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(editores)
Libros Pórtico
© 2017 Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra
ISBN: 978-84-7956-163-5
D. L.: Z 274-2017
Prólogo IX
1. Warfare of History
How Warfare Shapes Ancient Mesopotamian Societies 1
Davide Nadali
2. El triunfo militar en el Antiguo Egipto
como manifestación de poder y su función cultural 19
Antonio Pérez Largacha
3. Las guerras de la memoria colectiva
Memoria social ateniense de las victorias y las derrotas 39
Laura Sancho Rocher
4. El paisaje urbano de Atenas
Entre memoria de guerra e identidad colectiva 79
Borja Antela-Bernárdez
5. Guerra y civilización
La historiografía reciente sobre la guerra griega antigua 91
Fernando Echeverría Rey
6. Mejor César que Alejandro
La concepción del liderazgo militar en los textos clásicos
de acuerdo con la interpretación de Napoleón Bonaparte 115
Francisco Gracia Alonso
7. El olvido necesario
Los historiadores antiguos ante el Bellum Sociale (91-87 a.C) 181
Carlos Heredia Chimeno
8. Botín y Propaganda
El tercer triunfo de Pompeyo
como paradigma de su Imitatio Alexandri 195
Luigi Pedroni
9. Uso y abuso de la guerra y el mercenariado
en la protohistoria por los nacionalismos patrios 203
Antonio Pedro Marín Martínez
El triunfo militar en el Antiguo Egipto
como manifestación de poder y su función cultural
Antonio Pérez Largacha
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)
1. Introducción
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Quizás el mejor ejemplo de ello sean las Guerras Médicas, que la historiografía, en especial
ateniense, convirtió en la victoria de lo civilizado sobre lo despótico, poniendo uno de los
pilares de un Orientalismo que impregnaría la visión que de Oriente se tuvo desde la Antigüe-
dad grecorromana hasta, podríamos decir, la actualidad.
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En este sentido puede apuntarse, por ejemplo, que los dioses actuaban como testigos de los
tratados que se firmaban en el Próximo Oriente, por lo que el incumplimiento de lo estipulado
justificaba la guerra.
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Esta práctica está atestiguada en Egipto desde la XVIII dinastía, en especial a partir del
reinado de Tutmosis III, el creador de la política militar exterior de Egipto en el Levante
(Spalinger 1996).
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El ejemplo más conocido es el templo funerario de Ramsés III, Medinet Habu, donde se
describe sus victorias sobre los Pueblos del Mar, pero en el templo de Karnak, así como en
palacios reales se mostrarían los logros de los Faraones, pero de estos últimos apenas cono-
cemos nada.
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Se podrían citar muchos y variados ejemplos, como en la literatura, donde el pensamiento
mítico del mundo egipcio o próximo oriental ha dominado sobre lo que aportan sus composi-
ciones literarias, incluso a las obras homéricas, pero también en relación a la filosofía, la
ciencia, la tecnología o, incluso, el arte.
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Al respecto, es significativo que en los diferentes conflictos que hubo entre Horus y Seth,
este último siempre es vencido, pero nunca es destruido.
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También debemos tener en cuenta que el Reino Antiguo es el período de mayor centraliza-
ción de la historia de Egipto, toda la actividad gira en torno a la corte y los monumentos
funerarios de los reyes, por lo que estos mensajes solamente aparecen en la capital, cuando en
períodos posteriores se produzca una descentralización, el motivo del triunfo militar se irá
extendiendo por templos y regiones de Egipto y, en el caso del Reino Nuevo, llegar a ser
emitido incluso para que llegue a las cortes de los grandes reinos del Bronce Reciente.
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caso de Ramsés III (Cavillier 2013), quién relata su victoria sobre los Pue-
blos del Mar copiando y adaptando expresiones que realizó Ramsés II.
