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Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra

(editores)

Memoria del conflicto en la


Antigüedad

Libros Pórtico
© 2017 Borja Antela / Jordi Vidal / César Sierra

Edita: Libros Pórtico


Distribuye: Pórtico Librerías, S. L.
Muñoz Seca, 6 · 50005 Zaragoza (España)
distrib@porticolibrerias.es
www.porticolibrerias.es

Diseño de cubierta: Lola Martínez Sobreviela

ISBN: 978-84-7956-163-5
D. L.: Z 274-2017

Imprime: Ulzama Digital

Impreso en España / Printed in Spain


Índice

Prólogo IX

1. Warfare of History
How Warfare Shapes Ancient Mesopotamian Societies 1
Davide Nadali
2. El triunfo militar en el Antiguo Egipto
como manifestación de poder y su función cultural 19
Antonio Pérez Largacha
3. Las guerras de la memoria colectiva
Memoria social ateniense de las victorias y las derrotas 39
Laura Sancho Rocher
4. El paisaje urbano de Atenas
Entre memoria de guerra e identidad colectiva 79
Borja Antela-Bernárdez
5. Guerra y civilización
La historiografía reciente sobre la guerra griega antigua 91
Fernando Echeverría Rey
6. Mejor César que Alejandro
La concepción del liderazgo militar en los textos clásicos
de acuerdo con la interpretación de Napoleón Bonaparte 115
Francisco Gracia Alonso
7. El olvido necesario
Los historiadores antiguos ante el Bellum Sociale (91-87 a.C) 181
Carlos Heredia Chimeno
8. Botín y Propaganda
El tercer triunfo de Pompeyo
como paradigma de su Imitatio Alexandri 195
Luigi Pedroni
9. Uso y abuso de la guerra y el mercenariado
en la protohistoria por los nacionalismos patrios 203
Antonio Pedro Marín Martínez
El triunfo militar en el Antiguo Egipto
como manifestación de poder y su función cultural
Antonio Pérez Largacha
Universidad Internacional de La Rioja (UNIR)

1. Introducción

La victoria sobre el enemigo, el otro, siempre ha supuesto un evento impor-


tante en la vida de las sociedades, a la vez que se esgrimía para reafirmar una
forma de vida, unos valores y costumbres que de esa forma se exhibían y
presentaban como superiores en relación al vencido y derrotado que encar-
naba una manera de vivir diferente, unos valores morales opuestos, y unas
costumbres propias de una sociedad inferior cuyos principios eran conside-
rados un peligro.1 El triunfo se conseguía gracias a la protección, guía y ayu-
da de los dioses, a los que se invocaba en unos rituales previos que buscaban
su apoyo y que, además, servían como legitimación para la batalla, el enfren-
tamiento, que era una consecuencia de la transgresión cometida por el
enemigo derrotado,2 al tiempo que la victoria expresaba la superioridad de
los dioses. Finalmente, después de haber obtenido el triunfo, se iniciaba un
regreso glorioso a la capital, donde el botín y los prisioneros eran exhibidos
públicamente, pudiendo recibir los templos una parte de los mismos o, inclu-
so, los productos que anualmente debían entregar algunas de las ciudades o
reinos que habían sido derrotados.3 Con posterioridad, la figura del vencedor
se ensalzaba mediante la composición de textos y el grabado de representa-
ciones de la victoria en los templos, en estelas u otros objetos que podían ser
contemplados o distribuidos por el reino, lo que contribuía a que el rey legi-

1
Quizás el mejor ejemplo de ello sean las Guerras Médicas, que la historiografía, en especial
ateniense, convirtió en la victoria de lo civilizado sobre lo despótico, poniendo uno de los
pilares de un Orientalismo que impregnaría la visión que de Oriente se tuvo desde la Antigüe-
dad grecorromana hasta, podríamos decir, la actualidad.
2
En este sentido puede apuntarse, por ejemplo, que los dioses actuaban como testigos de los
tratados que se firmaban en el Próximo Oriente, por lo que el incumplimiento de lo estipulado
justificaba la guerra.
3
Esta práctica está atestiguada en Egipto desde la XVIII dinastía, en especial a partir del
reinado de Tutmosis III, el creador de la política militar exterior de Egipto en el Levante
(Spalinger 1996).
Antonio Pérez Largacha
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timara su gobierno y presentarse como defensor, protector de todo aquello


