mientras ella envolvía las tiras de
su enagua alrededor de su palma con minucioso cuidado.
—Dime tu nombre, —exigió en un ronco susurro.
—Me llamo Farah. —Se dio cuenta de que la pregunta la complacía
porque un pequeño hoyuelo apareció en su mejilla—. Farah Leigh... —Se
interrumpió bruscamente, frunciendo el ceño ante el prolijo nudo que acababa
de hacer.
—¿Sí?, —dijo él, alerta—. ¿Farah Leigh-qué?
Sus ojos eran más grises que verdes cuando se encontraron con los de él. —
Me han prohibido pronunciar mi apellido, —dijo ella—. O conseguiré
meterme en problemas y a la persona a la que se lo diga, y no creo que
necesites más problemas.

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Dougan asintió. Eso no era tan raro aquí en Applecross. —Soy Dougan del
Clan Mackenzie, —anunció con orgullo—. Y tengo once años.
Ella parecía debidamente impresionada, lo que la congració aún más con
él.
—Yo tengo ocho años, —le dijo ella—. ¿Lo que hiciste fue tan malo?
—Me robé un pan de las cocinas.
Ella parecía horrorizada.
—Estoy tan jodidamente hambriento todo el tiempo, —murmuró él, sin
que ella se inmutara ante su blasfemia—. Tan hambriento como para comer el
musgo de esas rocas.
Farah ató el último vendaje y se apoyó en sus rodillas para inspeccionar su
trabajo. —Esto es mucho castigo para una barra de pan, —observó con
tristeza—. Esas ronchas probablemente dejarán cicatrices.
—No es la primera vez, —admitió Dougan con un encogimiento de
hombros más arrogante de lo que realmente sentía—. Normalmente es mi culo
el que consigue ampollas, y prefiero eso. La hermana Margaret dijo que soy un
demonio.
—Dougan el demonio. —Ella sonrió, completamente divertida.
—Mejor que Fairy-lee1. —Se rió, jugando con su nombre.
—¿Fairy? —Los ojos de ella le brillaron—. Puedes llamarme así si quieres.
—Lo haré. —Los labios de Dougan se agrietaron, y se dio cuenta de que,
por primera vez en lo que recordaba, estaba sonriendo—. ¿Y cómo me
llamarás?, —preguntó.
—Amigo, —dijo ella al instante, levantándose del suelo húmedo y
cepillando la tierra suelta de sus faldas antes de recoger su cuenco y su taza.
Un calor extraño invadió el pecho de Dougan. No sabía qué decirle.
—Será mejor que entre. —Ella levantó su cara menuda hacia la lluvia—.
Me estarán buscando. —Volviendo a mirar a sus ojos, dijo—. No te quedes
afuera en la lluvia, te vas a resfriar.
Dougan la vio irse, lleno de interés y diversión, saboreó la sensación de
tener algo que nunca había tenido.

1 Fairy-lee juego de palabras con su nombre Farah. Fairy significa —hada—.

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Rebeldes Victorianos #1

Un amigo.
*
—¡Pssst! ¡Dougan! —El fuerte susurro casi le hace perder la cabeza a
Dougan. Se dio la vuelta, listo para desviar un golpe de uno de los otros chicos,
cuando vio un par de ojos de búho que le brillaban desde unos tirabuzones
hilados con rayos de luna. El resto de ella estaba hábilmente ensombrecido
tras un tapiz del pasillo.
—¿Qué hacéis aquí fuera?, —preguntó—. Si nos pillan, nos azotarán a los
dos.
—Tú estás aquí fuera, —desafió ella.
—Sí... bueno. —Dougan había intentado llenar el vacío de su estómago con
agua. Dos horas más tarde, mientras daba vueltas en la cama, el plan le había
salido un poco mal y se había lamentado al descubrir que alguien había
escondido el orinal, obligándole a ir en busca del retrete.
—Tengo algo para ti. —Alegremente, saltó de detrás del tapiz y enlazó su
codo con el de él, con cuidado de no tocar las vendas de sus manos—.
Sígueme. —Una puerta al final del pasillo estaba ligeramente entreabierta, y
Farah le empujó a través de ella, cerrándola suavemente tras ellos.
Una única vela parpadeaba sobre una de las mesas pequeñas, y la luz
bailaba en las paredes formadas exclusivamente por librerías. Dougan arrugó
la nariz. ¿La biblioteca? ¿Qué la induciría a traerlo aquí? Siempre había evitado
esta sala. Estaba polvorienta y olía a moho y a gente vieja.
Tirando de él hacia la mesa con la vela, ella le señaló una silla colocada
delante de un libro abierto. —¡Siéntate aquí! —A estas alturas ella estaba casi
temblando de emoción.
—No. —Dougan frunció el ceño ante el libro, y su curiosidad
desapareció—. Me voy a la cama.
—Pero...
—Y tú también deberías, antes de que te atrapen y te arranquen la piel a
tiras.
Buscando en el bolsillo de su delantal, Farah sacó algo del tamaño de una
lata de carne envuelta en lino. Lo puso sobre la mesa y descubrió un trozo de
queso a medio comer, un poco de asado seco y la mayor parte de una corteza
de pan.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

A Dougan se le hizo la boca agua con violencia, y fue todo lo que pudo
hacer para no arrebatárselo.
—No pude terminar mi cena, —dijo ella.
Dougan se abalanzó sobre la ofrenda como un salvaje, agarrando primero el
pan, pues sabía que produciría el mayor efecto de saciedad. Podía oír los
ruidos de la garganta que producían los bocados, y no le importaba.
Cuando volvió a hablar, su voz estaba llena de lágrimas. —Querido
amigo... —Su pequeña mano se apretó contra su espalda encorvada y la
acarició consoladoramente—. No dejaré que vuelvas a pasar hambre, te lo
prometo.
Dougan la vio alcanzar el libro mientras se metía en la boca todo lo que
cabía del asado. —¿Qué es eso?, —preguntó con la boca llena de la comida.
Ella extendió sus diminutas y pálidas manos para alisar cuidadosamente
las páginas abiertas y le acercó el libro. —Me sentí mal por no saber lo
suficiente sobre los rifles esta tarde, así que me pasé toda la noche buscando,
¡y mira lo que encontré!. —Apretó el dedo meñique junto a una foto de un rifle
Enfield largo. Debajo había fotos más pequeñas de diferentes partes del arma
desmontada.
—Este es un rifle del modelo 1851, —dijo—. ¡Y mira! Aquí están las
bayonetas. El siguiente capítulo trata de cómo se fabrican y cómo se colocan
en la parte superior de... ¿Qué? —Por fin lo miró y algo en su expresión la hizo
sonrojarse.
Dougan se había olvidado casi por completo de la comida, pues todo su
cuerpo estaba impregnado de la sensación más intensa y exquisita que había
conocido. Era algo parecido al hambre, y algo parecido a la plenitud. Era
maravilla y asombro y anhelo y miedo encapsulados en una tierna dicha. Su
pecho se expandió con ella hasta que le oprimió los pulmones, vaciándolos de
aliento.
Se encontró deseando que hubiera una palabra para ello. Y tal vez la había,
perdida en todos esos innumerables libros para los que nunca había tenido
uso.
Volvió a las páginas, aclarándose la garganta. —Anotaron todos los
nombres de los diferentes componentes justo debajo de las imágenes, ¿ves?
—¿Cómo lo sabes? —Miró hacia donde ella señalaba y observó las marcas
debajo de las imágenes, pero, para él, no tenían sentido.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Lo dice aquí. ¿No puedes leerlo?


Dougan llenó el silencio arrancando un trozo de queso y metiéndoselo en
la boca, masticando furiosamente.
—¿Nadie te ha enseñado?, —preguntó ella con astucia.
Él la ignoró, terminando el trozo de pan mientras miraba los dibujos, con
muchas ganas de saber de qué trataban. —¿Vas a leerlo para mi, Hada?
—Por supuesto que sí. —Se inclinó hacia delante sobre sus rodillas, la
mesa era demasiado alta para que pudiera sentarse en la desvencijada silla y
ver por encima—. Pero mañana, cuando nos reunamos aquí, te enseñaré a
leerlos por ti mismo.
Sintiéndose lleno y satisfecho por primera vez en todo el tiempo que podía
recordar, Dougan comenzó a señalar las imágenes, y ella le decía la leyenda
que había debajo mientras él saboreaba el queso en pequeñas porciones.
Para cuando consiguieron llegar al capítulo sobre las bayonetas, la cabeza
de Farah se había hundido en su hombro mientras se acurrucaban alrededor
de su libro y su vela. Utilizó un dedo para señalar incansablemente una
imagen tras otra, y el otro se introdujo en uno de sus rizos, tirando
ociosamente de él y dejándolo rebotar en su sitio.
—Estaba pensando, —dijo algún tiempo después, cuando ella hizo una
pausa para bostezar—. Ya que no tienes familia a la que amar, podrías amarme
a mí... —En lugar de mirarla, estudió la forma en que el blanco prístino del
vendaje de su enagua hacía que su mano pareciera mucho más mugrienta—.
Eso es, si queréis.
Farah enterró la cara en su cuello y suspiró, sus pestañas rozando su tierna
piel con cada parpadeo. —Por supuesto que te querré, Dougan Mackenzie, —
dijo fácilmente—. ¿Quién más va a hacerlo?
—Nadie, —dijo él con seriedad.
—¿También intentarás amarme?, —preguntó ella en voz baja.
Él lo consideró. —Lo intentaré, Hada, pero no lo he hecho antes.
—También te enseñaré eso, —prometió ella—. Justo después de que te
enseñe a leer. El amor es como la lectura, supongo. Una vez que sabes cómo
hacerlo, no puedes imaginar que no lo hagas.

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Dougan sólo asintió porque le ardía la garganta. Rodeó con su brazo a su


propia hada, deleitándose en el hecho de que por fin tenía algo bueno que
nadie podía quitarle.
***
Dougan aprendió mucho sobre sí mismo en esos dos años dichosos con su
hada. A saber, que cuando él amaba, lo hacía nada menos que absolutamente.
Obsesivamente, incluso.
Ella le contó cómo su padre había estado expuesto al cólera mientras
visitaba a un amigo en un hospital de soldados y lo había llevado a casa. La
hermana mayor de Farah Leigh, Faye Marie, había sido la primera en morir, y
sus padres la habían seguido en breve.

Él le contó que su madre había sido criada en la casa de un laird de los


Mackenzie. Había dado a luz a uno de los muchos bastardos del hacendado y
él había vivido con ella unos cuatro años hasta que murió violentamente a
manos de otro amante.
Una de las cosas de las que Dougan se había dado cuenta desde muy joven,
y que le diferenciaba de los demás, era que lo recordaba casi todo. Incluso
recordaba conversaciones que él y su Hada habían tenido un año después, y la
sorprendía y deleitaba recordándolas.
—¡Lo había olvidado!, —decía ella.
—Nunca lo olvido, —se jactaba él.
Esa habilidad le hacía estudiar con rapidez, y superaba rápidamente su
capacidad de lectura. Aunque siempre se sentaba atentamente mientras ella le
enseñaba, incluso cuando no quería. Además, ella elegía libros que le
interesaban, sobre barcos, cañones y una serie de guerras históricas desde los
romanos hasta Napoleón. Su favorito era uno sobre la historia marítima de los
piratas.
—¿Crees que algún día seré un buen pirata?, —le preguntó una vez
alrededor de un bocado de pastel duro que le había traído como regalo
especial.
—Por supuesto que no, —respondió ella pacientemente—. Los piratas son
ladrones y asesinos malvados. Además, no permiten que haya chicas en sus
barcos piratas. —Ella se volvió hacia él con los ojos húmedos y asustados—.
¿Me dejarías para ir a piratear?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Él la acercó. —Nunca te dejaría, Hada, juró con fiereza.


—¿De verdad? —Ella se apartó, mirándole con ojos de tormenta que
amenazaban con llover—. ¿Ni siquiera para ser pirata?
—Lo prometo. —Él había dado un mordisco al pastel y le había sonreído
con las mejillas llenas antes de volver al libro—. Sin embargo, podría ser un
salteador de caminos. Son muy parecidos a los piratas, pero en tierra.
Tras una breve consideración, Farah había asentido. —Sí, creo que estarías
mucho mejor adaptado a la vida de un salteador de caminos, ella aceptó.
—Sí, Hada, tendrás que resignarte a ser la esposa de un salteador de
caminos.
Ella aplaudió y le dedicó unos ojos encantados. —¡Suena como una
aventura! —Pero luego su rostro se había vuelto sobrio, como si hubiera
recordado algo particularmente desagradable.
—¿Qué?, —había preguntado con ansiedad.
—Sólo que... creo que debo casarme con otra persona.
Dougan gruñó, sacudiendo sus hombros menudos. —¿Con quién?
—El señor Warrington. —Continuó al ver el enfado y la perplejidad en sus
ojos—. Él-él trabajó con mi padre y es quien me dejó aquí. Dijo que cuando sea
una mujer, vendrá a recogerme y nos casaremos.
Una fría desesperación se apoderó de su sangre. —No puedes casarte con
nadie más, Hada. Me perteneces a mí. Sólo a mí.
—¿Qué haremos? —Ella se inquietó.
Dougan pensó furiosamente mientras temblaban el uno contra el otro en la
árida biblioteca, la amenaza de una futura separación los unía. De repente, le
asaltó la genialidad.
—Vete a la cama, Hada. Mañana por la noche, en lugar de encontrarnos
aquí en la biblioteca, veámonos en la sacristía.
Dougan la había esperado en la sacristía con el único recuerdo de su
familia que tenia. Un trozo de tela escocesa Mackenzie. Se había bañado y
fregado y se había quitado los enredos de su pelo negro y liso antes de atarlo
con un cordón.
Los rizos rebeldes de Farah asomaban por las pesadas puertas de la capilla,
y cuando lo había visto de pie junto al altar, sólo iluminado por una solitaria
vela, el brillo de su sonrisa la había precedido por el pasillo. Llevaba su sencillo
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Rebeldes Victorianos #1

camisón blanco que a él le agradaba sobremanera, y sus pies descalzos


asomaban por el largo dobladillo a cada paso.
Le ofreció la mano y ella la tomó sin dudar. —Estás muy guapo, —dijo
susurrando—. ¿Qué estamos haciendo aquí, Dougan?
—Estoy aquí para casarme contigo, —murmuró.
—¿Oh? —Ella miró a su alrededor con curiosidad—. ¿Sin sacerdote?
—No necesitamos sacerdotes en las Tierras Altas, —se burló él
suavemente—. Nuestras bodas están ligadas a muchos dioses y no a uno solo.
Y vienen cuando lo pedimos, no cuando lo dice un sacerdote.
—Eso suena aún mejor, —aceptó ella con un ferviente asentimiento.
Se arrodillaron uno frente al otro frente al altar, y Dougan envolvió su
descolorida tela escocesa alrededor de sus manos derechas unidas.
—Sólo di lo que yo diga, Hada, —murmuró.
—De acuerdo. —Ella lo miró con esos ojos, y Dougan experimentó una
punzada de amor tan intensa y feroz que sintió como si no perteneciera a esta
sala sagrada.
Comenzó el encantamiento que recordaba haber visto una vez desde
detrás de las faldas de su madre cuando era joven.

Sois sangre de mi sangre, y hueso de mi hueso.


Os doy mi cuerpo, para que los dos seamos uno.
Os doy mi espíritu, hasta que nuestra vida termine.

Farah necesitó un poco de ayuda para recordar todas las palabras, pero las
dijo con tal fervor que Dougan se sintió conmovido.
Deslizando un anillo de hierba de sauce en su dedo, recitó los sagrados
votos antiguos con perfecta claridad, pero los tradujo al inglés por el bien de
ella.

Os hago mi corazón
Al salir la luna
Para amar y honrar
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

A través de todas nuestras vidas.


Que renazcamos,
Que nuestras almas se encuentren y conozcan.
Que se amen de nuevo.
Y recuerden.

Ella pareció perdida y desconcertada por un momento, y luego anunció: —


Yo también.
Fue suficiente. Ella era suya. Suspirando con el alivio de un gran peso,
Dougan desenvolvió sus manos y le ofreció su manta. —Guarda esto contigo,
junto a tu corazón.
—Oh, Dougan, no tengo nada que darte, —se lamentó ella.
—Dame un beso, Hada, y ya está.
Ella se lanzó hacia él, frunciendo su pequeña boca artísticamente contra la
suya, y luego soltándose con un fuerte sonido de beso. —Eres el mejor marido,
Dougan Mackenzie, —anunció—. No conozco a ningún otro marido que
pueda hacer que una rana salte tan alto, o que invente nombres tan ingeniosos
para los zorros que viven bajo el muro, o que salte tres piedras a la vez.
—No debemos decírselo a nadie, —dijo Dougan, aún tambaleándose por el
beso—. No, no hasta que seamos mayores.
Ella asintió con la cabeza. —Será mejor que vuelva, —dijo de mala gana.
Él aceptó, bajando la cabeza para besarla en la boca una vez más, esta vez
más suave. Después de todo, era su derecho como esposo. —Te quiero, Hada
mía, —susurró él mientras ella volvía a caminar en silencio por el pasillo,
agarrada a su tela escocesa y coronada con las vibrantes flores.
—Yo también te quiero.
***
A la noche siguiente, un pequeño cuerpo despertó a Dougan levantando las
sábanas y retorciéndose en su estrecho catre del dormitorio. Abrió los ojos
para ver un montón de tirabuzones plateados arropados contra su pecho a la
tenue luz de la única vela.
—¿Qué haces, Hada?, —susurró somnoliento.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella no le contestó, sino que se aferró a su camisa con una desesperación


poco habitual, con el cuerpo agitado por los escalofríos y los pequeños
gemidos sin palabras que escapaban de su garganta.
Instintivamente, los brazos de Dougan la rodearon y la atrajeron con
fuerza mientras el pánico le calaba hasta los huesos. —¿Qué ha pasado? ¿Estás
herida?
—N-no, —balbuceó ella contra él.
Él se relajó un poco, pero se afligió al ver que sus lágrimas empapaban la
parte delantera de su raído camisón. Levantó la cabeza para ver si alguno de
los otros veinte y tantos chicos alineados en las literas al lado y enfrente de él
notaba su presencia, pero todo estaba en silencio por lo que pudo ver. Ella
nunca había hecho esto antes, así que cualquiera que fuera su causa, debía ser
grave.
Al echarse un poco hacia atrás para mirarla, Dougan vio algo en la luz
plateada de la luna que hizo que la sangre se convirtiera en hielo en sus venas.
Llevaba su brillante camisón blanco, el mismo con el que se había casado
con ella la noche anterior, salvo que ahora le faltaba la hilera de pequeños
botones desde el ombligo hasta el encaje del cuello. Ella sujetaba el hueco con
una mano mientras con la otra se aferraba a él. Una calma desoladora se
apoderó de él mientras acunaba a su esposa de diez años en sus brazos.
—Cuéntame, —fue todo lo que pudo conseguir a través de una garganta
que se cerraba de miedo.
—Me arrastró a su estudio y me dijo cosas horribles, —susurró ella contra
su pecho, roja de vergüenza, sin atreverse aún a mirarlo a la cara.
—El padre MacLean me dijo todas las cosas que le tentaba hacer conmigo.
Fue horrible, vulgar y aterrador. Luego me tiró en su regazo y trató de
besarme.
—¿Intentó? —Los puños de Dougan estaban enterrados en la espalda de
su camisón, temblando con la fuerza de su rabia.
—Yo, más o menos, le apuñalé en el hombro con un abrecartas y corrí, —
confesó ella—. Corrí aquí. A ti. El único lugar seguro que se me ocurrió. Oh,
Dougan, me persigue. —Se disolvió en sollozos, todo su cuerpo temblando por
el esfuerzo de mantenerlos en silencio.
A pesar de todo, los labios de Dougan se crisparon con irónica satisfacción
en su pequeña esposa. —Eso estuvo bien hecho, Hada, —murmuró,

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

acariciando su cabello, deseando silenciosamente que hubiera sido el ojo del


padre MacLean, y no su hombro, lo que ella había apuñalado.
Applecross era una gran y vieja fortaleza de piedra con muchos lugares
para esconderse, pero el viejo sacerdote no tardaría en venir a buscar en el
dormitorio de los chicos.
—No sé qué hacer, —salió la vocecita de debajo de la manta.
Una luz apareció por debajo de la puerta del dormitorio y Dougan se
congeló, colocando una mano sobre su boca y sin respirar hasta que pasó.
Dougan se levantó de la cama y abrió silenciosamente su baúl, sacando sus
dos pantalones. Le lanzó uno, junto con una de sus camisas. —Ponte esto, —le
ordenó en un susurro. Ella asintió en silencio y empezó a meterse en ellos por
debajo de su camisón. Rápidamente, Dougan la ayudó a arremangarse el
dobladillo y las mangas de la camisa y ató un poco de cordel que había estado
usando como cinturón para amarrar los pantalones a sus inexistentes caderas.
Se puso las botas con desgarros en las suelas y decidió que le robarían un
par de botas a la cocinera en la cocina cuando reunieran la comida para su
viaje. No podían arriesgarse a volver a su dormitorio para recoger sus cosas.
Su pequeña mano se sentía frágil y a la vez pesada en la de él mientras se
dirigían a las cocinas en la oscuridad, deteniéndose para mirar por las esquinas
y arrastrándose entre las sombras. Había casi diez millas hasta Russel, en el
lago Kishorn. Allí podrían descansar y dormir y darse un festín en los
criaderos de ostras antes de seguir adelante a Fort William. Dougan sólo
esperaba que su pequeña hada tuviera la fuerza para hacerlo.
No importaba, la cargaría todo el camino si era necesario.
Una vez en las cocinas, recogieron pan y carne de cerdo seca, junto con un
poco de queso, y perdieron preciosos segundos metiendo estopa en los dedos
de las botas de la cocinera. La pequeña mujer tenía los pies pequeños para ser
una mujer adulta, pero los de Farah eran aún más pequeños.
Dougan se alegró de ver que su Hada había dejado de llorar, con un rostro
resuelto y decidido, aunque con un poco de ansiedad.
Dougan la arropó con su fina chaqueta, odiando no tener nada más cálido
para ella.
—¿No tendrás frío?, —protestó ella.
—Tengo más carne en los huesos, —se jactó él, abriendo la puerta de la
cocina y haciendo un gesto de dolor cuando las bisagras crujieron lo
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

suficientemente fuerte como para despertar a la mitad de las almas del


cementerio. El olor a rocío le recordó que pronto amanecería, pero también
que las noches habían dejado de helarse, lo cual era una buena señal.
Buscando en la oscuridad, se fijó en qué dirección estaba el este. Sólo
tendrían que caminar en línea lo más recta posible y llegarían a las orillas del
lago Kishorn. Estaba seguro de ello.
El gemido estrangulado de la mujer no le sirvió de advertencia antes de que
su mano fuera arrancada de su agarre.
Dougan se giró para ver a la imponente hermana Margaret sujetando a
Farah, que se debatía, mientras el padre MacLean entraba en las cocinas con
dos robustos frailes detrás de él.
—No, —Dougan dijo ronco, momentáneamente congelado de horror.
—¡Dougan, corre!, —gritó su Hada. El padre MacLean se acercó a la
hermana Margaret y se burló, extendiendo una mano delgada y nudosa
manchada de sangre para ayudar a dominar los golpes de Farah.
—¡No la toques! —ordenó Dougan—. Ella es mía. —Sacó el cuchillo que
había robado de la tabla de cocina y lo lanzó como advertencia hacia sus dos
adversarios—. A menos que quiera ser atravesado dos veces en una noche. —
Dio un paso amenazante hacia delante y el padre MacLean apartó sus finos
labios de unos dientes afilados y desiguales. Su calva brillaba a la luz de la
antorcha que llevaba uno de los frailes.
—Esta vale demasiado para dejarla ir. —Rápido como un halcón, MacLean
rodeó con sus largos y huesudos dedos el delicado cuello de Farah—. Deberías
haber escogido otra princesa como presa.
¿Princesa? —¡Yo no soy el depredador aquí, tú lo eres! —acusó Dougan,
incapaz de apartar los ojos de la aterrorizada mirada de su Hada mientras ésta
se retorcía y luchaba por respirar—. Entrégala. O los cortaré a los dos.
Farah emitió un sollozo estrangulado cuando MacLean le cortó la
respiración por completo.
Dougan se puso en marcha. Se lanzó hacia adelante, dio una patada y clavó
su bota directamente en la débil rodilla del padre MacLean. El hombre cayó
con un grito torturado, y antes de que Dougan supiera lo que estaba haciendo,
clavó el cuchillo en el pecho del sacerdote.
Se oyeron gritos femeninos, demasiado profundos para ser los de su Hada,
aunque estaba seguro de haberla oído llorar también. De repente, todas las

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

palizas, el hambre y una oleada de retribución en nombre de su Hada


retumbaron en él. Dougan sacó el cuchillo justo a tiempo para lanzar un tajo al
fraile que avanzaba, que saltó justo fuera de su alcance. Estaba tan
concentrado en el que tenía delante, que no vio al otro blandir el atizador
contra su cabeza hasta que fue demasiado tarde.
Lo último que oyó fue el sonido de su Hada, su esposa, gritando su nombre.
Su último pensamiento fue que le había fallado. La había perdido para siempre.

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Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DOS

Londres, 1872
Diecisiete años después

Desde hacía casi diez años, la señora Farah L. Mackenzie tenía la


costumbre de recorrer a pie la milla que le separaba del trabajo. Salía de su
pequeño pero elegante piso, situado encima de uno de los muchos cafés de
Fetter Lane, y paseaba por Fleet Street hasta que ésta se convertía en Strand,
la infame calle de las artes y el teatro de vanguardia de Londres. Con Temple
Bar y el Teatro Adelphi a su izquierda, y Covent Garden y Trafalgar Square a
su derecha, todas las mañanas se convertían en una particular fiesta para sus
sentidos.
A menudo tomaba el café matutino con su casero y propietario del
Bookend Coffeehouse, el señor Pierre de Gaule, que la obsequiaba con
historias de famosos poetas, novelistas, artistas, intérpretes y filósofos que
frecuentaban su establecimiento durante las horas de la noche.
Aquella mañana en particular, la conversación había versado sobre el
extraño autor parisino Julio Verne y la discusión que habían mantenido sobre
el recién fallecido y conocido común, Alejandro Dumas.
Farah se había mostrado especialmente interesada, ya que era una gran
admiradora de la obra del señor Dumas y se avergonzaba de admitir que no
había conseguido leer al señor Verne, pero sentía que debía añadirlo a su
siempre creciente lista de libros.
—No te molestes, —espetó de Gaule con su marcado acento francés que, a
pesar de su condición de expatriado, nunca había disminuido en la casi década
que Farah le conocía. —Es otro pretencioso novelista deísta que se considera
filósofo.
Dejando al Sr. de Gaule con una sonrisa, su renta mensual y un beso en su
considerable papada, Farah había tomado un croissant para su desayuno y lo
mordisqueaba mientras se dirigía a la concurrida Strand.
Los únicos edificios de su ruta que no exhibían una colorida gama de
clientes eran el puñado de casas de placer que, como muchos de sus

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

empleados, sólo aparecían engañosamente tentadores por la noche, cuando la


iluminación era más favorable.
Farah encontró su paseo matutino decepcionantemente aburrido, a pesar
del deslumbrante bullicio de la calle del mercado más famoso de Londres. Así
fue hasta que evitó Charing Cross atajando por Northumberland Street para
llegar al número 4 de Whitehall Place por la entrada trasera, conocida por
toda la sociedad inglesa como el —pasillo trasero— de la Jefatura de la Policía
Metropolitana de Londres, también conocida como Scotland Yard.
La muchedumbre que rodeaba el edificio era mucho más numerosa y
estaba más enfadada que de costumbre, desbordándose hacia la calle
principal.
Farah se acercó a los márgenes de la multitud con precaución,
preguntándose si el Parlamento había aprobado otra enmienda a la Ley de
Matrimonio. Porque eso fue la última vez que recordaba un alboroto
semejante en Scotland Yard, ya que compartía edificio con el comisario de
licencias.
Al ver al sargento Charles Crompton montado en un caballo castrado en la
esquina oeste de la creciente multitud, Farah se dirigió hacia él.
—¡Sargento Crompton!, —llamó, poniendo una mano en la brida de
Hugo—. Sargento Crompton. ¿Puedo pedirle que me ayude a entrar?
Crompton, un hombre corpulento de unos cuarenta años, la miró con el
ceño fruncido desde detrás de un bigote erizado que colgaba por debajo de la
papada extra creada por la correa de su casco de uniforme. —Se supone que
no debe venir al pasillo trasero en días como éste, señora Mackenzie, —le dijo
desde lo alto de su inquieto corcel—. El inspector jefe tendrá mi placa. Por no
hablar de mi cabeza.
—¿Qué es todo esto? —preguntó Farah.
Su respuesta se perdió en un súbito rugido que se extendió entre la
multitud, y Farah se giró a tiempo para ver la sombra de un hombre que
cruzaba la entrada del cuartel general hacia las escaleras del sótano.
No pudo distinguir ningún rasgo en particular, pero captó la impresión de
un cabello oscuro, una estatura impactante y un paso largo y seguro.
El breve vistazo inflamó a la multitud tan intensamente que alguien lanzó
un proyectil a través de una ventana de la oficina del secretario.
Su oficina.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

En un instante, Crompton se bajó del caballo y la impulsó por el codo,


alejándose de la multitud y dirigiéndose a la fachada del edificio que daba a
Whitehall Place. —¡Tienen al mismísimo diablo ahí dentro!, —le gritó—. He
mandado llamar a los policías de Bow Street y de la comisaría de St. James
para que les ayuden.
—¿Quién era?, —gritó ella.
Pero tan pronto como estuvo en la esquina de Newbury y Whitehall Place,
Crompton la abandonó para volver a la multitud, con su garrote levantado en
caso de violencia.
Alisando su chaqueta de uniforme de lana negra sobre el vestido, agradeció
la falta de un polisón bajo el miriñaque de sus faldas. Con las oficinas cada vez
más reducidas de Scotland Yard, nunca encajaría si se vistiera a la moda.
Farah saludó con la cabeza a la recepcionista del comisario de licencias y
se abrió paso a través del laberinto de pasillos hasta la entrada de conexión de
la sede, sólo para descubrir que el pandemónium dentro de Scotland Yard era
apenas más tranquilo que la muchedumbre de fuera.
Ya había estado en este tipo de situaciones. Estaba la revuelta irlandesa del
68, y la vez que un explosivo estalló frente al Parlamento, a un tiro de piedra
de distancia, por no mencionar el constante aluvión de delincuentes, ladrones
y putas que desfilaban a diario por el número 4 de Whitehall Place. Y, sin
embargo, mientras Farah se abría paso a codazos por la oficina de recepción de
Scotland Yard, no recordaba ningún momento en el que hubiera sentido un
desastre tan inminente. Un escalofrío de inquietud la recorrió,
interrumpiendo su compostura habitualmente infalible.
—¡Sra. Mackenzie! —Oyó su nombre por encima del estruendo de agentes,
periodistas, criminales e inspectores que se agolpaban en el vestíbulo trasero.
Farah se giró para ver a David Beauchamp, el primer secretario, que se dirigía
hacia ella desde el vestíbulo de las oficinas. Su complexión delgada y enjuta no
cumplía con los requisitos físicos mínimos para ser agente de la Policía
Metropolitana, por lo que había sido contratado como empleado, para su
eterno pesar.
Farah se acercó a él, excusándose en el camino. —Señor Beauchamp. —
Tomó el codo que le ofreció y juntos se dirigieron hacia la relativa seguridad
del vestíbulo—. ¿Podría decirme qué está pasando aquí?
—Pregunta por usted, —le informó Beauchamp con un ceño imperioso.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah sabía exactamente a quién se refería el señor Beauchamp. A su jefe,


el inspector jefe Sir Carlton Morley.
—Enseguida, —respondió ella, quitándose la cofia y arrojándola sobre su
escritorio. Hizo una mueca al ver los fragmentos de la ventana en el suelo del
despacho, pero se sintió culpable por el alivio que sintió cuando se dio cuenta
de que la mayor parte del daño se había producido en el escritorio del señor
Beauchamp, ya que el suyo estaba situado más cerca de la puerta. Errol
Cartwright, el tercer empleado, aún no había llegado.
—Necesitará su instrumental, —le recordó Beauchamp sin necesidad—.
Va a haber un interrogatorio. Yo me quedaré aquí para ocuparme de la prensa
y coordinar a los polis adicionales. —Utilizó el nombre callejero con el que los
londinenses habían bautizado a la Policía Metropolitana, lo que a Farah le
pareció ridículo.
—Por supuesto, —dijo Farah con ironía, mientras recogía su pluma, su
tintero y su bloc de grueso pergamino en el que anotaba las actas, confesiones
y redactaba declaraciones juradas para criminales y policías por igual. Ignorar
el ruido de la muchedumbre en la ventana rota le costó mucho esfuerzo, pero
lo consiguió. Su despacho estaba lo suficientemente alto como para que no
pudieran ver su cabeza como objetivo, aunque sí podía ver la de ellos.
—¿Tendría usted la amabilidad de decirme a qué se debe todo este
alboroto?, —preguntó por centésima vez.
El Sr. Beauchamp resopló, complacido de ser quien le diera una noticia que
ella no había obtenido. —Sólo el hombre cuya captura podría marcar toda la
carrera de Sir Morley. El cerebro criminal más infame de la historia reciente.
—No, no puede querer decir...
—De hecho lo hago, Sra. Mackenzie. Sólo puedo referirme a Dorian
Blackwell, el Corazón Negro de Ben More.
—Caramba, —dijo Farah, de repente un poco más que aprensiva de estar
en el mismo edificio con él, y mucho más en la misma habitación.
—Por favor, dígame que no está en peligro de sufrir desmayos o alguna
otra histeria femenina. No sé si se ha dado cuenta, pero estamos en medio de
una crisis, y no puedo encubrir ningún comportamiento erróneo. —
Beauchamp la miró con desagrado.
—¿Cuándo ha sabido usted que yo esté afectada por desmayos?, —
preguntó impaciente mientras metía su libreta en el pliegue del brazo que
sostenía su pluma y su tintero—. ¡De verdad, señor Beauchamp, después de
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

todos estos años! —Pasó junto a él en un remolino de faldas, frunciendo el


ceño con desaprobación. Aunque él era el primer empleado superior a su
segundo empleado, tal vez era hora de que ella usurpara su autoridad.

Lo primero es lo primero. Farah cuadró los hombros y se recogió las faldas


para bajar las escaleras del sótano. Aunque no era propensa a los desmayos,
sentía que sus pulmones se esforzaban contra el corsé más rápido de lo
habitual, y su corazón se sentía como un gorrión atrapado, revoloteando por
las paredes de su pecho, buscando una salida.
Dorian Blackwell, el Corazón Negro de Ben More.
A pesar de su aprensión, Farah se dio cuenta de que estaba participando en
algo sin precedentes. Ciertamente, Blackwell tenía varios arrestos en su
historial, pero de alguna manera siempre se las arreglaba para escapar del
encarcelamiento, y de la horca. Interiormente, citó la información que tenía
sobre Dorian Blackwell.
Su notoriedad en todo el país había comenzado hacía poco más de una
década con las inquietantes y misteriosas desapariciones de la mitad de los
criminales que investigaba Scotland Yard. Durante la investigación inicial, un
nombre se había amalgamado de las sombras y los susurros que surgían de las
entrañas más violentas y traicioneras de la ciudad, como Fleet Ditch,
Whitechapel y el East End.
El Corazón Negro. Un nuevo tipo de criminal, casi continental, que se hizo
con el control de los bajos fondos londinenses sin miramientos, antes de que
nadie lo supiera. Todo mediante la infiltración y la curiosa organización de lo
que equivalía a una milicia bien entrenada.
Un número increíble de ladrones buscados, proxenetas, corredores de
apuestas, traficantes, señores de los barrios bajos, y los jefes reinantes de las
empresas criminales existentes también habían desaparecido, reapareciendo a
menudo como cadáveres hinchados en el Támesis.
Una guerra silenciosa y oculta había hecho estragos en el este de Londres,
y sólo cuando los ríos de sangre dejaron de correr la policía se enteró de ello.
Según fuentes cada vez menos fiables, el Corazón Negro sustituyó a estos
criminales desaparecidos por agentes abyectamente leales a él. Los que
permanecieron en sus puestos anteriores se volvieron repentinamente más
ricos y más esquivos a la justicia.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Si el desconcertante llamado Corazón Negro se hubiera quedado en su


lado de Londres, es probable que nunca hubiera sido perseguido por la
lamentable falta de fondos y el exceso de trabajo de la policía. Pero una vez
que se aseguró la posición de control absoluto sobre las míseras guaridas de
los ladrones y los infiernos del juego, la figura de un hombre emergió de la
sombra, la suciedad y la sangre de lo que ahora se conocía como la Guerra del
Hampa.
Y de repente el Corazón Negro tenía un nombre. Dorian Blackwell. Y ese
nombre se convirtió en sinónimo de un tipo de carnicería totalmente
diferente. Del tipo monetario. La policía seguía tratando de relacionar a las
personas aparentemente aleatorias que Blackwell había encumbrado y/o
quebrado con una eficiencia insensible y precisa. Sus campos de batalla eran
los bancos y las salas de juntas, con un golpe de bolígrafo y un susurro de
escándalo que provocó la ruina de varios miembros de la élite londinense. Para
frenar el creciente terror que se apoderaba de la ciudad ante toda la agitación,
suavizó algunas de las aristas de la aprensión donando generosamente a
organizaciones benéficas, especialmente las dirigidas a los niños,
patrocinando las carreras de artistas e intérpretes, y estimulando la emergente
economía de la clase media con algunas inversiones muy acertadas. Se había
ganado una reputación similar a la de Robin Hood entre las clases media y
baja.
Se rumoreaba que era uno de los hombres más ricos del imperio. Tenía una
casa en Hyde Park, numerosas propiedades y otros bienes, invertidos o
incautados en negocios hostiles, y un castillo bastante famoso en la isla de
Mull, del que obtuvo el resto de su nombre.
Se llamaba el Castillo de Ben More, un lugar aislado en las Highlands en el
que, al parecer, pasaba gran parte de su tiempo.
Al llegar al húmedo sotano de ladrillo y tierra, Farah se asomó a la ventana
del ojo de buey a través de los barrotes de hierro que lo cubrían, angustiada al
ver que la multitud parecía haberse duplicado. No tardaría mucho en llegar al
círculo de Charing Cross. ¿Y entonces qué?
Aceleró el paso, ignorando las llamadas y las conversaciones excitadas de
la docena de inspectores que merodeaban por debajo de las escaleras, cerca de
las puertas de hierro de las salas de pruebas, registros y suministros. Toda su
atención se centraba en un punto. La puerta enrejada de la primera cámara
acorazada, desde la que una serie de maldiciones y los inconfundibles sonidos
de carne conectándose con carne resonaban a través de los barrotes.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Todos hablaban de Blackwell. Y no en términos favorables.


Como figura pública enigmática, todos los negocios del Corazón Negro de
Ben More eran generalmente legales, aunque a menudo poco éticos, y aun así
la policía podría haberle dejado a su aire.
Eso era, hasta que otras misteriosas desapariciones habían empezado a
aterrorizar a la ciudad. Unos guardias de prisión. Un sargento de policía. El
comisario de Newgate. Y, más recientemente, un juez del Tribunal Supremo,
Lord Roland Phillip Cranmer III, una de las judicaturas más poderosas de
todo el reino.
Si algo sabía Farah era que nada incitaba a la policía a actuar como la
violencia contra los suyos. Sabía, por supuesto, que Sir Carlton Morley había
estado siguiendo a Blackwell desde que Morley era un nuevo inspector, hacía
ya casi diez años, y que los hombres se habían visto envueltos en una especie
de juego del gato y el ratón que se estaba intensificando rápidamente.
El inspector jefe había llegado a acusar a Blackwell un par de veces, pero
eso fue hace mucho tiempo, cuando trabajaba en la comisaría de Whitechapel.
Aun así, el Corazón Negro de Ben More parecía ser una obsesión particular de
su jefe, y Farah se preguntó si esta vez había acorralado por fin a su presa.
Esperaba sinceramente que así fuera. Sus sentimientos por Carlton Morley se
habían vuelto últimamente mucho más opacos. Complicados, incluso.
El olor que había debajo de las escaleras era una compleja combinación de
placer y repelencia. Los olores atrayentes del papel, el almizcle y la tierra fría y
dura subrayaban los olores más penetrantes de la cámara acorazada de piedra
y hierro y de las celdas de detención en las que, cuanto más se aventuraba uno,
se intensificaban hasta resultar abrumadores. La orina, el olor corporal y otras
suciedades que no merecían ser consideradas asaltaban sus sentidos como
siempre lo hacían antes de que ella los aislara como hacia habitualmente para
poder hacer su trabajo.
—Me sorprende que Beauchamp le deje bajar aquí, señora Mackenzie. —
Ewan McTavish, un escocés bajito pero corpulento, e inspector desde hacía
tiempo, inclinó la gorra cuando ella se detuvo en la puerta. Tenían una buena
relación entre ellos, ya que era sabido entre los hombres de Scotland Yard que
su difunto marido había sido, efectivamente, escocés— No todos los días
conseguimos a alguien tan peligroso como el Corazón Negro de Ben More.
Podría olvidarse de ser respetuoso con usted. —Un brillo peligroso entró en
los ojos azules de McTavish.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Aprecio su preocupación, señor McTavish, pero llevo mucho tiempo en


esto y estoy segura de que lo he oído todo. —Farah le dedicó al apuesto
escocés de pelo cobrizo una sonrisa confiada y sacó las llaves del bolsillo de su
falda, abriendo la puerta de la sala de interrogatorios.
—Estaremos apostados aquí fuera por si estáis en peligro o necesitáis algo,
—dijo McTavish en voz demasiado alta, quizá para beneficio de los que
estaban dentro de la sala tanto como para el suyo propio.
—Gracias, inspector, gracias por todo. —Farah esbozó una última sonrisa
de gratitud y se dirigió al interior.
El olor se intensificó en la fuerte habitación, y Farah levantó un pañuelo de
encaje humedecido con aceite de lavanda que guardaba en su bolsillo hasta
que pasó la habitual oleada de náuseas, antes de reconocer a los ocupantes de
la habitación.
Cuando levantó la mirada, se quedó paralizada, aturdida en su sitio ante el
espectáculo que tenía delante.
El inspector jefe Sir Carlton Morley estaba en mangas de camisa, que se
había remangado hasta los codos. Las manos cuidadas y apretadas a los lados
tenían sangre en los nudillos, y su pelo, normalmente bien cuidado, estaba
desordenado.
Un hombre grande y de pelo oscuro estaba sentado en una única silla en el
centro de la sala, con las manos encadenadas detrás de él y una postura
aparentemente relajada.
Ambos jadeaban, sudaban y sangraban, pero eso no fue lo que más
sorprendió a Farah. Fueron las expresiones casi idénticas en sus rostros
cuando la miraron, una intensa compilación de sorpresa y pesar, con un
trasfondo apenas controlado de... ¿hambre?
La violencia flotaba en el aire entre los dos hombres con una vibración
tangible, pero cuando el prisionero de la silla la estudió, todo se volvió
extraordinariamente silencioso y quieto.
Farah había desarrollado una vez una fascinación por los depredadores
exóticos después de verlos expuestos en grandes jaulas en la Feria Mundial de
Covent Garden. Había leído sobre ellos y se había enterado de que los grandes
felinos de caza, como los leones y los jaguares, podían guardar una quietud
sobrenatural. Llegaban a ocultar sus poderosos cuerpos entre las sombras, los
árboles y las hierbas altas, de tal manera que sus presas podían pasar sin darse

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

cuenta de que la bestia estaba a punto de abalanzarse sobre ellos y arrancarles


la garganta hasta que era demasiado tarde.
Los compadecía y los temía al mismo tiempo. Porque seguramente una
criatura tan dinámica y poderosa no podía hacer otra cosa encadenada en una
jaula tan pequeña que odiar y marchitarse y, finalmente, morir. Había
observado a un jaguar especialmente oscuro recorrer los escasos cuatro pasos
que había detrás de sus barrotes mientras sus salvajes ojos amarillos
prometían retribución y dolor a las masas vestidas de forma brillante que
habían acudido a contemplarlo. Sus ojos se habían encontrado, los de Farah y
los de la bestia, y él había demostrado esa quietud antinatural, sosteniendo su
mirada durante una eternidad sin parpadear. Ella había quedado hipnotizada
por aquel depredador mientras las lágrimas calientes le escaldaban las
mejillas. Por el aterrador destino que había visto reflejado en sus ojos. Él la
había marcado como presa, como uno de los bocados más débiles y deseables
de la manada de gente que se arremolinaba a su alrededor. Y en ese momento,
se sintió agradecida por las malditas cadenas que mantenían a la bestia bajo
control.
Esa afectación exacta e inquietante la invadía ahora al encontrarse con la
mirada desatinada de Dorian Blackwell. Sus rasgos eran de una cruel
brutalidad. Su único ojo bueno tenía esa cualidad ambarina que había
pertenecido al jaguar. La luz parpadeante de la lámpara lo hacía brillar en oro
contra su piel bruñida. Sin embargo, fue su otro ojo el que le llamó la atención.
Porque, empezando por encima de la ceja y terminando en el puente de una
nariz afilada, había una cicatriz dentada y furiosa, interrumpida por un ojo
desprovisto de todo pigmento excepto el azul por lo que fuera habia causado
la herida. Y, en efecto, la miraba como un depredador que reconoce su comida
preferida y está al acecho para abalanzarse sobre ella hasta que se acercara por
casualidad. Tenía la mejilla partida y sangrando a lo largo de la afilada línea de
su pómulo masculino, y otro pequeño hilillo de sangre goteaba de su fosa nasal
derecha.
Recuperando el aliento, Farah abandonó la mirada del prisionero y buscó
los rasgos familiares y aristocráticos de su jefe.
Sir Morley, que por lo general era un hombre tranquilo, parecía estar en el
extremo de una cuerda deshilachada, aferrándose al control de su
temperamento con ambas manos. No era propio de Morley golpear a un
hombre que tenía las muñecas encadenadas por detrás.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Veo que has venido preparada, —le espetó, con un tono que contradecía
el brillo de la calidez y el anhelo en sus ojos, mientras le dedicaba una cortante
inclinación de cabeza.
—Sí, señor. —Farah asintió y se sacudió con severidad mientras fijaba su
mirada en el escritorio del fondo de la habitación y se esforzaba por que sus
piernas temblorosas la llevaran hasta él sin que se le cayera algo, o algo peor.
Ocultó su incomodidad tras una máscara de serenidad cuidadosamente
dispuesta, mientras los tacones de sus botas hacían un fuerte eco contra las
piedras de la sala fuerte.
—Por mucho que apruebe tu cambio de táctica, Morley, colgar esta
sabrosa pieza delante de mí sigue sin tener el efecto deseado. —La voz de
Blackwell llegó hasta ella como los primeros zarcillos inoportunos de la
escarcha en invierno. Profunda, suave, cáustica y de un frío intenso. A pesar de
ello, su acento era asombrosamente culto, aunque un acento irlandes
profundamente oculto redondeaba las erres, lo suficiente como para insinuar
que el Corazón Negro de Ben More podría no haber nacido en Londres. Su
cuello giró sobre unos poderosos hombros mientras seguía su avance hacia el
escritorio colocado detrás de él en diagonal. No apartó ni una sola vez esos
inquietantes ojos de ella, ni siquiera cuando se dirigió a Morley. —Le advierto
ahora que hombres más brutales que usted han tratado de sacarme una
confesión a golpes, y mujeres más hermosas que ella se han esforzado por
embrujar mis secretos. Ambos han fracasado.
La silla del escritorio salió a su encuentro mucho más rápido de lo que
había previsto, y se dejó caer en ella, casi volcando los objetos que llevaba en
los brazos. Sin embargo, se alegró de estar situada detrás de Blackwell para
que éste no pudiera ver su malestar, y alisó el bloc de papel que tenía delante
con una mano inestable, y colocó el tintero y la pluma en su sitio.
—Aprenderás, Blackwell, que no hay hombres más brutales que yo. —
Morley se burló.
—Dijo la mosca a la araña.
—Si yo soy la mosca, ¿por qué eres tú el que está atrapado en mi tela? —
Morley rodeó a Blackwell, tirando de los grilletes que aprisionaban sus manos
detrás de él.
—¿Está seguro de que eso es lo que ocurre aquí, inspector? ¿Está seguro de
que soy yo quien está jugando en sus manos? —El comportamiento de
Blackwell seguía siendo imperturbable, pero Farah notó que sus anchos

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

hombros estaban tensos bajo su fina chaqueta a medida, y pequeños


riachuelos de sudor se acumulaban en su sien y detrás de su mandíbula.
—Sé que lo esta, —dijo Morley.
El sonido hueco de diversión que produjo Blackwell volvió a recordarle a
Farah el jaguar oscuro. —El verdadero conocimiento es conocer el alcance de
la propia ignorancia.
¿El hombre citaba a Confucio? Qué injusto que un hombre como él pudiera
ser tan inteligente, peligroso, rico, poderoso y bien leído. Farah ahogó un
suspiro y luego, alarmada por su reacción ante él, enderezó la columna
vertebral y tomó su pluma, dispuesta a deslizar la eficiente taquigrafía por su
papel.
—Basta de esto. —Morley se acercó a ella—. ¿Está preparada para que
comience el interrogatorio, señora Mackenzie?
Su nombre pareció zumbar por la habitación como un insecto errante,
lanzándose contra el acero y la piedra y resonando hasta el hombre
encadenado en el centro.
—Mackenzie. —Farah no podía estar segura, pero pensó que la palabra
podría haber sido absorbida por Blackwell y luego pronunciada por él. Pero
cuando miró a través de sus pestañas a un Morley con el ceño fruncido,
observó que él no parecía haberlo detectado.
—Por supuesto, —murmuró, e hizo ademán de mojar la pluma.
Morley se volvió hacia Blackwell, con su rostro cuadrado y decidido.
—Dígame lo que hizo con el juez Cranmer. Y no te molestes en negar que
fuiste tú, Blackwell; sé que fue el magistrado que te condenó a Newgate hace
quince años—.
—Así fue. —Blackwell ni siquiera movió un músculo.
¿Hace quince años en Newgate? Farah levantó la cabeza y su bolígrafo hizo
un fuerte ruido contra la mesa. No podía ser que estuviera allí al mismo
tiempo que-.
—Y esos guardias desaparecidos, —continuó Morley, con la voz más alta
ahora, más desesperada—. Estaban asignados a tu celda durante tu estancia
allí.
—¿Lo estaban?
—¡Sabes perfectamente que lo estaban!

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Blackwell levantó un hombro en un gesto de impotencia que parecía decir:


Te ayudaría si pudiera, lo que enfureció a Morley al máximo. —Todos los policias
me parecen iguales. Esos ridículos bigotes y sombreros poco favorecedores. Es
casi imposible distinguirlos, aunque quisiera.
—¡Es demasiada coincidencia para que los tribunales la ignoren esta vez!
—dijo Morley victorioso—. Es sólo cuestión de tiempo que estés bailando al
final de una cuerda desde la horca frente a Newgate, el mismo agujero del que
te deslizaste.
—Confirma una pizca de evidencia en tu poder. —El suave desafío de
Blackwell estaba enhebrado con acero—. Mejor aún, presente un solo testigo
que se atreva a hablar contra mí.
Morley maniobró para evitar ese escollo. —Todo Londres conoce tu
afición por la venganza rápida y feroz. Podría elegir a cualquier medio tonto de
la calle y levantaría la mano a Dios y juraría que has acabado con el juez que te
ha condenado a siete años de cárcel.
—Tú y yo sabemos que hará falta algo más que herejía y reputación para
condenar a alguien como yo, Morley, —se burló Blackwell. Al inclinar el
cuello para mirar a Farah con su ojo bueno, se dirigió a ella directamente, lo
que hizo que su estómago se apretara y sus manos temblaran con más
violencia—. Añada mi confesión solemne y oficial a los registros, señora
Mackenzie, y tenga en cuenta que juro por su absoluta verdad.
Farah no dijo nada, como siempre demostrando su profesionalidad ante el
prisionero al ignorarlo.
Por supuesto, sin embargo, él tenía toda su atención. Esa cara. Esa cara
salvaje y masculina. Todo ángulos e intriga y oscuridad. Guapo, salvo por la
cicatriz y el ojo asombrosamente azul, que a ella le parecían tan repelentes
como irresistibles.
—Yo, Dorian Everett Blackwell, nunca he tenido ninguna antipatía
emocional hacia el juez del Tribunal Supremo Lord Roland Phillip Cranmer
Tercero. Fui culpable del delito de hurto, por el que me condenó a siete años
en la prisión de Newgate, y juro solemnemente que he aprendido la lección. —
Esto fue dicho, por supuesto, de esa manera irónica que hacía dudar de la
veracidad de cada palabra.
Farah sólo pudo mirarlo, completamente absorta, tratando de desentrañar
el mensaje que le quemaba desde su único ojo bueno con una desesperación
extraña y alarmante. Se sentía como si el mismísimo diablo estuviera jugando

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

con ella y a la vez advirtiéndole. —Lo entiende, ¿verdad, señora Mackenzie?


—murmuró Blackwell, su dura boca apenas se movía mientras la intensidad
de su mirada la inmovilizaba en su asiento—. Los actos de una juventud
voluntariosa.
Un estremecimiento de peligro besó su columna vertebral.
—¡Mierda! —rugió Morley.
Dorian se volvió hacia él, y Farah pudo soltar un suspiro que no sabía que
había estado conteniendo cuando el negro hechizo que había tejido sobre ella
se disipó de repente.
—Qué vergüenza, Morley, —se burló—. ¿Ese lenguaje delante de una
dama?—
—Ella es mi empleada, —apretó Sir Morley con los dientes apretados—. Y
le agradeceré que no se moleste por ella si quiere mantener la visión en el ojo
que le queda.
—No puedo evitarlo. Es un trozo de falda tan maduro.
—Muerde. Tu. Lengua.
Farah nunca había visto a Sir Morley tan enfadado. Sus labios se retiraron
de sus dientes. Una vena palpitó en su frente. Este era un hombre que nunca
había conocido.
—Dígame, Morley, —insistió Blackwell con calma pero sin piedad—.
¿Cuánto tiempo pasa en su propio escritorio, en lugar de debajo del tuyo, con
los labios pegados a tu...?—
Sir Morley entró en erupción, clavando su puño en la cara de Dorian
Blackwell con una fuerza de la que ella no le había creído capaz.
La cabeza de Blackwell se inclinó hacia un lado, y una furiosa hendidura le
desgarró la comisura del labio inferior. Pero para el asombro de Farah, el
hombre grande y moreno no emitió ningún sonido de dolor, ni siquiera un
gruñido. Se limitó a volver a girar la cabeza para mirar al iracundo inspector
que tenía delante.
Sir Morley miró a Farah por encima del cabello de ébano de Blackwell, con
un destello de vergüenza en su mirada.
—Recoja sus cosas, señora Mackenzie. Puede retirarse. —Sus ojos azules
se encendieron con una rabia anticipada cuando volvió a mirar a su
prisionero—. No necesita ver esto.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah se puso de pie repentinamente, su silla raspando con un chirrido de


protesta. —Pero señor, no creo...
—¡Vayase, Farah! Ahora, —le ordenó.
Sin aliento, Farah recogió el papel, la pluma y la tinta, sorprendida de que
sus manos frías y temblorosas le obedecieran. Al pasar junto a Dorian
Blackwell, éste giró la cabeza hacia ella y escupió una bocanada de sangre
sobre las piedras que tenía a su lado, aunque no llegó al dobladillo de sus
faldas.
—Sí, Farah Mackenzie, deberías correr. —La voz era tan salvaje y fría que
Farah pensó que su mente podría estar jugando con ella. Que podría haber
imaginado que cuando él dijo su nombre, una nota de algo parecido a un
cálido reconocimiento retumbó en las palabras—. Vamos a estar aquí todavía
un tiempo.
Volviéndose hacia él con un suspiro, se sorprendió al ver que Blackwell no
la miraba irse. En su lugar, su rostro se dirigía a Morley, que estaba de pie
junto a él, con las manos apretadas a los lados.
De toda la maldad que Farah había tenido la oportunidad de vislumbrar en
esta habitación, la sonrisa de Dorian Blackwell, llena de su propia sangre y
dientes y de desafío, tenía que ser la más aterradora que Farah había
presenciado en toda su vida. Sus ojos estaban muertos, desprovistos de
cualquier esperanza o humanidad, el azul lechoso completamente inmóvil si
no fuera por el reflejo de la luz de la antorcha que le daba un brillo pagano
antinatural.
Farah se apartó de la vista y salió de la habitación, pasando por delante de
los silenciosos inspectores que seguían su progreso con atención.
Le costó todo lo que tenía, pero mantuvo su temblor oculto hasta que
estuvo sola.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO TRES

Tres noches más tarde, el inspector Ewan McTavish encendió una cerilla
en las piedras grises de St. Martin-in-the-Fields y se apoyó en la parte trasera
del edificio mientras alimentaba las brasas de su bien gastado cigarro. Oteó las
sombras de Duncannon Street pensando que, una vez concluida su cita, podría
hacer una visita a Madame Regina's en Fleet Street. Como siempre, después
de estas reuniones clandestinas, le entró una picazón nacida de la sensación
de haber escapado de la parca. Necesitaba dos o tres visitas con una prostituta
para volver a sentirse él mismo.
—¿Pensando en esa nueva faldita parisina de Madame Regina? —La voz
que se había convertido en la materia de sus pesadillas hizo que McTavish casi
saltara de su piel.
—¡Jesús, Blackwell!, —resopló, recuperando su cigarro caído del suelo
empapado con un ceño petulante—. ¿Cómo es que un hombre de tu tamaño
puede deslizarse entre las sombras sin hacer ruido?
Si McTavish se salía con la suya, nunca más tendría que ver al Corazón
Negro de Ben More esbozar una sonrisa, pues los finos pelos de su cuerpo se
pondrían de punta durante horas.
—Eso estuvo bien hecho de tu parte, —comentó Blackwell—. Has
ejecutado tus órdenes admirablemente.
—No fue fácil, —refunfuñó McTavish, encontrando difícil enfrentarse a la
expresión de cálculo perplejo en las crueles facciones de Blackwell—.
Desmantelar tu pandilla y meter los registros en tu celda mientras trato de
ocultar mis acciones a mi comisaría. Tienes suerte de que no soy el único leal a
ti en Scotland Yard.
Si era difícil mirar a Blackwell a la cara, era casi imposible encontrar su
inquietante y escrutadora mirada. Nadie sabía hasta qué punto el Corazón
Negro de Ben More podía ver a través de su ojo azul, pero cuando se fijaba en
ti, un hombre sentía como si su piel hubiera sido desollada y su más oscuro
pecado expuesto.
—Soy muchas cosas, inspector, pero suertudo nunca ha sido una de ellas.
McTavish se encontró deseando ser tan desafortunado como el impecable
canalla que tenía delante. Rico como Midas, decían, poderoso como un César
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

y despiadado como el diablo. No tenía una cara bonita para que las damas se
arrullaran, pero un hombre como Dorian Blackwell atraía la atención femenina
dondequiera que merodeaba. El miedo y la fascinación demostraron ser
poderosas herramientas de seducción, y las mujeres reaccionaron de una
manera u otra hacia el gigante oscuro.
—¿Por qué lo hiciste, de todos modos? —preguntó McTavish—. ¿Por qué
convocar a tus hombres para un motín sólo para echarlos?
Ignorando su pregunta, Blackwell metió la mano en su abrigo oscuro y
sacó un cilindro de oro. De él sacó un flamante cigarro, que entregó a
McTavish, quien sólo pudo mirarlo por un momento, esperando que viviera lo
suficiente para terminarlo.
—Se lo agradezco, señor, —dijo vacilante, tomándolo y acercando el
fragante tesoro a su bigote antes de morder el extremo. Blackwell encendió
una cerilla con su mano enguantada, y McTavish tuvo que fortalecerse para
acercarse lo suficiente para encenderla. Sin embargo, su necesidad se impuso,
ya que estaba bastante seguro de que nunca volvería a tener la ocasión de
fumar algo tan caro—. Bueno, sólo sabía que tendrías que conseguir disimular
delante del juez Singleton y estarías caminando por las calles libre como un
gato de calle. Morley no tenía nada contra ti.
—En efecto.
La llama de la cerilla iluminó las facciones de Blackwell y McTavish hizo
una pequeña mueca de simpatía. —Realmente se puso a trabajar en tu cara. —
Observó el labio cicatrizado y los múltiples moretones en los pómulos de
Blackwell—. Sea cual sea el rencor que os guarda, es poderoso.
—En lo que respecta a las palizas de la policía, esta fue bastante menor, —
dijo Blackwell casi con gracia.
McTavish palideció. —Permítame ser el primero en disculparme por...
Blackwell levantó una mano para silenciarlo. —Antes de pagarle, necesito
algo de información.
Resoplando en su propio pedacito de cielo, McTavish asintió. —Cualquier
cosa.
El Corazón Negro se inclinó. —Dígame todo lo que sabe sobre la señora
Farah Mackenzie.
Haciendo una pausa a mitad de la calada, McTavish preguntó: —¿La
señora Mackenzie, la empleada?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Blackwell estaba quieto y callado, pero su mirada divertida era fácil de


interpretar, incluso en la oscuridad.
Perplejo, McTavish se rascó la nuca, tratando de pensar en algo interesante
que decir sobre la mujer. —Ella ha estado por aquí desde que cualquiera de
nosotros puede recordar. Antes que yo, incluso, y eso que empecé en Scotland
Yard hace siete u ocho años. Ahora que lo pienso, sin embargo, he aprendido
mucho sobre ella en todo ese tiempo. Es eficiente y muy querida, pero es muy
reservada. Es silenciosa. Lo cual es un rasgo femenino raro y encomiable,
según mi experiencia. Trabaja más que las otras dos empleadas, pero le pagan
menos.
—¿Qué tipo de trabajo le hace hacer Morley?
—Oh, el tipo de trabajo administrativo habitual. Contabilidad, registros,
papeleo, pedidos de suministros, reservas de mensajería, toma de notas,
presentación de documentos en los tribunales, ese tipo de cosas.
Blackwell permaneció inmóvil. Sin expresión. Pero McTavish sintió que
los pelos se le erizaban de nuevo en la nuca. Estaba entrenado para leer a la
gente, y aunque el Corazón Negro de Ben More era un enigma, el inspector
que había en él notó que su mano enguantada estaba apretada con demasiada
fuerza.
—¿Su marido?
—Un escocés, si lo cree.
—¿Qué sabe de él?
—Casi nada. La historia dice que ella se casó joven y que él murió hace
tiempo...
—¿Y? —inquirió Blackwell, mostrando más impaciencia de la que
McTavish le creía capaz.
McTavish se encogió de hombros. Intrigado, pero sabiendo que era mejor
no mostrarlo. —Eso es prácticamente todo lo que sabemos, ahora que lo
pienso. Claro que hemos especulado a lo largo de los años, pero ella nunca se
ha mostrado dispuesta a hablar de ello, y no es de buena educación
preguntarle a una dama sobre tales asuntos.
—¿Está ella... involucrada románticamente con alguno de los hombres
empleados en Scotland Yard?
McTavish encontró la idea tan ridícula que se rió en voz alta. —Si no fuera
un pájaro tan bonito, la mayoría de nosotros olvidaría que es una mujer.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Entonces... ¿nadie?
—Bueno, el rumor es que ha estado pasando un número creciente de
noches fuera con Sir Morley.
Escupieron simultáneamente sobre las piedras al mencionar al inspector
jefe, y el labio partido de Dorian se curvó con disgusto.
McTavish se quedó helado. Algo en la creciente intensidad del
comportamiento de Blackwell hizo que su corazón diera una patada. —Creo
que él está husmeando en las faldas equivocadas para lo que quiere, —se
apresuró a decir, agitando la mano como si no tuviera importancia.
El único ojo bueno de Blackwell se agudizó. —¿Qué quieres decir?
—Bueno, para empezar, es una viuda muy correcta, y no conozco a ningún
hombre que le guste ese tipo de cosas.
—¿Qué tipo de cosas?
—Oh, ya sabes. El tipo de media azul. Frío. De carácter estrecho. Er-
frígida, dirían algunos. Además, está más cerca de los treinta que de los veinte,
y aunque tiene la cara de un ángel, es tan apta para la cama como un erizo, si
quieres mi opinión.
—Si quisiera tu opinión, McTavish, te informaría rápidamente de ello.
—Es justo. —Con el corazón martilleando ahora, McTavish dio una calada
a su cigarro, esperando con cada bocanada que no fuera la última. ¿Qué quería
Blackwell con la Sra. Mackenzie? ¿Acceso a los registros? ¿Documentos?
¿Soborno? No podía ser que estuviera enamorado de ella. Los hombres como
Dorian Blackwell no van por damas rectas como Farah Mackenzie. Se decía
que empleaba a decenas de cortesanas extranjeras y exóticas y las instalaba en
su mansión como un harén privado. ¿Qué podría ofrecer una viuda solterona
como Mackenzie a un hombre como él?
—¿Dónde vive ella? —preguntó Blackwell.
McTavish se encogió de hombros. —No sabría decir exactamente. En
algún lugar de Fleet Street, en el sector de la Bohemia, creo haber oído.
Las fosas nasales de Blackwell se encendieron con el aumento de la
respiración, permaneció en silencio durante un momento demasiado largo
antes de que McTavish creyera oírle susurrar. —Todo este tiempo...
—¿Perdón?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Nada. —El Corazón Negro de Ben More parecía-estrellado, a falta de


una palabra mejor. McTavish no podía creer lo que veían sus ojos.
—Aquí tiene por sus servicios, y la discreción continua. —Un billete fue
presionado contra su palma.
McTavish bajó la mirada y casi perdió otro cigarro por la sorpresa. —¡Pero
esto es el salario de medio año!
—Lo sé.
—Yo-yo no podría aceptar esto. —McTavish lo empujó hacia él—. No he
hecho nada para ganármelo—.
Dorian Blackwell dio un paso atrás, evitando el dinero y cualquier
contacto físico. —Déjeme darle un consejo gratuito junto con ese billete,
McTavish. —Era sorprendente cómo la inflexión de esa voz cruel y fría no
cambiaba ni una sola vez, y sin embargo la amenaza se intensificaba
palpablemente—. Los escrúpulos son algo peligroso para hombres como tú. Si
no puedo confiar en tu codicia, entonces no puedo confiar en nada de ti. Y si
no puedo confiar en ti, tu vida no vale nada para mí.
McTavish se llevó la nota al pecho. —Tiene razón, Blackwell, te
agradeceré tu generosidad, entonces, y seguiré mi camino. —Si las piernas no
le temblaban demasiado para llevarlo.
Blackwell asintió, poniéndose un sombrero de fieltro de ébano que
ensombrecía sus ojos de cualquier luz, antes de volverse hacia el Strand.
—Buenas noches, inspector. Déle a Madame Regina mis saludos.
Era como si el hombre hubiera leído sus malditos pensamientos.
Tontamente, McTavish había asumido que sus hábitos estaban demasiado
abajo en la lista de importancia de Blackwell como para que el hombre le
hiciera caso. Cuando se chantajea a los duques y se soborna a los jueces, ¿cómo
puede uno acordarse de las inclinaciones de uno de cada cien policías en el
bolsillo de Blackwell?
Antes de que pudiera detenerse, a McTavish le asaltó un ataque de
conciencia. —No vais a hacerle daño, ¿verdad?, —dijo—. Me refiero a la
señora Mackenzie.
Lentamente, Blackwell se volvió, presentándole su antinatural ojo azul. —
Sabe que no debe hacerme preguntas, inspector.
Tragando, McTavish se quitó la gorra del bombín, aplastando el borde
entre sus manos. —Perdóneme... Es... Es sólo que... bueno... ella es un tipo de
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

ave realmente gentil y de buen corazón. No podría vivir conmigo mismo


sabiendo que tuve algo que ver con cualquier... cosa desagradable hacia ella.
El aire alrededor de Blackwell pareció oscurecerse, como si las sombras se
reunieran para protegerlo. —Si tu conciencia te molesta demasiado,
McTavish, hay alternativas para vivir... —El Corazón Negro dio un paso
amenazante hacia él, y McTavish retrocedió de un salto.
—¡No! No, señor. No voy a meterme en su camino. No quise faltarle el
respeto.
—Muy bien.
—No quise cuestionaros. Es sólo que... no todos somos capaces de tener un
corazón tan negro como el suyo.
Blackwell avanzó más, y McTavish cerró los ojos, seguro de que esto era el
final para él. En lugar de matarlo, sólo ese susurro tranquilo y frío lo bañó
como el aliento de la condenación. —En eso se equivoca, inspector. Todos los
hombres son capaces de tener un corazón como el mío. Sólo necesitan el
incentivo adecuado.
Temblando, McTavish volvió a colocarse el sombrero en la cabeza. —S-sí,
señor. Aunque no desearía ese incentivo, si ese es su objetivo.
Un disfrute insensible y depredador se encendió en los ojos de Blackwell, y
en ese momento, McTavish odió al bastardo por haberle quitado la mano de
encima de esa manera.
—Acércate, McTavish, y te diré un secreto. Algo sobre mí que pocos
hombres conocen.
No había ningún hombre vivo que quisiera conocer los secretos de Dorian
Blackwell. Eran de los que conseguían que uno muriera.
Dio un paso hacia el hombre oscuro y corpulento. —¿Si?
—Nadie quiere ese tipo de incentivo, Inspector. Ni siquiera yo.
Parpadeando rápidamente, McTavish asintió con la cabeza mientras
observaba a Dorian Blackwell fundirse en la niebla y las sombras del atardecer
londinense, con la certeza de que no sólo había escapado de la muerte, sino del
mismo diablo.

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Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO CUARTO

Farah disfrutaba de Londres por la noche. Mezclándose con el beau monde


en Covent Garden, o asistiendo a conferencias, conciertos y fiestas posteriores
con la multitud más bien transitoria de novelistas que venían a Inglaterra sólo
el tiempo suficiente para deprimirse y volver a París a escribir sobre ello.
Hoy se había puesto su mejor polonesa de seda verde mar sobre unas
enaguas con volantes y cintas de colores, para ir a ver la última producción de
Tom Taylor con Carlton Morley como acompañante. En un arrebato de
imprudencia, se había abierto las mangas abullonadas y vaporosas de su
corpiño para dejar al descubierto una extensión extra de clavícula y hombros.
En cuanto el reloj dio las seis, se levantó de su escritorio y se quitó la
chaqueta de corte profesional, que sustituyó por un suave chal con flecos y
guantes de seda blancos.
Cartwright, el empleado más reciente, por lo menos cinco años más joven
que ella, la observó con descarada fascinación. —No creo haberla visto antes
con ese color, señora Mackenzie. Complementa sus ojos, si no le importa que
lo diga.
—Gracias, Sr. Cartwright. —Ella sonrió, sin poder evitar un pequeño
cosquilleo de placer ante la aprobación del atractivo joven.
—Con ese aspecto, hará que Sir Morley se arrodille antes de que termine la
noche, —continuó él, alisando el fino bigote dorado que se burlaba de su labio
como si todavía estuviera encantado de que por fin le creciera uno—. Si
Morley no lo hace, búsqueme y puede que me convenza de renunciar a mi
codiciada condición de soltero.
El placer de Farah se atenuó, así que iluminó su sonrisa. —Jamás soñaría
con perpetrar una tragedia semejante, Sr. Cartwright, en ninguno de los dos
casos. Yo, por mi parte, no deseo ser el problema y la lucha de ningún hombre.
Utilizó el término cockney para referirse a la esposa mientras jugueteaba con
el borde de su guante. Le molestaba cada vez más que casi todos sus conocidos
parecieran pensar que su condición de viuda de larga data era tan lamentable.
A lo largo de la última década, multitud de hombres se habían ofrecido a
convertirla en su esposa aunque sólo fuera porque su conciencia no podía
soportar la idea de que viviera, y durmiera, sola.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella había desviado ese comportamiento llevando vestidos de luto durante


casi cuatro años, hasta que había llegado a una edad en la que se la
consideraba bastante firme. Al cabo de un tiempo, el problema había remitido
y tenía la suerte de trabajar en un entorno en el que la mayoría de los hombres
estaban casados o permanentemente desvinculados de la institución. Lo cual
le parecía bien, ya que ella también se sentía desilusionada con la idea de un
marido.
Su fortuna, por modesta que fuera, seguía siendo suya. Al igual que su
tiempo, sus placeres, sus opiniones y, sobre todo, su voluntad. Al ser una viuda
de clase media de una edad cada vez más respetable, gozaba de unas libertades
sociales con las que la mayoría de las mujeres sólo podían soñar. Nunca
necesitaba una carabina, se le permitía la compañía más indelicada e incluso
podía tener un amante si lo deseaba, y nadie, salvo un vicario, pestañearía.
No, el breve y trágico roce de Farah con el matrimonio probablemente
sería el único en su vida. En su opinión, todo era bueno, ya que tenía cosas más
urgentes en las que ocupar su tiempo, entre ellas la búsqueda de la justicia.
Tras dejar el pasado, donde debía estar, con un sentimiento de melancolía,
Farah le dio las buenas tardes a Cartwright y entró en la sala de recepción de
Scotland Yard, que se desocupaba rápidamente.
El sargento Crompton y el sargento de guardia, Westridge, emitieron
silbidos bajos cuando ella salió de su despacho. —¡Bien! ¿Se ve tan bien como
para una presentación ante su Majestad? —bramó Crompton, con el rostro
enrojecido por una fría tarde de hacer sus rondas por el rio.
—Caballeros. —Ella se rió y ejecutó una profunda e impecable reverencia.
—¡No haga una reverencia a gente como ellos, señora Mackenzie! —
Gemma Warlow, una callejera conocida por trabajar en los muelles, la llamó
con una genialidad berreta—. ¡No se merecen sacar brillo a tus zapatos!
—¡Cállate, Warlow!— llamó Crompton, aunque su voz carecía de
verdadero antagonismo.
—¡Cállese usted, sargento! —Gemma respondió con una sacudida de sus
mechones castaños sucios—. Si tienes lo suficiente en tus pantalones para
llegar a mi garganta.
Farah se giró hacia el cuadrado de retención en el centro de la sala de
recepción y se dirigió a Gemma. —Señorita Warlow, ¿qué está haciendo aquí
atrás?, —preguntó suavemente—. ¿No la he alojado en el reformatorio?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Druthers me encontró y me arrastró hasta el muelle. Me atraparon por


hacer acoso en horario comercial. —Gemma se encogió de hombros como si
no tuviera importancia—. Fue una bondad lo que hizo por mí, señora
Mackenzie, pero debería haber sabido que él no iba a dejarme ir tan
fácilmente.
Edmond Druthers era un proxeneta y un cazador que dominaba sin piedad
el comercio del vicio en los muelles. Su reputación de crueldad sólo era
superada por su codicia.
—Oh, Gemma. —Farah se acercó a ella y le tendió la mano— ¿Qué vamos
a hacer con esto?
Los grilletes de la mujer traquetearon mientras retiraba sus manos del
alcance de Farah. —No ensucie ahora esos guantes blancos como el lirio, —
advirtió con una alegre sonrisa que le abría las mejillas de manzana. Gemma
debía tener más o menos la edad de Farah, pero los años habían sido menos
benévolos y parecía una década mayor. De sus ojos salían profundos surcos y
su piel desgastada se tensaba sobre los pequeños huesos—. Dime a dónde vas
tan bien vestida—.
Farah atenuó la tristeza y la preocupación por la mujer con su sonrisa. —
He salido para una noche de teatro.
—¿No es magnífico? —Un genuino placer brilló en los ojos de la mujer—.
¿Quién es el afortunado que te acompaña?
—Ese afortunado soy yo. —Carleton Morley apareció al lado de Farah, con
sus ojos azules centelleando hacia ella de debajo de un sombrero de noche.
—¡Bueno, mira! —exclamó Gemma en voz alta. —¿No es esa la pareja más
—chula— de Londres?, preguntó al puñado de borrachos, ladrones y otras
putas escondidas en el umbral esperando su turno para una habitación.
Todos estuvieron de acuerdo.
—¿Vamos? —Morley, resplandeciente con su abrigo de noche, ofreció su
brazo a Farah, que lo tomó con una sonrisa encantada.
Volviéndose hacia Gemma antes de salir, Farah dijo: —Por favor, ten
cuidado. Hablaremos por la mañana de tu situación.
—¡No pierda ni un minuto preocupándose por mí, señora Mackenzie!, —
insistió la mujer, tirando de un ajado chal rojo alrededor de sus escuálidos
hombros—. ¡Voy a pasar una noche de espaldas durmiendo por una vez!

