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En la Edad Media
Erasmo
EL Cardenal Cayetano
La posición de Lutero
El Concilio de Trento
Ocasión del decreto
Finalidad y objetivos del decreto
Valor del decreto
Extensión de la canonicidad
Proceso mediante el cual la iglesia llegó confiadamente a reconocer los libros del Nuevo
Testamento
En la Actualidad
La Posición Actual
Importancia actual del asunto del canon
Recapitulación
Fuentes Bibliográficas
Introducción
La teología bíblica exige como su presuposición una cantidad fija de literatura bíblica;
su número ha sido fijado, desde la era de las grandes controversias teológicas, por el canon del
N.T.
En sentido figurado, modelo que permite fijar las normas, especialmente de los libros
clásicos; guía, norma (Gá. 6:16; Fil. 3:16), doctrina cristiana ortodoxa, en contraste con la
heterodoxia o la lista de libros reconocidos por la iglesia como Escrituras inspiradas,
normativas de la fe y la práctica. Los Padres de la Iglesia fueron los primeros que emplearon
esa palabra con ese significado específico fue utilizada posiblemente por primera vez por
Atanasio, el obispo de Alejandría, en el año 367. A finales del siglo IV esa acepción de la
palabra era común tanto en las iglesias del Oriente como en las del Occidente, como puede
constatarse en la lectura de las obras de Gregorio, Prisciliano, Rufino, San Agustín y San
Jerónimo. Después de San Atanasio, el término se hace común entre los escritores griegos y
latinos. (1)
Nuestra comprensión, pues, de aquello que constituye inspiración requiere no sólo que
fijemos el texto de la Escritura y que analicemos la historia interna de los libros sagrados, sino
que, a la vez, determinemos con la mayor exactitud posible la evolución del concepto de canon
y la del canon mismo.
Canonicidad e inspiración
Si bien los términos canónico e inspirado son equivalentes bajo muchos conceptos, sin
embargo, canonicidad e inspiración se distinguen formalmente. De hecho, todos los libros
canónicos están inspirados, y parece que no existe ningún libro inspirado que no haya sido
recibido en el canon de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, un libro es inspirado por el hecho
de tener a Dios por autor, y canónico, en cuanto que fue reconocido por la Iglesia como
inspirado.
Esta es la doctrina enseñada por el concilio Vaticano I: “La Iglesia tiene los (libros del
Antiguo y Nuevo Testamento) por sagrados y canónicos no porque, habiendo sido escritos por
la sola industria humana, hayan sido después aprobados por su autoridad, ni sólo porque
contengan la revelación sin error, sino porque, habiendo sido escritos por inspiración del
Espíritu Santo, tienen a Dios por autor, y como tales han sido entregados a la misma Iglesia”.
Lo mismo afirma León XIII en su encíclica Providentissimus Deus (18 noviembre 1893) y Pío
XII en la encíclica Divino afflante Spiritu (30 septiembre 1943). (1)
La distinción es legítima sólo desde el punto de vista histórico, del tiempo, en cuanto
que los libros deuterocanónicos fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras sólo
más tarde a causa de ciertas dudas surgidas a propósito de su origen divino.
Los escritores eclesiásticos griegos suelen designar los libros protocanónicos con el
término “homologoúmenoi”, o sea libros “universalmente aceptados”, y los deuterocanónicos
con las palabras “antilegómenoi”, es decir, libros “discutidos”, o también con
“amfiballómenoi”, a saber, libros “dudosos”. (2)
Sin embargo, en el siglo XVI fue Sixto de Siena (+ 1596) el primero que empleó los
términos protocanónicos para designar los libros que ya desde un principio fueron recibidos en
el canon, pues todos los consideraban como canónicos, y deuterocanónicos, para significar
aquellos libros que, si bien gozaban de la misma dignidad y autoridad, sólo en tiempo posterior
fueron recibidos en el canon de las Sagradas Escrituras, porque su origen divino fue puesto en
tela de juicio por muchos. (3)
Los libros deuterocanónicos son siete en el Antiguo Testamento y siete también en el Nuevo
Testamento:
En el Nuevo Testamento: Epístola a los Hebreos, epíst. de Santiago, epíst. 2 de San Pedro,
epíst. 2-3 de San Juan, epíst. de San Judas y Apocalipsis. También es bastante frecuente
considerar como deuterocanónicos los fragmentos siguientes de los Evangelios: Mc 16,9-20; Lc
22,43-44; Jn 7,53-8,11. Sin embargo, las dudas acerca de estos textos han surgido tan sólo en
nuestros días entre los críticos, por el hecho de que dichos pasajes faltan en algunos códices y
versiones antiguas. (1)
Al realizar dicha investigación, especialmente tratándose del período más antiguo, se
deben distinguir claramente tres cuestiones: el conocimiento de un libro dado a conocer por un
determinado Padre de la iglesia o fuente; la actitud asumida hacia dicho libro como Escritura
inspirada por parte de dicho Padre o fuente (lo cual puede deducirse por las fórmulas
introductorias que se utilizan, como ser, “Escrito está” o “Como dice la Escritura”); y la
existencia del concepto de una lista o canon donde figura la obra citada (lo que se verá, no
solamente por las listas mismas, sino también por la referencia a “los libros” o a “los apóstoles”
cuando se trata de un corpus literario).
