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La nueva narrativa
hispanoamericana
TEMA 4
LA NUEVA NARRATIVA.
1. Introducción
Acercamiento teórico.
Acercamiento teórico:
Actividades:
Acercamiento teórico:
Actividades:
Como vimos, para Cándido uno de los elementos que propicia el trasvase de uno a otro modo
narrativo tiene que ver con el paso de esa visión de Hispanoamérica como ‘país nuevo’ a la
conciencia del subdesarrollo y las consecuencias a nivel literario que dicha actitud acarrea.
Donald Shaw, en su imprescindible Nueva narrativa hispanoamericana, apunta que la fecha en
la que ya se ha impuesto este fenómeno es la década de 1940 y cita una serie de obras
fundamentales que se publican a lo largo de esa década. No obstante, también destaca que
hubo, anteriormente, años decisivos, como los comprendidos entre 1926 y 1932:
Sea como sea, lo que estas discusiones demuestran es el papel esencial que la narrativa va a
empezar a desarrollar en todos los países a la hora de entender la propia realidad
hispanoamericana:
Entramos en unos años en los que la narrativa hispanoamericana adquiere una enorme
visibilidad y prestigio, también debido a la calidad de los textos que se empiezan a publicar en
el mercado editorial en esta época. Se habla del “boom” porque en los años 60 se produce
todo este proceso. Se supone que esta mirada comienza en 1962, cuando el novelista peruano
Mario Vargas Llosa gana el Premio Seix Barral, un premio español, con su novela La ciudad y los
perros. Al igual que se produce este reconocimiento, va a haber otras publicaciones que van a
obtener la misma notoriedad. En ese mismo año, se publica una novela del mexicano Carlos
Puentes titulada La muerte de Artemio Cruz. Ya en 1963, Julio Cortázar, autor argentino, publica
Rayuela. En el 67, Gabriel García Márquez, colombiano, publica Cien años de soledad.
Cuando se produce este boom en los años 60, que tiene que ver con estos autores publicando
en editoriales prestigiosas y generando discusiones en Europa, además de siendo traducido a
muchos idiomas, se ha creado este concepto de “boom interno”, de una narrativa también de
mucha calidad, pero que no ha trascendido fuera de las fronteras nacionales, sin alcanzar
mucha visibilidad. Por tanto, con eso hablamos de esta época como ese “boom interno” a
partir de los años 40 dentro de los territorios de Hispanoamérica, y ya entonces en los años 60
es cuando se produce ese “boom externo”. Esos autores del boom externo son los que abren
los ojos a esos territorios de fuera de que existe una literatura igual de valiosa que no ha tenido
las mismas oportunidades que ellos. A ese “boom interno” de los 40 se la conoce también por
un término, un poco difuso, como el de “la nueva narrativa hispanoamericana”.
En estos años, dentro de Latinoamérica, suceden varias circunstancias diversas, que potencian
el auge de esta nueva narrativa:
Dos décadas después de que ya la poesía hubiera defendido su absoluta autonomía y su “non
serviam”, ahora es la narrativa la que responde a esa crisis del positivismo que se produce a
comienzos del siglo XX y que viene, también, sostenida por lo que Ricoeur llamó los ‘filósofos
de la sospecha’: Nietzsche, Marx y Freud. Se quiebran así tres de los elementos fundamentales
del pensamiento occidental anterior: la idea de Dios (o la transcendencia); la confianza en el
otro (la sociedad) y finalmente la confianza en uno mismo. Por tanto, ahora ese yo, esa
identidad, pasa a ser algo total y completamente relativo. Tenemos un mundo que entra en
crisis frente a sus propios valores previos. No es que ellos lo rompan, sino que ellos son
conscientes de esta ruptura. Asimismo, el Surrealismo, emparentado como sabemos con lo
onírico y lo inconsciente, será una influencia muy importante dentro de esta ‘nueva narrativa
hispanoamericana’. Así pues, tal y como cambia la realidad, tiene que cambiar también la
propia narrativa que nos habla de ese cambio de la realidad.
A todo esto, habría que añadirle los efectos de la Primera Guerra Mundial (X), que también
produce un terrible impacto en el pensamiento occidental. A partir de este momento, hay una
confianza en el progreso tecnológico y en la razón humana como motores que se suponen que
van a impulsar una mejora en la vida de las personas. Una de las cosas que va a pasar con todo
esto es la conciencia de que ese progreso también es destructivo, que no implica una mejora
en las condiciones de vida de esas personas, sino matar a las mismas personas de una forma
más sencilla y en mayor cantidad. Esto genera este aumento de la duda, de la sospecha, de
separarse un poco de la razón como elemento salvador de la humanidad. A esto se ha unido
también la conciencia medioambiental, a cómo todo este progreso está afectando también de
forma negativa al medioambiente, deteriorándose así la confianza en esos tres elementos.
Sin embargo, estas tendencias no se van a dar de forma igualitaria en todo el terreno de
Hispanoamérica, ya que veíamos que las circunstancias de cada región son diversas, y que, por
tanto, exigían respuestas diversas.
Nueva narrativa
como la nueva
asunción de la
realidad
Narrativa de la
Narrativa del Río
tansculturación
de la Plata
(Indoamérica y
(Iberoamérica)
Afroamérica)
Lo metafísico y lo
Lo transcultural
fantástico
2. La narrativa del Río de la Plata
Si comenzamos a entender esta literatura, hay que fijarse primero en el manifiesto de Ernesto
Sábato, titulado Propensión metafísica de la literatura argentina:
El artículo empieza hablando de que Argentina es una nación conformada por la inmigración
europea. No son países con un pasado indígena, sino que son naciones muy jóvenes basadas
en un pensamiento que ya comienza a estar en crisis, cuando todavía no lo habían ni siquiera
asimilado. Por lo tanto, el estallido ahí es mayor, Cuando hablamos de que ellos asumen el
pensamiento europeo, es verdad, pero tampoco encaja de forma natural, ya que eso no es
Europa. No encaja. Son hijos desplazados, un poco ilegítimos, de Europa. En Argentina, sin
embargo, no le queda otra opción, porque no tienen una tradición anterior, ya que toda esa
población indígena está perdida, pero es una opción que no entra en su pensamiento por su
lejanía. Todo esto genera esta mezcla explosiva.
