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LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo Primero
ACERCA DEL CONOCIMIENTO EN GENERAL
1. Nuestro conocimiento se refiere sólo a nuestras ideas
Desde el momento en que la mente, en todos sus pensamientos y razonamientos, no tiene ningún otro
objeto inmediato que sus propias ideas, las cuales ella sola contempla o puede contemplar, resulta
evidente que nuestro conocimiento está dirigido sólo a ellas.
2. El conocimiento es la percepción del acuerdo o desacuerdo de dos ideas
Creo que el conocimiento no es sino la percepción del acuerdo y la conexión, o del desacuerdo y el
rechazo entre cualesquiera de nuestras ideas. En esto consiste solamente. Cuando exista semejante
percepción, habrá conocimiento, y donde no la haya, aunque podamos imaginarla, vislumbrarla o
creerla, nuestro conocimiento será siempre muy escaso. Pues cuando nosotros sabemos que lo blanco no
es negro, ¿qué otra cosa percibimos sino que esas dos ideas no están de acuerdo? Cuando poseemos la
total certeza de que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos, ¿qué otra cosa percibimos
sino que la igualdad de dos ángulos rectos conviene necesariamente, y es inseparable, de los tres ángulos
de un triángulo?
3. Este acuerdo o desacuerdo puede ser de cuatro clases
Pero para entender con un poco más de distinción en qué consiste este acuerdo o desacuerdo, pienso que
podemos reducirlo todo a cuatro clases:
1. Identidad o diversidad
2. Relación
3. Coexistencia o conexión necesaria
4. Existencia real
4. Primero, de la identidad o de la diversidad en las ideas
En cuanto a la primera clase de acuerdo, es decir, identidad o diversidad, el primer acto de la mente,
cuando tiene algunos sentimientos o ideas, consiste en percibirlas (para conocer lo que sea cada una de
ellas), y, de esta manera, en percibir también sus diferencias y que la una no es la otra. Esto resulta tan
absolutamente necesario que sin ello no podría haber conocimiento, ni raciocinio, ni imaginación, ni
pensamientos distintos. Por medio de ello la mente percibe de manera clara e infalible que cada idea está
de acuerdo consigo misma y que es lo que es, y además que todas las ideas distintas están en desacuerdo,
es decir que una no es la otra; y esto lo hace sin ningún esfuerzo, trabajo o deducción, a primera vista,
por su capacidad natural de percepción y distinción. Y aunque los hombres del arte hayan reducido esto
a aquellas reglas generales de que «lo que es, es», y de que «es imposible que la misma cosa sea y no
sea», para poder aplicarlas a todos los casos en los que haya ocasión de reflexionar sobre ello, es cierto,
sin embargo, que esta facultad se ejercita primero sobre ideas particulares. Un hombre conoce, de
manera infalible, tan pronto como adquiere en su mente las ideas de blanco y redondo, las ideas que son,
y que no son las que él llama rojo o cuadrado. Y no existe en el mundo máxima o proposición que pueda
hacérselo conocer más clara o ciertamente de lo que ya lo conocía y sin la ayuda de ninguna regla
general. Este es, entonces, el primer acuerdo o desacuerdo que la mente percibe en sus ideas, el cual
siempre lo percibe a primera vista. Y si por casualidad surge alguna duda sobre ello, se podrá comprobar
que es sobre sus nombres, y no sobre las ideas mismas, cuya identidad y diversidad será siempre
percibido tan pronto y tan claramente como lo son las ideas mismas, puesto que no podría ser de otro
modo.
