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Introducción

El Canon del Nuevo Testamento


Etimología y significado de “canon
Canonicidad e inspiración
Libros protocanónicos y deuterocanónicos

En los inicios del cristianismo


El Período Apostólico
El Nuestro Nuevo Testamento Actual

Etapa de los Padres Apostólicos


Los Padres Apostólicos

El problema de las escrituras


Marción y el Nuevo Testamento
La influencia de Marción
Ireneo a Eusebio
Policarpo de Esmirna

Orígenes es la autoridad dominante en el siglo III


Orígenes

Fijación del canon


Atanasio da la primera lista completa y exclusiva
Algunas de las etapas principales en la aceptación del canon del Nuevo Testamento
El canon siríaco
San Jerónimo a San Agustín
Resumen de la etapa Apostólica

En la Edad Media
Erasmo
EL Cardenal Cayetano
La posición de Lutero
El Concilio de Trento
Ocasión del decreto
Finalidad y objetivos del decreto
Valor del decreto
Extensión de la canonicidad
Proceso mediante el cual la iglesia llegó confiadamente a reconocer los libros del Nuevo
Testamento

En la Actualidad
La Posición Actual
Importancia actual del asunto del canon
Recapitulación

Fuentes Bibliográficas
Introducción

La teología bíblica exige como su presuposición una cantidad fija de literatura bíblica;
su número ha sido fijado, desde la era de las grandes controversias teológicas, por el canon del
N.T.

El Canón del Nuevo Testamento

Etimología y significado de “canon”: El término griego kanon significa


primitivamente una caña recta que servía para medir, una regla, un modelo. Kanon es de origen
semítico y su sentido inicial fue el de «caña». Así tenemos en hebreo “qaneh” = “caña de
medir”. Por consiguiente, la voz “kanon” transcrita al latín bajo la forma de canon que, dados
los diversos usos a que se destinaba dicha planta para medir y marcar líneas, ha llegado a
significar en sentido propio una vara recta de madera, una regla que era empleada por los
carpinteros.

En sentido metafórico indicaba cierta medida, ley o norma de obrar, de hablar y de


proceder. Esta es la razón de que los gramáticos alejandrinos llamasen “kanón” a la colección
de obras clásicas que, por su pureza de lengua, eran dignas de ser consideradas como modelos.
También los cánones gramaticales constituían los modelos de las declinaciones y
conjugaciones y las reglas de la sintaxis. Según Plinio, existía el llamado canon de PoliCleto,
con cuyo nombre se designaba la estatua del Doríforo, del escultor Poli Cleto (s. V a.C.), que
por su perfección fue considerada como la regla de las proporciones del cuerpo humano.
Epíteto designaba con el epíteto de “kanón” al hombre que podía servir de modelo a los demás
a causa de su rectitud de vida.

En sentido figurado, modelo que permite fijar las normas, especialmente de los libros
clásicos; guía, norma (Gá. 6:16; Fil. 3:16), doctrina cristiana ortodoxa, en contraste con la
heterodoxia o la lista de libros reconocidos por la iglesia como Escrituras inspiradas,
normativas de la fe y la práctica. Los Padres de la Iglesia fueron los primeros que emplearon
esa palabra con ese significado específico fue utilizada posiblemente por primera vez por
Atanasio, el obispo de Alejandría, en el año 367. A finales del siglo IV esa acepción de la
palabra era común tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede
constatarse en la lectura de las obras de Gregorio, Prisciliano, Rufino, San Agustín y San
Jerónimo. Después de San Atanasio, el término se hace común entre los escritores griegos y
latinos. (1)

Nuestra comprensión, pues, de aquello que constituye inspiración requiere no sólo que
fijemos el texto de la Escritura y que analicemos la historia interna de los libros sagrados, sino
que, a la vez, determinemos con la mayor exactitud posible la evolución del concepto de canon
y la del canon mismo.

Canonicidad e inspiración

Si bien los términos canónico e inspirado son equivalentes bajo muchos conceptos, sin
embargo, canonicidad e inspiración se distinguen formalmente. De hecho, todos los libros
canónicos están inspirados, y parece que no existe ningún libro inspirado que no haya sido
recibido en el canon de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, un libro es inspirado por el hecho
de tener a Dios por autor, y canónico, en cuanto que fue reconocido por la Iglesia como
inspirado.

Por consiguiente, la canonicidad supone, además del hecho de la inspiración, la


declaración oficial de la Iglesia del carácter inspirado de un libro. Esta declaración de la Iglesia
no añade nada al valor interno del libro, cuyo valor canónico procede precisamente de su
inspiración, pero confiere al libro sagrado una autoridad absoluta desde el punto de vista de la
fe y lo convierte en regla infalible de la fe y de las costumbres. Pero no por eso se le puede
llamar, sin más, canónico sino después de la declaración de la Iglesia, hecha implícita o
explícitamente.

La diferencia estriba tan sólo en el hecho de que el criterio de la inspiración mira a la


Sagrada Escritura en general; en cambio, el criterio de canonicidad mira a cada libro en
particular.

Esta es la doctrina enseñada por el concilio Vaticano I: “La Iglesia tiene los (libros del
Antiguo y Nuevo Testamento) por sagrados y canónicos no porque, habiendo sido escritos por
la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque
contengan la revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del
Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia”.
Lo mismo afirma León XIII en su encíclica Providentissimus Deus (18 noviembre 1893) y Pío
XII en la encíclica Divino afflante Spiritu (30 septiembre 1943). (1)

Libros protocanónicos y deuterocanónicos

La distinción de los Libros Sagrados en protocanónicos y deuterocanónicos trae a la


mente el recuerdo de controversias que surgieron en la antigüedad a propósito de la canonicidad
de ciertos libros de la Biblia. Pero con ella no se intenta establecer una distinción del valor
canónico y normativo, ni desde el punto de vista de la dignidad, entre los proto y
deuterocanónicos. Bajo este aspecto, todos los Libros Sagrados contenidos en la Biblia tienen el
mismo valor y dignidad, pues todos tienen igualmente a Dios por autor.

La distinción es legítima sólo desde el punto de vista histórico, del tiempo, en cuanto
que los libros deuterocanónicos fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras sólo
más tarde a causa de ciertas dudas surgidas a propósito de su origen divino.

        Los escritores eclesiásticos griegos suelen designar los libros protocanónicos con el
término “homologoúmenoi”, o sea libros “universalmente aceptados”, y los deuterocanónicos
con las palabras “antilegómenoi”, es decir, libros “discutidos”, o también con
“amfiballómenoi”, a saber, libros “dudosos”. (2)
Sin embargo, en el siglo XVI fue Sixto de Siena (+ 1596) el primero que empleó los
términos protocanónicos para designar los libros que ya desde un principio fueron recibidos en
el canon, pues todos los consideraban como canónicos, y deuterocanónicos, para significar
aquellos libros que, si bien gozaban de la misma dignidad y autoridad, sólo en tiempo posterior
fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras, porque su origen divino fue puesto en
tela de juicio por muchos. (3)

Los libros deuterocanónicos son siete en el Antiguo Testamento y siete también en el Nuevo
Testamento:

En el Antiguo Testamento: Tobías, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc, 1 y 2 Macabeos. Y


los siete últimos capítulos de Ester: 10,4-16,24, según la Vulgata; así como los capítulos de
Daniel 3,24-90; 13; 14.

         En el Nuevo Testamento: Epístola a los Hebreos, epíst. de Santiago, epíst. 2 de San Pedro,
epíst. 2-3 de San Juan, epíst. de San Judas y Apocalipsis. También es bastante frecuente
considerar como deuterocanónicos los fragmentos siguientes de los Evangelios: Mc 16,9-20; Lc
22,43-44; Jn 7,53-8,11. Sin embargo, las dudas acerca de estos textos han surgido tan sólo en
nuestros días entre los críticos, por el hecho de que dichos pasajes faltan en algunos códices y
versiones antiguas. (1)
Al realizar dicha investigación, especialmente tratándose del período más antiguo, se
deben distinguir claramente tres cuestiones: el conocimiento de un libro dado a conocer por un
determinado Padre de la iglesia o fuente; la actitud asumida hacia dicho libro como Escritura
inspirada por parte de dicho Padre o fuente (lo cual puede deducirse por las fórmulas
introductorias que se utilizan, como ser, “Escrito está” o “Como dice la Escritura”); y la
existencia del concepto de una lista o canon donde figura la obra citada (lo que se verá, no
solamente por las listas mismas, sino también por la referencia a “los libros” o a “los apóstoles”
cuando se trata de un corpus literario).

Esta distinción no siempre se ha tenido en cuenta, con la consiguiente confusión. Aun


en el período más antiguo se pueden descubrir citas; pero la determinación de si la existencia de
citas supone calidad de Escritura inspirada es otra cuestión, para la que a menudo se carece de
criterios precisos. Siendo así, no ha de sorprender el que la decisión en cuanto a la existencia de
una lista canónica o de un concepto de canon muchas veces no logra encontrar prueba directa
alguna, y dependa enteramente de inferencias.