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Rebeldes Victorianos #1

Tanto los agentes como los delincuentes estallaron en carcajadas que se


extendieron hasta el atardecer mientras Farah seguía a Morley hacia el Strand.
Ambos permanecieron en silencio durante un tiempo, con sus piernas
interrumpiendo una niebla espesa que se arremolinaba en el río y que ocultaba
sus pies a la vista. Las luces de gas y los faroles mantenían a raya la tristeza de
la penumbra y daban a la niebla gris un brillo dorado.
La noche estaba llena de música y alegría, pero a Farah le parecía que ella y
Morley estaban al margen de todo eso. En lugar de dejarse deslumbrar por los
vibrantes colores y la alegre música, veían a los callejeros lanzarse entre las
piernas de los ricos y a los mendigos tender la mano a los juerguistas
insensibles y desinteresados. La ciudad estaba siempre dividida por un exceso
de riqueza y pobreza, de progresión civilizada y erosión criminal, y eso pesaba
mucho en la mente de Farah esta noche en forma de Gemma Warlow.
—A veces, en noches como ésta, daría cualquier cosa por el campo y su
dulce aroma, —dijo, sintiéndose culpable por estar distraída.
Sir Morley emitió un suave sonido afirmativo, y ella levantó la vista hacia él
para observar que sus ligeras cejas también estaban fruncidas con
preocupación mientras miraba a la multitud de personas a lo largo del Strand,
pero sin centrarse en nadie. Estaba muy guapo con su traje de noche y su
corbata blanca. cravat. El consumado caballero inglés. Alto, pero no
demasiado. Esbelto, pero fuerte. Guapo de una forma clásica y aristocrática
que resultaba agradable y accesible. Sus dientes estaban bien cuidados y no
eran muy torcidos, y aunque se acercaba a los cuarenta años, su pelo dorado
seguía siendo espeso y se resistía a las canas. Caminaba de tal manera que la
gente se separaba por él, y Farah no pudo evitar pensar que eso aumentaba su
atractivo.
Sir Carlton Morley era un hombre distinguido, si no de sangre azul, y era
respetado por la mayoría de la gente a primera vista, por no hablar de su
reputación, como uno de los inspectores jefe más célebres de la historia de la
Policía Metropolitana.
—Creo que me gustaría beber dos botellas enteras de vino para mí sola
esta noche, —dijo ella, poniéndole a prueba, ya que ninguno de los dos tomaba
nunca más de un vaso con la cena.
Él asintió y murmuró algo, su mandíbula aguileña trabajando en círculos
frustrados como si masticara un pensamiento.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Después de eso, —continuó Farah conversando—. Disfrutaré mucho de


un baño en el Támesis. Lo más probable es que lo haga desnuda. No querría
ensuciar mi vestido nuevo.
—Lo que quieras, —aceptó Morley de forma amistosa, sin dejar de mirarla.
Apoyando su otra mano en los brazos de ambos, los dirigió hacia una
puerta y fuera del tráfico peatonal. —Carlton, —dijo, volviéndose hacia él. —
Estás perplejo. ¿Está todo bien?
La forma casual en que ella utilizó su nombre de pila captó su atención.
Esta era una nueva intimidad entre ellos, y ambos aún se estaban adaptando a
ella.
—Perdóname. —Levantó la mano de ella hacia su boca y le dio un suave
beso—. He sido inexcusablemente descortés. ¿Repite lo que acabas de decir?
No es posible, pensó ella, pero su boca se relajó en una sonrisa. El beso en
su mano enguantada le hizo sentir un cálido resplandor en su centro y lo
perdonó al instante. —Me he dado cuenta de que Dorian Blackwell ha sido
absuelto hoy en el tribunal. ¿Es eso lo que pesa en tus pensamientos?
Al mencionar el nombre, las facciones de Morley se tensaron con agravante
y su agarre de la mano se tensó. —Cada vez que le atrapo en algo, se escapa ¡a
través de mis dedos! Sé que tiene la mitad de la fuerza en un bolsillo y la mitad
del Parlamento en el otro. —Soltando su mano, se quitó el sombrero y se pasó
los dedos frustrados por el pelo antes de volver a colocárselo—. ¡Maldito sea!,
explotó.
—¿Y sabes lo que ese podrido juez Singleton tuvo la audacia de hacer? —
preguntó Morley, y luego continuó sin detenerse a esperar su respuesta—. ¡Me
reprende públicamente por una conducta maliciosa hacia la escoria!
Farah permaneció en silencio. Tenía su propia opinión al respecto, pero se
dio cuenta de que ahora no era el momento de mencionarla. Ella había
pensado que Morley era un hombre de principios muy estrictos, por encima de
golpear a alguien con las manos encadenadas, sin importar lo merecedor que
fuera el bribón.
—Tal vez deberíamos entretenernos con una diversión más relajante que el
teatro esta noche, —sugirió Farah suavemente—. Un paseo por los jardines
tal vez, o...
—No, —interrumpió Morley, colocando un suave dedo bajo su barbilla—.
No. Creo que esta noche necesito la distracción de una comedia. Me ayudará a
borrar todos los pensamientos sobre Dorian Blackwell.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sí, —aceptó ella, disfrutando de la familiaridad de su toque—. Harías


bien en apartarlo de tu mente por esta noche. —Aunque, incluso mientras
decía las palabras, aceptó que librar la mente de alguien como Dorian
Blackwell era mucho más fácil de decir que de hacer. Tal y como estaban las
cosas, había estado intentando hacer precisamente eso durante casi tres días.
Durante todo el tiempo que Blackwell había estado retenido bajo las escaleras,
se había instalado en sus pensamientos, invadiéndolos como una canción
inoportuna, hasta que su presencia en las habitaciones bajo ella había hecho
vibrar sus nervios con una conciencia constante.
—Lo haré. Me concentraré sólo en tu deslumbrante compañía esta noche.
—Morley miró el rostro de la mujer con una especie de determinación
intencionada, hasta que su humor se ensombreció de nuevo—. Es sólo que,
cuando dijo esas cosas sobre ti y sobre mí, sentí que podía matarlo.
Farah ensayó su sonrisa más desarmante. —No dejes que te moleste
demasiado, he oído cosas peores a lo largo de los años, seguro. —¿Y no era esa
la verdad?
—¿Se supone que eso me reconforta? —él murmuró, bajando la cabeza,
con los labios flotando en el espacio cada vez menor sobre su propia boca.
—Sí, —dijo ella con decisión, y le dio un empujón para salir de la puerta y
volver a la pasarela para reanudar la velada—. Dorian Blackwell ni siquiera
está en la lista de las personas más groseras y viles que se han dirigido a mí en
la sala del fuerte. —Pero de alguna manera era el más aterrador, añadió en silencio.
Lo cual era extraño, si lo pensaba. A lo largo de su carrera la habían
amenazado, propuesto, degradado y rogado, y Dorian Blackwell no había
hecho nada de eso. Se limitó a decir su nombre. Tal vez algunas insinuaciones.
Farah estaba segura de haber malinterpretado la sutil promesa que había en su
voz, pero todavía le producía escalofríos cada vez que lo recordaba.
—¿Te gusta trabajar para mí, Farah? —preguntó Morley con un tono casi
infantil—. A menudo me pregunto si no preferirías estar dirigiendo un hogar
tranquilo y encantador en alguna parte.
Farah agitó una mano delante de su cara como si ahuyentara un olor
desagradable—. Me gusta estar ocupada. Creo que me volvería absolutamente
loca si no tuviera algo productivo que hacer durante el día. Me gusta trabajar
en Scotland Yard. Me siento como si fuera el guardián de los registros de
Londres y de todos sus sucios secretos. Me siento muy orgullosa de mi trabajo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sé que lo haces. —Morley asintió, pareciendo distraído por toda una
serie de nuevos problemas—. Pero, ¿quieres trabajar en Scotland Yard
indefinidamente? ¿No deseas nunca tener una familia? ¿Para tener hijos?
Farah se quedó callada mientras las preguntas escarbaban bajo su caja
torácica para conseguir su corazón. Al principio no había querido estar en
Scotland Yard, pero había aceptado el puesto allí porque esperaba conseguir
algún día lo que necesitaba. Desvelar los secretos de su pasado. Con el paso
del tiempo, había empezado a desesperar de que eso ocurriera. En cuanto a la
otra pregunta... nunca se había permitido pensar en ella. Palabras como familia
e hijos se habían desintegrado cuando era muy joven, y nunca había sido capaz
de resucitarlas sin que se le rompiera el corazón. Aunque algo en su interior se
apretaba y le dolía la idea de tener un hijo propio. Una familia.
—Estoy hambrienta, —dijo alegremente, esperando descarrilar este tema
de conversación—. Consideremos una cena temprana antes del teatro... ¿algo
italiano?
A regañadientes, Morley dejó el tema y aceptó. —Conozco un lugar justo
al lado del Adelphi.
—¡Excelente! —Ella sonrió.
Evitaron los pesados temas del Corazón Negro de Ben More y su futuro
durante su ligera cena italiana, dejándose llevar por la serenata de un violinista
ambulante y atiborrándose de una deliciosa Pasta Pomodoro con un excelente
vino tinto de mesa. Hablaron de cosas intrascendentes como la construcción
de nuevos ferrocarriles subterráneos y la creciente popularidad de la ficción
detectivesca. La obra en el Adelphi era divertida y estaba bien escrita, y el
ánimo de ambos había mejorado mucho mientras paseaban por Fleet Street
hacia los apartamentos de ella, encima de la cafetería del señor de Gaule. A
medida que avanzaba la noche, y cuanto más al este viajaban, las calles de
Londres se volvían más peligrosas, y Farah se alegró de que Morley llevara
siempre un arma.
—Apuesto a que lo próximo que escribirán serán novelas de un centavo
sobre usted, Sir Morley, —bromeó—. Quizá incluso incluyan su persecución
de aquel a quien no nombraremos durante el resto de la noche. ¿Qué tan
grandioso sería eso?
—Ridículo, —murmuró Morley, pero su rubor podía verse incluso a la luz
de la lámpara, y sus ojos se mostraban complacidos al mirarla.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Otra de las lecturas de poesía de De Gaule se había disuelto en un


desenfreno empapado de absenta. El sonido de la música gitana y las risas
desmesuradas se extendían por la calle y se mezclaban con las llamadas de
prostitutas y vendedores de ginebra.
—Nunca entendí por qué elegiste quedarte aquí, después de todos estos
años. —Morley la agarró por el codo de forma más protectora mientras la
acompañaba por la oscura escalera trasera hasta sus habitaciones—. Estos...
estos llamados bohemios no son del tipo con el que una mujer de tu gentilidad
debe jugar.
Farah se rió alegremente y se volvió hacia él, un peldaño más arriba para
poder encontrar su mirada directamente. —¿Te imaginas a mí jugando con
alguien, Carlton? Aunque admito una cierta fascinación por los bohemios. Son
todos tan creativos y de espíritu libre.
En lugar de encantado, Morley parecía preocupado. —Tú nunca... asistes a
esas veladas, lo haces?
—¿Y qué pasaría si lo hiciera?, —desafió juguetonamente—. ¿Y si me
mezclara con las mentes más brillantes y progresistas de nuestro tiempo?
—No es tu mezcla lo que me preocupa, sino algo totalmente distinto, —
murmuró él.
—Querido Carlton. —Su mirada se suavizó, ella alargó la mano y apoyó la
suya en el hombro de él, dejando que su pulgar rozara el cuidado cabello de su
nuca—. Soy demasiado mayor para mezclarme o juguetear o cualquier otro
eufemismo de comportamiento escandaloso que te preocupe. —Miró hacia
abajo, hacia los adoquines pintados en cuadrados dorados cruzados junto a las
ventanas del café—. Pero me encanta esta parte de la ciudad. Está tan viva, tan
llena de juventud, arte y poesía.
—Y de carteristas, libertinos y prostitutas—.
Eso le arrancó otra cálida carcajada. —La mayoría de los cuales me
conocen del Yard. Soy cuidadosa y me siento bastante segura aquí. Además, —
añadió con ligereza—. No todos podemos permitirnos una terraza cerca de
Mayfair, ¿verdad?
La broma sobre la adquisición de su nueva casa había sido una ligera burla,
pero sus palabras parecieron ponerle sobrio, y él la miró allí, en las sombras,
con una nueva intensidad. —¿Se lo ha pasado bien esta noche, Sra.-er-Farah?
¿Conmigo?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Me parece que no disfruto más de la compañía de nadie que de la tuya,


—respondió ella con sinceridad.
—Bien. —Su respiración parecía ser más rápida ahora, sus ojos se
lanzaban con indecisión—. Excelente. Es decir, tenía un tema muy particular
que quería discutir contigo esta noche.
Un pequeño cosquilleo la recorrió cuando Farah dedujo hacia dónde se
dirigía la conversación. ¿Cómo diablos iba a responder ella? —Por supuesto.
—Sonaba igualmente sin aliento—. ¿Te gustaría entrar a tomar un té?
Él se quedó mirando la puerta por un largo momento. —Me temo que no
sería prudente invitarme a su casa ahora mismo. No con lo mucho que yo...
Cristo. Creo que voy a meter la pata.
Sus dedos pasaron del hombro de él a su mejilla, mientras intentaba
parecer lo más alentadora posible, aunque su corazón se aceleraba con sus
pensamientos. —Sólo dime lo que estás pensando.
Su mano cubrió la de ella en su mejilla. —Quiero cortejarte como es
debido, Farah, —dijo apresuradamente—. Llevamos una empresa tan exitosa
juntos, imagínate lo bien que llevaríamos un hogar de sociedad. Disfrutamos
de la compañía del otro. Y creo que con los años hemos desarrollado
sentimientos más fuertes que la amistad. —Su mano se enroscó alrededor de
la de ella y la llevó a su pecho, justo encima de su corazón—. Ninguno de los
dos tiene que seguir estando solo, y no se me ocurre la compañía de nadie más
que preferiría tener cada noche por el resto de mis días.
Aquel agradable calor volvió a su estómago, aunque Farah se encontró algo
decepcionada por su declaración. Así que no era Rossetti ni Keats. ¿Debía
tenerlo en cuenta?
—Considera lo que me ofreces, —dijo ella de manera uniforme—. Soy una
viuda que ya ha pasado la edad de casarse. Un hombre de su posición y sus
méritos necesita una esposa joven que se contente con hacerle un lugar
confortable para volver a casa. Alguien que le proporcione bebés gordos y una
sociedad respetable. Todos los que conozco son criminales o bohemios. —
Sonrió antes de añadir con ironía—: A veces ambas cosas.
—Tienes veintisiete años, —argumentó con su propia sonrisa de
desconcierto—. Eso apenas es tu madurez.
—Veintiocho el mes pasado, —corrigió ella—. Y supongo que estoy
tratando de advertirte de que estoy demasiado metida en mis costumbres para

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

convertirte en una esposa obediente. —Aunque su estómago se revolvió al


pensar en los niños.
Guardó silencio un momento, aunque parecía más bien pensativo en lugar
de insultado. Levantando la mano, le quitó un rizo de su hombro desnudo para
que se derramara por su espalda, dejando al descubierto la blanca piel que
dejaba al descubierto su chal. —Tu primer matrimonio... —Dudó—. ¿Fue tan
horrible?
—Todo lo contrario, en realidad. —Ella sonrió con tristeza—. Sólo...
trágicamente corto.
—Me encantaría que algún día me lo contaras.
—Tal vez, —mintió Farah mientras se concentraba en la calidez de los
dedos de él cuando se cernían sobre su piel. El deseo flotaba sobre ellos como
la niebla londinense, una forma suave y masculina que era calmante y
agitadora a la vez.
—También me gustaría tener la oportunidad de competir con tu difunto
marido por tu afecto. Incluso me esforzaría para estar a la altura de su
recuerdo. —Esos elegantes y suaves dedos finalmente se cerraron alrededor de
su hombro, tirando de ella hacia él—. La perspectiva no me asusta como a
algunos hombres.
Conmovida, Farah se dejó llevar por su cuerpo delgado. —Eres un hombre
muy singular, —le felicitó, con las pestañas bajando ante esta inesperada
intimidad—. Y también bastante guapo. Es mejor que estas cosas no se
decidan rápidamente. ¿Me das una o dos noches para examinar mis
sentimientos?
—Debería haber sabido que una mujer tan eficiente y fastidiosa como tú
no se dejaría llevar. Dame un poco de esperanza, Farah, —le suplicó él, tirando
de su torso contra el suyo y con su mano recorriendo la curva de su espalda—.
Algo a lo que mi solitario corazón pueda aferrarse.
—No puedo decir que no sea una propuesta deslumbrante, —dijo ella
sinceramente—. Tentadora, incluso.
Sus ojos se encendieron con esperanza. Con calor. —¿Tentadora? Ni la
mitad de tentadora que tú. Dios, Farah, no sabes cómo me inflama esa palabra
en tus labios. Aunque, habiendo sido una mujer casada, supongo que sí.
Maldita sea, pero tu marido debió de ser el hombre más feliz de todo el
imperio, aunque fuera por poco tiempo. —El dedo de él pasó por debajo de la
barbilla de ella, y la otra mano apretó aún más sus cuerpos.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah se esforzó por evitar que la tristeza se reflejara en su sonrisa. —


Ambos fuimos felices, durante un tiempo. —Aunque, según ella, no de la
manera que él insinuaba.
—¿Puedo besarte, Farah? —La vehemencia de su pregunta era a la vez
aterradora y excitante.
Ella lo consideró y luego levantó la cabeza.
Su primer beso fue suave, tentativo y totalmente agradable. Farah
agradeció la relativa oscuridad del hueco de la escalera para no tener que
preocuparse de cómo escenificar sus rasgos, o de si sus ojos debían estar
abiertos o cerrados. Pudo simplemente disfrutar de la calidez de su cercanía.
El tacto de la chaqueta de lino planchada bajo las yemas de sus dedos. La
destreza de su boca, que bailaba y recorría la de ella con ligeras e intrigantes
caricias. Hubo un momento de insistencia antes de que él volviera a suavizar
su presión. Una pizca de humedad cuando su lengua se acercaba a la boca de
ella, pero nunca más que un susurro.
Dorian Blackwell probablemente besaba de manera muy diferente a esto,
se encontró Farah pensando. Probablemente era salvaje y hambriento. Tal vez
demasiado enérgico y consumidor en sus pasiones. Su boca era tan dura. Un
tajo cínico contra una mandíbula obstinada. No, el Corazón Negro de Ben
More sería egoísta y exigente. Ciertamente, no era comedido ni respetuoso
como... ¡Oh, Señor! ¿Qué hacía ella pensando en la boca de ese criminal
mientras se entretenía con los labios de un caballero? Enfadada, más con
Blackwell que con ella misma, maldijo al hombre por volver a invadir sus
pensamientos sin ser invitado. Otra vez. El descaro sin paliativos.
Justo cuando el calor de su estómago se convirtió en un calor más
penetrante que extendió un rubor sobre su piel, la curiosidad y la culpa la
empujaron hacia la exploración. Farah se aferró a sus hombros y consideró la
posibilidad de usar su propia lengua. ¿Era admisible? ¿Se negaría él a la manera
francesa de besar? En realidad, sólo había oído hablar de ello en boca de las
prostitutas, pero la idea la había intrigado durante algún tiempo. ¿Debería
invitarle a entrar de nuevo? Tal vez, a pesar de la respuesta que decidiera darle,
no llegaría a los treinta años sin ser tocada.
Justo cuando ese resplandeciente pensamiento pasó por su mente, Morley
se apartó, con su rápida respiración produciendo débiles bocanadas de vapor
en el creciente frío.
—Ven a la iglesia conmigo mañana, —jadeó—. No quiero esperar hasta el
lunes por la mañana para verte.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah dejó escapar un suspiro de decepción ante la petición más insulsa


que podía imaginar. ¿Cómo podía pensar en la iglesia en un momento como
éste? Supuso que si él insistía en ser un caballero, ella debería ser una dama.
—No soy religiosa, —admitió—. Es más, no me gustan las iglesias. Pero si
quiere que nos encontremos para tomar el té cuando termine la iglesia, podría
visitarme por la tarde. —Ella sonrió ante la idea, gustándole la perspectiva de
explorar más de estos agradables besos con él. De pensar en el futuro.
Retrocediendo, él la soltó, pero no antes de llevar su mano enguantada a
sus labios una vez más. —Me gustaría más de lo que puedo decir.
Tan rápido como el calor en su alma se había encendido, el frío de la noche
lo apagó y Farah se preguntó si la sensación había sido en respuesta al beso... o
a los pensamientos intrusivos que había albergado sobre otro hombre.
Perturbada, se recogió las faldas, se ciñó más el chal sobre los hombros y
comenzó a subir lentamente las escaleras. —Buenas noches entonces, Carlton.
—Dulces sueños, Farah Leigh.
Haciendo una pausa, se volvió muy lentamente hacia donde él la miraba.
—¿Cómo me has llamado?
—Farah Leigh. ¿Qué crees que he dicho?
—Me pareció oírte decir Hada. —Ella susurró la palabra.
El pelo de Sir Morley brilló en cobre mientras echaba la cabeza hacia atrás
y se reía. —Ese beso debe haberte afectado tanto como a mí.
—En efecto. —Farah se dio la vuelta y subió el resto del camino hasta su
puerta, sin querer mostrarle la repentina tristeza que la invadía. Porque él se
había equivocado por completo, su oído equivocado no tenía nada que ver con
el beso.
Cuando abrió la puerta de su apartamento, su corazón estaba más pesado
de lo que había estado en meses. Una pena vieja y familiar se retorcía a través
de ella, su hoja tan afilada como lo había sido hace una década. Cerró la puerta
tras de sí, se apoyó en ella y permaneció un momento en la gélida oscuridad,
con los dedos temblorosos sobre los labios.
¿Cómo era posible que, después de todos estos años, se sintiera tan...
conflictiva? ¿Como si de alguna manera estuviera siendo infiel? No, esa era una
palabra demasiado fuerte. Pero, de alguna manera, todavía se aplicaba.
Basta ya, Farah, se reprendió a sí misma. Habían pasado diez años desde
que el chico que amaba había muerto. Diecisiete desde que se separaron. Ella
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

tenía casi treinta años. Seguramente merecía construir una vida con alguien si
así lo deseaba. Seguramente Dougan lo entendería.
La culpa agravó la pena hasta que Farah se sintió tan desdichada que supo
que no podría dormir esta noche. Cruzando su acogedor salón, tardó más de lo
habitual en encender la vela de la chimenea para poder ver lo suficiente como
para encender el fuego en el hogar de piedra.
Levantando la vela, buscó su cesta de leña. Un rápido movimiento en su
periferia la hizo saltar y darse la vuelta. La llama de la vela parpadeaba, bailaba
y chisporroteaba locamente, como si tratara de escapar del diablo cuyo rostro
se cernía sobre el suyo. Su ojo oscuro lleno de pecado, el azul de malicia, la
miraba con los labios retirados de los dientes blancos y depredadores para
formar una mueca de asco.
Los gritos de Farah se agolparon en su garganta, impidiendo su salida
mientras buscaba a tientas detrás de ella el atizador. Para su sorpresa y
desesperación, otras dos grandes formas surgieron de las sombras y avanzaron
por ambos lados.
—Espero que haya disfrutado de ese beso, señora Mackenzie. —Dorian
Blackwell se lamió el dedo y pellizcó la llama de su vela, sumiéndolos de nuevo
en la oscuridad—. Porque será el último.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO CINCO

Podrías amarme... es decir, si quisieras.


Por supuesto que te amaré, Dougan Mackenzie... ¿Quién más va a hacerlo?
Nadie.
Farah se dejó llevar por una niebla de recuerdos puntuada por un rápido
pero lejano ritmo de clic-clac que cortaba la agradable bruma con una
consistencia ruidosa y desconcertante.
Nunca te dejaría, Hada.
¿De verdad? ¿Ni siquiera para ser pirata?
Te lo prometo. Aunque podría ser un salteador de caminos.
Click-clack. Click-clack.
Su cabeza se sintió bastante desligada del resto de ella cuando la niebla
que flotaba suavemente comenzó a alejarse y la conciencia impregnó su
agradable sueño.
—Estamos lo suficientemente cerca de Glasgow, señor, como para darle
otra dosis de nuevo para que salga en el ferry. —Una voz escocesa ruda que le
recordaba a los dientes de sierra y a la bebida fuerte cortó las dulces voces de
su juventud.
—En un momento, Murdoch.
Esa voz. Oscura, culta y suave, con un toque de... algo extraño y a la vez
familiar. ¿Dónde había escuchado esa voz?
¿Intentarás amarme también?
Lo intentaré, Hada, pero no lo he hecho antes.
Yo te enseñaré.
—¿De verdad crees que te ayudará? —La voz canosa sonaba ahora más
cerca, junto con esos enloquecedores ruidos rítmicos que parecían agitar todo
su cuerpo de un lado a otro.
—No le dejaré otra opción. —La voz oscura también estaba más cerca.
Aterradoramente cerca.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah se enfadó con ambos. Esos hombres no debían estar en los recuerdos
de su pasado. Los estaban corrompiendo, de alguna manera. Especialmente el
suave y oscuro. Quería decirle que la dejara. Dougan Mackenzie era una
tragedia preciosa que sólo le pertenecía a ella, y quería ordenar a esta peligrosa
voz que se alejara de él. Sin embargo, no pudo hacerlo, ya que se introdujo en
el miasma de su extraño sueño despierto y le rodeó la garganta con fríos dedos
de terror.
El amor es para los cuentos de hadas... No es así.
Se habían amado, ¿verdad? Farah sintió la necesidad de extender la mano
cuando los solemnes ojos oscuros de Dougan comenzaron a desvanecerse. Su
dulce voz de niño le fue arrancada y sustituida por algo cruel y aterrador.
Sí, Farah Mackenzie, deberías huir.
—¿Qué le dirás cuando se despierte?, —preguntó el llamado Murdoch.
—La pregunta que deberías hacer, Murdoch, es ¿qué información tiene ella
que me sea útil?
Preocupada, Farah trató de dar sentido a lo que estaba escuchando, pero
sus pensamientos parecían ser barridos de su alcance como hojas caídas en la
primera tormenta de invierno. Sus miembros se sentían igual de rígidos y
arbóreos, pesados e inflexibles. Pero aún así se balanceaba como una rama en
un viento errante.
Click-clack-click-clack.
—Quieres decir que no vas a dejar que se entere...
—Nunca. —La voz oscura llevaba un toque de pasión en el voto, pero se
apartó de ella.
—Pero pensé que...
—Tú. Pensaste. ¿Qué? —La frialdad. Ese hombre era tan frío. Como el
Támesis en enero. O los niveles más profundos del infierno donde las almas
demasiado oscuras para arder iban a hacer compañía al diablo.
Un profundo y sufrido suspiro se escuchó por encima del sonido del tren.
—No te preocupes por lo que pensaba. —Murdoch sonaba malhumorado y
decepcionado más que asustado, y Farah pensó que probablemente debía ser
el hombre más valiente del mundo.
¡El tren! El reconocimiento se estrelló contra Farah con una sacudida. El
rítmico chasquido, el movimiento oscilante, los débiles olores del humo del

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

carbón y la humedad. Al saber dónde estaba, Farah se aferró al miedo


desesperado de perderlo de nuevo, y también lloró la pérdida mientras los
últimos vestigios de su sueño se disipaban en la nada. La niebla sobre la que
flotaba se convirtió en un suave cojín de terciopelo con profundos bolsillos de
vez en cuando para los botones de moda.
¿Cuándo había decidido emprender un viaje? La ansiedad se disparó
mientras Farah se aferraba a recuerdos más recientes. ¿Había hecho la maleta?
¿Viajaba por trabajo? ¿Por qué no podía salir de esta niebla lo suficiente como
para abrir sus pesados ojos o mover sus aún más pesadas extremidades?
El silbido del tren rompió el aire y Farah notó que empezaban a reducir la
velocidad. Oh, querida, necesitaba moverse. No podían pillarla durmiendo
cuando llegara a su destino, ¿verdad? ¿Quiénes eran sus compañeros?
Otra palabra atravesó su conciencia.
Glasgow.
¿Qué estaba haciendo en Escocia?
Sus párpados empezaron a agitarse y sintió que sus músculos se tensaban,
lo que interpretó como una señal de que podría estar saliendo de cualquier
estado de fuga en el que había estado atrapada. Esto no era propio de ella.
Nunca tomaba sustancias que la ayudaran a dormir. Tampoco bebía en exceso
por temor a encontrarse en esta misma situación. ¿Qué estaba pasando? ¿La
habían envenenado?
El miedo se abrió paso a través de los agujeros de su memoria y se sintió
como si se precipitara hacia la verdad con la velocidad de la máquina de vapor
del tren.
Deja que te bese, Farah.
Había estado con Carlton. Él le había propuesto matrimonio, en cierto
modo, y ella había dicho... ¿qué?
—Muy bien, entonces. —La voz canosa de Murdoch interrumpió su
concentración—. Voy a ver que todo esté preparado, Blackwell, mientras tú te
ocupas de la muchacha.
Blackwell. El corazón de Farah se aceleró y su mente luchó por ponerse al
día. Ya casi había llegado. Blackwell ... Escocia ... Beso ... Oh, ¿por qué no podía
juntarlo?
Espero que haya disfrutado de ese beso, Sra. Mackenzie... Porque será el último.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dorian Blackwell, el Corazón Negro de Ben More. La tenía. ¡La había


raptado!
Los ojos de Farah se abrieron a tiempo para ver pasar una petaca de plata
entre dos caballeros vestidos de negro que, una vez que se fijó en sus rostros,
no parecían ser caballeros en lo más mínimo.
Estaban solos en un vagón privado, cuyo lujo nunca había visto. Imágenes
borrosas de damasco de seda rojo vino y terciopelo goteaban de las ventanas y
la tapicería y sobresaltaban sus abrumados sentidos. El color de la sangre.
Aparte de las imponentes sombras de los hombres en el centro del vagón, el
color impregnaba la decoración en exceso.
Eso no tenía ningún sentido, pensó Farah. Si alguien estaba empapado de
sangre, era Dorian Blackwell. Por todo lo que había oído, nadaba en ríos
espesos con la sangre de sus enemigos. Entonces, ¿por qué le parecía tan
increíblemente incorrecto que su corbata de seda y su cuello se alzaran tan
prístinos bajo su dura mandíbula?
Los párpados de Farah se resistieron, pero la urgencia que latía en ella le
decía que corriera. Que luchara. Que gritara.
—No te olvides de darle una dosis antes de que llegue el tren, —le recordó
Murdoch antes de que su sombra abriera la puerta del vagón, dejando entrar
una ráfaga de aire gélido y la luz del día.
—No te preocupes. —Dorian se giró hacia ella, los detalles de su rostro se
perdieron en las sombras de su visión intranquila—. Nunca olvido.

***

La siguiente vez que Farah se despertó, la transición del sueño a la realidad


le resultó mucho más fácil, ya que ninguna voz o movimiento alarmante
sacudió su cuerpo. La sensación de flotar en una nube se mantuvo durante
bastante tiempo, y permaneció todo el tiempo que pudo en ese lugar
intermedio, suave y seguro. Todavía no estaba despierta. No está dormida del
todo.
Lo primero que percibió fue el sonido del océano agitado por una
tormenta. Los truenos gruñían en la distancia. Un viento aullante arrojaba la
lluvia contra una ventana en fuertes ráfagas, y el aire flotaba pesado y frío con

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

una humedad limpia pero salobre. Farah lo respiró, dejando que le evocara el
recuerdo de un lugar que había dejado atrás hacía diecisiete largos años.
Escocia.
Sus ojos se abrieron de golpe. La noche la recibió con una oscuridad pesada
y aterciopelada. Las ventanas le indicaron que su cámara era grande, pero sólo
con contornos mínimos, ya que la luna y las estrellas estaban ocultas por las
nubes de tormenta.
Todavía demasiado aturdida como para que cundiera el pánico, Farah
flexionó sus miembros entumecidos, probando sus movimientos, y descubrió,
para su gran alivio, que no estaba atada ni sujeta. Tras una silenciosa oración
de agradecimiento, trató de ordenar sus pensamientos. Estaba en una cama
con la ropa de cama más suave que jamás había sentido bajo su mejilla. Más
movimientos le indicaron que seguía completamente vestida, aunque tenía la
sensación de que el corsé se había aflojado.
¿Quién lo había hecho? ¿Blackwell?
La idea le produjo un escalofrío, a pesar de las cálidas y pesadas mantas.
Tenía que conseguir moverse. Tenía que averiguar adónde la había llevado y
cómo escapar. La mitad de la noche parecía un buen momento para intentarlo,
aunque la tormenta podría ser un problema. Si adivinaba correctamente,
estaría en la fortaleza del Corazón Negro, el castillo de Ben More. Lo que
significaba que el océano rodeaba la Isla de Mull y eso hacía que la huida fuera
más que complicada.
Tal vez imposible.
Lo primero es lo primero. Recitó uno de sus mantras, sin dejar que el
miedo la incapacitara. Había que ser capaz de mantenerse en pie para escapar
de cualquier cosa, así que no debía adelantarse demasiado. Preguntándose qué
le había dado, sacó con cuidado los pies de debajo de las sábanas. ¿Cómo
encontraría sus zapatillas en la oscuridad?
Tal vez podría buscar una lámpara o una vela.
Sus brazos temblaban débilmente mientras intentaba sentarse. La
habitación daba vueltas, ¿o era su cabeza? Parpadeó un par de veces y se
agarró a la ropa de cama para no volcarse.
Un rayo plateado atravesó las ventanas de cristal de diamante y parpadeó
varias veces. La impresión de una cama alta y amplia y de una chimenea en la
que cabría un hombre bastante grande apenas se hizo notar cuando clavó los

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

ojos en la figura sombría sentada e inmóvil en la silla de respaldo alto cercana


a su cama.
Dorian Blackwell. Había estado observando su sueño. Había estado lo
suficientemente cerca como para alcanzarla y tocarla.
El relámpago pasó, sumiéndolos a ambos en la oscuridad, y Farah se quedó
helada durante los pocos segundos que tardó el trueno en sacudir las piedras
del torreón. Aunque no podía ver nada, parpadeó varias veces, tratando de
contener los latidos de su corazón desbocado.
En cualquier momento, esperaba que él saltara sobre ella como el
depredador que había evocado en su memoria, y sabía que no tenía fuerzas
para luchar contra él, ni para huir.
—Por favor, —susurró, odiando la debilidad de su voz—. No...
—No voy a hacerte daño, —dijo la oscuridad. Estaba tan cerca que ella
creyó sentir su aliento en su piel.
Farah no estaba segura de creerle. —Entonces, ¿por qué? ¿Qué estoy
haciendo aquí? —Ella deseaba una impresión de movimiento, pero las
sombras permanecían quietas y absolutas.
Pasaron unos momentos de silencio antes de que la voz llegara hasta ella a
través de la oscuridad. —Hay algo muy importante que necesito hacer. Tienes
la capacidad de ayudarme o de estorbarme. En cualquier caso, es mejor tenerte
donde pueda vigilarte.
—¿Qué te hace pensar que alguna vez te ayudaría?, —preguntó
imperiosamente, mientras la indignación comenzaba a sofocar su pánico—.
Sobre todo después de que me has sacado de mi casa, de mi vida. Ha sido una
maniobra temeraria. Trabajo para Scotland Yard y me buscarán. —Farah
esperaba que su amenaza diera en el clavo. Recordó a Blackwell en la cámara
acorazada. Había estado tranquilo, aparentemente sin miedo, pero ella había
visto el sudor en su línea de cabello, la tensión en sus músculos enroscados, el
pulso palpitando en una vena de su fuerte cuello—. Creo que no te gustan los
espacios cerrados, —aventuró ella—. Si me encuentran aquí, no podrás evitar
los cargos de secuestro. Te enviarán de vuelta a Newgate con toda seguridad.
—¿No crees que puedo hacer que nunca te encuentren? —Su inflexión
siguió siendo la misma, fría e indiferente, pero Farah jadeó como si la hubiera
abofeteado. En silencio, luchó contra un temblor de terror. ¿Había querido
decir que no la encontrarían? ¿O a su cuerpo? Tenía que recordar que el
Corazón Negro de Ben More dejaba a su paso una montaña de devastación en
59
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

forma de muertos o desaparecidos. Arrepintiéndose de sus amenazas, buscó a


tientas dentro de sus turbios pensamientos algo que decir.
—¿Le quieres?
La pregunta la pilló completamente por sorpresa. —¿Perdón?
—Morley. —El nombre podría haber estado esculpido en hielo—. ¿Ibas a
aceptar su propuesta?
Farah tuvo la extraña sensación de que la pregunta los había asombrado a
ambos. —No veo cómo eso es algo suyo...
—Contesta. La. Pregunta.
A Farah le molestaba que le dieran órdenes. Sin embargo, algo en la
oscuridad de la noche la hizo ser inusualmente franca. —No, —confesó—.
Aunque siento mucho respeto y cariño por Carlton, no lo amo.
—Dejas que te bese. —Las palabras desapasionadas aún lograban
transmitir acusación—. Te puso las manos encima. ¿Tienes la costumbre de
permitir que los hombres que no amas se tomen tales libertades?
—¡No! Yo... Morley es el primer hombre que he besado desde... —Farah
parpadeó rápidamente. ¿Cómo podía un hombre como Dorian Blackwell
ponerla a la defensiva por un mísero beso? ¿No tenía un harén de hermosas
cortesanas? ¿No era el canalla más famoso del reino— ¡No tengo que
explicarte mis acciones! No soy un ladrón, ni un secuestrador, ni un asesino.
Soy una viuda respetable, empleada y dueña de sí misma, y puedo permitirme
las libertades que considere oportunas. —Su cabeza seguía dando vueltas, y
cuanto más se excitaba, peor se sentía. Lo que sea que le había dado en la dosis
la estaba volviendo imprudente, impulsiva y emocional.
La oscuridad permaneció silenciosa y quieta durante tanto tiempo que se
preguntó si su espectro había sido una alucinación provocada por la droga en
sus venas.
—¿Una viuda? —murmuró Dorian Blackwell como si estuviera
desconcertado—. Puede que se haga la respetable matrona con los demás, Sra.
Mackenzie, pero es una mujer con terribles secretos. Y resulta que yo sé cuáles
son.
La arrogancia en su tono la provocó, pero el corazón de Farah golpeo
detrás de sus costillas ante sus palabras. Eso era totalmente imposible. ¿No es
así? Sus secretos habían muerto hace diez años y estaban enterrados en una
tumba poco profunda y sin nombre.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Junto con su corazón.


—¿Qué es lo que crees que sabes?, —susurró ella—. ¿Qué es lo que quieres
de mí?
Otro rayo se bifurcó a través de la tormenta, iluminando su voluminosa
sombra, convirtiendo el ébano de su cabello en un negro azulado y su ojo
cicatrizado en un plateado antinatural. Farah sólo captó su expresión por un
momento, pero fue un momento sin vigilancia, y lo que vio la dejó atónita en
silencio.
Él se inclinaba más, con la cabeza baja, pero sus ojos profundos la miraban
a través de las pestañas oscuras. La mano de él flotaba en el espacio que los
separaba, con una expresión de exquisito dolor y anhelo.
La visión desapareció tan rápidamente como había aparecido, y Farah se
sentó en la oscuridad, esperando la presión de sus dedos.
La dejó intacta, su sombra apareció como una amplia silueta contra la
ventana cuando se levantó y se alejó de ella. —Las tuyas son preguntas que es
mejor dejar para la mañana.
Confundida, Farah no pudo disipar la imagen de sus ojos cuando se acercó
a ella. Su cicatriz estropeaba la cincelada simetría de sus rasgos morenos.
Aumentaba su amenaza, sin duda, pero la agonía desnuda y anhelante que
había vislumbrado coloreaba su miedo con una especie de mística.
¿Había sido un efecto de la tormenta y de su visión ingobernable?
Una puerta se abrió en el otro extremo de la habitación y Farah se quedó
de nuevo sorprendida. Se había movido con tanto sigilo en la oscuridad total,
sin chocar con los muebles ni hacer ruido.
—¿Cuánto tiempo piensa mantenerme prisionera aquí, señor Blackwell?,
—preguntó ella, con las manos apretando las sábanas y los párpados pesados.
—No pretendo que seas mi prisionera, —dijo Blackwell tras una ligera
pausa.
—¿Cautiva, entonces? —Tuvo la impresión de que le había divertido, ¿o le
había exasperado? El sonido que emitió fue imposible de interpretar
correctamente sin ver su rostro.
—Duerma un poco, Sra. Mackenzie, —la incitó—. Está usted fuera de
peligro esta noche, y todo se aclarará al día siguiente.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La dejó entonces, para que contemplara lo que había querido decir con —
Está fuera de peligro esta noche—.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO SEIS

Las palabras de Dorian Blackwell resultaron proféticas, se dio cuenta


Farah, al despertar de un sueño sin sueños con la luz del sol derramándose
sobre su cama y calentando agradablemente su piel. Sus pensamientos y su
visión se habían despejado con las nubes de tormenta de la noche anterior,
dejándola descansada e inquieta a la vez.
Parpadeando contra la luminosidad de la mañana, se dio cuenta de que
había ruidos de fondo procedentes del interior de su habitación. Jadeando, se
incorporó como un tiro cuando un fuego se encendió en la gigantesca
chimenea, encendido por un hombre bajito pero fornido, vestido demasiado
bien para estar en la profesión de servicio.
Se giró para mirarla, con su barba canosa dividida en una alegre sonrisa. —
¡Buenos días, señora Mackenzie! Es un placer conocerla por fin.
Cruzó la habitación con una velocidad sorprendente para un hombre tan
bajo y corpulento.
Alarmada, Farah se arrebujó en las tapas de su corpiño aflojado, aunque
sólo su chemise de seda quedaba al descubierto bajo los botones abiertos. —
No... no te acerques más. —Levantó la mano en lo que comprendió que era un
movimiento ridículo para detenerlo.

Sorprendentemente, resultó eficaz, y él se detuvo cerca de los pies de la


cama.
Los suaves ojos azules se apaciguaron al igual que los surcos de sus
mejillas, dándole un aspecto muy paternal. —No tienes nada que temer de mí,
querida muchacha, sólo he venido a encender tu fuego y a traerte el desayuno.
—Hizo un gesto hacia la bandeja colocada con su mano izquierda a los pies de
la cama—. Sin duda, tu barriga está un poco hambrienta, así que te he traído
un poco de arroz con leche, un huevo de codorniz, tostadas y un poco de té.
Mientras Farah miraba el plato artísticamente dispuesto, su estómago
emitió un sonido hambriento de protesta, y luego se tambaleó.
La sonrisa volvió a las mejillas del hombre, brillando de placer. —Es lo que
pensaba. —Cogio la bandeja y la llevo cuidadosamente hacia ella, colocandola

63
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

sobre su regazo—. Puedes desayunar como una verdadera dama. —Sonrió,


entregándole una servilleta de lino.
Automáticamente, Farah se levantó para aceptar la servilleta, colocándola
en su sitio mientras él servía el té en una delicada taza de porcelana del más
hermoso tono verde menta.
—Usted es el Sr. Murdoch, —dijo ella, reconociendo su voz canosa—. Del
tren.
La mirada que le lanzó desde debajo de sus pestañas fue imposible de
interpretar. —Sí, —dijo finalmente—. Aunque esperaba que no recordarais
nada del viaje. Os mantuvimos al margen para causaros la menor angustia
posible.
Farah se quedó boquiabierta. ¿Angustia? ¿Quién no podía sentir angustia
cuando lo secuestraban y lo llevaban a esta parte aislada del mundo? ¿Y qué
pretendía este hombre, tratándola como si fuera una invitada bienvenida en
lugar de un rehén?
—¿Azúcar? ¿Crema? —Señaló solícitamente el servicio de té a juego, lleno
de espumosa crema fresca y terrones de azúcar en cubos.
—No, gracias. —Los modales le dictaban ser educada, incluso con sus
captores. Estudió a Murdoch mientras se llevaba la taza a los labios,
congelándose a mitad de camino al darse cuenta de que podría haber algo más
que té en la infusión.
—No temas, muchacha, es sólo un té para el desayuno, nada más. —Él
descifró correctamente sus pensamientos.
Farah bebió. Si iba a drogarla de nuevo con lo que la había dejado
inconsciente, probablemente le taparía la boca y la nariz con el paño, como
habían hecho al principio. El té era fuerte y bueno y, aunque estaba
acostumbrada al café por la mañana, le ayudó a disipar las persistentes
telarañas en los rincones de su mente.
—¿No hay una doncella que pueda atenderme?, —preguntó, esperando
compañía femenina simpática, junto con una oportunidad de escapar—.
Evidentemente, eres demasiado importante y estás muy bien equipado para
estar en servicio.
Una pizca de picardía cómplice se deslizó en su siempre presente sonrisa.
—Dijo que serías tan brillante como hermosa, —elogió Murdoch, recogiendo
la cuchara y entregándosela mientras empujaba el plato de cristal del arroz
con leche hacia ella.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah esperaba que él no la viera palidecer ante el cumplido, conociendo la


fuente a la que se refería.
—No hay mujeres aquí en Ben More, como ves, y soy el único hombre al
que el señor del castillo permitiría entrar en tu alcoba para atenderte. Ahora
come. Reúne tus fuerzas.
Esta era una orden con la que Farah no estaba en desacuerdo. Si quería
escapar de sus circunstancias actuales, necesitaba mantener la cabeza fría,
reunir información y, de hecho, recuperar las fuerzas. —¿Por qué tú?, —
preguntó, antes de dar el primer bocado al budín dulce como la miel que se
derretía en una mezcla de especias en su lengua. No pudo evitar saborear el
gusto confitero de lo que había parecido un plato aburrido, a pesar de todo.
Murdoch movió su peso un poco incómodo. —Bueno, muchacha, eso se
debe a mi falta de... er... inclinaciones románticas... hacia las mujeres... es
decir...
—Prefieres a los hombres, —dedujo Farah alrededor de una segunda
cucharada.
Él parpadeó, obviamente no esperaba que ella fuera tan directa. —Así es,
—admitió—. Espero que eso no te ofenda.
—Eso no me ofende en absoluto, —dijo Farah—. Aunque sí me ofende la
parte de que seas un secuestrador, y quién sabe qué más, para el criminal más
conocido de la isla.
Al oír eso, Murdoch echó la cabeza hacia atrás y se rió hasta que agarró los
lados de su traje como si quisiera mantener las costuras unidas. —Eres una
chica valiente para ser tan pequeña, —dijo—. Creo que lo necesitarás en los
próximos días.
Eso le dio un vuelco al corazón, y a Farah le costó tragar el siguiente
bocado. —¿Qué quieres decir con eso?, —preguntó, recordando las palabras
de Dorian Blackwell sobre estar fuera de peligro. ¿O había estado en peligro?
La noche anterior parecía un sueño en ese momento, y se desvanecía con la
misma facilidad. Excepto por el relámpago en sus ojos, y la forma en que había
alcanzado hacia ella. Como un hombre en el desierto alcanza un espejismo.
—Es una pregunta sencilla con una respuesta complicada, muchacha,
mejor deja que Blackwell te lo explique todo.
El estómago de Farah estalló en un revuelo de polillas ante la idea de
enfrentarse de nuevo a Dorian Blackwell. —Sr. Murdoch, —comenzó.

65
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sólo Murdoch, señora.


—Muy bien. Murdoch. ¿No podría... darme una idea de por qué me han
traído aquí?, —imploró ella—. Todo lo que puedo hacer es soñar con los
peores escenarios posibles, y me gustaría estar preparada para ver a su
empleador.
—Lo siento, muchacha, pero órdenes son órdenes. —Para su crédito, el
hombre parecía genuinamente arrepentido—. Pero quiero que sepas que
ninguno de los habitantes del Castillo de Ben More levantará un dedo para
hacerte algo que no sea tu voluntad.
—Siempre y cuando no me escape, —señaló Farah, cortando su huevo de
codorniz.
La sonrisa de Murdoch desapareció. —Sí. Sí.
—Y sólo si me comporto como una rehén adecuada. —Se llevó un bocado a
la boca, encantada de ver que el huevo había sido cocinado en mantequilla.
—Bueno, eso no es... quiero decir que todos estaríamos agradecidos si...
—Y en la medida en que mi petición no se contradiga con las órdenes de
Blackwell.
—También... eso. —Cada vez más incómodo, Murdoch retrocedió hacia la
puerta—. Pero estáis a salvo, es lo que decía, por muy temibles que parezcan
los tipos de por aquí.
—Bueno, entonces, me esforzaré por ser el mejor prisionero posible que
este castillo haya encarcelado. —Farah tomó un delicado sorbo de su té,
disfrutando de la incomodidad de Murdoch. El bribón se lo merecía, a pesar de
su actitud solícita. Él había participado en su secuestro y ella haría bien en
recordarlo. Le ayudaría a luchar contra el creciente impulso de que le gustara.
—Och, muchacha, te pido que no veas las cosas de esa manera, —dijo con
seriedad, apareciendo una arruga de preocupación entre sus cejas—. Dale a
Blackwell la oportunidad de explicar la situación y quizás... veas las cosas de
otra manera. —Poniendo la mano en el pomo de la puerta, la miró mientras
desayunaba como si esperara una respuesta.
—Muy bien, Murdoch, —dijo Farah, esperando ser lo suficientemente
convincente.
Pareció relajarse. —Hay ropa de mujer en el ático, —dijo—. ¿Qué te parece
si voy a buscar algo mientras tú comes y terminas tu té, y luego vuelvo y recojo
tu vestido para lavarlo? ¿Quieres que me ocupe de preparar un baño?
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella asintió con un bocado de tostada y el ronco escocés salió de la


habitación.
Farah esperó a que el sonido de sus botas lo alejara de su puerta antes de
meterse en la boca los bocados de tostada que le quedaban y de beber un té
hirviendo. No había cerrado la puerta tras de sí. Esta podría ser su única
oportunidad. Si algo sabía Farah era que las mujeres que desaparecían rara vez
se encontraban, y aunque las mejores y más brillantes mentes investigadoras
la buscarían, nadie imaginaría que se la habían llevado al castillo de Ben More.
La liberación era su responsabilidad, sólo de ella, y pretendía correr el riesgo
en lugar de esperar su destino en el lujo envuelto en seda de su cámara en el
castillo.
Terminó el huevo de codorniz perfectamente cocinado en dos bocados,
dejó la bandeja en el suelo y saltó de la cama, con los dedos volando para
abrochar los botones de su corpiño. Era una pena que tuviera que intentar
escapar con su precioso traje de noche, pero al menos las capas adicionales de
sus faldas completas la ayudarían a mantenerse caliente.
Encontró su bolso, el chal y las zapatillas sobre una suave silla de
terciopelo azul junto a la llamativa chimenea, y comprobó el interior de la
bolsa de satén para encontrar suficientes monedas que le permitieran volver a
tierra firme. Después, trataría de encontrar un agente local y vería si podía
volver a Londres con un poco de crédito y cortesía profesional.
Tras una infructuosa comprobación del armario de madera blanca, se
desesperó por encontrar una capa o una pelliza y rezó para que el sol
aguantara unas horas más. Se acercó a los grandes ventanales y examinó los
terrenos del castillo.
La deslumbrante vista que la recibió le arrancó un suspiro. El castillo de
Ben More dominaba una amplia península desde lo alto de una escarpada roca
gris y negra. Farah siguió la suave pendiente de la colina mientras la hierba
esmeralda se arrastraba hacia la costa, donde el sol resplandecía en las
tranquilas aguas gris-azuladas del estrecho. Las ovejas pastando salpicaban la
vista pastoral, y su belleza la distraía de la urgencia del momento. Las
montañas del territorio continental escocés eran visibles al otro lado del
estrecho canal, cercanas y sin embargo inalcanzables.
Las ventanas daban al este, lo que significaba que la tierra estaba al oeste y
al norte de aquí. Donde había un castillo, siempre había un pueblo cerca, y si
tenía alguna posibilidad de encontrar a alguien que la ayudara a cruzar el

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

canal, lo encontraría entre los pescadores y porteadores que sin duda vivían
allí.
Farah envolvió su chal en torno a sus rizos desordenados y se puso las
zapatillas de camino a la puerta del dormitorio. Sólo miró una vez por encima
del hombro, deteniéndose a considerar sus opciones. A pesar de su prisa por
escapar, una inquietante curiosidad se apoderó de ella. ¿Por qué la había
traído aquí el Corazón Negro de Ben More? ¿Qué utilidad podía tener ella para
él?
Un oscuro temor le susurró que probablemente no quería quedarse lo
suficiente para averiguarlo. Con el corazón palpitante y una mano
sorprendentemente firme, Farah abrió la puerta con facilidad y puso un ojo en
la rendija para comprobar si había algún guardia. Al no encontrar ninguno, se
deslizó por la abertura y la cerró suavemente tras ella.
En lugar de la fría piedra gris, los pasillos del castillo de Ben More estaban
actualizados con lujosas alfombras de color burdeos y suelos de mármol
italiano. Farah siguió en silencio los paneles de madera oscura a lo largo del
pasillo hacia una gran escalera de galería abierta. Las alfombras amortiguaban
sus ligeras pisadas, pero harían lo mismo con cualquiera que decidiera
seguirla, así que tuvo cuidado de no ver a Murdoch o a cualquier otro
personaje temible que pudiera estar al servicio de Blackwell. La galería
delantera debía ser un ala más antigua de la estructura, porque podría haber
sido el gran salón de cualquier castillo medieval. La fría piedra estaba caldeada
por exuberantes tapices tejidos y una araña de hierro forjado colgaba sobre
una amplia escalera de piedra.
Farah apenas prestó atención a su costoso entorno mientras se agachaba a
la altura de la barandilla de piedra cincelada, cuando se abrió una puerta
lateral en el piso inferior a la escalera de piedra curvada y dos estruendosas
voces masculinas resonaron en el vestíbulo. Sirvientes, se dio cuenta, mientras
cruzaban el vestíbulo con sus pesadas botas y salían por las impresionantes y
ornamentadas puertas delanteras.
Bueno, no había esperado escapar simplemente saliendo por las puertas
principales, ¿verdad? Recordó otro intento de fuga...
Las cocinas. Estarían en la planta baja o debajo, y tendrían lugares para
esconderse si fuera necesario. Y si la pillaban de camino, podría alegar que iba
en busca de comida.
Farah no respiró mientras bajaba de puntillas la gran escalera y atravesaba
la amplia entrada de piedra. Las cocinas estarían en la parte trasera de la torre
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

del homenaje si este castillo estuviera construido como cualquiera de los de


Inglaterra, que estaría, afortunadamente, en los lados norte y oeste. Sintiendo
que la providencia la acompañaba, se abrió paso por la planta baja entre un
laberinto de pasillos, pasando por una intrigante biblioteca, una rectoría
descuidada y numerosas salas de estar. Cuando encontró el comedor, supo que
había ido en la dirección correcta. Aparte de los lacayos, no encontró a nadie
más.
En la cocina, una gran y aromática olla cocinaba a fuego lento, y en la isla
cubierta de harina, humeantes tartas de fruta descansaban en ordenadas y
deliciosas filas. A Farah se le hizo la boca agua con el aroma y se le antojaron
las tartas, pero se resistió, sabiendo que la posibilidad de escapar se reducía
con cada segundo que pasaba. Murdoch volvería a sus habitaciones y la
encontraría desaparecida, y para entonces debía estar al menos a una milla de
distancia.
La puerta que cruzaba la amplia y bien surtida cocina estaba entreabierta
junto a la puerta de la despensa adyacente. Tal vez la cocinera estaba en las
bodegas o en la despensa.
El momento no podía ser más oportuno.
Con los dedos de los pies apenas tocando el suelo, pasó volando por
delante de la isla, los hornos y la comida que se cocinaba a fuego lento,
agarrándose el chal a la barbilla y levantando sus voluminosas faldas. La luz
del sol se derramó por encima de las piedras y le tocó la cara durante un
momento glorioso mientras tiraba de la pesada puerta lo suficiente como para
poder deslizarse a través de ella.
El hombro de Farah estuvo a punto de ser arrancado de su sitio cuando su
única esperanza de escapar fue cerrada de golpe por una mano carnosa.
—No, —dijo el gigante de ojos rasgados, moviendo el otro dedo como si
regañara a un sabueso maleducado—. No te irás.
Farah retrocedió de un salto y se golpeó contra el borde afilado de un
mostrador. Conteniendo una maldición y un grito, se agarró a la cadera y trató
de no alejarse de aquel hombre calvo, corpulento y mal formado, que parecía
algo así como el monstruo de Frankenstein, con cicatrices, marcas y unos ojos
marrones muy suaves.
—Por favor, —le imploró desesperadamente—. Por favor, déjame ir. Estoy
retenida aquí contra mi voluntad. Nadie sabrá que me has dejado ir. Tenga
piedad de mí.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

En respuesta a sus súplicas, el hombre cerró la despensa y se colocó frente


a la puerta de la cocina, como un centinela silencioso que impedía su huida.
—Tengo dinero, —intentó Farah, arrojando las monedas de su bolso sobre
la encimera. —Son tuyas si me dejas pasar.
Frankenstein permaneció callado, cruzando los brazos sobre el vientre y
mirándola todavía con una mezcla de paciencia y lástima.
Al ver los cubiertos, Farah se lanzó a por el cuchillo más grande que
encontró y lo blandió contra él. —Me vas a dejar ir, ahora mismo.
La exasperante mueca de sus labios le dijo que acababa de divertirlo.
—Lo digo en serio. No quiero hacerte daño. —La idea de hacer violencia a
alguien la enfermó, pero trató de poner la expresión más decidida que era
capaz de producir.
Su diversión se convirtió en una desconcertante sonrisa que dejaba al
descubierto unos afilados dientes espaciados a intervalos alarmantes. —No lo
harás, —dijo con la voz relajada de un simplón. Un simplón inglés. Qué
extraño.
—Ciertamente lo haré si no te haces a un lado y...
Con un movimiento demasiado rápido para una bestia tan lenta, le quitó el
cuchillo sin ni siquiera tocarla, y lo dejó en el mostrador fuera de su alcance.
¿Qué iba a hacer ahora? Farah sentía que la sangre se le escapaba de la cara,
pero los ojos del hombre brillaban ante ella como si le hubiera complacido de
alguna manera. —Él te necesita, —le informó Frankenstein con amabilidad—.
Ve con él.
—¡Prefiero ir con el diablo!, —escupió ella, de nuevo sin necesitar una
aclaración sobre quién era el. Apartándose de él, miró a la isla de cocineros que
tenía detrás, hirviendo de indignación y no con poco miedo.
Un suspiro que evocaba un carácter bovino surgió del hombre con estatura
de toro que estaba detrás de ella. —Eras el Hada de Dougan, —dijo, con la voz
tocada por un poco de asombro.
Farah se volvió a girar. —¿Qué? —Jadeó.
—Me dijo que te parecías a una. Con rizos y ojos plateados y pequeñas
pecas. —Señaló su pelo como si quisiera mostrarle el color.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah parpadeó rápidamente ante la mole de hombre que tenía delante,


con las lágrimas punzando en las esquinas de sus ojos. —¿Conociste a Dougan
Mackenzie?, —respiró.
—Estuve en la cárcel con él. Todos lo estuvimos. Hace mucho tiempo.
—Díme, —suplicó ella, todos los pensamientos de miedo y huida se
evaporaron al oír el nombre de Dougan—. Por favor, señor, ¿puede decirme
qué dijo? Hábleme de...
—Vaya con él, primero. —La carnosa mano de Frankenstein se rascó una
gran cicatriz en la cabeza—. En el estudio. Eso me dará tiempo para recordar
las palabras.
—Puedo quedarme aquí mientras recuerdas. —Farah se detuvo,
preguntándose si este hombre había nacido tan discapacitado o si lo habían
hecho así sus numerosas y evidentes lesiones en la cabeza. Buscando algo que
lo distrajera, miró las tartaletas—. Me has hecho el desayuno, ¿verdad?
Él asintió.
—Estaba muy bueno, —dijo ella con sinceridad—. ¿Crees que tal vez...?
—Vete. Ahora. Hablamos después. —La expresión del cocinero se tornó
obstinada mientras empujaba un dedo hacia la puerta.
—No quiero ir con Blackwell. Quiero ir a casa.
—Te necesita, Hada. —Le parpadeó y asintió en señal de ánimo.
—¡No vuelvas a llamarme por ese nombre! —Sin darse cuenta de lo que
hacía, Farah dio un paso amenazante hacia él y éste retrocedió hasta la puerta,
con los ojos muy abiertos y desconcertados—. ¿Me entiendes? No tienes
derecho a llamarme asi!
Farah tenía la idea de que los había sorprendido a ambos con la intensidad
de su reacción, pero esta situación la enfurecía y, lo admitía, la intrigaba.
Había tantas preguntas sobre su pasado que no tenían respuesta, y quizás esas
respuestas la esperaban en este castillo aislado. Y, sin embargo, ¿qué pasaría si
aquí no hubiera más que peligro para ella? ¿Y si, tras el solícito personal y la
hermosa decoración, le esperaba un maquiavélico depredador que
simplemente estaba jugando con ella antes de que se convirtiera en su
próxima comida?
No podía aguantar mucho más. —Iré con él, —espetó Farah—. No me
dejas otra opción.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Él volvió a asentir, como si estuviera ajeno y satisfecho. —Puedes llevarte


unas tartas si quieres, —ofreció.
—Ni hablar. —Farah volvió a meter las monedas en el bolso y se dirigió a
la puerta, completamente exasperada. ¿Por qué cada vez que se acercaba a las
respuestas, a la verdad, se veía frustrada por hombres estúpidos? Era
inconcebiblemente irritante.
Haciendo una pausa, se dio la vuelta. —¿Qué clase de tartas?
—Fresa. —Frankenstein se limpió las manos en el delantal y le tendió la
bandeja.
Maldiciendo su incapacidad para rechazar los pasteles, tomó uno de los
dulces del tamaño de un bocado. —Esto no significa que te perdone por ser un
criminal secuestrador.
—Por supuesto que no, —aceptó él.
—Para que quede claro. —Ella se lo metió en la boca, y al instante la
mantequilla, el azúcar y la acidez de las fresas de primavera deleitaron su
paladar—. Oh, Señor, —gimió, sin poder evitarlo.
Sus dientes, o la falta de ellos, aparecieron de nuevo mientras sus labios se
despegaban en una sonrisa genuina. Farah pensó en el hombre que tenía
delante mientras masticaba. Parecía tan fuera de lugar en la cocina de estilo
parisino provista de los últimos y más caros instrumentos, como si fuera más
adecuado para el establo de un herrero o... bueno, para una prisión. Sin
embargo, era un chef con mucho talento.
—¿Cómo te llamas? —Farah no pudo evitar preguntar.
—Walters.
—Walters. Ella tomó otra tarta, y luego otra—. ¿Es tu nombre o tu
apellido?—
Tardó más en responder de lo que la pregunta merecía. —No puedo decir
que lo recuerde. Sólo Walters, aunque me gustaría tener un nombre de pila,
supongo.
Farah se lo pensó durante el espacio de otra tarta antes de decidirse. —
¿Qué tal 'Frank'?, —sugirió, cambiando su tercera tarta a su otra mano antes
de alcanzar una cuarta.
—Frank Walters. —Saboreó el nombre como ella saboreó sus tartas.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Un nombre muy apropiado, —le dijo ella. Para un verdadero Frankenstein—
. Ahora, si me disculpas, aparentemente tengo una cita con una mente
criminal de corazón negro.
Farah se perdió dando demasiadas vueltas por los sinuosos pasillos antes
de encontrar el estudio. Se entretuvo en la biblioteca durante unos minutos,
distraída por las estanterías del suelo al techo y la escalera de caracol de hierro
que conducía al segundo piso. El estudio se encontraba, como había previsto,
en una sala resplandeciente junto a la gran entrada. Sin embargo, cuando
asomó la cabeza -aparentemente nadie cerraba las puertas en este maldito
palacio-, se encontró con la enorme y hermosa habitación vacía.
No, no estaba vacío, en sí mismo. Aunque no había nadie más, una
presencia extraña y dinámica persistía en cada rincón del estudio masculino.
Farah podía olerlo en las notas penetrantes del humo de los puros que se
pegaban a los muebles de cuero oscuro y flexible. El aroma se mezclaba con el
cedro y el aceite de cítricos que se utilizaba para limpiar el enorme escritorio
flanqueado por más estanterías de madera oscura. La luz del sol no atravesaba
las pesadas cortinas de terciopelo rojo vino. La única luz de la habitación la
proporcionaban dos lámparas sobre el pulcro escritorio y otra chimenea que
podría albergar a una pequeña familia de Cheapside.
Atraída por manos invisibles, Farah dio un paso tentativo hacia el estudio,
y luego otro. El susurro de sus faldas y el ronquido de su respiración
perturbaron la pureza halcónica de la quietud. Los latidos de su corazón
resonaron tan fuertes como ráfagas de cañón en sus oídos cuando entró en la
guarida privada de Dorian Blackwell.
Farah trató de imaginar a un hombre como el Corazón Negro de Ben More
en esta habitación, haciendo algo tan pedestre como escribir una carta o
inspeccionar libros de contabilidad. Pasando los dedos de su mano libre por el
pisapapeles de bronce de un barco de la flota que había sobre su enorme
escritorio, la imagen le resultó imposible de producir.
—Veo que ya has intentado escapar.
Cogiendo la mano, Farah se la llevó al pecho mientras se giraba para mirar
a su captor, que ahora estaba de pie en la puerta.
Era aún más alto de lo que ella recordaba. Más oscuro. Más grande.
Más frío.
Incluso a la luz del sol que entraba por las ventanas del vestíbulo, Farah
sabía que pertenecía a las sombras de esta habitación. Como para ilustrar su
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

punto, entró en la habitación y cerró la puerta tras de sí, cortando


efectivamente todas las fuentes de luz natural.
Un parche cubría su ojo dañado, permitiendo sólo vislumbrar el borde de
su cicatriz, pero el mensaje iluminado por el fuego no necesitaba de ambos
ojos para ser transmitido.
Ahora te tengo a ti.
Qué cierto era eso. Su vida dependía de la misericordia de este hombre,
infame por su falta de piedad.
El abrigo de traje negro que apenas contenía su anchos hombros y se
estiraba con sus movimientos, pero lo que llamó la atención de Farah fue el
patrón azul, dorado y negro, dolorosamente familiar, de su falda escocesa. La
tela escocesa de Mackenzie. Ella no sabía que las rodillas de un hombre
podían ser tan musculosas, ni que bajo la capa de pelo negro y fino, las
poderosas piernas metidas en grandes botas negras podían ser tan llamativas.
Se arrinconó contra su escritorio cuando él se acercó a ella, evocando una
vez más la imagen de un jaguar al acecho. La luz del fuego bailaba sobre los
amplios ángulos de su enigmático rostro y ensombrecía una nariz rota
demasiadas veces como para poder llamarla aristocrática. Por supuesto, a
pesar de su costosa corbata, su ropa a medida y su pelo de ébano cortado en
capas cortas y a la moda, nada en Dorian Blackwell daba la impresión de ser
un caballero. Un moretón desvanecido coloreaba su mandíbula y un corte
cicatrizado en el labio. Lo había pasado por alto la noche anterior en la
tormenta, pero sabía que habían sido los puños de Morley los que le habían
herido. ¿Había sido hace sólo unos días?
¿Qué le había dicho? ¿Algo sobre su huida? —No sé de qué está hablando.
Su ojo bueno se fijó en las tartas que ella había olvidado que tenía en la
mano. —Supongo que intentaste salir por las cocinas y que Walters te frustró.
Oh, maldición. El aire en el estudio era de repente demasiado cercano.
Demasiado espeso y lleno y plagado de él. Decidida a no dejarse amedrentar,
Farah levantó la barbilla y se esforzó por mirarle directamente a los ojos.
—Al contrario, señor Blackwell, tenía hambre. No quería enfrentarme a
usted sin estar fortificada.
Eso le valió una ceja levantada. ¿Fortificada? —Su tono insensible le puso
los pelos de punta—. ¿Con... pasteles?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sí, de hecho, —insistió ella—. Con pasteles. —Para dejar claro su punto
de vista, se metió uno en la boca y masticó furiosamente, aunque se arrepintió
al instante porque la humedad parecía haberla abandonado. Al tragar el bulto
seco, Farah esperaba haber ocultado su mueca mientras se abría paso, lenta y
desagradablemente, hacia su estómago.
Se acercó un poco más. Si no se equivocaba, su fría máscara se deslizó por
un momento sin vigilancia y la miró con algo parecido a la ternura, si es que un
rostro como el suyo podía plasmar tal emoción.
Farah había pensado que no era posible estar más confundida. Qué
equivocada estaba. Aunque el lapsus resultó ser fugaz, y para cuando
parpadeó, el plácido cálculo en su mirada había regresado, haciéndola
preguntarse si lo que había visto había sido un truco de la luz del fuego.
—La mayoría de la gente necesita una fortificación mucho más fuerte que
una tarta de fresas antes de enfrentarse a mí, —dijo con ironía.
—Sí, bueno, he descubierto que un postre bien hecho puede hacer un poco
de bien a cualquiera en una mala situación.
—¿De verdad? —La rodeó por la izquierda, de espaldas al fuego, poniendo
su cara en sombras más profundas—. Me parece que quiero probar tu teoría.
De todas las conversaciones que esperaba tener con el Corazón Negro de
Ben More, ésta tenía que ser la última. —Um, aquí. —Extendió la tarta hacia
él, ofreciéndole el manjar con dedos temblorosos.
Blackwell levantó una gran mano. Respiró profundamente. Luego la bajó
de nuevo, apretando los puños a los lados. —Póngalo en el escritorio, —le
ordenó.
Desconcertada por la extraña petición, colocó con cuidado la tartaleta
sobre la reluciente madera, observando que él esperaba a que su mano volviera
a su lado antes de cogerla. Desapareció detrás de sus labios, y Farah no respiró
mientras observaba cómo los músculos de su mandíbula trituraban el pastel
con un ritmo lento y metódico. —Tiene razón, señora Mackenzie, eso ha
endulzado el momento.
Un ardor en sus pulmones la impulsó a exhalar, y trató de empujar algo de
su exasperación anterior en el sonido. —Prescindamos de las galanterías, Sr.
Blackwell, y abordemos el asunto que nos ocupa. —Puso toda la
profesionalidad británica que había adquirido en los últimos diez años en su
voz, acallando los temblores del miedo con una habilidad nacida de la práctica
meticulosa.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿Qué es..?
—¿Qué es lo que quiere de mí?, —preguntó ella—. Pensé que había soñado
con usted anoche, pero no fue así, ¿verdad? Y allí, en la oscuridad, prometio
decirme... decirme por qué me ha traído aquí.
Se inclinó hacia abajo, su ojo tocando cada detalle de su rostro como si lo
memorizara. —Así lo hice.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO SIETE

—¿Quiere un poco de whisky? —preguntó Dorian, acercándose a una


mesa con una bandeja de decantadores de cristal y vasos situada entre los dos
sillones de cuero de respaldo alto.
Agradecida por el espacio que había entre ellos, la primera inclinación de
Farah fue declinar, pero al pensarlo mejor dijo: —Sí, gracias.
—Es cortesía de su pariente, el marqués de Ravencroft.
Farah parpadeó. —¿Pariente?
Observándola atentamente, sacó dos vasos idénticos y los salpicó
generosamente con un líquido espeso y acaramelado. —Liam Mackenzie, el
actual laird del clan Mackenzie. Un pariente de su difunto marido, estoy
seguro.
Buscando en su memoria, Farah se esforzó por sofocar su corazón
acelerado. —Nunca tuve la oportunidad de conocerlo, —dijo. Lo cual era la
verdad.
Blackwell le dirigió una mirada enigmática. —Por favor, siéntese. —Le
indicó la silla más cercana al fuego.
Cautelosamente, Farah se sentó, sin poder apartar los ojos de él ni un
momento, por si acaso. Por si acaso... ¿qué? ¿Se volviera loco de remate? La
atrajo a una falsa sensación de seguridad y luego...
—No debes intentar escapar de nuevo, —dijo conversando. En lugar de
entregarle la bebida, la dejó en la mesita junto a su codo antes de bajar su alto
cuerpo a la silla frente a ella. Era un poco como sentarse frente al diablo,
preparándose para hacer un arreglo y tratando de no considerar el costo
eterno de tal trato. Su corazón. Su vida.
Su alma.
—Te lo dije, —comenzó Farah—. Tenía hambre.
Blackwell le dirigió una mirada divertida. —No insultemos a ninguna de
nuestras inteligencias mintiéndonos mutuamente.
Para disimular su culpabilidad, Farah cogió el whisky y bebió un trago más
grande de lo que debía. Jadeando, se llevó la mano a la boca mientras el líquido

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Rebeldes Victorianos #1

le quemaba en el pecho y hacía que sus ojos parpadearan rápidamente. No


pudo mantener la compostura.
La diversión jugó con la comisura de sus labios, pero una sonrisa nunca los
reclamó. —Casi asustas al pobre Murdoch hasta las lágrimas.
Farah abrió la boca para replicar, pero sólo salió un hipo. Cerrando los
labios, se aclaró la garganta y volvió a intentarlo. —En otras circunstancias,
lamentaría que mis acciones causaran alguna angustia a otra persona, pero
secuestrar a una dama en medio de la noche y no esperar que intente escapar
ya pone en duda tu inteligencia. —Tomó otro sorbo del fuerte licor, uno
mucho más pequeño esta vez, habiendo aprendido la lección.
Blackwell aún no había bebido, sólo agitaba el líquido en su vaso, sin dejar
de mirarla. —Me anticipé completamente a tu huida, y tenía a uno de mis
hombres vigilando cada posible salida del castillo, —le informó—. Sólo te
advierto que no hagas más intentos por tu propia seguridad. Si por casualidad
te escapas de uno de mis guardias, me disgustará mucho enviar a los sabuesos
a por ti. Haría todo esto mucho más desagradable para ambos.
—¡No lo harías!
—¿No lo haría?
Farah se quedó boquiabierta, incapaz de comprender su brutalidad. No
debería sorprenderse, había estado rodeada de la peor clase de criminales
durante más años de los que le gustaría admitir. Pero, de alguna manera, la
asombraba que alguien tan culto, tan relajado y adinerado, pudiera lanzar
semejante amenaza con una lengua civilizada. Los delincuentes que ella
conocía eran sucios y asquerosos, con temperamento explosivo y lenguaje
grosero. Blackwell amenazó con la violencia como si estuviera discutiendo el
precio de las patatas irlandesas.
—Empiezo a comprender, señor Blackwell, que no hay profundidades a las
que no se hundiría para conseguir lo que sea que quiera.
Por fin, Blackwell se llevó el vaso a los labios y bebió, ocultando su
expresión. Cuando lo bajó, la miró con una sonrisa de oreja a oreja. —
Entonces por fin empieza a conocerme, señora Mackenzie.
—No me gustaría, —dijo ella con rigidez.
—No tienes elección.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah terminó su bebida de un trago imprudente, esta vez preparada para


el ardor. —Vamos, entonces, —desafió, el whisky añadiendo humo a su voz.
—Vamos a hacerlo.
Apoyando su bebida en la rodilla con una mano, se inclinó hacia delante,
observando sus rasgos con atención. —¿Sabes qué es lo que debe hacer un
hombre para conseguir todo lo que yo tengo en tan poco tiempo?
—Estoy seguro de que no.
Él ignoró la nota de sarcasmo en su voz. —Siempre debe pagar sus deudas,
y siempre debe cumplir sus promesas.
—Eso son dos cosas, —desafió Farah.
—No necesariamente.
Mordiendo la uña del pulgar, ella se desconcertó con sus palabras. —Pero
tú no me debes nada, ni yo a ti. Nunca nos hemos hecho promesas.
En ese momento, él guardó silencio durante un tiempo incómodo. Farah se
retorció en la gran silla acolchada, sintiéndose como un niño cuyos pies
apenas tocan el suelo.
—¿Recuerdas lo que dijo Morley en la bóveda hace unos días?, —preguntó.
—¿Debería? —Por supuesto, ella recordaba cada palabra.
Volvió a emitir ese sonido, que podría haber sido de diversión o de fastidio.
—Hace diecisiete años, fui condenado a la prisión de Newgate como un
muchacho por robo. Debido a algunas indiscreciones anteriores, se me impuso
una fuerte condena de siete años de trabajos forzados.
Su complexión empezó a tener más sentido. Si había pasado gran parte de
su juventud cavando túneles, rompiendo rocas y arrastrando traviesas para el
nuevo ferrocarril subterráneo de Londres, como hacían muchos prisioneros
ingleses, ese trabajo formaría sus anchos hombros y sus pesados huesos.
—Entre mis nuevos compañeros de prisión había un chico huérfano
trasladado desde las Tierras Altas de Escocia. Un asesino demasiado joven
para la horca, ya que sólo tenía trece años, y el público se rebelaba al ver a
alguien menor de dieciséis años con el cuello roto por una soga.
Farah se estremeció y se quedó mirando. —Dougan, —susurró.
—Precisamente. —Terminó su bebida de un trago, pero no hizo ningún
movimiento para servir otra—. Cómo nos odiábamos, al principio. Yo pensaba

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

que él era un debilucho llorón listo para ser molestado, y él pensaba que yo era
un matón estúpido.
—¿Lo eras?
Eso provocó el susurro de una sonrisa nostálgica. —Por supuesto que lo
era. Solía tirarle piedras a las manos mientras llevaba cubos de tierra.
Intentaba que se le cayeran las cosas y que le sangraran los nudillos.
Farah pudo sentir que su rostro se endurecía y que una especie de ira muy
extraña y aterradora bullía en su sangre. Si Blackwell lo notó, lo ignoró y
continuó.
—Un día, mi piedra falló a sus manos y le dió a Dougan entre las piernas.
Cayó al suelo, vomitó y tembló durante al menos cinco largos minutos
mientras todos nos parábamos y nos reíamos de él, incluso los guardias. Y
entonces hizo algo extraordinario. Cogió la piedra, se levantó y me la lanzó
con tanta fuerza a la cabeza que me hizo caer. Luego saltó sobre mí y me
golpeó la cara con tanta sangre que mi propia madre no me habría reconocido.
Farah volvió a dejar el vaso sobre la mesa mientras el temblor de su propia
mano se volvía violento. —Bien, —forzó a través de unos labios rígidos por la
indignación. Empezó a detestar su presencia. Lo que antes era intrigante y
peligroso, ahora no era sólo su enemigo, sino también el de Dougan, y eso no lo
podía soportar.
En lugar de ofenderse por su ira, un ablandamiento apenas perceptible de
sus rasgos relajó la dura línea de su boca. —Lo respeté después de eso, lo
suficiente como para dejarlo en paz. No sólo yo, sino todos los chicos. Era uno
de los más jóvenes de entre nosotros, pero el odio y la violencia que albergaba
eran los que más ardían. Todos lo vimos ese día, y todos le temíamos.
A Farah se le hizo un nudo en la garganta. No quería escuchar más de esto,
no quería que sus hermosos recuerdos se vieran manchados con la
confirmación de los detalles de su sufrimiento. Sin embargo, esta era su
penitencia, ¿no?
Enfrentarse a las consecuencias de las acciones imprudentes de su
juventud. Si la memoria de Dougan merecía algo, era que se contara su
historia, y ella se obligaría a sentarse y escuchar. Todavía le debía eso.
Le debía todo.
—Llegó el día en que debíamos ser asignados a las líneas de trabajo. Al
principio, la mayoría de los jóvenes fuimos puestos en las líneas para ser

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Rebeldes Victorianos #1

enviados a los barcos prisión estacionados frente a la costa. Unos armatostes


infernales y putrefactos que ni la marina ni las navieras podían utilizar ya, con
una tasa de mortalidad de prisioneros superior al setenta por ciento. Nos
separaron en cuatro líneas, la nuestra con destino a los barcos. —Aquí, Dorian
hizo una pausa y la consideró intensamente—. Ninguno de nosotros lo sabía
entonces, pero Dougan Mackenzie era el único de entre nosotros que sabía
leer las señales o los registros de los guardias. Todos habríamos marchado a la
muerte si no hubiera metido a mis dos mejores compañeros, Argent y Tallow,
en la línea de trabajadores del ferrocarril. A día de hoy, no sé qué le llevó a
hacerlo, pero en el último momento me agarró a mí también, sin que ningún
guardia se diera cuenta, y muy probablemente me salvó la vida.
Farah tampoco podía entenderlo, pero aún no había recuperado la voz lo
suficiente como para decirlo.
—Fuimos inseparables después de eso, Dougan y yo. Formamos una banda
de chicos que trabajaban en los ferrocarriles, sólo nosotros cuatro al principio,
protegiéndonos mutuamente cuando podíamos de los hombres mayores y a
veces de los guardias. Enseñándonos mutuamente cómo sobrevivir en un lugar
así. Durante siete años, reunimos favores, deudas, aliados y unos cuantos
enemigos entre los chicos y hombres que entraban y salían de la prisión de
Newgate. Éramos líderes entre ellos, jóvenes y fuertes, temidos y respetados.
Llegaron a conocernos a Dougan y a mí como 'los hermanos Corazón Negro',
ya que ambos teníamos el pelo negro, los ojos oscuros y los puños afilados.
Ahora que Farah lo miraba, lo miraba de verdad, intentó superponer su
recuerdo de los rasgos infantiles de Dougan al rostro escultural y cruel del
hombre que tenía delante. No pudo hacerlo. Aunque el pelo era negro y el
único ojo era oscuro, el parecido terminaba ahí. Tragando, obligó a su lengua
congelada a formar palabras. —¿Cómo sé que no me estás engañando?
—No lo sabes, —respondió él con sencillez—. Ni tampoco importa,
porque aquí es donde toda esta información se vuelve relevante para ti.
—No veo cómo.
—Déjeme preguntarle algo, —dijo Blackwell intensamente—. ¿Cómo
crees que murió Dougan Mackenzie?
Un nudo de temor se formó en su estómago. —Me dijeron que fue la tisis
la que se lo llevó, que cayó enfermo y nunca se recuperó.
—¿Y quién le dijo eso?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—El guardia de recepción de Newgate, —respondió ella con sinceridad—.


