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1.

LA GRECIA CLÁSICA
LA DEMOCRACIA ATENIENSE

1.1. El alba del clasicismo griego y de la democracia ateniense


1.2. La forja de la identidad helénica
1.3. Las Guerras Médicas
1.4. El mundo de la época clásica
1.5. La Pentecontecia y la hegemonía ateniense

1. El alba del clasicismo griego y de la democracia ateniense


El mundo clásico 3
Orígenes de las instituciones atenienses 3
Clístenes y los Alcmeónidas 4
Las reformas de Clístenes 5
El mito de la democracia 6

2. La forja de la identidad helénica


La identidad griega 8
Los griegos y sus vecinos: de los Balcanes a Lidia
El Imperio Persa 8
Las libertades griegas frente al despotismo oriental 9

3. Las Guerras Médicas


El levantamiento jonio y la primera campaña persa 11
La batalla de Maratón 11
La segunda campaña persa 12
La batalla de Salamina y el final de la guerra 13
Atenas y la politización del mar 14

4. El mundo de la época clásica


Ciudad, estado y comunidad 16
Polis e identidad ciudadana 16
La ilustración ateniense 17
Política y religión en Atenas 18
La educación cívica en Atenas: el teatro 19
La sofística 19

5. De la Pentecontecia a la crisis ateniense


La Pentecontecia 21
Hacia la crisis de la democracia 23

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Los antiguos griegos se nos aparecen en la Historia como protagonistas de la Cultura Micénica, de mediados del segundo
milenio a.C., y recorren sucesivas etapas culturales, la última de ellas bajo el dominio romano. Incluso durante la Edad
Media perviven de cierta manera en el Imperio Bizantino. Pero lo que se conoce como el Mundo Griego es un ámbito
cultural más restringido, y estrechamente vinculado a una forma de organización política peculiar, la polis. Al margen de
que consiguiera mantener su independencia, o de que se viera privada de toda soberanía por haber caído en la órbita de
los monarcas helenísticos o haber quedado incluida en el estado romano, la polis conservaba una entidad que había movido
a Aristóteles a considerarla como la forma “natural” de las comunidades humanas. La historia del Mundo Griego es,
esencialmente, la historia de la polis.

Las poleis más famosas son Atenas y Esparta, que consiguieron liderar a otras muchas ciudades griegas, y que se
enfrentaron en un conflicto bélico de gran trascendencia, minuciosamente relatado por el historiador Tucídides. Sobre la
polis ateniense en general se concentra, por otro lado, el grueso de la información con que contamos, y de alguna manera
funciona como símbolo de la cultura griega. La fama de Esparta se debe a la peculiaridad de sus instituciones, que la
convirtieron en una leyenda ya en la Antigüedad y entre los propios griegos.

Pero esas dos poleis tan grandes, tan importantes y tan características, constituyen una excepción frente a la regla. La
polis es una pequeña comunidad política, por lo general con un territorio minúsculo, que tiende a la autosuficiencia y a la
independencia política, aunque nunca llegue a realizar del todo ese ideal. Las que nacen como colonias, es decir fundadas
por la iniciativa y con los recursos humanos de otras poleis, presentan un importante desarrollo comercial, debido a su
ubicación en las costas del Mediterráneo; y pueden llegar a ser muy ricas, y a contar con áreas urbanas espectaculares.
Otras muchas no pasan de ser pueblitos de campesinos apenas comunicados con el exterior. Sobre las primeras suele
haber información arqueológica importante, pero sabemos muy poco sobre la vida de esas comunidades; y, en la gran
mayoría de los casos, su aparición en las fuentes escritas conservadas es muy puntual. Por eso son Atenas, Esparta y
unas pocas más, las poleis que protagonizan la historia de Grecia, y las que nos brindan un cierto conocimiento de los
griegos.

Para nuestro propósito, en un curso de historia antigua para el Grado en Filosofía, nos centraremos con preferencia en la
Grecia clásica y en el estudio de la democracia ateniense y sus instituciones, abarcando un periodo de tiempo que
comprende especialmente los siglos VI y V a.C.

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1. EL ALBA DEL CLASICISMO GRIEGO Y DE LA DEMOCRACIA ATENIENSE

EL MUNDO CLÁSICO.

La era dorada de Atenas comprende el siglo V, enmarcado al inicio por la Revuelta Jonia (500) y al final por
la Guerra del Peloponeso (404). De este momento son el Partenón de Atenas o las tragedias de Sófocles y cuando
se gestan las bases de la arquitectura cultural y política del mundo occidental. De este momento es el enfrentamiento
de la Atenas democrática y la Esparta oligárquica contra la autocracia persa, convertida desde el reinado de Darío
en potencia universal, devenido en el campo de la ideología símbolo de la lucha por las libertades del individuo y de
la racionalidad.

Dos nombres destacan: Clístenes –prócer espiritual de la democracia ática- y Pericles. El desarrollo
imparable de la polis ateniense a partir de los primeros decenios del siglo V producirá un auge cultural sin precedentes:
la Acrópolis de Atenas, excepcional conjunto monumental y reflejo propagandístico del sistema de valores
democráticos; el Partenón de Ictino y Calícrates, adornado por Fidias y que data del 447-438… En las artes escénicas
destacan Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes. En filosofía y retórica aparecen los sofistas.

Frente a las explicaciones tradicionales de la religión y el mito (mythos), la civilización griega progresa apoyada
en un logos (razón, razonamiento). La razón griega avanza sobre la base del lenguaje y el diálogo, del que Sócrates
fue gran maestro, y también el pensamiento abstracto, que se constata en la pasión por las matemáticas, la física, la
metafísica y la geometría. Sócrates suscitará la pasión por la dialéctica argumentativa y el debate filosófico hasta su
célebre condena a muerte en 399. De su quehacer nos informan sus discípulos Jenofonte y Platón. Platón, desde su
escepticismo hacia el sistema político ateniense –que comparte con el mismo Jenofonte-, refleja también el profundo
debate ideológico que se genera en la Atenas de la época. En este ambiente intelectual surge la teoría política, la
discusión sobre la constitución idónea, las ideas sobre el gobierno de la ciudad, etc.

Nace el género de la historiografía, con Heródoto de Halicarnaso, cronista de las Guerras Médicas, que se
implica profundamente en los debates políticos que se producen en su entorno. Su sucesor Tucídides (autor de la
Historia de la Guerra del Peloponeso) destaca por su capacidad crítica y será referente por su establecimiento de las
exigencias metodológicas del historiador. Jenofonte cierra la perspectiva sobre este siglo en las Helénicas y sus relatos
sobre la Guerra del Peloponeso, cuando ya es palpable la decadencia política de Atenas.

Democracia y cultura, en fin, se amalgaman. De todos los sucesos de la Grecia clásica, la implantación del
sistema democrático en Atenas es sin duda el que más impacto ha tenido. El legado de la Grecia clásica forma parte
de nuestro mundo cotidiano e intelectual y la búsqueda constante de la verdad (aletheia) supone uno de los mayores
desarrollos espirituales de la humanidad.

ORÍGENES DE LAS INSTITUCIONES ATENIENSES.

Existe división de opiniones. Para unos su artífice fue Solón (638-558), que al crear un sistema timocrático
que basara su representación social y el ejercicio de poder en elementos materiales contribuyó a quebrantar el
monopolio de la aristocracia de nacimiento. Se preludiaba así la apertura de la polis a todos aquellos sectores sociales
que se lo pudiesen permitir. Sus iniciativas legislativas contribuyeron a unificar una ciudadanía en crisis, fortaleciendo
los vínculos de identidad y generando un eficaz organismo político abierto a corrientes reformistas y al mismo
tiempo capaz de integrar a la aristocracia, el grupo social que seguía marcando la pauta.

La historia del surgimiento de la democracia es un largo camino de iniciativas políticas, económicas y sociales
que trataron de solventar las profundas tensiones internas que azotaban a casi todas las ciudades griegas desde el
siglo VI. Paradójicamente, los fundamentos de las ideas de libertad se fraguaron en época del tirano Prisístrato y sus
hijos, y su culminación en la de Clístenes.

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El proceso de conformación de la polis clásica resultó influido por toda una serie de convulsiones
económicas relacionadas con la redistribución de la tierra y por las desigualdades. También incide el anhelo de
participación política de las nuevas clases. La respuesta para aliviar estos conflictos es una serie de medidas que
pueden llegar desde la sustitución violenta de los estados aristocráticos u oligárquicos por tiranías hasta el exilio
masivo de sectores de la sociedad (fenómeno tan significativo en el Mediterráneo antiguo como la colonización).

En Atenas la agitación social tenía tres motivos principales:


- La posesión de la tierra y la representación de la ciudadanía en las magistraturas
- La rivalidad entre las nuevas clases urbanas y las clases rurales
- Los arraigados conflictos entre familias aristocráticas, los Eupátridas

Surge así la figura de Solón, aunando sabiduría política y ética imparcial, autor lírico y uno de los célebres
Siete Sabios de Grecia, que puso en marcha un primer intento de atender las reclamaciones de las clases populares
y enriquecidas, preservando a la vez ciertos privilegios para los nobles, evitando de esta manera la statis –
confrontación social y ciudadana-. Su constitución timocrática implicaba:
· La división de los ciudadanos en cuatro estratos productivos según su propiedad y renta y la reordenación
de la justicia social en una cancelación de deudas que alivió a la clase más oprimida, aboliendo también la
esclavitud por deudas
· La reforma de la estructura de las magistraturas del estado, que debían dar cuenta de su gestión a la
Asamblea de los ciudadanos, la ekklesía, en la que predominaban las clases medias, otorgando así el derecho
a todos los ciudadanos de participar en la Asamblea y formar parte del tribunal de la heliaía. Después existía
el consejo o boulé, con cien hombres de cada clase censitaria y por último el Areópago, heredero del antiguo
consejo real, una agrupación de nobles que hacían las veces de tribunal constitucional.

En resumen, los Eupátridas seguían conservando las magistraturas más importantes y la boulé, pero se daba
acceso a la clase popular a la Asamblea y a los tribunales.

El segundo paso hacia la consecución de la democracia se dio durante la tiranía de Pisístrato (607-527) y
sus hijos, que gobernaron desde mediados del siglo VI hasta el 510, momento que causó el fortalecimiento de las
ambiciones políticas del pueblo (demos). Esta tiranía consiguió durante su fase final apartar a numerosas familias
relevantes de la ciudad y debilitar sensiblemente a la aristocracia ateniense, acelerando su despolitización. A parte de
provocar un vacío de poder, se fomentará la implantación de nuevos baremos participativos que conferirán al demos
un nuevo protagonismo hasta entonces exclusivo de los notables locales (eupatridai).

Pisístrato, un aristócrata ateniense que había destacado en las guerras contra Megara, consiguió imponerse
en las luchas internas que agitaban la ciudad. Para ganarse al pueblo potenció actividades culturales y benéficas y
reforzó el sistema de financiación del estado. Logrará traspasar a sus herederos su enorme influencia, pero el
asesinato de su hijo Hiparco a manos de los “tiranicidas” Harmodio y Aristogitón en el 514 convulsiona de nuevo
el panorama político de Atenas. Hipias, el hermano de Hiparco, gobierna hasta su expulsión lograda por el clan
Alcmeónida con ayuda de Esparta en el 510.

CLÍSTENES Y LOS ALCMEÓNIDAS.

Clístenes es el siguiente hombre fuerte de la ciudad (570-507), quien había cimentado su prestigio a través
de su destreza en el campo de batalla y su enorme fortuna familiar. Pertenecía a la noble familia de los Alcmeónidas,
una de las que habían regido tradicionalmente la política ateniense. Hijo de Megacles, éste fue maldecido por el
oráculo de Delfos y con él a su familia, motivo por el cual los Alcmeónidas pasaron un cierto tiempo en el exilio.

Esta familia había apoyado a Solón y se había opuesto a Pisístrato, por lo que siempre tuvo cierta reputación
como garante de las libertades atenienses, pese a mantener buenas relaciones con los tiranos de otras ciudades. Tras
una larga puga de diez años por el poder, la familia hubo de exiliarse definitivamente cuando Pisístrato, habiendo
reunido recursos y apoyos militares, los derrotó en el 546. En el exilio destacó ya el joven Clístenes. El apoyo del
oráculo de Delfos era indispensable para triunfar en la política, por ello Clístenes favoreció al oráculo y financió sus
obras de reconstrucción tras el incendio del 548, lo que resultó en el célebre vaticinio que instaba a los espartanos a
derrocar la tiranía de Pisístrato. Religión y política estaban indisolublemente unidas en Grecia.

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Hipias intentó reconciliarse con las familias nobles rivales, pero cuando se produjo el magnicidio de
Hiparco, la represión aumentó y merced a las gestiones de Delfos, se logró que los espartanos prestaran su apoyo
para derrocar a Hipias. Tras la expulsión de la tiranía quedaron dos partidos en Atenas: Clístenes, de la familia de
los Alcmeónidas, que supo sobornar a la Pitia, e Iságoras, hijo de Tisandro. Pero Clístenes se ganó al pueblo con
sus propuestas de reforma constitucional.

Iságoras reclamó la intervención de Esparta mediante el recurso a la tradición religiosa. Supo así volver en
su contra a su antiguo protector, el rey de Esparta Cleomenes, quien decretó el exilio de Clístenes pretextando la
maldición familiar de los Alcmeónidas.

Los espartanos organizaron una violenta represión del partido de Clístenes en Atenas, exiliando a las 700
familias que Iságoras les fue sugiriendo. Los espartanos intentaron establecer un régimen oligárquico, aboliendo la
Asamblea y dando todo el poder el consejo de los partidarios de Iságoras. Pero habían menospreciado el sentimiento
prodemocrático que era ya mayoritario en Atenas y la población se rebeló. Los seguidores de Iságoras que habían
permanecido en la Acrópolis fueron condenados a muerte. La oligarquía encarnada por Iságoras y apoyada por
Esparta hubo de ceder finalmente.

LAS REFORMAS DE CLÍSTENES.

Son el paso decisivo hacia la democratización del sistema, sobre todo aquellas que atuvieron a las reformas
de las tribus o phylai, ya que al distribuirse de nuevo la ciudadanía según parámetros racionales y abstractos, se les
posibilitaba librarse del caciquismo de la nobleza local. Al mismo tiempo quedaba reforzado el poder de lso
comisionados del demos.

Las célebres reformas constitucionales, en torno al año 507, contribuyeron a aliviar los conflictos sociales,
transformando la organización administrativa de la polis. Clístenes sustituyó las cuatro tribus o clanes patrimoniales
por diez tribus distribuidas según el demos. Atenas quedaba además subdividida en tres grandes regiones: la ciudad o
asty, la costa o paralia y el interior o mesogeia. Esta redistribución de circunscripciones electorales tendía a cambiar el
sentimiento de pertenencia en la polis para que pasara de una sociedad de familias a un estado de ciudadanos. Se
introdujo la elección por sorteo, se aumentó el número de miembros de la boulé a quinientos, cincuenta por cada
tribu, y se abrió a más clases populares. Se le atribuía además de una función legislativa una de control: por una
parte, supervisión del sistema legal mediante los recursos a las leyes que se considerasen injustas, y por otra, control
de los particulares mediante la recusación de magistrados o ciudadanos. El objetivo era logar la isonomía o igualdad
de los ciudadanos ante la ley restando influencia a los aristócratas.

La Atenas de la época acusaba una gran dependencia económica de una serie de factores. Su agricultura no
podía abastecer a su creciente población. A partir de la mitad del siglo V, después de haber logrado la hegemonía
marítima en el Egeo, vivirá de un sistema de trabajo esclavista y de un dominio marítimo y militar cada vez más
despótico sobre sus aliados. En la práctica la aristocracia seguía teniendo mucho que decir en la política y los oradores
manejaban a su antojo la dirección de los asuntos públicos. La ciudadanía de Atenas era, por otra parte, exclusiva
de un número muy reducido de personas (varones nacidos de padre ateniense, es decir, ni esclavos, ni metecos –
extranjeros- ni mujeres).

Pero la principal característica del sistema ateniense era el derecho del ciudadano a participar sin
intermediarios en los asuntos públicos, promulgando leyes, ostentando cargos públicos, y actuando directamente en
la administración de la justicia. El ciudadano ateniense participaba directamente en sus tres instituciones básicas,
Asamblea, Consejo de los 500 y tribunales de justicia:
- La Asamblea popular o ekklesía era la máxima instancia legislativa, de decisión, apelación y control político.
Se reunía regularmente, unas 40 veces al año, o de forma excepcional y todo ciudadano podía pedir la
palabra en ella. Sus decisiones tenían fuerza de ley y eran inapelables.
- El Consejo o boulé representaba cada una de las diez tribus del Ática. Preparaba la actividad legislativa y
dictaminaba sobre las propuestas de ley de que todo ciudadano tenía derecho a presentar.

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- La heliaía, compuesta por 6000 jueces-jurado elegidos por sorteo anual entre los ciudadanos, tenía
atribuciones judiciales y era responsable de que las acciones de gobierno se ajustaran al ordenamiento
vigente.

Como resultado de este sistema, varios millares de ciudadanos se implicaban cotidianamente en la política
de estos tres organismos, a lo que había que sumar otros cargos públicos.

Otra de las reformas que introdujo Clístenes fue el ostracismo, es decir, la expulsión de ciudadanos
potencialmente peligrosos para la estabilidad interna de la polis. Sería así un medio de protección para la democracia
y conllevaría un exilio de hasta diez años, además de la confiscación de las propiedades del expulsado. No había
defensa posible para los acusados, la orden de alejamiento era un decreto directo del pueblo ateniense.

Las reformas de Clístenes incrementaron la cohesión y solidaridad dentro de la sociedad ateniense. La


definitiva capacidad de decisión radicaba en la Asamblea del pueblo y en el consejo. Otro lugar relevante en el
sistema lo ocupaban los magistrados, que ejercían su mandato durante un año de forma colegiada y que estaban
obligados a rendir cuentas de su actuación. Los representantes del estado eran elegidos por sorteo o por la Asamblea.

De gran impacto para la cohesión social y política de la ciudad fueron también las victorias en Maratón
(490) y Salamina (480). El éxito militar y las nuevas instituciones permitieron superar inveterados conflictos
socioeconómicos en el seno de Atenas. La expansión militar de Atenas a partir de comienzos del siglo V corrió
pareja con el desarrollo del modelo político democrático.

La figura del hoplita y del marino propiciaron la dinamización del sentimiento participativo en los asuntos
del Estado. La caballería estaba compuesta por los aristócratas, la infantería hoplítica por las capas medias de
propietarios de las tierras y la tripulación de la flota por los ciudadanos más pobres. La flota propició la integración
militar, y en consecuencia política, de los pequeños campesinos y el proletariado urbano, adquiriendo así relevancia
pública.

Sin embargo, había tensiones dentro del propio sistema democrático entre conservadurismo, simbolizado
por Cimón (cabeza del partido aristocrático, hijo de Milcíades, vencedor de Maraón, 510-450) y radicalismo, que
encarna Efialtes (jefe del partido democrático a partir del 465). Tras el periodo del gobierno del estratego
proespartano Cimón y su expulsión por ostracismo, Efialtes hará promulgar una ley directamente contraria a los
privilegios de la aristocracia, instaurando definitivamente un gobierno efectivo del demos. Aristides ya había
impulsado en 477 la formación de una confederación marítima, la Liga Ático-Délica. La posición hegemónica de
Atenas sobre un círculo de aliados era a la par militar y comercial, dentro de una política expansionista de
asentamientos, colonias o “cleruquías”.

EL MITO DE LA DEMOCRACIA.

Los orígenes del mito democrático en Atenas se remontan a los días de la tiranía. Hiparco fue asesinado
por Aristogitón y Harmodio. El otro Pisitrátida, Hipias, decidió gobernar con mano férrea la ciudad, lo que le granjeó
los odios de los ciudadanos al haber cambiado lo que hasta entonces se consideraba como una autoridad tolerable.

Pero la utilización del término ‘tiranía’ como eslogan político en el curso del siglo V y su vinculación a los
enemigos del sistema democrático ateniense conlleva una desvirtuación de manera que el término va perdiendo su
significado original y contribuye a una mitificación del pasado. El proceso de afirmación democrática reclamaba
modelos personales y señas de identidad, así que Aristogitón y Harmodio, exponentes de la oposición aristocrática
a los Pisistrátidas, serán utilizados como exponentes de la isonomía primero y como artífices del sistema democrático
después, verdaderos símbolos de la polis. Se representó esta escena del tiranicidio en varios soportes, conservándose
por ejemplo una copa de cerámica con dicha representación. La copa de los tiranicidas atenienses nos presenta un
evento histórico concreto, acontecido algún tiempo antes de la realización de la obra. Al fabricarse esta pieza de
cerámica en Atenas aún vivía gente que podía recordar el episodio. Por primera vez se insertaba un evento real de
gran relevancia histórica en un espacio hasta ahora reservado para las representaciones mitológicas.

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La puesta en escena de la muerte de Hiparco no era la única que circulaba por Atenas. También se realiza
un grupo escultórico dedicado en el 510 a los tiranicidas, obra del artista Antenor, emplazado en el Ágora de Atenas.
Sobresale en esta obra al igual que en la anterior el paso de un episodio y unos personajes de relevancia histórica a
un espacio tradicionalmente reservado a la esfera del mito, traspasando pues la barrera que separa el mito de la
historia. Aristogitón, Harmodio e Hiparco se equiparan o confunden con Orestes, Ulises o Heracles. Lo que se
sugiere aquí es que Atenas orquesta su propia visión del pasado, marcando el inicio de aprovechamiento de
personajes históricos por la comunidad con marcados fines propagandísticos, como con Temístocles o Pericles,
cuyas posteriores estatuas simbolizarán el ensalzamiento de la individualidad al servicio de la polis. Asistimos al inicio
del mito democrático ateniense.

Y sin embargo el origen de este asesinato fue bastante más prosaico: un asesinato pasional. El asesinato de
Hiparco se interpreta como acto eminentemente político, cosa que no fue. El reaccionar de forma represiva, el
gobierno Pisistrátida se desacreditó. El motivo originario del tiranicidio, de cuño personal, será a partir de ahora
reiteradamente reinterpretado: Aristogitón y Harmodio pasarán así a ser considerados campeones de la libertad, en
un proceso de progresión heroica de los protagonistas del tiranicidio fomentando con ello un sentimiento de
afirmación democrática. Se sabe que el culto a los tiranicidas se efectuaba ante la tumba de los héroes. En el
monumento situado en el ágora, sin embargo, se veneraba una idea: la defensa de la libertad ciudadana.

La fama negativa de la tiranía se contrapone a la forma de gobierno colectivo y suministra así un estereotipo
del enemigo y una justificación del régimen democrático. Por otro lado, Atenas se reafirma como imperio naval y
en la defensa de su sistema de gobierno, aspectos ligados entre sí íntimamente. A partir del año 424 y
significativamente en la obra de Aristófanes se multiplican las alusiones a la tiranía como reflejo del temor que
persistía en gran parte de la ciudadanía a un golpe de estado oligárquico debido al ambiente propiciado por la larga
e interminable guerra contra los peloponesios –con escasas perspectivas de éxito- y la casi permanente ausencia de
flota, baluarte de la democracia, debida a las múltiples operaciones en los escenarios bélicos cada vez más alejados.

Para conjurar este peligro se apelaba a la solidaridad y a las obligaciones ciudadanas. Al recurrir al mito para
embellecer un evento histórico, dignificándolo y transformándolo en una gesta heroica, se estaban estableciendo
nuevos parámetros de apropiación del pasado, configurado de forma selectiva para forjar inequívocas señas de
identidad. Harmodio y Aristogitón pasaban de ser modelos individuales a figuras de identificación política para
todos los ciudadanos, un monumento de la encarnación de la lucha por la isonomía en la polis, inicialmente consigna
ideológica de la aristocracia, pero que se convertirá a lo largo del siglo V en sinónimo de la democracia. Se veneraba
a los asesinos del tirano mediante un culto, se trataba de un santuario patriótico reservado exclusivamente a honrar
la memoria de la libertad política.

Además del ostracismo, aparecen ciertas escenificaciones que atestiguan una aversión ritualizada contra
cualquier actitud, real o presunta, de signo despótico, que culminará en la obligación de cada ateniense de acabar
con todo aquel que pretenda establecer una tiranía.

El temor a la invasión persa aparecía ligado al retorno de Hipias, pues este y sus partidarios militaban en el
contingente de tropas persas que combatieron en Maratón contra los hoplitas atenienses. Pero la situación cambió
al ser repelido el ataque persa definitivamente. Posteriormente, cuando se constituya un nuevo bloque de poder en
el Egeo en torno a la Liga Ático-Délica capitaneada por Atenas, se creará una marcada dualidad con el otro polo de
poder, consagrado en torno a la oligárquica Esparta en la Liga del Peloponeso.

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2. LA FORJA DE LA IDENTIDAD HELÉNICA

LA IDENTIDAD GRIEGA.

Si Homero (siglo VIII) representa la Grecia arcaica, será Heródoto (siglos VI y V) el cronista de la Grecia
clásica, auténtico narrador de las Guerras Médicas y cuyo estilo trasciende el mero registro historiográfico e incluye
la antropología, la etnografía y la crónica de viajes, así como anécdotas, digresiones y costumbres.

Contemporáneo de la era de Pericles, representa ambos mundos, el de los persas y el de los griegos, como
concepciones político-culturales claramente perfiladas. Partiendo de estas premisas, los escritores del siglo IV se
difundirá una imagen altamente chovinista que ensalzaba la civilización griega. En este contexto se concibe el
prototipo de extranjero (bárbaros). Al significar a los extranjeros como bárbaros, los propios griegos establecían la
frontera en el lenguaje, pues el vocablo significa alguien que habla de manera ininteligible.

La revuelta jonia, punto de partida de Heródoto, resulta de una trascendental relevancia que había de
desembocar en el gran conflicto entre Oriente y Occidente. El comportamiento de los protagonistas de esta epopeya,
de los caudillos griegos y persas, depende en gran medida de sus decisiones personales, pero también está marcado
por el carácter de su pueblo, por la tradición, las creencias y siempre al fondo por la concepción de que la divinidad
influye en el transcurrir de la historia. El pensamiento histórico de Heródoto se emparenta con el de ciertos escritores
de tragedias como Sófocles, en el marco de la denominada ‘democracia religiosa’. Las causas de los sucesos históricos
de Heródoto, se sitúan, como en la tragedia ateniense, en un doble plano, divino y humano: el hombre, con su hybris
o soberbia, es responsable de su perdición, pero los dioses también sienten envidia.

En todo caso, gracias a su trabajo de campo, al examen de las fuentes, investigación personal y preguntas a
los testigos oculares –fundamentos de la historiografía-, tenemos noticias fiables acerca del mundo del Egeo y de
las regiones que lo rodeaban. Lo que diferenciaba a los griegos de sus vecinos en esta época era, en lo esencial, la
existencia de una misma lengua y religión, conceptos políticos muy similares y una sensibilidad de formar parte de
una cultura común. La difusión y apropiación de los poemas homéricos como legado común, juega un papel
fundamental en la formación de una conciencia unitaria griega, a pesar de la variedad.

Esta conciencia se manifestaba en los grandes centros de culto panhelénico (sobre todo Delfos, Nemea,
Corinto y Olimpia) con sus festividades y competiciones. Solo aquellos que podían ser considerados griegos podían
participar, aquellos que pertenecían al círculo cultural helénico mediante conceptos clave que constituían la identidad
colectiva. Ideas como agón y paideia (competición y educación) determinaban el modo de obrar. Nociones básicas de
la política antigua como la isonomía o la eunomía son signos inequívocos del helenismo. La armonía como concepto
que valora y fomenta aquellas constituciones que garantizan la máxima cuota de estabilidad.

Con gran peso en la identidad griega, desde la Magna Grecia al ámbito del Egeo, este ideario reposaba en
los postulados del justo medio (mesotes), la equidad (isonomía y dikaiosyne) y la moderación ética (sophrosyne). Estos
valores quedan plasmados en el urbanismo de las zonas residenciales de algunas poleis de orientación democrática,
con barrios caracterizados por la uniformidad resaltando la idea de la buena medida, es decir, el espíritu igualitario
y cívico de sus moradores. Las proporciones armónicas de una arquitectura pensada en torno a las necesidades de
sus habitantes, de acuerdo con los parámetros ideológicos del sistema democrático, como un espejo de la igualdad
ideal, tanto por la simetría de las calles como por la utilización equilibrada de los espacios públicos de las ciudades
griegas.

LOS GRIEGOS Y SUS VECINOS: DE LOS BALCANES A LIDIA.

EL IMPERIO PERSA.

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Heródoto coloca el inicio del conflicto entre el lidio Creso y el persa Ciro como preludio dramático para la
presentación de las Guerras Médicas. Los reyes persas gobernaban en una estrecha vinculación personal con sus
súbditos asentados en los sentimientos religiosos de éstos. El monarca se encargaba de los sacrificios. En la corte
real se aunaban el ritual, la tradición cultural y el simbolismo. Un ejército de sirvientes de palacio controlaba el acceso
al monarca desarrollando una etiqueta cortesana plana de protocolo y simbolismo. En los pueblos sometidos los
súbditos de las casas reales locales no se mantenían oprimidos, sino que gozaban de un cierto grado de autonomía.

En el titular de la monarquía aqueménida se aunaban diversas funciones políticas, militares y administrativas,


como el liderazgo de los persas, medos y babilonios, la supremacía sobre Egipto o el gobierno de Asia Menor. El
Gran Rey era “Rey de Reyes”.

Se trataba en Persia de un enorme estado multiétnico que se extendía desde el mar del Egeo hasta el Indo
a través de un gobierno descentralizado en una serie de unidades administrativas regionales, denominadas satrapías.
Es normal que con el tiempo y debido a la enorme dimensión del Imperio Persa, a largo plazo se produjeran
tensiones en torno a la secesión de diversas satrapías. La monarquía se nutría de los ingresos regulares de tributos
provenientes de las satrapías, que eran almacenados en las residencias reales. La estructura del gobierno persa se
caracterizaba así por un cierto feudalismo, y las relaciones de lealtad de los sátrapas respecto del rey eran tan
importantes como las leyes promulgadas por la cancillería central del imperio.

Este imperio inabarcable y de difícil equilibrio había ido conquistando uno tras otro a todos y cada uno de
los pueblos de la cuenca del Mediterráneo oriental. El milenario Egipto había sido sometido, y también los ricos
reinos de la península de Anatolia, así que el conflicto con Grecia era un choque inevitable entre dos visiones del
mundo: la autonomía de las ciudades-estado griegas, con la democrática Atenas y la oligárquica Esparta a la cabeza,
frene a la monarquía absoluta del Rey de Reyes.

LAS LIBERTADES GRIEGAS FRENTE AL DESPOTISMO ORIENTAL.

Se puede muy fácilmente rastrear el sentimiento político propiamente heleno en dos autores de la era de
Pericles: Heródoto y Esquilo, quienes contribuyen a sentar las bases de la identidad griega en general y ateniense en
particular frente a la imagen de los persas, como en el “Discurso de las tres constituciones” de Heródoto, donde se
discute con el rey Darío acerca del mejor sistema de gobierno.

En el pasaje citado, el noble persa Otanes se postula como representante de la igualdad aristocrática contra
el despotismo, posición que se corresponde con el rechazo a la tiranía de la aristocracia griega. Otanes presenta la
tiranía como una depravación de la monarquía, mientras que Darío hace otro tanto con la oligarquía y la democracia,
apoyando el establecimiento de una monarquía legítima. La controversia se decide a través de preguntas clave que
definen también la diferencia del pensamiento helénico frente al persa.

Las referencias de Darío apuntan a la monarquía ideal de Ciro, que sentó las bases de la libertad de los
persas frente a sus pueblos vecinos. Según esta argumentación, los persas deben asegurar su existencia y fututo a
través del gobierno de un monarca. La libertad no es entendida aquí como valor individual, como ocurre en el
ámbito helénico, sino colectivo, en aras del cual es cabal sacrificar pequeñas parcelas de independencia personales.

Para Heródoto lo importante son los efectos tangibles para los griegos, tales como la expansión militar y
territorial de los persas, creadores del mayor imperio conocido hasta la época. Ciro fue modelo de gobernantes
también para el mundo griego, sobre todo a partir de la obra de Jenofonte Ciropedia. Los éxitos persas eran señalados
en el mundo griego como ventajas inherentes a la forma monárquica de gobierno. Sin embargo, los griegos tenían
conciencia de que el poder del Rey de Reyes era similar al de un tirano, pro su omnipotencia y arbitrariedad, modelo
tan desprestigiado en la tradición helena y sobre todo ateniense. El veredicto griego sobre la monarquía persa
provocaba división de opiniones. Además del reconocimiento de sus aspectos positivos se puede percibir también
un claro rechazo del poder real, considerado desproporcionado y pernicioso para los ciudadanos de la polis.

En Heródoto se puede ver que el gobierno persa se rige por un sistema despótico mientras que la forma de
gobierno de los griegos es un sistema basado en la libre participación de los ciudadanos en el gobierno de su ciudad.

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Esquilo escribe Los Persas, financiada por el que más tarde se convertiría en uno de los principales próceres
de la democracia ateniense, Pericles. Abundan las alusiones al carácter institucional, por supuesto autocrático, de la
monarquía persa, que es presentada como una especia de tiranía cuyo máximo exponente es Jerjes, venerado a través
de formas de sumisión. Su ilimitado poder queda reflejado en la potestad de actuar sin dar cuenta de sus decisiones
a nadie.

En Los Persas se observan paradigmas análogos a los que empleará una generación más tarde Heródoto en
esta presentación de dos esferas paralelas pero contrapuestas: el despótico mundo oriental simbolizado por la
monarquía aqueménida y, en su periferia, el mundo libre de la polis griega.

Convencidos de la superioridad de su sistema constitucional de marcado talante participativo, lso estados


griegos que se negaban a aceptar la supremacía persa presentaron una decidida oposición a las pretensiones del Rey
de Reyes. Los ciudadanos libres atenienses que cierran filas tras las leyes de su ciudad constituyen, según la visión
de los implicado, el más vivo contraste frente a los súbditos del Gran Rey persa, rebosando orgullo cívico ateniense.

En cuanto a la técnica literaria, en el bando persa, el de los perdedores, aparecen protagonistas dotados de
nombres propios e individualidades inconfundibles. Sin embargo, ningún personaje griego es resaltado o nombrado
explícitamente. Mediante el deliberado anonimato de los actores helenos, vencedores de la contienda, se idealiza la
isonomía. Al mismo tiempo se subrayan las prerrogativas de la polis sobre el individuo y se acentúa la preeminencia
de la cosa pública sobre los intereses particulares.

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3. LAS GUERRAS MÉDICAS

EL LEVANTAMIENTO JONIO Y LA PRIMERA CAMPAÑA PERSA.

El Imperio Persa tuvo una enorme importancia como modelo para el mundo griego. Destaca el ejemplo de
la corte real persa y de las cortes de los sátrapas, ubicadas en el Asia Menor, que ofrecían a las élites griegas la
oportunidad de experimentar el estilo del mundo persa y de presenciar la enorme riqueza del Imperio. Histieo y
Aristágoras de Mileto establecieron un estrecho contacto entre la aristocracia de las ciudades jónicas de Asia Menor
y los dirigentes del Imperio aqueménida. Las fricciones entre Aristágoras y el mandatario persa Megabates derivaron
en una escalada que condujo a la revuelta de los jonios, primero de una larga serie de conflictos greco-persas cuya
conclusión final será la célebre expedición de Alejandro Magno a Asia.

La enorme talla de los protagonistas de estos conflictos se asimila en Heródoto a los héroes de la epopeya
homérica. La narración de la guerra se adorna con un frecuente uso de discursos de aliento épico pronunciados por
estos personajes, y las batallas se cuentan vivamente.

La serie de sucesos relativamente insignificantes en la periferia del vasto Imperio aqueménida desembocó,
en efecto, en un explosivo conflicto entre los jonios del Asia Menor y la monarquía persa que a la postre habría de
alcanzar dimensiones verdaderamente importantes. Las razones para la revuelta de los griegos jonios son diversas,
como por ejemplo la creciente competencia de los emporios de Fenicia, que también estaban bajo dominio persa,
así como los efectos de la política expansionista persa en Tracia, que afectó gravemente al comercio en las ciudades
jonias.

En realidad, no existía un frente unificado griego contra la superpotencia oriental. En el 499 se propagó
desde Mileto el movimiento independentista. Las perspectivas de éxito sólo se mantenían con la idea de una ayuda
efectiva de las ciudades griegas del ámbito del Egeo, pero Esparta, que ostentaba la supremacía de la Liga del
Peloponeso no mostraba intención alguna. Tampoco Argos, Corinto, Tebas o las islas del mar Egeo, implicadas
también en diversos conflictos regionales. Solo Atenas y Eritrea, en Eubea, accedieron a la petición de ayuda.
Cuando Mileto fue tomada en el 494 por las tropas persas se quebró el centro del movimiento insurrecto y la
resistencia llegó así a su fin. La derrota final causó un tremendo impacto en Atenas.

Después de la represión de la revuelta jonia, el Imperio Persa dirigió su atención hacia los griegos de Europa
que habían prestado ayuda a los rebeldes. A través de la ayuda que concedieron Atenas y Eritrea a los jonios, dichas
ciudades se habían comprometido políticamente. Su asistencia militar presentaba así la justificación perfecta para
una intervención persa en suelo griego, una excusa para emprender el camino hacia la conquista de la Hélade. El
intento contó con el apoyo de muchos griegos, representantes de corrientes tiránicas o simplemente interesados en
mantener buenas relaciones con el Imperio. Entre ellos destaca el propio Hipias, hijo de Pisístrato y desterrado de
Atenas con la caída de la tiranía.

Algunas ciudades griegas se plegaron al dominio aqueménida y se pusieron pronto de su parte. No así
atenienses y espartanos, que mostraron una encendida oposición. Un contingente de hoplitas atenienses, bajo la
dirección de Milcíades, fue capaz de rechazar la embestida persa en el choque que se produjo en la llanura de
Maratón, situada en la península de Ática en 490.

LA BATALLA DE MARATÓN.

Los atenienses querían decidir la batalla en el duro combate cuerpo a cuerpo de la infantería pesada, ámbito
en el que más destacaban sus fuertes unidades de hoplitas, así que llevaron un ejército fuertemente pertrechado de
hoplitas al campo. Una serie de ciudadanos en armas dispuestos en formación de falange se encargarían de plantar
frente al ejército del Rey de Reyes bajo el mando de Datis y Artafernes. Hipias acompañaba a las tropas persas.

En el combate se escenificó el ideal de ciudadanía y libertad de los hoplitas atenienses a través del
compañerismo de unos soldados que necesitaban de la resistencia del vecino para cubrir su flanco. La falange se

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componía de varias filas en profundidad que permitían la rápida sustitución de los caídos mientras que los hombres
de retaguardia presionaban para que no decayera el ímpetu guerrero. Los persas, por su lado, disponían de una
caballería más poderosa, de modo que Milcíades había previsto la neutralización de esas fuerzas ecuestres mediante
el uso de la falange. La confrontación se dirimió, en efecto, en el choque de la infantería pesada: el centro de las
tropas atenienses se retiró de manera sorprendente hacia atrás. Los persas pensaron que se trataba de una
desbandada y cargaron de forma precipitada sobre la parte central, arrastrando así a lo más florido de las fuerzas
persas. Ambos flancos griegos rodearon al punto a los persas con un hábil movimiento envolvente. La rapidez de
esta actuación atestigua la inigualable maniobralidad de la falange, provocando la inapelable derrota del ejército de
Darío.

Esta victoria se convirtió pronto en un mito. Prueba de ello es la famosa carrera de Filípides. Esquilo sólo
quiso ser recordado por haber luchado en Maratón. Con el recuerdo de esta gran epopeya la ciudadanía ateniense
celebraba la conservación de sus libertades, su supremacía en Grecia y, a la par, reforzaba su identidad política y
cultural.

El destino de Milcíades, estratego de Maratón, resulta un claro ejemplo de los problemas de demagogia y
excesos del sistema de control político ateniense. El estadista ya había mostrado su intrepidez al unirse a la revuelta
jonia de 499 y había tenido que afrontar acusaciones de tendencia a la tiranía en la Asamblea de Atenas, debiendo
sufrir incluso prisión. Tras Maratón, se le encomendaron diversas misiones que permitieron derrotar a los persas.
Su estrella habría de decaer cuando dirigió una expedición ateniense de 70 naves contra las islas griegas que habían
apoyado a los persas. La expedición fracasó y Milcíades resultó herido. Sus rivales políticos, de la poderosa familia
de los alcmeónidas, le acusaron de traición y le condenaron a muerte. La pena se conmutó por una enorme multa.
Acabó en la cárcel, donde murió seguramente a causa de sus graves heridas. A raíz de la acusación a Milcíades, el
pueblo ateniense optó por utilizar contra el poder de las familias nobles una isntitución de la democracia que había
introducido Clístenes pero que no se había puesto en vigor hasta entonces: el ostracismo. La carrera política en
Atenas se convertía así en un camino plagado de dificultades. Temístocles se perfilaba como el nuevo líder
democrático gracias al apoyo de las clases populares. Frente a él Aristides, apodado “el justo”, político conservador
que se había distinguido también en la batalla de Maratón.

Maratón supone, en todo caso, un punto de inflexión en la historia del clasicismo griego. Maratón (490) une
las tres generaciones del ‘siglo de oro’ de Atenas, pues en la batalla combatió Esquilo, mientras Sófocles –nacido en
el 496- era aún sólo un niño que quedó deslumbrado por el triunfo. Eurípides nacería precisamente el año de
Maratón. Esta batalla significó el comienzo y afirmación del poderío militar de Atenas.

En los años posteriores la ciudad quedaría presa bajo el hechizo de Temístocles, el nuevo hombre fuerte
que movía los hilos de la política ateniense.

LA SEGUNDA CAMPAÑA PERSA.

La operación militar que preparaba el nuevo monarca, Jerjes, tendría un carácter mucho más masivo. En
483 el rey persa realizó amplios preparativos para una campaña militar sobre Europa, dadas los considerables
recursos y las estructuras de poder del Imperio Persa, que bajo Jerjes se encontraba en el momento de máximo
esplendor de su historia. El ejército de tierra reflejaba el carácter multiétnico de la monarquía aqueménida, también
las extensas satrapías orientales y las del Asia Menor, incluidas las ciudades griegas bajo soberanía persa, iban a
participar en la campaña.

Jerjes había establecido una alianza con Cartago, la ciudad más poderosa del Mediterráneo occidental, aquí
tendríamos una prueba del enorme alcance de la segunda Guerra Médica. Esta alianza fue diseñada sin duda para
impedir una asistencia militar eficaz de las poderosas ciudades griegas de la Magna Grecia y Sicilia. La actividad
diplomática del Imperio Persa era de muy largo recorrido. Había logrado que Macedonia, Tesalia, Beocia, Argos y
muchas islas Cícladas se mantuvieran neutrales y que no prestaran apoyo explícito a las tropas de Jerjes.

Sin embargo, una treintena de ciudades del centro y sur de Grecia, encabezadas por Esparta, Atenas, Megara,
Egina y Corinto, se unieron en alianza militar en el 481 frente a la amenaza exterior inminente poniendo fin a las
seculares disputas entre las más poderosas poleis. Los aliados acordaron dejar la dirección militar tanto por mar como

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pro tierra a Esparta. En el paso de las Termópilas se produjo uno de los episodios heroicos que fundamentaron la
autoridad moral de los espartanos de ahí en adelante: bajo el mando del rey espartano Leónidas fueron exterminados,
pero su sacrificio logró detener a Jerjes el tiempo suficiente, mientras que la flota griega era capaz de causar pérdidas
al norte de Eubea en la batalla de Artemision en 480. Estos dos episodios bélicos dieron ánimos a los griegos y
lograron reforzar su moral y voluntad de resistencia.

Pese a todo el avance irresistible del ejército de Jerjes hacia el corazón de Grecia hacía presagiar desastres,
dado el gran número de tropas congregado. Atenas estaba ya al alcance de la avanzadilla persa. El hombre fuerte de
Atenas, Temístocles, se daba cuenta de que en un futuro cercano tendría al ejército enemigo en su ciudad (Esparta
estaba más lejos). Pese a ciertas reticencias iniciales, la confianza se depositó en la flota, que había sido reunida
siguiendo un famoso oráculo que recibió la ciudad.

El oráculo de Delfos participó activamente en las Guerras Médicas y aunque se mostró en un principio
favorable a los persas luego legitimó políticamente la causa griega. Religión y política estaban unidas simbólicamente
en los oráculos.

Temístocles había defendido la expansión del poder naval ateniense y el uso de los grandes ingresos
producidos por las minas atenienses, mientras que su rival Aristides proponía de forma populista repartir las
ganancias entre los ciudadanos. Finalmente, la opinión de Temístocles prevaleció y su rival acabó exiliado en una
votación por ostracismo en 483. Pero pronto regresaría gracias a una amnistía y ayudaría lealmente a Temístocles
en Salamina: Aristides aún viviría para ver el ostracismo de su viejo rival.

El abandono de la ciudad propuesto por Temístocles fue una durísima decisión, por su importancia para
los griegos como asiento de los dioses, los ancestros, los fallecidos y centro simbólico de identidad propia. Los
atenienses abandonaron su hogar por razones de estrategia militar y lo dejaron a merced del enemigo, que lo devastó
completamente. Monumentos y riquezas fueron arrasados –el grupo escultórico de los tiranicidas, símbolo de la
democracia ateniense, fue llevado a la corte imperial de Susa y recuperado más de cien años después por Alejandro
Magno-. Mujeres, ancianos y niños fueron llevados a la isla de Salamina. Detrás de esta actitud se escondía un plan
premeditado, así como una enorme determinación, sacrificio y confianza en la victoria. Solo el contexto de
democratización de la polis de Atenas había hecho posible semejante movilización y concienciación de la población
entera. Además del enorme esfuerzo de todas las clases sociales cabe destacar la visión del político más perspicaz de
la época, Temístocles.

Tras las medidas adoptadas por Clístenes y el impacto de la victoria de Maratón se puede decir que el
acontecimiento que fomentó de manera más persistente el progreso de la democracia en Atenas fue la construcción
de su flota, la mayor de Grecia, a instancias de Temístocles. Será no solo el muro de madera de la ciudad, sino la
propia columna vertebral de la democracia ateniense. El demos de Atenas presentó batalla a los persas después de
desalojar su ciudad y dirigirse a la isla de Salamina y a Trecén, donde formaron temporalmente una nueva polis.

Hay que tener en cuenta la cohesión que había alcanzado la sociedad ateniense desde las reformas de
Clístenes y de forma especial desde la victoria de Maratón, que se traducía ahora en una férrea unidad de acción y
confianza en el futuro colectivo.

Este alejamiento de aquellos lugares que simbolizaban los más inconfundibles signos de identidad
ciudadana, el traslado de la polis de Ática a Salamina implica la vigencia de un extraordinario potencial reflexivo por
parte de una ciudadanía que se muestra capaz de arriesgarlo todo por conservar su autonomía política. El demos de
Atenas participa de lleno en los desafíos bélicos de su ciudad, consolidando definitivamente el sistema de
participación masiva del pueblo en el gobierno de la polis.

LA BATALLA DE SALAMINA Y EL FINAL DE LA GUERRA.

En el 480 se produce la batalla naval en el golfo Sarónico, frente al Pireo, y la isla de Salamina, el combate
decisivo de la guerra. Con la ayuda de corintios, eginetas y megarenses, se enfrentaron a un mayor número de galeras
persas supervisadas por el propio Jerjes. Mientras las tropas persas saqueaban a placer la Acrópolis y toda la ciudad,
la estrategia de Temístocles había conseguido atraer a la gran armada persa a un lugar de combate reducido, en un

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estrecho golfo donde la ventaja numérica de los barcos de Jerjes no sería determinante. Los persas no contaban con
la pericia marinera de los atenienses ni con el conocimiento del terreno que tenían. La clave de la victoria fue la
estratagema: los griegos dieron a conocer que, por miedo a la flota persa, compuesta por jonios, fenicios y chipiotras,
estaban considerando retirarse. Jerjes bloqueó los estrechos que daban acceso a Salamina y comenzaron la ofensiva
global enviando un gran número de barcos al estrecho canal. La escasa maniobralidad de los navíos persas enseguida
dio frutos para la estrategia de los griegos, que pudieron tomar ventaja cuando subió la marea. El enfrentamiento
naval acabó con más de la mitad del potencial marítimo persa. Jerjes tuvo que huir a toda prisa.

Con este golpe, la fuerza expedicionaria persa había perdido su indispensable base logística, por lo que se
vio obligada a retirarse a sus bases continentales de aprovisionamiento. Los hoplitas griegos, liderados por Esparta,
vencieron al ejército persa en 479 y acto seguido tomaron la iniciativa con la vitoria naval de Mícale en el mismo
año, aniquilando los restos del poder marítimo persa en el mar Egeo, que a partir de entonces se convertirá en un
mar interior griego.

La victoria griega sobre el Imperio aqueménida fue posible gracias a la colaboración de las dos poleis. La
acción de Esparta se había basado en su ejército hoplítico, altamente capacitado, que se caracterizaba por una
disciplina férrea. Por su parte Atenas contribuyó con su gran agilidad mental y capacidad de improvisación
estratégica sin precedentes, que se manifestó en el uso de su flota. El descubrimiento de la libertad recuperada, la
propagación de las tendencias democráticas y la formación de nuevos poderes hegemónicos son los factores que
definen esta época.

El papel de Temístocles en esta contienda se ha reconocido por la historia, situándole como “libertador de
Grecia”. Como político se apoyó en las clases populares y entró en conflicto con la nobleza en los años posteriores
a Maratón, cuando se convirtió en el líder principal Atenas. Después de la guerra despertó la suspicacia de Esparta
y, a la postre, la de sus propios conciudadanos, que lo enviaron al exilio a Argos.

ATENAS Y LA POLITIZACIÓN DEL MAR.

La introducción de la falange de los hoplitas conllevó la ascensión de las capas medias de los propietarios
de las tierras, que lograron abrirse paso a costa de los nobles que combatían a caballo. A los ciudadanos atenienses
más pobres no les quedaba otra alternativa para servir a la polis que la flota dada la enorme demanda de tripulaciones,
infantería ligera y remeros. De ahí surge la integración militar y por ende política del grupo social más numeroso de
Atenas, hasta entonces recluido en los márgenes. La flota se convierte, por así decir, en el cuerpo social de la
democracia. Los pequeños campesinos y, sobre todo, el proletariado urbano, adquieren gracias a ella una nueva
relevancia política que derivará en la democratización profunda del sistema político de Atenas.

El mantenimiento de la escuadra requería enormes recursos. En un principio eran los ciudadanos más
pudientes quienes costeaban la mayor parte de los gastos; más tarde serán los aliados de Atenas.

La caballería y la infantería fueron los instrumentos tradicionales para adquirir recursos de poder, es decir,
ciudades, tierras de cultivo y pastoreo y los habitantes de estas junto con sus posesiones. La adquisición de poder y
el propio poder político se basaban, pues, en la tierra y sus ingresos. Es en Tucídides donde encontramos por
primera vez alusiones a la idea de que el poder de una comunidad se puede lograr a través de la utilización de los
recursos marinos.

Evidentemente existieron mucho antes de Atenas y desde el final de las Guerras Médicas otros pueblos,
fenicios o etruscos, que poseían barcos. Pero la polis griega disponía de una armada poderosa que se mantuvo
constantemente a su servicio y que cumplía la función principal de servir como plataforma económica, institución
social y arma política a la par. Sin flota, no hubiera habido democracia en la Atenas del siglo de oro y la influencia
del Estado democrático hubiera sido impensable sin el factor de influencia de las tripulaciones como el pilar básico
del cuerpo social de la polis.

Este cambio de proyección de los recursos marítimos supuso en Atenas la expansión de la polis hacia un
nuevo elemento que conduce finalmente a la politización del mar. Cuando la polis ateniense perdió el control de la
flota al final de la Guerra del Peloponeso, su orientación política y social cambió radicalmente. Como herencia de la

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consolidación del poder ateniense en el mar, sin embargo, quedó para la posteridad este fenómeno de la politización
del mar. Ya en la antigüedad fueron los Estados que lograron el dominio del medio naval los que pudieron ser
llamados con toda justicia grandes potencias (Cartago, Egipto Ptolemaico, Roma), mucho más que sus competidores
de tierra firme.

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4. EL MUNDO DE LA ÉPOCA CLÁSICA

CIUDAD, ESTADO Y COMUNIDAD.

En el periodo clásico se da una espectacular expansión de la participación ciudadana en los asuntos del
Estado de la que resultará la democratización de la vida en la polis.

Hay una estrecha relación entre el proceso de implantación del régimen democrático en Atenas y los avatares
de la política exterior. Las pioneras reformas de Clístenes conllevaron ante todo la progresiva derrota ideológica del
modelo representado por Esparta, baluarte de los círculos oligárquicos en torno a Iságoras. La victoria sobre el
Imperio aqueménida, las victorias de Maratón y Salamina, de las que se apropia pronto Atenas, aseguran la
prevalencia del gobierno de participación ciudadana, concebido como quintaesencia de las libertades civiles. La era
de Cimón y de Pericles convertirá la democracia ateniense en el sistema político más dinámico de la época.

Se crea en el Egeo una alianza bajo la égida de Atenas tomando como modelo el tipo de gobierno
democrático y reuniendo a diversas ciudades. En la Liga Ático-Délica se concreta la vocación marítima, el afán de
dominio y la concienciación democrática de Atenas, si bien Atenas impone –a veces por la fuerza- su modelo de
gobierno a otras poleis. El patrón político de ateniense se convierte en esta época en un artículo de exportación. La
democracia podrá ser utilizada a partir de ahora como modelo de gobierno para cualquier otra polis. Este hecho
incrementa su validez general.

Se genera una teoría política acerca de la participación del pueblo en el gobierno que no tardará en
manifestarse a través de construcciones ideológicas y míticas. Tras el rechazo de las invasiones persas en los años
490 y 480/479 se crean las condiciones que facilitan el desarrollo del sistema político griego en general y en particular
la democracia. La polis se afianza, llegando a su época de madurez. La causa principal es la ausencia de una amenaza
externa a raíz del auge de la talasocracia ateniense.

POLIS E IDENTIDAD CIUDADANA.

Polis significa una comunidad independiente y autodeterminada que pretende ser una unión de ciudadanos
y, a la par, una ciudad como centro político, cultural y económico, siendo fundamentales tanto la libertad interior
como la independencia exterior. Existe el acceso de los ciudadanos a todas las instituciones (asamblea, magistratura,
consejo, tribunales), siendo el ágora el lugar de reunión, el centro de gravedad específico de la ciudad griega.

En la Grecia clásica fueron unos 300 los estados soberanos que se podrían asociar con la idea de la polis. A
estas entidades políticas se aludía casi siempre mediante la referencia a sus miembros: los atenienses, los
siracusanos…

Se daba una orgullosa identidad y conciencia de sí mismos en los ciudadanos de las poleis griegas de la época
clásica (Mainake y su interpretatio graeca). Se identificaban las ciudades griegas en relación al equilibrio urbanístico y
con un espacio ordenado y simétrico, con un sistema de vías y calles dispuestas de manera regular y edificios
representativos para las instituciones. Pero la polis era mucho más que el sistema físico y urbanístico, más importante
era su organización interna.

La población de una ciudad antigua no constaba sólo de ciudadanos, sino que incluía otros grupos como
extranjeros y esclavos. Entre la ciudadanía también se tenía en cuenta a mujeres y niños, a pesar de que quedaban
excluidos de los derechos políticos por no prestar servicio militar. Las diferencias en el status social y económico,
en el nivel educativo y de asociación política, han de estar siempre presentes para entender la polis griega. Pero pese
a todo lo que les dividía y distanciaba, los habitantes de la polis tenían importantes puntos referencia y preocupaciones
comunes. La polis representaba a la vez espacio vital y destino común de sus habitantes.

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La isonomía sería uno de sus principales logros (igualdad política). La falange hoplítica celebra una ciudad
entera, que consistía en la suma de sus miembros iguales en derechos y que estaba orgullosa de las proezas militares
de los ciudadanos, grupo social que se veía a sí mismo como una comunidad de destino.

La participación en el proceso político y todo lo que asegura el sustento político y económico de la polis
suponían una preocupación de enorme importancia para los ciudadanos. Este marco político conseguía otorgar a
sus habitantes una identidad diferenciada de la de sus vecinos. Las murallas de la polis proporcionaban seguridad y
los templos y santuarios protección no sólo religiosa sino también política a los solicitantes de asilo. La expulsión
de la polis en forma de destierro u ostracismo se consideraba el castigo más grave que podía ser aplicado a un
ciudadano griego.

La libertad de la polis ateniense se basaba en la adhesión libre de voluntades ciudadanas. Este orgullo cívico
será el sello distintivo de su constitución democrática, su carácter democrático como modelo. Esto se manifestó no
sólo en la propaganda política democrática de Atenas o de sus instituciones sino también en las construcciones
emblemáticas de la ciudad, en su urbanismo y arquitectura, que destacan por su simetría y uniformidad, reflejo de la
idea política de igualdad.

La polis se configura así como marco histórico, ideológico y urbanístico de la identidad griega frente a los
pueblos vecinos.

LA ILUSTRACIÓN ATENIENSE.

