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ÍNDICE
1
TOMÁS de AQUINO, Santo; (1959), Suma Teológica. Madrid, BAC, I, 77, 3
4
Las potencias no se identifican con el alma, son distintas de ella y existen como realidades
accidentales.
Las potencias pertenecen a un sujeto único. El sujeto de las potencias es el hombre, el
compuesto humano. Como el alma es el principio de vida del compuesto, podemos decir que las
potencias tienen como sujeto al alma. Ahora bien, estrictamente hablando, el alma sólo es sujeto de
5
b. El conocimiento sensible
Las potencias del conocimiento sensible son los sentidos, que hacen posible la sensación.
Los sentidos se distinguen en externos e internos.
Desde un punto de vista biológico, podemos afirmar que la función de los sentidos consiste
en poner a los seres vivos en relación con el medio físico en el que tienen que vivir y al que, para
vivir, tienen que adaptarse.
El objeto de los sentidos es aquello que un sentido capta en razón de su naturaleza. Ahora
bien, el objeto puede ser propio o común.
Denominamos objeto propio al que sólo es perceptible por un sentido. Es el objeto formal
estricto de un sentido (por ejemplo, el sonido para el oído).
El objeto común es aquel que puede captarse a través de varios sentidos.
Estudiemos la naturaleza de las potencias cognitivas sensitivas:
Un sentido es una potencia.
El sentido es una potencia pasiva. Los sentidos sólo pasan al acto si son movidos desde
fuera, por la presencia de un estímulo. No obstante, el sentido no es pura pasividad,
pues hay en el acto de la sensación una actividad propia de estas potencias.
El sentido es una potencia orgánica (no es material ni espiritual). El sentido no es
puramente material, pues no se reduce al órgano. Si el órgano no está animado (con
vida), a pesar de ser excitado, no proporcionaría sensación. El sentido tampoco es
espiritual. La sensación sólo es posible gracias a la unión sustancial del cuerpo y el
alma.
La sensación es un fenómeno psíquico de conocimiento. Esta tesis la podemos sostener
contra Descartes y las corrientes idealistas que niegan la realidad del conocimiento
sensible, argumentando que los sentidos son fuente de engaño y error. Los sentidos sólo
revelan los accidentes de las cosas: sus propiedades sensibles, materiales, y no lo que
las cosas son.
7
Los sentidos internos sólo captan el objeto por la intermediación previa de los sentidos
externos.
Los sentidos internos son:
2
Cfr. LERSCH, Philipp; (1971), La estructura de la personalidad. Barcelona, Scientia, págs. 375 a 380
3
En un primer momento se llamó símbolo a un objeto que se partía en dos y se entregaba a dos personas para que después
al aproximarlos y hacerlos coincidir reconocieran el vínculo que los había unido.
9
4
Cfr. LERSCH, Philipp; (1971), Op. Cit., págs. 362 a 371
11
c. El conocimiento intelectual
Pero el hombre es capaz de conocer una realidad trascendente, que está más allá, de lo
meramente sensible. Existe un nivel anímico racional, que constituye propiamente su esencia y en el
cual se fundan todas sus características. En efecto, si el hombre no tuviese alma racional, y entonces
ni inteligencia ni voluntad, le estaría vedada la cultura, el lenguaje, el arte, el trabajo, el
pensamiento.
Es la inteligencia humana, como potencia cognoscitiva racional, la que permite el
conocimiento propiamente humano: el conocimiento intelectual.
En nuestro estudio de la inteligencia debemos distinguir su objeto común, propio e
indirecto.
12
Podemos, además, conocer seres inmateriales y espirituales, teniendo de ellos una idea
analógica. Es decir, los conocemos siempre, a partir del conocimiento de seres materiales. Sobre
esto volveremos en profundidad en el estudio de la metafísica.
Llegados a este punto, es necesario, marcar las diferencias entre el conocimiento sensible y
el intelectual, entre los sentidos y la inteligencia o entendimiento. Tomás de Aquino, en la Suma
contra los Gentiles, las expone con claridad:
“...En primer lugar, el sentido se halla en todos los animales. Pero los demás
animales distintos del hombre no tienen entendimiento (...) En segundo lugar, el sentido
sólo conoce los singulares; toda potencia sensitiva conoce mediante especies
individuales, ya que recibe las especies de las cosas en órganos corporales. Pero el
entendimiento conoce los universales, como se ve por experiencia (...) En tercer lugar,
el conocimiento de los sentidos se extiende sólo a las cosas corporales; lo cual se
evidencia en que las cualidades sensibles, que son los objetos propios de los sentidos,
no se hallan sino en las cosas corporales; y sin ellas los sentidos nada conocen. El
entendimiento, en cambio, conoce objetos incorpóreos, como la sabiduría, la verdad y
las relaciones de las cosas (...) En cuarto lugar, ningún sentido se conoce a sí mismo ni
conoce su operación; sino que esto es propio de una potencia superior. El
entendimiento se conoce a sí mismo y conoce que entiende (...) Por último, el sentido es
corrompido por un sensible excelente. El entendimiento no es corrompido por la
excelencia del inteligible; antes bien, quien entiende las cosas mayores puede después
entender mejor las menores...” 5
Es necesario distinguir los actos de la inteligencia de sus productos u obras. Éstas son tres y
reciben el nombre de estructuras lógicas (concepto, proposición, razonamiento).
La lógica estudia las estructuras lógicas, la psicología los actos y la gramática la expresión
de las estructuras lógicas.