En los inicios del cristianismo


El Período Apostólico

Jesús y los primeros cristianos no carecían de Escrituras; buscaba su doctrina en el AT,


(Mc 12.24) generalmente en g., aun cuando algunos escritores parecen haber utilizado el texto
heb., y citaron de las tres divisiones reconocidas por el judaísmo (p. ej., Lc 24.44).

La enseñanza de Jesús fue, hasta donde sabemos, exclusivamente por vía de la palabra
hablada y el ejemplo. Durante 15 ó 20 años después de la muerte y resurrección de Jesucristo,
sus discípulos predicaron el evangelio de la misma forma

Desde luego, estas palabras del Señor no eran citas de ningún documento, puesto que
los Evangelios aún no se habían escrito.

Convencida de la autoridad absoluta de Jesucristo y del Espíritu que Él envió, la Iglesia


vio «cristianamente» las antiguas Escrituras; pues al lado del Antiguo Testamento apareció una
norma superior. Para Pablo (1 Co 9.9, 13s; 11.23ss; 1 Ts 4.15), un dicho del Señor Jesús
decidía tan categóricamente como una cita escritural toda cuestión de doctrina o ética. Desde
luego, estas palabras del Señor no eran citas de ningún documento, puesto que los Evangelios
aún no se habían escrito.

Diversas circunstancias tales como la actuación subversiva de sectas heréticas, tanto de


procedencia judía (los judaizantes que Pablo denuncia en Gálatas y en otros lugares Gl 1.6-8;
Ef 4.14) como gentil (diferentes grupos protognósticos como los que causaban confusión entre
los Colocenses o los lectores de las epístolas de Juan) llevaron a los apóstoles y algunos de sus
colaboradores a poner por escrito las enseñanzas del maestro a fin de garantizar una transmisión
fiel de la enseñanza apostólica.

Esta literatura en parte era histórica (los cuatro evangelios y los Hechos) y en parte
epistolar (cartas de San Pablo y de otros apóstoles).

La amplia región cubierta por Pablo durante sus viajes misioneros hizo que debiera
comunicarse por escrito con algunas de las congregaciones que tenían problemas o planteaban
dudas.

El más antiguo documento del Nuevo Testamento es al parecer la epístola de


Santiago, la epístola a los gálatas y la primera a los tesalonicenses. Otras epístolas, como las
dirigidas por Pablo a los romanos y a los efesios, fueron motivadas por el deseo de exponer con
claridad las creencias y prácticas cristianas.
 
La necesidad de proveer registros de los hechos y dichos de Jesús llevó a la
composición de los Evangelios, comenzando por el de Marcos, cuyo contenido se vincula
tradicionalmente con la enseñanza oral del Apóstol Pedro.

Al mismo tiempo, se desarrolló una nueva manifestación de autoridad. Pablo, al verse


obligado a decidir sobre algún asunto, apeló a su calidad de comisionado por Jesucristo,
poseedor del Espíritu divino (1 Co 7.25, 40; Gl 1.1, 7ss), y en esto no difirió de otros doctores
apostólicos (Heb 13.18s; 3 Jn 5–10, 12; Ap 1.1–3).

Esta autoridad fue viviente, actualizada en el mensaje, y no una garantía de status


canónico para sus escritos. Pablo esperaba que sus cartas se leyeran en voz alta en las iglesias
(p. ej., 1 Ts 5.26s), lo cual no implicaba que estos escritos (cf. Heb 11.32; 1 P 5.14) se
colocaran al mismo nivel del Antiguo Testamento (aun Ap 22.18s no contradice esta regla).

La certeza sobre la naturaleza inspirada y, por tanto, la autoridad divina de los escritos
de los apóstoles y sus discípulos – a la par de aquéllas del Antiguo Testamento - aparece ya en
libros que habrían de formar parte del canon del Nuevo Testamento.

En 1 Timoteo 5:18 leemos: Porque la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que


trilla. Y: Digno es el obrero de su salario.
 
La primera parte de esta cita compuesta proviene de Deuteronomio 25:4, pero la
segunda son las palabras exactas del Señor tal como aparecen en el Evangelio de Lucas 10:7.
Esto indica que el tercer Evangelio ya era considerado Escritura al escribirse 1 Timoteo.
 
 Es claro que estas referencias no constituyen evidencia de un canon en el sentido de
una lista cerrada de libros con autoridad divina. No obstante, sugieren fuertemente que los
escritos de los Apóstoles y sus colaboradores inmediatos fueron considerados tempranamente a
la par con las Escrituras del Antiguo Testamento.

Los fieles se sintieran movidos a conservar aquellos preciosos escritos y a comunicarlos


a otras comunidades. Esto mismo debió de llevar a los cristianos a hacer diversas copias de
aquellos escritos apostólicos y a ir formando pequeñas colecciones de aquella nueva literatura.

La formación de colecciones fue la transición del empleo de rollos al códice, precursor


del libro moderno. El formato de rollo limitaba la extensión del escrito que podía copiarse en él.

Por ejemplo, por su extensión, el Evangelio de Lucas y su continuación, los Hechos de


los Apóstoles, requerirían cada uno un rollo. En cambio, un códice formado por páginas de
papiro o pergamino individuales cosidas, permitía incluir volúmenes manuscritos mucho
mayores, incluso toda la Biblia. Adicionalmente, el formato de códice contribuyó a establecer
el orden tradicional de los libros.

En cuanto a la colección del corpus paulino, fue posterior a la muerte de Pablo el


corpus paulino es textualmente homogéneo, probablemente la reunión de esta colección, se
llevara a cabo ca. 80–85 d.C. en Asia Menor, y que de una vez gozara de gran prestigio.
(Misteriosamente este prestigio menguó en el siglo II.)

No obstante, a fines del siglo I no existía el concepto de «canon escritural», como si la


lista de los libros sagrados estuviera completa. La existencia de 1) una tradición oral y 2)
apóstoles, profetas y sus discípulos hacía innecesario tal canon. (4, 5)
El Nuevo Testamento Actual
 
El más antiguo documento del Nuevo Testamento es al parecer la epístola de Santiago
42 d. de. J.C le siguen las cartas de Pablo, a los gálatas 46 d. de. J.C y la primera a los
tesalonicenses 51 o 52 d. de. J.C la segunda a los tesalonicenses meses después, en el mismo
año, las cartas a los corintios 55 d. de J.C, romanos 55–56 ó 56–57 d. de J.C, cuatro cartas
mientras estuvo encarcelado llamadas filipenses, efesios, colosenses y filemón 62 y 63 d. de
J.C.; y cuatro cartas llamadas Pastorales, a cristianos individuales, a saber, dos a Timoteo la
primera 63 y 65 d. de J.C., la segunda 67 d. de J.C. Una a Tito 65 d. de J.C y otra a Filemón.  
 
El Evangelio de Marcos fue escrito hacia 50 d. de J.C. A este libro le siguieron los
Evangelios de Mateo antes del 70 d. de J.C y Lucas 58 d. de J.C, que contienen casi todo el
material presente en Marcos, más otros de una posible fuente tradicional compartida, quizás
escrita, que no se ha conservado.

Además, tanto Mateo como Lucas aportaron dichos y hechos que no aparecen en
Marcos ni en la presunta fuente común. Es probable que Mateo y Lucas se hayan completado
antes del año 67 y 68 d. de J.C.  En realidad, Lucas escribió una obra en dos partes: la primera
es el Evangelio y la segunda el libro de los Hechos de los Apóstoles, que finaliza con Pablo
predicando en Roma, y no menciona la muerte de este Apóstol ni la de Pedro, ocurrida en el
tiempo de Nerón.
 
Otros escritos del Nuevo Testamento, como la primera epístola de Pedro 63 o 64 d. de
J.C. y la segunda 65 d. de J.C. La carta a los Hebreos 67 d. de J.C, probablemente datan de la
misma época. El Evangelio de Juan 85 y 95 d. de J.C, las cartas atribuidas a este apóstol 1,2 y 3
de Juan 80 y 90 d. de J.C y el Apocalipsis 95 y 96 d. de J.C se habrían escrito hacia fines del
mismo siglo I. (6)

Etapas de los Padres Apostólicos


Los Padres Apostólicos

A finales del siglo I los primeros autores postapostólicos “Los Padres apostólicos” no
suelen citar los Libros Sagrados del Nuevo Testamento por los nombres de sus autores. Pero
equiparaban la autoridad de «las Escrituras» (o Antiguo Testamento) y «los dichos del Señor
Jesús», o «las palabras de los santos profetas» y «el mandamiento del Señor transmitido por los
apóstoles», en sus escritos los cuales están plagados de citas y de alusiones al Nuevo
Testamento, lo cual indica la gran veneración y reverencia que tenían de estos escritos, de tal
modo que sus testimonios son considerados como ciertísimos.