La enseñanza de Jesús fue, hasta donde sabemos, exclusivamente por vía de la palabra
hablada y el ejemplo. Durante 15 ó 20 años después de la muerte y resurrección de Jesucristo,
sus discípulos predicaron el evangelio de la misma forma
Desde luego, estas palabras del Señor no eran citas de ningún documento, puesto que
los Evangelios aún no se habían escrito.
Esta literatura en parte era histórica (los cuatro evangelios y los Hechos) y en parte
epistolar (cartas de San Pablo y de otros apóstoles).
La amplia región cubierta por Pablo durante sus viajes misioneros hizo que debiera
comunicarse por escrito con algunas de las congregaciones que tenían problemas o planteaban
dudas.
La certeza sobre la naturaleza inspirada y, por tanto, la autoridad divina de los escritos
de los apóstoles y sus discípulos – a la par de aquéllas del Antiguo Testamento - aparece ya en
libros que habrían de formar parte del canon del Nuevo Testamento.
Además, tanto Mateo como Lucas aportaron dichos y hechos que no aparecen en
Marcos ni en la presunta fuente común. Es probable que Mateo y Lucas se hayan completado
antes del año 67 y 68 d. de J.C. En realidad, Lucas escribió una obra en dos partes: la primera
es el Evangelio y la segunda el libro de los Hechos de los Apóstoles, que finaliza con Pablo
predicando en Roma, y no menciona la muerte de este Apóstol ni la de Pedro, ocurrida en el
tiempo de Nerón.
Otros escritos del Nuevo Testamento, como la primera epístola de Pedro 63 o 64 d. de
J.C. y la segunda 65 d. de J.C. La carta a los Hebreos 67 d. de J.C, probablemente datan de la
misma época. El Evangelio de Juan 85 y 95 d. de J.C, las cartas atribuidas a este apóstol 1,2 y 3
de Juan 80 y 90 d. de J.C y el Apocalipsis 95 y 96 d. de J.C se habrían escrito hacia fines del
mismo siglo I. (6)
A finales del siglo I los primeros autores postapostólicos “Los Padres apostólicos” no
suelen citar los Libros Sagrados del Nuevo Testamento por los nombres de sus autores. Pero
equiparaban la autoridad de «las Escrituras» (o Antiguo Testamento) y «los dichos del Señor
Jesús», o «las palabras de los santos profetas» y «el mandamiento del Señor transmitido por los
apóstoles», en sus escritos los cuales están plagados de citas y de alusiones al Nuevo
Testamento, lo cual indica la gran veneración y reverencia que tenían de estos escritos, de tal
modo que sus testimonios son considerados como ciertísimos.
En los escritos de dichos Padres se encuentran citas de casi todos los Libros del N. T.,
si exceptuamos las epístolas de Filemón y 3 Jn
La Didajé (hacia el año 90 d.C.) cita frecuentemente a Mt, y parece conocer a Lc, 1 Tes, 1 Pe,
Jds, y quizá Jn y Act 15.
San Clemente Romano (hacia 96) emplea Mt, 1-2 Tim, Tit, Hebr, y probablemente Lc, Act, 1
Cor, Rom, 1-2 Pe, Sant.
Epístola de Bernabé (hacia 98) cita a Mt, Rom, Col, 2 Tim, Tit, 1 Pe, y probablemente también
conocía Jn.
Es un tratado de autor y lugar de composición desconocidos (probablemente escrito hacia 130),
destinado a mostrar cómo el plan de salvación establecido en el Antiguo Testamento se cumple
en Cristo. Su autor reproduce unos pocos textos que aparecen en el Evangelio de Mateo, entre
ellos Mateo 22:14, al cual antepone la fórmula “está escrito” (Epístola de Bernabé IV: 14).
San Ignacio de Antioquia (año 107) emplea en sus escritos Mt, Lc, Jn, Act, 1 Tes, Gál, 1 Cor,
Rom, Col, Ef, Hebr. En sólo tres ocasiones escribió Ignacio “Está escrito”, y en todas ellas se
refiere al Antiguo Testamento. Con respecto al Nuevo Testamento, conoció el evangelio de
Mateo y probablemente el de Juan, además de varias epístolas de Pablo.
San Policarpo (hacia el año 108) alude en su carta a Mt, Mc, Lc, Jn, Act, 2 Tes, Gál, 1-2 Cor,
Rom, Col, Ef, Fil, 1-2 Tim, Hebr, Sant, 1 Pe, 1 Jn.
Papías (hacia 110) es el primero que da los nombres de los autores de Mt, Mc, Jn, y refiere algo
acerca del origen de los evangelios. También conocía 1 Pe, 1 Jn, Apoc.
Papías amaba la tradición oral y escribió un extenso tratado con el título Exposición de las
sentencias del Señor. En los fragmentos conservados hay una defensa de la autoridad de los
Evangelios de Mateo y Marcos, aunque sin ninguna idea clara de canonicidad.
Arístides Ateniense (hacia 140), en su Apología c. 15, narra la vida de Jesús, y afirma que la
venida de Jesucristo puede ser conocida por los escritos evangélicos. También cita Mt, Jn, Act,
Rom, 1 Tim, Hebr, 1 Pe.
El Pastor de Hermas (hacia 140- 155) hace uso de Mt, Mc, Lc, Jn, Act, 1 Tes, 2 Cor, Rom, Ef,
Fil, Hebr, Sant, 1-2 Pe, Apoc.
El Martyrium Polycarpi (hacia 150) se sirve de Mt, Jn, Act, Apoc y quizá Jds.