5. Segundo, sobre las relaciones abstractas entre las ideas
La segunda clase de acuerdo o de desacuerdo que la mente percibe en cualquiera de sus ideas pienso que
puede denominarse relativo; y no es sino la percepción de la relación entre dos ideas cualesquiera, de
cualquier clase, sean sustancias, modos o cualquier otras. Pues como todas las ideas distintas deben
reconocerse eternamente como no siendo la misma, de manera que sean universal y constantemente
negadas la una de la otra, si no pudiéramos percibir ninguna relación entre nuestras ideas, ni descubrir el
acuerdo o desacuerdo que existe entre ellas, según los diversos medios de que se vale la mente para
compararlas, no habría en absoluto lugar para ningún conocimiento positivo.
6. Tercero, de su necesaria coexistencia en las sustancias
La tercera clase de acuerdo o de desacuerdo que se encuentra en nuestras ideas, y en lo que se ocupa la
percepción de la mente, es la coexistencia o no coexistencia en el mismo sujeto; y esto pertenece en
particular a las sustancias. Así, cuando nos referimos al oro diciendo que es fijo, nuestro conocimiento
de esta verdad no pasa de que la fijeza o el poder de permanecer en el fuego sin consumirse es una idea
que siempre acompaña y está unida a esa especie particular de amarillo, eso, fusibilidad, maleabilidad y
solubilidad en aqua regia, que componen la idea compleja que significamos por la palabra oro.
7. Cuarto, de la existencia real
La cuarta y última clase es la de la existencia real y actual en cuanto está de acuerdo con cualquier idea.
Pienso que dentro de estas cuatro clases de acuerdo o desacuerdo está contenido todo el conocimiento
que tenemos o del que somos capaces. Porque todas las investigaciones que podemos realizar sobre
nuestras ideas, todo lo que sabemos o podemos afirmar sobre cualquiera de ellas, es que es o no es la
misma que alguna otra, que coexiste o no coexiste siempre con otra idea en un mismo sujeto; que tiene
esta o aquella relación con otra idea; o que tiene una existencia real más allá de la mente. Así, «el azul
no es amarillo», es una falta de identidad. «Dos triángulos que tienen sus bases iguales entre líneas
paralelas son igjuales», de relación. «El hierro es susceptible de recibir impresiones magnéticas», de
coexistencia, y «Dios es», de existencia real. Y aunque la identidad y la coexistencia no son en verdad
sino relaciones, sin embargo, como son unas formas tan peculiares de acuerdo o desacuerdo de nuestras
ideas, deberán ser consideradas como aspectos distintos, y no dentro de las relaciones en general, puesto
que son fundamentos diferentes de afirmación y negación, como fácilmente advertirá aquel que
reflexione sobre lo que se dice en varios lugares de este ensayo.
Ahora me gustaría proceder a examinar los distintos grados de nuestro conocimiento, pero antes se hace
necesario considerar las diferentes acepciones de la palabra conocimiento.
8. El conocimiento es actual o habitual
Hay diversos caminos por los que la mente llega a poseer la verdad, cada uno de los cuales se llama
conocimiento.
I. Hay un conocimiento actual que es la percepción presente que la mente tiene del acuerdo o desacuerdo
de cualquiera de sus ideas, o de la relación que tienen las unas con las otras.
II. Se dice que un hombre conoce cualquier proposición, y cuando esa proposición le ha sido antes
presentada a sus pensamientos y él percibe, de forma evidente, el acuerdo o desacuerdo de las ideas de
las que ésta consta; y de tal manera queda alojada en su memoria que, siempre que aquella proposición
vuelva a dar lugar a la reflexión, él, sin ninguna duda ni vacilación, la tomará en su sentido correcto,
asentirá a ella y tendrá la certeza de la verdad que hay en ella. Pienso que a esto se le puede llamar
conocimiento habitual. Y de esta manera se puede afirmar que un hombre conoce todas aquellas
verdades que están alojadas en su memoria, mediante una percepción clara y completa anterior, y la
mente, cuantas veces tenga ocasión de reflexionar sobre estas verdades, no tendrá dudas sobre las
mismas. Pues como nuestro entendimiento finito no es capaz de pensar claramente y con distinción sino
sobre una cosa a la vez, si los hombres no tuvieran más conocimiento que sobre lo que están pensando
actualmente, serían todos ellos muy ignorantes; y quien más conociese, no conocería sino una sola
verdad, puesto que no sería capaz de pensar al tiempo más que sobre una.