Las Guerras Médicas dieron lugar a una dinámica expansionista de Atenas en toda la región del Egeo, con
su rival Esparta tratando de poner trabas a esa expansión. El efecto más claro fue la popularización del modelo
democrático ateniense y, a la par, la polarización de las diversas ciudades en torno a las dos grandes potencias. Todos
estos rasgos son distintivos del siglo V, denominado a menudo el siglo de Atenas o época clásica, identificando con
ello el enorme desarrollo cultural y unas cotas sin precedentes en las artes, las ciencias y, en general, la vida intelectual.
Tucídides, cronista de la Guerra del Peloponeso, será testigo del desmoronamiento del imperio marino ateniense y
la descomposición de sus instituciones democráticas. En la segunda mitad del siglo V, la Liga marítima Ático-Délica
se jugará la supremacía política y militar frente a la Liga del Peloponeso, al tiempo que a nivel interno Atenas llegó
a una consolidación de la forma de vida democrática con las reformas de Efialtes y Pericles. La ciudad se convierte
en el centro cultural de Grecia: la causa principal de su esplendor, además de sus numerosos recursos materiales, fue
la enorme estatura intelectual de las figuras creativas que viven y trabajan durante esta época en la ciudad. Tanto es
así que vemos a los griegos de la época clásica a través del testimonio nada imparcial de los atenienses.

Se produjo pues un avance cultural sin precedentes en campos como el arte, la ciencia, la medicina, la
literatura, la filosofía… es la “Ilustración ateniense”. Se construye la Acrópolis de Atenas, pero las representaciones
artísticas de grandes dimensiones no se limitaron exclusivamente a la esfera religiosa, sino que se crean grupos
escultóricos que honraban a los personajes más sobresalientes y rememoraban sus logros para la democracia. Los
tiranicidas, los generales Milcíades y Temístocles, el inigualable Pericles… las élites políticas encontraron nuevas
formas y posibilidades de expresión a través de la imagen.

En la poesía trágica destacaron los poetas Esquilo, Sófocles y Eurípides, que trataban en sus obras temas
de actualidad, utilizando los recursos narrativos del mito y de las grandes sagas de la antigua poesía épica. Cada uno
representó un estilo diferente en la educación política y moral de la ciudadanía ateniense, pero tenían en común los
temas de la mitología y de la antigua épica homérica. Se celebraban festivales públicos, como las Grandes Dionisias.
La comedia también reflejaba el pulso cotidiano de la ciudad, pero su vigor es incomparable con el carácter de obra
eterna que simboliza la tragedia.

La filosofía y la retórica de esta época vio nacer a los grandes oradores, versados en hablar bien ante la
asamblea o ante los tribunales para ser capaces de persuadir a través de argumentos, un instrumento esencial en el
sistema político participativo basado en el control del espacio público por la ciudadanía. No se excluye la crítica al
propio sistema democrático, como resultado de la libertad de expresión y la reflexión conjunta sobre la política. Es
la época también de la sofística.

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Se perfeccionan las instituciones democráticas en el gobierno de Atenas. La democracia de la época clásica
formó la plataforma perfecta para el desarrollo político, cultural, social y económico de la ciudad, y sirvió como una
justificación ideológica de la dominación política ateniense sobre otras ciudades griegas.

POLÍTICA Y RELIGIÓN EN ATENAS.

La ciudad no solo proveía de las instalaciones necesarias para la vida en sociedad, sino que también
implicaba compartir un destino. La vida cotidiana en Atenas estaba comprometida por sus conciudadanos y por la
propia ciudad.

Para los politai la vida urbana y ciudadana tenía una importancia primordial. El éxito político de la polis
significaba la prosperidad económica, social y personal, mientras que el fracaso, en el caso más extremo cuando la
ciudad era conquisada, podía derivar frecuentemente en la esclavitud.

Muchas divinidades estaban consagradas a salvaguardar la polis, que se consideraba residencia de los dioses
que la protegían con su patronazgo. Numerosas festividades reguladas políticamente se celebran en su honor. Los
actos de culto ritual en las sociedades del mundo antiguo han ostentado un importante papel en el proceso de
construcción y cohesión de las comunidades políticas.

El frecuente recurso a los oráculos era una antigua evidencia en la simbiosis entre religión y política en la
Grecia clásica: la propia Atenas mandaba periódicamente una embajada sagrada al oráculo para consultar asuntos
de interés público y mantenía una representación permanente y un templete con dones para Apolo en su santuario
profético en Delfos. Dicho santuario no solo fue determinante para la mentalidad helénica como centro panhelénico
de la cultura, sino que también influyó en el desarrollo de la política en toda la Hélade. Grandes potentados de Asia
Menor, como Creso o Midas, enviaron también embajadas y costosos dones para el oráculo. Pese a sus tendencias
pro-espartanas, el oráculo podía ser también influido por la potencia hegemónica de turno, sobre todo Atenas desde
las Guerras Médicas a la del Peloponeso. Delfos se mantuvo en la cúspide de su fama y poder entre los siglos VI y
IV y gran parte de la actividad oracular, más allá de la esfera privada, se refería a las distintas acciones –políticas,
comerciales o militares- que se fueran a emprender por las diversas poleis. Era una especie de máxima instancia en
cuestiones religiosas, pero también se le consultaba a la hora de tomar decisiones de especial trascendencia política.
Ello se constata desde la época de las colonizaciones, cuando las diversas poleis griegas acudían al oráculo antes de
emprender la fundación de ciudades en la Magna Grecia y otros lugares. También ratificaba los hechos consumados
del quehacer público, como los cambios de régimen de gobierno. La cima de su poder político y simbólico tiene
como límite las Guerras Médicas, cuando inicialmente se mostró favorable a los persas para luego legitimar
políticamente la causa griega, y en concreto, justificar la estrategia naval de Atenas. Esta evidente parcialidad se
acentuó en la Guerra del Peloponeso (431-404), en la que Delfos apoyó abiertamente a los espartanos.

La polis depositaba en sus ciudadanos la defensa de la patria con las armas, la adoración pública de los dioses
protectores, la disposición a asumir cargas financieras para el colectivo –lo que en particular incluía afrontar los
gastos de las festividades religiosas-, etc. La observancia de estas normas se consideraba un deber cívico. Para los
habitantes de la polis los preceptos religiosos constituían un aspecto fundamental para la formación de su mentalidad
colectiva de ciudadanos. Las grandes fiestas de Atenas estaban dedicadas a dioses como Atenea (patrona de la ciudad
y diosa tutelar de la Acrópolis) y a Dionisio (dios del teatro como elemento básico para la educación política y moral
de la ciudadanía).

El orador Demóstenes se quejaba en un discurso de que sus conciudadanos olvidaban la guerra contra
Filipo II de Macedonia durante las celebraciones religiosas. Aristófanes no podía perder la oportunidad de reflejar
en su comedia Las Nubes el ambiente festivo de la ciudad de Atenas durante los festivales sagrados. Estos actos
públicos unificaban espiritualmente a la población de la polis en un solo cuerpo social y hacían olvidar las
preocupaciones cotidianas para otorgar la conciencia de que constituían una unidad y compartían un destino común.

El énfasis en la educación en valores no solo de los jóvenes sino de la población en su conjunto, era
característico de la mentalidad cohesionada de la comunidad política. En el caso de Atenas, esta pasión por el
aprendizaje y la enseñanza pudo crear un ambiente en el que florecieron sobre todo las artes liberales. La “gente de

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ciudad” como fuente de experiencia y conocimiento, como expresión de intercambio social, de la enriquecedora
variedad de la condición humana, como objeto de aprendizaje continuo.

EDUCACIÓN CÍVICA EN ATENAS: EL TEATRO.

El teatro, vinculado en un principio con los festivales dedicados a Dionisio, era un elemento educativo de
primer orden. Se representaban tragedias, comedias que criticaban humorísticamente a los personajes de la vida
pública cotidiana, temas y leyendas heroicas, dramas satíricos… La tragedia, con sus tres máximos representantes:
Esquilo, Sófocles y Eurípides, marcó el desarrollo cultural del siglo V ateniense, desde la democracia y la
intelectualidad del siglo de oro hasta la decadencia del sistema a finales de siglo. Muestran la actuación de sus héroes
trágicos como quintaesencia del ser humano viviendo en comunidad, con dilemas morales y políticos que
presentaban ante el ciudadano en la escena dramática: la caída de los grandes héroes como Edipo, la lucha por la
justicia del Prometeo encadenado, la búsqueda de la concordia tras el conflicto en la Orestíada, la exaltación de la
democracia en Los Persas, la lucha de la pasión y la razón en Medea, etc. La tragedia es la verdadera escuela de la
democracia. Tal vez sea Antígona la obra que mejor simbolice estos valores: el individuo frente al colectivo, la
juventud frente a la vejez, lo público frente a lo privado, los hombres frente a las mujeres, la ley y la moral.

La comedia también cumplía una serie de funciones, como la crítica de costumbres y de personajes políticos
tras la máscara de la subversión humorística, reflejando el estado de ánimo de la comunidad. La comedia de
Aristófanes critica el mal gobierno de los estrategos y a los gobernantes ambiciosos y sin escrúpulos, se burla de los
educadores del pueblo como Sócrates, ridiculiza las ganas de pleitear del ciudadano medio… En definitiva, el teatro
en Atenas desempeñaba un papel fundamentalmente pedagógico en la formación del espíritu ciudadano. Financiado
por un impuesto público, servía para incitar a los ciudadanos a reflexionar sobre problemas graves de la convivencia.

Los antiguos escritores que hablan de la vida en la polis clásica siempre han retratado el ajetreo y el bullicio
de los habitantes de la ciudad en sus diferentes actividades profesionales, sus placeres y sus pasatiempos. Lo
característico del mundo de la polis y sobre todo de la época clásica, es que el beneficio sea considerado como
aceptable en la sociedad. La lucha por la distribución de la tierra y de los poderes políticos creará a menudo facciones
irreconciliables dentro de la ciudadanía y una tendencia a la radicalización política, generando en algunas ocasiones
guerras civiles (staseis).

Ejemplo paradigmático de ello es la lucha interna entre oligarcas y demócratas del año 435 en Epidamno
que terminará por implicar a la mitad de Grecia. Las estrecheces y la pobreza de recursos de las zonas de
asentamiento de las poleis griegas favorecían esta clase de conflictos frecuentes. El más largo y sangriento fue la
Guerra del Peloponeso. Ningún otro acontecimiento afectó de forma tan duradera el estado de ánimo del tejido
interno y externo del mundo de la polis. Aristófanes escribe Lisístrata en 411, en pleno recrudecimiento de esta guerra,
postulando una solución: las mujeres deben tomar el poder en el estado y acabar con la plaga masculina que supone
la guerra. Al concebir esta comedia, Atenas acaba de perder su flota tras una expedición naval a Siracusa que había
derivado en una catástrofe. Los muertos y desaparecidos se contaban por miles. La ciudadanía ateniense, sumida en
la consternación de una guerra que ya duraba casi una generación y que parecía inacabable.

Atenas, agotada y al límite de sus posibilidades, perderá la guerra. Esparta, la vencedora, sacará poquísimo
provecho a un desenlace con el que se inicia la agonía del mundo de la polis. Al final perderán todos: Atenas su
imperio marítimo y Esparta su recién lograda hegemonía.

LA SOFÍSTICA.

Fue un fenómeno literario, político y social de indiscutible importancia para el desarrollo de la teoría política
clásica, referencia ineludible por la fuerte influencia que llegará a ejercer algunos de sus más emblemáticos
representantes en el ámbito intelectual de Atenas de la segunda mitad del siglo V.

Además de la tragedia y junto a ella, como foco de posturas alternativas, se desarrolla una novedosa
pedagogía filosófica, flanqueada por un frenético ímpetu dialéctico, fruto de la Atenas democrática. Es una corrietne

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de actividades intelectuales que, desde mediados del siglo V, dominan la discusión pública en la capital cultural
griega. Son pedagogos, rétores, científicos, filósofos y teóricos de la política.

Eran expertos en la expresión oral y en el uso de la palabra escrita. Sus posicionamientos podían entrar en
una considerable oposición, a pesar de que se les suele incluir dentro de una misma etiqueta: Protágoras, Anaxágoras,
Gorgias, Hipias… Adoctrinaban a los jóvenes de las casas aristocráticas, componían discursos y tratados e
interpretaban los mitos a través de explicaciones racionales. Esta actividad les llevará a disertar acerca de la naturaleza
de los dioses, el sentido de la religión, los orígenes de la cultura, el dominio de las pasiones, la finalidad del estado y
el método más adecuado para hacer política y triunfar en el ágora.

En su conjunto, pretendían influir en la esfera pública. Algunos de ellos pretendían sentar las bases de la
democracia y del pensamiento político en la razón, valiéndose de esquemas interpretativos más allá del mito y de la
tradición religiosa.

Mientras que para el viejo Esquilo, exponente de la ética tradicional, la continuidad de un determinado
sistema político era imposible sin la aprobación de los dioses, para Protágoras era ante todo pactos, estrictamente
humanos, basados en la igualdad y en el logos de las personas, lo que lo valida. El hombre es la medida de todas las
cosas, se impone una visión antropocéntrica.

Se sustrae el peso normativo a los dioses y a la tradición del mito como factores que arbitraban el destino,
se desarrolla un relativismo radical que lo cuestionaba todo o casi todo. Su resultado es la negación de los valores
absolutos. Para los sofistas, la verdad se manifestaba a través de múltiples facetas y fórmulas que podían ser
diferentes para cada individuo, cada pueblo y cada situación. Creían en la racionalización de la política y en la idea
del progreso. Apostaban por la concordia y el arte de la persuasión.

El ideario sofístico provocó un fuerte rechazo. Se les achacaba superficialidad, relativismo, inmoralidad y
afán de lucro, que sólo era capaces de criticar y ponerlo todo en duda sin presentar alternativas positivas.

Pese a la impugnación que experimentaron las ideas sofísticas y el desprestigio de que fueron objeto, su
incidencia en los ambientes políticos e intelectuales fue muy considerable. El tema que más polémica suscitaba era
el tratamiento de los dioses y la definición de la función de la religión con respecto al individuo y al estado. En este
sentido Protágoras aportó reflexiones que componen una especia de manifiesto agnóstico en donde los dioses son
abiertamente cuestionados (“la oscuridad de las cosas y la brevedad de la vida”). Ya en el desarrollo de la filosofía
griega los llamados presocráticos, como Jenofonte o Demócrito, aportaron reflexiones semejantes, o el famoso
“fragmento de Sísifo”.

Antropología, religión y política se entremezclan y conllevan a la relativización del sistema de valores


tradicionales. La religión griega, de la que es parte integral el mito desde sus orígenes, plasmado en la épica y en la
tragedia, se tambalea al abandonar el área trascendental que le habían asignado Homero y Hesíodo y entrar en el
ámbito de la historia como mero factor psicológico al servicio de la cohesión social y de la finalidad de un estado.
Hay que tener en cuenta el elitismo que subyace en estos razonamientos, antítesis de un sistema religioso popular.

En la sofística, base ideológica de la democracia ateniense, se establece por primera vez en el mundo
occidental una nítida separación entre los ámbitos de la religión y de la política.

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5. DE LA PENTECONTECIA A LA CRISIS ATENIENSE

LA PENTECONTECIA.

Corresponde a los cincuenta años que median entre las guerras greco-persas y el estallido de la Guerra del
Peloponeso, es decir, del 479 al 431. En un principio fueron Esparta y Atenas, unidas en la primera liga helénica
global de la historia, las que capitalizaron el triunfo sobre los persas, gracias a la colaboración entre ambas ciudades,
que después de este éxito se separaron nuevamente. Atenas, gracias a los planes de Temístocles de construir una
poderosa flota, se transformó en la primera potencia naval del Mediterráneo oriental. La refortalecida polis se hizo
cargo de la protección de sus aliados jonios de Asia Menor. Se concertó una fuerte alianza con las islas y ciudades
costeras del mar Egeo por tiempo indefinido y de forma individual, de modo que Atenas se reservara la
preponderancia. La Liga helénica, que originariamente había estado dirigida por Esparta sufre un desplazamiento de
su hegemonía a favor de Atenas, de modo que terminan por surgir dos centros de poder en Grecia. Esparta siguió
ejerciendo un dominio indiscutible en la Liga del Peloponeso y Atenas controlaba la recién constituida Liga helénica
(también conocida como confederación de Delos o Liga Ático-Délica).

La fundación de la Liga Ático-Délica (477), factor determinante de la preponderancia de la democracia


ateniense, provoca la extensión de su patronazgo hacia las ciudades griegas del Asia Menor e islas adyacentes. Se
amplía baja Aristides primero y luego Cimón, aristócrata filoespartano de halo mítico, el campo de acción de la flota
hasta convertirla en el instrumento más eficaz de la hegemonía ateniense. Atenas logra un afianzamiento sin
precedentes.

La utilización de la flota se convertirá en una prioridad de la política ateniense. Por una parte, garantizará la
protección de sus aliados, por otra, servirá para mantener intactas las vías de comunicación del Egeo, a la vez que
asegurarán el aprovisionamiento de la ciudad con cereales procedentes de las colonias del mar Negro. La política
exterior, volcada totalmente hacia la expansión ultramarina, incide igualmente en el desarrollo interno de la ciudad,
al proporcionar a sus tripulaciones ciudadanas un renovado protagonismo político y una decisiva participación en
la dirección del estado.

Después de las Guerras Médicas, el rumbo tomado por la política ateniense deriva en dos consecuencias:
1) El extraordinario crecimiento comercial y económico de Atenas, a través de una política de expansión e
intervención (a menudo mediante expediciones dotadas de rasgos agresivos que provocaron conflictos con
otras potencias). Esparta, con su tradicional poder sobre la tierra, ejerció su dominio militar indiscutible
gracias a la superioridad de su falange de hoplitas, proyectando, frente a Atenas, una política exterior mucho
más cautelosa.
2) El comienzo de una irreconciliable oposición entre Esparta y Atenas, en paralelo a la polarización de los
pueblos dorios en torno a la primera y los jónicos alrededor de la segunda, amén de los diferentes modelos
políticos y culturales que cada cual encarnaba. Como los rivales de Atenas eran miembros de la Liga del
Peloponeso, no tardó en perfilarse una marcada rivalidad entre Esparta y ésta a partir de la segunda mitad
del siglo V, por una incipiente agresividad y predisposición a la beligerancia entre los grandes bloques
institucionales, pero también culturales.

En 479/8 la construcción a iniciativa de Temístocles de los Muros Largos fue entendida por Esparta como
un preparativo bélico y un acto de desconfianza, lo que provocó una primera crisis. En el sitio de Itome en 462 se
produjo la primera ruptura de los lazos de amistad que habían persistido desde el final de las Guerras Médicas.
Contingentes atenienses bajo el mando del aristocrático y pro-espartano Cimón, llegaron para ayudar a los hoplitas
espartanos (que sitiaban a los ilotas rebeldes), pero los espartanos tuvieron miedo de que los atenienses se
entendieran con los mesenios y se negaron finalmente a recibir ayuda de las tropas que ya venían en su auxilio, así
que los atenienses volvieron amargamente a casa. Cimón tuvo que ceder terreno político a sus mayores opositores,
partidarios de una actitud abiertamente antiespartana. A partir de entonces, la sospecha y la hostilidad cundieron
entre Atenas y Esparta. Los atenienses favorecieron en todas partes la democracia, los espartanos las tendencias
oligárquicas. Atenas se apartó de la alianza con Esparta y al mismo tiempo cerró con Argos, enemiga tradicional de
los lacedemonios, un acuerdo de amistad, y se asoció con Mégara, en guerra con Corinto.

21
Con la toma de partido de Atenas en favor de Argos y Megara, la situación política cambió drásticamente
en el Peloponeso. Algunos miembros de la Liga del Peloponeso, liderada por Esparta y Corinto, consideraban la
nueva coalición una amenaza. La posición hegemónica de Atenas, que en un principio se basaba en un concepto
defensivo, estaba cambiando de forma significativa. Mediante tributos, Atenas cosechaba los frutos de su supremacía
marítima y se desarrollaba como el centro financiero más importante del Egeo, comportándose cada vez con menos
disimulos como soberana de sus aliados. Los intentos de alejarse de ella de algunos Estados miembros fueron
reprimidos todos violentamente. En el 454 el tesoro de la federación, que hasta entonces había estado custodiado
en la sagrada isla de Delos, se trasladó a la propia Atenas. Las contribuciones de cada una de las ciudades de la
alianza, en concepto de pagos colectivos para su mantenimiento, asumían el carácter de tributos efectivos a la
potencia hegemónica, que a la postre servirían principalmente para financiar la costosa ampliación de las reformas
democráticas, creando así un agujero económico en los fondos de la Liga de forma permanente. Del mismo modo,
se gastaron buena parte de los tributos en el embellecimiento de Atenas.

En 449 el ateniense Calias llegó a un acuerdo de paz con el Imperio Aqueménida en virtud del cual los
persas reconocían la hegemonía ateniense en el Egeo a cambio de que renunciasen a cualquier intervención en
Egipto, Chipre y el Levante.

Pericles ha destacado por sus servicios a la polis ateniense pero también hay que poner de relieve, siguiendo
a Tucídides, la parte más oscura de su política. En ella estaba condensada la ambivalencia de la democracia ateniense.
Como miembros de los influyentes Alcmeónidas, Pericles es un ejemplo de cómo un indiviuo elegido magistrado
podría rebasar el marco de igualdad de la polis. También es conocida la enorme influencia pública que tuvo el círculo
de Pericles, que se comparó con la corte de un tirano. Con su muerte en 429, al comienzo de la Guerra del
Peloponeso, comenzó el declive del mundo de su polis. Pericles puede ser considerado como un ejemplo de cómo
las aspiraciones individuales adquirían cada vez más peso frente a la ideología igualitaria que imperaba en Atenas
desde la época de Clístenes, la isonomía.

A pesar del innegable esplendor de la Atenas de Pericles, que se convirtió en el centro de la política, la
cultura y la economía griega, hay que citar las penalidades que sufrieron los aliados, que pagaron el precio del
desarrollo democrático de la ciudad, y la cantidad relativamente grande de esclavos en Atenas, que se habían
convertido también en característica indispensable de la democracia ateniense.

Antes de establecerse y reafirmarse en la época del apogeo, existía una forma de gobierno colectivo
compartido, protagonizado por los grupso económicos y sociales pudientes. Será a partir de la era de Temístocles
cuando Atenas se proyecta decididamente hacia el mar e implanta así con este radical cambio de orientación un
nuevo sistema de participación ciudadana basado en el factor flota y todo lo que de ello deriva.

Los estrategos Cimón y Pericles, dos estadistas de distinta orientación política –aristocrática y democrática,
filoespartana y antiespartana-, serán los principales actores de la Pentecontecia:

A) Cimón perteneció a la familia aristocrática de los Filaídas y era hijo del gran Milcíades, héroe de Maratón.
Se trata del prototipo de hombre hecho a sí mismo, sin una educación exquisita, pero de buena
apariencia y con una personalidad arrolladora, con una carrera política fulgurante, usando un tipo de
populismo que mezclaba lo mítico con las acciones de liberalidad pública y privada.
Posteriormente a las Guerra Médicas Atenas estaba dominada por un precario equilibrio entre las
facciones aristocráticas y democráticas, representadas primero por Aristides y Temístocles y después
por Cimón y Efialtes. Cimón fue elegido estratego en 476, ejerciendo también el mando de los aliados
de Atenas. Participó en éxitos resonantes como la toma de Bizancio y de Eión, proporcionando a
Atenas el acceso a las riquezas mineras de Tracia.
Cimón supo hacerse con el cariño del pueblo y el poder en la ciudad, pero a raíz de los sucesos de
Itome en 462 se le condenó al ostracismo durante diez años y su política quedó desacreditada,
propiciando el advenimiento a la escena pública del radical Efialtes, partidario de las reformas
democráticas y decididamente orientadas a cortar la aún persistente influencia de los círculos
aristocráticos.
Efialtes hizo promulgar una ley en la asamblea del pueblo que mermaba el poderío del Areópago,
institución que actuaba como una especie de tribunal constitucional supervisando la actuación de los
magistrados y considerado como reducto de la aristocracia, que quedó enormemente debilitada tras sus
reformas.

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Como general Cimón fue brillante. Por un lado, consiguió cerrar las filas de la Liga Ático-Délica,
dominada por Atenas, previniendo las deserciones mezclando acciones enérgicas y persuasivas. Por
otro, mantuvo a raya a los persas con la célebre paz de Calias.

B) Brillaba la democracia ateniense como el único régimen que había instaurado un sistema representativo
y un gobierno con participación armónica de todas las clases. Pericles (495-429), siguiendo la tendencia
de Efialtes, reforzó el poder de decisión de la mayoría, consiguiendo una mayor cuota de participación
social e igualdad para toda la ciudadanía, introduciendo herramientas para popularizar la acción y
participación políticas. Todo esto conllevaba una participación social completa de los más humildes.
Para terminar con la exclusividad de los aristócratas implantó la misthophoría, una compensación
económica a quienes debieran abandonar temporalmente sus tareas cotidianas para ejercer tareas
públicas o dar su voto en la asamblea. Po otra parte, endureció las condiciones para ser considerado
ciudadano ateniense en un lay del 451.
Pericles elogiaba el régimen democrático alabando la libertad de los atenienses en lo tocante a la vida
en comunidad y el respeto al individuo. El régimen de modelo participativo debía ser un modelo a
seguir por otras ciudades griegas, modelo que ya se había hecho famoso en parte por el sistema
imperialista de la Liga Ático-Délica.
Pero también encarnaba como pocas figuras la ambivalencia de la democracia ateniense. A pesar de
pertenecer a la aristocrática familia de los Alcmeónidas basaba su poder en un enorme prestigio popular,
obtenido gracias a las reformas prodemocráticas y también a su enorme atracción personal en los
discursos. Si bien es innegable el esplendor de la Atenas del momento no hay que olvidar tampoco que
fue un sistema que explotaba de forma excesiva a sus socios y aliados.

HACIA LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA.

El sistema político de Atenas se caracterizaba por el derecho de todo ciudadano a participar en la Asamblea,
órgano decisorio de la política y sede de la soberanía del pueblo. No obstante, ya desde el periodo de origen de la
polis, abundan los testimonios críticos hacia el sistema colectivo de gobierno mayoritario.

Ya Heráclito manifestaba una visión clara de la desconfianza profunda hacia la masa como portadora del
principio del gobierno de la mayoría cuantitativa. Por otro lado, algunos poetas se involucran en los asuntos públicos
en sus respectivas ciudades, convencidos de poder convencer a las mayorías de sus propuestas políticas, hecho que
evidencia cuán estrechamente vinculado estaba el gobierno de la ciudad con toda la población en su conjunto.

El sistema ateniense permitió una participación ciudadana sin parangón en la antigüedad y hoy se reconoce
como brillante origen de las democracias modernas. No obstante, el funcionamiento de la Atenas democrática
dependía demasiado de la volubilidad de una asamblea sujeta a intereses individuales. La acción política se volvía
lenta y burocrática. Las acusaciones de soborno y corrupción eran frecuentes. Las decisiones que adoptaba la
asamblea tendían a subrayar el precario equilibrio entre los intereses individuales y el bien común. Los procesos
legislativos eran problemáticos y la mayoría no sólo representaba la voluntad general, sino que estaba sujeta a
influencias de todo tipo y nunca exentas de partidismo o demagogia (como refiriera Heródoto de la petición de
Aristágoras de Mileto: “no hubo promesa que no hiciera, hasta que consiguió persuadirlos. Parece, pues, que resulta
más fácil engañas a muchas personas que a un solo individuo”).

La asamblea tomaba decisiones terribles, quizá demasiado precipitadas y que luego se demostraban
irreversibles. Demagogos como Cleón llevaron al demos ateniense a las decisiones menos acertadas.

De manera retrospectiva se puede comprobar como la implantación y los progresos de la democracia


estuvieron ligados desde el principio a sus sonados éxitos militares. Las victorias sobre Iságoras y Cleómenes de
Esparta en 508, Darío en 490, Jerjes 480/479 y el espectacular despliegue marítimo en el Egeo entre 477-445
hubieran sido impensables sin la colaboración de destacados prohombres del régimen democrático como Clístenes,
Milcíades, Temístocles, Aristides, Cimón o Pericles, por solo citar los más conocidos, que aparte de estabilizar el
sistema democrático, le confirieron un inconfundible sello personal.

23
Si los avances políticos son paralelos a los éxitos militares no es de extrañar que la gran derrota sufrida al
final de la Guerra del Peloponeso suponga el derrumbe imparable de la Atenas democrática (404). Comienza así la
agonía del modelo de gobierno más creativo de la historia griega, aunque la democracia no desaparecerá de golpe
del mapa político de Atenas.

TEORÍA Y CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA.

En el régimen democrático ateniense, basado en la igualdad de derechos –isonomía- e igualdad de palabra –


isegoría-, el demos ejerce su soberanía mediante la Asamblea popular, el Consejo y el tribunal popular.

Fue seguramente la antigua sofística ateniense la que proporcionó en mayor medida las bases ideológicas y
teóricas para la fundamentación de la democracia. La politiké techne, la habilidad de convivir en la polis, según el
Protágoras de Platón resultado del regalo de Zeus a los mortales de la justicia (dike) y el respeto (aidós). El movimiento
sofístico es fundamental para la formación de la ideología de la democracia y de la idea de pacto en la resolución de
conflictos. Más que una escuela, la sofística fue un ambiente intelectual que buscaba conocer racionalmente la
realidad, mostrando un espíritu crítico ante la moral tradicional y cierto relativismo. La retórica sofística impulsaba
la vida pública en la Atenas democrática.

Platón viene a representar la reacción antisofística y contraria a la deriva relativista de la democracia griega.
Puede parecer paradójico que precisamente él haya sido un detractor del que quizá sea el mayor logro sociopolítico
de los griegos. Hay que tener en cuenta que en ese momento la democracia griega ya estaba en una etapa terminal,
entre contradicciones, demagogia e injusticia. La reforma que defiende Platón es desde postulados filosóficos y
éticos que destierran la idea de lo oportuno y aparente y se basan en la esencia permanente de las ideas de justicia y
virtud. Platón era un joven cuando la arbitrariedad de Atenas condena a muerte a su maestro Sócrates.

Frente a los excesos históricos de la democracia ateniense y el recurso al derecho del más fuerte, Paltón
defenderá una reforma de la sociedad que suponga un equilibrio entre las partes de la ciudad, en la que solo aquel
que comprenda la verdad sobre el individuo y la colectividad será capaz de regir la sociedad humana: los filósofos
han de gobernar.

En la República defiende la justicia como guía de la actuación individual y colectiva. Tras un análisis de todos
los regímenes políticos (timocracia, oligarquía, democracia, tiranía), con sus defectos y excesos, Platón plantea que
la mejor estructura para la sociedad es una estructura tripartita que refleja la del alma humana; es la idea de que la
norma política debe crear armonía y la medida es el alma. Postula aquí su célebre teoría del gobierno de los sabios y
de la tripartición de las clases sociales en un grupo de productores, otro de guerreros y otro de gobernantes sabios.
Pero no se trata de un igualitarismo democrático o pactista, sino lo que Platón extiende por la composición jerárquica
o estructurada que de manera natural reina en el universo, sea macrocosmos o microcosmos. La población ha de
estar por tanto dividida en clases –filósofos-gobernantes, guerreros y obreros-productores- en una armonía que
proporciona la propia composición tripartita del alma humana (inteligencia o nous, carácter o thymos y deseos o
epithymíai) y del universo. A cada clase social le corresponde una virtud funcional: inteligencia phrónesis, valor o andreia
y templanza o sophrosyne. El filósofo gobernante debe mantener el equilibrio social como un sabio mediador en
contacto con la idea del bien y de la justicia. Todo en busca de la armonía.

A falta de un político-filósofo verdadero, las leyes pueden cumplir su carencia, alejando los peligros, siemrpe
presentes en la polis, de la tendencia a los extremos radicales de la demagogia y la tiranía. Es la ley, nomos, lo único
que en el estado actual de los asuntos humanos puede garantizar la estabilidad del Estado. Según Platón, la ley salva
al hombre de un estado caótico, tanto del abuso primitivo del más fuerte como de los desmanes de la democracia
radical. El imperio de la ley aparece, por ende, como el auténtico poder mediador y para velar por su cumplimiento,
Platón propone diversas instituciones que recuerdan en cierto modo a un arcaísmo religioso griego. Un modelo que
puede parecer severo y arcaizante pero en el que, paradójicamente, habría de inspirar los ordenamientos jurídicos
de las sociedades democráticas modernas: el imperio absoluto de la ley.

24
2.
LA ROMA CLÁSICA

2.1. Orígenes de Roma. El alba de la República


2.2. La expansión territorial. Las Guerras Púnicas
2.3. Roma potencia universal y la transformación de la República
2.4. Economía y cultura urbana
2.5. El ocaso de la República. El Principado

1. Orígenes de Roma: el alba de la República


Contexto y origen de Roma 3
El sistema político de la República 4
Estado y sociedad 7

2. La expansión territorial. Las Guerras Púnicas


La República romana y el mundo mediterráneo 9
Prolegómenos del conflicto con Cartago y Primera Guerra Púnica 9
La Segunda Guerra Púnica en Hispania 10
El fin de la guerra y la propaganda política 11
Las perspectivas de expansión de la República en el siglo III 12

3. Roma potencia universal y la transformación de la República


La República romana en el Mediterráneo oriental 14
La helenización de Roma 15
El control del territorio: Grecia como ejemplo 16
La administración del territorio: las civitates 17
Consecuencias políticas de la expansión 18

4. Roma: economía, política y cultura urbana


El problema de la tierra 20
Panorama de la economía en la República 21
Roma entre civilización urbana y agricultura 22
La crisis institucional de la República 23
Hacia la guerra civil 24

5. El ocaso de la República 25
El contexto de la Guerra Civil: en torno a una carta de César 25
El final de la República 26

1
En origen, los romanos eran un pueblo de la Antigüedad semejante a los griegos. Pero, mientras
éstos se dispersaron por un área geográfica amplia constituyendo una pluralidad de pequeños estados
independientes, y se diferenciaron en grupos dialectales de cierta diversidad cultural, los romanos crearon
un único estado, que fue creciendo territorialmente sin perder nunca la unidad.

El estado romano nace con la fundación de la ciudad de Roma, que habría tenido lugar en el 753
a.C., es decir poco después de ese 775 a.C. considerado como inicio de la Historia de Grecia. Hasta la
segunda mitad del s. III a.C., en que comienza su expansión territorial fuera de Italia por oriente y
occidente, el estado romano funciona de un modo similar a las poleis del Mundo Griego como Atenas y
Esparta, que consiguen ampliar su ámbito de influencia incluyendo en su territorio, o sometiendo a su
hegemonía, a otras comunidades más o menos afines. Solo que, en lugar de sucumbir ante las grandes
potencias del Mundo Helenístico, Roma se convierte en una de ellas, y acaba por tragárselas a todas, para
luego continuar de modo imparable con la conquista de otros territorios.

Los pueblos y los estados que fueron incorporados al dominio romano conservaron, en mayor o
menor medida, sus signos de identidad; pero, por el hecho de pertenecer al estado romano y por los
elementos comunes que fueron asumiendo, pasaron a formar parte del colectivo de los romanos. Los
romanos son, por lo tanto, los ciudadanos de la ciudad de Roma –una urbe que creció desmesuradamente
para los estándares de la época- y todos los habitantes de los amplios territorios que van incorporándose
a la ciudadanía romana con el paso del tiempo.

Además de romanos, los ciudadanos de ese territorio eran identificados por las grandes unidades
geográficas a las que pertenecían –Hispania, Galia etc…- y por las ciudades de cuyo colectivo de
ciudadanos formaban parte. El latín, que había sido la lengua de una pequeña región de Italia, se generalizó
en toda la península Itálica y en todos los territorios que no habían pertenecido al Mundo Helenístico,
funcionando como un elemento unificador. En la otra zona se seguía hablando griego, y, por esa razón, la
identificación como griegos de sus habitantes tendía a prevalecer, aunque no dejaran de ser también
romanos todos los que habían conseguido ese estatus jurídico. El lenguaje de la administración romana
era mucho menos conceptual que el moderno, por lo que los términos utilizados no suelen ser excluyentes.
Los romanos estaban acostumbrados a llamar de distintas maneras a una misma cosa, y a aplicar un mismo
nombre a cosas diferentes. Por eso hay muchos términos que, desde nuestro punto de vista, son
polivalentes. Uno de ellos es el de imperium. Designa el poder militar supremo de los altos magistrados,
pero también el ámbito donde se ejerce ese poder. Por eso llamamos imperio al conjunto de los territorios
que logró poner Roma bajo su dominio, e imperialismo a esa forma de expansión territorial.

La Roma imperialista se desarrolló y alcanzó prácticamente el límite de sus fronteras cuando


todavía era una república; así que, en esa época, se puede hablar ya de un Imperio Romano. Sin embargo,
lo que se conoce como Época Imperial y también como Imperio Romano, es la fase que sigue a la
republicana, es decir los siglos en los que tuvo el estado romano un emperador como cabeza del poder
político. Hay que tener muy presente ese doble sentido –territorial e institucional- del Imperio Romano,
sobre todo porque no coinciden del todo en términos cronológicos.

Para nuestro propósito, en un curso de historia antigua para el Grado en Filosofía, nos centraremos
con preferencia en la Roma clásica y en el estudio de la República romana y sus instituciones, abarcando
un período de tiempo que va desde los orígenes de la República hasta el comienzo del Principado.

2
1. ORÍGENES DE ROMA: EL ALBA DE LA REPÚBLICA

CONTEXTO Y ORIGEN DE ROMA.

Versa sobre cómo se sentaron las bases del poderío del mayor imperio universal que ha tenido como base
Europa proyectándose luego hacia África y Asia, del modelo político más duradero de Occidente, del pensamiento
administrativo y jurídico que ha inspirado las legislaciones europeas, de la literatura, las artes que más han pervivido,
de las infraestructuras y arquitecturas que han fundamentado todo lo anterior y un larguísimo etcétera de logros
técnicos, culturales, políticos y científicos.

Se verán una serie de éxitos militares, culturales y sociales que llevaron a la ciudad del Lacio hacia su
definitiva transformación desde una simple urbe itálica de carácter local a un imperio universal. Roma se apropió de
la cultura griega y la adaptó con su propio pragmatismo. Se verán en estas unidades además los precedentes que
permiten hacerse una idea de las condiciones previas para que triunfase el sistema político innovador que a partir
del siglo V se desarrolla en Roma.

La península itálica tiene muchos ríos caudalosos (Po, Arno, Tíber…) y una orografía marcada por las
cadenas montañosas alternando con planicies diversas que resultan mu apropiadas para una agricultura especializada
y terrenos de media montaña adecuados para el pastoreo. A orillas del Tíber surge, no lejos del mar, un asentamiento
de acentuado carácter agrario, la futura Roma, cuyas huellas datan del siglo VIII. Sus habitantes, pertenecientes a la
etnia de los latinos, mantuvieron desde siempre estrechos contactos con los etruscos, asentados principalmente en
la Toscana. Éstos poseían, al igual que los griegos radicados en el sur de la península itálica y en Sicilia (la Magna
Gracia) desde el siglo VIII, un nivel civilizatorio más elevado que la mayoría de sus pueblos vecinos. Al parecer
Roma debe su primer proceso urbanizador a la influencia precisamente de los pueblos etruscos, que fueron sus
principales maestros en el campo cultural, político y religiosos. Otro tanto se puede decir, en cuento artes y cultura,
de la Magna Grecia.

Sobre la etapa de la monarquía romana poco se puede decir a ciencia cierta más allá de las tradiciones que
transmiten las fuentes tardías. Entra en el campo del mito, como el propio primer rey fundador, Rómulo, mitos
fundacionales, como el rapto de las sabinas. Los restantes reyes también son figuras legendarias, cada una
especializada en un ámbito de progreso o con una influencia cultural determinada. Así, tras el final de esta etapa
dudosa marcada por el gobierno de unos reyes legendarios, la ciudad del Tíber se fue imponiendo progresivamente
frente a los pueblos vecinos. Mientras en el mundo Egeo se acentuaba el antagonismo entre Atenas y Esparta y en
el Mediterráneo central Siracusa y Cartago competían por la hegemonía en Sicilia, Roma seguía su curso en pos de
la hegemonía sobre las ciudades latinas de su entorno.

Cuenta la historia legendaria que cuando fue expulsado el último rey los ciudadanos confiaron el poder
político a los padres de la patria, los senadores, es decir, la asamblea tradicional de los ancianos (Senatus, de senex).
Ella recibió durante el transcurso de la República un poder omnipresente. También se dice que eligieron a dos
figuras para la máxima magistratura del poder ejecutivo, los cónsules, de manera que ambos de controlaran
mutuamente detentando un poder limitado a un año. Bruto y Tarquino Colatino son según la tradición quienes
inauguran la nueva etapa histórica de carácter republicano, frente a una comunidad gobernada en estos primeros
tiempos por un reducido número de familias cuyo poder e influencia se fundamenta ante todo en la riqueza
agropecuaria pero también en una amplia red de relaciones de dependencia personal, de apoyo y control mutuo,
llamado clientela. Jalonada por una larga serie de guerras internas y externas, la evolución del sistema político fue un
coto privado de estas pocas familias selectas que controlaban el Estado y la mayoría de la población a través del
formidable instrumento social de la clientela.

Salvo algunas excepciones, sólo el patriciado tenía acceso directo a las magistraturas, aunque aparece ya un
número de personajes plebeyos que por su procedencia de la nobleza latina o itálica o por haberse enriquecido y
adquirido con ello prestigio social similar al de los patricios, vinieron a exigir una participación política más amplia.
La historia de la consecución de estos objetivos es la de la República primitiva en pos de su configuración como
sistema político equilibrado. Se terminó conformando una clase dirigente patricio-plebeya, la nobilitas, que regirá los
destinos de la urbe durante tres largos siglos de éxitos imparables no exentos de conflictos enconados. Los cada vez
más numerosos enlaces matrimoniales entre plebeyos y patricios, condicionados siempre por las necesidades y

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oportunidades económicas, procurarán que todas las magistraturas se abran a la pujanza de este nuevo estamento.
Así, aunque en principio los plebeyos sólo podían ser tribunos y ediles, posteriormente se le abrió el paso a la pretura
y finalmente al consulado (la máxima magistratura, año 367/6, leyes Liciniae-Sextiae) con lo que lograron codearse
con las familias más elevadas.

La repartición del poder entre un núcleo de clanes, tanto patricios como plebeyo, formarán pues la nobilitas
clásica (la voz nobilis se deriva de noscere, conocer o ser conocido). Frente a este grupo se podía ver también en la
escena pública a otro tipo de personaje, el denominado homo novus: un “recién llegado” frente a la tradición de la
nobleza, pero poderoso por sus bienes y dotes personales excepcionales. Así, aunque carecían de antepasados
ilustres, suplían la falta de tradición con carisma, formación talento y riqueza, con los que trataban de vencer las
reservas o la hostilidad de sus oponentes, los nobiles de nacimiento. Con todo, las relaciones entre ambos grupos fue
una constante. Su cúpula dirigente formó una red elástica que supo integrar, pese a las tensiones, a las nievas familias
de aspirantes a formar parte del poder (apoyos como el de los Valerios a Catón el Viejo, Cayo Mario protegido por
los Julios o Cicerón promocionado por los Metelos).

Polibio, el gran historiador griego, ensalzó sobre todo el pragmatismo y la eficiencia del sistema político
romano. Consideraba que la constitución republicana de Roma lograba una síntesis efectiva de los tres elementos:
monarquía, aristocracia, democracia. Según esta tesis Roma se habría quedado con los positivo de cada uno de ellos:
con la necesidad de que exista un poder ejecutivo y último, con el elemento representativo y deliberativo sobre la
base de cierta excelencia de méritos o nobleza y con la necesidad en última instancia de contar con la voluntad
mayoritaria de los ciudadanos. Para Polibio Roma combinaba de forma excelente el elemento monárquico en la
figura de los cónsules, con el elemento democrático encarnado por las asambleas populares o comicios y el elemento
aristocrático que representaba el Senado.

En la República romana, las tareas de gestión de gobierno se llevaban a cabo fundamentalmente por medio
del Senado y la Magistratura. Los magistrados eran cargos elegidos anualmente por todo el pueblo mediante
comicios. Sobre ellos recaía la función de administrar el poder público (ejecución de leyes y resoluciones senatoriales,
presentación de propuestas de ley, dirección de la guerra, administración de la justicia, consulta a los dioses…). Para
cumplir este amplio abanico de funciones disponían de amplios poderes: fundamentalmente se resumían en el
concepto de potestas, la autoridad legal que se les confería en nombre de la comunidad, e imperium, que en cierto
modo representa el monopolio de la fuerza en nombre del Estado y que correspondía sobre todo al ámbito militar
pero también policial. El control de estas importantes prerrogativas era clave. Con el sistema de cargos de la
magistratura era difícil que éstos fueran utilizados para establecer una posición de poder personal, aspecto básico
para un pueblo que aborreció de la experiencia monárquica.

Dado el ingente desarrollo al que iba a estar sometida la administración de Roma, ésta necesitaba cada vez
más miembros dirigentes con educación y medios y los patricios, la nobleza estricta de nacimiento, era un grupo
cada vez más exiguo. Era pues cuestión de tiempo que se abrieran todas las magistraturas a na clase mixta patricio-
plebeya. Por otro lado, la educación en común en los modelos griegos, sobre todo a partir de la conquista de Grecia
en el siglo II, hizo de esta clase dirigente una de las más cultas de la antigüedad. Los mismos líderes romanos de la
carrera política y militar dedicaban gran parte de su ocio a la confección de obras literarias o historiográficas, aunando
la filosofía y la retórica griega al pragmatismo político romano (Cicerón).

EL SISTEMA POLÍTICO DE LA REPÚBLICA.

A lo largo de los siglos III y II se consolida una jerarquía fija y una nómina de cargos que debían ser
desempeñados secuencialmente por cada miembro de la nobilitas que hiciera carrera política en lo que se llamó el
cursus honorum. Aunque los magistrados resultaban elegidos por todo el pueblo y cualquier ciudadano se podía
presentar, hay que recordar que los magistrados no recibían remuneración alguna por lo que conllevaba unos
enormes gastos personales y sociales. En la práctica, por tanto, solo los acomodados miembros de la nobilitas eran
capaces de sustentar una carrera política, a lo que se sumaba que los poderosos eran preferidos en las elecciones por
la influencia de las redes clientelares y el prestigio de sus antepasados. Ello conllevaba que sólo accediera a las altas
magistraturas del Estado personas pertenecientes a familias que habían monopolizado la gestión pública durante
varias generaciones (familias consulares).

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La constitución romana seguía el modelo básico de la constitución de polis o cuidad estado: el conjunto de
los ciudadanos forma una suerte de gran asamblea. A su lado se inserta un consejo selecto de ciudadanos que dirige
y coordina el funcionamiento de la asamblea popular y las instituciones. Además, existe un cúmulo de magistraturas,
cargos personales ejercidos colegialmente por tiempo limitado, que son elegidos por la asamblea y condicionados
por el Senado, sometiéndose también a su control. La idea es que la soberanía reside en las diferentes agrupaciones
que congregan los ciudadanos y que tanto la asamblea como el Senado se ocupan del Estado de forma general,
mientras que los magistrados tienen atribuciones concretas.

Las magistraturas tenían una limitación temporal de la que estaban exentos los senadores, cuyo cargo era
vitalicio. La cúpula de las magistraturas por orden de importancia era la siguiente:
- Los dos cónsules: los magistrados más importantes tanto por sus amplios poderes como porque dentro
del Senado el estamento de los consulares, es decir, los que han ejercido el consulado en algún
momento, es el que lleva la voz cantante
- Los censores: con grandes atribuciones sociopolíticas pero sin el poder supremo militar y civil (imperium)
- Los pretores: en un principio con gran variedad de funciones, incluso militares, para terminar por ejercer
la dirección de los tribunales de justicia
- Los cuestores: con funciones de administración financiera cuya importancia crece exponencialmente
con la expansión territorial de Roma

Consulado.

En un pueblo belicoso y siempre en campaña militar, la duplicidad en la más alta magistratura del Estado
suponía una versatilidad como pocos otros sistemas de gobierno pudieron alcanzar. La magistratura consular, que
concentraba diversos poderes políticos, militares, administrativos y jurídicos, tuvo finalmente que delegar en otras
magistraturas diversas tareas, sobre todo habida cuenta del crecimiento progresivo e imparable del Estado romano.

Los dos cónsules eran elegidos anualmente por los comicios, es decir, por la asamblea de todo el populus
Romanus, pero para llegar a ser candidato hacía falta poseer un importante curriculum y prestigio social, por ello en
la práctica serán candidatos aquellos que ya tienen los votos asegurados mediante acuerdos e influencias. Hasta las
reformas de Sila en el 81, la función básica de los cónsules era servir de poder ejecutivo-militar, lo que fue crucial
en la etapa de media de expansión de la República. Al tiempo que se empiezan a nombra procónsules o propretores
para las nuevas provincias dependientes de Roma se producirá una expansión del campo de acción del consulado
hacia la esfera civil, especialmente en materia legislativa. Pese a la aparente mayor amplitud de la acción legal de los
tribunos, los cónsules tienen, gracias al imperium, un poder ejecutivo y capacidad de acción incomparable. Su máximo
exponente fue e senatus consultum ultimun, un acuerdo del Senado que facultaba a los cónsules a actuar a discreción,
lo que significa un permiso extraordinario para tomar todo tipo de medidas.

Senado.

La antigua asamblea de ancianos, que estaba formada por todos los antiguos magistrados a partir de los que
habían sido cuestores en adelante. Su elección en principio era disputada, pero a partir de la lex Ovinia en el 300
aproximadamente, se utiliza el procedimiento lectio senatus, la lectura protocolaria de los nombres de los miembros
del senado: quien entraba en esta lista era senador, quien quedaba fuera no lo era. El procedimiento fue asignado a
los censores, los dos magistrados encargados de hacer periódicamente el censo de los ciudadanos y la declaración
formal de sus bienes, así como de la cura morum, es decir, la vigilancia de las costumbres y como decíamos elaborando
cada cinco años la lista de ciudadanos susceptibles de formar parte del Senado. Por ello su poder era enorme, ya que
podían excluir de los derechos de participación política a quien quisieran por diversas razones, sobre todo de índole
moral y por escándalos religiosos, en una magistratura que encarnaba como pocas otras la conjunción entre religión
y derecho que está en la base de los orígenes del sistema jurídico y político romano.

No solo la pertenencia a la categoría de nobiles confería el derecho a tener un sitio en el Senado, sino que
era necesario que el senador hubiera ocupado una magistratura anteriormente. Las grandes familias concentraban
sus esfuerzos en consolidar una carrera política con notable dispendio de energías y fondos y en recabar prestigio
mediante los servicios prestados a la comunidad. Pese a que la aristocracia monopolizara todas las funciones

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públicas, especialmente el consulado, la decisión sobre qué miembro de las élites políticas era merecedor de un
determinado cargo residía definitivamente en los electores, es decir, en la mayoría de la ciudadanía.

El Senado alcanzó una importancia vital como órgano central que canalizaba toda la acción política en la
República. Al haber desempeñado ya magistraturas, numerosos senadores podían ejercer un útil papel consultivo.
Acostumbrados con el paso de los años a enfrentarse a todo tipo de tareas públicas, su apoyo, basado en el respeto
y aprecio que se tenía en la comunidad por estas personas, eran factores decisivos en el proceso de elección de los
nuevos candidatos a las diferentes magistraturas. Esto es clave para entender el peso del Senado y del estamento
senatorial. El experimentado senador aventajaba a los cargos administrativos y a los jefes militares en vivencias
políticas, logros y prestigio. El Senado aunaba la suma de experiencias de todos los antiguos cargos públicos, pero
también la suma del prestigio de sus antepasados, normalmente también pertenecientes a la clase senatorial y a las
más altas magistraturas. Dentro del Senado los que ostentaban la mayor influencia eran los que habían cursado el
cursus honorum, es decir, que habían ido ocupando la jerarquía de magistraturas y, de forma especial, aquellos que
habían logrado llegar al consulado. Este grupo, los viri consulares, constituían la cúpula más selecta de la política
romana, pues habían sido confirmados y aclamados múltiples veces por el pueblo en los comicios al pasar por un
proceso de selección en cada uno de sus cargos. Pertenecían a la nobleza o estaban asociados con ella y disponían
de una extensa red de contactos, aliados y clientes, lo cual, junto con la pertenencia a una de las grandes familias,
otorgaban al cónsul auctoritas, la influencia del político dirigente.

Aparte del ejercicio del poder político, con la potestas y el imperium, los nobles en carrera de honores buscaban
el reconocimiento de la auctoritas o prestigio moral. Se trata de una legitimación en la esfera pública que proviene del
saber y del valor moral que reconoce la comunidad en una persona, independientemente de su cargo o puesto, que
la faculta para emitir opiniones cualificadas. Mientras la postestas se refiere a la capacidad legal de tomar decisiones,
la auctoritas representa el liderazgo moral. El nobilis debía aparecer ante los ojos de sus pares y de la comunidad como
un hombre honesto y ejemplar por consenso público. Sus opiniones y consejos marcaban la pauta de las decisiones
de la totalidad.

De manera distinta a lo que sucedía en la Asamblea del pueblo, en el Senado no existían las votaciones
secretas. Aquello que hubiera decidido la mayoría de los cónsules era casi siempre sancionado por la mayoría del
Senado. Los cónsules, por lo general, también disponían su voto en función de un reducido grupo que por su
auctoritas gozaba de una primacía indiscutible ante toda la sociedad. Estos, los principes viri, eran en realidad los que
determinaban la línea de gobierno. La influencia decisiva de los principes y de los cónsules restantes traía como
consecuencia que, nada más haber llegado éstos a un consenso en alguna cuestión política inminente, el Senado en
su totalidad seguía su ejemplo. Solo cuando no se podían superar las opiniones contrapuestas se tomaban las
decisiones pertinentes por mayoría real. El Senado se presentaba ante la opinión pública como una corporación
indivisible y cerrada que, gracia a su cohesión y auctoritas, era capaz de tomar las decisiones más equilibradas.

Si se considera el Senado como el gobierno romano, entonces es evidente que nunca se producía un cambio
de gobierno. Aunque evolucionara la composición del Senado debido a fallecimientos y sucesiones, estos hechos
nunca se producían de golpe.

El Senado no podía reunirse por iniciativa propia, sino que debía ser citado por alguno de los cargos con
facultad de convocatoria (cónsul, pretor o tribuno de la plebe). En la práctica, las resoluciones del Senado no pasaban
de ser una indicación que los magistrados podían seguir o no, sin embargo, aquel magistrado que obrara contra una
resolución del Senado o sin contar con su opinión, ponía en grave peligro su porvenir político. Por su parte los
senadores también debían tener interés en que sus resoluciones fuera seguida por los magistrados en el cargo, ya
que, en caso contrario, un mal ejemplo podía traer graves consecuencias para su futura posición.

Asamblea.

La función legislativa recaía en el populus romanus a través de las diversas formas organizativas de la asamblea
popular (comitia centuriata/tributa/curiata). Los tres tipos de comitia se fueron creando sucesivamente. La función más
importante, que era la creación de leyes, correspondió a los más modernos comicios, los comitia tributa. En estos
comicios el voto de cada ciudadano tenía potencialmente la misma importancia. Sin embargo, a medida que se fue
expandiendo el territorio romano, se generaron diferencias ya que quienes no vivían en Roma raramente ejercía su
voto. El paso de un tipo de comicios a otro, tal como venimos señalando, pretendió ser un avance para lograr un

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voto menos dependiente de los condicionamientos sociales y económicos, aunque en la práctica siguió dependiendo
de las clientelas. Así el procedimiento de votación dependía, en mayor o menor medida, a los grupos de población
terratenientes y pudientes (sistema timocrático). El pueblo en su totalidad, el populus Romanus, constituido como
asamblea de todos los ciudadanos –cives romani- elegía a los magistrados, sancionaba las leyes y dictaminaba sobre la
conveniencia de dictar la paz o declarar la guerra. La decisión de cada ciudadano se encontraba, sin embargo,
predeterminada por sus relaciones particulares de clientela. Si la cúpula dirigente cerraba filas detrás de una propuesta
la aprobación del pueblo podía darse por asegurada.

Los comitia tributa eran una asamblea de todos los ciudadanos romanos reunidos en tribus. Elegía a los
magistrados menores, como cuestores o ediles curules, entre otras funciones. En los comitia centuriata, basados en
una distribución socioeconómica de la población, las centurias integradas por los ciudadanos con capacidad
económica superior votaban antes que las demás, de manera que cuando estaban de acuerdo en el sentido del voto
conseguían la mayoría sin dar lugar al voto de las demás. Los comitia curiata quedaron casi exclusivamente para asuntos
de derecho civil y religioso y declaraciones solemnes. El conculium plebis era la asamblea formal de toda la plebe,
también organizada por tribus. Su función era sobre todo la de elegir a los tribunos de la plebe y a sus ediles, pero
también juzgaba casos y promulgaba leyes que concernían a la plebe (los plebiscitos).

Si el Senado no llegaba a consenso sobre cuestiones inminentes o si la parte perdedora no se mostraba


dispuesta a aceptar la decisión adoptada, era el pueblo quien entonces se convertía en árbitro de las disputas dentro
de la aristocracia. Las últimas decisiones las tomaba el pueblo en su totalidad. De muy antiguo venían las distinciones
permanentes de los ciudadanos romanos entre plebeyos y patricios. Estos formaron una nobleza puramente
hereditaria y fundada en una serie de privilegios políticos y jurídicos. A partir de las luchas estamentales del siglo V
y IV una serie de dinastías plebeyas obtuvo completa equiparación social y política, lo que propició la simbiosis de
la aristocracia senatorial. Una serie de familias patricias consiguió mantener una influencia enorme, sin embargo, la
mayoría se vio obligada a retroceder ante el ímpetu de las familias plebeyas.