Hay una entrevista de Cortázar sobre su experiencia en París cuando publicó su primera obra
Bestiario (1951) en la que comenta lo siguiente:
Cuando uno habla con un francés medio, ve que está perfectamente seguro
de sí mismo, intelectualmente. Y es porque tiene a su espalda al abuelito
Pascal, al abuelito Descartes, al abuelito Montaigne. Si para ese francés
todo está resuelto, nosotros, los argentinos no tenemos eso y ustedes, los
uruguayos tampoco lo tienen. […] Y eso que aparentemente es una
desventaja de argentinos y uruguayos […] trata de volverse un arma
positiva: utilizar esa falta de continuidad, de certidumbre cultural, para
tratar de moverse en terrenos nuevos. Nosotros tenemos la necesidad y la
posibilidad de explorar.
Estos países llegan de la tradición europea, pero no son Europa. Se pueden considerar
europeizantes, pero no europeos. En Argentina, asumir, ya no una, sino múltiples tradiciones
europeas se hacen con una facilidad pasmosa, porque en el fondo no tienen esta cultura
propia. Luego es lo que dice que la literatura es lo que mejor puede solucionar este conflicto,
como una expresión híbrida, y quizá por estar en ese espacio es capaz de dar cuenta de una
forma más eficaz, más compleja, más profunda, de determinados aspectos de eso tan
complejo de aquello que es el ser humano. Termina entonces diciendo que esta literatura de
corte metafísico no es que sea algo europeo y que haya que rechazarlo, sino que comenta que
aquí es más urgente. No están copiando a Sartre o a Camus, sino que tienen esa emergencia de
responder quiénes son, como nación y como individuos.
En este ambiente de desconfianza e incertidumbre, el hecho de optar por una literatura de
indagación existencial o “fantástica” no es un rasgo de escapismo o de huida de la realidad: en
el fondo esta era la única manera de acercarse a la realidad, pero construyéndola de nuevo,
nombrándola desde cero.
Carlos Fuentes se refiere a la capital argentina en esos mismos términos, pero añadiéndole un
componente más: la necesidad de “decirse”, de “verbalizarse”. Precisamente debido a esa
amalgama de voces que la inmigración ha superpuesto en aquel espacio, la ciudad y las gentes
que la habitan no pueden reconocerse en ninguna de ellas; necesitan edificar un nuevo
lenguaje:
Quien conoce a Buenos Aires sabe que el más fantástico vuelo de Borges ha
nacido de su patio, de un zaguán o de una esquina de la capital porteña.
Pero quien conoce a Buenos Aires también sabe que acaso ninguna otra
ciudad del mundo grita con más fuerza: ¡Verbalízame! Una vieja boutade
dice que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas
y los rioplatenses de los barcos. Ciudad sin historia, factoría, urbe transitiva,
Buenos Aires necesita nombrarse a sí misma para saber que existe, para
inventarse un pasado, para inventarse un porvenir.
Ese “inventarse un pasado” es precisamente lo que intentarán los escritores de esta época,
hacerlo desde la influencia extranjera, pero contradiciéndola a la vez, al romper, incluso
violentamente, con todas las categorías del realismo psicológico o sociológico; no obstante,
dicha ruptura funciona no como una huida, sino como la única posibilidad de crear un mundo
desde la carencia, desde el vacío.
La mirada interrogadora de estos autores está muy volcada en lo circundante, pero al no hallar
allí aquella «autenticidad» que anhelan deben edificar otras sociedades distintas (alejadas en
el tiempo o en el espacio) a veces para trasladar a ellas sus deseos, pero casi siempre para
terminar convenciéndose de que allí tampoco es posible la «esencialidad». Esa persecución,
por tanto, se convierte en frustración y en vuelta a empezar: de ahí, las temáticas sobre el
viaje, sobre la pérdida dentro de un espacio hostil, sobre los puentes, los pasajes, los
laberintos…; todas ellas vienen a desvelar una inquietud argentina (y latinoamericana) aún no
resuelta: esa carencia de una idiosincrasia, de una realidad.
Borges comenta en “Avatares de la tortuga”, que aparece publicada en su obra Discusión (1932)
comentó lo siguiente:
Para Borges, el mundo es falso, y por eso no habría que tomar en serio sus textos, porque es él
mismo el que no se toma en serio. Borges es un niño jugando con la filosofía.
Alazraki explica cómo la literatura fantástica surge a comienzos del siglo XIX y se desarrolla
durante dicho siglo, precisamente cuando el ámbito occidental se halla en pleno apogeo del
racionalismo. En esta narrativa fantástica, lo monstruoso, lo otro, queda fuera del ámbito de lo
normal. Lo normal se explica mediante la razón, pero queda una zona oscura, que está fuera de
lo normal, y hay un límite claro entre esas dos realidades. A nadie se le pasa que hay algo que
no puede explicar la razón. Un ejemplo de esto es la literatura de Edgar Allan Poe o de E.T.A.
Hoffmann, entre otros como Mary Shelley con Frankeinstein (1818), Drácula (1897) de Bram
Stoker o El extraño caso del Dr. Jekyll & Mr. Hyde (1886) de Robert Louis Stevenson. Todas estas
figuras son el emblema de lo fantástico. Para buena parte de los teóricos, la intención de este
tipo de narraciones es, como hemos dicho, generar miedo. El pensamiento de dicho momento
histórico, convencido del poder de la razón, genera historias que quedan al margen de esta,
que son como su sombra.
Uno de los mecanismos que utilizarían los autores para romper esa frontera entre la realidad y
lo otro serían las metáforas epistemológicas. Es un concepto que utiliza Alazraki que dice que,
para construir esos mundos donde lo normal y lo anormal conviven, donde lo otro entra sin
dificultad en el mundo normal, en muchas ocasiones estos autores utilizan metáforas que no
son posibles de explicar de manera unívoca, sin referente único y claro, sino como mundos
propios que, si intentamos darle un sentido metafórico, no podemos nunca cerrarlos. Nos
hablan de una forma oblicua de la realidad. Sentimos que hay algo de la realidad, pero no lo
sentimos de manera directa. Es una metáfora que genera cierto conocimiento de ese mundo.
Cortázar tiene un cuento, Carta a una señorita de París, que forma parte de su publicación de
Bestiario (1951), en el que el protagonista escribe una larga carta explicándole a una joven que
le ha dejado su casa en París llamada Andrée porqué cuando regrese se la va a encontrar
destrozada, y la razón es que él “vomita conejitos”, pero que ese hábito se ha descontrolado. Él
lo está contando con toda la seriedad, sabe que es extraño, pero es su realidad. Nunca dice el
texto “esto es una metáfora”, sino que hay un joven que vomita conejitos, y que poco a poco
esos conejos se vuelven más salvajes e incontrolables. Sin embargo, ahí tenemos a los críticos
creando miles de lecturas, que a su vez ninguna se cancela entre sí. Son metáforas abiertas. No
hay nada oculto que se desvela, sino que es una metáfora epistemológica, una metáfora que
trasciende lo que se puede conseguir con una lectura atenta.