Las estructuras lógicas son los diversos modos en que se manifiesta la actividad intelectual
humana.
El concepto es el producto de la simple aprehensión, una actividad por la cual el
entendimiento se representa la esencia de una cosa, sin afirmar ni negar nada de ella. Su expresión
verbal o lingüística se llama ‘término’.
5
TOMÁS DE AQUINO, Santo., (1964), Suma Contra los Gentiles. Madrid, BAC, Libro II, Capítulo 66
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sentidos internos, las imágenes sensibles, también denominadas ‘especies impresas’ o ‘fantasmas’,
son todavía representaciones de cosas materiales; en cambio, el entendimiento es espiritual, y
representa la realidad de modo inmaterial, a través de conceptos abstractos y universales.
El realismo sostiene que el origen de todo conocimiento intelectual se encuentra en los
datos sensoriales, pues nada hay en el intelecto que no haya estado primero en los sentidos.
Pero el entendimiento humano es una potencia totalmente pasiva respecto de sus
inteligibles: puede conocer, se halla en potencia respecto de sus inteligibles.
Si los datos sensoriales son actualmente materiales y sólo en potencia inteligibles, y si el
entendimiento, en cuanto facultad pasiva, está también en potencia de conocer o de captar los
inteligibles (acto de intelección), ¿qué convierte los datos sensoriales en objetos inteligibles y saca
de su potencialidad al entendimiento pasivo? Es necesario que exista otra potencia intelectual,
eminentemente activa y siempre en acto, cuya operación (denominada ‘abstracción’) ejerce
precisamente ese doble oficio. Es el entendimiento o intelecto agente.
La existencia del entendimiento agente surge de la aplicación de la doctrina de la potencia y
el acto y del principio ‘nada pasa de la potencia al acto si no es por un ser en acto’, al caso
concreto de la intelección.
Las funciones propias del entendimiento agente son abstraer las especies inteligibles del
objeto y actualizar la potencialidad cognoscitiva del entendimiento posible. El entendimiento
agente es una potencia autónoma, cuya naturaleza consiste en ser luz intelectual impresa por Dios al
alma humana y propia, por lo tanto, de cada individuo.
La función del intelecto agente no consiste en espiritualizar el fantasma, que es sensible y
sigue siendo sensible. La inteligencia humana no tiene el poder de transformar ontológicamente las
cosas. No añade nada al fantasma, ningún elemento que no estuviese ya incluido, pues entonces
sería creador del objeto inteligible, y el conocimiento alcanzaría solamente aquello que el mismo
espíritu habría introducido en las cosas. Su papel consiste en actualizar lo inteligible, revelarlo o
desvelarlo; pues la esencia está en lo sensible, pero no aparece a los sentidos.
La abstracción intelectual comprende dos formas principales que se llaman abstracción del
todo y abstracción de la forma, que Cayetano popularizó, poco felizmente, como abstracción total
y formal, respectivamente.
La abstracción del todo consiste en obtener un género partiendo de sus inferiores, especies o
individuos. El género en lógica recibe el nombre de ‘todo lógico’, y sus inferiores de ‘partes
lógicas’. La abstracción tiene por objeto, en este caso, obtener totum a partibus –el todo de la
parte-. (Ejemplo: la inteligencia llega a captar el género ‘animal’ a partir del conocimiento de
individuos concretos que realizan una especie determinada).
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Si bien para la formación del concepto es necesaria la imagen, ninguna imagen está ligada
necesariamente a un concepto. Se necesita una imagen, pero puede ser una u otra la que servirá de
base a la conceptualización. Así, formamos el concepto de ‘libro’ partiendo de la imagen de
cualquier libro.
La imagen es concreta, sensible y particular. El concepto, sin embargo, es universal y
abstracto de caracteres sensibles.
El concepto se expresa a través de un nombre o término (palabra), que es la manifestación
lingüística del concepto.
Es necesario distinguir en un concepto dos aspectos: el objetivo y el formal. El aspecto
objetivo del concepto es el concepto en cuanto nos da a conocer alguna cosa, en cuanto representa
un objeto o que tiene un contenido. El aspecto formal o subjetivo, es el concepto en tanto que es
concebido por la inteligencia, en tanto que emana de ella, permaneciendo en ella.
Todo concepto tiene una comprensión, que es su contenido inteligible, sus notas necesarias.
La comprensión del concepto ‘hombre’ está dada por las notas: sustancia, corpórea, viviente,
animal y racional; la del concepto de ‘silla’: instrumento que sirve para sentarse, tiene patas,
respaldo, y así sucesivamente.
La extensión del concepto es la mayor o menor amplitud de un concepto con respecto a
otros conceptos menos generales y sobre todo respecto de los singulares (casos individuales) que
están ‘bajo’ aquél. La extensión del concepto ‘animal’ está dada por todas las especies animales y
por todos los individuos de esas especies.
Las relaciones entre la extensión y la comprensión de un concepto son inversamente
proporcionales: a mayor comprensión, menor extensión y viceversa.
El concepto de ‘ente’, por ejemplo, como ‘lo que es’ tiene mínima comprensión pero
máxima extensión.
El juicio es la segunda operación cognoscitiva, gracias a la cual es posible reunir o integrar
los diversos aspectos que aisladamente ha ido percibiendo en sucesivas intelecciones el sujeto.
Mediante el juicio, lo que realmente se halla unido en la estructura misma de las cosas
queda también intelectualmente enlazado en nuestro modo de conocerlas.
