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Tratado de la naturaleza humana

Es evidente que todas las ciencias mantienen una relación más o menos estrecha
con la naturaleza humana y que, por muy lejos que algunas de ellas parezcan
separarse, vuelven siempre a ella por uno u otro camino.
Hasta las matemáticas, la filosofía natural y la religión natural dependen en parte
de la ciencia del hombre, pues se hallan bajo el conocimiento de los hombres y
son juzgadas por sus poderes y facultades. Es imposible decir qué cambios y
progresos podríamos hacer en estas ciencias si conociéramos totalmente la
extensión y la fuerza del entendimiento humano y si pudiéramos explicar la
naturaleza de las ideas que empleamos y de las operaciones que realizamos al
razonar. Estos progresos son de esperar, especialmente en la religión natural, ya
que no se contenta con instruirnos acerca de la naturaleza de las fuerzas
superiores, sino que lleva su examen más lejos, a su disposición con respecto a
nosotros y a nuestros deberes con respecto a ellas; en consecuencia, no somos
sólo los seres que razonamos, sino también uno de los objetos acerca de los que
razonamos.
Así, pues, si las ciencias matemáticas, la filosofía natural y la religión natural
dependen de tal modo del conocimiento del hombre, ¿qué no puede esperarse en
otras ciencias cuya conexión con la naturaleza humana es más estrecha e íntima?
El único fin de la lógica es explicar los principios y operaciones de nuestra
facultad de razonamiento, y la naturaleza de nuestras ideas. La moral y la estética
consideran nuestros gustos y sentimientos, y la política estudia a los hombres
unidos en sociedad y dependientes los unos de los otros. En estas cuatro ciencias
de la lógica, moral, estética y política se comprende casi todo lo que nos puede
importar de algún modo conocer o que puede tender al progreso o adorno del
espíritu humano.

la ciencia del hombre es el único fundamento sólido para la fundamentación de


las otras ciencias, la única fundamentación sólida que podemos dar a esta ciencia
misma debe basarse en la experiencia y en la observación. No es una reflexión
asombrosa el considerar que la aplicación de la filosofía experimental a las
cuestiones de moral vendrá después de su aplicación a las de la naturaleza y a la
distancia de una centuria entera, ya que hallamos de hecho que existió casi el
mismo intervalo entre los orígenes de estas ciencias, y que, contando de Tales a
Sócrates, el período de tiempo es próximamente igual al que existe entre lord
Bacon y algunos filósofos1 recientes de Inglaterra, que han comenzado a llevar la
ciencia del hombre por un nuevo camino y han interesado la atención y excitado
la curiosidad del público. Tan verdad es esto, que, aunque otras naciones puedan
rivalizar con nosotros en poesía y aun superarnos en algunas otras artes bellas,
los progresos en la razón y la filosofía pueden ser solamente debidos a la tierra de
la tolerancia y libertad.
Del origen de nuestras ideas
Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos géneros distintos
que yo llamo impresiones e ideas. La diferencia entre ellos consiste en los
grados de fuerza y vivacidad con que se presentan a nuestro espíritu y se abren
camino en nuestro pensamiento y conciencia. A las percepciones que penetran
con más fuerza y violencia llamamos impresiones, y comprendemos bajo este
nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su
primera aparición en el alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de éstas
en el pensamiento y razonamiento, como, por ejemplo, lo son todas las
percepciones despertadas por el presente discurso, exceptuando solamente las
que surgen de la vista y tacto y exceptuando el placer o dolor inmediato que
pueden ocasionar.

División del asunto


Nuestras impresiones simples son anteriores a sus ideas correspondientes y que
las excepciones de esto son muy raras, el método parece requerir que
examinemos nuestras impresiones antes de considerar nuestras ideas. Las
impresiones pueden ser divididas en dos géneros: las de la sensación y las de la
reflexión. El primer género surge en el alma, originariamente por causas
desconocidas. El segundo se deriva, en gran medida, de nuestras ideas y en el
siguiente orden. Una impresión nos excita a través de los sentidos y nos hace
percibir calor o frío, sed o hambre, placer o dolor de uno u otro género. De esta
impresión existe una copia tomada por el espíritu y que permanece después
que la impresión cesa, y a esto llamamos una idea. La idea de placer o perla
produce, cuando vuelve a presentarse en el alma, las nuevas impresiones de
deseo y aversión, esperanza y temor que pueden ser llamadas propiamente
impresiones de reflexión porque derivan de ella. Estas son a su vez copiadas por
la memoria e imaginación y se convierten en ideas que quizá a su vez dan lugar
a otras impresiones e ideas; de modo que las impresiones de reflexión no son
sólo antecedentes a sus ideas correspondientes sino también posteriores a las
de sensación y derivadas de ella.