En los escritos de dichos Padres se encuentran citas de casi todos los Libros del N. T.,
si exceptuamos las epístolas de Filemón y 3 Jn

La Didajé (hacia el año 90 d.C.) cita frecuentemente a Mt, y parece conocer a Lc, 1 Tes, 1 Pe,
Jds, y quizá Jn y Act 15.

San Clemente Romano (hacia 96) emplea Mt, 1-2 Tim, Tit, Hebr, y probablemente Lc, Act, 1
Cor, Rom, 1-2 Pe, Sant.

Epístola de Bernabé (hacia 98) cita a Mt, Rom, Col, 2 Tim, Tit, 1 Pe, y probablemente también
conocía Jn.
Es un tratado de autor y lugar de composición desconocidos (probablemente escrito hacia 130),
destinado a mostrar cómo el plan de salvación establecido en el Antiguo Testamento se cumple
en Cristo. Su autor reproduce unos pocos textos que aparecen en el Evangelio de Mateo, entre
ellos Mateo 22:14, al cual antepone la fórmula “está escrito” (Epístola de Bernabé IV: 14).

San Ignacio de Antioquia (año 107) emplea en sus escritos Mt, Lc, Jn, Act, 1 Tes, Gál, 1 Cor,
Rom, Col, Ef, Hebr. En sólo tres ocasiones escribió Ignacio “Está escrito”, y en todas ellas se
refiere al Antiguo Testamento. Con respecto al Nuevo Testamento, conoció el evangelio de
Mateo y probablemente el de Juan, además de varias epístolas de Pablo.

San Policarpo (hacia el año 108) alude en su carta a Mt, Mc, Lc, Jn, Act, 2 Tes, Gál, 1-2 Cor,
Rom, Col, Ef, Fil, 1-2 Tim, Hebr, Sant, 1 Pe, 1 Jn.

Papías (hacia 110) es el primero que da los nombres de los autores de Mt, Mc, Jn, y refiere algo
acerca del origen de los evangelios. También conocía 1 Pe, 1 Jn, Apoc.

Papías amaba la tradición oral y escribió un extenso tratado con el título Exposición de las
sentencias del Señor. En los fragmentos conservados hay una defensa de la autoridad de los
Evangelios de Mateo y Marcos, aunque sin ninguna idea clara de canonicidad.

Arístides Ateniense (hacia 140), en su Apología c. 15, narra la vida de Jesús, y afirma que la
venida de Jesucristo puede ser conocida por los escritos evangélicos. También cita Mt, Jn, Act,
Rom, 1 Tim, Hebr, 1 Pe.

El Pastor de Hermas (hacia 140- 155) hace uso de Mt, Mc, Lc, Jn, Act, 1 Tes, 2 Cor, Rom, Ef,
Fil, Hebr, Sant, 1-2 Pe, Apoc.

El Martyrium Polycarpi (hacia 150) se sirve de Mt, Jn, Act, Apoc y quizá Jds.

Hacia 150 d.C., sin embargo, Papías, el autor de 2 Clemente y otros escritores
patentizan conocer varios Evangelios, los cuales figuraban, según parece, entre los cuatro
incluidos en nuestro canon.

Al principio (Justino Mártir, ca. 155, propuso leer los «recuerdos de los apóstoles» en
los cultos) este canon constaba solo de Evangelios, pero no tardó en formarse un segundo
núcleo (escritos apostólicos). Cita con frecuencia los evangelios de Mt y Jn. Habla también
explícitamente del Apocalipsis, atribuyéndolo a San Juan Apóstol. Conoce igualmente Act y
todas las epístolas de San Pablo, Sant, 1-2 Pe, 1 Jn.

Hacia 170, Taciano compuso una narración continua de la vida de Jesús (Diatessaron)
en la que utilizó estos cuatro, sin excluir materia apócrifa. Conscientes de la distancia que los
separaba de los tiempos apostólicos, los cristianos se dieron cuenta de la necesidad de definir
un segundo canon. Las Iglesias de Siria lo usaron hasta el siglo V. Taciano conoce también Act,
1 Cor, Rom, Hebr, Tit, Apoc.

Epístola de las iglesias Lugdunense y Vienense (hacia 177), que nos demuestra que en
la Galia eran conocidos Lc, Jn, Act, Rom, Ef, Fil, 1 Tim, 1 Pe, 1 Jn, y muy probablemente
Hebr, 2 Pe, 2 Jn. Es citado el Apoc como “Escritura”.

San Teófilo Antioqueno (hacia el año 180) considera a los evangelistas como
inspirados, y cita a Mt y Lc. También afirma que Juan, fue el autor del cuarto Evangelio. Se
sirve de casi todas las epístolas de San Pablo, y en algunos lugares cita la epístola a los Rom y
la 1 Tim con la fórmula: “la palabra divina” (gr. “ho theios logos”).
Hacia 160–180 las iglesias corrigieron la lista, añadiéndole los otros tres Evangelios de uso
popular, y Hechos y Apocalipsis; así llegaron a trece las cartas paulinas. (1)

El problema de las escrituras

Marción y el Nuevo Testamento

Hacia fines del ss. II empezó a perfilarse en el pensamiento y en la actividad de los


cristianos el concepto de un canon y de una categoría escrituraria, lo cual fue en gran parte
resultado del desafío de ciertos maestros heréticos. Prominente entre estos fue un semignóstico
llamado Marción de Sínope, comerciante rico que se separó de la iglesia en Roma alrededor del
año 150 d.C., pero que probablemente estuvo activo algunos años antes en Asia Menor.

Era un gran admirador de Pablo, (según él, el único que entendió la enseñanza de
Jesús). Marción se consideraba el único intérprete de los escritos paulinos y expresaba que
Pablo había liberado a los cristianos de la Ley de Moisés, de las escrituras judías.

En su obra Antitheses repudiaba el Antiguo Testamento con su «Dios vengador de la


justicia» y quería sustituirlo por «el Dios de Jesucristo»

Comenzó a predicar la doctrina de la existencia de dos Dioses: el AT era obra del Dios
justo, el Creador, juez severo de los hombres; Jesús era el emisario del Dios bueno (o
bondadoso), superior al Dios justo, enviado para liberar a los hombres de la servidumbre
impuesta por aquel otro Dios. Crucificado por la malicia del Dios justo, pasó su evangelio,
primeramente a los Doce, quienes no lograron mantenerlo libre de la corrupción, y luego a
Pablo, el único predicador de este mensaje

Habiendo “liberado” a sus seguidores de las Escrituras judías, Marción sintió la


necesidad de una Escritura definidamente cristiana, de manera que creó un canon definido de
Escrituras cristianas en dos partes que incluía: Un evangelio, corregido a su gusto, con cierta
relación a nuestro Evangelio de Lucas actual, rechaza los dos primeros capítulos de Lc por
tener cierto sabor hebraico y reconoce las diez epístolas de Pablo (excluyendo Hebreos y las
cartas pastorales” 1 y 2 Timoteo y Tito), que constituían el Apostolos.

Marción fue denunciado por Justino Mártir como un “agente del diablo” y fue
duramente resistido por Tertuliano. Esta acción de este hereje y de sus enseñanzas tuvo
resultados beneficiosos porque forzó y aceleró la formación del canon eclesiástico, ya en
marcha, por parte de los Padres de la Iglesia.

Por lo tanto Marción hizo más bien que daño al desarrollo del cristianismo. (7)

Ireneo a Eusebio

En la segunda mitad del ss. II, como ya se ha indicado, aparecen claras evidencias del
concepto de un canon, aunque no todos los libros hoy incluidos en el canon eran aceptados en
todas las iglesias por igual. Ireneo de Lyon, en su obra Contra Pelag las herejías, citó como
canónicos veintidós escritos del Nuevo Testamento nuestro, más el Pastor de Hermas, pero
tenía reservas respecto a Hebreos, 3 Juan, 2 Pedro, Santiago y Judas. Exhibe suficientes pruebas
de que ya para su época, el evangelio cuádruple era algo axiomático, comparable con los cuatro
puntos cardinales y los cuatro vientos. Cita el libro de Hechos, a veces explícitamente, como
Escritura sagrada.

Las epístolas paulinas, el libro de Apocalipsis, y algunas epístolas universales se


consideran, aun cuando no con frecuencia explícitamente, como Escrituras sagradas; sin
embargo (especialmente en los dos primeros casos) se les da suficiente importancia como para
indicar que aquí hay una fuente primaria de doctrina y autoridad a la cual se debe recurrir como
referencia en casos de controversia.