El día que ocurrió.
Blackwell se quedó muy quieto, la mano sobre su vaso se volvió blanca. —
¿Qué hacía usted en la prisión de Newgate hace diez años, el día en que murió
Dougan Mackenzie?, —preguntó, con la emoción coloreando su voz por
primera vez desde que se conocieron.
—Eso no es asunto tuyo.
—Me lo dirás, Farah, aunque tenga que obligarte a hacerlo, —dijo entre
dientes apretados.
Ella palideció ante el uso contundente de su nombre de pila, pero se
obstinó en apretar los labios.
—Maldita sea, ¿por qué ibas a ir allí?, —rugió él, poniéndose en pie y
lanzando su vaso de cristal a la chimenea. Farah se estremeció al estallar
contra las piedras.
El hombre se acercó a su silla y, para su eterna vergüenza, Farah se apartó
de él con miedo. Pero él no la tocó, sino que se alzó sobre ella, jadeante y
furioso. —¿Por qué pusiste un pie en ese miserable lugar en ese día de todos
los días?
—Yo... —Apenas podía formar un pensamiento, y mucho menos palabras.
—¡Respóndeme!, —bramó con una voz que ella juró que hizo sonar las
ventanas.
Farah ya no podía mirarlo. No podía ver la ira que la atravesaba con la
precisión de un arquero. No podía enfrentarse a sus mentiras, o más
petrificante, a sus verdades. —No fue sólo ese día. Fui a Newgate cada noche
durante siete años y le dejé a Dougan queso y pan.
—No. —Él retrocedió un paso, tambaleante fue más bien, dándole a ella el
momento que necesitaba para reunir su valor.
Farah se puso de pie, con la cabeza apenas alcanzando su corbata, por lo
que tuvo que inclinar el cuello para mirarlo. —Verá, Sr. Blackwell, los de su
clase no son los únicos que mantienen sus promesas. Yo también hice una
promesa hace años, que nunca dejaría que Dougan Mackenzie pasara hambre,
y mantuve esa promesa hasta el día en que él... el día... él... —Su compostura
finalmente se quebró y se retiró para colocarse frente al escritorio, tragando
frenéticos tragos de emoción.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Lo permitió, reuniendo su propia armadura ante los ojos de ella en forma


de arrogante tranquilidad. —Nunca supo que la comida extra era de usted.
Pensábamos que las familias de los otros prisioneros la dejaban como
ofrendas, o algún tipo de pago por nuestros continuos favores o buenas
gracias.
—Pero yo le escribía cartas todas las semanas y se las entregaba con la
comida, —protestó ella.
—Él nunca las recibía.
Eso, por sí solo, fue suficiente para romperle el corazón. Los hombros de
Farah perdieron toda su capacidad de mantener la cabeza erguida y se
desplomó. —Pensé que al menos le daría un poco de esperanza. Que supiera
que, incluso encerrado, no estaba solo en el mundo. —No le miró más que una
mirada por debajo de sus pestañas. Él seguía de pie donde antes, con más
información que ella no quería, pero que tenía que descubrir, encerrada tras
sus crueles labios.
—Dime cómo murió, —le ordenó en voz baja—. Si no fue por enfermedad,
¿entonces por qué medio?
—Fue asesinado. —Con esas tres frías palabras, Blackwell le atravesó el
corazón.
—¿Cómo?, —susurró ella.
—Lo mataron a golpes en medio de la noche tres guardias de la prisión.
Farah se tapó la boca con una mano mientras las tartaletas se revolvían en
su estómago y subían por su garganta con un ardor ácido. Tragó, y luego de
nuevo, agradeciendo que la comida no pudiera pasar el nudo de lágrimas en su
garganta para terminar vomitando sobre las caras alfombras del estudio.
—¿Por qué?, —jadeó.
—Esa es la eterna pregunta, ¿no?
Farah estaba demasiado sorprendida, demasiado desconsolada para
enfadarse por la falta de emoción en su voz. No podía estar segura de cuánto
tiempo se quedó mirando el dobladillo de su precioso vestido, uno que llevaba
puesto desde hacía demasiado tiempo y que ahora le resultaba apretado y
limitante y le mordía la piel. Quería deshacerse de él. Deshacerse de la
habitación, del pasado, de todo. Quería volver a su despacho, donde debía
estar, barajando el papeleo y dando un sentido ordenado al caos. Fingir que no
tenía tiempo para las emociones, para el dolor, para la culpa, sólo para la

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

responsabilidad y una lista interminable de cosas que hacer para mantener


ocupada la disonancia de sus pensamientos.
No oyó a Blackwell acercarse hasta que estuvo a su lado.
—¿Por qué me cuentas esto ahora? —Su pregunta salió más bien como una
acusación.
Él la sometió a otro de sus prolongados silencios antes de responder
finalmente. —Porque tengo una deuda con Dougan Mackenzie, una que me ha
llevado diez años de cuidadosa ejecución para pagarla. Cuando te vi en la
cámara, cuando me di cuenta de quién eras, pensé, ¿quién mejor para
compartir su venganza que tú? Puedes ayudarme a vengarnos de todos los que
destrozaron vuestras vidas hace tantos años.
Farah lo miró fijamente, buscando una mentira en su rostro despiadado.
No encontró ninguna, y siguió dudando de sus instintos. Dorian Blackwell era
un ladrón, un mentiroso y un criminal. ¿Podía creerle? ¿Estaba él, incluso
ahora, jugando algún tipo de juego terrible y despiadado?
—Toma mi mano, mírame a los ojos y prométeme que no me estás
mintiendo. —Le salió más como una súplica que como una orden. Morley le
había dicho una vez que se podía detectar una mentira por la tensión de la
mano de un hombre, la dilatación de sus pupilas y la dirección de su mirada.
Farah no era experta en esa práctica, pero quería intentarlo.
Blackwell miró la mano que le ofrecía como si le presentara una babosa o
una araña. —No, —dijo brevemente.
—Entonces estás mintiendo, —insistió ella.
—No.
—Pruébalo, —desafió Farah—. ¿Por qué negarías esta inocua petición si
no tienes nada que ocultar?. —Ella empujó su mano hacia él, y él apenas
disimuló un respingo.
—Tengo mucho que ocultar, pero en esto, puedes estar seguro de que voy
en serio.
—Nunca podría confiar en alguien que ni siquiera puede ofrecer un
apretón de manos por su honor.
Blackwell consideró su mano extendida por un tiempo inquietantemente
largo—. Me temo que no podré complacerte.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dejó caer su mano. —No puedo decir que me sorprenda. —¿Así que había
estado mintiendo sobre la muerte de Dougan? ¿Sobre todo ello? ¿Qué debía
creer ella?
Después de un tiempo, pareció llegar a una decisión. —Sin embargo, le
daré un gesto de buena fe. Te daré información sobre mí que pocos más allá de
nosotros dos han conocido o conocerán.
A Farah le pareció extraño el gesto, pero permaneció en silencio,
esperando a que él continuara.
—Los años que pasé en prisión, digamos... me desanimaron a cualquier
contacto con la carne humana. Por eso no te doy la mano. —Presentó esta
información como si le informara del tiempo pero, por primera vez, su mirada
no se encontró con la de ella—. También admito que no estoy por encima de
mentirte para conseguir lo que quiero; sin embargo, en esto estoy seguro de
que nuestros propósitos están alineados, y por lo tanto no tengo necesidad de
manipularte. Creo que quieres que los que han perjudicado a Dougan, y a ti,
paguen por sus crímenes.
—Venganza. —Probó la palabra, un ideal que siempre había aborrecido y
anhelado al mismo tiempo—. ¿Y tú te consideras qué, una especie de Conde de
Montecristo?
Él se encogió de hombros con indiferencia. —No especialmente, aunque el
libro es uno de mis favoritos.
Farah frunció el ceño. —Pensé que habías dicho que no sabías leer.
El hecho de que Dorian Blackwell pudiera reírse en un momento así la
asombró. Pero lo hizo. El sonido, tan desprovisto de verdadera alegría, hizo
que se le pusiera la piel de gallina y que sus pezones se tensaran
dolorosamente. Era un sonido oscuro, como el resto de él, y la inundó con una
totalidad escalofriante. —No veo qué tiene de gracioso, sólo era una pregunta.
—Debes pensar que soy un tonto, —dijo él.
—Creo que eres muchas cosas.
Se acercó más. El ala de una polilla no habría sobrevivido en el espacio que
los separaba, y aun así él no la tocó, aunque ella podía sentir la sensación de él
en cada centímetro de su piel.
—Te diré una cosa, —empezó a decir en tono sombrío, con los ojos
arremolinados con toda la intensidad de la tormenta de la noche anterior—.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Hay inmensas diferencias entre el Conde de Montecristo y el Corazón Negro


de Ben Moro.
Edmond Dantés recibió su tesoro. Nunca tuvo que rebajarse a las cosas que
yo hice para tomarlo. En la cárcel, sólo era azotado en su aniversario. Estuvo
aislado en su propia celda, lo que Alexandre Dumas nunca imaginó que sería
preferible a lo que nosotros tuvimos que soportar. Nunca lo apuñalaron, ni lo
violaron, ni lo azotaron públicamente, ni lo humillaron, ni lo golpearon hasta
la extenuación, ni lo dieron por muerto.
Con cada palabra, los ojos de Farah se abrieron de par en par y se encontró
de nuevo encogida hacia atrás, pero él no le permitió retroceder, inclinándose
hasta que su convincente rostro estuvo a escasos centímetros del suyo. —Y
eso es justo lo que me hicieron los carceleros.
Ella había podido controlar sus lágrimas hasta ese momento, pero ya no. Se
derramaron por encima de sus pestañas y bañaron sus mejillas, haciendo que
su respiración se agitara en su pecho y se agitara en sus labios. Ya no podía
soportar el consuelo del contacto humano. ¿Cómo lo soportaba? No era de
extrañar que estuviera tan alejado. ¿Cómo podía el calor tocar su corazón
cuando ni siquiera se le permitía acercarse a su piel?
Podía ser el arrepentimiento lo que suavizaba sus rasgos, pero a ella le
resultaba imposible saberlo. —Estás pensando en Mackenzie, —murmuró.
Avergonzada de haber estado pensando en Blackwell y no en su Dougan,
Farah asintió, sin confiar en hacer ningún ruido.
Por segunda vez desde que se conocieron, él levantó la mano hacia su cara,
sólo para retirarla de nuevo. —¿No hay piedad en tu corazón por mí?
Farah se apartó entonces de él y se frotó las mejillas. La había, por
supuesto, pero no se atrevía a mostrársela. —¿Mereces mi compasión?, —
preguntó, con la voz espesa por sus lágrimas.
—Probablemente no, —respondió él con sinceridad—. Pero el niño que
una vez fui quizá sí.
La siguiente lágrima que cayó fue para él, aunque ella moriría antes de
hacérselo saber. —Dougan. Era... era pequeño para su edad. Tan flaco y
hambriento. Habría sido fácil para cualquiera... aprovecharse de él.
—Lo fue, —confirmó Dorian—. Pero aprendió rápidamente.
Los sollozos contra los que había estado luchando tan valientemente
comenzaron a estallar en pequeñas explosiones en su pecho. Le cortaban la

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

respiración a menos que los liberara en un torrente de lágrimas calientes y


jadeos desesperados.
—Su muerte fue hace años. —La voz de Dorian se suavizó, y ella no se
atrevió a volverse hacia él—. Una década por lo menos. El dolor no puede
estar tan fresco como todo eso.
Ella estuvo de acuerdo. Había pensado que con el tiempo, el dolor
punzante y la culpa aplastante se desvanecerían, pero no fue así. Era como si
Dougan Mackenzie se negara a morir, y por ello, estaba condenada a revivir las
bendiciones y los horrores de su tiempo juntos una y otra vez. —No lo
entiendes, —se lamentó—. Fue mi culpa. Fue mi culpa que todo esto le
ocurriera a él. ¿No te dijo por qué fue encarcelado en primer lugar?
—Mató a un sacerdote.
—¡Por mí! —Ella se giró, sorprendida por lo cerca que estaba todavía—.
Mató a ese sacerdote por mí. Fue sometido a todo el sufrimiento y las
indignidades que acabas de describir y más porque sólo trataba de
protegerme. No entiendes cuánto lamento eso cada día de mi vida. Pienso en
ello todo el tiempo. Me odio por ello.
—Nunca te culpó. —Por primera vez desde que lo conoció, Dorian parecía
estar perdido. Inseguro, tal vez, de cómo manejar a una mujer angustiada. Pero
a Farah no le importaba, estaba purgando algo tan terrible frente a alguien que
podría ser un enemigo, o podría resultar un aliado.
—¡No puedes saber eso!, —insistió—. Sólo fueron unos besos del cura, un
toque horrible o dos. Si nunca hubiera ido a Dougan esa noche. Si sólo me
hubiera sometido a una pequeña ignominia... tal vez habría salvado su vida.
Tal vez todavía estaríamos... juntos.
—Nunca. —Los rasgos de Blackwell se endurecieron de nuevo, y parecía
que quería sacudirla—. Dougan hubiera preferido someterse a sus mil torturas
que a que tú te sometieras a una. No habría sobrevivido a tu sufrimiento. Te
ama tanto.
—Amaba, —sollozó ella—. ¡Me amaba, y por eso no sobrevivió! Su amor
por mí consiguió que lo mataran. —Una náusea asfixiante se apoderó de ella,
las imágenes del chico que amaba sufriendo de las formas gráficas que
Blackwell describía asaltaron su imaginación hasta que quiso arrastrarse fuera
de su propia piel para escapar de ellas. Necesitaba escapar de esta habitación,
huir de la oscuridad y del hombre que la envolvía. —Perdóname, —jadeó—.
—Debo... irme. —Con la vista nublada por las lágrimas, se tambaleó en

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

dirección a las puertas, aliviada de que él no hiciera ningún movimiento para


detenerla. La luz entraba por las ventanas de la gran entrada y la cegaba al
estar tan acostumbrada a las sombras. Percibió el aroma de las magdalenas o
las tostadas que salían de la corpulenta figura que se había sorprendido en
silencio por la repentina apertura de la puerta del estudio.
Farah aprovechó la luz del sol con una loca desesperación y tiró de las
pesadas puertas del torreón para abrirlas. Los dos soldados de a pie, que
estaban de centinelas a ambos lados, se movieron para detenerla, pero se
detuvieron como si alguien les hubiera dado una orden de permanencia.
Farah se lanzó junto a ellos y corrió a ciegas hacia un mirador encaramado
en el borde de las rocas más altas y a la sombra de un bosquecillo de árboles.
Desde el mirador, podía contemplar el canal y ver la roca negra y los musgos
verdes de las costas de las Highlands escocesas. Vio cómo las agitadas olas
rompían en los acantilados con la fuerza suficiente para aplastar al más
poderoso de los barcos. Los fragmentos de sus emociones agitadas se agitaron
así en su interior. Y, por primera vez desde aquellos meses después de la
muerte de Dougan Mackenzie, lloró con toda la fuerza que su corazón roto
podía reunir.
***
Dorian se paró en el arco de su castillo y observó a la mujer huir como si le
fuera la vida en ello. —Déjala ir, Walters, —ordenó, impidiendo que su
cocinero fuera tras ella y la arrastrara hacia atrás.
—El nombre es Frank, —insistió Walters, aunque volvió obedientemente
al lado de Dorian.
Las palabras tardaron un momento en penetrar en la concentración de
Dorian, tan centrado en la forma que se retiraba corriendo con desesperado
abandono hacia el pabellón, con las faldas del color de la espuma del mar
ondeando tras ella.
Finalmente, miró a su empleado más grande y flexible. —¿Frank?
Walters inclinó la cabeza hacia el pabellón. —Me nombró esta mañana.
—Por supuesto que lo hizo, —murmuró Dorian.
Walters también la miró, y sus ojos marrones se volvieron muy
preocupados. —¿Qué le pasa a tu Hada, Dougan?
Dorian suspiró, encontrándose con este problema más a menudo de lo que
le importaba. —Soy yo, Walters. Dorian. Dougan está muerto, ¿recuerdas?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Oh. —Confundido, el hombre gigante se tomó un largo momento para


estudiar sus rasgos, con las cejas fruncidas. —Lo había olvidado. No soy
bueno recordando cosas.
—No pasa nada, —le tranquilizó Dorian.
—Echa de menos a Dougan, —dijo el hombre grande, oliendo sus
magdalenas.
—Sí. Sí, lo echa de menos.
—Yo también, Dorian.
Dorian podía sentir una oscuridad familiar en sus venas. Esos días, se teñía
de rojo, de sangre, con mayor frecuencia. Ya no le molestaba, se dijo a sí mismo
mientras se retiraba a su estudio. —Todos lo hacemos, Frank, —dijo antes de
encerrarse—. Todos lo hacemos.

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Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO OCHO

Fue Murdoch quien le dio un empujón a su forma flácida y abatida en los


tablones del pabellón y le dio una reprimenda hasta que le permitió guiarla de
vuelta al interior. El brazo que la mantenía erguida era sólido bajo su
chaqueta, y casi la subió por los escalones.
—Te he preparado un baño caliente, muchacha, y te he encontrado algo
adecuado para ponerte mientras lavo tu vestido. —Absurdamente, le
recordaba a una gallina madre que cacarea nerviosa sobre su polluelo.
Farah asintió con un gesto de agradecimiento, con la garganta aún
demasiado irritada para decir algo.
Él continuó, decidiendo ignorar o perdonar su intento de huida, solícito
como siempre. Más aún, ahora que las lágrimas manchaban sus mejillas y
enrojecían sus ojos. Una vez instalado en el dormitorio, Murdoch le quitó el
chal y el bolso y los dejó en la silla azul.
—¿Te ha asustado Blackwell?, —le preguntó con un falso brillo—. Porque
aunque es un villano de aspecto peligroso, en realidad no es tan...
—Estuviste en Newgate con Dougan Mackenzie. —Ella no lo planteó
como una pregunta, sino más bien como una declaración suave, que él no
podía negar sin perjurar.
Murdoch se congeló. Su forma robusta trabajando a través de un escalofrío
cuando encontró algo llamativo en su chal cubierto por la silla. —Sí, —
confirmó bruscamente—. Durante cinco largos años.
—¿Cuál fue tu crimen?
Se volvió hacia ella lentamente, con su rostro como una máscara de
vergüenza y dolor. —Mi único crimen, querida niña, fue el amor. —Él debió
leer la falta de comprensión en su rostro, porque continuó—. Tuve un
prolongado romance con el hijo de un conde de Surrey. Cuando su padre se
enteró, se presentaron cargos contra mí, y el hombre al que amaba se volvió
contra mí en el tribunal, tachándome de... depredador.
El ya magullado corazón de Farah se sacudió cuando otra punzada lo
atravesó, esta vez por el tormento que se reflejaba en las facciones del ancho
escocés. —Lo siento, —susurró, sorprendida por lo mucho que quería decir.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Ya es historia antigua. —Él se encogió de hombros y le dedicó una


sonrisa débil.
—El pasado puede quedarse mucho tiempo con nosotros, Murdoch, —
murmuró ella.
—Tienes razón, muchacha.
—¿Eran tú y Dougan... amigos? —aventuró Farah, sabiendo que su
interpretación del pasado sería más amable que la de Dorian Blackwell.
Murdoch se movió, retirándose hacia la puerta del lavabo. —Le debo la
vida, muchas veces. Y, como tal, le debo mi vida por la suya, también.
—¿Cómo es eso?, —susurró ella, incómoda por la veneración en su gentil
rostro.
—Bueno, tú eres su Hada, por supuesto, su señora esposa a todos los
efectos. Le prometimos a Dougan Mackenzie que os encontraríamos. Que os
protegeríamos. Que, si podíamos, os devolveríamos la vida que se os debe, la
vida que él habría querido para vos.
Las lágrimas amenazaron de nuevo y Farah las parpadeó ferozmente. —
¿Te habló de nuestra matrimonio de mano cuando éramos jóvenes?
—Sí, era una de nuestras historias favoritas.
—¿De verdad? —Un suave asombro comenzó a expandirse por su pecho y
lo aprovechó—. ¿Estás diciendo que Dougan te contaba historias sobre mí?
Debe haber sido increíblemente tedioso y poco interesante.
Murdoch se adelantó y le tomó suavemente la mano, atrayéndola hacia el
lavabo contiguo. —No puedes entender lo que es la prisión, muchacha.
Cuando una sola noche pasa en el miedo y la desesperación, una semana bien
podría ser una vida, y un año se convierte en una eternidad.
Los dedos de los pies desnudos de Farah se enroscaron en el frío suelo de
mármol blanco del lavabo, salpicado de plata y azul. Los espejos de plata
dorada y los delicados muebles blancos tapizados en el cobalto más atrevido
llenaban la habitación casi en exceso. Más ventanas derramaban la luz del sol
a través de cortinas de gasa zafiro que ondeaban con la brisa primaveral. Una
bañera de porcelana se encontraba sobre una tarima rodeada de las más suaves
alfombras azules de cachemira.
Murdoch se ocupó de sacar de un rincón una mampara de seda y hierro y
colocarla junto a la bañera, sin dejar de hablar. —En Newgate, una historia
para hacer pasar el tiempo con mayor presteza tiene más valor que el oro. —
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Colocó una gran bata de pesada tela azul sobre la seda del biombo. La
atracción del baño humeante superó sus recelos a la hora de desvestirse en la
misma habitación con un hombre relativamente extraño. Por supuesto, esto
nunca se haría en Londres, pero cuando uno era prisionero del Corazón Negro
de Ben More, no se preocupaba por los escándalos insignificantes.
—Gracias. —Pasando por detrás del biombo, Farah desató los cordones de
su corpiño y se quitó el vestido de los hombros. Podía oír a Murdoch
revoloteando por la habitación, manteniéndose ocupado para su beneficio,
supuso—. ¿Quieres contarme, Murdoch, tu estancia en Newgate con Dougan?
El inquieto movimiento cesó y el hombre mayor dio un suspiro, o tal vez
fue la delicada silla en la que se sentó lo que produjo el triste ruido. —Como
ya he dicho, las noches son las peores, —comenzó con una voz lejana—. Las
horas de oscuridad quebrantan hasta al más valiente de los hombres, por no
hablar de los pequeños asustados. Terminábamos un día de trabajo en el
ferrocarril y regresábamos a nuestro mundo de barras de hierro demasiado
agotados para movernos, y mucho menos para defendernos de los peligros que
la noche podía traer. Los sonidos. Los gritos. Los susurros de las sombras... son
espantosos. Si no tuvierais amigos que os ayudaran a protegeros... —Se
interrumpió, dejando el resto a su imaginación.
—Lo siento, —susurró Farah, saliendo de sus faldas y colocando el vestido
rígido sobre la robusta pantalla.
—Gracias, —reconoció Murdoch—. Cuando llegué a Newgate, Blackwell
y Mackenzie llevaban allí casi tres años. Gruesos como ladrones y dos veces
más astutos, eran, cada uno de ellos, oscuros como el diablo e igual de
despiadados. Siempre me sorprendió que alguien tan joven pudiera aprender
tal crueldad.
Por suerte, el corsé de Farah estaba atado por delante, y se puso a trabajar
en ello mientras asimilaba las palabras de Murdoch. —Me resulta difícil
imaginar a un Dougan cruel, —admitió—. Pero... ¿fue amable contigo?
—Eventualmente, —dijo Murdoch evasivamente—. Pero una vez que
demostré que era útil, me incluyó en la protección de su banda y eso me
facilitó mucho la vida, sobre todo por la noche. Como seguramente sabéis,
Dougan tenía un don de palabra y una memoria inquietantemente precisa. En
las noches más oscuras y frías, nos hablaba de los libros que había leído
contigo, y a menudo se desviaba del recuerdo del libro y se limitaba a contar
alguna que otra aventura que habían vivido juntos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿Lo hizo? —Farah respiró, haciendo una pausa antes de quitarse la


camisa y exponer sus pechos al aire frío. Una vez que terminó, se agachó y
metió su único tesoro bajo la alfombra del lavabo, sin querer que nadie lo
encontrara.
La voz de Murdoch se calentó al recordarlo, y el corazón de Farah se
apretó ante la imagen de su Dougan, que aún no era un hombre, pero tampoco
un niño, contando en una habitación llena de prisioneros endurecidos las
aventuras en el cementerio y en el pantano de una niña de diez años en las
tierras altas de Escocia. —Os describió tantas veces que me parece que
cualquiera de nosotros os habría reconocido si os hubiéramos visto por la
calle. Nos habló de tu bondad, de tu inocencia, de tus maneras amables y de tu
curiosidad sin límites. Te convertiste en una especie de santa patrona para
todos nosotros. Nuestra hija. Nuestra hermana. Nuestra... Hada. Sin siquiera
saberlo, nos disteis –y a él- un poco de sol y esperanza en un mundo de
sombras y dolor.
—Oh. —Farah volvió a perder la batalla contra las lágrimas, y se quedó de
pie detrás de la pantalla, desnuda y temblando, con los brazos envueltos en sí
misma mientras bebía los recuerdos de Murdoch como si pudiera hacerlos
suyos. Apenas se dio cuenta de su desnudez, ya que era su interior el que se
sentía totalmente expuesto y vulnerable—. ¿Estás seguro de que nunca se
enfadó conmigo? ¿Que nunca me culpó de su encarcelamiento?
El anciano guardó silencio durante un rato, y los zarcillos de pánico la
recorrió. —Por favor. Debes decirme la verdad, —suplicó.
—Metete primero en la bañera, —le dijo Murdoch suavemente.
Farah obedeció, se levantó y se metió en la fragante bañera y se sumergió
en el agua perfumada de lavanda que le rozaba los hombros.
—La verdad es, muchacha, que habría matado a Mackenzie oírte hacer esa
pregunta, —continuó Murdoch cuando pareció estar seguro de que ella estaba
situada—. Sólo nosotros, los que estábamos más cerca de él, conocíamos las
profundidades particulares de sus temores por ti. Nunca le dijo a nadie más
que a Blackwell y a mí tu nombre. Para todos los demás, tú eras su Hada, y esa
era toda la información que conseguían. Te cuidaba como el marido celoso que
era.
—Nuestro matrimonio nunca fue legítimo, Murdoch, —confesó Farah,
dejando que el agua caliente y la lavanda aliviaran el frío y los dolores de sus
músculos agarrotados—. Tú también debes saberlo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El ruido grosero de Murdoch resonó en la piedra y el mármol del lavabo,


amplificando su desprecio por sus palabras. —Dougan Mackenzie fue un
marido tan fiel y devoto a ti como nunca lo hubo, —insistió—. Y después de
todos estos años, Sra. Mackenzie, me parece que has seguido siendo una novia
tan fiel a su memoria como lo habrías sido si estuviera vivo.
La mano de Farah rozó el agua tranquila y limpia mientras sus palabras la
pinchaban con agujas de culpabilidad. —Eso no es del todo cierto, —
reconoció—. Sabes que besé a otro hombre la noche que tú y Blackwell me
sacaron de mi casa.
—Sí, bueno... —Si una voz puede transmitir un encogimiento de hombros,
la de Murdoch lo hizo—. Para una mujer que, a todos los efectos, había
quedado viuda casi una década, nadie puede culparla por tratar de llenar la
soledad con compañía.
—Su Sr. Blackwell ciertamente no lo veía así. —Le molestaba pensar en el
señor de Ben More mientras estaba desnuda. Necesitando repentinamente una
ocupación, Farah cogió una pastilla de jabón que olía a brezo y miel y empezó
a restregar vigorosamente la suciedad de los últimos días.
—Blackwell está tan ligado a Dougan Mackenzie como todos nosotros, —
dijo Murdoch crípticamente—. Puede ser más malo que una serpiente
enroscada, y dos veces más mortífero, pero de todos los vivos, es la mejor
oportunidad que tenéis.
—Eso es otra cosa que no entiendo, —comenzó Farah, levantando una
pierna por encima del agua para frotar la barra de jabón hasta los dedos de los
pies—. Todos parecen estar convencidos de que estoy en algún tipo de
peligro, pero no puedo imaginar fácilmente cuál podría ser, y nadie está
dispuesto a explicármelo.
—Blackwell no consiguió hacerlo, ¿eh?
Farah apretó los labios con el ceño fruncido. —Eso fue culpa mía, supongo.
Huí de él antes de que terminara.
—No serías la primera, —refunfuñó Murdoch, sonando más como un
padre exasperado que como un leal secuaz. Un crujido de muebles le indicó
que Murdoch se había levantado y se acercaba. Ella se tensó, pero en cuanto le
oyó recoger sus cosas del biombo, volvió a relajarse—. Señora Mackenzie..., —
comenzó él.
—También podrías llamarme Farah, —le indicó, levantando los brazos
para sacar los pasadores de su moño irremediablemente despeinado y dejar
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

que sus rizos cayeran en la bañera—. Creo que a estas alturas estamos más allá
de las limitaciones sociales, Murdoch.
Su pausa embarazoza transmitía una reticencia cambiante que despertó su
curiosidad. —En cuanto al peligro, no quiero que sintáis que os puede tocar
hasta aquí. En este castillo, no tenéis nada que temer.
—Sí, eso ya lo has dicho. —Farah dejó caer la cabeza hacia atrás, mojando
su cuero cabelludo, y comenzó a trabajar la espuma a través de sus gruesas
ondas.
—Quiero decir, sé que ahora no lo parece, pero podéis confiar en él. El
resto de nosotros daríamos la vida por vosotros, pero Blackwell... haría eso y
más. Arrancaría el corazón que late de su pecho. Entregaría su alma si sólo...
—Está haciendo una suposición bastante grande y falaz de que tengo un
corazón para dar ... o un alma. —La suave voz de Dorian Blackwell no resonó
en el lavabo como la de ellos. Se deslizó entre ellos con un sigilo serpenteante,
golpeando antes de que las palabras de Murdoch descubrieran alguno de sus
secretos.
Jadeando, Farah se hundió en la bañera, agradeciendo que el agua estuviera
ahora turbia por el jabón, aunque metió las rodillas bajo la barbilla y las ancló
con los brazos, por si acaso. —¡Fuera!, —insistió con voz inestable—. —Estoy
indecente.
—Ya somos dos.
Él se había acercado más. Tan cerca, de hecho, que Farah sabía que si
miraba detrás de ella, encontraría sus ojos dispares mirándola desde su
imponente altura. Tal vez, a pesar del agua opaca, podía ver la carne que se
estremecía justo debajo de la superficie. La idea la hizo sentir un calor y una
mortificación.
—Vete, —ordenó Farah, incapaz de enfrentarse a él por miedo a perder los
nervios.
—Levántate y oblígame.
Se hundió más en el agua, sus rápidas respiraciones crearon ondas en la
superficie.
—Blackwell, —le dijo Murdoch—. Si quieres esperar en los aposentos,
haré que se vista y...
—Eso será todo, Murdoch, —dijo Dorian.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Pero, señor. —El énfasis de Murdoch en la palabra era desconcertante—


. No creo que esta sea la manera de...
—Puede retirarse. —Sólo un hombre con deseos de morir habría discutido,
y Farah no podía culpar a Murdoch ni un poco por abandonarla. El chasquido
de la puerta del lavabo se sintió como el deslizamiento de barras de hierro,
encerrando a Farah en su prisión dorada con el criminal de más negro corazón.
Indefensa, atrapada y desnuda.
Si Farah había aprendido algo de su trabajo, era que los que tomaban la
ofensiva solían quedarse con el terreno más alto. —¿Qué podrías querer que
no pudiera esperar hasta que terminara de bañarme?, —preguntó impaciente,
orgullosa de haber mantenido cualquier aprensión o debilidad fuera de su voz.
Blackwell salió de detrás de ella, pasando sus largos dedos por el borde de
la bañera. Vestido sólo con mangas de camisa, la falda escocesa oscura y un
chaleco, su falta de abrigo no restaba importancia a la sorprendente anchura
de sus hombros. Se había quitado el parche del ojo, notó ella, y su ojo azul le
brilló a la luz del sol primaveral. —Se me ocurrió, mientras contemplaba el
desafortunado giro de nuestra conversación anterior, que nuestra próxima
comunicación podría ser mejor si no estás en condiciones de huir de mí.
Incluso en el calor humeante del agua, la sangre de Farah se convirtió en
hielo en sus venas, pero endureció su columna vertebral y levantó la barbilla.
—Estás muy equivocado si supones que no correré, o lucharé, si me provocan.
Se colocó a los pies de la bañera, la luz del sol proyectaba un aura azul
sobre el grueso ébano de su cabello mientras se inclinaba para agarrar cada
lado de la bañera. —Entonces, por supuesto, considérese provocada, pero
tenga cuidado, el mármol tiende a ser resbaladizo cuando está mojado. —Su
mirada tocó las ondas del agua con sugestivo interés, y la temperatura de
Farah osciló salvajemente entre el frío y el calor. Un brillo de humedad floreció
en la línea del cabello y sobre el labio.
Le estaba llamando la atención, maldita sea, y parecía exasperantemente
despreocupado por la fuerza de su mirada desdeñosa. Nunca se le habían dado
bien las miradas desagradables ni los enfrentamientos, pero tenía la idea de
que antes de que Dorian Blackwell y ella terminaran, tendría mucha práctica
con ambas cosas. —Bueno... di tu parte, entonces, —le pidió, odiando que sus
ojos no pudieran posarse en él durante un tiempo sin sentirse abrumados.
—Tengo la intención de hacer exactamente eso. —Su voz, que
normalmente tenía la textura del frío mármol, se hizo más áspera con una nota

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Rebeldes Victorianos #1

ronca que resultaba intrigante y alarmante a la vez. —Hablaré mientras


terminas de bañarte.
—¡Imposible!, —resopló ella, apretando las rodillas contra el pecho.
Una ceja oscura se alzó. —¿Lo es? —Sus dedos rozaron el agua lechosa,
enviando ondas hacia ella que rozaban sus rodillas—. Estaré encantado de
ayudarte si te sientes incapaz de hacerlo.
Farah recordó lo que había dicho en el estudio. Que no le gustaba
especialmente el contacto físico. Aunque las yemas de sus dedos en el agua de
la bañera sugerían que podía estar mintiendo. ¿O se estaba tirando un farol
ahora? ¿Era lo suficientemente valiente como para probar la veracidad de su
propia admisión?
—Tócame, y yo...
—¿Qué harás? —Su voz se enfrió al igual que su mirada, pero sacó los
dedos del agua.
Farah buscó desesperadamente algo que decir, pero su mente estaba
repentinamente en blanco como una hoja de papel.
—Aprenderás que no respondo favorablemente a las amenazas, —dijo con
cierta desgana mientras se limpiaba los dedos en una toalla de mano que
colgaba de un estante a los pies de la bañera.
—Yo tampoco, —replicó ella, y observó cómo su otra ceja se alzaba para
unirse a la primera—. Deduzco que quiere algo de mí, señor Blackwell; pues
bien, permítame informarle de que ésta no es la manera de obtener la
cooperación de alguien.
—Y sin embargo, siempre consigo lo que quiero de la gente.
—Dudo mucho que muchas de esas personas sean mujeres que se respeten
a sí mismas.
Blackwell sonrió y se frotó la dura mandíbula, lisa por el afeitado
matutino, mientras algo del hielo se retiraba de sus ojos. —Se lo concedo, —
dijo, dándose la vuelta y bajando del estrado hacia una silla de terciopelo de
felpa—. Pero, como sabes, mi mundo se rige por muchas leyes, y una de las
más importantes es el quid pro quo. —Acomodó su largo cuerpo en la silla,
con las piernas abiertas y las manos apoyadas en los brazos con la indolencia
de un miembro de la realeza—. Puedo darte todo lo que quieras, Farah Leigh
Mackenzie, y lo único que tienes que hacer es lavarte. —Lanzó una mirada
significativa a la pastilla de jabón.

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Rebeldes Victorianos #1

Farah no podía pensar en nada que deseara tanto como para justificar tal
humillación, pero entonces recordó lo que Blackwell había dicho antes.
Dougan podría haber sido brutalmente asesinado. Blackwell buscaba
venganza por su muerte y quería su ayuda. Si había algo de verdad en esas
palabras, Farah necesitaba escucharlas para comprobarlo.
Se preparó, estiró las piernas a lo largo del fondo de la bañera y levantó la
mano para alcanzar el jabón. El cuello y la mandíbula parecían un lugar lo
suficientemente inocente para empezar a lavarse, siempre y cuando tuviera
cuidado de mantener la hinchazón de sus pechos por debajo del agua turbia.
—Dígame lo qué sea que desee —exigió, disgustada al oír que su voz se había
vuelto ronca y baja, y que las palabras sonaban como una orden totalmente
diferente. Una orden de amante. Pero ambos sabían que no era así.
Los ojos anómalos de Blackwell brillaron mientras seguían el recorrido del
jabón por la columna de su cuello pero, sorprendentemente, cumplió. —Siete
años es mucho tiempo para pasar casi todos los momentos con alguien. En el
transcurso de nuestro tiempo juntos, Mackenzie y yo nos convertimos en
hermanos. No sólo luchamos, trabajamos y sufrimos el uno junto al otro, sino
que lo compartimos todo para mantener nuestro vínculo como líderes... como
hermanos fuertes. Y para ayudar a pasar el tiempo interminable, supongo.
Compartió conmigo la comida que dejaste, aunque ahora dudo que lo hubiera
hecho si hubiera sabido que eras tú quien la había dejado. Compartimos cada
detalle sórdido de nuestros pasados, cada nombre, cada historia, cada...
secreto.
La cabeza de Farah se levantó, el jabón se detuvo a mitad de camino en su
hombro. —¿Secreto?
La cabeza de Blackwell se inclinó en un único y significativo movimiento
de cabeza, aunque sus ojos permanecieron fijos en la pastilla de jabón. No
continuó hasta que el jabón reanudó su brillante camino a lo largo de su carne.
—En la cárcel, las necesidades, las emociones y los miedos son sólo
debilidades que hay que explotar, —explicó—. El principal temor de
Mackenzie era por ti. Le torturaba no saber qué te había pasado después de su
captura. Su único consuelo era que había matado al padre MacLean y, por lo
tanto, sabía que estabas fuera de peligro por parte de él, al menos.
Blackwell giró ligeramente la cabeza, de modo que su ojo bueno enfocó el
jabón que ella deslizaba a lo largo de su otro brazo. Farah fue muy consciente
de que se estaba quedando sin piel, y la intensidad anticipada de la mirada de

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Rebeldes Victorianos #1

Blackwell demostró que disfrutaba de ese hecho. Sus brazos sólo podían
frotarse hasta cierto punto, antes de tener que lavarse en otra parte.
Qué absurda se había vuelto esta situación. Los recuerdos humillantes y el
dolor húmedo y crudo de la prisión de Newgate no tenían cabida en esta
habitación iluminada por el sol, con el fragante y húmedo calor que los
rodeaba, convirtiendo la atmósfera en una bruma de vapor. Para Farah, el
efecto era algo parecido a un sueño, borrando las líneas entre la realidad y la
imaginación. Blackwell hablaba de verdades duras y válidas, pero la forma en
que veía cómo el jabón convertía su carne en caminos resbaladizos de seda
reluciente evocaba las representaciones más pecaminosas y libertinas que sus
pensamientos podían concebir.
—Qué suerte tienes de que el agua oscurezca tanto. —Blackwell se movió
en su silla, sus rodillas se ensancharon y sus fosas nasales se agitaron.
—¿Perdonaría Dougan Mackenzie esta coacción?, —desafió, haciendo
todo lo posible por ignorar las agitaciones de su propio cuerpo—. Si le debes
tanto como dices, ¿no desearía él que me perdonaras el pudor?
La chispa de calor en sus ojos se apagó por un momento, antes de brillar
más que antes. —Cuando nos encontremos en el infierno, le pediré perdón. —
Su boca se tensó en una línea más dura, su piel se tensó sobre los ángulos
agudos de sus mejillas y mandíbula. Sus ojos oscuros brillaban triunfantes y
también insatisfechos, los azules conflictivos y excitados, y ambos estaban
fijos en el jabón que se cernía sobre su hombro.
Farah comprendió lo que debía hacer para instarle a seguir hablando.
Separando los labios con una respiración ansiosa, lavó lentamente la delgada
extensión de su pecho antes de sumergir el jabón bajo la superficie del agua,
pasándolo por su pecho.
La reacción inmediata de su cuerpo fue tan inesperada como aguda. La
sensación la recorrió, empezando por el pezón cuando el jabón lo rozó, y
recorriendo sus extremidades antes de asentarse entre sus muslos apretados.
Farah se obligó a no cerrar los ojos mientras saboreaba esta nueva y profunda
conciencia. En lugar de ello, estudió a Blackwell en busca de cualquier signo
de que reconociera el efecto que había tenido en ella. Que ella había tenido en
sí misma en su presencia.
Estaba tan concentrado en el lugar donde su mano había desaparecido, que
dudaba que se hubiera dado cuenta de su reacción.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Continúa, —exigió ella sin aliento, esperando mantenerlo distraído


mientras resolvía la insistente presión que ahora le quemaba la sangre y
combatía el frío en los huesos provocado por el contenido de su conversación.
Fiel a su palabra, él cumplió. El tono desapasionado de su voz volvió a
entrar en conflicto con la intensidad de su audaz mirada. —Como Dougan
probablemente pasaría veinte años en Newgate antes de que la corona volviera
a examinar su caso, me pidió que jurara un voto sobre la deuda que tenía con
él de mi vida. —Se interrumpió cuando la respiración de ella se entrecortó
mientras se lavaba el otro pecho.
—¿Cuál era?, —preguntó ella.
—Que cuando me liberaran, te perseguiría y me aseguraría de que
estuvieras a salvo y cuidada.
—Como puede ver, señor Blackwell, estoy bastante ilesa y bien cuidada.
Puede devolverme a mi vida con la conciencia tranquila. —Farah se rió un
poco—. Eso es, si es que tienes una.
—Supongo que está por verse, —dijo suavemente, aunque todavía no
había levantado la vista por encima de las leves ondas del agua—. Mi condena
de siete años se cumplió casi un mes después de la muerte de Dougan. Y lo
primero que hice fue ir a buscarte. —Se inclinó entonces hacia delante, como
un gran gato que se prepara para su golpe letal—. ¿Sabes lo que encontré?
—No. —Un trozo de pavor comenzó a enredarse con el calor en el vientre
de Farah, justo debajo de donde el jabón se cernía en sus dedos temblorosos—
. Cuéntame.
—Lo haré. En cuanto reanudes el lavado.
—Ya he terminado, —mintió—. Estoy limpia.
Las llamas lamieron el hielo de su ojo azul. —Te has dejado una mancha.
Un calor de respuesta floreció en su interior. En su vientre, no, más abajo,
en su vientre. Farah quería odiarlo. Él la tenía cautiva. Manipulaba sus
emociones. Utilizaba esta perversa compulsión para satisfacer sus propias
perversiones.
Y sin embargo...
Cuando el jabón se deslizó entre los rizos escasos y la hendidura entre sus
muslos, cintas de sensaciones inesperadas surgieron de su carne más íntima y
se desplegaron por la extensión de su piel. Se quedó con la boca abierta, pero
atrapó el gemido antes de que se le escapara.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Sus miradas chocaron, las llamas de sus ojos se oscurecieron mientras sus
pupilas se dilataban.
Él lo sabía. Aunque no podía ver nada, sabía exactamente por dónde se
movían los dedos de ella y dónde se deslizaba el jabón sobre la piel ya
humedecida.
A pesar de su mortificación, Farah también se maravilló. Llevaba casi tres
décadas bañándose y, aunque había encontrado un temblor de placer mientras
se tocaba por alli, nunca había sido tan dolorosamente insistente, tan lleno de
exigencias y promesas.
Esa demanda, esas promesas, se reflejaban en la mirada de Dorian
Blackwell.
Lo que fuera que leyera en sus ojos le hizo cerrar los párpados de golpe,
dando a Farah una vista sin obstáculos de la furiosa cicatriz que le cruzaba la
frente y el párpado. La herida parecía profunda y furiosa. Era una maravilla
que no hubiera perdido el ojo. Cuando los volvió a abrir, se encontró mirando
su iris azul herido con gran atención. Para su decepción, él había vuelto a
conjurar su característico escalofrío, aunque se aclaró la garganta antes de
hablar.
—Te diré que descubrí que tenías tu propia cuota de secretos, y no unos
que es mejor dejar en la oscuridad, como los míos, sino secretos que harían
tambalear a todo el Imperio Británico.
El jabón se desprendió de sus dedos, recorriendo su feminidad y
desapareciendo en el agua. Todo el calor y el placer se disiparon, y Farah
sacudió la cabeza en señal de negación sorprendida. —No sé de qué estás
hablando. —La espantosa velocidad con la que la atmósfera entre ellos se
calentaba y enfriaba era suficiente para que uno se consumiera. ¿No acababa
de tener uno de los momentos más íntimos de su vida? Y ahora quería volver a
hablar del pasado. Revelar secretos. Abrir viejas heridas.
Ella había cambiado de opinión. Lo odiaba. Odiaba cómo movía su oscura
cabeza, con una falsa apariencia de justa censura.
—Applecross fue, por supuesto, donde comencé mi búsqueda. Los
registros del orfanato mostraban que una tal Farah Leigh Townsend sucumbió
a un ataque de cólera, su tolerancia se había debilitado por la enfermedad
mortal de su familia.
Farah sabía todo esto, pero se encontró remachada, preguntándose si el
Corazón Negro de Ben More iba a sentarse realmente en las únicas sombras de
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

la luminosa habitación y descubrir el único escondite que creía que le


quedaba. Había utilizado su verdadero apellido. Algo que nunca había
revelado a nadie, ni siquiera a Dougan Mackenzie.
—Una enfermedad terrible, el cólera, —continuó, observando su reacción
con atención—. Se propaga por barrios estrechos como Applecross, dejando
una devastación masiva a su paso. Un solo caso es inaudito. Así que, con un
poco de coacción, como usted la llama, me enteré de que quince días después
de la muerte de MacLean y el arresto de Dougan, una niña de diez años
desapareció de Applecross y la hermana Margaret encubrió la desaparición,
utilizando la excusa de quemar un cadáver enfermo para cubrir la falta de un
cuerpo.
Nada de esto era nuevo para Farah. Habiendo trabajado junto al comisario
de registros durante casi una década, había podido echar un vistazo a su
propio certificado de defunción. —¿Adónde fue después?, —preguntó sin
aliento.
Dorian le dirigió una mirada irónica. —Una búsqueda tan complicada
requiere dinero, del que no disponía. Así que me dispuse a adquirirlo
inmediatamente y tuve un poco de éxito.
Farah puso los ojos en blanco para abarcar su fastuoso entorno. —Sólo
todo el mundo sabe cómo te pusiste a ello.
—Al principio no. Durante unos años me gané la vida como salteador de
caminos. En aquella época, los trenes no llegaban tan lejos, y los ricos solían
recorrer el resto de las distancias en carruajes.
Farah se enderezó en el agua antes de darse cuenta de que un pezón oscuro
se balanceaba por encima de la superficie antes de agacharse de nuevo. —¿Un
salteador de caminos? ¿Hizo daño a alguien?, —preguntó, esperando que él no
hubiera notado su error.
Lo había hecho, por supuesto. —He hecho daño a mucha gente, —le dijo a
la redondez de su pecho—. Pero podemos hablar de eso más tarde. Ahora
estamos hablando de tu pasado. Creo que hemos agotado el tema del mío.
El corazón de Farah saltó como un conejo asustado. —No tengo pasado.
Fui huérfana y luego huí de Applecross, me dirigí a Londres y...
—No me mientas, Farah. —Su voz suave era tan aterradora que ella
prefería que gritara—. Se te da fatal.
Ella se ocupó de buscar a tientas en el fondo de la bañera el jabón que le
faltaba, usándolo como excusa para no mirarlo. —No sé a qué te refieres.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sé quién eras... quién eres.


—Imposible, —insistió Farah—. No soy nadie. —Ya está. Había
encontrado el jabón, pero fingía seguir buscando, mientras lo perseguía con
dedos resbaladizos.
—Estás lejos de ser nadie. Farah Leigh Townsend, hija del difunto Robert
Lee Townsend, capitán de la Brigada de Fusileros del Príncipe Consorte en
Crimea, y lo que es más importante, Earl Northwalk. Eres la única heredera
viva de la que debe ser la fortuna más controvertida y disputada de Gran
Bretaña hasta hace poco.
Cada una de sus palabras la clavó en el suelo de la bañera. Se hundió hasta
la barbilla, deseando poder deslizarse bajo la superficie y esconderse en la
turbia seguridad del agua sin consecuencias letales. Él veía demasiado. Sabía
demasiado, y eso podía arruinarlo todo.
—Te equivocas, —hizo otro intento de negación, esperando poder
convencerle de su identidad—. Farah es un nombre bastante común, y Leigh
un segundo nombre muy corriente, así que su error es comprensible. Pero, por
si no lo sabías, Farah Leigh Townsend fue descubierta recientemente en un
hospital de Londres, habiéndose recuperado milagrosamente de la amnesia. —
Por fin reunió fuerzas para enfrentarse al escepticismo que sangraba por todos
los poros de Blackwell—. Se casó con un señor Harold Warrington, Esq., no
hace ni un mes, con el que llevaba mucho tiempo prometida. Así que ya ve, Sr.
Blackwell, es inviable que sea quien usted afirma.
Sus ojos se entrecerraron en ella y pronunció sus siguientes palabras con
mucho cuidado, aunque una cáustica reprimenda se filtró como veneno de sus
labios. —Imagina mi sorpresa cuando vi las amonestaciones en los periódicos.
La largamente perdida heredera de Northwalk se casó en secreto, con el título
de conde otorgado a su marido, que resultó ser el mayordomo de su difunto
padre y de poca o ninguna sangre azul. Naturalmente, impulsado por el
juramento que había hecho hace tantos años, concerté un encuentro con la
señora Farah Leigh Warrington, y supe en cuanto la vi que era una impostora.
—Eso es ridículo, —se burló Farah—. ¿Cómo ibas a saber una cosa así?
Una sonrisa secreta amenazó las sombrías líneas de su boca. —Sé un par
de cosas sobre impostores, estafadores, ladrones y codicia.
—Sí, he oído que eres una especie de experto. —Farah no solía tener
mucho temperamento, pero parecía que la ira la hacía sentir menos indefensa
que el miedo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Efectivamente, —confirmó Blackwell—. Así que créeme cuando te digo


que he reconocido un alma tan negra como la mía e igual de retorcida.
—Me parece muy improbable que tal cosa exista. —Farah empezó a
considerar seriamente un intento de fuga, al margen de la modestia. Bastó una
mirada a las largas y poderosas extremidades de Dorian Blackwell para
aplastar inmediatamente el impulso de pánico.
No conseguiría ir muy lejos, y sólo podía imaginar cómo la castigaría esta
vez. Farah no podía saber si sus púas le habían afectado o no, pero no se le
ocurría otra razón por la que él la estudiaría en silencio durante tanto tiempo.
—Lo creas o no, hay villanos más malos que yo, —dijo finalmente.
—Lo dudo—.
La tapicería de la silla protestó cuando los fuertes dedos de Blackwell
apretaron los brazos. —No te he hecho daño, ¿verdad? ¿Ni siquiera te he
tocado? —Su voz ahumada resonó con un desafío—. Conozco a hombres que
te destrozarían sólo por el placer de oírte gritar. Te harían suplicar la muerte
antes de terminar contigo. Utilizarían cada parte de tu cuerpo y de tu alma
hasta que ambas se arrugasen y muriesen y te dejarían en la cuneta como si
fueses una inmundicia. —Blackwell se puso entonces de pie, sus botas
imposiblemente silenciosas sobre el mármol mientras se acercaba—. Puede
que sea un villano y un réprobo, pero no soy como ellos.
—No, sólo te asocias con ellos y los empleas. —La bravuconería de Farah
comenzó a fallar, y se aferró a ella con la desesperación con la que alguien a
punto de ser arrastrado río abajo alcanzaría una cuerda—. Tus manos pueden
parecer limpias, pero todo el mundo sabe que estás manchado con ríos de
sangre. —Y ella haría bien en recordarlo.
—En eso te equivocas, Farah. Si hay que derramar sangre, son mis manos
las que lo hacen. —El calor y el interés que había mostrado antes se
desvanecieron y, de repente, el agua de la bañera le pareció fría y rancia.
—No voy a ayudarte a hacer daño a nadie, —juró.
—No te lo pediría. —Volvió a situarse a los pies de la bañera, mirándola
fijamente con sus ojos impuros—. Sólo te pido que reclames lo que es tuyo por
derecho.
—¡Alguien más ya lo ha reclamado! El legítimo...

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Niégalo de nuevo y no te gustarán las consecuencias. —Farah se estaba


dando cuenta rápidamente de que cuanto más tonificada se volvía su voz, más
peligroso era.
—¡Muy bien, sí!, —siseó—. Soy-era-Farah Leigh Townsend. ¿Pero no crees
que hay una razón por la que nunca dije ser ella? ¿Que adopté el nombre de
otra persona y una vida de relativa oscuridad?
—Supuse que era por Warrington.
—No es sólo Warrington. Gran parte de la riqueza de mi padre se obtuvo
de la misma manera que la tuya. El botín de guerra, las muertes de los
enemigos, la capa y espada de las mentiras y el espionaje.
—¿Cómo sabes esto?
—Recuerdo que él y mi madre se pelearon por ello cuando volvió de
Crimea. —Una banda apretó el pecho de Farah como siempre lo hacía cuando
pensaba en el pasado—. Mis padres me querían, al menos, recuerdo que me
querían. Así que por qué me casarían con un sapo como Warrington es un
completo rompecabezas.
Blackwell se encogió de hombros. —A veces la codicia es más fuerte que el
amor.
—No, no lo es, —argumentó ella—. No el amor real. Sólo el miedo es más
fuerte que el amor... e incluso entonces sólo si lo permites. Mis padres deben
haber tenido miedo de algo, problemas, de alguna manera.
—Y entonces murieron.
—Precisamente. —Ella devolvió el jabón a la bandeja, y no pasó por alto el
destello de algo parecido al arrepentimiento que tocó sus rasgos mientras
observaba la acción.
Decidiendo ignorarlo, Farah pasó sus dedos húmedos por los ojos cansados
e hinchados por sus lágrimas anteriores. —Nunca pude soportar la idea de
casarme con Warrington. Tenía la edad de mi padre y siempre me inquietó de
niña. Me dijeron que mi familia había muerto de cólera... Aunque al crecer
siempre me pregunté si tal vez... —Dejó que el pensamiento se perdiera en el
vapor, sin querer darle vida con sus palabras. ¿Podría ser su vida tan cruel? ¿Le
arrebataron a todos sus seres queridos por las malas acciones de otro?
Distraído de su ira, Blackwell se agarró la barbilla en un gesto pensativo.
—Todo esto empieza a tener sentido.
—No veo cómo puede tenerlo. La cabeza me da vueltas.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Hace una semana, un miembro del peerage se acercó a uno de mis


hombres, Christopher Argent, para tratar un contrato comercial de naturaleza
bastante delicada. —Blackwell le lanzó una mirada significativa.
—Argent. —El nombre le hizo recordar a Farah—. Uno de tus amigos de
Newgate—.
—Uno de mis socios comerciales más cercanos, —corrigió astutamente—.
Argent se puso en contacto conmigo enseguida. Se ofreció una fortuna del rey
por la desaparición de un cierto empleado de Scotland Yard.
Asombrada, Farah jadeó. —No puede querer decir...
—Tú. La Sra. Farah Leigh Mackenzie. Warrington te encontró, después de
todo, y te quería muerta.
—No. —Farah empezó a temblar en la bañera, y Blackwell cruzó los
brazos con fuerza sobre su amplio pecho, como para obligarles a estar quietos.
—Ya ves, no hay forma de devolverte a tu antigua vida, —dijo victorioso—
. Si yo no te hubiera hecho desaparecer, él habría contratado a otro para
hacerlo.
—¿Por qué iba a querer que muriera? Ya tiene todo lo que podría desear,
no soy una amenaza para él.
—Al contrario, —dijo Blackwell—. Tú lo amenazas todo. Podrías arruinar
todo y exponerlo reclamando tu título.
—Pero... ¡no iba a hacerlo!
—No podía estar seguro de eso. Es mejor ocuparse de un riesgo antes de
que se presente una amenaza real.
Farah no podía creer lo que escuchaba. —¿Es así como conduces tus
asuntos?
—Absolutamente. —Lo dijo sin vergüenza ni remordimiento, y Farah
descubrió que no quería seguir mirándolo. Se escondió detrás de los párpados
mientras sus pensamientos se agitaban. ¿Qué hacer ahora? Había sido feliz...
bueno, satisfecha en su vida. Había tenido un propósito y conocía su lugar en
el mundo. Ahora todo había cambiado. No había vuelta atrás y, sin embargo,
no veía ninguna opción para seguir adelante.
—No tengo nada que demostrar que soy Farah Leigh Townsend, —
comenzó—. Sobre todo ahora que otra persona ha adoptado el nombre.
Además, una mujer no puede reclamar el título y las tierras de la nobleza sin

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

estar casada. Por si fuera poco, tendré que explicar por qué me he hecho pasar
por viuda todo este tiempo, y no tengo pruebas de ningún juego sucio en la
muerte de mi familia. No sé ni por dónde empezar.
—Dejame todo eso a mí, —ofreció Blackwell.
Farah levantó la cabeza. La forma en que estaba, como un general que
inspecciona su masacre en un campo de batalla, la inquietaba. —¿Y tú te
encargarás de todo por una deuda con un amigo de hace una década?, —
preguntó dudosa.
—Por supuesto que no, —se burló él—. Después de todo, soy un hombre
de negocios. Puedo devolverte tu fortuna, a cambio del acceso a la única parte
de la sociedad londinense que aún se me niega.
—No entiendo, —tartamudeó Farah—. ¿Cómo voy a hacer eso?
Blackwell se inclinó sobre la bañera, apoyando las manos a ambos lados,
sus poderosos hombros se agolpaban mientras soportaban su considerable
peso. —Sencillo, —ronroneó—. Te casarás conmigo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO NUEVE

Sí, Hada, tendrás que resignarte a ser la esposa de un salteador de caminos.


¡Suena como una aventura!
Farah miró en silencio al hombre que se cernía sobre ella con incredulidad,
mientras los recuerdos se colaban en sus huesos como un alma que se demora
en un cementerio.
Los serios ojos oscuros de Dougan, llenos de amor, posesión y tierna
vulnerabilidad, le brillaban a través del oscuro velo que el tiempo proyecta
sobre todas las reminiscencias. Qué romántica le había parecido la perspectiva
cuando eran niños, sin la comprensión de la realidad para atemperar sus
exuberantes sueños de futuro. Pero ahora le brillaban unos ojos totalmente
diferentes, que mostraban un cálculo arrogante y la posesión de una variedad
mucho más adulta.
La mujer de un salteador de caminos, en efecto.
—¿Qué te hace pensar que me casaría con alguien como tú?, —declaró con
vehemencia cuando volvió a encontrar la voz—. Esa es fácilmente la propuesta
más ridícula que he escuchado.
—Por favor, —se burló él, curvando el labio con desagrado—. Olvidas que
yo estaba allí cuando Morley te propuso matrimonio. Además, una propuesta
denota una pregunta, y todavía no te he hecho ninguna. —Se apartó de la
bañera y se apartó de ella, con los hombros más apretados que antes—. Te he
informado de que te casarás conmigo, y te casarás conmigo.
Farah aplastó el impulso infantil de salpicarle con agua. —¡Ciertamente no
lo haré!
—Es una tontería negar lo inevitable, —lanzó sobre su hombro.
Eso fue todo. Farah le clavó las dagas en su ancha espalda, sabiendo que
eran lo suficientemente afiladas como para que las sintiera, aunque estuviera
de cara a las ventanas. —Explícame cómo el hecho de convertirme en la
esposa del Corazón Negro de Ben More mejora mis circunstancias. Aparte de
tu dinero mal habido, ¿qué más tienes para ofrecerme que pueda querer? Tú
mismo has dicho que no tienes corazón, ni alma. Una reputación empañada.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

No me amas. Ni siquiera soportas tocarme. ¿Por qué una mujer como yo


querría una vida con un hombre como tú?
—¿Por qué, en efecto? —Se giró para mirarla y los labios de Farah
chasquearon. Ahora se daba cuenta de cómo él incitaba el miedo en las propias
almas de sus enemigos. No escaldaba con un temperamento ardiente. No
intimidaba con su tamaño superior y su fuerza brutal, aunque eso no podía
ignorarse. Era la absoluta y rígida placidez de sus rasgos. Desprovisto de
animación, emoción o reconocimiento, como si considerara que la vida que
tenía delante estaba tan por debajo de su atención como la de un insecto
inofensivo. Era tan probable que pasara de largo como que te aplastara bajo la
suela de su bota y ni siquiera se molestara en arrastrarte a la cuneta. Estaba
por encima de la arrogancia. Por encima de la condescendencia. Vería cómo un
niño cruel te arranca los miembros, o contemplaría la carnicería de una
civilización sin una grieta en su suave fachada.
¿Era realmente tan frío? ¿Sus palabras no le habían afectado lo más
mínimo? Ella deseaba que él respondiera a su ira con la evidencia de una
herida, con ira, con pasión, con cualquier cosa que le demostrara que no era
tan desalmado como decía.
—Puedo ofrecerte protección contra el hombre que te quiere muerta, la
seguridad y la estatura de mi nombre, y la restauración del legado de tus
padres para ti. A cambio, puedes ofrecerme el título de conde y un puesto en el
Parlamento. —Aunque su voz y su comportamiento denotaban ambivalencia,
Farah tenía una idea de lo mucho que esto significaba para él—. Además de
vengar la muerte de Dougan Mackenzie, hay mucho que podemos lograr
uniendo fuerzas.
¿Unir fuerzas? —Hablas de matrimonio como un comandante militar
discute la estrategia de batalla, —acusó Farah.
—En este caso, no es una mala comparación. Seriamos dos aliados con
nuestro propio conjunto de ventajas, alineados estratégicamente contra un
oponente para un beneficio mutuo.
—Tu beneficio parece ser mayor que el mío. Como estoy seguro de que
sabes, si me caso contigo, el título, la riqueza, la propiedad y el legado de mis
padres no me serían devueltos, sino que te pertenecerían legalmente.
Agitó una gran mano para mostrar lo intrascendente que era su argumento
para él. —Tengo suficiente riqueza y propiedades propias. ¿Qué necesidad
tengo de una hacienda, unas cuantas viviendas en Hampshire y una mansión
en Mayfair? Poseo tierras más rentables que la reina. Firmaré un documento
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

dándote plenos derechos sobre las posesiones de tu padre antes de casarnos.


Serán tuyas para hacer lo que quieras.
Un extraño y paralizante entumecimiento nacido de la conmoción y la
incredulidad pesaba sobre los miembros de Farah incluso en el agua boyante.
La memoria de su dulce Dougan vengada. El amado hogar de su padre
restaurado. Las joyas de su madre y las obras de arte de valor incalculable
volverían a ser suyas, para ser apreciadas y admiradas. Para pasar a otras
generaciones. Con tales recursos, podría descubrir la verdad detrás de la
muerte de sus padres. Podría exigir justicia para el usurpador Warrington y su
pretendida novia.
Oh, Señor. ¿Realmente estaba considerando esta locura? Midió al hombre
que tenía delante, un estudio de fuerza y oscuridad y control despiadado. ¿Qué
implicaría aceptar ser la esposa del hombre más infame del imperio? La sola
idea le helaba la sangre.
Y sin embargo...
—¿Para qué quieres un título y un puesto en el Parlamento?, —preguntó
ella.
Él le dirigió una mirada divertida. —¿Qué quieren todos los hombres?
Prestigio. Más poder. Acceso a la alta sociedad. Todavía hay algunas
inversiones y esquemas casi imposibles de conseguir sin un título detrás de tu
nombre y la bendición de la reina. Incluso los americanos, tan dogmáticos
como son sobre su falta de nobleza, son más propensos a llevar a cabo asuntos
con un caballero inglés con título, lo que hace que mis aventuras en el
extranjero sean mucho más fáciles.
—Nadie te confundiría con un caballero, —bromeó Farah.
Eso produjo un sonido oscuro desde lo más profundo de su garganta y un
brillo de diversión en su ojo bueno. La versión de Dorian Blackwell de una
sonrisa y una risa. —Ha pasado un minuto completo de insultos. ¿Significa eso
que he conseguido convencerte de que reconsideres tu negativa?
—¿Tengo alguna opción?
—¿Realmente necesitas una?
Perpleja, excitada, insultada, asombrada, Farah no podía decidir con qué
emoción quedarse. ¿Cómo podía tomar una decisión tan importante en el baño
de todos los lugares? Una mujer debería, al menos, estar vestida
adecuadamente al considerar una propuesta de matrimonio -o lo que fuera-.
Blackwell era tan persuasivo como el diablo, e igual de tentador, a decir
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

verdad. Pero ella se enorgullecía de ser práctica, ¿no? ¿No había otra solución
para el peligro en el que se encontraba? Se negaba a aceptar que el matrimonio
con un criminal fuera su única opción. ¿Y su carrera? ¿Su vida? ¿Y Morley? Él
estaría buscándola ahora. Puede que no se preocupara demasiado por su
ausencia para el té del domingo, ya que los planes cambian a menudo, pero
cuando no se presentara al trabajo esta mañana, ya habría empezado a
buscarla.
¿No podía Morley ofrecerle también protección contra alguien que la
quería muerta?
Tal vez, pero a pesar de sus reparos con respecto al Corazón Negro de Ben
More, no podía negar su despiadada ferocidad ni su inteligencia o ingenio.
Derrotó a sus enemigos sin piedad; también podría librarla de los suyos.
¿Pero quién la protegería de él?
Además, ¿podía confiar en que cumpliría su palabra? ¿Qué le ocultaba?
¿Qué aspecto de él no había considerado ella? Farah sabía que Dorian
Blackwell tenía sus secretos, unos tan profundos como para ser lamidos por
las llamas del infierno. ¿Podría estar atada a ellos como su esposa? ¿Se atrevía?
No puedes casarte con nadie más, Hada. Me perteneces a mí. Sólo a mí.
Su corazón se apretó y se hundió, tirando de los párpados de sus ojos hacia
abajo con el peso de una vieja y pesada carga. —Esto no es lo que él hubiera
querido, —se dijo a sí misma con voz vacilante.
—Te equivocas. — Algo acerca de esas palabras duras en un tono más
suave la obligó a mirarlo, pero cuando abrió los ojos, él se había alejado de
nuevo de ella. —Además de ti, yo era la única persona a la que Dougan quería
y en la que confiaba en todo el mundo. Y, a su vez, él era la única persona que
significaba algo para mí... porque no tenía ningún Hada que ocupara mi
corazón.
¿Era porque no tenía un corazón que ocupara su pecho?
Farah deseó que la mirara. Que ella pudiera ver la frialdad de sus rasgos
crueles. Que su espantoso rostro enfriara el sutil calor que se apoderaba de su
pecho, amenazando con derretir su determinación.
Él permaneció de cara a la ventana, una sombra morena bañada por la luz
del sol pastoral. Para ser alguien que sonaba tan inglés, parecía ciertamente
parte de este paisaje salvaje, agudo y traicionero.
—¿Qué estás diciendo?, —le preguntó ella.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿No crees que si hubiera vivido, habría querido que nos conociéramos?
Que nos lleváramos bien, incluso. ¿Su mejor amigo y su amada esposa?
Su pregunta la dejó sin palabras. Las implicaciones eran algo que ella no
había considerado, algo que podría alterar toda su perspectiva.
—Ya te dije que me pidió que te encontrara... ¿No es posible que, en caso
de su muerte, haya dado su bendición a un matrimonio entre nosotros? ¿Que,
tal vez, incluso hubiera querido que nos cuidáramos mutuamente?
El argumento era inquietantemente convincente. —¿Cuidar el uno del
otro? ¿Es eso posible?, —respiró ella, deseando inmediatamente tener la
presencia de ánimo para mantener sus pensamientos dentro de su cabeza.
Los silencios de Dorian Blackwell habían empezado a ser más
significativos que cualquier palabra, y la mente de Farah daba vueltas
mientras contemplaba las costas esmeralda besadas por la primavera, y las
nubes que se acumulaban en la distancia.
Farah sintió que con su edad y experiencia llegaba una conciencia de sí
misma que los jóvenes rara vez poseían. La mayor parte de su vida había
considerado su capacidad de cuidado y compasión como uno de sus puntos
fuertes. ¿Podía preocuparse por Dorian Blackwell? Por supuesto que sí. Era
una persona, ¿no? Con necesidades, ambiciones y sentimientos. Aunque esto
último podría ser objeto de debate. El peligro era si Blackwell transformaba su
capacidad de preocuparse tanto de una de sus mayores fortalezas a una
profunda debilidad. Si alguien haría algo así, sería él, muy probablemente sin
remordimientos ni piedad.
—Independientemente de lo que sintiéramos el uno por el otro, juraría
cuidar de ti. ¿No podría ser eso un punto de partida? —Finalmente se volvió
hacia ella. A la luz del sol, su cicatriz parecía más blanca, más profunda, de
alguna manera. Incluso a la luz, una sombra acechaba en su ojo herido, una
sombra que insinuaba una grieta cavernosa y abismal en la que uno podría
mirar fijamente y nunca encontrar el fondo. Una parte temeraria de ella quería
intentarlo, y ese debía ser el impulso más aterrador que había tenido en su
vida adulta.
Farah se encontró preguntándose si alguien se había ocupado de él.
—Podría disipar algunos de tus temores, —continuó él, interpretando
obviamente su silencio como contemplativo—.Sería un matrimonio sólo de
nombre y título. Te ahorraría los deberes más íntimos de una esposa. —No la
miró a los ojos cuando dijo esto, y se apresuró a continuar—. Además, después

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

de haber resuelto la amenaza a tu vida, sólo requeriría que vivieras conmigo


aquí en el castillo de Ben More un mes del año, y en Londres un mes de la
temporada. Para las apariencias y demás. Aparte de eso, tu tiempo y tu fortuna
serían tuyos para hacer lo que quieras. Podrías ocupar una de las residencias
de tu padre, o cualquiera de las mías.
—¿Cuántas... hay?, —preguntó ella con curiosidad.
Le llevó un momento hacer la cuenta, lo que significaba que sus posesiones
eran enormes. —Supongo que quieres que incluya mis residencias
internacionales. Contando las villas mediterráneas y el viñedo en la región
francesa de Champagne...
—¿Villas? —Ella jadeó—. ¿En plural?
El fantasma de una sonrisa rondó sus labios.
Farah se llevó las manos a las mejillas acaloradas. La esposa de un salteador
de caminos. Un salteador de caminos asquerosamente rico, sin duda, pero un
criminal al fin y al cabo. ¿De verdad ella y Dougan habían sido tan proféticos
cuando eran niños? ¿Estaba realmente considerando esto? ¿Considerandolo... a
él?
Embargada por la repentina necesidad de reconciliarse, quiso suavizar la
acumulación de la constante tensión en sus hombros. Calentar la pátina de
escarcha de su mirada. Producir una grieta en la máscara lisa y acorazada de
sus rasgos. Si iba a seguir pensando en ello, tenía que encontrar algo humano
en el Corazón Negro de Ben More.
Pasó las yemas de los dedos arrugados por la superficie del agua. —Antes
de decir nada más, creo que es correcto decir que no era mi intención ser tan
insultante contigo antes. Reconozco que me he quedado sin palabras. Me
temo que el hecho de recibir tantas órdenes no saca lo mejor de mí.
Blackwell hizo un ruido seco. —No seas ridículo. Soy el último hombre
vivo que condenaría el mal comportamiento. A pesar de eso, reconozco que
tienes todas las razones para dudar, despreciar y temerme.
—No te desprecio... —Aunque ella no podía negar honestamente la parte
de la duda o el miedo.
—Dame un poco de tiempo, —murmuró con ironía.
Eso le arrancó una sonrisa y lo estudió por debajo de las pestañas,
comprobando con cierto placer que había sido eficaz. Blackwell había aflojado

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

los puños y sus inquietantes ojos transmitían, si no calidez, una cantidad


aceptable de ecuanimidad.
Su corazón comenzó a latir con tal fuerza que todo su cuerpo vibró con él.
El latido podía oírse en sus ruidosas exhalaciones mientras se miraban
fijamente. Toda la isla, el océano más allá, el propio aire de las Tierras Altas,
parecían atraparse en su inhalación y aguantar, esperando que la palabra que
rondaba en la punta de su lengua escapara de la prisión de sus labios.
Una vez que este convicto en particular fuera liberado, nunca más podría
ser reclamado.
Sí. No suele ser una palabra tan aterradora, pero en este momento parecía
representar por igual la salvación o la condena.
Por supuesto, siempre podía decir que no.
Aunque por la forma en que Blackwell la miraba ahora, tenía la sensación
de que esa palabra significaba muy poco para él. No mucha gente le negaba a
Dorian Blackwell y vivía para contarlo.
Oh, Dougan, ¿por qué me envías este caballo negro? se quejó Farah en su interior.
¿Por qué pedirle al diablo de carne y hueso que me encuentre y proteja?
El joven Dougan no podía saber cómo el hombre que tenía delante la
afectaría. Lo peligroso que era realmente, por los impulsos temerarios que
corrían por sus venas y se instalaban en el más secreto de los lugares.
Él no podía saber cuánto la emocionaba en secreto Dorian Blackwell.
Cómo sus ojos sobre ella la hacían sentir indefensa y poderosa al mismo
tiempo.
Nunca le diría a Blackwell que fueron sus palabras sobre los deseos de
Dougan las que la habían convencido al final. Si hubiera vivido, ¿habría
resultado todo esto de otra manera? ¿Seguiría siendo Dorian Blackwell la
mitad menos importante de los llamados hermanos Blackheart? Dougan
estaría, incluso ahora, a sólo tres años de su liberación de aquel lugar infernal.
¿Habrían hecho los tres algún tipo de vida juntos?
Ella nunca lo sabría.
En cualquier caso, parecía que su destino era acabar siendo la esposa de un
salteador de caminos.
El diablo en cuestión permaneció en silencio e inmóvil mientras discutía
consigo misma, pero la necesidad de respirar se impuso a ambos lados del
debate y Farah se dio cuenta de que era ahora o nunca.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Tengo una condición. —Las palabras se precipitaron en una exhalación


racheada.
—Esto debería ser interesante. —Blackwell cruzó impacientemente sus
pesados brazos contra un pecho más pesado, pero sus ojos se iluminaron con
una chispa victoriosa—. Oigámoslo.
—No voy a reclamar las fortunas de Northwalk sólo para perderlas de
nuevo en manos de algún pariente lejano cuando muera. Así que, si voy a
casarme contigo y darte el título de conde, entonces me proporcionarás algo
más que quiero.
—La riqueza de los Townsend, el título de condesa y una relativa
autonomía. —Él marcó esto con sus dedos—. ¿Qué más podrías querer de mí?
—Aparte de Dougan, he estado sin familia durante más de veinte años. —
Farah se levantó hasta ponerse de pie ante el Corazón Negro de Ben More
completamente desnuda. —Lo que quiero de ti es un hijo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DIEZ

Dorian no recordaba la última vez que alguien le había dado una descarga
eléctrica. Años. Décadas, quizás. Había visto tantas variantes de mujeres
desnudas, tantas otras cosas que romperían a la mayoría de la gente, y con el
tiempo la capacidad de sentir sorpresa le había abandonado.
O eso creía él.
Sus pensamientos se volvieron tan dispersos y sin rumbo como los
riachuelos que se deslizaban por sus exuberantes curvas. Era una diosa que
surgía del agua. Como el Nacimiento de Venus de Botticelli, pero con una
pesada cabellera plateada oscurecida por el baño que, a diferencia de Venus,
no utilizaba para ocultar sus secretos femeninos. Estaba de pie con la barbilla
sostenida en un ángulo obstinado, los hombros rectos en una observancia de
la buena postura, aquellos suaves ojos grises mirándole fijamente con una
mezcla de resolución y expectación.
Farah le ofrecía su cuerpo. Quería que él dijera algo. Que respondiera a sus
demandas. ¿Pero cómo podría hacerlo, cuando toda esa gloriosa piel estaba
desnuda ante él, enrojecida por el calor y la timidez? La condensación de la
atmósfera desdibujaba cualquier línea nítida o color llamativo con una
ambigüedad onírica que lo acercaba a la bañera.
Luchando por mantener su máscara de despreocupación, Dorian se paró en
seco, pegando sus botas al mármol y negándose a dar un paso más. ¿No había
un dicho sobre la pérdida de control en situaciones como ésta? ¿Polilla a la
llama? ¿Volar demasiado cerca del sol?
Esos pechos, eso era. Globos sedosos de pálida perfección con pezones
apretados del más perfecto tono de rosa. La delicada caída de su cintura, la
pequeña hendidura en el centro de su estómago que parecía atraer su mirada
siempre hacia abajo, hacia el fino nido de rizos dorados entre ella...
—No, —declaró él con unos dientes que no se soltaban por mucho que se
lo ordenara.
—¿No?, —repitió ella, juntando sus ligeras y delicadas cejas—. ¿No me
quieres?
—No. —No era una mentira. Tampoco era exactamente la verdad. Desde
el momento en que entró en la habitación y vio la forma en que su pelo rozaba
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

sus hombros desnudos, su cuerpo le había traicionado. Mientras ella se lavaba


para él, su polla se había vuelto pesada, llena y dura. ¿Y ahora? Ahora incluso el
más ligero roce de su falda le causaba un placer inconcebible y un dolor
agonizante.
Sus pestañas se agitaron hacia abajo, su expresión era lo único que se le
ocultaba. —¿Qué es lo que encuentras desagradable en mí?
—No es eso. —El instinto de protegerla del daño era difícil de sofocar.
—Entonces... —Su mirada rebotó hacia un lado, sus brazos se levantaron
para cubrir sus pechos, ahora temblando de frío—. ¿Están usted y el Sr.
Murdoch involucrados de alguna manera...?
—¡Cristo, no! —Pasando los dedos frustrados por su cabello, se alejó de
ella, necesitando llenar sus ojos con algo más que la generosidad de su gloriosa
piel, y luego regresó hacia ella, ya anhelando verla. ¿Cuántas veces desde que
se conocieron había fantaseado en secreto? ¿Cuánto tormento le había causado
ya esta mujer? ¿Cuánto más podría soportar?
—Entonces... ¿por qué?, —preguntó ella, con la audacia que desprendía su
voz.
Otro hombre, un hombre mejor, la habría cubierto para preservar su
pudor. La habría calentado del frío que ahora se notaba en su delicada carne.
Habría cogido su cuerpo resbaladizo en brazos y la habría llevado a la cama,
hundiéndose en su suavidad antes de que la humedad de su piel tuviera
tiempo de secarse.
Pero el único hombre aquí era él, y era incapaz de darle lo que pedía
porque...
—Sencillamente, está fuera de lugar, —insistió, con los dientes aún
apretados.
Los ojos de ella se ablandaron y lanzó una mirada subrepticia a su falda, y
Dorian nunca había estado más agradecido por su sporran para proteger lo
que su hombría estaba haciendo. —¿Es que tu cuerpo no es capaz?
El ruido que produjo su garganta sonó más cruel de lo que pretendía, pero
no pudo explicar que había querido dirigirlo a sí mismo. —Mi cuerpo... —Su
cuerpo no era el problema. Incluso ahora, mientras se obligaba a mirarla, una
ola de doloroso placer recorrió su columna vertebral hasta que todos sus
músculos se apretaron y la punta de su polla lloró una lágrima de anhelo—. Mi
cuerpo podría tomar el tuyo hasta que me pidieras clemencia.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El labio inferior de ella se abrió, y el plateado de sus iris superó al verde


como él sabía que solía hacer. —Entonces hazlo, —susurró con voz
temblorosa—. Me casaré contigo, y tienes mi permiso para tomarme como
quieras, hasta que esté embarazada. —Parpadeaba a menudo mientras decía
esto, y mantenía sus pequeños puños apretados a los lados, pero su postura, su
expresión, seguían siendo firmes.
Para cualquier otro hombre, su oferta habría sido como recibir las llaves
del Reino de los Cielos. Para Dorian, era como ser empujado al pozo más
profundo del infierno.
Luchó por mantener la compostura, por apartar los ojos de ella, pero la
hazaña resultó bíblica. Sus ojos nunca se habían deleitado así. Su cuerpo
nunca había respondido a ninguna vista como lo hizo con ella.
¿Y por qué no iba a hacerlo? Ella le pertenecía a él.
Sólo a él.
Durante todo este tiempo, una parte de él había esperado a esa pequeña
hada de pelo plateado cuyas historias aún le perseguían cada noche. Dorian no
se había preparado para la mujer audaz y elegante que le agitaba la sangre y le
inflamaba el cuerpo.
No, su cuerpo no era el problema.
Era su mente.
Las llamas que habían lamido el hielo que envolvía su corazón se apagaron
rápidamente en un torrente de furia frustrada y autodesprecio. —No nos
acostaremos juntos, —enunció sombríamente, el rojo comenzaba a filtrarse en
la periferia de su visión—. Rechazo sus condiciones.
Entrecerrando los ojos, Farah se giró, dándole una vista de su trasero en
forma de corazón antes de levantar la pierna y salir de la bañera.
Si un hombre como Dorian Blackwell gimiera, lo haría entonces. ¿Podría el
destino ser más cruel?
Cogió su bata y se la abrochó sobre su hermosa desnudez. —Si rechazas
mi condición, entonces rechazo tu propuesta. —Cogiendo una toalla, empezó
a quitar el exceso de agua de sus lujosos rizos.
—Olvidas que no era una propuesta, —le recordó. Dorian tampoco
esperaba que fuera tan fuerte. Tan voluntariosa. De niña, ¿no era el más dulce
de los querubines?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella le lanzó una mirada irritada, mientras seguía arreglándose el pelo. —