Hacia 150 d.C., sin embargo, Papías, el autor de 2 Clemente y otros escritores
patentizan conocer varios Evangelios, los cuales figuraban, según parece, entre los cuatro
incluidos en nuestro canon.
Al principio (Justino Mártir, ca. 155, propuso leer los «recuerdos de los apóstoles» en
los cultos) este canon constaba solo de Evangelios, pero no tardó en formarse un segundo
núcleo (escritos apostólicos). Cita con frecuencia los evangelios de Mt y Jn. Habla también
explícitamente del Apocalipsis, atribuyéndolo a San Juan Apóstol. Conoce igualmente Act y
todas las epístolas de San Pablo, Sant, 1-2 Pe, 1 Jn.
Hacia 170, Taciano compuso una narración continua de la vida de Jesús (Diatessaron)
en la que utilizó estos cuatro, sin excluir materia apócrifa. Conscientes de la distancia que los
separaba de los tiempos apostólicos, los cristianos se dieron cuenta de la necesidad de definir
un segundo canon. Las Iglesias de Siria lo usaron hasta el siglo V. Taciano conoce también Act,
1 Cor, Rom, Hebr, Tit, Apoc.
Epístola de las iglesias Lugdunense y Vienense (hacia 177), que nos demuestra que en
la Galia eran conocidos Lc, Jn, Act, Rom, Ef, Fil, 1 Tim, 1 Pe, 1 Jn, y muy probablemente
Hebr, 2 Pe, 2 Jn. Es citado el Apoc como “Escritura”.
San Teófilo Antioqueno (hacia el año 180) considera a los evangelistas como
inspirados, y cita a Mt y Lc. También afirma que Juan, fue el autor del cuarto Evangelio. Se
sirve de casi todas las epístolas de San Pablo, y en algunos lugares cita la epístola a los Rom y
la 1 Tim con la fórmula: “la palabra divina” (gr. “ho theios logos”).
Hacia 160–180 las iglesias corrigieron la lista, añadiéndole los otros tres Evangelios de uso
popular, y Hechos y Apocalipsis; así llegaron a trece las cartas paulinas. (1)
Era un gran admirador de Pablo, (según él, el único que entendió la enseñanza de
Jesús). Marción se consideraba el único intérprete de los escritos paulinos y expresaba que
Pablo había liberado a los cristianos de la Ley de Moisés, de las escrituras judías.
Comenzó a predicar la doctrina de la existencia de dos Dioses: el AT era obra del Dios
justo, el Creador, juez severo de los hombres; Jesús era el emisario del Dios bueno (o
bondadoso), superior al Dios justo, enviado para liberar a los hombres de la servidumbre
impuesta por aquel otro Dios. Crucificado por la malicia del Dios justo, pasó su evangelio,
primeramente a los Doce, quienes no lograron mantenerlo libre de la corrupción, y luego a
Pablo, el único predicador de este mensaje
Marción fue denunciado por Justino Mártir como un “agente del diablo” y fue
duramente resistido por Tertuliano. Esta acción de este hereje y de sus enseñanzas tuvo
resultados beneficiosos porque forzó y aceleró la formación del canon eclesiástico, ya en
marcha, por parte de los Padres de la Iglesia.
Por lo tanto Marción hizo más bien que daño al desarrollo del cristianismo. (7)
Ireneo a Eusebio
En la segunda mitad del ss. II, como ya se ha indicado, aparecen claras evidencias del
concepto de un canon, aunque no todos los libros hoy incluidos en el canon eran aceptados en
todas las iglesias por igual. Ireneo de Lyon, en su obra Contra Pelag las herejías, citó como
canónicos veintidós escritos del Nuevo Testamento nuestro, más el Pastor de Hermas, pero
tenía reservas respecto a Hebreos, 3 Juan, 2 Pedro, Santiago y Judas. Exhibe suficientes pruebas
de que ya para su época, el evangelio cuádruple era algo axiomático, comparable con los cuatro
puntos cardinales y los cuatro vientos. Cita el libro de Hechos, a veces explícitamente, como
Escritura sagrada.
De Roma procedió también el canon del Fragmento Muratoriano (por haber sido su
primer editor Ludovico Muratori). (ca. 195). Hipólito cita la mayoría de los libros del NT, y
habla explícitamente de dos testamentos, de un evangelio cuádruple, el reconocimiento de las
epístolas paulinas, el conocimiento de algunas epístolas universales, los Hechos de los
Apóstoles, y Apocalipsis de Juan
La parte que queda del documento contiene una lista de escritos del NT y no se
limitaba a una simple enumeración de los libros; traía algunas observaciones referentes a su
origen, datos sobre el autor y los destinatarios de los libros incluidos y explicaba por qué se
rechazaron otros libros (p. ej., las Epístolas de «Pablo» a los laodiceos y a los alejandrinos).
Incluyó en el NT, cosa curiosa, la Sabiduría de Salomón y el Apocalipsis de Pedro; este y el
Pastor, no obstante, se recomendaba más para la lectura particular que para el culto público. (4)
Una referencia al origen reciente del Pastor de Hermas lo coloca entre los años 170 y
210 d.C. Aprox. Resulta altamente significativa la fecha de este documento, no sólo por ser
prueba de la existencia en esa época de un concepto de amplias proyecciones en cuanto al
canon, sino también de las incertidumbres marginales, las omisiones, y la inclusión de escritos
posteriormente rechazados como apócrifos.
Policarpo de Esmirna
Policarpo de Esmirna, obispo y mártir (ca. 69-155), fue discípulo del Apóstol Juan.