De las ideas de la memoria y la imaginación


Hallamos por experiencia que cuando una impresión ha estado una vez
presente al espíritu, hace de nuevo su aparición en él como una idea, y que esto
puede suceder de dos modos diferentes: cuando en su nueva aparición
conserva un grado considerable de su primera vivacidad y es así algo intermedio
entre una impresión y una idea y cuando pierde enteramente esta vivacidad y
es una idea por completo. La facultad por la que reproducimos nuestras
impresiones del primer modo es llamada memoria, y aquella que las reproduce
del segundo, imaginación. Es evidente, a primera vista, que las ideas de la
memoria son mucho más vivaces y consistentes que las de la imaginación y que
la primera facultad nos presenta sus objetos más exactamente que lo hace la
última. Cuando recordamos un suceso pasado su idea surge en el espíritu con
energía, mientras que en la imaginación la percepción es débil y lánguida y no
puede ser mantenida por el espíritu, sin dificultad invariable y uniforme,
durante algún tiempo considerable.
De la conexión o asociación de ideas
Como todas las ideas simples pueden ser separadas por la imaginación y pueden
ser unidas de nuevo en la forma que a ésta agrade, nada sería más inexplicable
que las operaciones de esta facultad si no estuviese guiada por algunos
principios universales que la hacen en alguna medida uniforme en todos los
tiempos y lugares. Si las ideas existiesen enteramente desligadas e inconexas
sólo el azar las uniría, y será, imposible que las mismas ideas se unan
regularmente en ideas complejas (como lo hacen corrientemente) sin que exista
algún lazo de unión entre ellas, alguna cualidad que las asocie y por la que
naturalmente una idea despierte a la otra. Este principio de unión entre las
ideas no ha de ser considerado como una conexión inseparable, pues esto ha
sido ya excluido por la imaginación, y además no podemos concluir que sin ésta
el espíritu pueda unir dos ideas, pues nada es más libre que dicha facultad, sino
que hemos de considerarlo como una fuerza dócil que prevalece comúnmente y
es la causa de por qué, entre otras cosas, los lenguajes se corresponden tan
exactamente los unos a los otros; la naturaleza, en cierto modo, ha indicado a
cada una de las ideas simples cuáles son más propias para ser unidas en un
complejo.

De las relaciones
La palabra relación se usa en dos sentidos muy diferentes el uno del otro.
Designa a veces la cualidad por la cual dos ideas se hallan enlazadas entre sí en
la imaginación y por la que una de ellas despierta naturalmente la otra, según se
ha explicado, y otras la circunstancia particular según la que, aun en la unión
arbitraria de dos ideas en la fantasía, consideramos apropiado compararlas.
De los modos y substancias
La idea de substancia se deriva de las impresiones de sensación o reflexión, no
es más que una colección de ideas simples que están unidas por la imaginación
y poseen un nombre particular asignado a ellas, por el que somos capaces de
recordar para nosotros mismos o los otros esta colección; pero la diferencia
entre estas ideas consiste en que las cualidades particulares que forman una
substancia se refieren un algo desconocido, Si es percibida por la vista, debe ser
un color; si por el oído, un sonido; si por el paladar, un sabor, y así
sucesivamente sucederá con los otros sentidos. Creo, sin embargo, que nadie
afirmará que la substancia es un color, un sonido o un sabor. La idea de
substancia debe, por consecuencia, derivarse de una impresión de reflexión si
realmente existe. Pero nuestras impresiones de reflexión se reducen a nuestras
pasiones y emociones, ninguna de las cuales es posible que represente una
substancia. No tenemos, por consiguiente, una idea de la substancia distinta de
una colección de cualidades particulares, y no nos referimos a otra cosa cuando
hablamos o razonamos acerca de ella.