Independientemente de cómo lo llames, me negaré. Me casaré con el inspector
Mor...
—¡No lo harás!, —rugió él, acercándose a ella—. No lo amas. —
Enloquecido, se acercó a sus hombros para hacerla entrar en razón, pero antes
de que pudiera hacerlo, sus dedos se doblaron sobre sí mismos, las
articulaciones crujiendo con la fuerza de su rabia.
El miedo apareció en sus hermosos ojos, pero no se apartó de él. —Yo
tampoco te quiero, —respondió ella—. Eso no forma parte de esta discusión,
¿verdad?
Sus pulmones se vaciaron de aliento cuando un dolor exquisito los
atravesó, y tuvo que luchar para volver a llenarlos.
—Quiero darle a alguien la infancia que me fue arrebatada, —dijo más
suavemente—. Y el hombre con el que me case debe estar de acuerdo con eso.
—Tú. No. Entiendes.
—Entiendo que eres el hombre más audaz y temido del reino. Puedes
matar a alguien sin pensarlo dos veces, o arruinar familias enteras de un
plumazo. Si eres lo suficientemente valiente como para hacer eso, entonces
puedes reunir el valor para mentir con tu esposa las pocas y míseras veces que
se necesita para conseguirme un hijo.
Se miraron fijamente, sus voluntades chocando con una fuerza palpable.
—¿Tu cuerpo está prometido a otra persona?, preguntó ella.
—Dios, no.
—¿Lo está tu corazón?
—Pensé que habíamos establecido que no tengo uno.
Ella estaba consiguiendo mejorar esas miradas irritadas que transmitían su
impaciencia. —Entonces explícame esto, si no lo entiendo.
Dorian no podía ponerlo en palabras. No a ella. —Ya lo hice.
Ella lo estudió por un momento, luego extendió su mano hacia él.
Él se apartó de su alcance.
Su ceño se frunció en señal de reflexión. —Dorian, ¿cuánto tiempo hace
que no permites que alguien te toque?—

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El estómago se le revolvió al oír su nombre en sus labios. No podía


decírselo, no sin revelar demasiado. —Toda una vida, —respondió.
—Y honestamente, ¿es por eso que no puedes tener relaciones conmigo?
Apartó la mirada de ella, lamentando haber revelado semejante debilidad.
Cuando evitaba el contacto con otras personas, lo convertía en un juego de
poder, insinuando que las encontraba demasiado por debajo de su dignidad
para un apretón de manos o un brazo ofrecido.
No era así en este caso. No con ella.
—¿Cómo se mata a la gente si no se la toca?, —preguntó con curiosidad, y
luego negó con la cabeza, con una expresión peculiar torciendo la boca—.
Nunca pensé que haría una pregunta así.
—Suelo llevar guantes, —respondió con sinceridad—. Además, no todas
las armas requieren contacto físico.
—Por supuesto, —dijo ella automáticamente, aunque sus cejas se
fruncieron como si estuvieran resolviendo un problema—. Pero, con los
guantes puestos, ¿has entrado en contacto con otros?
—Rara vez. Si no se puede evitar.
Asintió, sumida en sus pensamientos. —Aunque vivo como viuda, sigo
siendo virgen. A pesar de la cuestión de un hijo, nuestro matrimonio tendría
que ser consumado en caso de que su validez se pusiera en duda.
A Dorian se le secó la boca. Creía haberlo considerado todo, pero una
relación sexual había estado tan lejos de la posibilidad, que este detalle se le
había escapado. Bajo el pánico, un susurro de placer brilló al saber que otro
hombre no la había tocado.
Golpeando la pequeña hendidura en su barbilla, dejó la toalla en el suelo y
cogió un cepillo del tocador y empezó a pasarlo por sus rizos. —Supongo que
si fuera completamente práctica, podría tomar un amante. Eso resolvería
nuestros problemas, ¿no?
—Mataría a cualquier hombre que se atreviera a tocarte, —le informó
fríamente.
—Bueno, eso no es estar muy orientado a la solución, ¿verdad? —Ella
suspiró, exasperada—. ¿Te gustaría mirar? Parece que es una inclinación tuya.
Él dio un paso amenazante hacia ella, irritado por su observadora
insinuación. Toda su vida no había sido más que un observador y un

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

manipulador de la voluntad y el deseo humanos. ¿Debería ser una sorpresa que


esa inclinación se extendiera a su problemática sexualidad? —Te obligaré a
ver cómo descuartizo cualquier parte de su cuerpo con la que se haya atrevido
a tocarte, y se la daré de comer, —declaró con firmeza.
—Entonces tienes que ser tú, —insistió ella.
Se quedaron mirando en otro punto muerto durante unos instantes.
La idea de que otro hombre la tocara hizo aflorar sus impulsos más
malvados y siniestros. Los había sentido cuando ella había besado a Morley, y
apenas se había contenido de romperle el cuello al hombre delante de ella.
A pesar de su ira, le gustaba mirarla así. Enrojecida por el baño, con el pelo
como una pesada cortina de bucles alrededor de unos ojos del color de los
rayos de la luna. ¿Cómo podría un hombre negarla? Quería tocarla. Ansiaba
hacerlo.
Pero no podía atreverse a mancharla así. ¿Por qué se negaba a verlo? ¿Cómo
podía invitar al Corazón Negro de Ben More a su cama? El matrimonio era una
cosa. El sexo era algo totalmente distinto. ¿Realmente deseaba tanto un hijo
que se rebajaría a permitir a alguien como él dentro de su glorioso cuerpo? ¿No
sabía quién era él? ¿No había pintado una imagen suficientemente clara de lo
que había hecho?
¿De lo que le habían hecho?
—Tus guantes, —murmuró ella, como si le hubiera asaltado un poco de
genialidad.
—¿Qué?
El color rosado de sus mejillas se intensificó y se armó de valor para
explicarse. —He pasado mucho tiempo en los últimos diez años en compañía
de prostitutas de la calle y del muelle, —comenzó—. Y he aprendido de ellas
que para llevar a cabo sus negocios al aire libre como lo hacen rara vez tienen
que desvestirse. De hecho, deduzco que en la forma que lo hacen... deduzco
que se requiere muy poco contacto.
La idea enfureció a Dorian, porque le tentó. —¿Quieres que te trate como a
una maldita caminante del muelle?
Ella le dirigió una mirada divertida, aunque sus mejillas aún ardían de
timidez. —No particularmente. Lo que quería decir es que creo que
podríamos conseguir -entre otras cosas- hacerlo sin necesidad de mucho roce.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Su labio se curvó, pero sus muslos se apretaron en respuesta. —¿No hablas


en serio?
—Podrías llevar tus guantes, tu camisa, tu falda escocesa o tus pantalones,
de hecho, tu chaleco y tu chaqueta de noche si te apetece.
—¿Y eso es lo que quieres? ¿Que te follen como a un novato del East End y
luego te dejen de lado? Porque eso es lo que haré, —advirtió, la oscuridad se
acumulaba en su corazón mientras las nubes de respuesta se acumulaban en
sus rasgos.
Los ojos de ella eran de plata líquida cuando se estrecharon hacia él,
arremolinándose con tantos misterios como las estrellas en el cielo nocturno.
—Quiero una familia, —murmuró ella—.Y haré lo que tenga que hacer para
conseguirla.
La honestidad desnuda y dolorosa de su voz le atravesó con una flecha
envenenada, y pudo sentir cómo las toxinas se extendían por su sangre.
Pronto se quedaría completamente paralizado, víctima de las fuerzas opuestas
que ahora se enfrentaban en su interior como dos lobos luchando por el
dominio. Las dos emociones más fuertes conocidas por el hombre.
Respiró profundamente, el aroma de su jabón de miel y el agua de lavanda
invadieron sus sentidos con la sutileza de una legión romana.
—Entonces, será responsabilidad tuya. —Pasó junto a ella hacia la
puerta—.Nos casaremos por la mañana, anunció, y luego salió de golpe.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO ONCE

Farah se sorprendió de que Frank Walters no pudiera recordar su nombre


de pila, pero sí la receta del curry indio con las interminables medidas de
especias exóticas.
Una vez que Murdoch había regresado para vestirla con una camisa blanca
de encaje limpia, aunque algo anticuada, y una larga y pesada falda escocesa de
lana de Mackenzie, ella había hecho todo lo posible para calmar su
preocupación de que estaba bastante bien después de su enfrentamiento en el
lavabo con Blackwell, y luego se apresuró a ir a las cocinas.
Quizás lo que esta situación necesitaba era más tartas.
Encontró a Frank trabajando pacientemente en un suntuoso festín y pasó
el resto de la tarde degustando la comida, probando el vino y haciendo lo
posible por olvidar que mañana habría sellado su voto con el diablo en una
iglesia.
Y entonces ella le pertenecería a él. Su cuerpo le pertenecería.
A las ocho y media, se encontró en el lujoso comedor estudiando un lienzo
con un paisaje de Ben More que se parecía sospechosamente a un cuadro de
Thomas Cole. Un lacayo -del que supo por un tartamudeo bastante grave que
era Gregory Tallow- estaba encendiendo un número obsceno de candelabros
para una persona que cenaba sola. Las nubes y la puesta de sol sobre los picos
de las Highlands en el cuadro casi sobresalían del lienzo, y Farah se acercó a él,
con la esperanza de captar la puesta de sol antes de que desapareciera.
—Tengo predilección por los americanos que pintan a la manera románica,
—dijo Blackwell desde las sombras de la entrada.
Farah le arrebató la mano y se giró para mirarle. —¿Oh? —Le inquietaba
que cada vez que él anunciaba su presencia, tenía la idea de que la había
estado observando durante algún tiempo, y que sólo era consciente de él
cuando decidía que lo quería.
Tomó un vigorizante sorbo de vino, ignorando el hecho de que su rostro ya
se sentía sonrojado y su sangre fluía caliente con unas cuantas copas
anteriores por la extensión de la tarde.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡El señor Blackw-well! —El lacayo se puso en guardia como si se tratara


de un coronel británico, ajustando su pajarita y alisando su escaso pelo rubio.
—Pensábamos que cenaría en su estudio. Como u-u-u...
—Entiendo—, dijo Blackwell en voz baja cuando al otro hombre le falló el
habla.
Tallow, que era de complexión y estatura delgadas, se sonrojó
furiosamente y se negó a mirar en dirección a Farah. —W-Walters ya envió
una bandeja.
Este torreón tenía ciertamente una curiosa cantidad de ingleses para un
castillo escocés. ¿Eran todos criminales? Farah sintió lástima por el
hombrecillo, que vibraba con la energía nerviosa de un ciervo del bosque y
parecía igual de apto para lanzarse a la espesura a la menor provocación.
—Lo comprendo. Pero he decidido acompañar a mi prometida a cenar.
Farah no sabía de quién eran los ojos que se abrieron más ante el uso de la
palabra prometida, si de ella o del lacayo. Tallow desapareció rápidamente sin
pronunciar otra ardua palabra.
Incluso con su impecable smoking negro y su camisa de cuello y corbata,
Blackwell evocaba la imagen del pirata salteador. Podría haber sido la falda
escocesa, reflexionó Farah, o más bien el parche en el ojo, ya que se lo había
puesto de nuevo. O tal vez la forma en que su espesa cabellera caía un poco
demasiado larga para estar completamente a la moda. Aunque, según ella, lo
más probable era la forma en que observaba la opulencia de su entorno, como
si no la reconociera como propio, pero matara por mantenerlo a salvo.
Él también la miraba así. Como una posesión que codiciaba.
No podía imaginar por qué; había prometido ser suya, ¿no? Una esposa era
una posesión legal, y el hecho la seducía más de lo debido.
Dejó su copa de vino en el suelo, decidiendo que ya había tenido suficiente.
—¿Qué es todo esto? —Señaló la mesa cargada de bandejas.
—La cena.
Su resoplido transmitía absoluta incredulidad. —Esto no es una cena. Es...
gula.
Frunciendo el ceño, Farah examinó la mesa. El curry de cordero indio
centraba la comida como plato principal, rodeado de fragantes panes planos.
La compota de perdiz se cocinaba al vapor junto a una pasta de carne frita

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

hecha con ajo, perejil, estragón, cebollino y sebo de ternera encerrada en una
costra de mantequilla. El aperitivo incluía ostras cortadas de su concha,
salteadas, y luego devueltas para ser dispuestas en un baño de mantequilla y
eneldo.
El lacayo volvió a aparecer, y mientras ponía un segundo plato, Farah
contó la cantidad ciertamente obscena de postres. Tal vez deberían haber
dejado fuera el bizcocho de cacao, o las pequeñas cornucopias rellenas de
crema y fruta con salsa de chocolate. No podría haber elegido entre los
pasteles de almendra con reducción de jerez o los hojaldres Shrewsbury de
cilantro o... la crème brûlée de melaza y vainilla. Oh, querida, quizás ella y
Walters se habían dejado llevar un poco esta tarde.
Mirando a Blackwell, reprimió una mueca. Su único ojo se fijó en su
esbelta cintura realzada por un grueso cinturón negro, como si se maravillara
de sus intenciones para la noche.
—Me gusta la comida, —ella dijo a la defensiva, omitiendo que tendía a
comer en exceso en momentos de estrés o ansiedad.
—A todo el mundo le gusta la comida. Es lo que nos mantiene vivos. Pero
esperaba una menestra de cordero y verduras, como la que siempre tomo los
lunes. —Él se quedó mirando la comida como si no supiera qué hacer con ella.
Farah arrugó la nariz. —Estoy segura de que el guiso de cordero es muy
nutritivo, —concedió diplomáticamente—. Pero debes admitir la distinción
entre la comida que nutre el cuerpo y la que nutre el alma.
—Pero no tengo alma, ¿recuerdas? —Echó una mirada a sus ojos
entrecerrados y las comisuras de sus labios se crisparon. Con un gran gesto, la
rodeó y retiró la silla alta de la cabecera de la mesa—. Mi señora.
—¿No es ese su lugar?
—El hecho de que cene en mi propia mesa no me marca ni me elimina
como amo de este castillo. —Levantó la mantelería y barrió con su mano
enguantada la silla—. Este lugar fue preparado para ti esta noche. No deseo
expulsarte de él.
Farah tuvo que luchar con todas sus fuerzas para no sentirse asombrada y
encantada al mismo tiempo. —Qué desvergonzado eres, —dijo mientras
tomaba asiento, recuperando el aliento cuando él le tendió la ropa de cama en
el regazo.
—Sí, bueno. Puedo permitirme serlo.

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Rebeldes Victorianos #1

El eufemismo la divirtió más de lo que quería.


Tomó el asiento a su izquierda, posicionándose para ver ambas entradas, y
dispuso un lino sobre su falda. Aunque la mesa era lo suficientemente larga
como para que el extremo más lejano casi desapareciera en el horizonte,
Dorian Blackwell hizo que el lugar que ocupaba fuera la cabecera indiscutible.
—¿Por qué no está la comida en el aparador con el lacayo sirviendo?, —
preguntó, examinando los platos apilados frente a ellos.
—Les dije que era ridículo quedarse de brazos cruzados y servir una cena a
uno solo. Es tarde, y estoy segura de que tienen mejores cosas que hacer. —
Trasladó algunas ostras a su plato.
—No las tienen, —recortó, lanzando una mirada de desaprobación al
marco de la puerta vacía hacia las cocinas—. Su prioridad es servirte y
complacerte.
—Y yo les dije que me complacía cenar sola.
—Lamento decepcionarla, —dijo con suavidad, alcanzando los pasteles de
carne y el curry.
Farah se arrepintió de sus palabras. No había querido decir que prefería
que él no estuviera allí, sino que no quería ser vigilada por el personal mientras
cenaba. Aunque fuera la hija de un conde, no había sido criada como tal. Su
boca se sentía demasiado lenta para formar la reparación correcta, por lo que
observó en un preocupante silencio cómo él se servía generosas raciones de los
dos platos principales con movimientos limpios.
A menudo era imposible saber si sus palabras le afectaban. Ella sólo había
vislumbrado deslices momentáneos en su fachada, y en momentos como éste,
sólo tenía la ligera sensación de que le había disgustado por un cambio frío en
el ambiente. Sin embargo, sus rasgos seguían siendo suaves y fríos como el
cristal, lo que le hizo preguntarse si se lo había imaginado todo y él era
realmente tan desalmado como decía.
Él levantó la vista hacia ella y la sorprendió mirando. Sus ojos eran un pozo
insondable de secretos.
La enormidad de lo que había aceptado la sorprendió, así que apartó los
ojos y se metió una ostra en la boca, masticando para liberar el dulce sabor de
la carne. —Si puedo preguntar, tu ojo, ¿te causa dolor? ¿Por eso te lo tapas a
veces?

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Rebeldes Victorianos #1

Él hizo una pausa en el corte de su pastel y la consideró antes de


responder. —No veo bien con poca luz, lo que a menudo me produce dolores
de cabeza. El parche ocular los evita, y además me facilita la lectura.
—Por supuesto, —murmuró ella, llevándose otro bocado a los labios,
conteniendo el impulso de preguntarle cómo había conseguido la herida.
Su mano se detuvo en medio de llevar el primer bocado a sus labios. —
Todavía dices eso, —respiró, levantando un poco el frío del aire.
—¿Perdón?
Hizo una pausa. —Dougan me dijo que esa era tu respuesta para todo. 'Por
supuesto', como si todo lo que aprendías fuera como debía ser, y así lo
aceptabas.
—¿Te dijo eso? —Al escuchar el nombre de Dougan, ella optó por beber el
resto de su vino.
—Sí.
Quería preguntar qué más había dicho Dougan sobre ella, pero no quería
parecer narcisista.
En lugar de eso, terminó su aperitivo mientras Blackwell se zampaba el
pastel, con su sinuosa mandíbula cautivándola mientras masticaba con un
ritmo oneroso, como si estuviera probando la comida.
Farah se ocupó de servir su propio curry y pan.
—Obviamente, he estado infrautilizando los talentos de Walter, —
observó finalmente—. Tiendo a comer por función más que por placer. Creo
que me has mostrado el error de mis métodos.
—Me cuesta creer que hagas algo que no sea como quieras —dijo Farah
alrededor de un bocado de carne tierna y especiada y un pan suave y
abundante.
Su expresión se relajó en una apariencia de diversión. —¿Por qué?
—Tienes fama de hedonista.
—Puede que sí, pero tú tienes el paladar de uno. —Indicó la mesa
sobrecargada.
Una sonrisa reticente interrumpió su siguiente bocado. —Touché.
Cielos, ¿se estaba divirtiendo realmente? Ayer mismo despreciaba a este
hombre. Hacía sólo unas horas le temía, y cada una de sus interacciones estaba

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Rebeldes Victorianos #1

cargada de emoción, revelación, confesión y, finalmente, sumisión. Todo ello la


había dejado exhausta y, al parecer, hambrienta.
Tres lámparas de araña brillaban con el cristal irlandés sobre la larga mesa,
sólo la que estaba en su extremo añadía su luz al parpadeo de los candelabros.
El sonido de la costosa cubertería contra la elaborada vajilla acompañaba el
baile de las llamas, que iluminaban el ambiente con un resplandor dorado.
Farah se encontró hipnotizada por la forma en que la luz cambiante
ensombrecía los ángulos marcados del rostro masculino de Blackwell y
brillaba en el raro ébano de su cabello.
¿Era así la vida como esposa del Corazón Negro de Ben More? Lujosa.
Decadente, incluso. Llena de intrigas y secretos, bromas y choques de
voluntades. Recuerdos de un pasado doloroso, seres queridos perdidos y la
sombra de un futuro incierto.
Apartó su mirada curiosa de él y la fijó en la mesa. Oh, bueno, al menos
habría dulces y salsa de chocolate, y con ello la esperanza de un resultado más
dulce.
Apartando sus entrantes casi terminados, Farah llenó su plato de postres
con uno de cada cosa y acercó la salsa de chocolate, lo que mejoró mucho el
potencial del momento.
Una pena que se le acabara el vino.
Farah saboreó un bocado del oscuro y amargo pastel de cacao, apartando la
mirada de su enigmático acompañante y observando todos los opulentos
acentos de la magistral carpintería y los lujosos tejidos burdeos y dorados que
adornaban el comedor.
—Todo el mundo especula sobre lo que ocurre aquí en el castillo de Ben
More, —aventuró—. Estoy bastante sorprendida por la falta de sacrificios de
vírgenes y cámaras de tortura. Aunque tiene su cuota de personajes
interesantes a su servicio.
—Las cámaras de tortura suelen estar debajo de las escaleras, no creo que
hayas visto esa parte del castillo todavía. —El giro diabólico de sus labios le
hizo preguntarse si estaba realmente bromeando.
—¿Nunca recibes a la gente aquí?—, preguntó ella.
—¿Quieres decir por razones que no sean el sacrificio ritual o la tortura?—
Sus labios se movieron de nuevo, curvándose esta vez más de lo que ella había
visto nunca.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella le dirigió una mirada burlona y exasperada alrededor de un bocado de


crème brûlée. Un gemido ahogado se perdió en las pesadas capas de crema
pastelera dulce que explotaban con vainilla y se besaban con un toque de
melaza.
Al igual que había hecho en el lavabo, su mirada se fijó en la boca de ella,
más fascinada por sus acciones que por sus palabras. —No—. La palabra era
más ronca, más apretada. —No invito a nadie aquí—.
—Pero es tan espacioso y encantador—, protestó ella, señalando la mesa
en la que fácilmente podría sentarse un regimiento entero.
Su mirada también tocó la vajilla, los candelabros, las pesadas cortinas y el
costoso arte. —Tengo otras propiedades destinadas a los invitados. Ben More
se ha convertido en una especie de refugio, para mí y para los demás que viven
aquí—.
Farah asintió con repentina comprensión. Parecía que la mayoría de los
hombres que acababan aquí necesitaban un santuario. Murdoch, con sus ojos
tristes y su corazón incomprendido. Frank, que estaba perdido en cualquier
lugar que no fuera las cocinas. Y el pobre Tallow, que temblaba más que
hablaba.
—Entonces, ¿por qué me has traído a tu santuario?—, se aventuró ella.
—Me pareció apropiado—, dijo él crípticamente, mirándola cortar su
pastel de almendras por un momento antes de desviar la conversación de sus
palabras que invitaban a la reflexión. —Soy consciente de lo que la gente
especula sobre mí, pero espero que te des cuenta de que no todas las historias
de mi villanía hedonista tienen mérito.
—Por supuesto. Por ejemplo, no he visto ninguna prueba de un harén de
cortesanas exóticas almacenadas en tu castillo secreto de las Highlands—. Y
gracias a Dios por eso, ella añadió en silencio, y luego se preguntó de dónde había
salido la oración errante.
—¿Es aquí donde creen que las guardo?—, preguntó.
Su cabeza se dirigió hacia él y se preparó para dar una respuesta burlona
antes de que captara el brillo de la gratificación en sus ojos y la primera
semblanza real de una sonrisa que ensanchaba las cuencas de su boca.
—¡Eres todo un bribón! —Le estaba tomando el pelo o diciendo la verdad.
En cualquier caso, merecía ser azotado públicamente. Farah le lanzó la
servilleta con indignación.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Él la cogió. —No me quieres, —dijo con ligereza—. ¿Qué importa?


—Yo... bueno... no importa, —tartamudeó Farah, cortando un profano
bocado de pastel.
—¿No, en efecto? —Apuñaló su plato sólo para encontrarlo vacío, luego
miró hacia abajo como si se sorprendiera de haber terminado toda su comida.
Apartando la vajilla vacía, dijo: —¿Qué haría un hombre como yo con un harén
de cortesanas?
—Seguro que no lo sé, —evadió ella—. Pero tal vez una de ellas podría
haberte seducido para hacer algo más que mirar.
Su expresión se volvió seria. —Eres la única mujer con la que me plantearía
acostarme.
Farah parpadeó, congelada en su sitio, sin saber qué decir. Todas las
interpretaciones imaginables de la intención de sus palabras hicieron que su
corazón saltara como un conejo de caza.
—En cualquier caso, muchas de las cosas que se dicen de mí son pura
basura.
—¿Por ejemplo?, le preguntó ella, odiando la nota de falta de aire en su voz.
—Que he matado a más de mil hombres con mis propias manos. Que me
escapé de Newgate doblando las barras de hierro. Que derroté al marido de la
duquesa de Cork en un ataque de celos. Ah, y mi más favorito, que asesiné
personalmente al infame señor del crimen Bloody Rodney Granger con una
pluma.
Farah buscó en su memoria. —Rodney Granger fue asesinado hace treinta
y cinco años.
—Antes de que yo naciera, —confirmó Blackwell, levantando un vaso de
vino tinto a sus labios.
—¿Por qué no refutas estas falsedades, entonces?
Hizo un gesto indiferente, los músculos de su garganta trabajando sobre
un trago. —Son más una ayuda que un obstáculo. Cuanto más me teme la
gente, más poder tengo.
—Eso es terrible.
Él le dedicó una media sonrisa pícara. —Lo sé.
Farah añadió un poco de la cornucopia rellena de crema a su bocado de
pastel. El vino alimentó una vena de imprudencia y ella estiró los labios de par
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

en par sobre su postre, desbordando su boca con una mezcla de dulce


decadencia.
Los ojos de Blackwell, que no parpadeaban, se fijaron en su boca mientras
luchaba por contener la sobrecarga de esponjosa nata montada.
La piel alrededor de sus labios se blanqueó.
Farah buscó su servilleta. Cierto, se la había tirado, porque se lo merecía, y
el maleducado villano nunca se la devolvió.
Encogiéndose de hombros, se pasó un dedo por la comisura de los labios y
lamió la crema con la lengua.
La copa de vino se hizo añicos en su agarre.
Pasó un suspiro antes de que ninguno de los dos reaccionara. El vino se
esparció por el mantel dorado como si fuera sangre de color ciruela. Los
fragmentos de cristal reflejaban la luz de las velas en varios platos.
El ojo de Dorian brilló con una llama negra. No de furia, sino de una
emoción más compleja y oscura. Su nariz se encendió con respiraciones
profundas y desiguales, como un semental que hubiera corrido durante la
noche.
—¡Estás sangrando! —Farah jadeó mientras rezumaban riachuelos de rojo
de su palma apretada y espesaban la mancha de vino con sangre. Se puso de
pie y alcanzó su mano, buscando una servilleta para detener el flujo.
—No. —Blackwell se levantó con tanta fuerza que su silla se inclinó y cayó
al suelo. Se elevó por encima de ella, tirando de la mano herida hacia atrás y
advirtiéndole con un brillo peligroso en los ojos.
Señaló hacia él. —Si no dejas que te vean...
—No te acerques—, gruñó él, con los dos puños aún apretados, uno sin
duda alrededor de un trozo de cristal afilado. —. ¿Está? ¿Claro?
—Yo sólo...
—Nunca.
El hielo de sus órdenes marchitó la poca calidez que había florecido entre
ellos. En su interior, Farah se encogió de hombros, aunque empujó la barbilla
hacia delante. —No tendrás que preocuparte de que vuelva a cometer ese
error, —replicó.
Su labio superior se curvó en una escalofriante mueca. —Procura que no lo
hagas.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡Blackwell! —Tallow se abalanzó por la esquina de la cocina, con un


aspecto muy parecido al de un espantapájaros vestido de lacayo, seguido por
un Murdoch con la cara roja. —O-oímos un -a-a-a...
Al ver la copa de vino destrozada y la sangre, el discurso de Tallow pareció
detenerse indefinidamente.
—Hemos oído un golpe, ¿está bien? —Murdoch tocó a Tallow en el brazo
y Farah no estaba tan distraída como para no notar el gesto protector.
—Hemos concluido nuestra comida. —Dorian hizo el frío anuncio como si
un flujo constante de sangre no goteara de su puño sobre la costosa alfombra
que tenía debajo, y el cadáver destrozado de su copa de vino no hiciera brillar
las sobras—. Ve por la señora Mackenzie y asegúrate de que todo esté
preparado para mañana. —La última de sus órdenes fue dada por encima de su
ancho hombro mientras se daba la vuelta.
—Blackwell, —comenzó Murdoch—, déjame... —Una mirada de su
empleador lo silenció, y luego Blackwell se fue, dejando atrás sólo sombras y
sangre.
***
A Dorian le dolía la mandíbula de tanto apretarla. El temblor de sus manos
no tenía nada que ver con la aguja de gancho que utilizaba para coser la
almohadilla carnosa del músculo que controlaba su pulgar, ya que había
cosido más heridas propias de las que podía contar a lo largo de los años, pero
no parecía poder calmar el temblor.
Después de retirar el trozo de copa de vino incrustado en el músculo, la
sangre había empapado dos vendas improvisadas y había teñido el agua de la
palangana junto a su cama de un color rosa oscuro antes de detener el flujo.
El fuego en su sangre se había sentido como una traición. La fuerza de su
necesidad lo conmocionó. De hecho, conmoción no parecía un término lo
suficientemente fuerte para la energía pura y caliente que le chamuscaba la
piel, pero no podía conjurar otra palabra. Lo cual era extraño, porque había
leído el diccionario y memorizado todas ellas. Y sus significados. Y sus
sinónimos, antónimos, variaciones y conjugaciones.
—Joder, —juró mientras clavaba la aguja demasiado profundamente en el
músculo. Por suerte, había estado bebiendo con la mano izquierda cuando la
excitación le había golpeado con toda la fuerza de un garrote vikingo,
haciendo que su puño se cerrara y el endeble vaso explotara.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Coser una herida con la mano dominante siempre permitía una cicatriz
más limpia.
Si no tuviera tantas heridas. Algunas en las que ninguna puntada había
podido alcanzar la profundidad suficiente para repararlas, por lo que habían
permanecido abiertas y sangrando, supurando hasta envenenar el cuerpo con
su pútrida inmundicia.
Dorian se concentró en el agudo pinchazo de la aguja, en el escozor del hilo
al atravesar la piel y la carne. El dolor le proporcionaba una distracción
inadecuada de la lujuria que le recorría. Atenuaba el persistente dolor en sus
entrañas, pero no lo eliminaba.
Nada lo hacía.
Desde el día en que vio a Farah resplandeciendo como un ángel de plata en
la húmeda y gris bóveda de Scotland Yard, la había deseado. Su cuerpo, que
durante mucho tiempo se había creído inmune a las ataduras de la lujuria,
cobró vida con agitaciones y sensaciones que nunca antes había sentido.
Dorian había aprendido demasiado joven que el amor y la lujuria tenían
muy poco que ver. El amor era puro, desinteresado, bondadoso y consumista.
Era algo natural para alguien como Farah. La lujuria, en cambio, estaba
contaminada y era egoísta. Abrumaba la humanidad de una persona y la
transformaba en una criatura oscura llena de impulsos e instintos.
Las mujeres la utilizaban para manipular.
Los hombres la usaban para dominar. Para humillar.
Incluso ahora, podía sentir el deseo de apretarla debajo de él y demostrarle
su fuerza superior. Reclamar esa boca que tanto le había torturado en la cena
como propia. La crema blanca como la leche que se lamía en los labios y en el
dedo le había evocado imágenes no deseadas de marcar su boca con la
evidencia cremosa de su liberación mientras la lamía con tanto gusto como el
postre.
Farah había tenido razón. Era un villano, un monstruo, un asesino y un
ladrón. Un hombre sin conciencia ni piedad. Su pasado había transformado su
deseo en algo oscuro y desviado.
Le gustaba observarla. Escudriñarla cuando no tenía ni idea de que estaba
siendo observada. Le encantaba cómo su expresión se iluminaba con la
curiosidad desprevenida con la que sabía que había nacido. El modo en que
buscaba las cosas que la intrigaban, la necesidad de tocarlas con las manos y
no sólo con la mirada. La forma en que pasaba los dedos por sus
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

descubrimientos con un placer casi carnal, como si, en su propia manera


inocente, encontrara un deleite sensual por el mundo entero.
La visión le inflamaba más allá de su comprensión. Sus manos delgadas,
pálidas y elegantes y sus dedos inteligentes y ágiles. Explorando.
Descubriendo.
Acariciando.
Su polla se agitó y flexionó, exigiendo algo que no podía dar. En el pasado
había intentado aliviar la necesidad de su cuerpo. Pero incluso la sensación de
su propia mano le repugnaba.
El deseo y el asco se agitaban en sus entrañas, dejando muy poco espacio
para la suntuosa cena que había compartido con Farah, e intensificando el
temblor de sus miembros.
Esta noche sería otra eternidad.
Ya podía sentir la picazón y las punzadas bajo su piel. Luego vendría el
calor. Una tortura febril y palpitante. Su cuerpo y su mente se encontraban en
un punto muerto de deseo y hostilidad. Sus instintos naturales de follar se
vieron superados por los recuerdos de las sombras que se agitaban y la lujuria
violenta. Brutalidad. Impotencia. Debilidad. Gritos. Recuerdos de susurrar un
nombre amado contra el frío y fétido suelo junto a sus desesperados y
sangrantes labios. Se disociaba del dolor. Imaginaba la sensación de una
pequeña mano dentro de la suya. Rizos de rayo de luna hechos de seda. Ojos
como charcos de plata líquida. Una sonrisa con hoyuelos que contenía la luz
del cosmos lejano.
Un deber le había impedido sucumbir a la oscuridad en aquella húmeda y
podrida prisión.
Un voto.
Le había dado la fuerza para liderar, la valentía que transformó en
despiadada, y la desesperación que esgrimió como una espada hasta que sus
enemigos quedaron con la cara en el suelo.
En noches como ésta, antes de que ella durmiera bajo su techo, Dorian
renunciaba a intentar dormir. Si reclamaba el sueño, también lo harían las
sombras, clavándose en su psique hasta que se despertaba sudando y gritando,
con una espada en la mano. Otras noches, las llamas le lamían en lugar de las
sombras. Le desgarraban la piel y lo sujetaban con su garra desgarradora hasta
que se despertaba con la vergüenza húmeda de su liberación ensuciando las
sábanas.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

En esas mañanas, se bañaba en agua hirviendo, restregando hasta que las


llamas se apagaban, hasta que su piel estaba roja y en carne viva y sangraba.
En lugar de dormir, se dedicaba a vagar por los pasillos, y normalmente
acababa en la biblioteca para refugiarse en un libro.
Dorian miró su cama, pulcramente hecha y volteada para su comodidad.
Las sábanas rojas le recordaban constantemente la sangre que había
derramado. De la sangre que perdió.
De repente no quiso mirarla, y mucho menos meterse entre las sábanas.
Esta noche no sería forraje para los terrores del pasado.
Al terminar la última puntada, Dorian inspeccionó su obra. Se curaría y
cicatrizaría bien.
Una cicatriz diferente le llamó la atención, y pasó un dedo por la herida ya
cicatrizada. Tenía que asegurarse de que ella nunca viera esto, porque
expondría un secreto que nunca podría revelar.
Porque podría ser la destrucción de ambos.
Dorian envolvió la herida mientras se dirigía a la puerta. Esta noche no
dormiría.
Esta noche, él observaría.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DOCE

Unas pesadas nubes amenazaban con empapar el día de la boda de Farah.


Había luchado contra la atracción del sueño hasta muy tarde, por lo que no se
había despertado hasta el mediodía, lo que generalmente la habría angustiado.
En lugar de eso, se tumbó bajo el acogedor cubrecama y observó cómo las
nubes de tormenta se arrastraban unas sobre otras en su prisa por llegar a la
orilla, congregadas por el viento y chocando como niños revoltosos en el patio
de un colegio.
Alcanzando un vaso de agua en la mesilla de noche, se detuvo, observando
cómo el sillón de respaldo alto se apoyaba en la cama. ¿Lo había acercado
tanto cuando se acostó? No lo creía, pero la noche anterior había estado
bastante distraída, pensando en los acontecimientos de la cena.
Había descubierto otra grieta en la fachada de Dorian Blackwell, una
bastante grande. Una grieta en la armadura de hielo que cubría su humanidad.
A pesar de su aversión al tacto, y a pesar del juramento que les unía a ambos,
los ojos de Blackwell se sintieron atraídos por ella. Su cuerpo respondió a la
vista de su boca. Su lengua. Verla comer, disfrutar, lamerse los dedos y los
labios, esas cosas lo inflamaban.
Farah no había querido atraerlo con sus acciones sobre el postre. Pero
sabía que lo había hecho, había visto el calor en sus ojos. La alarma. La pasión
acumulada.
Y su cuerpo no era el único afectado por lo que fuera que había entre ellos.
Algo se había despertado dentro de ella también. Algo que antes faltaba, o
quizás simplemente estaba latente todo este tiempo. Esperando la mezcla
perfecta de sombra e intriga para sacarlo a la luz. Algo perverso y juguetón
compuesto a partes iguales de curiosidad y conocimiento femenino. De
timidez y deseo.
Todo lo que sabía era que cobraba vida bajo la inescrutable mirada de
Dorian Blackwell. Él la observaba con una intensidad que ella nunca había
visto, y ella quería llenar su insaciable mente con imágenes que probablemente
no olvidaría.
Los impulsos la asustaron. La exaltaron. Le robó el aliento y aceleró su
corazón hasta que le dio una patada contra las costillas.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Esta noche. Su noche de bodas. ¿Sería capaz de llevarla a cabo?


¿Podría ella?
Murdoch llegó con un vestido de impecable seda color crema, ribeteado en
el cuello y las mangas con un costoso encaje hecho a mano y adornado con
nada más que una interminable hilera de botones de perlas que iba desde el
alto escote hasta la cintura, donde la falda se acampanaba y caía en capas
simples y elegantes.
Farah reconoció el vestido, ya que había estado colgado en su propio
armario en Londres, donde había pensado que, si su matrimonio se ponía en
duda, podría presentar el sencillo vestido para corroborar su historia.
No estaba destinado a ser un vestido de novia, lo sabía, pero le había
llamado desde un escaparate en el Strand, y se había perdido en el momento
en que su mano se había posado sobre la seda nacarada.
Blackwell había estado en su armario. Había tocado sus cosas. Una imagen
de él pasando sus ásperas manos por su ropa, por sus sedosas prendas
delicadas, se agitó en su mente, y tuvo que concentrarse con mucho cuidado
en vestirse y en su conversación con Murdoch, para que él no adivinara la
dirección que habían tomado sus pensamientos.
Se recogió el pelo en un moño trenzado en la coronilla y dejó que algunos
tirabuzones cayeran sobre la mejilla y el cuello. Si no estaba preparada para
casarse, al menos lo parecía.
La capilla del castillo de Ben More estaba árida por el desuso, y Farah
anunció su presencia con un estornudo que perturbó el velo de encaje blanco
que Murdoch había preparado para ella.
Ninguna música de preludio les precedió a ella y a Murdoch por el pasillo,
sólo el sonido de sus tacones sobre las viejas piedras, el staccato de la fuerte
lluvia que empezaba a caer contra el techo y el palpitar de la sangre en sus
oídos.
Murdoch susurró algo que ella no llegó a captar, pero Farah asintió con un
movimiento de cabeza, y él pareció tomarlo como una respuesta aceptable.
La mezcolanza de parias del castillo se alineaba en el primer banco más
cercano al altar, desnudo y en gran parte inutilizado, frente al cual se
encontraba un joven sacerdote de aspecto bastante atareado. Sus gafas
redondas descansaban en un ángulo torcido sobre su nariz, y su rebelde pelo
rojo sobresalía de tal manera, que a Farah le recordaba a los pollitos cuando
empezaban a perder la pelusa en mechones desordenados.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Los hombres se pusieron de pie cuando entraron, y Frank bendijo cortés e


inapropiadamente su estornudo con su voz atronadora. Vestido con un traje
que debía de sentarle bien en los días en que consumía menos pasteles,
jugueteaba con su corbata torcida mientras, a su lado, Tallow observaba su
firme progresión por el pasillo, no de cara a la novia, sino a Murdoch.
Farah contó a otros cinco miembros del personal de la casa, junto con el
jefe de cuadra, el señor Weston, y su mozo de cuadra. El jardinero, un hombre
de ojos inquietos con un nombre que sonaba a griego, y un par de rostros más
con los que Farah no estaba familiarizada.
Agradeció que sus expresiones estuvieran borrosas tras el velo y que éste
ocultara también las suyas. Ayudaba a ocultar el hecho de que aún no lo había
mirado.
Su novio permanecía inmóvil a la derecha del sacerdote, una figura alta y
ancha envuelta en negro. Se veían las sombras y los ángulos de su fuerte
mandíbula y su pelo de ébano, pero poco más. Farah descubrió que el velo
facilitaba toda la experiencia. Podía fingir que hoy era un día feliz, largamente
esperado y lleno de palabras como esperanza y promesa y futuro, en lugar de
estar ensombrecido por la venganza, el deber y el pasado.
Al llegar al sacerdote, Farah se volvió para mirar a Dorian una vez que
Murdoch la había entregado. Ambos permanecieron en silencio durante la
ceremonia, inmóviles a no ser por las temblorosas piernas de ella, mientras el
sacerdote recitaba solemnemente las escrituras con un ligero acento escocés y
se ajustaba las gafas suficientes veces como para calificar su comportamiento
de obsesivo.
Cuando el sacerdote pidió el anillo, Frank se adelantó agarrando por
ambos lados una pequeña caja de madera como si les presentara el Santo Grial.
Blackwell abrió la caja y extrajo del terciopelo negro un anillo de oro
blanco adornado con un único diamante en forma de lágrima. Bueno, una
lágrima sólo si Goliat lloró alguna vez. O Cíclope, tal vez.
El enorme diamante no era blanco, sino de un gris plateado que captaba
cada faceta de la luz tenue que se filtraba por las ventanas de la capilla, su
brillo subrayado por sombras más oscuras que hacían que el resplandor fuera
más brillante.
—Es precioso, —dijo ella, extendiendo su temblorosa mano izquierda.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dorian la levantó con sus dedos revestidos de cuero negro para que captara
la luz. —Los diamantes grises son los más raros y valiosos del mundo, —
dijo—. Me pareció apropiado que tuvieras uno.
Si no estuviera en medio de su propia ceremonia de boda, Farah habría
resoplado. Por supuesto que pensaría que la esposa del Corazón Negro de Ben
More debería tener un anillo obscenamente caro para demostrar su riqueza y
poder a todo el mundo. Independientemente de la razón, Farah tuvo que
admitir que se alegraría de llevarlo, ya que nunca había tenido algo tan bonito
o valioso en su vida.
—Bueno, ponle la maldita cosa en su maldito dedo, muchacho, todos
vamos a morir con la cara morada si nos vemos obligados a aguantar la
respiración mucho más tiempo. —La impaciente indicación de Murdoch
rompió el hipnotizante hechizo del anillo, y Blackwell estudió sus dedos
extendidos.
Lanzó a Murdoch una mirada oscura y el sacerdote se estremeció ante la
blasfemia del anciano, pero todos observaron en fascinado silencio cómo
Dorian se preparaba visiblemente. Pellizcando el fondo y el diamante entre el
pulgar y el índice, deslizó el anillo en la mano de ella con apenas un roce de su
guante de cuero, antes de volver a cerrar el puño.
Farah se enteró de que Dorian había decidido renunciar a un anillo, como
era la prerrogativa del marido, y siguieron con la ceremonia. Su mente se
dirigió a otra boda, en una pequeña y polvorienta iglesia diferente. A ésta sólo
asistieron las dos almas que querían unir sus destinos. Farah se alegró de que
esta ceremonia fuera cristiana en lugar de la moda más arcaica como la de ella
y Dougan. Ella no podría haber dicho esas palabras a otro.
—¿Aceptas a esta mujer como tu legítima esposa...
Sois sangre de mi sangre, y hueso de mi hueso.
El —sí quiero— de Blackwell fue más decisivo que el de ella. De hecho,
cuando pronunció las palabras, podría haber estado respondiendo a una
pregunta como: —¿Te importaría sentarte al lado del Marqués de Sade y
hablar de literatura?
Pero contaba, y antes de que ella se diera cuenta, el sacerdote los declaró
marido y mujer. Las últimas palabras, leídas en voz baja desde su Biblia, le
produjeron pequeñas sacudidas de temor y deseo.
—Y los dos serán una sola carne: así que ya no son dos, sino una sola
carne...
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Os doy mi cuerpo, para que los dos seamos una sola carne.
Una sola carne, decía la Biblia. Unidos. Unida. Las justas palabras hicieron
que un húmedo torrente de calor se extendiera como un pecado entre sus
piernas. Esta noche estarían unidos por algo más que palabras. Sus dos
cuerpos se moverían como uno solo. Seguramente esos pensamientos
perversos eran blasfemos en la iglesia. Farah miró la forma oscura de Dorian
Blackwell. Por supuesto, cuando uno se casaba con el diablo, ¿qué era una o
dos blasfemias más?
—Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre...
Os doy mi espíritu, hasta que nuestra vida se acabe.
—Amén, —asintió Dorian.
—Amén, —se hizo eco la congregación.
—Um, Sr. Blackwell, señor, esa parte del canon no requiere un amén.
—Para mí, sí.
—Bueno, entonces, supongo que... puedes besar a tu novia.
Dorian tardó una eternidad en levantar su velo. Y otro para inclinarse hacia
ella, sus ojos dos charcos desiguales de determinación.
Farah se mantuvo perfectamente inmóvil, como si un tic muscular pudiera
hacerle cambiar de opinión. Ambos respiraron con fuerza, aunque la
inhalación de él fue más profunda que la de ella. Él olía a jabón y especias con
un toque de humo de madera, como si las llamas del infierno hubieran
chamuscado su traje a medida.
Sus labios se separaron un suspiro por encima de los de ella. Su aliento
rozaba la boca de ella en suaves ráfagas. Ella podía leer el anhelo en sus ojos.
La duda. La necesidad. El pánico. Y ella hizo lo que él necesitaba que hiciera.
Cerró la infinitesimal brecha que los separaba con un leve estiramiento del
cuello y apretó su boca contra la de él en un beso casto pero innegable.
Sus labios estaban cálidos, duros y quietos, pero no se apartó. De hecho, no
se movió hasta que ella se apartó y se volvió hacia un sonriente Frank, sin
perderse el subrepticio manotazo que Murdoch se dio en los ojos llorosos con
el pañuelo que Tallow le había apretado en la mano.
Farah lo había hecho. Era la señora de Dorian Blackwell. Para bien o para
mal.
Hasta que la muerte los separara.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

***
La polla de Dorian estaba dura. Se apretaba contra la tela de sus
pantalones a medida con una persistencia dolorosa que hacía que caminar
fuera un maldito inconveniente. Le preocupaba que no lo estuviera, que la
sangre que corría por sus oídos y latía en su pecho y garganta no dejara
suficiente para su virilidad.
Ya había sucedido antes.
Pero, aunque había tomado legalmente a Farah como esposa, no podía
llamarla realmente suya hasta que reclamara su cuerpo y plantara su semilla
en su vientre. Ella lo sabía, lo exigía. Y también lo sabía su polla.
Permaneció fuera de la habitación de Farah durante lo que pudieron ser
unos minutos, o tal vez una hora, con el pomo de la puerta agarrado a su
guante de cuero.
Ella era suya, su nombre ya no estaba ligado al pasado, sino a él. La dulce e
inocente chica que se había convertido en una leyenda de Newgate, ahora una
mujer indeciblemente deseable a punto de ser mancillada por su cuerpo
corrupto, repelente y vil.
No podía dejar que la tocara. O mirarlo, incluso. Se sentiría asqueada,
disgustada, o algo peor.
De todas las cosas que Dorian había codiciado, una noche de bodas nunca
había estado entre ellas, y sin embargo, aquí estaba. ¿Pero qué hay de su novia?
¿Había soñado con este día, con esta noche? ¿Tenía expectativas misteriosas y
románticas de las exploraciones virginales de un tierno amante? ¿O había
aceptado que él era incapaz tanto de amar como de ser tierno? Su mujer no era
tonta. Había aceptado casarse con el Corazón Negro de Ben Moro. Un hombre
que no daba nada. Sin compasión y sin piedad. Un notorio ladrón que sólo
tomaba y sólo cuando le complacía hacerlo.
Había hecho la promesa de tomarla esta noche, y Dorian Blackwell
siempre cumplía sus promesas.
Farah había pasado inquieta y se había instalado en la ansiedad hacía
media hora. Al principio, se había colocado en un bonito cuadro sobre su
mantel azul y crema con un libro, con el primer o los dos primeros botones de
su cuello alto desabrochados y la falda extendida sobre sus piernas en un
charco de seda. Se imaginó posando para un cuadro de Marie Spartali
Stillman, serena y misteriosamente distante, pero accesible.
Eso había durado sólo cinco minutos.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Se bajó de la cama, encendió velas y las colocó en varias superficies de la


habitación, con la esperanza de proyectar la cantidad justa de luz dorada y
favorecedora. Una vez hecho esto, se colocó en el borde de la cama, con las
manos cruzadas en el regazo, y decidió no mover un músculo hasta que él
entrara.
Oh, vaya, ¿y si se suponía que debía ir hacia él? ¿Y si, incluso ahora, él la
esperaba en su propia guarida? No habían discutido realmente los detalles
después de la comida que ninguno de los dos había tocado, mientras
escuchaban el sonido de la alegría masculina a su alrededor.
Un Murdoch ligeramente borracho la había acompañado hasta aquí,
anunciando en voz alta que había estado esperando este día durante décadas y
ya era la maldita hora de que ella y Dorian aprovecharan su felicidad, y la del
otro.
Farah sabía lo suficiente como para no discutir con un escocés en sus
copas, así que se negó a recordarle que ella y Blackwell sólo se conocían desde
hacía unos días, y que ninguno de los dos estaba especialmente contento con
el matrimonio.
Sin embargo, ella no era infeliz, lo que la sorprendió. Uno esperaría sentir
una inquietud morosa por un matrimonio así. Pero no era así. De hecho, se
sentía sorprendentemente tranquila, incluso esperanzada. Casi como si...
como si...
Si Dorian Blackwell no apareciera pronto, se volvería loca de remate.
¿Y si no acudía a ella esta noche? ¿Y si le había mentido cuando le había
prometido conseguirle un hijo?
No me importa mentirte para conseguir lo que quiero.
Oh, ella lo desollaría vivo. Si Dorian Blackwell pretendía dejarla plantada
en su propia noche de bodas, tenía más que un par de cosas que decir al
respecto. Farah se paseó por el suelo durante unos minutos, organizando su
perorata en puntos específicos y cronológicamente importantes, el último de
los cuales comenzaba con y además, porque cuando uno predicaba una
afirmación con eso, era imposible ignorarla. Incluso si eras el maldito Corazón
Negro de Ben More.
Después de haber acumulado una cantidad suficiente de justa indignación,
se dirigió a la puerta.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ésta se abrió de golpe, sin que su cara se viera golpeada por unos
centímetros.
Farah gritó.
Blackwell se quedó mirando.
—¿Qué crees que estás haciendo?, —preguntó.
—¿Adónde crees que vas?, —dijo él al mismo tiempo.
Ella respondió primero. —Iba a buscar a mi marido.
—Bueno, aquí estoy, —dijo él con una mirada divertida alrededor de su
habitación, moviendo la nariz ante el aroma a agua de rosas que ella había
rociado en las almohadas y curvando el labio ante las velas cuidadosamente
colocadas.
—Podrías haber llamado a la puerta, —indicó Farah, sin querer mostrar el
dolor que se apoderaba de su pecho.
Blackwell entró en su habitación, obligándola a dar un paso atrás. —Seré
hombre muerto antes de llamar a una puerta en mi propio castillo.
—¿Y si no estuviera preparada?
La miró con esos ojos. Unos que podían estar tan llenos de misterio y
llamas. Que podían estar tan muertos y fríos.
Como ahora.
—No hay preparación para lo que vamos a hacer. —Pasó junto a ella, sin
apenas echarle una mirada de evaluación, y reclamó el asiento junto a su cama
como si fuera suyo. Y así era, por supuesto. Las sombras se reunieron cerca de
él como solían hacerlo, a pesar de las velas que ella había colocado con tanto
cuidado. Una fría amenaza y un elemento peligroso e inestable se desprendían
de él y llegaban hasta ella como la niebla que cubre las costas de las Tierras
Altas una mañana, ocultando los peligros de la antigua roca volcánica y las
formas de los depredadores.
Para un depredador que era, eso nunca había estado tan claro como en este
momento.
—Ahora, —dijo con esa voz profunda y fría, examinando el fino cuero de
sus guantes ajustados—. Quítate el vestido.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO TRECE

Farah se aferró al corpiño de su vestido, aunque los botones seguían


haciendo su trabajo, y miró fijamente al hombre grande y moreno de la silla.
Él respondió a su mirada con la suya propia. —¿Ya te lo estás pensando,
querida?— El cariño no era tal, y ambos lo sabían. Sus palabras eran un
desafío, una respuesta a la que ella había lanzado inicialmente. Ella le había
ofrecido su cuerpo, casi le había exigido que lo tomara, y ahora él había venido
a cobrar.
Sería temerario pensar que él se lo pondría fácil.
Farah levantó la barbilla. —No. Simplemente pensé que querrías
quitármelo tú mismo.
Estaba jugando a un juego peligroso, y vio ese peligro en los ojos de él. —Si
ese fuera el caso, te lo habría arrancado inmediatamente. Deja de dar rodeos y
quítatelo. Quítate. Tu. Vestido.
Por supuesto. Él querría mirar. Le excitaba. Le excitaba.
Muy bien, Sr. Blackwell, pensó Farah. Mire esto.
Dorian se dio cuenta de que fingía que no era el temblor de sus dedos lo
que robaba la destreza a sus movimientos. Intentó mantener la mirada de él
fija en sus ojos desafiantes, en los que parpadeaban pequeñas nubes grises de
tormenta, pero Dorian no consiguió dejar de devorar visualmente cada indicio
de piel que revelaba cada liberación de un botón. La delgada columna de su
garganta. La suave extensión de carne delgada se extendía sobre su pecho y
clavículas, tan llenas de terminaciones nerviosas.
Se tomó su tiempo, maldita sea.
La luz de las velas besaba su cabello plateado y su piel cremosa de marfil
con oro, como si el rey Midas hubiera cedido a la tentación y la hubiera tocado
con sus dedos malditos.
El remordimiento trató de lamerle, de agitar la humanidad enterrada en lo
más profundo bajo las capas de codicia, autodesprecio, violencia, odio e ira
que amurallaba dentro de aquella impenetrable envoltura de hielo.
Era Farah. Su esposa. ¿Debía convertirla en un objeto?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Otro botón se liberó, dejando al descubierto el primer indicio de su pecho.


La pregunta era: ¿Podría detenerse si quisiera?
Dorian ya sabía la respuesta.
Ni por todo el dinero y el poder del imperio.
Mientras ella dejaba al descubierto el valle de sombra que había entre sus
pechos, Dorian sintió la embriagadora mezcla, casi química, de emoción y
vergüenza que imaginaba que torturaba a los opiómanos de cintura que
rondaban los callejones de las tiendas de inmigrantes chinos del East End.
Su cuerpo iba a conseguir algo que anhelaba. Ardía por ello. Gritaba con la
intensidad de su necesidad.
Y se odiaría a sí mismo por la mañana.
Diablos, probablemente ella también lo odiaría. Pero ella había conseguido
desabrocharse los botones hasta el ombligo, y Dorian vio un pezón que se
perfilaba en la perfección de las puntas rosadas contra la fina seda blanca de
su chemise, que se le presentaba con el corsé bien atado. Todo pensamiento
coherente se disipó como la niebla ante los rayos del sol, y todo lo que le
rodeaba desapareció excepto ella. Su próximo aliento dependía de que se
liberara el siguiente botón. La siguiente extensión se revelaba para que él la
consumiera como un hambriento.
Quería detenerla. Exigirle que continuara. Pero a pesar de toda su
compostura, las palabras se habían perdido para él, la comunicación estaba
más allá de su capacidad. Todo lo que podía hacer era sentarse impotente y
esperar su próximo movimiento. Observar.
A Farah le resultaba extraño que cuanto más revelaba, más audaz se volvía.
Quizás tenía algo que ver con la forma en que los guantes de Blackwell
agarraban los brazos de la silla cuando dejaba que su vestido se deslizara por
sus curvas y se encharcara a sus pies. O con el resplandor de sus fosas nasales
cuando ella levantó la mano, consciente de cómo la acción elevaba aún más sus
pechos por debajo de su chemise transparente, y se quitaba las horquillas del
pelo, una a una.
Desenredó la pesada trenza que le caía sobre el hombro, sacudiendo los
rizos para que cayeran hasta los codos.
Farah se dio cuenta de que Blackwell se resistía, pero el deseo comenzó a
derretir el hielo de su mirada, haciendo que sus párpados cayeran

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

pesadamente sobre sus ojos y que sus labios se separaran para permitir la
aceleración de su respiración.
Ella dudó sólo un momento antes de moverse para desatar sus cordones.
—No lo hagas, —le ordenó él—. Todavía no.
Blackwell era una estatua, si no fuera porque se levantó la chaqueta con
movimientos profundos y agitados. Sus ojos recorrieron la extensión de la
carne de ella expuesta con toda la destreza tangible de una caricia, marcando
su camino hasta la cintura de sus calzones.
—Consigue deshacerte de ellos. —Su voz apenas reconocible ahora, llenó
su pecho como si fuera a detener las pequeñas sacudidas de músculo que ella
podía ver junto a su ojo, debajo de su cuello, en sus dedos.
Con el corazón latiéndole salvajemente, Farah metió los pulgares en la
banda de sus calzones, preparándose para bajarlos.
—Espera, —dijo entre dientes apretados.
Farah se detuvo.
—Date la vuelta.
Desconcertada por la petición, cumplió en silencio, decidida a seguir sus
instrucciones. De alguna manera comprendió que si Blackwell se sentía en
control, sería más probable que siguiera adelante con esto. Farah estaba
preparada y no preparada. Con miedo y sin miedo. Avergonzada y
envalentonada. La necesidad que acechaba bajo el escalofrío de sus ojos la
llevó a abandonar su modestia característica. Era demasiado mayor para la
timidez virginal, había visto demasiados horrores que este mundo imponía a
los demás.
Los hombres eran criaturas visualmente estimuladas, y las mujeres eran
encantadoras. Parecía natural que Blackwell sintiera el deseo de mirar lo que
le resultaba difícil tocar. Comprendió que para concebir la familia que ella
deseaba, tenía que incitarle a hacer algo más que mirar, y eso era su
prerrogativa. Llevarlo a un lugar donde el deseo superara el miedo, donde el
instinto animal de apareamiento controlara las maquinaciones del cuerpo.
Así pues, se enfrentó al fuego que había en la chimenea, cerró los ojos,
respiró hondo y se inclinó para ponerse los calzones por debajo de las caderas.
—Despacio. —Siseó la orden.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Sin embargo, Farah se dio cuenta de que su plan entrañaba un riesgo,


mientras deslizaba lánguidamente los calzoncillos sobre la protuberancia de
su cadera y bajaba por los temblorosos músculos de sus muslos. Que un
hombre como Dorian Blackwell se volviera lo suficientemente loco de lujuria
como para romper los lazos del pasado.
También podría estar impulsado a romperla a ella.
Dorian había estudiado a menudo la forma femenina en todas las
modalidades, desde las pinturas hasta las prostitutas. Las había visto todas.
Apreció algunas, a pesar de sí mismo. Pero nada podría haberle preparado para
la visión del cuerpo de Farah, una silueta oscura e impecable sobre el fondo de
las llamas.
Su débil ojo desdibujó los detalles en el contraste directo con la luz del
fuego, por lo que el instinto le llevó a inclinarse más cerca. Ella se ensanchaba
en todos los lugares en los que una mujer debería hacerlo, sumergiéndose para
crear curvas que eran la suave respuesta a los duros ángulos de un hombre.
Como estaba encorvada, su culo estaba tan expuesto a él, que el leve
contorno de su feminidad era un oscuro secreto en la escasa luz.
A Dorian se le secó la boca. Su corazón se aceleró como un semental en el
último sprint hacia la línea de meta. Imposiblemente más rápido. Llevado al
límite de su capacidad. Su respiración entraba y salía de su pecho en ráfagas
apretadas y dolorosas, ardiendo como cuando corría en invierno. Escarcha y
calor. Hielo en su sangre y fuego en sus entrañas.
Hacía casi veinte años que nadie le había tocado de una forma que no fuera
para causarle dolor. Para humillar, incapacitar y controlar. Hacía el mismo
tiempo que no utilizaba sus manos con un propósito que no fuera la defensa,
la violencia o la dominación.
La piel de Farah. Su piel impecable, sin marcas. Libre de cicatrices,
marcada por nadie, y que le pertenecía a él.
Por fin.
¿Cómo podría un hombre atreverse a profanar una piel tan inmaculada con
su tacto?
¿Cómo podía evitar hacerlo?
Los guantes de Dorian crujieron mientras se sujetaba físicamente a la silla.
No estaba seguro de qué impulso le obligaba más, si el de agarrarla o el de
huir.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Así que se sentó. Y observó. Saboreando los tortuosos y lentos


movimientos de su cuerpo como había disfrutado de su postre la noche
anterior. El placer no se limitaba a su lengua, sino que era una experiencia
visceral y completa.
Dorian nunca en su vida había sentido tanta expectación ni había
encontrado tanto placer como ella por su pastel y su crema. Ni en su riqueza,
ni en su lujo, ni en la victoria sobre sus muchos enemigos. No hasta este
momento, cuando la redonda y apretada curva de sus caderas y su culo se le
presentaban como el botín de guerra.
Y sin embargo, no podía reclamarla, porque la batalla no había terminado.
Se libraba dentro de él. Había sangre, bajas, pérdidas de terreno y ganancia de
ventaja. Era violenta. El resultado era incierto.
Así que se sentó.
Y observó.
Farah hizo todo lo posible por ignorar el susurro del aire frío contra los
pliegues húmedos y cálidos de su cuerpo mientras se quitaba y se deshacía de
sus calzones. Levantando el torso, sus inestables dedos arrancaron los lazos de
sus ligas para deshacerse de las medias de color crema.
—Déjalas, —raspó.
Ella se enderezó, vestida sólo con el corsé, la camisa y las medias, sin saber
qué hacer a continuación.
—Túmbate en el borde de la cama, —le ordenó con firmeza.
Su mirada se dirigió a la cama, un mueble cómodo, finamente decorado y
bastante inocuo. A menos que se supiera que la próxima vez que la dejara,
cambiaría para siempre.
Aunque, a decir verdad, Farah se sintió aliviada de que Dorian le informara
lo que quería de ella, ya que no tenía ninguna habilidad ni práctica en el arte
de la seducción, y se sentía bastante perdida hasta que él dio sus órdenes.
Un extraño y cambiante equilibrio de poder. Su instinto femenino le decía
que dominaba cada sinapsis de su cerebro, cada latido de su corazón mientras
llevaba a cabo sus peticiones, pero una vez que terminaba, el control volvía a
él y ella contenía la respiración en espera de su siguiente demanda.
Se dirigió de puntillas a la cama, con las piernas inestables, y bajó con
cautela para sentarse en el colchón. Buscó su mirada para tranquilizarse, pero
él se fijaba en los finos mechones de pelo dorado en el vértice de sus muslos,
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

como si las respuestas a los misterios del universo pudieran encontrarse entre
sus piernas.
Farah se quedó helada, con el miedo real bloqueando su garganta por
primera vez. Incluso cuando estaba sentado, Blackwell se las arreglaba para
imponerse. Incluso cuando estaba en silencio, amenazaba. Aunque las velas
iluminaban su alto y ancho cuerpo, parecía un espectro de músculos,
oscuridad y sombra.
Ella había estado equivocada hace un momento. Tan equivocada.
Cualquier control que había imaginado que tenía había sido una ilusión.
Dorian Blackwell nunca permitía que nadie más lo ejerciera en su presencia.
Se enfrentó a él, preguntándose qué vendría después. Entendía la
culminación, sabía dónde terminaba esto. Pero él necesitaba llegar a ella,
culminar dentro de ella.
—Recuéstate. —Su voz era como el azufre que rastrilla las almas de los
condenados—. Abre las piernas.
Eso fue todo. Temblando, Farah se tumbó lentamente sobre su espalda. Sus
dedos se aferraron en las mullidas mantas a sus costados como si pudiera
encontrar valentía en sus costuras, y cerró los ojos, incapaz de mirarle.
Sintió los ojos de él sobre ella mientras estiraba su cuerpo sobre la cama.
Sabía que él la miraba en lugares que ningún otro hombre había visto.
Apoyando los talones en el marco de la cama, respiró profundamente y
separó las rodillas.
A medida que transcurrían los segundos de silencio, Farah abrió los ojos y
miró el dosel. Su marido era realmente despiadado. Bárbaro.
Imperdonablemente cruel. La dejó así, una inocente desnuda por primera vez
sin consuelo ni cuidado. Recogiendo su fastidio como una capa, se armó de
valor para mirarle.
Lo que vio la congeló y la derritió a la vez.
Entre el valle de sus pechos y la V de sus muslos, Farah vio a Dorian
Blackwell, el Corazón Negro de Ben More, temblar. No sólo un escalofrío, ni
siquiera un temblor. Sino grandes escalofríos que le afectaban la respiración.
Expresiones que ella no había creído que sus brutales rasgos fueran
capaces de producir se sucedían rápidamente en su rostro, desapareciendo
antes de que ella pudiera identificarlas todas. Anhelo. Aprehensión. Privación.
Frenesí. Control. Desesperación. Lujuria.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Adoración.
Ella pronunció su nombre y su cabeza se dirigió hacia ella. —Ven a mí, —
aventuró—. Dime qué hacer.
Él negó con la cabeza, pero sus ojos permanecieron fijos en ella. —No estás
preparada,— dijo sin mover la mandíbula apretada.
—Lo estoy, —le animó ella—. Quiero...
—Necesitas... estar... mojada. —Cada palabra suya sonaba como un parto,
como si le causara dolor.
Farah frunció el ceño. No podía evitarlo. Era un trabajo angustioso seducir
a un marido que no quería ser seducido, desnudarse ante un hombre por
primera vez, todo ello sin la excitación de sus labios ni ningún consuelo
tranquilizador. —¿Cómo puedo...?
—Placer, —gruñó él—. Tócate.
Farah sabía exactamente a qué se refería. Lo había sentido en la bañera
cuando se había lavado para él, esos primeros impulsos húmedos de placer, la
humedad que brotaba de su cuerpo. Necesitaba volver a sentirlo.
Sacando las yemas de los dedos de donde las había clavado en la ropa de
cama, Farah dejó que la curva de una uña recorriera la sensible piel de su
pecho.
Sus ojos se encendieron.
Su cuerpo respondió.
Más dedos se unieron a los primeros, recorriendo la curva de su pecho, más
plano ahora que estaba de espaldas, el pezón seguía sobresaliendo hacia
arriba, insistente como siempre. Luego llegó al borde del corsé, también de
seda color crema, y jugueteó con la barrera antes de sumergirse bajo ella.
Farah no podía creer lo que estaba sintiendo. El estremecimiento de las
sensaciones, el susurro húmedo de placer por venir. Ya no le importaba que él
pudiera ver, que estuviera mirando. Farah quería que él lo hiciera. No sólo era
una virgen tímida, sino una exhibicionista audaz, y en cierto modo eso hacía
que todo esto fuera mucho más tentador.
Ante el sonido que escapó de sus labios separados, Blackwell perdió por
completo la mirada fría y observadora de un ave de rapiña y ganó la ferocidad
de una bestia. De sangre caliente. Al acecho. Al acecho. Esperando para saltar.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Con los dientes desnudos en una mueca de placer y dolor, se esforzó como si
luchara contra un monstruo con la fuerza de su propia voluntad.
Era su jaguar negro, y podría destrozarla.

Dorian sabía que él temblaba más que ella cuando su mano se alejó de la
perfección de sus pechos y bajó por la inflexible extensión de su corsé. Su
tacto ligero y sus dedos suaves siguieron el camino iluminado por las velas
hasta sus caderas, y más abajo.

¿Podría él tocarla así? ¿Con esa necesidad de dominación que le corría por
las venas? ¿Podría él aprender esa suavidad, esa gentileza, viéndola actuar
sobre sí misma?
Porque seguramente no podía permitir que ella le tocara su carne de esa
manera.
Seguramente, ella no querría hacerlo. No si alguna vez la mirara.
Ella se rebelaría, y él sería rechazado. De eso no tenía ninguna duda.
Hermosa. Era tan jodidamente hermosa. Sus muslos eran largos y cremosos
cilindros de músculo pálido y tenso. Los lazos azules de sus ligas lo llevaron al
borde de la cordura.
Su sexo. La carne rosada y bonita anidada entre una ligera capa de rizos
rubios. Se le hizo la boca agua. Su sangre rugió. Su polla palpitaba detrás de
los pantalones en un rítmico e incontrolado apretón y liberación de músculos.
Los curiosos dedos de ella se detuvieron antes de sumergirse por debajo
del suave vello. Cuando encontró sus pliegues femeninos, ella jadeó.
Dorian dejó de respirar.
Ella probó ese lugar ligeramente, encontrando un lugar que temblaba y
palpitaba en el vértice de esa piel flexible. Dorian se sintió sobrecogido
cuando los músculos femeninos de la mujer se apretaron al mismo ritmo que
sus propias entrañas. Él podía verlos trabajar a través de la piel única de su
sexo. Sus caderas giraban con pequeños movimientos instantáneos, y la
respiración de ella se entrecortaba en suspiros de agradecimiento.
Si Dorian fuera un hombre menor, no acostumbrado a la paciencia, al
tormento y la agonía, habría liberado su semilla en ese momento. Pero lucho

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

contra su orgasmo, pensando en las manos de ella sobre su carne repulsiva,


dejando que el miedo arrojara hielo a las llamas.
Entonces ella separó la hendidura interior, se sumergió allí y dejó escapar
un gemido que podría haber excitado al propio Eros. Su dedo salió reluciente
cuando lo acercó al nódulo que parecía exigir más atención que cualquier otro
lugar. Cuando pasó la humedad por él, sus músculos se tensaron y echó la
cabeza hacia atrás sobre el cubrecama, soltando un sonido tan visceral que la
voluntad de Dorian se quebró.
Y se lanzó.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO CATORCE

Un sonido animal advirtió a Farah un momento antes de que Blackwell le


agarrara las manos y las inmovilizara en la cama a los lados.
Su rostro se cernía sobre el de ella mientras se inclinaba por la cintura
desde donde se encontraba entre las piernas abiertas de ella. Tenía la mirada
salvaje de un hombre que está a punto de perder su mayor batalla, pero que no
está dispuesto a soltar su arma.
—Te voy a dar una oportunidad, —amenazó—. ¿Entiendes? Una
oportunidad para negarme, para detenerme. Así que considera esto
cuidadosamente, esposa. ¿Es esto lo que quieres? —Volvió su ojo azul hacia
ella, ofreciéndole una mirada más cercana a la cicatriz enfadada.
Si él la hubiera tratado así en cualquier momento anterior, ella podría
haber retrocedido. Pero ahora su cuerpo había despertado sus deseos más
primitivos. La necesidad y el calor bullían en su interior y superaban el temor
que debería sentir. Pocos hombres habían estado tan cerca del Corazón Negro
de Ben More y habían sobrevivido.
¿Lo haría ella?
Farah se enfrentó a su mirada herida con absoluta convicción. —Quiero
que... me tomes.
—Entonces que Dios nos ayude a los dos.
Sus ojos oscuros brillaron un instante antes de que su dura boca se clavara
en la de ella. Su beso se sintió como un castigo, pero no podía estar segura de
por qué. ¿Porque la deseaba? ¿Porque ella le deseaba a él?
Cuando la presión fue excesiva, Farah emitió un sonido de angustia y él
rompió el beso.
—Maldita seas—, él acusó, y volvió a bajar.
Esta vez, sin embargo, fue más cuidadoso. No fue suave, pero la presión de
su boca se convirtió en otro placer que ella no había experimentado antes.
Besó cada parte de sus labios, las comisuras, los bordes, la plenitud de la
almohada, devorándola con la eficacia de un hombre experimentado. En lugar
de volverse más severo, sus movimientos empezaron a ser más lentos. La
degustó como un hombre que sorbe y mide un buen whisky. Lo que le faltaba
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

a su boca en cuanto a plenitud, lo compensaba con una habilidad innata.


Finalmente, esos duros labios se ablandaron, se abrieron sobre los de ella, y su
lengua se introdujo entre los labios cerrados de ella, exigiendo la entrada. Su
temblor comenzó a disminuir, aunque se intensificó la tensión que se
enroscaba en los músculos bajo la chaqueta de su fino traje.
Farah se abrió para él con un suspiro de asentimiento, y sus músculos se
agruparon bajo el cuerpo de él en un charco de sumisión anticipada. Si su
consumación se parecía en algo a este beso húmedo y penetrante, ella lo
esperaba con ansias.
Los dedos de él relajaron el agarre de las muñecas de ella donde el cuero
fino despellejaba su piel, y él se apartó lo suficiente como para mirarla.
En medio del frenesí de la necesidad que se estaba formando en su interior,
floreció un momento de tranquilidad. Uno de quietud y aceptación. Sus ojos
incrédulos buscaron en el rostro de ella y sus labios se separaron como si una
confesión rondara en su lengua, pero no pudiera atravesar la dureza de su
boca.
—¿Qué pasa, Dorian?
—No me llames así, —amonestó él con suavidad—. Aquí no.
—¿Cómo debo llamarte, entonces?, —preguntó ella, extrañada de que la
intimidad de su nombre de pila pudiera estar prohibida en la intimidad de su
lecho matrimonial.
—Marido. —La palabra acarició su mejilla—. Llámame marido.
Farah sintió que una tierna sonrisa le rozaba la comisura de los labios. —
¿Qué es, entonces, marido?
—Tu boca, —confesó con toda la reverencia de un santo y el tormento de
un mártir—. He soñado con esta boca. —Levantó una mano hacia la cara de
ella, con la respiración entrecortada mientras trazaba su labio inferior con el
guante—. He imaginado esa palabra en tus labios más veces de las que te
imaginas.
Conmovida, Farah apretó los labios. ¿Podría ser que Dorian Blackwell no
sólo la necesitara para sus tortuosos fines, sino que también deseara una vida
con ella? Ella deseaba que se quitara los guantes, más que nada en el mundo,
pero sabía que no debía pedírselo. Deseaba su piel contra la suya, el calor que
podía sentir que irradiaba de él absorbido por su carne. Quizá algún día, pensó
con una punzada de esperanza, pero no esta noche.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Pon tu cuerpo contra el mío, marido, —le invitó—. Y bésame de nuevo.


