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Los Modelos Operativos Internos (IWM) dentro de la teoría

del apego
Autor: Rozenel, Valeria

Palabras clave

Bowlby, J, Cambio en los modelos operativos internos, Continuidad versus discontinuidad


de los patrones de apego, Esquema de psicoanalisis, Freud, Funcion del estado de
regulacion, Modelos operativos internos, Realidad psiquica de las representaciones.

 
En el presente trabajo se realiza una revisión bibliográfica del concepto de Modelos Operativos
Internos (IWM) desde la perspectiva de la Teoría del Apego. En la primera sección se exponen
las características generales de los IWM, su definición, alcances y relación con otros términos.
Posteriormente, se describe cómo se van construyendo a lo largo de la vida, así como la manera
de organizarse. Se incorporan estudios que hablan sobre la continuidad vs. discontinuidad de los
patrones de apego a lo largo del ciclo vital, aclarando qué condiciones promueven la estabilidad
de los IWM y cuáles el cambio.

En la segunda sección se revisa las influencia de los IWM de los padres en el tipo de apego de
los hijos/as: se retoma el tema de la transmisión de apego intergeneracional;  la importancia de
estudiar otras variables, además de la capacidad de respuesta sensible del cuidador, para
entender cómo se desarrolla dicha transmisión; la diferencia entre el tipo de apego hacia el padre
y hacia la madre. A la par, se profundiza también en la manera en cómo influye en el tipo de
apego del infante la representación que tienen los progenitores de la relación con el hijo/a.

Se concluye planteando la necesidad de estudiar un mayor número de factores que  puedan


influir en el tipo de apego del hijo/a y en la relación madre- infante, así como en la importancia de
crear fuentes de apoyo hacia las madres en la difícil tarea que implica el maternaje.

Introducción

A lo largo de los últimos años ha quedado claro que las representaciones juegan un
papel poderoso y prevalente para el entendimiento de la relación padres–infante, tanto
normal como patológica. El trabajo de Bowlby sobre los “Modelos Operativos Internos”
(Internal Working Models: IWM), de Fraiberg sobre las fantasías parentales, de Lebovici
sobre el bebé “imaginario” y “fantasmático” construido por los padres y de Sandler
sobre el “rol de la relación internalizada” han establecido las bases para este
desarrollo (Stern, 1991).

Dentro de este capítulo me centraré en los “Modelos Operativos Internos” pero si el


lector está interesado en conocer más a fondo los otros modelos sugiero como
bibliografía pertinente: (L. Fraiberg, 1987; S. Fraiberg, 1977, 1980; Lebovici, 1988,
1993; Sandler, 1994, 2003; Sandler & Sandler, 1978; Sandler, Sandler, & Davies,
2000).

Los IWM se pueden definir como representaciones, mapas cognitivos, esquemas o


guiones que un individuo tiene de sí mismo y de su entorno. Los modelos pueden ser
desde constructos muy elementales hasta entidades muy complejas, abarcan cualquier
cosa que pueda ser objeto de conocimiento o representación psíquica. Posibilitan la
organización de la experiencia subjetiva y cognitiva y la conducta adaptativa. Una de
sus funciones es la de filtrar información de uno mismo y del mundo exterior
resaltándola o seleccionándola con diferentes propósitos (Marrone, 2001).

Como aclaran Bretherton y Munholland (1999), frecuentemente se ha pasado por alto


que la concepción de Bowlby respecto a los IWM es una visión muy general, se aplica
a todas las representaciones, es decir, no se restringe a los modelos operativos del self
y del otro dentro de la relación de apego. Es, sin embargo, con respecto a esta
representación particular del self y del otro que Bowlby elaboró de manera más amplia
sus ideas sobre la construcción, uso y revisión de los modelos mentales. En este
sentido, como proponen Weinfield et al. (1999) el que Bowlby se centrase en los IWM
como modelos de expectativas y creencias sobre uno mismo, otras personas y las
relaciones, hace que la influencia del apego recaiga principalmente sobre la adaptación
posterior del infante en el contexto de creencias sobre sí mismo y sus relaciones, más
que en predecir indiscriminadamente todas las áreas. De esta forma, la influencia de
las relaciones de apego debe ser particularmente notoria en dominios específicos de
ajustes y cambios en el desarrollo. Estos dominios incluyen dependencia, auto-
confianza, eficacia, ansiedad, enojo, empatía, competencia interpersonal, al estar todos
intrínsecamente conectados a la regulación del afecto, a la reciprocidad conductual y a
las expectativas y creencias sobre uno mismo y los demás, surgidas a partir de las
relaciones tempranas de apego.

Main, Kaplan & Cassidy (1985) definen a los IWM concernientes al apego como un


conjunto de reglas conscientes e inconscientes que organizan la información relevante
al apego y permiten el acceso limitado a dicha información. Estos modelos están
compuestos por esquemas que organizan la memoria en términos de los intentos del
niño para ganar confort y seguridad, asociado al resultado típico de estos intentos. Para
estos autores, los patrones de apego seguro vs. inseguro representan tipos particulares
de IWM de relación, modelos que dirigen no sólo sentimientos y conductas sino
también procesos cognitivos, de atención y memoria, en tanto éstos se relacionen de
manera directa o indirecta con el apego.

Los IWM gobernarán también los miedos y los deseos expresados en las ensoñaciones
diurnas (Brennan, Clark, & Shaver, 1998). Los modelos, al formarse en el curso de
acontecimientos relevantes para el apego, contienen las emociones inherentes a estos
acontecimientos (Marrone, 2001). Tanto los procesos emocionales como cognitivos,
influirán en la manera en que los acontecimientos e interacciones serán activamente
representados y valorados, consciente e inconscientemente (Steele & Steele, 1994).
Bowlby usó ocasionalmente en sus primeras publicaciones el término “Modelos
representacionales” como sinónimo de Modelos Operativos Internos, dado que el
concepto de representación era más familiar dentro de la literatura clínica. Sin
embargo, en una nota a pie de página en su artículo “El rol del apego en el desarrollo
de la personalidad” (Bowlby, 1988, pag. 120) aclara que dentro del contexto de la
psicología dinámica el término IWM resulta más apropiado. Para la teoría del apego, el
concepto de IWM de una figura de apego es, en muchos aspectos, equivalente a -y
reemplaza a-, el concepto psicoanalítico tradicional de objeto interno.

El que Bowlby enfatizara la función de la representación en la conducción de las


relaciones interpersonales no resulta sorprendente dado que, como miembro de la
Asociación Psicoanalítica Británica, estaba muy familiarizado con los conceptos
freudianos de mundo interno o representacional, al igual que con los conceptos de
Klein, Fairbairn y Winnicott acerca del proceso de internalización de las
relaciones (Bretherton & Munholland, 1999).

De hecho la definición que da Freud de mundo interno dentro de “Esquema de


Psicoanálisis” (1940) prefigura la concepción de Bowlby de la función de los IWM:
“La ganancia que el trabajo científico produce respecto de nuestras percepciones
sensoriales primarias consiste en la intelección de nexos y relaciones de dependencia
que están presentes en el mundo exterior, que en el mundo interior de nuestro pensar
pueden ser reproducidos o espejeados de alguna manera confiable, y cuya noticia nos
habilita para “comprender” algo en el mundo exterior, preverlo y, si es posible,
modificarlo.” (p. 198)

De hecho  Bowlby (1988) plantea que:


“..it is just as necessary for analysts to study the way a child is really treated by his
parents as it is to study the internal representations he has of them, indeed that the
principal focus of our studies should be the interaction of the one with the other, of the
internal with the external” (p.44) [1]

Sin embargo, como menciona Schimek (1975), el concepto de representación mental


dentro la literatura psicoanalítica ha sido usado de manera vaga y ambigua, pudiendo
implicar la memoria de una imagen, idea, concepto, e incluso algunas veces
percepciones de cualquier contenido de la experiencia subjetiva, tanto inmediato y
concreto, como general y abstracto. Para este autor la ambigüedad es aún mayor
cuando se habla de representaciones inconscientes dado que, unas veces,  éstas son
vistas como contenidos específicos de experiencias en un nivel inconsciente y, otras
veces, como una organización psicológica inferida, como un esquema subyacente a los
aspectos recurrentes y organizados de cualquier pensamiento, acción o conducta. A la
vez, el que en varias ocasiones en los escritos de Freud las representaciones mentales
inconscientes fueran igualadas con la pulsión en sí misma bajo el modelo económico
hizo que Bowlby decidiera alejarse de la utilización de esta terminología y prefiriese
emplear el término de IWM. Como menciona Osofsky (1995), la noción de IWM
depende más del entendimiento diádico de la relación temprana, de la internalización
de toda la relación, y no sólo de partes de ella.
A modo de metáfora conceptual, el “Modelo Operativo Interno” tiene varias ventajas.
Primero “Operativo” se refiere a los aspectos dinámicos de la operación psíquica.
Operando sobre modelos mentales un individuo puede generar interpretaciones del
presente y evaluar caminos alternativos de acción futura. Con relación a “Modelo” este
concepto implica construcción y, en consecuencia, desarrollo, ya que a lo largo del
tiempo se pueden ir elaborado concepciones más complejas para remplazar versiones
anteriores más simples (Bretherton & Munholland, 1999).

Dentro de la teoría del apego, los IWM se construyen a partir del proceso de la
internalización. Sin embargo, como menciona Marrone (2001), Bowlby no solía utilizar
este término para explicar la formación de los IWM. “Internalización” indica algo de
naturaleza mecánica, que consiste en hacer interno algo que ha sido externo. Sin
embargo, lo que se plantea en la teoría del apego es el representar en la mente de una
persona algo que no le ha sido ni totalmente interno ni totalmente externo, lo que el
individuo se representa es básicamente una relación, como lo describe
Stern (1995) una experiencia de estar–con.

Los teóricos del apego, además de interesarse en la representación de las relaciones


primarias del apego, lo están en la representación de las relaciones sociales dentro de
cada cultura y estructura sociopolítica. Bowlby reconoció las aportaciones de Hooper
de la escuela “sociocultural del psicoanálisis” cuyo interés se basaba en las
restricciones sociales, culturales e interpersonales al desarrollo de la personalidad.
En su opinión, factores sociales de diferentes clases afectaban al funcionamiento
psíquico a lo largo de toda la vida. De este modo, la forma en que los individuos
pueden negociar sus circunstancias no sólo depende de sus recursos internos sino
también de las oportunidades que les da la vida y de los modos en que la sociedad
interpreta la situación en la que están actuando (Marrone, 2001). De hecho,
Bowlby (1973) señaló que en cada una de las etapas el desarrollo del individuo es el
resultado de la interacción entre el organismo tal como se ha desarrollado hasta ese
momento y el ambiente en el cual se encuentra.