Las resoluciones de la Asamblea de la plebe eran de obligado cumplimiento para todo el pueblo desde la lex
Hortensia del año 287. Como presidentes de la concilia plebis, los tribunos disfrutaban de la misma iniciativa político-
jurídica que los magistrados ordinarios. Los tribunos eran los únicos magistrados que no podían ser patricios y a sus
asambleas tampoco podía acudir ningún miembro de este estamento.

A pesar del aparente poder de los representantes de la plebe, el peligro de un contragobierno a finales de
las luchas estamentales fue conjurado por la nobleza al integrar el tribunado en la labor cotidiana de gobierno.

ESTADO Y SOCIEDAD.

Es preciso hacerse una idea del concepto romano de estatalidad. Este dependía en gran parte de las personas
y colectivos políticos y sociales, y ponía la mira en la suma de la ciudadanía (populus Romanus). Res publica es traducido
de manera habitual como ‘estado’; sin embargo, literalmente ‘cosa pública’ es el interés público, comunidad, estado,
constitución y política. Para todas estas realidades el romano sólo conoce y utiliza un término. En la res publica populi
Romani, las cosas comunes del pueblo romano, algunos como los principes viri podían llegar a acumular una enorme
auctoritas, pero nadie salvo en las formas reguladas de la magistratura poseía potestas, el poder de obligar a los
ciudadanos a acatar la voluntad propia. La idea del estado era percibida por los romanos como una fórmula abstracta
que dependía de todos y a todos atañía. Res publica es un término pasivo: no puede maniobrar ni sancionar leyes ni
subir impuestos ni tantas otras cosas más. El populus Romanus es el ‘estado’ en el sentido de que es él quien ejerce el
derecho de soberanía frente al ciudadano y las potencias extranjeras.

El sistema de gobierno romano representa una oligarquía tremendamente compleja. La repartición de los
trámites de gobierno entre diversas instituciones era en realidad un complicado sistema para asegurar la
preponderancia de la oligarquía dominante. Fundamentalmente las decisiones se tomaban en el Senado, pero su
materialización dependía de la colaboración de los magistrados y, en el caso de la promulgación de leyes, de la
Asamblea popular. Ni el pueblo ni el Senado podían reunirse y adoptar resoluciones de trascendencia política sin un
magistrado que los convocara y presidiera. Magistrados que obrasen de forma unilateral, sin consultar con nadie, no
podían, pese a ser plenipotenciarios, adoptar medidas de gran alcance sin la aprobación de los comicios. El pueblo,
por su parte, se encontraba controlado por los lazos de la clientela y si un magistrado lograba poner en pie una

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decisión que lo favoreciera, el Senado podía impedir su materialización mediante un tribuno real dispuesto a oponer
el veto. Los demagogos apenas si tenían capacidad de maniobra dentro del complejo entramado de la constitución
romana.

En cuanto al patriciado, los clanes familiares poderosos acumulaban riquezas, pero también la estima de sus
conciudadanos más humildes. El origen de la clientela de las gentes patricias y plebeyas más poderosas parece residir
en una fase primitiva de la historia de Roma. Estas familias habrían tenido la capacidad de integrar en la comunidad
a familias ciudadanas o foráneas para que trabajaran en sus propiedades, por lo que les habrían permitido asentarse
en sus tierras. Eran personas totalmente dependientes de sus patronos, quienes tenían total jurisdicción sobre ellos.
La condición de cliente se habría transmitido de padres a hijos. Cuando Roma se desarrolla, comienza a advertirse
la existencia de familias independientes de los patricios en el sentido de que no reciben de ellos sus medios de vida
y no sus clientes, pero tienen estrechos lazos sociales con ellos. Son artesanos y comerciantes, y familias que viven
de los productos del campo fuera de las propiedades de los patricios y son consecuencia del aumento del número
de las familias que integran la plebe debido al desarrollo de la República. Como resultado de todo esto tenemos una
especie de doble estado en la vertiente social en el que todos son ciudadanos, pero por un lado están los patricios
con sus clientelas y por otro los plebeyos, algunos de los cuales no solo se hacen muy ricos, sino que se convierten
en terratenientes como los patricios. De ahí que se vayan equiparando los derechos políticos, en principio privilegio
patricio. La expansión territorial de Roma desde el siglo III hace que el concepto de la clientela evolucione. Cada
vez menos clientes trabajan la tierra de los patronos, pero la relación patrono-cliente no sólo no desaparece, sino
que se potencia dentro del nuevo sistema sociopolítico como elemento básico de las votaciones y de la participación
política. El patrono necesita el voto del cliente y su reconocimiento social para hacer carrera política y al cliente le
viene muy bien contar con un poderoso protector que pueda dispensarle diversos favores.

Es por tanto un conjunto de personas (clientes) que establecen una relación de confianza (fides) con un
protector (patronus). Los clientes poseedores de una posición social de cierta seguridad buscaban en el patrón más
bien protección jurídica y un apoyo decidido para asegurar sus propiedades y prosperidad. Aquellos clientes de las
capas sociales mejor situadas que se encontraban en una posición económicamente desahogada e independiente y
que podían ejercer a su vez como patrones de otros clientes más modestos, no requerían de su patrón ayuda material,
sino sobre todo político y la representación del cliente ante los tribunales. A cambio de estas prestaciones del
patrono, el cliente estaba obligado a cumplir contraprestaciones ad hoc en función de las necesidades de aquel, que
por lo general consistían en el apoyo en los comicios, elecciones y plebiscitos al patrón o a los candidatos o
cuestiones que este defendía. Sus relaciones eran indisolubles: al faltar el patrón su heredero asumía todas las
obligaciones existentes, y si moría el cliente, sus herederos permanecían en la fides.

Sobre tales relaciones de dependencia reposaba el poder de las grandes familias. Una carrera política requería
la reelección en cargos públicos, así sólo los miembros de linajes nobles con su amplia clientela poseían las
condiciones para ella. Por otro lado, los miembros de la élite dirigente siempre se ayudaban mutuamente para
satisfacer sus respectivas ambiciones políticas. Incluso los pertenecientes al ordo equester apenas tenía posibilidad de
llegar a formar parte de la cúpula regente y la mayoría de las veces solo ascendían bajo la protección de los círculos
nobles, que esperan conseguir del hombre nuevo (homo novus) influencia adicional.

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2. LA EXPANSIÓN TERRITORIAL. LAS GUERRAS PÚNICAS

LA REPÚBLICA ROMANA Y EL MUNDO MEDITERRÁNEO.

Tras liberarse de la tutela monárquica y de las amenazas inmediatas de los pueblos vecinos, la República
romana vivió una formidable expansión al principio itálica y luego universal. En el año 370 Roma ya se presenta
como entidad política-jurídica, sin embargo, aún tuvo que hacer la guerra por mucho tiempo hasta que pudo
afianzarse como una entidad política con vuelo autónomo en el tablero de juego mediterráneo. Roma consiguió
establecer un papel hegemónico sobre la Liga latina, no obstante, un tremendo descalabro sobrevino entonces
cuando la ciudad fue saqueada y parcialmente destruida en el 387 por unas hordas de pueblos galos, la llamada
catástrofe gala. A pesar de ello no cejó en sus ambiciones de dominio del a Italia central hasta que las ciudades
reconocieron su hegemonía en 338, precisamente el mismo año en que la Macedonia de Filipo II lograba el dominio
en Grecia.

Tras la victoria sobre los samnitas en la batalla de Sentino en el año 295, puede decirse que la ciudad del
Lacio ya no encontró rival en la península itálica. La política exterior de Roma se basó en las relaciones de amistad
mediante tratados. Los aliados (socii) se obligaban a responder a los requerimientos de ayuda de Roma y se excluía
que estos pueblos estipularan entre sí tratados de amistad al margen de Roma. Así en el año 275 se culminó la
expulsión de Pirro de suelo itálico, con lo que Roma se hace definitivamente con la posición hegemónica indiscutible
en el norte del Mediterráneo occidental. Se impuso también a los diversos estados de la Magna Grecia y llega a
controlar políticamente un enorme territorio.

Aún no podía dar el salto allende el mar, pero Roma ya estaba situada como presencia digna de tener en
cuenta de la zona y como competidora política y económica de las griegas Marsella y Siracusa y la púnica Cartago.
El grupo de los denominados amici et socii populi Romani vino a potenciar sobremanera la efectividad del dominio
romano, ya que Roma exigía su colaboración en política exterior y dictaminaba exclusivamente la necesidad o no de
hacer la guerra.

PROLEGÓMENOS DEL CONFLICTO CON CARTAGO Y PRIMERA GUERRA PÚNICA

Durante el siglo III Roma irá planteando problemas a la metrópoli que por entonces dominaba las rutas
marítimas y el comercio en el Mediterráneo occidental, Cartago. En un principio ambas ciudades acordaron respetar
sus respectivas zonas de influencia y establecieron relaciones diplomáticas. Tal fue el caso del conflicto con el rey
Pirro de Epiro en el año 280, quien intentó conquistar los territorios del sur de la península itálica y Sicilia
controlados por romanos y cartagineses. Pero después de la guerra contra Pirro la amistad entre ambas potencias se
irá deteriorando a causa de la política expansionista de Roma en la Magna Grecia, sobre todo al controlar el punto
más meridional de la península, Regio, sito al lado del estrecho de Mesina y cerca del acceso a Sicilia. Cartago vio
claro el peligro del control romano de este paso estratégico y aquí surgirá la crisis de la alianza romano-cartaginesa,
provocando el estallido de uno de los conflictos más importantes del mundo clásico, la Primera Guerra Púnica,
entre 264-241.

Sicilia oscilaba entonces entre el poder de la púnica Cartago, que trataba de imponer su dominio sobre la
isla desde sus asentamientos occidentales, y de la ciudad griega de Siracusa que controlaba la parte oriental. El
elemento que hizo explotar la tensión latente fue la aparición de las bandas de mercenarios campanos, que acababan
de asentarse en Mesina por la fuerza. La rivalidad entre estos y el tirano de Siracusa, Hierón, provocó una serie de
sangrientas batallas. Los mamertinos de Mesina se decidieron por tentar a Roma, que debía romper su pacto de no
agresión con Cartago e intervenir en su área de influencia tradicional, Sicilia, escenario de su competencia con
Siracusa. La pujante nobilitas romana, que buscaba continuamente un plus ultra en su imparable proceso de expansión
en una dinámica imperialista de huida hace adelante. La clase dirigente romana ambicionaba más éxitos tras extender,
en apenas una generación, su dominio a toda la península itálica, así que aparece una suerte de lobby en la urbe a
favor del intervencionismo. A los motivos militares y políticos se añadían los comerciales de una clase mercante
enriquecida y con grandes intereses en la zona. La clara concurrencia de intereses de esta nueva clase
progresivamente integrada en el núcleo del poderío romano con la aristocracia comercial púnica hace que los

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antiguos pactos queden obsoletos para los apetitos de poderío económico y ambición política de Roma fuera de la
península.

La causa real de la intervención romana en Siracusa fue pues el afán de lucro que se adueñó de los comicios
romanos. Todo apunta a que los romanos tenían necesidad de encontrar una poderosa justificación para su
intervención que, al no estar clara y además contravenir pactos anteriores, debía achacarse a una presunta
conspiración cartaginesa latente. De ahí que se diga que es Cartago la que está provocando la respuesta de Roma al
rodearla por todas partes.

En el año 264, por primera vez en la historia las tropas romanas salen de tierra firme continental embarcando
en Sicilia. Por aquel entonces la flota cartaginesa era la más temible de todas las que surcaban el Mediterráneo
occidental. Nada podía hacer prever la extraordinaria capacidad de adaptación de los romanos al nuevo elemento,
ya que, pese a los contratiempos iniciales, éstos se adaptaron muy rápidamente a la guerra por mar e, improvisando
una flota, llegaron a causar verdaderos quebraderos de cabeza a la experimentada marina de guerra cartaginesa. Los
cartagineses confiaban resolver la guerra en un par de golpes certeros basados en su poderosa flota, pero tras veinte
años de conflicto y vencidos en el propio elemento, los cuantiosos recursos de Roma marcaron la diferencia y los
cartagineses perdieron la guerra sin remisión, desalojando la isla en disputa.

El abandono de Sicilia supone para Cartago un descalabro insólito. Las pérdidas cartaginesas y las ganancias
romanas quedan plasmadas en el tratado de Lutacio. El devastador conflicto había durado casi una generación. El
resultado de la Primera Guerra Púnica va a modificar para siempre el mapa político en la cuenca mediterránea
occidental. Tras haber tenido que entregar una gran parte de la flota, pagar una enorme reparación de guerra y
retirarse de Sicilia dejando paso a Roma, Cartago pierde su posición de poder y Roma queda extraordinariamente
fortalecida.

Del mismo modo que el éxito en la guerra contra Pirro de Epiro había confirmado la posición de supremacía
de Roma sobre la península itálica, el final de la Primera Guerra Púnica y la derrota de los cartagineses frente a Roma
representa la gran entrada de la República romana en la escena política internacional.

En el año 229 los romanos intervendrán por vez primera en la mitad oriental de Europa, más allá del
Adriático, en Iliria, expandiéndose en territorios de la esfera de influencia de la monarquía macedónica. Mientras, el
linaje de los Bárquidas, familia aristocrática militar, había llegado al poder en Cartago y, para compensar las pérdidas
y humillación de la derrota de la guerra, se lanzaron a conquistar la parte sur de la península ibérica ante la
desconfianza romana. A través de embajadas se produjo la conclusión del tratado de Asdrúbal en 226 entre romanos
y cartagineses, mediante el cual los romanos intentaron poder límites a la expansión bárquida en Hispania, hecho
que Cartago interpretó como una mal disimulada intromisión en sus asuntos domésticos. Con esto se situó el
panorama a las puertas de una segunda confrontación. Tras la muerte de Amílcar y Asdrúbal, el belicoso Aníbal les
sucedió en la dirección de los territorios dominados por Cartago en Hispania en 221.

LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA EN HISPANIA.

Estalla en 218. Aníbal se abstuvo de concentrar todas sus energías en defender la totalidad del suelo hispano
y decide poner en marcha un plan de ataque altamente imaginativo: trasladar la guerra a Italia. Con ello esperaba
recuperar la iniciativa y obligar a Roma a desempeñar un papel meramente defensivo.

El proyecto de librar la guerra en territorio enemigo era, debido a las peculiaridades geopolíticas, un
planteamiento brillante. Puso en marcha un complejo aparato logístico capaz de transportar, alimentar y
proporcionar vía libre al ejército en su marcha por Hispania, Galia e Italia. Mensajeros cartagineses se apresuraron
a concertar tratados de amistad con los pueblos que habitaban a lo largo de la ruta prevista. Un cuerpo de intendencia
destacado con antelación se preocupó de establecer vías de suministro, almacenes para acumular víveres, armas y
forraje. Embajadores púnicos se ocuparon de atraerse a los pueblos celtas de la cuenca norte del Po, tradicionalmente
enemigos de Roma, hacia la causa de Aníbal.

A la movilización logística y diplomática se le añadió un fuerte componente propagandístico. Aníbal se


dirigió a Cádiz, al santuario de Melqart. Al implorar la ayuda del dios fenicio-griego Melqart-Heracles, Aníbal

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formulaba una propuesta de alianza a todos los enemigos de Roma sirviéndose del manto protector de esta deidad
invocada como vínculo y punto de referencia ideológico común. Emulando los trabajos de Hércules y comparándose
con Alejandro Magno, Aníbal ensalzaba su proyecto de guerra y lo elevaba a una gesta dotada de la aprobación
divina. Lleva consigo una estatuilla de Heracles que había pertenecido efectivamente al mismo Alejandro Magno,
ganándose con ello la simpatía del mundo griego, que no tarda en prestarle apoyo (Siracusa, Macedonia).

En Roma, la estrategia de confrontación respecto de Aníbal y Cartago no gozaba de la aprobación de todos


los senadores. No faltaban voces que criticaban la actitud beligerante de aquellos representantes del Senado que
abogaban por una política dura y sin ninguna clase de concesiones. Quinto Fabio Máximo y su grupo fue el que más
objeciones aducía contra los partidarios de una confrontación. Manifestaban reservas ante la base jurídica esgrimida
por los partidarios de una acción bélica contra Cartago y requerían una justificación más contundente para ir a la
guerra. Una valoración similar se daba en Cartago, donde la oposición antibárquida propagaba un entendimiento
con Roma.

La carencia de una flota equiparable a la de sus competidores obligó a Aníbal a tener que escoger la vía
terrestre para enfrentarse a su rival. Compensa el déficit de la flota con un superávit en cuanto a operatividad de su
ejército. Sus aguerridas tropas acuden sin demora a su llamada. La reciente conquista de Sagunto había elevado
notablemente la moral de su ejército y Aníbal tuvo buen cuidado de procurar que la correspondiente parte del botín
fuera generosamente repartida entre los soldados.

En el año 218 Aníbal da en Cartagena la orden de marcha a su ejército. Seguirá la llamada ruta de Hércules,
seguida por el héroe transportando ganado a través de Hispania y Galia hasta Italia, que en grandes tramos viene a
coincidir con la calzada romana posterior denominada Vía Augusta, uniendo Cádiz con los Pirineos, pasando por
Cartagena, Sagunto, Tortosa y Tarragona. En plano verano alcanza los Pirineos con la famosa manada de elefantes
de guerra.

Lo que en principio pudiera parecer una expedición de conquista o pillaje delimitada por el marco geográfico
peninsular, se revela después de dejar atrás Hispania como lo que verdaderamente era, la marcha hacia la península
itálica. Así lo percibieron finalmente los romanos. Aníbal evita entrar en conflicto con las ciudades griegas que están
cerca de su paso como Rosas o Ampurias y Marsella., quienes finalmente no sucumbirán a su política de captación
y terminarán por apoyar las operaciones romanas.

EL FIN DE LA GUERRA Y LA PROPAGANDA POLÍTICA.

El paso de los Alpes con sus tropas con sus famosos elefantes de combate supone un reto en toda regla a
su poderoso enemigo. Al llevar la guerra a Italia, Aníbal se propone separar a los aliados itálicos de Roma y lograr
su aislamiento, pero la alianza de los itálicos con Roma estaba basada en fundamentos más sólidos de los que se
podía esperar. Incluso tras los primeros fracasos de las legiones romanas o el sitio de Roma, no lograron abatir la
moral bélica de los romanos ni conseguir que sus aliados itálicos decidieran abandonar su pacto con Roma ante la
pujanza cartaginesa.

La tenaz estrategia de Quinto Fabio Máximo Cunctator así como las victorias de Cayo Claudio Marcelo en
Sicilia o los Escipiones en Hispania y la destreza militar exhibida en la península itálica lograron dar vuelta a la
situación, obligando a Aníbal a abandonar la península. En realidad, los romanos eran tan superiores a los
cartagineses en su propio terreno, en recursos, hombres y aliados que era muy difícil que hubieran sido vencidos en
este atrevido desafío. Finalmente fue a Publio Cornelio Escipión en 202 a quien le fue concedido derrotar a Aníbal
en el norte de África. Como resultado de la victoria, la enorme cantidad de tierras ibéricas acrecentó enormemente
el número de posesiones romanas fuera de la península itálica.

Esta Segunda Guerra Púnica ha querido ser vista en relación al debate generado en torno a la atribución de
culpas. El problema de la responsabilidad de la guerra es mucho más complejo de lo que la historiografía filorromana
nos ha querido hacer ver. Con el mismo derecho que a Cartago podríamos responsabilizar a los romanos, pues
mucho antes de q Aníbal se enfrentara a Sagunto, su intromisión en la política hispana de Cartago había contribuido
a soliviantar los ánimos y provocar un notable aumento de la tensión.

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Mientas Cartago iba acumulando una conquista tras otra en suelo hispánico, Roma participaba
indirectamente en el éxito de su rival al recibir puntualmente las cantidades de metales preciosos estipuladas en
concepto de reparaciones de la Primera Guerra Púnica. Probablemente Roma se inquietó al dejar de percibir el
cuantioso tributo al cancelarse la deuda y dejara así de comportarle algún beneficio la presencia púnica en suelo
hispano, de manera que se apremia en observar atentamente los movimientos de los Bárquidas sometiéndoles a una
estrecha vigilancia que anuncia el estado de alerta.

Su modo de desenvolverse pone de manifiesto la prepotencia del vencedor al ejercer sobre el representante
de Cartago un papel tutelar impregnado de condescendencia y desconfianza al mismo tiempo. Mientras Asdrúbal se
había comprometido a acatar los deseos romanos y respetar el radio de acción que estos dictaminaban, su sucesor
Aníbal, que no estaba ligado a este compromiso, se niega a aceptar más intromisiones, así que Roma amenaza con
abrir hostilidades. Los romanos consideran además su intromisión en los asuntos de Hispania hecho lógico y natural
(tratado de amistad con Sagunto), pero Hispania es en realidad una región alejada de su espacio vital y además
considerada por Cartago como de dominio propio.

La polémica empeñada en dilucidar cuestiones jurídicas no puede esconder los verdaderos motivos del
antagonismo romano-cartaginés: se trata de una lucha de poderes. Roma no puede tolerar un crecimiento de las
posesiones púnicas en Hispania y Cartago acepta el reto porque no quiere estar sujeta a la tutela de su rival. Roma
exigía un grado de obediencia que Cartago, fortalecida por sus éxitos recientes en suelo hispano, no estaba dispuesta
a prestar. En todo momento ambas potencias hacen gala de ansias de poder, expansión y conquista, donde la meta
codiciada es el control de Hispania y la disponibilidad de sus incalculables recursos económicos. Los apelativos más
apropiados para caracterizar el conflicto pueden resumirse en ambición desmesurada, extrema desconfianza, miedo
instrumentalizado, reivindicación de autonomía, ansias de poder e intereses económicos. Sus puntos en común con
la Primera Guerra Púnica son grandes, pero hay un hecho que las diferencia netamente: el factor Aníbal. Con mucha
más energía que en el pasado Cartago impondrá a Roma las condiciones de una lucha que llegará a ser mucho más
encarnizada y peligros de lo que podrían vaticinar.

Desde la caída de Sagunto Roma estaba dispuesta a ir a la guerra con o sin pretexto, pero se ve obligada a
retrasar el inicio de las hostilidades por la inaplazable necesidad de resolver la revuelta de las tribus celtas en el norte
de Italia. De ambas situaciones sacará provecho la propaganda romana, que presentará ante la opinión pública su
obligada demora como intento de querer llegar a última hora a un arreglo por la vía de la negociación, pero las
embajadas romanas enviadas a Aníbal más que negociar pretendían intimidar.

Las pretensiones romanas de querer dictar sus normas de comportamiento a Cartago confluyen en un
callejón sin otra posible salida que la guerra, más aún tras el peso específico adquirido por Hispania como nuevo
caudal de recursos al servicio de Cartago.

Con la ocupación de Sagunto en el 219 se lograba un importante avance estratégico en un territorio


rebosante de interesantes perspectivas económicas y logísticas. Aníbal continuaba la labor emprendida por su padre
Amílcar y su cuñado Asdrúbal ampliando paulatinamente el dominio púnico de ultramar. La acumulación de
recursos y posesiones crece a un ritmo vertiginoso. También aumenta el listado de de los nuevos aliados hispanos
de Cartago. Sus arcas de llenan merced a los tributos impuestos a los pueblos sometidos y al superávit comercial.
Importantes son en este sentido los recursos naturales del valle del Guadalquivir.

Gracias a la audaz y exitosa política ultramarina de los Bárquidas, Cartago consigue poco a poco resarcirse
de las pérdidas de su antiguo imperio colonial en el Mediterráneo central. Las posesiones hispanas, neuva joya de la
corona, debían ser conservadas a toda costa. Su defensa tenía absoluta prioridad, fuera quien fuera quien las
impugnara, aunque fuese la misma Roma.

LAS PERSPECTIVAS DE EXPANSIÓN DE LA REPÚBLICA EN EL SIGLO III

A partir de las Guerras Pírricas (280-275) y hasta las Guerras Púnicas (264 y 146) el salto exponencial de la
República Romana fue enorme. La ampliación de horizontes que supone ir borrando del mapa a los primeros
competidores –la Magna Grecia, luego Siracusa y Marsella, después Cartago- permite a Roma ir controlando el
Mediterráneo occidental. A partir de entonces serán los comerciantes romanos los que se vayan enseñoreando

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paulatinamente de las rutas de esa parte del mundo. Era una ciudad con una política de expansión entre la conquista
y la diplomacia, que a la vez absorbía todo el potencial cultural del legado griego.

Roma se lanzó militarmente hacia Oriente para intervenir en esa esfera del mundo antiguo bajo el pretexto
de devolver la libertad a las ciudades griegas. Querían ver en Grecia y en las antiguas ciudades estado de la época
clásica su modelo ideal y cultural. La hegemonía en Oriente comenzará desde la derrota del rey de Macedonia Filipo
V en la batallada de Cinoscéfalos en el 197 como venganza por su alianza con Aníbal. Comienza aquí la más
extraordinaria asimilación política y cultural de la historia política del mundo clásico, la de Roma con el mundo
helénico, desde la toma de Corinto en el 146 y la progresiva caída en la órbita romana de las monarquías helenísticas
hasta el reino de los Ptolomeos en Egipto con su última reina, Cleopatra VII, en las postrimerías de la República.

Se produce entonces el despegue cultural de Roma con la introducción de modos y costumbres griegos,
desde el sacrificio al modo griego, sus dioses, hasta la conocida embajada de 155 de los filósofos griegos.

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3. ROMA POTENCIA UNIVERSAL Y LA TRASNFORMACIÓN DE LA REPÚBLICA

LA REPÚBLICA EN EL MEDITERRÁNEO ORIENTAL

Hay que destacar la importancia de la incorporación de Hispania a Roma, una fértil y rica provincia que en
adelante será de máxima importancia para la política, la economía y la cultura romanas, rica en bienes agrícolas y
metalíferos, con un considerable potencial humano, que se convertirá en la gran potencia romana hasta que la Galia
venga a competir con ella. Ya hemos mencionado la imitatio consciente de Roma de los modelos políticos griegos,
pero los modelos helenísticos que proliferaron en Oriente tras la disolución del imperio de Alejandro -siendo los
más perdurables la Macedonia antigónida, el reino seléucida y el Egipto ptolemaico- ejercieron una clara influencia
como paradigmas políticos de estabilidad. Cuando el peligro cartaginés fue conjurado el interés de la República se
dirigió necesariamente hacia Oriente, entrando así en colisión con estas prestigiosas dinastías que regían los reinos
helenísticos.

Desde el año 229 y hasta el 219 Roma se inmiscuyó por vez primera en los asuntos al este de la península
itálica. La entrada en conflicto con la Macedonia Antigónida se basó, de nuevo, en la excusa de un llamamiento de
ayuda de este ámbito geográfico que ejercía una notable fascinación cultural por el ya largo contacto que, a través
de los estados de la Magna Grecia, habían mantenido los romanos con los modelos culturales del mundo helénico.
La cuestión es que estos reinos atravesaban en este momento una profunda crisis en cadena. El sistema de los
estados helenísticos del siglo III era el resultado de las luchas de poder que se desarrollan entre el 323 y el 276 por
el legado del Imperio de Alejandro Magno y abarcada un enorme espacio geográfico. Los herederos de Alejandro,
llamados diádocos, habían fundado tres grandes reinos: el de los Antigónidas en Macedonia, el de los Ptolomeos en
Egipto y el de los Seléucidas en Asia Menor, cuyas dinastías pugnaban continuamente. En el 204 sube al trono de
Egipto Ptolomeo V (descendiente del primer Ptolomeo, lugarteniente de Alejandro e hijo de Lago) en Alejandría,
sede de la tumba de Alejandro y continuador en cierto modo, de su esplendor.

Filipo V de Macedonia, quien en su momento se había presado a una alianza con Aníbal para luego al
cambiar las tornas concertar una alianza interesada con la República, se postuló para arrebatar el trono al joven rey.
También entró en liza el soberano del mayor imperio helenístico, el seléucida, con la intervención de Antíoco III en
los asuntos egipcios. Antíoco III intenta aprovechar la debilidad de Egipto conquistando la Celesirio ptolemaica, es
decir, la región de Palestina y el Líbano, concretando para ello un tratado de cooperación con Filipo V. Éste
comienza a extenderse por el Egeo, en el suroeste de Asia Menor. Son las ciudades de Pérgamo y Rodas las que
toman la iniciativa de plantar cara a esta expansión simultánea para defender sus intereses.

Así las cosas, asustadas ante el aumento de recursos de los reyes Filipo V y Antíoco III, otras ciudades
helénicas que estarían directamente afectadas por los afanes expansionistas de los ambiciosos potentados, como
Atenas, se alían con Rodas y Pérgamo. La opinión pública y la clase dirigente romana, imbuida ya de cierto
imperialismo panmediterráneo, no estaba dispuesta a permitir que se conformara una situación favorable a un gran
bloque de poder en el Egeo, así que aceptaron la invitación que les permitía intervenir en territorio heleno.

Los romanos, con la gigantesca mole de recursos hispanos, itálicos y sicilianos, tenían la impresión de que
esta intervención sería relativamente sencilla. Intervención que supone un cambio de paradigma sin precedentes y
un notable desplazamiento geopolítico del interés de sus actuaciones. Era una cuestión de tiempo y lógica histórica
que, a partir de estas causas iniciales, la pujanza de la República romana, en pleno afán expansionista, fuese entrando
en contacto sucesivo con las potencias helenísticas.

En 197 se produce la derrota fulminante de las tropas de Filipo V en Cinoscéfalos. Cambia el equilibrio en
la compleja política griega para siempre pues a partir de este momento Macedonia, que se había impuesto frente a
las ligas griegas y las ciudades estado contrarias a su poder, pierde definitivamente su posición hegemónica en la
región. Junto con los romanos en esta batalla luchó también la Liga Etolia, enemiga de los macedonios. Desde los
tiempos de Alejandro Magno la infantería macedonia, artífice de la conquista del Imperio Persa, era considerada
invencible. Su predominio se quiebra pues, tras una sola batalla, ante el ímpetu de las legiones romanas, consagradas
definitivamente como la mejor tropa del mundo antiguo.

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A lo largo del siglo III Roma había ido asimilando los modelos de los estados helenísticos, lo mismo que
Cartago, no solo en lo que respecta a su pertenencia al ámbito cultural del helenismo sino sobre todo en sus actitudes
expansionistas. Roma será un discípulo aventajado del mundo de los reinos helenísticos. Se puede decir que de ser
una pequeña polis del Lacio pasará a convertirse en estado territorial y expansionista según el modelo helenístico que
acabará necesariamente por enfrentarse con todas las demás hasta prevalecer.

El desarrollo imperialista de Roma se había visto condicionado por la versatilidad de su milicia, que pasa de
ser un ejército de ciudadanos-soldados o campesinos-soldados a un ejército profesionalizado.

En el famoso discurso pronunciado por Tito Quincio Flaminino durante los Juegos Ítsmicos de Corinto en
los que se reunía el variopinto mundo de las poleis griegas, el general romano proclama nada menos que la libertad
de las ciudades de Grecia y la voluntad de Roma de querer garantizarla en el futuro. Tras los vaivenes de la política
helénica en los siglos V a III, que oscilan entre la crisis de la polis al final de la Guerra del Peloponeso hasta la
aparición de un estado extranjero, bárbaro para los griegos, dotado de un pujante sistema político, les parecía a
muchos griegos que conjugaba todas las virtudes de las diversas formas de gobierno y representaba la superación de
las discordias. Parecía como si la solución viniera desde fuera.

A pesar de la indudable admiración que los romanos, nuevos ricos y savia fuerte en la escena política
internacional del momento, sentían por los logros del mundo griego y de las poleis que decían liberar para que
retornara su edad dorada, tras la victoria sobre Antíoco III los acuerdos de paz no fueron satisfactorios para ninguna
de las partes implicadas salvo para Roma, que intentará una política de apaciguamiento sin renunciar a mantener
una posición estratégica en los Balcanes. Las ciudades aliadas sospechan que Roma, que por el tratado de paz expulsa
a Macedonia de Grecia, quiere ocupar la posición del gigante macedónico al retener enclaves estratégicos como
Corinto, Calcis o Eubea.

Por una parte, los romanos, al derrotar a Filipo V, habían estabilizado el tradicional sistema de equilibrio
territorial de las grandes monarquías en favor de los estados griegos menos poderosos. Sin embargo, Filipo V, al
igual que otros monarcas helenísticos, seguían siendo actores decisivos en toda la región. Roma aplicará una política
de contención y se abstendrá de intervenir directamente en el laberinto político griego. Sin embargo, se crea un
interesante precedente y el efecto paradójico de la presencia disimulada de Roma es la de constituir un nuevo
elemento desestabilizador.

Antíoco III había intentado utilizar la derrota de Macedonia para intentar de nuevo aglutinar la resistencia
antirromana en su provecho. Las guerras entre 191 y 188 al final terminarán con el triunfo absoluto de Roma, así
que el rey tuvo que afrontar indemnizaciones de guerra y emprender una política de desarme. Con todo, el área
central de la cultura griega, tanto los Balcanes como el Asia Menor de raigambre jónica, termina por integrarse de
forma cada vez mayor en la órbita romana. Las antiguas potencias helenísticas, como antes Cartago, quedaban fuera
de juego de la escena política y se veían reducidas a meros estados territoriales, potencias medias de influencia muy
limitada. Roma creció desde entonces libremente tanto en lo comercial como en lo militar. Tras la aniquilación de
la monarquía macedonia en 168 y la de Cartago en 146, cuyos territorios serán transformados en provincias romanas,
y la caída de Corinto en el mismo año que la de Cartago, se pone el colofón a esta historia de expansión.

LA HELENIZACIÓN DE ROMA

La repercusión probablemente más importante de la expansión romana en el Mediterráneo oriental es la


puesta en marcha de un intenso proceso de helenización. La lucha contra Cartago, ciudad que desde hacía mucho
tiempo estaba sujeta a las corrientes civilizadoras griegas, obliga a Roma a sumergirse en el mundo de las ideas, la
técnica, la religión y el arte helenos. Desde mitades del siglo III, las letras griegas (tragedia, comedia, épica, etc.), la
historiografía y la arquitectura, así como la mayoría de las ciencias exactas helenísticas (matemáticas, física,
mecánica…), pasarán a formar parte de la vida cultural romana. La lengua griega se convertirá, al lado del latín, en
el idioma de la élite romana, que llegará a dominarla como si de su propia lengua se tratara. Era una clase dominante
culta y bilingüe, aunque el pueblo prefiriera el latín, que se impuso a las lenguas vernáculas en Occidente. En el
Oriente helenizado, sin embargo, el griego no solo se había convertido en el idioma oficial junto al latín de la
administración y el ejército, sino que era una koiné comercial, educativa y creativa.

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No podía decirse que Grecia fuera una desconocida. Los griegos del sur de Italia (como de otra parte los
etruscos) habían acompañado y en ocasiones tutelado el crecimiento y desarrollo romano.

Tras las sucesivas conquistas romanas de todos los reinos griegos post-alejandrinos el mundo de habla
griega pasa a vivir bajo el imperium de Roma. Pero paradójicamente su arte, su filosofía y su cultura experimentaron
desde entonces su desarrollo más pleno y universal, en una globalización avant la lettre de la cultura y la lengua griegas,
de toda su civilización, muy superior a la que alcanzó con Alejandro y que cambió de forma indeleble a la propia
Roma y a todos aquellos lugares de los que ésta había logrado apoderarse. Desde la época republicana todos los
romanos cultivados se preciaban de hablar y leer en griego, de conversar al modo griego y de practicar la retórica y
filosofía helenas. La nobilitas romana tenía un enorme aprecio por los fundamentos culturales del mundo griego, que
interiorizó e hizo propios, sobre todo el pensamiento y la manera de hablar en público, pero también la literatura y
artes plásticas. Todo quedó impregnado de helenismo y se transformó en un nuevo lenguaje común grecorromano,
desde la mitología y el derecho a la filosofía política. La época republicana constituye no obstante sólo el principio
de esta relación, pues emperadores filohelenos como Adriano, Marco Aurelio o Juliano atestiguan bien la profunda
e imparable helenización romana.

Otro ejemplo clave es la propia literatura latina, que se fecha tradicionalmente con la obre de Livio
Andrónico, en esclavo griego que traduce el ciclo homérico al latín y da con ello inicio a la literatura latina. Muchas
familias nobles romanas importaban un pedagogo griego para educar a su hijos y grandes filósofos y oradores llegan
así a Roma.

Hubo una profunda helenización a partir del siglo II, pero también un cierto sincretismo cultural (palabra
griega, por cierto, que podría traducirse como “unión cretense”. Hoy se usa sobre todo en sentido religioso como
combinación de diferentes creencias y prácticas, pero también se puede usar en alusión de índole cultural o
filosófico). En el caso de Grecia y Roma existía un sustrato común indoeuropeo que hacía muy fáciles las fusiones
y analogías entre tradiciones dispares, de las que la propia Grecia era un mosaico.

Bajo la égida de Roma se profundizará progresivamente en el sincretismo religioso. Ya conocían lso griegos
por contactos previos a judíos, egipcios, babilónicos, persas, etc., pueblos que habían aportado grandes avances a la
cultura. Sin embargo, con la entrada del dominio romano se multiplican los contactos espirituales o culturales con
otros pueblos, también en el Occidente. Destaca por supuesto la fuerte comunidad greco-judía o hebrea helenizada
que florece en la época romana en Judea, Samaría y en Egipto y que, en el futuro, creará el contexto oportuno para
el fortalecimiento y difusión de una nueva religión, el cristianismo, que hará enorme fortuna hasta el punto de que,
siendo una religión de lengua y cultura griegas, pasará a ser una religión romana más y a la postre la única religión
romana.

Roma se empapa de la paideia griega. Conocida es la labor de autores como Cicerón para dotar al latín de
un vocabulario filosófico digno y de otros tantos romanos, imitadores y perfeccionadores de géneros literarios
griegos. Horacio, Virgilio… con la conquista romana del mundo griego e inaugura más de un milenio de cultura
clásica común, si se considera el mundo tardorromano y bizantino como heredero y transmisor de esa cultura común
y sintetizada de Grecia y Roma.

EL CONTROL DEL TERRITORIO: GRECIA COMO EJEMPLO

Se había vencido al enemigo tanto en Grecia como en Asia Menor, pero de ningún modo se había logrado
su aniquilación y el poderío de las monarquías helenísticas seguía en pie. Como decíamos la intervención de Roma
había alterado el equilibrio político de manera radical. Una vez desmantelado el poder persuasivo de la monarquía
macedónica entró en acción el Imperio Seléucida, deseoso de aprovechar el vacío de poder generado en la zona de
los Balcanes. Así, en otoño de 192, Antíoco III invadió Grecia, que no tenía presencia militar romana desde la
campaña contra los macedonios. El rey seléucida intentó activar en los Balcanes un estado de opinión antirromano
y una resistencia ante eventuales incursiones de la República. Obviamente, Roma no podía consentir que se
concentrara al otro lado del Adriático un contrapoder semejante.

Las fuerzas combinadas del reino seléucida y sus aliados en la Grecia continental no fueron capaces de
plantar cara al embate de las legiones romanas. Así, en el año 190, Antíoco III sufrió una decisiva derrota en

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Magnesia y se vio obligado no solo a renunciar a sus planes en Grecia, sino incluso a entregar parte de sus dominios
en Asia Menor a los tradicionales aliados griegos de Roma –los importantes enclaves de Pérgamo y Rodas-. Con
estos sucesos se acabaron definitivamente las pretensiones de expansión desde su núcleo de poder asiático, en torno
a Antioquía, hacia los Balcanes.

Los romanos aún tuvieron que sofocar un último conato de impugnación procedente de Macedonia. Pero
tampoco aquí se pudo conseguir nada ante el arrollador empuje de las legiones romanas. Esta segunda guerra para
pacificar Grecia acabó en cierto modo con la política de contención, pues Roma veía claro que en adelante debía
actuar con contundencia si quería afianzar su posición privilegiada y no dudar en hacer uso de la fuerza. La victoria
romana sobre Perseo en el 168 significó así para los griegos su definitivo ocaso político. Hasta la fecha los romanos
se habían preocupado constantemente de convencer a la opinión pública helena de la legalidad de sus planteamientos
y acciones, pero la resistencia macedonia tras la batalla de Pidna armó de razones en el Senado a los partidarios de
la mano dura. Así, en el año 148 Macedonia perdió toda autonomía y pasó a convertirse en provincia romana,
aunque el acto final de la sumisión griega fue la brutal destrucción de Corinto en el año 146 (en paralelo a la extinción
de Cartago). Roma sometió desde entonces a ambos extremos del mundo mediterráneo a su férrea administración
política y militar. Bueno prueba de la sumisión total a Roma es la construcción de infraestructuras paralelas a las de
las penínsulas itálica e ibérica para facilitar el control político y tributario, el comercio y el desplazamiento del ejército.

Un ejemplo es la construcción de la famosa vía Egnatia (su constructor fue Egnatius) con sus
aproximadamente 1000 km de extensión, símbolo del dominio romano de Grecia y del intercambio cultural,
comercial y militar entre Oriente y Occidente. Tras salir de la actual Albania, en la costa del Mar Adriático, pasar
por la actual Macedonia para llegar a Salónica, y atravesar Tracia para acabar en Bizancio. La vía puede hacer
sucedido a una calzada militar anterior que los romanos construyeron o mejoraron para conectar Iliria, Macedonia
y Tracia. Al igual que muchas otras vías romanas, las principales carreteras de la península de los Balcanes también
se construyeron por vez primera como caminos militares, en segundo lugar, vendrá la administración y sólo en tercer
lugar se dedicarán a atender las necesidades de comerciantes y viajeros.

La construcción de vías como estas fue, en fin, una manera de ejercer un intenso dominio del territorio, que
se sumaba al establecimiento de un marco jurídico para las ciudades que se iban incorporando al imperium de los
romanos.

LA ADMINISTRACIÓN DEL TERRITORIO: LAS CIVITATES

Los romanos aplicaban el término civitas a aquellos lugares donde los derechos dela colectividad se
distinguían de los derechos de los individuos. En este sentido, el estado romano mantiene una determinada relación
con los individuos y otra relación particular con la colectividad. Hay que recordar que el siglo II, el de la conquista
de Grecia, es también el de el gran desarrollo del derecho merced a la evolución conceptual de las formas jurídicas
que propició la influencia filosófica griega y que hicieron del derecho romano la más formidable herramienta de
comprensión y regulación de la realidad.

La administración romana abordó de forma variada, adaptándose a cada circunstancia, la cuestión de las
relaciones con las ciudades indígenas de los territorios que iba dominando. La concesión de la ciudadanía romana
funciona como elemento manipulador para promocionar a las élites y fomentar la romanización. El término peregrinus
será una marca de estatus, aplicado al individuo que está dentro del territorio romano pero que no tiene la ciudadanía
romana ni tampoco la latinitas, la ciudadanía latina, que funciona como una forma intermedia. Por tanto, el peregrinus
no posee el conjunto de derechos de la ciudadanía y, en el marco territorial, las ciudades indígenas incorporadas al
dominio romano se conocen como civitates peregrinae, ya que esa incorporación no concede a sus ciudadanos la
ciudadanía romana.

A algunas civitates se les concedía un tipo de ciudadanía, la civitas sine suffragio, que supone el conjunto de los
derechos incluidos en la ciudadanía romana a excepción del de voto. Pero desde comienzos del siglo I todos los
pueblos itálicos van a conseguir la civitas romana sin restricción. En el territorio de las provincias, en cambio, las
comunidades que asumían de buen grado el dominio romano se les permitía entrar en una relación pactada con
Roma, con un foedus o pacto, pasando a ostentar el estatus de civitates foederatae. Por razones similares, un pequeño

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número de ciudades serán consideradas libres de jurisdicción romana y obtendrán diversos beneficios, tanto
tributarios como legales: son las civitates liberae, escasas y prestigiosas.

En la mayor parte de los casos las comunidades sometidas estaban obligadas a pagar tributo como civitates
stipendiariae. Seguían viviendo como antes, aunque tuvieran que pagar estas prestaciones. En caso de resistencia a
Roma, acaso interesaba dispersar a esas comunidades o reagruparlas para facilitar su control.

Las civitates foederatae et liberae no eran las únicas que podían seguir rigiéndose por sus propias leyes, también
era el caso de las stipendiariae. El gobernador ejercía su iurisdictio con total libertad. Podía recurrir al derecho romano,
al de la propia ciudad o al ius gentium, es decir, al derecho que se aplicaba entre las distintas comunidades por tradición,
aunque siempre que fuera posible utilizaba el derecho romano.

Otro caso es el de las ciudades fundadas por Roma en los territorios conquistados. Los municipios, lo
mismo que las colonias, tenían una forma de organización institucional similar al de la urbe y promovían los
estímulos a las élites para que asumieran los modelos romanos y quisieran aspirar a la ciudadanía. Muchas intentaban
convertirse en municipios de derecho latino, que era una forma intermedia, en la que el desempeño de una
magistratura por parte de uno de los ciudadanos otorgaba la civitas romana. Un ejemplo significativo es el de Gades
(Cadiz), ciudad fenicia que había caído bajo el dominio cartaginés, pero en la que prevaleció el partido favorable a
Roma. Consiguió así el estatus de civitas foederata en el 206 y en el 46 César les concedió la ciudadanía romana a todos
sus habitantes. Un gaditano, Balbus, fue el primer individuo no itálico en acceder al consulado, lo que da fe de la
profunda romanización de esta ciudad.

Hay que recordar de nuevo la vinculación en la antigüedad de la ciudadanía a los derechos políticos y
también a los deberes económicos y de prestación militar. La idea de ciudadanía restrictiva es común a la Grecia y
Roma clásicas. La diferencia es que en Roma la gestión de la tierra y de los individuos que pasan a engrosar su
población es una cuestión clave desde la impresionante expansión de la República. La Constitutio Antoniniana de 212
por la que se extenderá universalmente la ciudadanía a todas las personas libres muestra bien el pragmatismo
romano.

Como querían obtener beneficios vía tributo de las comunidades sometidas tenían que dejar que siguieran
funcionando como antes. No podían deshacerlo todo, pero muy inteligentemente utilizaron desde el principio la
promoción de las élites indígenas a través de la cultura y del señuelo político de las magistraturas, como una forma
de afianzar su dominio y fomentar la incorporación de una cierta “romanidad”. También por la lengua pues los
romanos no impusieron el latín, pero como era la vía de la promoción, acabó predominando sobre todo en la parte
Occidental (en la Oriental, que tenía una larga tradición cultural, había dos lenguas oficiales: el latín y el griego, e
incluso el arameo).

CONSECUENCIAS POLÍTICAS DE LA EXPANSIÓN

Si se resumen las etapas de su expansión por el Mediterráneo, resulta que en el transcurso de tres
generaciones todos los estados ribereños –lo que en esa época equivalía a la mayor parte del mundo conocido-
pasaron a formar parte del dominio directo o indirecto de Roma. La época de la atomización política que había
representado el mundo griego hasta entonces parecía ya superada. El mismo Polibio comprendió que la expansión
de Roma no era sino el preludio de una etapa de la historia en la que se precisaba una historiografía universal, pues
el mundo había cambiado para siempre. En los tiempos anteriores a esto hechos, los acontecimientos del mundo
aparecían desligados, porque cada suceso era diferente tanto en el planteamiento como por el resultado y lugar. A
partir de ahora la historia pasa a ser un todo orgánico e interconectado.

Si nos fijamos en la clase dirigente podemos constatar que es aquí donde se producen los más notorios
cambios. La necesaria prolongación de las magistraturas a causa de las interminables guerras, rompe con el
tradicional sistema de limitar el mando y otorga a aquellos que están años consecutivos en campaña (por ejemplo
Publio Cornelio Escipión, que desempeña desde el año 210 hasta el 201 un mandato interrumpido) un poder casi
ilimitado, prácticamente monárquico. Otro de los hechos más sobresalientes es que, a pesar de haberlo intentado
con gran tesón, Aníbal no consigue fragmentar decisivamente la federación romano-itálica. Esto muestra la íntima
ligazón entre Roma e Italia. Uno de los motivos fue sin duda que, con el tiempo, gracias a numerosas relaciones

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personales entre las aristocracias de Roma y de las ciudades itálicas, se había llegado a establecer un tupido tejido
personal, social y económico. Roma e Italia van estrechando sus vínculos comunes y no obstante las tensiones
existentes, el camino hacia la integración italo-romana aparece ya diseñado.

Hay también enormes repercusiones negativas de la guerra en Italia. Regiones completas, sobre todo en las
zonas del centro y el sur de la península, acaban despobladas y devastadas. Para subsanar los daños es necesario
poner en marcha un ambicioso proyecto de reforma política, económica y social.

La conquista de la mayoría de los países del Mediterráneo hace de Roma la primera potencia militar de su
tiempo. Como consecuencia de este proceso de expansión, comerciantes romanos e itálicos pudieron hacerse con
una posición paulatinamente más ventajosa. Para las grandes familias romanas, la expansión política del Estado
romano trajo consigo una notable ampliación de su esfera de influencia, esto es, de sus relaciones patronales, lo que
a la par vino a suponer la despersonalización y relajamiento de sus vínculos clientelares. La manipulación de comicios
a través de la compra de votos se convierte en un método habitual de la política y a finales del siglo II una brillante
carrera política presupone, sobre todo, grandes sumas de dinero. Sin embargo, cada vez más fondos, esclavos y
bienes de toda índole siguen fluyendo hacia Roma. Un importante sector de la élite de los caballeros (equites),
enriquecidos con los negocios en Oriente, invierten sus capitales en Italia. Allí adquirieron enormes explotaciones
agrarias trabajadas por esclavos, cuantiosos por las numerosas guerras de conquista. Las importaciones de grano a
bajo precio traído de las provincias conquistadas aguzaron la competencia y provocaron un desequilibrio económico
que a la larga obligó a muchos pequeños agricultores a abandonar su medio de subsistencia habitual y emigrar a
Roma. La dimensión de los problemas sociales se puede apreciar mejor en el constante aumento de masas proletarias
en la ciudad de Roma, cada vez más superpoblada.

A todo esto se le añaden las dificultades políticas. Las espectaculares derrotas sufridas por las legiones
romanas en las guerras celtibéricas del 153 al 133 –solo en la pequeña Numancia capitularon miles de hombres-
cortaron de cuajo las carreras políticas de muchos senadores. Tales sucesos pusieron de manifiesto el desconcierto,
la corrupción o la incapacidad de la aristocracia senatorial.

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4. ECONOMÍA Y CULTURA URBANA

EL PROBLEMA DE LA TIERRA

Durante toda la historia romana la agricultura constituyó la base del sistema social y económico y la posesión
o propiedad de la tierra fue la cuestión clave en la participación política y en la jerarquía social. En los primeros
tiempos, los campesinos libres asistidos por sus familias, cultivaban modestas parcelas cuyos productos apenas sí
cubrían las necesidades propias (economía de subsistencia). La expansión del territorio dominado por Roma a partir
del siglo IV produjo un cambio. Las familias del estamento superior acaban en posesión de grandes superficies de
cultivo gracias a la ocupación de los territorios confiscados (ager publicus) a los adversarios; el creciente número de
esclavos, prisioneros de guerra, posibilitaba la explotación de latifundios, las expediciones militares que se realizaron
durante años conllevaron el endeudamiento de las pequeñas granjas, que eran la base de la organización militar
romana. El ascenso de Roma creó grandes mercados de consumo para una producción agrícola excedentaria que
condujo a la expansión de las explotaciones especializadas (aceitunas, vino, aves). En las regiones más recónditas se
pudo consolidar bajo exiguas condiciones una agricultura libre. En otros lugares, los agricultores se vieron
expulsados de sus parcelas y emigraron hacia Roma, acrecentando el proletariado urbano.

La tierra devino en elemento crucial para la estructura social y para la participación política. La cuestión de
la tierra y su reparto fue de primer orden en los diversos conflictos sociales y políticos de la historia romana. El
primer conflicto social de Roma se había desarrollado en el tránsito del siglo V al siglo IV, pero lo que no se
resolvería tan fácilmente fue luego el problema del ager publicus, que seguía causando enormes tensiones. El conflicto
social aflora con la cuestión de la tierra y su reparto en pleno éxito expansionista del Estado romano en el siglo II.

En una primera etapa el estado romano sólo contaba todavía con un territorio relativamente reducido en
torno a la urbs de Roma: el suyo propio al sureste del Tíber y el de la ciudad etrusca de Veyes. No sabemos cómo se
manejaba exactamente en esa fase tan antigua la relación entre posesión y propiedad. Tal vez en el conflicto entre
patricios y plebeyos el tema de la tierra jugara algún papel, pero su valoración depende de cómo se entienda la
composición de la plebs en aquel momento. Lo que está claro es q en esa antigua etapa había gentes plebeyas que
controlaban la tierra el igual que las patricias. El resultado del conflicto es una nobilitas patricio-plebeya, con familias
plebeyas que de ahí en adelante cubren cada año de los consulados por el mismo procedimiento que lo hacen las
patricias, gracias a las respectivas clientelas. Esto significa que tienen suficiente capacidad económica para ejercer el
control social de elementos inferiores, es decir, estos plebeyos forman parte de la capa dominante de la República.

En el año 338, tras la Prmera Guerra Samnita, se produce esa primera expansión que pone en manos de los
romanos una importante cantidad de ager publicus que no tenían en la época de la lucha entre patricios y plebeyos.
Entre el 326 y el 272 Roma se convierte en dueña de toda Italia, y en el 218 controla también Córcega, Cerdeña y
casi toda Sicilia, además de un territorio al norte que llega hasta los Alpes. Aunque no se trata de que todas estas
tierras fueran ager publicus.

El populus Romanus es la personificación del estado romano. Como se trata de una colectividad pública, las
diferencias de estatus entre patricios y plebeyos no cuentan. Era el populus Romanus como tal el que era propietario
de todo ager publicus, pero no lo explotaba directamente, eso lo hacían particulares.

La base del problema es que mientras que el ager privatus es una realidad jurídica cierta y estable en relación
con los ciudadanos como individuos, el ager publicus fue siempre una noción flexible y cambiante, con una gran
distancia entre concepto y realidad. Por un lado, se arrendó tierra a particulares, pero también se crearon colonias
para asentar en ella como ciudadanos de esas nuevas civitates a ciudadanos romanos sin tierra. Asimismo, se permitió
que las tierras empobrecidas por la guerra fueran rehabilitadas por ciudadanos romanos dispuestos a ellos a cambio
de alguna compensación.

En general era los terratenientes (possessores, poseedores, que no propietarios) los que estaban en mejores
condiciones para acaparar esas tierras. Desde el punto de vista del derecho civil romano, la posesión ininterrumpida
y no cuestionada acaba por engendrar el derecho de la propiedad. Desde el punto de vista político, es decir, de los
ciudadanos en general, el ager publicus debería seguir satisfaciendo la demanda de los que no tienen tierra.

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Precisamente porque la propiedad privada del suelo estaba en Roma tan bien definida jurídicamente, resultó
a los ciudadanos tan difícil combinar el hecho de que todo este suelo era del populus Romano, del estado, con la
realidad de que las tierras de las comunidades sometidas mostraban formas de propiedad privada.

PANORAMA DE LA ECONOMÍA EN LA REPÚBLICA

El auge que experimentaron la artesanía, el comercio y las obras públicas, como en el ejemplo de la vía
Egnatia. La erección de templos y otros edificios monumentales en Roma atestigua el veloz desarrollo y
especialización del artesanado romano.

Los que más provecho sacaron de la expansión en la época republicana fueron las familias del ordo senatorius,
pero también los miembros del ordo equester, el estamento de caballeros. Los primeros supieron enriquecerse con los
botines de guerra ganados como comandantes en las expediciones militares (lo que era una razón fundamental de
la disposición del Senado para entablar constantemente nuevas guerras). Los puestos de gobernación en las
provincias conquistadas también prometían a este círculo múltiples posibilidades de enriquecimiento.

Pero el grupo social que se mantuvo más activo económicamente fue el de los caballeros (equites), que
monopolizaron las esferas de la economía productoras de beneficios y capital. La expansión romana les abrió las
puertas de la recaudación de impuestos provinciales (tributos). Todas esas enormes riquezas iban a parar a Roma.
Los publicani del orden ecuestre arrendaron también las funciones de abastecimiento de los ejércitos, transportes, la
construcción de carreteras, aduanas… además de ejercer las funciones de grandes comerciantes, banqueros y
funcionarios superiores.

La riqueza que en el periodo de expansión se iba acumulando revolucionó el primitivo sistema monetario.
En el siglo III se inicia la acuñación de monedas de plata y bronce. El comercio, que hasta la fecha se efectuaba
mayoritariamente por medio de trueque, sacó provecho de este desarrollo. Los tributos procedentes de las provincias
más fértiles y que permitían un excedente de producción eran fundamentalmente recaudados en especie con el fin
de poder abastecer con estos alimentos básicos a los grupos importantes políticamente, como a la población urbana
de Roma y al ejército. También la explotación y uso de la producción de materias primas en las provincias se realizaba
bajo control estatal. Este intercambio de productos, al igual que el comercio exterior, tenía lugar gracias a la iniciativa
y asunción de riesgos de determinados empresarios.