Contrariando el denominado conocimiento esotérico de sus antagonistas, Ireneo refuta


las aparentes revelaciones esotéricas de sus opositores, subrayando la derivación apostólica de
las tradiciones eclesiásticas. En estas tradiciones, las Escrituras del NT ocupan su lugar.
Sabemos, sin embargo, que Ireneo rechazó Hebreos como no paulino.

En África, Tertuliano confirmó casi la misma lista y se empeñó en que se consagrara el


canon de los Evangelios aunque no el de las Epístolas; otro tanto hizo al respecto Hipólito de
Roma, discípulo de Ireneo

De Roma procedió también el canon del Fragmento Muratoriano (por haber sido su
primer editor Ludovico Muratori). (ca. 195). Hipólito cita la mayoría de los libros del NT, y
habla explícitamente de dos testamentos, de un evangelio cuádruple, el reconocimiento de las
epístolas paulinas, el conocimiento de algunas epístolas universales, los Hechos de los
Apóstoles, y Apocalipsis de Juan

La parte que queda del documento contiene una lista de escritos del NT y no se
limitaba a una simple enumeración de los libros; traía algunas observaciones referentes a su
origen, datos sobre el autor y los destinatarios de los libros incluidos y explicaba por qué se
rechazaron otros libros (p. ej., las Epístolas de «Pablo» a los laodiceos y a los alejandrinos).
Incluyó en el NT, cosa curiosa, la Sabiduría de Salomón y el Apocalipsis de Pedro; este y el
Pastor, no obstante, se recomendaba más para la lectura particular que para el culto público. (4)

Muchos críticos están dispuestos a adjudicarle la lista fragmentaria de Escrituras


canónicas conservada en latín en un ms(s). Sin embargo, no debe aceptarse como debidamente
comprobada esta adjudicación; el latín que aparece en dicha lista no es necesariamente una
traducción.

Una referencia al origen reciente del Pastor de Hermas lo coloca entre los años 170 y
210 d.C. Aprox. Resulta altamente significativa la fecha de este documento, no sólo por ser
prueba de la existencia en esa época de un concepto de amplias proyecciones en cuanto al
canon, sino también de las incertidumbres marginales, las omisiones, y la inclusión de escritos
posteriormente rechazados como apócrifos.

De nuestro canon actual solo faltaban Hebreos, 1 y 2 Pedro, Santiago y 3 Juan. El


Nuevo Testamento no era todavía una unidad cerrada: en la época de Eusebio (ca. 320) los
Padres citaban a veces como Escritura dichos de Jesús no consignados en nuestros Evangelios,
Evangelios no canónicos (p. ej., De los hebreos), la Epístola de Bernabé, 1 Clemente, la Didajé,
los Hechos de Pablo, el Pastor y el Apocalipsis de Pedro.

Policarpo de Esmirna

Policarpo de Esmirna, obispo y mártir (ca. 69-155), fue discípulo del Apóstol Juan.
Policarpo fue el destinatario de una de las cartas de Ignacio y él mismo escribió a los cristianos
filipenses una epístola que se ha conservado, cuya fecha aproximada (entre 107 y 108) es
cercana al martirio de Ignacio.

La carta de Policarpo de Esmirna dirigida a los filipenses está llena de alusiones


bíblicas, de las cuales aproximadamente 90% proceden del Nuevo Testamento la cual,
demuestra claramente que conocía a Mateo, Lucas, la mayoría de las epístolas paulinas,
Hebreos, 1 Juan y 1 Pedro. Cap(s). 13-14

Policarpo constituye, pues, la primerísima prueba carente de ambigüedad en cuanto a


su uso, pero si, como es lo más probable, su carta es en realidad la combinación de dos cartas
escritas en distintas oportunidades (a saber, cap(s). 13-14 ca. 115 d.C.; y el resto ca. 135 d.C.)
Su carta no sería tan antigua como en un tiempo se pensaba. 2 Clemente y la Epístola de
Bernabé están fechadas ambas alrededor del año 130 d.C. Ambas se valen de mucho material
oral, pero también atestiguan la utilización de los sinópticos; y ambas contienen una frase de los
evangelios acompañándola con una fórmula de citación escritural.

 Aunque Policarpo no los llama “Escritura” y sólo emplea la fórmula “está escrito” con
referencia a Efesios 4:26 (en XII: 4)

Al igual que su amigo y colega Ignacio antes que él, Policarpo establece una clara
diferencia entre la autoridad de su propia enseñanza y la del Apóstol Pablo: 
 
Todo esto, hermanos, que os escribo sobre la justicia, no lo hago por propio impulso,
sino porque vosotros antes me incitasteis a ello. Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí
puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre
vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la
verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis
edificaros en orden a la fe que os ha sido dada. Esa fe es madre de todos nosotros, a condición
que la acompañe la esperanza y la preceda la caridad...

(Carta de Policarpo a los filipenses, III: 1-3. Traducción de Daniel Ruiz Bueno,
Padres Apostólicos. Edición bilingüe completa, 4ª Edición. Madrid: BAC,
1979, p. 663; negritas añadidas).

Orígenes es la autoridad dominante en el siglo III

Orígenes (185 a 254). Teólogo, exegeta, y erudito bíblico recibió educación cristiana
en el hogar paterno y fue discípulo de Clemente de Alejandría en la Escuela Catequética de esa
ciudad. Orígenes fue un autor extraordinariamente prolífico (se dice que dictaba a varios
escribas a la vez) pero lamentablemente muy poco de su amplia producción ha sobrevivido.

Era hombre muy versado en ciencias bíblicas cuyo pensamiento se nutría en la


Escritura, cuya inspiración e integridad defendió contra los marcionistas. Reconocía un triple
sentido –literal, moral y alegórico- de los cuales prefería el tercero.

Aunque la interpretación alegórica de Orígenes sea discutible, es innegable su enorme


contribución a los estudios bíblicos. Una de sus obras fue la Hexapla, una edición crítica del
Antiguo Testamento en seis columnas paralelas con 1) el texto hebreo; 2) el texto hebreo en
caracteres griegos; 3) la versión griega de Aquila; 4) la versión griega de Símaco; 5) la
Septuaginta (traducción judía precristiana, la más empleada por los cristianos de habla griega) y
6) la versión de Teodoción.
Había recorrido todas las Iglesias principales de aquella época: las de Roma,
Alejandría, Antioquia, Cesarea, Asia Menor, Atenas, Arabia. Por todo lo cual constituye un
testimonio de máxima importancia y autoridad.

Admite todos los 27 libros del Nuevo Testamento, considerándolos como canónicos.
Aunque conoce las dudas de algunos escritores de aquella época acerca de la canonicidad de 2
Pe, de 2-3 Jn y de Jds, sin embargo, no hace caso de ellas y admite en su canon todas las
epístolas. Por el contrario, conociendo igualmente los apócrifos, no los recibe en el canon de los
Libros Sagrados. A pesar de ciertas dudas persistentes con respecto a algunos de los escritos
más breves, la contribución de Orígenes es un avance hacia el reconocimiento final del Nuevo
Testamento tal como ha llegado a nosotros.

Fijación del canon

Atanasio da la primera lista completa y exclusiva

Con la creciente divulgación de los diferentes escritos, y con más tiempo para conocer
a fondo su valor relativo, en el ss. IV quedó establecido el canon dentro de los límites que hoy
conocemos, tanto en el sector occidental como en el oriental del cristianismo.

En el E, el punto definitivo lo constituye la trigesimonovena carta pascual de Atanasio


en 367 d.C. Aquí encontramos por vez primera un NT limitado exactamente a lo que
conocemos hoy. Se traza una línea definida entre las obras incluidas en el canon, que se
describen como fuente única de instrucción religiosa, y otras que se permiten leer, a saber, la
Didajé y el Pastor. Los apócrifos de la herejía se denuncian como falsificaciones deliberadas
con la intención de engañar.

En el Oriente el canon se estableció por decisión del concilio de Cartago en el año 397,
cuando se convino en aceptar una lista idéntica a la de Atanasio “la trigésimo novena Carta
pascual (367)”. Alrededor de la misma época varios autores latinos demostraron interés en el
establecimiento de los límites del canon del NT: Prisciliano en España, Rufino de Aquilea en la
Galia, Agustín en África del N (cuyas opiniones contribuyeron a las decisiones en Cartago),
Inocente I, obispo de Roma, y el autor del decreto seudogelasiano. Todos sostienen las mismas
ideas.
Algunas de las etapas principales en la aceptación del canon del Nuevo Testamento. El
canon actual (derecha) fue aceptado en Occidente en el 397 d.C (5)

Ireneo de Lyon Canon de Eusebio, Carta pascual Canon


Ca. 130–200 Muratori HE 3.25 39 de Atanasio actual
d.C. 170–210 d.C. ca. 260–340 d.C. 367 d.C.
Mateo
Marcos
Lucas
Juan
Hechos
Romanos
1 Corintios
2 Tesalonicenses
1 Timoteo
2 Timoteo
Tito
Filemón
Hebreos
Santiago D
1 Pedro
2 Pedro D
1 Juan
2 Juan D
3 Juan D
Judas D
Apocalipsis
Obras apócrifas seleccionadas
Sabiduría de O O
Salomón
Apocalipsis de O I O O
Pedro
El pastor de O ** I * O
Hermas
Hechos de Pablo O O I O O
Epístola de O O I O
Bernabé
La Didajé O O I * O
Evangelio según O O I O O
los hebreos

D = Discutido I = Ilegítimo O = Omitido


* Lectura ** Lectura permitida pero no para el culto público
permitida
Las epístolas paulinas probablemente fueron reunidas en un solo corpus alrededor del 80–85 d.C.