que su cargo, la realeza, implicaba y transmitía ante los dioses y la sociedad
(Morris 2010), por lo que la propaganda era inherente al triunfo militar (Spa-
linger 2013). En definitiva, el triunfo militar contribuía a la identidad del
vencedor, transmitiendo los valores de una sociedad y, paralelamente, man-
tenía viva una memoria colectiva, pero también social y cultural que se había
formado en los orígenes de reinos y estados, al presentar al otro como infe-
rior y como un símbolo de los peligros que existían más allá de los límites
mentales del Estado, reino o sociedad.
Lo descrito hasta el momento presenta características comunes en muchas
sociedades, antiguas o no, y es, en la mayoría de las ocasiones, asimilado al
mundo romano, donde el triunfo militar está muy presente y nos ha legado
conocidos monumentos y costumbres (Beard 2008), pero lo mismo acaecía
en el mundo egipcio del Reino Nuevo y otros reinos del Bronce Reciente;
poemas, relieves, textos literarios o monumentos eran realizados para con-
memorar el triunfo militar.4 Sin embargo, estas manifestaciones, como mu-
chas otras, se han considerado historiográficamente propias de la tradición
grecorromana, donde nuestra “memoria cultural” encuentra y busca una de
sus raíces –la otra es la judeocristiana–, obviando el posible legado cultural
de unas culturas próximo orientales que son identificadas por esa tradición
grecorromana como bárbaras y diferentes y, por lo tanto, alejadas de nuestra
tradición.5
La intención de las próximas páginas será abordar la función y mensajes
que el triunfo militar emitía en el mundo faraónico, pero no solo en el Bron-
ce Reciente, sino desde los orígenes de la cultura faraónica, su fusión con la
memoria y tradición, integrándose en unos conceptos de identidad que defi-
nían al pueblo egipcio en contraposición al resto. En modo alguno nuestra
intención es transmitir que todo nació en Egipto o en el Próximo Oriente, ya
que cada cultura y civilización responde a momentos históricos diferentes y
transmite los mensajes, aunque respondan a una misma intencionalidad, de
una manera diferente, aunque también existan similitudes en la expresión de
los mismos.
Desde la egiptología, el triunfo militar ha sido analizado como algo histó-
rico, reflejo de unas victorias, de una política exterior, prueba de la gloria de

4
El ejemplo más conocido es el templo funerario de Ramsés III, Medinet Habu, donde se
describe sus victorias sobre los Pueblos del Mar, pero en el templo de Karnak, así como en
palacios reales se mostrarían los logros de los Faraones, pero de estos últimos apenas cono-
cemos nada.
5
Se podrían citar muchos y variados ejemplos, como en la literatura, donde el pensamiento
mítico del mundo egipcio o próximo oriental ha dominado sobre lo que aportan sus composi-
ciones literarias, incluso a las obras homéricas, pero también en relación a la filosofía, la
ciencia, la tecnología o, incluso, el arte.

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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unos faraones, es decir, como hechos históricos, pero no se ha profundizado


en el mensaje y función que en la sociedad y concepción del Estado tenían
los mismos.

2. El triunfo militar como memoria cultural

La guerra, el conflicto militar estuvo, en opinión de algunos investigadores,


en el origen de los primeros Estados, quedando de esa forma ligada a los
mismos, una visión que también ha contribuido a la visión militarista de las
culturas próximo orientales, donde sus reyes se presentan victoriosos, derro-
tando a sus enemigos y ensanchando las fronteras de sus reinos siguiendo el
mandato divino. Sin entrar en el fondo del debate, es cierto que en los albo-
res del Estado faraónico el conflicto, la guerra, está presente en muchos de
los objetos y escenas que conocemos (Campagno 2004; Wit 2008), pero en
especial en la Paleta de Narmer, considerada desde su hallazgo la prueba
iconográfica de la unificación de Egipto mediante la conquista del Bajo
Egipto por parte del Alto Egipto y, aunque la interpretación del hecho histó-
rico que representa ha cambiado, lo realmente importante es que la misma
encarna un modelo cultural que se había ido construyendo en siglos anterio-
res y perdurara más de tres milenios (Pérez Largacha 2012).
Pero incluso con anterioridad a la unificación política y cultural del mun-
do egipcio existió otra clase de conflicto que permaneció latente en la con-
cepción faraónica durante milenios; la lucha contra el caos, y sus manifesta-
ciones, que siempre amenazaba dónde y cómo se vivía. Es por ello que el
dominio y control del entorno geográfico siempre está presente en las esce-
nas y símbolos que emanan de la sociedad egipcia y, cuando en el Reino
Nuevo Egipto desarrolle una política exterior activa en el Levante, procederá
a integrar la fauna y flora de los territorios dominados y derrotados en su
mundo como expresión de dominio, como en el caso del jardín botánico
construido por Tutmosis III, el fundador del “imperio” faraónico en el Le-
vante (Laboury 2007).
El orden establecido originariamente por los dioses debía de ser manteni-
do y defendido ante unos peligros que, aunque fueran derrotados, nunca eran
totalmente aniquilados, destruidos, debiendo estar siempre el Faraón vigilan-
te y presto a defender el modo de vida egipcio. Pero este conflicto con todo
aquello que era externo, y que incluía a los que vivían o procedían de más
allá del valle del Nilo, también se utilizó, y sirvió, para dotar de una identi-
dad propia, única y diferente, a los habitantes de Egipto. Es por esta razón
que todos los reyes egipcios debían transmitir, y así lo hacen en mayor o
menor medida, que habían procedido a derrotar, a vencer, todo lo que era
externo que, como ya hemos indicado, nunca podía ser eliminado definiti-