La economía romana de la época republicana resultante de las conquistas estuvo caracterizada por la enorme
afluencia de esclavos, que se empleaban como mano de obra barata en la agricultura, en el pequeño comercio y en
los hogares urbanos. Desprovistos de cualquier derecho personal los esclavos eran propiedad sin límites de sus
señores, que los podían explotar, vender o matar. Se estima que a finales de la República vivían en Italia casi tres
millones de esclavos (para una población de siete millones y medio). Sus espantosas condiciones de vida llevaron a
grandes revueltas de esclavos como el famoso levantamiento de Espartaco en los años 74-71, que se origina en el
sur de Italia y consigue finalmente abarcar toda la península. Con el final de la expansión se agotó el filón de los
esclavos baratos, la descendencia bajo forma de vernae (esclavos nacidos en casa) y otras fuentes no pudo equilibrar
la balanza. La mano de obra libre volvió a ganar terreno en las grandes extensiones agrícolas (latifundia).

Por lo general, el comercio y la artesanía eran rechazados por la élite romana como modos de adquisición
descalificadores socialmente. Solo la agricultura merecía la consideración de ser una actividad apropiada para
hombres de su categoría. Sin embargo, las propiedades rústicas no eran explotadas por su propia mano, sino que
generalmente se dejaban bajo la dirección de administradores o se entregaban a conductores que eran grandes
arrendatarios o arrendatarios menores (coloni). Es la mentalidad económica de la élite romana, que tendía más bien
a vivir de las rentas antes que dedicarse a la producción económica de manera activa (pero no digna). Una vez que
los caballeros hubieron adoptado el estilo de vida y sistema de valores de los senadores aparece un nuevo grupo
social como motor de la vida económica: en las ciudades, antiguos esclavos liberados (liberti) participan en actividades
comerciales y empresariales. Los esclavos con capital (peculium) podían ejercer actividades económicas bajo su propia
responsabilidad o con la participación de su propietario (dominus), y finalmente comprar la libertad con sus ahorros.
Esclavos redimidos, ya libres, fueron en muchos casos capaces de acumular enormes riquezas y también a su vez de
adquirir nuevos esclavos, tierra y propiedades, aunque estaban excluidos personalmente de todos los cargos
honoríficos de la vida pública –no así hijos y nietos-.

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Numerosos problemas sociales en la República se solucionaron más con la ayuda de la expansión militar
que mediante la toma de acuerdos o medidas internas. Sin embargo, a partir de la Segunda Guerra Púnica, el
estamento de campesinos romanos no fue capaz de soportar por más tiempo las inacabables cargas militares. Con
el empobrecimiento de amplios círculos de población se inicia una fase de desintegración social y política que
desemboca en una escalada de violencia.

También exigían una atención apropiada los compañeros de armas de Roma durante las antiguas guerras de
conquista: aliados latinos y socii (confederados) itálicos. La ciudadanía sólo les fue conferida tras la guerra de los
aliados (91-88). Con ello prácticamente toda Italia se hacía romana, pero siguió, al igual que antes, gobernada por
un mando aristocrático urbano: el Senado. Las guerras civiles con sus proscriptores, sus confiscaciones y las
ampliaciones del Senado motivadas por las rencillas ciudadanas y la competencia entre los diferentes clanes políticos,
contribuyeron al debilitamiento del ordo senatorius tradicional.

ROMA ENTRE CIVILIZACIÓN URBANA Y AGRICULTURA

La cohesión entre la capital y sus territorios fue un tema clave que estuvo en evolución desde el siglo III y
que finalmente en el siglo I obtuvo, bajo el gobierno de Augusto, un cierto marco sistemático dando forma a un
todo social. La introducción de una administración única, la construcción de una red viaria, la expansión del latín
como lengua administrativa y coloquial (en Occidente) así como la atracción de los provinciales al servicio militar,
hizo que se difundieran cada vez más las ideas romanas dentro del imperium Romanum. Este proceso de romanización
está fundado en dos elementos constitutivos:
1. La extensión del derecho a la ciudadanía; con el edicto del emperador Caracalla (constitutio Antoniana 212 d.C)
que reconocía la ciudadanía a los habitantes libres del Imperio, se llega el fin del proceso de equiparación
jurídica de toda la población del Imperio
2. La urbanización; mediante la concesión de derechos municipales se fomentó la igualación de las condiciones
de vida e hizo efectiva la transferencia de eficaces estructuras sociales romano-itálicas. El dominio romano se
componía fundamentalmente de territorios urbanos (a finales de la República había aproximadamente 1500
ciudades) que eran fomentados por Roma, los cuales adaptaron y propagaron el modo de vida y cultura
romanos.
Provinciales ilustres encontraron el camino para ocupar cargos oficiales propios de los caballeros, de manera
que ellos y sus familias lograrán insertarse socialmente entre la aristocracia imperial, que necesitaba complementos
constantes. La integración de las élites locales en los ordines tradicionales romanos debe ser tenido como factor
decisivo en la perduración milenaria y en la cohesión política, social y económica en todo el ámbito mediterráneo y
en los territorios fronterizos.

La educación y la filosofía griegas, si bien fueron hostilizadas por círculos conservadores (Catón), ganaron
terreno entre los estamentos superiores romanos. La apropiación y traducción sistemática del saber científico griego
empezó en el siglo II. Esto se realizaba en libros especiales, a menudo ordenados en enciclopedias –una novedad
originaria de Roma-. Desde finales de la República los romanos aportan también sustanciales contribuciones
totalmente propias en los campos de la ciencia jurídica y la retórica –Cicerón-. En tiempos de Augusto la literatura
latina alcanza su culminación clásica –Virgilio, Ovidio, Horario, Propercio-. Se fundó una literatura nacional romana
que muy pronto se podrá medir con los modelos tradicionales griegos. Al mismo tiempo la arquitectura –Virgilio-,
las artes plásticas, la ingeniería, etc. adquieren un inusitado auge –ara pacis-.

La Urbe constituye a la par excepción y regla en lo que respecta al tipo de ciudad romana que fue surgiendo
dentro del área de influencia. Como excepción, Roma se comprende en tanto tiene una desmesurada importancia
política y, desde una perspectiva demográfica y arquitectónica, destaca mucho más que los municipios restantes.
Roma sirvió de modelo a otras muchas ciudades que querían emularla por cuanto a su urbanismo o la manera en
que se desarrollaba su vida cotidiana. La ciudad sufrió un cambio radical cuando como consecuencia de las guerras
civiles del siglo I se colapsó el régimen republicano.

Roma estaba superpoblada. Miles de personas se concentraban en un reducido espacio alrededor del antiguo
Forum Romanum. Ahí también estaban los foros y las basílicas, teatros, termas y el circo máximo. Los bloques de
casas de alquiler (insulae) eran desmesurados, caros en exceso y siempre amenazados de derrumbo o incendio. El

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ruido era insoportable. El embellecimiento urbanístico de la ciudad recaía bajo el amparo de las principales
personalidades políticas y luego del emperador, que veía en ello una tarea eminentemente política. Este ejemplo
encontró eco fuera de la urbe: al donar para uso común teatros, baños, pórticos, bibliotecas, etc. y gloriarse de ello,
las élites locales ganaban prestigio social y reconocimiento público, así que lo donantes generosos estaban llamados
a ocupar cargos honoríficos.

No pocos autores antiguos plantearon insistentemente la cuestión de la dicotomía entre civilización y


naturaleza, tal como se manifestaba en la oposición de ciudad y campo.

La agricultura tuvo una gran consideración social. Un aire de indistinción pesaba sobre el comercio y la
artesanía, las formas de producción que se encontraban en las ciudades. Pero desde la perspectiva romana no existía
un salto infranqueable entre la ciudad y el campo. La brusca separación medieval entre ambos era completamente
desconocida en la antigüedad.

LA CRISIS INSTITUCIONAL DE LA REPÚBLICA

En el año 133 el tribuno Tiberio Sempronio Graco intenta introducir una importante reforma agraria, la lex
agraria. Sin embargo, el Senado se muestra incapaz de llegar a un consenso, no se decide ni a favor ni en contra de
Tiberio Graco. Tanto este como su opositor temía una pérdida de su dignitas y con ello el final de sus carreras
políticas. Graco busca una salida explosiva: pasar por encima del Senado. Los desposeídos, quienes probablemente
sacarían provecho de esta ley, le estaban obligados, es decir, se encontraban en su fides. Apoyado en una asamblea
popular que había sido convocada por él mismo, Tiberio Graco destituye el tribuno Octavio y consigue que se
apruebe su proyecto de ley. El secular trauma aristocrático parecía convertirse en realidad: un miembro dela élite
dirigente se estaba perfilando como señor de todos.

Con la aparición de Tiberio Graco, la crisis de la República alcanza una cota máxima. El desastre que
produjo su muerte violenta (tras un tumulto es asesinado por un grupo de senadores en el centro de Roma) sacude
los pilares de la constitución romana.

En el año 124, el movimiento popular (bajo política popular entendemos los esfuerzos de prominentes
senadores romanos por llevar a cabo iniciativas legales sirviéndose de la Asamblea Popular y, en casos extremos, en
contra de la mayoría del Senado) experimenta un resurgimiento al ser elegido tribuno de la plebe Cayo Sempronio
Graco, hermano menor del malogrado Tiberio. La política social constituía un punto fundamental de la legislación
de Cayo Graco. Una lex agraria, una lex frumentaria, así como una lex militaris tenían como objetivo mejorar las
condiciones de vida de amplias capas de la población. Gran trascendencia tendría su lex iudicitaria, que traspasaba
los tribunales de justicia, hasta entonces en manos del Senado, a los caballeros (equites). Con Cayo Graco, el
estamento de caballeros (ordo equester) encuentra acceso a los engranajes de la política cotidiana y llega a convertirse
en un factor de peso en la política romana. Su irrupción política real tendrá lugar en época imperial, cuando la antigua
res publica libera ya estaba bajo tierra, y con ella el predominio de la aristocracia senatorial.

Como ya sucediera con su hermano Tiberio, Cayo encontró una muerte violenta, que dio origen a la
restauración de los optimates –así se llamaban a sí mismos los políticos que se hallaban en consonancia con la
mayoría del Senado y en oposición a los políticos populares-.

El tercer asalto a la soberanía del Senado viene de mano de Cayo Mario, un homo novus que había logrado el
consulado y que inaugura una ofensiva contra el régimen de los optimates en el campamento militar. Sus victorias
hicieron del hábil general el salvador del Estado. Mario reclutó de forma prioritaria durante sus consulados
proletarios para sus legiones, lo que le proporcionó una relación muy estrecha con las tropas que dependían de él.
Cayo Mario ostentó seis consulados seguidos, poniendo al aclamado general a la cabeza del gobierno. Sin embargo,
no fue capaz de hacer frente a las conspiraciones e intrigas políticas. Su actitud titubeante hizo desmoronarse la
facción popular, acarreando con ellos su defenestración, que dio así vía libre a la restauración del régimen senatorial.

Con la marcha hacia Roma a la cabeza de un ejército, el cónsul del año 88, Lucio Cornelio Sila, el cual
después de ocupar militarmente la urbe utiliza su adicta clientela militar para desembarazarse de la oposición
(proscripciones) y exterminar a sus enemigos, comienza una nueva y última fase de la República romana: su agonía.

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Después del ejemplo dado por Sila, el hombre de estado que llevara una guerra exitosa con sus legiones, que tuviera
a su disposición recursos financieros y lazos de clientela en las provincias a él asignadas, que por sus acciones y
méritos contribuía a engrandecer el poder de Roma, constituía un peligro para la seguridad del Estado.

De aquí deriva la tragedia de la República romana. Imperaba el miedo ante estas personalidades que, gracias
a sus méritos, alcanzaban un poder preponderante sobre sus colegas del Senado. Pleno de desconfianza ante el
individuo excepcional, el estamento senatorial se dedicó a combatirle sin cuartel y perdió así la oportunidad de
integrarlo y neutralizarlo. La revuelta de Marco Emilio Lépido en el año 78 así como el intento de subversión de
Lucio Sergio Catilina en el 63, consiguieron unir por última vez al Senado y al pueblo para defenderse de estas
provocaciones. Con todo, apenas hubo sido eliminado el peligro, la lucha entre facciones estalló de nuevo.

HACIA LA GUERRA CIVIL

Se producen sucesos de gran dramatismo e intensidad por la trascendencia de los mismos y por las fuerzas
y personalidades que estuvieron involucradas.

En el año 60 se produce la alianza de tres de los hombres más influyentes políticamente: el celebrado general
Gneo Pompeyo, el hábil táctico Cayo Julio César y Marco Licinio Craso, el hombre más rico de Roma, que acuerdan
apoyarse mutuamente. El antagonismo entre el Senado y Pompeyo, que duraría diez años, iba a constituir un factor
decisivo en el derrumbamiento del poder senatorial. El miedo, especialmente acrecentado desde los Gracos y Sila,
a que uno de sus iguales se hiciera con poderes excepcionales primando sobre ellos, conducía a que la mayoría del
Senado adoptara una postura de negación. Esta postura era la que impelía a Pompeyo distanciarse del Senado, cuya
función de árbitro de la política romana que ya con los Gracos había mostrado sus primeras fisuras, será, a finales
de la era republicana, más bien la excepción. Las grandes decisiones políticas se toman cada vez más frecuentemente
al margen de la voluntad expresa del Senado o en su contra.

Un producto evidente del “monstruo tricéfalo” fue la victoria de César en las elecciones consulares del año
59, ganada en contra de la enconada oposición de la nobleza. El menosprecio de su colega en el consulado, el
senador Marco Calpurnio Bíbulo, convertido en mera comparsa, vino a ser lo mismo que quitar el poder a la facción
senatorial de los optimates. Impotencia y ansias de desquite frente a César caracterizaron los sentimientos
experimentados por el círculo de políticos en torno a Marco Porcio Catón.

César se hizo gobernador de la Galia por cinco años durante su consulado con el apoyo de Pompeyo y
Craso. La Galia Cisalpina era la puerta de entrada a la península itálica y permitía por ello un control efectivo de
Roma. Pero la base política común de la alianza de intereses se iba reduciendo, puesto que el aumento de poder de
cada uno no se realizaba por igual y por ello se produjo un desequilibrio en la alianza. El imperium de César en la
Galia, con sus grandes posibilidades, hizo desconfiar a Pompeyo. Por los mismos motivos Craso intentó conseguir
mediante en generalato en Siria una compensación frente a Pompeyo, que controlaba la política de la capital romana
gracias a sus recursos, a su clientela y a sus veteranos.

La década de los años 50 estuvo fuertemente condicionada por los sucesos en la Galia. Por más que las
conquistas galas redundaran en provecho del Imperio, aún mayor era el incremento de poder personal que conseguía
el ambicioso imperator en cada una de sus victorias.

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5. EL OCASO DE LA REPÚBLICA

Seguramente se trate de una suma de motivos multiformes y cambiantes, si tenemos en cuenta que algunos
autores sitúan el comienzo de la crisis en el año 133 con Tiberio Graco y otros prefieren las causas tardías, entre el
69 y el 44. Sin embargo, muchos puntos de vista coinciden en rastrear los orígenes de la crisis en los aspectos
económicos y sociales, especialmente aquellos relacionados con el reparto de la tierra, así como la preponderancia
cada vez mayor de los liderazgos personales y la evolución del ejército, trasformado en profesional y milicia leal a
un determinado caudillo.

Tras la muerte de Craso en el año 53, la alianza entre Pompeyo y César se debilita. Pompeyo empieza a
entenderse con el Senado para aislar a César, y termina recibiendo el mando militar en Hispania. En contra de toda
tradición, Pompeyo permanece en las proximidades de Roma, con el fin de hacer valer mejor su peso en el centro
neurálgico del poder. Bajo estas circunstancias César de encontraba en una situación precaria. Se produce un intento
de acuerdo entre ambos, pero fracasa.

El reclutamiento de más legiones por parte de César debe interpretarse como un intento de ampliar
notablemente su ya considerable base de poder, pero también quería hacer notar que, en caso extremo, estaba
dispuesto a imponer sus pretensiones mediante el uso de la fuerza, a la vez que desplegaba paralelamente ante la
opinión pública romana una efectiva ofensiva diplomática. Seguía públicamente una estrategia para evitar la guerra,
aunque desde una posición de fuerza. Estando así las cosas, tuvo lugar la apertura de hostilidades. El paso por César
del Rubicón en el 49 como respuesta a la declaración del estado de excepción por parte de sus adversarios
desencadenaría la guerra civil. El que los soldados siguieran sin condiciones la llamada de su superior en defensa de
su propia dignitas muestra lo alto que cotizaba la lealtad ante el comandante respectivo y lo poco valorados que
estaban los lazos de los ciudadanos-legionarios con el Estado.

En enero del año 49, Cayo Julio César, procónsul de las Galias y comandante del mayor ejército del Imperio,
marcha al frente de sus tropas hacia la península itálica e inicia, sin ningún escrúpulo, la Guerra Civil más larga y
sangrienta de la historia de Roma.

CONTEXTO DE LA GUERRA: EN TORNO A UNA CARTA DE CÉSAR

Pompeyo estaba resuelto a no permitir a César llegar a ser cónsul de nuevo si antes no hace entrega de su
ejército en las provincias; César, por su parte, está convencido de que no puede estar a salvo si renuncia al mismo.
Mientras transcurren las complicadas negociaciones entre ambos bandos, César afianza su posición estratégica
trasladando sigilosamente 22 cohortes de la Galia Transalpina a Piacenza. La confrontación bélica parecía entrar a
priori en los cálculos del comandante en jefe de las legiones galas.

Muy consciente de la débil legitimación tanto política como moral de su forma de proceder, César abre un
segundo frente ideológico. Dadas las irregulares circunstancias del a conquista del Estado por parte de César, su
particular versión sobre las vicisitudes de este complejo y controvertido proceso histórico está imbuída de un fuerte
componente justificativo. César de cuenta en todo momento de sus medidas presentándolas como útiles y necesarias
para el bien común y la res publica. Sus tergiversaciones adquieren un alto grado de notoriedad.

Después del paso del Rubicón los dos bandos implicados en la Guerra Civil se esfuerzan por consolidar su
posición estratégica en suelo itálico. César se esfuerza por diferenciarse en su ofensiva propagandista de Sila (César
era pariente de Mario y esposo de Cornelia, hija de Cinna, ambos rivales irreconciliables de Sila). Pompeyo se muestra
plenamente ocupado en planificar su futura estrategia, pero también le preocupa la fidelidad, dudosa, de alguna de
sus tropas. Por mucho que César lo proclamaba y otros círculos interesados en un entendimiento lo quisieran, la
imposible reconciliación de las diferentes posturas, así como el curso de las operaciones militares en marcha,
frenaban cualquier intento de pacificación. A pesar de los receles existentes contra César en las clases dirigentes,
puede decirse que cundió su política de reconciliación, así como en amplias capas de la sociedad. La política de
captación de voluntades escenificada deliberadamente por César empieza a provocar los efectos previstos y una
significativa parte de la opinión pública se muestra impresionada por el espíritu de diálogo del que hacía gala César.

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Al valorar positivamente su comportamiento se echaba tierra sobre su ilegal golpe de estado, que era precisamente
lo que César pretendía.

Necesitaba pues justificar su inaudita forma de conquistar el Estado y forjar al mismo tiempo una imagen
positiva de su forma de proceder con miras a la posteridad. César afirma rotundamente que lso artífices de la guerra
civil son sus enemigos (Meteleo Escipión, Catón, Domicio, etc.), a los que achaca la responsabilidad del conflicto y
acusándoles de corrupción, ansias de lucro y envidia. Mediante semejante atribución, a pesar de ser él mismo el
impulsor de la contienda, pretende quedar al margen de cualquier imputación.

No faltaron quienes quisieron a toda costa evitar la guerra civil, encontrando a Cicerón en su portavoz más
eminente. Sin embargo, César presenta el conflicto como una pugna política que puede ser concluida en cualquier
momento con la negociación. Con ello consigue que la responsabilidad sobre la duración de la guerra caiga
unilateralmente sobre Pompeyo.

César sentía, como decíamos, una fuerte necesidad de legitimar su actuación militar y política. Presenta un
programa político que se define ante todo mediante la negación de Sila, nombre que se asociaba con una reciente y
agitada época impregnada de proscripciones y violencia generalizada. En su programa político asume la posibilidad
de intervenir manu militari cuando lo crea necesario, presenta su postura como ponderada y adecuada y se perfila
como un personaje abierto a la reconciliación y el perdón (clementia Caesaris).

Asistimos al nacimiento de una nueva ideología de poder personal, siendo César su primer artífice. La res
publica está en manos de una pandilla de indignos a los cuales hay que arrebatársela. En este sentido, se autoproclama
como la única opción posible. Desde luego hay que reconocer que la crueldad que se desata durante la guerra no es
monopolio exclusivo del bando cesariano, sus adversarios no le iban a la zaga en matanzas y brutalidad. Ante
semejante conducta la calculada moderación de César adquiere mayor brillo. No obstante, a ninguno de sus
contemporáneos se le escapaba que César actuaba por puro interés personal y que la vía seguida para obtener el
ansiado poder sobre la República romana era ilegítima.

El programa político de César no era otro en realidad que el de la autocracia. Solo el monarca posee la
facultad de ejercer el derecho de gracia. En un estado de derecho imperan las normas mayoritariamente aceptadas,
las leyes. En el Estado que crea César impera ante todo su voluntad, la ilegitimidad disfrazada de clemencia. Es una
de las primeras escenificaciones de la ideología monárquica, hija predilecta de la anarquía constitucional.

EL FINAL DE LA REPÚBLICA

Antes de estallar las hostilidades, el grupo más influyente del Senado, partidario de Pompeyo, exige que
César deponga su mando sobre las legiones acantonadas den las Galias. César sólo se muestra propicio a acatar tal
mandato si se desmantela de forma paralela el poderío de Pompeyo y si le conceden suficientes garantías para
acaparar un segundo consulado.

La libera res publica, de carácter aristocrático por tradición y basada en la igualdad nobiliaria, se encaminaba
a marchas forzadas hacia un desenlace monárquico. Durante cuatro años todo el Mediterráneo se transforma en
escenario de enconadas disputas. Al principio de la guerra, César ocupa la península itálica, que había sido desalojada
con precipitación por sus adversarios. Pompeyo se encamina hacia el este, donde aún contaba con un nutrido grupo
de seguidores. Las legiones pompeyanas estacionadas en Hispania operaban libremente a espaldas de César, con lo
que impedían una persecución inmediata de Pompeyo, que ya había atravesado el Adriático. También representaba
una amenaza para su base logística en la Galia, así que finalmente César se encamina hacia Hispania. Una vez
derrotado el ejército de Pompeyo en tierras hispanas, desaparece el peligro en Occidente. La confrontación decisiva
tendrá lugar en territorio griego, en Tesalia en el año 48, donde César obtendrá la victoria y la descomposición del
ejército enemigo. Pompeyo será asesinado poco después en Egipto, Catón, derrotado, opta por suicidarse para no
caer en las manos del vencedor.

En el año 45 César regresa a Roma como vencedor de la más sangrienta guerra civil conocida hasta entonces.
Su influencia creció de manera inusitada, y se le otorgó la dictadura vitalicia. El antiguo régimen republicano se

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mantuvo en apariencia, pues el verdadero poder del Estado pasó como botín a manos del vencedor. Con ello la
centenaria República llega a su fin. El secular trauma de los aristocráticos se había consumado.

Con Cayo Octavio, que más tarde pasará a conocerse como Augusto, comienza una nueva época en la
historia romana. Constituye el punto de intersección entre el régimen republicano en vigor en ese momento y la
monarquía que se irá cristalizando paulatinamente. Había conseguido poner rumbo a una vertiginosa carrera política
gracias a la energía exhibida tras la muerte de su padre adoptivo Cayo Julio César en los idus de marzo del año 44 al
obtener asiento y voto en el Senado entre los cónsules, así como, un mando militar. Esta carrera tan poco común
recordaba a las biografías de Escipión el Africano o Pompeyo Magno. Provisto del prestigio y nombre de su fallecido
padre adoptivo consigue acceder a importantes recursos financieros, una clientela militar importante y renombre
entre la población urbana de Roma.

El joven César –como era llamado pro sus adeptos-, intenta apoderarse de la herencia política de su padre
adoptivo. La esperanza de los conjurados de que reviviera de nuevo la República no se vio cumplida. Ni la plebe de
la ciudad de Roma ni los senadores principales se les unieron. Cayo Octavio se une con los lugartenientes del difunto
César, esto es, Marco Antonio y Marco Emilio Lépido en el año 43, iniciando la pugna contra los asesinos de César,
no sin antes haber neutralizado a la oposición política interna mediante proscripciones (cuyo hecho más sonado fue
el asesinato de Cicerón). Después de la batalla de los Filipos en el año 42, los nuevos dirigentes se reparten los
principales recursos de poder entre sí. Marco Antonio se encarga de la administración de Oriente, Octavio en cambio
se asigna las provincias más importantes, incluida Italia.

Cuando empeoran las relaciones con Marco Antonio, Cayo Octavio emprende una ofensiva ideológica
contra Antonio, tachado ahora de oriental y presentado ante la opinión pública romana como lacayo de la reina
egipcia Cleopatra. Previo a esto se apartó a Marco Emilio Lépido del poder. La soberanía compartida de Marco
Antonio y Cayo Octavio duró hasta el año 31, cuando éste último pudo vencer a las tropas de Marco Antonio y
Cleopatra. Octavio recibe el título honorífico de Augusto y con ello la petición de que mantuviera en sus manos las
riendas del Estado.

Se multiplican los decretos en honor de Augusto. Sus atribuciones de poder crecerán a partir de entonces
hasta más allá de lo que la ordenación republicana, todavía vigente, podía soportar. La persona y atribuciones del
todopoderoso prínceps se aproximan a la consagración cultural y religiosa. Sin embargo, por más que su poder
pareciera asentado, Augusto rehuía constantemente dar el último paso hacia la monarquía, seguramente
escarmentado por el ejemplo de su padre adoptivo, asesinado en el momento en que se disponía a erigirse en
monarca de Roma.

Pero no debería menospreciarse el significado de las instituciones republicanas ni considerarlas meramente


una fachada. Al fin y el cabo Cayo Octavio había crecido bajo el consulado de Marco Tulio Cicerón (63) y fue
educado en las tradiciones republicanas. Con seguridad estas normas de comportamiento influyeron en el futuro
Augusto y del mismo modo, una generación más tarde, también sobre Tiberio, que procedía de la antiguo familia
republicana de los Claudios Nerones. En este sentido Augusto se preocupó por ganarse a miembros importantes
del Senado para que cooperaran con su proyecto de gobierno, incluso antiguos enemigos y republicanos declarados
llegaron al consulado bajo su principado. Sin embargo, las tendencias que ocasionalmente se larvaban en el Senado
con el objetivo de limitar el poder de Augusto o incluso de disputárselo fueron episódicas. Pese a algunos conatos
no se formó nunca una verdadera oposición senatorial. La experiencia de las largas y sangrientas guerras civiles
pesaba demasiado como para poner en juego la paz que a duras penas se había conseguido y que la propaganda
augústea resaltaba hábilmente como pax augusta.

Tomando la medida de la influencia que Augusto ejercía sobre el ejército romano, su gobierno podría ser
considerado como una monarquía militar. Pero este es un aspecto más entre tantos otros. Su predominante posición
de poder se apoyaba en una acumulación de cargos republicanos y de atribuciones sin parangón, cuya concentración
en una sola persona hacía que perdiesen su carácter originario.

La cara constitucional del poder del Principado se corresponde con una nueva dimensión procedente de la
esfera ideológica-cultural, que hizo de Augusto una divinidad. El culto al emperador que se iba imponiendo en las
provincias del Imperio se encontraba dentro de la lógica de estas tendencias, y constituyó un puente con las antiguas
monarquías helenísticas. Sin embargo, ni Augusto ni sus sucesores llevaron jamás el título oficial de rey ni nada que
se le pareciera. Se mantuvieron firmes en la conservación de las instituciones republicanas heredadas y gracias a ello

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podían debilitar el reproche de que habían establecido un reino, lo que en Roma siempre se asociaba a la tiranía. Sin
embargo, el carácter monárquico de la soberanía de Augusto es inequívoco.

Con el gobierno de Augusto se asocia la idea de la formación territorial y administrativa del mundo romano,
las reformas administrativas en las provincias, así como la formulación de los principios de la política exterior
romana. La división de las provincias en imperiales y en senatoriales no solo aportó al princeps sólidas ventajas, sino
que se mostró también igualmente beneficiosa para la mayoría de la población. La deficiente gestión económica de
la administración republicana paulatinamente dio paso a una gestión orientada a principios estables. De esta nueva
forma de administrar los territorios conquistados formaba parte el pago de salarios a los gobernadores, lo cual dio
una mayor cuota de protección a los habitantes de las provincias contra la desmesurada explotación sufrida en el
pasado. El enorme poder del princeps se traducía en la posibilidad de controlar a estos gobernadores.

A todo esto, se añadía el hecho de que los caballeros –ordo equester- pudieron acceder a los puestos clave de
la administración. Los procuratores que procedían de esta orden fueron las columnas sobre las que se sustentaba la
administración provincial del Imperio. De ahí que el culto al emperador tanto en Oriente como en Occidente fuera
un sentimiento sincero y aceptado por los habitantes de las provincias. La atención de Augusto se fijó también en
las infraestructuras económicas y sociales. La construcción de vías de comunicación que partiendo de Roma
alcanzaban la totalidad de territorios del Imperio constituía, junto a la estabilidad interna, un importante requisito
para el despliegue de la economía y el comercio.

El estado de paz en el interior se correspondía por otra parte con una política exterior moderada que se
manifestaba en una actitud sosegada y de compromiso dispuesta resolver los conflictos por la vía diplomática. Los
objetivos de la política exterior de Augusto estuvieron determinados no por un afán expansivo sin límites sino por
la plena integración de los territorios imperiales cuidadosamente dosificada. La estrategia de ofensivas controladas
perdurará durante toda la época imperial y llegará a convertirse en una característica de la política exterior romana.

Con Augusto asistimos a una perdurable paz interior y exterior que marca el comienzo del Principado. La
paz se había logrado eso sí a costa de finiquitar el sistema participativo, lleno de problemas y tensiones, sí, pero con
las libertades republicanas que en adelante serían añoradas. Aquí acaba la historia política del régimen participativo
de los romanos y comienza la de su monarquía.

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1.
LA TRANSICIÓN DEL MUNDO ANTIGUO AL MEDIEVAL (SIGLOS V – VIII)

1.1. Las migraciones germánicas y la constitución de los primeros estados bárbaros


1.2. La era de Justiniano
1.3. La iglesia como heredera del Imperio en Occidente
1.4. Mahoma y la expansión del Islam
1.5. El repliegue bizantino

1. Las migraciones germánicas y la constitución de los primeros estados bárbaros 2


Los germanos y sus primeros contactos con Roma 2
Las “grandes invasiones” del siglo V 3
Las grandes entidades políticas germánicas 3

2. La era de Justiniano 5
De la fundación de Constantinopla a Justiniano 5
Justiniano y la política de reorganización interna 6
La política exterior. La reunificación mediterránea 6
La irrupción lombarda en Italia: primera fisura de la unidad bizantina en el Mediterráneo 7

3. La Iglesia Católica como heredera del Imperio de Occidente 8


Cristianismo y cultura antigua 8
El movimiento monacal hasta el triunfo de la regla benedictina 9
El auge del poder pontificio 9

4. Mahoma y la expansión del Islam 11


Primeras entidades históricas en la Península Arábiga 11
Mahoma y el nacimiento del Islam 11
Primera fase de expansión: Omar y el califato ortodoxo 12
Segunda fase de expansión: Omeyas y reino árabe 12
La definitiva articulación política del mundo musulmán: los abbasíes 13

5. El repliegue bizantino 14
Presiones exteriores desde la muerte de Justiniano 14
Trasformaciones y reorganización del Imperio 14
Las cuestiones religiosas: la querella de las imágenes 15

1
1. LAS MIGRACIONES GERMÁNICAS Y LA CONSTITUCIÓN DE LOS PRIMEROS ESTADOS
BÁRBAROS

Bajo el concepto de bárbaros se conoció en la Grecia clásica a todos aquellos pueblos situados fuera de la órbita
cultural de la Hélade. El sentido del término es altamente peyorativo. Nada menos acertado si tenemos en cuenta
que los cartagineses, por ejemplo, constituyeron una verdadera civilización en competencia con la helénica, o que
los persas habían elaborado unos principios espirituales que en muchos aspectos superaban los griegos.
El término “bárbaros” pasaría sin embargo al mundo romano y Roma acabaría designando como tales a todos
aquellos pueblos que habitaban más allá de sus fronteras, especialmente: germanos, eslavos, escandinavos, árabes y
moros y mongoles y turcos.

LOS GERMANOS Y SUS PRIMEROS CONTACTOS CON ROMA.


Las formas económicas de los pueblos germanos parecen ligarse a una ganadería como principal fuente de
riqueza y a una agricultura con una estructura comunal que, al calor de los contactos con Roma, experimentaría un
serio desgaste y derivaría a formas de propiedad privada más acentuadas.
La base de toda esta estructura social se encuentra en la sippe o comunidad de linaje. Por encima de ella se
sitúa la centena, asentada en un distrito o gau, organismo con funciones judiciales y de reclutamiento militar, y el
pueblo, cuyo organismo representativo era el thing o asamblea de hombres libres. Estos constituían la mayor parte de
la población y entre ellos destacaba el grupo de los adalingi, equivalentes a una especie de nobleza. Los grupos de
semilibres, laeti, y de siervos, sometidos bien por propia voluntad o por fuerza, constituían la capa más baja de la
sociedad germánica.
Se produce tanto una romanización del mundo germano como una barbarización del mundo romano. Has
la gran irrupción del siglo V los contactos más importantes habían sido los siguientes:
a) Hasta el siglo III. La primera de las confrontaciones tuvo como protagonista a Mario entre el 102 y el 101
a. de C. La ocupación de las Galias por César puso en contacto a los romanos con los suevos, que fueron
rechazados al otro lado del Rin. Sin embargo, los intentos posteriores de bajo Augusto y Tiberio de ocupar
la zona entre este río y el Elba no tuvieron demasiado éxito, así que desde finales del siglo I se prefiere o
bien la penetración pacífica o bien la defensa estática. El resultado de esta política termina siendo la
penetración del elemento germano en las filas del ejército romano y la colonización, a cargo de soldados-
agricultores bárbaros, de algunos sectores fronterizos. Las campañas que se llevarán a cabo en el siglo II no
tienen otras miras que las de consolidar los atrincheramientos del limes (las operaciones militares de Trajano
en la Dacia entre el 101 y el 107 o las de Marco Aurelio en la cuenca central danubiana entre el 169 y el
174).

b) Ante la crisis del siglo III. Las guerras civiles durante esta centuria dejaron al limes desguarnecido y por tanto
vulnerable. Al hostigamiento de los persas en el área de Mesopotamia-Siria se una la penetración de los
godos en el bajo Danubio y los franco-alamanos en Occidente. Los godos fueron derrotados en el 269 por
Claudio II y tardarán más de un siglo en volver a constituir un peligro grave. En cuanto a los franco-
alamanos, fueron derrotados pero los daños causados tuvieron difícil reparación. Bajo Diocleciano y
Constantino el peligro parece conjurarse y a lo largo de buena parte del siglo IV la política de
enderezamiento de los emperadores romanos obtiene notorios éxitos en los distintos sectores fronterizos.
Sin embargo, el apuntalamiento del limes era precario y los acontecimientos que se vienen a precipitar de
ahí en adelante viene a confirmarlo.

2
LAS “GRANDES INVASIONES” DEL SIGLO V.
A mediados de siglo IV aparecen los hunos en la llanura rusa, provocando fuertes presiones en los pueblos
germánicos que, como mejor expediente, optaron por la penetración masiva dentro del Imperio. Por tanto, más que
de invasores habría que hablar de asentamientos, muchas veces de acuerdo con las autoridades romanas. Con todo,
esta corriente migratoria habría de provocar las lógicas tensiones. Es necesario recordar que, si bien la caída del
Imperio en Occidente coincidió con la entrada masiva de los germanos, no fue provocada sólo por estos.
Cabría por tanto considerar una serie de hechos que aceleran el desplome total del Imperio en Occidente y el
reparto de su espacio geográfico entre los distintos pueblos germánicos:
1. En el 378 los visigodos, presionados por los hunos, cruzan el Danubio y aplastan a las legiones romanas en
Adrianápolis. La actitud de Teodosio, filogoticista, logra provisionalmente su pacífica asociación como
pueblo al cuerpo del Imperio. Cuando Teodosio muera, la entente se romperá.
2. En el 406 suevos, vándalos y alanos cruzaron los hielos del Rin y se extendieron por las Galias. Tres años
más tarde penetraron en la península por los pasos de los Pirineos occidentales.
3. En el 410 Roma es saqueada a manos de los visigodos, comandados por Alarico.
4. En los primeros años del siglo V las islas británicas sufren el asalto de anglos, jutos y sajones. La población
autóctona bretona se vio reducida a las zonas occidentales (Gales y Cornualles) u obligadas a traspasar el
canal para establecerse en la península de Bretaña.
5. El objetivo de los visigodos no era la destrucción del Impero, de ahí que los sucesores de Alarico, Ataúlfo
y Walia, llegaran a un acuerdo con las autoridades romanas que cristalizaría en el Foedus del 418 por el que
se instalaban en el sur de la Galia y se comprometían a combatir en España a suevos, alanos y vándalos.
Éstos últimos pasan en el 430 al norte de África provocando una gran crisis, no sólo por la ferocidad con
la que combatieron a la población católica sino también el hecho de que su flota se adueñara de la cuenca
occidental del Mediterráneo y quedaran prácticamente interrumpidos los suministros de grano africano a
Roma.
6. En el 436 los burgundios se asientan en la cuenca del Ródano a título también de federados.
7. Entre el 450 y el 451 los hunos, que bajo Atila habían constituido un gran imperio desde el Volga hasta el
Rin, se encaminaron hacia la Galia. La confrontación tuvo el carácter de todo un choque entre la mentalidad
nómada típica de la estepa asiática y la de una incipiente Europa que empezaba a configurarse como una
mezcla de romanismo y germanismo. En el 450 una coalición militar de romanos, francos, visigodos y
burgundios logró rechazar a la oleada húnica en la batalla de Campus Mauriacus. Al año siguiente, la nueva
intentona de Atila sobre una Italia indefensa se topó con la venerable figura del papa León I y con las
epidemias que acabaron diezmando su ejército.
8. Durante los 25 años siguientes, el poder imperial en Occidente no es más que una ficción. De ahí que en el
476 y con el destronamiento del último emperador de Occidente, Rómulo Augústulo, no se produzca
ninguna catástrofe.

En los años siguientes, desde el 488, los ostrogodos, al mando de Teodorico, se asentarían en Italia creando una
entidad política. Por otra parte, desde 481 los francos –hasta entonces protagonistas de segunda fila- se disponían a
ocupar un puesto de primer orden en la Galia.

LAS GRANDES ENTIDADES POLÍTICAS GERMÁNICAS.


Los pueblos germánicos que en definitiva lograron sobrevivir a todas las fluctuaciones al menos hasta la
irrupción de los musulmanes en Occidente a comienzos del siglo VIII fueron:
· Anglos y sajones. Asentados en un territorio de débil romanización y dejando Gales y Cornualles como
refugio de la población céltica.

3
· Francos. La política expansiva de Clodoveo iniciada sobre el 481 será la articuladora del poder franco sobre
la Galia, venciendo en una serie de operaciones a romanos, visigodos y burgundios. La conversión de
Clodoveo desde el puro paganismo a la ortodoxia católica le presentó ante los ojos de la Iglesia como una
especie de nuevo Constantino, no obstante no menguar la brutalidad de sus tropas. Por otro lado, Clodoveo
no fue capaz de organizar un Estado firme sobre sus abundantes conquistas, así que la tónica durante los
siglos siguientes es la disgregación de la Galia.
· Visigodos. La expulsión de los visigodos del sur de la Galia provocó un desplazamiento de su centro político
hacia la Península Ibérica: Toledo sucede a Toulouse como capital. Intentarán la unidad de la península en
una doble vertiente: la religiosa oficialmente se logrará tras la conversión de Recaredo al catolicismo en el
589; la territorial fue impulsada por Leovigildo tras la absorción del reino suevo de Galicia y concluida por
Suintila con la expulsión de los bizantinos del litoral mediterráneo. Cántabros y vascones permanecerán, sin
embargo, insumisos.
Las migraciones no provocaron serias transformaciones en la estructura demográfica de los países afectados. Se
calcula que los bárbaros no supondrían más allá de un 5% de toda la población del Imperio. Ante tan manifiesta
debilidad demográfica, los recién llegados intentaron mantener la cohesión necesaria que les permitiese permanecer
como supraestructura política en medio de una masa de población de ascendencia romana. De ahí por ejemplo el
interés por evitar los matrimonios mixtos y la prohibición de llevar armas a los romanos, o el interés de algunos
reyes por mantener el arrianismo como verdadera religión nacional germánica.
Los procedimientos de asentamiento variaron desde el puro y simple despojo de los propietarios romanos,
llevado a cabo por vándalos o anglosajones, hasta el reparto de tierras de acuerdo con sus propietarios. En todo
caso, hay que tener en cuenta que el sistema de reparto no alcanzaría –dada la mencionada debilidad demográfica
germánica- a la totalidad de los territorios sobre los que ejercían su autoridad política los reyes bárbaros.
Los primitivos intentos de separación entre las dos comunidades étnicas acabaron a la larga sin tener efecto
alguno, y se produjo la progresiva fusión de romanos y germanos. Si en un principio se pudo hablar de reparto de
funciones (civiles y eclesiásticas para los romanos, guerreras para los germanos) desde finales del siglo VI puede
hablarse de su difuminación. En la Galia y en España puede hablarse de una mezcla de las aristocracias germánica
y romana. Posiblemente pueda decirse otro tanto de las demás categorías sociales.
La consolidación de los estados germánicos trajo una reafirmación paralela de las tendencias ruralizantes del
Bajo Imperio. La tierra se convierte en la principal fuente de riqueza. Las actividades mercantiles siguen en el
Occidente el declinar iniciado desde el siglo III: los mercaderes de los que nos hablan las fuentes, como los de la
España visigoda, con por lo general griegos, judíos o sirios, rara vez hispanos. Esta dependencia en relación con la
cuenca oriental del Mediterráneo es una muestra más de cómo ésta, articulada en la figura política del Imperio
bizantino, había sorteado la crisis de fines del mundo antiguo mucho mejor que su vecina del oeste.
El servilismo con el que los monarcas germánicos imitan a Roma o a su heredera Constantinopla tiene otra
evidente muestra en el campo de la organización política. Así, Teodorico, una vez conquistada Italia, trató de mostrar
exquisito respeto a las viejas instituciones romanas haciendo renacer el Senado y el Consulado. Todos los reyes
germanos trataron de adoptar el sistema fiscal romano, aunque con escaso éxito.
A pesar de las distintas veleidades dignificadoras, la noción de res publica como organismo del bien público,
sufrió a manos de los germanos un deterioro decisivo. Frente a ella se alza la noción de reino. Todo gira en torno al
organismo central del poder político, el Palatium, en el que se integran una aristocracia y unos servidores que más
que funcionarios son empleados tanto domésticos como públicos.
Por otra parte, la conjunción de las nociones políticas bajo-romanas y germánicas de los Estados bárbaros
provocan un colapso de la vieja noción romana de ciudadanía. En buena medida contribuyeron a ello el carácter
personal y no territorial que las leyes tienen además de la progresiva difusión de los vínculos de naturaleza jurídica
privada por encima de los de naturaleza jurídica pública. Paralelamente los monarcas bárbaros extenderán los
principios de fidelidad personal que ligan al soberano con sus fieles, que ven retribuidos sus servicios militares con
donaciones de tierra. La costumbre habrá de extenderse a los grandes magnates y a las instituciones eclesiásticas.
Empezaba así a tejerse una tupida red de relaciones no entre el súbdito y la noción abstracta de Estado, sino entre
hombre y hombre, es decir, el esbozo de lo que será la futura sociedad feudal.

4
2. LA ERA DE JUSTINIANO

Tras las reformas políticas impulsadas por Diocleciano y a lo largo de todo el siglo IV se va produciendo un
distanciamiento político entre las dos cuencas del Mediterráneo, por más que la unidad ideal del Imperio se
mantuviera. Con el destronamiento en el 476 del último emperador del Occidente, la situación se simplifica: en el
oeste los germanos rompen el viejo principio de unidad, mientras que en Oriente las provincias del Imperio logran
mantener la cohesión en torno al emperador. El Imperio romano de Oriente, Bizancio, da sus primeros pasos.
Bizancio tuvo personalidad propia, prueba de ello son sus diez siglos de vida (del 395 al 1453). Fue más que una
simple supervivencia de la civilización clásica. Fue un Estado medieval situado en la zona de contacto entre Europa
y Asia que hasta el siglo XV fue la sede de una de las civilizaciones más brillantes que conoció la Edad Media.
Bizancio fue para el mundo eslavo y oriental lo que la Roma de los Papas para el mundo occidental.
Zona de contacto entre civilizaciones, la bizantina experimentó diversas influencias. Las de la tradición clásica,
la cristiana y en último término la fuerte impronta al calor del renacimiento de la Persia sasánida y luego el auge del
mundo musulmán.

DE LA FUNDACIÓN DE CONSTANTINOPLA A JUSTINIANO.


La conversión de Constantino al cristianismo y la fundación de Constantinopla en el 324 fueron hechos
tremendamente importantes para la suerte del Imperio. Si bien la fundación de la ciudad ha sido vista como el
resultado del capricho de un déspota, Constantinopla ya existía desde antes como Bizancio. Más importantes pues
que este punto fue su brillante destino, avalado por unas excelentes condiciones estratégicas (llave de los estrechos
y por tanto vigilante de los intercambios entre Mediterráneo y Mar Negro, circunstancia ésta clave en los momentos
difíciles).
Desde la fundación de Constantinopla el Imperio tuvo teóricamente dos capitales. Sin embargo, el declinar
de Roma en particular y del Occidente mediterráneo en general provocó una rápida basculación de los centros de
decisión política. Mientras las provincias occidentales iban cayendo en manos de los pueblos germánicos, las del
Este lograron mantenerse firmes. Constantinopla no sufrió en estos años ni asaltos ni saqueos y logró mantener sus
zonas de aprovisionamiento –Asia Menor y Egipto- libres de irrupciones.
Si bien aparecerán, como en Occidente, figuras de caudillos bárbaros al lado de los emperadores, no serán
tan importantes. Los emperadores de Constantinopla, amparados en su más favorable posición, llegaron a ejercer
su autoridad –aunque sólo fuera de manera simbólica- en todo el ámbito mediterráneo. Así, Teodosio II promulgó
en el 435 unas constituciones imperiales en nombre suyo y de su débil colega de Occidente Valentiniano III.
Los reyes bárbaros, a pesar de la desaparición del poder imperial en Italia en el 476, seguían teniendo una
especie de veneración hacia el nombre de Roma, ahora simbolizado en el emperador de Constantinopla, al que se
le consideraba un superior jerárquico.
***
Pero si las presiones de los pueblos bárbaros no llegaron nunca a poner en serio peligro al Imperio romano
en Oriente, las querellas religiosas amenazaron, por el contrario, desde un principio su estabilidad interna. Después
de las conmociones provocadas en Oriente por el arrianismo y la reacción pagana de Juliano, las medidas de
Teodosio acabaron por convertir al cristianismo niceano en religión del Estado.
Las querellas cristológicas retoñaron en Oriente a la hora de fijar cómo las dos naturalezas de Cristo se
habían unido en su persona. La derrota del nestorianismo (quien distinguía rígidamente entre ambas naturalezas,
dando particular énfasis a la humana) fue un triunfo para el patriarcado de Alejandría, en donde pronto se abrió
paso una corriente diametralmente opuesta: el monofisismo.

5
El triunfo de la ortodoxia niceana no logrará acabar con el resentimiento que contra Constantinopla se abrió
paso en las provincias más orientales. El monofisismo empezó a identificarse con un ingrediente nacionalista que
mantuvo a Egipto y Siria en un estado de casi permanente tensión contra el poder central de Bizancio.

JUSTINIANO (482 h 565) Y LA POLÍTICA DE REORGANIZACIÓN INTERNA.


El siglo de Justiniano supone unos años de esplendor cultural para la cuenca oriental del Mediterráneo, pero
también del fracaso de los intentos de restaurar la unidad política del viejo Imperio romano. La obra de Justiniano
responde a dos principios, el romanismo como principio de restauración política y el cristianismo como elemento
aglutinante:
a) La labor legislativa ha sido sin duda el aporte más positivo y duradero, surgida como acoplamiento de
las leyes de la antigua Roma al mundo bizantino proyectado hacia todo el Mediterráneo. Paralelamente
a la política legislativa acometió una amplia reforma administrativa cuyos frutos fueron mucho más
limitados de lo que el soberano pretendió. Quiso reparar errores pasados promulgando una serie de
novellas que reformasen y saneasen la justicia, acabaran con los abusos de los grandes propietarios y
suprimiesen la venalidad de los cargos. Todo quedó en pura declaración de principios. La amplitud de
miras de la política exterior forzó al emperador a cerrar los ojos ante la falta de escrúpulos de los rapaces
funcionarios.
b) La política religiosa también se condiciona en buena medida al carácter romanista que Justiniano trató
de inculcar a su Imperio. Dos hechos fueron sintomáticos a este respecto: el cierre de la Escuela de
Atenas en el 529 –uno de los últimos reductos del paganismo- y la entente suscrita con el pontificado
romano, por la cual el emperador se comprometió a combatir sin tregua a la herejía en Oriente. Sin
embargo, la emperatriz Teodora, una advenediza dotada de gran inteligencia, vio más positiva una
reconciliación de Constantinopla con las provincias orientales disidentes. Su objetivo era la
construcción de una fuerte monarquía oriental.
En verdad Justiniano fue incapaz de adoptar una política coherente, motivo por el cual el Occidente
romano-germánico reforzó sus reticencias ante la postura político-religiosa de Constantinopla.
c) Las expresiones artísticas durante el Imperio han contribuido en buena medida a dar el nombre del
emperador a toda una época. Santa Sofía de Constantinopla, inaugurada en el 537, o las iglesias de
Rávena (San Vital, San Apolinar) constituyen las mejores manifestaciones de la síntesis de elementos
romanos, griegos, orientales y cristianos que contribuyeron a la forja de la civilización bizantina.
d) En el campo de la economía, el Imperio de Justiniano y sus sucesores mantuvo una situación ventajosa
en relación a sus vecinos occidentales. Las actividades mercantiles se mantuvieron a un notable nivel al
calor de la reconstrucción de la unidad política en el Mediterráneo, pero con el Extremo Oriente (la
ruta de la seda principalmente) las relaciones se vieron sensiblemente obstaculizadas por la hostilidad
de la Persia sasánida.
El Imperio que surgió en torno a Constantinopla fue, con todo, esencialmente agrícola y la tierra, como
en Occidente, era la principal fuente de riqueza.

LA POLÍTICA EXTERIOR. LA REUNIFICACIÓN MEDITERRÁNEA.


El calificativo de ‘romano’ con el que nos referimos al periodo que tiene su núcleo central en el Siglo de
Justiniano se justifica tanto por sus actitudes políticas internas como por el intento de reconstrucción de la unidad
del mundo mediterráneo.
La acción reconquistadora se desarrolló en tres frentes:

6
A. El Norte de África, en donde el reinado vándalo desapareció en una sola batalla en el 533. Las dificultades
llegarían más tarde frente a las poblaciones bereberes.
B. El reino ostrogodo de Italia. Belisario, el héroe de las campañas africanas, logró controlar la Península Itálica
y enviar al monarca ostrogodo como prisionero a Constantinopla en el 539. Años más tarde, sin embargo,
un nuevo caudillo se levantó en armas y derrotó a Belisario. En el 552 lograron volver a pacificar Italia y
convertirla de nuevo en provincia del Imperio, pero ni la población romana de la península conseguir ver a
los ejércitos bizantinos como unos liberadores ni Constantinopla pudo mantener el papel de defensora de
una Italia que desde el 568 sufrió la aparición de otro pueblo aún más feroz que los anteriores: los
lombardos.
C. En el 551 las tropas bizantinas ocupan la parte del litoral mediterráneo español, sin embargo, las tres cuartas
partes de la Península Ibérica escaparon de sus manos. Su progresiva eliminación será una de las tareas que
se marquen los soberanos visigodos.

El balance de la reconquista mediterránea resulta en definitiva bastante pobre. La totalidad de la Galia y el


África occidental escapan a su control, las zonas conquistadas se encuentran en una lamentable situación –sobre
todo Italia- y además las autoridades bizantinas resultan ser para las poblaciones indígenas sumamente impopulares.
El fuerte desgaste militar repercutió de forma sangrante en la política defensiva que hubo que mantener en
Oriente. Los persas fueron difícilmente contenidos en sus incursiones sobre Siria, así la paz suscrita en 562 llega a
cambio de un pesado tributo. Sobre el frente danubiano consiguieron contener el peligro representado por eslavos
y los restos del pueblo huno, pero sin conjurarlo

LA IRRUPCIÓN LOMBARDA: INVASIÓN TARDÍA Y PRIMERA FISURA EN LA UNIDAD BIZANTINA


DEL MEDITERRÁNEO.
Pueblo renombrado por su valor y fiereza, su entrada masiva en la Península Itálica se producirá después
de la muerte de Justiniano. En principio será una invasión bastante anárquica, con la formación de 35 ducados como
resultante. En el 584 el caudillo lombardo Autario logrará unificar las bandas y reemprender la ofensiva contra los
bizantinos, que se vieron acorralados al sur de la península y en una franja litoral al norte.
En los años siguientes, los lombardos irán suavizando bastante sus costumbres. Luitprando, buen católico,
será el más grande de sus reyes. Uno de sus sucesores, Astolfo, tomará Rávena a los bizantinos en el 751. Era el
momento culminante de la Italia lombarda. Sin embargo, sus debilidades internas eran demasiado grandes. En
efecto, la autoridad de los monarcas se ejerce con gran dificultad sobre el conglomerado de ducados.
A mediados del siglo VIII los lombardos hubieran podido crear algo así como un sentimiento nacional en
la Península, pero esta oportunidad llegaba demasiado tarde: los francos iban a hacerse dueños de la situación política
en Occidente.

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3. LA IGLESIA CATÓLICA COMO HEREDERA DEL IMPERIO DE OCCIDENTE

La Iglesia católica va a convertirse en el Occidente germano-romano en el elemento de unidad de un mundo


atomizado políticamente a lo largo de los tres siglos que transcurren entre la irrupción masiva de los pueblos
germánicos en Occidente y la aparición de los musulmanes en la Península Ibérica.

CRISTIANISMO Y CULTURA ANTIGUA.


Todo parece indicar que la serie de generaciones que daría comienzo con Tertuliano y culminaría en el siglo
V con San Agustín, el pensamiento cristiano trató de llegar en Occidente a un compromiso con la cultura antigua.
El judaísmo dejó de ser un elemento peligroso para la primitiva cristiandad. El diálogo sinagoga-iglesia fue
sustituido por un estéril monólogo y la formación en el seno de la comunidad cristiana de un cierto antisemitismo.
La cultura pagana constituyó para los cristianos el verdadero rival con el que competir en el mundo mediterráneo.
En este sentido, hay una primera etapa de abierta hostilidad, una segunda etapa de compromiso, ajuste y
reconciliación, y un tercer momento en el que la Iglesia católica se hace la receptora y conservadora de la cultura
clásica:
a. El choque entre Cristianismo y cultura clásica quedó marcado en un principio por lo irreconciliable de
las dos posturas. Del lado pagano, Celso en el 178 y Porfirio en la siguiente centuria trataron de mostrar
la debilidad de los argumentos sobre los que descansaban las posturas de los cristianos. Tales actitudes
se mantendrán en los sectores más conservadores de la sociedad romana, incluso después del giro
constantiniano, considerando al Cristianismo una de las causas de la decadencia del mundo antiguo.
Frente a estos autores se levantaron los apologetas. En Occidente, Tertuliado pugnó contra judíos,
paganos y gnósticos, dando buen ejemplo de la intransigencia de posturas que se respiraba entre los
primeros autores cristianos. Dos convicciones se fueron perfilando entre ellos: la de construir el
segundo Israel y la de considerar al Cristianismo no sólo la redención sobrenatural sino también una
auténtica filosofía (una muestra de la ‘helenización’ del Cristianismo).
b. Los autores cristianos eran personas que se habían forzado su acervo cultural en el estudio de las
grandes figuras del paganismo, los argumentos teológicos se inspiraron pues en gran medida en los
moldes de la filosofía clásica.
Podemos nombrar tres grandes figuras de las letras latino-cristianas: San Ambrosio, obispo de Milán
en el 374, que se inspiró en Cicerón, Virgilio, Platón y los neoplatónicos, en simbiosis con la moral
cristiana y la ética estoica; San Jerónimo, nacido en el 346 y que llevó a cabo una ardua tarea de
traducción de lo que sería la Vulgata, admitida como versión canónica de la Biblia por la Iglesia romana
varios siglos más tarde; San Agustín, nacido en África del Norte en el 354 y escritor del De Civitate Dei,
la primera filosofía de la historia del Cristianismo y que constituirá el punto de arranque de toda la
especulación histórica de cuño cristiano y fuente de inspiración política a lo largo del Medievo.
c. Una serie de figuras vinculadas por lo común con el medio eclesiástico, tratan de mantener los rescoldos
de una cultura clásica sumamente quebrantada, en lo que se llamó el prerrenacimiento, haciendo posible
más tarde el renacimiento carolingio. En Italia, bajo dominio ostrogodo, destaca Boecio, el ‘último
romano’, que transmitirá a la Edad Media cierto número de conceptos de la filosofía antigua, sobre
todo de cuño platónico. En la España visigoda, a lo largo del VI, los focos de cultura se encuentran
localizados en la periferia. La labor de mayor envergadura corre a cargo de San Isidro (570-636): obras
doctrinales, ascéticas, científicas, históricas, filosóficas y sobre todo las Etimologías. Su obra constituye
uno de los principales instrumentos de trabajo del intelectual medieval.