El canon siríaco

La formación del canon en las iglesias de habla siriaca fue notablemente distinta.
Excepcionalmente, las iglesias de habla siríaca siguieron un proceso más lento para llegar al
canon actual
Es probable que las primeras Escrituras conocidas en dichos círculos fueran, además
del AT, el Evangelio según los hebreros, que dejó su marca sobre el Diatesarón cuando este
ocupó su lugar como el evangelio del cristianismo siriaco. Es probable que Taciano también
introdujera las epístolas paulinas, y quizás, incluso, Hechos: estas tres se mencionan como las
Escrituras de la iglesia siriaca primitiva por la Doctrina de Addai, documento del ss. V que en
sus relatos de los comienzos del cristianismo en Edesa mezcla leyendas con la tradición
fidedigna.

La etapa siguiente en la tarea de lograr una mejor alineación del canon siriaco con el
griego fue la reparación de los “evangelios separados” Evangelion da-Mefarreshe) para
reemplazar al Diatesarón, aunque esto no se llevó a cabo con mucha facilidad. La Peshitta
(textualmente una edición parcialmente corregida del Evangelion da-Mefarreshe) apareció en
algún momento del ss. IV; contiene, además del cuádruple evangelio, las epístolas paulinas y
Hechos, las epístolas de Santiago, 1 Pedro y 1 Juan, lo que equivale al canon básico aceptado
por las iglesias griegas alrededor de un siglo antes.

Dos versiones de los libros que quedaban del canon que finalmente fue aceptado
aparecieron entre los monofisitas siríacos: la de Filóxeno probablemente se conserva en las
denominadas “Epístolas de Pococke” y el “Apocalipsis de Crawford”, mientras que la posterior
versión de Tomás de Harkel también contiene 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas, y la versión de
Apocalipsis publicada por de Dieu proviene, casi seguramente, de esta traducción. Ambas
demuestran por su servil imitación del texto y del lenguaje griegos, además del mero hecho de
su producción, la asimilación cada vez mayor del cristianismo siriaco a un modo griego.

San Jerónimo a San Agustín

San Jerónimo (+410), El más grande erudito bíblico posterior a Orígenes,   Jerónimo
(ca. 342-420) que pasó gran parte de su Vida en Oriente, admite los 27 libros del Nuevo
Testamento., como lo demuestra, por ejemplo, en su Epístola 53 a Paulino, obispo de Nola,
sobre el estudio de las Escrituras: 
 
“Trataré brevemente del Nuevo Testamento. Mateo, Marcos, Lucas y Juan son el equipo
cuádruple del Señor, los verdaderos querubines o depósito de conocimiento (...) El Apóstol
Pablo le escribe a siete iglesias (pues la octava epístola, a los hebreos, no es generalmente
contada con las otras). Instruye a Timoteo y Tito; intercede ante Filemón por su esclavo
fugitivo”...

Los Hechos de los Apóstoles parecen relatar una historia sin adorno y describir la niñez
de la iglesia recién nacida, pero una vez que nos damos cuenta de que su autor es Lucas, el
médico cuya alabanza está en el evangelio, veremos que todas sus palabras son medicinas para
el alma enferma.

Los apóstoles Santiago, Pedro, Juan y Judas produjeron siete epístolas, a la vez
espirituales y concisas.

El Apocalipsis de Juan tiene tantos misterios como palabras. Al decir esto, he dicho
menos de lo que el libro merece...

(Jerónimo, Carta LIII. En Philip Schaff y Henry Wace, Editors: A Select


Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, Second
Series [1892]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1991; 6:101-
102). 

  San Agustín (+430), en su libro De doctrina christiana (año 397), nos ofrece una lista
completa de todos los libros del Nuevo Testamento, idéntica a la que más tarde aceptará el
concilio Tridentino. Fue bajo su influencia que el concilio provincial de Hipona, o sea, el
concilio plenario de toda el África, celebrado en Hipona el 8 de octubre de 393, y los concilios
III y IV de Cartago, de los años 397 y 419, recibieron este mismo canon.

Otro que recibió el canon del Nuevo Testamento como se admitía ya en esa época fue
Agustín de Hipona, quien hacia 397 enumera los mismos libros que Atanasio, aunque en
diferente orden. Empero, la siguiente instrucción del mismo Agustín da testimonio de que el
canon no estaba cerrado más allá de toda duda. 
 
Ahora, con respecto a las Escrituras canónicas, [el intérprete] debe seguir el juicio del
mayor número de iglesias católicas; y entre éstas, desde luego, un elevado lugar debe darse a
aquellas consideradas dignas de ser la sede de un apóstol y de recibir epístolas.
Consecuentemente, entre las Escrituras canónicas juzgará conforme a la siguiente norma:
Preferir aquellas que son recibidas por todas las iglesias católicas a aquéllas que algunas
[iglesias] no reciben.

Entre aquéllas [Escrituras], de nuevo, que no son recibidas por todas, preferirá las que
tengan la sanción del mayor número y de aquellas de mayor autoridad, aquéllas sostenidas por
un número menor o son de menor autoridad. Empero, si hallase que algunos libros son
defendidos por el mayor número de iglesias, y otros por las de mayor autoridad (aunque no es
muy probable que esto ocurra), pienso que en tal caso la autoridad de ambos lados debe ser
considerada como igual.
 
El [canon] del Nuevo Testamento, de nuevo, es contenido en los siguientes: Cuatro
libros del Evangelio, según Mateo, según Marcos, según Lucas, según Juan; catorce epístolas
del Apóstol Pablo – una a los romanos, dos a los corintios, una a los gálatas, a los efesios, a los
filipenses, dos a los tesalonicenses, una a los colosenses, dos a Timoteo, una a Tito, a Filemón, a
los hebreos; dos de Pedro; tres de Juan; una de Judas; y una de Santiago; un libro de los Hechos
de los Apóstoles; y uno del Apocalipsis de Juan.

(Agustín, Sobre la doctrina cristiana, II, 8. En Philip Schaff, Editor: A Select


Library of Nicene and Post-Nicene Fathers of the Christian Church, First Series
[1886]. Grand Rapids: Wm. B. Eerdmans, Reimpresión, 1993; 2:538-539).
 
La regla enunciada por Agustín es muy reveladora sobre el verdadero proceso de
formación del canon. Por cierto que el canon del NT no estaba reconocido hacia fines del siglo
I, pero tampoco fue la Iglesia de Roma la que lo estableció. 

Esta última idea es un anacronismo fatal, ya que en el siglo IV la Iglesia de Roma, hoy
conocida como Iglesia Católica, no tenía la autoridad ni el poder que luego se arrogó. Por tanto,
no hubiera podido determinar por sí misma ningún canon, ni siquiera en el supuesto de que lo
hubiera tenido claro.
 
Lo cierto es que el canon fue reconocido y proclamado no por la Iglesia Católica
romana, sino por la iglesia católica (o universal) antigua, que ciertamente no era gobernada
desde Roma, por más que ésta fuese una sede apostólica de enorme influencia.  

De hecho, los obispos de Roma no llevaron la voz cantante en el tema del canon, ni
mucho menos. Aunque según el testimonio de Eusebio hacia principios del siglo IV el consenso
final estaba próximo, fue fundamental la intervención de los obispos africanos, primero
Atanasio y luego Agustín, bajo cuya influencia los sínodos de Hipona (393) y el III y VI de
Cartago, respectivamente de 397 y 419, determinaron los límites del canon.

Resumen de la etapa Apostólica

En los Padres Apostólicos se destaca con claridad la autoridad de las enseñanzas del
Señor y los Apóstoles, y algunos de estos autores emplean las nuevas Escrituras cristianas, pero
todavía no aparece de manera definida la noción de un canon como cuerpo exclusivo de
escritos inspirados.

Se ha sugerido a veces que el reemplazo de la tradición oral en la iglesia por una


colección escritas ha de lamentarse en ciertas maneras (...) Pero, en una sociedad como el
mundo grecorromano, donde la escritura era el medio normal de preservar y transmitir material
considerado digno de recordarse, la idea de confiar en la tradición oral para el registro de las
obras y palabras de Jesús y los apóstoles no hubiese sido generalmente recomendable (sin
importar lo que pudiesen pensar Papías y algunos otros).