La construcción de los modelos operativos internos de la relación de apego

Dentro de la teoría del apego se resalta la importancia de las relaciones que el infante
establece desde su nacimiento con el mundo exterior, principalmente con la figura de
apego. Sin embargo, será hasta alrededor del primer año de vida, bajo circunstancias
más o menos normales, que se desarrollará de manera organizada y funcional el IWM
de la figura de apego. Bowlby (1988) plantea que el infante irá construyendo IWM de
su(s) figuras(s) de apego a partir de la comunicación e interacción con éstos, día a día,
ubicados dentro de un contexto social. Los IWM serán construidos por el niño durante
los primeros años de vida pero durante los años de inmadurez se seguirán
construyendo, estableciéndose firmemente como estructuras cognitivas influyentes
tanto a niveles conscientes como inconscientes.

De este modo, afín a las ideas de Piaget respecto a que el entendimiento del infante
sobre los objetos surge a partir de su manipulación o actuación sobre los mismos,
Bowlby conceptualiza dentro de la etapa sensoriomotriz el surgimiento de la capacidad
para comprender las relaciones en el contexto de interacciones repetidas con las
figuras de apego. Dicha forma embrionaria de representación del self y del otro
permitirá, aun a infantes muy pequeños, el reconocimiento de patrones de transacción
y a partir de ello anticipará qué es lo que la figura de apego hará después. Al igual que
el concepto de objeto en Piaget, los IWM no son únicamente “pinturas” o introyecciones
pasivas del objeto de experiencias pasadas, sino que son construcciones activas que
pueden ser reestructuradas (Main et al., 1985).

Las investigaciones hechas dentro de la teoría del apego respecto a los IWM han
permitido identificar como las estructuras representacionales siguen una secuencia de
desarrollo epigenético de diferentes modalidades: de actos a imágenes y de imágenes
a léxicos al ser transformadas de patrones habituales motores preoperacionales a
patrones simbólicos, a representaciones cohesivas de uno mismo, del otro y de la
interacción. Las experiencias de apego temprano son registradas durante el primer año
de vida en el modo de representación de actos. Esto es, la organización de los
movimientos del cuerpo del bebé con relación a uno de los padres en particular, ya sea
de manera segura o insegura, revelará el tipo de patrón de apego que se desarrollará.
Los IWM del apego, durante la infancia y la adultez, estarán cada vez más
representados en la modalidad de imágenes y léxicos. Por último, la Entrevista del
Apego en el Adulto (EAA) demuestra tanto el poder potencial de integración y síntesis
de las representaciones léxicas como las formas en las cuales el acceso a éstas puede
estar restringido (Diamond & Blatt, 1994).

Para Bowlby (1973, 1988), un punto clave dentro del modelo operativo que el individuo
construye sobre el mundo es su idea de quiénes son sus figuras de apego, dónde
pueden ser encontradas y cómo se espera que respondan. A la vez, un modelo clave
dentro del IWM de sí mismo es la noción de cuan aceptable o inaceptable aparece ante
los ojos de sus figuras de apego. De este modo, si se representa a la figura de apego
como una persona que responderá a las solicitudes de apoyo y protección del infante,
éste  se concebirá a sí mismo como una persona a quien cualquiera, en especial la
figura de apego, le ofrecerá su apoyo, así ambos criterios se confirman
mutuamente (Marrone, 2001). Por lo tanto, los modelos del self y del otro no pueden
ser entendidos sin la referencia del uno al otro. Bretherton (1999) plantea que los
individuos internalizan ambas partes de la relación y son capaces de usar ambos como
modelos de su propia conducta.

De manera más específica, Bowlby (1969) postuló  que los IWM están compuestos por


una red jerárquica de representaciones mentales. La siguiente figura representa la
interpretación de Steele (1994, pp. 99) sobre esta jerarquía. Este modelo está basado
en la visión de la probable secuencia de desarrollo que subyace a la construcción de
los IWM del apego. La seguridad en el apego dependerá del grado de integración entre
las representaciones mentales relevantes para el apego y la habilidad del individuo
para poner al día sus IWM en concordancia con experiencias de acontecimientos e
interacciones. El afecto y congruencia provista por la figura de apego proveerá al
infante con el bagaje necesario para desarrollar un conjunto de representaciones
seguras y bien integradas, las cuales serán relevantes para las relaciones de apego.
ACONTECIMIENTOS ACTUALES*

INTERACCIONES ACTUALES*

Representaciones de Interacciones que se vuelven Generalizadas

                                                           

Modelos operativos del self, los demás y las relaciones

*Solo estos son observables          

Las interacciones con peso afectivo con los cuidadores proveen las bases para el
desarrollo de los IWM que, a su vez, se asociarán con la regulación del afecto en la
infancia y etapas posteriores. Steele y Steele (1994) plantean que el trabajo realizado
por Stern (1985) resulta útil para describir los elementos que forman los bloques
constructores de los modelos operativos. Stern formuló la noción de “Representaciones
de Interacciones que se vuelven Generalizadas” (RIGs: Representation of interactions
which become generalized”) para describir las experiencias mentales del infante en la
relación con sus cuidadores. A partir de experimentar repetidamente interacciones
específicas y cercanas, los infantes desarrollarán representaciones de interacciones
que serán generalizadas. Justo como las representaciones de acontecimientos
generalizados no son recuerdos de acontecimientos reales, sino promedios abstraídos
de acontecimientos similares, las RIGs son promedios abstraídos de las interacciones
con figuras importantes. Así, las RIGs pueden nunca haber ocurrido exactamente como
son representadas, pero son invocadas únicamente por acontecimientos reales. Ciertos
sentimientos o percepciones de la experiencia del infante activan una determinada RIG,
la cual entonces recrea una versión de la experiencia vivida. Es importante aclarar que
para Stern (1985) lo que conforma un IWM es un gran número de RIGs .

Al parecer, las RIGs ocupan una posición intermedia dentro de la experiencia mental
jerarquizada. Las RIGs propuestas por Stern podrían conceptualizarse como las
emociones preverbales equivalentes a los constructos cognitivos de los guiones
determinados verbalmente. Ambos se refieren a procesos mentales provenientes de
diversas experiencias que comparten elementos comunes que permiten representar
interacciones pasadas, facilitando así las concernientes predicciones de interacciones
futuras. Para Stern, los orígenes de las RIGs descansan en la calidad de la sincronía
emocional del cuidador con el infante. Por su parte, Beebe (1992) agrega que las RIGs,
formadas al final primer año de vida, cuando se desarrolla la habilidad de abstracción,
se convertirán en la base de la representación del self y del objeto en el ámbito
simbólico.

La naturaleza del crecimiento de las representaciones internas estará ampliamente


determinada por cuáles experiencias del self son compartidas y de este modo
sostenidas y cuáles están bajo la presión parental para ser alteradas. Como
consecuencia de todo esto, los IWM dependerán de cómo las necesidades de apego
del infante son satisfechas por los padres. Sin embargo, el IWM de la relación con la
figura de apego no reflejará una pintura objetiva de los padres sino más bien la historia
de las respuestas del cuidador hacia las acciones o intenciones del infante con/hacia la
figura de apego. Si esto es verdad, desde el momento en que se puedan representar
objetos animados o inanimados habrá diferencias individuales entre los infantes en sus
IWM de la relación con la figura de apego (Main et al., 1985).

Aunque los IWM son subjetivos, al representar la realidad desde la perspectiva del
individuo dentro de su historia específica de significados o atribuciones, son también
compartidos, por lo menos parcialmente, ya que la adquisición de significados se
establece dentro de la relación con las figuras de apego y con la sociedad, de manera
más general. A la vez, la teoría del apego da un paso más al plantear que debido a que
el proceso evolutivo prepara al infante para esperar una respuesta parental a las
señales de apego, el ignorarlas no se traducirá en hacer insignificante la comunicación
del infante sino que comunicará rechazo, expresado verbalmente como “Tu señal no
cuenta”. Eventualmente, este tipo de respuestas parentales, si son constantes y
persistentes, serán incorporadas dentro del IWM del infante como “Mis necesidades no
son importantes”. Visto de esta manera, los significados derivados de las interacciones
de apego poseen un alto peso emocional para el desarrollo de los IWM del infante
sobre sí mismo con relación a la figura de apego (Bretherton & Munholland, 1999).

Relevante para el concepto de IWM es la propuesta de Mead (1919, 1913, 1934 citado
en Bretherton & Munholland, 1999) sobre el origen social del pensamiento. Para Mead
el pensamiento consiste en conversaciones internas entre otras personas imaginarias y
uno mismo. Las ideas de Mead sugieren que el pensamiento de los infantes acerca de
las interacciones de apego consiste, en algunos casos, en el mantenimiento de
conversaciones internas derivadas de conversaciones reales con los padres. Estas
ideas arrojaron luz a la noción de Bowlby (1973) respecto a que padres que
abiertamente comparten sus reflexiones sobre los IWM de ellos mismos, el infante y los
demás, proporcionan una base segura para que el infante pueda construir, explorar,
cuestionar y revisar su mundo interno.

Para Bowlby el concepto de IWM no debe estar construido en términos de mapas de


una realidad objetiva carente de sentimientos, sino que las metas y valoraciones
motivacionales y emocionales son una parte integral de la representación, en donde el
modo en que interpretamos y evaluamos cada situación afecta a cómo nos
sentimos (Bowlby, 1980). Así  los IWM son representaciones de acontecimientos
generalizados con componentes afectivos y cognitivos (Bretherton, 1985; Collins &
Read, 1994). Esta forma de pensar es similar en muchos puntos a lo propuesto por
Lewin y Heider (1933, 1958 citados en Bretherton & Munholland, 1999) para quienes la
acción e interacción son las bases para construir significados y, a partir de éstas,
representaciones. Ante esto Bretherton y Munholland (1999) sugieren que lo que
distingue los IWM de niños y adultos es la complejidad de la atribución y los
significados realizados. El que un padre atribuya el llanto del hijo a un estado de fatiga,
a los “terribles dos años”, o a su testarudez, hará una diferencia substancial en el modo
que responderá. De hecho George y Solomon (1999) plantean que la interpretación de
los padres sobre la conducta de los hijos predice la conducta actual de cuidado
parental. Para estos autores la representación de los padres sobre el cuidado de los
infantes es una transformación madura del sistema de apego (George & Solomon,
1996).