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EL MOVIMIENTO MONACAL HASTA EL TRIUNFO DE LA REGLA BENEDICTINA.
El monaquismo constituye un fenómeno común a muy distintas religiones. Desde un punto de vista
sociológico, responde a unos deseos de perfeccionamiento que llevan a una comunidad a organizarse en “secta”,
guiada por el carisma personal de su fundador. Frente a ella se encuentra la “Iglesia”, reino de estabilidad y del
conservadurismo, con tendencia la unidad y universalidad y por consiguiente con unas exigencias morales mucho
más suavizadas.
En el caso concreto del Cristianismo, a pesar de que las órdenes monásticas protagonizaron un cierto
pluralismo religioso, ello no fue obstáculo para ser compatibles con la unidad que la Iglesia trató de imprimir:
A. El monacato, tanto en su versión eremítica –eremités, es decir: desierto, ascetismo y soledad- como cenobítica
–koinós y bios, comunitarismo-, tiene su cuna en Oriente. Ambas tendencias, sin embargo, no son
radicalmente opuestas. Al lado de estas corrientes surgirán otras con mayor tendencia al aislamiento como
las del otro lado del Jordán, en las que coexisten la vida eremítica y ciertos contactos entre los distintos
monjes, o los “monjes estacionarios” como Simeón el Viejo.
B. El monacato no benedictino en Occidente fue en cierta medida originado por proyección del de la otra
cuenca del Mediterráneo. Frente a la multiplicidad de reglas monásticas, muchas de ellas de efímera
duración, el monacato irlandés tendrá una considerable pujanza. Síntesis de eremitismo y cenobismo, de
vida regular y secular, de misticismo y formalismo, entró en verdadera simbiosis con el medio ambiente y
social de la isla, caracterizado por la ausencia de ciudades y la presencia del clan como elemento
estructurador. Precisamente para neutralizar la influencia del clero céltico los Papas hicieron entrar en juego
al monacato benedictino.
C. De la vida de San Benito (entre 480 y 541) apenas concemos más que su Regla. Caracterizada por su
moderación, alejada del rigorismo del monacato céltico y con un fuerte sentido de la autoridad, la vida del
monje debía ser sumamente sencilla, dividiendo la jornada entre el oficio divino, la lectura y el trabajo
manual. Cuando muere San Benito su regla estaba aún muy lejos de arraigar.
D. La universalización del benedictinismo tuvo en San Gregorio Magno no de sus principales artífices. La
evangelización de la Inglaterra anglosajona constituyó la gran tarea. En el 596 llegó un grupo de misioneros
que llevaron a cabo una labor catequizadora que chocó tanto con la resistencia del paganismo como con la
resistencia del clero celta a estos monjes romanos.
Desde mediados del siglo VII la restauración monástica en Italia es un hecho. En la Galia de los primeros
carolingios, los monjes serán los principales agentes de expansión del Cristianismo en la Germania pagana.

EL AUGE DEL PODER PONTIFICIO.


El establecimiento de un primado de jurisdicción sobre todos los obispos en la figura del titular de la sede
romana se fue imponiendo lentamente en la Europa occidental y chocó con fuertes obstáculos en el mundo
bizantino.
Algunos como San Ignacio de Antioquía o Tertuliano fueron los primeros autores en defender firmemente
la idea de Roma como ciudad apostólica. Al calor de las dificultades y del desprestigio de los emperadores de
Occidente, los obispos romanos siguieron ganando terreno hasta logar la indiscutibilidad de su superioridad
jerárquica en el Oeste. León I en el siglo V logró un notorio éxito al defender Italia de los hunos y vándalos. Cara a
Oriente, sin embargo, se situaba a las cuatro grandes sedes (Constantinopla, Antioquía, Jerusalén, Alejandría) en pie
de igualdad con Roma, lo que será base de futuras tensiones.
Con Gelasio I, a finales del siglo V, aparece por primera vez la tesis de los dos poderes: la pontificia y el
poder real. El primero es mucho más importante, ya que tiene que dar cuenta ante el tribunal divino. De ahí que los
poderes políticos se dobleguen al juicio eclesiástico.

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San Gregorio Magno, entre el siglo VI y VII, inaugura la era del Pontificado propiamente medieval.
Miembro de una familia aristocrática romana, llevó a cabo una ingente labor durante su reinado en unas condiciones
políticas particularmente difíciles: ocupación bizantina e irrupción de los lombardos, que llegaron a sitiar Roma cuya
defensa dirigió personalmente el pontífice. Formado en los ambientes del benedictinismo, sabrá dar al monacato
occidental romano el impulso misionero que hasta entonces le había faltado, trasmitiendo la idea de un gran reino
cristiano defensor y propagador de la fe bajo la tutela de Roma.
El Pontificado romano fue el verdadero rector de la política de una Roma abandonada a su suerte por los
poderes tradicionales.

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4. MAHOMA Y LA EXPANSIÓN DEL ISLAM

La Península Arábiga será protagonista de hechos de primera magnitud desde mediados del siglo VII. Tanto
Heyaz como el Yemen son tierras árabes por excelencia y cuna de las primeras civilizaciones árabes dignas de tal
nombre. En la primera se encuentran las grandes ciudades históricas de La Meca y Yatreb, y Yemen es la Arabia
Feliz, zona dotada de las mayores posibilidades agrícolas en un mundo dominado por el nomadeo.

LAS PRIMERAS ENTIDADES HISTÓRICAS DE LA PENÍNSULA ARÁBIGA.


La Península Arábiga, cuna de los pueblos semitas, fue experimentando un progresivo proceso de
desecación. Ello dio lugar a periódicas corrientes de migración hacia las zonas más favorecidas: arameos, cananeos,
fenicios, hebreos…
Sobre la Arabia meridional se formó ya en el siglo X a. de C. una entidad política de cierto relieve: el reino
de Saba, que mantuvo contacto con Salomón o para ser más precisos, relaciones comerciales con sus vecinos
fenicios. Bastantes años después, en el siglo I a. de C., una dinastía de ascendencia arábiga, lso nabateos, se instalaron
en Palestina llevándola al esplendor en tiempos de Herodes el Grande.
Incorporado el Próximo Oriente a la órbita política de Roma, los contactos con el mundo árabe se
reforzaron. Un movimiento separatista con su centro en la ciudad sirio-arábiga de Palmira estuvo a punto de desgajar
del Imperio las provincias del Próximo Oriente.
Cuando el Imperio desapareció en Occidente en el 476, Arabia se convirtió en campo de distintas influencias
y presiones. El sur de la península conoció la invasión de los etíopes hacia el 525 y los intentos unificadores de un
antiguo esclavo que en el 570 estuvo a punto de ocupar La Meca. Bajo sus sucesores los persas ocuparon el Yemen,
dentro de la lógica de hostilidades entre la Persia sasánida y los sucesores de Justiniano.
Los contactos de orden político-militar provocaron otros intercambios, como los mercantiles entre el
Yemen y Siria y el Yemen y la India, que fueron creando nuevas formas de vida como el nacimiento de una incipiente
burguesía. Por otro lado, colonias de judíos y cristianos se establecieron en algunos centros de población y
contribuyeron a crear nuevas inquietudes religiosas que incidirían en el pensamiento de Mahoma.
El ambiente religioso que se respiraba en la Península Arábiga a fines del siglo VI era el de un politeísmo
que relacionaba a los seres adorados con árboles, fuentes o con piedras sagradas, de las que la piedra negra de la
Kaaba de La Meca fue la más reputada. En este ambiente nace el Islam, tomando el monoteísmo subyacente de la
primitiva religión árabe que concebía la idea de una divinidad surpema. En este sentido Mahoma sería más un
reformador que el fundador de una nueva religión.

MAHOMA Y EL NACIMIENTO DEL ISLAM.


Mahoma nació hacia el 570 en el seno del clan de los Qurays –uno de los más importantes de La Meca- y
tras algunas dificultades aseguró su futuro económico al casarse con Jadiya, viuda de un rico mercader.
Sus primeras predicaciones tuvieron escaso eco. Marchó hacia el 622 –la Hégira- a Yatreb, comenzando un
cambio de actitud que lleva al Islam a tomar los perfiles de una nueva religión. Las relaciones con el judaísmo fueron
rotas al ordenarse que la oración se hiciese mirando a La Meca y no a Jerusalem. Desde Yatreb, Mahoma y sus
seguidores acabarían tomando la ofensiva contra la oligarquía de La Meca. El profeta retorna victorioso a esta ciudad
en el 630. Dos años después, tras una profunda labora de catequización en la Arabia occidental por parte de sus
seguidores, se produce la muere de Mahoma.

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Su doctrina quedaría recogida en el Corán, cuya redacción definitiva se llevaría a cabo veinte años después.
Aquí se establecen los preceptos básicos: 1) profesión de la fe, 2) oración, 3) ayuno, 4) limosna, 5) peregrinación y
6) guerra santa.

LA PRIMERA FASE DE LA EXPANSIÓN ISLÁMICA: OMAR Y EL CALIFATO ORTODOXO.


Desde la muerte de Mahoma en el 632 hasta el 634, se desarrolla el gobierno de Abu Bekr, designado como
“diputado del profeta” o califa. El nuevo califa Omar (634-644) lanzó a los árabes a un movimiento expansivo en
un doble frente: 1. Contra el Imperio persa, con la ocupación de Mesopotamia primero y de la meseta de Irán
después, el Imperio sasánida desaparece de la Historia; 2. Contra el Imperio bizantino, ocupando Egipto primero,
Dasmasco en el 634 y Jerusalem dos años después.
La rapidez y amplitud de las conquistas árabes en tan sólo dos lustros constituyen un fenómeno de indudable
atractivo. De entrada, parece que hay que descartar una supuesta superioridad de las técnicas militares árabes. Sin
embargo, hay otros factores como la tolerancia religiosa que hizo que en Egipto y Siria las poblaciones con
tendencias monofisitas y de otro tipo viesen a los árabes con más simpatía que al intolerante gobierno de
Constantinopla; la Jihad o guerra santa, revalorizada por Omar con el fin de dar a los árabes un instrumento de
cohesión superando las diferencias tribales y, sobre todo, la debilidad de los poderes políticos contra los que los
árabes se enfrentaron. En efecto, Persia y Bizancio se habían estado combatiendo sin tregua hasta el mismo
momento en que los árabes hacen acto de presencia.
***
Desde la muerte de Omar transcurre un periodo de casi cincuenta años en los que la expansión islámica
sufre un frenazo. La pauta viene dada por las guerras civiles dentro de la comunidad político-religiosa. En la pugna
que enfrentó a los sucesivos candidatos al Califato se encuentra el germen desintegrador de los movimientos
sectarios que tanto juego va a dar en un futuro próximo. El asesinado de Otman y luego de Alí dejaron el campo
libre a Moawiya el Omeya y sus sirios. Aún tuvieron que transcurrir más de veinte años para que la nueva dinastía
consolidase sus posiciones.

LA SEGUNDA FASE DE LA EXPANSIÓN: LOS OMEYAS Y EL REINO ÁRABE.


Bajo Abd-el Malik (685-705) la unidad del mundo árabe quedó restablecida. Hacia Oriente ocuparon Kabul,
Samarcanda y algunas más, todos importantes centros de las rutas de caravanas del Asia central. En África del Norte
una pequeña fuerza de bereberes islamizados embarca en España y derrota al ejército visigodo en el 711. En muy
pocos años toda la Península Ibérica queda bajo su control. Fue el momento culminante de la expansión islámica.
Los Omeyas se habían convertido en los beneficiarios de un enorme botín territorial. Adaptaron a sus
necesidades los mecanismos administrativos de origen persa y bizantino. Ello facilitó la tarea tanto como el espíritu
de amplia tolerancia que los Omeyas guardaron hacia las demás religiones (Moawiya utilizó como secretario principal
a un cristiano, y el mismo gobernador de Irak fue hijo de una cristiana). Ello contribuiría a crear la leyenda de
impiedad atribuida a la dinastía por fuentes posteriores hostiles.
Se trasladó la capitalidad a Damasco, que disponía de tradiciones políticas y una posición de indudable
interés. Moawiya nombró para heredero a su hijo Yazid. El Califato tendía así a convertirse en una monarquía
hereditaria en la que, sin embargo, el papel y opinión de los grandes linajes árabes seguían teniendo gran peso. En
todo caso el número de los árabes que se establecieron en las provincias debió de constituir una exigua minoría en
medio de la masa de población indígena (en la Península Ibérica no rebasaría los 18000 en el momento de la
conquista). Serían por tanto una minoría que se constituirían en clase dominante.

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Junto a la aristocracia árabe cabe situar la aristocracia de ascendencia persa, que conservarían sus privilegios
sociales y económicos y se pasaría en bloque a la ortodoxia islámica, al revés que la masa popular, antes proclive a
los movimientos zoroástricos y desde este momento campo abonado para la disidencia heterodoxa islamita.

LA DEFINITIVA ARTICULACIÓN POLÍTICA DEL MUNDO MUSULMÁN: LOS ABBASÍES.


En el 750 una rebelión generalizada produce la derrota del monarca omeya Marwan II. Con él desaparece
su dinastía y llega al poder Abul Abbas, es la revuelta llamada la “revolución abbasí”.
No puede ser analizada como la revancha de la Persia irania sobre la Arabia semítica, ya que, si la rebelión
partió, en efecto, de las provincias más orientales, no es menos cierto que numerosos persas se habían integrado en
el edificio político omeya. Como contrapartida, sirios, egipcios y árabes de las tribus hostiles a los Omeyas
colaboraron en la revuelta.
Por otro lado, la punta de lanza de la revolución estuvo constituida por los elementos más radicalizados,
pero una vez Abul Abbas alcanzó el trono, su primera preocupación fue eliminar sangrientamente a su principal
cabecilla Abu Muslim y sus seguidores, que con su extremismo amenazaba con trastocar todo el orden social
establecido.
La revolución abbasí supuso una profunda transformación política: los Omeyas habían sido poco más que
jeques tribales, los abasíes serán auténticos autócratas apoyados en una burocracia oficial jerarquizada. La familia
persa de los Barmékidas va a desempeñar un importantísimo papel en este proceso.
El reinado de Harum al-Rashid, contemporáneo de Carlomagno, señala el momento culminante del
Califato. El centro de todo este mundo es Bagdad, la nueva capital en el antiguo emplazamiento de Seleucia del
Tigris. El califa aglutina los títulos de enviado de dios, jefe de la oración y jefe de la guerra. El enorme aparato
administrativo se divide en Diwanes o departamentos ministeriales. Al frente de estos mecanismos se encuentra el
visir o primer ministro, cargo posiblemente de origen persa. Los amires como gobernadores provinciales y los cadíes
como jueces completaban el elenco principal de la política abbasí.
Las fuerzas militares derivaron con los abbásidas hacia la formación de un ejército profesional constituido
por tropas reclutadas en las marcas orientales, con preferencia turcos. Con el tiempo serán quienes lleguen a hacerse
dueños de la situación política.
Un gran imperio con una sólida articulación administrativa exigía una economía saneada y un aparato fiscal
eficaz. Los monarcas abbásidas propiciaron un fuerte impulso a la agricultura. En los primeros tiempos cabe hablar
de una clase campesina acomodada y sólida. Sin embargo, la tendencia a la concentración de la propiedad acabó
imponiéndose y creando un clima de malestar en el medio rural del que son buena expresión algunas rebeliones
producidas.
Si la principal fuente de riqueza la constituía la agricultura, no son, sin embargo, desdeñables las actividades
mercantiles. La prosperidad de Bagdad no fue, por tanto, producto de una mera casualidad. Hacia el Este los
mercaderes musulmanes entraron en contacto con China e India. Hacia el norte el Califato tomó contacto con
escandinavos a través del Volga. La expansión mercantil potenció un crecimiento urbano (Bagdad a la cabeza) que
sirvió de marco a importantes actividades industriales.
Los mecanismos monetarios y fiscales del Califato son una adaptación de los existentes en Persia y Bizancio.
Al sistema de tributación basado en la institucionalización de la limosna (zakat) se unieron otros de raigambre
bizantina pagados por los infieles.
El esplendor del Califato de Bagdad alcanzó su cenit en los primeros años del siglo IX. A los movimientos
secesionistas en Occidente se añadieron una serie de crisis sucesorias y querellas religiosas que fueron minando la
solidez de un Estado tan trabajosamente articulado.

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5. EL REPLIEGE BIZANTINO

Bajo Justiniano y sus sucesores se mantuvo la ficción de que en torno a Constantinopla se había preservado la
continuidad con el pasado romano, sin embargo, todos los rasgos hacen pensar en la aparición de una nueva entidad
política: un Imperio al que se puede verdaderamente llamar ya Bizantino, que trata de encontrar se propia razón de
ser en el entronque con el pasado cultural helénico.

LAS PRESIONES EXTERIORES DESDE LA MUERTE DE JUSTINIANO.


La debilidad de la presencia bizantina en los territorios conquistados por Justiniano fue notoria. Los
reinados de sus sucesores conocen retrocesos en todos los frentes, en África del Norte, en la Península Ibérica –
donde la presencia bizantina no tuvo nunca demasiado arraigo- y en Italia, donde la irrupción lombarda fue
reduciendo a los orientales.
En Oriente, por otro lado, el peligro persa retoñó en los primeros años del siglo VII y se hicieron dueños
de prácticamente toda Siria. Con el ascenso de Heraclio en el 610 los bizantinos tomaron la iniciativa y logran vencer
en Nínive y recuperar Jerusalén en el 630 (en lo que algunos autores ven un precedente de las Cruzadas).
Hacia el 624 el monarca visigodo Suintila expulsaba de España a las últimas guarniciones bizantinas y
aparecen infiltraciones eslavas en la frontera del Danubio, pero el riesgo más grave para Bizancio vino de nuevo de
sus fronteras del Próximo Oriente: la violenta irrupción de los árabes. En el 636 Heraclio perdió todos los territorios
que había recuperado de los persas, a los que vino a añadirse Egipto. Las guerras civiles sacudieron a la naciente
comunidad islámica a lo largo de la segunda mitad del siglo VII permitiendo un respiro a Bizancio. La consolidación
de los Omeyas en el trono trajo consigo la reanudación de la ofensiva musulmana en el Asia Menor. Justiniano II
sufrió la derrota de Sebastópolis en el 692 paralelamente a la pérdida de todo el África, Cartago incluida.
La salvación para Constantinopla, sitiada en el 717, vendría de manos del general León el Isáurico. Con él
empieza una nueva dinastía y el apuntalamiento militar bizantino en Asia Menor.

TRASNFORMACIONES Y REORGANIZACIÓN DEL IMPERIO.


Estos son los signos que caracterizarán al Imperio de Oriente de Heraclio:
- Helenización: el griego triunfa en la lengua y en la administración. Desde Heraclio el monarca no será
‘Imperator’ sino ‘Basileus’, título de profunda raigambre helénica. Tras perder dos de sus más importantes
provincias, Siria y Egipto, ganó en cambio en cohesión, dadas las tensiones de todo orden –espirituales
incluidas- que éstas habían mantenido frente a Constantinopla.
- Eslavización: servios, croatas, ezeritas, meligues… desde el siglo VII sus incursiones se hacen más
profundas: Macedonia, Tesalia, el Peloponeso… en ocasiones serán empleados, al igual que los búlgaros,
como auxiliares contra los musulmanes, también como colonos militares, etc. En todo caso, la penetración
eslava contribuyó a transformar de forma decisiva la estructura étnica del mundo bizantino.
Se da una reorganización del territorio a base de unidades provinciales, las temas, con funciones militares y
políticas. Los gobernadores de éstas, los estrategas, dependían directamente del emperador. Por otro lado, a fin de
facilitar el reclutamiento, Hereclio y sus sucesores favorecieron el sistema de los ‘bienes militares’, concedidos a las
familias de los soldados en contrapartida de unos determinados compromisos militares.
Constantinopla era el centro de toda la vida política. El basileus era el “elegido de Dios”, cabeza del ejército
y el “príncipe igual a los apóstoles”. Las frecuentes posibilidades de usurpación y de revuelta popular se

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constituyeron en los únicos límites a la autocracia imperial. De hecho, no cabe hablar de una nobleza de sangre
como tal, sino de funcionarios.
A pesar de la fuerte concentración territorial experimentada por Bizancio desde principios del siglo VII, sus
recursos económicos eran aún grandes. Constantinopla seguía siendo el paso obligado de buena parte del tráfico
mercantil entre Asia y Europa. Los mecanismos fiscales fueron una prolongación del sistema tributario del Bajo
Imperio.

LAS CUESTIONES RELIGIOSAS. LA QUERELLA DE LAS IMÁGENES.


El último intento de lograr la conciliación entre Constantinopla y las provincias monofisitas corrió a cargo
de los emperadores de la dinastía de Heraclio. Este promulgó un documento, la Ectesis, en donde se recogía una
nueva doctrina: el monotelismo. A Cristo se le reconocían las dos naturalezas admitidas en el Concilio de Calcedonia,
pero una sola energía y voluntad, pero no solo los monofisitas se mantuvieron en sus posiciones, sino que el
monotelismo fue rechazado en Oriente. Años más tarde esta nueva doctrina fue condenada en un nuevo Concilio
en el 680.
Desde ese momento se puede decir que las querellas cristológicas llegan a su fin, pero de inmediato surge
una nueva disputa dentro del Imperio: la pugna en torno al culto a las imágenes. Hay dos etapas en la querella
iconoclasta:
- Entre 726 y 787: León III el Isáurico inició la lucha contra el culto a las imágenes que se cierra con la
emperatriz Irene reuniendo al Concilio que restablece el culto a las imágenes como a otros símbolos
materiales (la Cruz o los Evangelios)
- Entre 815 y 843: Teodoro de Studiom se alza como defensor del culto a las imágenes. Una nueva eperatriz,
Teodora, restauró nuevamente la iconodulía
Es imposible entender el fenómeno iconoclasta sin atender a estos tres factores:
1) Los religiosos.
Los iconoclastas fueron gente profundamente religiosa que aspiró a desbrozar el Cristianismo de una
serie de excesos rayanos en la idolatría. La representación de las personas sagradas fue, en efecto, objeto
de numerosas reticencias desde los orígenes mismos de este credo.
Los iconódulos, por otra parte, mantenían la idea de que la adoración no era a la materia sino al símbolo.
Más que culto era una reverencia y una veneración. Suponían una salvaguardia de la doctrina la
encarnación misma: al encarnarse, el Verbo había deificado la carne; Dios al dignificar el cuerpo podía
permitir de forma semejante que la madera o pintura desempeñases un papel igual de digno.
2) Los políticos.
La iconoclastia tuvo sus principales posiciones en el Asia Menor y la iconodulía en Grecia y los Balcanes.
Cuando la iconoclastia quedó barrida definitivamente a mediados del siglo IX, el hecho coincidió con
una basculación hacia los Balcanes de las principales decisiones políticas: significativo, por ello, el
ascenso en estos momentos de una nueva dinastía, la macedónica. Por otro lado, se ha hablado siempre
de un intento de acercamiento a las religiones anicónicas como el judaísmo y el islamismo. Los
momentos de mayor furia destructora coincide, efectivamente, con los años en los que el Imperio
bizantino se mantenía a la defensiva frente a los árabes. El triunfo definitivo de la iconodulía coincidió
con los inicios de una contraofensiva general del Imperio contra sus enemigos, particularmente lso
musulmanes.
La iconoclastia constituyó un factor más de enfriamiento de las relaciones entre Constantinopla y Roma.
De ahí que los pontífices tratasen de buscar un protector más convincente y volviesen la vista hacia el
Occidente, hacia los francos. La coronación imperial de Carlomagno ha de ser explicada, en parte,
dentro de este contexto.
3) Económicos y sociales. La querella de las imágenes enfrentó al emperador y clero secular de un lado y
a los monjes de otro. La potencia económica del monacato oriental era por entonces extraordinaria. Al

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golpear a las imágenes, los soberanos iconoclastas trataban de privar a los monjes de uno de sus
instrumentos de influencia favoritos sobre las masas. Si la querella terminó con un fracaso iconoclasta
y, consiguientemente, con un éxito de los monjes, éstos, sin embargo, no consiguieron que se
desvaneciesen los recelos del poder político ante su progresivo enriquecimiento.

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2.
LA ALTA EDAD MEDIA (SIGLOS IX-X)

2.1. Los carolingios: política, economía, sociedad y vida cultural


2.2. Occidente, en torno al año 1000. Vasallaje y feudalismo
2.3. La disgregación política del califato

1. Los carolingios: política, economía, sociedad y vida cultural


En torno al 800: fundamentos políticos de los carolingios 2
Fundamentos económicos y sociales de la Europa carolingia 4
Iglesia y cultura en la Europa carolingia 5
2. Occidente, en torno al año 1000. Vasallaje y feudalismo
La Europa del año 1000: los primeros intentos de recuperación 8
Régimen feudovasallático y la sociedad feudal 9

3. La disgregación política del califato


Los conflictos ideológicos 12
La disgregación política. Los tres Califatos 12

1
1. LOS CAROLINGIOS: POLÍTICA, ECONOMÍA, SOCIEDAD Y VIDA CULTURAL

EN TORNO AL AÑO 800: FUNDAMENTOS POLÍTICOS DE LOS CAROLINGIOS.


Según algunos estudiosos, las migraciones germánicas en realidad no habían trastocado de forma palpable
el orden establecido por los romanos en el mundo mediterráneo, ya que este mar siguió manteniendo su unidad
económica y cultural. Serían los árabes los que, con su violenta irrupción, lo convertirían en un foso entre las dos
civilizaciones. Según estas teorías, la verdadera razón de ser de la incipiente Europa carolingia venía dada por su
oposición a otra civilización: la islámica. Punto de vista éste sometido a numerosas revisiones posteriores.

Auge de los carolingios: Carlomagno y la gran expansión franca.


Como mayordomos de palacio, fueron artífices de una lenta reunificación de la Galia franca desde mediados
del siglo VII frente a la total inoperancia de unos monarcas –los últimos merovingios- reyes tan solo de nombre.
En este contexto fue en el que Carlos Martel, bastardo de uno de estos mayordomos de palacio, derrotó a los
musulmanes invasores en el 732 en la batalla de Poitiers. Desde esta fecha, el retroceso islamita hacia el otro lado
del Pirineo se convierte en un hecho. Años más tarde, en el 751, su heredero Pipino el Breve, destronó al último
monarca merovingio y logró del papa Zacarías su conformidad a través de la unción de él mismo y todos sus hijos.
Cincuenta años después uno de éstos, Carlos, fue solemnemente coronado como emperador en Roma.
Sus campañas en los sucesivos años fueron las siguientes:
· En el 773 total absorción del reino lombardo con lo que culminaba la complicidad entre el monarca franco
y el Pontificado, que veía en los carolingios sus más eficaces protectores
· Entre 772 y el 803 incorporación de Sajonia
· Entre el 785 y el 788 Baviera y Benevento
· Del 791 al 796 derrota a los ávaros en la cuenca danubiana
· La España musulmana planteará mayores inconvenientes como la retirada y derrota de Roncesvalles en el
778 por los montañeses vascones, aunque en el Pirineo oriental si consigue recuperar Barcelona en los
primeros años del siglo IX
La realidad territorial del mundo carolingio viene dada por su fuerte continentalidad y basculación hacia el
Norte de los centros políticos en detrimento de las zonas litorales mediterráneas.
De los pueblos que quedaron al margen de esta construcción política:
- Cristianos: el pequeño reino de Asturias mantuvo bajo Alfonso II buenas relaciones con los francos,
así como con la monarquía de la heptarquía anglosajona. Frente al Imperio bizantino los problemas
fueron más complejos.
- No cristianos: las relaciones con los musulmanes no fueron de hostilidad por principio. Si contra los
de la Península Ibérica la enemistad es manifiesta no ocurre lo mismo en relación a Bagdad, con cuyo
califato –hostil al emirato omeya cordobés- llegaron a establecerse acuerdos comerciales. Las relaciones
con los eslavos fueron más que fluidas, y sobre los germanos fueron sobre todo de evangelización (con
pobres resultados).

La restauración imperial del 800.


Pipino el Breve, tras destronar al último merovingio y ser consagrado por el papa Zacarías, recibió el título
de “Patricio de los romanos”. Tras destronar a los lombardos Carlomagno pasó a titularse “rey de francos y
lombardos y patricio de los romanos”; un crescendo de títulos y de responsabilidades que culminarían en la coronación
imperial.

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El pontífice León III, que depositó la corona imperial sobre las sienes del monarca franco, desempeñó un
papel menos importante de lo que pudiera parecer, ya que por entonces la nobleza romana le había depuesto y sólo
con la ayuda de Carlos pudo recuperar su posición. Su actitud pues, puedo deberse a un intento de ganarse el apoyo
del soberano, pero con ello se creaba un peligroso precedente: estado e Iglesia constituían dos dimensiones de una
misma sociedad, la cristiana, en la que en lo sucesivo se plantearía cuál de los titulares de ambas tenía la preeminencia.
La sólida posición de Carlomagno en este momento hace que aquí la cuestión ni se plantee. El emperador es firme
defensor de la fe frente a las tendencias heterodoxas y su propagador a través de unas guerras cuya justificación se
encuentra en ser el medio para la labor evangelizadora.
La restauración imperial fue fervientemente impulsada por los consejeros de Carlos. Según se ha sugerido,
la restauración fue producto de la intervención de una intelectualidad occidental que no se resignaba a ver el título
en manos de un soberano (el bizantino) que no ejercía ningún control sobre Roma, cuya seguridad dependía ya del
concurso franco. La coronación de la Navidad del 800 daba origen a una profunda anomalía: la existencia de dos
emperadores de la Cristiandad. Carlomagno intentó dar salida a esta comprometida situación poniendo en juego
desde los buenos oficios (el finalmente fallido matrimonio con la emperatriz Irene) hasta la guerra (pugna por el
control de Venecia).
Finalmente, la solución fue la aceptación mutua por parte de ambos emperadores.

Los mecanismos institucionales del mundo carolingio.


Si la dinámica del Imperio carolingio fue cristiana y el principio romano, la construcción del edificio fue
eminentemente franca, que es tanto como decir germánica. La Europa carolingia se edifica en base a la crisis
definitiva de la res publica. El poder descansa sobre todo en los vínculos personales que unen al rey con los súbditos.
La administración territorial se articula por la división del país en condados. Los mecanismos legislativos
parten del principio de la conservación de las leyes de cada pueblo (francos, lombardos, sajones, hispanos…) junto
con las Capitulaciones, promulgaciones que obligan a todos los súbditos. Los mecanismos fiscales siguieron bajo la
pauta de la confusión entre las instituciones romanas y germanas.
El ejército estaba constituido por el pueblo franco en armas, aunque en la práctica la movilización se
restringía a aquellas personas que vivían más cerca de las zonas donde se pensaba emprender la campaña.

La sucesión de Carlomagno y la quiebra de su construcción política.


En el 814 muere Carlomagno. Desde esta fecha hasta el 843 asistimos a la desintegración de su Imperio. Al
vincular toda su obra en su persona y no haber previsto nada para el futuro, el propio Carlomagno se convierte en
el principal artífice de este hecho.
Bajo Luis el Piadoso, su único heredero legítimo, se intentó superar esta falla, pero su debilidad de carácter
y la incoherencia de su proceder hicieron irreparables las tensiones. El hijo mayor de Luis, Lotario, pasó a convertirse
en una especie de coemperador. Sin embargo, se dejaba la puerta abierta a la constitución de pequeños reinos vasallos
para los demás hermanos. La Iglesia vio en ello la oportunidad de sustraerse de alguna manera del poder del
emperador.
En el 840 moría Luis el Piadoso y los acontecimientos se precipitan. En el 841 Carlos el Calvo y Luis el
Germánico derrotan a Lotario. Al año siguiente refuerzan su alianza en el primer documento escrito en alto-alemán
y francés. En el 843 mediante el tratado de Verdún se dividió el Imperio en tres reinos de semejante extensión: al
Este para Luis, Oeste para Carlos y la franja central para Lotario. El título de emperador, retenido por Lotario,
resulta puramente simbólico y su calificativo de romano fue sustituido progresivamente por ‘cristiano’, muestra
inequívoca del papel que la Iglesia iba a desempeñar como expresión de la unidad espiritual de los pueblos de la
Europa cristiana por encima de cualquier vicisitud de orden político.

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FUNDAMENTOS ECONÓMICOS Y SOCIALES DE LA EUROPA CAROLINGIA.

El Occidente europeo adquiere las peculiaridades socio-económicas que marcará los siglos siguientes:
desplazamiento definitivo hacia el Norte de los centros motores; debilitamiento de la vida comercial y urbana,
consolidación de unas estructuras esencialmente agrarias, aparición del vasallaje como base del régimen feudal
clásico viable también por la falta de una administración central firme.

El estancamiento mercantil y la reforma monetaria.


El estancamiento de las actividades comerciales y las trasformaciones en el campo monetario son aspectos
típicos del mundo carolingio. Sin embargo, el mundo carolingio no supondría, desde el punto de vista económico,
una ruptura demasiado violenta con el pasado inmediato, sino un escalón más dentro de una degradación general.
Las actividades mercantiles se mantenían –aunque tenuemente- a dos niveles:
- Dentro de las fronteras del mundo carolingio; en las ferias de fundación merovingia, ciudades-mercado,
etc.
- En el exterior; frenado tanto por los peligros de la piratería como por los principios de la ética cristiana
(contra el comercio de esclavos, contra la usura, etc.). Se comercia hacia el norte de Europa y hacia el
Oriente –Venecia como principal distribuidora de mercancías, esclavos, productos de lujo…-
Como paliativo a las limitaciones del tráfico marítimo en el Mediterráneo debido a la presencia árabe, se
intensificará la ruta danubiana entre el Imperio bizantino y el carolingio, aunque después de la muerte de Carlomagno
verá reducida su importancia debido a la irrupción de los húngaros en la escena política.
El reinado de Carlomagno se caracterizó por el paso del sistema bimetálico al monometálico argénteo que
simplificaría el sistema monetario. El oro experimentaría así un drenaje hacia Oriente y la plata hacia Occidente. Las
posteriores incursiones vikingas contribuirán a poner de nuevo el oro en circulación. La acuñación de moneda y los
mecanismos de precio e impuestos fueron colocados bajo control estatal. Las medidas, sin embargo, acabaron
experimentando una profunda relajación. Las exenciones a personas y monasterios contribuyeron a minar el sistema
hasta sus mismas raíces.

Economía rural y sistemas de explotación.


Las actividades mercantiles y centros comerciales en la Europa carolingia suponen pequeñas islas en un
inmenso océano dominado por la agricultura. Más del 90% de la población se encuentra de una manera u otra ligada
al campo. Población eminentemente rural que vive en un mundo plagado de limitaciones:
· Escasos rendimientos agrícolas; no es raro el año en que la mayor parte del grano tiene que dedicarse a la
sembradura, quedando para el consumo un paupérrimo excedente para una población que se puede calificar
de crónicamente subalimentada.
· Convivencia de la agricultura –fundamentalmente cerealística- con una ganadería menor y semisalvaje;
ganado vacuno escaso y de mala calidad dada la deficiencia de los pastos, estabulación reducida, caballos
dedicados sobre todo como arma de guerra.
· Convivencia con el bosque; espacios forestales que facilitan la caza, combustible, el cuero de los animales
salvajes, etc.
· Técnicas agrícolas fundamentalmente romanas, con escasos aportes; instrumental demasiado primitivo.
La actividad agrícola mejora, eso sí, con la aparición de las villas.

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Estructura social de la Europa carolingia.
La fortuna territorial es el fundamento de la riqueza en el mundo carolingio. En base a ella se puede
reconstruir lo que fue la sociedad de aquella incipiente Europa:
A) La aristocracia.
Este grupo empieza a integrarse en una serie de linajes que tratan de escalar los altos puestos de la
administración central y territorial. El ejemplo de los mayordomos de Palacio es el más significativo. Su
riqueza proviene de los bienes patrimoniales, pero también de algunas abadías a las que se despojó a cambio
de algunas compensaciones.
B) Vasallos reales.
Como contrapeso de la alta aristocracia, los carolingios favorecieron la creación de esta clase. En algunas
regiones acabaron constituyendo auténticas colonias militares que permitieron un servicio militar más
eficaz. Eran beneficiarios de antiguos dominios eclesiásticos y de súbditos rebeldes.
C) El alto clero.
Tuvo unos intereses y una extracción muy semejantes a los de la alta nobleza. Las altas jerarquías eran
beneficiarios de ricas abadías o de importantes cargos del monarca. Sus funciones políticas fueron en
detrimento muchas veces de las religiosas.
D) El bajo clero.
Sufrió presiones de los poderes establecidos para mantener una disciplina y dignidad de vida, aunque las
disposiciones que promulgaban tuvieron efectos siempre muy limitados.
E) Las clases populares.
· servi o mancipia, herederos de la antigua esclavitud, sujetos a la tierra
· libres o pagenses, quienes rara vez consiguen mantenerse al margen de la presión de los poderosos a los que,
por lo general, se ven en la necesidad de servir a cambio de tierras. El control de los señores es posible ya
que disponen de los instrumentos de presión necesarios: la explotación de los diezmos parroquiales como
‘protector’, la posesión de las mejores tierras, las reservas alimenticias, la autoridad y arbitraje sobre los
humildes, etc.
A lo largo del siglo IX se irán consolidando una serie de principios que hacen que el hombre libre cada vez
interese menos. Las categorías intermedias, como los colonos, tienden a desaparecer. Muestra típica del pensamiento
de una sociedad poco dada a distingos y sutilezas de carácter jurídico.

IGLESIA Y CULTURA EN LA EUROPA CAROLINGIA.


El Imperio de Carlomagno fue romano por su nombre, germano por sus instituciones y cristiano por su
dinámica. Imperio y Cristiandad occidental pasan a ser términos prácticamente sinónimos.

La expansión de la cristiandad.
Sobre la Galia franca confluyeron las influencias monacales celtas y romanas en una notable labor de
proyección misional cuyo principal representante sería San Bonifacio, quien habiendo muerto en el 754 dejaba sin
embargo una sólida estructura eclesiástica que fue utilizada hasta sus últimas consecuencias bajo Carlomagno:
- Cristianización de los sajones; Sajonia constituía el único pueblo germánico uniformemente pagano
sobre el que la labor misionera de éste y sus discípulos se desenvolvió con exasperante lentitud. Se
mezclaron distintos procedimientos, desde una auténtica guerra terrorista a base de matanzas hasta
bautizos colectivos y forzosos.
- Norte de Europa; progresión evangelizadora, se intentó la conversión masiva de la Península
Escandinava con escaso éxito. La progresiva debilidad política del mundo carolingio y la vitalidad del
mundo escandinavo en estos momentos echaron por tierra cualquier intento de evangelización del
espacio nórdico a corto plazo.

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- Mundo avaro; los éxitos militares en la cuenca media del Danubio permitieron una amplia labor
evangelizadora sobre éstos.
- Península Ibérica; el Imperio de Carlomagno se había presentado como campeón de la ortodoxia y así
lo mostró frente a la iconoclastia bizantina. En la frontera sur otro movimiento heterodoxo se formaba:
la herejía adopcionista, sostenida por el arzobispo mozárabe de Toledo Elipando y el obispo de Urgel
Félix. Éstos habían devaluado la divinidad de Cristo reduciéndolo a mero hijo adoptivo de Dios Padre.
Desde Urgel, que se encontraba bajo control franco, se extendió dicho movimiento, que acabó siendo
atajado desde el pequeño reino de Asturias y desde la propia Francia carolingia. Quedaban así
conjurados los peligros de una grave disputa religiosa que hubiera podido desgarrar la unidad espiritual
del Occidente europeo.

El “Renacimiento” carolingio.
El término ‘renacimiento’ aplicado a las corrientes culturales en el reinado de Carlomagno resulta
sumamente vago. En realidad, se puede considerar que fue más bien la culminación de otros renacimientos. Además,
fue un movimiento con unos fines netamente utilitarios: la formación de funcionarios de cuadros eclesiásticos. De
ahí que se tratara de un fenómeno eminentemente clerical.
En líneas generales se puede distinguir en tres momentos en la trayectoria del renacimiento carolingio: el de
los maestros, el de los imitadores y el de la plenitud –que coincide con el resquebrajamiento político del Imperio-.
Los primeros años del siglo X se presentan como un periodo particularmente oscuro en todas las esferas:
historia, ciencia, filosofía… desde mediados de la centuria, al calor de los intentos de regeneración política, se asiste
a un nuevo impulso que de forma un poco pomposa se ha dado en llamar “Renacimiento otoniano”.

Intentos de emancipación pontificia y reforma monacal.


Desde mediados del siglo IX, la progresiva decadencia política del mundo carolingio favoreció de forma
decisiva la libertad de movimientos del Papado. Se sacralizaron los bienes de la Iglesia destinados al culto y el
alojamiento de los clérigos, y se prohibió el servicio de armas de éstos. Se daban así los pasos decisivos en la
emancipación del clero.
Será bajo Nicolás I, pontífice desde el 859, que se dará un impulso fundamental en este sentido. Frente a
los poderes temporales de Occidente ejerció una firme autoridad moral, sobre todo ante Lotario II, que había
repudiado a su mujer legítima. Será sin embargo frente al patriarcado de Constantinopla cuando se planteen más
graves problemas para Nicolás I y sus sucesores (contra Focio, quien excomulgara al Papa en el 867 y declaró que
la supremacía pontificia no tenía más valor que el puramente honorífico, produciéndose así la primera ruptura grave
entre Roma y Bizancio, que vendría a recomponer el emperador León VI desterrando a Focio y recomponiendo las
relaciones con el Pontificado).
La evolución del monacato bajo los primeros carolingios se vio condicionada por la política secularizadora.
Los monarcas procuraron elegir como abades a gente por lo general digna, aunque su actuación espiritual se viese
limitada por las ocupaciones de orden administrativo. Una servidumbre que el clero tuvo que pagar por ser la única
clase intelectualmente preparada en aquellos momentos.
Bajo Carlomagno las fundaciones serían escasas y muchas veces para servir de soporte a la labor de
expansión política. Bajo los primeros años de Luis el Piadoso, más blando pero también más culto que su antecesor,
procuró reducir las cargas militares que pesaban sobre los monasterios y colocar sus bienes, al menos parcialmente,
al abrigo de las ambiciones de los grandes poderes laicos.
La obra no llegó a cuajar. La segunda mitad del siglo IX es el período de las terribles incursiones de húngaros
y normandos y de la progresiva feudalización y clericalización del monacato. Los primeros síntomas de regeneración
monástica no llegarían hasta comienzos del siglo X: en el 910 se levanta el monasterio de Cluny. La inseguridad
endémica de una época difícil y el fuerte impulso místico que arrastraba a la gente hacia los claustros, fueron

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importantes bazas en la constitución de la nueva orden, pilar básico de la cristiandad europea en las siguientes
centurias.
En la Lotaringia en que se erigió el monasterio de Cluny tendrán lugar otras fundaciones también en los
mismos años, de forma que la renovación monacal se va poniendo en marcha a lo largo del siglo X.

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2. OCCIDENTE, EN TORNO AL AÑO 1000. VASALLAJE Y FEUDALISMO

LA EUROPA DEL AÑO 1000: LOS PRIMEROS INTENTOS DE RECUPERACIÓN.


La tradición de signo escatológico mantenida en la cristiandad europea pudo contar con sobradas razones
para mantener en esta época un clima de signo apocalíptico. Europa se mantenía como una auténtica plaza sitiada.
No obstante, ni el Año Mil supuso el punto más bajo alcanzado por la cristiandad occidental, ni la conciencia de la
proximidad del final del mundo estuvo en esta época más extendida que en otras.
El periodo del tránsito del siglo X al XI encierra ya los primeros síntomas de recuperación del mundo
occidental. El románico como primera manifestación artística universal de la Europa del momento da por entonces
sus primeros pasos.

La restauración imperial otónida.


Desde el 950, el rey de Germania, Otón I, da los pasos decisivos que le llevará a la cima del poder. En el
962 Juan XII coronaba a Otón en Roma como emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico. Todo era
producto de una cadena de acontecimientos que guardaban cierto paralelismo con la coronación de Carlomagno en
el 800.
Las limitaciones del imperio otónida eran, con todo, bastante elocuentes. Las bases territoriales eran mucho
más reducidas que las del Imperio carolingio del 800. La restauración imperial en la persona del soberano de
Germania se vio también limitada en su brillantez: coincidió con la fulgurante contraofensiva bizantina que bajo
Basilio II iba a llevar al Imperio de Constantinopla a la máxima expansión conocida desde tiempos de Justiniano.
Por otro lado, los monarcas anglosajones e hispano-cristianos toman también pomposos títulos que escapan a la
influencia política germánica. En la propia Germania el papel del Emperador tiene ciertos límites.
A pesar de todo Alemania fue bajo los Otónidas la pieza maestra del sistema político del Sacro Imperio,
como árbitro entre carolingios y Capetos franceses y como elemento unificador de una Italia aún efervescente.
Si bien los intentos de desalojar a los árabes del Sur se saldaron con un rotundo fracaso, en las marcas del
Este, la cristianización de los monarcas de Bohemia y Polonia constituyen un arma de doble filo. Si por un lado la
cristiandad extendía sus límites, por otro, los soberanos orientales se vieron tentados con frecuencia a ejercer una
política de signo paneslavista.
La restauración otónica alcanza su punto culminante con Otón II (983-1002). Su idea del Imperio fue la de
un organismo que tuviese la eficacia del carolingio y la dignidad del bizantino –influencia ejercida por su madre, la
princesa de Constantinopla Teofano-. El pontífice Silvestre II fue su más decidido colaborador. “Otón, romano,
sajón e italiano, servidor de los apóstoles, por la gracia de Dios, emperador augusto del mundo”. En torno al eje
imperial italo-alemán parecía iban a girar los países recientemente cristianizados sobre los que el clero germano
ejercía una significativa influencia.
Coincidiendo con una rebelión de la nobleza alemana, los grandes linajes romanos volvieron a la revuelta
en el 1001. Al año siguiente desaparecían el Papa y el emperador. Cuando en el segundo tercio del siglo XI la
titularidad imperial se transfiera de la casa Sajonia a la de Franconia, el término Imperium tiende a perder su carácter
de función para señalar, cada vez con más fuerza, un territorio concreto.

Al margen de la influencia política del Sacro Imperio.


a) En Francia
Alternan en el trono robertianos y carolingios. El apoyo de la Iglesia será decisivo para la definitiva
consolidación de los primeros, cabezas de la nobleza francesa. Muere Luis V, el último carolingio, se

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opina que si hubiera algún carolingio vivo el trono correspondería a él, pero no siendo así debe volver
por derecho efectivo a los francos. De momento, sin embargo, el título de Rex francorum, durante todo
un siglo, no es más que un símbolo, ya que el monarca no tiene en Francia más poder efectivo que el
de un noble.
b) En Inglaterra
La política de Etelredo facilitó la labor del renacido mundo danés. Canuto el Grande hará del Mar del
Norte el eje de un Imperio danés competitivo con el alemán reuniendo hasta cinco reinos: Dinamarca,
Anglia, Bretaña, Escocia y Noruega. Construcción política sin embargo efímera y que no rebasará la
fecha de su muerte (1035), momento en que Inglaterra se desliga de Dinamarca.
c) En la Península Ibérica.
Destaca la solidez del Califato de Córdoba, si bien los musulmanes nunca tuvieron el propósito firme
de despojar a sus vecinos de sus territorios, así que se prefiere la política de mediación en las querellas
internas de los cristianos más que la de abierta hostilidad, lo que hacía de éstos prácticamente sus
vasallos. Tampoco bajo la terrible dictadura de Almanzor hubo un proyecto de sistemática eliminación,
aunque las razzias de este caudillo alcanzaron Barcelona en el 985 y Compostela en el 997, aparte de
toda la línea de fortalezas de la cuenca del Duero.
La desaparición de Almanzor y la crisis del Califato provoca la desintegración de la España islámica en
una serie de pequeños Estados o Reinos de Taifas. Los monarcas hispano-cristianos se preparan
entonces a tomar la iniciativa militar.

EL RÉGIMEN FEUDOVASALLÁTICO Y SOCIEDAD FEUDAL.


A partir de 1789, en los inicios de la Revolución, se decretó la abolición de los “derechos feudales”, que
desde entonces pasaban a identificarse con manifestaciones propias del obscurantismo, el fanatismo y la opresión.

Concepto de feudalismo y controversia.


Existen dos posturas:
1. La institucionalista: el feudalismo sería un conjunto de instituciones que respaldan compromisos,
generalmente militares, entre un hombre libre –el vasallo- y otro hombre libre superior –el señor-. A cambio
el primero recibe del segundo para su mantenimiento una concesión (en general en forma de tierra) llamada
genéricamente feudo. Se entiende esto en un espacio, la Europa occidental y particularmente los reinos
surgidos de la desintegración del Imperio carolingio, y en el tiempo, restringido al Medievo.
2. La marxista: el feudalismo sería un modo de producción con unas formas socioeconómicas determinadas.
Se desarrolla dentro de todo tipo de sociedades entre la fase de producción esclavista antigua y la capitalista
moderna. Se caracteriza por la explotación económica llevada a cabo por una casta militar sobre una masa
de campesinos sometidos a una serie de cargas que les permiten el usufructo de la tierra que ocupan, siendo
ésta la propiedad del señor quien en ocasiones es vasallo de otro señor que ostenta la propiedad eminente
de la misma.
El feudalismo, desde este punto de vista, rebasó los límites cronológicos del Renacimiento, ya que si bien
se minaron los aspectos políticos y jurídicos de dicho sistema se dejaron prácticamente intactos los
socioeconómicos.
3. Posturas intermedias: habría que reconocer en el régimen feudal un complejo de compromisos militares y
una disgregación del poder político que conlleva generalmente una privatización de las funciones públicas,
todo ello en beneficio de una minoría de gentes libres privilegiadas. Por otro lado, cabría apreciar un
conjunto de relaciones de producción y dependencia campesino-señor sobre la base de un predominio
aplastante de la agricultura como fuente de riqueza.

La evolución del vasallaje en el mundo medieval.

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Las relaciones de dependencia feudovasalláticas atraviesan tres momentos:
a) Los orígenes precarolingios.
Hinca sus raíces militares en la vieja costumbre germánica descrita por Tácito del comitatus, grupos de
guerreros –los comites- que combaten en estrecha y voluntaria unión con un jefe. Estas relaciones
cristalizaron en un acto jurídico por la que un hombre libre se ponía al servicio de otro que le concedía a
cambio protección. En la Europa precarolingia nos encontramos con diversas modalidades de relación
personal, como en la Galia merovingia (libres al servicio del rey o de un noble que paga el servicio con
manutención directa o la entrega de una tierra en concepto de tenencia) o la España visigoda (elementos
feudales en algunos grupos con remuneración de servicios semejante).
b) El vasallaje de época carolingia.
Al producirse la irrupción musulmana hasta el corazón de la Galia, Carlos Martel se vio en la necesidad de
crear una caballería fuerte y eficaz. Ello sólo se logró al distribuir a los vasallos tierras en cantidad suficiente
para su manutención. Los bienes repartidos entre los vasallos procedieron en buena medida de tierras
pertenecientes a instituciones eclesiásticas. Ello planteó un grave problema en las relaciones con el poder
espiritual. Los sucesores de Carlomagno intentaron paliar los efectos primero con el compromiso de pagar
un censo los vasallos beneficiados a las iglesias en compensación por las tierras secularizadas y más adelante
con la obligación del diezmo a todos los habitantes del reino.
A partir de Carlomagno otra serie de circunstancias favorecieron la difusión del vasallaje:
· la política de emperadores y reyes, que vieron en la multiplicación de vasallos un medio para consolidar
su propia autoridad
· las pretensiones de los grandes, por lo general investidos en funciones políticas (condes, marqueses), de
crear su propio sistema de vasallaje con otras personas de inferior categoría
· la inseguridad de los tiempos que impulsaba a muchos libres a entrar, mediante alguna forma de vasallaje,
en la casta de los guerreros
· los beneficios recibidos, que pueden ser de diversa índole (una villa, abadía, mansos) y cuyo nombre desde
finales del IX será el de ‘feudo’
· el refuerzo de los derechos sobre los beneficios de los vasallos frente a la libre disposición que el señor
pueda hacer de ellos
c) El vasallaje bajo el feudalismo clásico.
Entre el siglo X y el XIII llega a su plenitud el sistema institucional feudovasallático en su lugar de origen y
además se transmite algunas de sus peculiaridades a Inglaterra, la España cristiana y los Estados creados
por los occidentales en Tierra Santa. Las relaciones de vasallaje llevan implícito una serie de deberes:
· los del señor hacia el vasallo, que suponen la protección frente al ataque y la manutención del subordinado
a través del respeto al beneficio concedido
· los deberes del vasallo hacia el señor, el primero de los cuales es militar y comprende tanto la ayuda en
grandes expediciones como en pequeñas operaciones militares, y económico en ocasiones muy concretas
como el rescate si el señor cae prisionero, ayuda si va a la Cruzada, en caso de matrimonio de su hija
mayor…
La realidad es que el sistema feudal fue adquiriendo gran complejidad. De otro lado, la sed de beneficios
llevó a una pluralidad de compromisos y un vasallo a veces lo era, por los feudos recibidos, de varios señores a la
vez. El recurso a las armas solventó con demasiada frecuencia las diferencias existentes entre vasallo y señor. En
caso de proceder por la vía normal, la ruptura del compromiso se podía producir como resultado del incumplimiento
de los deberes contraídos, que comportaba la disolución del contrato.
Desde el siglo XI se asiste a un acrecentamiento de la importancia del elemento real –el feudo- por encima
del puramente formal –el vasallaje-, convertido en mero instrumento para alcanzar aquel.

Sociedad feudal, sociedad trinitaria.


Las relaciones de tipo feudovasallático cubrían sólo a una categoría de muy corte número de componentes:
la aristocracia constituida en clase militar. A su lado figuran otras dos: la de los eclesiásticos y –la más numerosa con

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diferencia- la de los trabajadores. Esta caracterización se va a convertir en clásica a lo largo de la Edad Media: la
sociedad integrada por tres estamentos con sus funciones específicas.
Sin embargo, también cabe hablar de un fuerte dualismo en la sociedad medieval. De un lado nos
encontramos con una minoría rectora de la vida espiritual, política y económica que engloba a los órdenes militares
y que podrán ser rivales en lo que se refiere a cómo organizar políticamente la cristiandad (recordemos las pugnas
entre el Papado y el Imperio) pero que en el fondo son concurrentes en sus intereses sociales. Por otro lado nos
encontramos con la masa popular, los campesinos, cuyo esfuerzo de trabajo procura la subsistencia de todo el
conjunto.
Veamos los tres elementos:
1) La aristocracia militar.
Reciben el nombre de caballeros, que designa sus funciones, o nobilis, que indica una categoría, una
procedencia. La institución de la caballería marca desde el siglo IX a fines del Medievo una fuerte impronta
en las clases superiores. La Iglesia acabaría también por ejercer una notoria influencia a fin de las armas
fueses empleadas sólo en la defensa de las causas justas. En un mundo dominado por la violencia, lo más
que la Iglesia podía hacer era utilizar en provecho propio aquellas fuerzas. El ideal de Cruzada se nutrirá en
buena medida de estas ideas.
2) El orden eclesiástico.
Bajo los carolingios tiende a constituirse en una verdadera casta, con monopolio en la enseñanza y sus
funciones propias en el aparato administrativo altomedieval. Hay que señalar el importantísimo papel que,
con su labor evangelizadora, tuvo en la expansión de la Europa cristiana.
Con todo, el clero de la Alta Edad Media era de un bajísimo nivel moral a todas las escalas. La influencia
reformadora del Pontificado o de Cluny sólo se dejaría sentir de forma efectiva muy entrado el siglo XI. Al
deterioro del estamento eclesiástico contribuyó en buena medida la penetración del virus feudal en sus filas,
y no sólo en los altos estratos.
La Iglesia intenta dejar sentir su peso moral sobre el conjunto de una sociedad dominada por la violencia
de guerras endémicas. Ante esto, la Iglesia trató de limitar los periodos de actividad militar y de colocar bajo
especial protección a los templos, lugares sagrados, clérigos, laicos no combatientes, animales, útiles de
trabajo, etc. Todo ello bajo severas penas canónicas contra los infractores.
3) Campesinos.
El escalón más bajo. Durante esta época el número de campesinos libres se reduce drásticamente. Cuando
los señores logren sumar a sus derechos económicos otros de orden jurídico sobre el campesinado se
echarán las bases de lo que se ha dado en llamar “régimen señorial”, sistema que durará hasta la
desintegración del antiguo régimen con la Revolución Francesa. En virtud de ello, los campesinos se ven
sometidos a una serie de obligaciones: el reconocimiento de la autoridad dominical con el consiguiente pago
de censo y talla, las corveas (trabajo gratuito durante una serie de días al año), las banalidades (derechos
comerciales de los señores) …
La extensión de la inmunidad a instituciones eclesiásticas y dominios señoriales dará a éstos una gran
autonomía frente a la autoridad de un Estado prácticamente inexistente. El derecho de administrar justicia
por parte de los señores es un hecho de vital importancia.
La tierra, en definitiva, se convierte en verdadero barómetro para calibrar la condición de los componentes
de esta sociedad: bien por ser sus dominadores, bien por estar sujetos a ella en mayor o menor grado. Al
margen de ella, un reducido número de mercaderes pugnará por abrir una fisura en el cerrado orden
trinitario.