En los Padres apostólicos descubrimos un considerable y amplio conocimiento del


corpus paulino; en el lenguaje que utilizan se advierte la fuerte influencia de las palabras del
apóstol. Sin embargo, a pesar del alto valor que se le asigna a sus epístolas, existen pocas
indicaciones de que las citas que se hacen de ellas se consideran escritos sagrados. Varios
pasajes sugieren que se hacía una diferencia en todos los círculos cristianos entre el AT y los
escritos de procedencia cristiana.

Los filadelfos juzgaban el “evangelio” por los “archivos” (Ignacio, Filad. 8. 2): 2
Clemente habla de “los libros (Biblia) y los apóstoles” (14.2), contraste que probablemente
equivale a “Antiguo y Nuevo Testamentos”. Aun en casos en que el evangelio era altamente
apreciado (p. ej. Ignacio o Papías) aparentemente se trataba de la forma oral más bien que de la
escrita.

La preocupación de Bernabé era principalmente la exposición del AT; la Didajé,


material didáctico y ético común tanto a judíos como a cristianos. Juntamente con material
proveniente de los evangelios canónicos u otros paralelos a ellos, la mayoría de los Padres
apostólicos utilizan lo que nosotros anacrónicamente llamamos material “apócrifo” o
“extracanónico”: para ellos evidentemente no lo era.

La situación reinante que demuestran estas fuentes era general y continuó hasta el ss.
III. Tanto Tertuliano como Clemente de Alejandría y Orígenes, todos hacen amplio uso de las
Escrituras del NT, ya sea para las controversias, para las discusiones doctrinales, o en el simple
comentario de los libros que la componen. Conocían la mayoría de los libros del canon actual, y
les dieron autoridad canónica; pero perdura cierta duda con respecto a Hebreos, algunas de las
epístolas universales, y el Apocalipsis de Juan.

Se citan evangelios no incluidos en el canon, agrafa citados como palabras auténticas


del Señor, y algunas obras de los Padres apostólicos, tales como la Epístola de Bernabé, el
Pastor, y la Primera Epístola de Clemente, se citan como canónicas o escriturales.

Encontramos grandes códices, hasta de los ss. IV y V d.C., que incluyen algunas de
estas últimas: el códice sinaítico que contiene todo el Nuevo Testamento e incluye Bernabé y
Hermas; el códice Vaticano que tiene todos los libros del Nuevo Testamento, hasta la epístola
a los Heb; el códice alejandrino presenta todos los libros neotestamentarios e cluye la Primera
y la Segunda Epístolas de Clemente. Claromontano contiene un catálogo de escritos canónicos
en el que no aparece Hebreos, y, no obstante, figuran Bernabé, el Pastor, los Hechos de Pablo,
y el Apocalipsis de Pedro.

Para resumir, se ha establecido plenamente la idea de un canon definido, y se han fijado


sus líneas generales; el problema pendiente es saber cuáles de un cierto número de libros
marginales corresponde incluir.

La posición de la iglesia en el ss. III ha sido bien resumida por Eusebio (HE 3. 25).
Hace la discriminación entre libros reconocidos (homologoumena), los libros discutidos
(antilegomena), y libros espurios (notha). En la primera clase figuran los cuatro evangelios,
Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, y (según algunos) el Apocalipsis de Juan; en la
segunda clase coloca (como “discutidos pero no obstante conocidos por la mayoría”) Santiago,
Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan; y en la tercera clase ubica Hechos de Pablo, el Pastor, el Apocalipsis
de Pedro, la Epístola de Bernabé, la Didajé, el Evangelio según los hebreos, y (según otros) el
Apocalipsis de Juan.

En la Edad Media

En la Edad Media todavía se advierten ciertas discusiones bastante esporádicas acerca


de la epístola a los Hebreos. Pero tanto Santo Tomás de Aquino (+1274) como Nicolás de Lira
(+1340) se declaran en favor de su autenticidad paulina, haciendo desvanecerse las últimas
vacilaciones.

El cardenal Cayetano

El cardenal Cayetano (+1534) fue todavía más lejos, pues no solamente dudó de la
autenticidad de esos escritos, sino también de su misma canonicidad.

Los libros dudosos para Cayetano eran: Hebr, Sant, 2-3 Jn y Apoc. Para defender su
postura bastante extremista se apoyaba en la autoridad de San Jerónimo y en el origen
apostólico de los libros: como no constaba claramente del origen apostólico de Hebr, Sant, 2-3
Jn y Jds, Cayetano las considera de menor autoridad; y refiriéndose a la epístola a los Hebr,
concluye: “por lo cual tenemos que si consideramos esta carta –a los Hebreos- en sí misma, no
podríamos resolver con su autoridad, una eventual duda de fe que se nos apareciera”.

Erasmo

En el siglo XVI, Erasmo (+1536) volvió a recordar las dudas que muchos Padres
antiguos habían expresado a propósito del origen apostólico de Hebr, Sant, 2 Pe, 2-3 Jn y Apoc.
Él, sin embargo, nunca puso en duda la canonicidad de dichos libros.

La posición de Lutero

También Lutero (+1546) y los protestantes siguieron criterios propios para juzgar de la
canonicidad e inspiración de los Libros Sagrados. Para Lutero, la autoridad de los Libros Santos
se ha de juzgar en conformidad con su enseñanza sobre Cristo y sobre la justificación por la
sola fe. Por este motivo excluyó del canon la epístola a los Hebreos, la de Santiago, la de Judas
y el Apocalipsis. Pero no todos los reformadores le siguieron en esto. Carlostadio aceptaba
todos los libros del N. T. Zwinglio no admitía el Apoc. En cambio, Ecolampadio rechazaba
todos los libros deuterocanónicos.

EL CONCILIO DE TRENTO

El concilio Tridentino reaccionó fuertemente contra las tendencias de Lutero y de sus


discípulos. El 8 de febrero de 1546 comenzaron en Trento las discusiones acerca de la epístola
de Santiago, del Apocalipsis, de la epístola a los hebreos y otros libros discutidos. Estas
discusiones conciliares continuaron el 18 y 26 de febrero, el 27 de marzo y el 1, 5 y 7 de abril,
hasta que en la sesión 4.a, del 8 de abril de 1546, se promulgó el decreto Sacrosancta.

En dicho decreto, después de declarar: “El sacrosanto ecuménico y general concilio


Tridentino... recibe y venera con el mismo piadoso afecto y reverencia todos los libros, así del
Antiguo como del Nuevo Testamento, por ser un mismo Dios el autor de ambos”, da el catálogo
completo de todos los Libros Sagrados. Inmediatamente después del catálogo, el decreto añade
las siguientes palabras: “Si alguno no recibiere como sagrados y canónicos estos mismos libros
íntegros con todas sus partes, como ha sido costumbre leerlos en la Iglesia católica y se
contienen en la antigua versión Vulgata latina, o si despreciare con conocimiento y deliberación
las referidas tradiciones, sea anatema”. Con estas palabras, el concilio Tridentino definió
solemnemente el canon de la Sagrada Escritura.

En adelante ya no hubo más controversias entre los católicos acerca de la extensión del
canon del Nuevo Testamento.

Ocasión del decreto.- El motivo de este decreto fueron algunas dudas que existían en
aquel tiempo sobre los libros deuterocanónicos principalmente. El cardenal Del Monte se
expresaba a este propósito de la manera siguiente: “Aliqui debiles sunt et adeo titubantes, ut iam
nec evangeliis quidem ubique plenam fidem adhibeant”. Estas palabras se refieren no solamente
a los protestantes, sino también a los católicos. Incluso en el seno del mismo concilio hubo
Padres que abogaron por una distinción entre libros proto y deuterocanónicos. Sin embargo, la
mayor parte de los Padres se opuso a una tal distinción.

No hay duda que el decreto miraba principalmente a los protestantes. Y como éstos
negaban algunos Libros Sagrados y la Tradición, quiso el concilio comenzar expresando su fe
en las fuentes de la revelación.

        Finalidad y objeto del decreto. -Se propone precisar las fuentes de la revelación, con el
fin de tener un fundamento sólido para ulteriores definiciones dogmáticas. Esta es la razón de
que asocien las tradiciones no escritas a los libros escritos de la Biblia, porque como decía una
carta de los Padres tridentinos al cardenal Farnese, “la fe en Jesucristo no está toda escrita en el
Nuevo Testamento, sino también en el corazón de los hombres y en la tradición de la Iglesia”.
El decreto tridentino declara canónicos todos los Libros Sagrados íntegros y con todas sus
partes, tal como venían leyéndose en la Iglesia católica y se contienen en la Vulgata latina, y la
razón de esto hay que buscarla en la guerra que los protestantes habían declarado contra la
Vulgata, acusándola de estar llena de errores.

