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Política

Universidad de Chile
rpolitic@uchile.cl
ISSN (Versión impresa): 0716-1077
CHILE

2004
Guy Bajoit
A PROPÓSITO DE LA EFICACIA DE LAS POLÍTICAS SOCIALES DEL ESTADO
Política, primavera, número 043
Universidad de Chile
Santiago, Chile
pp. 85-104

Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe, España y Portugal

Universidad Autónoma del Estado de México


Nº 43, Primavera 2004, pp. 85-104 POLÍTICA

A PROPÓSITO DE LA EFICACIA DE LAS POLÍTICAS SOCIALES


DEL ESTADO1

Guy Bajoit
Universidad Católica de Lovaina, Bélgica
bajoit@anso.ucl.ac.be

RESUMEN

La primera parte del artículo analiza la evolución de las políticas sociales en las sociedades
europeas, y en particular su manera de enfrentar el tema de la pobreza. Esta evolución está
resituada en el contexto de la mutación económica y política que estas sociedades están vivien-
do desde hace tres o cuatro decenios. La segunda parte consiste en un comentario de los
resultados de una investigación Fondecyt (1020318-7030019), sobre las políticas del Estado
chileno para erradicar la indigencia y la pobreza en las comunas de Cerro Navia y Curicó. Se
trata de identificar cuáles son las condiciones en las cuales las ayudas del Estado pueden ser
eficaces, es decir alcanzar sus objetivos declarados.

PALABRAS CLAVE: ESTADO, POLÍTICA SOCIAL, POBREZA, MUTACIÓN SOCIAL Y CULTURAL,


CONTRATO SOCIAL

ABSTRACT

The first part of this article analyzes the evolution of European social policies, and how they deal
with poverty in particular. This evolution is located in the context of the economic and politic
mutation that these societies have been experiencing for the last three or four decades. The
second part comments on the results of a Fondecyt research project (1020318-7030019),
concerned with Chilean State policies to eradicate indigence and poverty in the Cerro Navia and
Curicó communes. The project tries to identify the conditions in which State aid can be effective,
in other words, how it achieves its set out objectives.

SOBRE EL AUTOR

Profesor de sociología de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, el autor del presente


artículo realizó investigaciones sobre diversos temas: desarrollo, acción colectiva, política so-
cial, juventud, cambio social y cultural. Escribió varios libros, entre los cuales el último, Todo
cambia. Análisis sociológico del cambio social y cultural en las sociedades contemporáneas,
ha sido publicado en Chile. Desde hace muchos años, ha sido invitado en varias universidades
chilenas a participar en programas de enseñanza y en proyectos de investigación. Entre otros,
participó en el proyecto de Francisca Márquez y Vicente Espinoza sobre los programas de lucha
contra la indigencia y la pobreza diseñados por el gobierno chileno.

1 Traducción: Guy Bajoit y Francisca Márquez.

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Si fuera Ministro de Asuntos Sociales, o jefe de gabinete o de administración del


Ministro, lo que más me gustaría sería que algún investigador competente me
entregara una respuesta clara a una pregunta esencial que me planteo todos los
días: ¿cómo tienen que ser concebidos y realizados los programas y los proyec-
tos de ayuda pública, dirigidos a los indigentes y a los pobres, para que sean
eficaces, es decir, para que ayuden efectivamente a erradicar, o por lo menos a
reducir significativamente la pobreza? Dicho de otra manera: ¿de cuáles condi-
ciones depende la eficacia de la ayuda pública en la lucha contra la indigencia y
la pobreza?

No se puede eludir el hecho que se trata de una pregunta muy compleja: muchas
condiciones tienen que ser reunidas para conseguir semejante eficacia, y no es
fácil identificarlas, evaluar sus efectos y medir la importancia relativa de cada
una. Además, tenemos que reflexionar seriamente sobre la manera de plantear
hoy la “cuestión social”, y darnos cuenta que no siempre ha sido planteada como
lo es hoy en día, ni con las mismas intenciones.

Por lo tanto, comenzaremos por una reflexión general sobre las orientaciones de
la política social, tal como se han podido observar desde hace unos años en los
países europeos. Efectivamente, tenemos muchas y buenas razones para pen-
sar que lo que pasa en estos países, termina, tarde o temprano, por suceder
también en muchos países del Sur. A partir de los resultados de una investiga-
ción realizada en Chile2, pasaremos luego al análisis de las condiciones de efica-
cia de la ayuda pública del Estado chileno.

La evolución de las políticas sociales en los países europeos

Un diagnóstico

Desde hace por lo menos treinta años, numerosos cambios están en curso en
las sociedades occidentales del Norte (cambios que se están difundiendo en
muchas partes del mundo, y particularmente en América Latina). Entre estos
cambios existe uno que nos llama mucho la atención: la profunda transforma-
ción de la relación de nuestros contemporáneos con el sufrimiento individual y
colectivo.