El juicio se obtiene por composición y por separación intelectual de formas (perfecciones,
entidades). Esta obra de la inteligencia se indica en la definición de Tomás de Aquino como la
acción de la inteligencia según la cual compone y divide afirmando o negando.
Percibida la conveniencia, la relación de identidad que media entre dos conceptos, el
entendimiento los une: ‘José de San Martín nació en Corrientes‘. Si la percepción es de no
identidad entre dos conceptos, la inteligencia separa: ‘José de San Martín no nació en Misiones ‘.
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En todo juicio podemos reconocer, al menos, tres elementos que conforman su estructura:
a) El concepto – sujeto: es el concepto que representa directamente el objeto a que el juicio se
refiere, y del cual se afirma o se niega un atributo.
b) El concepto – predicado: es el concepto que representa la cualidad que se afirma o se
niega del objeto representado por el concepto – sujeto.
c) La cópula: es el elemento que refiere, de una manera enunciativa, el concepto – predicado
al concepto – sujeto.
Es esencial al juicio, que la cópula desempeñe la función enunciativa. Ésta consiste en
afirmar la relación que se concibe entre los dos conceptos.
En sentido amplio, el razonamiento es el acto de la inteligencia a través del cual ésta, por
medio de lo que ya conoce adquiere un conocimiento nuevo.
Es decir, es el acto a través del cual la inteligencia alcanza un conocimiento a partir de dos
o más proposiciones en las que la conclusión está virtualmente presente.
Un acto de esta clase supone la marcha progresiva del intelecto: esto constituye un discurso.
Las premisas conocidas, sobre las que parte el razonamiento, se llaman antecedente. La
conclusión, es decir, el término del razonamiento, se llama consecuente.
El consecuente no sólo viene después del antecedente, sino que viene del antecedente
mismo.
El razonamiento se expresa a través de argumentaciones. La argumentación puede ser
esencialmente de tres géneros, según el modo en que proceda la inteligencia para alcanzar la
verdad: deductiva, inductiva o analógica.
6
Cfr. LERSCH, Philipp; (1971), Op. Cit., págs. 399-403
19
El pensamiento puede caracterizarse, según este autor 7, de acuerdo al tipo de hábito noético
de un sujeto. Así, se pueden distinguir los siguientes hábitos:
7
Cfr. LERSCH, Philipp; (1971), Op. Cit., págs. 454-463
20
misma realidad y la
capacidad de considerar
Rígido
desde diversas perspectivas
una misma realidad
e. La naturaleza de la inteligencia humana
Con la vida intelectual se entra en el dominio propiamente espiritual. La vida sensible es
inmaterial, y posible gracias a la unión de materia y alma, pero no es espiritual. La vida intelectual
es de un orden distinto, trascendente a lo sensible.
La inteligencia humana es una potencia espiritual, subjetivamente independiente del
cuerpo.
Más arriba, al estudiar el objeto propio de la inteligencia, veíamos que el cuerpo es
necesario para su ejercicio y por qué. La inteligencia originariamente está en potencia y solamente
pasa al acto del conocimiento si se le presenta un objeto. Pero el único objeto proporcionado a ella
es una cosa material dada por los sentidos y representada por la imaginación. Estas potencias
sensibles dependen intrínsecamente del cuerpo animado. Por lo tanto, el ejercicio de la inteligencia
depende también del cuerpo: éste es una condición necesaria de aquélla.
Pero este hecho no implica que la inteligencia sea en sí misma dependiente del cuerpo.
Depende de él extrínseca u objetivamente, pero podemos demostrar que es independiente de él
intrínseca o subjetivamente, es decir, en cuanto a su ser.
El núcleo de la prueba es el principio de causalidad. El operar sigue al ser, se actúa según lo
que se es, la naturaleza de un ser se conoce por sus actos.
Por el concepto, la inteligencia capta como objeto una esencia abstracta y universal. Esa
esencia no es un cuerpo, ya que todo cuerpo en singular y concreto. Por lo tanto, el acto que
aprehende la esencia es espiritual, y el principio del acto, la inteligencia, lo es igualmente.
Por la reflexión, la inteligencia capta a su acto y a sí misma. Pero un órgano no puede
volverse sobre sí mismo, pues está constituido por partes materiales y dos partes físicas no pueden
coincidir a causa de la impenetrabilidad de la materia. El acto de reflexión es, entonces, espiritual, y
la inteligencia que lo realiza lo es igualmente.
a. El apetito
La noción general de apetito expresa la inclinación o la tendencia hacia algún bien o
perfección.
Las nociones de apetito y de bien son correlativas. No se puede definir el bien de otro modo
que como el término de un apetito, ni definir el apetito de otro modo que como una tendencia hacia
un bien.
Es necesario distinguir entre el apetito natural y el apetito elícito. El primero es aquél que
surge de la naturaleza misma de un ser, independientemente de cualquier conocimiento. El segundo,
es la tendencia hacia un bien que se sigue del conocimiento.
En todo ser, incluso no dotado de conocimiento, existen tendencias que se dirigen a ciertos
bienes o fines; estas tendencias derivan no del conocimiento, sino de la naturaleza del ser. Esto se
puede demostrar por dos principios metafísicos:
1. El principio de causalidad. La acción sigue al ser –operari sequitur esse-, todo ser es
principio de acción, todo ser tiende a actuar. Tiende a actuar por la acción en sí misma, sin
que obtenga de ella ningún beneficio, como es el caso de los cuerpos inertes, cuya actividad
es transitiva. Tiende también a actuar para adquirir una perfección, y éste es el caso de los
cuerpos vivientes cuya acción es inmanente. Pero en ambos casos, el ser tiende hacia un
bien, la acción o el objeto, que es definido por su naturaleza misma.
