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del apego
Autor: Rozenel, Valeria
Palabras clave
En el presente trabajo se realiza una revisión bibliográfica del concepto de Modelos Operativos
Internos (IWM) desde la perspectiva de la Teoría del Apego. En la primera sección se exponen
las características generales de los IWM, su definición, alcances y relación con otros términos.
Posteriormente, se describe cómo se van construyendo a lo largo de la vida, así como la manera
de organizarse. Se incorporan estudios que hablan sobre la continuidad vs. discontinuidad de los
patrones de apego a lo largo del ciclo vital, aclarando qué condiciones promueven la estabilidad
de los IWM y cuáles el cambio.
En la segunda sección se revisa las influencia de los IWM de los padres en el tipo de apego de
los hijos/as: se retoma el tema de la transmisión de apego intergeneracional; la importancia de
estudiar otras variables, además de la capacidad de respuesta sensible del cuidador, para
entender cómo se desarrolla dicha transmisión; la diferencia entre el tipo de apego hacia el padre
y hacia la madre. A la par, se profundiza también en la manera en cómo influye en el tipo de
apego del infante la representación que tienen los progenitores de la relación con el hijo/a.
Introducción
A lo largo de los últimos años ha quedado claro que las representaciones juegan un
papel poderoso y prevalente para el entendimiento de la relación padres–infante, tanto
normal como patológica. El trabajo de Bowlby sobre los “Modelos Operativos Internos”
(Internal Working Models: IWM), de Fraiberg sobre las fantasías parentales, de Lebovici
sobre el bebé “imaginario” y “fantasmático” construido por los padres y de Sandler
sobre el “rol de la relación internalizada” han establecido las bases para este
desarrollo (Stern, 1991).
Los IWM gobernarán también los miedos y los deseos expresados en las ensoñaciones
diurnas (Brennan, Clark, & Shaver, 1998). Los modelos, al formarse en el curso de
acontecimientos relevantes para el apego, contienen las emociones inherentes a estos
acontecimientos (Marrone, 2001). Tanto los procesos emocionales como cognitivos,
influirán en la manera en que los acontecimientos e interacciones serán activamente
representados y valorados, consciente e inconscientemente (Steele & Steele, 1994).
Bowlby usó ocasionalmente en sus primeras publicaciones el término “Modelos
representacionales” como sinónimo de Modelos Operativos Internos, dado que el
concepto de representación era más familiar dentro de la literatura clínica. Sin
embargo, en una nota a pie de página en su artículo “El rol del apego en el desarrollo
de la personalidad” (Bowlby, 1988, pag. 120) aclara que dentro del contexto de la
psicología dinámica el término IWM resulta más apropiado. Para la teoría del apego, el
concepto de IWM de una figura de apego es, en muchos aspectos, equivalente a -y
reemplaza a-, el concepto psicoanalítico tradicional de objeto interno.
Dentro de la teoría del apego, los IWM se construyen a partir del proceso de la
internalización. Sin embargo, como menciona Marrone (2001), Bowlby no solía utilizar
este término para explicar la formación de los IWM. “Internalización” indica algo de
naturaleza mecánica, que consiste en hacer interno algo que ha sido externo. Sin
embargo, lo que se plantea en la teoría del apego es el representar en la mente de una
persona algo que no le ha sido ni totalmente interno ni totalmente externo, lo que el
individuo se representa es básicamente una relación, como lo describe
Stern (1995) una experiencia de estar–con.
Dentro de la teoría del apego se resalta la importancia de las relaciones que el infante
establece desde su nacimiento con el mundo exterior, principalmente con la figura de
apego. Sin embargo, será hasta alrededor del primer año de vida, bajo circunstancias
más o menos normales, que se desarrollará de manera organizada y funcional el IWM
de la figura de apego. Bowlby (1988) plantea que el infante irá construyendo IWM de
su(s) figuras(s) de apego a partir de la comunicación e interacción con éstos, día a día,
ubicados dentro de un contexto social. Los IWM serán construidos por el niño durante
los primeros años de vida pero durante los años de inmadurez se seguirán
construyendo, estableciéndose firmemente como estructuras cognitivas influyentes
tanto a niveles conscientes como inconscientes.
