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Seminario Conciliar de Bogotá

Seminario de San Agustín


De Trinitate
Presentado a: Alejandro de Jesús García
Presentado por: Adrián Felipe Yandún
01 de noviembre de 2019

En este presente texto se abordará el libro De Trinitate de San Agustín con el que se
esbozará los elementos fundamentales con afinidad al problema acerca de la Trinidad.

San Agustín hace toda una orientación para responder a las cuestiones y evasivas que se
estaban presentando en ese instante con respecto a la Trinidad, es decir, el engaño que las
personas tenían por el abuso de la razón al momento de referirse a la doctrina de la
Trinidad.

Lo expuesto anteriormente es el tema central del primer libro del texto a tratar, y para ello,
la idea central, según mi apreciar, es el hombre como reflejo de la Santísima Trinidad,
sostenido por el autor y lo cito,
“En la forma de Dios es el Verbo, por quien fueron hechas todas las cosas; en su forma de
siervo es nacido de mujer bajo el imperio de la Ley, para redención de los que estábamos bajo
la Ley. En su forma de Dios creó al hombre; en la de esclavo se hizo hombre. Y si el Padre
hubiera creado al hombre con el concurso del Hijo, no estaría escrito: Hagamos al hombre a
nuestra imagen y semejanza. En consecuencia, la forma de Dios vistió la forma de siervo; y
el todo fue un Dios-Hombre: Dios, por ser Dios el que asumió; hombre, por ser humana la
forma recibida”. (De Trin. I, 7, 14).

Para lograr este objetivo, San Agustín se fundamentará, primeramente, en las Escrituras y la
correcta interpretación de la misma e, igualmente, se apoya, según mi consideración, en el
pensamiento de Platón, manifestado en el diálogo Fedro,
“Conviene, pues, en primer lugar, que intuyamos la verdad sobre la naturaleza divina y
humana del alma, viendo qué es lo que siente y qué es lo que hace. Y este es el principio de la
demostración.
Toda alma es inmortal. Sin embargo, para lo que mueve a otro, o es movido por otro, dejar de
moverse es dejar de vivir. Sólo, pues, lo que se mueve a sí mismo, como no puede perder su
propio ser por sí mismo, nunca deja de moverse, sino que, para las otras cosas que se
mueven, es la fuente y el origen del movimiento. Y ese principio es ingénito. Porque,
necesariamente, del principio de origina todo lo que se origina; pero él mismo no procede de
nada, porque si de algo procediera, no sería ya principio original”. (Fedro, 245 c- d)

Así, pues, se da paso a este texto para llegar a la meta propuesta y poder responder, junto
con el tratado del autor, donde se defiende “la unidad en la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo”1, por lo que es necesario formular una relación entre la fe y la razón, ya que,
“aquellos que, despreciando el principio de la fe, se dejan engañar por un prematuro y
perverso amor a la razón”2.

Y del mismo modo que, es preciso la intercesión divina para no confundir a los
interlocutores tal y como lo hace San Agustín de la siguiente manera, “a ti te invoco, Dios
Verdad, en quien, de quien y por quien son verdaderas todas las cosas. Te invoco -prosigue-
a ti, Dios, por quien vencemos al enemigo”3. Así, pues, “en el nombre del Señor doy, pues,
principio a mi obra”4

En cada generación se ha presentado este problema con distinto nombre y la iglesia ha


establecido diversas soluciones a través de diversos escritos de los diferentes pensadores
cristianos lo mismo que por los concilios para poder llevar a la luz a todas las gentes con
relación al mandato: Buscad su rostro5.

Sin embargo, esa orden se ha malinterpretado “porque la débil penetración de la humana


inteligencia no puede fijar su mirada en el resplandor centelleante de la luz si no es
robustecida por la justicia de la fe6”

San Agustín presenta la preocupación que tiene por su pueblo, por lo que es necesario
iluminar sus mentes y liberarlos de sus cadenas y sacarlos de la ignorancia poco a poco ya
que si “liberado y forzado a levantarse de repente, volver el cuello y marchar mirando la luz
y, al hacer todo esto, sufriera y a causa del encandilamiento fuera incapaz de percibir
aquellas cosas cuyas sombras había visto antes7”

1
De Trin, I, 3,5
2
De Trin, I, 1,1
3
Sol, I, 1,3
4
De Trin I, 4,6
5
Ps 104,4
6
De Trin I, 2,4
7
Rep. 515, c
La razón humana, abandonada por sus propias fuerzas, es impotente para probar con
argumentos convincentes la existencia del misterio de los misterios, a saber, entonces,
¿cómo es posible que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo sean un solo Dios? ¿cuál fue, por
tanto, la misión del Hijo?

Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y al instante de hacerse hombre se puede
intuir que dejó de ser inmortal, puesto que, si existía desde siempre y todo fue hecho por Él,
¿Por qué fue necesaria su presencia entre nosotros? Para nuestra redención.

En efecto, el evangelio dice Padre, como tú estás en mí y yo estoy en ti, que ellos sean uno
en nosotros para que el mundo crea que tú me has enviado8, pero, ¿en qué sentido dice
Padre, como tú estás en mí y yo estoy en ti? Podemos decir que, si el Padre está en el Hijo y
el Hijo en el Padre, hay un Dios, es decir una esencia.