2. El principio de finalidad. Todo agente obra por un fin. El ser está orientado hacia un fin,
tiende a él por sí mismo: es su actividad natural. Se opone a la acción violenta, o violentada,
que se le impone desde fuera por una fuerza superior, contra su naturaleza y su inclinación
natural.
Los apetitos naturales son innatos, inscritos de algún modo en la naturaleza misma del ser,
aunque puede buscarse su principio.
El principio remoto del apetito natural es Dios como creador de la naturaleza (aunque aún
no hemos llegado al estudio de la metafísica ni demostrado que Dios existe). El principio cercano
del apetito es la forma misma de un ser, pues ella especifica la materia de modo que sea un cuerpo
determinado y no otro.
El apetito elícito es el que resulta del conocimiento de un bien. Por lo tanto, sólo existe en
los seres capaces de conocer.
El apetito elícito se dirige hacia lo que parece bueno; su valor depende del valor del
conocimiento que lo excita y orienta. Si el conocimiento es verdadero, significa que es conforme
con la realidad, y por lo tanto, que lo que parece bueno es bueno; la tendencia que de él resulta es
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entonces recta. Pero el conocimiento puede ser erróneo. En este caso, lo que parece bueno no es
bueno en realidad. Se desea igualmente, pero la tendencia está viciada.
Los apetitos elícitos se distinguen según la especie de conocimiento del que derivan, y
según la naturaleza del objeto. Hay apetitos sensibles, que derivan del conocimiento sensible y se
dirigen a un objeto concreto; y un apetito racional que tiene por objeto el bien concebido de un
modo abstracto por la inteligencia.
Respecto del irascible, ante un bien difícil de obtener, que forzosamente ha de ser ausente,
pues un bien poseído ya no es difícil, el deseo engendra dos pasiones. Si el bien aparece como
posible de alcanzar, está la esperanza, y si aparece como imposible, la desesperación.
Ante un mal difícil, puede suceder que el mal esté presente o ausente, y si está ausente
puede aparecer como posible o como imposible de vencer. En el primer caso, tenemos la ira o
cólera: luchamos contra el mal presente. En el segundo caso, tenemos la audacia: vamos al
encuentro del mal porque lo consideramos vencible. En el tercer caso, el temor: nos alejamos de él
porque lo consideramos invencible.
c. La actividad tendencial-afectiva
Para el estudio de la afectividad, Lersch 8 distingue entre tendencias, emociones y
sentimientos.
Las tendencias son las vivencias afectivas que se caracterizan por:
a. Un estado de necesidad;
b. La proyección del sujeto hacia el futuro y el deseo de superar la
necesidad;
c. La dirección temática hacia un fin que debe ser realizado.
8
Cfr. LERSCH, Philipp; (1971), Op. Cit., págs. 99-308
27
INSTINTOS TENDENCIAS
(propios del animal) (propias del hombre)
No percibe la meta como tal ni los Conoce la meta como tal, las
caminos para alcanzarla; circunstancias, las relaciones y los
caminos para alcanzarla;
Cuando, a través del conocimiento del horizonte del mundo, las tendencias se encuentran o
no con los valores que persiguen se producen las emociones. Éstas se distinguen, sin duda, de
acuerdo a la temática de las tendencias. Así, tenemos emociones vitales, del yo individual y
transitivas.
VIVENCIAS
TRANSITIVAS Tendencia de estar con Compañía, asociación Simpatía, antipatía,
otro estimación, desprecio,
veneración, burla
Benevolencia,
Tendencia de ser para Comunidad, asistencia disposición a la
otro ayuda, bondad,
compasión, amor
Tendencias
trascendentes Lo absoluto, que está fuera Sentimientos
del tiempo y del espacio artísticos, metafísicos
y religiosos.
La simple aprehensión: es el acto por el cual La simple volición: es un primer querer del
el entendimiento conoce y propone el bien fin, sin tener en cuenta todavía los medios
conocido a la voluntad; es un acto propio de que se utilizarán para alcanzarlo.
la potencia cognoscitiva. Se trata de un
primer y simple conocimiento del objeto.
Como potencia espiritual, es también sujeto de hábitos. Lersch distingue diferentes hábitos
éticos en el ejercicio de la voluntad9:
9
LERSCH, Philipp; (1971); Op. Cit., págs. 464-478
32
El hombre puede dirigirse hacia el bien sólo en la libertad. La dignidad humana requiere
que el hombre actúe según su conciencia y libre elección, movido e inducido por convicción interna
personal y no bajo la presión de un ciego impulso interior o de la mera coacción externa.
En el ejercicio de la libertad, el hombre realiza actos moralmente buenos, que edifican su
persona y la sociedad, cuando obedece a la verdad, es decir, cuando no pretende ser creador y dueño
absoluto de ésta y de las normas éticas.