Policarpo fue el destinatario de una de las cartas de Ignacio y él mismo escribió a los cristianos
filipenses una epístola que se ha conservado, cuya fecha aproximada (entre 107 y 108) es
cercana al martirio de Ignacio.
Aunque Policarpo no los llama “Escritura” y sólo emplea la fórmula “está escrito” con
referencia a Efesios 4:26 (en XII: 4)
Al igual que su amigo y colega Ignacio antes que él, Policarpo establece una clara
diferencia entre la autoridad de su propia enseñanza y la del Apóstol Pablo:
Todo esto, hermanos, que os escribo sobre la justicia, no lo hago por propio impulso,
sino porque vosotros antes me incitasteis a ello. Porque ni yo ni otro alguno semejante a mí
puede competir con la sabiduría del bienaventurado y glorioso Pablo, quien, morando entre
vosotros, a presencia de los hombres de entonces, enseñó puntual y firmemente la palabra de la
verdad; y ausente luego, os escribió cartas, con cuya lectura, si sabéis ahondar en ellas, podréis
edificaros en orden a la fe que os ha sido dada. Esa fe es madre de todos nosotros, a condición
que la acompañe la esperanza y la preceda la caridad...
(Carta de Policarpo a los filipenses, III: 1-3. Traducción de Daniel Ruiz Bueno,
Padres Apostólicos. Edición bilingüe completa, 4ª Edición. Madrid: BAC,
1979, p. 663; negritas añadidas).
Orígenes (185 a 254). Teólogo, exegeta, y erudito bíblico recibió educación cristiana
en el hogar paterno y fue discípulo de Clemente de Alejandría en la Escuela Catequética de esa
ciudad. Orígenes fue un autor extraordinariamente prolífico (se dice que dictaba a varios
escribas a la vez) pero lamentablemente muy poco de su amplia producción ha sobrevivido.
Admite todos los 27 libros del Nuevo Testamento, considerándolos como canónicos.
Aunque conoce las dudas de algunos escritores de aquella época acerca de la canonicidad de 2
Pe, de 2-3 Jn y de Jds, sin embargo, no hace caso de ellas y admite en su canon todas las
epístolas. Por el contrario, conociendo igualmente los apócrifos, no los recibe en el canon de los
Libros Sagrados. A pesar de ciertas dudas persistentes con respecto a algunos de los escritos
más breves, la contribución de Orígenes es un avance hacia el reconocimiento final del Nuevo
Testamento tal como ha llegado a nosotros.
Con la creciente divulgación de los diferentes escritos, y con más tiempo para conocer
a fondo su valor relativo, en el ss. IV quedó establecido el canon dentro de los límites que hoy
conocemos, tanto en el sector occidental como en el oriental del cristianismo.
En el Oriente el canon se estableció por decisión del concilio de Cartago en el año 397,
cuando se convino en aceptar una lista idéntica a la de Atanasio “la trigésimo novena Carta
pascual (367)”. Alrededor de la misma época varios autores latinos demostraron interés en el
establecimiento de los límites del canon del NT: Prisciliano en España, Rufino de Aquilea en la
Galia, Agustín en África del N (cuyas opiniones contribuyeron a las decisiones en Cartago),
Inocente I, obispo de Roma, y el autor del decreto seudogelasiano. Todos sostienen las mismas
ideas.
Algunas de las etapas principales en la aceptación del canon del Nuevo Testamento. El
canon actual (derecha) fue aceptado en Occidente en el 397 d.C (5)
El canon siríaco
La formación del canon en las iglesias de habla siriaca fue notablemente distinta.
Excepcionalmente, las iglesias de habla siríaca siguieron un proceso más lento para llegar al
canon actual
Es probable que las primeras Escrituras conocidas en dichos círculos fueran, además
del AT, el Evangelio según los hebreros, que dejó su marca sobre el Diatesarón cuando este
ocupó su lugar como el evangelio del cristianismo siriaco. Es probable que Taciano también
introdujera las epístolas paulinas, y quizás, incluso, Hechos: estas tres se mencionan como las
Escrituras de la iglesia siriaca primitiva por la Doctrina de Addai, documento del ss. V que en
sus relatos de los comienzos del cristianismo en Edesa mezcla leyendas con la tradición
fidedigna.
La etapa siguiente en la tarea de lograr una mejor alineación del canon siriaco con el
griego fue la reparación de los “evangelios separados” Evangelion da-Mefarreshe) para
reemplazar al Diatesarón, aunque esto no se llevó a cabo con mucha facilidad. La Peshitta
(textualmente una edición parcialmente corregida del Evangelion da-Mefarreshe) apareció en
algún momento del ss. IV; contiene, además del cuádruple evangelio, las epístolas paulinas y
Hechos, las epístolas de Santiago, 1 Pedro y 1 Juan, lo que equivale al canon básico aceptado
por las iglesias griegas alrededor de un siglo antes.
Dos versiones de los libros que quedaban del canon que finalmente fue aceptado
aparecieron entre los monofisitas siríacos: la de Filóxeno probablemente se conserva en las
denominadas “Epístolas de Pococke” y el “Apocalipsis de Crawford”, mientras que la posterior
versión de Tomás de Harkel también contiene 2 Pedro, 2 y 3 Juan, y Judas, y la versión de
Apocalipsis publicada por de Dieu proviene, casi seguramente, de esta traducción. Ambas
demuestran por su servil imitación del texto y del lenguaje griegos, además del mero hecho de
su producción, la asimilación cada vez mayor del cristianismo siriaco a un modo griego.