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Antonio Pérez Largacha
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vamente, siempre podía reaparecer y amenazar el orden.6 Un combate cons-


tante que dotaba de una identidad a la sociedad y también permitía a sus
gobernantes justificar sus acciones de gobierno, pero lo más importante es
que de este modo el mundo egipcio se dotó a sí mismo de una memoria cul-
tural, individual y colectiva, que se construyó partiendo de una realidad geo-
gráfica como veremos y que se transmitió durante siglos a través de escenas
y textos. Ello implica que el triunfo ante el extranjero, lo exterior, siempre
tuvo una función, una intencionalidad, se produjera dicha victoria en reali-
dad o no. A medida que el mundo faraónico vaya integrándose en unas rela-
ciones mucho más fluidas con el exterior, en el Bronce Reciente pero ya
también en el Reino Medio, esa victoria ira adquiriendo las manifestaciones
reseñadas en la introducción; manifestaciones públicas, objetos y monumen-
tos transmitiendo los logros, una literatura…
Es así como desde tiempos predinásticos la memoria se socializa, al
tiempo que se convierte en una “memoria comunicativa” que se transmite de
generación en generación (Assmann 2008); el rey debe vencer siempre a los
enemigos y ser representado derrotándolos. A lo largo de la historia de Egip-
to existieron “textos culturales”, como los redactados en el Reino Medio, que
transmitían cómo se debía actuar en todo momento, pero también existieron
otras manifestaciones y formas de transmitir la memoria más allá de los tex-
tos (Loprieno 1996).
Las escenas de victoria y representaciones del derrotado y cautivo están
presentes desde tiempos predinásticos, pero se irán adaptando y adquieren
nuevas manifestaciones, intenciones, mensajes… siendo por ello estas esce-
nas tan frecuentes en el mundo faraónico. Historiográficamente se han inter-
pretado desde una perspectiva histórica, buscando una realidad histórica
concreta, un hecho histórico, en definitiva, una victoria militar que confirma-
ra la imagen bélica y militarista del Faraón. Sin embargo, apenas se han te-
nido en consideración los aspectos sociales, culturales, que dichas represen-
taciones pudieron tener, así como las ceremonias, rituales y otras intenciona-
lidades que estas escenas pueden estar transmitiendo. Escenas que, desde el
Reino Medio van acompañadas de unos textos laudatorios hacía la figura de
un faraón que obtiene la victoria y se glorifica así ante los dioses, al tiempo
que comienza una utilización política de la literatura (Posener 1956).
Una escena que pertenece a lo que se puede considerar como una memo-
ria colectiva, creada para servir de identificación y cohesión en unos mo-
mentos en los que se estaban poniendo las bases del Estado Faraónico. Con
posterioridad, en el Reino Nuevo, cuando la situación militar, geopolítica…
de Egipto cambio, se adaptó a unas circunstancias y realidades nuevas, dife-

6
Al respecto, es significativo que en los diferentes conflictos que hubo entre Horus y Seth,
este último siempre es vencido, pero nunca es destruido.

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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rentes, que no solo afectaron a la política exterior, también en la forma de


concebir lo que era externo y diferente (Kousoulis 2012; Spalinger 2008).
Unos triunfos militares que también se celebraban y donde se recordaban
y ensalzaban unos códigos, ideas, valores y concepciones. Procesiones, des-
files…que eran contemplados por los habitantes de la capital, donde residía
el poder. Al respecto, y como veremos más adelante, muchas de las escenas
o textos pueden tener también como intencionalidad emitir un mensaje a los
más cercanos y poderosos al faraón, de donde podían proceder las conspira-
ciones o luchas dinásticas.
En las sociedades antiguas la recogida y representación de las efemérides,
de lo que ellos consideraban su historia, respondía a unas concepciones e
intenciones diferentes a las nuestras, no debiendo intentar reconstruir e inter-
pretar los documentos, escritos o no, desde nuestra realidad. Las fuentes
disponibles deben ser entendidas, aunque en muchas ocasiones no dispon-
gamos de todas las herramientas, en su contexto, no solo histórico, también
cultural. Como señala Baines (1996), ellos construyen su realidad, su historia
según unos parámetros culturales que, en el caso del antiguo Egipto, se re-
montan al IV milenio a.C.
Así, en opinión de Assmann (2006) la historia de los egipcios forma parte
de su concepción cultual y refleja el miedo que tenían a la posible ruptura y
cambio que podía producirse en el contínuum cultural; cada día formaba
parte del orden sagrado que tenía que ser preservado, observado y, en este
contexto, la acción del rey venciendo a los enemigos deben entenderse como
acciones cultuales, no históricas (Schneider 2013).
Es por ello también muy importante el tener siempre en consideración
dónde y cómo se representa esa realidad. En el caso del Reino Antiguo la
victoria militar, o las figuras de prisioneros que posiblemente encarnan a los
enemigos que se quiere representar, la encontramos en los templos asociados
al mundo y culto funerario de los faraones, donde la audiencia eran los dio-
ses y, posiblemente, solamente los más próximos al rey, volviendo así a apa-
recer el mensaje interno; el rey actúa siguiendo los preceptos de los dioses;7
derrotar al enemigo simbolizaba la victoria sobre el caos, Isfet y, por exten-
sión, el triunfo de los principios de Maat, la justicia y la preservación en
definitiva del orden. El faraón procede a presentar a los dioses sus acciones
de gobierno y representa todo aquello que de él se esperaba, esperando así
seguir viviendo eternamente con ellos.