La libertad es signo de la sublime dignidad de cada persona y se ejercita en las relaciones
entre los seres humanos. El derecho al ejercicio de la libertad es una exigencia inseparable de la
dignidad de la persona humana. Así, no puede restringirse el significado de la libertad,
considerándola desde una perspectiva individualista y reduciéndola a un ejercicio arbitrario de la
propia autonomía personal:
“…Lejos de perfeccionarse en una total autarquía del yo y en la
ausencia de relaciones, la libertad existe verdaderamente sólo cuando los lazos
recíprocos, regulados por la verdad y la justicia, unen a las personas…” 10
10
CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE., (1989), Instrucción Libertatis Conscientia. Buenos Aires,
Paulinas, § 26
34
absolutamente simple. El alma tiene ‘partes’ metafísicas, pues está compuesta de esencia y
acto de ser, de potencia y acto, de sustancia y accidentes. Pero no tiene partes físicas, no
puede dividirse ni descomponerse por ningún medio físico. En este caso, la simplicidad
deriva de la espiritualidad, ya que la cantidad y la extensión son propiedades de los cuerpos.
3. El alma humana es inmortal. La muerte es la corrupción o la disolución del ser vivo. El
hombre como compuesto es, evidentemente, mortal.
Un ser puede corromperse de dos maneras: por sí mismo o por accidente. En el primer caso,
se corrompe en sí mismo directamente, en el caso de un compuesto de materia y forma; en
el segundo, se corrompe en razón de la dependencia en que se encuentra respecto a otro que
se corrompe. Pero el alma humana no puede corromperse por sí misma, ya que es simple,
no está compuesta de materia y forma. No puede tampoco corromperse por accidente,
puesto que no depende del cuerpo para existir. Esto quedó demostrado al estudiar la
subsistencia del alma humana y, antes, cuando planteábamos la espiritualidad de las
potencias racionales. Si las potencias racionales son espirituales, lo tiene que ser también el
principio de donde emanan, y este principio es el alma.
4. El alma humana es inmediatamente creada por Dios. El alma de un hombre no puede
proceder del alma de sus padres, porque es espiritual, y además, porque el alma de los
padres es simple y no puede dividirse. Es necesario que el alma humana sea creada por
Dios, pues, como Causa Primera, es el único capaz de dar existencia a un espíritu.
El alma humana es la forma del cuerpo. Desde el punto de vista del ser, para que dos
elementos estén entre sí en relación de materia a forma, se necesitan dos condiciones: primero, que
uno de los dos elementos (la forma) sea principio de la existencia sustancial del otro (la materia);
segundo, que los dos elementos no tengan más que un solo acto de existencia, es decir, que no
constituyan dos seres, sino uno sólo. El alma humana hace existir al cuerpo como sustancia viva, le
confiere su organización, su unidad, y las mantiene mientras está presente. Por otra parte, está unida
a él de tal modo, que solamente hay un acto de existencia, constituyendo los dos elementos una sola
sustancia.
El alma humana, por más que sea subsistente, no es una sustancia completa: su relación a
un cuerpo le es esencial, está hecha solamente para informar un cuerpo.
En cada hombre hay sólo un alma. Sólo puede haber una forma sustancial en un hombre. Si
hubiese varias formas en el mismo individuo, una vegetativa, una sensitiva y otra racional,
constituirían tres sustancias diferentes cuya unión no podría ser más que accidental: la vegetativa
viviría; la otra sentiría, pero no viviría; la tercera pensaría, pero no viviría ni sentiría. La idea es
absurda por sí misma, y contraria a los hechos. Es necesario que el alma racional sea la forma, y
como tal, única, que subsume los niveles vegetativo y sensitivo, y sus respectivas funciones vitales.
No todas las teorías filosóficas han concebido del mismo modo la unión del alma con la
materia. Tal es el caso de las teorías monistas y dualistas, que pasamos a considerar:
Monismo: Sostiene que existe solamente un tipo de sustancia, ya sea material o
espiritual. El monismo materialista identifica la materia con toda la realidad, mientras
que el monismo idealista lo reduce todo al espíritu y sus manifestaciones. No existe el
problema de la relación alma-materia, pues somos una cosa u otra. Esta postura es
errónea.
Dualismo o paralelismo: Sostiene que la materia y el alma, que existen, no se hallan
relacionadas entre sí de ningún modo, y todas sus relaciones son de carácter accidental.
Esta explicación se remonta hasta Platón, y es retomada por René Descartes en la
modernidad. Esta postura es, también, errónea.
sólo un punto de partida para entender el significado último de ‘persona’ en el lenguaje filosófico y
teológico.
El concepto de persona penetra en la cultura occidental a través del cristianismo. La
filosofía griega y helenística fue extraña a la elaboración de este concepto. Lo introduce el
cristianismo frente a la necesidad de dar razones de los dogmas centrales de la fe: el de la Santísima
Trinidad (tres Personas divinas y un solo Dios verdadero) y el de la Persona divina de Cristo (dos
naturalezas, humana y divina, en una única Persona divina).
Boecio, en su obra De persona et duabus naturis adopta la definición de persona humana
como ‘rationalis naturae individua substantia’ – sustancia individual de naturaleza racional-.
La sustancia hace referencia, como sabemos, a lo que tiene el ser en sí, en oposición al
accidente. Todo lo que emana de una persona es personal, pero no es su persona. La inteligencia, la
voluntad, el aspecto físico son accidentes de la persona, pero no la persona misma. Esta noción de la
sustantividad tiene una gran importancia para, desde ella, oponerse a las consideraciones
contemporáneas que reducen la persona a sus actos, actividades o instintos.
El término ‘individual’ nos indica que la persona no es el hombre universal, sino el hombre
concreto, la sustancia primera, única e indivisible.