Con los ojos pegados a los labios de ella, soltó la otra mano. —No me
toques, —le advirtió.
Farah asintió, volviendo a entrelazar sus dedos en las mantas.
Colocando ambas manos a un lado de la cabeza de ella, se apoyó en su
mano no lesionada para bajar su cuerpo en incrementos medidos. Sus ojos se
clavaron en los de ella, ónix y hielo, alcanzándola como un hombre piadoso
alcanzaría una reliquia, o un hombre impío alcanzaría la salvación. Farah no se
atrevió a parpadear, por miedo a perderlo. Que este momento se le escurriera
entre los dedos, el primero de su clase, en el que Dorian Blackwell levantaba el
velo del misterio y no utilizaba las palabras para manejar la sombra y la
distracción. En su lugar, susurró verdades contra su piel.
Ninguno de los dos respiró cuando su largo y pesado torso se apretó contra
ella. Incluso a través de las capas de ropa de él y las ataduras de su corsé, ella
podía sentir su fuerza templada. Su estructura sólida y delgada, construida
por años de trabajo forzado y perfeccionada por una década de dominio
violento.
Haría bien en recordarlo. Para tener en cuenta de lo que él era capaz.
Los dos jadearon cuando las caderas de él se asentaron en la cuna de las de
ella, forzándolas a ensancharse. Una gruesa cresta de acero le presionaba la
hendidura, e incluso a través de los pantalones ella podía sentir su calor. La
cresta palpitaba al ritmo del corazón de él, y los leves movimientos
provocaban pequeñas descargas de placer en su ya sensibilizado núcleo.
Con los ojos desorbitados, apretó las mantas con tanta fuerza que le dolían
los dedos.
—¿Tienes miedo, Had-Farah?—
—¿Y tú?, —preguntó ella sin aliento—. ¿Debería tenerlo?
—Sí.
Ella no tuvo tiempo de contemplar cuál de sus preguntas había respondido
él, ya que su cabeza bajó para reclamar su boca una vez más.
—Quiero verte toda, —exigió antes de volver a introducir la lengua en su
boca, acariciando la lengua de ella con profundas y deliciosas caricias. Sin
romper la fusión de sus bocas, levantó el pecho de ella lo suficiente como para
sacudir los cordones del corsé que aprisionaban su caja torácica. Los
movimientos crearon más fricción donde sus sexos se presionaban
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Rebeldes Victorianos #1

mutuamente, y Farah pudo notar, por la tensión de sus rasgos, que él sentía al
menos un eco del placer que el movimiento le causaba a ella.
Cuando la presión de sus corsé cedió, Farah llenó sus pulmones con una
deliciosa inhalación, como siempre hacía, esta vez aromatizada con su olor
masculino y cálida por su aliento.
Su garganta se apretó, atrapando el aliento en su interior al recordar su
tesoro. —Espera, —jadeó contra la boca de él, apartando la cabeza hacia un
lado—. ¡Espera!
Pero llegó demasiado tarde. Él ya se había retirado para inspeccionar lo
que había encontrado encorsetado a ella. Lo apretó en su puño y lo miró con
toda la conmoción de un hombre golpeado por una víbora mortal.
—Lo siento, —susurró Farah.
—¿Por qué? —preguntó Dorian mientras pasaba un pulgar negro por la
tira de tela escocesa doblada y descolorida con una intensidad muy extraña.
No parecía enfadarlo, aunque tampoco parecía complacerlo. ¿Quería decir que
por qué la tenía todavía? ¿Por qué lo lamentaba? ¿Por qué no lo mantenía
oculto para él, este recuerdo de otro matrimonio? De una noche de bodas muy
diferente, sólo sellada por unos besos castos y un voto de eternidad.
Lo contrario de esta noche.
Ambos lo miraron fijamente, este recuerdo de un chico muerto hace
tiempo y de un amor que no pudo ser.
—Prometí no estar nunca sin él, —aventuró Farah—. ¿Estás enfadado?
Dorian la miró y luego volvió a mirar la tela escocesa, y se puso a pensar en
sus rasgos. —No, —dijo, tal vez con más fervor de lo que pretendía, mientras
colocaba cuidadosamente el plaid doblado junto a la lámpara—. Tal vez...
ahora puede simbolizar tanto a él como a mí. Un recordatorio de lo que nos
une.
Se quedó mirando la tela escocesa, sintiéndose desnuda por primera vez
esa noche. —La ley nos une.
Él se acomodó de nuevo sobre ella, con un brillo oscuro en su único ojo
claro. —Los dos sabemos cuánto respeto tengo por la ley.
El siguiente beso lo compartieron con la inclinación de una sonrisa, sus
dientes rozando suavemente el uno contra el otro mientras él abría el corsé
debajo de ella y pellizcaba el dobladillo de su chemise. El arco de la espalda de
ella parecía tentarle mientras se ondulaba para que él desprendiera la prenda
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

de su cuerpo tumbado, mostrando los últimos secretos para su mirada


hambrienta.
El cañón de su erección se clavó en ella por detrás de las costuras del traje,
mientras su boca volvía a la de ella como si de sus labios brotara de un oasis, y
no de debajo.
—¡Tus pantalones!, —jadeó ella cuando él siguió con cierta curiosidad la
curva de su mandíbula—.Están mojados. —Podía sentir lo empapados que
estaban, absorbiendo la humedad de su deseo, la fricción creando una oleada
más fuerte y resbaladiza, seguida de una impactante explosión de placer
cuando él los apretó más contra ella.
—No me importa, —gruñó él, pasando los pulgares por los pezones de
ella, reclamando su boca y tragándose su grito de sorpresa mientras volvía a
sacudir sus caderas contra ellauna vez , y otra vez más.
Sus muslos temblaron, su estómago se apretó y un placer para el que no
tenía nombre se extendió como un torrente de fuego por sus miembros.
—¿Esto te complace? —Lo hizo de nuevo, y su propio gemido retumbó en
los labios de ella.
¿La complacía? Más que las tartas de fresa y los postres decadentes. Más
de lo que se había complacido a sí misma con él mirando. Más placer del que
jamás había imaginado que su cuerpo fuera capaz de producir. Pero no podía
decir nada de eso, así que se limitó a sisear un —¡Sí! —mientras sus músculos
iniciaban algún tipo de ascensión que aún no comprendía.
Con cada uno de sus movimientos, y cada uno de sus besos, la gloriosa
sensación se intensificaba, se electrizaba, hasta que, sin poder evitarlo, su
cabeza se clavó en la cama y sus caderas se despegaron de ella. Su cuerpo se
inclinó con una sacudida, un éxtasis pulsante tan agudo, que se sintió como si
estuviera perdida en una apoplejía. Su corazón corrió, forzando su sangre en
cada extremidad, y luego se detuvo, sólo para cargar de nuevo.
Le pareció oír su nombre. Sabía que jadeaba cosas ilógicas. Tal vez gritó
palabras, pero no pudo oírlas, ni por su vida, recordar lo que eran. Tal vez las
mismas lenguas incoherentes que hablan los evangélicos mientras están en
éxtasis, porque seguramente eso es lo que era. Las pulsaciones se volvieron tan
poderosas que si no las detenía, vería la cara de Dios, porque la mataría.
Frenética, se aferró a él, lo arañó, luchó por encontrar una voz perdida en
la agonizante dicha de su liberación.

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Rebeldes Victorianos #1

—¡No! —Él retrocedió con una violenta maldición, arrancándose de ella


para situarse sobre su cuerpo tembloroso. Acababa de reducirla a poco más
que un cadáver, muriendo hermosamente mientras cada réplica chamuscaba
sus nervios.
Farah se dio cuenta de lo que había hecho demasiado tarde, al ver cómo se
quitaba la corbata.
—Lo siento...
De repente se encontraba en sus garras, arrastrada hacia la cabecera por
dedos despiadados, con los brazos arrancados por encima de la cabeza.
—Te dije que no me tocaras. —Aquellos ojos tan vivos y expresivos hace
unos momentos, volvieron a ser lo que ella estaba acostumbrada. Fríos.
Calculadores. Sin vida. Aseguró una muñeca al intrincado cabecero con
alarmante rapidez antes de lanzar su mirada por la habitación.
Cuando sus ojos se posaron en la tela escocesa, la tela escocesa de Dougan,
hizo una mueca de desprecio, y luego la alcanzó, usándola como atadura para
su otra muñeca.
Se había equivocado. No había visto el rostro de Dios, porque había estado
tumbada bajo el diablo.
El pánico surgió bajo la saciedad. No lo entendía. Ella no había querido
traicionar su incipiente confianza. Su cuerpo ya no era suyo, sino que estaba
poseído por el placer que él le infligía. —Dorian, yo...
Le tapó la boca con sus dedos enguantados. —Así es como tiene que ser.
Dorian intentó reprimir la negrura que amenazaba con sofocar su deseo.
Había pasado una línea de demarcación. Un punto de no retorno. No
importaba como se le erizara la piel y que su mente se encogiera ante las
manos de otra persona, la dura carne entre sus piernas seguía insistiendo en
que él lo hiciera.
Apretó el último nudo en la muñeca de ella y luego inspeccionó que no
estuviran flojos, sin levantar la otra mano de su tentadora boca. Ella no podía
tocarlo. No podía gritar. No podía escapar.
Dorian respiró profundamente, pudiendo recuperar un poco de su
humanidad del abismo.
Una esencia fragante robó su atención de la culpa que amenazaba con
llegar bajo su armadura. Permanecía en las puntas de los elegantes dedos de
ella, los que le habían tentado con el inocente descubrimiento de su placer.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dorian se negó a mirarla. Si veía miedo, podría tener piedad. Si veía


sumisión, podría aprovecharse. Si veía piedad... no sabía lo que haría.
Tragó el exceso de líquido en su boca, los lados de su mandíbula doliendo
con la fuerza de su apriete, y miró las uñas bien cuidadas de su esposa.
Actuando por puro instinto, sus labios se cerraron sobre los dedos índice y
corazón de ella, enmarcados como estaban por la tela escocesa de Mackenzie.
Estaban fríos dentro del calor de su boca. Tras una sacudida de sorpresa, se
calmaron.
Y los saboreó.
Sabían a sal y a almizcle y... a mujer. Introdujo los dedos de ella en su boca,
separándolos con la lengua.
Para su sorpresa, ella gimió y mordió el cuero del guante, sus caderas se
apretaron y se levantaron de la cama. Él liberó sus dedos mordiendo las
puntas. Una vez liberados, los dedos se cerraron en un apretado puño.
Él seguía sin mirar a los ojos de ella. En cambio, todo su ser se concentró en
los pliegues dorados de su cuerpo. Mantuvo la mano asegurada sobre la boca
de ella mientras bajaba los labios hacia su oído, observando el temblor del
plano de su vientre.
—He probado tu coño, —le advirtió—. Y tengo hambre de más.
Su respiración se volvió maníaca, separando sus pechos con cada
expansión desesperada de sus costillas. Los pezones temblaban como
pequeños dulces rosados encima de los pálidos montículos. Él estaba tan
shockeado como ella por sus palabras, y sin embargo, no sorprendido.
Hace una hora, la sola idea de cualquier contacto humano le repugnaba.
Pero se trataba de Farah. Y él le había hecho una promesa.
Su cuerpo respondió a ella como a ningún otro. La visión de su liberación
casi lo llevó al límite.
Si tan sólo ella no lo hubiera tocado. Si su piel no se sintiera como si
estuviera en llamas, y todas las heridas que había tenido se abrieran de nuevo,
la sensación de la sangre que corría por su carne cortada luchando con la
intensidad por la necesidad de su cuerpo.
Algún día le diría que no estaba enfadado. Que estaba atada para su propia
protección. Por si acaso, en su placer, ella se aferraba a él de nuevo, y él no
podía controlar su reacción.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La idea era suficiente para convertir sus venas en hielo, pero el olor era un
sentido poderoso, y el de ella ahora lo atrapaba como ningún otro.
Para llegar a su sexo, tenía que liberar su boca. —No digas una palabra, o
te amordazaré también.
Dios, era un monstruo. Pero Dorian sabía que no podía negarse a ella si
pedía clemencia. Que no podía enfrentarse a ella si le reprendía o rechazaba.
Así que no podía permitirle ninguna de esas opciones.
Le había advertido, ¿no es así? Antes de que ella exigiera esta noche.
Su asentimiento bajo la palma de la mano fue suficiente. La dejó ir y ella no
hizo ningún ruido.
Gracias a Dios.
Con el corazón palpitante, la boca aún húmeda y la polla palpitando de
necesidad, Dorian se alegró de que ella ofreciera poca resistencia cuando él
separó sus rodillas.
Ella brillaba. Tan... Jodidamente. Hermosa. Deslizó sus manos por el interior de
los muslos, abriéndolos por completo, tocando las ligas de las medias y
preguntándose si su piel era tan suave como parecía.
Su hambre era feroz mientras bajaba hasta los codos y dejaba que el anhelo
se apretara en lo más profundo de su vientre. La resbaladiza sensación de su
deseo le atrajo. Le abrió la hendidura con su dedo enguantado, cubriendo la
punta con su néctar.
Ella se estremeció, pero permaneció en silencio, como había aceptado
hacer.
Curioso, frotó el pulgar y el dedo, probando la consistencia brillante.
Pronto su polla estaría cubierta de esto, resbaladiza y húmeda y...
Dios, si no sumergía pronto su boca en ella, se volvería loco.
Dorian no tenía ni puta idea de lo que estaba haciendo, pero su olor lo
atrajo hasta que presionó sus labios contra su sexo.
Las caderas de ella se estremecieron bajo él, se arquearon un poco, y él
pudo notar que ella luchaba por permanecer pasiva, pero su cuerpo la
traicionaba. Bien. Porque el suyo también lo traicionaba a él.
Ella sabía a cielo. A deseo y liberación. A deseo y satisfacción. A mujer. Su
mujer. El depredador que había en él iba a cenar hasta saciarse.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Y tenía toda una vida de hambre que saciar.

La frenética necesidad de luchar contra sus ataduras se le había escapado a


Farah en el momento en que la boca de su marido se había cerrado sobre sus
dedos.
Cuando le lanzó su vulgar amenaza al oído, la excitación la recorrió con
una fuerza paralizante. Ahora sus anchos hombros desbordaban el espacio
entre sus muslos separados, y su boca hacía cosas que le hacían morderse el
labio con tanta fuerza que sabía a sangre.
Su lengua la dividió en un largo lametón. Gruñó contra ella y Farah gimió
en respuesta, sin poder contenerse.
Pero no dijo nada. Ni. Una. Palabra.
Blackwell se había convertido en ese jaguar que ella había evocado la
primera vez que puso sus ojos en él. Los músculos de sus hombros se
enrollaron y se amontonaron justo cuando se acomodó para un festín. No dejó
ninguna parte de ella sin explorar. Su atrevida lengua encontró lugares que
ella no sabía que poseía. La separó con sus dedos, exponiéndola de una manera
tan absoluta que ella apenas podía soportarlo. Y sin embargo, leyó la
veneración en su rostro mientras la miraba, mientras la saboreaba, como si
memorizara cada una de las grietas y protuberancias. Aprendió rápidamente
lo que la hacía jadear, lo que la hacía arquearse o retroceder. Jugó como un
hombre que acaba de aprender a hacerlo. Probando sus reacciones, recreando
sensaciones, disfrutando de un poco de crueldad como sólo el Corazón Negro
de Ben More podía hacerlo. Conduciéndola la llevó hasta el límite de su
sentido común y luego se retiró, dejándola gimiendo, esforzándose y sudando.
Ella se sacudió cuando el dedo de él encontró su camino dentro de su
resbaladizo canal, y la vibración de su gemido contra la suave capucha de
carne que él había succionado en su boca con una lengua aplastada destrozó
su compostura.
Farah gritó con su fuerza. La necesidad de agarrar, de amasar, de agitarse la
embargó y puso a prueba la fuerza de sus ataduras. Cuanto más luchaba
contra ellas, más potente era el éxtasis que recorría su sangre y salía por su
garganta en gritos desesperados. Él permaneció junto a ella, acompañando los
frenéticos empujes de sus caderas mientras ella clavaba los talones en el
colchón y se arqueaba. Por un momento, pensó que la liberación la partiría en
dos, pero él estaba allí, presionando sus caderas hacia abajo y obligándola a

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

experimentar el devastador final. Cerró los ojos, pero la luz seguía estallando
detrás de sus párpados. Podía sentir los músculos de su sexo agarrando y
soltando su dedo enguantado. Tirando de él más profundamente.
Y entonces él desapareció.
Farah se desplomó, jadeando y temblando de cansancio. Se sentía atrapada
y a la vez liberada.
Su cabeza se inclinó hacia un lado y lo miró por debajo de las pesadas
pestañas. Lo que vio hizo que sus ojos se abrieran de par en par.
Dorian se había desabrochado los pantalones y se había arrodillado entre
las rodillas temblorosas de la mujer, acariciando su turgente erección. El acto
que iban a cometer no había intimidado a Farah hasta ahora.
Con sus rasgos oscuros, despiadados y casi apologéticos, se inclinó y
merodeó por el cuerpo de ella, deteniéndose para restregar un poco de
humedad de su guante en un pezón y luego proceder a lamerlo.
—Dios, tu sabor. Estoy ebrio de él. —Gimió, con los ojos encendidos de
acusación mientras se mantenía encima de ella, todavía completamente
vestido si no fuera por la excitación que ahora presionaba contra la raja de su
cuerpo. —¿Qué me has hecho?
¿Qué le había hecho ella a él? —Yo...yo…
El guante de él le cubrió la boca de nuevo, deteniendo las palabras que ella
nunca habría encontrado.
—Nunca quise hacerte daño, —susurró contra su oído—. Lo siento.
Farah no tuvo tiempo de contemplar por cuál de sus muchas ofensas se
estaba disculpando antes de que se introdujera en su interior, rompiendo su
virginidad.
Su guante amortiguó su grito de dolor mientras Dorian la marcaba con
carne caliente y dura, abrasando todo el camino hasta su vientre, o eso parecía.
Maldijo, profiriendo blasfemias que Farah no había visto en todos sus años
en Scotland Yard. A pesar de que era su carne la que se estiraba y sangraba, era
el rostro de él lleno de cicatrices el que se contorsionaba en lo que parecía ser
una máscara de dolor.
Farah se esforzó contra sus ataduras, contra su mano, queriendo escapar
del dolor, queriendo calmarlo, queriendo recuperar el control de sus
miembros.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Pero el control era algo que el Corazón Negro de Ben More nunca
permitiría.
Dorian se obligó a mirarla. Para ver el dolor en sus ojos. El dolor que él
infligía. ¿Qué tan cruel era un Dios que hacía que entrar en su cuerpo fuera el
placer más dulce para él y el tormento más agudo para ella?
Ella quería esto, se recordó a sí mismo.
No tanto como tú, susurró una voz oscura.
Nunca quise lastimarla, argumentó él. Y nunca así.
No habrías parado hasta reclamarla. Hasta que la hubieras saboreado así, hasta que la
hubieras invadido así.
Ella nunca me negaría, pensó frenéticamente.
Entonces quita la mano de su boca.
No lo hizo. No pudo.
Tan encerrado en una batalla consigo mismo, Dorian casi echó de menos la
cesión gradual de su carne íntima encerrada tan estrechamente alrededor de la
suya. En pequeñas pulsaciones cálidas y resbaladizas, ella lo aceptó en su
cuerpo. La lucha y el miedo desaparecieron de sus músculos hasta que se
volvieron suaves y flexibles bajo él, y el dolor y el pánico desaparecieron de sus
ojos grises hasta que volvieron a ser charcos de plata.
Permaneció inmóvil, con cada uno de sus sinuosos músculos tensos como
una bobina. Estaba al borde de un precipicio del que no se atrevía a saltar.
Si había aprendido algo, era que la realidad nunca estaba a la altura de un
recuerdo, o peor aún, de una fantasía. Pero esa creencia tan arraigada se hizo
añicos cuando se sostuvo dentro de su mujer. Su cuerpo sólo envolvía una
parte de él, pero su calor lo envolvió, lo rodeó, hasta que supo, sin lugar a
dudas, que una vez que se perdiera dentro de ella, él también se perdería con
ella.
Ella dejó escapar un suave suspiro de alivio por la nariz y sus pestañas se
agitaron mientras sus caderas se flexionaban, probando la sensación de él
dentro de ella.
Una oleada caliente de lujuria le recorrió, seguida de un maremoto de
placer. El instinto se impuso al intelecto, y Dorian levantó las caderas, sólo
para hundirse de nuevo, y de nuevo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El éxtasis se arrastró sobre el placer, arañando su carne, desgarrándolo,


drenando la esencia misma de él, y bañando su vientre con ella.
Convirtiéndolo en un recipiente vacío, un oscuro vacío de dicha y hambre,
saciado pero no satisfecho. Era un hombre poderoso nadando contra una
marea, dándose cuenta demasiado tarde de que luchaba contra una fuerza de
la naturaleza más fuerte que él mismo.
Y estaba perdido.
Farah sintió cómo se hinchaba dentro de ella, estirando su ya tensa carne.
Sólo necesitó un puñado de movimientos para liberarse. Él agachó la cabeza
contra su cuello, en silencio, sin respirar durante más tiempo del que ella creía
posible mientras cada estremecimiento sacudía su poderoso cuerpo en olas
implacables. Mantuvo su peso sobre una mano, como había hecho durante
toda la noche, con la palma de la mano herida aún fija sobre la boca de ella, las
pulsaciones resonaban en el apretón de sus dedos.
Cuando la tormenta amainó, liberó su aliento cautivo en un jadeo contra
su cabello. Ella no había sabido qué esperar después de que él hubiera
encontrado su placer, pero lo que hizo no lo espero en absoluto.
Blackwell no hizo una pausa, ni siquiera disminuyó. Mantuvo un ritmo
lento y ondulante, con su virilidad tan dura e inflexible como aquella primera
embestida. Sus jadeos se convirtieron en resuellos que se fundieron en
gemidos.
Levantó el torso para mirarla, la incredulidad era una expresión extraña
para sus rasgos afilados e inquietantes. La fina lana de su chaqueta rozaba sus
pezones sensibilizados. El cuero de su guante, suave como la mantequilla un
recordatorio de su fortuna, recorrió la boca de ella hasta su mandíbula, su
garganta y sus pechos. Su semilla se abrio más su camino mientras él se
deslizaba dentro de su cuerpo inexperto con largos y profundos empujes.
Farah había pensado que había concluido, que él había sacado de su
cuerpo todo el placer que tenía que dar.
Pero, para su gran sorpresa, un calor apretado y doloroso floreció en su
vientre, comenzando en su matriz y alcanzando su eje con la marca de calor
que se hundía y se retraía desde su interior.
Sus labios se separaron por sí solos y se le escapó un pequeño sonido de
sorpresa.
Los ojos de Blackwell se agudizaron. Preguntando.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El cuerpo de Farah respondió sin pensarlo. Levantó las caderas, presionó


los muslos y emitió un suave gemido de aliento.
Era todo lo que necesitaba.
Blackwell no la besó ni la probó. En cambio, observó su rostro con una
intensidad que la avergonzó. Cada movimiento de sus párpados, cada
respiración, la forma en que sus labios se separaban o se apretaban. Su cuerpo
volvió a ser un conducto de su gratificación.
Le chocaba cómo podía sostener su pesado cuerpo todo ese tiempo con un
solo y poderoso brazo, pero ese pensamiento se disipó cuando él utilizó su
otra mano para explorarla, inutilizando su mente y dirigiendo su conciencia
como un director de orquesta. Trazó la línea de su mandíbula, la curva de sus
pómulos, como si la hubiera memorizado, o visitado, no podía estar segura.
A medida que aumentaba la presión, los gemidos de ella se convirtieron en
maullidos, los maullidos en gritos. El dedo de él recorrió el contorno de sus
labios, deslizándose entre sus dientes y dejando el sabor del sexo en su lengua.
Sexo y cuero. Cerró los labios y pasó el guante entre la lengua y el paladar,
sintiendo la dura cresta de su dedo debajo.
Él siseó, gruñó y retiró la mano, llevándola hasta la cadera de ella y
agarrando la curva de su culo, abriéndola más para sus acelerados empujes.
La cabeza de Farah se revolvió contra la almohada y sus ojos se hundieron
en sus órbitas, desapareciendo de la vista, mientras sus otros sentidos
abrumados exigían su atención.
Cuero y sexo. Oscuridad. Especia. Aire frío. Sangre caliente. Tejidos. Carne
lisa y resbaladiza. Hombre ancho y duro.
Una boca en la suya. Una lengua empujando dentro, saboreando la esencia
de ella que él había dejado allí, lamiéndola.
Farah podía sentir las olas de sensación presionando contra su columna
vertebral. Lo temía, como los primeros movimientos de un terremoto, o la
respiración silenciosa después de un relámpago.
Esperó la respuesta del trueno que seguramente resonaría en sus huesos.
Al esforzarse contra sus ataduras con músculos débiles y temblorosos, no
estaba segura de poder sobrevivir a una nueva descarga que hiciera temblar la
tierra.
Pero no había escapatoria. Se abalanzó sobre su cuerpo indefenso como
una ola rebelde, ahogándola en un choque tras otro de sensaciones. Blackwell

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

se tragó sus gritos frenéticos hasta que, abruptamente, arrancó su boca de la


de ella y se echó hacia atrás, soltando un rugido profundo y ronco, y luego
otro. Llamando a su segunda liberación al cielo como un prisionero liberado.
Una lánguida saciedad convirtió sus huesos en líquido. Farah se habría
preguntado si seguía conectada a su cuerpo de no ser por las ataduras que aún
le unían las muñecas al cabecero de la cama, o por las pequeñas y errantes
sacudidas de agotamiento que latían en sus miembros.
Dorian Blackwell, su marido, se quedó junto a ella mientras ambos
luchaban por recuperar el aliento. Mirando sus ojos desiguales, compartió con
él un momento de asombro no expresado.
Algo en su mundo había cambiado. Algún tipo de conocimiento
cosmológico, o un pensamiento secreto perdido en el mar, que flotaba en la
superficie. En este momento tranquilo y sin restricciones, ella lo conoció, lo
vio realmente como lo que era. Tirano duro y despiadado. Un niño maltratado
y herido. Un corazón vacío y lleno de promesas, y un alma de sombras que
necesita la luz del sol.
No sólo sus ojos se sintieron más abiertos, de alguna manera, sino también
su corazón.
Maldito sea su rostro expresivo, él debió leer sus pensamientos de
sondearlo. Porque antes de que se retirara de su cuerpo, se escondió detrás de
su pantalla de sombras y hielo, dejándola fría, vulnerable y sola.
No te vayas, pensó ella desesperadamente. Ella había desbloqueado algo. Lo
expuso. Pero aún no podía descifrar lo que era, ni lo que significaba.
Necesitaba más tiempo, un momento más con él. Debajo de él.
—Debo hacerlo, —dijo él, saliendo de su cuerpo y de la cama.
Farah frunció el ceño a su espalda mientras él se ajustaba su ropa y se
abotonaba la chaqueta por encima de la parte delantera del pantalón. No se
había dado cuenta de que había hablado en voz alta hasta que él le respondió.
—¿Por qué?
Dorian se desentendió de la pregunta, acercándose a la palangana y la jarra
y vertiendo agua sobre una toalla.
¿Por qué? Las razones eran innumerables. Era a la vez protector y cobarde.
Protector, porque sus pesadillas, aunque físicamente inofensivas para él,
podían resultar letales para ella. Si se despertaba presa del pánico, luchando

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

contra sus recuerdos, probablemente la rompería antes de ser plenamente


consciente.
Cobarde, porque no podría enfrentarse a su odio por la mañana. No podía
ver las marcas que las ataduras habían dejado en sus muñecas. No podía
presenciar el arrepentimiento y el asco cuando ella se diera cuenta de lo que
había hecho. Lo que le había hecho. Que le había quitado su preciosa
inocencia y había dejado su semilla contaminada dentro de ella.
Dos veces.
Escurrió el exceso de agua de la toalla y volvió junto a ella. Parecía una
diosa capturada. Como el botín de una antigua guerra, atada y expuesta para
el placer de su nuevo señor.
Él la había tratado como tal.
Y merecía morir por ello.
Soltando la corbata que ataba una de sus manos, apretó el paño en ella.
Debería quedarse y lavarla. Pero la visión de su virginidad rota podría llevarlo
al límite. Mejor que escapara, mientras pudiera. Mientras aún estaba entero,
porque sorprendentemente, lo estaba. Era fuerte. Había mantenido su palabra.
Su deber estaba absuelto. Podía desatar el nudo de su plaid con relativa
facilidad.
De la tela escocesa de Dougan.
Su compostura se resquebrajó.
—¿Quedate?, —preguntó en voz baja, con los ojos casi oscurecidos por los
pesados párpados y las gruesas pestañas—. No voy a acercarme a ti.
—Duerme ahora, —le ordenó él, apartándose del halo atrayente de sus
rizos. Apagando las velas de camino a la puerta, no miró atrás mientras la
dejaba en la oscuridad.
Una vez que el pestillo hizo clic detrás de él, su control cedió. Las
alfombras importadas amortiguaron el sonido de sus rodillas al golpear el
suelo. Había sido un tonto al pensar que era fuerte. Un maldito tonto.
Tenía una maldita debilidad evidente. Una con ojos grises líquidos y rizos
plateados.
Y que Dios le ayudara si ella se enteraba.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO QUINCE

—¡Buenos días, señora Blackwell! —La luz del día irrumpió en la


habitación, despertando a Farah mientras las cortinas se deslizaban por sus
rieles, agarradas por un alegre Murdoch—. Confío en que hayas dormido bien.
El sol se abría paso entre las altas nubes blancas y la niebla gris baja, pero
aún así lograba un brillo iluminador.
Sólo en las Tierras Altas.
—Buenos días, Murdoch. —Farah bostezó, parpadeando la película de
sueño de su visión—. ¿Qué hora es?
—Te dejé dormir tan tarde como me atreví, muchacha, pero Blackwe-
Jesucristo Todopoderoso, ¿el maldito zoquete te ató?
Sobresaltada, Farah probó los movimientos de su brazo, apenas se dio
cuenta de que su mano izquierda seguía por encima de su cabeza, asegurada
por el plaid de Dougan a la cabecera. Debía de estar tan agotada anoche que se
había quedado dormida sin desatarse.
Farah miró la mano que desde entonces había perdido toda sensibilidad y
que descansaba sin fuerzas contra el colchón y la cabecera, envuelta en una
tela descolorida tejida en negro, dorado y azul.
Un recordatorio de lo que nos une, pensó. La interpretación de las palabras de
su marido era ahora alarmantemente literal y no sólo figurada.
Murdoch se apresuró a su lado, recordándole que también se había
dormido bastante desnuda. Agarrando la ropa de cama contra su pecho, le
permitió liberar el nudo.
—No es de extrañar que saliera de aquí esta mañana como si le persiguiera
el diablo. Sabía que todos nos volveríamos contra él y le arrancaríamos la piel
de los huesos con un cuchillo sin filo por trataros así. ¡Y en tu noche de bodas!
No me importa si es el maldito Dorian Blackwell, cuando lo vea voy a...
—Está bien, Murdoch, —calmó Farah, probando sus dedos que
hormigueaban una vez liberados y haciendo una mueca de dolor cuando la
sangre volvía con pequeñas agujas de fuego. — Era necesario hacerlo para...
Verá, lo alcancé en un momento de... —Farah cerró los ojos contra el rubor
que calentaba su piel. Cuando los abrió de nuevo, Murdoch la miró con una
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

mezcla de arrepentimiento y comprensión, devolviéndole con cuidado la tela


escocesa.
—No te ha hecho daño, ¿verdad?
Farah negó con la cabeza, sentándose e inspeccionando los débiles
moretones alrededor de sus muñecas, y probando las punzadas y dolores en
los músculos de los que nunca había sido consciente. —Creo que anoche fue
más difícil para él que para mí.
—Sí. —Murdoch asintió con la cabeza—. Me imagino que sí. Esto no es
propio de él...
Los labios de Farah se levantaron en una sonrisa sardónica. —Yo hubiera
adivinado que esto es exactamente como él.
—No cuando se trata de ti, —insistió Murdoch.
—¿Qué quieres decir?
El fornido escocés apartó la mirada y se apartó de ella, recogiendo la
conocida ropa interior de encaje de donde colgaba, y se la tendió a los pies de
la cama junto con su polonesa de seda que había llevado la noche de su
secuestro. —Sólo quise decir que eres el Hada de Dougan. Debería haber sido
amable y haber tenido mucho cuidado con vos.
Los recuerdos de la noche anterior la recorrieron con una vibrante
emoción. Dorian no había sido gentil, aunque... —Fue cuidadoso, —reconoció
Farah—. No hay razón para enfadarse con él. Como ves, estoy bien. —Le
ofreció una sonrisa, un poco sorprendida, ella misma, de que fuera genuina.
Hasta que las palabras anteriores de Murdoch la golpearon—. ¿Dijo usted que
el señor Blackwell-er, mi marido se fue esta mañana?
Murdoch se volvió para encender el fuego y ofrecerle privacidad. —Sí. Está
procurando nuestro pasaje de regreso a Londres en el tren de la tarde.
—¿Londres? ¿Tan pronto? —Farah se había preguntado si no podrían
tomarse unos días para adaptarse a la vida de casados. Para, al menos,
conseguir conocerse. Tal vez tomarse unas cuantas noches como la anterior, y
descubrir qué otros placeres podrían encontrarse en el lecho matrimonial.
—Hay un baño caliente esperándoos en el lavabo. —Murdoch pinchó el
incipiente fuego, instándolo a encenderse—. Y os aconsejo que os deis prisa.
No quiero ser yo quien le diga a Blackwell que hemos descarrilado sus planes,
por así decirlo. —Se rió de su propio juego de palabras.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Por supuesto, pensó Farah mientras se ponía en pie con cautela sobre unas
piernas temblorosas y alcanzaba la envoltura de seda que había junto a su
cama. Ahora que la había reclamado, Blackwell tendría mucha prisa por
reclamar también el título de Northwalk. Lo que significaba arrastrarla de
vuelta a Londres y hacerla desfilar delante de un villano que una vez la había
deseado como esposa, pero que ahora sólo quería quitarla de en medio.
Asesinándola, si era necesario.
Farah se mordió el labio, preguntándose, no por primera vez, si Dorian
Blackwell cumplía sus promesas tan obsesivamente como decía. Después de
que ella consiguiera lo que él quería, ¿significaría su vida algo para él? ¿Era
realmente menos villano que Warrington? ¿De quién tenía la palabra, aparte
de un castillo lleno de convictos y criminales, de que su nuevo marido y
Dougan Mackenzie estaban tan unidos como él decía?
Farah se llevó una mano a los labios, observando los movimientos de
Murdoch sin prisa. Se había apresurado a creerlos. Tan desesperada por una
conexión con su pasado, con el chico que le habían arrebatado, que había
aceptado fácilmente cualquier cosa que le dijeran. Ya había empezado a
preocuparse... ¿Y si acababa de cometer el más grave error al convertirse en la
esposa del Corazón Negro de Ben More?
¿En qué había estado pensando?
La duda se desplegó en sus adoloridos músculos y miró hacia la cama,
recordando la reverencia en el rostro de su marido, la salvaje posesión en su
tacto, el anhelante placer teñido de asombro y maravilla.
Esas cosas no podían ser inventadas. ¿Podían? Desde luego, no por parte de
ella. No, lo que había sucedido entre ellos la noche anterior había sido real.
Tan real que él se había alejado de ello. De ella.
Farah había pasado la mayor parte de una década rodeada de criminales y
mentirosos. Y creía, por mucho que pudiera confiar en su propio juicio, que
Blackwell le había dicho la verdad cuando le prometió mantenerla a salvo.
Dios, eso esperaba, porque por mucho que quisiera y echara de menos a
Dougan Mackenzie, no estaba preparada para unirse a él en la tumba todavía.

***
El tren de Glasgow a Londres silbó su última advertencia. La cálida ráfaga
de vapor se alió con la niebla para obstruir la visión de los pasajeros de la

170
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

tarde. Un lacayo giró el fino pestillo y subió a Farah al vagón privado de


Dorian Blackwell.
—Hemos guardado el equipaje del Sr. Blackwell, pero no veo nada aquí de
usted. ¿Debo detener el tren mientras buscamos algo? —Los grandes ojos
marrones del joven hacían juego con su constelación de pecas mientras la
sostenía en el escalón.
Sólo por un hombre como el Corazón Negro de Ben More se desviaría todo
el horario del tren. Y ahora, supuso, también por su esposa. —No, gracias,
señor McFarley, no viajo con un baúl. —Buscando en su bolso, sacó una
moneda y le dio una propina.
—Le agradezco, Sra. Blackwell. —Sus ojos brillaron ante ella—. Va a
disfrutar de algunas compras en Londres, ¿eh?
Sra. Blackwell. ¿Por qué el nombre falso de Mackenzie le había parecido
más acertado que el nombre válido de Blackwell?
Miró su vestido de noche, el más bonito que había tenido nunca, y se dio
cuenta de que para la gente de clase alta, ese atuendo sería una ropa de viaje
aceptable. —Supongo que tendré que hacerlo, ¿no? —Seguramente sus
uniformes oscuros de oficinista de Scotland Yard no servirían para una
condesa.
—¿Volverá pronto a Escocia, señora?
—Estoy destinada a visitarla regularmente, —respondió ella con
sinceridad.
—Muy bien, señora Blackwell, disfrute de su viaje. —Se inclinó la gorra y
dio un paso atrás, dirigiéndose a los demás trabajadores ferroviarios que se
arremolinaban en el andén junto a la puerta de la taquilla. En cuanto les echó
un vistazo, saltaron y fingieron que habían estado mirando a otra parte o que
se dedicaban a otros asuntos que no eran mirarla a ella. Algo a lo que tendría
que conseguir acostumbrarse, supuso. El anonimato había funcionado
espléndidamente para ella, y Farah lamentó la irrevocable pérdida mientras se
daba la vuelta y cerraba la puerta al oír la última llamada del revisor: —Todos
a bordo.
En todas las habitaciones que ocupaba Blackwell, una gran silla parecía
ocupar un lugar central, desde la que se desperezaba y se alzaba al mismo
tiempo. Parecía un autócrata oscuro que empapaba el terciopelo y el damasco
con la sangre de sus enemigos y luego adornaba los tejidos con borlas de oro y
los iluminaba con una araña de cristal. Un déspota con gusto por el lujo.
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Rebeldes Victorianos #1

Su parche en el ojo se inclinaba sobre su frente y daba forma a su lustroso


cabello en una onda raquítica. El ojo bueno estaba fijado en alguna vejación
invisible en el suelo frente a él. Una copa de cristal olvidada de licor de color
caramelo descansaba sobre una rodilla, aferrada a un guante de cuero negro
que hizo que los músculos femeninos de Farah se contrajeran.
¿Era el mismo par de guantes que había llevado la noche anterior?
Se puso en pie cuando ella salió de la sombra del estrecho pasillo y pasó
por delante de las dos largas y lujosas chaise longues que servían de asiento
alternativo, acompañadas de una pequeña mesa de comedor con delicadas
sillas Luis XVI. Echó su bebida hacia atrás y dejó el vaso sobre el aparador.
Pasó un largo momento de silencio mientras él comenzaba a inspeccionarla a
fondo desde su cabello sedosamente anudado hasta su único par de zapatillas
en buen estado, con una ansiedad interrogativa acechando detrás de la
escarcha siempre presente.
Las largas piernas se comieron la distancia entre ellos en dos zancadas y él
se detuvo lo suficientemente lejos para estar fuera de su alcance. —¿Estás...?
Segura de que pillar al Corazón Negro de Ben More tartamudeando y sin
palabras era una ocasión rara, Farah frunció el labio y la ceja. —¿Sí?, le animó.
Él parpadeó y aparecieron paréntesis alrededor de su dura boca, que se
convirtió en un ceño fruncido y preocupado. —Vamos a visitar a una
costurera en cuanto consigamos llegar a Londres.
—¿Oh? ¿Por qué en cuanto lleguemos? ¿No tenemos preocupaciones más
urgentes?
Su labio se curvó de la manera que anunciaba que estaba a punto de decir
algo cruel. —Me disgusta enormemente ese vestido, y me he dado cuenta de
que no tienes ninguno mejor en tu armario.
—¿Qué tiene de malo mi vestido? —Se miró a sí misma, alisando una mano
sobre la tela verde espumosa que había costado los ahorros de un mes—.
Pensé que el color me quedaba bastante bien.
—Sí, y también se lo parecía a Carlton Morley.
La sonrisa de Farah regresó. Para alguien tan notoriamente indiferente, su
marido tenía ciertamente un carácter celoso. La revelación no debería
complacerla tanto como lo hizo. —Bueno, si mi vestuario te insulta tanto,
supongo que tendré que resignarme a un nuevo y caro ajuar. —Dio un suspiro
de sufrimiento—. Tal es mi carga.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah se dio cuenta de que lo había desconcertado por su mirada alerta. —


¿Eso... te disgusta?
¿Le importaba? —Aunque a una mujer nunca le gusta que se cuestione su
gusto por la moda, uno nunca puede equivocarse ofreciéndole la oportunidad
de comprarse un vestido nuevo. —Ella le mostró una sonrisa descarada—. O
varios, en tu caso.
Dorian estudió su sonrisa mientras su ceño se fruncía y aparecían dos
surcos entre sus cejas de ébano. Parecía que el buen humor de ella le
ensombrecía el ánimo, casi como si esperara que ella se enfadara o se enojara.
—Deberías sentarte, —ordenó, señalando el sillón de felpa que acababa de
dejar libre.
—¿No es tu sitio?
—Tómalo, —insistió él, con su mirada intencionada extrañamente
inquieta. En un momento se quedó mirando sus muñecas, protegidas por
guantes de seda. Luego entornó los ojos hacia su pecho izquierdo, como si
pudiera ver a través de sus capas hasta la tela escocesa que protegía su
corazón. Inspeccionó otras partes, sus labios, su cintura y sus faldas.
—Creo que prefiero la tumbona, —dijo ella, extrañada por su extraño
comportamiento.
Él miró la tumbona de terciopelo con algo parecido a la alarma. —¿Es
eres... incapaz de sentarte? —Un músculo se crispó bajo su ojo, y luego en su
mandíbula.
—¿Por qué iba a serlo? —La claridad cortó la confusión de Farah y tuvo
que apretar los puños en sus faldas para aplastar el impulso casi abrumador de
alcanzarlo. Su marido estaba preocupado por su bienestar después de la noche
de bodas. Conmovida, dio un paso hacia él, alegrándose de que no
retrocediera—. Mi corsé hace que estar sentada durante un largo periodo de
tiempo sea bastante incómodo, —le explicó suavemente—. Encuentro que
reclinarse es mucho más agradable.
Su mirada suspicaz denotaba incredulidad, pero el primer lanzamiento
brusco del tren le impidió replicar.
El movimiento hizo que las piernas de Farah, ya inestables, cedieran, y ella
tropezó hacia atrás, agitando los brazos al darse cuenta de que no iba a
estabilizarse a tiempo.
Estaba en sus brazos antes de registrar su movimiento, y sus manos se
agarraron a sus hombros para recuperar el equilibrio.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Los dos se congelaron.


—Lo siento, —jadeó ella, soltando los hombros de él inmediatamente, pero
no antes de darse cuenta de que los brazos de él eran aún más sólidos de lo que
había pensado en un principio.
Para su sorpresa, él no la soltó, sino que la acercó, cerrando los brazos y
fijando sus codos a los lados antes de bajar la cabeza y reclamar sus labios.
Su beso tenía toda la posesión de la noche anterior, toda la pasión
contenida, pero algo más se escondía detrás de él. Una restricción frustrada.
Una inquisición que lo sondeaba.
Gimiendo, Farah se relajó en el beso, abriéndose bajo sus labios y
apoyándose en la fuerza inflexible de su pecho. Tal vez, si no le gustaba su
vestido, podría deshacerse de él, y podrían pasar el largo viaje en tren de
Glasgow a Londres como deberían hacerlo los recién casados.
Una longitud insistente la presionó a través de las faldas, la prueba de que
su cuerpo apoyaba sus planes para la tarde. Ella ronroneó en su boca y se frotó
contra su hinchada erección, indicando que no sólo estaba receptiva, sino
excitada.
Se vio empujada a la tumbona y su jadeante marido, de pie al otro lado del
vagón, sirviéndose otra copa. Una bastante grande.
—Dorian, —empezó ella.
Él le señaló con un dedo tembloroso mientras se tomaba el suficiente
whisky como para que le costara dos tragos terminarlo. —No. Te muevas.
—¿O qué, te vas a tirar de un tren a toda velocidad? —Oh, querido, tal vez
no fue la mejor idea plantar esa sugerencia. El tren no estaba acelerando
todavía.
Su ojo se estrechó en una peligrosa rendija. —Ten cuidado con lo que me
dices, esposa.
Escarmentada, Farah se dio cuenta de que sus palabras habían sido
innecesariamente incendiarias, pero no era de las que evitaban la situación.
—Uno sólo puede ser rechazado y descartado tantas veces antes de
empezar a ofenderse.
—¿Descartado? —Enunció las sílabas con una ingenuidad aturdidora.
—Me dejaste anoche. ¿Por qué? —En el momento en que Farah formuló la
pregunta, quiso retractarse. ¿Qué derecho tenía a actuar como una novia

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

despechada? Él había dicho que le daría un hijo, pero el afecto no había sido
parte del trato, ¿verdad?
Se sirvió otra copa y le dio la espalda. —No habrías querido que me
quedara.
—No te lo habría pedido si no lo quisiera.
—No lo entiendes.
—Sigues diciendo eso. —Ella resopló—. ¡Pero comprendo más de lo que te
imaginas!
Dorian se aquietó, su ancha espalda tensa e inmóvil como una montaña.
—¿Qué presumes de saber sobre mí?, —preguntó fríamente.
Farah eligió sus siguientes palabras con cuidado. —Sólo que anoche fue la
primera vez para ambos, y creo que fue una experiencia bastante rara e
inesperada. Supongo que esperaba -no sé- un reconocimiento del placer que
compartimos.
—Me pareció que nuestro placer fue reconocido en voz alta, —comentó él
con ironía, mientras bebía otro whisky.
—Así fue, —coincidió ella, con un calor que le recorría la piel al
recordarlo—. Y luego te fuiste casi sin decir nada más.
—Y siempre será así. No me acostaré contigo. Jamás. Te agradeceré que no
me lo vuelvas a pedir.
—¿No lo harás? ¿O no puedes?, —incitó ella con suavidad.
Su vaso hizo un sonido de enfado mientras lo golpeaba sobre la mesa. —
Por Dios, mujer, ¿no puedes dejar ninguna herida sin salar? ¿Ninguna sombra
sin iluminar? —Se dirigió hacia donde ella estaba sentada en la tumbona y se
cernió sobre ella—. ¿No tienes oscuridad o secretos que prefieras no
exponerme? ¿No temes que los use en tu contra? Porque eso es lo que hace la
gente. Lo que yo hago. —Sus rasgos eran más inseguros que furiosos, más
desesperados que peligrosos.
—Eres la única persona a la que le he desvelado todos mis secretos, —
respondió con sinceridad—. Y no he tenido elección en el asunto. No sólo me
he desnudado ante ti, sino que me he expuesto a ti, en todos los sentidos. —
Dejó que eso calara, observó cómo él se daba cuenta de la verdad de sus
palabras—. Y, —continuó ella, sus ojos se dirigieron al ajuste de sus

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

pantalones y a la cresta que había debajo—. Encontré algunas de esas


exposiciones bastante liberadoras.
Su mirada se oscureció, adquiriendo ese brillo peligroso que ella había
llegado a comprender que era imprevisible. A ella le gustaba así, cualquier cosa
era mejor que el muro de hielo.
—Verás, esposo, no tengo nada más que temer que la muerte.
—En eso te equivocas. —Su voz, habitualmente sedosa, se espesó hasta
alcanzar la textura de las piedras dentadas de las Tierras Altas. Ya sea por el
fuerte licor o por los sombríos recuerdos que se arremolinaban en sus ojos, ella
no podía estar segura—. Hay muchas cosas más aterradoras que la muerte.
En ese momento, Farah tuvo la certeza de que había estado expuesto a
todas ellas. Inclinó la cabeza hacia atrás, sintiendo el estiramiento de su
garganta expuesta mientras miraba la extensión de su torso para encontrarse
con el oscuro brillo de sus ojos diabólicos. —¿Qué es lo que temes, esposo?,
preguntó ella, permitiéndose inclinar hacia él en grados infinitesimales—.
¿Por qué me niegas tu compañía por la noche?
Él la vio avanzar hacia él, sin hacer ningún intento de detenerla. Tampoco
retrocedió. —Mis sueños, —murmuró—. A menudo no son más que
recuerdos. Me siguen a este mundo y son violentos. Podría hacerte mucho
daño, Farah, y no darme cuenta de lo que hacía hasta que fuera demasiado
tarde.
¿Por eso se había ido? ¿Para protegerla? —Tal vez podríamos trabajar en
ello. La próxima vez podríamos intentar...
—Puede que no sea necesario que haya una próxima vez.
Ella frunció el ceño. —¿Qué quieres decir?
—Podrías estar ya embarazada.
La mano de Farah voló a su abdomen. —Seguramente, pero eso no significa
que no... ya sabes. Es probable que se necesite más de una vez.
—Volveremos a discutirlo cuando sepamos si es relevante o no.
—Pero, ¿no quieres?
Se inclinó también más cerca, con esa cruel mueca fijada en sus rasgos. —
¿Lo quieres tú? ¿Quieres que te profane así otra vez? ¿Que te ate y utilice tu
cuerpo como un receptáculo para mi semilla, un objeto para mi placer?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Por supuesto que sí. Sin duda. Pero la forma en que él formuló sus
preguntas la dejó perpleja. —No fuiste el único que encontró placer.
—¿Y si no lo hubieras hecho?
—Pero lo hice.
—No de la manera que se suponía, no para tu primera vez.
Farah se encogió de hombros. —¿Quién puede decir cómo conseguimos
nuestro placer juntos?
—Te hice daño, —gritó él, con los labios apretados, incluso cuando su
cuerpo respondía a la conversación.
—Sí, por un momento, pero según tengo entendido, todas las vírgenes
experimentan un poco de incomodidad al principio. Además, me has
complacido más allá de las palabras. Y me gustaría pensar que yo podría hacer
lo mismo si me dejaras. —Farah enroscó los dedos dentro de sus guantes. Era
épicamente difícil no alcanzarlo. El cuerpo de él, tan en desacuerdo con su
mente, se esforzaba y la llamaba, y ella había prometido no alcanzarlo, por
mucho que ambos lo desearan. Así que siguió inclinándose hacia delante,
hacia la extensión plana de su estómago, una sombra de color carne bajo el
blanco crujiente de la camisa metida en unos pantalones oscuros ajustados.
Bajo la lana oscura, la larga cresta de su virilidad se flexionaba y se tensaba, y
el cuerpo de ella respondía como imaginaba que lo haría siempre.
La noche anterior, su marido había puesto su boca perversa sobre ella,
causándole un placer inimaginable. ¿Podría ella tener el mismo efecto en él?
¿Qué pasaría si ella presionara su boca contra esa dura longitud? ¿Qué haría él?
Ella giró la cabeza, pasando la mejilla por la tela ligeramente abrasiva,
sintiendo el calor de la carne que había debajo.
—Farah, —gruñó en advertencia.
—¿Sí?, —respiró ella, con el pecho repentinamente apretado, lleno de
anticipación, su cuerpo liberando una resbaladiza ráfaga de deseo.
—¡Os he traído té y aperitivos! —anunció Murdoch cuando la puerta del
puente que unía los vagones se abrió de golpe con una ráfaga de aire frío de la
madrugada—. Llaman a esto tarifa de primera clase, pero si lo es, me comeré
mi propio sombrero. —Cerró la puerta de una patada—. Alégrese de haber
dejado a Frank en casa; se horrorizaría.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡Sr. Murdoch! —En su sorpresa, Farah se levantó bruscamente,


poniéndose casi pecho a pecho con su marido, que dio un paso atrás. Si Dorian
Blackwell podía parecer culpable, casi lo consiguió en ese momento.
Murdoch se quedó mirando un rato más de lo necesario. —He
interrumpido algo.
Buscando en el enigmático rostro de su marido, buscó la esperanza de
recuperar el momento, pero su máscara estaba de nuevo en su sitio, y dio un
suspiro decepcionado. —En absoluto, Murdoch, el té suena muy bien. —Se
volvió hacia Dorian—. ¿Te unes a nosotros?
Dorian miró la delicada mesa con sillas aún más delicadas y frunció el ceño.
Siendo los tres, tendrían que sentarse bastante cerca. —Tengo papeleo que
atender y asuntos que poner en orden antes de llegar a Londres. —Los
abandonó a su té para dirigirse a su lujoso trono, ignorándolos tan
eficazmente como si hubiera cerrado una puerta invisible.
Farah observó su retirada con ojos irritados. ¿Era capaz de apagar tan
completamente la respuesta de su cuerpo hacia ella? ¿La dejaría siempre tan
insatisfecha?
En cualquier caso, el té y la conversación con Murdoch eran un agradable
descanso de la incesante intensidad de la compañía de su marido. Hablaron de
cosas agradables, libros, teatro, el Strand. Farah no podía evitar echar un
vistazo a Blackwell mientras escribía sobre un escritorio móvil, inclinado
sobre libros de contabilidad y rompiendo los sellos de documentos de aspecto
importante. Si siguió su conversación, no dio ninguna indicación.
Después del té, ella y Murdoch se acomodaron para jugar a las cartas y se
rieron de otras divertidas historias del Yard, así como de sucesos más ridículos
en el café de Pierre de Gaule, debajo de su piso. Después de una de sus
animadas historias que involucraban a un pintor parisino y a un poeta inglés
que se peleaban por una bailarina rusa bastante famosa, Murdoch levantó la
mano y le rogó que se detuviera, secándose las lágrimas de alegría con el
rabillo de los ojos.
Se tomaron un momento para estar sobrios y él se puso de pie para
servirles una copa de vino. —¿Puedo preguntaros algo que todos nos hemos
preguntado, mi señora?
Farah se llevó el vino a los labios y se detuvo. —Todavía no soy una dama,
Murdoch, pero puedes preguntarme lo que quieras. Soy un libro abierto. —A
diferencia de otros, pensó, sus ojos se deslizaron para estudiar el nervio del cuello

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

curvo de Dorian. A pesar de todo lo que habían hecho anoche, él seguía siendo
un misterio. Apenas había visto más carne que su cara y su garganta, y apenas
eso. Había una forma poderosa y masculina bajo las capas de galas. ¿Tendría
alguna vez ocasión de contemplarla?
Murdoch se acomodó con su propia copa y recuperó su mano de cartas. —
¿Dónde has estado, muchacha?
Farah se detuvo, haciendo rodar el dulce vino tinto mezclado en su boca
antes de tragar, tratando de alejar sus pensamientos de su marido. Señor,
¿podría acostumbrarse alguna vez a esa palabra? —¿Qué quieres decir?
—Dejasteis el orfanato hace diecisiete años. ¿Adónde fuisteis? ¿Qué
hicisteis para conseguirlo?
El puño de Dorian los hizo saltar a ambos al golpear su escritorio. —
Murdoch, —gruñó.
—¡Oh, no finjas que te mueres por saberlo! —Murdoch era probablemente
el único hombre vivo que podía agitar una mano desdeñosa hacia el Corazón
Negro de Ben More y conservar el apéndice ofensivo.
—¿Has considerado que tal vez no sea algo que ella pueda soportar contar,
o que tú puedas soportar escuchar? —La voz baja de su marido retumbó entre
dientes apretados.
—Está bien, —ofreció Farah, dejando su vaso sobre la mesa—. La historia
no es ni terriblemente divertida ni traumática. No me importa contarlo.
—No quiero saber nada de eso, —dijo Dorian sin levantar la vista de su
escritorio.
—Entonces cuéntame, muchacha. ¿Cómo llegó la hija de un conde a
trabajar en Scotland Yard? —preguntó Murdoch.
Farah se quedó mirando el vino, de un precioso color ciruela, en su
delicada copa de cristal. Hacía años que no pensaba en aquellas infernales y
angustiosas semanas después de que se llevaran a Dougan. —Me enteré por la
hermana Margaret de que se habían llevado a Dougan a Fort William. Ese
mismo día también me enteré de que ella había informado al Sr. Warrington
de mi relación con Dougan y de que habíamos intentado huir, y que él estaba
de camino a recogerme.
—¿Así que huiste?
Farah sonrió. —En cierto modo. Era lo suficientemente pequeña como
para ir de polizón detrás del baúl atado al portaequipajes de la parte trasera
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

del autocar del señor Warrington. Una vez que dejaron de buscarme, viaje
detrás del transporte de Warrington todo el camino hasta Fort William,
ciertamente un viaje menos cómodo que éste.
Murdoch se rió. —El bastardo ni siquiera sabía que estabas allí. Muchacha
inteligente.
Chocando el vaso que Murdoch le ofrecía con el suyo, le dedicó una
sonrisa irónica. —Una vez que llegué a Fort William, ya habían enviado a
Dougan a una prisión en el sur de Glasgow llamada The Burgh. Así que fui de
polizón en un carruaje de correos desde Fort William a Glasgow.
—¿Y no te consiguieron atrapar en todo ese camino? —Murdoch preguntó.
—Por supuesto que sí. —Farah se rió—. Fui un terrible polizón. Pero le
dije al cartero que me atrapó que me llamaba Farah Mackenzie y que mi
hermano y yo éramos huérfanos y que necesitaba encontrarlo en Glasgow. El
hombre se apiadó de mí, me invitó a comer y me dejó sentarme delante
durante el resto del trayecto bajo una manta.
Blackwell resopló desde el otro lado del vagón. —Tienes suerte de que eso
sea todo lo que hizo.
—Ahora lo sé, —concedió Farah—. Fui bastante ingenua en ese momento.
—No puedo creer que fueras tan tonta como para emprender tu propio
camino, —continuó sombríamente, arrojando una carta a su mesa—. Es un
milagro que...
—Creí que no ibas a querer saber nada de esta conversación, —bromeó
Murdoch, guiñándole un ojo a Farah.
—Y no. Pero la idea de una pequeña y protegida niña de diez años en las
calles de Glasgow…
—Si quieres involucrarte, ven aquí e involúcrate, de lo contrario, haz el
favor de callarte y dejar que la dama termine su historia.
Farah estaba seguro de que Murdoch había firmado su sentencia de
muerte, pero Dorian sólo murmuró una asquerosa blasfemia en voz baja, mojó
su pluma en tinta y reanudó su trabajo.
—¿Decías? —preguntó Murdoch.
—Oh, sí, um, ¿dónde estaba?
—Glasgow.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Bien. Encontré la misma historia en Glasgow que en Fort William. El


Burgh sólo se construyó para albergar a cuarenta personas y actualmente
encarcelaba a más de cien. Así que ya habían enviado a Dougan a Newgate
para trabajar en los ferrocarriles. El cartero, Robert Mackenzie era su nombre,
me dijo que tenía un primo en Londres que trabajaba como repartidor de
comestibles. Dijo que no podía dejar a un pequeño de su clan sin defensa, así
que me compró un billete de tren y me envió a Londres. Un hombre muy
dulce, —recuerda Farah—. Le envié cartas cada mes durante una década hasta
que falleció por un problema de corazón.
—¿Y su primo fue amable contigo? —preguntó Murdoch.
—Oh, sí. Craig Mackenzie y su esposa, Coleen, sólo pudieron tener un
hijo, una niña bastante enfermiza llamada Agatha. Como yo llevaba el mismo
apellido, nadie cuestionó especialmente mi presencia en su casa. Necesitaba
ayuda con sus entregas, así que me aseguré de que mis rondas me llevaran por
Newgate, donde dejaba comida y demás para Dougan que se restaba de mi
propio salario. Trabajé con el Sr. Mackenzie durante unos siete años, y no me
importó demasiado. Hasta el año en que Dougan murió. Todo pareció cambiar
después de eso. Craig dejó a Coleen por una bailarina española. Huyeron al
continente y así su negocio se hundió. La hermana de Coleen dijo que había
oído que contrataban personal de mantenimiento en Scotland Yard, y así, a los
diecisiete años, Agatha y yo fuimos a trabajar allí como criadas.
La pluma de Dorian se detuvo en su escritorio, pero siguió sin mirarla. —
¿Yo te buscaba por todas las malditas Tierras Altas de Escocia y tú fregabas
los suelos del pozo negro de Scotland Yard?
—No por mucho tiempo, —anunció Farah con orgullo—. Antes de que
Carlton...
Dorian levantó la cabeza y la fulminó con la mirada.
—Me refiero a que antes de que el inspector jefe Morley asumiera el cargo,
un hombre llamado Victor Thomas James ocupaba su puesto. Verá, debido a la
mala salud de Agatha, a menudo también me quedaba hasta tarde para
terminar sus tareas. Una de las cuales era encender todos los fuegos de las
oficinas del Yard. El inspector jefe James era uno de los detectives más
condecorados de la historia del Yard; sin embargo, su vista había empezado a
fallar, pero no estaba dispuesto a retirarse. Una noche, mientras ordenaba su
despacho y atizaba el fuego, le ayudé a leer un documento especialmente
desordenado. A la noche siguiente, tenía un montón para que los leyera y un
penique extra por mis molestias. En el transcurso de dos años, me hice

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

indispensable para él, y me instaló como empleada viuda a los veinte años. —
Farah levantó los hombros—. La naturaleza del trabajo en el Yard es bastante
transitoria. Los hombres van y vienen, son trasladados, despedidos, asesinados
o ascendidos. Al cabo de unos cinco años, Agatha se había casado y nadie que
me conociera como criada seguía trabajando en esa oficina. Yo era
simplemente la señora Farah Mackenzie, una viuda marisabidilla. El inspector
jefe James se jubiló hace seis años, Morley ocupó su lugar, y allí he
permanecido hasta, bueno, hasta hace unos días.
Los dos hombres, de rasgos muy diferentes, compartieron expresiones
idénticas de abyecta incredulidad durante el tiempo suficiente para que Farah
quisiera retorcerse.
—Pensar en las molestias que hemos tenido que pasar para encontrar a
esta menuda hada, Blackwell, y todo este tiempo ha estado delante de
nuestras narices. Todo lo que tendrías que haber hecho es la única cosa que
juraste que no harías. —Murdoch se volvió para lanzar a su empleador una
mirada dolorosa e irónica.
—¿Qué era eso?, —ella preguntó.
—Conseguir que me arrestaran.
—Así es como me encontraste.
Murdoch se rió. —Sí, pero eso lo orquestamos nosotros, así que no cuenta.
Farah pensó un momento, preguntándose a quién tenían dentro que habría
ayudado con dicha orquestación. —¿Inspector McTavish?
Murdoch se rió y le dio una palmada en el muslo. —¡Dougan siempre dijo
que eras una chica ingeniosa!
Recordó la paliza que Blackwell había recibido mientras estaba encerrado
en la bóveda. Los ecos de un hematoma y el corte casi curado en el labio le
recordaron hasta dónde debió llegar. —Lamento que hayas sido maltratado
por Morley, —le ofreció—. No sé qué le paso.
La mirada de Dorian la tocó en lugares que hicieron que los recuerdos
bailaran a lo largo de los nervios de su piel hasta que se sobrecalentó y le dolió.
—Yo sí.
Mientras su cara se calentaba, la agachó y recuperó sus propias cartas. —
Sólo por curiosidad, ¿fue usted responsable de la muerte de esos tres guardias
de la prisión de Newgate de los que le acusó Morley?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Su marido no levantó la cabeza de su trabajo, su pluma nunca se detuvo en


su implacable rasguño a través de la página. —No, no fui responsable de sus
muertes, —dijo en tono sombrío.
Farah soltó un suspiro tranquilo pero aliviado.
—Yo mismo los maté a cada uno.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DIECISÉIS

Londres parecía ciertamente diferente cuando uno sabía que su vida estaba
en peligro. Aunque las turbas de las calles obedecían y las sombras se
separaban por su influyente nuevo marido, Farah seguía encontrándose
encogida en los callejones oscuros y comprobando a la vuelta de las esquinas si
un asesino, o el propio Warrington, se apoderaba de ella.
—Deja de hacer eso, —le ordenó Dorian desde la esquina en sombra donde
observaba a Madame Sandrine convertirla en un alfiletero humano.
—No me he movido ni un ápice en casi tres horas. Primero tendría que
estar haciendo algo para dejar de hacerlo. —La interminable permanencia de
pie había hecho que Farah se irritara, y después de esta cuarta prenda, la
novedad de tan fina vestimenta empezaba a desaparecer.
—Sigues mirando por la ventana en busca de peligro, —le acusó.
Caramba, eso era lo que estaba haciendo. Mirando a los ciudadanos
ricamente vestidos del West End en una ridícula búsqueda de un posible
asesino. Apretando los dientes contra una picazón en la clavícula, luchó
contra el abrumador impulso de rascarse. ¿Cómo podía saber el aspecto de un
asesino? —¿Puedes culparme dadas las circunstancias? Tal vez ser el blanco de
enemigos poderosos sea muy típico para ti, pero yo aún no me he adaptado a
ello.
—Y no tendrás que hacerlo, —dijo despreocupadamente—. No pasará
mucho tiempo antes de que tengamos la cabeza de Warrington expuesta en
una pica desde el Puente de Londres.
—¿No… literalmente? —Aunque la imagen no la disgustó tanto como
debería.
Le lanzó una mirada de divertida exasperación.
—Bueno, contigo nunca se sabe, ¿verdad?
Su exasperante marido parecía satisfecho consigo mismo, y Madame
Sandrine se rió. —Escogió una buena esposa, Monsieur Blackwell. Ella es,
como decimos, una femme forte.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah se sintió interiormente culpable por todos los pensamientos


descorteses que había tenido sobre la mujer mientras se sometía a sus
atenciones. —Es usted demasiado amable, Madame Sandrine.
—¡Ja! Su marido sabe más que eso, n'est-ce pas.
La sonrisa de Farah desapareció ante la mirada socarrona que la
encantadora morena deslizó hacia Blackwell. Unos cuantos pensamientos
descorteses adicionales la aturdieron cuando Dorian le concedió a la modista
una inclinación de cabeza civilizada, que se asemejaba a una declaración total
de afecto por él.
Los ojos de Farah se entrecerraron ante la mujer, que no se dio cuenta
porque estaba calculando la notable amplitud de los hombros de Blackwell.
¿Hasta qué punto se conocían? ¿La señora le había puesto las manos encima?
¿Le había permitido tomar sus medidas y vestir su impresionante físico?
Parecía extrañamente irritante que, aunque se hubiera acoplado a su marido,
quien le confeccionaba la ropa conociera más íntimamente el cuerpo de él.
Él miraba a Farah con la expresión más extraña cuando ella no pudo evitar
levantar su mirada de desaprobación hacia él. ¿Podía él leer la extraña mezcla
de curiosidad y sospecha en su rostro? La mirada del bribón oscilaba entre la
incredulidad y la satisfacción.
Casi parecía satisfecho. La mayoría de los hombres no se atreverían a
pensar en acompañar a sus esposas a una prueba de vestuario, y mucho menos
a rechazar las distracciones de un periódico o un libro.
Pero no Dorian Blackwell. Fiel a su estilo, observó, con leve interés, cómo
Madame Sandrine metía, prendía, medía, envolvía y doblaba. A veces parecía
que no podía dejar de mirar, como si se la bebiera con la mirada. La saboreaba.
Su intensidad la dejaba más que desconcertada.
Su marido. Un ladrón, un salteador de caminos, un criminal.
Un asesino despiadado.
Pero ella lo sabía, ¿no? De alguna manera, le parecía excusable acabar con
la escoria de la sociedad. Desaparecer a hombres más villanos que él;
monstruos, señores del crimen y proxenetas. ¿Pero agentes de la ley? Hombres
a los que podría haber conocido y de los que incluso se habría hecho amiga.
Recordó su primera conversación en el estudio de Ben More. Su
devastadora descripción de las infernales torturas que él y Dougan habían
soportado de niños.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Y eso fue justo lo que me hicieron los guardias.


Tragándose una fuerte emoción, Farah le clavó los ojos. La herida brillaba
con fuego azul desde las sombras. Se arremolinaba con cosas que nunca diría
en voz alta. No podía soportar que lo tocaran. No podía renunciar a un
mínimo de compostura o control.
Era difícil imaginar al fuerte y letal depredador que tenía delante como un
niño pequeño, y mucho menos como una víctima. De alguna manera, con un
hombre como Blackwell, sería fácil asumir que siempre había sido la fuerza de
la naturaleza que actualmente era. Que tal vez, a través de alguna hazaña
olímpica, había aparecido en esta tierra en su cuerpo maduro y poderoso,
nacido de una potente y mística oscuridad.
Pero no era así, pensó Farah, y su pecho se apretó por él. Él era tan
producto del pasado como ella, incluso más, y había pasado muchos de sus
años de formación indefenso, herido y asustado.
En una estrategia inteligente, había elaborado su venganza en torno a la de
ella, para que no pudiera separarse de él si quería conseguirla. Dorian
Blackwell no era el tipo de hombre que mataba sin necesidad. Esos guardias a
los que había confesado haber matado, si habían maltratado a Blackwell,
probablemente también habían victimizado a Dougan y a otros innumerables
chicos encarcelados. ¿Cuántos de esos niños habían sido inocentes, como lo
era Dougan? Si ese era el caso, entonces Farah no sólo comprendía sus
acciones letales, sino que luchaba contra una especie de oscura aprobación.
Seguramente estaba mal, pero no se atrevía a condenarlo por ello.
Qué extraño que sintiera más indignación por la genial inclinación de sus
labios hacia Madame Sandrine, que por la muerte de tres personas. ¿En qué
clase de mujer se estaba convirtiendo?
—El padre de Madame Sandrine, Charles, es mi sastre, —explicó, con una
sonrisa de satisfacción jugando con la comisura de su boca—. Pasó un tiempo
conmigo en Newgate. Conozco a la familia desde hace algún tiempo, incluido
el marido de Sandrine, Auguste. —Puso un énfasis indebido en la palabra.
—Antes de ser sastres, en mi familia eran contrabandistas, —anunció con
orgullo Madame Sandrine—. Pero mi padre fue herido por la policía y
encarcelado. Siempre me dice que no podría haber sobrevivido en una prisión
inglesa sin los Blackheart Brothers. E incluso después de eso, Monsieur
Blackwell nos compró y alquiló este palacio en el West End, y ahora estamos
entre los sastres y modistas más elitistas de la alta sociedad. El único pago que

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

acepta es la exclusividad de la experiencia de mi padre, y ahora la mía para


usted, Madame Blackwell.
—Merci, —murmuró Farah, dándose la vuelta para lamentar su ira hacia la
mujer francesa mientras seguía mirando a los ojos de su marido. ¿Cómo era
posible que empezara a considerarlo más un filántropo que un filisteo? ¿La
estaba corrompiendo de alguna manera? ¿O finalmente estaba viendo la
verdad? Que el Corazón Negro de Ben More podría tener un corazón muy
grande, de hecho.
—Creo que este vestido aturdirá a la nobleza y los dejará estupefactos de
envidia y lujuria, —anunció Madame Sandrine con deleite.
—Me alegro de que no sea carmesí, como todo lo demás que cubres, —le
dijo Farah a su esposo mientras miraba su transformación en los espejos del
piso al techo frente al podio elevado en el que se encontraba. La creación de
seda azul evocaba el cielo de medianoche, ya que envolvía su pecho y cintura
en fruncidos enjoyados antes de caer en cascada desde sus caderas en una
cascada oscura. El corpiño de corte descarado tenía un toque de
respetabilidad gracias a los pliegues de una reluciente y diáfana tela plateada
que colgaba de una gargantilla de gemas alrededor de su cuello y fluía por sus
hombros como rayos de luna. Llamarlas mangas habría sido un error, por todo
lo que ocultaban.
Madame Sandrine lanzó una mirada burlona por encima del hombro a
Blackwell. —Qué apropiado que el color de la sangre sea el que más prefieres.
—No para ella, —retumbó Dorian.
La costurera levantó una ceja alada, pero no comentó nada. —Voilà. Creo
que eso es todo lo que necesitaré de usted hoy, Madame Blackwell. Puedo
tenerlos terminados por la mañana, y mientras tanto tengo un encantador y
suave vestido gris con un dobladillo de pequeñas flores rosas que resaltará el
color de sus mejillas.
—Gracias, Madame Sandrine. Me disculpo por la imposición de su tiempo.
—¡Tonterías! —La mujer se recogió del suelo en un charco de faldas—. En
esta tienda, el tiempo se detiene para Dorian Blackwell, y ahora también para
su mujer. —Con cautela, ayudó a Farah a quitarse el vestido, dejándola sólo
con el corsé y la ropa interior—. A continuación traeré un surtido de
lencería—.
—Oh, no, eso está bien, —protestó Farah—. Tengo un montón de
respetables...
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Sí, tráelos, —intervino Dorian—. Sólo lo mejor.


—Eso no hace falta decirlo. Un marido recién casado no quiere saber nada
de ropa interior respetable. —La modista lanzó una sonrisa lasciva hacia
Farah—. Tengo justo lo que mantendrá las camas de las amantes vacías y frías.
—Salió corriendo, arrastrando la bata azul con ella.
¿Amantes? Farah miró a Blackwell. Él nunca tendría amantes, ¿verdad? No.
Apenas se atrevía a acostarse con ella. Pero, ¿y en el futuro? ¿Y si él
desarrollaba un gusto por el sexo que ella no podía satisfacer? ¿Y si encontraba
a alguien cuyo tacto no le repeliera?
Un brillo le devolvió la mirada desde donde su oscuro marido estaba
sentado en las sombras. Una mirada no de risa ni de alegría precisamente, sino
un reajuste de su frío cálculo habitual. Una sensación de recreo y
esparcimiento, y se atrevía a decir que de jovialidad.
—No me digas que estás disfrutando con esto, —advirtió ella.
Su mirada petulante se convirtió en una sonrisa completa.
—Cree que tienes un harén de amantes.
—Creo que ya lo he señalado antes, es un error común.
—Estoy bastante seguro de que a Madame Sandrine le gustaría solicitar un
puesto en las filas, —murmuró Farah.
—Me parece que eres celosa, esposa. —La sugerencia en la voz de Dorian
acarició todo el camino hasta sus respetables bragas.
—No te halagues. —No estaba celosa. Aunque, tenía que admitir, que la
sugerencia de no poder complacer a un marido como el Corazón Negro de Ben
More lo suficiente como para evitar que se desviara le dolía más de lo que
había esperado.
—Puedes atribuirme muchos pecados, pero la autoaprobación no está
entre ellos. —La voz de Dorian bailó con diversión, y Farah tuvo que luchar
contra una sonrisa amenazante.
—Si la autoaprobación fuera tu único pecado, serías un hombre honesto y
virtuoso, —bromeó ella, bajando las pestañas para ocultar su diversión.
—No buscabas virtuosismo cuando me encontraste, —dijo él en voz baja.
Ella emitió un sonido de falsa indignación y le lanzó una media hecha bola
que él atrapó. —¡Sabes muy bien que no te encontré! Me llevaste cautiva.
—¿Es así como lo recuerdas?
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Eso es lo que pasó, —insistió ella.


—Recuerdo haber estado bastante cautivado cuando nos conocimos, —
dijo con ligereza—. Indefenso, me atrevería a decir.
El bufido de Farah se convirtió en una risa reticente. —No seas
encantador. No te conviene.
El brillo de sus ojos azules se convirtió en un centelleo, la curva de su boca
se levantó un poco demasiado para ser llamada una sonrisa. ¿Pero una sonrisa?
Casi... —Nadie me ha acusado nunca de ser encantador.
—No me digas. —Señor, ¿estaban coqueteando?
El movimiento de las faldas de Madame Sandrine anunció su llegada. —
¡Aquí estamos! Lo último en moda parisina. —Seleccionó una camisa de encaje
especialmente fina en el tono más pálido de la lavanda de su carro, repleto de
todo, desde corsés hasta calzones, medias, ligueros y camisones que apenas
cubrían lo suficiente como para merecer ese nombre—. Esto iría con estas
medias-
—Envuelve uno de todo, —ordenó Dorian.
Farah imaginó que su mirada estupefacta era tan ridícula como la de la
costurera. —Pero, eso es una pequeña fortuna en ropa interior, para la que
realmente no tengo necesidad.
—Resulta que tengo una pequeña fortuna para gastar en ropa interior.
La risa gutural de Madame Sandrine puso los dientes de Farah en punta.
Metió la mano en el carro y cogió un vestido largo y transparente de fino
encaje negro.
Farah no pasó por alto el endurecimiento de las facciones de su marido.
Tal vez esto lo llevaría al límite, lo incitaría a —profanarla— de nuevo. Un
rubor subió por sus mejillas cuando Farah se imaginó a sí misma sin nada más
que ese pedazo de encaje, atrayendo la lujuriosa mirada desatinada de su
marido. La prenda era casi más indecente que estar desnuda. Algo que llevaría
una amante. O una prostituta.
Cuando reacciono ante la palabra, y Farah jadeó, dejando que la prenda se
le escapara de los dedos antes de cubrirse los ojos repentinamente ardientes
con ambas manos.
Prostituta. —¡Gemma!, —gimió—. Las lágrimas brotaron de sus párpados
apretados al considerar todos los terrores a los que se enfrentaba la mujer en

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

su ausencia. Farah había prometido a la pobre prostituta que estaría allí antes
de su liberación de Scotland Yard. Que la ayudaría a escapar de las garras de
Edmond Druthers. Había estado tan ocupada consiguiendo que la drogaran, la
secuestraran y posteriormente la casaran, que casi lo había olvidado. —¿Qué
he hecho?
—¿De qué estás hablando? —La voz de Dorian era más cercana, alerta y
preocupada—. ¿Qué pasa?
Lentamente, Farah bajó las manos, revelando la amplia forma que ahora se
alzaba frente a ella. Una oscura idea se agitó en la periferia de su conciencia
moral. Su marido no era otro que el formidable y notorio Corazón Negro de
Ben More. Su nombre infundía temor en los corazones de los criminales más
duros, por no hablar de sus amenazantes rasgos y su poderosa estructura.
Sólo esperaba que su marido fuera de la ley estuviera dispuesto a poner a
su disposición sus habilidades mal habidas. Aspirando un poco de aire en sus
pulmones, se preparó para pronunciar las palabras que podrían dar lugar a su
alianza final con el diablo. —Dorian, necesito tu ayuda.