San Jerónimo (+410), El más grande erudito bíblico posterior a Orígenes, Jerónimo
(ca. 342-420) que pasó gran parte de su Vida en Oriente, admite los 27 libros del Nuevo
Testamento., como lo demuestra, por ejemplo, en su Epístola 53 a Paulino, obispo de Nola,
sobre el estudio de las Escrituras:
“Trataré brevemente del Nuevo Testamento. Mateo, Marcos, Lucas y Juan son el equipo
cuádruple del Señor, los verdaderos querubines o depósito de conocimiento (...) El Apóstol
Pablo le escribe a siete iglesias (pues la octava epístola, a los hebreos, no es generalmente
contada con las otras). Instruye a Timoteo y Tito; intercede ante Filemón por su esclavo
fugitivo”...
Los Hechos de los Apóstoles parecen relatar una historia sin adorno y describir la niñez
de la iglesia recién nacida, pero una vez que nos damos cuenta de que su autor es Lucas, el
médico cuya alabanza está en el evangelio, veremos que todas sus palabras son medicinas para
el alma enferma.
Los apóstoles Santiago, Pedro, Juan y Judas produjeron siete epístolas, a la vez
espirituales y concisas.
El Apocalipsis de Juan tiene tantos misterios como palabras. Al decir esto, he dicho
menos de lo que el libro merece...
San Agustín (+430), en su libro De doctrina christiana (año 397), nos ofrece una lista
completa de todos los libros del Nuevo Testamento, idéntica a la que más tarde aceptará el
concilio Tridentino. Fue bajo su influencia que el concilio provincial de Hipona, o sea, el
concilio plenario de toda el África, celebrado en Hipona el 8 de octubre de 393, y los concilios
III y IV de Cartago, de los años 397 y 419, recibieron este mismo canon.
Otro que recibió el canon del Nuevo Testamento como se admitía ya en esa época fue
Agustín de Hipona, quien hacia 397 enumera los mismos libros que Atanasio, aunque en
diferente orden. Empero, la siguiente instrucción del mismo Agustín da testimonio de que el
canon no estaba cerrado más allá de toda duda.
Ahora, con respecto a las Escrituras canónicas, [el intérprete] debe seguir el juicio del
mayor número de iglesias católicas; y entre éstas, desde luego, un elevado lugar debe darse a
aquellas consideradas dignas de ser la sede de un apóstol y de recibir epístolas.
Consecuentemente, entre las Escrituras canónicas juzgará conforme a la siguiente norma:
Preferir aquellas que son recibidas por todas las iglesias católicas a aquéllas que algunas
[iglesias] no reciben.
Entre aquéllas [Escrituras], de nuevo, que no son recibidas por todas, preferirá las que
tengan la sanción del mayor número y de aquellas de mayor autoridad, aquéllas sostenidas por
un número menor o son de menor autoridad. Empero, si hallase que algunos libros son
defendidos por el mayor número de iglesias, y otros por las de mayor autoridad (aunque no es
muy probable que esto ocurra), pienso que en tal caso la autoridad de ambos lados debe ser
considerada como igual.
El [canon] del Nuevo Testamento, de nuevo, es contenido en los siguientes: Cuatro
libros del Evangelio, según Mateo, según Marcos, según Lucas, según Juan; catorce epístolas
del Apóstol Pablo – una a los romanos, dos a los corintios, una a los gálatas, a los efesios, a los
filipenses, dos a los tesalonicenses, una a los colosenses, dos a Timoteo, una a Tito, a Filemón, a
los hebreos; dos de Pedro; tres de Juan; una de Judas; y una de Santiago; un libro de los Hechos
de los Apóstoles; y uno del Apocalipsis de Juan.
Esta última idea es un anacronismo fatal, ya que en el siglo IV la Iglesia de Roma, hoy
conocida como Iglesia Católica, no tenía la autoridad ni el poder que luego se arrogó. Por tanto,
no hubiera podido determinar por sí misma ningún canon, ni siquiera en el supuesto de que lo
hubiera tenido claro.
Lo cierto es que el canon fue reconocido y proclamado no por la Iglesia Católica
romana, sino por la iglesia católica (o universal) antigua, que ciertamente no era gobernada
desde Roma, por más que ésta fuese una sede apostólica de enorme influencia.
De hecho, los obispos de Roma no llevaron la voz cantante en el tema del canon, ni
mucho menos. Aunque según el testimonio de Eusebio hacia principios del siglo IV el consenso
final estaba próximo, fue fundamental la intervención de los obispos africanos, primero
Atanasio y luego Agustín, bajo cuya influencia los sínodos de Hipona (393) y el III y VI de
Cartago, respectivamente de 397 y 419, determinaron los límites del canon.
En los Padres Apostólicos se destaca con claridad la autoridad de las enseñanzas del
Señor y los Apóstoles, y algunos de estos autores emplean las nuevas Escrituras cristianas, pero
todavía no aparece de manera definida la noción de un canon como cuerpo exclusivo de
escritos inspirados.
Los filadelfos juzgaban el “evangelio” por los “archivos” (Ignacio, Filad. 8. 2): 2
Clemente habla de “los libros (Biblia) y los apóstoles” (14.2), contraste que probablemente
equivale a “Antiguo y Nuevo Testamentos”. Aun en casos en que el evangelio era altamente
apreciado (p. ej. Ignacio o Papías) aparentemente se trataba de la forma oral más bien que de la
escrita.