Una vez formados, los IWM adquieren una existencia fuera de la conciencia pudiendo
coexistir modelos de lo mismo (particularmente de uno mismo y de otras personas),
mantenerse apartados unos de los otros o unirse a través de procesos integradores o
sintéticos. Cuando existen modelos múltiples de una misma figura de apego
probablemente diferirán en el origen, preponderancia y grado en que el sujeto es
consciente de ellos. La definición de apego seguro o inseguro dependerá de la calidad
predominante de estos modelos (Bowlby, 1973).

Organización de los IWM de las relaciones de apego

Collins y Read (1994), dentro de la tradición del estudio del apego en parejas


románticas, plantean que se espera que las representaciones mentales del apego
vayan aumentando en complejidad a medida que la relación dentro y fuera de la familia
provea oportunidades para aprender más sobre uno mismo y sobre la naturaleza de las
relaciones cercanas. Para estos autores, la mejor contextualización de las
representaciones de apego en el adulto es como una red de modelos interconectados
de manera jerárquica. En la punta de la jerarquía existe un conjunto de
representaciones más generales sobre uno mismo y el self, abstraídos de la historia de
experiencias en la relación con los cuidadores y pares. A nivel intermedio se
encuentran los modelos de formas de relaciones particulares (ej. padres, amigos,
pareja) y en el nivel más bajo están los modelos de relaciones particulares (ej. el
esposo, el padre). Como Diamond y Blatt (1994) mencionan, el grado en el que las
representaciones específicas de los acontecimientos coincidan con las abstracciones
globales derivadas, determinará el grado de coherencia o de adecuación de los IWM
del apego.

Se plantea que los componentes de la red de apego están conectados a través de un


conjunto rico en uniones y asociaciones y que los modelos comparten muchos
elementos. De todos modos, diferencias en la cantidad y cualidad de la experiencia de
apego suelen reflejarse en las diferencias en la complejidad de la estructura de la red
personal. Dos importantes dimensiones de la complejidad son: 1) el número de
distintos elementos de la red (tamaño de la red); y 2) el grado de relación entre estos
elementos (densidad de la red). Además de considerar la complejidad de la estructura
de la red como un todo, los modelos particulares dentro de la red también varían en su
grado de elaboración y relación. Dada su primacía y extensa historia, los modelos de
las relaciones infante–padres suelen ser los modelos más centrales dentro de la
estructura de la red y también los que poseen más conexiones.

La activación de los modelos dependerá de las características de la red, así como de


los rasgos de la situación. Qué modelo guiará la percepción y conducta dependerá de
qué modelo se aplique mejor a la situación, en donde el nivel de aplicabilidad
dependerá de la fuerza del modelo, si este encaja o no con las características de la
situación y la especificidad del mismo. Como principio general, los modelos de la sima
de la jerarquía se aplican a un rango más amplio pero suelen ser menos predictivos
para dar cuenta de alguna situación o relación específica. Modelos ubicados en la parte
inferior de la pirámide poseen un alto nivel de predicción para relaciones particulares
pero predicen menos las relaciones a un nivel general. Un cambio profundo en un IWM
jerárquico puede requerir una revisión de muchos esquemas relacionados en diversos
niveles y dominios interrelacionados (Collins & Read, 1994).

Continuidad vs. discontinuidad en los patrones de apego a lo largo del ciclo vital

Fundamental y común a todas las diferentes teorías psicoanalíticas es la asunción de


que las experiencias tempranas ejercen una influencia determinante y duradera en la
personalidad adulta. Los teóricos del apego han trabajando sobre esta línea para poder
ofrecer bases empíricas a esta afirmación. De este modo tres importantes estudios
longitudinales (Hamilton, 1994; Main, 1997; Waters, et al.1995 citados en Fonagy 1999)
han mostrado una correspondencia del 68-75% entre las clasificaciones de apego en la
infancia y las clasificaciones de apego en la vida adulta, lo cual puede atribuirse tanto a
ambientes que se han mantenido invariables como a los patrones establecidos en el
primer año de vida.
Posteriormente, un nuevo conjunto de estudios empíricos examinó la correspondencia
entre las experiencias tempranas o la conducta en la Situación Extraña (SE) y las
respuestas a la EAA en la adolescencia o en adultos jóvenes. En el primer informe se
observó que la falta de respuesta de la madre al infante en el hogar desde el primer
mes de vida predecía el estatus evitativo en la EAA durante la adolescencia (Beckwith,
Cohen, & Hamilton, 1999) Además, en una colección de 3 estudios (Waters, Hamilton,
& Weinfield, 2000) la clasificación del infante en la SE se comparó con la EAA entre 16
y 20 años después. La seguridad en el apego fue significativamente estable en los 2
primeros estudios (hechos con muestras de bajo riesgo en contraste con el tercero que
fue con familias en extrema desventaja). La discontinuidad en los tres estudios estuvo
relacionada con acontecimientos y circunstancias negativas a lo largo de la vida. En el
estudio realizado por Main et. al. (2000) se encontró que la respuesta segura/ insegura
en la SE hacia la madre predecía una respuesta segura/insegura en la entrevista 18
años más tarde. De hecho, sólo una minoría pequeña de adolescentes inseguros había
sido clasificada como infantes seguros/autónomos y la mayoría de los que habían sido
seguros con la madre como infantes eran seguros autónomos en la adolescencia.
Los hallazgos de estos estudios en muestras de bajo riesgo son impresionantes, con
tests estadísticos que varían desde significativo hasta altamente significativo.

Sin embargo, en la muestra de riesgo reportada en la colección de tres estudios de


Waters (2000) correspondiente a la investigación de Weinfield et al.(1999) no se
encontró asociación con la seguridad temprana. Aquí, aunque como era de esperar,
una mayoría de los adolescentes inseguros con la madre en la infancia eran inseguros
en la EAA, también eran inseguros una mayoría de adolescentes que habían sido
seguros durante su infancia. En la misma línea, en la investigación de Beckwith et
al. (1999) se encontró que bajo condiciones de adversidad, en los jóvenes (18 años)
decrecían las representaciones de apego seguro y aumentaban las de apego
preocupado a pesar de la sensibilidad materna experimentada en la infancia.
Efectos benignos, sin embargo, en ausencia de haber experimentado una madre
sensible durante la infancia, no aumentaban la proporción de individuos seguros sino la
probabilidad de individuos evitativos.

También en estudios pioneros en este campo (Vaughn, Egeland, Sroufe, & Waters,


1979) en familias con dificultades socioeconómicas, la estabilidad de mediciones de la
SE a los 12 y 18 meses (62%) fue menor que en muestras de clase media de bajo
riesgo (96%) (Waters, 1978). Vaughn et al. (1979) interpretaron estos resultados
destacando que una proporción alta de las familias con un bajo ingreso familiar solía
experimentar inestabilidad y estrés, lo que se podía ligar a las variaciones en el tipo de
apego del infante, subrayando así la importancia de los factores ambientales. De
cualquier manera, en estudios realizados con clase media relativamente
heterogénea (Thompson, Lamb, & Estes, 1982) también se encontraron cambios en el
apego seguro del infante entre los 12.5 y 19.5 meses (Sólo el 53% de los infantes en la
SE obtuvieron el mismo tipo de apego en ambos periodos). Thompson et
al. (1982) vincularon estos cambios a variaciones en los acuerdos del tipo de cuidado
(ej. las madres empezaban a trabajar y los infantes eran dejados a cargo de otros
familiares o en guarderías), que solían afectar la interacción madre-infante, en donde
tanto el infante seguro podía desarrollar un apego inseguro como a la inversa.
Para estos autores, la clasificación del apego debía ser vista como un índice del estado
actual de la relación madre–infante, cualidad que suele cambiar como respuesta a
cambios en las circunstancias familiares y del cuidado del infante.

De cualquier modo, en varios estudios se ha demostrado que el tipo de apego inseguro


es el que tiende a variar más a lo largo del tiempo. Así, en la investigación realizada por
Benoit y Parker (1994), se encontró que aunque sus datos proveían evidencia de que la
clasificación del tipo de apego de la madre evaluado mediante la EAA durante el
embarazo y cuando el infante tenía 11 meses permanecía estable en el 90% de los
casos usando las 3 categorías de apego (seguro, evitativo y ambivalente) y en 77 %
usando las 4 (donde además se incluye apego desorganizado), esta estabilidad recaía
principalmente en la clasificación de apego autónomo, siendo 4 veces más probable
que cambiase la clasificación insegura.

De todo lo dicho se puede concluir con Bowlby (1969) que a pesar de la predictibilidad


global entre la conducta en la SE y los procesos representacionales más tardíos, la
seguridad no está totalmente fijada o completamente determinada en la infancia sino
que se debe considerar que todos los niños son susceptibles a las influencias de una
variedad de experiencias favorables vs. desfavorables que pueden -permanentemente
en muchos casos, y temporalmente en otros- alterar su desarrollo evolutivo y, por lo
tanto, sus estados mentales con respecto al apego (Weinfield et al., 1999). De este
modo, los estados mentales son indicadores de la presencia de un proceso, no de una
estructura inmutable, y este proceso es muy activo como se demuestra en los
continuos efectos en el uso del lenguaje en la EAA.

1) Condiciones que promueven la estabilidad de los IWM:

Aunque con fundamento en diversos estudios (EJ. Egeland & Farber, 1984; Thompson
et al., 1982; Vaughn et al., 1979), se ha encontrando que en los primeros años de vida
los IWM están relativamente abiertos al cambio si la calidad del cuidado parental
cambia, si la persona recibe un patrón consistente de cuidado durante la infancia y
adolescencia se espera que los modelos se solidifiquen a través de las experiencias
repetidas y cada vez se vuelvan más propiedad del niño que de la relación en sí. Una
vez conformados, los IWM se vuelven automáticos e inconscientes por lo que se
vuelven más resistentes a cambios dramáticos.

Weinfield, et al (1999) proponen 4 posibles razones para explicar por qué las relaciones
tempranas de apego influyen en el desarrollo posterior: 1) debido a que estas
experiencias pueden influir en el desarrollo cerebral, dando lugar a influencias
duraderas a nivel neuronal; 2) las relaciones tempranas de apego probablemente
sirven como fundamento del aprendizaje de la regulación de afectos, 3) a través de la
regulación y sincronía conductual y 4) por medio de procesos representacionales
mediante los IWM.
Entre los factores que contribuyen a la resistencia al cambio de los IWM se encuentra
el proceso de asimilación. Es decir, representaciones de intercambios previos influirán
en lo que el individuo espera y, con límites, regularán la percepción de experiencias
futuras con las figuras de apego, así las personas interpretarán situaciones nuevas y
ambiguas de forma que sean consistentes con sus experiencias tempranas. Formas de
actuar y de pensar que en algún momento estuvieron bajo el influjo de un control
deliberado comienzan a volverse menos accesibles a la conciencia al volverse más
automáticas y habituales. Los procesos automáticos resultan más eficientes al requerir
una menor demanda de atención pero esta ganancia se da al costo de la pérdida de
cierta flexibilidad. Dentro de estos IWM, los pertenecientes a las experiencias
tempranas tendrán un valor especial debido a su naturaleza, ya que al ser preverbales,
no serán accesibles a ser recordados de manera verbal, y serán más difíciles de
modificar por experiencias posteriores (Eagle, 1996; Sroufe, Carlson, Levy, & Egeland,
1999).