De este modo, afín a las ideas de Piaget respecto a que el entendimiento del infante
sobre los objetos surge a partir de su manipulación o actuación sobre los mismos,
Bowlby conceptualiza dentro de la etapa sensoriomotriz el surgimiento de la capacidad
para comprender las relaciones en el contexto de interacciones repetidas con las
figuras de apego. Dicha forma embrionaria de representación del self y del otro
permitirá, aun a infantes muy pequeños, el reconocimiento de patrones de transacción
y a partir de ello anticipará qué es lo que la figura de apego hará después. Al igual que
el concepto de objeto en Piaget, los IWM no son únicamente “pinturas” o introyecciones
pasivas del objeto de experiencias pasadas, sino que son construcciones activas que
pueden ser reestructuradas (Main et al., 1985).
Las investigaciones hechas dentro de la teoría del apego respecto a los IWM han
permitido identificar como las estructuras representacionales siguen una secuencia de
desarrollo epigenético de diferentes modalidades: de actos a imágenes y de imágenes
a léxicos al ser transformadas de patrones habituales motores preoperacionales a
patrones simbólicos, a representaciones cohesivas de uno mismo, del otro y de la
interacción. Las experiencias de apego temprano son registradas durante el primer año
de vida en el modo de representación de actos. Esto es, la organización de los
movimientos del cuerpo del bebé con relación a uno de los padres en particular, ya sea
de manera segura o insegura, revelará el tipo de patrón de apego que se desarrollará.
Los IWM del apego, durante la infancia y la adultez, estarán cada vez más
representados en la modalidad de imágenes y léxicos. Por último, la Entrevista del
Apego en el Adulto (EAA) demuestra tanto el poder potencial de integración y síntesis
de las representaciones léxicas como las formas en las cuales el acceso a éstas puede
estar restringido (Diamond & Blatt, 1994).
Para Bowlby (1973, 1988), un punto clave dentro del modelo operativo que el individuo
construye sobre el mundo es su idea de quiénes son sus figuras de apego, dónde
pueden ser encontradas y cómo se espera que respondan. A la vez, un modelo clave
dentro del IWM de sí mismo es la noción de cuan aceptable o inaceptable aparece ante
los ojos de sus figuras de apego. De este modo, si se representa a la figura de apego
como una persona que responderá a las solicitudes de apoyo y protección del infante,
éste se concebirá a sí mismo como una persona a quien cualquiera, en especial la
figura de apego, le ofrecerá su apoyo, así ambos criterios se confirman
mutuamente (Marrone, 2001). Por lo tanto, los modelos del self y del otro no pueden
ser entendidos sin la referencia del uno al otro. Bretherton (1999) plantea que los
individuos internalizan ambas partes de la relación y son capaces de usar ambos como
modelos de su propia conducta.
INTERACCIONES ACTUALES*
Las interacciones con peso afectivo con los cuidadores proveen las bases para el
desarrollo de los IWM que, a su vez, se asociarán con la regulación del afecto en la
infancia y etapas posteriores. Steele y Steele (1994) plantean que el trabajo realizado
por Stern (1985) resulta útil para describir los elementos que forman los bloques
constructores de los modelos operativos. Stern formuló la noción de “Representaciones
de Interacciones que se vuelven Generalizadas” (RIGs: Representation of interactions
which become generalized”) para describir las experiencias mentales del infante en la
relación con sus cuidadores. A partir de experimentar repetidamente interacciones
específicas y cercanas, los infantes desarrollarán representaciones de interacciones
que serán generalizadas. Justo como las representaciones de acontecimientos
generalizados no son recuerdos de acontecimientos reales, sino promedios abstraídos
de acontecimientos similares, las RIGs son promedios abstraídos de las interacciones
con figuras importantes. Así, las RIGs pueden nunca haber ocurrido exactamente como
son representadas, pero son invocadas únicamente por acontecimientos reales. Ciertos
sentimientos o percepciones de la experiencia del infante activan una determinada RIG,
la cual entonces recrea una versión de la experiencia vivida. Es importante aclarar que
para Stern (1985) lo que conforma un IWM es un gran número de RIGs .