De este modo, el autor hace referencia la sustancia y esencia en Dios al sostener

“porque si en Dios el ser y le subsistir, se identifican, no se han de imaginar tres sustancias,


como no se dicen tres esencias; y siendo para Dios una misma realidad el ser y el saber, no se
dice que haya en El ni tres esencias ni tres sabidurías. Y como en Dios se identifica el ser y el
ser Dios, no está permitido decir tres esencias o tres dioses” (De Trin. VII, 4,9)

Así, pues, se puede decir que Dios es esencia y, a la vez inmutable, por lo que es preciso
hablar de tres personas en Dios que tres sustancias por lo que, a su vez, es único tal y como
se le presenta a Moisés: Yo soy el que soy9.

Esta era una de las cuestiones que se presentaron en la antigüedad para describir esa esencia
pero que se explicaron como unas ideas que se presentaban en este mundo pero que estaban
alejadas de Dios, es decir

“Si en muchos temas, los dioses y la generación del universo, no llegamos a ser
eventualmente capaces de ofrecer un discurso que sea totalmente coherente en todos sus
aspectos y exacto, no lo admites. Pero si lo hacemos tan verosímil como cualquier otro, será
necesario alegrarse, ya que hemos de tener presente que yo, el que habla, y vosotros, los
jueces, tenemos una naturaleza humana, de modo que acerca de esto conviene que aceptemos
el relato probable y no busquemos más allá.” (Timeo 29 c-d)

8
Jn 17, 21-26
9
Ex 3, 14
Dicha dificultad se presentó también en el contexto de San Agustín al dejarse llevar por la
razón y dejar de lado la fe que es la que ilumina las mentes, conclusión a la que también
llegaron los filósofos “es así que según el discurso probable debemos afirmar que este
universo llegó a ser verdaderamente un viviente propósito de alma y razón por la
providencia divina”10

Entonces, acerca de la imagen y modelo que tiene el mundo con proporción a Dios se
reveló en el Hijo, el único que posee la inmortalidad11 y por el cual todas las cosas fueron
hechas, y sin Él nada ha sido hecho12 para que, por medio de Él, toda criatura se pueda
salvar hasta que el Hijo conduzca a todas las gentes a la contemplación de Dios por lo que
entonces veremos cara a cara13, por lo que es necesario antes someter a todos sus enemigos
como estrado de sus pies14.

Efectivamente, Jesucristo es intermediario entre Dios y los hombres y es justo creer en el Él


puesto que “si no creéis, no entenderéis”15 la afirmación de que somos hechos a su imagen
y semejanza de Dios, diferente a lo que se afirmó en los diálogos de Platón

“no es posible que algo que sea semejante a la Forma ni que la Forma sea semejante a otra
cosa; porque, en tal caso, junto a la Forma aparecerá siempre otra Forma, y si aquella fuese
semejante a algo, aparecerá a su vez otra Forma, y jamás dejará de surgir otra Forma
siempre nueva, si la Forma se vuelve semejante a lo que de ella participa.” (Parm. 133a)

Irrebatiblemente, es cierta la afirmación que dice hagamos al hombre a nuestra imagen y


semejanza16 por lo que el verbo conjugado en plural hagamos, se refiere al Padre y al Hijo y
al Espíritu Santo los que hicieron al hombre a su imagen y semejanza para que así el
hombre pueda subsistir, e igual al hombre se anonadó el Hijo.

Hacerse semejante no significa que sea del todo igual, sino creada por Dios, es decir, a
imagen, por lo que lo que nos corresponde es imitar a Cristo como lo expresa el Apóstol
sed, pues, imitadores de Dios, como hijos muy amados17 .
10
Timeo, 30b
11
1 Tm 6,16
12
Jn 1, 14
13
1 Cor 13, 12
14
Ps 109,1
15
Is 7,9
16
Gn 1, 26
17
Ef 5,1
Conjuntamente con el autor, puedo concluir que “probé ya con abundancia de testimonios
18
tomados de las divinas Escrituras” y por los argumentos filosóficos que el hombre es
reflejo de la Trinidad, debido a que hemos sido creados a su imagen, es decir, compartimos
su divinidad y anhelamos volver a Él para participar completamente de su gloria, porque de
Él, por Él, y en Él son todas las cosas. A Él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Este tratado que San Agustín presenta es con la intensión de defender los principios básicos
de la filosofía contra los adversarios que intentan especular unos nuevos pensamientos
sembrando errores y confusiones.

El autor con incomparable rigor dialéctico demuestra las verdades acerca de la doctrina
teológica, es, por tanto, esta obra, según mi parecer, la más profunda desde el punto de vista
filosófica con los que se vale para argumentar, explicar el misterio de la Trinidad.

BIBLIOGRAFIA

Agustín, S. (1985). De Trinitate. Obras de San Agustín, 5

Agustín, S. (1971). Soliloquios. Obras de San Agustín, 1

Platón, Fedro, (1990) Editorial Gredos.

Platón, La República, (1986) Editorial Gredos.

Platón, Timeo, (1992) Editorial Gredos.

Platón, Parménides, (1988) Editorial Gredos.

18
De Trin I, 12,25

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