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La divergencia histórica del movimiento nacional indígena y del movimiento nacional criollo
en el proceso de la independencia, la derrota del primero y el triunfo del segundo, dieron
origen a un estado formalmente burgués y soberano sobre una sociedad
feudal-multinacional. A su formación concurren el contingente campesino-indígena y las
fuerzas nacionales del contingente criollo mestizo constituidas por la clase obrera, las
clases medias y algunos sectores de la burguesía nacional.
El imperio de los incas había logrado recomponer la unidad multinacional del imperio Wari
revirtiendo la tendencia disgregadora de los estados señorial-regionales existentes desde el
siglo XI hasta el siglo XV. La integración de las diversas nacionalidades se procesó
estableciendo un intenso intercambio regional y una tupida red de medios de comunicación,
montando un unitario aparato político-administrativo y asimilando elementos
ideológico-culturales de las nacionalidades conquistadas. Asegurada la unidad y la lealtad
de las diversas naciones, el estado inca mantenía básicamente con ligeras variaciones la
estructura económica, social y política de éstas dando origen a un estado multinacional
Más allá de las diferencias nacionales, la sociedad andina había logrado la unidad
económico-social y política sobre la base de la agricultura complementada con el pastoreo y
la manufactura textil dando origen a comunidades étnicas campesinas autosuficientes cuyo
acceso a la tierra y cuyo cultivo era regulado por el parentesco y por definidas pautas de
cooperación, cuya distribución agraria se efectuaba teniendo en cuenta las diferencias
climáticas y la distinta rotación de los cultivos y cuyo excedente revertía parcialmente a la
comunidad por medio de la redistribución estatal de diverso tipo de servicios.
Los invasores españoles encontraron que las contradicciones dinásticas con base nacional
entre el Chinchaysuyo y el Collasuyo, entre los quiteños y los cusqueños, habían estallado
poniendo en peligro la unidad del imperio. Desde Huayna Cápac en adelante, sin embargo,
el epicentro de la sociedad andina se había desplazado hacia el Chinchaysuyo promoviendo
el culto a Pachacámac como culto general del imperio y asumiendo el quechua chinchay
como lengua general y reduciendo el aymara a lengua regional.
Francisco Pizarro, conocedor de estas confrontaciones, con mucho sentido común azuzó
las contradicciones dinásticas apoyando a los collasuyos para enfrentar conjuntamente a los
chinchaysuyos y, luego de derrotados éstos, someter a ambos al dominio español. Hizo lo
mismo con las contradicciones nacionales y avivó el descontento de las naciones
conquistadas por los incas. Ellas pensaron equivocadamente que el momento de su
liberación había llegado y que para ello era necesario hacer alianza con los nuevos
invasores sin percibir que éstos buscaban instalar una nueva y más dura opresión.
Especial importancia recubre, como lo ha precisado Waldemar Espinoza, la alianza entre los
españoles y los huancas por la ubicación estratégica de éstos equidistantes de Lima y del
Cusco, por sus éxitos militares sobre el ejército inca y por las consecuencias históricas que
ella produjo y que perduran hasta nuestros días. Este respaldo políticomilitar de los huancas
fue decisivo para que los incas fueran derrotados en sucesivas y numerosas batallas
desarrolladas en la zona andina y para que los españoles, cuyo número era insignificante,
culminaran en corto tiempo las campañas de la conquista y de la pacificación. Fracasado el
plan de Atahualpa, que pre- veía la imposibilidad de derrotar a los españoles en las llanu-
ras costeñas y sostenía la necesidad de atraerlos a Cajamarca y a las zonas andinas para
reducir su capacidad de desplazamien- to, cercarlos y atraparlos, la resistencia militar inca
estuvo bajo al dirección de Chalcuchimac y de Quisquis. Estos se enfren- taron con un
numeroso ejército pero con un nivel técnico-mili-tar primitivo a los españoles aliados con los
huancas y otras naciones anti-incaicas en muchas batallas donde fueron derro-tados, salvo
en al de Chulcomayo y en las dos batallas de Ush- nu.