Para nuestros padres y abuelos, el sufrimiento era un infortunio inevitable, que


tenían que asumir como parte de su existencia. Esta aceptación, si bien tenía
algo de fatalismo, no se reducía sólo a esto. Sufrir para cumplir con las exigen-
cias de sus diferentes roles sociales tenía un sentido: su capacidad de aguantar
estaba culturalmente legitimada, socialmente valorada e incluso recompensada.

2 Este artículo retoma y analiza los resultados de la investigación Historias de movilidad social de familias
pobres urbanas: respuestas estatales a historias singulares, Fondecyt n°1020318 y Fondecyt n°7030019
dirigidos por Francisca Márquez, con la participación de Vicente Espinoza y Guy Bajoit (2003).

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

El “buen” obrero (que no tenía miedo de ensuciarse las manos, que no se asus-
taba ante el peligro), el “buen” soldado (que, a pesar del fuego alemán, desembar-
caba en Normandía), la “buena” esposa (que soportaba a su marido borracho y
violento), el “buen” padre (que se sacrificaba trabajando, día y noche, para su
familia), la “buena” madre (que se privaba para dejar la comida a sus niños), y
tantos otros… aguantaron, sin quejarse, el sufrimiento físico y psíquico que sus
roles sociales implicaban. Mientras más sufrían, más gozaban de la aprobación
de los demás. Descansar, disfrutar de un momento de placer, sólo era legítimo
después de haberlo merecido gracias a una labor más o menos pesada.

Querámoslo o no, ese tiempo se acabó: ya no es lo mismo hoy. Vivimos en un


mundo social y cultural que rechaza el sufrimiento: nuestros contemporáneos ya
no quieren sufrir, ojalá bajo ninguna circunstancia de su existencia. Veamos: ya
no quieren sufrir para nacer (el parto tiene que ser sin dolor), ni para aprender (el
maestro tiene que enseñar jugando), tampoco para trabajar (hay máquinas para
aliviar cualquier labor), ni para vivir juntos (el divorcio está “despenalizado”), ni
cuando han cometido delitos (los detenidos tienen que tener una cárcel conforta-
ble), ni cuando están enfermos (hay calmantes para todo), ni siquiera para morir
(tienen derecho a morir dignamente, con atención paliativa). Hasta los animales
tienen el derecho a no sufrir.

Y lo que vale para el sufrimiento físico, vale también para el sufrimiento psíquico.
Antes, las personas que tenían problemas síquicos se sentían estigmatizadas y
avergonzadas (lo que significa que escondían su malestar: vivían con él o se
curaban solas); no se sentían consideradas seriamente por los demás (por lo
menos, mientras no fueran peligrosas y, en este caso, se las escondía y olvidaba
en manicomios sórdidos). Hoy en día, hay sicólogos en todas partes: en las
escuelas, los hospitales, las empresas… Si, por mala suerte, se produce una
catástrofe, llegan los sicólogos para ayudar a las víctimas del traumatismo. ¡Y es
bien visto, no solamente en las películas de Woody Allen, declararse “en trata-
miento sicoanalítico desde hace cinco años”!

Nuestros contemporáneos tienen, en relación con la muerte, la misma actitud


que con el sufrimiento. Como lo dice acertadamente Philippe Ariès, la muerte
está “escondida”3, es decir que, en muchos casos, el muerto se queda en un
hospital aséptico, abandonado entre las manos de profesionales de los funera-
les, reducido a cenizas en un incinerador… todo lo necesario para que los vivos
no tengan que sufrir por culpa de él.

En fin (con razón o sin ella, y ésa no es la pregunta), se trata de un hecho: ¡Ya no
queremos sufrir!

3 Ariès (1975): en francès, se habla de “mort inversée”.

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POLÍTICA Nº 43

Una explicación

Este cambio radical de nuestra relación con el sufrimiento se inscribe en una


evolución cultural mucho más amplia, que concierne la relación entre el individuo
y la sociedad.

Con datos de observación, se puede comprobar que, en todos los campos de las
actividades sociales, estamos viviendo, desde tres o cuatro decenios, en una
época de mutación cultural: estamos pasando, poco a poco, de un modelo indus-
trial (en el cual el individuo, para dar sentido a su existencia, tiene que someterse
a las exigencias de lo colectivo: cumplir con su deber, someterse a la disciplina
de las instituciones) a otro modelo, que llamaremos identitario (en el cual el
individuo afirma su autonomía, su derecho a la autorrealización personal, la prio-
ridad de las exigencias de la persona). Esta evolución está confirmada por múlti-
ples investigaciones empíricas, realizadas por sociólogos4, en todos los grandes
campos de la vida social: la familia, la escuela, el trabajo, el ocio, la religión, la
ciudadanía...