7
También debemos tener en cuenta que el Reino Antiguo es el período de mayor centraliza-
ción de la historia de Egipto, toda la actividad gira en torno a la corte y los monumentos
funerarios de los reyes, por lo que estos mensajes solamente aparecen en la capital, cuando en
períodos posteriores se produzca una descentralización, el motivo del triunfo militar se irá
extendiendo por templos y regiones de Egipto y, en el caso del Reino Nuevo, llegar a ser
emitido incluso para que llegue a las cortes de los grandes reinos del Bronce Reciente.

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Antonio Pérez Largacha
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Es por ello que un triunfo militar, aparte de implicar la defensa y protec-


ción de un territorio sobre un enemigo, la extensión territorial de un reino o
Estado, la adquisición de un control sobre regiones estratégicas –
económicamente, para la protección del territorio…–, también implica, de-
nota y transmite una forma de vivir, de entender la sociedad, en definitiva,
tiene una función cultural y social que entronca con los valores más impor-
tantes de dicha sociedad, los cuales fueron establecidos, en la concepción
faraónica o próximo oriental, en un tiempo pasado, casi mítico. Es por ello
que el triunfo transmite el mantenimiento de algo que fue instaurado en
tiempos primordiales y debe ser preservado. Igualmente, la existencia de una
memoria cultural, social, que entronca con el triunfo militar, permite que
victorias como la de Tutmosis III en Megiddo, o la que dice obtener Ramsés
II en Kadesh, sirvan también para que pueda realizarse una justificación
política e ideológica de ese momento y realidad concreta.
Otra realidad es que los artífices de un gran triunfo militar se convierten
en referentes culturales, por lo que en torno a sus logros y vida se componen
textos e historias que se convierten en un modelo a seguir y también sirven
para justificar, legitimar las acciones emprendidas. Por lo general estos mo-
delos acontecieron cuando se pusieron las bases del reino o cultura, siendo
por ello normal encontrar referencias a la recuperación de territorios que
originariamente habían pertenecido a dicho reino y que se consideran como
propios.
Dos ejemplos de la Antigüedad pueden ser citados, Alejandro Magno y
Sargón de Akkad, pero existieron muchos otros, como pudo ser el caso de
Narmer, o el Menes de las fuentes faraónicas, considerado por las propias
fuentes egipcias –significativamente a partir del Reino Nuevo– como el uni-
ficador de Egipto (Heagy 2014), el primer rey que gobernó sobre el Alto y el
Bajo Egipto y estableció, de ese modo, las bases de un Estado territorial con
sus propias manifestaciones culturales, creencias, debiendo ser las mismas
conservadas, mantenidas, defendidas por todos y cada uno de sus sucesores.
En la actualidad sabemos que posiblemente Narmer no fue el unificador de
Egipto, que ya estuvo unificado, al menos culturalmente, unos 150 años
antes de su reinado, pero toda cultura requiere de un modelo, de un inicio.
Así, en el caso del Egipto faraónico el triunfo militar, fuera importante o
irrelevante sobre enemigos que en realidad no constituían una amenaza real,
se convirtió en una expresión, manifestación que todos los faraones debían
expresar, presentar a su círculo más próximo de poder y, en especial, a los
dioses en sus moradas eternas, los templos. Es así como el triunfo militar
adquiere también un carácter ritual, cultural que, por otra parte, en determi-
nadas ocasiones puede ser exagerado para justificar, legitimar un gobierno,
dotar al faraón de un arma ideológica y propagandística, como pudo ser el

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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caso de Ramsés III (Cavillier 2013), quién relata su victoria sobre los Pue-
blos del Mar copiando y adaptando expresiones que realizó Ramsés II.
Otra de las características de un triunfo militar en el antiguo Egipto, y en
general en el Bronce Reciente si no antes, es la presentación de la victoria
ante unos enemigos muy numerosos y que, en ocasiones, no habían podido
ser derrotados por nadie hasta entonces. Igualmente, los reyes dicen obtener
un gran número de prisioneros, además del botín, cifras que en ocasiones se
han tomado como reales, históricas, pero que en el fondo pueden esconder
otro significado, como el número total de la población que paso a estar bajo
la influencia o control de Egipto.
El derrotar al enemigo implica el mantenimiento del orden, la principal
obligación que el Faraón tenía en el antiguo Egipto, por eso todos expresan o
se representan venciendo a un enemigo, haya existido un enfrentamiento o
no, deben presentar su reinado como una continuidad. Una obligación que
explica que en alguna ocasión sea representado el mismo enemigo e, incluso,
los mismos miembros de su familia (Kahl 2010). Esa obligación del Faraón
implica que las representaciones victoriosas sean constantes, lo que explica
que la historiografía haya presentado a los mismos como militaristas, belico-
sos, cuando en realidad pudieron no llegar a realizar campaña alguna.
Por todo ello el triunfo militar tenía un componente cultural, ideológico,
ritual, así como manifestaciones públicas del mismo que podían ser contem-
pladas en construcciones y relieves, pero también a través de la elaboración
de escarabeos conmemorativos, objetos de joyería, etc.
Pero esa imagen también tenía su plasmación en el ámbito palacial, don-
de el faraón recibiría a sus altos funcionarios, a los embajadores de otros
reinos, en una sala de audiencias en la que su poder quedaría reflejado, in-
cluso en detalles como la decoración de la suela de sus sandalias con la ima-
gen de unos enemigos que son pisoteados cada vez que anda o sitúa sus pies
en el suelo. Estas manifestaciones han sido señaladas, en especial, en rela-
ción con el mundo neo-asirio, pero ya estarían presentes en el Bronce Re-
ciente, y posiblemente antes. Escenas y motivos que además transmitirían un
poder universal a través de decoraciones procedentes de otros mundos, obje-
tos exóticos… (Feldman 2015).
Sin embargo, como ya hemos expresado, el triunfo militar en el Próximo
Oriente y en Egipto ha sido analizado, interpretado, como una manifestación
más que probaría el despotismo de sus gobernantes, símbolos del Orienta-
lismo. Es por ello que el triunfo militar es asociado, en general, al mundo
romano y, en especial, a la época imperial, celebrando los Emperadores sus
victorias con la celebración de desfiles, la realización de rituales o la cons-
trucción de monumentos conmemorativos que reflejaban la gloria obtenida
y, al mismo tiempo, emitían el mensaje de protección de que gozaba la so-
ciedad romana frente a unos enemigos que eran derrotados, contenidos, más

