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Es evidente que todas las ciencias mantienen una relación más o menos estrecha
con la naturaleza humana y que, por muy lejos que algunas de ellas parezcan
separarse, vuelven siempre a ella por uno u otro camino.
Hasta las matemáticas, la filosofía natural y la religión natural dependen en parte
de la ciencia del hombre, pues se hallan bajo el conocimiento de los hombres y
son juzgadas por sus poderes y facultades. Es imposible decir qué cambios y
progresos podríamos hacer en estas ciencias si conociéramos totalmente la
extensión y la fuerza del entendimiento humano y si pudiéramos explicar la
naturaleza de las ideas que empleamos y de las operaciones que realizamos al
razonar. Estos progresos son de esperar, especialmente en la religión natural, ya
que no se contenta con instruirnos acerca de la naturaleza de las fuerzas
superiores, sino que lleva su examen más lejos, a su disposición con respecto a
nosotros y a nuestros deberes con respecto a ellas; en consecuencia, no somos
sólo los seres que razonamos, sino también uno de los objetos acerca de los que
razonamos.
Así, pues, si las ciencias matemáticas, la filosofía natural y la religión natural
dependen de tal modo del conocimiento del hombre, ¿qué no puede esperarse en
otras ciencias cuya conexión con la naturaleza humana es más estrecha e íntima?
El único fin de la lógica es explicar los principios y operaciones de nuestra
facultad de razonamiento, y la naturaleza de nuestras ideas. La moral y la estética
consideran nuestros gustos y sentimientos, y la política estudia a los hombres
unidos en sociedad y dependientes los unos de los otros. En estas cuatro ciencias
de la lógica, moral, estética y política se comprende casi todo lo que nos puede
importar de algún modo conocer o que puede tender al progreso o adorno del
espíritu humano.
De las relaciones
La palabra relación se usa en dos sentidos muy diferentes el uno del otro.
Designa a veces la cualidad por la cual dos ideas se hallan enlazadas entre sí en
la imaginación y por la que una de ellas despierta naturalmente la otra, según se
ha explicado, y otras la circunstancia particular según la que, aun en la unión
arbitraria de dos ideas en la fantasía, consideramos apropiado compararlas.
De los modos y substancias
La idea de substancia se deriva de las impresiones de sensación o reflexión, no
es más que una colección de ideas simples que están unidas por la imaginación
y poseen un nombre particular asignado a ellas, por el que somos capaces de
recordar para nosotros mismos o los otros esta colección; pero la diferencia
entre estas ideas consiste en que las cualidades particulares que forman una
substancia se refieren un algo desconocido, Si es percibida por la vista, debe ser
un color; si por el oído, un sonido; si por el paladar, un sabor, y así
sucesivamente sucederá con los otros sentidos. Creo, sin embargo, que nadie
afirmará que la substancia es un color, un sonido o un sabor. La idea de
substancia debe, por consecuencia, derivarse de una impresión de reflexión si
realmente existe. Pero nuestras impresiones de reflexión se reducen a nuestras
pasiones y emociones, ninguna de las cuales es posible que represente una
substancia. No tenemos, por consiguiente, una idea de la substancia distinta de
una colección de cualidades particulares, y no nos referimos a otra cosa cuando
hablamos o razonamos acerca de ella.
Las ideas de existencia y de existencia externa, que, lo mismo que las ideas del
espacio y el tiempo, tienen sus dificultades. Por este medio estaremos mejor
preparados para el examen del conocimiento y probabilidad si entendemos
perfectamente todas las ideas particulares que entran en nuestro
razonamiento.
No hay impresión ni idea de cualquier género de la que tengamos conciencia o
memoria que no se conciba como existente, y es evidente que de esta
conciencia se deriva la más perfecta idea y seguridad del ser. Partiendo de aquí,
podemos presentar un dilema, el más claro y concluyente que puede
imaginarse, a saber: que ya que jamás recordamos una idea o impresión sin
atribuirle existencia, la idea de existencia o debe ser derivada de una impresión
distinta unida con cada percepción u objeto de nuestro pensamiento, o debe ser
la misma idea que la idea de la percepción u objeto.
Del mismo, modo que este dilema es una consecuencia evidente del principio
de que toda idea surge de una impresión similar, no es dudosa la decisión entre
las proposiciones del dilema. Tan lejos se halla de existir una impresión distinta
que acompañe a cada impresión y a cada idea, que yo no podría pensar que
existen dos impresiones distintas que están unidas inseparablemente. Aunque
ciertas sensaciones puedan estar a veces unidas hallamos rápidamente que
admiten una separación y pueden presentarse separadas. Así, aunque cada
impresión o idea que recordamos sea considerada como existente, la idea de la
existencia no se deriva de una impresión particular.