Para estudiar más detenidamente esta literatura del Río de la Plata, vamos a centrarnos en una
serie de cuentos de Borges, desde esta idea de que su literatura nace, según él, desde un
escepticismo radical. Sus escrituras tendrían que ver con la búsqueda de lo exótico, de lo
llamativo, lo estrambótico, no desde la verdad. Entonces, nosotros vamos a partir desde esta
idea de que Borges crea composiciones artificiales, ficticias, en donde juega a construir estos
mundos, tomando todo lo que le interesa, formando esos “insterticios de sinrazón” como él
mismo comentaba, todo lo que le interesaba de la tradición europea, pero sin creerse nada.
Durante los años treinta su fama crece en Argentina y publica diversas obras en colaboración
con Bioy Casares, de entre las que cabe subrayar Antología de la literatura fantástica. Durante
estos años su actividad literaria se amplía con la crítica literaria y la traducción de autores
como Virginia Woolf, Henri Michaux o William Faulkner. Es bibliotecario en Buenos Aires de
1937 a 1945, conferenciante y profesor de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires,
presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, miembro de la Academia Argentina de las
Letras y director de la Biblioteca Nacional de Argentina desde 1955 hasta 1974. En 1961
comparte con Samuel Beckett el Premio Formentor, otorgado por el Congreso Internacional de
Editores. Desde 1964 publica indistintamente en verso y en prosa.
Borges utiliza un singular estilo literario, basado en la interpretación de conceptos como los de
tiempo, espacio, destino o realidad. La simbología que utiliza remite a los autores que más le
influencian -William Shakespeare, Thomas De Quincey, Rudyard Kipling o Joseph Conrad-,
además de la Biblia, la Cábala judía, las primigenias literaturas europeas, la literatura clásica y
la filosofía.
Publica libros de poesía como El otro, el mismo, Elogio de la sombra, El oro de los tigres, La
rosa profunda, La moneda de hierro y cultiva la prosa en títulos como El informe de Brodie y El
libro de arena. En estos años Borges también publica libros en los que se mezclan prosa y
verso, libros que aúnan el teatro, la poesía y los cuentos; ejemplos de esta fusión son títulos
como La cifra y Los conjurados.
Seminario de los cuentos de Borges: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, Las ruinas circulares y Funes, el
memorioso
Borges descubre a través del azar que una serie de intelectuales están escribiendo una
enciclopedia para crear un nuevo mundo, y lo acaban haciendo posible. La idea del lenguaje.
Hacemos la enciclopedia a través de él, al igual que la ficción. Lo mismo que usamos para
contar la realidad, podemos tenerlo como ficción. Por tanto, ¿podemos fiarnos de esta
herramienta para hablar de verdad? La respuesta, según Borges, es que no. Todo lo que se
explique con el lenguaje ya es ficcional. La enciclopedia, además, se ve como fruto de la
“soberbia humana”, de necesidad de contener todo el saber, ya que “tendríamos” todo el
saber. Esa misma soberbia está en las obras que crean Tlön, porque aquí se proponen inventar
un nuevo mundo.
Este cuento a Borges, sin embargo, nos describe ese mundo ficticio en todos sus aspectos, por
lo que Borges consigue en Tlön un cuento que podía ser infinito, describiendo lo que más le
interesara de ese mundo, porque podría estar desarrollando lo que hay en esa enciclopedia
ficticia. Habla de allí la filosofía es una rama más de la literatura fantástica. En Tlön lo que pasa
es que no hay verdad, pero es que eso mismo es lo que habla en sus cuentos, de la incapacidad
de hablar de una verdad cerrada.
Ruinas circulares:
Funes el memorioso:
Narrador testigo que por la edad y el año no puede ser el propio Borges pero se le parece. No
hay intención de que sea él. Lo que nos interesa es cómo esa capacidad memorística de Funes,
que en un momento parece un elemento positivo, paulatinamente se convierte en una
condena. Funes es incapaz de pensar y tiene problemas con el lenguaje. No puede llamar
“perro” al mismo perro de las 2 de la tarde y de las 5. Como seres humanos, nuestro
conocimiento depende de la memoria. Una persona con amnesia pierde el conocimiento de su
identidad y de la realidad. Reconocemos el olvido como un fallo para conocer la realidad. Lo
que el cuento demuestra es que esto no es así, que alguien que lo recuerda todo sería incapaz
de pensar. El pensamiento humano inevitablemente será siempre falible, porque una memoria
absoluta como la de Funes impide el pensamiento abstracto. El hombre siempre conocerá una
visión engañosa del mundo. La conclusión del cuento es muy cercana a la de Tlön: la
imposibilidad del hombre de entender el mundo por nuestra forma de comprender la realidad.
Para Borges lo que existe es la duda, nunca un conocimiento totalmente infalible. El ser
humano no puede pensar sin el olvido.
El viaje que realiza a Cuba en los sesenta, le marca tanto que comienza su andadura política.
Apoya a líderes políticos como Fidel Castro, Salvador Allende o Carlos Fonseca Amador. Forma
parte del Tribunal Internacional Russell, que estudiaba las violaciones de Derechos Humanos
en Hispanoamérica. En su Libro de Manuel (1973), queda reflejado su compromiso político. En
los años siguientes se destacan los poemas Pameos y meopas (1971), los relatos de Octaedro
(1974) y Queremos tanto a Glenda (1980) o Un tal Lucas (1979) y Los autonautas de la
cosmopista (1983) de su obra miscelánea. Éste último fue escrito en colaboración con su
tercera y última esposa, Carol Dunlop. En 1984, recibe el Premio Konex de Honor en Argentina.
Poco antes de fallecer, publica su libro de poemas Salvo el crepúsculo (1984) y los artículos
Argentina, años de alambradas culturales (1984). En 1996, se publica póstumamente su ensayo
Imagen de John Keats y en el 2009 aparece Papeles inesperados, una obra miscelánea
encontrada por su primera esposa, Aurora Bernárdez.