En la dispersa resistencia ante el invasor español fueron también derrotados los Yauyos que
se negaron a ser susalia- dos. Sólo las sociedades tribales sin organización estatal, como
los antis (los campas), por su gran capacidad de movimiento y por su enfrentamiento
masivo y directo ofrecieron una lar- ga e imbatible resistencia y cobijaron solidariamente a
gruesos sectores de la población india derrotada que huía de la persecución de los
invasores.
La mantención de los curacas para que desempeñaran el rol de nexo social de sociedades
con-trapuestas, al mismo tiempo que mantenía la polarización so-cial, inició un proceso de
amalgamiento cuya expresión típica fue el mestizaje que se desarrolló despreciado por
ambas sociedades que le dieron origen y que encontró luego su ubicación social como la
capa inferior del mundo hispano. La administración colonial reprodujo politicamente la
estructura política feudal española cuvo fundamento social era la jerarquización de castas
según el nacimiento y la sangre y cuya legitimidad política era la mano invisible de la
divinidad encarnada en el monarca y en sus representantes. El interés material del
privilegio, la política y la religión se fusionaron asi en una sola estructura política de opresión
colonial.
En resumen, la opresión colonial fue el canal político a través del cual discurrió la
explotación social de la gran masa indígena cuyo excedente y cuya obediencia fueron
encausados a través del nexo social de los curacas.
Los pilares económicos que la opresión colonial organizó y sobre los cuales ella misma
reposó fueron la renta territorial obtenida a través de la explotación feudal de la enorme
masa indígena y de la esclavitud de los negros africanos, y el interés comercial
incrementado por el control monopólico del comercio y del transporte marítimo mediante la
Casa de Contratación de Sevilla. El predominio de las actividades mineras implicó el
dominio económico de la sierra, particularmente de la sierra sur sobre la costa que, por
albergar a los centros de administración colonial y de vinculación con la metrópoli, pudo
contrarrestar dicho predominio.
Las bases sobre las cuales la opresión colonial organizó en términos feudales a la sociedad
andina constituveron al mismo tiempo los factores disolventes de la misma. Ellos fueron el
derecho predial de la conquista y la inserción forzada de la sociedad andina al mercado
internacional. En virtud de este nuevo dere-cho, el derecho andino quedó prácticamente
derogado y la sociedad andina se convirtió en una sociedad políticamente oprimida y
económicamente explotada. El derecho predial de la conquista y el ingreso forzado de la
sociedad andina al mercado fueron las dos principales fuerzas disgregadoras que minaron
los cimientos mismos del edificio social andino y que operaron como una tenaza para
asfixiar su sistema de relaciones de producción. El derecho predial de la conquista fue el
fundamento jurídico-político que permitió la construcción de una nueva organización
económico-social de carácter feudal-colonial y el mercado fue el mecanismo económi co
que destruyó el sistema andino de relaciones de producción.
Teniendo los mismos objetivos de disolución social y nacional andina, la metrópoli y sus
administradores dieron un uso colonial a las lenguas nativas. A los excelentes estudios de
Alfredo Torero debemos el conocimiento de la opresión colonial desde el punto de vista
linguístico-cultural. Toledo mis-mo, el gran organizador de la sociedad colonial. reconoció
como lenguas andinas generalmente usadas por los indios al quechua en sus diversas
variantes, al puquina y al amara. La revalorización temporal del puquina, que rápidamente
perdió su rango de lengua general, y del aymara estuvo directamente vinculada a la
necesidad de explotación colonial de la masa indígena de esas nacionalidades en torno a la
actividad minera concentrada en la zona de Potosí. Desde 1613 en adelante, sin embargo,
la administración colonial reconoció al quechua como lengua general para imponer un
control mayor y generalizado sobre la sociedad andina, impuso la castellanización general,
particularmente a los niños indios, y fomentó la ladinización, esto es, el conocimiento de la
lengua nacional y del español. En todo caso, los usuarios de éstas últimas casi todo eran
ladinos. La castellanización en la costa y el predominio del español sobre las lenguas
nativas se vieron favorecidos por el desplazamiento acelerado de la masa indígena yunga
durante las primeras décadas de la conquista, por el asentamiento mayoritario de los
españoles en los valles costeños y por el intenso comercio marítimo.