La situación reinante que demuestran estas fuentes era general y continuó hasta el ss.
III. Tanto Tertuliano como Clemente de Alejandría y Orígenes, todos hacen amplio uso de las
Escrituras del NT, ya sea para las controversias, para las discusiones doctrinales, o en el simple
comentario de los libros que la componen. Conocían la mayoría de los libros del canon actual, y
les dieron autoridad canónica; pero perdura cierta duda con respecto a Hebreos, algunas de las
epístolas universales, y el Apocalipsis de Juan.
Encontramos grandes códices, hasta de los ss. IV y V d.C., que incluyen algunas de
estas últimas: el códice sinaítico que contiene todo el Nuevo Testamento e incluye Bernabé y
Hermas; el códice Vaticano que tiene todos los libros del Nuevo Testamento, hasta la epístola
a los Heb; el códice alejandrino presenta todos los libros neotestamentarios e cluye la Primera
y la Segunda Epístolas de Clemente. Claromontano contiene un catálogo de escritos canónicos
en el que no aparece Hebreos, y, no obstante, figuran Bernabé, el Pastor, los Hechos de Pablo,
y el Apocalipsis de Pedro.
La posición de la iglesia en el ss. III ha sido bien resumida por Eusebio (HE 3. 25).
Hace la discriminación entre libros reconocidos (homologoumena), los libros discutidos
(antilegomena), y libros espurios (notha). En la primera clase figuran los cuatro evangelios,
Hechos, las epístolas de Pablo, 1 Pedro, 1 Juan, y (según algunos) el Apocalipsis de Juan; en la
segunda clase coloca (como “discutidos pero no obstante conocidos por la mayoría”) Santiago,
Judas, 2 Pedro, 2 y 3 Juan; y en la tercera clase ubica Hechos de Pablo, el Pastor, el Apocalipsis
de Pedro, la Epístola de Bernabé, la Didajé, el Evangelio según los hebreos, y (según otros) el
Apocalipsis de Juan.
En la Edad Media
El cardenal Cayetano
El cardenal Cayetano (+1534) fue todavía más lejos, pues no solamente dudó de la
autenticidad de esos escritos, sino también de su misma canonicidad.
Los libros dudosos para Cayetano eran: Hebr, Sant, 2-3 Jn y Apoc. Para defender su
postura bastante extremista se apoyaba en la autoridad de San Jerónimo y en el origen
apostólico de los libros: como no constaba claramente del origen apostólico de Hebr, Sant, 2-3
Jn y Jds, Cayetano las considera de menor autoridad; y refiriéndose a la epístola a los Hebr,
concluye: “por lo cual tenemos que si consideramos esta carta –a los Hebreos- en sí misma, no
podríamos resolver con su autoridad, una eventual duda de fe que se nos apareciera”.
Erasmo
En el siglo XVI, Erasmo (+1536) volvió a recordar las dudas que muchos Padres
antiguos habían expresado a propósito del origen apostólico de Hebr, Sant, 2 Pe, 2-3 Jn y Apoc.
Él, sin embargo, nunca puso en duda la canonicidad de dichos libros.
La posición de Lutero
También Lutero (+1546) y los protestantes siguieron criterios propios para juzgar de la
canonicidad e inspiración de los Libros Sagrados. Para Lutero, la autoridad de los Libros Santos
se ha de juzgar en conformidad con su enseñanza sobre Cristo y sobre la justificación por la
sola fe. Por este motivo excluyó del canon la epístola a los Hebreos, la de Santiago, la de Judas
y el Apocalipsis. Pero no todos los reformadores le siguieron en esto. Carlostadio aceptaba
todos los libros del N. T. Zwinglio no admitía el Apoc. En cambio, Ecolampadio rechazaba
todos los libros deuterocanónicos.
EL CONCILIO DE TRENTO
En adelante ya no hubo más controversias entre los católicos acerca de la extensión del
canon del Nuevo Testamento.
Ocasión del decreto.- El motivo de este decreto fueron algunas dudas que existían en
aquel tiempo sobre los libros deuterocanónicos principalmente. El cardenal Del Monte se
expresaba a este propósito de la manera siguiente: “Aliqui debiles sunt et adeo titubantes, ut iam
nec evangeliis quidem ubique plenam fidem adhibeant”. Estas palabras se refieren no solamente
a los protestantes, sino también a los católicos. Incluso en el seno del mismo concilio hubo
Padres que abogaron por una distinción entre libros proto y deuterocanónicos. Sin embargo, la
mayor parte de los Padres se opuso a una tal distinción.
No hay duda que el decreto miraba principalmente a los protestantes. Y como éstos
negaban algunos Libros Sagrados y la Tradición, quiso el concilio comenzar expresando su fe
en las fuentes de la revelación.
Finalidad y objeto del decreto. -Se propone precisar las fuentes de la revelación, con el
fin de tener un fundamento sólido para ulteriores definiciones dogmáticas. Esta es la razón de
que asocien las tradiciones no escritas a los libros escritos de la Biblia, porque como decía una
carta de los Padres tridentinos al cardenal Farnese, “la fe en Jesucristo no está toda escrita en el
Nuevo Testamento, sino también en el corazón de los hombres y en la tradición de la Iglesia”.