No hay nombres reales de ningún personaje. Toman los nombres de sus coches. En una única
frase extensísima, nos describe el mundo del cuento. En general, juega con las enumeraciones
largas y las frases cortas en su escritura. En esta frase Peugeot se encuentra en el centro del
cuento, el resto de coches están a su derecha, izquierda, delante, detrás… el mundo se
construye a su alrededor, con relación a él.
La otra realidad es el atasco. Tiene también su parte irónica, la autopista está creada para ir
rápido, mientras que ellos están parados. Otro rasgo muy importante es la comunidad, dentro
de este atasco viven en comunidad, se ayudan mutuamente y en cierta medida dependen unos
de otros. La autopista en movimiento, por otro lado, supone una individualidad radical. En la
comunidad que se forma reina la paz y en contraste la hostilidad hacia los otros grupos crece.
Establecen roles, reglas, un sitio para los enfermos, se organizan para conseguir recursos…
Elementos como la precariedad y la incomodidad también son propias de este mundo. Sin
embargo, hay una visión mucho más auténtica y natural en esta realidad. Hay amor, amistad…
Los personajes no eligen entrar en esta realidad, se encuentran en ella. Pero al final hay una
aceptación de esta realidad, se siente más reconocido en ella que en la habitual y cuando al
final se ve obligado a abandonarla puede verse lo mucho que le afecta.
El mundo habitual es cómodo, seguro, pasivo… Pero es una renuncia de elementos como lo
natural, la libertad… muchos cuentos de Cortázar hacen esta crítica a la sociedad en la que se
valora o elige la comodidad por encima de todo, con individuos pasivos. Esto de que la
sociedad crea personas pasivas es muy importante, son personas que no se oponen al orden,
no se quieren revelar ni intentar mejorar, no reaccionan, son incapaces. Se sienten
indiferentes. Son incapaces de salir de esta realidad en la que se sientes cómodos pero
aletargados. Ese apaciguamiento del ser humano lleva a la rutina, el aburrimiento y una
sensación de vacío. Esta es la conclusión que puede sacarse del cuento. En esa precariedad del
otro mundo el ingeniero vive de manera más auténtica, se siente más lleno y completo.
En lo neofantástico los vacíos son importantes. De alguna manera ese atasco es una metáfora
epistemológica. Aquí no se nos aclaran las razones del atasco. Además, aquí de pronto la
asistencia que se esperaría es esa situación de crisis no llega. También están desinformados.
Los personajes no tienen nombres, en esta otra realidad se rebautizan, como si se convirtieran
en personas diferentes. No tenemos certezas sobre la vida de estos personajes.
Tampoco se especifica cuánto tiempo pasa. El paso del tiempo se difumina. Puede ser que
pasen varias estaciones o que sean dos meses o unos días. En los primeros días el tiempo se
mide por la luz solar, luego se mide por la naturaleza, por los cambios climatológicos. Otro
elemento que nos permite medir el paso del tiempo es la evolución de la relación amorosa,
Dauphine se queda embarazada. En un lugar como ese no podría saberlo hasta después de
varias semanas. Por no contar el tiempo previo a que se conocieran y se desarrollara la
relación. Desde luego queda claro que no ha podido pasar solo un mes, han tenido que ser
como mínimo varios meses. El cuento no lo aclara.
Llega un momento en el que Peugeot se siente parte de este mundo, lo siente natural. Por
ejemplo, con cómo se toma el embarazo. Pero entonces llega el final del cuento, los coches
empiezan a avanzar, el atasco termina. Pierde de vista a Delphine, y al resto de coches a su
alrededor. Se ve obligado a regresar a la realidad habitual, pero él no quiere hacerlo. Al igual
que entran involuntariamente, salen involuntariamente también.
Al principio del final, él se imagina un futuro junto a Delphine, comer, ducharse… juntos. Que
tendrían muebles en una casa de verdad con todas las comodidades de la vida normal. Se
imagina un futuro maravilloso, se construye un sueño. Esa es su primera reacción. Pero
paulatinamente ese sueño se rompe. La pierde de vista. El personaje renuncia sin luchar, no
intenta recuperarla, encontrarla. Se rinde, rechaza la realidad más auténtica porque implica
luchar, rebelarse. No para el coche, no hace nada para que le piten los demás, nada, solo sigue
adelante. Renuncia con la pasividad típica del mundo habitual.
La isla a mediodía:
Aquí también hay un narrador focalizado. Vuelven a aparecer las dos realidades. Hay una
sensación de naturaleza, de falta de modernidad, es una isla de pescadores, una casa muy
austera… No tiene las comodidades típicas de un resort, no, está buscando una mayor
autenticidad. Durante un tiempo la tiene, se quita el reloj, se desnuda y se baña en el mar frío,
le gusta la vitalidad y el agua… son detalles, pero son detalles significativos.
Se comunica con Clayos y su hijo, aunque no compartan idioma, se ríen juntos… generan una
relación de complicidad muy rápido. En el mundo habitual estaba aburrido, con una sensación
de vacío, a pesar de tener la posibilidad del amor, el trabajo… Tiene todo lo que en esa
sociedad se valora como elemento de éxito. Aun así se siente vacío, al menos es la sensación
que el cuento nos transmite. Para eso necesita la isla. Que vuelva el viejo Marín. Como si
hubiera una transformación. En este caso el acceso a la otra realidad es deseado, una decisión,
casi una necesidad.
Al final se da una vuelta de tuerca. El momento clave está cuando está tumbado entre las
piedras y ve en el cielo el avión en el que solía ir habitualmente. De repente ve cómo el avión
empieza a caer y se estrella. Entonces él se tira al agua para ver si puede rescatar a alguien. Ahí
se encuentra con alguien vestido de blanco que se intenta aferrar a él, intenta nadar, pero que
tiene una herida en el cuello. Pero cuando lo tiende en la arena ve en su cara que ya va a morir,
no queda nada que hacer. En las últimas frases aparece un narrador externo a Marín. La familia
corre a mirar el cuerpo, no entienden cómo ha llegado allí, solo ven un cadáver. Este narrador
que ve la realidad desde fuera de Marin nos dice que los lugareños no se explican como el
cadáver ha llegado allí. Al final descubrimos que Marín es el cadáver, que nunca ha estado
realmente en la isla.