Al parecer, las RIGs ocupan una posición intermedia dentro de la experiencia mental
jerarquizada. Las RIGs propuestas por Stern podrían conceptualizarse como las
emociones preverbales equivalentes a los constructos cognitivos de los guiones
determinados verbalmente. Ambos se refieren a procesos mentales provenientes de
diversas experiencias que comparten elementos comunes que permiten representar
interacciones pasadas, facilitando así las concernientes predicciones de interacciones
futuras. Para Stern, los orígenes de las RIGs descansan en la calidad de la sincronía
emocional del cuidador con el infante. Por su parte, Beebe (1992) agrega que las RIGs,
formadas al final primer año de vida, cuando se desarrolla la habilidad de abstracción,
se convertirán en la base de la representación del self y del objeto en el ámbito
simbólico.
Aunque los IWM son subjetivos, al representar la realidad desde la perspectiva del
individuo dentro de su historia específica de significados o atribuciones, son también
compartidos, por lo menos parcialmente, ya que la adquisición de significados se
establece dentro de la relación con las figuras de apego y con la sociedad, de manera
más general. A la vez, la teoría del apego da un paso más al plantear que debido a que
el proceso evolutivo prepara al infante para esperar una respuesta parental a las
señales de apego, el ignorarlas no se traducirá en hacer insignificante la comunicación
del infante sino que comunicará rechazo, expresado verbalmente como “Tu señal no
cuenta”. Eventualmente, este tipo de respuestas parentales, si son constantes y
persistentes, serán incorporadas dentro del IWM del infante como “Mis necesidades no
son importantes”. Visto de esta manera, los significados derivados de las interacciones
de apego poseen un alto peso emocional para el desarrollo de los IWM del infante
sobre sí mismo con relación a la figura de apego (Bretherton & Munholland, 1999).
Relevante para el concepto de IWM es la propuesta de Mead (1919, 1913, 1934 citado
en Bretherton & Munholland, 1999) sobre el origen social del pensamiento. Para Mead
el pensamiento consiste en conversaciones internas entre otras personas imaginarias y
uno mismo. Las ideas de Mead sugieren que el pensamiento de los infantes acerca de
las interacciones de apego consiste, en algunos casos, en el mantenimiento de
conversaciones internas derivadas de conversaciones reales con los padres. Estas
ideas arrojaron luz a la noción de Bowlby (1973) respecto a que padres que
abiertamente comparten sus reflexiones sobre los IWM de ellos mismos, el infante y los
demás, proporcionan una base segura para que el infante pueda construir, explorar,
cuestionar y revisar su mundo interno.
Una vez formados, los IWM adquieren una existencia fuera de la conciencia pudiendo
coexistir modelos de lo mismo (particularmente de uno mismo y de otras personas),
mantenerse apartados unos de los otros o unirse a través de procesos integradores o
sintéticos. Cuando existen modelos múltiples de una misma figura de apego
probablemente diferirán en el origen, preponderancia y grado en que el sujeto es
consciente de ellos. La definición de apego seguro o inseguro dependerá de la calidad
predominante de estos modelos (Bowlby, 1973).
Continuidad vs. discontinuidad en los patrones de apego a lo largo del ciclo vital
Aunque con fundamento en diversos estudios (EJ. Egeland & Farber, 1984; Thompson
et al., 1982; Vaughn et al., 1979), se ha encontrando que en los primeros años de vida
los IWM están relativamente abiertos al cambio si la calidad del cuidado parental
cambia, si la persona recibe un patrón consistente de cuidado durante la infancia y
adolescencia se espera que los modelos se solidifiquen a través de las experiencias
repetidas y cada vez se vuelvan más propiedad del niño que de la relación en sí. Una
vez conformados, los IWM se vuelven automáticos e inconscientes por lo que se
vuelven más resistentes a cambios dramáticos.
Weinfield, et al (1999) proponen 4 posibles razones para explicar por qué las relaciones
tempranas de apego influyen en el desarrollo posterior: 1) debido a que estas
experiencias pueden influir en el desarrollo cerebral, dando lugar a influencias
duraderas a nivel neuronal; 2) las relaciones tempranas de apego probablemente
sirven como fundamento del aprendizaje de la regulación de afectos, 3) a través de la
regulación y sincronía conductual y 4) por medio de procesos representacionales
mediante los IWM.