El decreto tridentino declara canónicos todos los Libros Sagrados íntegros y con todas sus
partes, tal como venían leyéndose en la Iglesia católica y se contienen en la Vulgata latina, y la
razón de esto hay que buscarla en la guerra que los protestantes habían declarado contra la
Vulgata, acusándola de estar llena de errores.
Valor del decreto.- Antes del concilio Tridentino, los documentos eclesiásticos se
limitaban a exponer la doctrina de la Iglesia sobre la canonicidad de los Libros Sagrados. El
decreto tridentino, en cambio, constituye una verdadera definición dogmática, como se ve por el
anatema lanzado contra los que negaren el canon completo de la Escritura.
Esta verdad podía, ya antes del concilio Tridentino, ser considerada como verdad de fe,
por el hecho de estar claramente enseñada por la Tradición. Mas la definición del concilio
Tridentino la ha convertido en verdad de fe católica, de tal modo que en adelante, si alguno
osase dudar o negar la canonicidad de algún libro sagrado o de alguna parte de él, sería
considerado como hereje. Según esto, el católico podrá discutir críticamente la autenticidad de
un libro o de un trozo de algún escrito sagrado, pero no su canonicidad.
¿Cuál fue el proceso mediante el cual la iglesia llegó confiadamente a reconocer los libros
que Dios quiso que formaran parte del Nuevo Testamento?
2. Contenido: Fluidez del idioma y del escrito, estuviera la base del griego de Palestina de
Jesús.
Tenía que manifestar un carácter verídico, histórico, espiritual y, sobre todo, de acuerdo
con la sana doctrina.
La preeminencia de Cristo y correlación con los principios de Jesús.
4. Inspiración. Esta era la prueba final. Sería totalmente incongruente que el mismo Espíritu
Santo, quien supervisó la escritura de una obra, no ayudara a la iglesia a discernir entre lo
genuino y lo espurio. Ese ministerio del Espíritu condujo a la aceptación armoniosa y al final
unánime, de los libros del Nuevo Testamento. (8)
En la actualidad
La posición actual
Así creció y se fijó el canon del NT en la forma en que ahora lo conocemos. En el ss.
XVI, tanto el cristianismo romano como el protestante, después de debatir la cuestión,
reafirmaron su adhesión a las tradiciones, y la iglesia romana aun más recientemente ha
recalcado su plena adhesión a ellas. También el protestantismo conservador sigue utilizando el
canon tradicional, y los representantes de la teología liberal generalmente se ajustan al mismo
también.
En primer lugar, su atribución a los apóstoles: esto no resuelve todos los casos; los
evangelios de Marcos y Lucas se aceptaban como obras de hombres íntimamente asociados con
los apóstoles.
En segundo lugar, el uso eclesiástico: vale decir, el reconocimiento por una iglesia
destacada o por una mayoría de iglesias. Por este método fueron rechazados muchos apócrifos,
algunos posiblemente inocuos, y que quizás contenían auténticas tradiciones de las palabras de
Jesús, aunque muchos más eran meras invenciones; pero ninguno de ellos, hasta donde pudiera
establecerse habían sido aceptados por la mayoría de las iglesias.
En tercer lugar, congruencia con los postulados de la sana doctrina: sobre esta base, el
cuarto evangelio al principio despertó ciertas dudas, pero finalmente fue aceptado; o, para citar
un caso inverso, el Evangelio de Pedro es rechazado por Serapión de Antioquía debido a sus
tendencias docéticas, a pesar de atribuirse autoridad apostólica. De esta manera, la historia de la
evolución canónica de las Escrituras del NT demuestra que dicho canon resulta ser una
colección atribuida a los apóstoles o sus discípulos, colección que en el concepto de la iglesia en
los primeros cuatro siglos de la era cristiana recibió así correctamente esa atribución, porque
declaraba y definía adecuadamente la doctrina apostólica, de manera que sus partes integrantes
habían sido o eran consideradas adecuadas para ser leídas públicamente en el culto divino.
La Iglesia, en cuento custodia del depósito de la fe, recibió del Espíritu Santo el don de
discernir lo que realmente pertenece a dicho depósito. Y este acto de discernimiento, según
Rahner, pudo ser hecho incluso después de la época apostólica, sin necesidad de admitir una
nueva revelación o una afirmación explícita de los apóstoles. Pero esto sólo lo podía hacer la
Iglesia con absoluta certeza en cuanto que era dirigida por el Espíritu Santo. De hecho, la Iglesia
sólo en el siglo IV reconoció como inspirados y canónicos todos los libros de la Biblia, lo que
resultaría difícil de explicar en el caso de admitir una revelación explícita sobre la inspiración de
cada libro sagrado transmitida por los apóstoles.
Por lo que se refiere al Antiguo Testamento, Rahner admite que la Iglesia recibió de la
sinagoga un cierto canon. Pero la sinagoga no poseía una autoridad doctrinal infalible para
determinar con absoluta certeza el canon. Además, el canon del Antiguo Testamento no podía
considerarse como definitivamente cerrado antes del nacimiento de la Iglesia. Esta, en cuento
heredera y continuadora legítima del pueblo elegido, cuya historia consideraba como su propia
prehistoria, podía proseguir y concluir la formación oficial del canon del Antiguo Testamento.
Esto explicaría por qué la Iglesia pudo aceptar en el canon del Antiguo Testamento los
libros deuterocanónicos y por qué introdujo en el canon diversos libros del Nuevo Testamento
sobre cuya autenticidad y canonicidad habían surgido graves dudas en los primeros siglos de la
Iglesia. (9)
NORBERT LOHFINK, es doctor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma y uno de los
más renombrados especialistas europeos en el Antiguo Testamento.