Descubrimos que todo el cuento ha sido una ficción. Marín realmente acaba de aparecer. No
había ningún Marín en la isla. ¿Será que Marín estaba fantaseando sobre vivir en la isla? ¿Se lo
ha imaginado? Ese lugar con el que estaba obsesionado es donde muere. Después de esa hora
de felicidad, que podría haber sido un sueño, una alucinación, un doble… muere. ¿Cómo sabe
Marín que en la isla vive alguien que se llama Clayos si nunca había estado allí? Esto nos
devuelve la duda, volvemos a lo neofantástico. Su capacidad para imaginarse la isla era tan
potente que ha llegado a poder imaginar la verdad, como si la realidad le diera la razón al
sueño de Marín.
3. La narrativa de la transculturación
Si en el ámbito de Argentina o Uruguay o Chile (esa región iberoamericana) según hemos visto
ya, esta nueva narrativa se escapa de la realidad cerrada del regionalismo insertando la duda,
el escepticismo, lo neofantástico, ahora veremos cómo la narrativa de la transculturación (que
se da en Indoamérica y Afroamérica, según la terminología de Ángel Rama), rompe con el
discurso “realista” de otro modo: insertando en su discurso y en su cosmovisión lo propio del
pensamiento indígena o del pensamiento africano. Es decir, su ruptura con lo “real” viene del
hecho de que se abren a una realidad donde otras culturas se entrecruzan y dialogan
conflictivamente con la blanca-occidental.
Nos ha interesado centrarnos fundamentalmente en los términos propuestos por Ángel Rama
(transculturación) y por Cornejo Polar (heterogeneidad), porque son los que me parecen más
acertados, los que han tenido una mayor proyección en los estudios culturales posteriores y
porque, según veremos, al entrelazarlos logran crear una visión enriquecedora y penetrante de
la realidad de estos países. Cuando Ángel Rama aplica a la literatura el concepto de
‘transculturación’ lo hace a partir del libro Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940),
del antropólogo cubano Fernando Ortiz. Ortiz perfila dicha categoría en un intento por superar
un término anterior que él considera insuficiente: el de ‘aculturación’. Básicamente, se trata de
resaltar que, cuando una sociedad somete a otra, los elementos de la cultura dominada no se
pierden sin más para ser reemplazados por los de la dominante, sino que se da un proceso
dinámico en el que ambas se van transformando hasta reinstalarse en un nuevo sistema. Así
explica Rama la definición que había propuesto el antropólogo cubano:
Según el crítico uruguayo, sería necesario matizar esa definición, pues “este diseño no atiende
suficientemente a los criterios de selectividad y a los de invención” que, en su opinión, son las
dos bases fundamentales sobre las que se origina el proceso transculturador (45). En primer
lugar, la cultura que viene de fuera selecciona de entre su propia tradición aquellos elementos
que pueden ser más fácilmente asimilables por la otra comunidad; ésta, a su vez, actúa
rechazando o adquiriendo dichas aportaciones, y, en ocasiones, incluyendo determinadas
tendencias que no formaban parte de ese corpus primero configurado por el donante cultural;
además, la sociedad receptora también ahonda en su propia tradición, buscando los valores
más resistentes, y por lo tanto, los más adecuados para el proceso de reacomodamiento: con
todos esos materiales se estructura una opción cultural que hasta ese momento no existía y
que nunca llega a solidificarse, es decir, que se halla en continua reelaboración.
Así pues, la mirada selectiva se ejerce desde la entidad de dominación sobre sí misma, desde la
dominada sobre lo ajeno y desde esta misma sobre lo propio, camino en el cual gran número
de factores son rechazados, y además aquellos que sí se conservan, son también modificados,
hasta configurar un nuevo espacio ideológico, literario, artístico, etc... En palabras de Rama:
A modo de resumen, Cornejo Polar afirma: “El concepto de hetereogeneidad, en suma, expresa
la índole plural, heteróclita y conflictiva de esta literatura a caballo entre dos universos
distintos”. (2013: 120). Cuando Cornejo Polar acuña dicho término, está tratando de resaltar
cómo el producto que surge de ese choque entre culturas es esencialmente heteróclito. Es
decir, en su opinión, categorías como la de ‘mestizaje’ e incluso la de ‘transculturación’ corren
el peligro de falsear la condición intrínseca de este subcontinente. Porque, desde su punto de
vista, ofrecen
Como nos indican estas reticencias del crítico peruano, la realidad de estos países no se ha
formado mediante un proceso dialéctico en el cual se hayan anulado las fuerzas en pugna,
mediante una sosegada síntesis final: por el contrario, las oposiciones continúan vigentes,
configurando un espacio multiforme y contradictorio.
Las relaciones entre oralidad y escritura son bastante complejas y suponen una serie
de cuestiones que interesan tanto a la antropología como a la lingüística, a los
estudios etnográficos y a los literarios, a la lingüística del discurso y a la semiología.
Aunque vivimos inmersos en una cultura letrada (privilegio prestigioso de la escritura
en relación con la comunicación oral y sobre todo con las formas culturales ágrafas)
en la que el arte de la palabra se ha convertido en literatura (arte de la escritura o de
la letra), la excluida oralidad no deja de suscitar inquietudes de diverso tipo y de
manifestar su presencia en variadas formas. Y aunque a menudo las manifestaciones
orales (populares, rurales, indígenas) se han considerado no sólo marginales sino
poco significativas desde el punto de vista de la llamada literatura culta o letrada, son
muchísimas las muestras de textos literarios que recogen o reelaboran diversos
temas, motivos, personajes o formas discursivas (lingüísticas, retóricas, enunciativas),
propias del discurso oral. (Ostria González: 75)
Comenzamos este apartado con esta cita que nos permite poner de evidencia dos puntos de
partida esenciales: la complejidad que supone abordar la dicotomía oralidad/ escritura y el
interés que dicho campo teórico ha ido despertando en los últimos años en los investigadores,
a raíz de que los escritores hayan integrado en sus obras la presencia de lo oral, mediante
diversos mecanismos.
Analizar la repercusión de los discursos orales de las sociedades indígenas sobre la literatura de
la transculturación supone, desde su punto de partida, una inevitable contradicción: la
literatura, ya etimológicamente, nos está remitiendo a un sistema sustentado sobre la ‘letra’,
sobre lo escrito. Considerar que el paso de un modo de enunciación a otro se efectúa en estos
casos mediante un proceso ‘inocente’ de transcripción literal, en el que sólo estamos variando
el ‘canal’, conlleva un error básico: despreciar la significación extratextual que dicha forma
comunicativa está aportando. Estos dos modos de preservar la memoria colectiva surgen desde
configuraciones sociales y culturales radicalmente diferentes, de tal modo que la textualidad
oral o escrita implica un conjunto de conceptos asumidos desde un inconsciente ideológico,
imposibles de trasvasar desde un sistema al otro sin modificarlos radicalmente.