Los IWM también pueden ser resistentes al cambio al ser representaciones auto-
cumplidas. Es decir, acciones basadas en estos modelos producen consecuencias que
las refuerzan (Collins & Read, 1994). Otro factor es la tendencia de las personas para
seleccionar ambientes consistentes con sus creencias sobre sí mismo y los
demás. (Feeney & Noller, 1996).

El hecho de que en las relaciones de apego estén involucrados los IWM y expectativas
de dos personas también conlleva a cierta estabilidad, siendo por lo tanto importante
tener en cuenta el rol de los factores interaccionales que pueden perpetuar patrones
maladaptativos de las relaciones a través de “círculos viciosos” (Eagle, 1996).

Finalmente, otro factor que favorece la estabilidad es la tendencia de los modelos


viejos a ser activados de manera más pronta, particularmente en situaciones de estrés.
Para que una conducta sea activada bajo situaciones de estrés, ésta debe haber sido
ampliamente aprendida y practicada (Devine, 1989).

2) Condiciones que promueven el cambio en los Modelos Operativos Internos

Aunque los IWM muestran una fuerte tendencia hacia la estabilidad y la


autoperpetuación, es necesario tener en mente que no son estructuras estáticas. Tanto
Bowlby (1988) como Ainsworth (1978) defendieron siempre su capacidad de cambio y
la posibilidad de ser activados o desactivados en cualquier situación particular.
“It is the continuing potential for change that means that at not time of life is a person
invulnerable to every possible adversity and also that at not time in life is a person
impermeable to favorable influence” (Bowlby, 1988, p.136) [2]

Para Bowlby diferencias tempranas en el tipo de apego no causan directamente


diferencias en el funcionamiento posterior sino que inician caminos que están
probabilísticamente vinculados a ciertos resultados. Cualquier resultado es siempre el
producto de la unión de experiencias tempranas con las circunstancias
actuales (Weinfield et al., 1999).

De cualquier manera, en términos generales, los IWM son más propensos al cambio
durante los procesos vitales de transición más importantes como casarse, tener un
bebé, la muerte de un ser cercano, etc. Estos sucesos representan cambios
significativos en el ambiente social que pueden contradecir modelos existentes (Collins
& Read, 1994). Por su parte, Bowlby (1965) planteó que entre los sucesos que era de
esperarse influyeran en la inestabilidad del apego de manera directa, a través de alterar
la relación infante–padres, e indirecta, al aumentar el nivel de estrés en la vida de los
padres se encontraban: la muerte de uno de los padres, la adopción, divorcio,
enfermedad severa y crónica de un progenitor, madre soltera, desórdenes parentales
psiquiátricos, abuso de drogas o alcohol y experiencia infantil de abuso sexual o físico.
La influencia de estos acontecimientos ha sido documentada en estudios
posteriores (ej. Beckwith et al., 1999).

También se ha encontrado que el tipo de apego de los infantes se vuelve más seguro si
la madre obtiene más soporte, ya sea de su esposo, madre, amiga o un profesional y
que el apego del infante hacia la madre puede volverse menos seguro cuando la madre
empieza a trabajar, da luz a otro hijo, esta deprimida o en duelo. Sin embargo, a
medida que el infante crece, el tipo de apego se vuelve cada vez más propiedad de sí
mismo, y es menos afectado por cambios en el paternaje (Hopkins, 1990). De cualquier
manera, es importante aclarar que según los hallazgos de Beckwith et al. (1999) bajo
condiciones de discontinuidad en la conducta materna, las experiencias infantiles
resultan más relevantes para el estado de la mente respecto al apego que las
experiencias actuales.

Los modelos operativos se pueden modificar cuando el individuo reinterpreta sus


experiencias pasadas. Después del inicio de la etapa de operaciones formales es
posible que los IWM de una relación particular, establecida anteriormente, puedan ser
alterados. De este modo, Main (1991) plantea que los adultos tienen la habilidad de
alterar sus IWM mediante la acción de pensar acerca del propio proceso de
pensamiento y los modelos que refuerzan su mantenimiento. Haciendo esto, los
individuos pueden obtener una nueva forma de entender o interpretar las experiencias
pasadas. Este monitoreo metacognitivo permite trabajar a través de los modelos
existentes y facilita un funcionamiento sano en el adulto. De ahí la importancia de
trabajar en psicoterapia con la revisión de las representaciones que el individuo posee
sobre sí mismo y sus figuras de apego, siendo necesario tener en mente que los
cambios positivos reales son más propensos a ocurrir a través de la combinación de
nuevos insights junto con experiencias de relaciones más positivas.

Si el modelo operativo no es capaz de modificarse para tomar las nuevas percepciones


se toma el riesgo de que la realidad actual pueda ser percibida distorsionadamente. De
hecho Bowlby (1988) plantea que, para que el infante continúe sintiéndose seguro y
teniendo un desempeño acorde a su edad, es necesario que los IWM complementarios
de infante y padres se vayan adaptando al desarrollo de las capacidades físicas,
sociales y cognitivas. 
De este modo, las representaciones de uno mismo y de los demás deben ser sensibles
a los cambios en el ambiente. Como resultado, las experiencias en las relaciones que
contradicen las representaciones existentes deben precipitar cambios. Sin embargo, los
cambios significativos son propensos a ocurrir sólo si la respuesta que contradice la
evidencia es lo suficientemente poderosa, es decir de larga duración y emocionalmente
significativa (Collins & Read, 1994).

Los cambios también estarán en función de tres tipos principales de experiencias


emocionales correctivas: a través de los cambios experimentados dentro de la misma
relación temprana a lo largo del tiempo, a través de experiencias repetidas en otras
relaciones que desconfirmen modelos adquiridos previamente y a través de
experiencias emocionales especialmente fuertes dentro de una misma relación, que de
manera similar desconfirmen postulados anteriores (Ricks, 1985). Si las
representaciones son revisadas apropiadamente, en conexión con los cambios del
desarrollo y ambiente, permitirán la reflexión y comunicación sobre situaciones y
relaciones pasadas y futuras de apego, lo cual a su vez facilitará la creación de planes
conjuntos para la regulación de proximidad y la resolución de conflictos dentro de la
relación (Bretherton & Munholland, 1999).

A pesar de que se sabe poco sobre cómo se modifican las estructuras de


conocimiento, investigaciones dentro de la psicología social sobre cambios en los
esquemas sugieren que las estructuras de conocimiento suelen modificarse al volverse
más elaboradas. El modelo de cambio de esquemas por “sub-tipos” sugiere que los
individuos construyen categorías dentro de sus esquemas existentes con la finalidad de
acomodar la información nueva y discrepante, pero el esquema más generalizado
permanece en gran parte intacto (Fiske y Taylos, 1991 citados en Collins & Read,
1994). De manera similar, el trabajo realizado sobre estereotipos demuestra que la
formación de nuevas actitudes, menos estereotipadas, no elimina la existencia de
representaciones del sistema de memoria (Devine, 1989). De hecho, suelen
permanecer tan bien organizados que frecuentemente activan estructuras de
conocimiento. Esto sugiere que los modelos dentro de la red del apego no suelen ser
remplazados o destruidos, sino que la red se vuelve más elaborada y compleja,
conteniendo un mayor número de submodelos específicos.

Lo que se convierte crítico, por lo tanto, no es simplemente qué modelos son


almacenados en la memoria sino cuáles serán activados y usados para guiar la
percepción y conducta. Al parecer durante procesos de cambio las personas suelen
depender más de los modelos viejos cuando: no son capaces de procesar los
acontecimientos de manera más cuidadosa (ej. la capacidad de procesamiento es
limitada o la excitación emocional es alta), no están motivados a hacerlo, o por alguna
otra razón son incapaces de monitorear su propia conducta, pensamientos, emociones
(Collins y Read, 1994).

A pesar de que los antiguos modelos permanezcan almacenados en la memoria, la


persona puede hacer un esfuerzo activo para rechazarlos y remplazar los patrones mal
adaptativos. Con el uso repetido, estos nuevos modelos se fortalecerán y se volverán,
en última instancia, tan automáticos como lo fueron los antiguos modelos en el pasado.
Los cambios no son ni fáciles, ni rápidos, pero tampoco imposibles (Collins & Read,
1994).

Influencias de los IWM de los padres en el tipo de apego del hijo/a

Influencias del tipo de apego de los padres en el tipo de apego de los hijos/as

Es crucial el rol que juegan los IWM de los padres en la conformación de la experiencia
subjetiva del hijo/a dentro de la relación que se establece entre ambos. Desde la
creación de la EAA se han realizado muchos estudios que intentan evaluar el grado de
correspondencia entre el tipo de apego del adulto y el apego del infante. Dichos
estudios han sido conducidos bajo la hipótesis central de que la organización de la
representación mental de los padres sobre sus experiencias de apego durante su
niñez, manifestada verbalmente, influye fuertemente en el tipo de apego del infante
hacia sus padres. Se plantea que la evaluación del adulto de sus experiencias durante
la niñez y su influencia en el funcionamiento actual se organizará en representaciones
mentales relativamente estables con respecto al apego (Main et al., 1985).

Este modelo teórico de la transmisión de apego a través de las generaciones parte de


la premisa de que la representación de apego parental provee un patrón para la
relación padres–hijo/a que servirá para estructurar el intercambio entre las díadas a
nivel conductual y afectivo, lo cual a su vez irá siendo internalizado por el niño/a. De
este modo, aunque el infante no tiene acceso directo a los IWM de los padres, se
establecerá una liga entre las representaciones de apego de los padres y la relación
padres–infante a través de la mediación de la interacción (Crandell, Fitzgerald, &
Whipple, 1997; Pederson, Gleason, Moran, & Bento, 1998). Los padres con
representaciones de apego seguro son más conscientes de sus propias experiencias
internas y tienen acceso a un mayor número de experiencias afectivas las cuales, a su
vez, les permiten proveer un cuidado más sensible y una mayor capacidad de
respuesta hacia sus hijos/as. Padres con representaciones de apegos inseguros están
restringidos y limitados en este respecto debido a sus propios IWM (Crandell et al.,
1997).