Otra de las características de un triunfo militar en el antiguo Egipto, y en
general en el Bronce Reciente si no antes, es la presentación de la victoria
ante unos enemigos muy numerosos y que, en ocasiones, no habían podido
ser derrotados por nadie hasta entonces. Igualmente, los reyes dicen obtener
un gran número de prisioneros, además del botín, cifras que en ocasiones se
han tomado como reales, históricas, pero que en el fondo pueden esconder
otro significado, como el número total de la población que paso a estar bajo
la influencia o control de Egipto.
El derrotar al enemigo implica el mantenimiento del orden, la principal
obligación que el Faraón tenía en el antiguo Egipto, por eso todos expresan o
se representan venciendo a un enemigo, haya existido un enfrentamiento o
no, deben presentar su reinado como una continuidad. Una obligación que
explica que en alguna ocasión sea representado el mismo enemigo e, incluso,
los mismos miembros de su familia (Kahl 2010). Esa obligación del Faraón
implica que las representaciones victoriosas sean constantes, lo que explica
que la historiografía haya presentado a los mismos como militaristas, belico-
sos, cuando en realidad pudieron no llegar a realizar campaña alguna.
Por todo ello el triunfo militar tenía un componente cultural, ideológico,
ritual, así como manifestaciones públicas del mismo que podían ser contem-
pladas en construcciones y relieves, pero también a través de la elaboración
de escarabeos conmemorativos, objetos de joyería, etc.
Pero esa imagen también tenía su plasmación en el ámbito palacial, don-
de el faraón recibiría a sus altos funcionarios, a los embajadores de otros
reinos, en una sala de audiencias en la que su poder quedaría reflejado, in-
cluso en detalles como la decoración de la suela de sus sandalias con la ima-
gen de unos enemigos que son pisoteados cada vez que anda o sitúa sus pies
en el suelo. Estas manifestaciones han sido señaladas, en especial, en rela-
ción con el mundo neo-asirio, pero ya estarían presentes en el Bronce Re-
ciente, y posiblemente antes. Escenas y motivos que además transmitirían un
poder universal a través de decoraciones procedentes de otros mundos, obje-
tos exóticos… (Feldman 2015).
Sin embargo, como ya hemos expresado, el triunfo militar en el Próximo
Oriente y en Egipto ha sido analizado, interpretado, como una manifestación
más que probaría el despotismo de sus gobernantes, símbolos del Orienta-
lismo. Es por ello que el triunfo militar es asociado, en general, al mundo
romano y, en especial, a la época imperial, celebrando los Emperadores sus
victorias con la celebración de desfiles, la realización de rituales o la cons-
trucción de monumentos conmemorativos que reflejaban la gloria obtenida
y, al mismo tiempo, emitían el mensaje de protección de que gozaba la so-
ciedad romana frente a unos enemigos que eran derrotados, contenidos, más
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allá del limes. Pero todos estos aspectos, con otras manifestaciones, expre-
siones, también estuvieron presentes en el Egipto faraónico.
En las próximas páginas nuestro propósito es analizar la función que en el
Egipto faraónico tuvo la representación, desde tiempos predinásticos, de la
victoria militar sobre unos enemigos, como hemos ya expresado reales o no,
de los rituales y celebraciones que en torno al mismo se desarrollaron y ras-
trear, así, su función cultural. Un primer aspecto, en nuestra opinión impor-
tante, es que el motivo iconográfico del Faraón golpeando, venciendo o piso-
teando a sus enemigos perduró hasta tiempos de la dominación romana y los
emperadores romanos, a diferencia de su forma de actuar en y con otras cul-
turas y mundos que conquistaron, se vieron en la obligación de representarse
según lo que la población indígena esperaba de sus gobernantes y fuera así
reconocido, constituyendo ello una prueba de que en la memoria cultural de
la sociedad egipcia, aunque hubieran pasado ya siglos de su pasado esplen-
dor, permanecía aun latente esa identificación, esa función que se esperaba
de los gobernantes Al respecto creemos que también son muy significativas
las diferentes imágenes conservadas de Horus, divinidad asociada a la reale-
za y que simboliza la victoria sobre Seth, representado como un legionario
romano y a caballo.