***
Un aura silenciosa y expectante levantó los finos pelos de la nuca de
Dorian mientras observaba las nieblas malolientes de los muelles de Londres.
No tenía tiempo para esto. Además, no le gustaba traer a Farah aquí. Los
peligros del barrio londinense de Wapping no rivalizaban precisamente con
los de Whitechapel, pero uno no traía aquí sus tesoros y esperaba
conservarlos. Al menos no a estas horas de la madrugada, con todos los piratas
y contrabandistas fluviales haciendo uso de los oscuros muelles a lo largo del
Támesis.
Tres cosas mantenían sus hombros relajados mientras paseaba por
Wapping High Street con Farah a su lado.
La primera era el espeso pelo cobrizo, los anchos hombros y el largo paso
de Christopher Argent, que custodiaba el otro lado de Farah. El asesino
londinense de Dorian tenía los ojos de un halcón y los reflejos de una
mangosta. Nada salía de las sombras que Argent no viera venir.
La segunda era que Murdoch flanqueaba a Farah y, a pesar de su
complexión robusta y su avanzada edad, era hábil con una o dos pistolas.
Aunque Dorian reservaba las pistolas como último recurso, ya que solían

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

despertar a los policías si se disparaban dentro de la ciudad. Esta noche no


eran necesarias. O nunca.
La tercera, y más importante, era que seguía siendo Dorian Blackwell, y
que poseía los intereses, los bienes y las lealtades de más de la mitad de los
contrabandistas de los muelles y los piratas fluviales del Támesis. Este era su
mundo. No porque perteneciera a él, sino porque gobernaba aquí. Cualquiera
que se encontrara le debería lealtad, dinero o sangre. Y si alguien se interponía
en su camino, él cobraba lo que le correspondía.
Si el Támesis era un río de suciedad y aguas residuales, Wapping High
Street era un río de ladrillo y piedra. Las estructuras aquí estaban compuestas
en su mayoría por almacenes enmohecidos y edificios de fabricación en ruinas
que habían quedado obsoletos por la nueva revolución industrial. Los
adoquines brillaban con el color azul de la luna llena, ya que las farolas
estaban mucho menos espaciadas aquí que en el animado Strand o en el
adinerado Mayfair. La luz de la luna nunca llegaba a las profundas callejuelas
o a los estrechos caminos que conducían desde la vía pública hasta los
muelles.
Este era un lugar para hombres que vivían en las sombras. Hombres como
él.
Dorian miró a su mujer. Sus tirabuzones recogidos brillaban a la luz de la
luna como un faro de plata contra la suciedad que apenas ocultaba la noche.
No debería haberla traído. Debería haber insistido en que se quedara en la
seguridad de su terraza.
No deberían estar aquí, persiguiendo a prostitutas errantes. Habían
entrevistado a más de una docena entre el callejón Queen's Head y el lugar
donde se encontraban ahora, en la esquina de Brewhouse Lane. Farah les había
ofrecido dinero, recursos y un lugar para dormir a cambio de cualquier
información sobre su amiga Gemma Warlow.
Dorian no podía entender su sombría determinación. Había demasiadas
prostitutas que salvar. Demasiados huérfanos y vagabundos que albergar.
Demasiados desgraciados y hambrientos que alimentar. Lo más probable era
que se tomaran todas esas molestias y que la puta volviera corriendo a su amo
en el momento en que sus magulladuras se curaran y el hombre la llamara con
una disculpa despreocupada.
Dorian conocía y odiaba a Edmond Druthers desde hacía años. El hombre
era el equivalente humano del lodo tóxico que se acumula en las orillas cuando

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

baja la marea. Nadie lo quería allí, pero nadie sabía cómo librar a la ciudad de
él.
Dioses, esto era una maldita pérdida de tiempo.
Pero la aguda angustia de Farah y sus serias lágrimas lo habían descosido,
y Dorian sabía desde hacía tiempo que no podía negarle nada. Ni siquiera esta
tontería. Christopher Argent no dejaba de robar miradas incrédulas a Farah,
sus ojos azules reflejaban el resplandor del ambiente como los de un gato
callejero. Dorian comprendió por qué el hombre se atrevía en su presencia.
En primer lugar, porque Christopher Argent era un asesino a sueldo
insensible e intrépido.
Y en segundo lugar, porque la mayoría de los hombres encarcelados en
Newgate habían considerado al Hada de Dougan como una criatura mítica, un
espectáculo demasiado raro y hermoso para ser contemplado por un hombre
común. Tal vez incluso una fantasía nacida de una imaginación lo
suficientemente aguda como para tomar posesión de la prisión. Encontrarse
con ella era contemplar una fantasía hecha realidad, recordar los anhelos
desesperados de un prisionero solitario desprovisto de bondad, piedad o
belleza. Quedar cegado por la encarnación de las tres cosas. Para un hombre
como Argent, nacido en la cárcel, la visión podría hacer que se replanteara
algunas filosofías cínicas mantenidas durante mucho tiempo.
Pero a juzgar por la mirada curiosa y a la vez calculadora que brillaba en
los pálidos ojos de Argent, Dorian se dio cuenta de que podía estar
equivocado. Diecisiete años y todavía no sabía casi nada del hombre, aparte
del hecho de que Argent mataría sin dudarlo y le era abyectamente leal.
Farah no prestaba atención al hombre, tan concentrada como estaba en el
rescate de su amiga. Asimismo, ignoró los sonidos de los estibadores
borrachos que se gastaban lo que ganaban en muchos infiernos de ginebra
subterráneos por un polvo barato, y se acercó a las mujeres que estaban en las
calles, lo suficientemente valientes, o desesperadas, para servir a ladrones,
contrabandistas y piratas del muelle. Su compostura era impresionante, ya
que conversaba con estas mujeres sin miedo ni juicio, e incluso reconocía a
algunas de ellas por su nombre. Podrían haber sido damas respetables que se
reunían en un parque de la ciudad, en lugar de espectros sucios que apestaban
a sudor, sexo y, en algunos casos, enfermedad.
El problema era que Farah no conseguía nada, y con cada callejón sin
salida, sus hombros perdían un poco de su almidón, y sus ojos perdían un poco
más de esperanza. Arrastrar a Blackwell y a Argent a su paso le garantizaba
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

soltar la lengua, ya que nadie se atrevería a desmentirlos, pero parecía que


Gemma Warlow no estaba en ninguna parte.
—Empiezo a preguntarme si Druthers no la ha matado, —se preocupó
Farah—. Y todo sería culpa mía.
—¿Cómo, en nombre de Dios, podría ser tu culpa? —preguntó Dorian,
mirando a dos marineros que se apoyaban en un edificio abandonado.
Músculos contratados, posiblemente, que esperaban la llegada de un
cargamento de mercancías de contrabando, embolsándose lo que se habría
pagado a la corona en impuestos de importación.
No era su carga. No tenían nada programado hasta que llegara una flota de
la compañía desde Oriente dentro de una semana.
Dorian escuchó su nombre en susurros asombrados y supo que los
hombres no serían una molestia. Pero no deberían mirar a su mujer como lo
hacían, así que no apartó su mirada hasta que encontraron algo interesante
que estudiar sobre sus botas.
—Le dije a Gemma cuando me fui de Scotland Yard con Morley que
volvería por la mañana para ayudarla a descubrir cómo escapar de Druthers
para siempre. Cuando no aparecí debió sentirse tan... Espera un momento. —
Dejó de caminar y su vanguardia se detuvo también mientras se volvía hacia
Dorian. Sus ojos, antes amplios y luminosos por las lágrimas, ahora se
estrechaban con acusación—. Esto no es culpa mía, es culpa tuya.
Argent ocultó su sonrisa divertida tras el cuello levantado de su largo
abrigo negro, pero Murdoch no se molestó en ocultar su indigno resoplido de
risa.
Dorian parpadeó. —No veo cómo.
—Si no me hubieras secuestrado, habría estado allí para ella.
—También podrías haber sido asesinada de camino al trabajo, —le
recordó Dorian con rigidez—. Hay un precio por tu cabeza, lo sabes.
—Sí, pero Gemma Warlow podría ser la asesinada ahora. ¿Es mi vida más
importante que la de ella? —Farah desafió.
—Lo es para mí.
Tres pares de ojos se ensancharon en la oscuridad azul, y Dorian estrechó
los suyos en respuesta desafiante. Pasaría por encima de una montaña de
Gemma Warlows asesinadas si eso significara salvar a Farah, y no sentía ni
una gota de vergüenza por la verdad de ello. Aunque sus rasgos le decían que
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

la conmoción se había convertido de nuevo en reprobación, y por eso Dorian


permaneció sabiamente en silencio.
—Oigo que estás buscando a Gemma, —dijo una voz desde las escaleras
que bajaban al Hangman's Pub y desembocaban en Brew House Lane.
Su esposa olvidó al instante su ira y se precipitó hacia la parte superior de
la escalera, con ojos suplicantes mientras contemplaba a una mujer de pelo
oscuro envejecida y vestida con poco más que jirones. —¡Sí! Gemma Warlow.
¿La has visto?
La mujer de la calle apartó el pelo enmarañado de sus ojos, que estaban
llenos de cálculos. Miró a través de Farah a Dorian, y vio la oportunidad.
—¿Qué te pasa, Black'eart?, —preguntó en su grueso cockney—. Todos
sabemos cuán profundos son tus bolsillos. Y sabes que no hay preguntas en los
muelles que se respondan gratis.
Dorian dio un paso adelante, sacando una moneda de su bolsillo y la
sostuvo frente a la débil luz de la calle de la esquina adyacente.
—Los tomaría a los cuatro por eso, —dijo, con la codicia y el deseo
inundando sus sugerentes palabras.
Dorian tragó su asco y se preguntó cuánto tiempo hacía que la mujer no se
bañaba. Lo más probable era que sólo consiguiera a los clientes más ciegos o
desesperados, ya que su edad y los años de uso le pesaban en la piel y los
dientes podridos. —Warlow, —le recordó.
La prostituta encogió un hombro huesudo. —Su cara está demasiado rota
para trabajar, así que está pendiente de un cargamento para Druthers. Se
supone que enviará a un corredor a buscarlo a la taberna Queen's 'Ead cuando
llegue aquí.
Dorian trató de ignorar el jadeo horrorizado de Farah. —¿Dónde?, —
preguntó.
La mujer extendió un dedo huesudo hacia el río, donde Brewhouse Lane
desembocaba directamente en el Muelle del Verdugo.
—Excelente. —Le lanzó la moneda a la mujer.
—Ten cuidado, Black'eart, —le gritó la puta mientras su mano se alargaba
y la atrapaba—. Las sombras están demasiado llenas esta noche de hombres
con abrigos oscuros y armas brillantes. Han hecho entrar a todo el mundo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Bien, —dijo Dorian—. Esperemos que se queden allí y se aparten de mi


camino—.
La risa de la mujer terminó con una tos sin aire. —Contigo y Argent en la
calle, todos pensarán que hay una guerra en Wapping.
—Si la hubiera, habría traído un ejército conmigo. —Dorian se alejó,
esperando conseguir a Warlow antes de que llegara el cargamento que
esperaba—. No te acerques al Muelle del Verdugo, por si acaso, —lanzó por
encima del hombro.
Farah se apresuró a seguirle, y él redujo su paso para que ella pudiera
seguirle. —¿El Muelle del Verdugo?, —preguntó ella—. Suena siniestro.
—Ya no se utiliza para su propósito original, —dijo Dorian, tratando de
calmar los nervios de ella, evidentemente agitados—. La corona solía colgar a
los piratas fluviales y a los contrabandistas del Muelle del Verdugo en siglos
pasados, y los dejaba allí como elemento disuasorio para los demás. Hoy en día
eso está bastante fuera de práctica.
—¿Y ese mismo muelle se utiliza para el contrabando?
Dorian sonrió. —La advertencia fracasó. La mayoría de los delincuentes lo
vieron como un desafío. Wapping, concretamente este muelle, ha sido el
epicentro del comercio clandestino desde entonces.
En la boca del muelle, donde las piedras se convertían en tablones bajo sus
pies, Dorian asintió a Argent, que se fundió en las sombras y desapareció por
un callejón lateral, con un silencio casi místico.
El muelle que corría paralelo al río era lo suficientemente ancho para un
carro de carga o para un puñado de hombres de pie hombro con hombro. De él
partían muelles más pequeños con varios barcos y tablones que se
balanceaban en la perezosa cinta negra del Támesis. Por antigua orden de la
corona, el muelle que completaba el Muelle del Verdugo debía permanecer tan
vacío como ahora. Pero noche tras noche, barcos oscuros y hombres más
oscuros lo convirtieron en su puerto para el comercio de Londres.
—¡Creo que la veo! —Farah indicó una pila de cajas cubiertas
holgadamente con una lona que bloqueaba más de la mitad del muelle, un
muelle al norte. Encima de la pila desordenada había un niño pequeño de unos
ocho años y una mujer más alta, encorvados juntos contra el frío.
—Debes permanecer a mi lado, a menos que te diga lo contrario. ¿Está
claro?, —le ordenó a su mujer.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La mujer levantó el cuello para mirarle y le sorprendió el brillo de sus


suaves ojos grises. Gratitud. Confianza. —Por supuesto, —prometió ella.
Dorian se perdió en ella por un momento. Quizás esto no era una pérdida
de tiempo tan colosal, después de todo.
Murdoch se aclaró la garganta. —El cachorro ya nos ha visto y ha salido
corriendo, —advirtió—. Supongo que no tenemos mucho tiempo antes de
tener una compañía no deseada.
Dorian apartó los ojos de su esposa. Ella era una distracción demasiado
grande aquí. Tenía que ser agudo y despiadado. No era la primera vez que
maldecía su presencia. Había insistido en que Gemma no iría con ellos a
menos que la acompañara, y ninguno de los dos conocía a la prostituta, por lo
que no podrían identificar a la verdadera Gemma. Y sin embargo, Dorian no
podía evitar sentir que debería haber insistido en que se llevaran a la puta,
dispuesta o no, y la entregaran a los pies de Farah sana y salva.
¿Cómo es que su mujer seguía convenciéndole de hacer cosas temerarias?
Después de esta noche, tendría que investigarlo.
Las cajas estaban en una franja de sombra del pasillo, equidistante de las
lámparas de gas que hacían lo posible por iluminar el muelle. Cuando se
acercaron, la regordeta figura bajó de un salto de su percha, preparándose para
salir corriendo.
—¡Gemma! —Farah llamó—. ¡Gemma, espera!
La figura se congeló y Farah extendió la mano, aunque la mujer aún no
estaba a su alcance.
—¿Sra. Mackenzie? —Una voz aflautada y sorprendida luchó a través de
los labios partidos e hinchados. —¿Qué está haciendo aquí?
Farah aceleró su paso y alcanzó a su amiga, a pesar de las órdenes de
Dorian. Las mujeres se desplomaron la una contra la otra con diferentes
versiones de alivio. Aunque la mugrienta prostituta era más alta y mucho más
grande que Farah, Dorian vio cómo su mujer atraía a su amiga hacia su pecho y
la sostenía allí en un gesto muy maternal. No parecía reparar en su fino vestido
gris nuevo ni en el hecho de que la mujer tuviera sangre seca enredada en su
sucio pelo.
Fue Gemma quien habló primero. —He estado muy preocupada por usted,
—regañó a Farah contra su hombro—. No le dijo a nadie que se iba, señora
Mackenzie.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿Estabas preocupada por mí? Querida. —Farah acarició el cabello de la


mujer, su guante de seda color crema se desprendió de él, mientras desviaba la
mirada hacia Dorian—. Y ahora es... Sra. Blackwell.
—¿Cómo, Dorian Blackwell? Si estás casada con el Black'eart de Ben More,
yo soy la maldita duquesa de York. —Gemma se zafó del abrazo, mirando a
Dorian con el único ojo que no estaba hinchado como si acabara de darse
cuenta—. Que me jodan, —respiró.
—Su gracia. —Dorian inclinó la cabeza hacia ella, haciendo una mueca de
dolor por sus heridas.
—¡Oh, Gemma! Mira lo que te ha hecho ese demonio. —Farah alisó con
cautela el pelo castaño sucio para apartarlo de las furiosas heridas.
Druthers no había dejado impune ninguna parte de la cara de la
desafortunada puta. Una oscura ira surgió en su interior, y al instante él
respetó a la dura mujer.
—¿Cómo una dama como tú encadenaría al maldito Dorian Blackwell? Yo
hubiera apostado mis ligas a que usted había puesto a Morley en cintura.
—Será mejor que nos vayamos si no queremos problemas, —advirtió
Murdoch.
—Vienes con nosotros. —Farah enlazó su brazo con el de Gemma—. Te
llevaremos lejos de aquí.
Gemma se zafó de su suave agarre, lanzando miradas temerosas a los ojos
llenos de cicatrices de Dorian. —Mejor que no, amable niña, —negó
suavemente—. No quieres que Druthers te persiga, ahora. Ya le duele que me
hayas conseguido la primera vez.
—No soy una chica, —protestó Farah—. Tenemos la misma edad.
Gemma dio un paso atrás ante el segundo avance de Farah y Dorian odió la
confusión dolida en el rostro de su mujer cuando se detuvo. Sabía lo que la
prostituta estaba pensando incluso antes de que lo dijera.
—No, no lo somos, —dijo la mujer con cansancio—. Soy vieja como el mar
y estoy cansada de este juego. Apenas me tomo la molestia de follar ya.
—¡No digas eso, Gemma! —insistió Farah—. Me niego a que me
escandalicen.
La puta dio otro paso atrás. —Es cierto. Los Druthers no se molestan en
golpear la cara si creen que aún les hará ganar dinero.

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Rebeldes Victorianos #1

Farah no se dejó disuadir. —Gemma, ven con nosotros ahora mismo,


debemos apresurarnos. Debemos irnos ahora.
Gemma negó con la cabeza. —¿Ir a dónde?
—A mi casa, por supuesto. Te daremos refugio, comida y seguridad.
—¿Entonces qué? ¿Cómo me mantendré? Yo no vivo de la caridad, ¿y quién
va a emplear a alguien como yo? ¿Tú?
Farah asintió con énfasis. —¡Claro que lo haré! —Ante la mirada escéptica
de Gemma, se apresuró a continuar—. Resulta que he adquirido la casa de mi
padre. Necesitaré personal.
Gemma levantó las manos. De tanto hablar se le había reabierto el corte en
el labio, pero no pareció darse cuenta. —No sé hacer mucho más que
tumbarme de espaldas y abrir las piernas. ¿Qué harías con una puta en una
buena casa? Salid de aquí, todos vosotros, antes de que se derrame sangre.
Sólo alguien con deseos de morir hablaba así en su presencia, y Dorian leyó
ese deseo en los ojos duros y muertos de Gemma. Estaba más allá de la
atención, su comportamiento animado era ahora más un hábito que otra cosa.
—¡Gemma, por favor! —La voz de Farah se espesó con la confusión y las
lágrimas—. ¿Por favor, ven conmigo? No podría soportar que te quedaras aquí.
—La admonición desesperada y frustrada desgarró las tripas de Dorian. Dio
un paso adelante, pero se detuvo cuando la prostituta emprendió una asustada
retirada.
—Te enviaremos a Ben More para que puedas recuperarte, — ofreció en
voz baja, tratando de no asustar más a la mujer—. Mientras estás allí, Walters
puede enseñarte el funcionamiento de una cocina. Nos reuniremos contigo
una vez que hayamos concluido nuestros asuntos aquí en Londres.
La mirada de adulación que le dirigió Farah le produjo una extraña
agitación en el pecho. Como si alguien hubiera soltado un ejército de polillas
allí dentro.
Gemma Warlow le miró con algo totalmente distinto. Escepticismo, o más
exactamente, incredulidad absoluta. —¿Por qué? ¿Por qué el ladrón más rico
de Inglaterra iba a jugarse el cuello por una flaca como yo? No eres conocido
por tu piedad, Blackwell.
Dorian la miró fijamente, pero no pudo pronunciar las palabras, así que
miró a Farah, que había juntado las manos con esperanza frente a ella. Ella era
la única razón. Su única razón.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Para todo.
Un inconfundible silbido de pájaro advirtió a Dorian de que tenían
compañía antes de que oyera un par de pesadas botas sobre los tablones.
Argent había encontrado su percha.
—Si a tu mujer le apetece un poco de concha, Blackwell, tendrá que pagar
por ello, como cualquier otra persona.
Dorian y Murdoch se volvieron hacia la voz granulada que había detrás de
ellos.
Edmond Druthers era una rata de alcantarilla con delirios de grandeza. A
pesar del parecido físico, era repulsivo, olía a basura y desechos, y tenía el don
de la supervivencia y el ingenio que lo mantenía en la cima de su propio
montón de estiércol.
Druthers no estaba solo. Tres marineros de hombros anchos recorrían el
muelle del Verdugo, todos ellos armados.
—No te acerques a ella. —Farah dio un paso protector delante de Gemma.
Dorian, a su vez, se puso delante de su mujer. Él no tuvo que decirle a
Murdoch que usara su cincha para ayudar a acorralar a las mujeres detrás de
las cajas. El sonido de la pistola de Murdoch al amartillarse le indicó que, si
fallaba, le esperaban seis balas para cuatro hombres. En manos de Murdoch,
eran buenas probabilidades.
Dorian se colocó entre las cajas y la pared, creando un cuello de botella
semiefectivo. Sólo dos de ellos podían acercarse a él a la vez, y a menos que
hiciera algo estúpidamente fuera de lo normal, era imposible que le
flanquearan, ya que el único callejón de gran envergadura era un abismo en su
periferia derecha.
Una vez que las mujeres estuvieron aseguradas fuera de la vista, Dorian
hizo algunos cálculos rápidos. Contó tres armas. Un cuchillo sostenido por un
hombre larguirucho al que reconoció por el nombre callejero de Bones, ya que
su piel enjuta se extendía sobre un armazón más de huesos pesados que de
músculos pesados. Un garrote blandido por un marinero de cuerpo duro y
pelo largo de ascendencia africana o isleña. Y, si Druthers era una rata de
alcantarilla, el monstruo que recorría con el pulgar el filo de su kukri era nada
menos que un oso. Inmenso, torpe, y todo un músculo poco agraciado bajo la
gruesa piel de pelo oscuro. Sin embargo, el tamaño no engañaba a Dorian.
George Perth era uno de los hombres más mortíferos que existían.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Druthers se había enterado de que el Corazón Negro de Ben More estaba


en su puerta, y había sacado a los más letales de sus hombres para pelear. El
tipo de riña de la que alguien no saldría bien parado.
Algunos cuatro, para ser precisos.
Si alguien llevaba una pistola, sería Druthers, pero si estaba esperando un
cargamento de mercancías, lo último que querría hacer era dispararla y alertar
a la patrulla nocturna.
Puede que Dorian tuviera que jugarse la vida en ello. —Señores, —les
saludó irónicamente.
—¿Por qué estás husmeando en mi parte de la rapiña, Blackwell? —ladró
Druthers, su acento marcaba claramente su ascendencia campesina de
Yorkshire. Señaló a Gemma y Farah a través de los listones de las cajas—. ¿No
tienes suficiente con lo tuyo?
—Lo que tengo es una propuesta de negocio para ustedes. —Dorian
intentó comunicarse en un idioma que el bastardo entendiera.
Druthers hizo un gesto a Bones y al africano para que se adelantaran a él, lo
que hicieron. —¿Qué te hace pensar que hablaría de negocios con un
pretendiente acorralado y unas cuantas putas? Si acabara con el rey de los
bajos fondos de Londres, no tendría que volver a comprar mi propia bebida,
por no mencionar que el resto de los muelles de Londres estarían libres para
tomarlos.
Una sombra se movió en el callejón y Dorian retrocedió unos pasos,
acercandose a los criminales. —Piensa bien tu próximo movimiento, Druthers,
—advirtió con la calma ártica que había hecho huir a muchos posibles
atacantes—. Veo que esto termina con tu muerte.
Bones y su compatriota pasaron el callejón y llegaron a la pila de cajas,
aunque se lanzaron miradas encubiertas de inquietud.
—No ves nada con esos ojos espeluznantes, Blackwell. —Druthers se
dirigió a él, pero miró con desprecio a las mujeres que permanecían
sabiamente calladas detrás de las cajas. Se encajó detrás de sus hombres que
avanzaban, el oso con el kukri permaneciendo a su lado como un centinela
gigante con cicatrices. —Lo que veo son unas cuantas zorras que necesitan
una lección.
—No podría estar más de acuerdo, —replicó Dorian, metiendo las manos
detrás de su chaqueta para ofrecer su pecho como objetivo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Mi puta es demasiado fea para los cuatro. —Druthers se mojó los labios
agrietados y descascarillados con un golpe de lengua, con los ojos clavados en
lo que podía ver de Farah—. Pero en cuanto haya librado al mundo de Dorian
Blackwell, tu bonita y apretada zorra buscará un nuevo hombre al que montar.
Algunos hombres sentían que el fuego los atravesaba cuando estaban a
punto de matar. Les enrojecía la piel, les hacía sudar, llenaba sus músculos de
fuerza y calor y quemaba todo sentido de la lógica y el control.
En el caso de Dorian, era hielo.
Endurecía sus músculos y crepitaba por sus venas, congelando todo lo que
le hacía estar vivo. Humano. Se expandió para llenar los espacios vacíos y
reforzó cualquier parte frágil. Embotaba el dolor hasta que la gente podía
astillarlo una y otra vez, sólo para ser mordido por fragmentos. El frío lo
mantenía alerta. Alerta. Feroz.
Y no le frenaba ni un ápice.
Con tantos oponentes, la lucha tendría que ser rápida. Una vez que un
cuerpo cayera al suelo, otro lo sustituiría, y no podía correr el riesgo de que
alguien se levantara y se acercara a él de nuevo. No había tiempo que perder
con castigos o heridas.
Golpes letales. Venas abiertas. Sin supervivientes.
Cuando el cuchillo de Bones se dirigió a su garganta, Dorian se agachó y
sacó los dos cuchillos largos de sus vainas, ocultos en su espalda bajo el abrigo.
Los hizo girar para que su pulgar cubriera la cachiporra y las hojas
descansaran a lo largo de sus antebrazos. Al volver a subir, cortó la carne bajo
la fosa del brazo de su atacante.
El hombre dejó caer el cuchillo inmediatamente al cortar el músculo y
dejar sin efecto el brazo de su oponente. El grito desgarrador fue cortado por
el segundo cuchillo de Dorian que se incrustó profundamente en su garganta.
Dorian estaba demasiado concentrado en la siguiente amenaza, el garrote
sostenido en la mano curtida del hombre de piel de café, como para sentir el
cálido chorro arterial al arrancar la hoja del cuello de Bones. El hombre que
sangraba emitió un terrible gorgoteo cuando su impulso lo llevó hacia
adelante, y el cuerpo aterrizó en algún lugar fuera de la vista.
Dorian casi no vio el destello de pelo castaño cuando Christopher Argent
se materializó desde el callejón y atacó como una víbora. En un momento, el
oso, George Perth, estaba justo detrás de Druthers preparando su kukri para
atacar, y al siguiente, sus pies inertes desaparecían en el negro callejón.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Otra víctima desprevenida del famoso garrote de Argent.


Dorian se abalanzó sobre el oscuro asaltante, dándole la oportunidad de
levantar el brazo derecho para asestarle un golpe que tendría toda la fuerza de
una máquina de vapor en marcha. Eso, si Dorian hubiera permitido que cayera.
Lanzando su rodilla izquierda contra el torso desprotegido, escuchó el
satisfactorio sonido de la respiración del hombre abandonando su cuerpo
mientras se desplomaba desde la cintura sobre su rodilla. Un fuerte golpe del
cuchillo en la nuca fue suficiente para cortar la médula espinal del hombre.
Levantó la vista para descartar el cuerpo y descubrió que Druthers había
sacado su pistola. —Ni un movimiento más, —advirtió el bandido, con los
ojos muy abiertos por el miedo—. No quiero dispararte, eso traerá a los
policías.
—¿Entonces qué propones? —preguntó Dorian, luchando contra la
necesidad de mirar hacia atrás y comprobar cómo estaba Farah. Nunca le
había visto matar. ¿Qué pensaba ella de él ahora?
—Entrégame la puta, es mía, y seguiré mi camino.
—Me temo que es demasiado tarde para eso. —Dorian sacudió la cabeza,
dejando caer gotas de sangre de su espada con un movimiento de muñeca—.
Un hombre como yo no puede dejar un ataque como éste sin respuesta y
esperar conservar su lugar en la cima.
—Todavía tengo a George, —amenazó Druthers—. Es el hombre más letal
de Wapping. No puede matarnos a los dos antes de comerse una bala.
El puño de Dorian apretó su cuchillo, colocándolo para lo que tenía que
hacer a continuación. —Supongo que te referías a que George era el caballero
bastante grande con el kukri.
A Druthers no le pasó desapercibido el uso del tiempo pasado por parte de
Dorian, y su ceño bajó con confusión mientras hacía exactamente lo que
Dorian necesitaba que hiciera. Giró la cabeza y miró hacia el lugar vacío del
que había desaparecido el oso marinero.
En el momento en que Druthers apartó la mirada, Dorian dejó volar su
cuchillo. Se incrustó profundamente en el hombro derecho del hombre, y la
fuerza del mismo hizo que Druthers cayera de rodillas. El baboso bastardo
trató de levantar su arma, pero el cuchillo impidió todo movimiento, y Dorian
estaba sobre él antes de que pudiera agarrar el arma con la otra mano. La cara
de Druthers hizo un satisfactorio crujido bajo la bota de Dorian, y el hombre
se desplomó sobre las tablas con un ruido patético. Después de arrojar el arma
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

al otro lado del muelle y al río, Dorian se puso en cuclillas sobre Druthers con
el cuchillo que le quedaba apretado contra la garganta, con una rodilla
apretando el hombro intacto del chulo.
La sangre brotaba de la nariz y la boca de Druthers, filtrándose en sus ojos
y oídos. Un hombre que antes se consideraba peligroso ahora se retorcía como
una serpiente atrapada, emitiendo pequeños maullidos de dolor.
Alimentando un impulso de maldad, Dorian alargó la mano y retorció el
cuchillo que aún sobresalía del hombro de Druthers. El placer le atravesó al oír
el ruido ronco que salió de la garganta del pirata. A veces el dolor era
demasiado grande como para tomar suficiente aire para producir un grito
adecuado.
Dorian lo sabía muy bien.
—Voy a cortarte el cuello, —le murmuró a Druthers en un susurro
seductor—. Voy a ver cómo se te escapa la vida de los ojos mientras luchas por
respirar y tus pulmones sólo se llenan de tu propia sangre.
—¡No! —La súplica desesperada de Farah detuvo el desenfunde de su
cuchillo a través de la garganta. Unos pasos ligeros subieron detrás de él.
—Quédate atrás, Farah. Déjame terminar esto.
—No puedes matar a un hombre desarmado.
—En realidad, —gritó, su cuchillo se clavó en la fina y ruda carne del
cuello de Druthers—, la matanza es más fácil una vez que los he desarmado.
—Dorian... —Dejó que su nombre susurrado se perdiera en los silenciosos
sonidos del río—. Por favor.
—Te amenazó, Farah. —La fría rabia surgió de nuevo—. No se le debería
permitir vivir.
—Sería un asesinato. —En lugar de censurar, su voz fue suave detrás de él,
usando la calidez para derretir lentamente el hielo en lugar de la fuerza para
golpearlo—. Si lo matas a sangre fría, este horrible hombre será otra mancha
negra en tu alma. ¿Debes concederle eso?
Dorian miró fijamente el asqueroso y roto rostro de Edmond Druthers, y
supo que no quería añadir a ese hombre a los muchos que atormentaban sus
pesadillas. Además, no quería dar la vuelta y que la sangre que Farah veía en
sus manos fuera una mancha de deshonor.

203
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Recuperar su cuchillo del hombro de Druthers produjo otro sonido de


tortura, pero Dorian no se detuvo ahí. Cortó el tendón del brazo dominante
del hombre. Edmond Druthers no volvería a empuñar un arma.
—¡Dorian! —Farah jadeó.
Después de limpiar la sangre de sus cuchillas en el abrigo de Druthers,
Dorian se puso de pie y se enfrentó a su esposa. —Ni una mancha, querida, —
dijo mientras volvía a guardar las armas en sus vainas metidas bajo el abrigo—
. ¿Pero qué es una mancha más?
El brillo aparentemente sobrenatural de Farah a la luz de la luna se
intensificó mientras las comisuras de su boca temblaban antes de luchar
contra la alegría y apretarlas, adoptando una mirada severa.
—Señor, es usted un hombre malvado, —dijo con ironía, como si no se le
ocurriera otra cosa y se limitara a sacudir la cabeza en señal de incredulidad.
—Eso me han dicho.
Un disparo rompió la oscuridad. Los gritos río abajo resonaron en los
muelles. Un chapoteo. Se repitieron los disparos.
Dorian empujó a Farah detrás de él y los hizo retroceder a ambos hacia las
cajas donde Murdoch había sacado su pistola.
La irritación lo atravesó al identificar las formas oscuras con botones que
reflejaban la brillante luz de la luna que se derramaba sobre el Muelle del
Verdugo.
La ramera de la taberna había tenido razón cuando dijo que la noche
estaba llena de sombras. De hecho, esas sombras estaban llenas de la Policía
Metropolitana de Londres.
Una figura alta surgió del ejército de policías, con un impecable traje gris y
un aire de superioridad. —¿Teniente? —La pistola de Carlton Morley
apuntaba justo al lugar donde iría el corazón de Dorian, su dedo acariciando el
gatillo con una promesa sensual.
Un gran policia rubio salió de la fila. —¿Sí, Inspector Jefe?
—Arréstelos.
—¿A cuáles?, —preguntó el teniente, sus ojos pasaron de Farah con
reconocimiento asombrado a Dorian con aprensión.
Morley no estaba mirando a Dorian, sino a Farah. —A todos ellos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DIECISIETE

Farah apretó las manos en su regazo y miró fijamente la miríada de


certificados de felicitación que colgaban detrás del intimidante escritorio
ejecutivo de Carlton Morley. A su lado, Gemma estaba sentada en una postura
similar, callada y apagada.
En lugar de ocupar su lugar de autoridad en la silla de respaldo alto,
Morley se paseaba frente a ella, con sus largas piernas comiéndose el espacio
mientras inspeccionaba el documento que sostenía con manos temblorosas de
rabia. Llevaba el cuello de la camisa aflojado y la corbata sin atar colgando del
cuello. Sin la chaqueta, el chaleco gris de Morley acentuaba la anchura de sus
hombros contra su delgada cintura. Estaba más desaliñado de lo que Farah
había visto nunca, y el sentimiento de culpa se le clavó en la piel y se le atascó
en la garganta.
Tal vez debería empezar con una disculpa. —Carlton...
Él levantó la mano en un gesto de silencio, sin molestarse en levantar la
vista de donde sus ojos sagaces volaban por el papel oficial.
Apretando los labios, Farah se estremeció. No quería que él se enterara de
esta manera.
Pensó en su marido y en el pobre Murdoch atrapados en la húmeda bóveda
justo debajo de ellos. Le costó mucho que los encerraran en una celda después
de todo lo que habían sufrido, y tuvo que usar su ingenio para conseguir que
los liberaran lo antes posible.
Al fin y al cabo, la culpa era suya. Ella había pedido su ayuda.
Después de un momento, Morley tiró el documento sobre su desordenado
escritorio, completamente disgustado, y se pasó una mano por el pelo ya
despeinado. —Dime que esto es una broma. —Se giró hacia ella—. O una
pesadilla.
—Puedo explicarlo, —tranquilizó Farah.
—¡Tienes toda la razón, te vas a explicar!, —tronó él, con sus ojos azules
arremolinados por las tormentas—. ¡Empezando por dónde demonios has
estado durante cuatro días!

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Estaba escondida en el castillo de Ben More, en la isla de Mull, r—


espondió ella con sinceridad, alzando las cejas ante la inusual blasfemia de
Morley—. Hubo una amenaza contra mi vida.
—¿Dónde te casaste con el maldito Corazón Negro de Ben More?
Farah se mordió el labio. —Sí.
Morley cerró el puño y miró alrededor de su oficina decorada en una
especie de caos organizado de papeleo, pruebas y unos cuantos relojes
antiguos intrincados que le apasionaban coleccionar y restaurar.
Evidentemente, quería golpear algo, pero no encontraba un lugar en el que el
daño mereciera la pena la limpieza.
Ese era Carlton Morley tal y como Farah lo conocía desde hacía seis años.
Siempre considerando las consecuencias de sus acciones. Calculando los
riesgos y sopesando la causa y el efecto de cada decisión.
Metiendo los puños en los bolsillos del pantalón, se apoyó en el escritorio
y la miró con desprecio. —¿Te ha obligado?
—No. —No quería mentirle, así que se prometió a sí misma que diría la
verdad.
—¿Te ha hecho daño?
—No. —Al menos, no más de lo necesario, y en absoluto a propósito.
—¿Te coaccionó?
Farah tragó saliva. —No, —mintió. Maldita sea. Tenía que conseguir que
salieran de esto para no acabar tan corrompida como su marido antes de que
terminara la noche—. Siento haber estado ausente, Carlton. Si no me han
despedido ya, tengo que renunciar a mi puesto de empleada de Scotland Yard,
recoger a mi marido y a su... ayuda de cámara, y llevar a Gemma a un lugar
seguro.
—¡Y una mierda! —Carlton explotó—. La mitad de Scotland Yard fue
testigo de la matanza de dos contrabandistas por parte de tu marido. Además,
a Edmond Druthers lo están cosiendo y el cirujano le está arreglando la
mandíbula rota. —Hizo una mueca al oír la palabra –marido-, como si le
supiera mal—. Luego está la inexplicable, y sin duda relacionada, muerte de
George Perth, cuyo cuerpo fue encontrado estrangulado en Executioner's
Dock. ¿Tuvo usted algo que ver con eso?
—¿No creerás en serio que podría estrangular a un hombre del tamaño de
George Perth? —preguntó Farah.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Gemma se rió a su lado, pero sabiamente se abstuvo de comentar.


—¿Sabes quién lo mató?
—Puedo decir honestamente que... el hombre responsable de la muerte de
George Perth no es un conocido legítimo mío, —insistió Farah, segura de que
estaba cavando su propia fosa en el infierno.
Los ojos de Morley se estrecharon hasta convertirse en rendijas de puro
escepticismo. —Eso no es lo que he preguntado.
—Además -continuó Farah, con la esperanza de distraer a su antiguo jefe
con cosas más importantes que el escurridizo y misteriosamente aterrador
Christopher Argent-, si sus hombres fueron testigos del encuentro, pueden
añadir sus declaraciones a las de la señorita Warlow, el señor Murdoch y las
mías, en el sentido de que el señor Blackwell sólo se estaba defendiendo, y la
señorita Warlow y a mí, de unos piratas portuarios atacantes que se merecían
todo lo que consiguieron.
La mandíbula de Morley sobresalió hacia delante mientras apretaba los
dientes. —Estaba demasiado lejos para ver mucho de los detalles, —
murmuró—. Pero no me perdí la parte en la que apenas le disuadiste de
cometer un asesinato a sangre fría. —Morley se apartó del escritorio con la
cadera—. Le salvaste la vida, porque en el momento en que le cortara el cuello
a Druthers, habría tenido el forraje necesario para verle finalmente ahorcado.
—Se lo debía por haberme salvado la vida, —respondió ella con cuidado—
. ¿Puedo preguntar qué hacían todos en masa en los muelles a esa hora?
—Teníamos una pista de que Druthers tenía un gran cargamento de
mercancías de contrabando que llegaba esta noche. Habíamos vigilado la
posición con la esperanza de hacer un arresto masivo.
—Y así lo hicieron. —Farah ofreció una sonrisa solícita—. Druthers y un
gran contingente de sus contrabandistas están muertos o bajo su custodia. La
noche fue un éxito, y si no te importa, me gustaría recoger a mi grupo y volver
a casa. —Se puso de pie, recogiendo sus faldas.
—Siéntate, —ordenó Morley.
Maldita sea, pensó ella con un suspiro. Se sentó.
Morley la estudió durante un largo rato, y Farah se enfrentó resueltamente
a su mirada. No había hecho nada de lo que se avergonzara. Sólo que Morley,
un hombre amable y honesto, había resultado herido en toda esta locura, y eso
era lo único que lamentaba profundamente.

207
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Siento haber desaparecido, Carlton. Me doy cuenta de los problemas y


la angustia que debo haber causado no sólo a ti, sino a todos los presentes. Es
injusto para ti, especialmente después de la noche que pasamos juntos. —
Recordó el beso, la propuesta. Si lo hubiera aceptado en ese momento,
¿seguiría viva?— Estaba-estoy en peligro. Diga lo que quiera de Dorian
Blackwell, él me salvó la vida.
Morley lanzó una mirada incómoda a Gemma Warlow antes de decir: —
Podrías haber acudido a mí. Te habría mantenido a salvo.
Farah se dio cuenta de que debía pisar estas aguas con cuidado, por el bien
de todos los implicados. —No me dieron esa opción. Y no estoy segura de que
hubieras podido, dadas las circunstancias.
—Pero, ¿Dorian Blackwell? ¿Ahora le perteneces? ¿El matrimonio es
legítimo?
Farah sabía que él estaba preguntando si estaba consumado y se sonrojó
mientras asentía, incapaz de decir una palabra.
—¿Por qué? Él es un monstruo. Un asesino. Pensé que eras más inteligente
que esto. Mejor que alguien como él.
Una sorprendente defensiva protectora se hinchó en su pecho por el
criminal de su marido. —No le conoces, Carlton.
El asco volvió a los ojos claros del inspector. —¡Dios, Farah, escúchate!
Suenas como un mal cliché.
Las palabras dolían porque las decía en serio. A Farah no le importaba
perder las atenciones románticas de Morley, pero perder su respeto era una de
las cosas más difíciles que había tenido que afrontar en mucho tiempo.
—Tal vez sí, —murmuró ella—. Tal vez sí. Pero no entiendes lo que está
en juego aquí, Carlton. A través de Blackwell, tengo la oportunidad de
recuperar algo muy valioso que me fue arrebatado hace mucho tiempo.
—¿Y qué es eso?
—Mi pasado.
Resopló, dando vueltas detrás de su escritorio y abotonándose el cuello. —
Sé un poco menos vaga, por favor, —pidió con crudeza.
—Todo tendrá sentido con el tiempo, —dijo Farah con suavidad—. Pero el
tiempo es algo que debes concedernos. No tienes ninguna obligación legal de
mantenernos aquí. Si Dorian no hubiera luchado contra esos piratas del río,

208
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

probablemente estaría muerta, o algo peor. —La verdad de sus palabras hizo
que un escalofrío recorriera la columna vertebral de Farah.
La rabia pareció drenar de los hombros de Morley y se detuvo en medio de
la reanudación de su corbata, pareciendo nada más que cansado y triste. —¿Le
quieres?
Farah tuvo que apartar la mirada. Sus ojos encontraron a Gemma, que
parecía igual de interesada en la respuesta. Sus sentimientos por Dorian se
habían vuelto cada vez más complejos y opacos. Pero, como había señalado
Morley, sólo lo conocía desde hacía cuatro días. Había empezado a interesarse
por Dorian. A entenderlo. No. Estaban muy lejos de entenderse. Ella le estaba
agradecida. Quería ayudarlo y curarlo. El deseo de conocer y comprender al
enigma que era su marido la impulsaba a esperar lo bueno de cualquier futuro
que tuvieran juntos. Aunque él apenas había tocado su cuerpo,
definitivamente había dejado una marca en su corazón. Pero... ¿Amor?
—No podría decirlo. —Fue la respuesta más honesta que Farah pudo
darle—. Pero sí sé que, aunque me gustas y te respeto mucho, no te quiero, y
que tú no me quieres. —Lo dijo con suavidad, las palabras carecían de
crueldad o piedad—. Aceptar tu propuesta habría sido un error. Ambos
habríamos llegado a lamentarlo, con el tiempo.
Morley terminó de anudarse el corbatín y se encogió de hombros dentro de
la chaqueta del traje, y su atención se centró en el certificado de matrimonio
desechado sobre su escritorio. Lo recogió y lo estudió una vez más. —Tal vez
tengas razón. Eres una mujer con más secretos y sombras de los que un
hombre de mi posición podría vivir.
Angustiada, Farah frunció el ceño. Nunca había pensado en sí misma de
esa manera. Era Dorian Blackwell quien poseía los secretos y las sombras, no
ella. Aunque, pensando en el pasado, podía contar más que unos cuantos
secretos bastante grandes. Simplemente habían sido parte de ella durante
tanto tiempo, que había empezado a considerarlas como la verdad.
Porque la verdad real había sido no sólo dolorosa, sino peligrosa.
En algún momento, había perdido por completo a Farah Townsend y se
había convertido en la señora Dougan Mackenzie.
Morley dio un paso alrededor de su escritorio y le puso el papel en las
manos, golpeando con el dedo su nombre en el certificado. —¿Towsend? —
Enarcó una ceja incrédula—. ¿Como la que está a punto de ser investigada, la

209
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

condesa Farah Leigh Townsend? ¿De qué se trata todo esto? ¿Algún plan que
has preparado con el delincuente de tu marido?
—No seas cruel, Carlton, —reprendió Farah bruscamente—. Perderás el
terreno moral.
—Todavía quedaría un largo camino por recorrer para alcanzar su
posición.
—Puede que sí, —concedió Farah—. Pero, independientemente de todo
eso, yo nací Farah Leigh Townsend, y a través del nombre de Blackwell, podré
reclamar mi título y mi derecho de nacimiento.
—¿Te das cuenta de lo imposible que suena eso? Encontraron a la
desaparecida Farah Townsend hace semanas. Ya se ha reunido con la Reina de
Inglaterra.
Un miedo familiar burbujeó en el centro de Farah. Se rodeó con un brazo
como para contenerlo y miró a Morley a los ojos. ¿Y si esto era un error? ¿Y si
fallaban? —La mujer que todos conocen como Farah Leigh Townsend es una
impostora.
—Demuéstralo.
—Eso será fácil, —atajó Gemma levantando su sucio hombro—. Todas las
putas del este de Londres saben que es Lucy Boggs por su foto en el periódico.
Más de uno de nosotros planeó chantajearla cuando se hizo con su dinero. —
Gemma cortó cuando se dio cuenta de que tanto Farah como Morley la
miraban con expresiones gemelas de incredulidad.
Farah recuperó la voz primero. —¿Cómo has dicho que se llama?
—Lucy Boggs. Es una puta, igual que yo, sólo que más joven y más guapa.
La escogieron de las calles para trabajar en un lugar de mala muerte en el
Strand llamado Regina's. Lo siguiente que escuchamos es que es una maldita
condesa en todos los periódicos de sociedad. La prostituta herida soltó varias
carcajadas, sin parecer sentir el dolor en sus labios y mejillas hinchados—. Si
Lucy Boggs es la nobleza, yo soy la maldita Virgen María.
—¡Gemma! —Por segunda vez en la noche, Farah rodeó a la mujer con sus
brazos—. ¡Puedes haber salvado el día!
—Ah, ah, ah... —La mujer se encogió de hombros, incómoda con la
genuina muestra de afecto—. No puedo ayudarte en el mundo real. Nadie
tomaría la palabra de un montón de chupapollas como nosotras por encima de
la de su marido magistrado, el Sr. Warrington.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿Y qué hay de la propia Madame Regina? —Farah preguntó, tanto su


excitación como su inquietud creciendo en conjunto—. Como empleadora de
Lucy Boggs, ¿no tendría su palabra cierta influencia? —Volvió a mirar a
Morley, que estaba de pie junto a ellos con los brazos cruzados y una
expresión bastante aturdida congelada en sus rasgos.
Sacudiendo la cabeza como para despejarla, no miró a Farah, sino que se
dirigió a Gemma. —Señorita Warlow, si nos deja un momento a solas. El
señor Beauchamp le dará té y algo de comer hasta que el cirujano esté
disponible para atender sus heridas.
—Gracias, inspector jefe. —Gemma lanzó una mirada tuerta de
preocupación a Farah, que asintió, antes de deslizarse de su silla y salir del
despacho, cerrando la puerta tras ella.
Morley sacudió la cabeza, mirándola como si no la hubiera visto en su vida.
—Tiene razón. Todo el mundo sabe que es muy fácil pagar a una
prostituta, o a una madame, para que haga o diga lo que quiera.
—Me doy cuenta de eso. Lo haremos de otra manera.
—La decisión oficial del Queen's Bench sobre el caso es mañana por la
mañana. —Morley señaló un periódico desechado en su escritorio.
—No me lo recuerdes. —Farah se llevó una mano a su estómago agitado.
Todo esto parecía estar ocurriendo con la velocidad y la inevitabilidad de una
locomotora desbocada. La milagrosa recuperación de una Farah Leigh
Townsend muy falsa. Escapando de Warrington en el patio. Su secuestro y
posterior matrimonio con el Corazón Negro de Ben More. El regreso a
Londres. Y mañana reclamaría su derecho de nacimiento.
—¿Todo este tiempo? —preguntó Morley—. ¿Una condesa? ¿Por qué no...?
¿Cuánto tiempo has...? ¿Qué pasó?
—Es una historia muy larga. —Farah se llevó la mano a la cabeza, con un
dolor punzante detrás de los ojos.
—¿Una que involucró a Dorian Blackwell?
—Curiosamente, sí, de forma indirecta. —Suspiró y se puso de pie,
acercándose a la cara de Morley, que era muy atractiva y estaba deprimida.
Con el corazón apretado, se acercó a su mandíbula—. Prometo explicarte
cuando todo este asunto esté resuelto.
Al recuperarse del shock, Morley cerró los ojos, pero luego se apartó de su
contacto y se retiró a su territorio en el lado opuesto del escritorio. —En
211
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

realidad, nunca fui oficialmente más que tu empleador. Independientemente


de lo que haya dicho antes, no me debes una explicación. —Respiró hondo,
cogió un expediente y lo miró fijamente, aunque Farah estaba segura de que en
ese momento ni siquiera podía leer el nombre que tenía delante—. ¿Cómo
propones reclamar tu legado?, —preguntó genialmente—. Supongo que
Blackwell tiene algún plan nefasto.
Farah sonrió un poco. —Todo lo que tengo que hacer es demostrar que soy
la verdadera Farah Townsend. Viví su vida de niña, sabré cosas sobre mis
padres, mi casa, mi pasado, que el impostor no podría saber. Sólo tengo que
convencer al tribunal.
—Me temo que hará falta más que eso. —Morley se encogió de hombros—
. Papeles. Documentos como actas de nacimiento y registros de dónde pasaste
tu infancia como huérfana.
Farah palideció. —¿Cómo sabes que soy huérfana?
Él le dirigió una mirada divertida y ella se dio cuenta de la idiotez de la
pregunta antes de que él respondiera.
—Farah, tu infancia, tu milagrosa resurrección, ha sido todo lo que los
periódicos de sociedad han informado durante semanas.
Farah se había enterado, por supuesto, pero rara vez perdía el tiempo
leyendo los periódicos de sociedad cuando había un libro para conseguir.
—Yo podría ayudarte, —se ofreció sin mirarla—. Como sabes, la oficina
del comisario de registros está anexa a este edificio, y como es de noche
podría....
—El señor Blackwell ya lo tiene bien controlado.
Farah hizo una mueca.
Los ojos de Morley se entrecerraron y casi pudo oírle pensar. —Cuando lo
trajimos, de alguna manera... —Morley se apretó el puente de la nariz y
gruñó—. Debería haberlo sabido. Fue un arresto demasiado fácil para alguien
como él.
Levantó la vista hacia ella y compartieron una risa cómplice y frustrada
sobre el exasperante hombre con el que ahora estaba casada. Y así, la tensión
entre ellos se disipó, y el pasado se convirtió en pasado. Una melancólica idea
de lo que podría haber sido y nunca podría ser.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Liberaré a tu marido y a su ayuda de cámara, —dijo Morley con un


suspiro agotado—. Pero eso no significa que no siga vigilando todos sus
movimientos.
—Lo sé. —Farah cedió al impulso de abrazarlo, pero lo mantuvo breve y
distante, por el bien de ambos.
—Eres una buena mujer, Farah. Siempre te he admirado. —Morley hizo
una pausa, con un músculo de la mandíbula trabajando para contener algo—.
Si alguna vez te hace daño... bueno, si te hace infeliz de alguna manera, acude a
mí. Lo solucionaré.
Farah sintió cada onza de ternura que puso en su sonrisa. —Gracias,
Carlton. Y, te equivocaste, ya sabes, con lo de ser sólo mi empleador. Eras-eres
también un amigo muy querido.
Le dedicó a su escritorio una sonrisa irónica. —No retuerzas más el
cuchillo.
—Adiós, —murmuró ella, alcanzando la manija deslustrada y bien usada
de la puerta de su oficina.
—Farah.
Ella se volvió al oír el tono serio de su voz. —¿Sí?
—Mira en lo de Madame Regina. Resulta que conoces a la dueña muy
íntimamente.
—No la conozco. Nunca he conocido a Madame Regina, —dijo Farah.
—Sólo es la propietaria. —Una sonrisa divertida dibujó sus labios—. El
dueño es su marido, Dorian Blackwell.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DIECIOCHO

Farah nunca se había sentido tan pequeña e insignificante en toda su vida.


Había estado en los Reales Tribunales de Justicia innumerables veces durante
su carrera en el Yard, y pasaba por delante del impresionante edificio gótico de
piedra blanca de camino al trabajo todos los días. Pero su presencia siempre
había formado parte del funcionamiento silencioso del proceso judicial, a
mano con documentos y demás. Nunca su voz había resonado en el vestíbulo
del Tribunal Supremo de Su Majestad, y nunca frente al Tribunal de la Reina.
A Farah le asombraba que incluso aquí, en la imponente piedra de los
contrafuertes de la gran sala, hombres, mujeres y nobles por igual evitaran el
paso de Dorian Blackwell. Aunque el vestíbulo bullía con más miembros de la
sociedad y agentes de la corona de los que Farah había visto nunca, ella y su
marido pudieron mantener un ritmo rápido.
Hasta el año anterior, el King's Bench había celebrado su corte en
Westminster Hall, como lo había hecho desde el siglo XI. Ahora, por orden
real de la propia reina Victoria, el King's Bench se convirtió en el Queen's
Bench y se trasladó de Westminster a los Royal Courts of Justice en el Strand.
Aunque, como lo había hecho durante cientos de años, el Alto Tribunal de
Justicia siguió siendo el epicentro de la palabra oficial del soberano y de la
administración real en el reino. Hacía tiempo que el cargo de lord jefe de
justicia había sustituido la presencia del regente en los procedimientos de la
corte, y como tal se convirtió en una de las sedes más poderosas del imperio.
A Farah le resultaba difícil mirar a alguien a los ojos mientras todos los que
se habían reunido seguían su avance hacia las Cámaras del Alto Tribunal. La
sensación de catedral bizantina de la gran sala se intensificó cuando las voces
se silenciaron al acercarse. El silencio no estaba lleno de reverencia, sino de
curiosidad y especulación.
Farah estaba segura de que los latidos de su corazón podían ser oídos por
todos mientras observaba los intrincados diseños geométricos del suelo de
mármol desaparecer bajo las ondulantes faldas del vestido de seda de
medianoche que Madame Sandrine le había entregado la noche anterior.
La noche anterior no había servido de mucho, si es que había servido de
algo, para disipar la ansiedad que apretaba una banda de hierro alrededor de
los pulmones de Farah. Una vez que había recogido a su marido y a Murdoch
214
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

de manos del sargento de recepción de Scotland Yard, habían tomado un


carruaje hasta la lujosa terraza de Dorian en Mayfair. Le habían limpiado la
sangre de la cara, pero aún manchaba el cuello de su camisa y oscurecía su
chaqueta ya negra.
Su marido aún no había pronunciado más que una respuesta monosilábica
y escueta a la miríada de preguntas, agradecimientos y disculpas que ella había
vertido sobre él.
—¿Estás bien?, —le preguntó ella.
—Bastante bien.
—¿Te han hecho daño?
—No.
—Nos salvaste la vida en los muelles, sabes.
—Sí.
—Siento haberte involucrado en una desventura tan peligrosa. Pero
Gemma y yo estamos sumamente agradecidas por lo que tú y tus hombres
hicieron.
—Hmm. Una vez que su patética comunicación se disolvió hasta ser
inexistente, Murdoch había retomado la conversación en su nombre.
—No pienses en ello, muchacha, —había calmado, lanzando una mirada
oscura a Blackwell—. Conseguiremos que la señorita Warlow se ponga en
camino por la mañana.
—Me alegro de haber podido persuadir al inspector jefe Morley para que
la liberara tan rápidamente. No podía soportar la idea de su encarcelamiento
durante la noche, o más tiempo.
—No puede saber cuánto lo apreciamos. —Murdoch le había dado una
palmadita en la mano en un gesto paternal.
En ese momento, Blackwell se inclinó hacia adelante, quitó el pestillo de la
puerta del carruaje y saltó antes de que el conductor se detuviera por
completo. Desapareció en la noche y Farah no volvió a verlo hasta que vino a
recogerla a ella y a Murdoch a la mañana siguiente para llevarlos al tribunal.
Murdoch le había asegurado una y otra vez que su breve estancia en la
bóveda no sólo no había tenido incidentes, sino que había sido bastante
agradable. —Los policías fueron justos y civilizados, y Dorian incluso
conversó con uno de sus contactos, aunque no capté lo que se dijo.

215
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¿Entonces por qué está tan molesto? —había preguntado Farah.


Murdoch se encogió de hombros y la miró con un poco de lástima. —No
puedo decirlo, muchacha, sólo que Blackwell tiene su humor a veces. No te
preocupes por ello. Duerme un poco, mañana tenemos un gran día.
El sueño había sido casi imposible, incluso en la elegante y lujosa cama.
Finalmente, Farah se había quedado en una especie de limbo inquieto, dando
vueltas en la oscuridad, con el estómago revuelto y la mandíbula apretada
mientras las imágenes del pasado acechaban sus sueños. El rostro pálido y
céreo de su padre en su velatorio, con las mejillas hundidas por la
deshidratación provocada por la devastadora enfermedad. Warrington, que
había parecido un gigante para una niña de siete años, inclinándose para
informarle de su compromiso. La intimidante túnica y el gorro de la hermana
Margaret. La boca delgada y lasciva del padre MacLean. Los ojos oscuros y los
rasgos afilados de Dougan. Pequeños y simétricos, retorcidos con picardía
infantil y curiosidad incesante.
Ella lo había llamado en sus sueños, le había rogado que huyera. Que
sobreviviera. Para seguir viviendo y no tener que enfrentarse a este horrible
mundo con sólo un hombre oscuro y roto a su lado.
—Estoy aquí, —había cantado Dougan en su sueño, con su rostro triste y
feroz. Pero su voz. Su voz no se parecía en nada a la que ella recordaba. Se
fundía en algo oscuro y cavernoso. Una voz de hombre. Siniestra, peligrosa y
suave. Como el azufre deslizándose sobre el hielo.
No estás aquí, había pensado Farah mientras sentía que se hundía en el vacío
del olvido. Estoy tan perdida. Tan sola. Tan temerosa.
—Duerme, Hada mía. Estás a salvo. —Un ligero cosquilleo en su cuero
cabelludo le indicó que Dougan había enrollado su dedo en un tirabuzón, tiró
suavemente de él y lo vio rebotar en su sitio antes de volver a enrollarlo. Como
siempre.
Él estaba aquí. Ella estaba a salvo.
Se había dormido entonces, y se despertó con las huellas crujientes y
saladas de las lágrimas secas corriendo por su pelo.
Farah sabía que debería estar pensando en la enormidad de lo que estaba a
punto de suceder mientras estaban de pie frente a las puertas doradas del Alto
Tribunal. Pero se encontró estudiando el perfil de Dorian, interrumpido por la
correa negra de su parche en el ojo, y preguntándose si Dougan aparecía
alguna vez en los terrores de sus sueños.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

O si ella lo hacía.
Quiso gritarle que esperara cuando llegó a las puertas de la sala, pero se
obligó a permanecer estoica. Como él. Si Dorian Blackwell podía mantener la
compostura después de todo lo que había pasado, ella también podría.
Echando los hombros hacia atrás y endureciendo la columna vertebral, inclinó
la barbilla un poco más allá de la terquedad y la pretenciosidad.
Evitando un comportamiento educado, Dorian la precedió a la sala en
lugar de sostener la puerta abierta para ella.
Farah no podía estar más agradecida.
Los procedimientos ya habían comenzado y Farah se dio cuenta con un
sobresalto de que técnicamente estaban cometiendo un acto contra la corona.
Un silencio asombrado cubrió la madera oscura de la majestuosa sala del
Alto Tribunal. Los que abarrotaban los bancos, se volvieron al entrar ellos,
como si se tratara de una audiencia en una boda por la iglesia. Pero nadie se
alegró de su llegada. La expresión más amable que pudo encontrar Farah fue
de sorpresa. A partir de ahí, todo se convirtió en desaprobación, incredulidad
y, en algunos casos, indignación. Ella le siguió por el amplio pasillo, la gruesa
alfombra burdeos amortiguaba sus pasos.
—¡Sr. Blackwell!, —gritó un hombre pequeño con una cabeza
inapropiadamente grande que se hacía aún más bulbosa por una larga peluca
rizada y nívea. Estaba sentado detrás del alto estrado, en medio de los tres
hombres así vestidos, y su posición era digna gracias al sello de plata colocado
en el centro de su túnica negra. —¿Qué significa este descaro?
Por supuesto, Lord Jefe de Justicia Sir Alexander Cockburn conocía a
Dorian Blackwell, o al menos lo conocía de vista. El juez tenía reputación de
deportista, aventurero, socializador y mujeriego. Aunque era una especie de
genio del derecho, era un tema de gran controversia cómo el escocés había
llegado a una posición tan ilustre con su reputación manchada.
Farah se quedó mirando la anchura de la espalda de su marido con
asombro. ¿Tenía Dorian algo que ver con la impresionante trayectoria
profesional de Lord Jefe de Justicia Cockburn? No le sorprendería lo más
mínimo.
—Mi señor. —Dorian ejecutó una reverencia formal de una manera que
podría calificarse de burlona—. Le presento a la honorable Farah Leigh
Townsend, condesa de Northwalk.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Un jadeo audible resonó en la sala y más allá, ya que parte de la multitud


que se encontraba fuera de las puertas se apresuró a ir detrás de Farah para ser
testigo de estos acontecimientos sin precedentes en un caso que ya era de alto
perfil.
—¡Esto es un escándalo! Exijo que estos insolentes criminales sean
arrestados de inmediato. —Harold Warrington parecía perpetuamente haber
chupado un limón. A pesar de ello, tenía la forma apta y cordial de alguien
nacido de la estirpe de los granjeros y no de la aristocracia históricamente
incestuosa. Hedonista infame, su piel y su cabello no habían resistido bien los
años de excesos, pero su estatura evocaba la de Goliat mientras observaba la
corte con el aire de un miembro de la realeza y no del servidor civil que era.
El agudo golpe de un mazo atravesó el estrado, pero no fue el presidente
del tribunal quien lo utilizó. El hombre a su izquierda estaba sentado detrás
de la placa del juez Roland Phillip Cranmer III, aunque todos sabían que el
juez Cranmer había desaparecido reciente y misteriosamente.
Farah reconoció el rostro tras el mazo como Sir Francis Whidbey, un juez
recién nombrado del Tribunal Superior. Intercambió miradas disimuladas con
su marido mientras se dirigía a Sir Warrington. —Siéntese, Warrington. Le
recuerdo que aún no es miembro de la nobleza y que sigue siendo un
funcionario de este tribunal que debería saber que no debe hablar fuera de
lugar.
Farah era muy consciente de que ella y Dorian acababan de cometer ese
mismo acto, pero se guardó sabiamente su propio consejo. Además, no habría
podido hablar si se le hubiera ordenado en ese momento.
Demasiado para su autoestima.
Dorian se acercó al banco sin ser invitado, lo que provocó más jadeos e
incluso hizo que los dos guardias de la reina vestidos de rojo que estaban
apostados en los bordes del banco se apresuraran a retenerlo.
—Mis señores, tengo aquí documentos oficiales que respaldan la validez
de nuestra reclamación. —Blandió un archivo de papeles que había sacado de
su abrigo—. Incluyendo el certificado de nacimiento de Lady Townsend, los
registros de la iglesia de sus años en el Orfanato de Applecross, el registro
falsificado de su muerte, y también...
—¿De dónde ha sacado estos registros, Blackwell?, —preguntó el
presidente del Tribunal Supremo, levantando la mano para detener a los
guardias.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—También he incluido una copia de nuestra licencia de matrimonio. —


Blackwell ignoró alegremente la pregunta del juez—. De cuya importancia
podemos hablar más tarde. —Lanzó una mirada a la asamblea que hizo que
una oleada de risas irónicas recorriera la sala.
—¡Imposible! Tengo un contrato de esponsales legal y vinculante firmado
por su padre! —Warrington se puso en pie de golpe, ignorando las suplicas de
su abogado con peluca.
El tercer juez se inclinó hacia delante. —Y aun así ha afirmado que ya se ha
casado con ella, Warrington. Entonces, ¿por qué la objeción?
—Tiene razón, milord. —Señaló a una mujer rubia, delicada y bien vestida,
que estaba a su lado con ojos azules muy abiertos y vacíos—. Esta es mi
esposa, Farah Leigh Warrington, Condesa de Northwalk. Antes Farah Leigh
Townsend. ¿Cómo te atreves a intentar usurpar su derecho de nacimiento,
mentiroso intrigante? —Warrington dirigió su ira hacia Farah, y su piel, ya
rubicunda, adquirió la pátina de un tomate.
Farah, sin embargo, se quedó paralizada por el tercer juez, asaltando un
reconocimiento que no tenía nada que ver con sus últimos diecisiete años
como señora Mackenzie.
—Rower, —respiró ella, leyendo la placa con el nombre frente a su rostro
enjuto.
—Hable, señora, —le ordenó el presidente del Tribunal Supremo.
Farah se deslizó hacia el rostro de su pasado que tenía dos décadas
perdidas de edad, pero que seguía teniendo los mismos ojos penetrantes y
rasgos severos. —Usted es el Baronet Sir William Patric Rowe, cuya finca está
en Hampshire, —dijo. La multitud se esforzó por escuchar su voz grave; era
tal el silencio que se podía oír una fuerte respiración que salía de los pulmones
de alguien—. Usted... usted fue teniente de la Brigada de Fusileros de la Reina
a las órdenes de mi padre, el capitán Robert Townsend, conde de Northwalk.
Hicisteis remo juntos en Oxford y mi padre te llamaba 'Rower'.
El hombre de la peluca parecía aturdido y entrecerró los ojos hacia Farah.
—Acércate, —le ordenó.
Farah se acercó al banco. —Recuerdo tu trigésima fiesta de cumpleaños,
—le murmuró—, porque tuviste la amabilidad de compartir un trozo de tarta
de especias conmigo, ya que al día siguiente era mi quinto cumpleaños. El tuyo
es el veintiuno de septiembre, creo. Y el mío es el veintidós de septiembre.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Dios mío, —exclamó el juez Rowe, mirándola a los ojos con un


reconocimiento similar—. ¡Sí que lo recuerdo!
—¡Cualquiera podría haber conseguido esa información! —protestó
Warrington—. ¡No permita que este renombrado bandido y su prostituta se
burlen de este estimado tribunal!
—¡Ya te he escuchado bastante, Warrington!, —advirtió el presidente del
tribunal—. ¡El próximo exabrupto y haré que te destierren de esta sala!
El color rojo de Warrington se intensificó hasta alcanzar un tono púrpura,
pero se sentó, temblando de rabia apenas contenida.
Y con no un poco de miedo, supuso Farah.
El presidente del Tribunal Supremo, Cockburn, se volvió hacia Dorian,
dedicando a Farah menos de una mirada superficial. —El señor Warrington
tiene razón. Ha proporcionado documentos idénticos a los que usted tiene y
tiene la pretensión superior añadida. Fue mayordomo del difunto conde
Robert Townsend y fideicomisario de su patrimonio. Conoce a Farah
Townsend desde que nació, y tiene un contrato de esponsales de larga
duración. ¿Qué motivo tenemos para dudar de la reclamación de su esposa
sobre el legado Townsend?
Farah miró fijamente a Lucy Boggs, que hacía girar en silencio un
tirabuzón, obviamente fabricado con un rizador, alrededor de un dedo
ansioso.
—Tengo testigos, mis señores. —Dorian se dirigió con la mano a un banco
del fondo del tribunal.
El abogado de Warrington finalmente objetó. —Esto es muy irregular y me
gustaría pedir que nos reuniéramos en la cámara para discutir cómo seguir
adelante.
—¡Mierda! —La silla de Warrington raspó contra el suelo mientras se
ponía de pie una vez más—. No hay razón para retrasar más esto. Blackwell ha
fabricado testigos y quiero tener la oportunidad de refutarlos. Después de casi
veinte años he descubierto a la heredera desaparecida de Northwalk y exijo
que se me conceda lo que es mío.
El juez Whidbey volvió su rostro de halcón hacia Warrington. —¿No
querrá decir que se le conceda a su esposa lo que es suyo?, —preguntó—.
Seguramente sabes que cuando uno no nace como par del reino, como esposo
de una condesa, su título de conde será sólo una cortesía. Se le llamará -Señor-

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Rebeldes Victorianos #1

y se le concederá la administración de las propiedades, pero los demás


derechos y privilegios de la nobleza sólo se concederán a su heredero y a su
descendencia.
Farah se quedó boquiabierta y miró a Blackwell por encima del hombro. Él
estaba de pie en la boca del pasillo con las manos entrelazadas detrás de él, sin
que parecieran afectarle las palabras de los jueces.
Sus ojos de sable se encontraron con los de ella y Farah jadeó. Él lo sabía.
Siempre había sabido que no se le concederían los derechos y privilegios de la
nobleza. Se había tomado todas estas molestias, había jugado esta peligrosa y
complicada partida de ajedrez, posiblemente incluso manipulando los
asientos del Alto Tribunal de Inglaterra, para ayudarla a reclamar su derecho
de nacimiento.
¿Y para qué?
Ciertamente, su nombre llevaría el prefijo -Lord-, pero, por lo que ella
sabía, eso no conllevaba ni la mitad del poder y la estima que ya le
proporcionaban su riqueza y su reputación.
¿Por qué había hecho todo esto? ¿Cuál era su intención?
—Escucharemos a sus testigos, Blackwell, pero permítame advertirle que
se encuentra en un terreno inestable con este tribunal. Usted y esta señora
corren el riesgo de sufrir consecuencias atroces. —El presidente del Tribunal
Supremo les dirigió a cada uno una mirada de advertencia.
Warrington la fulminó con la mirada, pero permitió que su abogado lo
retuviera en su silla.
—Así ha sido siempre, mis señores. —Dorian se inclinó por la cintura y
luego se volvió hacia los bancos del fondo con un movimiento del brazo—.
Permítanme presentarles a la Signora Regina Vicente, única propietaria de un
club de caballeros bastante popular aquí en el Strand.
Una mujer alta y majestuosa, con un gran vestido de color ciruela oscuro,
se levantó y se excusó para subir por el pasillo hacia ellos. Su piel color
caramelo y sus exóticos huesos indicaban con orgullo su herencia italiana, y
parecía una diosa romana bronceada en un mar de británicos pastosos. Su cola
era tan larga como la de cualquier condesa y sus ojos oscuros brillaban con
inteligencia y alegría.
Al menos alguien se divertía.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Madame Regina está dispuesta a testificar que ha empleado a esta mujer


que dice ser Farah Townsend como Lucy Boggs en su establecimiento unos
cinco meses, antes de entregar su empleada a Warrington por una gran suma.
—Dorian señaló la gavilla de papel en la mano enguantada de seda de la mujer.
Warrington golpeó la mesa, pero apenas se contuvo.
—¿Es esto cierto? —preguntó el juez Whidbey a la mujer conocida como
Madame Regina.
—Lo es, mi señor, —ronroneó con un sensual acento italiano—. Le he
traído los documentos de legitimidad que exijo a mis empleados, y también el
recibo del dinero intercambiado entre el señor Warrington y yo.
Whidbey le tendió la mano, y ella se deslizó hacia él, entregándole los
crujientes papeles oficiales.
El abogado de Warrington se puso de pie. —Esto es una broma. Esta
historia, estos documentos, ambos podrían ser falsificaciones producidas por
el infame Corazón Negro de Ben More y esta proveedora de inmundicia y
pecado! —Señaló a Regina, que sólo enarcó una ceja oscura.
—Tiene un argumento excelente, Blackwell, —afirmó Lord Jefe de Justicia
Cockburn.
—Supongo que sí. —Blackwell dirigió una mirada muy seria y significativa
a Whidbey y Cockburn, ignorando a Rowe—. Madame Regina tiene muchas,
muchas historias que contar. ¿Quién va a decidir si son verdades o calumnias?
Era su imaginación, se preguntó Farah, o los dos hombres detrás del banco
palidecieron un poco? ¿Acaso Dorian acababa de lanzar una amenaza velada a
la más alta rama judicial del Imperio Británico? ¿Delante de todo el mundo?
Farah se sintió como si fuera a enfermar.
En el silencio que siguió, Dorian señaló a otra mujer en el banco. —Si
necesitas otro testigo, ¿qué tal éste?
Otro estruendo de sorpresa reflejó los sentimientos internos de Farah
cuando una anciana encorvada con un hábito blanco y negro se acercó a ellos
arrastrando los pies. —¿Hermana Margaret?, —respiró.
—Ahora es la Madre Superiora, —corrigió la mujer con su inconfundible
tono crujiente de fría piedad.
Farah entrecerró los ojos ante la mujer, recordando todas las duras
palabras y los golpes aún más duros que le había propinado a Dougan. Farah

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

no quería mirarla, no podía comprender por qué la malhumorada monja


hablaba en su defensa.
—Esa es su firma de testigo en el certificado de defunción de Farah Leigh
Townsend fechado hace diecisiete años, ¿no es así? —preguntó Dorian con
una voz que había perdido toda su burla anterior o incluso su descarada
arrogancia. Sus manos enguantadas se retorcieron.
—Sí, —afirmó ella.
—Explique al tribunal, entonces, por qué falsifico este documento oficial,
—ordenó Dorian, devolviendo la aguda mirada de la monja con una propia.
—Era una niña precoz y pagana. —Aunque la monja se refería a ella,
hablaba de Farah como si no la tuviera delante—. Siempre seguía a los
alborotadores y rufianes, a uno en particular, que tenía el mismísimo diablo
dentro.
—No lo tenia, —defendió Farah.
—¡Mató a un sacerdote!, —siseó la mujer—. Incluso tú no puedes negar
eso. Estabas allí en mis brazos mientras lo hacía. Gritando su nombre como
una banshee poseída.
—Sabías que ese sacerdote era un...
—Eso no es relevante, —los interrumpió Dorian, con voz dura y fría—. Lo
que es pertinente al momento es que usted sabía que Farah Leigh Townsend
no estaba muerta.
—Ella huyó tras ese demonio de Dougan Mackenzie cuando la policía se lo
llevó. —Margaret se burló—. Tenía otros cincuenta niños a mi cargo. No
podía arriesgar la reputación de Applecross por una niña desaparecida. Así
que, sí, falsifiqué el documento a petición de Sir Warrington. —Señaló con su
nudoso y artrítico dedo al hombre.
Los congregados en la sala jadearon y giraron sus cabezas colectivamente
hacia el acusado.
—¡Mentiras! ¡Me casé con Farah Townsend! La fortuna de Northwalk me
pertenece! —exclamó Warrington, levantándose de nuevo—.¡Diles, Farah,
diles quién eres! —Con ojos enloquecidos, sacudió los hombros de Lucy con
fuerza contundente, y ella lanzó un suave grito de miedo.
El mazo del lord de justicia golpeó una repetición ensordecedora contra el
estrado. —¡Te advertí, Warrington, que serás destituido de inmediato! —Hizo

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

un gesto a la guardia de la reina, que agarró a un Warrington que gritaba y lo


sacó de la sala.
—¡Tendré lo que es mío! ¡Tendré la justicia! —Warrington amenazó—.
¡Farah, demuestra tu valía! Demuéstrales quién eres.
Lucy se puso de pie, con los ojos azules muy abiertos por el miedo y las
lágrimas, parecía que quería salir corriendo.
El presidente del Tribunal Supremo la señaló con su mazo, con su gran
cabeza girando sobre sus hombros casi cómicamente diminutos. —La
próxima palabra que se pronuncie fuera de lugar le valdrá al orador una
semana entre rejas, ¿entendido?.
Lucy asintió en silencio, y la atención del tribunal pareció volver a la monja
al mismo tiempo.
—Dígame, —comenzó el presidente del tribunal—. Podrías ser despojada
de tu hábito y de tu honorable nombre dentro de tu iglesia papista por tus
mentiras. Por no hablar de la probabilidad de que se te acuse de fraude. ¿Por
qué presentarse ahora?
La hermana Margaret miró a Dorian antes de responder. —Cuando uno
vive tanto tiempo como yo, se da cuenta de que casi ha llegado el momento de
enfrentarse a Dios y responder por mis pecados. Esta es una marca menos
contra mi alma. No me importan las cosas terrenales. Sólo quiero la paz con el
Señor.
—¿Y jura usted que la mujer que está aquí ante nosotros es Farah Leigh
Townsend? —preguntó el juez Rowe, señalando a Farah.
—Sí, no ha cambiado en casi veinte años. —La monja lanzó una mirada
llena de odio a Dorian—. Todavía no puede resistir la atracción del diablo.
Un temblor recorrió a Farah ante las palabras de la anciana. Dougan se
había autodenominado demonio la primera vez que se encontraron. Si aquel
dulce muchacho había sido un demonio, Dorian Blackwell era sin duda el
diablo.
Y Farah era, de hecho, incapaz de resistirse a su oscuro encanto.
—Lo admito, Blackwell. —El presidente del Tribunal Supremo los miró a
ambos—. No sé qué hacer con esto. Dos mujeres que dicen ser la Condesa
Northwalk. Cada una de ellas casada con un canalla egoísta. Estoy casi
convencido de conceder la demanda de su esposa. Pero no estoy seguro de que
se sostenga si se apela al lord canciller, o a Su Majestad.