9. El conocimiento habitual es de dos grados
También hay, vulgarmente hablando, dos grados de conocimiento habitual:
Primero, el uno se refiere a esas verdades guardadas en la memoria que, cuando se ofrecen a la mente,
ella percibe la relación entre aquellas ideas, Y esto ocurre en todas aquellas verdades de las que tenemos
un conocimiento intuitivo, en las que las ideas mismas, por una percepción inmediata, descubren el
acuerdo existente entre unas y otras.
Segundo, el otro se refiere a aquellas verdades de las que la mente, habiendo sido convencida, sólo
retiene el recuerdo de su convicción, no las pruebas. De esta manera, un hombre que recuerde con
certeza que él ha percibido en una ocasión la demostración de que los tres ángulos de un triángulo son
iguales a dos rectos, está seguro de que lo sabe, porque no puede dudar de la verdad de ello. Y al
adherirse a una verdad, cuya demostración por la que primero fue conocida ha sido olvidada, un hombre,
aunque pueda conceder más crédito a la memoria que realmente no la conoce, y aunque esta forma de
conocimiento de la verdad me pareciera antes algo así como un intermedio entre la verdad y el
conocimiento, una especie de seguridad que sobrepasa la mera creencia, ya que ésta se atiene al
testimonio de los demás, sin embargo, después de un examen detallado, advierto que constituye en no
pequeña medida una certidumbre perfecta, y que realmente se trata de un conocimiento verdadero. Lo
que nos lleva al error en nuestros primeros pensamientos en este asunto es que el acuerdo o desacuerdo
de las ideas en este caso no se observa, como en un principio, por una percepción actual de todas las
ideas inmediatas por las que el acuerdo o desacuerdo de aquellas que están contenidas en la proposición
fue percibido en un principio, sino por otras ideas inmediatas que muestran el acuerdo o desacuerdo de
las ideas obtenidas en la proposición cuya certidumbre podemos recordar. Por ejemplo, en esta
proposición de que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos, quien haya visto y percibido
con claridad la demostración de su verdad sabrá que es cierta cuando la demostración ya no esté en su
mente, de manera que no la tiene a la vista y posiblemente no puede recordarla. El acuerdo de las dos
ideas unidas en la proposición es percibido, pero por la intervención de otras ideas distintas a las que, en
un principio, produjeron la percepción. Recuerda, es decir, sabe (pues recordar no es sino revivir algún
conocimiento pasado) que tuvo en una ocasión la certidumbre de la verdad de la proposición que
establece que los tres ángulos de un triángulo son iguales a dos rectos. La inmutabilidad de las mismas
relaciones entre las cosas inmutables es ahora la idea que le muestra que si los tres ángulos de un
triángulo eran iguales a dos rectos, siempre lo serán. Y de aquí se deriva la certidumbre de que lo que
fue cierto en una ocasión en el caso, siempre lo será; de que las ideas que una vez estuvieron de acuerdo,
siempre lo estarán; y, en consecuencia, que lo que alguna vez supo que era verdadero, siempre sabrá que
lo es, en el caso de que pueda recordar que una vez lo supo. Este es el fundamento sobre el que las
demostraciones particulares de las matemáticas ofrecen un conocimiento general. Entonces, si la
percepción de que las mismas ideas tendrán eternamente los mismos hábitos y relaciones no fuera un
fundamento suficiente para el conocimiento, no podría haber ningún conocimiento de las proposiciones
generales de las matemáticas, ya que ninguna proposición matemática sería algo más que una
demostración particular; y cuando un hombre hubiera demostrado cualquier proposición sobre un
triángulo o un círculo, su conocimiento no iría más allá de ese diagrama particular. Y si quisiera