Valor del decreto.- Antes del concilio Tridentino, los documentos eclesiásticos se
limitaban a exponer la doctrina de la Iglesia sobre la canonicidad de los Libros Sagrados. El
decreto tridentino, en cambio, constituye una verdadera definición dogmática, como se ve por el
anatema lanzado contra los que negaren el canon completo de la Escritura.
Esta verdad podía, ya antes del concilio Tridentino, ser considerada como verdad de fe,
por el hecho de estar claramente enseñada por la Tradición. Mas la definición del concilio
Tridentino la ha convertido en verdad de fe católica, de tal modo que en adelante, si alguno
osase dudar o negar la canonicidad de algún libro sagrado o de alguna parte de él, sería
considerado como hereje. Según esto, el católico podrá discutir críticamente la autenticidad de
un libro o de un trozo de algún escrito sagrado, pero no su canonicidad.

Extensión de la canonicidad.- El concilio Tridentino declara canónicos a todos los


Libros Sagrados íntegros y con todas sus partes. La frase todos los libros se refiere a los que
acaba de mencionar, es decir, a todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, sin
distinción de protocanónicos y deuterocanónicos. El inciso íntegros hace referencia a las partes
deuterocanónicas de Daniel y Ester, que eran rechazadas por los protestantes, y también a
algunos fragmentos evangélicos discutidos por los protestantes e incluso por algunos católicos.
La expresión con todas sus partes viene a ser una explicación del adjetivo “íntegros” y se
refiere principalmente a todas las partes de la Sagrada Escritura que eran discutidas. (1)

¿Cuál fue el proceso mediante el cual la iglesia llegó confiadamente a reconocer los libros
que Dios quiso que formaran parte del Nuevo Testamento?

Se consideraron cuatro elementos.


1. Apostolicidad: Autoridad y peso Apostólico. Escrita por un apóstol o por alguien que
sostenía una relación cercana con él

2. Contenido: Fluidez del idioma y del escrito, estuviera la base del griego de Palestina de
Jesús.
Tenía que manifestar un carácter verídico, histórico, espiritual y, sobre todo, de acuerdo
con la sana doctrina.
La preeminencia de Cristo y correlación con los principios de Jesús.

3. Universalidad: Posiciones sustentadas por comunidades. Aceptación de la obra por las


iglesias en general.

4. Inspiración. Esta era la prueba final. Sería totalmente incongruente que el mismo Espíritu
Santo, quien supervisó la escritura de una obra, no ayudara a la iglesia a discernir entre lo
genuino y lo espurio. Ese ministerio del Espíritu condujo a la aceptación armoniosa y al final
unánime, de los libros del Nuevo Testamento. (8)

En la actualidad
La posición actual

Así creció y se fijó el canon del NT en la forma en que ahora lo conocemos. En el ss.
XVI, tanto el cristianismo romano como el protestante, después de debatir la cuestión,
reafirmaron su adhesión a las tradiciones, y la iglesia romana aun más recientemente ha
recalcado su plena adhesión a ellas. También el protestantismo conservador sigue utilizando el
canon tradicional, y los representantes de la teología liberal generalmente se ajustan al mismo
también.

La inclusión de documentos en el canon representa el reconocimiento de la autoridad de


los mismos por parte de la iglesia cristiana. No hubo ningún canon en los primeros tiempos
debido a la presencia de los apóstoles o sus discípulos, y porque estaban las tradiciones orales
vivientes. Ya para mediados del ss. II los apóstoles han fallecido, pero sus memorias y otros
monumentos atestiguan su mensaje; simultáneamente han aparecido herejías, y porque estas
invocan teorías teológicas o nuevas inspiraciones, se hizo indispensable una renovada apelación
a la autoridad de la ortodoxia, y una más ajustada definición de lo que se entendía por libros
autorizados. Así el evangelio cuádruple y el corpus paulino, que ya tenían amplia difusión, se
declaran escriturales, juntamente con algunas otras obras de pretendida paternidad apostólica.

El proceso de reconocimiento continúa mediante la discusión doctrinal y erudita hasta


que, en la gran era de la cristalización intelectual y eclesiástica del cristianismo, queda
completado el canon. Se utilizaron tres criterios, sea en el ss. II o en el IV, para establecer que
los documentos escritos constituyen el verdadero testimonio de la voz y del mensaje apostólico.

En primer lugar, su atribución a los apóstoles: esto no resuelve todos los casos; los
evangelios de Marcos y Lucas se aceptaban como obras de hombres íntimamente asociados con
los apóstoles.

En segundo lugar, el uso eclesiástico: vale decir, el reconocimiento por una iglesia
destacada o por una mayoría de iglesias. Por este método fueron rechazados muchos apócrifos,
algunos posiblemente inocuos, y que quizás contenían auténticas tradiciones de las palabras de
Jesús, aunque muchos más eran meras invenciones; pero ninguno de ellos, hasta donde pudiera
establecerse habían sido aceptados por la mayoría de las iglesias.

En tercer lugar, congruencia con los postulados de la sana doctrina: sobre esta base, el
cuarto evangelio al principio despertó ciertas dudas, pero finalmente fue aceptado; o, para citar
un caso inverso, el Evangelio de Pedro es rechazado por Serapión de Antioquía debido a sus
tendencias docéticas, a pesar de atribuirse autoridad apostólica. De esta manera, la historia de la
evolución canónica de las Escrituras del NT demuestra que dicho canon resulta ser una
colección atribuida a los apóstoles o sus discípulos, colección que en el concepto de la iglesia en
los primeros cuatro siglos de la era cristiana recibió así correctamente esa atribución, porque
declaraba y definía adecuadamente la doctrina apostólica, de manera que sus partes integrantes
habían sido o eran consideradas adecuadas para ser leídas públicamente en el culto divino.

Cuando se comprende esto, con el crecimiento gradual y el carácter heterogéneo del


canon, podemos discernir fácilmente por qué hubo, y hay todavía, problemas y dudas acerca de
ciertas obras incluidas en el mismo. Pero aceptando estos tres criterios como suficientes, el
cristianismo protestante ortodoxo no halla razones hoy para rechazar las decisiones de
generaciones anteriores, y acepta el NT como un registro completo y autorizado de revelación
divina, tal como fue declarada desde tiempos remotos por hombres elegidos, dedicados, e
inspirados.

Importancia actual del asunto del canon

En la teología actual, de marcada tendencia eclesiológica, ha adquirido gran importancia


el problema del canon de las Sagradas Escrituras. Varios han sido los que han tratado la
cuestión; e aquí las ideas de dos destacados escritores del siglo XX, K. Rahner y N. Lohfink por
la relativa novedad que representan.
       
KARL RAHNER, teólogo católico más importante del siglo XX. Los Libros Sagrados
proceden de modo vital de la vida íntima de la Iglesia naciente. Y en cuanto tales constituyen
una manifestación de la vida de la Iglesia. Cuando la Iglesia apostólica consigna por escrito su
fe, su espíritu, su tradición, su vida íntima, crea la Sagrada Escritura. Y ésta es, según Rahner,
un elemento constitutivo de la Iglesia.
       
Por el hecho mismo de que los Libros Sagrados sean un producto de la vida íntima de la
Iglesia primitiva se puede deducir que la Iglesia esté en inmejorables condiciones para conocer
la inspiración de ellos. La Iglesia, por una cierta connaturalidad, advirtió que dichos escritos
estaban en perfecta conformidad con su naturaleza y que eran al mismo tiempo “apostólicos”, es
decir, como un pedazo de la vida de la Iglesia primitiva.

La Iglesia, en cuento custodia del depósito de la fe, recibió del Espíritu Santo el don de
discernir lo que realmente pertenece a dicho depósito. Y este acto de discernimiento, según
Rahner, pudo ser hecho incluso después de la época apostólica, sin necesidad de admitir una
nueva revelación o una afirmación explícita de los apóstoles. Pero esto sólo lo podía hacer la
Iglesia con absoluta certeza en cuanto que era dirigida por el Espíritu Santo. De hecho, la Iglesia
sólo en el siglo IV reconoció como inspirados y canónicos todos los libros de la Biblia, lo que
resultaría difícil de explicar en el caso de admitir una revelación explícita sobre la inspiración de
cada libro sagrado transmitida por los apóstoles.

Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, Rahner admite que la Iglesia recibió de la
sinagoga un cierto canon. Pero la sinagoga no poseía una autoridad doctrinal infalible para
determinar con absoluta certeza el canon. Además, el canon del Antiguo Testamento no podía
considerarse como definitivamente cerrado antes del nacimiento de la Iglesia. Esta, en cuento
heredera y continuadora legítima del pueblo elegido, cuya historia consideraba como su propia
prehistoria, podía proseguir y concluir la formación oficial del canon del Antiguo Testamento.