De la individualidad se deriva que la persona es un ser completo en sí mismo. Es un todo
sustantivo pues es la última perfección en el género de sustancia. Esto añade algo real a la sustancia
individual que es precisamente la incomunicabilidad ontológica. La persona, que psicológicamente
supone plena comunicabilidad, ontológica o metafísicamente es incomunicable. Esto significa que
el todo sustantivo es plenamente uno e indiviso respecto de sí y absolutamente distinto respecto de
todo lo que no es él.
En íntima relación con las notas de clausura e incomunicabilidad de la persona humana,
surge la de trascendencia, es decir, la capacidad de salir de sí mismo, a través de las potencias
espirituales, para conocer y tender hacia la verdad y el bien.
a. La intimidad y la trascendencia
39
La palabra ‘intimidad’ procede del griego έντος que significa ‘dentro’; del que deriva el
latín ‘intus’, y de ahí ‘intimus’.
En el término ‘íntimo’, en castellano, es posible advertir una doble dialéctica: la de
exterior / interior, parecida a la de superficial / profundo; y la de público / privado.
La intimidad, desde una perspectiva antropológica, puede definirse desde el proceso de
autoconstitución de la personalidad, pues la personalidad se hace, siendo la intimidad recurrencia de
la personalidad; y como la intimidad es una dimensión propia y formal de un ser racional, su
recurrencia acontece conforme a la actividad formal de la inteligencia humana, que es ordenar y
centrar: lo irracional carece de centro y de orden. Lo más íntimo es el orden centrado de la
personalidad en sus actividades más elevadas y profundas, las de entender –intuyendo y razonando-
y querer –amando y deseando-. Quien abre su intimidad a otro en el amor se autoexplica como ser
racional. Una personalidad descentrada y desordenada en sus actividades específicas apenas posee
intimidad, y poco tiene que comunicar en el amor. Sin amor no se puede conseguir una centración
ordenada.
El conocimiento humano solo no es capaz de establecer un orden en el interior del sujeto, ni
puede obrar la conversión de vida de una persona: carece de peso para ello.
Agustín de Hipona dice: “Mi amor es mi peso”, lo que me pone en la realidad, lo que me
retiene en mi lugar. El problema es, precisamente, saber cuál es la realidad, cuál es mi lugar.
El amor desordenado El amor ordenado
11
STEIN, Edith. Citada en: DE RUSCHI, Mariana; (2012), Terapéutica de la vida humana. Buenos Aires,
Didajé, pág. 106
40
b. La unicidad y la singularidad
El hombre existe como un ser único e irrepetible, existe como un ‘yo’, capaz de
autocomprenderse, autoposeerse y autodeterminarse. La persona humana es un ser inteligente y
conciente, capaz de reflexionar sobre sí mismo y, por tanto, de tener conciencia de sí y de sus
propios actos. Sin embargo, no son la inteligencia, la conciencia y la libertad las que definen a la
persona, sino que es la persona quien está en la base de los actos de inteligencia, de conciencia y de
libertad. Estos actos pueden faltar, sin que por ello el hombre deje de ser persona.
La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible
singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y
de libertad, cuya historia única y distinta de las demás expresa su irreductibilidad ante cualquier
intento de circunscribirlo a sistemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto
impone, ante todo, no sólo la exigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente de las
instituciones políticas y sociales y de sus responsables, en relación a cada hombre, sino que además,
y en mayor medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia el otro, y sobre todo de
estas mismas instituciones, se debe situar en la promoción del desarrollo integral de la persona.
Una sociedad justa puede ser realizada solamente en el respeto de la dignidad trascendente
de la persona humana. Ésta representa el fin último de la sociedad, que está a ella ordenada.
En ningún caso la persona puede ser instrumentalizada para fines ajenos a su mismo
desarrollo. El hombre no puede estar finalizado a proyectos de carácter económico, social o
41
político, impuestos por autoridad alguna, ni siquiera en nombre del presunto progreso de la
comunidad civil en su conjunto o de otras personas.
Los cambios sociales auténticos son efectivos y duraderos sólo si están fundados sobre un
cambio decidido de la conducta personal. No será posible jamás una auténtica moralización de la
vida social si no es a partir de las personas y en referencia a ellas: el ejercicio de la vida moral
proclama la dignidad de la persona humana.
c. La autenticidad y la inautenticidad
Para el estudio de las conductas y de la existencia auténtica e inauténtica, seguimos los
desarrollos de Philipp Lersch.
El autor afirma:
d. La normalidad
El concepto de ‘normalidad’ pertenece al campo de la psicología, disciplina que, a través de
diferentes propuestas teóricas ha planteado diversos criterios para distinguir lo normal de lo
anormal.
Si bien este concepto pertenece al campo psicológico, sus fundamentos pertenecen al
campo de la antropología, la metafísica y la ética.
Entendemos por normalidad aquello que responde a la naturaleza humana y a los objetos
sobre los cuales ésta opera.
Según María Ana Ennis13, la normalidad implica el equilibrio psicológico, es decir, el
ajuste dinámico de la persona en el desarrollo de sus propias potencias, respecto de sí mismo y de
los otros, siempre en relación a un fin dado por su naturaleza.
12
LERSCH, Philipp., (1971), Op. Cit., págs. 514 a 540; subrayado nuestro
13
Cfr. ENNIS, María Ana., (2001), Psicoterapia simbólica. Buenos Aires, Hachette, págs. 11 a 14
43
Lo que es debe ser igual a lo que cree ser: debe conocer su naturaleza con sus
potencialidades, sus actividades y sus hábitos, con toda la influencia positiva y/o negativa de su
herencia y medio.