Van IJzendoorn, M. H. (1995) realizó un meta análisis de 18 estudios (N= 854) que


vinculaban la EAA de los padres con la SE de los hijos para ver el grado de
correspondencia que existía entre ambos. De manera general el porcentaje de
asociación encontrado entre el tipo de apego seguro vs. inseguro del adulto y el tipo de
apego seguro vs. inseguro de su hijo/a fue de un 75% (K= .49 donde Kapa da un índice
de 0 a 1 reflejando en que medida el nivel de concordancia es mayor que el esperado
por azar) tomando en cuenta el resultado de 661 díadas padres hijos/as. Este
resultado, estadísticamente significativo, no podría ser reducido a no significativo en los
siguientes 1087 estudios, incluso si estos arrojaran resultados nulos. Con respecto a la
subclasificación dentro de la categoría insegura de la EAA, el tipo de apego
desentendido y el preocupado no difieren en su fortaleza como predictores de la
clasificación del apego del infante en la SE cuando no es usada la categoría no
resuelto. De esta manera se encontró una correspondencia de un 70 % (k = .46) en la
tabulación de los tres tipos de apego autónomo, desentendido y preocupado. La
categoría no resuelto también mostró un solapamiento con la clasificación
correspondiente del infante desorganizado/ desorientado. Por lo tanto, la validez
predictiva de la EAA no se restringió a la distinción global del apego seguro–inseguro,
sino que también se extendió a todos los tipos de apegos.

Es importante resaltar que de los 18 estudios del metaanálisis, en 5 de ellos la EAA se


realizó antes del nacimiento del hijo y de todos modos se encontró una
correspondencia del 69% entre esta medida y el posterior tipo de apego del infante
(seguro, evitativo o ambivalente).

Dentro de esta línea de investigaciones, Benoit y Parker (1994) más allá de encontrar


que la clasificación del infante evaluado por medio de la SE era predicha en el 81% de
los casos por la clasificación de apego de las madres en la EAA durante su embarazo
al utilizar las 3 categorías (seguro, evitativo, ambivalente), y en el 68% con las 4
(seguro, evitativo, ambivalente, desorganizado), comprobaron también que la
clasificación de las EAA de las abuelas lo predecía en un 75% (3 categorías) y un 49%
(4 categorías). Cuando las tres categorías de apego en el adulto y el infante fueron
examinadas a través de 3 generaciones, el 65% de las 77 triadas abuelas-madres–
infantes tuvieron las mismas categorías de apego en las 3 generaciones, comprobando
así la teoría de Bowlby (1969) respecto a que los IWM del apego tienden a perpetuarse
a través de las generaciones. Estos autores, tras el análisis estadístico realizado,
concluyeron que la correspondencia entre el tipo de apego de la abuela y el del infante
era resultado de un efecto indirecto mediado a través de la madre.

Por otro lado, otro hallazgo importante de este metaanálisis realizado por Van
IJzendoorn, M. H. (1995) fue que el tipo de apego de los papás estaba menos
fuertemente relacionado con el tipo de apego del hijo/a hacia el padre que el tipo de
apego de las madres con el tipo de apego del hijo/a hacia la madre (coeficiente de
correlación combinado r= .37 y r=.50, respectivamente). Relacionado con este punto,
es importante recordar que en las investigaciones que se han realizado con ambos
progenitores en general no se ha encontrado una asociación significativa entre la
relación del infante con uno de los progenitores y su relación con el otro (ej. P. Fonagy,
Steele, Steele, Higgitt, & Target, 1994), -por lo que, como plantean Fonagy et
al (Fonagy, Steele, Steele, Moran, & Higgitt, 1991), el temperamento u otras
características del infante no pueden dar cuenta totalmente de la asociación
intergeneracional encontrada entre el tipo de apego de los padres y el del hijo/a.
Basándose en esto, Fonagy et al. (P. Fonagy et al., 1991) plantean que el fantasma de
la guardería del que habla Fraiberg aparece solamente con relación a uno de los
progenitores y no “habita” en la guardería lo suficientemente como para “estropear” la
relación con el otro.

De todos modos, retomando lo expuesto por Freud (1940) respecto que la relación con


la madre es única e incomparable “y se fija inmutable para toda la vida, como el
primero y más intenso objeto de amor, como arquetipo de todos los vínculos
posteriores de amor... en ambos sexos” (p. 188), aunque la teoría del apego ha
demostrado que el tipo de apego de la madre no es el prototipo de apego del padre,
Main, por ejemplo (1985), encontró que las representaciones de apego en infantes de 6
años estaban basadas en la relación con la madre y no con el padre y
Bretherton (1985) sugiere que en la construcción del IWM de uno mismo, uno de los
padres, probablemente la figura principal de apego, suele tener una mayor influencia
que los demás. Grossmann (1991) también encontró que las experiencias de apego
con la madre mostraban una mayor influencia en la competencia social y coherencia
emocional del infante que la experiencia con el padre. A su vez, Steele et
al. (1996) reportaron que sus datos daban pie a considerar una influencia
aparentemente mayor de la madre, en oposición al padre, en la clasificación del tipo de
apego infante-padres. Estos autores encontraron evidencia consistente con la
conclusión de Fox et al. (Fox, Kimmerly, & Schafer, 1991) respecto a que el apego
infante–padre dependía en cierto grado de la calidad de apego infante-madre, dejando
abierta la posibilidad de que la similitud observada en el apego del infante hacia los dos
progenitores pudiera atribuirse a la influencia general en el infante del estado mental de
la madre con respecto al apego, el cual influía en la conducta del infante en interacción
con otros más allá de la relación infante- madre. De hecho, Steele, et
al. (1996) concluyeron su artículo diciendo que sus resultados sugieren que después de
los 18 meses de vida el infante es capaz de discernir y representar diferencias
significativas en los estados mentales de los padres con respecto al apego, lo cual
influye en su conducta con cada uno de ellos, siendo tal vez primaria la influencia de la
madre. De cualquier manera, como plantea Hopkins (1990), las investigaciones en
general han sido en familias en donde la madre es la principal encargada del cuidado
del infante, por lo que resultaría interesante tener datos de lo que ocurre cuando el
padre juega un papel igual o mayor en el cuidado de los hijos.

Como menciona Main (2000), de cualquier forma la importancia de los estados


mentales en los adultos se evidencia no sólo en el hecho de que en la SE el niño se
puede comportar de modo distinto con cada uno de los progenitores sino también en
que, si el apego del infante fuese un producto de su temperamento, entonces una
mejora en las circunstancias vitales de la madre no tendría porque cambiar la
respuesta del niño/a ante la SE de forma significativa; sin embargo, una mejora de este
tipo con infantes de 12 y 18 meses ha sido asociada con infantes inseguros que se
vuelven seguros (L. A. Sroufe, 1985). A la vez, el que intervenciones terapéuticas
cortas con la finalidad de facilitar y mejorar la sensibilidad materna y capacidad de
respuesta, puedan dar lugar a un aumento dramático y duradero en el apego seguro en
infantes con fuerte temperamento demuestra la importancia de la relación (van den
Boom, 1994). Tercero, si los padres responden negativamente a infantes “difíciles”,
sería esperable que menos niños/as difíciles fuesen seguros. Sin embargo, la
seguridad predomina incluso en muestras en las cuales el niño está enfermo, dañado o
con alguna minusvalía. Cuarto, si los factores biológicos o genéticos fueran el
fundamento de los diferentes tipos de apego no se encontrarían resultados como los de
O’Connor y Croft (2001) quienes al investigar el tipo de apego infante–madre en 120
parejas de gemelos en edad preescolar no encontraron diferencias significativas entre
gemelos monocigóticos y dicigóticos con respecto al tipo de apego hacia la madre, o
los resultados de Bokhorts, et al. (2003) y Van IJzendoorn, et al. (2000) quienes
concluyen que el rol de los factores genéticos en el apego desorganizado y la
seguridad del apego era insignificante o pequeño, resultando fundamental los aspectos
compartidos y únicos del ambiente de crianza. Finalmente, si la constitución del infante
está modelando la interacción con el padre respecto al apego, entonces debería ser
más difícil predecir la conducta en la SE antes que después de su nacimiento (Main,
2000; Steele, 2002).

Un punto crucial es cómo los padres transmiten sus representaciones mentales de


apego a sus hijos/as. Dentro de la teoría del apego se ha considerado durante años
como posible vehículo la capacidad de respuesta sensible. Dentro del metaanálisis
realizado por Van IJzendoorn, M. H. (1995) se encontró una relación entre la
representación de apego parental y la respuesta sensible en ambientes de juego libre e
instituciones. La seguridad del apego parental explicaba aproximadamente el 12 % de
la variación en la capacidad de su respuesta hacia el infante. Al parecer, los padres
expresan sus representaciones mentales de apego en conductas que responden más o
menos a las señales del infante. Los padres con apego autónomo parecían percibir las
señales de apego de sus hijos/as de manera más precisa, eran más sensibles y tenían
una mayor capacidad y disposición para responder de manera rápida y adecuada que
los padres con apego inseguro. Por su parte, las madres desentendidas en la
EAA solían mostrar una falta de sincronicidad en las interacciones con sus hijos/as y un
patrón de comunicación restringido (Fonagy et al., 1991).

Van IJzendoorn, M. H. (1995) ofrece un esquema sobre la brecha transgeneracional


con respecto a la capacidad de respuesta sensible que resulta muy ilustrativo

La letra X se refiere a la influencia del apego parental en la capacidad de respuesta, los
resultados del meta análisis arrojaron que el tamaño de influencia es equivalente a una
correlación de .34. La letra Y se refiere a la influencia de la capacidad de respuesta en
la seguridad del apego del infante, con una correlación de .32. La letra Z= .36 indica la
influencia del estado mental de los padres respecto al apego sobre la seguridad del
apego del infante mediante mecanismos de transmisión diferentes al de la capacidad
de respuesta sensible. El total de influencia del estado mental de los padres en la
seguridad del apego del infante es equivalente a .47 de acuerdo con estos resultados.
De esta manera queda claro que la mayor parte de la influencia del tipo de apego de
los padres sobre los hijos/as depende de otras variables distintas de la capacidad de
respuesta sensible evaluada por las escalas de Ainsworth.