Pero antes de iniciar nuestro recorrido y estudio, creemos conveniente
realizar una consideración previa. Como ya hemos expresado, al estudiar el
origen del Estado en Egipto, y en el Próximo Oriente, entre las causas que
motivaron su aparición casi siempre suele aparecer destacada la guerra, el
conflicto militar, que propició la aparición de un Estado territorial en el caso
de Egipto, razón por la que el conflicto, la guerra, lo militar, está en la propia
esencia de los orígenes culturales que van a definir su sociedad; la guerra
como un elemento intrínseco a la creación, aparición del Estado, el conflicto
como algo inherente. Al respecto, puede ser interesante recordar lo expresa-
do por Keegan (1993), para quién la guerra es inherentemente cultural, una
argumentación muy diferente a la interpretación clásica de Clausewitz
(1832), que se centrada en los objetivos políticos que se perseguían con la
guerra.
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que parecen representar también un ritual del líder, vestido con ropajes pro-
pios del Festival Sed, emblemas reales y el desfile de embarcaciones junto a
prisioneros (Hendrickx et al. 2009).
Pero si hay un objeto que va a reflejar la plasmación del triunfo militar, y
posiblemente su carácter ritual, ideológico y público, es la Paleta de Narmer.
Sin entrar en el debate sobre la historicidad de las escenas que en la misma
se representan, en la misma observamos la imagen clásica que va a permane-
cer a lo largo de toda la historia de Egipto: el rey, con una cabeza de maza en
la mano, va a proceder a golpear al enemigo que ha sido vencido. Pero en
este objeto hay otros elementos que son de gran importancia para constatar
la existencia de unos rituales y cómo esta escena ya formaba parte, por en-
tonces, de la “memoria cultural” egipcia.
Como señala Morris (2014: 64), la Paleta de Narmer nos informa, al igual
que los posteriores relieves que decoraran los templos e incluso algunos
textos, de que después de haber alcanzado la victoria militar podía tener
lugar un sacrificio ritual de los prisioneros o, al menos, de algunos de ellos
para dejar una constancia de lo realizado. En concreto Morris se refiere a la
escena en la que Narmer procede a inspeccionar unos cuerpos que aparecen
decapitados, una acción meticulosa al aparecer sus cabezas entre las piernas,
al tiempo que sus falos han sido eliminados.9 La representación de Horus y
de la barca nos recuerda, a su vez, a los elementos presentes en objetos y
representaciones anteriores, como si la acción de proceder a la muerte ritual
de los prisioneros hubiera tenido lugar en el palacio –o alguna de sus depen-
dencias– y, con posterioridad, sus cuerpos hubieran sido mostrados pública-
mente. Escenas que están siendo realizadas bajo la protección de la divini-
dad, no solo la que corona la Paleta de Narmer, sino también los que apare-
cen representados con animales o emblemas, en especial Horus, siendo por
ello que Morris (2014: 88) apunta que al igual que los primeros frutos de la
cosecha pueden ser entregados a los dioses como agradecimiento, lo mismo
acontece con los prisioneros de guerra, emitiendo Narmer, y con posteriori-
dad sus sucesores, el mantenimiento del orden, la protección de Egipto frente
a todos los peligros que podían proceder del exterior.
Como afirma Köhler (2002: 506), la Paleta de Narmer es la culminación
de una temática, una narrativa que se había iniciado con las escenas de caza
y que transmite la derrota del caos que circunda al valle del Nilo, una sepa-
ración entre el orden y el caos que pasará a formar parte, inseparable, de la
ideología y concepción faraónica hasta el final de su existencia. Con poste-
rioridad al surgimiento del Estado, en las siguientes dinastías esa separación
e ideología se irán desarrollando, convirtiéndose todos los que habitaban
9
Una escena con el mismo motivo, procedente del Depósito principal de Hierakómpolis, ha
sido recientemente publicada por Droux 2005-2007.