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3. LA DISGREGACIÓN POLÍTICA DEL CALIFATO

Se producen una serie de movimientos heterodoxos y secesionistas en el mundo islámico. El Califato abbasí
tuvo que hacer frente a una serie de amenazas que ponían en peligro la integridad política del mundo islámico. La
gravedad de los acontecimientos se acrecentó desde la muerte de Harun-el-Rashid. Las controversias religiosas
habían de actuar como elemento motor de los grandes movimientos separatistas.

LOS CONFLICTOS IDEOLÓGICOS.


Frente a la ortodoxia sunnita, que pronto se escindió en cuatro escuelas religioso-jurídicas, se fueron
abriendo paso diferentes escuelas doctrinales:
a.- El racionalismo mutazilita. Haciendo un llamamiento al razonamiento individual, el mutazilismo
pretendía incorporar al Islam algunas de las conclusiones a las que habían llegado los filósofos griegos.
b.- Corrientes ascéticas y místicas. De todas ellas, el sufismo será, desde el siglo IX la predominante.
c.- El Kharijismo. Propugnaban un gran rigorismo moral y teológico, la igualdad absoluta de todos lso
musulmanes y la sucesión al Califato por vía electiva.
d.- El chiismo. La secta musulmana con más fuerte evolución. Surgida a la muerte de Alí, agrupó en
principio a las tendencias más extremistas frente a la ortodoxia sunnita sobre la base de:
- la teoría del imanato; más que un califa, el imán es un doctor, portador de inspiración divina e
intérprete de la ley
- dudas sobre la validez del Corán oficial, introduciendo algunos elementos del racionalismo
mutazilita y ciertos ritos particulares
- la esperanza mesiánica, más fuerte en algunas corrientes que en otras, según la cual la revelación
transmitida a Mahoma (“Sello de los Profetas”) se irá renovando y perfeccionando por los imanes
hasta la llegada, al final de los tiempos, del Madhí –Mesías-

LA DISGREGACIÓN POLÍTICA. LOS TRES CALIFATOS.


La entronización de los abbásides trajo consigo la pérdida del Al-Andalus, en donde el omeya Abd-el-
Rahmen estableció un emirato desvinculado políticamente de Bagdad. Desde comienzos del siglo IX todo el África
del Norte siguió el mismo camino, estableciéndose pequeñas dinastías.
Desde el último tercio del siglo IX se asiste a una pugna de las diferentes corrientes político-religiosas para
aglutinar al mundo islámico. Su resultado, ya en el siglo X, será la aparición junto al Califato de Bagdad de otros dos
peligrosos competidores: el Califato fatimí en África del Norte y el omeya en Córdoba. Además de ello el Califato
de Bagdad conoció otros peligros secesionistas en Persia y Mesopotamia. Los dirigentes chiíes usaron el descontento
de las masas campesinas como punta de lanza de las revueltas que acabaron siendo reprimidas, pero el desgaste del
Califato bagdadí era a todas luces una realidad sangrante.
El primer éxito político chii se produjo en el año 908 en el área de Tunicia con la proclamación del imán
Ubayd Allah como primer califa fatimí. En los años siguientes fue ocupado Egipto y todo el Magreb. En el 969 fue
fundado El Cairo, llamada a ser la capital de los dominios fatimíes. Sus califas hicieron de Egipto un importante
centro político, rival ventajoso de la ortodoxa Bagdad, y económico que suplantó a las capitales abasíes en el
comercio de tránsito entre el Mediterráneo y el Índico. La influencia fatimí se dejó sentir sobre Siria, Arabia y la
propia Mesopotamia. Pero desde mediados de la centuria los signos de agotamiento son ya elocuentes.
Al calor de la disgregación política se eleva desde el 912 en Córdoba un poder fuerte, el de Abd-el-Rahman
III, proclamado califa algunos años después, con buenas relaciones con los dos emperadores cristianos –de Bizancio

12
y del Sacro Imperio-. Pero la mayor gloria militar llegará con Almanzor, no sólo por las victorias en campañas contra
los cristianos del Norte sino también por un reforzamiento del protectorado cordobés. La España musulmana
conocerá también en ese siglo X un gran impulso cultural, con la ampliación de la mezquita de Córdoba o el palacio
de Medina al-Zahara como elocuentes testimonios. Aún después de la muerte de Almanzor, Al-Andalus conocerá
algunos años de gloria para más tarde ser presa de una nueva disgregación política y de endémicos conflictos
internos. En el 1031 el último califa omeya –ya puramente nominal- fue destronado: una serie de reyezuelos (los
reyes de taifas) de ascendencia hispano-árabe y bereber afirmaron su poder en el conjunto de pequeños Estados en
que el Califato hispano-musulmán se había disgregado.
Sonaba la hora para la contraofensiva de los reinos cristianos del norte peninsular.

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3.
LA PLENITUD MEDIEVAL (SIGLOS XI-XIII)

3.1. Oriente y las cruzadas


3.2. El mundo latino: imperio, papado y monarquías
3.3. Expansión rural y mercantil. El renacimiento urbano
3.4. Espiritualidad y cultura en Occidente
3.5. Hacia la ruptura del equilibrio en la Europa occidental

1. Oriente y las cruzadas


Oriente en vísperas de las cruzadas 2
La contraofensiva occidental en el Mediterráneo. Las cruzadas 3
2. El mundo latino: imperio, papado y monarquías
La pugna de los poderes universales 6
La evolución política de las monarquías feudales 7
La plenitud del siglo XIII en los estados del Occidente europeo 10
El triunfo de la teocracia pontificia 13

3. Expansión rural y mercantil. El renacimiento urbano


La expansión agraria 15
La “revolución mercantil” y el renacimiento urbano 16

4. Espiritualidad y cultura en Occidente


El gran impulso monacal 20
El renacimiento del siglo XII 20
Corrientes heterodoxas 20
Dominicos y franciscanos 21
La génesis de las Universidades 22
Vías del perfeccionamiento religioso 23

5. Hacia la ruptura del equilibrio en la Europa occidental


Los últimos Capeto. El desplazamiento hacia Francia de la pugna Estado-Iglesia 24
La Inglaterra de los primeros Eduardos 25
Los reinos hispano-cristianos: dificultades internas y expansión exterior 25

Los siglos de la plenitud medieval (XI al XIII) se estudian en los temas que configuran la tercera unidad didáctica. Empezaremos
por el estudio de las relaciones entre los dos grandes poderes del momento –el Pontificado y el Imperio-, es decir, la llamada
lucha por el Dominium Mundi, a la configuración de las dos grandes monarquías de Occidente –Francia con la dinastía de los
Capeto e Inglaterra con los Plantagenet-, y a la descripción de la gran empresa militar de la época: las Cruzadas. Se analizarán
los factores que caracterizan el proceso de expansión económica que se desarrolla en Europa occidental en esta época:
crecimiento demográfico, expansión agrícola, desarrollo de las actividades comerciales y, en gran medida como consecuencia
de todo ello, el proceso de renacimiento urbano en el conjunto de Occidente. También se verán los centros del conocimiento
europeo durante este periodo, especialmente monasterios, catedrales y universidades, donde se generó la mayor parte del saber
de la época.

1
1. ORIENTE Y LAS CRUZADAS

ORIENTE EN VÍSPERAS DE LAS CRUZADAS.


Hasta finales del siglo XI, el Imperio de Constantinopla conoce un largo periodo de esplendor, la llamada
‘Segunda Edad de Oro’ de la civilización bizantina, por equiparación al ‘Siglo de Justiniano’. Renacimiento éste que
se agostará debido al impulso experimentado por los Estados del Occidente romano-germánico.

La recuperación militar bizantina.


Una serie de campañas devolvieron a Bizancio el prestigio militar. En los primeros años del siglo XI el
Imperio conoce la máxima expansión territorial desde los tiempos de Justiniano:
- En el frente oriental, los éxitos militares se iniciaron con la subida al poder de Basilio I, hijo de una familia
armenia asentada en Macedonia, en el 867. Proseguirán con sus sucesores, que llevarán la contraofensiva
hasta la propia Antioquía en el 968, dejando expedito el camino hacia Jerusalén. Estos éxitos contra los
musulmanes se complementaron con la absorción del Estado tapón de Armenia.
- En el sur de Italia, los intereses bizantinos entraron en pugna con los del Sacro Imperio. Las embajadas
enviadas y el matrimonio de Otón II con la princesa Teofano predispusieron para un reparto de influencias
en la zona.
- Se frenan las incursiones varegas con Basilio II (976-1025) con el bautismo de Vladimiro de Kiev y su
casamiento con la princesa Ana, hermana del emperador.
- En el frente danubiano destaca la pujanza del Estado búlgaro. En el 922 el zar Simeón llega a ocupar
Adrianópolis, y en los años siguientes, bajo el zar Samuel, se constituye un Imperio eslavo-macedón desde
el Danubio hasta Tesalia y el Adriático. En el 1014 los bizantinos obtienen la victoria sobre el joven Imperio,
que quedó integrado como una provincia más de Bizancio.

Las medidas de política interna.


Se tomaron a lo largo de todo el siglo X iniciativas para apoyar a los pequeños propietarios libres y evitar
que cayesen en la dependencia de los grandes señores. Sin embargo, estas disposiciones tuvieron escasa fuerza y las
comunas libres prácticamente desaparecen.
La pauta en el mundo rural la da, cada vez con más fuerza, la gran propiedad laica o eclesiástica, lo que hace
pensar en una especie de feudalismo bizantino semejante al occidental pero con algunas peculiaridades, ya que desde
el punto de vista político la autoridad de los soberanos de Constantinopla no llegó nunca a degradarse tanto como
la de sus colegas de Occidente, y desde el punto de vista económico el comercio representaba un importante papel
en esta sociedad.
La civilización bizantina conoce su segundo momento de esplendor al compás de la reconstrucción militar
del Imperio. Buena muestra de su proyección internacional y su influencia más allá de las fronteras del Imperio son
San Marcos en Venecia o Santa Sofía de Kiev.

El distanciamiento Roma-Constantinopla. La consolidación del Cisma.


Cabe considerar algunos factores primordiales:
a) De orden eclesiástico: enfrentamiento entre el cesaropapismo de los emperadores de Constantinopla y el
papalismo. Este último se reforzó desde mediados del siglo XI con la reforma gregoriana y la política
centralizadora impulsada por los monjes cluniancenses.

2
b) Desde el punto de vista cultural: las diferencias entre Oriente y Occidente eran agudas. La diferencia de
lenguas, la mayor riqueza y sutilidad de los orientales y la progresiva helenización de Bizancio llegaron a
constituir obstáculos importantes para el entendimiento recíproco.
c) Las orientaciones teológicas: mientras en Roma había una inclinación mayor hacia lo empírico, el análisis
racional y la dogmatización, en Bizancio primó el platonismo, la teología contemplativa y la variedad.
Las ambiciones universalistas que el Pontificado fue adquiriendo desde mediados del XI provocaron el
choque decisivo en el 1052. Aunque el cisma parecía consumado, después del 1053 se sucedieron diversas tentativas
sinceras de acercamiento desde ambos lados. La presión musulmana sirvió en repetidas ocasiones de acicate para
limar asperezas. Pero el primer intento de colaboración – la Cruzada- habría de contribuir, paradójicamente, a
ahondar aún más las diferencias entre griegos y latinos.

La política militar islámica y el repliegue bizantino: los turcos seldjúcidas.


Desde el año 1056 dos partidos se disputaron el poder en Bizancio: la aristocracia militar terrateniente y la
burocracia de la capital. Un representante de la primera fue finalmente elevado al trono, Alejo Comneno, en 1081.
A lo largo de los veinte años anteriores una buena parte de las conquistas bizantinas llevadas a cabo por los
emperadores macedónicos se habían perdido drásticamente. En el momento de su entronización Bizancio se
enfrentaba aún a una serie de peligros:
- En la Italia del sur los normandos se estaban mostrando como un inquietante peligro. Alejo no tuvo otro
recurso que el de pedir ayuda naval a Venecia a cambio de amplios privilegios comerciales en
Constantinopla, la crisóbula del 1082, inicio de la creciente hipoteca que Bizancio iba a padecer.
- Desde el norte un pueblo de las estepas, los pechenegos, llega a amenazar Constantinopla en 1091
- Desde Oriente el problema más grave, el de los turcos seldjúcidas
Diversas ramas del pueblo turco habían fundado Estados en las fronteras orientales del Islam. Su caudillo,
Togrul Beg, toma el título de sultán de manos del cada vez más nominal Califa de Bagdad. Entre 1055 y 1070 todo
el mundo islámico próximo-oriental fue rápidamente apuntalado. Por primera vez en muchos años los bizantinos
se encontraban con un enemigo a su altura en esta zona. La meseta de Anatolia se convirtió en los años siguientes
en un campo abierto para la expansión seldjúcida, sólo conjurada por la división del mundo turco en pequeños
principados desde el 1095.
En definitiva, la nueva dinastía bizantina intentaba recuperarse, en los años postreros del siglo XI, de todos
los descalabros sufridos. Aunque atenuado, el peligro mayor procedía del Asia Menor. Allí había perdido Bizancio
buena parte de su crédito como escudo de la Cristiandad frente al Islam.
La petición de ayuda por parte de Alejo Comneno para iniciar una contraofensiva frente a los turcos fue
interpretada de una forma peculiar por los latinos, que pusieron en marcha un formidable mecanismo de expansión:
las Cruzadas.

LA CONTRAOFENSIVA OCCIDENTAL EN EL MEDITERRÁNEO: LAS CRUZADAS.


Desde mediados del siglo XI una serie de acontecimientos militares permiten pensar que los cristianos
occidentales empiezan a tomar la iniciativa frente a los musulmanes:
A. En la Península Ibérica.
Tras la desintegración del Califato cordobés los monarcas hispanocristianos imponen su superioridad a los
débiles reinos de taifas. Estos comprarán su inmunidad a un gravoso precio: los tributos, que contribuirán
a vivificar la economía de los Estados del norte.
Bajo Alfonso VI, en 1085, los castellano-leoneses ocupan Toledo, la capital del antiguo reino visigodo. En
los años siguientes, los monarcas aragoneses saltan de sus reductos pirenaicos hacia el valle medio del Ebro:

3
en 1118 Alfonso I conquista Zaragoza. En el extremo nororiental lo condes catalanes avanzan y el monarca
portugués toma Lisboa en 1147. Es la reconquista.
B. En Italia.
Desde comienzos del XI grupos de normandos, primero como peregrinos y luego en un tono menos
pacífico, comienzan a asentarse en el sur de la península itálica. Consiguen imponerse por encima de los
distintos intereses de esta área: bizantinos, duques lombardos, ciudades semiautónomas y, sobre todo, los
árabes.
En los años siguientes los normandos reducirán la potencia militar árabe en Sicilia con la toma de Mesina
en el 1062 y Palermo en el 1072.
C. En Oriente.
Los cristianos occidentales atacan a los musulmanes en sus propias bases desde fines del siglo XI. Las
Cruzadas están en marcha.

Las Cruzadas y su significado.


Vituperadas como expresión del fanatismo de una sociedad o ensalzadas como expresión del ideal de una
época, las Cruzadas han sido analizadas con abierto apasionamiento. El movimiento que llevó a los occidentales
hasta la Siria musulmana con el propósito de rescatar los Santos Lugares puede estudiarse desde tres puntos de vista:
1) Las Cruzadas con su trasfondo material.
Trasfondo que se aprecia tanto en la reapertura económica del Mediterráneo a los occidentales y la
puesta en marcha del primer movimiento de colonización europeo. Efectivamente el Renacimiento
mercantil del Occidente cristiano se vio favorecido por las Cruzadas, pero no tuvo en ellas su causa
determinante, ya que ciudades italianas como Pisa hicieron acto de presencia con fuerza en el
Mediterráneo antes de que las expediciones a Tierra Santa se pusieran en marcha. Por otro lado, si la
Cruzada fue un buen exutorio para el exceso de población europea, el número de ‘francos’ (sinónimo
de occidentales) que se asentaron en Siria fue muy reducido.
2) Las Cruzadas como expedición de socorro al Imperio bizantino.
Los Papas vieron un buen instrumento de reensamblaje espiritual que superase las tensiones entre Roma
y Constantinopla. El fracaso en este sentido fue total. Bizancio pidió ayuda a Occidente, siguiendo la
tradición, a nivel de pequeños grupos de soldados que apoyasen a sus ejércitos y no a escala de grandes
ejércitos nada dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos y muy poco a reconocer
la autoridad de Constantinopla. El contacto entre latinos y griegos no hizo más que exacerbar unos
sentimientos recíprocos de desprecio. No podía ser otro el resultado del choque entre la brutalidad de
costumbres de los occidentales y el refinamiento cultural de la corte de Constantinopla.
3) Las Cruzadas como expresión de una peculiar psicología colectiva de la Cristiandad occidental.
La Cruzada enlaza con la vieja costumbre de la peregrinación. Junto con el nombre de Cruzada, rara
vez mencionado en los testimonios de la época, aparecen otros como el de pasagium. Cuando en 1095
Urbano II puso en marcha la Primera Cruzada fue producto de una conjunción de ideales. De un lado,
los de la guerra justa contra los infieles que el Papado veía más lógica que la guerra endémica mantenida
por los caballeros occidentales entre sí. De otro lado, los ideales de signo escatológico de intentar
alcanzar la Jerusalén celestial por la vía de la Jerusalén terrestre. Para las masas populares ambos
objetivos se entrecruzan y se imbuyen de unos peculiares ideales cruzadistas en extremo anarquizantes
y que chocaron repetidas veces con el orden social.

El reino latino de Jerusalén.


En el 1099 se toma Jerusalén por asalto a los musulmanes. Fue el remate de una empresa iniciada con la
concentración ante los muros de Constantinopla de los efectivos militares procedentes de distintos rincones de la
Europa occidental y que había proseguido a lo largo de la meseta de Anatolia y del litoral sirio.

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Las conquistas de los occidentales en Ultramar se articularon en cuatro pequeños Estados: el reino de
Jerusalén, el principado de Antioquía y los condados de Edesa y Trípoli, dotados de gran autonomía. En ellos
encontraron fortuna algunos miembros de las grandes familias de la nobleza europea.
El reino latino de Jerusalén y sus apéndices fueron un campo de experimentación en Siria de las instituciones
occidentales, aunque con los matices propios del medio en que hubieron de desenvolverse. La defensa del territorio
corrió a cargo de las Órdenes Militares, instituciones en las que convergían los ideales de la ascesis eclesiástica –
castidad, pobreza, obediencia- y el ideal caballeresco –protección a los peregrinos y de los Santos lugares- como la
Orden de los caballeros del Temple, fundada en 1118.
La recuperación de Edesa por los musulmanes en 1144 dio lugar a la predicación de la Segunda Cruzada
por San Bernardo. La expedición, encabezada por el rey de Francia Luis VII y el emperador alemán Conrado III, se
saldaría con un rotundo fracaso. En los años siguientes hay un debilitamiento de las posiciones en Ultramar. A ello
contribuyó la falta de entendimiento con los emperadores bizantinos, pero sobre todo el hecho de que Siria y Egipto
fueran unificadas por el kurdo turquizado Saladino. La tenaza se cerró sobre Jerusalén y en 1187 Saladino tomó en
una gigantesca redada la mayor parte de las fortalezas latinas, Jerusalén incluida.
La predicación de la Tercera Cruzada evitó el desplome definitivo de la Siria franca. El soberano inglés
Ricardo Corazón de León logró apuntalar las posiciones en Tierra Santa., sin embargo, Jerusalén se podía dar
definitivamente por perdida, aunque los musulmanes permitiesen la libre visita de los peregrinos.

Las expediciones del siglo XIII y el deterioro del ideal cruzadista.


El número de expediciones, más o menos nutridas, excedió el de las 8 de las que se habla tradicionalmente.
Los primitivos objetivos de liberar y proteger los Santos Lugares fueron rápidamente bastardeados:
- La Cuarta Cruzada desembocó ante Constantinopla, que fue tomada en 1204 y ferozmente saqueada por
los occidentales, que crearon sobre el viejo Imperio bizantino un Estado latino sobre el que trabajará el
virus atomizador feudal hasta la reacción bizantina de 1261
- La Quinta Cruzada y la Séptima en 1248 que terminaron con rotundos fracasos, tuvieron como objetivos
no Palestina sino el sultanato de Egipto
- La más extraña Cruzada de todas, la Sexta, dirigida por un soberano excomulgado, Federico II de Alemania,
alcanzó en 1229 Jerusalén, Belén y Nazareth.
- La Octava Cruzada tuvo un más radical desplazamiento geográfico en sus objetivos, la ciudad de Túnez,
ante la cual moriría el monarca francés.
Pero al deterioro del ideal cruzadista no sólo contribuyeron los fracasos militares, sino que concurrieron
otras circunstancias:
a. En la Siria franca; el mal entendimiento frecuente entre caballeros, los objetivos económicos
contrapuestos de pisanos, genoveses y venecianos asentados en las zonas costeras, la escasa población
franca y la sorda pugna entre los francos asentados en Tierra Santa, partidarios de una política de
coexistencia con la población musulmana, y los peregrinos-cruzados fanatizados por la idea de Guerra
Santa.
b. En Occidente; las masas populares mantuvieron firmes sus convicciones en el contexto de unos ideales
mesianistas que chocaron frecuentemente con el orden establecido. Toda Cruzada popular acarrea una
serie de convulsiones (antisemitismo, ásperos ataques a la nobleza y alto clero). Por otro lado, a nivel
de las élites, surgieron críticas a la Cruzada como instrumento al servicio de los intereses papales, sobre
todo desde que el Pontificado comenzó a utilizarlas no sólo contra los musulmanes sino contra los
disidentes cristianos –los cátaros- o los simples enemigos políticos.
En 1291, se da una ofensiva general de los musulmanes sobre la Siria franca. Aunque los occidentales se
mantendrán en Chipre hasta 1571, la gran aventura de Ultramar se podía dar por terminada en las
postrimerías del siglo XIII.

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2. EL MUNDO LATINO: IMPERIO, PAPADO Y MONARQUÍAS

LA PUGNA DE LOS PODERES UNIVERSALES.


La restauración impulsada en el terreno político con la creación del Sacro Imperio dio al menos una
apariencia de esplendor, comparada con la situación del estamento eclesiástico en general y el Pontificado en
particular. La aureola de prestigio de la que se supieron rodear algunos emperadores empequeñeció más aún la
imagen de un clero inmerso en los mecanismos de la feudalidad.
Los primeros emperadores de la casa Franconia pudieron ejercer una actitud de auténtico cesaropapismo:
fue el caso de Conrado II o Enrique III.

Cesaropapismo y reforma gregoriana. La querella de las investiduras y el Dictatus Papae


Desde la muerte de Enrique III en 1053 el cesaropapismo imperial encontró un serio competidor: el
movimiento reformista que se había iniciado tiempo atrás en Cluny. Sus objetivos fueron en principio la erradicación
de algunos vicios, así como el intento de atacar en su propia base los males de la feudalización eclesiástica y la
eliminación de las injerencias de los poderes temporales en la vida eclesiástica.
La más radical exposición de lo que los reformistas consideraban derechos del Pontífice fue hecha después
de 1073, cuando fue elevado al solio pontificio Gregorio VII. En el 1075 lazo el Dictatus Papae, donde se defendía la
plena potestad del Papa: sólo él legislaba en la Iglesia, sólo él podía deponer, trasladar o nombrar obispos, nadie
tenía derecho a juzgarle, podía deponer al emperador, etc. El documento fue lanzado en un momento inoportuno,
cuando el emperador Enrique IV, hombre de fuerte carácter, consolidaba su posición. Su respuesta no se hizo
esperar: conminó al Pontífice a abdicar y dio paso a una dramática carrera de acontecimientos tales como la
excomulgación del emperador, el perdón del Papa en 1077, una nueva ruptura seguida del nombramiento de un
antipapa en 1080, el asalto a Roma por los imperiales y la liberación del Papa por los normandos en 1084…

El replanteamiento de la problemática.
Favorecidos por las dificultades internas del Imperio, los sucesores de Gregorio VII lograron consolidar
sus posiciones. Urbano II se erigió como principal promotor de la Cruzada de 1095. El prestigio del Pontificado se
vio con ello reforzado. Enrique V supo darse cuenta de los deseos generalizados de paz y de la fuerza adquirida por
el gregorianismo. De ahí que en 1122 se llegase a un acuerdo en el que se distinguían los feudos anejos al obispado
y los poderes espirituales. Las elecciones serían libres, procediendo la Iglesia a la investidura en presencia del
monarca, que luego entregaría los beneficios temporales correspondientes. En teoría era una victoria del Papado,
pero en realidad supuso una especie de reparto de influencias: Alemania para el emperador, Italia y Borgoña para el
Papa.
En los años que sucedieron a la muerte de Enrique V la guerra civil retoñó en Alemania. Las posturas
políticas sostenidas por ambas facciones se reprodujeron en Italia, en donde sus seguidores se dividieron también
en partidarios de la supremacía de poder del Papa y defensores del emperador.

Federico Barbarroja y el desarrollo de la tesis del dominium mundi.


Desde 1152 a 1190 se asiste a una nueva pugna entre los dos grandes poderes universales. Lo que Enrique
IV y Gregorio VII fueron en una época, lo son Federico I y Alejandro III en la siguiente.
Federico I trató de poner en juego, para alcanzar sus objetivos universalistas, una serie de medios en los que
combinó lo viejo y lo nuevo, pero chocó con obstáculos también viejos y nuevos: las reticencias del señor más

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poderoso de Alemania (Enrique el León) y la actitud de las ciudades italianas, cada vez más pujantes y que soportaban
mal la tutela imperial. Su trayectoria política se divide en cuatro etapas:
1) Entre 1152-58. El emperador puso orden en los asuntos alemanes e italianos. A su coronación sucedió la
represión de la comuna romana que había puesto en serio peligro la supervivencia del poder temporal de
loa Papas. En 1156 fue creado un nuevo ducado, Austria, entregado a Enrique II y evitar así sus pretensiones
sobre Baviera.
2) De 1158 a 1166. Primera ‘etapa italiana’ de Federico I. Al ser elegido Papa Alejandro III Federico se niega
a reconocerle y en los años siguientes la inquietud creció en las ciudades italianas, que fueron reprimidas.
La realización del dominium mundi nunca pareció tan cercana.
3) Desde 1168. Los grandes sueños universalistas comienzan a desvanecerse. Las ciudades del valle del Po
fundaron al Liga lombarda para oponerse a los designios imperialistas. Una localidad de nuevo cuño,
Alejandría –en honor del pontífice- se convierte en la gran fortaleza de la Unión. Las milicias de las ciudades
lombardas derrotan al ejército imperial. Federico I comprendió que se imponía la concordia con el pontífice
y las ciudades italianas.
4) Los últimos años de vida entre 1183-1190. En un nuevo viaje a la Italia pacificada concierta le matrimonio
se su sucesor, Enrique VI, con la heredera del trono normando de Sicilia, Constanza. En 1189 emprende
su última campaña en ayuda del desplome militar en la Siria franca que movilizó los esfuerzos de los grandes
monarcas del Occidente. El emperador se adelantó con su ejército, pero no llegó a enfrentarse con su rival,
Saladino, ya que murió ahogado en un riachuelo del Asia Menor.

La marcha alemana hacia el Este.


Se produce un amplio movimiento de expansión germánica llevada a cabo hacia territorio eslavo
particularmente desde inicios del siglo XII. Grandes señores alemanes forjaron poderosos feudos en las marcas
orientales a la vez que religiosos llevan a cabo una labor de evangelización entre los pueblos aún paganos y los
príncipes alemanes someten a vasallaje a los jefes eslavos.
En el curso de una Cruzada dirigida contra los wendos paganos se lleva a cabo una verdadera guerra de
exterminio. Las familias campesinas alemanas se asientan en los territorios de reciente ocupación. Al iniciarse el siglo
XIII la progresión germana se proyecta hacia los confines de la bolsa báltica, en un afán de acabar con los últimos
reductos importantes del paganismo.

LA EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS MONARQUÍAS FEUDALES.


Los monarcas de esta área de los Estados de la Europa occidental son, al rebasar el año 1000, simples
cúspides de una pirámide feudal. Su poder descansa esencialmente en los compromisos de fidelidad contraídos hacia
ellos por sus súbditos.

Los intentos de enderezamiento de la monarquía francesa bajo los primeros Capetos.


La nueva dinastía francesa no consigue extender su autoridad efectiva mucho más de los alrededores de
París. Los intentos de debilitar a los poderosos príncipes territoriales enfrentándoles entre sí no tuvieron apenas
resultados.
Bajo Luis VI (1108-1137) se dan los primeros pasos firmes hacia una recuperación del prestigio de la
monarquía. El apoyo de la Iglesia fue decisivo. Al morir Luis VI dejaba un saldo sumamente favorable compuesto
principalmente de un dominio real sólidamente organizado y un incipiente sentimiento nacional forjado al calor de
las dificultades surgidas frente a Inglaterra y el Imperio alemán.

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El largo reinado de Luis VII (1137-1180) se inició con el matrimonio con Leonor de Aquitania, titular del
mayor dominio feudal de Francia. El fracaso del soberano en la Siria franca se vio acrecentado a su regreso a Francia:
las diferencias con su mujer provocaron la anulación del matrimonio y la consiguiente pérdida de influencia de los
Capeto. En 1152 Leonor de Aquitania contrae matrimonio con el conde de Anjou, uno de los más poderosos
señores de Francia. A sus dominios territoriales en este país, Enrique Plantagenet añadiría desde 1154 la Corona de
Inglaterra. Se articulaba así una gran entidad política supranacional: el Imperio angevino, peligrosa barrera para los
Capeto a la hora de intentar reforzar su autoridad.

Inglaterra bajo la dinastía normanda: Guillermo el Conquistador y sus sucesores.


En 1066 muere Eduardo el Confesor, último monarca anglosajón. A fines de año, Guillermo el Bastardo,
duque de Normandía, era coronado. Guillermo, hombre pragmático, supo conjugar las costumbres feudales de su
país de origen con las sólidas instituciones de las comunidades anglosajonas.
El ducado de Normandía fue constituyéndose en un pequeño estado sumamente sólido. Sus titulares
dispusieron de una amplia autonomía. La paz del duque de Normandía se mantuvo mediante el establecimiento de
unos funcionarios, los vizcondes, sin parangón en el resto del territorio francés. A ello se sumaba una pujante iglesia
regional (abadía de Saint Michel) influida de forma decisiva por las reformas gregoriana y cluniacense.
Por su lado, la monarquía anglosajona, aunque debilitada por el robustecimiento de la aristocracia, conservó
una autoridad suficiente para nombrar a funcionarios –los sheriff- a través de los cuales mantuvo cierto control.
Guillermo el Conquistador creó en Inglaterra el Estado más moderno de la época. El Pontificado vio favorecida
también su labor en suelo inglés.
La abigarrada masa de caballeros de fortuna –normandos, bretones, flamencos- que habían acompañado al
nuevo soberano de Inglaterra vieron premiado su esfuerzo al beneficiarse de gran número de feudos constituidos
sobre las tierras arrebatadas a los nobles anglosajones. Los beneficios entregados no fueron, sin embargo, demasiado
extensos ni compactos. Se evitaba con ello el que la nobleza modelada por Guillermo adquiriese excesiva potencia.
Se ha dado en calificar de horizontal al feudalismo inglés, que fue implantado desde arriba.
En los últimos años de su vida, Guillermo el Conquistador mostró a través de dos hechos la madurez a la
que había llegado la realeza inglesa. Uno fue el juramento de fidelidad exigido a todos los vasallos del rey en 1086 y
el otro la confección de un detallado catastro, el Domesday Book, producto de minuciosas encuestas y en el que
constaba cada propiedad con sus rentas correspondientes.
Bajo los sucesores de Guillermo el Conquistador, Guillermo II el Rojo y Enrique I, se mantuvo, en líneas
generales, la política iniciada por el fundador de la dinastía. El conflicto más grave provino de las relaciones con la
Iglesia. Guillermo II, en franca ruptura con el arzobispo de Caterbury Anselmo de Bec, estuvo a punto de echar por
tierra la política de equilibrio iniciada por su padre. La situación fue salvada por Enrique I (1100-1135) a través del
Concordato de 1107. El gobierno del rey Esteban (1135-1154), nieto de Guillermo I, ha pasado a la historia como
uno de los periodos más anárquicos. Los barones del país, que le habían elegido frente a Matilde, hija de Enrique I,
se convirtieron prácticamente en poderes independientes dedicados al bandidaje. En los últimos años del reinado
Esteban llegó a un acuerdo con Matilde: el reconocimiento como heredero del hijo de ésta y de Godofredo de
Plantagenet, conde de Anjou.
Bajo el nombre de Enrique II gobernaría en Inglaterra desde 1154 a 1189. Con él se entronizaba una nueva
dinastía.

La dinastía Plantagenet y el Imperio angevino.


La ascensión de Enrique de Plantaneget al trono inglés y, consiguientemente, al ducado de Normandía
supuso el momento culminante de poder de los angevinos; su influencia directa en territorio francés se extendía
sobre un espacio que englobaba casi la mitad del reino de los Capeto.

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Enrique II fue un monarca cuya capacidad de gobierno y miras políticas resultan equiparables a las del
emperador alemán del momento, Federico Barbarroja. A los vasallajes impuestos sobre Gales, Escocia y los régulos
irlandeses, añadió una hábil diplomacia mediante la que ejerció su influencia sobre otros rincones de Occidente: las
casas reinantes de Navarra, Sicilia, Castilla y Bretaña entroncaron matrimonialmente con los Plantaneget. Los Capeto
estaban poco dispuestos a permitir impunemente el crecimiento de poder de una dinastía cada vez más temible. De
ahí que aprovechasen a fondo las diferencias que fueron surgiendo entre Enrique y Leonor de Aquitania y las
tensiones entre el monarca y sus hijos, que llegarían a adquirir tintes verdaderamente dramáticos.
La política estrictamente inglesa de Enrique II supuso la culminación de la labor iniciada por el primer
monarca de la dinastía normanda. La institución del jurado fue otro de los grandes éxitos de los Plantaneget en
Inglaterra: teóricamente compuesto por todos los vecinos de cada pueblo, en la práctica los jurados estaban
formados por caballeros o simples hombres libres.
Desde el punto de vista fiscal, los recursos con que contaron los primeros Plantaneget fueron sumamente
amplios, debido a un perfeccionamiento de los mecanismos creados bajo Guillermo I, ligados en buena medida a
las prácticas feudales.
Los peligros más graves para la estabilidad de la obra de Enrique II procedieron de su propio círculo de
colaboradores. A la larga tuvieron una gran repercusión:
- Las relaciones con la Iglesia se entorpecieron cuando el monarca inglés trató de hacer extensiva al clero del
país la autoridad de los tribunales temporales en las causas criminales, restringiendo considerablemente la
apelación a Roma por parte de los tribunales eclesiásticos. El arzobispo de Canterbury, Tomas Becket, se
reveló como celoso defensor de la libertad eclesiástica. A fines de 1170 un grupo de caballeros asesina a
Becket en su propia catedral. El hecho adquirió las características de verdadero escándalo.
- Bajo Enrique II se trató de consolidar el carácter sucesorio de la realeza, superando las viejas fórmulas. En
1170 y siguiendo la práctica instaurada por los Capeto, el Plantaneget asoció a su hijo Enrique el Joven a la
Corona. Sin embargo, y al calor de las disputas domésticas en las que la reina Leonor tuvo una actuación
decisiva, no se pudo frenar las ambiciones de los restantes hijos del matrimonio frente al trono. Cuando
muere el monarca en 1189 su hijo Ricardo se hallaba en franca rebeldía.

El gran choque Capetos-Plantaneget.


Como reyes de Inglaterra Enrique II y sus sucesores fueron plenamente independientes, pero como señores
de amplios territorios a este lado del Canal eran vasallos del rey de Francia, al que debían fidelidad de acuerdo con
los vínculos feudovasalláticos. Los territorios comprendidos entre la costa normanda y el Pirineo tenían en efecto
una extensión mucho mayor que los dominios reales del rey francés. De hecho, los monarcas Plantaneget se sintieron
más señores franceses que soberanos de Inglaterra, país en el que, por otra parte, la lengua y las costumbres francesas
se habían impuesto entre la nobleza. Pero la monarquía francesa supo atizar en beneficio propio y frente a los
angevinos unos incipientes sentimientos nacionalistas que permitieron reforzar sus débiles bases de partida.
Enrique II mantuvo en efecto durante toda su vida un gran respeto hacia el vínculo feudal que le relacionaba
con el Capeto Luis VII. Este, por otro lado, no aprovechó a fondo las posibilidades que las rebeliones de los hijos
de aquel le brindaron.
Tras la desaparición de ambos el panorama de las relaciones entre las dos dinastías cambia radicalmente.
Felipe Augusto, el nuevo Capeto, se mostró mucho menos circunspecto que su sucesor, atizando abiertamente la
rebelicón de Ricardo Corazón de León y de su hermano Juan contra su padre. Más tarde aprovecharía la permanencia
de Ricardo I en Tierra Santa y su posterior prisión por el emperador Enrique VI para ganar posiciones. Cuando el
monarca inglés recuperó la libertad procedió a reconstruir los dominios angevinos poniéndose al frente de una gran
coalición de nobles franceses contra Felipe. Sólo la inesperada muerte del legendario monarca en 1199 salvó la
situación del Capeto.
Como heredero del Imperio anglo-angevino quedaba el ciclotímico Juan Sin Tierra, que no fue reconocido
por varios de los barones más importantes. Felipe Augusto supo aprovechar esta situación, atrayéndose a su vez el

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apoyo del pontífice Inocencio III, en muy malas relaciones con Juan, y al sector gibelino de la nobleza alemana,
hostil a Otón IV. Al magno conflicto que se origina se le llamará la ‘Gran Guerra de Occidente’.
En los primeros años del siglo XIII Felipe Augusto procedió a la confiscación de varios feudos Plantaneget,
sobre todo Anjou y Normandía. Al poco tiempo Juan consiguió encabezar una gran alianza en la que entraban los
señores más poderosos del norte de Francia y Otón IV. El choque decisivo se produjo en 1214 y se resolvió con un
rotundo éxito de Felipe Augusto. El dominio real de los Capeto de extendió, desde este momento, sobre un tercio
del territorio francés.

Los reinos ibéricos.


El impulso que la Reconquista experimentó desde mediados del XI llevó a los Estados cristianos a la
ocupación de varios territorios que se irá consolidando progresivamente. Aparte de tomar la iniciativa militar frente
a los taifas de Al-Andalus, los reinos hispanocristianos empiezan a abrirse a las corrientes culturales, espirituales y
económicas provenientes del otro lado de los Pirineos. El Camino de Santiago se convertirá para el Estado
castellano-leonés en el gran canal por el que fluirán estas influencias. Al calor de ellas, la Reconquista adquiere los
caracteres de una auténtica Cruzada.
Al rebasar la frontera del año 1000 la estructura política de la España cristiana sigue formada en base a la
idea hegemónica castellano-leonesa, el cenit de este principio se alcanza bajo Alfonso VII, con su solemne
coronación imperial en 1135. Pero ya en estos años se aprecian fisuras en la idea imperial leonesa y la articulación
política de la España cristiana va a bascular en función de los ‘cinco reinos’:
1. Castilla y León, separados a la muerte de Alfonso VII en 1157 y no reunificados hasta la centuria siguiente
2. Portugal, cuya independencia se reconoció ya en tiempos de Alfonso VII
3. Navarra, cuyo destino será convertirse en un pequeño Estado sin salida al mar desde el 1200 y comprimido
entre la Gascuña inglesa la Rioja castellana
4. La Corona de Aragón, surgida de la unión catalanoaragonesa bajo Ramón Berenguer IV a mediados sel
siglo XII, verdadero estado confederal con proyección al otro lado del Pirineo
En 1212 la gran victoria de las Navas de Tolosa obtenida por los monarcas hispano-cristianos encabezados
por Alfonso VIII de Castilla supuso la última gran colaboración de éstos en una empresa antimusulmana y que el
Valle del Guadalquivir quedara abierto para los castellanos.

La monarquía normanda de Sicilia.


La figura de Roger II ocupa un lugar de honor. Durante su largo gobierno (1105-1154) supo hacer de su
reino la gran potencia naval mediterránea del norte de África. La administración del reino normando de Sicilia
alcanzó un elevado grado de madurez. En ella se supieron conjugar con rara habilidad los elementos bizantinos,
normandos de signo feudal y árabes. Resulta admirable el espíritu de tolerancia que Roger II y sus sucesores hicieron
prevalecer.
La línea de sucesión directa masculina se extinguió. El compromiso matrimonial de su hija, Constanza, con
el futuro emperador Enrique VI (la gran jugada política de Barbarroja). Bajo Federico II el peso de los asuntos
suditalianos será decisivo en su actuación política.

LA PLENITUD DEL SIGLO XIII EN LOS ESTADOS DEL OCCIDENTE EUROPEO.


Ser “emperador de su reino” constituye la meta deseada por los monarcas europeos. Ello supone dos cosas:
de un lado un intento de superación del papel de simple cúspide de la pirámide feudal, de otra parte, un deseo de
las monarquías de constituirse en fuerzas autónomas al margen de las intromisiones de los grandes poderes
universales, Papado e Imperio.

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En Francia, a pesar de las diversas reticencias acabó imponiéndose el sistema hereditario como fórmula
sucesoria por encima del viejo procedimiento electivo, ya en desuso. La asociación del heredero a la Corona
contribuyó a dar más estabilidad.
En Inglaterra, el sistema de asociación no llegó a cuajar. La llamada ‘generación de 1250-1280’ desarrolló la
idea del poder del rey y sus responsabilidades. Santo Tomás de Aquino será la figura más representativa. El Estado
(por influencia Aristotélica) no es un mal necesario sino la expresión natural del hombre fundada en el bien común.
De todas las formas de gobierno, la monarquía es la más apropiada; ha de apoyarse en la aristocracia y el populus
honorabilis. La distinción entre los dos poderes se sigue manteniendo. Santo Tomás defiende la idea de que los asuntos
espirituales han de quedar en un plano superior.

Francia durante el Siglo de San Luis.


La prematura muerte de Luis VIII, sucesor de Felipe Augusto, abrió un incierto periodo de minoridad, en
el que el regente, Blanca de Castilla, supo desplegar una extraordinaria energía. Luis IX fue reconocido mayor de
edad en 1234. La realiza cristina de San Luis se inspiró en principios de la moral evangélica compatible en todo
momento con una independencia total del poder pontificio. A la “santidad monacal”, modelo desde los merovingios,
sucede otra de inspiración mendicante en el Capeto. En su figura se funden el caballero que es guerrero por
necesidad y siempre al servicio de las causas justas y el hombre de bien, de lenguaje mesurado, enemigo de la
mentira…
El último intento inglés de rehacer las posesiones del Imperio Angevino concluyó con una victoria del
monarca francés en 1242. En el Midi en 1258 se llegó con el monarca catalano-aragonés Jaime I a un acuerdo: a
cambio de la renuncia del francés a unos hipotéticos derechos a los condados catalanes Jaime hacía lo propio con
sus pretensiones a una serie de dominios en el Midi.
El reino de Francia tomaba así forma. Sin embargo, cara a los dominios reales, con Luis VIII fragmentos
del dominio real fueron entregados a sus distintos hijos a fin de evitar diferencias con el heredero de la Corona. La
desmembración no era tan grave, por el contrario, consolidaba el poder dinástico-familiar de los Capeto.
El impulso dado por Felipe Augusto al aparato administrativo será vigorizado por San Luis. En el plano
legislativo, a fin de evitar los abusos de los oficiales, se procedió a la institucionalización del sistema de encuesta. A
ello se sumó la redacción de grandes ordenanzas de aplicación en todo el reino. Con un valor que muchas veces no
rebasaba lo moral, muchas veces estas ordenanzas no iban acompañadas de los medios materiales para su aplicación.
San Luis murió en Túnez en 1270 durante la Octava Cruzada- expedición organizada contra la opinión
general del reino y la particular de algunos de sus colaboradores. La experiencia de la pasada expedición a Egipto en
1248, que se salvó con la cautividad del monarca en Oriente, constituía un penoso precedente.
El reinado de San Luis pasó a considerarse como la verdadera época de oro de la monarquía francesa,
avalada por el prestigio de la realeza, pero también por la irradiación artística –eclosión del gótico- y la pujanza de
la Universidad de París.

Monarquía y revolución en Inglaterra. Los inicios del parlamentarismo.


La pérdida de la mayor parte de los dominios angevinos favoreció el proceso de anglificación de la
monarquía inglesa, cuyos titulares hasta entonces habían sido grandes príncipes territoriales franceses.
Mientras la monarquía francesa adquiere bajo San Luis unos caracteres casi carismáticos, la inglesa, a partir
de Juan Sin Tierra, va tomando unos perfiles que cabe calificar de constitucionales. La concesión de la Carta Magna
es resultado del desprestigio del Plantaneget por la pérdida de sus dominios franceses y la irritación de la nobleza
inglesa y el enfrentamiento contra la Santa Sede primero y con la inglesa nacional inglesa después. Abandonado por
todos, Juan se vio obligado a firmarla en 1215, reconociendo así toda una serie de libertades y garantías. Sin embargo,
a la primera ocasión Juan se negó a mantener su palabra. Su oportuna muerte evitó que el conflicto adquiriese
mayores dimensiones.

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Durante la minoridad del nuevo regente, Enrique III, se consiguió hacer compatible la Carta Magna con el
aparato administrativo creado por los Plantaneget. La posterior intervención de Enrique III en los asuntos del
Estado echó por tierra tan buenas perspectivas, el monarca era poco adecuado para mantener una política de
equilibrio. A este saldo negativo en el interior se le unió una ruinosa política exterior que acrecentó su desprestigio:
la derrota frente a San Luis y los fracasos en los intentos de instalar a sus familiares cercanos en el tronos imperial y
siciliano.
Todo ello habría de contribuir al estallido de una nueva crisis, la Revolución de 1258. Un periodo de malas
cosechas y las descabelladas exigencias económicas del Pontificado en 1258 actuaron como detonante de la crisis.
Los barones ingleses se agruparon en torno a Simón de Montfort. El intento de Enrique III de sacudirse la tutela
de los barones acudiendo en petición de ayuda a la Santa Sede y a Luis IX de Francia exacerbaron aún más las
pasiones. El monarca fue finalmente derrotado y sometido a una estrecha vigilancia. Simón de Montfort, erigido en
protector del reino, procedió a una ampliación de las bases sobre las que descansaban las estructuras de gobierno y
reuniendo un Parlamento de nuevo cuño que se puede considerar el germen de la futura cámara de los Comunes.
La dictadura de Simón sólo duró unos meses. Las medidas encaminadas a salvaguardar el orden fueron
ineficaces. Unos meses más tarde y bajo la inspiración de Eduardo, se llegó a una solución de compromiso:
mantenimiento de la autoridad real, pero coexistiendo con las últimas conquistas -Carta Magna y Parlamento-.
Suponía esto una victoria de los grupos moderados, deseosos de llegar a un equilibrio entre viejas y nuevas fuerzas
sin rupturas revolucionarias.
Si bien la Carta Magna fue un documento esencialmente aristocrático, en defensa de unos privilegios
feudales, a la larga fue el instrumento que abrió paso a la conformación de las libertades constitucionales inglesas.

Las monarquías ibéricas en la plenitud del Medievo.


El bienio 1212-1213 fue decisivo para los Estados hispano-cristianos. Con la victoria de las Navas de Tolosa
queda abierto el valle del Guadalquivir para las incursiones castellano-leonesas. En 1213 la derrota del monarca
catalano-aragonés al tratar de defender a sus vasallos occitanos provoca una desviación de los intereses de la Corona
de Aragón hacia otros ámbitos geográficos: Levante y en general la cuenca occidental del Mediterráneo:
a) El reinado de Fernando III es a Castilla-León lo que el de su primo Luis IX a la monarquía francesa: una
auténtica época dorada. La unión definitiva de las dos coronas desde 1230 duplicó una capacidad ofensiva
que permitió en una serie de afortunadas campañas recuperar, entre otras, Córdoba en 1236 y Sevilla –la
capital más brillante del reino de taifas- en 1248, ciudad que iniciará poco después su carrera para convertirse
en el gran emporio comercial que será en el futuro.
Al subir al trono Alfonso X (1252-1284) el avance reconquistador queda estabilizado frente al último
reducto árabe, el reino nazarí de Granada. Su reinado presenta, junto a un esplendor cultural del que el
propio monarca fue protagonista de primera fila, una cosecha de fracasos políticos, entre ellos la rebelión
de los mudéjares andaluces, las querellas con los restantes reinos peninsulares y una grave crisis sucesoria
que sumió a la Corona castellana en un clima de guerra civil.
b) La joven monarquía lusitana se apunta también éxitos decisivos, de manera que la Reconquista portuguesa
puede darse por terminada en el segundo tercio del siglo XIII.
c) El fracaso de la política occitana del a Casa de Aragón orientó a Jaime I (1213-1276) hacia otros objetivos.
La ocupación del archipiélago balear fue iniciada en 1229, el reino de Mallorca, repoblado intensamente por
elemento catalán, se va a convertir en un importante foco mercantil.
La ocupación del Reino de Valencia, 1233-1245, fue obra de catalanes y aragoneses.

El punto de equilibrio entre las distintas fuerzas sociales –nobleza, clero y estado llano- tiene su expresión
en las Cortes, asambleas que constituyen el eje de la vida política de los distintos reinos. En cuanto a la participación
del Estado llano en las decisiones políticas, León (Curia plena leonesa de 1188) será el adelantado.

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EL TRIUNFO DE LA TEOCRACIA PONTIFICIA.
Desde la muerte de Federico I en 1190 el Pontificado se va consolidando como poder universal. Bajo
Enrique IV (1190-1197), sucesor de Barbarroja, se asiste a un conato de reverdecimiento del imperialismo Staufen,
apoyado en las Coronas imperial y siciliana. Tales planes se frustran con la prematura muerte del emperador. El
Pontificado dispuso así de un amplio margen de maniobra.

Inocencio III, árbitro de los destinos de la Cristiandad.


De 1198 a 1216 transcurre el reinado de Inocencio III. Nunca el poder del Pontificado alcanzó cotas tan
altas e imponer las tesis de la plenitudo potestatis. Lo que Gregorio VII esbozó, pero no pudo llevar a la práctica.
El restablecimiento de la autoridad temporal sobre los dominios pontificios fue el primer paso de una
política de gran envergadura que se desenvolvió en dos frentes:
1. El arbitraje en la vida política de los distintos Estados cristianos.
Transformar posiciones de hecho en posiciones de derecho y haber afirmado así jurídicamente el poder
de hacer lo que hacía, será uno de los aciertos de la teocracia papal. La toma de Constantinopla por los
expedicionarios de la Cuarta Cruzada, que condujo a la creación del llamado Imperio latino de Oriente,
dio vía libre al Papado para imponer su autoridad espiritual en un área sumamente reticente a reconocer
la primacía absoluta romana. En Sicilia, sometida a vasallaje de la Santa Sede, Inocencio III ejerció de
hecho la tutoría del joven Federico Roger hasta 1208. Sobre Francia intervendrá de forma enérgica en
los asuntos domésticos del soberano. En Inglaterra, la retirada del favor papal a Juan Sin Tierra será
uno de los factores decisivos en la caída del monarca. En definitiva, en 1215 la Santa Sede era sin lugar
a dudas el mayor poder de Europa.
2. El desarrollo de las bases teóricas del plenitudo potestatis.
Sobre los distintos poderes espirituales –fundamentalmente el patriarcado bizantino- el Papado
proclamó la supremacía de Roma en base a que San Pedro, primer convertido, fundó la sede romana
que sería luego fundamento de todas las demás. Frente a los poderes temporales, Inocencio III mantuvo
la tesis de la plena soberanía (plenitudo potestatis) del Papa como vicario de Cristo. Tanto reyes como
emperadores tienen un rango y dignidad inferior. El ideal político-religioso era el de una colaboración
de los dos grandes poderes universales con el reconocimiento de la autoridad moral del Papa.

Federico II, última tentativa imperialista de los Staufen.


En 1220 el Papa Honorio III coronaba como emperador en Roma a Federico Roger de Sicilia, Federico II,
quien se revelará como un serio adversario de la teocracia pontificia y el último defensor de las pretensiones
universalistas de la Casa Suabia. La personalidad de Federico II resulta tremendamente atractiva y enigmática. Fue
presa política de la fuerte contradicción que suponía el ser titular de dos Coronas (la siciliana y la imperial) de
naturaleza tan distinta.
Frente al Estado italiano de Federico II, en fase de avanzada centralización, Alemania presentaba una cara
muy distinta: la de una yuxtaposición de ducados en los que el emperador seguía siendo una especie de primus inter
pares. Italia fue para Federico II la base para su primera operación de envergadura, la Cruzada de 1228. Extraña
expedición, encabezada por un emperador presionado por el peso de la excomunión, dadas sus reiteradas dilaciones
para marchar a Tierra Santa, y extraña también por los resultados, que fue básicamente el acuerdo con el sucesor de
Saladino para una efímera recuperación pacífica de Jerusalén, Belén y Nazaret. Circunstancia que acabaría finalmente
por contribuir a reforzar la aureola de indiferentismo religioso que se estaba creando en torno al Staufen.
Frente a la insumisión de las ciudades del Po y los recelos del Pontificado, Federico atizó las ambiciones de
algunos señores gibelinos, y en 1237 las ciudades lombardas eran derrotadas por tropas imperiales. La nueva
excomunión no impidió que procediera a una ocupación de los Estados Pontificios. La entronización de un nuevo
pontífice, Inocencio IV, había de contribuir a destruir la obra tan pacientemente realizada por los emperadores de

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la Casa de Suabia. La solemne renovación de la excomunión contra Federico supuso un recrudecimiento de la guerra
total entre los dos grandes poderes universales ante la cual las monarquías occidentales se mantendrían a distancia.
Sin embargo, la posición de Federico II se debilitó rápidamente. En 1248 su ejército sufrió una gran derrota
en Parma. Dos años más tarde se producía su muerte.

La disolución del eje imperial italo-alemán: el gran interregno y la irrupción angevina en Italia.
El fracaso de Federico II aceleró el distanciamiento entre Italia y Alemania:
a) La ausencia de un poder fuerte en Alemania desde mediados del siglo XIII desencadenó en el país una
espantosa anarquía. Los pequeños nobles, convertidos en poderes autónomos, se lanzaron a sistemáticas
operaciones de pillaje.
La complejidad de la situación creció en 1257 al ser elegidos a la vez dos candidatos al trono imperial:
Alfonso X de Castilla y Ricardo de Cornwalles. En 1271 moría Ricardo, dos años después Gregorio X
propicia que los electores eleven al trono a un noble de segunda fila, Rodolfo de Habsburgo. Sus objetivos
fueron el restablecimiento de la paz en territorio alemán y la creación de un amplio dominio patrimonial.
Al morir Rodolfo en 1292 legaba a sus sucesores una gran herencia: la fortuna de los Habsburgo (la Casa
Austria) quedaba asegurada para el futuro.
Las dificultades sufridas por el Imperio no fueron obstáculo serio para la prosecución de la marcha alemana
hacia el Este. Gran fenómeno de expansión política, la marcha hacia el Este fue también un proceso de
colonización monástica y campesina y de expansión mercantil.
b) La herencia de los Staufen, perdida en Alemania, fue defendida en Italia por un bastardo de Federico II,
Manfredo. La aversión de los pontífices a los epígonos de la Casa Suabia fue demasiado fuerte. Frente a él
acabaron oponiendo a un hermano de San Luis, Carlos, conde de Anjou y de Provenza, concluyendo en un
conflicto que se resuelve con la victoria del francés y la muerte de Manfredo en 1266.
La instalación de Carlos de Anjou como monarca en Nápoles-Sicilia suponía un verdadero éxito para el
Pontificado. Por su parte, los éxitos militares iniciales de Carlos fueron el primer paso de un amplio proyecto
político que estuvo a punto de cristalizar en un verdadero Imperio mediterráneo angevino. El flamante
monarca se mostró así en una línea semejante a la de sus predecesores normandos.
Los acontecimientos dan un giro decisivo cuando el nuevo papa Martín IV convence a Carlos para
emprender una magna expedición contra Constantinopla, de donde habían sido expulsados los latinos en
1261. Los preparativos estaban avanzados cuando en 1282 una rebelión general estalla en Sicilia contra la
presencia angevina. El emperador de Oriente, Miguel VIII, vio en la rebelión el mejor instrumento para
obligar a Carlos de Anjou a cancelar sus proyectos antibizantinos, así que utilizó toda su diplomacia para
alentarla. Por otro lado, los exiliados pro-Staufen también entraron en la contienda, ya que vieron en el
monarca aragonés Pedro III, yerno de Manfredo, la persona idónea para liberar a Sicilia de los angevinos.
Una nueva fuerza, la corona catalano-aragonesa, hacía acto de presencia en el conflictivo escenario político
italiano.

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3. EXPANSIÓN RURAL Y MERCANTIL. RENACIMIENTO URBANO

La estabilidad política que el Occidente europeo fue ganando tras las segundas invasiones tuvo su
equivalente en el terreno económico en la forma de un claro movimiento de expansión. Este fenómeno fue
acompañado de un vivo ritmo de crecimiento demográfico, pese a la fuerte mortalidad. El campo sigue absorbiendo
en la plenitud del Medievo a la mayor parte de la población, entre el 70% en las regiones más avanzadas y el 90%
en los países más jóvenes.