Esto explicaría por qué la Iglesia pudo aceptar en el canon del Antiguo Testamento los
libros deuterocanónicos y por qué introdujo en el canon diversos libros del Nuevo Testamento
sobre cuya autenticidad y canonicidad habían surgido graves dudas en los primeros siglos de la
Iglesia. (9)
   
NORBERT LOHFINK, es doctor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y uno de los
más renombrados especialistas europeos en el Antiguo Testamento.

En un artículo publicado en la revista Stimmen der Zeit, (10) presenta algunas ideas que
tienen importancia para comprender mejor la cuestión del canon. El canon presupone un largo
proceso de formación, pues los diversos libros son tan sólo partes integrantes de todo el
complejo. Una vez juntadas estas partes integrantes para formar el complejo total de la Biblia,
ya no pueden tener existencia separada e independiente, sino que se condicionan mutuamente.

Esto significa que el sentido final y decisivo de cada libro y de cada una de las
enseñanzas que contienen depende del contexto total en el que han sido introducidos. Este
contexto ese el de la revelación entera, que estuvo en progreso continuo y llegó a su fin sólo con
la promulgación del canon de la Sagrada Escritura.

El Nuevo Testamento es la última etapa de este progreso y es el que da la clave para la


perfecta inteligencia de todo el complejo y de cada una de sus partes.

        La colección o reunión de todos los Libros Sagrados en el canon, con lo cual quedó
constituido como norma de la Iglesia, confirió a estos libros una nueva orientación, una
finalidad y un intencionalidad nuevas, que fueron consideradas como definitivas para la
comunidad de los files. Cristo y los apóstoles dieron al Antiguo Testamento el sentido último y
definitivo.

       La inspiración de las Escrituras presupone un largo proceso que empezó en el A. T. Y


terminó en el Nuevo. Este largo proceso estuvo siempre ordenado a la composición de todo el
complejo de la Biblia. Dentro de este complejo, los libros y las doctrinas particulares reciben su
sentido definitivo del contexto de todo el conjunto.

        En efecto, la inspiración y la interpretación del a Sagrada Escritura finalizó con el


último libro del N. T. Y con la inclusión de todos los libros inspirados en el canon. Desde
entonces se puede afirmar que la inerrancia pertenece a la Sagrada Escritura como un todo
indivisible y formando una unidad intrínseca. 

Recapitulación

Podemos hacer una recapitulación siguiendo individualmente los vaivenes de cada uno
de los libros del NT. Los cuatro evangelios circularon con relativa independencia hasta la
formación del canon cuádruple. Marcos fue aparentemente eclipsado por sus dos “expansiones”,
pero no sumergido. Lucas, a pesar de los auspicios de Marción, no parece haber encontrado
oposición. Mateo desde muy temprano adquirió aquella posición predominante que ocupó hasta
la moderna era de erudición.

Juan fue un caso algo diferente, pues a fines del ss. II tuvo bastante oposición, entre los
cuales se pueden mencionar los denominados Alogoi y el presbítero romano Gayo como
ejemplos; esto, sin duda, se debió a algunas dificultades que aún subsisten en torno a ciertos
aspectos de su trasfondo, origen, y circulación inicial. Una vez aceptado, su prestigio aumentó
constantemente, y llegó a ser de inmenso valor para dilucidar las grandes controversias y
definiciones doctrinales.

Los Hechos de los Apóstoles no se prestaban para ser utilizado en la liturgia o la


controversia; no aparece con mucha frecuencia hasta después de la época de Ireneo; desde ahí
en adelante ocupa su lugar firmemente como parte integrante de las sagradas Escrituras. El
corpus paulino fue reconocido ampliamente como parte de las Escrituras desde los primeros
tiempos. Aparentemente Marción no aceptaba las epístolas pastorales; aparte de esta objeción
no tenemos noticias de ninguna duda respecto a ellas, y ya Policarpo las considera autorizadas.

Por otra parte, Hebreos siguió siendo objeto de disputa por varios siglos. En el E, se
sabe que Panteno y Clemente de Alejandría discutieron los problemas críticos de su paternidad
literaria; Orígenes solucionó la cuestión dando por sentado que aquí el pensamiento paulino fue
expresado por un autor anónimo; Eusebio y algunos otros informaron acerca de las dudas de
occidente, pero después de Orígenes la carta fue aceptada en el E. Es de notar que la carta ocupa
el primer lugar después de Romanos en el papiro (p46) de Chester Beatty perteneciente al ss. III.

En occidente persistieron las dudas desde los primeros tiempos: Ireneo no la aceptó
como paulina, Tertuliano y otras fuentes africanas le dan poca importancia, “Ambrosiáster” no
escribió ningún comentario sobre ella, actitud que fue seguida por Pelagio.

Los concilios de Hipona y Cartago separan Hebreos del resto de las epístolas paulinas
en su enumeración canónica, y Jerónimo informa que en sus días la opinión de Roma seguía
siendo contraria a su autenticidad. La cuestión no se consideró solucionada hasta un siglo
después aprox. El corpus de las epístolas universales es, evidentemente, una creación tardía,
posterior al establecimiento de la estructura esencial del canon a fines del ss. II.

La constitución exacta del mismo varía de iglesia en iglesia, y de un Padre de la iglesia


a otro. La primera epístola de Juan ocupa un lugar seguro desde los tiempos de Ireneo; la
segunda y la tercera se mencionan poco, y a veces (como en el canon muratorio) persiste la
duda sobre si se hace referencia a ambas. Por supuesto que esto podría atribuirse a su poco
volumen o aparente falta de valor teológico.

La primera epístola de Pedro también tiene su lugar, aunque menos seguro (nótense, sin
embargo, las ambigüedades del canon muratorio); la segunda todavía figuraba entre los “libros
discutidos” en la época de Eusebio.

La posición de Santiago y Judas fluctúa según la iglesia, la época, y el discernimiento


individual. (Aquí podemos observar que Judas y 2 Pedro están agrupadas en una desigual
colección de literatura religiosa en un solo volumen en un papiro de la colección de Bodmer.)
Para ser incluidos en este corpus parecerían haber rivalizado con todas ellas obras tales como el
Pastor, Bernabé, la Didajé, la “correspondencia” elementina, todas las cuales parecen haber
sido reconocidas y utilizadas esporádicamente como escriturales.

El Apocalipsis de Juan sufrió oposición en dos oportunidades: una vez en el ss. II por
su aparente apoyo a las pretensiones de Montano a la inspiración profética, y otra vez al final
del ss. III por razones críticas, por comparación con el Evangelio de Juan, en la controversia
entre los Dionisios de Roma y Alejandría. Ambas especies de dudas contribuyeron a mantener
la desconfianza en que fue tenido por las iglesias griegas, y su muy tardía aceptación en las
iglesias siriaca y armenia.

En el O, contrariamente, muy pronto se le acordó un lugar prominente; fue traducido al


latín en por lo menos tres ocasiones, y se le dedicaron numerosos comentarios a partir de
Victorino de Pettau (martirizado en el 304).

Fuentes Bibliográficas

(1) Notabibliográfica “NOCIONES PRELIMINARES” Tomado de Manuel de Tuya – José Salguero


Introducción a la Biblia, Tomo I Biblioteca de Autores Cristianos Madrid, 1967, pp. 323-381

(2) Cf. Eusebio, Histo. Eccl. 3,25,4; San Cirilo de Jerusalén, Catech. 4,33.

Cf. Bibliotheca Sancta ex praecipuis catholicae Ecclesiae auctoribus collecta (Nápoles


(3)
1742) vol. 1, 2s.

“CANON DEL NUEVO TESTAMENTO” Nelson, Wilton M.; Mayo, Juan Rojas: Nelson Nuevo
(4)
Diccionario Ilustrado De La Biblia. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1998

(5) “CANON DEL NUEVO TESTAMENTO” Douglas, J.D.: Nuevo Diccionario Biblico : Primera
Edicion. electronic ed. Miami : Sociedades Biblicas Unidas, 2000

(6) Fechas tomadas de la Biblioteca Mundo Hispano, Comentario Bíblico Mundo Hispano.

El problema de las escrituras “Marción y el Nuevo Testamento” Tomado de HISTORIA DEL


(7)
CRISTIANISMO I Guía para el Bachillerato en estudios bíblicos, Pablo Derios

(8) “CANOCIDAD”, El canon del Nuevo Testamento, Dennis J. Mock: Perspectiva General de Doctrina
Bíblica. Georgia, E.U.A. 1.995

(9)Cf. K. Rahner, Über die Schriftinspiration. Questiones disputatae I (Herder, Friburgo de Br. 1958) p.
58.

(10) Cf. Über die Irrtumslosigkeit und die Einheit der Schrift, Stimmen der Zeit 174 (1964) 161-181.

Trabajo realizado por:


Edgar J. Yegres Ch.
aionion7@hotmail.com

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