En un artículo publicado en la revista Stimmen der Zeit, (10) presenta algunas ideas que
tienen importancia para comprender mejor la cuestión del canon. El canon presupone un largo
proceso de formación, pues los diversos libros son tan sólo partes integrantes de todo el
complejo. Una vez juntadas estas partes integrantes para formar el complejo total de la Biblia,
ya no pueden tener existencia separada e independiente, sino que se condicionan mutuamente.
Esto significa que el sentido final y decisivo de cada libro y de cada una de las
enseñanzas que contienen depende del contexto total en el que han sido introducidos. Este
contexto ese el de la revelación entera, que estuvo en progreso continuo y llegó a su fin sólo con
la promulgación del canon de la Sagrada Escritura.
La colección o reunión de todos los Libros Sagrados en el canon, con lo cual quedó
constituido como norma de la Iglesia, confirió a estos libros una nueva orientación, una
finalidad y un intencionalidad nuevas, que fueron consideradas como definitivas para la
comunidad de los files. Cristo y los apóstoles dieron al Antiguo Testamento el sentido último y
definitivo.
Recapitulación
Podemos hacer una recapitulación siguiendo individualmente los vaivenes de cada uno
de los libros del NT. Los cuatro evangelios circularon con relativa independencia hasta la
formación del canon cuádruple. Marcos fue aparentemente eclipsado por sus dos “expansiones”,
pero no sumergido. Lucas, a pesar de los auspicios de Marción, no parece haber encontrado
oposición. Mateo desde muy temprano adquirió aquella posición predominante que ocupó hasta
la moderna era de erudición.
Juan fue un caso algo diferente, pues a fines del ss. II tuvo bastante oposición, entre los
cuales se pueden mencionar los denominados Alogoi y el presbítero romano Gayo como
ejemplos; esto, sin duda, se debió a algunas dificultades que aún subsisten en torno a ciertos
aspectos de su trasfondo, origen, y circulación inicial. Una vez aceptado, su prestigio aumentó
constantemente, y llegó a ser de inmenso valor para dilucidar las grandes controversias y
definiciones doctrinales.
Por otra parte, Hebreos siguió siendo objeto de disputa por varios siglos. En el E, se
sabe que Panteno y Clemente de Alejandría discutieron los problemas críticos de su paternidad
literaria; Orígenes solucionó la cuestión dando por sentado que aquí el pensamiento paulino fue
expresado por un autor anónimo; Eusebio y algunos otros informaron acerca de las dudas de
occidente, pero después de Orígenes la carta fue aceptada en el E. Es de notar que la carta ocupa
el primer lugar después de Romanos en el papiro (p46) de Chester Beatty perteneciente al ss. III.
En occidente persistieron las dudas desde los primeros tiempos: Ireneo no la aceptó
como paulina, Tertuliano y otras fuentes africanas le dan poca importancia, “Ambrosiáster” no
escribió ningún comentario sobre ella, actitud que fue seguida por Pelagio.
Los concilios de Hipona y Cartago separan Hebreos del resto de las epístolas paulinas
en su enumeración canónica, y Jerónimo informa que en sus días la opinión de Roma seguía
siendo contraria a su autenticidad. La cuestión no se consideró solucionada hasta un siglo
después aprox. El corpus de las epístolas universales es, evidentemente, una creación tardía,
posterior al establecimiento de la estructura esencial del canon a fines del ss. II.
La primera epístola de Pedro también tiene su lugar, aunque menos seguro (nótense, sin
embargo, las ambigüedades del canon muratorio); la segunda todavía figuraba entre los “libros
discutidos” en la época de Eusebio.
El Apocalipsis de Juan sufrió oposición en dos oportunidades: una vez en el ss. II por
su aparente apoyo a las pretensiones de Montano a la inspiración profética, y otra vez al final
del ss. III por razones críticas, por comparación con el Evangelio de Juan, en la controversia
entre los Dionisios de Roma y Alejandría. Ambas especies de dudas contribuyeron a mantener
la desconfianza en que fue tenido por las iglesias griegas, y su muy tardía aceptación en las
iglesias siriaca y armenia.
Fuentes Bibliográficas
(2) Cf. Eusebio, Histo. Eccl. 3,25,4; San Cirilo de Jerusalén, Catech. 4,33.
“CANON DEL NUEVO TESTAMENTO” Nelson, Wilton M.; Mayo, Juan Rojas: Nelson Nuevo
(4)
Diccionario Ilustrado De La Biblia. electronic ed. Nashville : Editorial Caribe, 2000, c1998
(5) “CANON DEL NUEVO TESTAMENTO” Douglas, J.D.: Nuevo Diccionario Biblico : Primera
Edicion. electronic ed. Miami : Sociedades Biblicas Unidas, 2000
(6) Fechas tomadas de la Biblioteca Mundo Hispano, Comentario Bíblico Mundo Hispano.
(8) “CANOCIDAD”, El canon del Nuevo Testamento, Dennis J. Mock: Perspectiva General de Doctrina
Bíblica. Georgia, E.U.A. 1.995
(9)Cf. K. Rahner, Über die Schriftinspiration. Questiones disputatae I (Herder, Friburgo de Br. 1958) p.
58.
(10) Cf. Über die Irrtumslosigkeit und die Einheit der Schrift, Stimmen der Zeit 174 (1964) 161-181.