Posteriormente, Paderson et al. (1998) reexaminaron el papel de la capacidad de


respuesta sensible materna (conceptualizada como la habilidad materna para
reconocer y responder efectivamente a las necesidades y señales comunicativas del
infante) como mediador de la robusta asociación existente entre las representaciones
de apego de la madre y el tipo de apego del infante. Para estos autores, los resultados
encontrados por Van IJzendoorn, (1995) respecto a que el papel de la respuesta
sensible materna no era tan importante como el planteado por Ainsworth, et
al. (1971) podían deberse a que de todos los estudios incluidos para realizar el meta
análisis, sólo en tres de ellos se incluyeron las tres variables del modelo
(representaciones maternas, interacción madre–infante, tipo de relación de apego del
infante). Además, en los resultados de estos tres estudios había alguna clase de
anormalidad o complicación. Con fundamento en ello, Paderson et al. (1998) decidieron
realizar un estudio con 60 díadas madres–hijo/a que incluyera la evaluación de estas
tres variables, utilizando medidas observacionales que habían demostrado proveer una
medición válida y confiable de la variación significativa en el grado de sensibilidad
materna.

En este estudio, se encontró que las madres en relaciones seguras evaluadas en la
SE eran más sensibles durante la interacción en la casa que las madres en relaciones
no seguras; reafirmando así la importancia de la sensibilidad materna como
determinante central de la seguridad del apego. De hecho, se encontró una relación
substancialmente más alta entre la sensibilidad materna y la seguridad del apego en la
SE que la encontrada por Van IJzendoorn, (1995). Sin embargo, en concordancia con
los resultados encontrados por Van IJzendoorn la magnitud de la fuerza de la
respuesta materna sensible daba cuenta de menos del 25% de la asociación existente
entre la representación autónoma y el apego seguro. Como conclusión estos autores
plantean que la sensibilidad materna, como es conceptualizada típicamente dentro de
la teoría del apego, es sólo uno de los muchos aspectos de la interacción madre–hijo/a
potencialmente influidos por las representaciones maternas de apego. Pudiendo así
resultar más fructífero ampliar la conceptualización de las posibles variables
mediadoras.

De esta forma, aunque la capacidad de responder de manera sensible a las señales del
infante es un factor importante, está lejos de poder explicar de manera completa la
transmisión de tipo de apego. Con relación a esto, es importante tomar en cuenta que,
como menciona Van IJzendoorn (1995), tal vez las mediciones existentes de la
capacidad de respuesta pueden no estar capturando todos los aspectos relevantes de
la comunicación abierta. En mediciones hechas sobre la capacidad de respuesta, por
ejemplo, el intercambio de expresiones faciales entre padres e infante no ha sido
fuertemente resaltado. La sincronía de afectos debe ser enfatizada. Más aún, son
pocos los estudios que han examinado la interacción padres–infante en ambientes
naturales, durante el primer año de vida usando mediciones globales que
operacionalicen el complejo constructo de la capacidad de respuesta. (ej. M. Ainsworth
et al., 1978). Además, también es importante tomar en cuenta otros factores como el
periodo en el que es hecho el estudio ya que, por ejemplo, Isabella (1993) encontró que
la medición de la conducta materna al principio del primer año de vida estaba
relacionada de manera más clara con la clasificación de la SE que mediciones hechas
posteriormente.

Como conclusión, Van IJzendoorn (1995) propone que la brecha de transmisión


generacional podría ser explicada por la combinación de errores correlacionados de
medición, influencias genéticas, y mecanismos de transmisión aún por descubrirse,
además de la capacidad de respuesta sensible. Entre estos mecanismos aún no
descubiertos Pederson et al. (1998) recopilan el trabajo de varios autores, como
Cassidy que plantea como posible vínculo la regulación emocional; aunque aún no se
ha logrado un consenso sobre cuál es el proceso particular de socialización. Pederson
et al (1998) también citan el trabajo de Stern (1985) quien subraya la importancia de la
sincronía interaccional, Malatesta y Haviland (1985) argumentan a favor del rol
especular de la madre de los estados afectivos del infante y Gergely y
Watson (1996) combinan ambas ideas y proponen un modelo de retroalimentación en
donde el infante aprende a identificar sus estados afectivos porque detecta la
contingencia entre su estado y la expresión facial exagerada de dicho estado por parte
de la madre.

Para Gergely y Watson (1996) la especularización del afecto además de contribuir a la


sensibilización, en donde el infante será capaz de detectar y agrupar los conjuntos de
claves de estados internos, ayuda al establecimiento de:

1) la función del estado de regulación.

2) la construcción de representaciones: la asociación de las representaciones


secundarias con los estados de afecto primarios, procedimentales, no conscientes,
proveerá los significados cognitivos para acceder y atribuir emociones al self que serán
la base para la emergente habilidad del infante para controlar y razonar sobre sus
estados emocionales

3) La función de comunicación y mentalización: al internalizar las representaciones


secundarias “marcadas” asociadas con los estados del self primarios, el infante
adquirirá un código comunicativo generalizado de estas expresiones. Esta “marcación”
implica que cuando la madre está especularizando las acciones del infante, lo que
muestra en sus acciones comunicadas al hijo/a no es su propio sentimiento sino una
representación de la percepción que ella tiene de su experiencia con el infante. Éste, a
su vez, comprende que el estado emocional que muestra la madre se relaciona con su
sentir y no significa que la madre sienta exactamente lo mismo que él/ella. Cuando la
especularización marcada no es congruente con el sentir del infante se desarrollarán
imágenes del self patológicamente distorsionadas [3].

Otro aspecto que podría mediar el impacto de las representaciones de apego de la


madre sobre el tipo de apego del infante es el propuesto por Kaye (1982, citado en
Pederson et al 1998) respecto a que los padres construyen un andamiaje interaccional
para la conducta social del infante. Los padres en diferentes relaciones de apego con
sus hijos/as irán construyendo predicciones diferenciales con respecto al rol del
estructuramiento cognitivo. De este modo, los padres autónomos verán su rol como
facilitador del establecimiento de la individualidad del infante y las interacciones
tempranas probablemente implicaran el aumento de atribuciones de intenciones,
deseos y creencias de independencia en el infante.

Siguiendo con este mismo eje, en los últimos 15 años se han hecho varios estudios
para relacionar el tipo de apego de la madre con la calidad de la interacción con su
hijo/a. Por ejemplo, Crowell & Feldman (1989) encontraron a partir de su estudio,
realizado con díadas madres–hijos/as en sesiones de juego semiestructuradas, que las
madres con apego seguro mantenían interacciones cálidas, con respuestas sensibles y
tenían un estilo de ayuda que promovía el aprendizaje y el autodescubrimiento. Las
madres con apego inseguro eran o confusas e inconsistentes, oscilando entre periodos
de calidez y gentileza y periodos de enojo y frustración, o controladoras, no apoyaban a
sus hijos/as y la relación carecía de afecto físico.

Crandell, Fitzgerald & Whipple (1997) encontraron que la diferencia más llamativa entre


las madres con apego seguro e inseguro era el grado de sincronía en la interacción con
su hijo/a. En las interacciones de madres con apego seguro y sus hijos (promedio de 3
años) había un mayor grado de respuesta mutua a las claves de interacción y estaban
envueltos en un proceso más fluido de dar y tomar que en las relaciones inseguras. De
igual manera, estas madres expresaron más calidez y afecto, fueron menos hostiles y
críticas, eran menos intrusivas y fomentaban más en sus hijos/as conductas autónomas
que las madres con apego inseguro. De manera adicional, los hijos/as de madres con
apego seguro buscaban un contacto más cercano y eran más complacientes que los
hijos/as de madres con apego inseguro. Al eliminar el efecto de las variables
demográficas (edad, nivel educativo y socio-económico) se encontró que la sincronía
en la relación padres–infante era la única escala global que permanecía
significativamente relacionada con la seguridad del apego materno. Con relación a las
variables compuestas, la seguridad de apego materno fue el mejor predictor único de la
variable de control parental y conducta social del infante. De este modo, se sustentó la
idea de que la manera en la que las historias de la infancia son mentalmente
organizadas e integradas durante la adultez está significativamente relacionada con el
patrón de interacción actual madre-hijo. Esta liga se manifiesta en la calidad del afecto
parental y en el estilo para relacionarse.

De cualquier manera, aun cuando se resuelva cuáles son los factores que influyen en
la transmisión del tipo de apego de los padres al hijo/a, el primero sólo predice en parte
al segundo, por lo que aún hay lugar para el estudio de otras variables que influyan en
el tipo de apego que desarrollará el infante. Un aspecto que podría resultar clave es
tomar en cuenta los factores contextuales como lo son las diferencias culturales (por ej.
en EEUU hay una asociación mayor entre el tipo de apego de los padres e hijos/as que
en otras culturales) y el nivel socioeconómico (por ej. la asociación es menor en
familias con menor nivel socioeconómico [van IJzendoorn, 1995]). También podría
resultar beneficioso tener un modelo que vaya más allá del modelo causal
unidireccional de las representaciones, influyendo en las interacciones que afectan la
relación. La relación entre las representaciones mentales, las relaciones de apego y las
interacciones madre–hijo/a, probablemente sea bidireccional o
multidimensional (Pederson et al., 1998), por lo que es importante estudiar la forma en
que estas variables se influencian mutuamente y cuáles son los otros factores que
influyen en dicha interacción.

De manera más reciente comenzó a surgir un interés por estudiar cómo las
percepciones que tienen los padres de las características de sus hijos también afectan
el modo de comportarse con ellos y, por consiguiente, el tipo de apego que éstos
desarrollarán. Esta línea de investigación partió de la sugerencia de Bowlby, dentro de
la segunda edición de El Vínculo Afectivo (1982), respecto a que la conducta de
cuidado y protección parental, como la búsqueda de proximidad en el infante, es guiada
por un sistema conductual subyacente. Bowlby siempre planteó que todos los sistemas
conductuales estaban guiados en el ámbito cognitivo por una serie de representaciones
internas, a medida que el progenitor se prepara para ser padre y llega a serlo se
desarrollarán representaciones de su hijo/a y de su función como padres.