Entre los factores que contribuyen a la resistencia al cambio de los IWM se encuentra
el proceso de asimilación. Es decir, representaciones de intercambios previos influirán
en lo que el individuo espera y, con límites, regularán la percepción de experiencias
futuras con las figuras de apego, así las personas interpretarán situaciones nuevas y
ambiguas de forma que sean consistentes con sus experiencias tempranas. Formas de
actuar y de pensar que en algún momento estuvieron bajo el influjo de un control
deliberado comienzan a volverse menos accesibles a la conciencia al volverse más
automáticas y habituales. Los procesos automáticos resultan más eficientes al requerir
una menor demanda de atención pero esta ganancia se da al costo de la pérdida de
cierta flexibilidad. Dentro de estos IWM, los pertenecientes a las experiencias
tempranas tendrán un valor especial debido a su naturaleza, ya que al ser preverbales,
no serán accesibles a ser recordados de manera verbal, y serán más difíciles de
modificar por experiencias posteriores (Eagle, 1996; Sroufe, Carlson, Levy, & Egeland,
1999).
Los IWM también pueden ser resistentes al cambio al ser representaciones auto-
cumplidas. Es decir, acciones basadas en estos modelos producen consecuencias que
las refuerzan (Collins & Read, 1994). Otro factor es la tendencia de las personas para
seleccionar ambientes consistentes con sus creencias sobre sí mismo y los
demás. (Feeney & Noller, 1996).
El hecho de que en las relaciones de apego estén involucrados los IWM y expectativas
de dos personas también conlleva a cierta estabilidad, siendo por lo tanto importante
tener en cuenta el rol de los factores interaccionales que pueden perpetuar patrones
maladaptativos de las relaciones a través de “círculos viciosos” (Eagle, 1996).
De cualquier manera, en términos generales, los IWM son más propensos al cambio
durante los procesos vitales de transición más importantes como casarse, tener un
bebé, la muerte de un ser cercano, etc. Estos sucesos representan cambios
significativos en el ambiente social que pueden contradecir modelos existentes (Collins
& Read, 1994). Por su parte, Bowlby (1965) planteó que entre los sucesos que era de
esperarse influyeran en la inestabilidad del apego de manera directa, a través de alterar
la relación infante–padres, e indirecta, al aumentar el nivel de estrés en la vida de los
padres se encontraban: la muerte de uno de los padres, la adopción, divorcio,
enfermedad severa y crónica de un progenitor, madre soltera, desórdenes parentales
psiquiátricos, abuso de drogas o alcohol y experiencia infantil de abuso sexual o físico.
La influencia de estos acontecimientos ha sido documentada en estudios
posteriores (ej. Beckwith et al., 1999).
También se ha encontrado que el tipo de apego de los infantes se vuelve más seguro si
la madre obtiene más soporte, ya sea de su esposo, madre, amiga o un profesional y
que el apego del infante hacia la madre puede volverse menos seguro cuando la madre
empieza a trabajar, da luz a otro hijo, esta deprimida o en duelo. Sin embargo, a
medida que el infante crece, el tipo de apego se vuelve cada vez más propiedad de sí
mismo, y es menos afectado por cambios en el paternaje (Hopkins, 1990). De cualquier
manera, es importante aclarar que según los hallazgos de Beckwith et al. (1999) bajo
condiciones de discontinuidad en la conducta materna, las experiencias infantiles
resultan más relevantes para el estado de la mente respecto al apego que las
experiencias actuales.
Influencias del tipo de apego de los padres en el tipo de apego de los hijos/as
Es crucial el rol que juegan los IWM de los padres en la conformación de la experiencia
subjetiva del hijo/a dentro de la relación que se establece entre ambos. Desde la
creación de la EAA se han realizado muchos estudios que intentan evaluar el grado de
correspondencia entre el tipo de apego del adulto y el apego del infante. Dichos
estudios han sido conducidos bajo la hipótesis central de que la organización de la
representación mental de los padres sobre sus experiencias de apego durante su
niñez, manifestada verbalmente, influye fuertemente en el tipo de apego del infante
hacia sus padres. Se plantea que la evaluación del adulto de sus experiencias durante
la niñez y su influencia en el funcionamiento actual se organizará en representaciones
mentales relativamente estables con respecto al apego (Main et al., 1985).