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Antonio Pérez Largacha
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allá del limes. Pero todos estos aspectos, con otras manifestaciones, expre-
siones, también estuvieron presentes en el Egipto faraónico.
En las próximas páginas nuestro propósito es analizar la función que en el
Egipto faraónico tuvo la representación, desde tiempos predinásticos, de la
victoria militar sobre unos enemigos, como hemos ya expresado reales o no,
de los rituales y celebraciones que en torno al mismo se desarrollaron y ras-
trear, así, su función cultural. Un primer aspecto, en nuestra opinión impor-
tante, es que el motivo iconográfico del Faraón golpeando, venciendo o piso-
teando a sus enemigos perduró hasta tiempos de la dominación romana y los
emperadores romanos, a diferencia de su forma de actuar en y con otras cul-
turas y mundos que conquistaron, se vieron en la obligación de representarse
según lo que la población indígena esperaba de sus gobernantes y fuera así
reconocido, constituyendo ello una prueba de que en la memoria cultural de
la sociedad egipcia, aunque hubieran pasado ya siglos de su pasado esplen-
dor, permanecía aun latente esa identificación, esa función que se esperaba
de los gobernantes Al respecto creemos que también son muy significativas
las diferentes imágenes conservadas de Horus, divinidad asociada a la reale-
za y que simboliza la victoria sobre Seth, representado como un legionario
romano y a caballo.
Pero antes de iniciar nuestro recorrido y estudio, creemos conveniente
realizar una consideración previa. Como ya hemos expresado, al estudiar el
origen del Estado en Egipto, y en el Próximo Oriente, entre las causas que
motivaron su aparición casi siempre suele aparecer destacada la guerra, el
conflicto militar, que propició la aparición de un Estado territorial en el caso
de Egipto, razón por la que el conflicto, la guerra, lo militar, está en la propia
esencia de los orígenes culturales que van a definir su sociedad; la guerra
como un elemento intrínseco a la creación, aparición del Estado, el conflicto
como algo inherente. Al respecto, puede ser interesante recordar lo expresa-
do por Keegan (1993), para quién la guerra es inherentemente cultural, una
argumentación muy diferente a la interpretación clásica de Clausewitz
(1832), que se centrada en los objetivos políticos que se perseguían con la
guerra.

3. Orígenes del triunfo militar. Egipto predinástico y dinástico temprano

Como ya hemos indicado, desde tiempos predinásticos existen escenas que


representan la victoria militar y a prisioneros atados con las manos en la
espalda y, en opinión de Barta (2014), el origen de esta icónica imagen del
faraón golpeando, derrotando a sus enemigos puede encontrarse ya en los
grupos humanos que habitaban el desierto occidental durante el Holoceno,
en Gift Kebir, con anterioridad al establecimiento y conquista del valle del
Nilo.

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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Desde un inicio, en estas representaciones el gobernante expresa no solo