LA EXPANSIÓN AGRARIA
El avance del frente roturador es una de las mejores expresiones de la expansión económica y demográfica.
Como artífices del movimiento en primera línea cabe destacar el esfuerzo de los campesinos (mano de obra) pero
también los señores que renunciaron a parte de sus bosques y tierras insalubres. El papel de las órdenes religiosas
parece restringido exclusivamente al Císter, que prefirió –a diferencia de Cluny- establecerse en lugares alejados e
incultos.
El proceso de expansión agraria se da a tres niveles:
1) La ampliación de los campos antiguos, a base de roer las tierras incultas circundantes
2) Las granjas aisladas, cuya cerca que las protege es todo un símbolo de individualismo agrario
3) La conquista de nuevas tierras, acompañada muchas veces de la fundación de nuevos núcleos de población

En los viejos países se nos presenta bajo distintas manifestaciones. Así en el Flandes marítimo se iniciará la
desecación a cargo de las asociaciones de campesinos y en Francia centro y oeste aparecen un gran número de
nuevas poblaciones: las villas nuevas.
En los países de nueva ocupación la colonización adquiere unas características más radicales. Los impulsores
de la política colonizadora son los monjes, los señores eslavos de Polonia, Silesia, etc. y los príncipes alemanes. Al
calor de una serie de privilegios fiscales se produjo el asentamiento de numerosos campesinos, alemanes o eslavos,
a los que se les entregaban parcelas de tierra. Estas masas se rigen por las pautas jurídicas alemanas o flamencas. Los
recursos alimenticios experimentan un sensible crecimiento. Este progreso de la vida rural al otro lado del Elba
contribuyó asimismo a respaldar el impulso mercantil.
En los reinos hispano-cristianos, al sur del Duero la pauta la dieron los grandes concejos. Los valles del
Tajo y Ebro la repoblación se hace teniendo en cuenta la atracción de mozárabes venidos de Al-Andalus y la
permanencia de un fuerte contingente de población islámica. En las tierras del Guadiana se va gestando una
colonización latifundista y pastoril que habrá de dejar fuerte huella en los siglos posteriores. En las zonas agrícolas
de Levante y Murcia los monarcas hispano-cristianos optan por distintos sistemas de ocupación: las concesiones a
las Órdenes Militares, la entrega de pequeñas explotaciones a colonos, las donaciones a señores que colaboraron en
la conquista de la tierra, etc. En Andalucía el sistema de repartimiento se orientó en dos direcciones: las grandes
donaciones a la alta nobleza, Iglesia y Órdenes Militares y la concesión de lotes de tierra a los nuevos pobladores
castellano-leoneses. De hecho, Andalucía adquirió desde fechas muy tempranas unas estructuras económico-sociales
de signo aristocrático y latifundiario.

Trabajos y técnicas agrícolas.


La renovación del utillaje y la difusión de nuevos sistemas de cultivo fueron factores decisivos en el
movimiento expansivo de la agricultura en el Occidente.

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- Al tradicional sistema de rotación bienal se suma el de carácter trienal. Ello permite dejar solamente una
tercera parte de la tierra en descanso y dedicar las otras dos al trigo y a otro cereal de inferior calidad. La
productividad de la tierra experimenta así un notorio ascenso.
- La superioridad de rendimientos fue producto de la mejora del utillaje agrícola. Los molinos en los tiempos
clásicos, por ejemplo, accionados por la fuerza de los esclavos y animales, fueron siendo sustituidos
progresivamente por los de agua y viento.

Expansión agraria y estructuras sociales.


A nivel de la masa popular, determinados sectores se beneficiaron del movimiento expansivo, sobre todo
colonos y campesinos. En este plano podría hablarse de que la expansión agraria contribuyó al proceso de lenta
emancipación de las masas rurales. Sin embargo, en las viejas tierras fueron quizá los señores los más beneficiados
por las nuevas conquistas.
La expansión urbana, paralela a la del mundo agrario, provocará una presión de las aglomeraciones
ciudadanas sobre el campo, al que se demandan una serie de productos: trigo, vino, lana y carne, etc. Al bosque
bravío y ganado semisalvaje de los tiempos carolingios sucede, a partir del siglo IX, un bosque más ordenado y una
ganadería progresivamente domesticada en función de las nuevas necesidades. Instituciones de mayor rango social
serán las beneficiarias de estas transformaciones: a través de un más estricto control de los pastos, nobles,
monasterios o comunidades municipales de las nuevas zonas de colonización van a convertir al ganado en factor
generador de una incipiente acumulación de capitales.
***
La vida campesina sigue siendo, a pesar de los adelantos mencionados, sumamente precaria y la irregularidad
de las cosechas una constante.

LA “REVOLUCIÓN MERCANTIL” Y EL RENACIMIENTO URBANO.


La expansión agraria se realizó dentro del marco de la clásica sociedad trinitaria: eclesiásticos, guerreros y
campesinos. Los aportes auténticamente revolucionarios de la plenitud del Medievo procedieron de las
transformaciones habidas en el comercio y del renacimiento de la vida urbana.

La génesis de la expansión mercantil.


La figura del mercader gozó de muy poca popularidad hasta fecha muy avanzada del Medievo. Su papel, sin
embargo, fue ganando lentamente la consideración de una sociedad que, a fines del siglo XIII, le admitió sin reservas
en su mundo.
En el Mediterráneo, en donde desde fecha muy temprana ciudades como Nápoles, Venecia, etc. hicieron el
papel de respiraderos comerciales de una Europa que se estaba replegando sobre sí misma. A estas ciudades se
sumaron otras como Pisa o Génova. Esta vitalidad se vería reforzada con las expediciones a Tierra Santa. Venecia,
república de mercaderes desde el siglo X, logró éxitos decisivos, como las crisóbulas que le dieron un lugar de
privilegio en el comercio de Constantinopla. Sus próximos rivales los genoveses, lograron ventajas en los
establecimientos latinos de Jerusalén, Tortosa, Beirut, etc. sedas, especias, algodón, alumbre, transporte de
peregrinos y cruzados fueron la especialidad de los marinos italianos.
Los mares septentrionales desempeñaron un papel también importante en a génesis de la revolución
mercantil.

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Instrumentos y condiciones técnicas del comercio.
a) Las asociaciones de mercaderes.
En el norte fueron gildes y hansas. Al principio no eran más que asociaciones de socorro mutuo y escoltas
armados de los mercaderes. Con el tiempo formarán poderosas asociaciones que juntan sus capitales e
instalan cónsules en las ciudades extranjeras para la defensa de sus intereses.
En el ámbito mediterráneo hay dos figuras: la del socio capitalista y la del tractator que hace le viaje y
puede a veces aportar también algún dinero. Con el tiempo aparecerá un tipo de sociedad más estable:
la compañía, que gira casi siempre en toro a una persona o familia dedicada a distintas actividades.
b) Ferias y mercados.
El mercado tiene un objetivo que no rebasa el del abastecimiento puramente local. El gran comercio se
canaliza a través de las ferias. Las de mayor envergadura fueron las de la Campaña, cuyo ciclo cubría
prácticamente todo el año.

c) Medios e instrumentos de distribución.


El acarreo a hombros de personas o animales sigue siendo el método esencial. Convoyes de caballos,
asnos y mulas se imponen en regiones de relieve difícil. El elevado precio de las carretas hace que su
número sea muy reducido. Las vías fluviales se dedican a las cargas pesadas y mercancías baratas. El
mar es mejor medio de transporte, aunque los riesgos no son menores que por tierra.

d) Moneda y crédito.
El sistema monetario de Occidente al iniciarse la plenitud del Medievo era el de la época carolingia,
sumamente degradado. El desarrollo del comercio acabó movilizando el oro y la plata atesorados.
El crédito se desarrolló también a buen ritmo a pesar de las fuertes trabas eclesiásticas. Judíos y
lombardos se especializaron como prestamistas, circunstancia que les acarreó un pésimo cartel en la
sociedad medieval. Mayores reconocimientos tuvieron cambistas y banqueros: especialistas en el
cambio de moneda y en la negociación con los capitales que se les confiaban en depósito, los banqueros
pronto se convirtieron en un instrumento idóneo.

La madurez del siglo XIII y el gran comercio.


El siglo XIII puede ser considerado como la época dorada de la “revolución mercantil” de la Europa
medieval.
En el ámbito mediterráneo, el avance los cristianos en la Península Ibérica y la toma de Constantinopla por
los cruzados fueron factores básicos en el control comercial del Mare Nostrum por los occidentales, italianos y
catalanes a la cabeza.
El mundo nórdico contrasta fuertemente con el mediterráneo en lo que se refiere a los productos básicos
de su comercio: granos, manteca, lana inglesa, pescado salado, paños flamencos… Brujas se convirtió en la gran
plaza mercantil.

La ciudad medieval: del repliegue a la expansión.


Las ciudades desde el siglo XI abrirán brecha en el cerrado panorama rural. Sin que se pueda hablar de la
desaparición física de la ciudad en la Alta Edad Media europea si puede decirse que experimentó un cierto eclipse
respecto de los tiempos clásicos. La ciudad se replegó sobre sí misma y perdió buena parte de sus viejas funciones
económicas y administrativas.
El renacimiento de la ciudad en la plenitud del Medievo es un proceso difícil de verificar. La tesis tradicional
propone como elemento dinamizador de la vida urbana los mercaderes internacionales que acabaron
sedentarizándose al asentarse al pie de un castillo, abadía, etc.

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Frente a esta tesis surge la de la continuidad. De acuerdo con ella la ruptura no fue tan total entre el Bajo
Imperio y el siglo XI. La existencia de un núcleo preurbano ya romano, que se mantuvo frente a las tormentas de
los siglos V al X. El asentamiento a sus pies de una población –artesanos y mercaderes- producto de la presión
demográfica que empieza a haber en el medio rural ya desde el XI. Con el tiempo los tejedores rurales se convertirían
en rudimentarios comerciantes de lana y luego, al asentarse en los núcleos preurbanos, en mercaderes de telas.
Sobre ambas tesis pueden fijarse matices. En el Mediterráneo y particularmente en Italia, la continuidad es
casi total (Roma, Nápoles, Milán) aunque haya que destacar que algunos núcleos de gran raigambre se ven
desplazados por otros de orígenes mucho más modestos: Génova, Florencia o Pisa. En un segundo nivel se
encontrarían las ciudades con un pasado romano relativo: es el caso de las del área de Flandes. En el tercer nivel
estarían las ciudades de países con muy escaso o nulo pasado romano: Inglaterra o los países eslavos.
Las ciudades pueden tener, además, un carácter distinto al antes reseñado, eminentemente artesanal y
mercantil. De todas formas, el crecimiento de las ciudades es bastante desigual:
· un gran número de pequeñas ciudades
· capitales de provincias o diócesis, con un cierto número de mercaderes, artesanos y clérigos. Sus objetivos
se centran en el control del campo circundante
· las grandes metrópolis internacionales, con un amplio radio de acción comercial o industrial, financiero y
político

Movimiento comunal y autogobierno.


El concepto de “revolución comunal” se ha consagrado para definir lo que fue el movimiento que llevó a
las ciudades a emanciparse de los poderes laicos o eclesiásticos. Las explosiones violentas fueron aisladas. El deseo
de los burgueses u homines novi es el de encontrar un sitio dentro del orden feudal, no destruirlo, de defender unas
libertades amenazadas por derechos señoriales abusivos desde el punto de vista fiscal o jurídico. En última instancia
los señores comprendieron los beneficios que les podría reportar el aflojamiento de los lazos de dependencia: mayor
libertad en el desarrollo del comercio, con las consiguientes ganancias para todos. Algunos monarcas vieron en las
ciudades el apoyo contra un enemigo exterior (Felipe Augusto en su guerra contra los ingleses) o un contrapeso
frente a la prepotencia del estamento nobiliario (caso de los monarcas castellano-leoneses).
Se da la formación de una asociación de vecinos que se comprometen bajo juramento: la conjuratio o comuna.
La violencia del movimiento depende de la resistencia que ofrezcan los poderes establecidos. Los derechos se
concretan en una carta comunal, fuero, etc. La plena autonomía jurídica y administrativa –que sería un tercer paso-
convierte a la ciudad en un pequeño ‘señorío colectivo’. El poder reside en la comunidad de todos los vecinos, pero
con el tiempo se producirán restricciones. La administración será llevada por un Consejo municipal y unos
magistrados –llamados cónsules, alcaldes…-. El poder acabará siendo monopolizado por una clase: el patriciado
urbano, que constituyen el trato más rico de la población y transmite las magistraturas a través de verdaderas
dinastías.

Sociedad y economía en el mundo urbano. La organización del trabajo.


Dos de los estamentos tradicionales, nobleza y clero, logran ocupar un lugar en el medio urbano. La nobleza
desempeña puestos en la vida municipal al lado de los burgueses. El clero es el encuadrador de la vida espiritual de
la ciudad. Durante algún tiempo la enseñanza estará por absoluto en sus manos.
Es sin embargo el patriciado urbano el que tiene la auténtica fuerza en las ciudades. Bien aliándose con la
nobleza o bien cerrando filas, la alta burguesía impuso su poder: la formación de clientelas, la posesión del suelo
urbano, el control del tráfico de mercancías, de las operaciones financieras, etc. De ahí la escisión que se producirá
entre el patriciado (popolo grasso) y la masa popular (popolo minuto) que, a la larga, conducirá a profundas tensiones
sociales desde comienzos del XIV.

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Aparecen las comunidades de oficios, si bien su origen parece oscuro. La estructuración definitiva de las
corporaciones llegará con la plenitud del Medievo. El escalón más bajo está cubierto por los aprendices, que
permanecen no menos de diez años bajo la guarda del maestro. Por encima quedan los oficiales u obreros, que han
de ejercer su oficio durante varios años al lado del maestro. Al rango de maestro se accede desde este último mediante
la confección de la “obra maestra” o el pago de una suma de dinero. Son los propietarios de los talleres y de su
utillaje.
La idea clásica presenta a los gremios como defensores de los intereses de oficio, de los miembros de la
corporación. La realidad parece muy distinta, por ejemplo, por la conversión de los maestros en una verdadera casta.
La asociación de oficiales se mantuvo severamente prohibida hasta fecha muy avanzada. La jerarquización entre los
distintos gremios fue también sumamente rígida y se tradujo en el control de la vida municipal por los de superior
categoría. Se prohibió el acceso de los extranjeros al trabajo, afirmaron sus monopolios e impusieron una gran
división del trabajo, hechos que hicieron perder mucha fuerza a los obreros en sus reivindicaciones o a los gremios
de rango inferior.
Habrá que esperar hasta los primeros años del siglo XIV para que el descontento frente a las oligarquías
urbanas se traduzca en movimientos con perfiles auténticamente revolucionarios.

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4. ESPIRITUALIDAD Y CULTURA EN EL OCCIDENTE DEL XI AL XIII

Las transformaciones sociales que se producen en estos años van a dejar una profunda huella en el campo
de la espiritualidad y la cultura.

EL GRAN IMPULSO MONACAL.


El siglo IX es la época dorada de Cluny, con más de once mil monjes repartidos por todo Occidente.
Algunos de los monasterios son de nueva fundación, otros de antigua, asimilados a través de unos vínculos que casi
habría que calificar de feudales.
La reforma de Cluny fue paralela a la gregoriana y contribuyó a la difusión de la autoridad central del
Pontificado en países del Occidente que hasta ahora habían llevado una vida religiosa un tanto independiente. Sin
embargo, la riqueza alcanzada por la orden desde finales del siglo XI bloqueó sus posibilidades de expansión. Los
viejos problemas no resueltos en su totalidad –dada la mediocridad moral e intelectual del clero- y los nuevos que
fueron apareciendo dieron paso a otras fundaciones más acordes con los tiempos, entre las que destaca la Orden
del Císter.
La figura de San Bernardo se fue agigantando a lo largo de su vida: asceta, autor de una importante
producción literaria, violento crítico de la riqueza y la heterodoxia, la orden se caracterizará precisamente por una
profunda austeridad de vida que no va reñida (como en Cluny), con el trabajo manual.

EL RENACIMIENTO DEL SIGLO XII.


Se trata de un periodo en que se inicia la reconquista del capital de la civilización antigua. Las escuelas
urbanas se convierten en las protagonistas de este proceso.
La escuela de Chartres alcanza su plenitud en estos momentos y podría hablarse por su actividad de un
platonismo chartrense. La escuela de San Víctor es también importante, fundado por un defensor de las tesis
‘realistas’ en el problema de los ‘universales’: los nombres comunes (la belleza, la maldad) considerados como
realidades, no como simples palabras.
Aún sin constituir una escuela propiamente dicha, el movimiento cisterciense contribuyó también a este
esplendor cultural. Pero tan importantes como las escuelas del siglo XII lo fueron también las figuras aisladas de
Pedro Lombardo, Pedro Abelardo (el “primer intelectual del medievo”) o Graciano. Sus aportes habrían de incidir
decisivamente en las corrientes culturales del siglo XIII.

CORRIENTES HETERODOXAS.
La proyección de los movimientos heréticos en la Alta Edad Media no había sido, por lo general, más que
sobre un pequeño ámbito. Pero las nuevas condiciones de vida –desarrollo urbano, centralización pontificia…-
contribuyeron a crear un clima favorable al desarrollo de nuevos movimientos que cabría conceptuar como herejías
de masas:
a) Algunas de las conmociones urbanas de estos años tuvieron un claro matiz religioso. La pataria milanesa
fue una rebelión popular contra el clero corrompido. La revuelta comunal dirigida en Roma a mediados del
siglo XII fue antipapal y antiaristocrática. En una línea similar cabe situar a los movimientos mesiánicos
subversivos, todos ellos marcados por un profundo anticlericalismo y en algunos casos por virulentos
ataques contra las ceremonias y prescripciones de la Iglesia romana.

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b) De mayor trascendencia fue el movimiento valdense, al que se asimilará el de los humiliati de Lombardia,
zona considerada en estos siglos como verdadera “cueva de herejes”. La idea de los llamados ‘pobres de
Lyon’ (predicación entre las masas y mantenimiento de un rígido principio de pobreza voluntaria) no
tendían en principio nada de heterodoxas. El conflicto surgió cuando los discípulos se negaron a someter
su predicación a las directrices de la jerarquía eclesiástica, cayendo ya en la pura heterodoxia: negación del
purgatorio, del valor de la misa, del sacerdocio, etc.
c) Albigenses y cátaros del Midi. La filiación oriental del catarismo parece fuera de duda: las tendencias
espirituales de signo dualista, herederas del maniqueísmo, se habían mantenido en Oriente. Las relaciones
que las Cruzadas y el desarrollo comercial establecieron entre las dos cuencas del Mediterráneo
constituyeron un buen canal de transmisión de ideas. Se produjo una rápida difusión de la herejía sobre
todo en Tolosa, Carcasona, etc. Una región con una personalidad bastante marcada desde el punto de vista
cultural (una lengua propia, un gran desarrollo de la lírica) y político (una autonomía casi total en relación
con la Corona francesa).
Los albigenses recogieron la idea de la existencia de los dos principios: el del Bien y el del Mal, creador este
último de todo lo malo y material que había sobre la tierra. Los sacramentos quedan abolidos.
Todas las categorías y condiciones sociales del Midi se vieron en mayor o menor grado comprometidas con
las nuevas ideas: la alta nobleza adoptó una postura claramente tolerante en relación al catarismo, la baja nobleza
dio un fuerte contingente de adeptos, el bajo clero, la gente de medios urbanos (mercaderes y artesanos) y ya en
fecha tardía los campesinos, poco preocupados tiempo atrás por sutilidades teológicas.

***
Para desarraigar la herejía la Iglesia echó mano de distintos procedimientos, en principio más sutiles para
optar finalmente por medios más expeditivos. Los cruzados convocados por el fanático Simón de Monfort iniciaron
una matanza en 1209 en donde fueron pasados por el cuchillo gran número de herejes y católicos
indiscriminadamente. Cuatro años más tarde el rey de Aragón, al tratar de defender a sus vasallos del sur de Francia
de lso abusos de los cruzados, fue derrotado y muerto. La independencia del Midi quedaba ahogada en sangre.
Los Concilios de Verona y Avignon en 1184 y 1209 respectivamente pueden ser considerados como puntos
de partida en la creación de la Inquisición. El aparato represivo adquiría unos perfiles más definidos.

EL NUEVO SIGNO DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS: DOMINICOS Y FRANCISCANOS.


Nacen nuevas órdenes:
1. Dominicos. Domingo de Guzmán.
La regla de la orden quedó definitivamente estructurada en 1228. Junto a la vida canónica y monástica tenía
un importante lugar la predicación y el estudio. Se renuncia a la propiedad individual y colectiva, a exclusión
del convento y los instrumentos de trabajo.
La sólida estructuración del papel que en el mundo del pensamiento desempeñaron los predicadores
constituyeron excelentes armas al servicio de la Iglesia romana.
2. Franciscanos. Francisco de Asís.
Primera regla aprobada en 1209 y la definitiva en 1223 por Honorio III. Las Clarisas y la Tercera Orden de
San Francisco supusieron las proyecciones del espíritu franciscano hacia las mujeres y seglares. Frente a la
predicación sabia y dogmática de otras órdenes, estos frailes impusieron otra de signo moral y elemental.
El respeto a los sacerdotes y la sumisión a la Santa Sede les diferenció de las sectas heréticas.
Sin embargo, los primeros síntomas de crisis se presentaron a los pocos años de la muerte de su fundador.
Los primitivos objetivos de pobreza evangélica fueron progresivamente marginados.

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Al lado de dominicos y franciscanos fueron surgiendo otras órdenes mendicantes secundarias: los
carmelitas, orientados hacia el trabajo manual y las duras mortificaciones; y los agustinos, que terminaron por
adoptar unas actitudes de marcado sabor dominico.

LA GÉNESIS DE LAS UNIVERSIDADES.


A fines del siglo XII las lenguas vulgares derivadas del latín se han convertido ya en vehículos de expresión
literaria. Los poemas épicos y la lírica trovadoresca son excelentes expresiones (Cantar de Mío Cid). Los poemas de
los trovadores abren en las clases cultas un nuevo sentido de vida: el amor cortés, que revaloriza el papel de lo
sentimental y de la mujer en una sociedad dominada por la violencia.
Las nuevas orientaciones de la cultura y el pensamiento durante el siglo XIII se apoyaron en cuatro pilares:
la creación de las órdenes mendicantes, el descubrimiento de Aristóteles, el contacto con la filosofía árabe y la
fundación de Universidades.
En este contexto la Sicilia normanda y sobre todo la España del momento jugaron un papel decisivo como
eslabón entre la Cristiandad y el Islam. Con Averroes (1123-1198), cordobés teólogo, médico, jurista, matemático y
comentador por excelencia de Aristóteles. A lo largo del XII surgen en la España cristiana una serie de focos
culturales, elementos todos de atracción para los estudiosos de todos los países. Los del valle del Ebro abrieron
brecha: Barcelona, Lérida, Zaragoza, Tudela y Tarazona; muchos de los estudiosos pasaron más tarde a Toledo, en
dónde se crearon también condiciones favorables para unos amplios contactos.
En el siglo XIII y bajo el impulso de Alfonso X la línea marcada años antes sigue su camino. La permanencia
de importantes contingentes de población judía y árabe facilitó enormemente la tarea.

***
La gran eclosión del siglo XII exigió en la centuria siguiente un gran esfuerzo de asimilación y
sistematización. Las Universidades europeas serán los centros en donde estos esfuerzos den sus frutos. En líneas
generales fueron el resultado del impacto del movimiento corporativo medieval en el mundo de los estudios. El
impulso que llevó a los oficios a organizarse en corporaciones llevó a la gente de estudios a agruparse a fin de evitar
el monopolio de la jurisdicción episcopal.
Hay Universidades espontáneas, como las de París, Bolonia y Oxford, nacidas de escuelas preexistentes.
Otras surgen de la emigración de un grupo de estudiantes a otra Universidad, caso de Orleans, Padua y Cambridge.
Por último, las creadas por Papas o monarcas, como Nápoles, Tolousse o las españolas.
Dos Universidades despuntan por encima de todas: Bolonia y París. Bolonia aparece ya en el siglo XII y se
consolida hacia el 1230. París presenta sus primeros privilegios en 1200 por Felipe Augusto y se confirma en 1215
de mano de Inocencio III.
Antes de 1300 había ya fundadas en Europa 44 universidades. Nápoles en 1224, Tolosa en 1229, Salamanca
en 1243, Roma en 1244… La enseñanza de carácter profundamente cristiano hizo de la Universidad europea una
verdadera república de clérigos enseñantes, auténtica osamenta intelectual del Occidente cristiano. Oxford y París
acaparan las figuras del momento.
Destaca Santo Tomás de Aquino, nacido en 1226 en el seno de una familia noble napolitana acabará
teniendo extraordinario éxito en París. Tomás destaca como ordenador y artífice de una síntesis armónica de la
revelación cristiana y la filosofía aristotélica. Su obra teológica, a pesar de algunos recelos, acabará imponiéndose en
toda la Iglesia a través de los dominicos.
Frente al tomismo que juzgó a Aristóteles de manera benevolente, pero con gran independencia, el
averroísmo latino adoptó la postura tajante de identificar a Aristóteles como la filosofía misma. La filosofía no es

22
tanto la búsqueda de la verdad como la investigación del pensamiento de los filósofos, y del estagirita en concreto.
Verdad y filosofía son cosas distintas.

VÍAS DEL PERFECCIONAMIENTO RELIGIOSO.


En las altas esferas, Roma trabajó para someter a los poderes locales, ahogar la disidencia e imponer su
influencia, ofreciendo a las masas de fieles unas vías de salvación y perfeccionamiento. Será el culto a los santos,
cuyas vidas aparecían como modelos a seguir, o la práctica de las peregrinaciones: las de Jerusalén (meta de
palmeros), Roma (romeros) y Compostela (meta de peregrinos propiamente dichos).
Hacia 1300 por tanto ningún sector de la sociedad europea parecía escapar a la influencia de Roma.

23
5. HACIA LA RUPTURA DEL EQUILIBRIO EN LA EUROPA OCCIDENTAL

La relativa estabilidad alcanzada por las monarquías occidentales a mediados del siglo XII tiende a
desembocar, desde fines de la centuria, en una serie de tensiones. El periodo en torno al año 1300 puede tomarse
como el prólogo de la crisis general de la Baja Edad Media.

LOS ÚLTIMOS CAPETO.


El sucesor de San Luis sería Felipe III, bajo su reinado (1270-1285) los dominios de su tío Alfonso de
Poitiers (Poitou y Tolosa) revirtieron a la Corona a la muerte de su titular. El pequeño reino de Navarra pasó también
a la órbita política francesa desde 1274.
Felipe IV el Hermoso reinó desde 1284 hasta 1314. Su proceder estuvo cargado de contradicciones: hombre
devoto como su abuelo, pero político a menudo indecoroso e hipócrita. Hay que tener en cuenta que muchas de las
impopulares medidas que el monarca y sus consejeros tomaron lo fueron en momentos particularmente difíciles
que anunciaban lo que iba a ser la gran crisis del siglo XIV: devaluación monetaria, represión de algunas revueltas,
etc. Pero la política de autoritarismo monárquico arrojó un saldo positivo. Con Felipe IV puede decirse que se
concluye la obra iniciada por los primeros Capeto. Nunca el territorio francés –a pesar de la existencia de grandes
principales feudales- se pareció tanto a un reino perfectamente definido. La política de “unidad nacional” fue paralela
a la de consolidación institucional.
En 1294 Bonifacio VIII accedía al solio pontificio. Su enfrentamiento con Felipe IV se desarrolló en una
auténtica escalada de roces. Como en los tiempos de Gregorio VII y Enrique IV, se desató en estos años una
verdadera guerra. Los defensores de la teocracia sostuvieron que la Iglesia poseía el dominio real, mientras que a los
príncipes sólo les correspondía el dominio útil. Los autores contrarios a la teocracia oscilaron entre la defensa de la
independencia de los dos poderes y el simple despojo de los bienes temporales de los pontífices como primera fase
de una reforma a fondo de la Iglesia de la que Francia debía ser patrocinadora.
Felipe IV dejó actuar y el consejero real irrumpió en la residencia pontificia. Aunque Bonifacio VIII logró
ser liberado y trasladarse a Roma, murió al poco tiempo. Sus sucesores no se atrevieron a seguir la polémica. La
victoria de la monarquía francesa era de una gran importancia.

***
El proceso de los Templarios ha contribuido, quizá más que su enfrentamiento con la Santa Sede, a
alimentar la leyenda negra de Felipe IV.
Es cierto que, como instrumento militar, la Orden había perdido bastante de su razón de ser desde que los
latinos fueron definitivamente expulsados de Tierra Santa. El Temple no sólo poseía entonces enormes riquezas,
sino que era el auténtico banquero del rey y de los grandes señores. Los consejeros de Felipe IV fueron creando el
clima necesario que habría de desembocar en el arresto de todos los miembros de la Orden del Temple en territorio
francés debido a una serie de graves acusaciones: blasfemia, sodomía, prácticas de ritos esotéricos… Entre 1311 y
1312 se procede a disolver la Orden y su maestre y un grupo de caballeros son condenados a la hoguera.
A Felipe IV, muerto en 1314, le suceden en un breve periodo de catorce años sus tres hijos: Luis X, Felipe
V y Carlos IV. Con ellos se extingue la dinastía.

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LA INGLATERRA DE LOS PRIMEROS EDUARDOS.
El príncipe Eduardo accede al trono tras la muerte de Enrique III en 1272. Su labor administrativa y
legislativa le mereció el apodo de “Justiniano inglés”. Con él se asiste a un perfecto equilibrio entre la autoridad real
y las nuevas fuerzas político-sociales surgidas durante las pasadas crisis. En 1295 fue reunido el Parlamento Modelo,
un nuevo paso en la perfilación de la Cámara de los Comunes. Inglaterra era hacia el 1300 el Estado mejor
organizado de toda la Europa occidental.
La política exterior de Eduardo I fue menos afortunada. En Gales, reducto del celtismo, el monarca
combatió duramente contra una tenaz resistencia nacional. El país fue sometido a un duro régimen de ocupación,
pero su sometimiento acarreó grandes gastos al Estado inglés. Durante algunos años, en torno al 1300, los objetivos
político-militares parecieron alcanzarse por el monarca, pero a su muerte la rebelión retornó a Escocia. Por otro
lado, la confiscación de Guyena por el Capeto en 1295 habría de volverse contra él. A la larga el problema de la
Guyena constituirá uno de los pretextos para la intervención masiva inglesa en el continente que acabará en la Guerra
de los Cien Años.

***
En los veinte años de gobierno de Eduardo II la obra de su antecesor estuvo a punto de sufrir un serio
deterioro. La guerra de Escocia, mal conducida, y la entrega del poder a favoritos enfrentaron al rey con los barones
y el Parlamento. La oposición se organizó entonces en torno a la reina Isabel. En 1327 el monarca fue obligado a
abdicar y desapareció misteriosamente. Durante tres años la reina gobernó en nombre del menor príncipe Eduardo,
quien se deshizo de sus tutores con un golpe de fuerza. Se inició así uno de los reinados más largos de la historia de
Inglaterra.

LOS REINOS HISPANO-CRISTIANOS.


Hay dos grandes Estados hispano-cristianos en este momento, las Coronas castellano-leonesa y catalano-
aragonesa, y el reino del Portugal:
1. Corona castellano-leonesa.
A la muerte de Alfonso X se abre la primera gran crisis de la Castilla del siglo XIII. Al calor de esta
pugna la aristocracia castellana (la nobleza vieja) trató de impedir el reforzamiento de la autoridad real.
Estos hechos mantuvieron a Castilla en una continua tensión.
Desde 1325, al ser reconocido mayor de edad Alfonso XI, se abre para la Corona un periodo brillante,
consiguiendo aplastar a la nobleza y reconducir la lucha contra el Islam. Frente al Islam, Alfonso XI
dio culminación a la batalla del Estrecho iniciada bajo Sancho IV con la toma de Tarifa en 1292.
2. Corona de Aragón.
En 1282 la Corona se instala en Sicilia. El choque angevino-aragonés se resolvió en los primeros años
en una serie de rotundos éxitos de las naves catalanas. Bajo Jaime II (1291-1327) la confederación
catalano-aragonesa acumuló nuevos éxitos internacionales, quedando también Cerdeña bajo su órbita,
pero el mayor éxito del monarca en relación con Castilla sería la incorporación de parte del reino de
Murcia en 1304.
Como contrapartida de esta brillante política exterior los monarcas catalano-aragoneses se encontrarán
en dificultades frente a la nobleza aragonesa. La tensión entre aristocracia aragonesa y realeza se
convertirá en adelante en una constante.
3. Portugal.
Bajo el reinado de Don Dionís (1279-1325) Portugal conoce el periodo de plenitud de su historia
medieval. Concluida años antes la Reconquista y delimitadas las fronteras con Castilla en 1297, el “Rei
Lavrador” dio un fuerte impulso a las actividades económicas y culturales. La consolidación del poder
real será un hecho palpable con Alfonso IV (1325-1357).

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4.
LOS SIGLOS BAJOMEDIEVALES
SIGLOS XIV Y XV

4.1. Población y economía en la Baja Edad Media


4.2. La crisis espiritual y las nuevas corrientes culturales
4.3. Europa, de la Guerra de los Cien Años al autoritarismo monárquico
4.4. Los turcos otomanos y el fin del mundo bizantino

1. Población y economía en la Baja Edad Media


La crisis económica y social de la BEM 2
El comercio en la BEM 6

2. La crisis espiritual y las nuevas corrientes culturales


El Pontificado de Aviñón 9
El cisma y la crisis conciliar 9
Hacia la secularización de la teoría política 10
Los movimientos heterodoxos 10
Las transformaciones intelectuales en la BEM 11

3. Europa, de la Guerra de los Cien Años al autoritarismo monárquico


El Occidente europeo durante la Guerra de los 100 Años 13
La marcha hacia el autoritarismo monárquico en la Europa occidental 17
Alemania e Italia a la búsqueda de la estabilidad política 18

4. Los turcos otomanos y el fin del mundo bizantino


Los Paleólogo entre occidentales y turcos: los comienzos del poderío otomano 22
El intermedio timúrida 23
El nuevo empuje otomano y la caída de Constantinopla 23

1
1. POBLACIÓN Y ECONOMÍA EN LA BAJA EDAD MEDIA

LA CRISIS ECONÓMICA Y SOCIAL DE LA BAJA EDAD MEDIA.

Los siglos XIV y XV, el otoño de la Edad Media, son el periodo de desgaste de unas estructuras materiales
y mentales configuradas en las anteriores centurias y el puente hacia la Modernidad: crisis política (Guerra de los
Cien Años), crisis espiritual (Cisma de Occidente, conciliarismo, movimientos heterodoxos que preludian la
Reforma protestante, etc.) y crisis económica y social.

Problemática e interpretación de la crisis.

El problema resulta enormemente complejo por cuanto cada región presenta unos matices diferentes de los
de su vecina.

Los autores marxistas y no marxistas se en enfrentado a la hora de dar una explicación general de las grandes
conmociones sociales que sacuden la Europa de los dos siglos finales del Medievo. Para los no marxistas las causas
se encuentran en un fenómeno de recesión económica. Para los marxistas se trata de algo más profundo: es la crisis
de la feudalidad. Pero el feudalismo, considerado como modo de producción, no se disolverá de inmediato, sino
que seguirá perviviendo, frente a la presión de las primeras formas capitalistas en la ciudad y en el campo, a lo largo
de los siglos siguientes, e incluso se recrudecerá en algunas manifestaciones de opresión hacia el campesinado.

No ha sido fácil tampoco el conflicto entre historiadores a la hora de calificar a los movimientos sociales
del siglo XIV y XV: ¿revoluciones o revueltas? Siguiendo la pausa trazada por Engels, el problema no estaría en la
utilización de un concepto determinado, sino más bien en fijar la naturaleza de las fuerzas en pugna. Corremos el
riesgo de trasponer situaciones actuales e ideas demasiado generales (“lucha de clases”, por ejemplo). Más que lucha
de clases, ¿no se podría hablar las más de las veces de pugnas entre élites? Muchas de las conmociones populares
del Medievo tienen un sentido más ‘reaccionario’ que ‘revolucionario’.

Distintos factores, ya sean de orden político, jurídico o fiscal, son capaces de desencadenar un conflicto.
Las explosiones también pueden ir cargadas de una fuerte carga emocional, como la revolución husita en Bohemia
o las explosiones antisemitas de la Península Ibérica desde finales del XV.

Con frecuencia hay que distinguir entre campo y ciudad. Los dos ámbitos pueden tener unas peculiaridades
propias, pero es preciso tener en cuenta que la ciudad medieval fue en muchas regiones de Europa un ente
profundamente ruralizado.

La existencia de un poder monárquico sólido contribuye a amortiguar los efectos de las conmociones.
Donde este poder no se da, caso de las ciudades italianas, acabará imponiéndose alguno de signo semejante, que
devolverá la estabilidad a cambio de la claudicación de los ciudadanos en sus derechos.

Las raíces del descontento hay que encontrarlas en el mismo desarrollo económico que el Occidente
experimentó durante la plenitud del Medievo, que produjo unos fuertes desniveles sociales. La primera fase de los
conflictos está marcada por el enfrentamiento entre los “grandes” y los “medianos” y cubre la primera mitad del
siglo XIV. El segundo momento –años centrales del siglo XIV- está marcado por las revueltas contra la miseria. La
tercera etapa –la segunda mitad del siglo XIV- es considerada como la de los años revolucionarios.

Por último, el siglo XV cubre una amplia gama de movimientos muchos de los cuales se desenvuelven con
el trasfondo de guerras abiertas. Otros (la guerra de los campesinos en Alemania) constituyen la primera parte de un
conflicto que se alargará hasta el siglo XVI. En la Península Ibérica los conflictos sociales adquieren diversidad de
matices según las regiones: irmandiños en Galicia, forans de Mallorca y el movimiento revolucionario de Cataluña,
el más complejo de todos.

El problema de la regresión demográfica.

2
El hambre, la peste y la guerra constituyeron hechos catastróficos para una demografía europea
particularmente sensible a todo tipo de embestidas. Fenómenos de este tipo no constituyeron ninguna novedad,
pero sí la intensidad con la que se manifestaron en estos años. Se ha calculado que entre 1347 y 1350 Europa había
perdido un tercio de la población:

a) La crisis de subsistencias fue la primera en aparecer.


Una serie de cambios en las condiciones climáticas en los primeros años del XIV incidieron de forma
calamitosa en la producción cerealista, base de la alimentación del hombre medieval. Los efectos más
sensibles se produjeron en el medio urbano, en donde se crea una verdadera obsesión por el abastecimiento,
y entre las capas más miserables del campesinado. A las desfavorables condiciones climáticas hay que unir
el agotamiento de los suelos menos propicios por parte de unas prácticas agrícolas demasiado primitivas.
b) La guerra.
Que fue en el Medievo casi siempre algo familiar. Lo nuevo fue la continuidad con la que las operaciones
bélicas fueron conducidas. Alemania e Italia se mantuvieron en casi permanente estado de anarquía y guerra
civil hasta muy avanzado el Cuatrocientos. Y las monarquías occidentales conocieron el largo conflicto de
la Guerra de los Cien Años, que agotó Inglaterra y arruinó a amplias regiones de Francia.
c) La peste negra.
Vino a unirse a toda esta serie de calamidades de signo apocalíptico. La epidemia, llevada a través del
Mediterráneo por unos marinos genoveses procedentes de Crimea, se enseñoreó a partir del 1348 de buena
parte de Occidente, actuando sobre unas poblaciones particularmente débiles por los años de escasez
precedentes.

Hasta 1430 Europa no recupera la población de 1347. La brusca contracción demográfica trajo una serie de
consecuencias: la conversión de zonas de pasta de muchas tierras marginales y la desaparición de muchos núcleos
de población.

Inquietudes y transformaciones en el medio rural.

Las oscilaciones sufridas por precios y salarios fueron evidentes. Así, la “Gran hambre” hizo ascender el
precio del trigo en Inglaterra. En Flandes en 1316 el precio del trigo fue veinticuatro veces superior al de tiempos
normales. Con la gran oleada de peste, el consiguiente descenso de la producción volvió a elevar por algún tiempo
el nivel de precios, pero a partir sobre todo del 1370 estos vuelven a caer. Productos ligados al ámbito rural
mantienen mayor estabilidad en sus precios: vino, carne, manteca… Los salarios se mantuvieron estables hasta 1320,
pero su progresiva elevación se precipitó con la peste negra y la consiguiente escasez de mano de obra.

La inquietud en el ámbito campesino ha tenido su reflejo en una serie de conmociones, los furores
campesinos, que sacudieron Occidente desde los inicios del siglo XIV. El fondo común lo constituyen no solo el
malestar que la guerra produce, sino también una serie de punciones fiscales consideradas abusivas por el
campesinado:
- La insurrección del litoral flamenco fue reflejo del espíritu de independencia de un campesinado no
precisamente miserable levantado contra el poder establecido. La rebelión concluyó con la intervención
francesa y la derrota de los sediciosos en 1328.
- Menos organizada que la anterior fue la rebelión de los campesinos franceses: la jacquerie, en 1358. Se
trtó de un violento movimiento de protesta de los aldeanos contra las gentes de armas y nobles,
acusados de no cumplir con sus funciones de defender el país. Numerosas mansiones señoriales fueron
saqueadas hasta que Carlos de Navarra, al frente de un ejército, aplastó a los jacques.
- La insurrección de los trabajadores ingleses de 1381 fue sin duda la mejor articulada. Los rebeldes, sin
embargo, no constituyeron un frente compacto: de un lado, se encontraba un gran número de
campesinos acomodados que deseaban la abolición de la servidumbre, la reducción de las prestaciones
de trabajo y una mayor intervención en la comercialización de los productos agrícolas. De otro lado,
había campesinos auténticamente pobres, sin tierras. Las bandas armadas llegaron a penetrar Londres.
Armados los caballeros la rebelión fue liquidada y los principales cabecillas ejecutados.

Pero los furores campesinos no se limitaron a estas tres grandes conmociones, sino que a lo largo del siglo
XV también la inquietud en los medios campesinos se extiende a zonas hasta entonces relativamente pacíficas:

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- En Bohemia, en donde el problema se encuentra entreverado con la revuelta nacional husita, religiosa
en principio pero con toda una serie de nuevos significados después.
- En Alemania, en donde se produce en 1476 el movimiento dirigido por Hanselin de Helmstatt, sus
exhortaciones impulsaron a los campesinos a negarse al pago de los derechos señoriales y a repudiar
todo tipo de jerarquía. Aunque prendido y luego ejecutado como hereje, Hanselin se convirtió en el
precursor de las graves convulsiones sociales que sacudieron a la Alemania de la reforma luterana.
- En los reinos hispánicos cable hablar de tres grandes movimientos campesinos: el remensa catalán, el
forense de Mallorca y el irmandiño gallego:
· Sobre el payés actuaban importantes gravámenes, y a lo largo del XIV y XV la situación se puso cada
vez más insoportable para él
· La oposición entre ciudadanos de Mallorca y campesinos o forans se hizo más grave desde mediados
del siglo XIV, en que los primeros, ante el empobrecimiento mercantil vieron en las rentas de la tierra
un medio para resarcirse. A esto se une la patenten inmoralidad administrativa, así que el único resultado
posible era la rebelión, dirigida por Simón Tort, que sitió Palma en 1450. La rebelión, aunque sofocada
años más tarde, se dejó sentir durante la segunda mitad del XV.
· La revuelta de los irmandiños gallegos adquiere su mayor grado de crudeza entre 1467 y 1469. El
medio social gallego estaba caracterizado por una profunda señorización y la Corona de Castilla estaba
dominada por una situación anárquica general.

Las conmociones del mundo campesino facilitaron un proceso de profundas transformaciones a lo largo
de los siglos XIV y XV. En líneas generales se ha hablado de un golpe de muerte al sistema de producción de signo
dominical. No se puede generalizar, sin embargo, el hecho de que al calor de la reconstrucción económica inciciada
en el siglo XV, el proceso de emancipación del campesinado haya seguido su curso. En Alemania, por ejemplo,
apoyados en la disolución del poder del Estado, los señores proceden a someter a los campesinos a una nueva
servidumbre. En algunas zonas como Francia o Cataluña, la burguesía se una a la nobleza como propietaria de
tierras.

En el caso castellano, la aparición de la oveja merina en España hacia el 1300 –seguramente por aclimatación
de esta especio del Norte de África gracias a los genoveses- provocó el gran boom lanero. A través de tres cañadas
(leonesa, segoviana, manchega) los rebaños pasan de los pastos de invierno a los de verano. A parte de su realidad
jurídica, la Mesta tiene otra de carácter social no menos importante, ya que se trata de un organismo controlado por
los grandes linajes, monasterios y Órdenes Militares, que detentan los principales cargos. La estructura de la
ganadería castellana dio pie a la perfilación de una sociedad aristocrática que vive del latifundio y de la recepción de
rentas.

La agitación en los medios urbanos.

En el siglo XIII el patriciado urbano había asumido en todas partes el gobierno de los municipios. Fuerza
política y económica, su interés estaba en reducir al máximo la representatividad política y los beneficios de la clase
trabajadora. Los descontentos, sin embargo, no llegarán salvo contadas excepciones, a formar un frente homogéneo.
Resulta difícil, por tanto, hablar de revolución democrática cuando en numerosas ocasiones el descontento está
encabezado por burgueses acomodados que sólo usan de lso grupos populares como simple masa de maniobra.

La agitación en el medio urbano, además, no siempre viene dada por unas condiciones económicas
desfavorables. Hay que tener en cuenta también otros factores de peso: la anarquía política, las inquietudes religiosas
que conducen a tumultos populares –persecuciones antisemitas en la Castilla de 1391- o auténticas guerras de
religión como las desatadas en Bohemia.

Hay que tener en cuenta que la gravedad de las agitaciones en el medio urbano queda restringidas a áreas
muy determinadas. En las zonas como Inglaterra, Francia o los reinos ibéricos, en donde existe un poder monárquico
que puede hacer de árbitro de la situación, las conmociones son poco duraderas. En ciudades como Venecia, con
gobiernos sólidos, lo mismo. Las ciudades flamencas y algunas italianas van a ser las principales protagonistas del
movimiento:

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A. Las revueltas en Flandes comienzan en los mismos inicios del siglo XIV. Entre 1301 y 1302 los “medios”
de Brujas provocan un sangriento motín contra el patriciado y la ocupación francesa. Brujas volvió a ser
escenario de una nueva revuelta en 1328 que acabó en una nueva derrota a manos de los franceses.
Gante tomará la iniciativa en los años siguientes en cuanto al movimiento revolucionario. Al frente de la
revuelta se colocó un rico patricio y años más tarde, en 1379, su propio hijo volvería a encabezar un
movimiento de este tipo, derrotado por el duque de Borgoña con la colaboración de la flota de Castilla. Era
el golpe de muerte para las libertades del país. En lo sucesivo la historia de Flandes se liga a la del ducado
de Borgoña, las rebeliones que se desaten en el siglo XV serán duramente reprimidas y Brujas dejará su
puesto a Amberes como puerto comercial.

B. Los conflictos sociales en las ciudades italianas son casi constantes a lo largo del siglo XIV. En su origen se
deben a la rivalidad entre las dos facciones en que se dividirá la oligarquía patricia: blancos (partidarios de
dar entrada al elemento popular en el gobierno) y negros (lo contrario). Alteraciones populares las conocen
casi todas las ciudades italianas, pero sobre todo Florencia.
En 1342 el odio contra la oligarquía dirigente del popolo grasso, popolo minuto y ciompi –masa de trabajadores
no cualificados- los agrupó tras el duque Atenas Gualterio de Brienne, que ejerció la dictadura unos meses,
siguiendo un periodo de dos años desoladores para Florencia, que sufrió una gravísima carestía, si bien el
clima de violencia desatada sólo se dejó sentir en 1378 con el Tumulto de los Ciompi. La conmoción se
inició cuando se propuso una ley por la que no se excluyese de las magistraturas a personas con antecedentes
familiares gibelinos. Fue el primer paso para la ruptura del monopolio político de la vieja oligarquía. La
circunstancia fue aprovechada por la masa popular, utilizada demagógicamente por el Médicis como fuerza
de choque. Tuvo lugar una verdadera explosión popular con el asalto al palacio de la señoría y a las
mansiones de las grandes familias, pero la oligarquía patricia se hizo de nuevo con el poder. De esta confusa
situación sabrá sacar partido una familia, los Médicis, para convertir el gobierno de Florencia en un régimen
personal hereditario.

C. En el resto de Europa occidental, los conflictos sociales a escala urbana tuvieron unas características menos
radicales, dado el menor grado de desarrollo de la vida ciudadana:
- En Francia será el gran conflicto de la Guerra de los Cien Años la circunstancia que provoque el
crecimiento de la inquietud. En 1356 la burguesía de París, con Esteban Marcel a la cabeza, trató de
intervenir directamente en los asuntos de Estado a través de una profunda reforma. Mercel trató de
dominar al Delfín Carlos, pero su muerto en un motín popular facilitó el triunfo del Delfín y la
liquidación del movimiento revolucionario.
De mayor trascendencia es el movimiento impulsado por los gremios de París, particularmente el de
carniceros. El conflicto se apoyó en buena medida en la guerra civil que dividió a Francia en dos partidos
nobiliarios a inicios del siglo XV: borgoñones y Armagnacs. El conflicto acabará enlazando con una
nueva etapa en la Guerra de los Cien Años marcada por la ocupación anglo-borgoñona de buena parte
del territorio francés, París incluido.
- En Bohemia la revolución husita tiene su reflejo en el medio urbano pragués tanto como en el mundo
campesino checo.
- En la Península Ibérica la agitación en los medios urbanos adquiere unos violentos ribetes antisemitas.
La intervención del poder arbitral de la monarquía se impondrá en más de una ocasión para el
restablecimiento del orden, por más que ello sea en muchas ocasiones en detrimento de las viejas
libertades municipales.
El caso de Barcelona constituye un capítulo aparte. Los graves conflictos por los que atraviesa la ciudad,
particularmente en el siglo XV, son producto en buena medida del marasmo económico en que el
principado catalán va cayendo. A la larga acabará imponiéndose la política de autoritarismo real a costa
de toda una guerra civil.
En Portugal se desata una guerra civil entre la nobleza portuguesa pro-castellana contra la burguesía y
el bajo pueblo. El triunfo de esta última facción lo es también el de unos intereses de clase que van a
marcar el futuro destino de Portugal: el impulso a la política de descubrimientos ligada a unos intereses
de orden mercantil.

***

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Dos siglos de revueltas urbanas no han tenido unos resultados estrictamente democráticos, pues la masa
popular seguirá sin acceder a los puestos de gobierno. Pero al menos se produjo la ruptura en muchos casos del
cerrado monopolio de las oligarquías a favor de los gremios (de los ‘medianos’). Pero en muchos casos, también, las
ciudades capitularon ante el poder arbitral del príncipe, capaz de garantizar paz y orden.

EL COMERCIO EN LA BAJA EDAD MEDIA.

La serie de calamidades que afectaron a la Cristiandad a lo largo de los siglos XIV y XV incidieron de forma
palpable sobre las actividades mercantiles. Sin embargo, no se podría hablar de crisis del comercio. Por el contrario,
en medio del cúmulo de dificultades, el comercio experimenta una serie de transformaciones que van a capacitar su
posterior impulso. La apertura del Estrecho y, con posterioridad, la política atlántica de la Corona de Castilla y sobre
todo de Portugal, son expresiones de una vitalidad indudable. Tanto como el desarrollo de unas técnicas en embrión
ya en los siglos anteriores.

Los fundamentos y las técnicas de las transformaciones mercantiles.

La evolución de las técnicas en el transporte por tierra apenas experimentaba avance en relación con el
periodo anterior. Los adelantos más importantes se siguen produciendo en el ámbito naval. La síntesis de todos los
adelantos de la arquitectura naval lo dará la aparición de la carabela, nave de tres palos en la que alternan la vela
cuadrada motriz y la vela latina triangular para la maniobra. Más sólida que la clásica galera mediterránea, la carabela
va a ser la gran protagonista de los descubrimientos del siglo XV.

En el ámbito de las ferias, la decadencia de las de Champaña no indica que el sistema haya quebrado. Por
el contrario, presencian el nacimiento de otras nuevas. Empiezan a desarrollarse a partir del siglo XIV: las grandes
sociedades y compañías mercantiles. Se trata de organismos más permanentes que desarrollan sus operaciones sobre
un ámbito determinado. Los Médicis fueron el mejor exponente de esta tendencia, con filiales de su banca en las
más importantes ciudades europeas, varias empresas textiles en Florencia, etc.

Junto a los bancos privados, los bancos públicos empezaron a desarrollar su actividad en Italia desde el siglo
XIV. El más célebre de todos fue la Banca de San Giorgio de Génova. Sobre las mismas pautas se creará las Taules
de Barcelona y Valencia, la primera fundada en 1401 para recibir como caja central de ingresos los tributos
municipales, testamentarías y secuestros. Otros medios complementarios contribuyeron a flexibilizar las actividades
mercantiles como el seguro marítimo o la letra de cambio.

Los ámbitos mercantiles del mundo mediterráneo.

El comercio del mundo mediterráneo se organiza ante todo en función de las factorías de Levante, donde
se formaron las grandes fortunas de Italia. Génova y Venecia serán las grandes beneficiarias, enfrentadas entre sí
más de una vez en Oriente y con los catalanes en Occidente.

a) Con Oriente los italianos tienen prácticamente el monopolio del tráfico mercantil. Desde 1350, la caída
del Imperio Mongol, las devastaciones de Tamerlán y el avance turco, amén de la rivalidad entre Génova
y Venecia acabarán provocando profundas transformaciones. La ruta del Norte no facilita ya los
productos del Lejano Oriente, sino los puramente locales. Para importar aquellos habrá que contar de
nuevo con el intermedio musulmán:
- Los venecianos concentraron sus esfuerzos en Beirut y Alejandría, volcándose en el tráfico de productos
de lujo, especias y seda
- Los genoveses, desde Focea, Quíos, etc. se orientan más al tráfico de mercancías pesadas. La presión
turca que culminará con la toma de Constantinopla obligó a los genoveses a buscar compensaciones en
Occidente frente a las pérdidas sufridas en Levante.
El comercio catalán tuvo también una notoria actividad en Oriente. Desde fines del siglo XIII hasta
mediados del siglo XIV, Alejandría conoce un marcado predominio de mercaderes súbditos de la

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Corona de Aragón. La crisis interna del principado catalán y más tarde la intervención de los Reyes
Católicos hará reducir este comercio.

b) En el Occidente, en el siglo XIV, la confederación catalano-aragonesa fue una de las potenciadoras del
tráfico mercantil en la cuenca occidental. Sobre el Norte de África los catalanes ejercerán un verdadero
protectorado político paralelo a unos importantes intercambios mercantiles.
Los genoveses, debilitadas sus posiciones en Oriente, desplazaron buena parte de sus actividades. El
gran éxito de los genoveses estuvo, sin embargo, en su instalación en Sevilla y su hinterland y en intensa
penetración en el reino de Granada. En ella pudieron obtener aquellos productos difíciles de importar
ya desde Oriente por la amenaza turca. El puerto de Málaga se convirtió en uno de los emporios
mercantiles del Mediterráneo Occidental.
Los venecianos lograron mantenerse sólidamente en Oriente, en la isla de Chipre. Su victoria sobre
Génova a principios del XV y las conquistas en el valle del Po a costa del ducado milanés, hicieron de
Venecia una de las potencias italianas de primera fila. Su fortuna comercial, sin embargo, seguía
vinculada a Oriente, en donde se habían convertido desde hacía tiempo en la verdadera heredera
económica del Imperio bizantino.

El campo de acción hanseánico.

La Hansa de comerciantes alemanes adquiere unos acusados perfiles. En sí no constituyó nunca un Estado
ni una confederación política, aunque su fuerza era respetable. Se trató en todo lugar en una liga de mercaderes que
dispuso de una amplia red de factorías. Como sabemos se produjo una fuerte corriente migratoria germánica, se ha
hablado en este sentido de una auténtica marcha alemana hacia el Norte.

A lo largo del siglo XV el volumen del comercio hanseánico se mantuvo en alza, aunque una serie de
síntomas permiten hablar de la existencia de fuerzas que trabajan en su contra. En primer lugar, las tensiones internas
dentro de la propia liga: bien por la rivalidad entre unas ciudades y otras o bien por la pugna entre las oligarquías
dominantes y los gremios. En el Occidente, toda una serie de fuerzas contribuyeron a contrapesar el papel
omnipotente de los mercaderes teutónicos: la marina castellana, que les desalojará del golfo de Gascuña; la aparición
de Inglaterra como potencia mercantil e industrial y la competencia que los marinos holandeses empiezan a hacerles.

Los últimos años del siglo XV son ya de franco declive de la Hansa.

***

Brujas conoció en este siglo XIV su época de mayor esplendor. Su papel fue doble: mercado internacional
bancario y centro distribuidor de mercancías. Exportadora de los productos industriales flamencos, de la lana inglesa,
plaza comercial del mecanismo hanseánico y centro frecuentado por los mercaderes italianos que llevaban allí los
productos del área mediterránea. Brujas fue, así, elemento clave de las transacciones internacionales.

A lo largo del siglo XV Amberes le sustituirá como plaza mercantil clave en el área flamenca.

La promoción de nuevas áreas: del Cantábrico al Mar del Norte.