Por otra parte, no debemos olvidar que el uso de la letra ha constituido siempre un
instrumento de poder de los grupos que la dominaban sobre los que no, y esta situación llega
aún más lejos con la utilización de la imprenta o de los más actuales sistemas de reproducción
gráfica (fotocopiadora, impresora, escáner, Internet, etc..). No se trata ahora de analizar la
repercusión de dichos medios en los países industrializados; únicamente pretendemos señalar
el hecho evidente de que la dicotomía escritura/oralidad en la región indoamericana implica
toda una serie de paralelismos (desarrollo tecnológico/ ‘subdesarrollo’; sociedades modernas/
sociedades ‘primitivas’; cosmovisión profana/ cosmovisión sagrada).
La más reciente pragmática de los discursos (que desde los años 80 viene desarrollando toda
una amplia bibliografía sobre las características de los discursos orales), así como los estudios
literarios o los llamados estudios culturales, se han esforzado en evidenciar cómo los modos de
producción y recepción de la escritura y la oralidad difieren e implican una serie de cuestiones
que problematizan la propia noción de “literatura oral”. Por ejemplo, Jorge Marcone en su
exhaustivo libro La oralidad escrita. Sobre la reivindicación y re-inscripción del discurso oral,
nos advierte:
Estas dos cuestiones ponen de relieve entonces la significación que tienen el espacio y el
tiempo en los que la práctica de comunicación oral se lleva a cabo. El proceso de lectura, al
descontextualizar el acto de enunciación, está eliminando uno de los factores más importantes
de la oralidad: el situarse en unas coordenadas espacio-temporales específicas, elegidas,
predeterminadas. Para el pensamiento “religioso” que genera estas producciones orales, el
gesto recitador viene prefigurado por unos parámetros conservados desde antiguo, y, por lo
tanto, el momento y el lugar para su puesta en marcha no son elegidos al azar: son necesarios.
Sobre el papel, en cambio, sólo se mantiene el texto, convirtiendo en contingentes las
circunstancias que lo motivaron.
Otra característica de las sociedades ágrafas es que, en las prácticas culturales orales a las que
nos estamos refiriendo, se requiere un emisor y un receptor colectivos, mientras que la
escritura y la lectura suelen ser individuales. En esta dualidad se están implicando dos tipos
contrapuestos de ideología: la que se sustenta sobre una entidad comunitaria y la que lo hace
sobre la categoría de “sujeto”.
Por todas estas razones, es necesario hacer hincapié en el hecho de que la inscripción de un
texto de tradición oral en el código escrito no permite una traslación auténtica, completa,
“transparente”, como podría considerarse ingenuamente; es decir, el proceso de lectura de un
discurso que ‘transcribe’ la práctica oral de una cultura indígena, sólo actualiza una parte muy
limitada de su potencial significativo y, además, de algún modo, lo está tergiversando.
No obstante, también es innegable que no habría otro modo de hacer aparecer en la literatura
(y, por tanto, de algún modo ‘prestigiarlos’ para una mirada occidental) estos sectores rurales
ágrafos de la sociedad mexicana. De tal modo que, a pesar de la inevitable ‘tergiversación’
señalada, podemos afirmar que el esfuerzo por integrar los códigos de la oralidad en la práctica
de la escritura supone una respuesta (aunque sea condicionada) a la necesidad de hacer entrar
en el discurso ‘letrado’, oficial, las voces de los que se expresan mediante la oralidad: es decir,
la voz de una cultura otra, menospreciada y minusvalorada por los sectores oficiales; de ahí
que escritores como Arguedas, Rulfo o García Márquez acepten el reto de hacerlas aparecer en
sus textos:
Como bien sabemos, el término ‘realismo mágico’ ha sido unas de las nomenclaturas más
usadas y a la vez más polémicas de las que ha generado el estudio de la literatura
hispanoamericana. En consonancia con esta idea, afirma Erik Camayd-Freizas en 1998:
Me parece que otra de las razones de esta resistente pervivencia se fundamenta sobre el
hecho de que esta nomenclatura ha ido intrínsecamente unida a un fenómeno ya de por sí muy
mediático como fue el boom de la narrativa hispanoamericana. Varios son los críticos y
estudios que se han esforzado por explicitar la genealogía de este término, así como por definir
sus límites y la nómina de autores u obras que podrían incorporarse bajo su paraguas. Así, por
ejemplo, la profesora Alicia Llarena o el mismo Erik Camayd-Freizas.
o una primera etapa (1923-1925) donde serviría para “describir el realismo extrañista de
la pintura post-expresionista alemana”;
o una segunda etapa, desarrollada en la década de los 40, en los que este término se
emparenta ya con la literatura hispanoamericana “para significar la apertura del
realismo a nuevas tendencias líricas, sicológicas y existencialistas” que llevaban a
proponer una “reelaboración artística de la realidad y una visión poética del mundo”;
o el tercer momento lo considera Camayd-Freizas incardinado con la evolución que
propicia Ángel Flores en 1955, al relacionar este término con la búsqueda de la
innovación técnica, con lo cual “cualquier narración que se apartase del realismo, o se
aproximase a lo fantástico, tendía a caer bajo el rótulo indiscriminado del realismo
mágico”;
o finalmente, a partir de los años 70 se comenzaría a desarrollar una “versión
etnológica” de dicha nomenclatura, que es la que le interesa, de hecho, a Camayd-
Freizas.
Ahora bien, más allá de “la ambigüedad de su uso” o “la laxitud con que se abandonan a veces
los límites de la textualidad (para discurrir a veces por senderos metafísicos, más allá del hecho
literario)” (Llarena: 21), ¿por qué rechazo yo esta denominación? Por una simple pero evidente
cuestión terminológica, que está, a mi parecer, evidenciando la raíz profundamente
eurocéntrica de este sintagma: al decir ‘realismo mágico’ estamos sobreentendiendo una
oposición previa, la que separa lo real de lo mágico. Ya decía Erik Camayd-Freizas en una cita
anterior que este sintagma conlleva un “sabor de paradoja” y es, precisamente, esa cuestión
paradójica u dicotómica la que me parece ‘tramposa’ en este término.