Se produjo así hacia fines del siglo XVIII el campesinado feudal-colonial que estaba
compuesto por los campesinos siervos, los mitayos y los jornaleros. Los primeros, que
constituían la masa fundamental de la población trabajadora, estaban integrados por los
yanaconas serranos cuyas obligaciones alcanzaban hasta su grupo familiar, por los
arrendatarios, por los yanaconas costeños y otras constelaciones de múltiples relaciones
serviles. Los jornaleros libres eran forzados a ser tales atándolos a un sistema engorroso de
deudas.
Hacia fines del siglo XVII, sin embargo, ya se habían extinguido los elementos
económico-sociales y superestructurales que configuraban la unidad pan-andina y la
cohesión de cada nacionalidad dificultando la identidad nacional de la población andina en
sus naciones y obligándola a refugiarse en el ayllu reorganizado por las reducciones y en
los elementos culturales dispersos que no atentaban contra la opresión colonial. Todo lo
contrario.
Desde mediados del siglo XVIII el virreinato peruano, como toda Hispanoamérica, se vio
sometido por el despotismo ilustrado a una agresiva política de reconquista colonial cuyos
objetivos eran disminuir la influencia inglesa en las colonias españolas y aumentar el
saqueo colonial de los recursos naturales y del excedente económico. Con esta política se
quería revertir la tendencia a la diversificación económica y al mayor control del excedente
que las colonias hispánicas habían conseguido desde fines del siglo XVII hasta las primeras
décadas del siglo XVIII.
El Corregidor era el eslabón débil de la cadena colonial y fue por ese lado donde comenzó a
romperse la opresión colo-nial. El siglo XVIII fue el siglo de las grandes sublevaciones de
las masas indígenas. El primer ciclo, realizado en 1737, es un ciclo de gestiones y de
sublevaciones desarrolladas en gran escala por los caciques del sur del Perú ac-tual. Las
grandes masas indígenas exteriorizaron su resentimiento contra la mita, contra los
repartimientos y contra los intentos de obligar a tributar a los indios forasteros.
Pero los criollos traicionaron la revolución. La rebelión de Túpac Amaru socialmente tuvo un
carácter anti-feudal de base campesina, políticamente fue un movimiento
democrático-revolucionario con débil dirección burguesa provinciana, nacionalmente asumió
un carácter ambiguo pues estuvo imbuido de mesianismo, pero en todo caso, fue una lucha
claramente anti-colonial. Las rivalidades nacionales indígenas, la traición de los criollos y los
errores militares de Túpac Amaru fueron las causas principales de su derrota. Esta tuvo y
tiene una honda significación histórica pues ella implicó la culminación militar del proceso
económico-social de la transformacón de la sociedad andina en campesinado
feudal-colonial.
Fue el paso de estos hechos históricos lo que separó al movimiento nacional criollo del
movimiento nacional indígena. Esta separación hizo que al movimiento nacional indigena le
faltara el liderazgo nacional criollo y al movimiento nacional criollo le faltara una base social
indígena anti-feudal. Entre 1812-14 se produjo la fusión mestizo-indigena cuando ya al
movimiento nacional indige-na había sido prácticamente derrotado
Ellos terminaron por reforzar la separación de las dos «repúblicas» haciendo de los
gamonales serranos los nuevos caciques que vincularan ambas sociedades y preparando el
camino para que los criollos se definieran como la clase intermediaria en las relaciones
semi-coloniales con Inglaterra.