Por otro lado, otro hallazgo importante de este metaanálisis realizado por Van
IJzendoorn, M. H. (1995) fue que el tipo de apego de los papás estaba menos
fuertemente relacionado con el tipo de apego del hijo/a hacia el padre que el tipo de
apego de las madres con el tipo de apego del hijo/a hacia la madre (coeficiente de
correlación combinado r= .37 y r=.50, respectivamente). Relacionado con este punto,
es importante recordar que en las investigaciones que se han realizado con ambos
progenitores en general no se ha encontrado una asociación significativa entre la
relación del infante con uno de los progenitores y su relación con el otro (ej. P. Fonagy,
Steele, Steele, Higgitt, & Target, 1994), -por lo que, como plantean Fonagy et
al (Fonagy, Steele, Steele, Moran, & Higgitt, 1991), el temperamento u otras
características del infante no pueden dar cuenta totalmente de la asociación
intergeneracional encontrada entre el tipo de apego de los padres y el del hijo/a.
Basándose en esto, Fonagy et al. (P. Fonagy et al., 1991) plantean que el fantasma de
la guardería del que habla Fraiberg aparece solamente con relación a uno de los
progenitores y no “habita” en la guardería lo suficientemente como para “estropear” la
relación con el otro.
La letra X se refiere a la influencia del apego parental en la capacidad de respuesta, los
resultados del meta análisis arrojaron que el tamaño de influencia es equivalente a una
correlación de .34. La letra Y se refiere a la influencia de la capacidad de respuesta en
la seguridad del apego del infante, con una correlación de .32. La letra Z= .36 indica la
influencia del estado mental de los padres respecto al apego sobre la seguridad del
apego del infante mediante mecanismos de transmisión diferentes al de la capacidad
de respuesta sensible. El total de influencia del estado mental de los padres en la
seguridad del apego del infante es equivalente a .47 de acuerdo con estos resultados.
De esta manera queda claro que la mayor parte de la influencia del tipo de apego de
los padres sobre los hijos/as depende de otras variables distintas de la capacidad de
respuesta sensible evaluada por las escalas de Ainsworth.
En este estudio, se encontró que las madres en relaciones seguras evaluadas en la
SE eran más sensibles durante la interacción en la casa que las madres en relaciones
no seguras; reafirmando así la importancia de la sensibilidad materna como
determinante central de la seguridad del apego. De hecho, se encontró una relación
substancialmente más alta entre la sensibilidad materna y la seguridad del apego en la
SE que la encontrada por Van IJzendoorn, (1995). Sin embargo, en concordancia con
los resultados encontrados por Van IJzendoorn la magnitud de la fuerza de la
respuesta materna sensible daba cuenta de menos del 25% de la asociación existente
entre la representación autónoma y el apego seguro. Como conclusión estos autores
plantean que la sensibilidad materna, como es conceptualizada típicamente dentro de
la teoría del apego, es sólo uno de los muchos aspectos de la interacción madre–hijo/a
potencialmente influidos por las representaciones maternas de apego. Pudiendo así
resultar más fructífero ampliar la conceptualización de las posibles variables
mediadoras.
De esta forma, aunque la capacidad de responder de manera sensible a las señales del
infante es un factor importante, está lejos de poder explicar de manera completa la
transmisión de tipo de apego. Con relación a esto, es importante tomar en cuenta que,
como menciona Van IJzendoorn (1995), tal vez las mediciones existentes de la
capacidad de respuesta pueden no estar capturando todos los aspectos relevantes de
la comunicación abierta. En mediciones hechas sobre la capacidad de respuesta, por
ejemplo, el intercambio de expresiones faciales entre padres e infante no ha sido
fuertemente resaltado. La sincronía de afectos debe ser enfatizada. Más aún, son
pocos los estudios que han examinado la interacción padres–infante en ambientes
naturales, durante el primer año de vida usando mediciones globales que
operacionalicen el complejo constructo de la capacidad de respuesta. (ej. M. Ainsworth
et al., 1978). Además, también es importante tomar en cuenta otros factores como el
periodo en el que es hecho el estudio ya que, por ejemplo, Isabella (1993) encontró que
la medición de la conducta materna al principio del primer año de vida estaba
relacionada de manera más clara con la clasificación de la SE que mediciones hechas
posteriormente.