Para aceptar la existencia legítima de este “realismo mágico” tenemos que haber presupuesto
anteriormente que la realidad (y por tanto su posibilidad de que sea plasmada literariamente:
realismo) es una entidad cerrada, definible; también que lo mágico implica igualmente un
espacio delimitado, y, por último, que existe una frontera precisa entre categoría y la otra.
Ahora bien, ¿quién dibuja estos límites?, ¿podemos decir que la “realidad” y la “magia” son lo
mismo en cualquier ámbito cultural? Sabemos que no. Sabemos que es el pensamiento
moderno occidental, desde los presupuestos positivistas, quien se ha encargado de perfilar el
edificio de eso que llamamos realidad, desahuciando para ello todo lo no demostrable
empíricamente: lo llamado onírico, absurdo, irracional, la magia también, la superstición, etc.
En el mundo indígena, por ejemplo, o en determinadas culturas populares, la magia forma
parte de la realidad: no se entiende como un ámbito separado de ella. La práctica cultural
cotidiana de lo que llamamos “magia” invalida, así, esos límites propiciados por el positivismo.
Me parece, por tanto, que mantener esta fórmula del ‘realismo mágico’ (nada inocente desde
mi punto de vista) implica seguir conservando esa cosmovisión occidental, positivista.
Asimismo, evidencia el amparo bajo una opción cómoda para nombrar aquello que no se
entiende, tal y como diagnostica Fernando Aínsa en un epígrafe significativamente titulado
“Usos y abusos de lo mágico y lo maravilloso”.
Lo que yo opino, por el contrario, es que existen múltiples definiciones de lo real, como ya
apuntara, de hecho, García Márquez en el discurso que pronunció cuando se le concedió el
premio Nobel de Literatura:
En estas frases comprobamos cómo García Márquez no entiende la suya como una literatura
no-realista (o realistamágica), sino que declara cómo la búsqueda de su expresión novelística
está motivada por el intento de hallar un modo que le permita retratar una realidad “otra”:
desaforada, desmesurada, desde la visión europea.
Juan Rulfo es uno de los escritores mexicanos más leídos, tanto dentro del país como en el
extranjero, siendo una referencia importante en la literatura universal. Sus textos se han
traducido al inglés, francés, alemán, turco, hebreo y árabe. El reconocido escritor mexicano
también mostró interés por la fotografía, siendo reconocido como uno de los maestros de la
lente del siglo XX. Rulfo escribió algunos guiones cinematográficos: Paloma herida (1963) y El
gallo de oro (1963). En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura de México, y en 1983, el
Príncipe de Asturias de la Letras.
Seminario de Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo:
Rulfo en una entrevista con Luis Hars dijo que el lenguaje era hablado, pero también ficticio, ya
que en su tierra no hablaban del todo así. Inventa un lenguaje ficticio a partir del habla de la
gente. Rulfo piensa en un lector que no tiene que ser solamente mexicano, por lo que hay una
mezcla entre regionalismo y universalidad. No se esfuerza por explicar los términos, no hay
glosario a diferencia de Doña Bárbara. Es muy interesante el componente literario, lírico que
encontramos en muchas de las descripciones: “Faltaba mucho para el amanecer. El cielo estaba
lleno de estrellas, gordas, hinchadas de tanta noche [...]”. Utiliza un elemento muy habitual
dentro del lirismo como es la personificación de elementos naturales. Si lo analizamos,
observamos como varios elementos: en algunos momentos tiene una capacidad para entender
el mundo, como si fuese abarcable (puede ampliar lo pequeño). Es algo que también se refleja
en García Márquez.
No hay un intento de utilizar un lenguaje poético o lírico; Rulfo de lo que parte no es solo de
una lengua poética, sino del uso popular de las zonas rurales de México. Allí hay una visión de
la naturaleza como un ente vivo. Visión simpatética de la naturaleza, no analítica o científica.
Naturaleza espacio de interconexión con el hombre. El resultado a nosotros nos parece lírico,
pero probablemente no está buscado de manera artificiosa, sino que es resultado de esta
visión.
Rulfo no vive la transculturación de manera pasiva, sino que escribe obras objeto de esa
transculturación, por lo que es transculturador. Intenta dar cuenta de esa conflictividad
cultural. Por eso a Arguedas el término aculturado no le gustaba. Rulfo se nutre de muchos
elementos míticos de varias culturas. Encontramos mitos grecolatinos, cristianos… Juan
Preciado es el hijo pródigo que regresa buscando a su padre, Miguel Páramo es el hijo que
muere joven y hace que empiecen las desgracias del padre y Abundio es al parricida. Cada hijo
cumple una finalidad casi mítica.
Comala se configura como un espacio propio y mítico, parece un purgatorio, pero no lo es.
Rulfo piensa míticamente, y Comala es, como decíamos, un micromundo. ¿De dónde viene el
nombre Comala? El lugar sobre el que se hacen las tortillas se llama “comal”. El nombre de
“Pedro” remite al apóstol que abre las puertas del cielo. La última palabra de la novela además
es “piedras”. Pedro Páramo es el fundador de Comala como las piedras de la iglesia
Pedro Páramo posee el poder de a quién se perdona y quién no, tiene poder sobre las almas y
cuerpos de los personajes. El cura perdona a su hijo cuando es el que menos lo merece (violó
precisamente a la sobrina del cura). La idea de ser padre de tanta gente le otorga cierto poder
divino. En su infancia, encontramos una Comala muy fértil, siempre ligada a la lluvia y a los
prados verdes. En cambio, cuando muere Susana, se cruza de brazos y el espacio de Comala se
viene abajo. Poder sobre el destino del pueblo. Ahora bien, Pedro tiene una vulnerabilidad, y
es la ternura que siente por Susana San Juan. Dualidad muy fuerte entre la idea de poder y
riqueza y la sensación de vulnerabilidad y vacío. Jamás consigue a quien de verdad ama. Susana
San Juan tiene una descripción casi hagiográfica, cercana a la de la virgen.
¿Qué es Comala para los habitantes? Los habitantes no son del todo ánimas porque tienen
cuerpo. No podemos ligarlo a ninguna idea previa que tengamos. Comala es una especie de
condena, siguen llevando una vida como si no estuviesen muertos. Mito de Sísifo. Los
personajes están perdidos y no saben adónde ir. ¿Qué les diferencia de los vivos? No pueden
cambiar ni salir de donde están. Comala no se puede comparar con nada porque no reproduce
nada existente. Es un espacio nuevo.