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Rebeldes Victorianos #1

Dorian levantó un gran hombro en un gesto de debilidad. —Cualquiera


que me conozca sabe que no me casaría con ningún impostor. Mis señores,
esta era Farah Leigh Townsend, ahora Farah Leigh Blackwell. De eso estoy
seguro. Díganme lo que necesitan como prueba adicional y se la
proporcionaré.
El juez Rowe se puso de pie, metiendo la mano debajo de su peluca para
picar su cuero cabelludo. —Puedo resolver esto, —declaró—. Con su permiso,
mi señor presidente del tribunal.
—Por supuesto. —Cockburn le hizo un gesto para que continuara.
El ejército francés podría haber invadido Londres y los congregados
habrían permanecido donde estaban sentados, en silencio y atentos a lo que
iba a ocurrir a continuación.
—Acérquense los dos, —ordenó Rowe, señalando la alfombra frente a su
banco.
Con las palmas de las manos empapadas en el interior de sus guantes,
Farah trabajó su garganta en un desesperado trago que empujaba el cuello con
incrustaciones de gemas de su fino vestido. Esperaba parecer más digna de lo
que se sentía mientras caminaba los pocos pasos que le separaban del juez
Rowe. O debajo, más bien, ya que los asientos del Tribunal Supremo eran
intolerablemente altos.
Un crujido de faldas le indicó que Lucy Boggs estaba ahora a su lado, pero
Farah no se dignó a reconocer su presencia.
—Contéstame a esta única pregunta y recomendaré a este tribunal y a Su
Majestad que te devuelvan tu título y tus tierras. —Aunque hablaba en un
registro conversacional, su voz se extendía por la silenciosa sala.
Entrecerró los ojos hacia Farah. —Hiciste referencia a la fiesta de mi
trigésimo cumpleaños en la que asististe en la Abadía de Northwalk—.
—Sí, mi señor, —raspó Farah.
—¿Quién de ustedes puede recordar el regalo de cumpleaños que le di ese
año? Os daré una pista para refrescar vuestra memoria, estaba dentro de ese
pequeño joyero con una bailarina pintada. Recuerdo la afición de la pequeña
Farah Townsend por las bailarinas.
El corazón de Farah dio un respingo y murió. Buscó frenéticamente en su
memoria. Cuando eso no produjo nada, buscó en el rostro del juez que tenía
delante, que parecía tan frío y estoico como Dorian. La respiración empezó a

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Rebeldes Victorianos #1

fallarle. Esto no podía ser. Su futuro no podía escaparse de las manos por la
memoria defectuosa de una niña de cinco años. Volvió a mirar a Dorian, que la
estudiaba con atención. Lo que leyó en su rostro casi la hizo desfallecer.
Era lo más parecido a la impotencia que podía transmitir el Corazón Negro
de Ben More.
Volviéndose para mirar a los tres imponentes hombres con peluca, no
pudo formar las palabras que aplastarían su credibilidad delante de toda esa
gente. Las lágrimas ardían en sus ojos. Una piedra de terror y pérdida se formó
en su garganta, amenazando con ahogarla. Oh, ¡si tan sólo se apresurara!
—¿Sí? —Rowe la pinchó bruscamente.
—Yo... —Una lágrima caliente se derramó por el rabillo del ojo y quemó un
rastro por el costado de su cara—. Mi señor, no recuerdo haber recibido un
regalo así en ese cumpleaños ni en ningún otro. De usted o de cualquier otra
persona.
Farah no pudo evitar una mirada a Lucy, que estaba a su lado, cuyos ojos
azules brillaban ahora con malicia y victoria. —Era una baratija, mi señor, a—
divinó con voz primitiva, su mirada escudriñando el rostro del hombre con
evidente valoración—. Mis recuerdos de la infancia son vagos, han pasado
muchas cosas desde entonces, y me estoy recuperando de una herida en la
cabeza. —Se llevó un guante de encaje a la frente con un brillo exagerado—.
Pero era un collar, ¿no? ¿Uno que brillaba, o una pulsera? —Se encogió de
hombros con un tímido parpadeo de sus pestañas—. Era muy pequeña y mi
memoria era muy mala debido a la herida, ya ves, así que simplemente no
puedo recordar cuál.
Farah tuvo que tragar saliva. Era una buena suposición, en cuanto a
suposiciones. Convincente y probable, si no probable. La excusa de la herida
en la cabeza era buena.
Maldita sea, ¿por qué no podía recordar? ¿Por qué había fallado tanto? ¿Un
joyero? ¿Bailarinas? Había sido una chica tan activa que cualquier joya que le
hubieran regalado se habría perdido o roto enseguida. Era Faye Marie quien
había amado...
—Mi hermana, —jadeó, luego más fuerte—. ¡Mi hermana! —Juntó las
manos en un gesto de súplica—. Mi señor, le pido perdón, pero se equivoca.
Creo que usted regaló esa caja del tesoro a mi hermana mayor, Faye Marie.
Ella es la que amaba a las bailarinas. Estaba obsesionada con-

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Rebeldes Victorianos #1

—Pegaso. —Los ojos del viejo justiciero pasaron de la frialdad a la


amabilidad—. Era una pregunta con trampa. Había olvidado que tu
cumpleaños estaba tan cerca del mío, y compartí mi pastel de especias por
pura culpa. —Su rostro delineado se arrugó mientras sonreía con un grato
recuerdo—. Eras un alma pequeña y bondadosa, impoluta para una chica
criada en tanta riqueza. Me perdonaste al instante y me informaste de que el
pastel de especias era, de hecho, tu regalo favorito jamás recibido.
Farah empezó a temblar, con grandes escalofríos de alivio que le hacían
temblar las piernas. Dorian estaba allí, con sus manos fuertes y enguantadas
sosteniendo sus hombros.
—Gracias, —susurró, sin saber a quién se dirigía mientras la habitación se
inclinaba y se balanceaba—. Gracias.
—Tienes el pelo claro de tu padre y los preciosos ojos grises de tu madre,
—continuó el juez—. He estado medio convencido de que eras tú de verdad
desde que entraste en la sala.
El presidente del Tribunal Supremo se aclaró la garganta antes de golpear
su martillo para silenciar la ola de exclamaciones susurradas que resonaban en
la sala. —Nada es definitivo hasta que tenga la orden de la Reina, —dijo—.
Pero no creo ser presuntuoso al ofrecer mis felicitaciones, Lady Farah Leigh
Blackwell, Condesa de Northwalk.
—¡Gracias, mi señor juez! —La cara de Farah se dividió en una sonrisa tan
amplia que hizo que le dolieran las mejillas. Se volvió hacia Dorian y lo
abrazó—. ¡Gracias!
Él se puso rígido dentro de su abrazo y ella se recordó a sí misma,
apartándose rápidamente. No se atrevió a mirarle en ese momento, recordando
que él seguía enfadado por algo. Alcanzarlo en este foro público no podría
haber ayudado a la situación.
—Arresten a esta mujer, Lucy Boggs, y reténganla para investigarla, —
ordenó Rowe.
El presidente del Tribunal Supremo se inclinó sobre su escritorio hacia
Farah. —¿Puedo preguntarle, Lady Blackwell, dónde ha estado todo este
tiempo?
—Acepté un trabajo en Scotland Yard con un nombre falso, —respondió
con sinceridad.
—¿Por qué, en nombre de Dios, haría usted eso?, —preguntó él con una
risa incrédula.
227
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dorian intervino. —Milord, he traído dos testigos más que hablarían de


una conspiración maligna por parte de Sir Warrington. Lady Blackwell se
escondía porque sabía que era una amenaza para su vida. Mi agente
Christopher Argent y el inspector McTavish de Scotland Yard están
dispuestos a testificar que Warrington se acercó a ellos para pagar por el
asesinato de Lady Blackwell. Solicito que sea arrestado, tanto por su propia
seguridad como por la de ella, —añadió.
—¡Así se ordena! —El presidente del Tribunal Supremo golpeó su mazo
por última vez—. ¿Y puedo añadir mis felicitaciones a ambos por sus nupcias?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO DIECINUEVE

Dorian miró por la ventana del tercer piso de su casa de Londres y


reflexionó sobre las nubes de tormenta que se acumulaban sobre Hyde Park.
Había intentado abrir la ventana para que entrara el viento fresco de la
tormenta que se avecinaba, pero la antigua manilla de la cerradura de hierro
forjado llevaba tantas décadas atascada en posición vertical que bien podría
haber estado soldada.
Le dolía Ben More. Por las nieblas ocultas y el mar indómito. Por la fría
fortaleza de piedra cuyos pasillos recorría por la noche como un espíritu
inquieto. Había demasiada gente en la ciudad. Demasiado color y ruido, placer
y dolor, necesidad y deseo y movimiento. El caos en su forma más pura. Tantos
sufrían desprovistos de atención. Tantos vivían sin nombre. Tantos morian
todos morian.
Incluso el poderoso Dorian Blackwell. Aunque se había hecho un nombre
reconocido en todos los rincones del reino y más allá, un día el destino le
pagaría por todos los problemas que había causado. Y el imperio continuaría,
expandiéndose y acumulándose. Tal vez llegando a abarcar el mundo, de
alguna manera. No era imposible. Con sus intrépidos y emprendedores primos
del otro lado del charco, en el oeste, y sus intereses de largo alcance en el este,
quizás en cien años más o menos, todos estarían conectados. La economía se
expandiría. Los telégrafos mejorarían. La tecnología avanzaría. Y el mundo se
convertiría en un lugar pequeño y manejable, nada más que una bola atrapada
en las manos de hombres codiciosos como él hasta que cerraran los puños y lo
aplastaran.
¿Y dónde le dejaba eso? ¿Qué parte de esa inevitabilidad controlaba él? Más
que la mayoría. Menos de lo que le gustaría. Una cantidad verdaderamente
insignificante en el gran esquema global y eterno de las cosas. Eso era muy
irritante. Cuanto más se conquistaba, más se presentaba la conquista. ¿Dónde
terminaba?
Quitándose el parche del ojo, Dorian se restregó los ojos cansados y se pasó
las manos por el pelo, marcándose el cuero cabelludo con frustración, antes de
apoyarse en el cristal de la ventana con una mano extendida.
Había hecho esto desde que tenía memoria. Controlaba, dominaba y
manipulaba a todos los que estaban a su alcance. Primero Newgate. Luego
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Whitechapel, extendiendo su influencia a todo el East End. Nunca fue


suficiente. Ninguna de sus victorias le había hecho sentir seguro o saciado su
incesante necesidad de más. No manipular a los miembros del Parlamento. No
arreglar los nombramientos judiciales o aplastar social y económicamente a
los miembros de la nobleza. No llegar al otro lado del Atlántico y dominar
Wall Street.
¿Qué quedaba por tomar? Sin un movimiento napoleónico de conquista de
alcance corporativo e imperial, había alcanzado una especie de cima.
Y se sentía tan humilde como siempre.
Un ojo azul se reflejó en él desde el cristal de la ventana. El fantasma de un
niño muerto hace tiempo, pero que seguía vivo. Quizá no de nombre, o quizá
sólo de nombre.
¿Quién lo sabía ya?
Porque en ese momento Dorian se dio cuenta de que, aunque controlaba
las maquinaciones de muchas cosas, había perdido el control de un pequeño
órgano de cuatro cámaras. Uno cuya existencia había estado en duda hasta
ahora. No es que el Corazón Negro de Ben More no haya nacido con un
corazón. Era que no había estado en posesión de él durante casi veinte largos
años.
Y tenía que abandonarlo, antes de que quien lo poseía descubriera el
secreto enterrado en su interior.
Un cosquilleo en la base de su cuello y una aceleración de su sangre le
alertaron de su aproximación antes de que el crujido de sus faldas se adentrara
en el largo solar.
—¿Dorian?
Un lejano gruñido de trueno le respondió. Él no lo hizo.
Por supuesto, Farah nunca se dejó disuadir por los hombres melancólicos y
con el ceño fruncido. Maldita sea. Se acercaba cuando debía huir. Calmaba
cuando debía regañar. Siempre había sido así.
—Dorian, sé que estás enojado conmigo, —comenzó—. Hoy fue una gran
victoria, y me gustaría celebrarla como amigos.
Se detuvo detrás de él. Cerca. Demasiado cerca.
—¿Dime qué he hecho? ¿Qué puedo hacer para arreglar las cosas entre
nosotros?

230
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Ella podría dejar de torturarlo con ese maldito vestido, para empezar.
Podría dejar de oler a agua de lilas y a primavera. Podía dejar de ser la voz en
su cabeza, animando a su humanidad reprimida a echar raíces.
—Puedes irte, —dijo Dorian—. Ve a casa de tu padre en Hampshire.
Reclama tu derecho de nacimiento.
—¿No quieres venir conmigo? —se aventuró ella.
—Preferiría no hacerlo.
Su aguda inhalación hizo un agujero en los pulmones de él.
—Sé que estar encerrado ayer debe haber sido bastante horrible para ti. —
Ella cambió de táctica—. Siento que hayas tenido que pasar por eso por algo
que te pedí que hicieras. Quiero agradecerte que hayas salvado a mi amiga y
espero que, con el tiempo, me perdones el dolor que te causó.
No la miró. No podía mirarla. Ahora no. Que pensara lo que quisiera. Si la
ignoraba durante el tiempo suficiente, se rendiría y se iría.
—Si lo piensas, —continuó, forzando la luminosidad en su tono—. Todo
terminó bastante bien, ya que Gemma pudo ayudarnos a desenmascarar a
Lucy Boggs por lo que realmente es, y eso fue útil, al menos.
Dorian continuó mirando fijamente, el pestillo de hierro que sobresalía de
la ventana era su punto focal. Tal vez si se volviera lo suficientemente frío. Lo
suficientemente fuerte. El hielo que había formado lo convertiría en piedra. La
vibración que parecía comenzar en su alma y ondular por sus venas se
congelaría y se quedaría quieta. Tendría un poco de maldita paz. Los
pensamientos que lo torturaban. Las emociones que lo calentaban. Los
impulsos que le tentaban. Estarían encerrados detrás de una fortaleza
impenetrable creada por él mismo. Él era una piedra. Era un glaciar. Él era-
—Dorian. Por favor. —Farah le agarró el brazo, tirando de él en un intento
de hacerlo girar hacia ella.
Antes de que él se diera cuenta de sus acciones, giró y le agarró la muñeca,
blandiéndola entre sus cuerpos. —¿Cuántas veces tengo que decirte que no
me alcances?
Farah miraba el lugar donde la mano de él agarraba su muñeca más
delicada con algo parecido al asombro. Dorian también la miró.
No llevaba guantes. La primera vez que la había tocado de verdad, y había
sido con violencia.

231
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Joder.
—Lo sé, —reconoció ella con sólo un poco de pesar—. Lo siento. Parece
que no puedo evitarlo. Es como si me llamaras, como si necesitaras que te
alcanzara. —Desenroscó los dedos, estirándolos hacia él.
La ira contra la que Dorian había estado luchando desde su último arresto
se encendió de nuevo. —¿Te has puesto en contacto con Morley?, —gruñó,
apartando la muñeca de él.
Su ceño se frunció mientras se frotaba la piel que él acababa de soltar.
—¿Qué?
Dorian avanzó, con la furia apretando su pecho y sus pulmones,
profundizando su voz hasta convertirla en un gruñido. —Sé que estabas a
solas con él.
—¿Cómo lo sabes?, —se preguntó ella.
Su miedo se convirtió en una sospecha total. —¿Cómo crees? Tengo
informantes en todas partes. —Pero no dentro de esa oficina. No detrás de esa
puerta cerrada. Las posibilidades le habían vuelto loco—. ¿Te puso las manos
encima? ¿Lo besaste de nuevo? —¿Qué había tenido que hacer con Morley
para conseguir que el inspector jefe los liberara tan rápidamente? ¿Qué
promesas había hecho? ¿Qué exigencias había cumplido?
—¡No! —Sus ojos se abrieron de par en par, llenos de incómoda duda—.
Quiero decir que le abracé para despedirme. Le toqué la cara.
Incluso la imagen de eso le hizo enloquecer. Buscó una mentira en sus ojos
de plata líquida. —¿Le dijiste que te arrepentías de casarte conmigo? ¿Que
deseabas haberle dicho que sí? ¿Que le pertenecías? —Dorian se sintió como
un monstruo. El hielo ya no estaba allí. No sólo se había derretido, un infierno
ajeno lo había desintegrado con una rapidez e intensidad alarmantes.
Ahora estaba inundado de fuego líquido. Hirviendo de celos. ¿Dónde
estaba su frialdad? ¿Dónde estaba su armadura de hielo y calma? ¿Por qué no
podía controlar esta tempestuosa tormenta de fuego de posesión, miedo, ira y
desesperación?
Ella no debería haber llegado a él.
—Yo... —Farah lo miró fijamente como si se hubiera convertido en una
criatura extraña. Un monstruo de oscuridad, rabia y pérdida.
Y de lujuria. Estaba tan jodidamente duro.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dorian metió la mano por detrás y arrancó la cuerda de seda con borlas
doradas que mantenía la cortina apartada de la ventana.
Farah retrocedió un paso, pero él la agarró antes de que pudiera darse la
vuelta y huir. —Nunca serás de otro, Farah. —Gruñó, enrollando las gruesas
cuerdas alrededor de cada una de sus delgadas muñecas mientras ella luchaba.
—Dorian...
La empujó hacia él, cortando su protesta con los labios. Dejándola sentir la
verdadera fuerza de sus manos por primera vez mientras le encadenaban los
brazos. Podía romperla. Tan fácilmente. Sus huesos eran tan pequeños, como
los de un pájaro, su piel tan suave y translúcida. Las diminutas redes de venas
azules de sus muñecas y garganta eran tan delicadas en contraste con las más
gruesas que latían bajo su piel.
¿Cómo podía alguien tan condenadamente frágil tener el poder de destruir
a un monstruo como él?
—¡Eres mía!, —gruñó contra su boca rendida—. Sólo mía.
Podría haberse detenido si ella no le hubiera devuelto el beso.
Incluso mientras luchaba con esta nueva bestia de fuego que había
provocado, no sabía el peligro con el que jugaba. No sabía las consecuencias de
sus actos.
Dorian luchó con la fuerza de un ahogado, pero al final, la bestia venció.
Siempre supo que lo haría.
La inclinó sobre el asiento de la ventana y le puso las manos atadas sobre el
antiguo pestillo de hierro de la ventana, aprisionándola allí.
Ella soltó un gemido cuando él le levantó las faldas por encima de la
cintura, y otro cuando su ropa interior se desintegró en sus manos.
Probó su raja mientras liberaba su erección. Un río de humedad empapó
sus dedos y su deseo se encendió de forma imposible.
Atravesó su cuerpo con una brutal embestida. La reclamó con el segundo.
La marcó con el tercero. Ella sólo gritó un poco. Sus músculos femeninos se
resistieron a su invasión sólo un momento antes de atraerlo.
Mía. Él avanzó.
Sólo mía. Agarró la suave carne de su culo, abriéndola para su vista. Viendo
como su polla se clavaba en ella con profundos y devastadores empujones.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La visión fue demasiado, y él rugió su brutal rabia contra la ventana


mientras pulsos de fuego se vertían en su cuerpo receptor. El sudor floreció
bajo su ropa, su pelo cayó sobre sus ojos. Sus manos se aferraron a los globos
del culo de ella con una fuerza contundente, mientras torrentes agónicos de
placer lo atravesaban.
Los truenos le rugieron desde el cielo, y las primeras gotas de la tormenta
que se avecinaba salpicaron la ventana. Enfrió su fuego, pero sólo un poco.
Una vez pasado el orgasmo, Dorian sólo se detuvo para arrancarle las
horquillas de su prolijo cabello, quedando enterrado en lo más profundo de su
cálida y húmeda carne.
Se inclinó sobre ella, la anchura de sus hombros engullendo la esbeltez de
los de ella. —Estoy así todo el maldito tiempo cerca de ti. Lo odio. ¿Lo sabes?
No tengo ningún control. Sólo quiero follar y follar y follar hasta que ya no
importe nada. Hasta que ya no podamos mover nuestros miembros o levantar
la cabeza para comer. —Él flexionó su polla aún dura dentro de ella—. Se
supone que esto debería desaparecer después de que me corra. Pero no es así.
No contigo, esposa. Mi pasión es esta perversión insaciable.
Su pelo se deslizó por su espalda, cayendo en una tumultuosa cortina de
rizos plateados sobre su cara y el asiento rojo de la ventana.
—Te destruirá, —dijo él, enterrando su mano en el pelo de ella mientras
avanzaba de nuevo—. Te consumirá.
—¡Dorian, por favor! —La voz de ella temblaba, sus músculos se apretaban
alrededor de su eje.
—Lo siento, —jadeó él mientras una nueva llamarada se encendía en las
brasas de su anterior clímax. Ella lo odiaría. Ya se odiaba a sí mismo. Pero ella
se sentía tan bien, y él había esperado tanto tiempo. —Lo siento, pero no
puedo … No puedo parar.
—No, —gritó ella, con la voz baja y gutural—. Por favor, más rápido.
Entonces se la folló. Una mano sujetaba su cadera, la otra agarraba el pelo
de su cuero cabelludo, aprisionando su cabeza y exponiendo su garganta
mientras él penetraba en su apretado cuerpo una y otra vez.
Se le escaparon pequeños gemidos de demanda. Gritos apretados de dolor
o placer. Luego se sacudió contra él, un grito sordo que se convirtió en un
grito agudo. Se retorció, tiró y se arqueó mientras sus músculos íntimos le
arrancaban otro clímax que le destrozaba el alma. Podía sentir cómo su
semilla salía de él y se derramaba dentro de ella. Se hundió lo suficiente como
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

para tocar su vientre con su propia carne. Que tal cosa fuera posible parecía
un milagro. Ella era un milagro. La había encontrado. Después de todos estos
años.
Mía.
Su cuerpo y su mente, por una vez, estaban de acuerdo. Ella nunca podría
dudar de su reclamo sobre ella. Un reclamo que había hecho hace diecisiete
largos años.
Mi hada.
Las palabras resonaron en la ventana. Ambos dejaron de respirar.
Un temblor recorrió visiblemente la columna vertebral de ella y pasó entre
el lugar en el que estaban conectados, ondulando por la columna de él y
terminando en la base de su cuello.
—¿Dougan?, —jadeó ella.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTE

Se había ido.
Farah apoyó su peso en unos brazos temblorosos y extendidos y trató de
absorber el choque paralizante. El sonido quebradizo de los cristales rotos y
de la madera astillada resonó en el pasillo y se mantuvo a cierta distancia.
Luego todo quedó en silencio.

Esto no podía ser real. No podía estar ocurriendo. ¿Había oído realmente
ese nombre susurrado contra su cuello? ¿Sintió que la verdad se estremecía en
su interior con esa voz inconfundible?
Contra el mullido cojín de la ventana, se esforzó por recuperar el aliento.
Las réplicas del clímax, que le había destrozado la mente, todavía hacían que
sus músculos internos se apretaran y palpitaran. Los resbaladizos restos de su
sexo se enfriaron rápidamente, expuestos al vacío solárium con sus suelos de
mármol y sus numerosas ventanas.
Ese nombre. Ella nunca olvidaría cómo dijo ese nombre. Farah se dio
cuenta de que Dorian Blackwell había tenido mucho cuidado de no
pronunciar nunca ese nombre ante ella.
Y ahora sabía por qué.
Tenía que alcanzarlo. Ahora.
Moviendo la espalda y las piernas para que las faldas volvieran a su sitio,
empezó a tirar de sus ataduras. Podía decir una cosa sobre su marido,
ciertamente sabía de ataduras.
¿No debería ceder el pestillo de la ventana? En su estupefacta
desesperación, se limitó a forcejear infructuosamente durante un momento.
Gruñendo y esforzándose, tiró de un lado a otro. Necesitaba sólo unos pocos
centímetros y probablemente podría sacudirse de la punta en la parte
superior. Malditas sean sus cortas piernas. Tal vez si pudiera levantarse la
falda por encima de las rodillas para poder trepar por el asiento de la ventana y
subirse a él...
Se congeló cuando unos pasos pesados se arrastraron por el pasillo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡Mi señora! —La exclamación horrorizada de Murdoch resonó en el


solarium.
—Por favor, libéreme. —Ella tiró contra las cuerdas que le mordían las
muñecas mientras se esforzaba por volver a mirarle. Al recordar sus
calzoncillos desechados, Farah hizo una mueca de mortificación. Sin embargo,
si alguien iba a encontrarla en ese estado, sólo podía pedir que fuera Murdoch.
No era como si no lo hubiera hecho antes.
—Mi lealtad tiene límites, —gruñó el escocés mientras se subía a la
cornisa y comenzaba a trabajar en los magistrales nudos de su marido—. Lo
mataré por esto.
—No, Murdoch, —amonestó Farah mientras sus manos se deslizaban
finalmente y las apretaba contra una espalda que protestaba mientras se ponía
de pie—. Debes perdonarle por esto.
—¡Nunca!
Farah buscó en el suelo a su alrededor hasta que cogió sus calzones azules
de cáscara de huevo rotos. —Debes, —insistió—. Igual que yo debo
perdonarte por no haberme dicho quién era todo este tiempo.
Él se puso del color de un nabo ictérico. —No sé a qué te refieres,
muchacha.
—¡Oh, déjalo, Murdoch!, —resopló ella—. Ahora dime por dónde se fue.
— JesuCristo ,— el viejo gimió, pareciendo bastante indispuesto.
—¿Por dónde? —Le blandió sus bártulos de forma amenazante.
Murdoch señaló las puertas del oeste. —Siga la devastación, —dijo
bastante aturdido—. Aunque cuando está en tal estado, no aconsejaría estar
en su camino.
A pesar de todo, Farah no pudo reprimir una sonrisa y plantó un beso en la
calva de Murdoch. —No me sigas, —ordenó antes de salir corriendo.
La devastación marcó, en efecto, un camino hacia su marido. Las
antigüedades fueron empujadas. Cuadros arrancados de las paredes. Jarrones
de cristal de valor incalculable y estatuas de piedra yacían destrozados en
medio de los pasillos.
Se metió en una habitación de invitados que no se utilizaba, usó su ropa
interior estropeada para limpiarse y la tiró al cesto de la basura antes de
reanudar su búsqueda.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

El camino terminaba en las escaleras traseras, y Farah las siguió hasta


donde la puerta del jardín se agitaba contra la tormenta.
Por supuesto, Farah sabía exactamente dónde lo encontraría.
***
Los muros de piedra de los jardines de la terraza eran más altos y estaban
en mejor estado que aquellas antiguas rocas musgosas de Applecross. Para
Farah tenía sentido, en cierto modo, mientras se acercaba al hombre
desplomado contra uno de ellos. Él también estaba más alto, en estos días,
imposiblemente. Pero este hombre de pelo de marta fue una vez un niño de
pelo de marta que ella había conocido mejor que ningún otro, y todavía se
refugiaba en las frías paredes de piedra en tiempos de crisis.
Su camisa de lino blanco y su chaleco oscuro estaban pegados a su torso y
delineaban unos hombros poderosos junto con las hendiduras y las olas de
unos brazos gruesos. Sus manos flácidas colgaban sobre las rodillas
extendidas. Los mechones de pelo goteaban el agua de la lluvia sobre la hierba
que tenía debajo, ocultando su rostro abatido. La postura de derrota no
disminuía la potencia de su masculinidad.
Un agudo dolor abrió una fosa en su pecho y se extendió hasta que tuvo
que tragar para contenerlo.
Aquí estaban de nuevo. Una tormenta fría. Un muro de piedra. Un chico
herido. Una chica solitaria.
—¿Dime por qué estás llorando? —Ella susurró las primeras palabras que
le había dicho.
Y él le dio la misma respuesta, sin levantar la vista. —Vete, vete.
Se le escapó un jadeo desgarrado y se precipitó hacia él, cayendo de
rodillas a su lado en una nube de faldas caras de medianoche.
Se llevó las manos hacia atrás y las apretó a los lados. —Lo digo en serio.
—El peligroso gruñido retumbó desde lo más profundo de su pecho—.
Consigue salir de aquí.
Se tragó un bulto de tierna y dolorosa alegría. —Déjame ver tus manos.
Levantó la cabeza como un hombre con el peso de una montaña sobre sus
hombros y la giró sobre su esforzado cuello para clavarle aquellos inquietantes
ojos desorbitados. No estaba llorando. Todavía no. Pero los músculos se
crisparon en su cara y sus labios se tensaron en una dura línea blanca mientras

238
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

luchaba visiblemente contra el charco de humedad brillante que se acumulaba


contra sus párpados. —Te lo advierto, Farah.
—Deberías conocerme mejor que eso, —murmuró ella, moviendo
lentamente sus dedos por la hierba hacia el lugar donde el puño de él se
cerraba a su lado.
Ninguno de los dos sintió la lluvia o el frío cortante mientras ella levantaba
el gran puño blanco de él. Las manos de ella parecían tan pequeñas en
comparación. Ambas agarraban el único puño de él y aún no lo engullían. El
corazón de Farah no latía tanto como se estremecía dentro de su caja torácica,
luchando por mover su sangre a través de unas venas apretadas por la
esperanza, el asombro y el terror.
Sus dedos largos y delgados cubrieron los gruesos y llenos de cicatrices de
él y, uno a uno, los engatusó para que descubrieran su secreto.
Un suspiro tan agudo como la larga costura que atravesaba la palma de su
mano brotó de su garganta, y luego otro. Podía sentir que su rostro se
derrumbaba mientras las lágrimas calientes se mezclaban con la lluvia fría en
sus mejillas. Las heridas que Dougan había sufrido el día en que se conocieron.
Las cicatrices que había trazado de niña más veces de las que podía contar.
—Dios mío, —sollozó ella, presionando sus labios contra la palma de su
mano llena de cicatrices—. Dios mío, Dios mío. —La exclamación se convirtió
en un canto. Una pregunta. Una oración. Se interrumpió con besos y caricias
de sus dedos, como si la mano de él fuera una reliquia sagrada y ella una
piadosa discípula al final de un largo peregrinaje.
Finalmente, se la llevó a la mejilla mientras se sentaba de nuevo sobre sus
rodillas y miraba el rostro del chico al que había entregado su corazón, y del
hombre que había empezado a robarlo.
Todo su cuerpo temblaba, aunque sus rasgos seguían siendo de granito,
salvo por un tic en su fuerte barbilla que parecía no poder controlar. La miró
como se mira a un perro extraño, inseguro de si su próximo movimiento era
hocicar o atacar.
—¿Eres realmente tú, Dougan?, —suplicó ella—. Dime que esto no es una
especie de sueño.
Él apartó la cara de ella, una gota de humedad salió del rabillo del ojo y
siguió lentamente la hoja de su mejilla para unirse a los riachuelos de agua de
lluvia que recorrían su mandíbula y su cuello.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Soy Dorian Blackwell. —Su voz hacía juego con la piedra, gris, plana y
fría.
Farah sacudió la cabeza contra la palma de su mano. —Te conocí y me casé
contigo como Dougan Mackenzie, hace tantos años, —insistió.
La garganta de él se esforzó por tragar con dificultad y retiró la mano de su
agarre. —El chico que conociste como Dougan Mackenzie ha fallecido. Murió
en la prisión de Newgate. —Su mirada volvió a dirigirse a la de ella—.
Demasiadas veces.
Farah sintió que su corazón se convertía en algo frágil. Más frágil incluso
que los jarrones y esculturas que yacían en pedazos a lo largo del costoso suelo
de su casa. —¿No queda nada de él?, —susurró.
Él se quedó mirando un punto por encima de su hombro durante un
momento, antes de extender la mano.
Farah no se atrevió a moverse mientras él tiraba de un rizo húmedo por
encima de su hombro y lo enrollaba en su dedo. —Sólo la forma en que te
recuerda.
La esperanza se hinchó y las lágrimas volvieron a desbordar sus pestañas,
nublando su visión hasta que parpadeó. Se sentía como una mujer partida en
dos por fuerzas opuestas. Dolor exquisito y euforia agonizante. Dougan
Mackenzie había vuelto a sus brazos. Vivo. Roto. Poderoso. Incapaz de
soportar su toque. Incapaz de entregar su corazón.
¿Eran los cielos realmente tan crueles?
Ella levantó la mano, alisando los mechones húmedos de su cabello de su
amplia frente. —No te pareces en nada a él, —murmuró con asombro—. Era
tan pequeño, su cara era más redonda. Más suave. Y, sin embargo, lo veo en tus
ojos oscuros, ese muchacho querido, travieso e inteligente. Así que, como ves,
no puede estar muerto. Debo haber sabido eso de alguna manera, todo este
tiempo. Es por eso que nunca te dejé ir.
—Eso es imposible, —dijo él.
Farah levantó el dobladillo de su falda azul y encontró debajo una enagua
blanca que aún no estaba empapada. Con delicadeza, cubrió un dedo con el
dobladillo, como hacía cuando eran niños, y se arrodilló para limpiarle el agua
de la lluvia de la cara.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Después de una cautelosa mueca de dolor, él permaneció inmóvil. Sin


pestañear. Sin respirar mientras ella parodiaba sus anteriores atenciones con
él de hace tantos años.
—Por supuesto que es posible, —dijo ella—. Fue tu hechizo gaélico el que
me dijiste en la sacristía en Applecross. Esas últimas palabras.

Que renazcamos,
Que nuestras almas se encuentren y conozcan.
Y amar de nuevo.
Y recordar.
—Yo recuerdo, Dougan. Y sé que tú nunca olvidas. —Dejó caer la enagua y
trazó las líneas de su brutal rostro con dedos suaves como plumas,
aprendiendo y memorizando esta nueva encarnación de él—. Mi alma
reconoció tu alma y renació. Sabía que había algo detrás de esos ojos, debajo
de esos guantes, que me devolvería lo que me ha faltado todos estos años. —
Farah se lanzó a por él, rodeando su cuello con los brazos y aferrándose como
un abrojo. Su primer beso sabía a sal y a desesperación. Las lágrimas se
mezclaron, las de él o las de ella, no podía decirlo. Los labios se fundieron. Los
cuerpos se fundieron. Y finalmente, un milagro.
Sus gruesos brazos la rodearon, la atrajeron hacia él, luego sus manos se
hundieron en su pelo mientras reclamaba su boca con la lengua. Era tan
grande y duro como el muro de piedra que tenía detrás, una montaña de hielo
que se derretía bajo su calor. Pero su boca no castigaba ni exigía. Esta vez, su
beso estaba lleno de oscuridad y vacilación. Era como si todas las emociones
que él no podía entender o permitir se derramaran de su boca a la de ella en un
revoltijo de caos.
Farah las aceptó todas. Las saboreó. Las guardaría y le ayudaría a
identificarlas y ordenarlas más tarde, cuando terminaran de descubrir en qué
se habían convertido.
Se sentía segura aquí, en los brazos de este hombre peligroso. Era como
volver a un hogar que había sido destruido y reconstruido. Los mismos huesos,
la misma estructura, pero un nuevo núcleo que se sentía más extraño que si no
lo hubiera conocido antes. Muros y obstáculos construidos por manos que no
eran las suyas.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Pero eso no le importaba. Aprendería a este hombre en el que se había


convertido, renovaría con su amor lo que pudiera mejorarse, y aceptaría y se
adaptaría a lo que no pudiera reparar.
—Te quiero, Dougan, —murmuró ella contra su boca acariciadora. —Te
he amado durante tanto tiempo.
Le soltó el pelo y le encadenó los hombros con sus fuertes manos,
apartándola de él tan bruscamente que ella lo sintió en sus huesos. La cicatriz
interrumpida por su ojo era lo suficientemente profunda como para atrapar la
lluvia, y la expresión de su rostro acabó por forzar el frío de la tormenta bajo
su piel. Su respiración era entrecortada y sus labios estaban coloreados con el
calor de un beso. Pero cualquier otro efecto había desaparecido, y ese hecho
golpeó el corazón de Farah con pavor.
—Soy Dorian Blackwell. —Le sacudió un poco los hombros, como si eso
fuera a dar más peso a sus palabras—. Lo he sido durante toda mi edad adulta
y lo seré hasta que esta miserable vida termine.
—¿Cómo es posible?, —preguntó ella con suavidad, apoyando las manos
en el pecho de él para estabilizarse. Unas curiosas crestas en los duros planos
del músculo llamaron a sus dedos a investigar. ¿Costura? ¿Cicatrices? Se
encontró firmemente apartada de él mientras se preparaba para levantarse.
—Esa es otra historia llena de sangre y muerte, —advirtió él.
—Cuéntame, —insistió ella, metiendo las manos en la falda,
prometiéndose a sí misma que, por mucho que le doliera, no extendería la
mano hasta que él terminara.
La lluvia los golpeaba con un staccato constante, goteando por las piedras
del muro en vetas oscuras que evocaban imágenes de manchas de sangre. La
hierba bajo ellos amortiguaba el duro suelo y los fragantes setos ocultaban lo
que los muros no podían. Era un jardín precioso, que acababa de despertar a
los primeros coletazos de la primavera, con flores que aún no habían florecido.
Pero mientras Dorian hablaba, un sombrío manto cubría el mundo entero, uno
que ni siquiera este encantador rincón podía iluminar.
—Escribí a mi padre, el marqués de Ravencroft, Laird Hamish Mackenzie,
antes de que me condenaran. Le pedí no sólo ayuda en mi nombre, sino
también su ayuda para localizarte. Para mantenerte a salvo. —Sus ojos la
tocaron por un momento, pero luego giraron para fijarse en un seto
desgastado, que se aferraba obstinadamente al árido beso del invierno.

242
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Nunca oí una palabra de mi padre, aunque a medida que mi situación se


volvía más desesperada, le escribía más a menudo. Resulta que, en lugar de la
mísera suma que habría costado contratar un abogado para mí, pagó
exponencialmente más a su amigo y socio el juez Roland Cranmer Tercero
para librarse de mí. Cranmer, a su vez, pagó a los tres guardias más corruptos
y despiadados de Newgate para que me mataran a golpes.
Farah jadeó, llevándose una mano horrorizada al corazón para evitar que
se le saliera el pecho. —¿Mataron a Dorian en su lugar?
—Resulta que estaba trabajando en un cifrado para la comunicación con el
exterior con mi compañero de celda, Walters, y así nos cambiamos por la
noche, sabiendo que a los guardias perezosos les costaba distinguirnos.
—¿Walters, quieres decir-Frank?
Sus párpados se cerraron sólo un momento. —Walters solía ser brillante y
brutal y propenso a episodios maníacos de extrema genialidad artística. Uno
de los mejores falsificadores jamás capturados. También intentaron matarlo
esa noche, pero sobrevivió para convertirse en el amable simplón que
conociste. Supongo que lo dejaron vivo porque no puede recordar lo que pasó,
y por lo tanto no podría hablar contra ellos.
Farah no podía decir qué era más responsable de la humedad en sus
mejillas, la implacable lluvia o sus lágrimas. —Dios mío. —Resopló—. ¿Tu
propio padre causó todo esto?
Una espantosa satisfacción levantó los rasgos satíricos de su marido. —
Pagó su precio, y fue el primero en experimentar mi ira. Financió mi ascenso y,
no hace falta decirlo, hay un nuevo marqués de Ravencroft. Su legítimo
heredero, Laird Liam Mackenzie.
Farah ni siquiera quería saber qué había pasado con el anterior, y no podía
precisamente convocar la compasión por el hombre que había pagado la
muerte violenta de su propio hijo.
—¿Liam Mackenzie es... tu hermano?, —respiró ella.
—Medio hermano, —respondió él con firmeza—. Sólo soy uno de los
innumerables bastardos Mackenzie que existen. Tendemos a mantenernos
fuera del camino de Laird Mackenzie.
—¿Por qué? —preguntó Farah.
Él apartó la mirada, dando a entender que el asunto estaba cerrado.
Ella, sabiamente, siguió adelante. —¿Ahora Cranmer ha desaparecido?
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Muerto. Y nunca encontrarán el cuerpo.


Farah no se sorprendió. —¿Cómo fuiste capaz de asumir la identidad de
Blackwell?
Su labio se curvó en un gruñido de disgusto. —No hay palabras para
describir la suciedad del ferrocarril mezclada con la de la prisión. La infección
mató a más hombres que la violencia. —Se tragó la evidente repugnancia—.
Realmente podríamos haber sido hermanos. Los hermanos del Corazón Negro.
Y nos untábamos la cara y la piel con hollín y barro para protegerla del sol y
del frío cuando trabajábamos. La ventaja añadida era que a menudo los
hombres no se daban cuenta de con quién hablaban si no estábamos uno al
lado del otro. Perdí todo rastro de mi acento de las Tierras Altas y aprendí sus
gestos y su acento muy pronto. Una vez que crecí hasta alcanzar su tamaño,
no había forma de distinguirnos.
—¿Quién sabe quién eres realmente?, —preguntó ella.
—Murdoch, Argent, Tallow y, bueno, Walters se confunde la mayor parte
del tiempo. Éramos los cinco que gobernaban Newgate. Los dedos que
formaban un puño. —Curvó los dedos sobre su cicatriz, apretando hasta que
los pliegues se blanquearon—. Todos sabíamos que debía ser yo quien muriera
en esa celda. Y todos queríamos venganza, así que la tomamos. Y nunca hemos
dejado de tomarla desde entonces.
A Farah le resultaba difícil digerir su historia, su mente amenazaba con
regurgitar su fealdad en el suelo como si fuera carne rancia. —No dirás su
nombre, —murmuró—. Dorian Blackwell, el chico que murió.
—Parece que no lo entiendes. Lo que haya quedado del chico que era está
enterrado en esa fosa común junto con su cuerpo. No te casaste con Dougan
Mackenzie.
—Sí lo hice, —insistió Farah en un suave susurro.
Se puso en pie, de pie sobre ella como un verdugo renuente, a punto de
ejecutar la sentencia de un alma oscura. —Soy Dorian Blackwell. Siempre seré
Dorian Blackwell. Él vive en mí.
Farah se puso de rodillas, con la intención de ponerse de pie, pero se
congeló cuando él dio un paso en retirada. —Entonces, te amaré como Dorian
Blackwell, —ofreció—. Porque yo también me casé con él.
Una desesperación silenciosa y dolorosa la atravesó cuando el rostro de él
se endureció. —No hables de amor, Farah. Porque es algo que no puedo dar.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Aturdida, se echó hacia atrás como si sus palabras la hubieran empujado


físicamente. —¿Qué? —Por supuesto, Dorian se lo había dicho antes. Pero
ahora las cosas eran diferentes.
—Puedo ofrecerte protección. Puedo ofrecerte venganza. Te he dado tu
legado. Pero no puedo ofrecerte mi corazón, porque no soy capaz de dar algo
que no poseo.
Sangrando por él, Farah se olvidó de ser orgullosa, se olvidó de ser fuerte, y
se postró de rodillas frente a él, juntando las manos en señal de súplica.
Dispuesta a darle cualquier cosa. Su corazón. Su alma. Su vida. Era su alma
gemela, de vuelta de la muerte. La mataría perderlo de nuevo. No le importaba
lo que él había hecho, lo que la vida le había llevado a hacer. Ella asumiría esos
pecados sobre su propia cabeza; llevaría la carga de sus recuerdos sobre sus
delgados hombros. —Puedes quedarte con mi corazón, —le ofreció.
—Serías una tonta si me lo dieras, —se burló él, torciendo sus rasgos en
algo extraño y aterrador.
—Entonces soy una tonta, —insistió ella—. Pues ya lo he hecho.
—¡No soporto a los tontos!, —siseó él—. Le diste tu corazón a Dougan,
incluso antes de saber lo que significaba. No está destinado a mí.
Ella agarró su puño, presionando un beso en el nudillo cicatrizado. —Pero
Dorian ha comenzado a robarlo, ladrón de caminos que es.
—¡Entonces lo devuelvo! —Le arrancó el puño de su agarre, haciéndola
perder el equilibrio y obligándola a agarrarse a la hierba con las manos
extendidas, ensuciándolas con el barro que había debajo. —En mis manos se
corromperá. Envenenado. Lo ennegreceré hasta que me odies casi tanto como
te odias a ti misma por habérmelo dado. —Le clavó un dedo para silenciar su
respuesta—. Cada parte de mi vida ha sido sombría, brutal y sangrienta,
excepto tú. No añadiré tu ruina a mis muchos pecados.
—Podemos cambiar eso, —gritó ella—. Juntos.
Él se inclinó y clavó su rostro fuerte y cruel en el de ella, el agua que caía de
su pelo sobre su piel. —Eso es lo que estás demasiado ciega para ver. No
quiero cambiar. Me gusta ser el Corazón Negro de Ben More. Disfruto
convirtiendo a los imbéciles que dirigen este imperio en mis marionetas. Me
alimento del miedo de los demás. Me encanta aplastar a mis enemigos y burlar
a la policía. No soy el héroe redimible, Farah. No soy el chico que te amaba.
Soy el villano...

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡Bien! —Farah levantó sus manos sucias—. Está bien. Lo aceptaré, todo.
Te aceptaré tal y como eres. Dorian Blackwell, el Corazón Negro de Ben More.
He visto la clase de hombre que eres, cómo te ocupas de los que finges que no
te importan. Soy tu esposa. He sido tu esposa durante diecisiete años. Te
quiero.
Sus siguientes palabras la hicieron dudar del parpadeo de emoción agónica
que pugnaba por desprenderse de sus huesos antes de que él lo aplastara tras
su máscara de hielo y piedra. —Sé lo que estás pensando, Farah. ¿No crees que
se me ha ofrecido antes? Tal vez si me amas lo suficiente. Me aceptas lo
suficiente. Daras un buen ejemplo de compasión y bondad que me hará un
hombre mejor.
Fue tan astuto, tan brutalmente correcto, que Farah tuvo que obligarse a
no encogerse por él.
—No hay un hombre mejor bajo esto. —Señaló su ojo cicatrizado—. De
hecho, contigo aquí, soy mucho peor. Pierdo el control cerca de ti, Farah. Me
dejas ciego. La idea de tocarte me disuelve en la locura. La idea de que otro
hombre te toque... —Le agarró las muñecas y le puso la piel en carne viva
delante de los ojos—. Mira lo que he hecho. Lo que te obligué a hacer arriba.
—No me forzaste, —respiró Farah—. Yo... te deseaba.
—Lo habría hecho.
—No puedes hacerlo, —argumentó ella—. Dorian, nunca te negaré. Soy
tuya. Sólo tuya. Como siempre has dicho.
Ante sus ojos se convirtió en un extraño. Los vestigios del enojado y
posesivo Dougan Mackenzie desaparecieron. E incluso el frío, distante y
dominante Dorian Blackwell dio paso a alguien nuevo. No sólo la luz y la vida
desaparecieron de sus ojos, sino también las sombras y el misterio. Era casi
como verle saltar desde el borde de un acantilado. Nunca en su vida se había
sentido tan indefensa. No con las manos atadas a la cama. No cuando le habían
quitado al chico que amaba. Nunca.
—¿Y tu promesa?, —le recordó desesperadamente—. Me prometiste un
hijo.
—Considera esto la primera vez de muchas que te decepcionare.
—Pero dijiste que siempre cumples tus promesas.
—Me equivoqué al decir eso.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah entró en pánico. No sólo se estaba retirando. Era como verlo morir.
Allí mismo, frente a ella. Cortando los lazos con lo último de su humanidad.
Con la parte de sí mismo que aún la buscaba después de todos estos años.
—¿Por qué? —Odiaba la nota de súplica en su voz.
—Como he dicho antes. —Se enderezó, con el pelo colgando hacia sus
ojos—. No soporto a los tontos.
Pasó por encima de ella como si fuera un charco empapado y se dirigió a la
casa. Farah observó cómo su ropa empapada se amoldaba a la ancha espalda
que mantenía tan recta como una flecha.
Ella luchó contra sus pesadas y empapadas faldas para ponerse en pie. El
dolor de su corazón resonaba en las pisadas de él en el húmedo camino de
losas hacia la casa. Era como si ella hubiera arrojado su corazón bajo sus botas
y cada latido fuera el pisotón de su tacón.
Bueno, ella no era una llama para ser pisoteada tan fácilmente. —Entonces,
¿por qué te casaste conmigo?, —dijo ella, apartando sus rizos húmedos de los
ojos. —¿Por qué capturarme y atar mi vida a la tuya si pensabas echarme?
¿Cuál es el maldito objetivo?
—La cuestión es que soy un bastardo, —respondió por encima del
hombro—. En todo el sentido de la palabra.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTIUNO

—¿Por qué no te vas con ella? —Murdoch preguntó por quizás la


millonésima vez—. Sería mucho mejor que quedarse encerrado aquí y trabajar
hasta morir.
Dorian levantó la vista de donde desempaquetaba cajas de libros que había
descargado esta mañana, y se pasó un antebrazo por la frente sudorosa. Había
subido y bajado la escalera de la biblioteca posiblemente cientos de veces hoy,
y pensaba subirla cien veces más, hasta que cada libro estuviera colocado en
su sitio. Tal vez entonces, ampliaría la bodega. Independientemente de su
pasado, había veces en que sus manos deseaban volver a sentir un mazo o un
pico. Tal vez cavaría un túnel hasta Francia. Por sí mismo.
—Blackwell...
—Es esto, o beber, —interrumpió Dorian—. Elige una.
—Beber hasta morir sería ciertamente más agradable, —murmuró su
mayordomo.
Una ráfaga de polvo estalló cuando Dorian dejó caer una pila de tapas
duras con hojas de oro sobre la mesa con un fuerte crujido. —¿Hay algo que
deba ser atendido?, —preguntó airado.
—Tu esposa, —desafió Murdoch.
Dorian se detuvo, una punzada de pura agonía lo atravesó con tal fuerza
que no se atrevió a levantar la cabeza por encima de los lomos de los libros que
tenía delante. —Cuidado, viejo.
—¿Ni siquiera vas a despedirte?
—Se va a Hampshire, Murdoch, no a las Indias. Está a una hora más o
menos en tren. —Dorian ordenó los libros que no podía ver, moviéndolos de
una pila a otra sólo para evitar la mirada cómplice de su más viejo amigo vivo.
— Es mejor así, —murmuró finalmente.
—Eres un maldito idiota, —declaró Murdoch.
—Y estás así de cerca de perder tu...
—Ella es tu Hada, Dougan. ¿Cómo puedes dejarla ir ahora?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—No me llames así. —Un abismo que podía abarcar el cielo nocturno se
había abierto en su pecho hacía una semana, en aquel día en los jardines, y
Dorian se frotaba el esternón, preguntándose cuándo estallaría de su caja
torácica y se tragaría la tierra. —Has visto lo que le he hecho. —Señaló con el
dedo una página, recibiendo un corte por sus molestias—. Nunca fue parte
del plan mantenerla conmigo. Ella quiere convertirme en padre. Ambos
sabemos que es una idea terrible. No estoy completo.
—Ella te ama, —ofreció Murdoch.
—Ella ama sus recuerdos de Dougan. Ella ha conocido a Dorian por tan
poco tiempo, y ya he hecho más daño del que se puede reparar.
—Pero, ¿y si...?
—¿Y si la rompo? —Dorian arremetió, avanzando hacia Murdoch—. ¿Y si
la lastimo mientras duerme, o algo peor? ¿Y si pierdo los nervios? ¿Y si pierdo
la cabeza?
—¿Y si dejas de lado tu pasado y ella te hace feliz? —Murdoch replicó—.
¿Y si ella te diera paz? ¿Tal vez un poco de esperanza?
Dorian dio un trago a la botella de whisky Highland que había estado
bebiendo y bebió un trago profundo y ardiente antes de volverse hacia la
ventana que daba al camino. Tal vez podría beber hasta morir. Al menos, el
fuego en su vientre sería algo más que esta especie de desesperación
adormecida. ¿Y no se alegraría Laird Ravencroft de su muerte? Por su propio
whisky, nada menos.
—No hay esperanza para un hombre como yo, —le dijo a su reflejo, y el
patético bastardo de la ventana pareció estar de acuerdo, devolviéndole la
mirada con disgusto—. No hay paz que valga.
Después de un momento de vacilación, Murdoch preguntó: —¿Volvemos a
Ben More, entonces?
Un carruaje negro con cuatro personas entró en la entrada circular y se
detuvo bajo el portico. Dorian observó su progreso con una desolación que se
hundía. —Es probable que lo haga, pero tú debes acompañar a Lady Blackwell
a la Abadía de Northwalk.
—¡Pero señor! —Murdoch argumentó—. No he hecho las maletas.
—Hice que empacaran tus cosas esta mañana, —le informó Dorian—. No
quiero que viaje sola y Argent está ocupado.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Muy bien, —consintió Murdoch—. Pero debería acostumbrarse a la


idea de que esté sola. Acabas de maldecirla con una vida de nada más que
aislamiento. Será la esposa no deseada del Corazón Negro de Ben More. ¿Qué
tan solitario crees que será?
Dorian bebió otro trago, sus libros olvidados, su cabeza nadando en
whisky y miseria. —Que tengas un buen viaje, Murdoch, —dijo a modo de
despedida.
—Púdrete en el infierno, Blackwell, —le espetó Murdoch antes de salir de
la habitación y dar un portazo.
Ya lo estaba, pensó Dorian con un resoplido irónico antes de dar otro
trago. No creía que se quedara mirando a la nada durante tanto tiempo, pero
antes de darse cuenta Farah salió de debajo del toldo delantero.
No podía haber una imagen de una condesa más elegante y refinada. Su
vestido de viaje, de color verde joya con nervaduras doradas en el dobladillo de
la chaqueta, hacía juego con el sombrero que cubría su intrincada cabellera.
Una elegante pluma negra salía del sombrero y hacía juego con los bucles
dorados y negros de sus orejas.
Dorian se deleitó con su imagen.
Lo guardó en su memoria como si no tuviera ningún otro. La hendidura de
su cintura. Los catorce volantes de su pelisse. La delicada curva de su cuello y
la forma en que unos pocos rizos solitarios caían sobre su hombro.
No vuelvas a mirarme, suplicó, incapaz de apartarse de la ventana. No me des
otro recuerdo de tus ojos para que me persigan en mis sueños.
Había sido por su insistencia, ¿no?, que ella fuera a reclamar
adecuadamente el castillo de Hampshire de su padre. Ya no podía soportar su
presencia bajo su techo. Ya no podía observarla mientras dormía y no tener la
tentación de tomarla. De abrazarla. De acurrucarse contra su cuerpo y
perderse en el olvido que ella encontraba tan fácilmente.
La sangre de los muertos y de los moribundos no rondaba sus sueños.
Y tenía que asegurarse de que siguiera siendo así.
No mirar hacia atrás.
Si lo hacía, él no sería capaz de dejarla ir. La encerraría en la torre como si
fuera la cautiva de un pirata y... bueno, no se puede pensar en lo que haría.
Todo tipo de perversiones, eso es lo que haría. La utilizaría de todas las formas

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

oscuras y tortuosas en las que había intentado no obsesionarse desde aquella


primera noche.
Bebió otro trago.
Murdoch tomó la mano de Farah para ayudarla a subir al vagón. Ella se
detuvo, bajando la barbilla e inclinándose hacia donde él estaba en la ventana
de la gran biblioteca.
Puso la mano en el cristal de la ventana, sintiéndose más como aquel niño
de Applecross que en años. No vuelvas a mirarme.
Y no lo hizo. Porque no había nada que ver.
***
Farah se paró a orillas del río Avon y disfrutó de unos minutos de raro y
bendito silencio. No es que le importaran todas las personas que llamaban y
los buenos deseos que se habían agolpado en la Abadía de Northwalk; de
hecho, le proporcionaban una encantadora distracción. No se podía pensar en
un corazón roto cuando había una casa que poner en orden y un pasado que
recuperar.
Respirando el aire fragante enfriado por el agua del río y endulzado con
campanillas, Farah se volvió para admirar los frontones de la abadía de
Northwalk. La distracción sólo le llevaba a uno hasta cierto punto. La mente
era una herramienta poderosa, pero totalmente inútil cuando se trataba de
asuntos del corazón.
Farah había hecho todo lo que se le ocurrió para mantenerse ocupada.
Renovando la Abadía de Northwalk, trabajando con Murdoch para transferir,
reclamar y comprender sus finanzas, que eran más vastas de lo que ella creía, y
familiarizándose con la sociedad de Hampshire. Fue solicitada en todos los
salones, solariums y mesas de comedor, ya que la Condesa Northwalk se
convirtió en la última y más elegante controversia. No sólo por quién era, sino
también por con quién estaba casada.
Decidiendo regresar, dio una patada a una roca con la punta de su bota de
paseo. Desde luego, no se sentía casada. Habían pasado dos meses
extremadamente ocupados y agotadores desde que dejó la Casa Blackwell en
Londres. Ocupada por todo lo que había logrado, y agotadora por las noches
de insomnio y soledad.
La Abadía de Northwalk parecía inmensa y vacía, incluso después de
haber requisado a Walters y Tallow de Ben More para que la ayudaran, y de

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

haber instalado a Gemma con Walters en las cocinas. En realidad, había


pensado que eso podría enfurecer a Dorian lo suficiente como para venir a por
ella y reclamar su personal para Ben More. Pero no lo hizo. Según Murdoch,
permaneció en Londres, convirtiéndose en un recluso tal, que la gente lo temía
prisionero de su propia casa.
Más bien un prisionero de su propia mente, pensó Farah.
—¿Cuándo crees que deberíamos volver a Londres? —Murdoch había
preguntado al final de ese primer mes lúgubre.
—Probablemente la primera semana de nunca, —había replicado Farah,
odiando la amargura de su voz. Cubría una herida de la que sentía que nunca
se libraría.
—Mi señora... —Murdoch había empezado, pero al final no se le había
ocurrido nada que decir.
—Lo digo en serio. No voy a volver con él. Northwalk es mi hogar ahora. Él
puede sentarse en su maldito castillo y rumiar su vida—. No podía creer lo
enfadada que le ponía el tema. Qué decepción y frustración. Farah siempre se
había considerado una mujer tranquila y razonable, propensa a las
curiosidades y a la independencia, pero no a los ataques de mal genio y a los
desplantes—. Nos dieron una segunda oportunidad en la vida -en la felicidad-
y voy a aprovecharla. Lo haga él o no.
Farah habría lamentado esas palabras iniciales a Murdoch si no fuera
porque parecieron galvanizarlo, de alguna manera. Y él, a su vez, había
aprovechado su segunda oportunidad con Tallow.
El lacayo, ahora convertido en mayordomo, sonreía más estos días y
tartamudeaba menos. Aunque él y Murdoch se guardaban mucho su relación,
Farah no echaba de menos la forma en que se protegían o se animaban
mutuamente, los ligeros roces de la mano de uno contra el hombro del otro al
pasar, o el hecho de que en la habitación de Tallow no se hubiera dormido
durante años.
Había tardado otro mes en admitir que no era feliz. Ni siquiera cerca. Una
soledad desesperante rondaba sus momentos de tranquilidad, y había
comenzado a acecharla sin importar de cuánta gente se rodeaba.
Atravesando los jardines, Farah se dirigió a las puertas de la cocina al oler
la repostería de Walter. Tal vez había preparado algo de fruta y crema de
primavera. O, si tenía suerte, había cumplido su amenaza de hacer un pastel
de aceite de oliva con compota de cerezas confitadas que había leído en un
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

libro de cocina italiana. Acababan de recibir un cargamento de chocolate


negro español. Seguramente había hecho maravillas con eso.
Con el estómago revuelto por la expectativa de lo que podría encontrar,
abrió la puerta de la entrada y se quedó sin palabras ante la escena que la
recibió.
Un imponente Frank abrazaba a Gemma por detrás, con la barbilla
apoyada en la curva en la que el cuello de ella se unía a su hombro, mientras la
observaba doblar el azúcar de repostería en algún tipo de brebaje.
Farah los observaba desde la puerta, ninguno de los dos había reparado en
ella todavía. Los ingredientes estaban esparcidos por la isla de madera en
desorden, y Farah sabía que esto era obra de Gemma, ya que Frank tendía a ser
fastidioso hasta el punto de ser compulsivo con la limpieza de sus cocinas.
Los lavabos, los fregaderos, los fogones, los hornos y la cubertería de la
Abadía de Northwalk habían sido requisados por él y se parecían
inquietantemente a los de Ben More.
Gemma no se había transformado en dos meses, sino que se había
adaptado. Sus vestidos eran más nuevos, su piel y su cabello más luminosos,
pero mantenía su obstinado sentido de sí misma y esgrimía su personalidad
berreta como un arma.
Sin embargo, mientras Farah la observaba con Frank, vio una expresión en
el rostro de la mujer que nunca había imaginado. Una inseguridad vulnerable.
—Lo bates demasiado fuerte, —le guió suavemente, engullendo su mano
conmovedora con la suya gigantesca—. Despacio. Así.
—Te dije que no soy buena en esto, —protestó Gemma con maldad—.
Puedo asar un maldito pájaro, pero hornear me da fiebre.
Frank giró la cabeza y le besó la mandíbula. —Eres buena en esto, —dijo
con absoluta convicción. — Eres buena en muchas cosas.
—Acaba quieres, —reprendió Gemma. Pero la mujer sonrió a sus manos
unidas y se relajó en sus brazos.
Farah se deslizó hacia atrás hasta que estuvo segura de que no se darían
cuenta de su presencia y cerró la puerta tan silenciosamente como pudo.
¿Gemma y Frank? Frunciendo el ceño, se dirigió pensativa a la entrada
principal. Había estado demasiado ocupada en ignorar sus propios problemas
como para darse cuenta de su vinculo. O tal vez no había querido ver el afecto
y la esperanza que estaban floreciendo en Northwalk. Todo el mundo estaba
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

aprovechando sus segundas oportunidades en la vida. Y el amor. Murdoch y


Tallow, y ahora Gemma y Frank.
Farah se alegraba por ellos. Si algún hombre trataría a Gemma con
amabilidad e infinita paciencia, era Frank. Y a la antigua prostituta
probablemente no le importaría su forma de hablar lenta o sus maneras
sencillas. Un gigante gentil como Frank Walters le daría libertad, protección
y, en la mayoría de los casos, la dejaría tomar todas las decisiones. Gemma
tendría por fin el control de su vida, y el tipo de amor puro que sólo un
hombre como Frank podía dar.
Farah no podía fingir que todo este romance no hacía que su soledad fuera
mucho más perniciosa. No quería estar amargada. No quería resentir la buena
suerte de los que le importaban. Esas tendencias estaban por debajo de ella.
Y sin embargo...
La tierna intimidad de un suave abrazo como el que acababa de presenciar
le provocaba un anhelo tan palpable que le dolía la piel. Cada toque afectuoso
que Murdoch y Tallow se sintió como una cuchilla que se deslizaba entre sus
costillas y que le hacía mella en el corazón.
Farah sabía que poseía una capacidad de amar mayor que la mayoría. A
veces, estaba llena de tanto cuidado, de tanto afecto desbordante, que pensaba
que podría abarcar el mundo entero. Quería abrazar a todos los niños sin
amor, salvar a todas las almas heridas. Quería abrazar al hombre que amaba y
que él le devolviera ese amor.
Pero no lo hizo. No podía.
Las lágrimas le escocían detrás de los ojos y sólo conseguían irritarla.
Ya está bien, se dijo a sí misma. Subiendo a toda prisa los anchos escalones
de mármol de Northwalk, pasó junto a Tallow. —¿Sabes dónde está
Murdoch?, —le preguntó.
—En el estudio, mi señora.
Ya estaba a medio camino de la gran escalera de mármol cuando le dio las
gracias, agarrando la barandilla negra para impulsarse más rápido.
Murdoch levantó la vista del gran escritorio de roble del estudio cuando
ella entró. Una vez que percibió su expresión de preocupación, aparecieron
líneas de preocupación entre sus cejas.
—¿Se encuentra bien, mi señora?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Bastante bien, gracias, —mintió ella, sin saber de repente por qué le
había buscado.
—¿Necesitáis algo?, —preguntó él con cuidado, siguiendo su inquieto paso
de un extremo a otro del estudio.
—No. Sí. —Farah hizo una pausa en su camino y volvió a empezar, casi
desquiciando a un globo que tuvo la mala suerte de encontrarse en su
camino—. No estoy segura. —Estaba tan melancólica. Se sentía tan
abandonada. Pero ahora, mirando fijamente la paciente mirada de su amigo,
todo parecía tan tonto, y también sin esperanza.
No era la comprensión en sus ojos lo que la desvelaba. Era la lástima.
—¿Por qué no se sienta? —Señaló el sofá de bronce y tiró de la cuerda para
llamar a la criada—. Llamaré para el té.
Farah no quería sentarse, pero de repente estaba demasiado cansada y
pesada para estar de pie. Murdoch pidió el té mientras ella se miraba las
manos, y luego se acomodó a su lado. Se quedó callado mientras ella reunía sus
pensamientos, su valor, sabiendo que hablaría en cuanto pudiera.
—Le echo de menos, —admitió en su regazo.
—No más de lo que estoy segura de que él te echa de menos.
—Una parte de mí esperaba que viniera, y una parte de mí sabía que no lo
haría. —Se volvió hacia él, apurando las lágrimas de rabia—. Tenía razón, lo
sabes. Soy una tonta.
—No diga eso, mi señora. —Murdoch le cogió la mano—. Él es el tonto. El
amor y el miedo son las dos emociones más fuertes conocidas por el corazón
del hombre. Nunca he visto a Blackwell con miedo, es parte de lo que lo hace
tan peligroso. No importa cuánto haya adquirido, ha vivido como si no tuviera
nada que perder. Como si no temiera a la muerte.
Farah se levantó, demasiado inquieta para seguir sentada. Una ira ardiente
la atravesó como una lanza, instalándose cerca de su corazón. —¿No teme a la
muerte, pero sí a la vida? ¡Eso es tan ridículo!
—Es un hombre peligroso, mi señora. Tiene miedo de hacerte daño. Tiene
miedo de dejarse llevar por la esperanza, de perderos de nuevo. Casi no
sobrevivió la primera vez.
Farah se abrazó a sí misma y se apoyó en el escritorio. —Todas las cosas
terribles que le sucedieron fueron el resultado de su amor por mí. ¿Crees que
por eso...?
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—No. —Murdoch extendió una mano que se quedaba, pero no se dirigió a


ella—. Muchas circunstancias y fuerzas diferentes convergieron contra él. Su
camino puede haber sido similar, tanto si tú formabas parte de él como si no.
Tal es la suerte de tantos bastardos y huérfanos.
—No tiene sentido, —se lamentó—.¿Por qué tener tanto miedo a perder
algo, que te niegas a ti mismo de ello? Todo el mundo tiene derecho a una
oportunidad de ser feliz. Incluso el Corazón Negro de Ben More.
Especialmente él.
—También usted, mi señora.
—Así es. —Farah se enderezó, galvanizada por un momento de
autodescubrimiento—. Estoy muy enfadada con él. Cree que me ha hecho un
gran favor al restaurar mi derecho de nacimiento, y no es que no esté
agradecida. Pero sus métodos me han robado lo único que siempre he querido.
—Ella gesticulaba salvajemente, ignorando la creciente alarma de Murdoch.
—¿Qué es eso?, —preguntó vacilante.
—Una familia, Murdoch. —Farah marchó detrás del escritorio y extrajo
una hoja de papel con monograma y una pluma. Habían pasado dos meses
desde la última vez que Farah había visto a su marido, y cada una de ellas
había sido un recordatorio de que se acercaba su trigésimo cumpleaños y sus
años de maternidad estaban contados—. Si es demasiado temeroso,
demasiado obstinado para amarme, es su prerrogativa. Pero si Dorian
Blackwell cree que puede negarme lo que me prometió, tiene otra cosa
pendiente.
—¿Qué planea, mi señora? —Murdoch se levantó lentamente.
—Estoy escribiendo una carta.
Miró el papel dudosamente.
—Voy a vivir mi vida, Murdoch, —anunció ella—. Tengo la intención de
tener mi familia, tanto si él forma parte de ella como si no.
Murdoch se sentó como un hombre que se prepara para la horca. —Nadie
da un ultimátum a Dorian Blackwell que no se arrepienta, —advirtió.
—Esto no es un ultimátum, Murdoch. Es su última oportunidad. Y aunque
él tenga miedo de aprovecharla, yo no.
—Podrías destruirlo, muchacha. No lo destruyas.

256
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Farah miró a Murdoch, aunque comprendía y apreciaba su lealtad hacia su


recalcitrante marido. —No he trabajado más que con hombres durante más de
una década, —le informó—. Sé exactamente cómo desmontarlos y cómo
volver a montarlos. ¿Crees que es difícil? Yo lo habría reconstruido, Murdoch.
Podríamos haber tenido el futuro que nos robaron. —Tomó el asiento alto del
escritorio.
Murdoch se acarició la barba cerrada un momento antes de coger el
bolígrafo y desenroscar el capuchón con infinita lentitud y se lo entregó. —
Creo que todo este tiempo he temido al Blackwell equivocado, —reflexionó.
***
—Tienes un aspecto horrible, —observó Christopher Argent con suavidad
mientras daba una calada a un puro en el estudio londinense de Dorian.
Dorian sabía muy bien qué aspecto tenía. Se encogió al recordar lo que
había visto en el cristal esta mañana. Había perdido peso en los últimos dos
meses. Su piel se pegaba más a sus afilados y pesados huesos y hacía resaltar
cada cicatriz y línea de la edad. En efecto, parecía una criatura oscura sacada
de las entrañas del infierno. Comía poco. Dormía menos. Trabajaba, bebía y
recorría las calles de Londres en la oscuridad en busca de problemas.
A veces los encontraba. A veces, ellos lo encontraban a él.
Y sin embargo, vivia. Ansiaba.
La tortura de su ausencia era peor que la causa de cualquier marca dejada
en su cuerpo. Estaba obsesionado, poseído. Le ardía la piel y le dolía el
corazón. Quería. Necesitaba. Ansiaba.
—¿Cuándo fue la última vez que te afeitaste? —preguntó Argent, pasando
una mano elegante por su propia barba de sombra, esta de un rojo un poco
más claro que el castaño de su pelo. Recortada cerca de su afilada mandíbula,
le hacía parecer más un celta feroz de huesos crudos que un caballero.
Dorian ignoró sus preguntas. Hoy se había bañado después de su trabajo
en la bodega. Eso fue todo lo que pudo reunir. —¿Alguna señal de él?, —
preguntó.
Desde que Harold Warrington había pagado por su liberación a la espera
de una investigación por sospecha de conspiración para cometer un asesinato,
simplemente había desaparecido.

257
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Un sistema judicial corrupto era un arma de doble filo. Cualquier juez


dispuesto a aceptar sobornos o chantajes de un villano réprobo, es decir,
Dorian, ciertamente se convertiría en un abrigo para otro.
Aunque el juez que había liberado a Warrington debería haber sabido que
no debía ir en contra del Corazón Negro de Ben More, pensó Dorian
sombríamente. Ya se ocuparía de eso más tarde.
—Por eso estoy aquí. —Los cigarros siempre prestaban a la voz áspera de
Argent aún más gravilla—. Los policías pescaron un cuerpo en el Támesis esta
mañana. McTavish dice que es Warrington.
Dorian levantó la cabeza. —¿Están seguros? ¿Viste el cuerpo?
Argent asintió. —Llevaba la chaqueta con monograma con la que
desapareció el villano. Tenías razón sobre él. El gordo bastardo estaba aún más
hinchado por el agua, se necesitaron cinco policías para levantarlo.
Una tensión que había residido en los hombros de Dorian estos últimos
meses se liberó, dando lugar a un dolor de cabeza palpitante.
Argent lo miró con esos característicos ojos fríos y astutos que parecían
ver menos como un humano y más como una criatura que le gustaría disecar.
—¿Por qué no vas con ella? —preguntó Argent—. ¿Ahora que Warrington
ya no es un problema?
—No puedo, —admitió Dorian con ironía. Su cuerpo estaba demasiado
tenso para eso. Una vez que había probado la dulzura que ella le ofrecía, el
olvido que le proporcionaba la dicha, no podía confiar en ella ni siquiera en la
misma habitación. Incluso ahora, su cuerpo respondía.
Argent sacudió la cabeza y desplegó su alta figura de la silla, aplastando su
cigarro en la bandeja. —Nunca pensé que vería el día en que Dougan
Mackenzie renunciara a su Hada. —Dirigió una mirada de preocupación hacia
Dorian.
—El próximo que me llame así se va a quedar sin lengua, —gruñó
Dorian—. No he renunciado a ella. Estamos casados. Sigue siendo mía.
Una ceja de color ámbar transmitía escepticismo, pero Argent mantuvo
sabiamente su propio consejo.
—Una carta para ti, Blackwell. —Su mayordomo trajo un sobre plano en
una bandeja de plata. Dorian lo cogió, con el estómago revuelto al ver el sello
de Northwalk.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

¿Por qué no usaba su sello? se preguntó mientras rompía el lacre y


desdoblaba la carta.
¿Por qué lo haría?
—Me despido, pues. —Argent tiró de la campana y pidió su abrigo a un
lacayo mientras Dorian leía las palabras que le hacían sentir puntas de rabia en
las sienes.
Dorian,
He considerado mucho nuestra situación y he decidido liberarte de tu promesa. Mi
intención de formar una familia sigue en pie. Por ello, aceptaré a otro candidato para que
cumpla con la vocación requerida hasta que mi objetivo se haya alcanzado.
Es mi sincero deseo que esta carta le encuentre bien y que pueda encontrar la paz.
Suya,
Lady Farah Leigh Blackwell, Condesa de Northwalk
Aplastando el papel en su mano, Dorian se puso de pie y lo arrojó a la
chimenea. Una furia como nunca antes había sentido le atravesó con tal
violencia que se sacudió físicamente. Bajo la fría lógica y el cruel cálculo de
todo villano dormitaba una bestia sin sentido de ira, codicia y lujuria. Esta
bestia se cultivó en una época más bárbara, una en la que un hombre tenía que
luchar con sus manos para conservar lo que reclamaba. Tenía que usar piedras
y armas para aplastar a sus enemigos. Esta bestia surgió a través de él ahora.
Arrancaría los miembros de cualquier hombre que se atreviera a tocar a su
mujer.
Mía. Su sangre cantó con las palabras. Su respiración fluyó con ellas. Su
corazón, el que no creía poseer, latía con el staccato de lo que sabía desde el
momento en que la había visto en los páramos escoceses hace tantos años.
Sólo mía.
Las palabras de Argent no fueron más que el zumbido de un insecto
cuando se lanzó junto al hombre, alcanzó su abrigo, y bramó por su caballo.
Debería haber sabido que ella no aceptaría sus condiciones, debería haber
adivinado que sería obstinada. Pero no había considerado que ella se atrevería
a llenar su cama con otro hombre por el bien de un niño.
¿Farah quería una familia? Él plantaría una mansión llena de niños en su
vientre. La llevaría hasta que no pudiera caminar. Él había intentado la ruta

259
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

honorable. Hizo todo lo posible para mantenerla a salvo de la amenaza y los


peligros de su vida.
No más. Había ganado su peligroso juego. ¿Quería el amor del Corazón
Negro de Ben More? Era de ella, y todo el peligro y la oscuridad que venían con
el

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTIDÓS

Farah permaneció en el estrado redondo de su camerino mucho después de


que Madame Sandrine se hubiera marchado, contemplando su figura en el
largo espejo.
Un aterciopelado atardecer de finales de primavera se instaló en su valle de
Hampshire, convirtiendo los campos esmeralda en negros cuadrados de
sombra. Sólo quedaba una franja de luz azul oscuro en el horizonte occidental,
y Farah había dejado las puertas de su balcón abiertas para que la suave brisa
le acariciara el pelo.
La funda de encaje de color lavanda que llevaba resaltaba un tono violeta
en sus ojos que nunca antes había visto. Su cabello formaba una espiral
alrededor de los brazos, reflejando la luz de las velas con un brillo casi
luminiscente. En cuanto a los camisones, éste era bastante escandaloso.
Aunque el escote era alto, la tela diáfana se ceñía a cada una de sus líneas y
curvas, acentuando incluso la presión de sus pezones contra el ligero frío del
aire móvil que la rodeaba.
Aunque dormía y se levantaba sola, evitando por lo general el uso de una
doncella, no pudo evitar probarse la preciosa ropa interior que Madame
Sandrine había traído a Northwalk junto con varios vestidos recién
encargados. Sólo los modeló para sí misma, pero le gustó el tacto sensual de la
tela contra su piel. El deslizamiento del dobladillo sobre sus tobillos. Podía
imaginarse una mano masculina recogiendo la tela para descubrir la carne que
había debajo.
Dios, pero su mente se desviaba hacia esas cosas a menudo estos días.
Suponía que una vez que había probado los placeres de la carne, le resultaba
más difícil vivir sin ellos. Farah sabía, por supuesto, que no todos los
encuentros sexuales eran tan intensos y culminantes como el suyo, y se dio
cuenta de que sería insoportablemente difícil permitir que alguien más que su
marido entrara en su cama.
Ella lo quería. Más que a un hijo. Más que a su título. Quería recuperar a su
Dougan. No sólo eso, quería al elegante y depredador criminal Dorian
Blackwell. Echaba de menos su fría arrogancia, su agudo ingenio y la forma en
que sus ojos la seguían.