Siguiendo con este mismo eje, en los últimos 15 años se han hecho varios estudios
para relacionar el tipo de apego de la madre con la calidad de la interacción con su
hijo/a. Por ejemplo, Crowell & Feldman (1989) encontraron a partir de su estudio,
realizado con díadas madres–hijos/as en sesiones de juego semiestructuradas, que las
madres con apego seguro mantenían interacciones cálidas, con respuestas sensibles y
tenían un estilo de ayuda que promovía el aprendizaje y el autodescubrimiento. Las
madres con apego inseguro eran o confusas e inconsistentes, oscilando entre periodos
de calidez y gentileza y periodos de enojo y frustración, o controladoras, no apoyaban a
sus hijos/as y la relación carecía de afecto físico.
De cualquier manera, aun cuando se resuelva cuáles son los factores que influyen en
la transmisión del tipo de apego de los padres al hijo/a, el primero sólo predice en parte
al segundo, por lo que aún hay lugar para el estudio de otras variables que influyan en
el tipo de apego que desarrollará el infante. Un aspecto que podría resultar clave es
tomar en cuenta los factores contextuales como lo son las diferencias culturales (por ej.
en EEUU hay una asociación mayor entre el tipo de apego de los padres e hijos/as que
en otras culturales) y el nivel socioeconómico (por ej. la asociación es menor en
familias con menor nivel socioeconómico [van IJzendoorn, 1995]). También podría
resultar beneficioso tener un modelo que vaya más allá del modelo causal
unidireccional de las representaciones, influyendo en las interacciones que afectan la
relación. La relación entre las representaciones mentales, las relaciones de apego y las
interacciones madre–hijo/a, probablemente sea bidireccional o
multidimensional (Pederson et al., 1998), por lo que es importante estudiar la forma en
que estas variables se influencian mutuamente y cuáles son los otros factores que
influyen en dicha interacción.
De manera más reciente comenzó a surgir un interés por estudiar cómo las
percepciones que tienen los padres de las características de sus hijos también afectan
el modo de comportarse con ellos y, por consiguiente, el tipo de apego que éstos
desarrollarán. Esta línea de investigación partió de la sugerencia de Bowlby, dentro de
la segunda edición de El Vínculo Afectivo (1982), respecto a que la conducta de
cuidado y protección parental, como la búsqueda de proximidad en el infante, es guiada
por un sistema conductual subyacente. Bowlby siempre planteó que todos los sistemas
conductuales estaban guiados en el ámbito cognitivo por una serie de representaciones
internas, a medida que el progenitor se prepara para ser padre y llega a serlo se
desarrollarán representaciones de su hijo/a y de su función como padres.
Congruente con esto, diferentes autores (ej. Pajulo, Savonlahti, Sourander, Piha, &
Helenius, 2001; Slade, Belsky, J., & J., 1999; Stern, 1995) han descrito el modo en que
madres y padres empiezan a desarrollar representaciones de sus niños desde el
comienzo del embarazo, las cuales se van volviendo crecientemente complejas y
estructuradas en el transcurso del desarrollo y reflejan una amalgama de percepciones
y fantasías parentales acerca de quién será el niño/a, cómo funcionará y cómo se
sentirá. Estas representaciones se basan casi enteramente en fantasías; aquí, tal vez
más que en cualquier otro momento, las representaciones de relaciones pasadas crean
un patrón de expectativas. Naturalmente, estas representaciones incluyen aspectos
conscientes, preconscientes e inconscientes y están poderosamente afectadas por las
relaciones tempranas de objeto de los padres y por sus experiencias de apego. Sin
embargo, una vez que el bebé nace, las características reales de éste, así como los
sentimientos que realmente genera, son progresivamente incorporados a las
representaciones parentales del niño y a su representación de ellos mismos como
padres. Estos dos tipos de representaciones son un aspecto crítico y fundamental de la
relación madre/padre-infante y puede funcionar como una manera de regular sus
respuestas hacia el niño/a (Lieberman, Van Horn, Grandison, & Pekarsky, 1997; Oates
& Gervai, 2003; Slade et al., 1999; Slade & Cohen, 1996)
Siguiendo este eje de estudio, varios investigadores han demostrado que algunas
percepciones que tienen los padres de sus hijos/as permanecen moderadamente
estables desde el embarazo hasta los primeros meses de vida del infante (D. Benoit &
Parker, 1994; D. Benoit, Parker, & Zeanah, 1997; C. Mebert, 1989; C. Mebert &
Kalinowsky, 1986; C. J. Mebert, 1991). Estos hallazgos refuerzan la idea de que la
percepción parental sobre las características de su hijo/a tiene como base importante el
mundo interno del adulto y no solamente las características “reales” del infante.
