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delincuentes Dick Hickock y Perry Smith. Cinco años y unos meses después, ambos asesinos son condenados y
ejecutados en la horca. Luego de las ejecuciones, en 1965, el escritor norteamericano Truman Capote da a conocer
su investigación sobre los acontecimientos mediante la publicación de A sangre fría, libro que la crítica considera
iniciador de un nuevo género literario: la no ficción.
Sin embargo, varios años antes de la publicación del texto de Capote, en 1956,Rodolfo Walsh comienza la
investigación sobre los fusilamientos ilegales de José León Suárez ordenados por el gobierno dictatorial de Pedro
Eugenio Aramburu y, un año más tarde, en diciembre de 1957, saldrá la primera edición de “Operación masacre”,
obra con la cual nuestro autor pone en cuestión la manera de representar los hechos reales en la literatura y,
además, coloca a Rodolfo Walsh como el primero en presentar un género construido en el cruce entre la
investigación periodística, los recursos del policial y el testimonio.
LA LITERATURA DE NO FICCIÓN
La literatura se define tradicionalmente a partir del concepto de ficción, según el cual la literatura es
producto de una invención. Como tal no presenta un mundo real sino que construye uno de ficción. Quien escribe
literatura no produce un texto que pueda someterse a una prueba de verdad, espera que se acepten las
convenciones propias de la literatura, que se establezca un pacto con el texto por el cual el mundo ficcional
presentado se admita como un mundo posible. El mundo ficcional casi siempre incorpora elementos de la realidad:
se mencionan hechos o personas existentes, se sitúa el relato en un tiempo realmente pasado o presente, en un
lugar histórico, etc.
La literatura de no ficción tiene, como uno de sus rasgos distintivos, el tratar con la verdad, el tomar como
material hechos y personajes estrictamente reales. Constituye un intento particular de introducir la novela en la
realidad o de tratar lo real “novelísticamente”. De allí que, a la vea, sea no ficción y literatura.
Pero luego los límites entre literatura y periodismo se volvieron borrosos. En la década de 1960, en los
Estados Unidos, el nombre que se acuñó para esa nueva forma de periodismo literario fue nuevo periodismo.
La literatura de no ficción –o nuevo periodismo- tiene de trabajo periodístico, en primer lugar, el modus
operandi de la llamada investigación. El periodista que investiga no se limita a recibir un cable proveniente de una
agencia informativa y a reescribirlo. Por el contrario, luego de enterarse de los hechos del día, abandona el edificio
del diario, recorre las calles, llega al lugar de los acontecimientos antes de que se produzcan o permanece una vez
que se han producido y observa el ambiente, los detalles, los participantes. Persevera hasta dar con las personas de
las que va a ocuparse o hasta ser recibido por ellas, se queda semanas enteras a su lado, capta su gestualidad, el
tono de sus voces, el dramatismo de la escena que protagonizan, su pasado. Sólo entonces, escriben.
Tanto Capote como Walsh empleaban como material la realidad. Sin embargo, las obras del nuevo
periodismo no son sólo periodismo. Además de ajustarse por completo a algo efectivamente ocurrido y de emplear
técnicas de investigación propias de la actividad periodística, se producen textos que pueden leerse como novelas,
relatos largos, cuentos. Por ejemplo: “A sangre fría” y “Operación masacre” tienen la estructura de un relato policial
clásico; emplean como técnica narrativa la intercalación de historias o se llega al tronco narrativo “por las ramas”; se
utiliza el narrador testigo, que no expresa sus emociones, pasiones, reflexiones, y hace que los hechos fluyan
naturalmente sin que se explicite su conexión; se ahonda en la psicología de los personajes o en su biografía