extenderlo más allá, debería renovar su demostración en otro ejemplo, antes de tener la certeza de que
era verdad en otro triángulo semejante, y así sucesivamente, de tal manera que eso significaría que no
podría alcanzar nunca el conocimiento de ninguna proposición general. Pienso que nadie podrá negar
que el señor Newton conozca como verdaderas cualquiera de las proposiciones que puede leer en todo
momento en sus obras, aunque no tenga actualmente a la vista la cadena admirable de ideas intermedias
que le sirvieron para descubrir que eran verdades. Una memoria como ésta, capaz de retener tal número
de ideas particulares, puede considerarse como algo que excede las facultades humanas, puesto que el
descubrimiento, percepción y unión de esa maravillosa conexión de ideas parece sobrepasar la
comprensión de la mayor parte de los lectores. Sin embargo, resulta evidente que el autor mismo sabe
que las proposiciones son verdaderas al recordar que alguna vez vio la conexión de esas ideas tan
claramente como pueda un hombre saber que hirió a otro recordando que vio cómo lo atravesaba. Pero
dado que la memoria no siempre es tan clara como la percepción presente, y en todos los hombres se
llega a perder al cabo de más o menos tiempo, ésta, entre otras diferencias, muestra que el conocimiento
demostrativo es mucho más imperfecto que el intuitivo, según podremos ver en el capítulo siguiente.
LIBRO IV DEL ENSAYO SOBRE EL ENTENDIMIENTO HUMANO

Capítulo IV
ACERCA DE LA REALIDAD DEL CONOCIMIENTO
1. Una objeción: si el conocimiento reside en nuestras ideas puede ser irreal o quimérico
Estoy seguro de que, a estas alturas, mi lector tendrá la sensación de que durante todo este tiempo no he
estado construyendo sino un castillo en el aire, y que estará tentado de preguntarme que a qué viene
tanto ruido. Afirmas -me podrá decir- que el conocimiento no es sino la percepción del acuerdo o
desacuerdo de nuestras propias ideas, pero ¿quién sabe lo que son esas ideas? ¿Existe algo más
extravagante que la imaginación del cerebro humano? ¿Dónde existe una cabeza que no tenga una
quimera en ella? O si hay un hombre justo y sabio, ¿qué diferencia puede haber, según tus reglas, entre
su conocimiento y el de la mente más extravagante y fantasioso del mundo? Ambos tienen sus ideas y
perciben el acuerdo o desacuerdo que existe entre ellas. Si alguna diferencia hay entre ellos, la ventaja
estará de parte del hombre de imaginación más calenturienta, ya que tendrá mayor número de ideas, y
más vivaces. Y de este modo, según tus reglas, él será el más conocedor. Y si es verdad que todo
conocimiento depende únicamente de la percepción del acuerdo o desacuerdo de nuestras propias ideas,
las visiones de un entusiasta y los razonamientos de un hombre sobrio serán igualmente ciertas. Nada
importa cómo sean las cosas: será suficiente con que un hombre observe el acuerdo de sus propias
imaginaciones, y con que hable de manera convincente, para que todo sea verdad, para que todo sea
cierto. Semejantes castillos en el aire serán unas fortalezas de verdad tan grandes como las
demostraciones de Euclides. Que una arpía no es un centauro es, de esta manera, un conocimiento tan
cierto y tan verdadero como que un cuadrado no es un círculo. Pero ¿para qué le sirve todo este bonito
conocimiento de la imaginación de los hombres al hombre que pregunte por la realidad de las cosas? Las
fantasías de los hombres no tienen ninguna importancia; es el conocimiento de las cosas lo que se debe
valorar; lo único que da valor a nuestros razonamientos, y preferencia al conocimiento de una persona
sobre el de otra, es que este conocimiento esté basado en como realmente son las cosas, y no en sueños y
fantasías.