De cualquier manera, Pajulo et al. (2001) encontraron que las representaciones
maternas previas al nacimiento del infante variaban dependiendo de si las madres
pertenecían a grupos de bajo o alto riesgo (si había o no dependencia de fármacos,
depresión, dificultades en el ambiente social y poco apoyo social). El grupo de alto
riesgo tuvo representaciones significativamente más negativas sobre el infante, sobre
sí mismas como mujeres y madres, sobre la pareja y sobre su propia madre, que el
grupo de bajo riesgo. Por otra parte, en ambos grupos y de manera aún más fuerte
dentro del grupo de mujeres de alto riesgo, las características maternales de la propia
madre recibieron puntuaciones más negativas que las representaciones de sí mismas.
De cualquier manera, más allá del grado de estabilidad de las representaciones de los
hijos/a, éstas empiezan a surgir y desempeñar un papel importante desde antes del
nacimiento del infante. Por ejemplo, integrando los resultados de dos estudios (C.
Zeanah, Keener, & Anders, 1986; C. Zeanah, Keener, Steward, & Anders,
1985) Zeanah et al. (1987) encontró que cuando se les pedía a los padres que
describieran la personalidad de sus hijos, antes de que nacieran, sólo el 9% de los
padres decían que no sabían qué tipo de personalidad tenía el infante o que aún no
tenía ninguna. Un mes después del nacimiento sólo un 2% de los padres no pudieron
describir sus impresiones sobre la personalidad de sus hijos. La mayoría de los padres
le otorgaban atributos bastante vívidos y elaborados a su infante.
De este modo, es necesario atender cuidadosamente a las percepciones parentales de
los hijos/as y, de manera más específica, siguiendo los hallazgos de Benoit &
Parker (1994); Benoit, Parker, Zeanah (1997); Fonagy et al. (P. Fonagy, Steele, &
Steele, 1991; P. Fonagy et al., 1991) a los aspectos cualitativos narrativos de la
organización de las percepciones parentales dado que estas pueden ser aún más
sobresalientes que el contenido mismo de las percepciones, al menos con respecto el
apego seguro del infante.
Por ejemplo, Zeanah et al. (1994) encontraron que las narrativas de las madres sobre
la descripción de su hijo/a evaluado mediante la entrevista WMCI estaban vinculadas
de manera sistemática con la clasificación de apego del infante medida de manera
conjunta. Posteriormente Benoit et al. (1997) en su estudio con 78 díadas madres-
hijos/as encontraron una fuerte asociación (73%) entre la clasificación del infante
evaluado en la SE y la WMCI. Esta concordancia se explicó con fundamento en la
fuerte asociación entre la categoría “equilibrado” de la WMCI y el tipo de apego seguro
en la SE. El 88% de las madres “equilibradas” tenían hijos clasificados como seguros.
De manera similar, el 76% de los infantes seguros tenían madres cuya clasificación era
equilibrada. La concordancia entre equilibrado–seguro fue considerable (K= 64). La
hipótesis respecto a que también se encontraría una relación entre el tipo de apego
inseguro y las clasificaciones desentendida y preocupada de la WMCI no fue
comprobada. De todos modos, la posibilidad de predecir si el infante será clasificado
con apego seguro o inseguro en la SE, a partir de cómo la madre describía a su hijo
antes de su nacimiento, resulta de mucho valor al cuestionar el vinculo entre la
clasificación del apego del infante y su ajuste y desarrollo emocional posterior. En este
estudio, Benoit et al (D. Benoit, Parker et al., 1997) también encontraron que las
representaciones maternas sobre sus hijos/as y su relación con ellos, evaluada
mediante la WMCI, permanecían estables durante un periodo de 12 meses que incluía
el embarazo, el parto y los primeros meses de vida. El hallazgo de la estabilidad del
89% y 85% a lo largo de los 12 meses, para los grupos con representaciones
balanceadas y distorsionadas respectivamente, resultó muy significativo.