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fuera del valle del Nilo en enemigos, representantes de ese caos que debía
ser controlado, mantenido alejado y derrotado, razón por la que todos los
reyes, llegaran a realizar una campaña militar o no, se representaran victorio-
sos, al formar parte dicha actitud, iconografía y celebración parte de la “me-
moria cultural” (Pérez Largacha 2012).
Pero estas escenas, su origen y evolución hasta llegar a convertirse en
identificadores de una forma de gobierno y de una sociedad, también deben
ponerse en relación con otro aspecto muy importante que, al igual que en
otras sociedades de la Antigüedad, también estará en relación el triunfo mili-
tar y todo lo que el mismo implica; la creación de una identidad propia, dife-
renciadora del otro en un período en el que deben establecerse construccio-
nes simbólicas para transmitir, reflejar, una identidad. Una identidad que
implica la existencia de unas similitudes internas que diferencian a los egip-
cios de los demás.
Es quizás por ello por lo que coincidiendo con el surgimiento del Estado
–o al menos cuando se están poniendo las bases del mismo–, del marco con-
ceptual y territorial que será considerado como “egipcio”, encontramos co-
mo en los límites adyacentes de ese orden (Pérez Largacha 2014), o donde
Egipto va a tener importantes intereses económicos, los faraones se represen-
tan en la actitud vencedora.
Un ejemplo es el de Gebel el-Suleiman, donde se representa el motivo de
la victoria, del prisionero atado y vencido, pero esta vez no en una paleta u
objeto que fuera depositado en el interior de un templo, sino en una inscrip-
ción al aire libre, en un lugar que sirve de frontera entre el mundo egipcio y
el exterior (Somaglino / Tallet 2015). En el mismo sentido pueden interpre-
tarse las escenas halladas en el Sinaí, en especial a partir del reinado de Den
(I dinastía), apareciendo también dioses como Soped, o Ash, protectores de
los confines orientales del Delta, de las minas de cobre y turquesa de donde
la administración egipcia obtenía algunos de los recursos minerales –cobre,
estaño…–, necesarios para el naciente Estado (Ibrahim / Tallet 208). Escenas
en las que el rey es seguido de personajes, posiblemente altos funcionarios
encargados de dichas regiones, al tiempo que es acompañado de símbolos
reales y divinos, emitiendo el mensaje a las poblaciones locales de que era el
protector de dichos territorios, que no formaban parte del orden, pero cuyos
recursos eran necesarios, o que advertía a dichas poblaciones de que no per-
turbaran el orden; la imagen como símbolo de frontera entre lo civilizado y
lo caótico. Igualmente, en tiempos de Den encontramos la primera referencia
de “vencer a los enemigos” en una tablilla que, además, reproduce perfecta-
mente la procedencia externa del enemigo derrotado y golpeado (Fig. 3).
Pero además del triunfo militar, de la formulación de una identidad dife-
renciadora, también es de destacar que en estos primeros momentos históri-
cos de la cultura faraónica encontramos escenas en las que se representa la
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presentación de objetos por parte de extranjeros, una acción que será caracte-
rística de las tumbas tebanas de la XVIII dinastía y, al igual que sucederá
con posterioridad, posiblemente esta entrega de objetos por extranjeros pudo
ser realizada públicamente, al menos en el palacio y delante de los altos fun-
cionarios y seguidores del rey, apareciendo además la figura de los prisione-
ros que también son presentados (Fig. 2). Una escena representada en un
mango de cuchillo hallado en Abidos, la localidad donde se enterraron los
primeros reyes egipcios, adquiriendo así un mayor simbolismo la escena,
hallándose también en el templo de Abidos figuras de enemigos derrotados,
atados, posiblemente presentadas como ofrenda por el rey para transmitir sus
logros.
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Bibliografía
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