Congruente con esto, diferentes autores (ej. Pajulo, Savonlahti, Sourander, Piha, &
Helenius, 2001; Slade, Belsky, J., & J., 1999; Stern, 1995) han descrito el modo en que
madres y padres empiezan a desarrollar representaciones de sus niños desde el
comienzo del embarazo, las cuales se van volviendo crecientemente complejas y
estructuradas en el transcurso del desarrollo y reflejan una amalgama de percepciones
y fantasías parentales acerca de quién será el niño/a, cómo funcionará y cómo se
sentirá. Estas representaciones se basan casi enteramente en fantasías; aquí, tal vez
más que en cualquier otro momento, las representaciones de relaciones pasadas crean
un patrón de expectativas. Naturalmente, estas representaciones incluyen aspectos
conscientes, preconscientes e inconscientes y están poderosamente afectadas por las
relaciones tempranas de objeto de los padres y por sus experiencias de apego. Sin
embargo, una vez que el bebé nace, las características reales de éste, así como los
sentimientos que realmente genera, son progresivamente incorporados a las
representaciones parentales del niño y a su representación de ellos mismos como
padres. Estos dos tipos de representaciones son un aspecto crítico y fundamental de la
relación madre/padre-infante y puede funcionar como una manera de regular sus
respuestas hacia el niño/a (Lieberman, Van Horn, Grandison, & Pekarsky, 1997; Oates
& Gervai, 2003; Slade et al., 1999; Slade & Cohen, 1996)

Las percepciones de la madre sobre su infante derivarán tanto de las características y


conductas observables del infante como del material proyectivo construido sobre la
propia dinámica interna. De hecho, Meares et al. (1982) encontraron que las madres,
después de sólo 48 horas del nacimiento de su bebé ya podían decidir el grado de
“dificultad” de su infante basándose en sus características (maternas) y el nivel de
‘competencia’ exhibido por el bebé. Los sentimientos, conductas e identificaciones con
su infante se ligaban con su propio IWM y el modelo que tenía sobre el bebé ocupaba
un rol complementario en su propio modelo como madre. Un rasgo central de cómo la
madre se relaciona con su hijo/a es que ella interpreta la conducta infantil en términos
de su propósito y contenido emocional, de manera que encaje con las expectativas de
su IWM. La madre atribuye pensamientos y sentimientos a su bebé y su propia
conducta materna es afectada, a su vez, por estas atribuciones mediante el mecanismo
de identificación proyectiva (Meares et al., 1982; Oates & Gervai, 2003). Se ha
argumentado ampliamente que este proceso de atribución normalmente involucra
sobreinterpretaciones en las que la conducta del infante es tratada 'como si' estuviera
impregnada con contenido intencional y emotivo. De hecho, esto ha sido visto por
algunos teóricos como parte necesaria de la inducción del infante dentro los
significados conductuales socialmente definidos y como un proceso imprescindible en
la construcción social de desarrollo (Oates & Gervai, 2003).

Dado que la conducta infantil es profundamente ambigua en términos de su contenido


emocional e intencional, permite múltiples interpretaciones. Así, la específica elección
de una interpretación por parte de la madre surge del interjuego entre su modelo
dinámico interno y la conducta infantil. Estas interpretaciones sirven para elaborar la
personalidad y motivación del infante desde el punto de vista de los padres por medio
de identificaciones proyectivas (C.  Zeanah & Anders, 1987). La interpretación de los
padres reflejará sus propias preocupaciones, conflictos y fantasías (L. Fraiberg, 1987).
Cuando las proyecciones maternas controlan sus atribuciones hasta el punto en que
queda un espacio muy pequeño para contrastar la realidad con los aspectos
observados del infante, aparecerán modelos distorsionados dominando la interacción,
en donde el observador hará interpretaciones erróneas de la conducta del infante.
También se ha encontrado que las representaciones maternas distorsionadas pueden
ser asociadas con abuso infantil y abandono (ej. Main & Goldwyn, 1984; Milner, 2000;
Stratton & Swaffer, 1988 citado en Oates & Gervai, 2003), y con depresión post-
natal (Field, Morrow, & D., 1993; Murray, Kempton, Woolgar, & Hooper, 1993).

De este modo, las investigaciones sobre la importancia de la representación materna


de la relación madre–hijo/a han sido desarrolladas en los últimos años por muchos
autores (ej. George & Solomon, 1996; Slade & Wolf, 1994; C. Zeanah, Benoit,
Hirshberg, Barton, & Regan, 1994) quienes ven el desarrollo de las representaciones
sobre el infante como intrínseco al desarrollo de la relación de cuidado parental; al igual
que los niños/as desarrollan IWM de sus progenitores, éstos desarrollan IWM de sus
hijos/as. Y como otros modelos representacionales, estos modelos determinan el
acceso a tipos particulares de pensamientos y sentimientos con relación al infante y,
presumiblemente, funcionan como guía para las expectativas parentales de las
conductas dentro de la relación.

Dentro de esta línea, Benoit & Parker (1994) encontraron que las representaciones


maternas sobre sus hijos/as y su relación con ellos, evaluada mediante el “Modelo de
Trabajo de la Entrevista del Infante” (Working Model of the Child Interview: WMCI),
administrada durante el embarazo, podía predecir la clasificación del apego del infante
un año después con un 74% de exactitud (K=.44). Resulta importante rescatar que,
dentro de la misma muestra, la EAA administrada prenatalmente a las madres predecía
la clasificación de sus hijos/as un año después con un 81% de exactitud (K=.55). Benoit
et al. (D. Benoit, Zeanah, Parker, Nicholson, & Coolbear, 1997) aclaran que el IWM del
cuidador sobre el infante debe ser conceptualizado como la percepción y experiencia
subjetiva que el cuidador tiene de ese infante en particular y de su relación con éste.
Teóricamente, esto difiere del IWM evaluado mediante la EAA, vinculada a la
percepción individual de las figuras de apego pasadas y su estado mental actual con
respecto al apego. Posiblemente, las representaciones del cuidador, medidas por la
EAA, sean un constructo más global que las representaciones del cuidador sobre un
infante particular, dentro del modelo jerárquico de las representaciones mentales
anteriormente descrito (Apartado: Organización de los IWM de las relaciones de
apego).

Siguiendo este eje de estudio, varios investigadores han demostrado que algunas
percepciones que tienen los padres de sus hijos/as permanecen moderadamente
estables desde el embarazo hasta los primeros meses de vida del infante (D.  Benoit &
Parker, 1994; D. Benoit, Parker, & Zeanah, 1997; C. Mebert, 1989; C. Mebert &
Kalinowsky, 1986; C. J. Mebert, 1991). Estos hallazgos refuerzan la idea de que la
percepción parental sobre las características de su hijo/a tiene como base importante el
mundo interno del adulto y no solamente las características “reales” del infante.
De cualquier manera, Pajulo et al. (2001) encontraron que las representaciones
maternas previas al nacimiento del infante variaban dependiendo de si las madres
pertenecían a grupos de bajo o alto riesgo (si había o no dependencia de fármacos,
depresión, dificultades en el ambiente social y poco apoyo social). El grupo de alto
riesgo tuvo representaciones significativamente más negativas sobre el infante, sobre
sí mismas como mujeres y madres, sobre la pareja y sobre su propia madre, que el
grupo de bajo riesgo. Por otra parte, en ambos grupos y de manera aún más fuerte
dentro del grupo de mujeres de alto riesgo, las características maternales de la propia
madre recibieron puntuaciones más negativas que las representaciones de sí mismas.

Por su parte Fava–Vizziello, et al. (1993), en una investigación realizada con 51


mujeres, encontraron diferentes grados de estabilidad dentro de las representaciones
que la madre tenía de sus infantes y sobre sí mismas entre el embarazo y en el periodo
posterior al parto (5º día y 4º mes). Los resultados de las entrevistas indicaron que las
representaciones más ligadas al sentido de identidad (el sí mismo como mujer y el
esposo como hombre) y al proceso de integración intergeneracional (la propia madre)
eran las más estables a través del tiempo. Por el contrario, las representaciones de sí
misma como madre y, sobre todo, las representaciones del infante, fueron menos
estables. El cambio de perfiles a través del tiempo se vinculó, primariamente, con
adjetivos afectivos y de relación. En particular, hubo un cambio significativo en el perfil
perceptual del infante (ej. las representaciones se volvieron más fluidas, especialmente
en el lapso entre el 5º día y 4º mes con relación a los acontecimientos interactivos que
acompañaron esta fase). Durante el lapso comprendido entre el embarazo y la
maternidad, la representación del infante se fue diferenciando, progresivamente, de la
representación anteriormente construida con fundamento en las representaciones de la
madre sobre sí misma y del esposo como hombre. De igual forma, la representación de
sí misma como madre se fue diferenciando progresivamente de las representaciones
de la propia madre, acoplado con un proceso de integración entre las representaciones
de sí misma como madre y de sí misma como mujer. Se encontró que la creación de un
espacio para el infante y para sí misma como madre estaba ligada a su habilidad para
poder dar un paso más en el proceso de separación–individuación con relación a la
propia madre. Estos cambios encontrados en las representaciones del infante, y sobre
sí mismas como madres, fueron principalmente asociados a la interacción real de la
madre con su hijo/a, ligada a la necesidad de proveer cuidado al infante.

De cualquier manera, más allá del grado de estabilidad de las representaciones de los
hijos/a, éstas empiezan a surgir y desempeñar un papel importante desde antes del
nacimiento del infante. Por ejemplo, integrando los resultados de dos estudios (C.
Zeanah, Keener, & Anders, 1986; C. Zeanah, Keener, Steward, & Anders,
1985) Zeanah et al. (1987) encontró que cuando se les pedía a los padres que
describieran la personalidad de sus hijos, antes de que nacieran, sólo el 9% de los
padres decían que no sabían qué tipo de personalidad tenía el infante o que aún no
tenía ninguna. Un mes después del nacimiento sólo un 2% de los padres no pudieron
describir sus impresiones sobre la personalidad de sus hijos. La mayoría de los padres
le otorgaban atributos bastante vívidos y elaborados a su infante.
De este modo, es necesario atender cuidadosamente a las percepciones parentales de
los hijos/as y, de manera más específica, siguiendo los hallazgos de Benoit &
Parker (1994); Benoit, Parker, Zeanah (1997); Fonagy et al. (P. Fonagy, Steele, &
Steele, 1991; P.  Fonagy et al., 1991) a los aspectos cualitativos narrativos de la
organización de las percepciones parentales dado que estas pueden ser aún más
sobresalientes que el contenido mismo de las percepciones, al menos con respecto el
apego seguro del infante.