Por otro lado, Zeanah et al. (1993) realizaron un estudio para evaluar el vínculo entre el
tipo de apego de la madre y el tipo de apego del hijo/a y a su vez asociaron ambos
tipos de apego con la percepción e interpretación de la madre del sufrimiento de un
infante mostrado en un video de 4 minutos y la evaluación de un conjunto de
fotografías de infantes con expresiones emocionales ambiguas. Entre los resultados
que se encontraron fue que las madres preocupadas que tenían hijos/as seguros
percibían al infante del video como más pegado a su madre (“clingy”), menos
independiente y con menos miedo que las madres que también tenían apego
preocupado pero que tenían hijos/as con apego resistente. Por otro lado, madres de
infantes evitativos interpretaron de manera significativa la respuesta del infante del
video menos frecuentemente de manera “positiva” y más frecuentemente como
“negativa” que las madres de infantes seguros y resistentes. A su vez, madres
desentendidas evaluaron el video del infante como menos “positivo” en comparación
con las madres con apego autónomo o preocupado y como más “negativo” en
comparación con las madres con apego autónomo. También se encontraron niveles
más altos de incitación maternal a que los hijos/as fueron más independientes en
madres con hijos con apego evitativo, en comparación con madres con hijos con apego
seguro, y por madres desentendidas en comparación con madres autónomas.
Estos resultados concuerdan con la teoría del apego, que plantea que la conducta de
apego evitativo es una respuesta defensiva por la que se trata de evitar la muestra de
conductas de sufrimiento porque se sabe que ello podría conllevar conductas de
rechazo paternal ya que, como se evidencia en los resultados, los padres
desentendidos tienen a evaluar de manera más negativa situaciones de sufrimiento
infantil. El resultado de atribuciones significativamente más positivas por parte de las
madres de infantes resistentes es consistente con el estudio de Spieker y Booth (1988
citado en C. Zeanah et al., 1993), quienes encontraron que las madres de infantes con
apego resistente se perciben a sí mismas de manera más negativa, pero perciben sus
situaciones de vida y a sus infantes de manera más positiva que las madres con
infantes categorizados con otros tipos de apego. Zeanah et al. (1993) proponen que las
madres de hijos/as con apego resistente pueden haberse sentido tranquilizadas por la
intensa necesidad de cercanía y confort del infante del video y, por lo tanto, lo
interpretaron de manera más positiva. El que la interpretación, por parte de la madre,
del sufrimiento del infante del video y de las fotografías estuviera relacionada
significativamente con el tipo de apego del infante y de la madre es compatible con la
idea de que los patrones de respuesta conductual y emocional determinados por el tipo
de apego son, a su vez, manifestaciones de representaciones internas de relaciones.
De este modo, a partir de la revisión de todos los estudios incluidos en esta sección, se
puso en evidencia la importancia de tomar en cuenta tanto el tipo de apego de la madre
como sus fantasías y percepciones sobre su hijo/a para poder entender el tipo de
vínculo establecido con éste/a y cómo ello afecta, a su vez, al tipo de apego del
infante. Sin embargo, considero fundamental aclarar que esta revisión sólo incluyó
algunos de los factores que pueden influir en la relación madre–infante, los que han
sido más estudiados por los teóricos del apego pero, por supuesto, no abarcan la
totalidad de factores involucrados, lo cual escapa a los alcances de esta investigación.
Con relación a este tema, considero importante retomar trabajos como el de Belsky e
Isabella (1988) quienes incluyen un mayor número de variables para entender cómo se
estructura el tipo de apego del infante. Estos autores encontraron que los siguientes
factores estaban vinculados a la seguridad en el apego:
d) las características del contexto social (por ej. Crockenberg, 1981, encontró que una
buena red de apoyo social, a menudo provista por miembros de la familia extensa,
predecía el apego seguro del infante hacia la madre y disminuía los efectos de estrés),
Todo ello no implica únicamente que las fuentes de estrés puedan ser disminuidas por
fuentes de soporte y que el riesgo sea mayor cuando hay múltiples fuentes de estrés,
sino que también existen muchos caminos disponibles como puntos de intervención, ya
que las diferencias individuales en la calidad de la relación padres–infante están
múltiplemente determinadas. Estos autores concluyen planteando la necesidad de
reconocer que la maternidad es una más de las actividades en las que está involucrada
la madre, que la madre es un agente psicológico en su propio derecho, aparte de su rol
como madre y esposa, siendo necesario considerar también sus relaciones familiares y
extra familiares.
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