Su primera obra, La hojarasca, se publica en 1955. En esa misma fecha viaja a Europa por
primera vez y se queda allí cuatro años, viviendo en Ginebra, Roma y París. Durante su estancia
en Francia, donde atraviesa dificultades económicas, escribe El coronel no tiene quien le escriba
y La mala hora, publicadas en 1961 y 1962, respectivamente.
Regresa a América en 1958 y se instala temporalmente en Venezuela, donde compagina una
intensa actividad periodística con la escritura de los relatos de Los funerales de la Mamá
Grande (1962). Tras pasar unos meses en Cuba, donde acaba de triunfar la revolución, y vivir
un tiempo en Nueva York como corresponsal, decide establecerse en México. Allí trabaja en
publicidad y escribe su primer guion para el cine, El gallo de oro, en colaboración con Carlos
Fuentes. Unos años después, en 1967, publica la que pronto se convierte en su obra más
conocida, y a cuya escritura dedica más de un año de intenso trabajo: Cien años de soledad. El
éxito es inmediato, agotándose la primera edición en apenas unos días, y para alejarse de la
fama decide ir a Barcelona, donde vive de 1968 a 1974. Allí escribe El otoño del patriarca
(publicado en 1975) y cuentos como Isabel viendo llover en Macondo (1968) o Relato de un
náufrago (1970).
En los años sucesivos alterna su residencia entre México, Cartagena de Indias, La Habana y
París. En 1982 recibe el Premio Nobel de Literatura y más adelante escribe El amor en los
tiempos del cólera (1985), El general en su laberinto (1989) y Doce cuentos peregrinos (1992).
En ese tiempo participa también en la fundación de la Escuela de Cine de San Antonio de los
Baños (Cuba), donde dirige anualmente un taller de guion. Tras obras como Del amor y otros
demonios (1994) y Noticia de un secuestro (1996) publica en 2002 Vivir para contarla, donde
narra aspectos biográficos de su infancia y juventud. Sus últimas obras publicadas son Memoria
de mis putas tristes (2004) y Yo no vengo a decir un discurso (2010).
Muere en México D.F. el 17 de abril de 2014. Los herederos de Gabriel García Márquez
depositaron el 24 de febrero de 2015 en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes un legado
del escritor in memoriam.
Narrador primera persona que cuenta su experiencia como testigo y no protagonista. En ese
sentido el narrador se sitúa en el espacio intermedio entre el desconocimiento que tiene un
protagonista y el conocimiento interno del narrador. Los hechos le afectan y participan de ese
pueblo, pertenece a él, por tanto está involucrado en la historia. También es una especie de
cronista, recoge testimonios, entrevistas, y con ello genera un texto. Intención de narrar la
verdad de los hechos que sucedieron alrededor de este suceso. Hay varios elementos que
permiten que, a pesar de ser un testimonio, diríamos que algo se resiste a que ese deseo de
contar toda la verdad pueda ser contada claramente. Muchos de los testimonios son orales, y
han pasado muchos años de los hechos. En la crónica hay una inmediatez y una cercanía a lo
que se está contando. Basarlo en la memoria es algo fallido. La memoria no es algo infalible, a
veces, sin la voluntad de que falle.
Cuando narramos algo de forma oral muchas veces lo exageramos. La exageración es un rasgo
principal de la oralidad. La formación de García Márquez tiene mucho que ver con esto.
Aprendió a escribir con las historias que le contaba su abuela. Ahí se evidencia la influencia de
lo popular-colectivo, y es la clave del elemento de la transculturación en su obra. Tiene la
capacidad para dotar a un elemento cotidiano mediante una descripción minuciosa de magia.
También trata con una naturalidad tremenda y sin dar muchas explicaciones elementos que
entran dentro del terreno sobrenatural. Naturaliza lo poco habitual y lo muy habitual lo
convierte en algo novedoso. La novela bebe de lo que la gente piensa y cree, y en ese sentido,
aquí actúa mucho la colectividad. Las voces han vivido un proceso en el que se han ido
modificando, no son las mismas que hace 27 años.
Juega con la noción de literatura y por tanto de ficción. No va a conseguir contar la verdad
porque el autor no quiere. Es una historia real con los nombres cambiados y con una evidente
función literaria. La crónica no se encuentra cercana a los hechos narrados que ocurrieron hace
27 años. El autor se sirve de determinadas estrategias para que nunca perdamos de vista que
es una crónica y que es verdadera, y para eso tenemos el elemento oral.
Los testimonios son orales la mayoría de ellos, y por eso no hay una fiabilidad absoluta. A lo
largo de 27 años la memoria falla y entonces no hay una posibilidad de dar una realidad
totalmente objetiva. Hay detalles menores que ayudan a desconfiar de la verdad, como por
ejemplo el tiempo que hacía (cada uno dice algo distinto). Hay personajes que pueden mentir o
mienten, como Victoria Guzmán, que pudo parar el asesinato y no quiso porque tenía miedo
por su hija. También pueden decidir dejar sin responder determinadas preguntas; este es el
caso de Ángela Vicario, que no responde a quién fue el causante de su deshonra.
Es verdad que en buena parte que el narrador se nutre de testimonios orales pero también hay
algunos documentos escritos: la sentencia del juez, la autopsia… que son cuestionados en el
relato. Una de las fórmulas de García Márquez es una tendencia constante a la hiperbolización
y el detalle, llegar a detallar tanto algunas cuestiones que se convierten en mágicas. Él dice que
no se inventa nada, sino que solo describe la realidad desaforada. Para él la realidad americana
se sale de las medidas habituales de occidente.
Volvemos al narrador. El narrador intenta generar dentro del relato la conciencia de que es el
propio García Márquez. Se trata de crear una simbiosis entre el narrador y el autor. Nunca dice
su nombre pero sí da datos de su vida. El narrador no llega a tiempo al asesinato de su amigo.
La novela quita una parte de la intriga: sabemos desde la primera línea que Santiago Nasar va a
morir. El narrador-investigador no consigue encontrar el culpable de la deshonra de Ángela
Vicario, y deja un hueco importante.
La novela empieza con la llegada de Bayardo San Román (procedimiento habitual de muchas
novelas, introducir un personaje nuevo) y termina con el reencuentro de Bayardo y Ángela. Lo
que marca la novela desde el punto de vista de la fábula, es la historia de amor con final feliz
aunque haya habido que sacrificar a Santiago Nasar. Tiene mucho de culebrón amoroso. La
temporalidad de la fábula es muy larga.