261
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La observaban.
Quería que la viera con este vestido. Quería tentarle poniéndose delante de
las velas e ir deslizandolo por su piel mientras él la observaba, preguntándose
cuándo se rompería su control y esperando que se abalanzara como su jaguar.
La fantasía hizo que sus muslos se apretaran y que un calor húmedo
corriera entre ellos. Realmente parecía un hada con este vestido. También
quería demostrárselo a él. Que aún podía ser su hada. Que podía enseñarle a
amar, como lo había hecho antes.
Un chasquido interrumpió sus pensamientos, y se giró a tiempo para ver
una sombra moverse en la oscuridad más allá de su vela. ¿Quién acecharía en
las sombras de sus habitaciones? —¿Dorian?, —llamó.
—¿Todavía no has aceptado que el bastardo de tu marido te ha
abandonado? —La voz de sus pesadillas salió de las sombras—. Patético.
Reaccionando por impulso, Farah se abalanzó sobre el tirador de la
campana que haría correr a un lacayo. Un clic giratorio la detuvo en seco.
—Un paso más y pinto esos espejos con tu sangre.
—Warrington, —jadeó. Sabía que lo habían liberado y que había
desaparecido, pero Murdoch le había dicho que lo habían encontrado muerto.
—¿Cómo has conseguido entrar aquí? —Ella había estado de frente a su
puerta, y el balcón tenía dos pisos de altura. Las paredes de piedra eran planas,
sin enrejados para trepar.
Sus ojos eran dos pozos oscuros de rabia en su cara grande y rubicunda. —
He vivido en esta casa más tiempo del que tú has vivido, perra mimada. —Dio
un paso amenazante hacia adelante—. Esta es mi casa.
—Esta era la casa de mi padre, —argumentó ella.
Warrington se burló. —Pero conozco todos sus secretos.
Los ojos de Farah giraron hacia la cama, sus brazos se cruzaron sobre sus
pechos en un intento de cubrirse. Sus miembros se sentían débiles, su cuello
congelado e incapaz de moverse mientras el terror bloqueaba sus músculos. —
¿Qué... qué quieres?
—¡Quiero lo que es mío!, —enfureció él, avanzando hacia ella hasta que la
pistola de metal le presionó la sien en un beso helado—. Quiero lo que tu
padre me prometió.
Se refería a ella. El pánico se apoderó de su vientre y casi la hizo doblar.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Será mejor que escapes antes de que vuelva mi marido, —amenazó,


esperando haber mejorado algo sus habilidades para mentir—. Es un hombre
peligroso. No lo enviaré tras de ti si te vas ahora.
Aunque se acercaba a los cincuenta años, Warrington conservaba una
complexión poderosa, aunque un poco más blanda y pesada que en su
juventud. Farah recordaba que había luchado con su padre en la guerra, que le
había salvado la vida. ¿Era por eso que Robert Townsend lo había mantenido
cerca? ¿Por gratitud?
Ahora que había entrado en la penumbra, Farah pudo ver que su piel tenía
peor aspecto que meses atrás. Las llagas cubrían un lado de su cuello, y su
aliento olía mal. Como a podredumbre y muerte.
Ella se encogió cuando él bajó su rostro hacia el de ella. —Ese bastardo
desfigurado con el que te casaste no soporta verte. No te quiere. No va a venir
a salvarte. Nadie se dará cuenta de que has desaparecido hasta que sea
demasiado tarde.
La verdad de sus palabras la aterrorizaba más que la pistola en su cabeza.
Se acostó para pasar la noche. Incluso si la criada, Margaret, se asomaba para
ver cómo estaba, probablemente asumiría que Farah se había desvestido lo
necesario antes de acostarse.
Nadie la buscaría hasta que Warrington hubiera hecho lo peor.
—No puedo darte lo que quieres.
—Ya lo sé, —gruñó Warrington, con los ojos en blanco de una forma que
la hizo dudar de su cordura—. ¿Crees que no lo sé?— Unos dedos como garras
la agarraron por el brazo y tiraron de ella hacia la pared este contra la que
estaba su gran armario—. Moriré antes de conseguir lo que quiero, pero al
menos reclamaré la venganza que merezco.
Farah luchó, sabiendo que si se iba con él, su vida estaría perdida.
Una suave llamada sonó en su puerta. —¿Mi señora? —Murdoch llamó.
—Deshazte de él, —siseó Warrington, empujando la pistola con tanta
fuerza contra ella, que le arrancó el cuello.
—Me he acostado, Murdoch, —llamó Farah, con una voz
sorprendentemente firme—. Hablaré contigo por la mañana.
—Querrás saber esto, —presionó Murdoch—. Tengo un telegrama de
Argent en Londres... Es sobre tu marido.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Murdoch, por favor, no puedo ser molestada. No entres aquí, —gritó


ella, rezando para que le resultara extraña la urgencia de su voz y enviara
ayuda.
Pasó un segundo antes de que su puerta se abriera de golpe, destrozada
por la fuerza del fornido hombro de Murdoch.
Warrington disparó y Murdoch cayó.
Farah gritó. Intentó zafarse del agarre de Warrington, pero la mano de éste
se aferró a su brazo como la garra de un águila. La sangre se extendía por el
costado de Murdoch, filtrándose en la lana gris de su chaleco. Respiraba,
jadeando, el impacto de la bala le había quitado el aire del pecho.
—Murdoch, —gritó—. Murdoch, ¿puedes oírme?
La pistola fue empujada a través de sus rizos y contra la parte posterior de
su cabeza. —Vendrás conmigo, o la próxima bala irá a parar a su ojo.
El pánico se desvaneció, y una especie de fría resolución de calma rodó a
través de las venas de Farah. Murdoch no podía dejar a Tallow, no cuando
acababan de encontrarse. El disparo traería la casa, y la próxima persona que
atravesara esa puerta sería la siguiente víctima de Warrington.
—Iré, —dijo—. Pero no lo mates.
Warrington la empujó hacia el armario, abrió el pestillo con una mano,
manteniendo la pistola apuntada hacia ella, y la lanzó a través de sus nuevos
vestidos hasta que cayó por el falso respaldo, manteniendo a duras penas el
equilibrio.
Al otro lado de la pared empapelada y sus cortinas de terciopelo no había
más que una fría piedra iluminada por unas pocas antorchas esporádicas. Era
como retroceder en el tiempo doscientos años.
—¿Qué es esto? —Su voz temblorosa resonó por el húmedo pasillo de
piedra, interrumpido sólo por algunas otras aberturas, presumiblemente de
diferentes habitaciones de la mansión.
Warrington le dio un fuerte empujón en el hombro. —Camina, —le
ordenó.
El frío de las piedras y el cercano y árido hedor parecían atravesar la fina
tela de su vestido. Farah se abrazó a sí misma y avanzó con paso firme, la tierra
húmeda y desigual bajo sus zapatillas producía sonidos que no se atrevía a
identificar.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—La abadía de Northwalk fue construida en el siglo XVI por un conde


papista, —le informó Warrington en tono de conversación. —Se dice que
escondía aquí a los sacerdotes católicos condenados y los sacaba del país de
contrabando por Brighton.
—Seguramente no me has traído aquí para una lección de historia, —dijo
Farah imperiosamente—. ¿A dónde me llevas?
La pistola de Warrington se clavó en su hombro. —Igual que vosotros,
monárquicos con derecho. Ni siquiera sabéis de dónde vienen vuestros títulos.
No reconocéis la sangre inocente que se ha derramado para que podáis tener
vuestros castillos y vuestros inquilinos.
—Esa no soy yo, —argumentó Farah—. Yo sólo quiero lo que mi padre
pretendía que poseyera. ¿Qué te hace tener más derecho que yo?
Llegaron a una caída abrupta, una empinada escalera de madera que
conducía a un oscuro abismo. Farah miró por encima del hombro a
Warrington, que mantenía el arma apuntando a ella mientras cogía una
antorcha de la pared. —Baja. —Señaló las escaleras con su pistola.
Farah se quedó mirando en la oscuridad. No quería bajar. ¿Y si no volvía a
salir?
—Muévete, o prenderé fuego a esos bonitos tirabuzones.
Podía sentir el calor de la antorcha en su piel mientras él la empujaba hacia
ella. Recogiendo su vestido por encima de las rodillas, se agarró con fuerza a la
áspera barandilla de madera mientras daba el primer paso.
La luz de la antorcha la siguió hacia abajo, y Farah pudo oír el fuerte
aliento de él mientras descendían.
El olor la golpeó primero. Muerte, suciedad y excrementos. Se llevó una
mano a la boca para contener su reflejo nauseoso. La luz de la antorcha tocó
un montón de huesos de animales que prefirió no identificar. Luego el tosco
jergón de mantas mugrientas y, por último, el viejo cubo que debía de estar
utilizando como orinal.
Su estómago se agitó y Farah tragó contra el escozor de sus mejillas y la
saliva que le inundaba la boca. —¿Has estado viviendo aquí?, —preguntó,
horrorizada. —¿Todo este tiempo?
—Ya te he dicho que Northwalk es mi hogar. — Colocó la antorcha en un
antiguo candelabro de metal, sin apartar la vista de ella ni una sola vez—. Tu

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

padre, Robert, me lo prometió. —Escupió el nombre—. Me la prometió a mí,


para que formara parte de su legado.
—¿Por qué lo hizo? —Farah hizo la pregunta que le rondaba por la cabeza
desde que tenía edad suficiente para comprender—. ¿Qué tenía sobre él para
conseguir que accediera?
Warrington escupió al suelo, sus ojos se convirtieron en pozos de odio
negro en una cara que era fantasmagóricamente blanca por la falta de sol. —
Eso crees, perra inútil. —Dio un paso hacia ella, y ella retrocedió, con el
corazón palpitando salvajemente—. Tenía dieciocho años cuando naciste, y ya
llevaba un año lamiendo las botas de tu padre. ¿Sabías que en el ejército de la
reina es el dinero y no la aptitud lo que te convierte en oficial? Tu padre era un
conde privilegiado que sólo había disparado a zorros y pavos reales, y yo era
de infantería desde los quince años, habiendo mentido sobre mi edad. Tuve
que lustrar sus zapatos, cepillar su abrigo, ponerle medallas que nunca ganó. Y
todo el tiempo, fingí quererlo como a un hermano. Le convencí de que no
podía estar sin mí.
Esto sorprendió a Farah. —Quieres decir que nos prometió porque...
—Porque le convencí de que podía amar, proteger y adorar a una imbécil
mimada como tú. —Ahora estaba frente a ella, con la pistola presionada en la
tierna carne bajo su mandíbula. Farah pudo sentirla mientras tragaba, y los
pensamientos morbosos y aterrorizados se apoderaron de todo lo demás.
—No sabía todo esto, —susurró, tratando de no concentrarse en qué era
peor, si su aliento o el olor del cubo en la otra esquina—. Por favor, —le
suplicó con la mirada—. Esto no tiene que terminar así. Puedo darte el dinero
que te habrían prometido como dote. Puedes empezar de nuevo en algún lugar
del continente o de América. Reclamar una tierra que sea tuya. Tener algo que
nadie pueda quitarte.
—¡Es demasiado tarde para eso!, —le gritó en la cara, las vibraciones
resonando en las paredes de piedra y siendo absorbidas por el suelo de
tierra—. Demasiado tarde para mí, — dijo él en un tono más tranquilo y llano,
arrastrando la punta de la pistola por su cuello, pasando por la clavícula, y
apoyándola en el valle entre sus pechos—. Demasiado tarde para ti.
—Nunca es demasiado tarde, —le dijo ella—. Mientras estés vivo, puedes
elegir vivir. Ser feliz, aunque signifique volver a empezar. —Ella lo creía de
verdad. Aunque sintió que podía ver cómo su oportunidad de vivir se agotaba
junto con los últimos restos de cordura en sus ojos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—La zorra con la que me casé me contagió la enfermedad de las putas. Los
médicos dicen que moriré en un mes, pero me robará la mente antes de
llevarse mi cuerpo.
Con cada respiración, el pecho de Farah se apretaba contra la pistola,
ahora calentada por el calor de su piel. La sensación la aterrorizaba, paralizaba
su cuerpo, pero su mente corría en busca de una forma de sobrevivir.
Ya no tenía nada que perder. Sólo vivía para vengarse.
—Iba a violarte, —le informó con una voz tan suave como la muerte—. Iba
a hacer que te consumieras conmigo, pudriéndote por dentro. Pero parece que
ya no soy capaz, la sífilis me ha robado el uso de la polla.
Agradecida por esa pequeña misericordia, la amenaza hizo que la bilis
subiera por su garganta, y un gemido de asco escapó de sus labios.
El peso de la pistola abandonó sus costillas cuando él le dio un golpe en la
boca tan fuerte que tuvo que parpadear contra puntos de ceguera y recuperar
la orientación. Cuando su visión se aclaró, la pistola estaba a centímetros de
su frente, en el extremo del brazo extendido de él. Sólo podía concentrarse en
ella o en su rostro, pero no en ambos.
—No actúes como si fueras mejor para yacer debajo de alguien como yo, —
gruñó—. Puede que seas una condesa de nacimiento, pero ya te has revolcado
en el barro con la más baja clase de suciedad. Has corrompido ese cuerpo
perfecto con su toque y has avergonzado el título de Northwalk y el nombre
de Townsend al convertirte en una Blackwell. Me repugnaría yacer donde él
ya ha estado.
Farah se limpió un hilillo de sangre de un lado de la boca. Una fría rabia
bloqueó el dolor y agudizó su visión, incluso en la tenue luz. —No hables mal
de mi marido, —advirtió con una voz tan dura que ni siquiera parecía la
suya—. No eres digno ni de lamerle las botas, ni de pronunciar su nombre. Él
es mejor que la ley, más poderoso que cualquier señor, y más hombre de lo que
tú nunca serás.
El labio de Warrington se curvó, descubriendo unos dientes apenas
arraigados en una boca podrida. —Lástima que nunca te oiga decir eso.
Imagino que Dorian Blackwell siempre se preguntará qué fue de su bella
esposa. Porque nunca encontrará tu cuerpo aquí abajo. Nos pudriremos
juntos, enterrados en la misma tumba por la eternidad. —Su dedo apretó el
gatillo, la almohadilla se volvió blanca con el comienzo de la presión—. Adiós,
Lady Northwalk.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTITRÉS

La Abadía de Northwalk brillaba contra el cielo nocturno mientras Dorian


se acercaba a lomos de su Pura Sangre. Todas las ventanas resplandecían de
luz y los movimientos frenéticos del interior le erizaban los pelos de la nuca.
Algo estaba mal.
Entrando con estrépito en el patio empedrado, Dorian saltó de su caballo y
lanzó las riendas a un mozo de cuadra, concentrándose en los hombres
agrupados en el patio que estudiaban un mapa en sus manos.
—¿Qué está pasando aquí?, —preguntó.
Peter Kenwick, un empleado que había contratado para vigilar a su esposa,
dirigía al puñado de hombres. Sus ojos oscuros se abrieron de par en par
cuando Dorian se acercó. —¡Blackwell!, —exclamó, arrugando el mapa—. Es
Murdoch, le han disparado.
—¿Está vivo?
—Sí, enviamos a buscar al médico y a conseguir que le avisaran. Tallow
está con él ahora.
Dorian se arrancó los guantes de montar y subió las escaleras de dos en
dos. —¿Dónde está mi mujer? ¿Quién ha hecho esto? Supongo que se ha
ocupado de él.
Los hombres le siguieron por las escaleras, su silencio gritaba una
advertencia. —Murdoch fue encontrado en el dormitorio de Lady Blackwell,
—uno de los hombres se atrevió a responder—. Ha desaparecido.
Atravesado por una flecha de frío espanto, Dorian se giró en lo alto de la
escalera y los miró fijamente. —¿Cómo que ha desaparecido?
Nadie le miró a los ojos.
—Respondanme si valoran sus vidas.
Kenwick, más acostumbrado al rostro de Dorian, se adelantó. —Todo lo
que sabemos es que no podemos encontrarla, ni el arma. La casa está siendo

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

rastreada, señor, e íbamos a iniciar una búsqueda en los terrenos. No puede


haber ido muy lejos.
La punzada de temor se convirtió en un manto de miedo helado. —
¿Cuánto tiempo ha pasado desde el disparo?
—Minutos, —respondió Kenwick—. Si es que tanto.
Girando tan rápido su capa negra, Dorian se sumergió en la Abadía de
Northwalk, gritando el nombre de Murdoch. Los dormitorios tenían que estar
en el segundo piso, así que subió corriendo las escaleras, con sus botas apenas
tocando las alfombras.
—Murdoch, —rugió—. ¡Farah!
Tallow corrió por el recodo del pasillo hacia la derecha. —¡Blackwell! Está
aquí!
Murdoch se sentó apoyado contra la pared frente a una puerta astillada
que apenas se aferraba a las bisagras. Una criada le presionaba el costado con
un pesado paño.
—Murdoch. —Se arrodilló junto al hombre herido—. ¿Quién hizo esto?
—La bala me rozó la carne. —Murdoch le hizo un gesto para que se
fuera—. Ve. Él la tiene, —su mayordomo mordió a través de los labios
blancos—. Warrington.
El bastardo no está muerto.
—¡No! —Dorian se puso en pie de golpe, su hielo se convirtió en ese fuego
extraño, el que le robaba los pensamientos junto con el aliento. —¿A dónde la
llevó? ¿Por dónde?
Murdock sacudió la cabeza. —Nunca salieron de la habitación. Estaba
junto a la puerta. —Hizo una mueca de dolor y maldijo cuando la criada le
apretó más fuerte el costado.
Dorian entró de un salto en su dormitorio, iluminado por un farol solitario.
Walters y Gemma ya estaban registrando el balcón y debajo de la cama. —No
está aquí. —Gemma gimió inquieta—. Hemos buscado por todas partes. Es
imposible que alguien haya saltado por el balcón y haya sobrevivido, es
demasiado alto.
Cada músculo de su cuerpo se tensó. —Murdoch, —gritó—. ¿Hay alguna
posibilidad de que hayas perdido el conocimiento? ¿No hay posibilidad de que
hayan conseguido pasar por encima de ti?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Ni una, —Murdoch carraspeó—. Desmayarse sería una misericordia.


El pánico amenazó con ahogar su rabia, y Dorian se negó a dejarlo. —
Warrington es hombre muerto, —anunció a los hombres que acababan de
entrar en tropel por la puerta del dormitorio de Farah—. Y también lo está el
imbécil que le permitió entrar. ¿Quién de ustedes fue?
—Es imposible, lord Blackwell, —se maravilló Kenwick—. Hemos
asistido a nuestros puestos como usted ordenó. Ninguno de nosotros ha
llegado tarde o ha sido negligente. No nos atreveríamos a fallarle.
—Mi esposa está en manos de mi enemigo. —La verdad le quemaba la
sangre, haciéndole desear que un hombre pudiera morir más de una vez.
Asesinaría a Warrington exactamente el número de veces que había puesto
sus manos sobre Farah. El alma del hombre expiraría antes de que su cuerpo
se rindiera. Había maneras.
Y esta vez, se quedaría muerto.
—La encontraremos, —prometió Kenwick.
—Responderás por perderla, —juró Dorian.
El hombre se puso más blanco que Murdoch. —Blackwe...
Un disparo atravesó el castillo, congelándolos a todos. Luego otro.
—Farah, —jadeó Dorian. Había venido del interior del castillo, del interior
de las murallas. Dorian se acercó a la pared este y apretó las manos contra ella,
y luego el oído. Ella estaba allí detrás. Lo sabía. No estaba muerta. Ese disparo
no era para ella. Estaba viva. Estaba viva porque él seguía vivo. Y si su corazón
dejaba de latir, su alma la seguiría.
Sintiéndose como un animal atrapado en una jaula, lanzó su cuerpo contra
el armario, rompiendo la madera. Destrozaría este maldito castillo ladrillo a
ladrillo. Empezando por su dormitorio.
***
—Adiós, Lady Northwalk.
Farah reaccionó antes de pensarlo, golpeando la muñeca de Warrington
mientras éste apretaba el gatillo.
El arma se disparó justo al lado de su oído. Ya no podía oír, pero podía
patear. Y así lo hizo, levantando el pie con toda la fuerza posible entre las
piernas de Warrington.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Otra bala resonó en las piedras, pero Farah no sintió dolor y se abalanzó
sobre la pistola, arrancándola fácilmente de la mano de Warrington, que se
desplomó en el suelo, agarrándose a sí mismo.
Trastabillando un momento, consiguió que la pistola apuntara en la
dirección correcta y se alejó lentamente de Warrington. —No te muevas, —
gritó, con el sonido aún amortiguado. Todos los miembros le temblaban con
una violencia que nunca antes había experimentado. Su oído izquierdo sonaba
con fuerza y otro sonido, como el del agua corriendo, competía por el dominio,
pero estaba viva.
Estaba viva.
Las asquerosas palabras que salían de los labios de Warrington rivalizaban
con la suciedad de la fosa. Y Farah empezó a preguntarse cómo iba a subir los
escalones de piedra -eran casi tan empinados como una escalera de mano-
mientras seguía apuntando con el arma. ¿Debía correr primero y conseguir
ayuda? ¿O hacerle subir a punta de pistola? ¿Debería matar al bastardo y
acabar con él?
La idea era atractiva, pero su estómago protestó.
Una fuerte explosión, como el estallido de maderas y ladrillos, la
sobresaltó. Warrington aprovechó ese momento para abalanzarse sobre ella,
con los dientes desnudos como si pensara morderla.
Farah saltó hacia la esquina, gritó y apretó el gatillo.
Warrington se tambaleó, abriéndose un agujero justo debajo del esternón,
y cayó. Sintió, más que escuchó, las vibraciones de los pasos que se acercaban
a ella.
El zumbido había empezado a desvanecerse, y podría haber oído a un
hombre gritar su nombre, pero se limitó a mirar fijamente y a temblar,
preguntándose si no debería vaciar el arma contra el hombre caído, por si
acaso volvía a levantarse.
Los ojos de Warrington parpadearon rápidamente. Su boca, anillada por la
sangre, trabajaba con palabras, aunque ella no podía oír ninguna. El mundo
empezó a girar, el suelo bajo sus pies se agitaba como un barco que rolaba en
un mar enfurecido.
Una sombra oscura saltó de las escaleras, su largo abrigo fluyendo detrás
de él como alas de demonio, aterrizando entre ella y Warrington.
Dorian.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Parecía el diablo, que había venido a llevarse a su súbdito. Su pelo negro


como la obsidiana. Su ojo lleno de cicatrices brillaba con tantas cosas oscuras,
que Farah no podía identificar ni una sola a través de su shock.
—Dame el arma, —gruñó—. Su vida es mía.
Sus palabras parecieron sacar a Farah de lo que amenazaba con hundirla.
—No. —Ella le frunció el ceño—. Él me atacó.
—Farah, no eres una asesina, —la calmó Dorian, con una desesperada
ternura brillando en sus ojos de ónix—. Ahora dame el arma.
—He reconsiderado mi posición al respecto. —Miró la pierna crispada de
Warrington, pudo oír el gorgoteo de su garganta y volvió a sentirse mareada.
En una ráfaga de movimientos rápidos y mágicos, Dorian cogió su pistola,
la empujó detrás de él y disparó a Warrington directamente entre los ojos
como si fuera un perro al que hubiera que sacrificar.
Farah se quitó las manos de las orejas y empujó su ancha espalda, luchando
contra el júbilo por su presencia que se elevaba a través de su miedo, su
conmoción y su ira. —No tenías que haber hecho eso, —le reprochó—. No
habría sobrevivido a mi disparo.
Su marido se volvió hacia ella, con los ojos devorando cada centímetro de
su cuerpo apenas vestido mientras se guardaba la pistola en el cinturón. —
Debería haber muerto lentamente, —dijo—. Pero es una mancha en mi alma,
no en la tuya.
Se miraron fijamente durante un momento oscuro y trémulo.
—Dorian. —Ella respiró su nombre, y el sonido de su voz pareció desatar
un torrente de emoción cruda y brutal desde su interior.
Se vio a la vez atrapada entre las frías piedras y dos metros de macho
ardiente y excitado. En un gemido primitivo, él tomó sus labios en un beso
feroz y posesivo. Sus manos enguantadas se movieron por todas partes, casi
clínicamente, como si comprobaran si había alguna herida, y luego la estrechó
contra él en un abrazo que amenazaba con dejarla sin aliento.
—Hada, —gimió contra sus labios, y Farah creyó detectar el acento de su
infancia. Se apoderó de su boca. La poseyó. Introdujo su lengua en ella con
empujes profundos y narcotizantes.
Farah quería abandonar este lugar. Escapar del olor, la muerte y el miedo.
Pero sintió que las costillas de su marido se expandían con respiraciones
agitadas y dolorosas contra su pecho, y detectó temblores profundos en los
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

huesos que recorrían su sólida estructura, por lo que permaneció pasivamente


entre sus brazos, sometiéndose a sus besos abrasadores.
Él dijo su nombre casi incoherentemente entre ásperos arrastres de sus
duros labios y su erizada barbilla. —Hada. Mi Hada.
Ella trató de responderle, de calmarlo, pero cada vez que tomaba aire, él
volvía a reclamar sus labios. Sus propias respiraciones comenzaron a
disminuir a un ritmo menos alarmante, saliendo de su amplio pecho en
profundos y desgarrados jadeos.
Farah no fue consciente de que no estaban solos hasta que un carraspeo
bastante fuerte resonó en los muros del castillo. —Blackwell... —Reconoció a
Kenwick, uno de sus empleados, que se dirigió a su marido. —¿Qué es lo que
crees que deberíamos hacer con esto? —Pateó el cuerpo inerte de Warrington
con la punta de su bota.
Dorian levantó la cabeza, sus ojos se despejaron de su frenesí nublado. Al
inspeccionarla de nuevo, le pareció notar apenas la delgada translucidez de su
camisón.
—Deshazte de él, Kenwick, —dijo sombríamente, quitándose la capa y
acomodándola alrededor de los hombros de Farah.
Farah levantó una ceja cuando el calor envolvente se hundió al instante a
través de su bata y en su piel. Se estremeció, no por el frío, sino por un
profundo e intenso alivio. —¿Kenwick? ¿Conoces a mi empleado?
Ni siquiera tuvo la decencia de parecer avergonzado, y Farah entrecerró los
ojos hacia él. —¿Cuántos de mis empleados están a tu servicio?
Dorian no respondió. En su lugar, un brazo fuerte le pasó por debajo de las
rodillas y la levantó hasta que la acunó contra su grueso pecho.
—Soy perfectamente capaz de caminar, —le informó ella, retorciéndose en
su agarre.
—No te muevas, —le ordenó él, subiendo la escalera.
Ella hizo lo que él le dijo, sólo porque no quería sobrevivir a todo esto sólo
para morir por una caída por las escaleras. Ahora no era el momento. Tenía
unas cuantas cosas que decirle a su marido.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTICUATRO

—¡Murdoch! —gritó Farah, mientras atravesaban su armario destrozado.


Luchó para que la dejaran bajar, pero Dorian la sujetó con fuerza.
Una pila de vestidos arrugados yacía esparcida por el suelo como brillantes
víctimas de una horrible batalla. Su habitación estaba destrozada, como si la
hubiera revuelto un ladrón frenético en busca de un tesoro.
—Le están atendiendo, —dijo Dorian.
—Podría morir. —Ella se agitó en sus brazos—. ¡Debo ir con él!
Su marido dominó su resistencia con una facilidad vergonzosa, con la
mandíbula marcada en una línea dura. Los trozos de madera crujieron bajo sus
botas mientras la llevaba al pasillo, donde un Murdoch de pie era sostenido
por Frank y Tallow. Gemma le puso un paño en el costado, y Farah se alegró al
ver que la sangre aún no lo había empapado.
—No te preocupes por mí, muchacha, —advirtió Murdoch—. Tengo
suficiente carne alrededor de mi cintura. La bala sólo se llevó un poco de ella,
eso es todo.
El alivio la empapó con una fuerza alarmante, renovando sus forcejeos con
vigor. Todavía se veía alarmantemente pálido, y el sudor brillaba en su frente.
—¡Murdoch! Necesitas un médico.
—¡Bah! —Hizo un gesto con la cabeza para que le condujeran hacia sus
habitaciones, al final del pasillo—. Nada que un poco de whisky y unos
puntos de sutura no arreglen. Fue más el impacto del disparo que la propia
bala lo que me hizo caer, me avergüenza decirlo. Estoy empezando a ser
demasiado viejo para este tipo de cosas.
Desesperada por ver por sí misma, empujó contra el pecho inflexible de su
marido. —Maldita sea, Dorian. Bájame.
—No. —Los fuertes brazos de él la sujetaron con más fuerza, pero miró a
Murdoch con el ceño fruncido—. Serás atendida por un médico y eso es
definitivo.
—Se ha llamado a un médico, —les informó Tallow, con un aspecto no
mejor que el de Murdoch, que llevaba la mirada más obstinada que Farah
había visto nunca.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Envíenlo a buscar a Lady Blackwell una vez que haya terminado con
Murdoch, —ordenó Dorian bruscamente—. Y que traigan una palangana y
jabón.
—No, no. No te molestes. No me he hecho el menor daño, —insistió
Farah—. Lo verías si me dejaras en el suelo.
Dorian la miró fijamente con una sorprendente expresión de posesión y
mistificación. —No puedo.
El inconfundible ladrido de alegría de Murdoch los sobresaltó a todos. —
Vaya a ver a su hombre, Lady Blackwell. Creo que ha tenido el peor susto de
todos nosotros esta noche.
Blackwell frunció el ceño ante su mayordomo, aunque no discutió
mientras la multitud, sabiamente silenciosa, encontraba de repente un nuevo
interés en ayudar al hombre herido a llegar a sus habitaciones.
Murdoch había tenido razón. Aunque Farah había dejado de temblar, los
músculos de su marido aún se agitaban como si recibieran una descarga de
temblores no deseados. Se quedó en medio del vestíbulo, abrazándola a él, con
el aspecto de un hombre vencido por demasiadas fuerzas para soportar.
—Las habitaciones del amo, —ordenó Dorian.
—Estaba usando las habitaciones del amo. —Farah hizo un gesto hacia el
caos de su habitación—. Llévame allí. —Señaló la suite de la condesa. Estaría
fría por la falta de fuego, pero tendrían que arreglárselas.
La única luz la proporcionaba una brillante luna primaveral, que se filtraba
por las ventanas y que proyectaba el blanco del mostrador con colores
plateados y azules. La repentina quietud y el silencio los sacudió a ambos, y
tardaron un momento en adaptarse.
La pesada respiración de Dorian rompió la oscuridad, pintando la noche
con una miríada de emociones que Farah no tenía que ver para entender.
—Ya puedes dejarme en el suelo, —aseguró con suavidad—. Es seguro.
Él tardó dos respiraciones en responder. —Parece que no puedo liberarte.
Levantando la mano en la oscuridad, ella apretó la palma de su mano
contra la dura mandíbula de él, ahora áspera por el crecimiento de la barba de
unos días. —No tienes que soltarme.
De mala gana, él bajó el brazo bajo sus rodillas hasta que sus pies llegaron
al suelo, aunque no le soltó los hombros. —Se atrevió a golpearte. —La voz

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

salvaje de Dorian no se correspondía con la extrema delicadeza de su pulgar


cuando lo acercaba a su labio débilmente hinchado.
Farah esperaba que no se hubiera dado cuenta. Debería haberlo sabido.
—No es nada, —se tranquilizó ella, apretando su mano contra el guante de
él.
—Ojalá pudiera resucitar al bastardo y masacrarlo de nuevo, —gruñó—.
Despacio.
Farah se acercó a él, todavía rodeada por su áspera capa. No se apartó.
—¿Te ha tocado, Farah? —preguntó Dorian con un gemido agónico—. ¿Te
hizo algún otro daño?
—No hubo tiempo.
—Cuando oí esos disparos, pensé...
Ella detuvo sus duros labios con una suave presión de sus dedos. —No nos
detengamos en los terrores del día. —Ella apartó sus dedos—. ¿Por qué estás
aquí, Dorian?
Su cuerpo ya tenso se endureció contra ella, su manos agarrando sus
hombros en un agarre de castigo. —No finjas que no lo sabes. La carta, —
gruñó—. ¿Ya has tomado un amante? Porque te juro por Cristo, Farah, que si
valoras su vida...
Sus dedos volvieron a encontrar sus labios, la esperanza comenzaba a
filtrarse en su pecho. —Sería imposible que invitara a alguien a mi cama tan
pronto después de que me rompieras el corazón, —confesó ella.
—Pero lo habrías hecho, —acusó él, moviendo sus labios contra los dedos
de ella—. Con el tiempo.
—Eso pensé, —susurró ella—. Lo pretendía de verdad, pero tardé
diecisiete años en plantearme otra vida después de perderte la primera vez. —
Apoyó la cabeza en su sólido pecho, maravillada por su altura y su anchura—.
Estaba dolida y sola cuando escribí esa carta. Estaba enfadada contigo por
haberme rechazado. Quería un hijo más que nunca, porque necesitaba a
alguien que aceptara mi amor. Alguien que lo quisiera. Que me quisiera.
Dorian la agarró por los hombros y la apartó, dándole una pequeña
sacudida. —¿Cómo puedes pensar que no te quería?
Farah se quedó boquiabierta. —Tú me enviaste lejos, —le recordó ella con
severidad—. Hace dos meses que no te veo ni sé nada de ti.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Se inclinó hasta que su cara estuvo cerca de la de ella. Su cicatriz blanca y


sus ojos azules captaron un rayo de luz de la luna, y lo que ella leyó en los
crudos huecos de su rostro le dijo todo lo que necesitaba saber.
—Quiero tu amor, —declaró con fiereza, agarrando sus brazos con dedos
desesperados—. He venido a reclamar lo que es mío.
El corazón de Farah brilló y su cuerpo se alegró. —No si yo te reclamo
primero. —Se puso de puntillas y capturó su boca, rodeando su cuello con los
brazos y encadenándolo a ella.
Él se quedó congelado en su abrazo durante un momento sin aliento,
indeciso, antes de fundirse contra ella, alrededor de ella, tirando de ella hacia
la dura curva de su cuerpo con un profundo gemido de rendición.
Sí. Por fin. La sensación de sus brazos alrededor de él, su lengua entrando
en su boca, su cuerpo encerrado contra el de él, fue una victoria más dulce de
lo que ella podría haber imaginado. No era sólo el deseo y la necesidad lo que
saboreaba en su beso, sino la confianza.
Y esa palabra era un concepto extraño para un hombre como Dorian
Blackwell.
Para un chico como Dougan Mackenzie.
Un suave golpe en la puerta los interrumpió, y Dorian se volvió para
admitir a una criada cargada con una palangana de agua fresca, ropa de cama,
jabón y una vela. —¿Quiere que hagamos un fuego?, —preguntó.
—No, —le espetó Dorian—. Pueden retirarse.
—Gracias, Molly, —añadió Farah mientras la criada hacía una vacilante
reverencia y salía corriendo.
Farah se acercó a la palangana, más que dispuesta a lavar de su carne el
recuerdo de aquella fétida cámara oculta y el propio aliento de Harold
Warrington.
Dorian le siguió, silencioso como un susurro, estando tan cerca que su
pecho le rozaba la espalda. —Déjame, —roncó con una voz ronca debido a la
oscuridad.
Farah cogió un paño suave y absorbente y lo mojó en el agua. —Está bien,
no tienes que hacerlo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Una mano cálida llegó desde atrás y cubrió la suya. Los guantes de él
habían desaparecido, y sólo la carne masculina cicatrizada descansaba contra
su piel. —Sí, tengo que hacerlo, —respiró contra su oído.
Nuevos temblores se apoderaron del cuerpo de Farah cuando él abrió sus
dedos y dejó que la tela cayera al agua. No tenían nada que ver con el miedo o
el frío, sino con un alivio incipiente. Una poderosa esperanza. Farah conocía el
significado de sus suaves movimientos cuando le quitó la capa de los hombros.
Unos suaves tirones y su camisón flotó hasta el suelo.
Los ojos le escocían con lágrimas calientes, su visión se nubló hasta que
permitió que se derramaran por sus mejillas a un ritmo alarmante. Él había
venido por ella. Justo cuando ella creía que todo estaba perdido.
Con sus manos, esas manos fuertes y llenas de cicatrices, Dorian le cogió
los hombros desnudos con el más suave de los apretones y la hizo girar hacia
él. Una ternura que nunca había visto antes brillaba de forma antinatural a la
tenue luz de la única vela. Su piel contra la de ella se sentía extraña y familiar a
la vez. Dorian Blackwell la estaba tocando. Por su propia voluntad. No había
miedo en sus ojos. Ninguna repugnancia curvaba sus labios.
Los nudillos ásperos se acercaron a su mejilla. —¿Por qué lloras? —
Canturreó sus primeras palabras con una mirada tan cálida y sincera que ella
pudo ver su Dougan mirando a través de sus ojos—. ¿Has perdido algo?
Las lágrimas cayeron más rápido, con más fuerza, empapando los dedos
con los que él le rozaba la cara. —Sí, —sollozó ella—. Pensé que había perdido
la única familia que había conocido realmente, en el mismo momento en que lo
había encontrado de nuevo. Y fue peor que si estuvieras muerto. Que me
enviaras lejos.
—Qué tonto he sido. —La mano de él se alzó para acariciar la mandíbula
de ella, y su pulgar se posó sobre el hematoma que se hinchaba alrededor de la
pequeña hendidura—. Pensé que estabas más segura sin mí. Que, por una vez,
estaba haciendo algo noble. Casi te perdí... Dios, Farah, nunca he tenido tanto
miedo. —Su mandíbula se apretó y sus propios ojos parecieron brillar con una
emoción cruda y agónica—. Pensé que podría vivir sin ti. Pero no hay vida sin
ti. Sólo la existencia. Y eso es un infierno mayor que lo que me espera después
de la muerte.
El aliento de Farah fue robado por un pequeño hipo. —Bueno. —
Resopló—. Si te sientes noble en el futuro, deja de hacerlo. Eres bastante
terrible en eso.

278
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Eso atrajo el diabólico sonido de diversión que Farah había llegado a


reconocer como la risa de Dorian. La presionó suavemente con las palmas de
las manos hasta que se sentó en el tronco acolchado a los pies de la cama,
sintiéndose realmente desnuda por primera vez desde que él la había
desvestido.
—Lo digo en serio, —lo amonestó mientras lo veía frotar el paño a lo largo
de su jabón favorito con aroma a lavanda y escurrirlo en la palangana. Envolvió
los brazos sobre sus pechos y cruzó las piernas, sintiéndose bastante frágil y
expuesta—. ¿Cómo se supone que vas a mantenerme a salvo si estás lejos?.
Ella se sometió mientras él rozaba suavemente el paño contra su labio y su
barbilla, y luego limpiaba las lágrimas de sus mejillas, enjuagando la fina
pátina de espuma con una sección limpia del lino. Él observó su desnudez con
un calor acumulado en sus ojos, pero su preocupación parecía pesar más que
sus instintos más bajos.
—Ahora nunca te librarás de mí. —Habría sido una burla de un hombre
menos serio, pero viniendo de Dorian, sonó como una advertencia funesta—.
Puedes llegar a lamentarlo. Mis demonios perseguirán nuestras vidas.
Farah le cogió la muñeca, le paró la mano y le miró a los ojos para
asegurarse de que entendía sus palabras. —No me importa luchar contra
algunos demonios cuando vivo con su rey. —Ella sonrió—. Y creo que,
después de un tiempo, los ahuyentaremos juntos.
Él se quedó en silencio, pensativo, mientras seguía lavándola. Sus ojos y
sus manos descubrieron partes de ella por primera vez. Partes que, aunque
generalmente eran inocuas, se volvieron instantáneamente excitantes y
sensuales bajo su contacto. Encontró lugares que la hicieron jadear. La fina
piel de la parte inferior de sus antebrazos. La curva de su cintura. La curva
detrás de la rodilla. El arco del pie y entre los dedos.
Aunque por lo general estaba limpia de un baño anterior, sus
ministraciones parecían ser tan rituales como prácticas. Lavó el miedo de su
piel. La mancha de un hombre malvado. El recordado olor a muerte y
podredumbre. Todo ello mientras descubría su cuerpo con sus dedos por
primera vez a través del fino velo de tela y agua.
Farah pudo notar, por el brillo de su nariz y la tensión en su cuello y
mandíbula, que luchaba por ser amable con ella. Para completar su tarea sin
convertirla en un avance. Era cuidadoso, lanzando miradas de preocupación
por debajo de sus pestañas.

279
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Dejó de hacerlo una vez que Farah vertió la invitación en su mirada.


Era un charco de necesidad y sentimiento cuando un segundo golpe
precedió a la irrupción de Gemma en la habitación.
Mordiendo una maldición, Dorian se levantó para bloquear la vista de
Farah desde la puerta y abrió la boca para, sin duda, cometer una horrible
forma de abuso verbal sobre su amiga.
—Tranquilízate. —Gemma se sacudió los rizos castaños y salvajes y
levantó un simple envoltorio de algodón—. He traído esto para la señora, ya
que el médico está al otro lado de esa puerta. Fue usted quien lo llamó.
—Bendita seas, Gemma. —Farah se puso de pie, alcanzando el envoltorio.
La cara de Gemma se dividió en una amplia sonrisa mientras le entregaba a
Dorian la bata. —Supongo que ya te han examinado, —insinuó con un guiño.
—Que pase el médico, —dijo Dorian.
Aunque el anciano médico rural, un tal Sir Percival Hancock, se quejó de
los malos tratos y del pequeño hematoma de Farah, no tardó en anunciar que
estaba sana y salva. Dejó una especie de almíbar para ayudarla a dormir y
calmar sus nervios, pero Farah se deshizo de él en el momento en que salió
tambaleándose para consultar con Dorian sobre Murdoch. Había visto los
peligros de la dependencia del opiáceo que contenía y no podía soportar esa
idea.
Dorian regresó casi inmediatamente con un aspecto más salvaje en sus
facciones, cerrando la puerta de una patada y apagando la vela.
Farah arrugó una ceja ante su comportamiento casi maníaco. —¿Qué
pasa?, —preguntó—. ¿Es Murdoch?
—Está bien. —Dorian la alcanzó en dos largas zancadas y la atrajo hacia él,
fundiendo sus bocas por segunda vez desesperada esa noche. Un áspero tirón
precedió al frío beso del aire nocturno cuando su bata cayó al suelo.
Sin romper el sello de sus labios, Doran la levantó de sus pies y la llevó a la
cama, colocándola suavemente sobre ella. Se echó hacia atrás y se colocó
encima de ella, como ya había hecho una vez, recorriendo su cuerpo con la
mirada mientras sus dedos se cerraban en puños. —Quiero tocarte.
La luz de la luna proyectó sus rasgos en plata y sombra, e iluminó la
vulnerabilidad que se escondía bajo la letal crueldad. Volvía a ser ese niño
hambriento, atrapado entre su hambre y su miedo.

280
El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Lentamente, para no asustarlo, Farah se puso de rodillas. —Entonces


tócame.
Sus ojos desorbitados cayeron sobre los pechos de ella, que se balanceaban
con sus cuidadosos movimientos. Su lengua mojó sus labios, y sin embargo no
se movió. —No-debería.
Farah inclinó la cabeza hacia un lado, confundida. —Ya lo has hecho.
Hizo una mueca de dolor. —No pude detenerme. No estaba en mis
cabales. Estaba loco de preocupación. —Giró la cabeza y estudió la brillante
luna que brillaba a través de la ventana como un voyeur desvergonzado.
Tenían algunas cosas en común, su marido y la luna. Dominaban la noche.
Creaban sombras y, sin embargo, iluminaban la oscuridad.
—Quizá debería pedir un baño en condiciones, —le ofreció, sin mirarla.
Farah sacudió la cabeza, confundida. ¿Ahora? Estaba desnuda, ofreciéndole
su carne. —Me he bañado esta tarde. Acabas de lavarme. No puedo estar
mucho más limpia que ahora.
—Sí, puedes. —Su mirada atormentada la encontró de nuevo—. Te he
tocado, Farah.
—Ya me has tocado antes, —le recordó ella sugestivamente.
—No lo entiendes, —dijo él entre dientes, y Farah temió que volviera a
salir disparado.
—Tienes razón, —dijo ella con suavidad—. Sigues diciendo eso, y
realmente no entiendo por qué te repugna tocarme.
—No. —Dio un paso hacia ella, como si quisiera discutir, pero se detuvo—
. No es eso.
—Dime, —le suplicó ella—. Merezco saberlo.
Llegó a su decisión con el aspecto de un prisionero que se prepara para la
horca. Como si, con sus palabras, fuera a provocar un final irrevocable.
Cuando habló, lo hizo con la voz de un hombre muerto. —Durante un tiempo
fui el recluso más joven de la prisión de Newgate. El más pequeño. El más
blando. El más débil. No describiré el infierno que supone esa distinción.
Farah contuvo la respiración para atrapar un sollozo en sus pulmones,
sabiendo que la lástima que transmitía su agonía en su nombre lo insultaría.
—Decir que fue una pesadilla sería amable. La brutalidad lo abarcaba todo.
Sexual, física... mental. —Levantó los ojos hacia ella, cubriendo el parpadeo de
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

la vergüenza detrás de esos familiares muros de hielo—. ¿No ves cómo me


cambió, Farah? No sólo físicamente, sino esencialmente.
Consciente de su desnudez, Farah no cedió al impulso de rodearse con los
brazos, por si el movimiento transmitía el mensaje equivocado. —Recuerdo
nuestra conversación en Ben More, —dijo con cuidado—. Me hablaste de
todo eso. Y, olvidas, que he trabajado en Scotland Yard durante una década.
Soy consciente de lo que ocurre en esas prisiones, de cómo los criminales se
aprovechan unos de otros. Me rompe el corazón, Dorian, pero no tiñe de
oscuridad mi opinión sobre ti. Eras joven. Eras pequeño e indefenso. —Se
acercó al borde de la cama—. Ya no eres ninguna de esas cosas.
—Eres un maldito ángel. —Dijo estas palabras con los labios retraídos en
un gruñido—. Y por eso todavía no lo ves. No permanecí indefenso por mucho
tiempo. Tomé mi venganza.
—Sí. —Farah asintió—. Sí, me hablaste de los guardias, de otros
prisioneros.
—Esos guardias, ese juez, tuvieron suerte de morir tan rápido como lo
hicieron. —La miró fijamente a los ojos, sin pestañear, asegurándose de que
ella marcaba el horror de cada una de sus palabras—. Devolví todos los
pecados cometidos contra mí con la misma moneda, Farah. Mi brutalidad
superó la de cualquier otro. No herí a la gente, la rompí. No maté, asesiné. No
castigué, humillé, hasta que sólo quedaron los leales a nosotros. ¿Lo entiendes
ahora?, —exigió—. ¿No lo ves? Dondequiera que las yemas de mis dedos
toquen tu carne sagrada, queda sangre y suciedad como si fuera brea caliente.
Imposible de quitar. No puedo hacerte eso, Farah. —Se pasó los dedos por el
pelo, con sus emociones volcánicas preparándose para entrar en erupción
frente a sus ojos—. No puedo...
—Para, —ordenó Farah, levantando la mano—. Para y escúchame, Dorian
Blackwell.
Sus ojos se abrieron de par en par con una peligrosa advertencia, pero sus
labios se cerraron de golpe.
Farah deseaba abrazarlo más de lo que había deseado nada en toda su vida,
pero apretó sus propios puños para no arruinar el momento y abrumarlo. En
cambio, le sostuvo la mirada con la seriedad que inyectaba a sus palabras. —
Sobreviviste, —dijo con firmeza—. Sobreviviste cuando otros no lo hicieron.
No tenías otros medios para mantenerte con vida. Para detener la persecución,
tuviste que convertirte en un hombre con un corazón negro. Yo no... sanciono

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

la violencia, pero tampoco puedo condenarte por el pasado. Especialmente


cuando fue mi culpa que estuvieras allí en primer lugar.
—No digas eso, —gruñó—. ¡No digas nunca eso!
—Es cierto. —Ella negó con la cabeza—. Mírame. —Llevando las manos a
los lados, desnudó su cuerpo a la luna—. Me has tocado y, sin embargo, mi
carne está intacta.
El hambre atormentada en su mirada hizo que un estremecimiento de
esperanza y necesidad posesiva calentara su piel contra la noche.
—La mía no lo está, —murmuró él—. No queda nada puro de mí. Ni mi
carne. Ni mis manos. Ni mi alma. ¿Por qué querrías eso cerca de ti?
—La oscuridad que ves en tu tacto sólo está en tu mente, —dijo ella
suavemente—. Tal vez podamos arreglar eso.
—Es imposible, —se lamentó él, negando con la cabeza.
—Acércate, —le suplicó ella.
Él no se movió.
—Si he aprendido algo en mi vida, es que no hay oscuridad tan absoluta
que no pueda ser disipada por la más tenue luz, —explicó ella.
Su rostro se suavizó cuando sus ojos la tocaron, y su bota se deslizó hacia
adelante. —Mi dulce Hada. —Exhaló un suspiro doloroso—. No puedes
imaginar la oscuridad. Eres la única luz que he conocido.
Sus tiernas palabras no coincidían con sus despiadados rasgos, pero Farah
aún encontraba esperanza. —Debes creer que mi luz es más poderosa que tu
oscuridad. Y por eso déjame tocarte, en cambio. Y dondequiera que mis dedos
toquen tu carne, limpiarán la sangre y la suciedad que ves, y dejarán la luz que
siempre he querido darte.
No le concedió permiso, no verbalmente. Pero retrocedió lentamente hasta
el borde de la cama, conteniendo una respiración atrapada en su amplio pecho,
y con una incertidumbre recelosa en sus ojos.
Farah mantuvo cautiva una respiración similar mientras las yemas de sus
dedos encontraban las solapas de su abrigo. Suavemente, con infinito cuidado,
separó los pliegues desabrochados y se lo quitó de los hombros, dejándolo caer
en un montón en el suelo. Sólo llevaba una camisa negra, sin corbata,
desabrochada en el cuello, y un chaleco de color carbón.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Esta vez no quiero que me sujetes. —Le besó la garganta, con los
tendones tensos y crispados bajo sus labios—. Quiero tocarte por completo,
Dorian. ¿Me lo permites?
Él permaneció callado y quieto, sin prometer nada, pero sin hacer ningún
movimiento para detenerla, mientras ella alcanzaba su chaleco y lo
desabrochaba con destreza. Sus ojos ardían como una llama azul y brillaban
como una piedra volcánica. Sus fosas nasales se encendieron y los puños
permanecieron apretados a los lados.
Una poderosa necesidad de ver al hombre bajo el negro la embargó. Había
ocultado tantos secretos. Ocultó tanto como ella había expuesto.
Ahora era el momento de revelar el Corazón Negro de Ben More.
Sus dedos buscaron el botón de la camisa de él, pero sus muñecas fueron
tomadas en un rápido movimiento. —No, —jadeó—. No puedo hacer esto. No
quieres ver...
—Querido marido. —Farah avanzó de rodillas hasta situarse en el mismo
borde de la cama, y él le permitió acercar sus manos cautivas a su cara. —No
puedes saber lo terriblemente equivocado que estás.
Sacudió la cabeza. —Mi piel. No es como la tuya. Te repugnará.
Farah recordó la extraña textura que había sentido bajo su camisa aquel
día en los jardines.
Cerró los ojos contra un pozo de patetismo por su tragedia. —Tus manos
son las mismas, Dougan Mackenzie, —susurró—. Siempre he amado tus
manos, por muy cicatrizadas y salvajes que sean. He echado de menos tu tacto
durante diecisiete años. —Ella retorció las muñecas contra su agarre y
desenroscó la palma de su mano para presionar sus labios contra las cicatrices
de las heridas de su infancia—. ¿Confías en mí?, —susurró ella contra las
cicatrices que había tratado hace tanto tiempo.
Farah buscó su camisa y él se lo permitió con firmeza, cerrando la mano
como si quisiera retener su beso y devolviéndola a su lado. El corazón de Farah
se aceleró con cada botón que liberaba, pero dejó que su pecho permaneciera
en la sombra hasta que desabrochó el último antes de que el resto de la camisa
se metiera dentro de los pantalones.
Con cuidado, le quitó la camisa y el chaleco de las montañas de sus
poderosos hombros y los deslizó hacia abajo por los brazos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

No fueron los numerosos cortes y cicatrices que le marcaban el pecho lo


que la hizo jadear de repente, aunque sintió el dolor de cada uno de ellos. Fue
la incomparable belleza de su físico lo que le robó el aliento. El cuerpo de
Dorian era obra de algún antiguo dios de la guerra. Ninguna escultura griega
podría compararse, ningún artista podría recrear la elegante y depredadora
masculinidad que ondulaba en el complejo paisaje de su torso.
—Eres hermoso, —se maravilló ella.
La cabeza de él se movió hacia un lado como si ella le hubiera abofeteado.
—No seas cruel, —dijo él con frialdad.
Las manos de ella temblaron cuando se acercó a él, no por miedo, sino por
la ansiosa anticipación. La primera vez que sintió realmente que tocaba a su
marido fue cuando posó la mano sobre la dura protuberancia de su pecho,
justo encima de su corazón.
El músculo se flexionó y saltó bajo su palma. Farah siguió un corte elevado
que iba desde la parte plana de su pezón hasta la amplia extensión de sus
costillas. Su otra mano encontró una gran mancha de piel rugosa en el hombro
opuesto que parecía haber sido quemada hace mucho tiempo. —Siento todo lo
que has soportado. —La luz de la luna no le permitía ver todos los detalles de
sus heridas pasadas, y se alegró de ello. Algunas estaban ocultas en las
sombras y los surcos. Aunque le dolía el corazón, un hilillo caliente de deseo
había florecido entre sus piernas, y los músculos allí comenzaron a apretarse
rítmicamente.
—Mi toque nunca te traerá dolor, —juró ella, alisando lentamente sus
manos sobre la inconcebible extensión de su pecho.
Los ojos de Dorian se cerraron, como si no pudiera afrontar el momento.
Sus respiraciones eran cortas y agitadas, y su corazón latía como los cascos de
un semental en carrera bajo la palma de la mano de ella. Levantó las manos
para cubrir las de ella, haciendo como si las apartara de su piel. Pero no lo
hizo.
Farah se dio cuenta de que esto le daba el control. Que él participaba
activamente en su experimento, y que podía guiarla para que lo tocara, o
permitir su propia exploración, dependiendo de cómo le afectara.
Consciente de su vacilación, le acarició las anchas crestas de las costillas y
se detuvo a explorar cada hendidura creada por los músculos apretados de su
estómago. Encontró más muescas y pliegues, pero los ignoró, centrándose en
el macho duro que había debajo de las cicatrices.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Los pantalones le colgaban de las caderas y ella dejó que sus dedos se
pasearan por ellos.
Sus manos se apartaron y su respiración se aceleró cuando ella encontró la
columna de su excitación. Le encantaba sentirlo. Caliente como una vara de
hierro, buscando su liberación contra sus confines.
El cuerpo de él se sacudió y su respiración se entrecortó audiblemente en
su garganta, mientras ella exploraba su forma cubierta de lino. Apretando otro
beso en su garganta, siguió con sus labios el valle entre su suave pecho. —Mis
manos sólo te ofrecerán placer, —prometió, con sus curiosos dedos trabajando
en sus pantalones.
Él gimió su nombre mientras su boca seguía el tentador rastro que sus
manos exploradoras habían abierto. Cuando ella alcanzó la barrera de lino de
sus pantalones con sus labios, él dio un paso atrás tan bruscamente que casi
fue un salto. —¿Qué crees que estás haciendo?, —espetó.
—Quiero saborearte, —divulgó Farah, sintiendo que el calor tocaba sus
mejillas—. Como tú me probaste aquella primera noche.
Sus ojos se abrieron de par en par, los músculos de sus brazos se
flexionaron con la intrigante tensión. —N-no, —tartamudeó—. Eso es... No.
Farah enganchó un dedo en la cintura y lo atrajo hacia ella. —Sí, —
contestó ella con picardía—. No me lo negaras. —La última resistencia cayó
bajo su mano y ella deslizó fácilmente los pantalones sobre sus delgadas
caderas, cayendo la camisa al suelo con ellos.
Unas líneas de músculos enroscados iban desde sus caderas hasta el punto
en que su grueso miembro sobresalía hacia ella. La luz de la luna oscurecía las
particularidades del tronco de carne, pero ella lo alcanzó con dedos suaves,
sabiendo el calor turgente y la dureza acerada que encontraría.
—Farah. —Su nombre salió casi incoherentemente de sus labios en un
jadeo torturado—. No lo hagas. ¿Y si me pierdo en tu boca?
La idea era tan escandalosa, tan absolutamente perversa, que se vio
sacudida por una ola de lujuria tan caliente que tuvo que apretar el puño en
las mantas para no tocar la carne dolorida entre sus propios muslos. —Tú,
esposo, eres el villano Corazón Negro de Ben More, —le dijo con una voz
apenas reconocida como propia, que se había vuelto ronca de necesidad—.
Puedes perderte donde quieras.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Las maldiciones que soltó mientras ella cerraba los labios sobre la gruesa
cabeza de su vástago no fueron todas en el inglés de la Reina. Al menos, Farah
no lo creía, y estaba bastante segura de haberlas oído todas.
Sabía a sal y a pecado.
La sacudida de sus caderas cuando se inclinó contra ella lo introdujo en su
boca tanto como pudo, y aún así no retuvo la mitad de él.
—Farah, —gimió—. Oh. Joder.
Su blasfemia hizo que el acto fuera mucho más delicioso.
Insegura de cómo proceder, se retiró y se alegró cuando una onda de
movimiento pareció fluir inconscientemente por la columna vertebral de él y
presionarlo más profundamente en su boca antes de retraerse. Farah dejó que
su lengua lo explorara. La curiosa cresta de la parte inferior. La hendidura
llorosa en la punta de la cabeza estriada. La cesión de piel en la parte superior
y la rigidez inflexible del resto del eje.
Sus manos se posaron en los rizos de ella y luego se enroscaron en ellos.
Los fuertes dedos se clavaron en el cuero cabelludo de la mujer en una
demanda erótica. Por mucho que un acto desestabilizara a Dorian Blackwell,
no se quedaría pasivo durante mucho tiempo.
Emitió un sonido áspero cuando ella comenzó un rítmico masaje de
succión con la lengua, incluso el lenguaje más básico parecía abandonarlo. La
polla de él se sacudió y flexionó en su boca. Se hinchaba, palpitaba y
empujaba, resbaladiza por la humedad, tanto de él como de ella.
Las manos se aferraron a su pelo y la apartaron de su sexo. —Para, —gritó
él—. Voy a... Santo Dios.
—Puedes, —le animó ella, ebria de poder, enardecida hasta la locura por
su placer—. Permíteme.
Farah disfrutó de la tensión de sus músculos mientras se inclinaba para
levantarla lejos de él.
—Recuéstate, —le ordenó—. Ahora.
Los labios hinchados se separaron con la fuerza de su respiración, y ella se
deslizó por el contrapiso, mirando con asombro al hombre con el que se había
casado.
Cualquier rastro de vulnerabilidad infantil había desaparecido. En su lugar
había una torre de músculos dominantes y lujuria.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Se estremeció, en parte por el tacto sedoso del lino fresco bajo su piel, y
sobre todo por lo inevitable del hombre que estaba a punto de reclamarla
como suya.
Dorian subió por sus piernas, moviendo los hombros y bajando la cabeza
para dejar que su aliento caliente recorriera la húmeda hendidura entre sus
muslos. Al detenerse, pasó su mejilla por el suave nido de pelo, y Farah gimió,
separando las rodillas por sí sola.
Para su sorpresa, él siguió avanzando, el crecimiento de su barba raspando
la carne de su estómago, luego el valle entre sus pechos y finalmente la piel
ultrasensible de su cuello. Una gran mano se aferró a su muslo, subiéndola por
la cadera de él y encerrándola a su alrededor.
—Voy a devorar cada centímetro de ti, —le gruñó al oído, incendiando su
sangre, incinerando cualquier coherencia que podría haber dejado—. Pero
primero...
La polla de él se asentó contra la palpitante raja de su cuerpo, y Farah sólo
fue capaz de producir un maullido de demanda antes de que él encontrara su
camino, y se deslizara dentro con un gemido bajo.
Un aliento caliente le rozó la mejilla, pero sólo se tocaron donde sus
cuerpos se unían.
Él se mantuvo sobre ella durante lo que pareció una eternidad,
manteniendo su increíble torso alejado de ella como si estuviera luchando
contra algo. Si no se movía pronto, ella se volvería loca.
—¿Dorian? —susurró Farah, apretando sus músculos íntimos en señal de
ánimo.
—Tócame, Hada. —Las palabras salieron con dificultad, como si se
abrieran paso a través de una garganta apretada—. Puedes-alcanzarme.
Farah dejó escapar su primer aliento real en dos meses. Sus palabras la
derritieron. La conmovieron de una manera que nunca había creído posible.
Era un privilegio que no se le concedía a ninguna otra mujer. No se le concedía
a ningún otro ser humano.
Le cogió la mandíbula con las dos manos y primero lo atrajo hacia sí para
darle un tierno beso. Luego deslizó sus brazos por debajo de los de él y los
rodeó por la espalda, tirando de él para que descansara sobre ella.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Él se puso rígido al contacto de sus cuerpos. La carne se deslizó a lo largo


de la carne, y un momento eléctrico de fusión pareció desestabilizarlos a
ambos.
—Quédate conmigo, —le animó ella—. Déjame sentir tu piel moviéndose a
lo largo de la mía.
—Sí, —siseó él, moviendo finalmente sus caderas.
Cada uno de ellos jadeó al sentir la carne de ella agarrando la de él cuando
se apartó, y acogiéndolo en lo más profundo cuando volvió.
Farah se aferró a los músculos imposiblemente poderosos de su espalda,
sintiendo más interrupciones en la suave piel que no deberían estar allí.
Lo besó con más fuerza, vertiendo todo su amor en él.
Dorian bebió de sus labios y se impulsó más profundamente, su altura
hacía que la unión de sus bocas fuera difícil si sus cuerpos debían permanecer
unidos.
Farah enterró su cara en el cuello de él, sin querer dejar que la magnífica
sensación de su carne fusionada con cada centímetro de la suya terminara. Él
se balanceó profundamente dentro de ella, curvando su columna vertebral en
lentos y dolorosos empujes.

Ella se convirtió en una criatura de pura necesidad, de deseo sin fondo y de


apetitos vergonzosos. Sus huesos disfrutaron de su peso. Su sexo tomó con
hambre cada pedazo de él, estirándose y elevándose para recibir al hombre que
amaba.
—Estás tan caliente, —gimió él—. Tan jodidamente suave. —Dijo otras
cosas incoherentes contra su pelo. Hizo votos. Maldiciones jadeantes. Él era
su jaguar, sus movimientos tan ágiles y elegantes. Su cuerpo tan perfecto y
poderoso.
Ella empujó hacia arriba, sus gemidos se convirtieron en súplicas. Sus
manos vagaron inquisitivamente por las tensas cuerdas de su espalda hasta
agarrar los músculos de sus nalgas mientras se apretaban y se liberaban.
La marea de éxtasis la inundó tan rápidamente y la llevó tan alto, que casi
se perdió las violentas sacudidas de las caderas de él, que se enterró sólo un
puñado de veces antes de sufrir una estremecedora convulsión y enterrar su
nombre contra el cubrecama.
Hada. Mi hada.
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

CAPÍTULO VEINTICINCO

Dorian se tumbó desnudo por primera vez desde que tenía uso de razón,
disfrutando del aire fresco contra la piel calentada por el movimiento y el
placer. Arrugó la nariz cuando un rizo plateado le hizo cosquillas, pero no
estaba dispuesto a soltar a la mujer que le cubría el pecho ni siquiera para
mover el mechón ofensivo.
No sabía cuánto tiempo habían estado en silencio así, el suficiente para
que la luna se moviera de un lado a otro de la ventana. Su respiración se había
ralentizado, y pequeños pinchazos de escalofríos comenzaron a hacerle
considerar la posibilidad de arroparla bajo las sábanas. Pero eso significaba
moverse, y él no podía soportar la idea de separarse de su piel ni siquiera por
un momento. Además, estaba bastante seguro de que ella se había quedado
dormida y él se moriría de frío antes de molestarla.
¿Cómo había logrado pasar dos meses sin su presencia? ¿Cómo había
sobrevivido a diecisiete años de infierno sin adulterar? Era como si las fibras
que construían su cuerpo necesitaran su cercanía para funcionar.
Esta noche no sólo había soportado su contacto, sino que lo había
disfrutado. Ella había tenido tanta razón. Farah nunca podría corromperse,
era demasiado pura para ser tocada por su oscuridad. Pero se sentía menos
repugnante, como si algunas de las grietas de su alma hubieran sido cosidas
por sus manos.
Dorian cerró los ojos, reprochándose su estupidez. Todo este tiempo, no
había tenido miedo de ella, sino de sí mismo. Temía que la intimidad hiciera
aflorar los violentos temores de sus años en prisión.
Debería haberlo sabido. Esta era su Hada. Su alma recordaba. Era un
asesino, un hombre violento, pero se cortaría la garganta antes de dañar un
pelo de su cabeza.
Se imaginó la lujuria en sus ojos cuando había desnudado su cuerpo. El
sincero aprecio. Su deseo por ella no le hacía sentir vulnerable y débil. Sino
poderoso. Viril. Como si pudiera conquistar las estrellas y todos los poderes
desconocidos más allá de ellas.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Espero que te des cuenta de que Madame Sandrine se va a enfadar


mucho contigo, —dijo con un bostezo perezoso.
Acarició sus rizos, tomando el aroma de la lavanda tan profundamente que
esperaba que se tejiera en los rincones de sus pulmones. —Creía que estabas
dormida, —murmuró él, desconcertado por ser las primeras palabras que
salían de su boca. Probablemente, ella intentaba tranquilizarlo creando un
momento ligero después de la intensidad de todo lo que acababa de pasar.
Ella era tan jodidamente preciosa para él.
—No intentes cambiar de tema, —le reprendió ella con un piquete
burlón—. Vas a tener que responder por haber destruido todo mi armario en
una noche.
Sus manos recorrieron la sedosa piel de la espalda de ella, creando
escalofríos propios. Nunca se cansaría de sentirla. Nunca dejaría de
maravillarse con la suavidad antinatural de su piel de hada. Era como acariciar
un milagro. Abrazar a un ángel. Una mujer así no pertenecía a esta miserable
tierra. —No necesitarás ropa durante bastante tiempo, —le informó—.
Porque pienso mantenerte desnuda todo el tiempo que pueda.
Ella se zafó de su abrazo para ejecutar una dramática caída sobre su
espalda con la mano en la frente. —Tal vez deberías reconsiderar un harén de
cortesanas. —Suspiró—. No creo que sobreviva a la cama del infame Corazón
Negro de Ben More.
Dorian se puso de lado para observar su carne pálida y boca abajo, y su
mano trazó la parte inferior de un pecho perfecto. —¿Quieres ayudarme a
entrevistarlas?, —le preguntó con ligereza.
Ella apartó la mano con una mirada peligrosa. —¡Claro que no!, —resopló
ella, sólo medio en broma—. Le sacaría los ojos a cualquier mujer que se
atreviera a tocarte.
La mano de Dorian volvió a su pecho y sus dedos se dirigieron hacia el
otro. —No tenía ni idea de que fueras tan despiadada, Lady Blackheart, —se
burló, lamiendo un pezón y luego soplando en él por el puro placer de ver
cómo se fruncía.
—Oh, sí. —Su jactancia fue interrumpida por un jadeo—. He disparado a
un hombre, ya sabes, y he apuñalado a otro. Puedo ser bastante peligrosa
cuando lo necesito.
Dorian se puso sobrio, sus pulmones se desinflaron mientras pasaba sus
grandes manos por la delicada línea de su brazo. Volvió a pensar en lo frágil
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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

que era, en lo fácil que se rompía, en lo fácil que se perdía. —¿Ser mujer es
siempre aterrador?
La sonrisa de Farah se desvaneció, pero un brillo juguetón aún permanecía
en sus dulces y plateados ojos. —Vaya pregunta. ¿Qué quieres decir?
—Eres tan suave, tan frágil, —se maravilló—. Como un bocado de la más
rara delicadeza esperando a ser presa. Y nosotros, los hombres, no somos más
que lobos, no, buitres. Malditos depredadores, —maldijo—. ¿Cómo tienen
ustedes, señoras, el valor de salir de la casa? Mejor aún, ¿por qué lo permito?
—Empezó a pensar en todos los peligros que el mundo encerraba para ella
más allá de sus brazos y las palmas de sus manos empezaron a sudar.
Ella trazó la larga cicatriz que había recibido de una cuchilla pirata del
muelle años atrás. —¿No crees que estás dejando que tus experiencias vitales
singulares te nublen un poco la vista? Viví entre peligrosos criminales y
bohemios durante casi veinte años sin ser presa de ellos. —El calor calentó la
plata de sus iris hasta un gris-verde más oscuro—. Y es una lástima, ya que he
descubierto que disfruto mucho siendo tu presa.
Ese inquietante instinto posesivo se disparó, el que había sentido por
primera vez en la biblioteca de Applecross. —Sólo mía, —declaró a la noche.
—Sólo he sido tuya, —afirmó ella.
Él la miró fijamente, con el corazón en la garganta. —Te quiero, Farah.
Ella parpadeó rápidamente, apareciendo una niebla en sus ojos. —Yo
también te quiero, Dorian.
Él le cogió la barbilla, obligándola a mirarle a la cara. —No lo entiendes.
Siempre te he amado. Desde el momento en que te vi en ese cementerio te amé
con la fuerza de un hombre. Tanto, que me aterrorizó más de lo que puedes
imaginar.
Para su asombro, el rostro de ella cayó, apareciendo una arruga de
preocupación entre sus cejas. —¿Es que no te has dado cuenta? Siempre lo he
sabido. —Capturó un tirabuzón con el dedo, la acción era algo con lo que
había soñado durante años y que pensaba hacer el resto de su vida.
La arruga sólo se hizo más profunda. —Entonces, ¿por qué lo negaste
antes? ¿Por qué me rompiste el corazón cuando te lo ofrecí?
La vergüenza le atravesó, y no se atrevió a mirarla a los ojos. —En mi
mundo, si te importa algo, es una debilidad que tus enemigos pueden usar
contra ti.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Eso no me importa. —Farah cubrió su mano con la suya—. ¿Qué más?


—Es lo que he dicho antes, —murmuró, tratando de encontrar las palabras
para expresar la profundidad de su disfunción—. Estaba-estoy roto. No sólo
tengo miedo de causarte daño mientras duermes, sino que si me permitiera
amar, tener esperanza, la fuerza de mi amor te consumiría, te destruiría, de
alguna manera. No sé. Asfixiarte o repelerte.
Ella calmó su agitación con su tacto, y a él le encantó que ya no se apartara,
sino que se fundiera en el calor de su caricia.
—Eso no es lo que hace el amor, —susurró ella, levantando la cabeza para
apretar un beso sobre su corazón—. Por supuesto que lo consume todo, pero
el amor, el verdadero amor, no destruye ni asfixia. Es todo lo contrario a una
debilidad. El amor fortalece. Libera. Se amolda a cada fibra de tu ser y te
fortalece donde puedes estar roto. Es tan necesario para el cuerpo y el alma
como la comida o el agua. No puede repelerme. Sólo puedo sentirme humilde y
asombrada por el precioso regalo de tu amor. —Su voz se quebró y sus ojos
derramaron lágrimas que había estado conteniendo—. Es lo que más he
deseado siempre en este mundo, desde el momento en que te vi. Enfadado y
herido en el cementerio de Applecross. Quería quedarme contigo, abrazarte
así y enseñarte a amar.
La garganta de Dorian ardía. Sus palabras. Sus ojos. Sus lágrimas. No podía
soportar su visión sin que su corazón se expandiera hasta reventar el pecho.
Con la mandíbula apretada, parpadeó ante una borrosidad extraña en sus ojos.
Presa del pánico, se levantó como un rayo, dispuesto a huir.
—¡Dorian, no! —Farah lo sorprendió lanzando un largo, y suave brazo
sobre él, envolviendo su cuerpo alrededor del suyo con tanta fuerza que
tendría que herirla para poder desprenderse. —No huyas de esto.
—Farah, —graznó, la advertencia se perdió en el aluvión de emociones que
se agolpaban en su garganta.
—Eres mío, Dorian Blackwell, —dijo ella con una posesión salvaje tan
ajena a su rostro angelical—. Sólo mío.
Saboreó la sal de su lengua cuando la besó, sintió una fría humedad en sus
mejillas cuando ella lo acogió en su cuerpo, fundiendo sus miembros alrededor
de su tronco.
Él se agarró, ella se aferró. Sus manos vagaban y exploraban. El placer no
tardó en florecer y la sangre en cantar. Una culminación simultánea tan dulce

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

y prolongada desprendió cualquier barrera que quedara entre ellos, fundiendo


sus almas y sus voces en una canción arcaica de felicidad palpitante.
Dorian mantuvo su cuerpo envuelto en él mientras los metía bajo las
sábanas.
Una vez acomodados, le besó los párpados. —Te quiero. —Sus pómulos—.
Te quiero. —Enraizado en la suave curva de su hombro—. Te quiero.
Ella levantó la cabeza, una sonrisa luminosa mostrando sus pequeños y
uniformes dientes. —Me alegro de que te estés acostumbrando a la frase. —Le
besó la mandíbula—. Tendrás que decirlo al menos una vez al día. Durante el
resto de nuestras vidas.
Él ya lo había planeado, pero levantó las cejas en señal de sorpresa,
encantado de que ella volviera a ser juguetona. —¿Todos los días, dices?
—Y mucho más a menudo los días en los que estoy enfadada contigo, —
advirtió sabiamente.
—¿Por qué te vas a enfadar conmigo?
Le dirigió una mirada imperiosa. —Créeme, habrá ocasión.
Su risa sonó extraña, incluso para sus propios oídos. —¿Hada?, —
murmuró, con una languidez somnolienta que le recorría los huesos, su
pequeño cuerpo lo calentaba.
—¿Mmmmmm? —Ella luchó con sus propios párpados pesados,
aparentemente incapaz de abrirlos lo suficiente para verle bien.
—Te quiero.
Su bostezo hizo crujir su mandíbula y le dio una palmadita en el pecho. —
Eso dijiste.
—Lo dije como Dorian. Pero debo decírtelo también una vez al día por
Dougan.
Su barbilla se tambaleó, pero esta vez la lágrima que rodó por su mejilla no
contenía tristeza, sólo alegría, por lo que la besó desde su mejilla, y se movió
para darle la vuelta y dejarla dormir.
—A veces me observas mientras duermo, ¿verdad?, —preguntó ella, más
alerta ahora.
Dorian no le contestó.
—¿No podrías hacer eso esta noche, pero también abrazarme?

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—Realmente no debería...
Ella le puso una mano en el pecho, aprisionando su espalda contra la cama.
—Quédate.
—¿Y si te hago daño...?
—No lo harás, —insistió ella, y dejó caer su mejilla contra su pecho, con
las piernas aún abiertas sobre él. Se quedó dormida en un instante, como
cuando eran niños.
Dorian se quedó despierto y la observó. Su miedo se fundió en una
verdadera comprensión. Ella no era su debilidad. Durante toda su vida
olvidada por Dios, ella había sido la fuente de su fuerza, y ahora que estaban
reunidos podía conquistar cualquier cosa. Incluso el pasado.
Especialmente el futuro.
Dorian cerró los ojos, identificando el espacio en su alma como paz y
esperanza.
Antes de que el sueño se lo llevara, le susurró al oído el juramento que
repetiría cada noche hasta que el tiempo reclamara su merecido.

Os hago mi corazón
Al salir la luna
Para amar y honrar,
A través de todas nuestras vidas.
Que renazcamos,
Que nuestras almas se encuentren y conozcan.
Y amar de nuevo.
Y recordar.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

EPILOGO

—¡Por el amor de Dios, Blackwell, deja de pasearte y tómate otro trago! —


Murdoch maldijo, dando un manotazo a un Tallow que se callaba—. Estás
haciendo girar la habitación con tus idas y venidas. Si no lo dejas, me marearé.
—Creo que es el whisky el que hace girar la habitación. —Tallow tomó la
botella de Murdoch y se la entregó a Frank Walters, quien, a su vez, se la
entregó a Christopher Argent.
—Lady Blackwell ordenó que teníais que estar al menos borracho antes de
dejaros entrar a verla. Estoy cumpliendo mi parte del trato, —gritó Murdoch.
Dorian hizo una pausa en su paseo por la galería de Ben More sólo para
fruncir el ceño ante su mayordomo borracho. Había elegido este espacio
abierto para esperar el trabajo de parto de Farah mientras los tapices de las
paredes silenciaban su angustia. —¿Desde cuándo todo el mundo en este
maldito castillo ha empezado a recibir órdenes del Blackwell equivocado?, —
gruñó, todavía enfurecido por haber sido expulsado de la sala de partos por su
esposa y una pandilla de mujeres mandonas.
En camino, le habían dicho. Esta empeorado las cosas con su ceño fruncido y sus
órdenes, le dijeron.
Él no fruncía el ceño.
Con un movimiento suave, Argent les sirvió a cada uno una copa de cristal
de licor y le entregó una a Dorian. —Es la mejor cosecha de Highland de Laird
Ravencroft —dijo con una voz tan oscura y rica como el whisky en su vaso—.
Te lo ha enviado precisamente para esta ocasión. Ahora deja de fruncir el ceño
y toma un trago.
—No me joda...
—¡Ya he terminado! —Una poderosa voz resonó en el gran salón, e hizo
que cada uno de los antiguos convictos de Newgate desviara la mirada tan
rápido como pudo, estudiando los tapices o sus botas con gran interés.
Dorian tiró su bebida y dejó el vaso en el suelo cuando un manojo de
tirabuzones de marta y manos pegajosas se abalanzó sobre sus brazos.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—¡Papá, la niñera me ha hecho bollos y mermelada de melocotón! —Faye,


la hija de cuatro años de Dorian, le pasó una mano manchada de confitura por
el ojo marcado.
—Ya lo veo. —Dorian se rió y la cogió en brazos, acercándola a su pecho
mientras sus piernas regordetas le rodeaban las costillas.
—¡No puedes ver!, —le recordó ella lastimosamente—. Estoy cubriendo tu
ojo de hada.
Dorian sonrió, acercando a su hija mientras aliviaba parte del miedo
paralizante de su corazón. —Así es, pero ciertamente puedo sentir la
mermelada que me estás untando en la cara. —Besó su cálida mejilla, que
también sabía a las increíbles conservas de melocotón de Frank Walter. Pensó
que ella ya habría superado este juego. Lo habían inventado cuando ella era
una niña pequeña y tenía miedo de su ojo azul lechoso con cicatrices. Él le
había dicho que ella y su madre eran hadas, y que tenía que tener el ojo mágico
para verlas, ya que ellas podían elegir ser invisibles para los demás, pero él
siempre podía verlas. Ahora, cuando se sentía descarada, le tapaba el ojo para
—esconderse— de él.
—¿Con quién estás hablando, Blackwell? —preguntó Argent en un tono
exagerado—. No veo a nadie.
Todos en el Castillo de Ben More y en la Abadía de Northwalk se habían
vuelto muy adeptos a fingir que no veían a la chica mientras correteaba por
ahí. A Dorian le sorprendió que Argent se uniera al juego, pero el asesino más
mortífero de Londres parecía tener más que unas cuantas sorpresas, incluso
después de todos estos años, y la menor de ellas era su elección de esposa.
—No te hagas la invisible hoy, pequeña Faye, tu madre va a tener un bebé,
—la engatusó Dorian.
—Oh, está bien. —Ella suspiró, sus adorables ojos grises le guiñaron el ojo
mientras, literalmente, retiraba la mano de su ojo—. No soy invisible.
Todo el mundo, reconocio, la aparición de una diminuta hada en los brazos
de Dorian, y luego saludaron apropiadamente a la pequeña Faye Marie, lo que
no dejó de causarle gracia.
—Papá, ¿puedo llamar a mi hermanita Kitty?.
—¿Quieres ponerle a tu hermana el nombre de un gato?, —preguntó él,
aceptando el paño ofrecido por Nanny.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

—No seas absurdo. —Ella se rió mientras él la ayudaba a lavarse los


pegotes de las manos—. Quiero llamarla como todos los gatos. —Abrió los
brazos para abarcar a todas las queridas criaturas vivientes y casi se cayó de
sus brazos en su exuberancia.
—Por supuesto que sí, —murmuró él con ironía.
Su sonrisa se iluminó, si es que eso era posible. —Eso es lo que dijo mamá.
Gemma apareció en lo alto de los escalones de piedra. —Tu mujer
pregunta por ti, —anunció.
—¿Está bien?, —exigió, apretando a su hija contra sí hasta que se retorció.
Los labios de Gemma se abrieron en una amplia sonrisa, pero se limitó a
señalar el pasillo. —Véalo usted mismo.
Con el corazón desbocado, Dorian subió las escaleras de dos en tres, con
Faye chillando de placer en su oído.
Cuando llegó al vestíbulo, la comadrona, una mujer de mediana edad tan
delgada y frágil que apenas podía entender cómo sus huesos no crujían, le hizo
una seña desde la puerta del dormitorio.
Dorain encontró a Farah recostada contra una montaña de almohadas, con
los ojos desorbitados pero sonriendo.
El alivio lo invadió como una tormenta de fuego, y por un momento se
preguntó si podría desmayarse de la fuerza.
Su Hada había sido lavada y tenía sábanas frescas, su pelo, fuertemente
trenzado antes del parto, ahora aureolado por húmedos y escapados
tirabuzones.
Parecía un ángel a punto de ahogarse en una nube de mullidas sábanas
blancas.
—Entra, mi amor, —animó débilmente. Sus brazos rodeaban un pequeño
bulto acurrucado en su pecho—. Ven a conocer a tu hijo.
—¿Hijo? —Se sentía ridículo, pero de alguna manera nunca se le había
ocurrido que sería padre de un niño. Faye Marie estaba tan segura de que iba a
conseguir una hermana que, de alguna manera, había convencido a sus padres
de que así era. Bajó la vista y respondió a la mirada de sorpresa de su hija con
una propia.
Un hijo.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Estaba consiguiendo acostumbrarse a ser impotente ante la voluntad de


una criatura femenina salvaje que apenas le llegaba a las rodillas. Su —pequeña
Faye— podría tener los tirabuzones angelicales y los suaves ojos grises de su
madre, pero el pelo de ébano y la falta de respeto por las reglas la marcaban
como una Blackwell pura. Ella lo era todo para él, una mezcla dinámica de
curiosidad, travesura y amor incondicional. Le había robado el corazón desde
el primer momento en que la vio. Él sabía cuál era su papel, su lugar en su vida.
Quererla. Protegerla con su vida. Ofrecerle un refugio y una educación.
¿Pero un niño? ¿Cómo podía alguien como él enseñar a un niño a
convertirse en un hombre? El pánico le hizo sentir una punzada en el pecho, y
tuvo que luchar contra los puntos brillantes que bailaban en su visión.
Faye Marie se retorció para que la dejaran en el suelo, y Dorian permitió
que se deslizara por su pierna y se precipitara a la cabecera de la cama.
Farah levantó la suave manta para descubrir una cara pellizcada y dormida
y un puño imposiblemente pequeño.
Dorian parecía no poder hacer que sus pies se movieran.
—¿No es precioso?, —susurró.
—La verdad es que no, —dijo Faye de forma bastante dramática—. Está
tan rojo. Y arrugado.
Farah soltó una risa suave y agotada. —Tendrá mejor aspecto en unos días.
—Ciertamente, eso espero. —Faye volvió junto a Dorian y le tiró de la
mano—. Ven a ver, papá.
Se dejó llevar hasta la cabecera de Farah, donde se dejó caer
cautelosamente sobre el contrapiso, tratando de recordar cómo parpadear.
Cómo respirar. Todavía le asombraba que el placer que él y su Hada
compartían produjera un resultado tan extraordinario.

La vida. Él puso vida dentro de ella, y ella creó milagrosamente a otra


persona para que los amara. Alguien más para darles amor.
Con una mano temblorosa buscó a su hijo, cubriendo la mano que ella
tenía contra la espalda del niño. Dios, pero era diminuto, todo el cuerpo casi
engullido por la envergadura de los dedos de Dorian.
La sonrisa que le dedicó Farah contenía el orgullo de una legión de
conquistadores y todo el amor de un santo. —Su nombre es Dougan.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

Su corazón acelerado se detuvo y la miró fijamente, inseguro de cómo


aterrizar las emociones que lo atravesaban. —¿Qué?
—Dougan Mackenzie Blackwell, —le informó ella con suavidad pero con
firmeza—. Le puse el nombre de un niño que merece una segunda
oportunidad en la infancia. Y tal vez, a través de ésta y de nuestra pequeña
criatura Faye aquí, Dougan y Fairy podrán experimentar toda la felicidad y la
magia de una infancia que perdimos.
Como solía ocurrir cuando estaba con Farah, la incertidumbre y el miedo
se desvanecieron, sustituidos por el amor que brotaba de su tacto. —No perdí
nada, —dijo Dorian mientras se acercaba a su esposa y hacía girar un anillo
alrededor de su dedo—. Encontré a mi Hada, y esa es toda la magia que
necesitaré.

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El Salteador de Caminos – Kerrigan Byrne
Rebeldes Victorianos #1

La próxima y emocionante novela de Kerrigan Byrne

EL CAZADOR

protagonizada por el oscuro y peligroso Christopher Argent.

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