En ensamblaje entre los dos grandes conjuntos mercantiles (el Mediterráneo y el de los Mares del Norte)
fue casi un monopolio italiano desde el momento que se produjo la apertura del estrecho. Sin embargo, a lo largo
de los siglos bajomedievales otros focos mercantiles empiezan a despuntar en el panorama occidental como la costa
francesa, Inglaterra y la marina holandesa.

Las ciudades marítimas del Cantábrico se asociaron desde 1296 en la llamada Hermandad de las Marismas,
en la que se integraron Santander, Laredo, Castrourdiales, Bermeo, Guetaría… Factorías mercantiles castellanas
jalonaron la ruta del Golfo de Gascuña y Canal de la Mancha. La lana castellana se constituirá en el principal motor
de este tráfico mercantil protagonizado por los marinos cántabros. La Guerra de los Cien Años tendrá tanto de
guerra política como de económica: será la lucha por el control de las rutas del Golfo de Gascuña y el Canal.

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La promoción de nuevas áreas: el Atlántico Sur.

La magna política de descubrimientos geográficos se fue gestando en dos de los Esteados de la Península
Ibérica: Portugal y la Corona de Castilla:
a. La baja Andalucía se constituyó en importante plataforma mercantil. Sevilla fue el nexo entre el
Mediterráneo y el Atlántico. La presencia en ella de comerciantes flamencos, borgoñones, gascones y
sobre todo genoveses, harán de ella uno de los emporios mercantiles. Será ello el preámbulo del
trascendental papel que la ciudad tendrá después del descubrimiento de América.
Pero Sevilla orienta también sus actividades hacia el Atlántico Sur. Desde 1393 los castellanos (una
expedición conjunta de andaluces y vascos) ponen los pies en Canarias, arruinando la labor llevada a
cabo en el archipiélago en los años anteriores por italianos y mallorquines. El eje Sevilla-Canarias, sin
embargo, sufrió pronto la competencia de otros aventajados marinos: los lusitanos.
b. La estratégica posición de los portugueses cara al Atlántico y la subida al poder de una dinastía, la casa
Avis, identificada con los objetivos que perseguía la burguesía de los grandes centros portuarios de
Lisboa y Oporto. La figura del infante don Enrique es una buena expresión de los movimientos de la
política descubridora portuguesa. La tierra, el oro, la sed de conocimientos más que la de ciencia: el
espíritu de Cruzada. Desde la conquista de Ceuta en 1415 hasta la llegada de Vasco de Gama se van
cumpliendo las etapas del largo periplo de los lusitanos en las costas africanas.

Se va gestando así el reparto de influencias a escala planetaria de las dos grandes potencias peninsulares.
Ello constituye ya el inicio de un nuevo capítulo de la Historia.

Las vías continentales.

Si el mar era la ruta ideal para productos baratos y de mucho peso, las vías terrestres seguían siendo útiles
para los productos de lujo y otras mercancías.

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2. LA CRISIS ESPIRITUAL Y LAS NUEVAS CORRIENTES CULTURALES

La quiebra de la teocracia pontificia desde la muerte de Bonifacio VIII da paso a la profunda crisis que el
Papado va a padecer en los dos siglos finales del Medievo. Este desprestigio incidió en la secularización de la teoría
política y en la aparición de nuevos movimientos heterodoxos.

EL PONTIFICADO DE AVIÑÓN.

Desde Clemente V (1305-1314) a Gregorio XI (1370-1378) transcurre la estancia de los Papas en Aviñón.
La lejanía de las turbulencias romanas permitió a los pontífices un amplio margen de maniobra. Experimentó el
Papado, eso sí, un indudable afrancesamiento. Pero ello no fue obstáculo para que en Aviñón se diesen algunos de
los primeros frutos del humanismo: desarrollo de la Universidad del lugar, creación de una importante biblioteca y
un notable depósito de archivos. Dentro de este ambiente refinado, mundano y nepotista se van echando las bases
de lo que en los años siguientes va a ser el Pontificado del Renacimiento.

La política de centralización monárquica impulsada por los pontífices aviñonenses se puede apreciar:
- La reorganización de los servicios. La Cámara Apostólica fue la pieza clave del sistema, dirigida por un
Camarero que hace las veces de Primer Ministro, un Tesorero, una Cancillería y la Penitenciaría que
actúa como auténtico tribunal espiritual.
- Los pontífices aviñonenses se reservan un cuasi monopolio en la nominación de beneficios
eclesiásticos. Por la Constitución Ex debito dada por Juan XXII y otras sucesivas, los Papas dieron un
serio golpe a las potestades que se habían arrogado los monarcas, príncipes feudales. La resistencia fue
lentamente vencida.
- El desarrollo de la fiscalidad pontificia. Juan XXII y su Camarero fueron los grandes impulsores. Los
ingresos procedieron de rentas de los dominios de la Iglesia, censos e impuestos sobre beneficios
eclesiásticos.
Sus sucesores, que trasladaron su residencia a Roma, Urbano V y Gregorio XI, tuvieron que enfrentarse
a una situación económica deficitaria. De ahí el interés de la fiscalidad pontificia de acrecentar los
ingresos por todos los medios. Sin embargo, llevar a la práctica este empeño en una Europa arruinada
por la guerra forzosamente había de contribuir a crear una mala prensa para los pontífices.

EL CISMA Y LA CRISIS CONCILIAR.

Al año siguiente de producirse la muerte de Gregorio XI, en 1378, tuvo lugar una doble elección. La mayor
parte de los Cardenales se inclinaron por Urbano VI, pero otra facción –pretextando irregularidades en el proceso-
eligió a Clemente VII, que seguiría residiendo en Aviñón. Francia se puso a la cabeza de los aviñonistas e Inglaterra
de los urbanistas. Razones de orden político (la Guerra de los Cien años) hicieron bascular a los distintos monarcas
hacia un lado u otro.

Hubo cuatro vías para la liquidación del cisma:


1. La via cessionis, es decir, la abdicación voluntaria de ambos pontífices, que no se produjo
2. La sustracción de la obediencia por parte de los monarcas del Occidente en 1397 como medida de
presión para forzar a los Papas a ceder, también infructuosa así que se volvió a la obediencia en 14031
3. En 1406 asciende a la sede romana Gregorio XII. Él y Benedicto XIII (el cardenal aragonés Pedro de
Luna, sucesor de Clemente VII) fueron interpelados para la imposible solución de una entrevista en la
que llegasen al acuerdo por el que alguno de ellos reconociese la legitimidad de su contrario y renunciase
voluntariamente
4. El cansancio general de la Cristiandad llevó a la vía del concilio

No faltaban precedentes con anterioridad al cisma en la apelación al Concilio como única solución frente a
un Papa que se pensaba se había salido de sus atribuciones. Tanto aviñonistas como romanistas pensaron en el

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Concilio como única solución para neutralizar el cisma y atajar el movimiento herético (el husismo) que partiendo
de Praga amenazaba con contagiar a toda la Europa central.

El primer intento fue un rotundo fracaso: el Concilio de Pisa en 1409. Los cardenales asistentes procedieron
a destronar a Gregorio XII y Benedicto XIII y a nombrar a un nuevo pontífice, Alejandro V, pronto sucedido por
Juan XXIII. Pero ni el Papa aviñonense ni el romano aceptaron esta solución.

Se convoca un nuevo concilio en 1414 con mejor fortuna, en buena medida debida a la actitud enérgica del
emperador Segismundo, deseoso tanto de liquidar el cisma como de neutralizar los efectos del husismo. Los tres
sedicientes pontífices fueron depuestos. El problema husita fue atacado frontalmente por Segismundo: Juan Hus y
su colaborador fueron invitados, detenidos, juzgados y condenados a la hoguera. Ello, sin embargo, no iba a
conseguir más que exacerbar las pasiones en el mundo checo. Se procede a la elección de un nuevo Papa, Martín V.

Los años que sucedieron fueron aprovechados por el Pontificado para corregir su deteriorada imagen. Sin
embargo, las victorias obtenidas por los husitas en aquellos años y el crecimiento de las doctrinas conciliaristas
pusieron al nuevo Papa Eugenio IV en muy mala situación. En 1433 puede decirse que la monarquía pontificia se
encuentra en franca derrota. Las tesis conciliaristas más avanzadas fueron puestas en práctica y se liquidaron las
posturas más extremas del husismo, reconciliándose con las más moderadas.

Desde 1436 Eugenio IV recupera, sin embargo, algo de terreno cuando los griegos, en sus negociaciones
con vistas a la unión de las Iglesias, optaron por dialogar con el Papa y no con el Concilio, como figura representativa
de la Cristiandad. Aunque con escasos prelados, tuvo fuerza suficiente para declarar rebeldes a los padres basilenses
que se vieron paulatinamente abandonados por las naciones. Su último intento, la elección de un antipapa en la
figura de Félix V no tuvo el menor éxito. El nuevo emperador, Federico III de Habsburgo, buscó un acercamiento
a Roma. La victoria del poder monárquico pontificio era importante, pero no por ello el conciliarismo murió. Una
buena parte de intelectuales y las Universidades se convirtieron en refugio de esta ideología.

HACIA LA SECULARIZACIÓN DE LA TEORÍA POLÍTICA.

Los años que siguen conocen la aparición de algunos tratados, importantes jalones hacia la secularización
del pensamiento político. De acuerdo con las tesis del averroísmo latino, el Estado es tomado como un organismo
autosuficiente que ha de regirse sin la intromisión de poderes extraños, e incluso puede aspirar a gobernar la Iglesia
en tanto ésta existe dentro del Estado. Las tesis conciliaristas se nutrieron en buena medida de estas corrientes:
a) Marsilio de Padua junto con Juan de Jardun redactó en 1324 el Defensor pacis, en el que, como Aristóteles, el
Estado es presentado como una comunidad perfecta en la que cada hombre alcanza su plenitud. El pueblo
es la fuente de poder del Estado.
La Iglesia en las tesis marsilistas no posee ninguna soberanía. Marsilistas fueron las tesis sustentadas por
Guillermo de Occam, para quien el Papado no había recibido nunca de Dios el poder temporal y su única
misión era ayudar a la salvación espiritual (en estos argumentos se apoyó Luis de Baviera en su disputa con
Juan XXII, al que depuso 1328 nombrando un antipapa, aunque sin obtener más que un éxito pasajero, por
cuanto el poder imperial había perdido por entonces la mayor parte de su efectividad).
b) Sin embargo, aún hubo algunos que vieron las últimas intervenciones de los emperadores alemanes (Enrique
VII, Luis de Baviera) como una expresión de lo que podía ser una autoridad soberana única. En este
contexto escribió Dante su De Monarchia.
El principio de la unidad del poder, cuando la civilización europea caminaba indefectiblemente al
establecimiento de una diversidad de Estados monárquicos fuertemente establecidos.

LOS MOVIMIENTOS HETERODOXOS.

Adquieren extraordinaria virulencia movimientos de otro signo. Algunos tienen sus raíces en el pasado.
Otros son producto de la crisis general del Bajo Medievo y anuncian ya lo que va a ser la gran eclosión protestante
en los comienzos de la Modernidad:

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- El milenarismo Joaquinita, surgido a fines del siglo XII, concibió la próxima llegada de la Era del
Espíritu Santa (transcurridas ya las del Padre y el Hijo) en la que la historia llegaría a su plenitud: reino
del amor y fin de la estructura jerárquica de la Iglesia. Las persecuciones de la Inquisición acabaron
quebrando el movimiento de los espirituales, aunque se proyección se dejara sentir, aun en fecha muy
avanzada, en algunos brotes heterodoxos. Tal fue el caso de los Herejes de Durango, en torno a 1445,
que tuvo como cabeza dirigente a un franciscano. Su vago misticismo y sus ideas anarquizantes hicieron
intervenir a los poderes públicos.
- Rienzi en Roma. Mezcla de espiritualismo franciscano y de arnaldismo, el objetivo del “Tribuno
Augusto”, como fue proclamado por el pueblo, era la restauración de la república romana, confundida
con una especia de reino del Espíritu Santo sobre la ciudad. En Florencia el visionario Savonarola, autor
de obras ascéticas y apologéticas. Dueño de la ciudad en 1494 sobre ella estableció, en un ambiente de
exaltación escatológica y de puritanismo antihumanista, una verdadera república teocrática de muy
efímera duración.
- Las comunidades de beguinas y begardos como centros de piedad que agrupaban a personas ligadas
por los votos de castidad y obediencia, aunque sin sujeción a ninguna regla monacal establecidas, no
plantearon problemas a la Iglesia. La penetración de las corrientes extremas del franciscanismo y los
contactos con la secta panteísta del Libre Espíritu, acabaron radicalizándolos.
- El wiclefismo surgió de las predicaciones de un profesor de la Universidad de Oxford, Juan Wiclef,
entre 1378 y 1382. Las escrituras son suficientemente claras y no necesitan la interpretación de la Iglesia.
Estas y otras tesis de contenido francamente heterodoxo le enajenaron a Wiclef las simpatías de algunos
miembros de la alta nobleza.
- Las doctrinas de Wiclef tuvieron eco en la lejana Bohemia, en las predicaciones de Juan Hus, quien en
1409 accedió al rectorado de la Universidad de Praga, lo que supuso una inyección de nacionalismo en
un centro en el que hasta entonces la presencia de los maestros alemanes era absorbente. Sus
predicaciones contra los vicios del clero y la corrupción del Pontificado fueron famosas. Sin embargo,
Hus nunca tuvo intención de romper abiertamente con la Iglesia establecida. De ahí que, al ser acusado
de heterodoxia, acudiese para defenderse. Todo fue inútil, consideradas como heréticas sus teorías, Hus
y su compañero Jerónimo de Praga murieron en la hoguera.

Como tal movimiento herético, el husismo se nutrió de diversas corrientes que no eran todas productos
de la obra del predicador: un deseo general de reforma extendido a todas las capas de la población, unos
sentimientos de signo nacionalista frente a un ahogante germanismo. De ahí que se pueda distinguir
entre la reforma husita, mantenida por la nobleza y burguesía checas, y la revolución husita que encontró
su refugio entre las masas populares. Aspiraban a una radical transformación de las estructuras de la
sociedad. A pesar de las tensiones entre los dos grupos husitas, tuvieron resonantes éxitos frente al
ejército del emperador Segismundo. La herejía amenazó con extenderse por toda la Europa central. El
Pontificado y el emperador llegaron a un acuerdo con el ala moderada del movimiento mediante la
aceptación de algunos de sus postulados.

LAS TRANSFORMACIONES INTELECTUALES EN LA BAJA EDAD MEDIA.

Las críticas a la ortodoxia escolástica se van a convertir en importantes símbolos del cambio de los tiempos
y en precursores de las grandes corrientes humanistas:
A. Desde mediados del XIV se asiste a una verdadera proliferación en la fundación de Universidades. Algunas
de ellas llegan a adquirir ribetes auténticamente nacionalistas: la de París tendrá rectores siempre franceses,
en Bohemia desde 1409 se obligó a profesores y estudiantes de Praga a jurar fidelidad a la Corona checa,
con lo que se produjo una verdadera estampida de alemanes, que fundaron la Universidad de Leipzig…
París y Praga habrán de intervenir muy vivamente en las querellas del momento. La primera en el cisma y
en los grandes “affaires” de la Guerra de los Cien Años: el problema del tiranicio, el proceso de Juana de
Arco. La de Praga fue importante refugio del husismo templado.
Junto a las Universidades se fundan también multitud de colegios. Frente a la sencillez de estilo del siglo
XIII, la Universidad va creando una verdadera casta con auténticas dinastías de profesores.
B. Desde comienzos del XIV se asiste a una crítica de la vieja tradición de la fe en busca de la inteligencia. Se
rompe con el equilibrio establecido por la generación entre razón y fe.

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Guillermo de Occam (1300-1349) es la cabeza del nominalismo del siglo XIV. Ninguna doctrina teológica
puede ser demostrada por la razón, a Dios sólo se puede llegar a través de la fa. El criticismo occamiano no
admite más que la experiencia sensible como base del conocimiento humano. En este sentido, Occam se
convirtió en el padre de la ‘vía moderna’ por oposición a la via antiqua tomista.
C. La Reforma protestante fue una respuesta religiosa a la angustia de fines de la Edad Media. La serie de
graves conmociones políticas y religiosas que sacude Occidente –Guerra de los Cien Años, rebelión husita,
terribles crímenes políticos, etc.- crearon el clima apropiado para unos peculiares sentimientos religiosos.
Se trata de encontrar otras vías de acceso a Dios con un profundo carácter antiintelectualista. En este
contexto cabe explicar la floración de particulares manifestaciones literarias: Danzas de la Muerte, Dies
Irae… y ciertas formas de piedad que producen auténtica exacerbación del culto a la Virgen y a los santos,
de la veneración de las reliquias, etc. Todo puede constituir una garantía para el más allá. En este contexto
de auténtica angustia cabe explicar también las ardientes predicaciones de San Vicente Ferrer o los
“progroms” antijudíos que sacudieron la Península Ibérica desde la violenta explosión de 1391.
Dentro de las corrientes del misticismo bajomedieval descuellan figuras como las del maestro Eckhart,
nacido en 1260, que une a un fondo aristotélico unas ciertas dosis de neoplatonismo. Su obra tuvo una
profunda influencia en los adeptos de la devotio moderna y otras corrientes.
La región del Rin produce en los años finales del Medievo una importante pléyade de místicos que
protagonizan una corriente bautizada con el nombre de devotio moderna. En ella la unión del alma con Dios
es un producto de la ascesis y la meditación individual donde el laicado tiene plena cabida.
D. La Italia de fines del Medievo era terreno abonado para el desarrollo del humanismo. La figura de Dante
como primer gran hombre de letras desde Boecio ha sido tomada como ensamblaje entre dos mundos. La
Divina Comedia supone una nueva apreciación de los autores clásicos (Virgilio en particular). Una generación
posterior, Petrarca (1304-1374) supone un paso más en la revalorización del pasado político y cultural de la
Roma pagana.
A lo largo del XV las cortes de los príncipes italianos abren sus puertas a las distintas corrientes humanistas
en sus versiones latinista, helenista y biblicista. A pesar de la oposición entre el intelectual medieval y el
humanista, la Universidad europea se va abriendo a las nuevas tendencias. Las influencias provenientes de
Italia (Petrarca, Besarión) se dejan sentir en toda Europa. A lo largo del siglo XV, y al calor de la difusión
de las corrientes italianizantes, se asiste a una intensificación de las tendencias individualistas. El humanismo
estuvo convencido de las posibilidades del hombre y aunque fenómeno inicialmente italiano, el humanismo
pronto se va a convertir en flenamente europeo.

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3. EUROPA, DE LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS AL AUTORITARISMO MONÁRQUICO.

EL OCCIDENTE EUROPEO DURANTE LA GUERRA DE LOS CIEN AÑOS.

Bajo el nombre de Guerra de los Cien Años se oculta uno de los aspectos de la grave crisis que sacude todo
el Occidente en los últimos siglos de la Edad Media. El conflicto enfrenta a Francia e Inglaterra como principales
protagonistas. Junto a ellas y por diversos motivos, militarán los demás estados europeos.

Los comienzos del conflicto y las grandes victorias inglesas.

En 1328 moría Carlos IV, el último Capeto. Una asamblea de barones y prelados franceses eligió como
sucesor a Felipe de Valois, frente a su antagonista Eduardo III de Inglaterra. Podría decirse que con este
acontecimiento se gestó la rivalidad anglo-francesa que dio paso a la guerra generalizada. Esta, sin embargo, tardaría
aún veinte años en desarrollarse. La cuestión dinástica no fue más que uno de tantos factores que incidieron en el
desencadenamiento de hostilidades: el problema de Guyena que suponía una cuña inglesa en territorio francés, la
cuestión de Flandes –sometida militarmente a Francia pero con unos intereses económicos, sobre todo el
abastecimiento de lana inglesa, que podrían constituirse en elementos de fricción entre los Valois y los Plantagenet-
y la endémica guerra de Escocia, en donde la monarquía francesa vio una posible aliada a espaldas de Inglaterra.

Las negociaciones emprendidas por Felipe VI con la monarquía castellana forzaron a Eduardo a una
intervención directa sobre Francia con el fin de reivindicar la plenitud de sus derechos a la Corona:
a) El primero de los grandes éxitos militares ingleses vino en 1346, siendo el heredero de la Corona británica,
Eduardo de Gales, el “Príncipe Negro”, el héroe de la jornada. Las victorias de los ingleses sobre los
escoceses y sobre la flota castellana en 1350 daban a los británicos una posición militar de prepotencia. La
propagación de la peste en estos años y la quiebra financiera que afectó a Occidente obligaron, sin embargo,
a desarrollar las operaciones militares bajo un signo distinto al del choque frontal.
Se producen grandes cabalgadas: avances de crecidos efectivos en columnas paralelas en un frente de varios
kilómetros. La más famosa fue la emprendida por el Príncipe Negro en 1355 desde Burdeos hasta el
Narbonesado. La incapacidad del nuevo monarca francés Juan II se mostró palpable, con el agravante de
caer prisionero en 1356.
b) En los años siguientes se batió sobre Francia una tremenda crisis en la que confluyeron una serie de factores:
los manejos de Carlos de Navarra, la rebelión de la municipalidad de París y la terrible revuelta de aldeanos,
la Jacquerie, contra los nobles y gentes de armas.
El Delfín Carlos, como regente del reino, supo obrar con extraordinaria habilidad. La jacquerie fue aplastada
y el movimiento comunal concluyó. El paso siguiente había de ser la entrada en negociaciones con
Inglaterra. El intento de forzar la situación por parte de Eduardo III no tuvo el éxito deseado para los
ingleses. El Delfín pudo negociar, así, con mayor margen de maniobra y en 1360 se llegó a un acuerdo. Por
ella Eduardo renunciaba a sus derechos a la Corona francesa a cambio de la retención de unos territorios
que suponían un tercio de Francia y el cobro de tres millones de escudos. Juan II murió en Londres en 1364
por no poderse cumplir al pie de la letra todas las condiciones previas a su liberación. El Delfín Carlos
accedió al trono.

Los reinos hispánicos, nuevos protagonistas de la guerra.

El reino castellano-leonés fue pieza importante. Tanto Alfonso XI como su sucesor Pedro I en sus primeros
años, mantuvieron una actitud de abierta francofilia, pero finalmente suscribieron un acuerdo con Inglaterra. Carlos
V de Francia hubo de buscar apoyos en otros lados: en los hermanos bastardos del monarca castellano que, con
Enrique Trastámara la frente, se convirtieron en dirigentes de la turbulenta nobleza, y en Aragón, cuyo monarca
Pedro IV acabó chocando con su homónimo castellano-leonés. En la guerra que sucede estaba en juego la
supremacía política sobre la península de una de las dos Coronas. Entre 1357 y 1363 los éxitos castellanos se
sucedieron. Al aragonés no le quedó otra opción que la solicitud de ayuda a la Francia y Carlos V vio la ocasión

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propicia: una entronización de su huésped Enrique de Trastámara en Castilla para tornarse el desquite de las últimas
humillaciones ante Inglaterra.

La guerra civil castellana entre Pedro I y Enrique de Trastámara se convirtió en un choque internacional.
Del lado de Pedro I (contra la promesa de entrega a Inglaterra de Vizcaya y una fuerte suma de dinero) las bandas
encabezadas por el Príncipe Negro. El conflicto se liquidó en dos años: en 1367 los petristas y sus auxiliares ingleses
vencían en una importante batalla, pero la retirada del Príncipe Negro dejó a los pocos meses el campo libre a sus
rivales. En marzo de 1369 Enrique de Trastámara vencía y daban muerte a su hermano. El ascenso de la nueva
dinastía al trono tenía un profundo significado: el triunfo de la nobleza castellana y una basculación de Castilla a la
órbita francesa.

Desde 1369 a 1380 asistimos a la consolidación de la dinastía Trastámara en Castilla y la reconquista del
suelo francés impulsada por los capitanes de Carlos V. La presencia inglesa en suelo francés se fue haciendo cada
vez más difícil. En 1372 la marina castellana obtenía un éxito resonante sobre la inglesa. Al año siguiente, Juan de
Gante, hijo de Eduardo III y marido de Constanza proyectó una fantástica aventura: una cabalgada desde Calais que
recorriese de forma arrolladora Francia de Norte a Sur, para luego cruzar el Pirineo y proclamarse rey en Castilla.
La operación terminó en un desastre.

La réplica franco-castellana fue demoledora. En 1377 Eduardo III se vio obligado a firmar una humillante
tregua en Brujas. En los años inmediatos se produce la desaparición de toda la generación que había combatido en
la primera fase de la guerra: el Príncipe Negro que murió en 1376, Eduardo III, Enrique II de Trastámara, Carlos
V…

La alianza franco-castellana siguió funcionando con eficacia hasta 1383 en que se produjo una crisis
sucesoria en Portugal. Las opiniones del país se polarizaron en dos partidos: el legitimista, que pretendió la
coronación de Juan I de Castilla y el nacionalista, que elevó a Juan al trono, un bastardo de la familia real lusitana.
En torno a él se concentró la masa popular del país, la incipiente burguesía y una parte de la baja nobleza. La alta
aristocracia optó por el bando castellanista.

Finalmente, la independencia portuguesa se consolidaría de manos de una nueva dinastía, la Casa de Avis,
que iba a dar al país su época de mayor esplendor. Juan de Gante, duque de Lancaster, vio en ello una nueva ocasión
para reivindicar sus derechos a la Corona de Castilla, vista la debilidad de la alianza franco-castellana. El agotamiento
al que habían llegado todos los contendientes impuso una tregua. El de Lancaster renunciaba a sus derechos a
cambio de una fuerte suma y del matrimonio de su hija Catalina con el heredero de Castilla, el futuro Enrique III.

Hacia un largo intermedio de paz (1388-1415).

La subida al trono de Carlos VI en Francia, Ricardo II en Inglaterra, y Juan I y luego Enrique III en Castilla
supuso un verdadero relevo de generaciones.

Carlos V tras superar la crisis institucional logró dar a la realeza un importante papel como punto de
equilibrio entre las diversas instituciones y las fuerzas sociales en juego: las ciudades por un lado y la nobleza por
otro, siendo éste de dos categorías: la alta nobleza, muchos de sus componentes parientes del rey y por tanto
beneficiarios de una generosa política impulsada por Juan II, y una pequeña nobleza de oficio, sin grandes
posesiones, pero eficaces colaboradores del monarca. Pero sobre todo serán las gentes del mediano estado los que
apoyen a Carlos V.

Eduardo III tuvo sus principales colaboradores entre las gentes de armas. Bajo su reinado el Parlamento va
adquiriendo ya unos perfiles auténticamente bicamerales. Las fricciones entre los Comunes y la monarquía, dados
los enormes presupuestos de la guerra, serán frecuentes. Las fricciones con la Iglesia no fueron menores, la guerra,
la peste y las tensiones derivadas de los estatutos sobre los salarios con el fin de fijarlos en los de 1346, fueron
factores que contribuyeron a enrarecer el panorama. Algo semejante cabría decir de la política desarrollada por el
monarca hacia sus doce hijos.

Bajo los dos primeros Trastámara –Enrique II y Juan I- se asiste en Castilla a un reforzamiento de posiciones
de la nobleza colaboradora de la dinastía; parientes de los monarcas y señores de pequeño estado fueron los

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beneficiarios. La alianza con Francia y la derrota de Inglaterra en el Golfo de Vizcaya constituyeron circunstancias
de gran interés en el desarrollo comercial exterior castellano, particularmente en el sector lanero. Al eje Inglaterra-
Flandes sucederá el Castilla-Flandes. Comercio exterior floreciente pero que ocultaba las limitaciones de unas
estructuras socio-económicas de signo aristocratizante que acabarían imponiéndose de forma ahogante en el
panorama político castellano.

***

La reacción nobiliaria al calor de los privilegios de los propios monarcas parece ser común a todo el
Occidente en el largo periodo de paz que sucede al 1388.

En Francia, Carlos VI quedó en sus primeros años bajo la tutela de sus tíos. En 1384 el rey tomó
personalmente las riendas del gobierno tratando de seguir la política de su padre de apoyarse en las gentes del
mediano estado. La enajenación mental que sufrió el monarca desde 1392 devolvió el poder a manos de una nobleza
en la que cada uno de sus componentes trataba de neutralizar a sus contrarios. La guerra civil se desató. En torno a
Bernardo de Armagnac un partido de signo pronobiliario que tomó su nombre y frente a él los borgoñones, que
supieron atraerse las simpatías de ciertos sectores gremiales de París, especialmente los carniceros. Borgoñones y
Armagnacs se sucedieron sangrientamente en el dominio de la capital.

En Inglaterra Ricardo II hubo de enfrentarse con los graves disturbios sociales y la oposición de ciertos
sectores de la nobleza. Enrique de Lancaster, hijo de Juan de Gante se hacía con el trono en 1399, y pese haber sido
el cabecilla de la turbulenta nobleza procedió sin embargo con energía frente a los linajes más indispuestos y tuvo
especial interés en procurarse la ayuda del Parlamento. Cuando sube altrono su hijo, Enrique V, Inglaterra es ya un
sólido estado.

Enrique III de Castilla consiguió cierta posición de equilibrio mediante el mantenimiento de su alianza con
Francia y el matrimonio de monarca con una hermana de Enrique IV de Inglaterra. La rivalidad naval con los
marinos ingleses del Canal y un conflicto en tono menor mantenido con los portugueses no obstaculizó el panorama.
En el interior, mantuvo una política enérgica contra la nobleza, particularmente la alta aristocracia de parientes del
rey, que fue reducida y contrapesada con el encumbramiento progresivo de la pequeña nobleza de servicio.

La reanudación de la lucha: el imperialismo lancasteriano y la doble monarquía.

En 1415 el ejército de Enrique V batía a los franceses. Normandía fue rápidamente ocupada por los
invasores. Francia vivió durante algún tiempo en el mayor anonadamiento. En nombre del demente Carlos VI
llegaron a un acuerdo: la paz de 1420. Enrique V retenía Normandía a título personal y casaba con Catalina, hija del
soberano francés. Pasaba con ello a titularse “Rey de Inglaterra y heredero de Francia”. Se trataba de un intento, la
doble monarquía, de unión personal de las dos Coronas en el que cada uno de los reinos seguiría manteniendo sus
propias particularidades. El Delfín Carlos, repudiado por su propia madre, pasaba a convertirse en una especia de
proscrito.

En 1422 murieron Carlos VI y Enrique V. el hijo de éste, de pocos meses, pasó a ser reconocido (Enrique
VI) como soberano por parte de los valedores de la doble monarquía. Dos regentes actuaron como gobernantes
efectivos. Mientras tanto un vago sentimiento nacionalista francés empieza a forjarse en torno a la figura del Delfín,
considerado como Carlos VII por sus partidarios. Los recursos materiales eran limitados y el equipo de consejeros
no era sino una camarilla de intrigantes. Su causa era mantenida militarmente por los focos de resistencia en las
zonas ocupadas por los ingleses y por algunos capitanes.

La recuperación francesa: Juana de Arco y las últimas etapas del conflicto.

Enrique VI tenía una posición en Francia menos sólida de lo que aparentaba, salvo en la Guyena (con una
fuerte tradición de fidelidad a los reyes de Inglaterra) y en Normandía (sometida a una férrea ocupación militar). El
resto de zonas distaba mucho de aceptar de buena gana la tesis de la doble monarquía.

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Carlos VII contaba con el apoyo de las grandes casas de Anjou, Orleans y Borbón, pero su corte se
desenvolvía dentro de un gigantesco desorden administrativo y una ineficacia militar. En 1429 aparece Juana de
Arco. El sentido místico-político que atribuyó a su misión fue juzgado útil por el Delfín, que pensó en la doncella
como un instrumento válido para levantar la moral de una causa muy debilitada.

Los acontecimientos que se sucedieron en los dos años siguientes sobrepasaron las previsiones más
optimistas de los consejeros de Carlos. El pequeño ejército de socorro conducido por Juana levantó el cerco de
Orleáns y finalmente se cumplió la segunda las profecías de Juana: la coronación de Carlos en Reims. A lo largo de
1429, la ‘doncella de Orleáns’, logró algunos éxitos parciales, pero, mal apoyada por Carlos y sus consejeros, fracasó
en París. Al año siguiente fue hecha prisionera por los borgoñones.

Su proceso, conducido por miembros de la Universidad de París y el colaboracionista obispo de Beauvais,


comenzó en 1431. Las acusaciones de herejía y brujería fueron las normales en situaciones de este tipo. Juana
mantuvo siempre frente a sus jueces el carácter sagrado de su misión. Condenada al fin como herética, apóstata e
idólatra, la doncella fue quemada en la plaza.

En 1435 Carlos VII y el duque de Borgoña se reconciliaron. El borgoñón veía sus dominios ampliados,
aunque se comprometía a romper con los ingleses. Era el golpe mortal para la doble monarquía. En los años
siguientes Carlos VII procedió a una reestructuración administrativa y militar. En 1436 fue recuperado París. Los
elementos incontrolados fueron eliminados y se procedió a la creación de un ejército semipermanente, pagado por
el reino y mandado por un reducido número de jefes dependientes directamente de la Corona.

Esa máquina de guerra no tardó en mostrar su eficacia cuando los ingleses trataron de tomar la iniciativa.
La victoria francesa en Normandía llega en 1449, Guyena en 1453 y también se recupera Burdeos, que después de
varios siglos volvía a la Corona francesa. En manos de los británicos no quedaba en el continente más que la plaza
de Calais. La Guerra de los Cien Años se podía dar por concluida, aunque la rivalidad anglo-francesa habría de
arrastrarse aún durante algunos años.

Los reinos ibéricos en la primera mitad del siglo XV.

Durante la segunda fase de la Guerra de los Cien Años los Estados hispano-cristianos se desentienden
sensiblemente del conflicto. Un Trastámara castellano, Fernando de Antequera, a la Corona de Aragón una vez
agotada con Martín el Humano la dinastía barcelonesa. Sus hijos, los famosos infantes de Aragón, mantuvieron en
Castilla unos fuertes intereses señoriales que se unieron a los de la oligarquía castellana.

Álvaro de Luna, valido de Juan II de Castilla, se convirtió en el defensor del principio de autoridad
monárquica frente a los grandes linajes aragoneses. El enfrentamiento entre la nobleza y la autoridad monárquica
acabó cubriendo toda la península. Don Álvaro pudo en 1445 quebrar la resistencia de los infantes. Su triunfo fue
efímero pues encerraba una profunda contradicción: el poder real no era ejercido por su titular. La oligarquía pudo
rehacer sus fuerzas y presionó al monarca para hacer caer en desgracia al valido, que fue preso y más tarde ajusticiado.

***

A pesar del acrecentamiento del poder de la nobleza castellana, la monarquía prosiguió la consolidación de
los organismos institucionales, aunque de momento no tengan la debida operatividad. Las Cortes van viendo
reducidas sus funciones a lo largo del siglo XV: el número de ciudades representadas va disminuyendo drásticamente.
La propagación del sistema de corregidores irá a su vez limando las libertades municipales conquistadas.

La confederación catalanoaragonesa, con la victoria de Pedro IV el Ceremonioso frente a la todopoderosa


Unión de nobles valencianos y aragoneses en 1348, parecía destinada a ser dirigida por Cataluña. Sin embargo, se
van apreciando los primeros síntomas de regresión económica que van a ir sacudiendo al principado en los años
sucesivos.

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LA MARCHA HACIA EL AUTORITARISMO MONÁRQUICO EN LA EUROPA OCCIDENTAL.

Las turbulencias nobiliarias y la Guerra de los Cien Años causaron un fuerte impacto. Las monarquías se
van a erigir en las principales fuerzas políticas. Ellas serán las que contribuyan a reforzar unos sentimientos de signo
nacional al margen de los tradicionales poderes universales frente a Imperio y Pontificado.

Si los monarcas de fines del cuatrocientos quiebran la omnipotencia de la nobleza, también van a hacer lo
propio con los organismos parlamentarios. En Francia, los Estados Generales se reúnen muy pocas veces. En
Inglaterra los monarcas cubren los escaños del Parlamento con nuevas hornadas reales. En la Castilla de los Reyes
Católicos sólo habrá 17 ciudades con voto en Cortes. El fracaso de la revolución catalana también es un hecho.

Las monarquías de fines del XV crean los instrumentos que les permitían un margen mayor de maniobra:
un ejército con efectivos permanentes, una diplomacia dirigida por juristas y un aparato fiscal cada vez más
perfeccionado.

La Francia de Luis XI y el Estado borgoñón.

La institución monárquica había reforzado su prestigio en Francia como artífice de la liberación del territorio
frente a los ingleses. La obra que inició Carlos VII al liquidar la ocupación extranjera la completó su sucesor Luis
XI al enfrentarse con los grandes príncipes territoriales:

- Hasta 1469.
Luis XI se enfrenta a una temible alianza de nobles, la Liga del Bien Público. El más peligroso de todos
era Carlos el Temerario, duque de Borgoña, que había concentrado en sus manos un conjunto de
Estados. Tras algún enfrentamiento se abrió un periodo de negociaciones en las que el monarca sufrió
una seria humillación a manos de Carlos el Temerario, que obtuvo plenas garantías del rey en sus
dominios.
Luis XI, sin embargo, había trabajado también en otros ámbitos obteniendo éxitos notorios, en
Navarra, Rosellón y Cerdeña
- Hasta 1477.
Luis XI trabajó pacientemente para procurar la aniquilación de su enemigo borgoñón. Eduardo IV de
Inglaterra desembarcó en Calais con el fin de ayudar a su aliado Carlos el Temerario, pero el monarca
francés firma con el británico un acuerdo que puede decirse da por clausurado el conflicto de la Guerra
de los Cien Años. El borgoñón cosecha una serie de derrotas la última de las cuales le costó la vida.
Parte de sus Estados son incorporados a la Corona francesa, el resto salvados por María, su heredera,
casada con el emperador Maximiliano.
Desde 1481 Luis IX procedió a redondear los logros territoriales antes conseguidos con la
incorporación de Anjou, Maine y Provenza. A su muerte dejaba un Estado cuya solidez no peligró ante
una minoridad: la de Carlos VIII. El último ducado independiente, la Bretaña, quedaba neutralizado
con el matrimonio del monarca con la heredera de éste. Francia así, dotada de una sólida cohesión
interna, se aprestaba a intervenir en los asuntos de la península italiana. El choque con otra no menos
sólida entidad política, la España de los Reyes Católicos, resultó inevitable.

Inglaterra: la Guerra de las Dos Rosas y el ascenso de los Tudor.

La derrota en suelo francés supuso un decisivo quebranto para el prestigio de los Lancaster. La gigantesca
sangría económica a la que había sometido al país sin provecho alguno aumentó el descontento. El choque conocido
como la Guerra de las Dos Rosas –roja de los Lancaster, blanca de los York- opuso a dos partidos exclusivamente
aristocráticos que buscaban en la conquista del poder compensaciones a las pérdidas sufridas en el continente.

El conflicto se convirtió en internacional. Eduardo IV recuperó la Corona haciendo desaparecer a Enrique


VI, gobernando sin ninguna oposición hasta 1483, año en que murió, dejando como sucesor a un menor, Eduardo
V, que no llegó a gobernar ya que su tío le hizo desaparecer coronándose él como Ricardo III. Su reinado fue
efímero, ya que un fuerte partido opositor se formó en torno a Enrique Tudor, miembro de una rama colateral de

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los Lancaster. Ricardo fue derrotado y muerto y el Tudor se coronó con el nombre de Enrique VII. Su matrimonio
con Isabel de York clausuraba el conflicto.

La vieja nobleza había quedado prácticamente aniquilada, ya sea arruinada por el conflicto o muertos sus
componentes en el campo de batalla o en el cadalso. La burguesía inglesa, con un espíritu sumamente pragmático,
se sometió a los dictados de la nueva dinastía que aseguraba el orden y la paz, imprescindibles para el desarrollo de
sus actividades. El Parlamento se convirtió en un simple juguete de la voluntad real. Una inteligente política
internacional (enlaces familiares con las casas más importantes, paz con Francia, ayuda diplomática del Pontificado)
completó el cuadro de medidas del primer Tudor.

Los reinos hispano-cristianos y la unión personal castellano-aragonesa.

La institución monárquica sufre por distintos motivos graves quebrantos tanto en Castilla como en la
confederación catalano-aragonesa. La crisis será superada y al igual que los demás Estados de Occidente, en la
península se echan las bases del estado autoritario moderno.

En los primeros años de su reinado, Enrique IV supo cosechar algunos éxitos, pero desde 1463 se
sucedieron las claudicaciones frente a la levantisca nobleza sin que el soberano supiese aprovechar a fondo el apoyo
que el estado llano le prestó. La creación de la leyenda de ilegitimidad de su hija Juana y en definitiva el acuerdo de
1468 por el que Enrique reconocía como heredera a su hermana Isabel muestran la inoperancia a la que había llegado
la institución monárquica de Castilla. La energía de que empezó a dar muestras la infanta Isabel y su unión con el
heredero de Aragón Fernando en 1469 fueron factores decisivos para el posterior desarrollo de los acontecimientos.

Infante de Castilla en su juventud, Juan II de Aragón, rey consorte de Navarra, se convertirá más tarde en
soberano de la confederación catalano-aragonesa a la muerte de su hermano Alfonso V. Las convulsiones de la
guerra civil navarra y las más graves de la revolución catalana retuvieron su atención. El problema catalán se plantea
con toda su crudeza desde 1461: la oposición entre señores y payeses en el campo y entre el patriciado urbano y las
clases populares en la ciudad. La guerra se alargó hasta 1472. Los rebeldes destronaron a Juan II y ofrecieron la
corona a varios candidatos sucesivamente. Quedó una Barcelona arruinada por la guerra y la crisis económica que
arrastraba desde tiempo atrás. Rosellón y Cerdeña quedaban ocupadas por los franceses.

Juan II murió en 1479. Ya para entonces su sucesor, Fernando II (V en Castilla) y su mujer Isabel habían
consolidado sus posiciones.

***
La unión personal de los dos grandes Estados peninsulares fue acompañada de una sistemática política de
reforzamiento del autoritarismo real:
- En Castilla se procedía al sometimiento político de la nobleza que, por otro lado, quedaba consagrada
como la principal fuerza económico-social del reino
- De los Estados de la Corona de Aragón, Cataluña era el más necesitado de atención. Se alivió
sensiblemente las cargas a que el agricultor estaba sometido. En la ciudad se puso en marcha una política
de enderezamiento patrocinada por Fernando que, aun respetando los principios básicos de la
constitución tradicional, depositaba en el monarca amplias facultades de gobierno. Barcelona, con
graves dificultades económicas, dejaba su puesto hegemónico en Levante a Valencia.

ALEMANIA E ITALIA A LA BÚSQUEDA DE LA ESTABILIDAD POLÍTICA.

Se va a acentuar el divorcio entre los dos elementos teóricamente constitutivos del Imperio: Alemania e
Italia.

Los intentos de reorganización política en Alemania. Habsburgos y Luxemburgos.

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La potencia territorial alcanzada por Rodolfo de Habsburgo despertó profundos recelos, de ahí que, a su
muerte, una guerra civil sacudiese el Imperio: su hijo Alberto I hubo de enfrentarse con otro candidato al trono, al
que finalmente venció. Las pretensiones de Alberto al trono de Bohemia habrían de ser causa de nuevas inquietudes
de los príncipes que a su muerte en 1308 optaron por elegir a Enrique de Luxemburgo.

Durante su breve reinado, de 1308 a 1313, Enrique VII protagonizó un nuevo intento universalista. Las
profundas disensiones en la península itálica le convirtieron en la esperanza de algunos grupos. La presencia del
emperador en Italia fue acogida con grandes esperanzas, sin embargo, la tradición de independencia de las ciudades-
república del Norte y la resistencia de Roberto de Nápoles, echaron por tierra cualquier intento. Clemente V, ligado
demasiado a Francia y, consiguientemente a los intereses angevinos en Italia, negó su apoyo al emperador.

La dura lucha mantenida por Federico el Hermoso de Austria y Luis de Baviera acabó con el triunfo de
éste. Sin embargo, se enfrentaría con otro poderoso enemigo: el Pontificado, representado en la figura de Juan XXII
que, amparándose en las disensiones internas alemanas, pretendió barrer la influencia gibelina del norte de la
Península. Luis de Baviera intentó reanudar la política italiana de Enrique VII, pero por procedimientos menos
idealistas: en 1327 se coronó emperador y procedió al nombramiento de un antipapa en la figura de Nicolás V. los
príncipes alemanes se unieron para devolver, a su muerte en 1349, la Corona a los Luxemburgo.

Con Carlos IV el Imperio alemán pasa a constituirse definitivamente en una asociación de príncipes. A los
prepotentes Habsburgo se les reconocieron sus dominios patrimoniales sin ninguna reserva y se dejó el derecho a
la elección imperial en manos de siete grandes magnates.

Los sucesores de Carlos IV hubieron de enfrentarse con una serie de problemas: el cisma, la herejía husita,
el peligro turco y la crisis de autoridad en el interior de Alemania. El ascenso al poder de Segismundo pareció una
buena oportunidad de regeneración. En el saldo positivo tenemos que situar la liquidación del Cisma de Occidente.
En el negativo, las dificultades para la represión de la herejía husita y la derrota frente a los turcos.

El gran sueño de unión de los dominios de los Habsburgo y Luxemburgo se esfumó. Los checos eligieron
como rey a uno de sus nobles, los húngaros hicieron lo propio. El imperio quedó en manos de un Habsburgo,
Federico III, cuya autoridad efectiva no sobrepasaba los límites de Austria, en la que pasó buena parte de su vida.
La realidad política de Alemania la viene a dar el predominio de una serie de familias que ejercen su autoridad
indiscutida en sus respectivos principados. Algunas ciudades alemanas se constituyen en ligas para defenderse de las
turbulencias del momento. Sin embargo, la confederación de más interés fue la creada por los cantones suizos,
precisamente en pugna contra los Habsburgo.

Su proceso de independencia se inició con la “Liga Eterna”, fundada por una serie de cantones. A lo largo
del siglo XIV una serie de victorias sobre los austríacos reforzaron los sentimientos de unidad de los campesinos
suizos. En 1499 Suiza se separa del Imperio., aunque Federico logró algo positivo en su política exterior: el
compromiso matrimonial de su heredero Maximiliano con la heredera del ducado de Borgoña, María. Un paso más
en la táctica de enlaces dinásticos que habría de hacer grande a la Casas de Habsburgo.

Las ciudades-repúblicas del norte de Italia.

Se disputan la hegemonía en el norte de la península Génova, Venecia, Milán y Florencia. A través de


diferentes procedimientos se intentará encontrar un equilibrio de las fuerzas. A nivel interno, unas veces será la
intervención de un poder supranacional, pero las más de las veces se producirá la capitulación de una ciudad ante
una familia o señor de fortuna, como Francesco Sforza, señor de Milán desde 1450:
A. Florencia era en los comienzos del siglo XIV una potente ciudad-república en la que el patriciado mercantial
mantuvo el control del gobierno. Las dificultades económicas y trastornos sociales por los que atravesó
Europa tuvieron su reflejo en la ciudad, que desde 1434 es dirigida por una poderosa familia de banqueros,
los Médicis.
B. El engrandecimiento de Milán constituyó uno de los más grandes peligros para la hegemonía florentina en
el norte de Italia. La familia de los Visconti va a ser artífice de su grandeza. La prosperidad interna del
ducado milanés se vio reforzada por una acertada política internacional que llevó a los Visconti a entroncar

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con miembros de las familias reales de Occidente. Se mantuvieron en el poder hasta 1447. En 1450 un
soldado de fortuna, Sforza, empujado por Cosme de Médicis, se hacía con el poder.
C. La derrota de los pisanos a manos de Génova a fines del XIII hizo de esta ciudad la dueña del comercio en
el Tirreno. Aunque mantuvieron el control sobre Córcega, Cerdeña fue conquistada por los catalano-
aragoneses. La pugna con los venecianos se resolvió desfavorablemente para Génova. Minada por las
discordias internas, la ciudad tuvo que buscar en el futuro la protección de sus vecinos, ya fuera Florencia,
Milán o Francia. Sin embargo, su aparato mercantil y financiero no se desmoronó, sino que se orientó hacia
nuevos objetivos.
D. Venecia presenta una solidez envidiable. Rara vez se vio sacudida por pugnas y facciones familiares. Con
un sólido sistema, Venecia evitó sobresaltos e intentos de toma de poder personal. La estabilidad derivada
de estas medidas de gobierno dio a Venecia, tras distintas alternativas, la victoria sobre Génova en el mar y
algunas ventajas en tierra frente al ducado de Milán.

Los Estados Pontificios.

La estancia de los Papas en Aviñón favoreció la aparición en las ciudades de los Estados Pontificios de
poderes dotados de amplia autonomía.

La propia Roma se vio sacudida por las turbulencias desatadas por las dos grandes familias rivales, los
Colonna y los Orsini. Sin embargo, lo más destacable de este periodo fue la aparición del mitad héroe mitad
visionario Cola di Rienzo, que aspiró a una reconstrucción de la República romana con proyección universal. Su
carrera terminó con su muerte violenta en 1354.

El Cisma de Occidente con dos –y luego tres- Papas rivales fue ocasión favorable para los señores de los
dominios pontificios que siguieron actuando como poderes autónomos. Cuando Martín V regresó a Roma en 1421,
una vez rehecha la unión de la Iglesia, se empezó en firme la tarea de recuperación política del Pontificado que,
desde este momento, pasó a convertirse en un poder temporal italianizado.

Los reinos de la Italia meridional e insular.

Frente a la Italia del norte, caracterizada por sus pujantes ciudades protagonistas de un notorio desarrollo
mercantil, el Sur de la península se presenta como una zona preferentemente rural en donde unas débiles monarquías
tratan de sobreponerse a una masa de turbulentos varones.

La gran figura en Nápoles en la primera mitad del siglo XIV es Roberto de Anjou, hombre bien dotado
política y culturalmente. Su afortunada oposición a las pretensiones italianas de Enrique VII y Luis de Baviera le
convirtió durante años en árbitro de los destinos de la península. La línea no pudo ser seguida por Juana II (1414-
1435), mujer sumamente inestable y bajo cuyo gobierno Nápoles vivió en un estado latente de guerra civil. La
intervención aragonesa desde Sicilia pondrá fin a la dinastía angevina.

Durante el largo reinado de Pedro IV el Ceremonioso, a la reincorporación del reino de Mallorca a la rama
mayor de la dinastía aragonesa se unió una actitud de franco intervencionismo en Sicilia, al calor de la debilidad de
sus monarcas, miembros de la rama menor de la Casa de Barcelona. Sobre Cerdeña, la ocupación aragonesa chocó
con grandísimas dificultades: la hostilidad del pueblo sardo y los intereses de determinadas familias (como los
Malaspina). Cuando Pedro IV murió, la pacificación parecía segura. En los años siguientes, sin embargo, se perdieron
todas las conquistas.

***

Sicilia y Cerdeña fueron excelentes bases que utilizó Alfonso V de Aragón para presionar sobre el reino de
Nápoles. La ocupación fue posible en los años que siguieron a la muerte de Juana II. En 1442 el soberano aragonés
hacía su entrada en la capital, los asuntos italianos retendrían a Alfonso V en la península el resto de su vida. La
toma de Constantinopla por los turcos en 1453 exigió poner fin a las rencillas entre los pequeños Estados

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peninsulares, sin embargo, sus tensiones internas acabarían provocando la intervención extranjera en Italia. En 1494
irrumpió Carlos VIII de Francia, y en los años sucesivos lo haría la monarquía de los Reyes Católicos.

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4. LOS TURCOS OTOMANOS Y EL FIN DEL IMPERIO BIZANTINO.

Desde comienzos del siglo XIV se asiste a un lento declinar del Imperio de Constantinopla, víctima siglo y
medio más tarde del poder otomano.

LOS PALEÓLOGO ENTRE OCCIDENTALES Y TURCOS: LOS COMIENZOS DEL PODERÍO


OTOMANO.

El intento de los occidentales de volver a poner los pies en Constantinopla quedó cancelado con la matanza
de las Vísperas Sicilianas. Bizancio se salvaba de un peligro intromisión, pero a costa de romper sus relaciones con
el Pontificado. Andrónico II (1283-1328) se convertirá en un ferviente paladín de la independencia de la Iglesia
griega. Pero la idea de una vuelta a la unidad con Roma jugará en los años siguientes un importante papel, sobre
todo dadas las graves dificultades por las que Bizancio atraviese.

Se ha hablado para los siglos XIV y XV de una tercera edad de oro de la civilización bizantina. Las
manifestaciones de indudable interés, no obstante, no ocultan la grave crisis por la que el Imperio atraviesa. Frente
a las manifestaciones artísticas de la capital nos encontramos con otras de no menor interés en zonas más excéntricas
como Moscú, Mistra, etc. La descentralización alcanza incluso a la idea imperial.

Los últimos años del reinado de Andrónico II conocen el inicio de una áspera guerra civil. Detrás de
intereses puramente dinásticos se ocultan realidades más profundas: la intervención de serbios y búlgaros y las
querellas religiosas entre partidarios y enemigos de un entendimiento con Roma.

Hacia 1350 Juan Cantacuzeno subió al solio imperial y logró establecer un equilibrio de fuerzas entre las
distintas tendencias doctrinales y los diversos poderes políticos del espacio balcánico. Pero ya entonces se estaba
revelando un nuevo poder en Asia Menor: los otomanos.

***

En el tránsito del siglo XIV un nuevo poder islámico inicia una auténtica escalada político-militar: los
otomanos. Instalados en el Asia Menor se convertirán a la larga en los herederos del mundo seldjúcida. En sus
comienzos los turcos otomanos no fueron más que uno de tantos poderes asentados en la meseta de Anatolia. Los
emperadores de Bizancio en ocasiones les contrataron como mercenarios y en otras los combatieron para
mantenerlos a raya (los almogávares). Los auxilios occidentales tuvieron siempre para los bizantinos un carácter
aleatorio y derivaron las más de las veces en roces dramáticos que contribuyeron a hacer difícil una política de
entendimiento de mayor envergadura.

Los otomanos, por el contrario, fueron impulsando desde débiles bases de partida la creación de un fuerte
poder en el que jugaron una serie de factores:
- La desunión de los cristianos
- El control, desde un principio, de las costas del Mar de Mármara, que les permitía alcanzar
Constantinopla en cualquier momento
- El mantenimiento del grupo turcomano originario. La potencia bélica la dio un ejército perfectamente
organizado y disciplinado que fue anulando uno por uno a todos los Estados cristianos del espacio
balcánico

A lo largo del siglo XIV la máquina de guerra turca logra éxitos fulminantes. Constantinopla queda
prácticamente aislada. En 1389 la victoria de Kosovo sobre los servios permitió a los otomanos alcanzar el Danubio.
El sultán Bayaceto procuró equilibrar las conquistas del espacio balcánico con una consolidación de posiciones en
el Asia Menor. En un verdadero clima de Cruzada, un gran ejército marchó hacia Oriente, pero sólo para dejarse
aplastar. La tenaza parecía cerrarse para Constantinopla. Inesperadamente su agonía habría de prolongarse medio
siglo más.

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EL INTERMEDIO TIMÚRIDA.

De la desintegración del Imperio gengiskánida surgieron una serie de Estados. Uno de ellos, con capital en
Samarkanda, estuvo llamado durante algunos años a ser el heredero de los grandes khanes. El artífice de esta obra
fue Timur-Lenk, el Tamerlán de los cristianos, subido al poder en 1370. Hasta el 1405 controló un gran Imperio
que se extendió desde la Rusia central hasta los confines de China, y desde el norte de la India hasta Siria y el Asia
Menor. Fueron cayendo persas, el sultanato turco del norte de la India, Alepo y Damasco… en 1403 les llega el
turno a los otomanos, y en el centro de la meseta de Anatolia se libró la terrible batalla de Ankara entre turcos y
mongoles en el que los otomanos sufrieron una penosa derrota. Las conquistas logradas por los primeros soberanos
turcos estuvieron a punto de perderse. Algunos soberanos, temerosos del peligro otomano, pensaron en la
posibilidad de constituir frente común con Tamerlán, de ahí que el soberano castellano Enrique III enviase una
embajada al mongol. Pero en 1405 moría Tamerlán y su Imperio entraba en rápida descomposición.

El emperador bizantino Juan VIII llegó a una alianza con Génova, Venecia y Rodas. La escuadra veneciana
llegó a obtener una victoria sobre la turca. El éxito tuvo efectos muy limitados ya que los aliados, dados lso
encontrados intereses económicos, acabaron rompiendo.

EL NUEVO EMPUJE OTOMANO Y LA CAIDA DE CONSTANTINOPLA.

Reducido a una porción de la Tracia y algunos dominios dispersos, el Imperio bizantino era bajo los últimos
Paleólogo un cuerpo débil. La propia capital, cuya población descendió notoriamente desde el siglo XII, era ya sólo
una ciudad decadente y melancólica.

Los sultanes otomanos procedieron a completar la táctica del aislamiento sometiendo los focos de
resistencia de los Balcanes. Amurates II ocupó Tesalónica en 1430.

En 1448 subió al trono el último emperador de Oriente, Constantino Dragasés. Tres años más tarde,
Mahomet II se propuso la conquista de la capital. El posible apoyo de Occidente resultó una quimera, y dentro de
la propia capital, el peso de la opinión de los antiunionistas era considerable. La tolerancia religiosa turca para con
los vencidos fue además un factor que jugó a su favor.

El cerco de la ciudad empezó en 1453 y acabó en un asalto general que derivó en una auténtica carnicería
de la que el último emperador fue una de las víctimas. En los años siguientes a la toma de Constantinopla por los
turcos, estos procedieron a la ocupación de otras áreas. La caída de la “segunda Roma”, como la de la primera,
parece poner fin a toda una época de la Historia.

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