La explotación del guano sirvió de base para la estructuración del nuevo patrón de
organización económico-social. A pesar del fracaso de esta primera experiencia en la
organización del nuevo patrón económico-social por agotamiento del recurso natural, allí
germinaron, para desarroliarse con fuerza desde fines del siglo pasado, los rasgos
distintivos de la estructura oligárquica. La escisión, producida a su vez por la penetración
del capital imperialista en una sociedad feudal-multinacional, del viejo contingente
crio-llo-mestizo en fuerzas oligárquico-antinacionales y en fuerzas democrático-nacionales
posibilitó la consolidación de la opre sión de las nacionalidades indigenas y la diferenciación
de estas dos formas de opresión hizo que el problema nacional indígena se identificara con
el campesinado pobre. En otras pa-labras, el imperialismo y la oligarquía, como clases
interesadas en la junkerización de la costa y de algunos lugares de la sierra, impulsaron
también junto con el gamonalismo la refeu-dalización y esta acentuó las relaciones serviles
y arrinconó más aún a las comunidades y redujo a las nacionalidades indi-genas al
campesinado servil y comunero.
Porque la oligarquía no pudo constituirse como clase dirigente de la nación sus intereses
particulares aparecían desnudamente como tales en la esfera de la universalidad -en el
estado- y esta misma aparecía como una fase económico-corpo-rativa del Estado. Por esa
misma razón su dominio -en alianza con el gamonalismo y el imperialismo- implicó la
neutralización de las clases medias vía integración o vía represión, y la exclusión política de
las clases populares particularmente de las masas campesinas, incluidos sus elementales
derechos democrático-burgueses. La oposición de algunos destacados intelectuales de la
oligarquía al voto de los analfabetos se fundaba en argumento elitista y en una concepción
iluminista de la política. Belaúnde defendía la aristocracia de la inteligencia y se oponía al
voto de los analfabetos porque ellos significaba un «privilegio» e implicaba «destruir la
igualdad política en favor de los menos capaces».
Pero la oligarquía era antinacional no sólo porque oprimía gracias a su alianza con el
gamonalismo a las nacionalidades identificadas con el campesinado pobre sino también
porque ella misma fue el nexo social entre la dependencia económica y la independencia
política formal a través de cuya función intermediaria se vehiculó la opresión nacional del
imperialismo.
La actitud antidemocrática de la oligarquía era también una actitud anti nacional. La
oligarquía no podía permitir que las nacionalidades indígenas participaran en el
establecimiento de la dirección política del país.
En efecto, la oligarquía era la clase que subordinaba ia nación hacia afuera y que la oprimía
hacia adentro mantenien-do, sin embargo, las formalidades de la soberanía nacional y de la
independencia política. Pero no sólo la independencia nacional fue sacrificada por la
oligarquía sino también nuestra identidad cultural y nacional. La extraversión
superestructural de la oligarquía se organizó sobre su extraversión económica.
La oligarquía explotaba los recursos naturales en función de las necesidades del mercado
exterior y vía este en función de sus propios intereses. Por esta razón bloqueó primero y
distorsionó después el desarrollo del mercado interno, base material de la nación.
Hugo Blanco ha expresado más recientemente esta identidad con meridiana claridad al
afirmar que «el problema del indio es el problema de la tierra, como lo dijo Mariátegui. » En
el campesinado se fusionan, pues, la expoliación económica con la opresión de las
nacionalidades. Por eso el campesinado es el reservorio social de las nacionalidades
oprimidas y su lucha por la tierra es también una lucha democrática y nacional.
La industria se desarrolló más sobre la base de la renta diferencial y del mercado externo
que sobre la base de la expansión del mercado interno. La feudalidad fue cuestionada
limitadamente cuando la oligarquía y el sector exportador pusieron obstáculos al desarrollo
de la industria. Los industriales empujados por los movimientos campesinos y las clases
medias, postularon tímidamente una reforma agraria y arrastraron en su reivindicación a la
oligarquía que identificó la reforma agraria con una elevación de la pro ductividad en las
zonas improductivas o de baja productividad, con la irrigación de las tierras baldías y con la
colonización de la selva. Ella implicaba, como toda modemización agraria bajo dirección
terrateniente despojo, expulsiones y aumento de la explotación del campesi-no.