De las ideas abstractas


Esta aplicación de las ideas abstractas más allá de su naturaleza procede de la
reunión de todos sus grados de cantidad y cualidad de una manera imperfecta,
pero que puede servir para los propósitos de la vida, lo que constituye la
segunda proposición que yo me propongo explicar. Cuando hemos hallado una
semejanza4 entre varios objetos y que frecuentemente se nos presenta,
aplicamos el mismo nombre a todos ellos, cualesquiera que sean las diferencias
que podamos observar en los grados de su cantidad y cualidad y todas las
demás diferencias que puedan aparecer entre ellos. Después que hemos
adquirido un hábito de este género, la audición de este nombre despierta la
idea de uno de estos objetos y hace que la imaginación lo conciba con todas sus
circunstancias y proporciones determinadas.

De la infinita divisibilidad de nuestras ideas del espacio y el tiempo


Todo lo que tiene un aspecto de paradoja y es contrario a las nociones primeras
y sin prejuicios de la humanidad es abrazado frecuentemente con gusto por los
filósofos, como pareciendo mostrar la superioridad de su ciencia, que puede
descubrir opiniones tan remotas de las concepciones vulgares. Por otra parte,
algo que no nos es propuesto y causa sorpresa y admiración produce una
satisfacción tal al espíritu, que nos entregamos a estas emociones agradables y
no nos persuadiremos jamás de que este placer carece de todo fundamento.

De la infinita divisibilidad del espacio y el tiempo


Siempre que las ideas son representaciones adecuadas de los objetos, las
relaciones, contradicciones y concordancias de las ideas son totalmente
aplicables a los objetos y podemos observar que esto es el fundamento del
conocimiento humano. Nuestras ideas son representaciones adecuadas de las
partes más diminutas de la extensión, y sean las que quieran las divisiones o
subdivisiones que suponemos para lograr estas partes éstas no pueden jamás
ser inferiores a algunas ideas que nos formamos. La clara consecuencia de ello
es que todo lo que parece imposible y contradictorio por la comparación de
estas ideas debe ser realmente imposible y contradictorio sin una excusa o
evasiva ulterior. Una idea establecida en metafísica que todo lo que el espíritu
concibe claramente incluye la idea de una existencia posible o, en otras
palabras, que nada de lo que imaginamos es absolutamente imposible.
Podemos formarnos la idea de una montaña de oro y de aquí concluir que esta
montaña puede existir actualmente. No podemos formarnos la idea de una
montaña sin valle y, por consiguiente, la consideramos como imposible.

De las ideas de existencia y de existencia externa

Las ideas de existencia y de existencia externa, que, lo mismo que las ideas del
espacio y el tiempo, tienen sus dificultades. Por este medio estaremos mejor
preparados para el examen del conocimiento y probabilidad si entendemos
perfectamente todas las ideas particulares que entran en nuestro
razonamiento.
No hay impresión ni idea de cualquier género de la que tengamos conciencia o
memoria que no se conciba como existente, y es evidente que de esta
conciencia se deriva la más perfecta idea y seguridad del ser. Partiendo de aquí,
podemos presentar un dilema, el más claro y concluyente que puede
imaginarse, a saber: que ya que jamás recordamos una idea o impresión sin
atribuirle existencia, la idea de existencia o debe ser derivada de una impresión
distinta unida con cada percepción u objeto de nuestro pensamiento, o debe ser
la misma idea que la idea de la percepción u objeto.
Del mismo, modo que este dilema es una consecuencia evidente del principio
de que toda idea surge de una impresión similar, no es dudosa la decisión entre
las proposiciones del dilema. Tan lejos se halla de existir una impresión distinta
que acompañe a cada impresión y a cada idea, que yo no podría pensar que
existen dos impresiones distintas que están unidas inseparablemente. Aunque
ciertas sensaciones puedan estar a veces unidas hallamos rápidamente que
admiten una separación y pueden presentarse separadas. Así, aunque cada
impresión o idea que recordamos sea considerada como existente, la idea de la
existencia no se deriva de una impresión particular.

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