su victoria, sino también la protección que ejerce sobre el conjunto de la
sociedad, al tiempo que procede a agradecer, a presentar a los dioses sus
logros, adquiriendo por ello desde un inicio un carácter ritual, al tiempo que
de legitimación y propaganda. Un simbolismo del triunfo militar cuya esen-
cia hemos visto se mantendrá en el mundo faraónico, aunque se adaptará a
nuevos entornos y realidades.
Pero para comprender la ideología, el trasfondo cultural que a lo largo de
toda la civilización egipcia va a acompañar al triunfo militar, creemos que es
significativo que el conflicto lo encontramos desde las primeras culturas
predinásticas, pero en un primer momento el mismo está vinculado, más
directamente, al dominio que se va consiguiendo en el lento, pero necesario,
proceso de conquista del medio geográfico que se inició en el V milenio ante
la progresiva desecación del Sahara que obligo a los grupos y comunidades,
que hasta entonces habían habitado los desiertos y wadis, a emprender la
conquista del valle del Nilo. En este sentido, las decoraciones de cerámicas y
objetos nos reflejan la caza, o el dominio, sobre el cocodrilo, el hipopótamo
u otros animales que, significativamente, con posterioridad seguirán conser-
vando su valor simbólico de la victoria del orden sobre el caos y sus mani-
festaciones. Un dominio que no solo se representa con la caza de animales,
ya que en un segundo momento lo que se representa no es la caza, sino la
captura, el dominio y posterior explotación de dichos animales y recursos
(Hendrickx 2015; Herb / Förster 2009), siendo en este momento cuando
comienzan las representaciones de los desfiles de animales. Es decir, desde
sus inicios la sociedad egipcia concibe su mundo como una dualidad, una
lucha constante entre el entorno en el que vive y el dominio de los peligros
que en el habitan o pueden llegar al mismo de un entorno próximo y visible
que es hostil, generando la idea de una protección constante que, con poste-
rioridad, los reyes egipcios extenderán y aplicaran a todos los habitantes del
mundo exterior, simbolizando su derrota, como hemos dicho real o no, una
prueba del cumplimiento de sus obligaciones.
Pero al tiempo que se procedía a la conquista del medio geográfico, se
iban desarrollando diferentes grupos de comunidades que desplegaban sus
propios mecanismos de organización y jerarquización social, comunidades
cada vez más complejas que habitaban un mismo entorno geográfico y te-
nían las mismas necesidades, pero que fueron entrando en conflicto entre
ellas, en especial en el Alto Egipto, donde destacaron los proto-reinos de
Abidos, Hierakómpolis y Nagada. Es así como el líder de esos centros no
solo dirigía, guiaba a su comunidad en el logro de unos beneficios económi-
cos, también otorgaba seguridad y protección ante las comunidades vecinas
que podían constituir una amenaza, siendo en este contexto en el que se

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Antonio Pérez Largacha
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desarrolló el motivo iconográfico, visual, del líder venciendo a sus enemi-


gos.
Un ejemplo de dichos conflictos puede ser la inscripción de Gebel Tjauty
(Darnell 2002: 10-9), interpretada por algunos investigadores como la prue-
ba de una victoria militar sobre Nagada (Hendrickx / Friedman 2003). Pero
el ejemplo que siempre se cita con anterioridad a la paleta de Narmer es el de
la Tumba 100 de Hierakómpolis, donde además el líder se representa como
“señor de los animales”, es decir, dominador del medio geográfico (Huyge
2014).
Fue así como desde tiempos protodinásticos la representación de la victo-
ria militar sobre el enemigo, el otro –en un primer momento los propios pro-
to-reinos egipcios existentes–, que encarnaba los peligros del caos, se con-
virtió en una imagen de lo que se esperaba del gobernante, pasando a formar
parte de la memoria cultural de una civilización y sociedad. Igualmente, el
hecho de que el marco geográfico fuera el mismo –al menos en el Alto Egip-
to–, contribuyó a que el mensaje de la imagen fuera asimilado y entendido
por todos; el líder protegía a la comunidad de todo peligro.
Unos conflictos en los que sin duda habría prisioneros de guerra y una
eliminación de enemigos, adquiriendo todo ello también un carácter ritual,
público. En diferentes objetos protodinásticos encontramos lo que se ha de-
nominado el ciclo real (Williams / Logan 1987). En el mismo el rey, con los
atributos, vestimentas y actitudes propias que iba adquiriendo como reflejó
de su poder, procede a presentar a los dioses sus acciones victoriosas, unos
dioses que pueden actuar como testigos como refleja la representación de los
Serekhs, al tiempo que el rey es representado en una embarcación dirigién-
dose a una construcción caracterizada por la fachada de palacio, posiblemen-
te el propio palacio donde podría realizarse la celebración que podía tener un
carácter público y, aunque el mismo no pueda asegurarse que fuera dirigido
al conjunto de la sociedad, si al menos al círculo más próximo y cercano al
gobernante que, en definitiva, era al que el rey le interesaba transmitir sus
logros y poder, al ser el mismo de donde podían proceder los peligros.8
Un ejemplo de ello son los incensarios hallados en la localidad Nubia de
Qustul y el mango de cuchillo ceremonial del Metropolitan Museum (New
York). En estos objetos, se pueden observar las embarcaciones, la fachada de
palacio y una procesión que, algunos, interpretan como del sacrificio. Ele-
mentos, escenas que en un primer momento aparecen de forma aislada, no
formando parte de un conjunto, pero que durante Nagada III adquieren un
nuevo significado formando un ciclo asociado a la figura del rey. A estos
ejemplos pueden unirse los recientemente publicados en torno a Aswan y
8
Este es un aspecto interesante que ha puesto de manifiesto el estudio de Yoffee (2005), en el
sentido de que las imágenes, representaciones o decretos como el propio Código de Hammu-
rabi, no iban dirigidos al conjunto de la sociedad, sino a la corte.