Lo que es, menor de lo que quiere ser: el ideal de vida debe trascender el momento actual,
para permitir el desarrollo de la personalidad. Cuanto más total, integral y elevado es un ideal, hay
mayor posibilidad de forjarse una personalidad plena de valores.
Lo que quiere ser, igual a lo que debe ser: el proyecto de vida que cada hombre se forje
debe estar acorde con la propia naturaleza, es decir, con la esencia humana y con las exigencias
éticas de su realización.
e. La sexualidad
La vida humana aparece realizada en dos tipos profundamente distintos: varones y mujeres.
La vida humana es una realidad sexuada, en la que el hombre se realiza DISYUNTIVAMENTE
varón o mujer.
Esta disyunción no divide ni separa, sino que VINCULA en una relación de bipolaridad.
Los caracteres diferenciales entre varón y mujer están inscriptos en el conjunto de la
persona humana, según diversos niveles ascendentes. En primer lugar, el ser varón o mujer radica
en una determinada configuración cromosómica, y por tanto, genética, y en ese nivel se encuentra la
explicación del origen biológico de la diferenciación sexual.
44
f. El lenguaje
El lenguaje humano posee rasgos únicos, que lo distinguen no sólo cuantitativa, sino
cualitativamente de los diferentes modos de comunicación animal. Entre los elementos distintivos
del lenguaje humano, podemos destacar, en primer lugar, que en el habla humana no hay una base
instintiva apreciable. El lenguaje humano no es el resultado de un instinto, mientras que el lenguaje
animal es instintivo e involuntario. En el caso de los animales, el lenguaje es una función
relativamente simple que cuenta con órganos más o menos específicos para cumplirla. Por el
contrario, el lenguaje humano no es una función programada filogenéticamente. No existen órganos
en los que se radique el lenguaje. Por otra parte, el lenguaje animal es el mismo en los animales
aislados y en el grupo, transmitiéndose de modo biológico. Por el contrario, el lenguaje humano no
puede ser explicado sólo desde la biología porque el ser humano habla siempre una lengua concreta
que es un producto cultural y que se transmite socialmente. Para que alguien aprenda a hablar es
preciso que exista una lengua que aprender. Aunque la capacidad lingüística sea espontánea, toda
lengua es siempre un producto cultural.
En segundo lugar, el lenguaje animal no es vehículo de comunicación.
46
g. La sociabilidad y la cultura
La persona es constitutivamente un ser social. La naturaleza del hombre se manifiesta como
naturaleza de un ser que responde a sus propias necesidades sobre la base de una subjetividad
relacional, es decir, como un ser libre y responsable, que reconoce la necesidad de integrarse y
colaborar con sus semejantes y que es capaz de comunión con ellos en el orden del conocimiento y
del amor.
Es necesario destacar, entonces que la vida comunitaria es una característica natural que
distingue al hombre del resto de los vivientes. La actuación social comporta de suyo un signo
particular del hombre y de la humanidad, el de una persona que obra en una comunidad de personas
48
El carácter social del hombre no es, entonces, adquirido en la vida social sino que es una
nota propia de su naturaleza. Hay una tendencia natural del hombre a vivir en comunidad. Esto
constituye una evidencia histórica, psicológica y sociológica.
La sociabilidad humana tiene su fundamento en dos características propias de la
constitución metafísica del hombre: es un ser carenciado –indigente tanto en lo físico como en lo
psíquico y espiritual- que posee inclinaciones (necesidades) ínsitas y, al mismo tiempo, es un ser
que puede trascenderse, posibilitando así la relación con los otros.
Esta inclinación del hombre se manifiesta en el ejercicio del afecto, como un dar y recibir
recíprocamente, y del lenguaje. Ambos tienen su fundamento en el intelecto y particularmente en su
acto más propio que es el conocimiento del fin, al cual sigue la tendencia.
La sociabilidad humana no comporta automáticamente la comunión de las personas, el don
de sí. A causa de la soberbia y del egoísmo, el hombre puede descubrir en sí mismo gérmenes de
insociabilidad, de cerrazón individualista y de vejación del otro. Toda sociedad digna de este
nombre, puede considerarse en la verdad cuando cada uno de sus miembros, gracias a la propia
capacidad de conocer el bien, lo busca para sí y para los demás. Es por amor al bien propio y al de
los demás que el hombre se une en grupos estables, que tienen como fin la consecución del bien
común.
La sociabilidad humana no es uniforme, sino que reviste múltiples expresiones. El bien
común depende, en efecto, de un sano pluralismo social. Las diversas sociedades están llamadas a
constituir un tejido unitario y armónico, en cuyo seno sea posible a cada uno conservar y desarrollar
su propia fisonomía y autonomía.
El hacer cultura responde a las exigencias intrínsecas de la esencia humana y, en particular,
al obrar humano.
El acto humano posee dos direcciones: una transitiva –produce un efecto objetivo distinto
del sujeto- y otra inmanente –permanece en el sujeto, determina su valor, lo cualifica-.
Lo que es intransitivo en el operar hombre condiciona su valor y al mismo tiempo
constituye la cualidad humana de su operar. Lo intransitivo es más importante que la objetivación
del acto en productos y así resulta que la transformación del mundo es el sustrato, el elemento
material de la cultura. Lo esencial es la cualidad humana proyectada en el mundo.
La cultura se constituye por el trabajo del hombre cuando la transformación del mundo
corresponde a la inteligencia humana y a la vez a un orden objetivo.