2. Respuesta
A todo lo cual respondo que si el conocimiento de nuestras ideas termina en ellas y no alcanza más allá,
cuando se intenta conseguir alguna cosa más, nuestros pensamientos más serios no serán de mayor
utilidad que los sueños de un loco, y las verdades construidas sobre ellos no tendrán más peso que las
disertaciones de un hombre que una serie de cosas claras en sus sueños, y las utiliza con gran seguridad.
Pero confío en que antes de terminar podré hacer evidente que esta manera de certidumbre, por el
conocimiento de nuestras propias ideas, va un poco más allá de la mera imaginación, y creo que
resultará claro que toda la certidumbre de las verdades generales que el hombre tiene no radica en nada
más.
3. ¿Cuál será el criterio de este acuerdo?
Es evidente que la mente no conoce las cosas de forma inmediata, sino tan sólo por la intervención de
las ideas que tiene sobre ellas. Nuestro conocimiento, por ello, sólo es real en la medida en que existe
una conformidad entre nuestras ideas y la realidad de las cosas. Pero ¿cuál será ese criterio? ¿Cómo
puede la mente, puesto que no percibe nada sino sus propias ideas, saber que están de acuerdo con las
cosas mismas? Esto, aunque parece ofrecer cierta dificultad, pienso que se puede resolver, sin embargo,
con la consideración de que existen dos clases de ideas que podemos asegurar están de acuerdo con las
cosas.
4. Primero, todas las ideas simples se conforman realmente a las cosas
Las primeras son las ideas simples, porque como la mente, según ya se ha mostrado, no puede forjarlas
de ninguna manera por sí misma, tienen que ser necesariamente el producto de las cosas que operan
sobre la mente de una manera natural, y que producen en ella aquellas percepciones para las que han
sido adaptadas y ordenadas por la sabiduría y la voluntad de nuestro Hacedor. De aquí resulta que las
ideas simples no son ficciones nuestras, sino productos naturales y regulares de las cosas que están fuera
de nosotros, que operan de una manera real sobre nosotros, y que de esta manera llevan toda la
conformidad que se pretendió, o que nuestro estado requiere; pues nos representan las cosas bajo
aquellas apariencias que ellas deben producir en nosotros, y por las cuales somos capaces de distinguir
las clases de sustancias particulares, de discernir los estados en que se encuentran, y de esta manera
tomarlas para nuestras necesidades y aplicarlas a nuestros usos. Así, la idea de blancura, o la de amargo,
tal como está en la mente, respondiendo exactamente a ese poder de producirla que hay en cualquier
cuerpo, tiene toda la conformidad real que puede o debe tener con las cosas que están fuera de nosotros.
Y esta conformidad entre nuestras ideas simples y la existencia de las cosas resulta suficiente para un
conocimiento real.
5. Segundo, todas las ideas complejas, excepto las ideas de sustancias, son sus propios arquetipos
En segundo lugar, como todas nuestras ideas complejas, a excepción de las de las sustancias, son
arquetipos forjados por la mente, y no intentan ser copia de nada, ni referirse a la existencia de ninguna
cosa que sirva como original, no pueden carecer de ninguna conformidad necesaria para un
conocimiento real. Porque aquello que no está destinado a representar ninguna cosa sino a sí mismo,
nunca puede ser capaz de una representación errónea, ni puede apartarnos de una verdadera aprehensión
de cosa alguna, por su disimilitud con ella; y así son, con excepción de las sustancias, todas nuestras
ideas complejas. Las cuales, según he mostrado en otro lugar, son combinaciones de ideas que la mente,
por su libre elección, reúne sin considerar que tengan ninguna conexión con la naturaleza. Y de aquí
resulta que en todas estas clases las ideas mismas son consideradas como los arquetipos, y las cosas son
consideradas únicamente en tanto en cuanto se ajustan a ellos, De manera que no podemos por menos

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