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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que parecen representar también un ritual del líder, vestido con ropajes pro-
pios del Festival Sed, emblemas reales y el desfile de embarcaciones junto a
prisioneros (Hendrickx et al. 2009).
Pero si hay un objeto que va a reflejar la plasmación del triunfo militar, y
posiblemente su carácter ritual, ideológico y público, es la Paleta de Narmer.
Sin entrar en el debate sobre la historicidad de las escenas que en la misma
se representan, en la misma observamos la imagen clásica que va a permane-
cer a lo largo de toda la historia de Egipto: el rey, con una cabeza de maza en
la mano, va a proceder a golpear al enemigo que ha sido vencido. Pero en
este objeto hay otros elementos que son de gran importancia para constatar
la existencia de unos rituales y cómo esta escena ya formaba parte, por en-
tonces, de la “memoria cultural” egipcia.
Como señala Morris (2014: 64), la Paleta de Narmer nos informa, al igual
que los posteriores relieves que decoraran los templos e incluso algunos
textos, de que después de haber alcanzado la victoria militar podía tener
lugar un sacrificio ritual de los prisioneros o, al menos, de algunos de ellos
para dejar una constancia de lo realizado. En concreto Morris se refiere a la
escena en la que Narmer procede a inspeccionar unos cuerpos que aparecen
decapitados, una acción meticulosa al aparecer sus cabezas entre las piernas,
al tiempo que sus falos han sido eliminados.9 La representación de Horus y
de la barca nos recuerda, a su vez, a los elementos presentes en objetos y
representaciones anteriores, como si la acción de proceder a la muerte ritual
de los prisioneros hubiera tenido lugar en el palacio –o alguna de sus depen-
dencias– y, con posterioridad, sus cuerpos hubieran sido mostrados pública-
mente. Escenas que están siendo realizadas bajo la protección de la divini-
dad, no solo la que corona la Paleta de Narmer, sino también los que apare-
cen representados con animales o emblemas, en especial Horus, siendo por
ello que Morris (2014: 88) apunta que al igual que los primeros frutos de la
cosecha pueden ser entregados a los dioses como agradecimiento, lo mismo
acontece con los prisioneros de guerra, emitiendo Narmer, y con posteriori-
dad sus sucesores, el mantenimiento del orden, la protección de Egipto frente
a todos los peligros que podían proceder del exterior.
Como afirma Köhler (2002: 506), la Paleta de Narmer es la culminación
de una temática, una narrativa que se había iniciado con las escenas de caza
y que transmite la derrota del caos que circunda al valle del Nilo, una sepa-
ración entre el orden y el caos que pasará a formar parte, inseparable, de la
ideología y concepción faraónica hasta el final de su existencia. Con poste-
rioridad al surgimiento del Estado, en las siguientes dinastías esa separación
e ideología se irán desarrollando, convirtiéndose todos los que habitaban

9
Una escena con el mismo motivo, procedente del Depósito principal de Hierakómpolis, ha
sido recientemente publicada por Droux 2005-2007.

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Antonio Pérez Largacha
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fuera del valle del Nilo en enemigos, representantes de ese caos que debía
ser controlado, mantenido alejado y derrotado, razón por la que todos los
reyes, llegaran a realizar una campaña militar o no, se representaran victorio-
sos, al formar parte dicha actitud, iconografía y celebración parte de la “me-
moria cultural” (Pérez Largacha 2012).
Pero estas escenas, su origen y evolución hasta llegar a convertirse en
identificadores de una forma de gobierno y de una sociedad, también deben
ponerse en relación con otro aspecto muy importante que, al igual que en
otras sociedades de la Antigüedad, también estará en relación el triunfo mili-
tar y todo lo que el mismo implica; la creación de una identidad propia, dife-
renciadora del otro en un período en el que deben establecerse construccio-
nes simbólicas para transmitir, reflejar, una identidad. Una identidad que
implica la existencia de unas similitudes internas que diferencian a los egip-
cios de los demás.
Es quizás por ello por lo que coincidiendo con el surgimiento del Estado
–o al menos cuando se están poniendo las bases del mismo–, del marco con-
ceptual y territorial que será considerado como “egipcio”, encontramos co-
mo en los límites adyacentes de ese orden (Pérez Largacha 2014), o donde
Egipto va a tener importantes intereses económicos, los faraones se represen-
tan en la actitud vencedora.
Un ejemplo es el de Gebel el-Suleiman, donde se representa el motivo de
la victoria, del prisionero atado y vencido, pero esta vez no en una paleta u
objeto que fuera depositado en el interior de un templo, sino en una inscrip-
ción al aire libre, en un lugar que sirve de frontera entre el mundo egipcio y
el exterior (Somaglino / Tallet 2015). En el mismo sentido pueden interpre-
tarse las escenas halladas en el Sinaí, en especial a partir del reinado de Den
(I dinastía), apareciendo también dioses como Soped, o Ash, protectores de
los confines orientales del Delta, de las minas de cobre y turquesa de donde
la administración egipcia obtenía algunos de los recursos minerales –cobre,
estaño…–, necesarios para el naciente Estado (Ibrahim / Tallet 208). Escenas
en las que el rey es seguido de personajes, posiblemente altos funcionarios
encargados de dichas regiones, al tiempo que es acompañado de símbolos
reales y divinos, emitiendo el mensaje a las poblaciones locales de que era el
protector de dichos territorios, que no formaban parte del orden, pero cuyos
recursos eran necesarios, o que advertía a dichas poblaciones de que no per-
turbaran el orden; la imagen como símbolo de frontera entre lo civilizado y
lo caótico. Igualmente, en tiempos de Den encontramos la primera referencia
de “vencer a los enemigos” en una tablilla que, además, reproduce perfecta-
mente la procedencia externa del enemigo derrotado y golpeado (Fig. 3).
Pero además del triunfo militar, de la formulación de una identidad dife-
renciadora, también es de destacar que en estos primeros momentos históri-
cos de la cultura faraónica encontramos escenas en las que se representa la