Por ejemplo, Zeanah et al. (1994) encontraron que las narrativas de las madres sobre
la descripción de su hijo/a evaluado mediante la entrevista WMCI estaban vinculadas
de manera sistemática con la clasificación de apego del infante medida de manera
conjunta. Posteriormente Benoit et al. (1997) en su estudio con 78 díadas madres-
hijos/as encontraron una fuerte asociación (73%) entre la clasificación del infante
evaluado en la SE y la WMCI. Esta concordancia se explicó con fundamento en la
fuerte asociación entre la categoría “equilibrado” de la WMCI y el tipo de apego seguro
en la SE. El 88% de las madres “equilibradas” tenían hijos clasificados como seguros.
De manera similar, el 76% de los infantes seguros tenían madres cuya clasificación era
equilibrada. La concordancia entre equilibrado–seguro fue considerable (K= 64). La
hipótesis respecto a que también se encontraría una relación entre el tipo de apego
inseguro y las clasificaciones desentendida y preocupada de la WMCI no fue
comprobada. De todos modos, la posibilidad de predecir si el infante será clasificado
con apego seguro o inseguro en la SE, a partir de cómo la madre describía a su hijo
antes de su nacimiento, resulta de mucho valor al cuestionar el vinculo entre la
clasificación del apego del infante y su ajuste y desarrollo emocional posterior. En este
estudio, Benoit et al (D. Benoit, Parker et al., 1997) también encontraron que las
representaciones maternas sobre sus hijos/as y su relación con ellos, evaluada
mediante la WMCI, permanecían estables durante un periodo de 12 meses que incluía
el embarazo, el parto y los primeros meses de vida. El hallazgo de la estabilidad del
89% y 85% a lo largo de los 12 meses, para los grupos con representaciones
balanceadas y distorsionadas respectivamente, resultó muy significativo.

Por su parte, Slade et al. (1999) realizaron una investigación con el objetivo de evaluar


la relación entre el tipo de apego de la madre (medida con la EAA) la conducta materna
observada (observaciones en casa a los 12 y 15 meses de edad) y las
representaciones maternas sobre la relación con su hijo (evaluada mediante Parent
Development Interview PDI, la cual es una medida específica de una relación presente,
no de la representación del infante como la WMCI o de uno mismo como cuidador
como la realizada por George & Solomon, [1996]). Partiendo del postulado de que la
representación de la madre sobre la relación con el hijo/a emerge en función de un
conjunto de influencias que incluyen el tipo de apego parental y la interacción con el
bebé real, estos autores propusieron que la representación de la relación no sería
idéntica o isomórfica a representaciones previas de relaciones de apego. De hecho, fue
el mismo Bowlby quien, desde el principio, habló de la importancia de tomar en cuenta
tanto el tipo de apego del adulto como la experiencia en sí de estar con el infante:
How any mother treats any one child, therefore, is a complex product reflecting how
her own initial biases have been confirmed, modified, or amplified by her experience
with him (Bowlby, 1969, pp 343 344)NOTA4[4]

En esta investigación (Slade et al., 1999) se confirmó la hipótesis de la existencia de


una liga entre el estado mental actual de la madre con respecto al apego y la
representación de su relación con su hijo/a. Las madres clasificadas como Autónomas
tenían una representación más coherente de su relación con el infante y transmitían
más alegría y placer en la relación que las madres con apego inseguro. La hipótesis
concerniente a que las representaciones maternales de la relación con su hijo/a
estarían relacionadas con la conducta maternal observada también fue confirmada. Las
madres que eran más coherentes y que expresaban más alegría y placer en sus
relaciones con sus hijos/as en el PDI mantenían más conductas maternales positivas y
menos negativas durante las observaciones en casa. El descubrimiento de que el factor
Alegría–Placer/ Coherencia estaba relacionado al tipo de apego del adulto, al igual que
con la conducta maternal enfatizó la importancia del afecto positivo en las relaciones
tempranas padres–infante. El análisis de la relación entre el factor enojo y la conducta
maternal observada reveló que las madres que mostraban más enojo en la
representación de su relación con su hijo/a eran menos sensitivas y positivas en sus
conductas con su hijo/a. Esto resulta muy importante, dado que fueron las madres
clasificadas con apego desentendido las que mostraron más enojo en la PDI, lo cual es
consistente con la idea de que las representaciones maternas de las relaciones con el
infante pueden estar significativamente ligadas a las conductas maternas y sugiere
que, a diferencia de las medidas de actitudes parentales las cuales frecuentemente no
predicen la conducta, éstas sí proveen una liga más directa a la conducta parental.

Contrario a las predicciones de este estudio, no se encontró que las diferencias en el


tipo de apego del adulto predijeran la conducta parental positiva. El fracaso de replicar
investigaciones previas fue atribuido por los autores a características de su
investigación (tipo de muestra, instrumentos de medición). Slade et
al. (1999) concluyen que es plausible que la PDI influencie la EAA y no viceversa y que
la interacción madre–hijo/a influya la representación maternal del infante. Se plantea
que existe una relación recíproca continua entre los constructos medidos en esta
investigación, especialmente entre representación maternal y conducta maternal. Más
aún, es probable que ambas estén modeladas por características temperamentales del
infante al igual que otros factores contextuales.

Por otro lado, Zeanah et al. (1993) realizaron un estudio para evaluar el vínculo entre el
tipo de apego de la madre y el tipo de apego del hijo/a y a su vez asociaron ambos
tipos de apego con la percepción e interpretación de la madre del sufrimiento de un
infante mostrado en un video de 4 minutos y la evaluación de un conjunto de
fotografías de infantes con expresiones emocionales ambiguas. Entre los resultados
que se encontraron fue que las madres preocupadas que tenían hijos/as seguros
percibían al infante del video como más pegado a su madre (“clingy”), menos
independiente y con menos miedo que las madres que también tenían apego
preocupado pero que tenían hijos/as con apego resistente. Por otro lado, madres de
infantes evitativos interpretaron de manera significativa la respuesta del infante del
video menos frecuentemente de manera “positiva” y más frecuentemente como
“negativa” que las madres de infantes seguros y resistentes. A su vez, madres
desentendidas evaluaron el video del infante como menos “positivo” en comparación
con las madres con apego autónomo o preocupado y como más “negativo” en
comparación con las madres con apego autónomo. También se encontraron niveles
más altos de incitación maternal a que los hijos/as fueron más independientes en
madres con hijos con apego evitativo, en comparación con madres con hijos con apego
seguro, y por madres desentendidas en comparación con madres autónomas.

Estos resultados concuerdan con la teoría del apego, que plantea que la conducta de
apego evitativo es una respuesta defensiva por la que se trata de evitar la muestra de
conductas de sufrimiento porque se sabe que ello podría conllevar conductas de
rechazo paternal ya que, como se evidencia en los resultados, los padres
desentendidos tienen a evaluar de manera más negativa situaciones de sufrimiento
infantil. El resultado de atribuciones significativamente más positivas por parte de las
madres de infantes resistentes es consistente con el estudio de Spieker y Booth (1988
citado en C. Zeanah et al., 1993), quienes encontraron que las madres de infantes con
apego resistente se perciben a sí mismas de manera más negativa, pero perciben sus
situaciones de vida y a sus infantes de manera más positiva que las madres con
infantes categorizados con otros tipos de apego. Zeanah et al. (1993) proponen que las
madres de hijos/as con apego resistente pueden haberse sentido tranquilizadas por la
intensa necesidad de cercanía y confort del infante del video y, por lo tanto, lo
interpretaron de manera más positiva.  El que la interpretación, por parte de la madre,
del sufrimiento del infante del video y de las fotografías estuviera relacionada
significativamente con el tipo de apego del infante y de la madre es compatible con la
idea de que los patrones de respuesta conductual y emocional determinados por el tipo
de apego son, a su vez, manifestaciones de representaciones internas de relaciones.

A manera de conclusión, se puede afirmar que la evidencia de la investigación


preliminar indica que la representación de la madre de su relación con el niño/a puede
ser un factor tan importante a la hora de determinar la sensibilidad materna como lo es
la representación de su relación con sus propios padres. Estos descubrimientos
proporcionan un soporte empírico para las nociones analíticas respecto a la
importancia de comprender el impacto de las fantasías y proyecciones maternas en la
relación con un niño en particular. Estas fantasías y proyecciones, ligadas a la historia
temprana de una mujer en particular y la forma en que éstas se transforman y renacen
en relación con el niño (a), tienen una significación clínica vital (Slade et al., 1999).

De este modo, a partir de la revisión de todos los estudios incluidos en esta sección, se
puso en evidencia la importancia de tomar en cuenta tanto el tipo de apego de la madre
como sus fantasías y percepciones sobre su hijo/a para poder entender el tipo de
vínculo establecido con  éste/a y cómo ello afecta, a su vez, al tipo de apego del
infante. Sin embargo, considero fundamental aclarar que esta revisión sólo incluyó
algunos de los factores que pueden influir en la relación madre–infante, los que han
sido más estudiados por los teóricos del apego pero, por supuesto, no abarcan la
totalidad de factores involucrados, lo cual escapa a los alcances de esta investigación.
Con relación a este tema, considero importante retomar trabajos como el de Belsky e
Isabella (1988) quienes incluyen un mayor número de variables para entender cómo se
estructura el tipo de apego del infante. Estos autores encontraron que los siguientes
factores estaban vinculados a la seguridad en el apego:

a) las características de personalidad de la madre evaluadas antes del nacimiento del


bebé.

b) los cambios en la percepción de la madre acerca del temperamento del bebé.

c) los cambios en el matrimonio a través de la transición hacia la parentalidad (por ej.


Goldberg, 1984, encontró que el apego seguro hacia ambos padres era más común
cuando el ajuste matrimonial era alto).

d) las características del contexto social (por ej. Crockenberg, 1981, encontró que una
buena red de apoyo social, a menudo provista por miembros de la familia extensa,
predecía el apego seguro del infante hacia la madre y disminuía los efectos de estrés),

Todo ello no implica únicamente que las fuentes de estrés puedan ser disminuidas por
fuentes de soporte y que el riesgo sea mayor cuando hay múltiples fuentes de estrés,
sino que también existen muchos caminos disponibles como puntos de intervención, ya
que las diferencias individuales en la calidad de la relación padres–infante están
múltiplemente determinadas. Estos autores concluyen planteando la necesidad de
reconocer que la maternidad es una más de las actividades en las que está involucrada
la madre, que la madre es un agente psicológico en su propio derecho, aparte de su rol
como madre y esposa, siendo necesario considerar también sus relaciones familiares y
extra familiares.

De esta forma, para concluir, retomando lo expuesto en el párrafo anterior y como


enfatiza Bowlby (1988), cuidar bebés y niños/as no es un trabajo para una sola
persona, no sólo por requerir muchas habilidades, sino también por ser un trabajo muy
pesado y extenuante. Si se quiere que el trabajo esté bien hecho y el cuidador no
quede exhausto, éste necesita de mucho apoyo y no solamente para el cuidado de los
hijos/as sino también para las actividades del hogar o las tareas que realice. De este
modo, es un trabajo pesado, incluso para una mujer que ha tenido una infancia feliz y
que en la actualidad disfruta de la ayuda y el soporte de la pareja y, tal vez, también el
de la propia madre. El que una mujer sin ninguna de estas ventajas tenga problemas
emocionales no resulta sorprendente y mucho menos da pie a ser una situación de
culpabilización.

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