La cultura se plasma en obras. Éstas deben adecuarse a la naturaleza del que obra y de
aquello sobre lo que obra.
49
h. La educabilidad
El término ‘educación’ procede de dos términos latinos, cada uno de los cuales indica, en su
significado, un modelo conceptual para entenderla.
Desde el punto de vista morfológico y fonético, procede del término ‘educare’ que significa
conducir, guiar. Esta significación permite entenderla desde un modelo directivo o de intervención.
Desde el punto de vista semántico, procede del término ‘educere’ que significa sacar,
extraer desde lo interior, hacer surgir aquello que está en potencia en el sujeto, promover el
desarrollo de sus potencialidades. Este sentido permite entender la educación desde un modelo de
desarrollo o de extracción.
Tomás de Aquino desarrolla una definición real de la educación en los siguientes términos:
“…Es la conducción y promoción de la prole al estado perfecto del hombre en cuanto es hombre
que es el estado de virtud…”14
Su concepción de la educación está en estrecha vinculación con el matrimonio y la
responsabilidad de los padres ante sus hijos, ya que existe una mutua distinción y complementación
entre el engendrar y el educar: “…El matrimonio está establecido para el bien de la prole que
consiste no sólo en engendrarla sino además en promoverla al estado perfecto, porque todas las
causas tienden naturalmente a llevar a sus efectos a la perfección…”15
La conducción y la promoción son como la prolongación del acto de engendrar. La
conducción se opone a la idea de un despliegue espontáneo, referencia un proceso por el cual se
imprime la dirección a un fin.
La promoción es la orientación intencional; implica la idea de ascenso o elevación hacia un
fin.
La prole es el fruto de la generación: el hombre como hijo, sujeto de la educación.
El fin es la virtud, cuya posesión implica la perfección de las potencias humanas
Según Stella Maris Vázquez, la educación es el proceso y resultado del desarrollo unitario,
jerárquico e integral de todas las potencialidades del sujeto, que se realiza en el tiempo, gracias al
aprendizaje y a lo que el medio proporciona a través de mediadores que interactúan con un sujeto
con peculiaridades de edad y situación.16
La autora considera que es un concepto análogo en el que se debe distinguir el proceso y el
resultado y las dimensiones objetiva y subjetiva:
PROCESO
17
JUAN PABLO II; (1999), Laborem Exercens. Buenos Aires, Paulinas, § 6, pág 45
18
Ibid., § 10, pág. 53
19
Cfr. Ibidem
52
El horizonte de la existencia humana individual está dado por la muerte que limita la vida.
Desde el punto de vista médico, se distingue entre la muerte clínica y la muerte biológica.
La primera es la desaparición de toda señal de actividad circulatoria, respiratoria y nerviosa por el
que cesan las funciones vitales pero se mantienen las estructuras orgánicas. La segunda es la
presencia de alteraciones irreversibles de los tejidos que hace imposible la recuperación de las
funciones vitales.
Desde una perspectiva filosófica, que profundiza el punto de vista médico, la muerte
consiste en la separación de la forma racional del cuerpo con la consecuente corrupción del
compuesto.
El sentido de totalidad que la muerte confiere a la existencia se revela de un modo diverso y
profundo como experiencia de finitud.
20
De las poesías de Edith Stein. Citada por Theresa a Matre Dei; (1998), Edith Stein: En busca de Dios.
Pamplona, Verbo Divino, pág. 256
53
k. La religiosidad
El hombre que se abre por su inteligencia a una realidad múltiple, ordenada, finita, se
reconoce a la vez en sus actos como ser espiritual, cuya plena realización no se satisface en un
horizonte meramente temporal, histórico-cultural.
Desde la perspectiva del orden natural (y no del sobrenatural) todo el ser y el obrar
humanos implican una actitud esencialmente religiosa. En efecto, el hombre es creación de la Causa
Primera y está orientado a ella como su Fin Último.
La persona humana, por la estructura misma de su realidad contingente, se halla
necesariamente remitida a una realidad fundante, absoluta. El ser contingente no puede subsistir sin
la participación del Ser Absoluto.
La existencia humana es algo dado y no elegido, algo que nos impulsa a vivir. Somos
porque estamos religados a lo que nos hace existir, vinculados a algo que previamente nos hace ser.
En la religación hay el doblegarse del reconocer ante lo que nos hace ser. Aparece así la necesidad
de fundamentalidad de la existencia humana.
tienen el mismo valor de verdad. Esto es, hay cosmovisiones erróneas y mentirosas, y ellas se
distinguen de la verdad sobre lo real y sobre el hombre que, en el plano filosófico, aparece
explicitada en la filosofía realista.
Veamos algunas de las concepciones erróneas sobre el hombre, de actual vigencia en la
cultura y en la vida cotidiana:
VISIÓN MATERIALISTA: concibe que la realidad y el hombre son mera materia. Así, el
hombre queda reducido al cuerpo y no es distinto de cualquier otro animal, más que por
algunas diferencias en las conductas. En esta concepción se niega el carácter espiritual y
trascendente propio del ser humano, así como su dignidad personal.
Representantes:
1) En psicología: conductismo (Watson, Skinner), psicoanálisis (Freud), psicología
social (Pichon-Rivière), cognitivismo (Vigotsky);
2) En sociología: positivismo (Comte, Durkheim), marxismo (Marx, Engels,
Gramsci);
3) En filosofía: empirismo (Hume, Berkeley, Locke, Hobbes), positivismo.