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El triunfo militar en el Antiguo Egipto
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presentación de objetos por parte de extranjeros, una acción que será caracte-
rística de las tumbas tebanas de la XVIII dinastía y, al igual que sucederá
con posterioridad, posiblemente esta entrega de objetos por extranjeros pudo
ser realizada públicamente, al menos en el palacio y delante de los altos fun-
cionarios y seguidores del rey, apareciendo además la figura de los prisione-
ros que también son presentados (Fig. 2). Una escena representada en un
mango de cuchillo hallado en Abidos, la localidad donde se enterraron los
primeros reyes egipcios, adquiriendo así un mayor simbolismo la escena,
hallándose también en el templo de Abidos figuras de enemigos derrotados,
atados, posiblemente presentadas como ofrenda por el rey para transmitir sus
logros.

4. Ejemplos posteriores y conclusión

En el Reino antiguo la actividad militar de Egipto se limitó a expediciones a


Nubia, al desierto occidental o al envió de delegaciones comerciales o rega-
los diplomáticos al Levante. No se desarrollaron textos heroicos, épicos,
grandes relieves que trasladaran al conjunto de la sociedad los logros de sus
gobernantes, los mismos quedaron relegados, como hemos apuntado, a sus
construcciones funerarias.
A finales del Reino Antiguo da inicio un período de fragmentación políti-
ca, siendo significativo que la victoria militar, como mensaje de protección
hacia la población y de justificación de las acciones de gobierno, reaparezca
en las escenas y textos justificativos de los gobernantes provinciales.
En el Reino Medio el triunfo del Faraón adquiere connotaciones más pú-
blicas, tanto dirigidas a las poblaciones que son conquistadas por Egipto,
Nubia, como en la literatura sapiencial, en las Instrucciones, donde uno de
los consejos que recibe el futuro gobernante es proteger las fronteras de
Egipto, en especial el Delta oriental. Igualmente, el motivo del Faraón victo-
rioso, siendo contemplados sus logros por los dioses, en especial Horus y
Seth, se extiende a otros soportes como broches, joyas o estelas.
Igualmente, se irán poniendo las bases de un nuevo género literario, la
Konigsnovelen. Por otra parte, el carácter ritual del triunfo, de la victoria
militar sobre el enemigo, adquiere una dimensión más pública, tanto en los
relieves que decoran las paredes de los templos como en escarabeos, estelas
y otros objetos que difunden la imagen del faraón victorioso, incluso fuera
de Egipto. Una prueba de este ritual es, por ejemplo, el proceder a cortar la
mano derecha del vencido, hallándose los primeros ejemplos de ello en Tell
el Dab’a, lo que permite pensar en que dicha práctica fue introducida desde
el Levante por los Hiksos (Bietak 2012).

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Antonio Pérez Largacha
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Un mensaje, el del triunfo militar, que no será abandonado por Akhena-


tón, donde además el dios Atón observa la acción, siendo significativa su
representación en un período que suele interpretarse de cambio.
Un reino nuevo que nace de una victoria militar sobre los Hiksos, de un
enfrentamiento que origina el llamado “nacionalismo tebano” que, a lo largo
de todo el Reino Nuevo impregnará las referencias y representaciones vincu-
ladas al triunfo militar.
Igualmente, las escenas de presentación de tributos en las tumbas de los
nobles tebanos de la XVIII dinastía se convierten en una de las más frecuen-
tes, lo que indica un acto público que se realizaba en la corte y al que asistían
los nobles, como a las recompensas que les son entregadas desde la Ventana
de las apariciones. Igualmente, en las estelas privadas el motivo del Faraón
venciendo se hace más frecuente (Schulman 1988), y el regreso triunfal de
los ejércitos, como en el caso de Seti I, se centra en los límites de Egipto, en
el extremo del camino de Horus.
Escenas, monumentos y objetos que recogen las premisas que fueron es-
tablecidas con el surgimiento del Estado, un momento en el que se configura
una concepción mental que dota de coherencia e identidad a la sociedad y
justifica las formas de gobierno que se instituyen. Durante más de tres mile-
nios las premisas que fueron concebidas en torno al conflicto y victoria sobre
todo lo que representaba un peligro, una amenaza, perduraron, formaron
parte de la memoria cultural, social y colectiva. El simbolismo y paralelis-
mos con otras culturas es evidente, pero son necesarios más estudios y, so-
bre todo, acercar las manifestaciones del antiguo Egipto a lo que ellos pen-
saban y querían representar acorde con sus ideales, miedos y realidades,
alejándonos de la mera descripción de unas escenas que emiten un mensaje
muchas veces alejado de la realidad.

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Fig. 1. Caza y dominio del entorno. Abidos Tumba U-415.

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Fig. 2. Presentación de objetos por asiáticos y prisioneros.


Abidos U-127 (Dreyer 1999).

Fig. 3. Faraón Den derrotando a los enemigos procedentes del desierto.

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