Este “llamado del Individuo” –escrito aquí con una “I” mayúscula, porque es como
un nuevo “dios”, a la orden del cual cada pequeño individuo concreto tiene que
someterse– se traduce en cuatro mandamientos esenciales:

- es un llamado a la autorrealización de sí mismo: “sé tú mismo”, o más bien,


“vuélvete tú mismo, en el curso de tu vida”; “busca en ti lo que eres, descúbrelo
por la experiencia, y realízalo”;
- es, por ende, un llamado al libre albedrío: “sé autónomo, sujeto de tu vida, toma
tus opciones, decide por ti, no te dejes imponer nada por los demás (salvo si te
conviene)”;
- es también un llamado al placer: “goza de la vida, aquí y ahora, vive con pasión,
con emoción” (y por supuesto: “¡no sufras!”);
- y, finalmente, es un llamado a la prudencia: “cuídate: vives en un mundo de
riesgos”.

Por supuesto, estos cuatro mandamientos no son fáciles de cumplir. Sobre todo
cuando son contradictorios: ser sujeto implica tomar riesgos y, a veces, someter-
se a los demás; autorrealizarse implica trabajo, esfuerzo, y no siempre es un
placer. Sin embargo, la mayoría de los mensajes culturales difundidos todos los
días por múltiples canales (publicidad, televisión, películas, revistas…) y reprodu-
cidos por nuestras instituciones de socialización (familia, escuela, empresas…),
llaman a cada individuo a someterse a las orientaciones y significaciones pro-
puestas/impuestas por el “Gran Individuo Abstracto”.

4 Inglehart (1993), Bréchon (2000), Bawin (2001).

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Explicar, en pocas palabras, el origen y las causas de esta mutación no es una


tarea fácil: prefiero recomendar la lectura de un libro (que se lee sin sufrir)5. Sin
embargo, se entiende fácilmente que las creencias culturales tienen algo que ver
con las prácticas sociales: existe una tendencia a realizar una “correspondencia”
entre el tipo de individuo “producido” por la cultura, y el tipo de individuo que
necesitan las instituciones económicas, políticas y sociales. En el mundo actual
–en el Chile actual, diría T. Moulian6 – la modernización (es decir, el paso de la
sociedad capitalista, industrial y nacional a la sociedad mercantilista liberal, post-
industrial y mundializada) necesita individuos que sepan competir, consumir y
comunicar. Los cambios tecnológicos (información y comunicación), económi-
cos (de consumo y de competencia) y políticos (los procesos de intercambios
mundiales) implican7 que los individuos sigan este tipo de patrón.

Una contradicción

Las evoluciones que acabo de recordar encierran una contradicción absoluta-


mente central, que penetra profundamente en la conciencia de muchos indivi-
duos de hoy, y más todavía, de los jóvenes. Veamos:

- por un lado, como hemos visto, todos se sienten llamados a volverse sujetos de
autonomía y de autorrealización, en un mundo de placer y de seguridad;
- pero, por otro lado, muchos se encuentran en una situación cada vez más
precaria y hasta excluidos de estos “bienes” por el funcionamiento mismo del
modelo económico y político mercantilista liberal.

¡Muchos son los llamados pero pocos los elegidos! Este modelo implica (en el
sentido preciso de la palabra) desigualdad y exclusión social: su propio funciona-
miento las genera y regenera sin parar, porque pertenecen a su lógica estructu-
ral. La competencia, por definición, no puede sino fabricar vencedores y perdedo-
res: su función es seleccionar “los mejores” y, por lo tanto, eliminar a los otros8;
la carrera para la informatización y la robotización no puede dejar de producir
descalificación profesional y desocupación estructural; la carrera para el consu-
mo no puede sino dejar a los consumidores un sentimiento de vanidad y de vacío
de sentido (además de muchas deudas que pagar); la carrera para la comunica-
ción no puede evitar de reforzar el sentimiento de soledad de los jóvenes frente a
su celular o su computador. En todo caso, los vencidos siguen perdiendo y los

5 Bajoit (2003).
6 Moulian (1997).
7 “Implicar” no significa “causar”. Más bien, la implicación se refiere a una “causalidad funcional”: la causa
necesita sus efectos para poder continuar a actuar como causa. Es decir que los efectos son, por lo menos
en parte, causa de la causa. Preciso este punto para tranquilizar algunos lectores: no “creo” que la cultura
sea un mero “reflejo” de las condiciones materiales de existencia, ni tampoco que los individuos sean un
puro “producto” de las determinaciones sociales.
8 Y quienes fueron eliminados una o varias veces no tienen la misma capacidad que los otros de vencer en
las próximas carreras: hacernos creer esto, a partir del “paradigma del deporte”, es un efecto muy funcional
de la ideología neoliberal. La verdad es que los perdedores de hoy son, en general (con pocas excepciones),
los vencidos de mañana. Lo mismo para los vencedores.

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POLÍTICA Nº 43

ganadores siguen ganando. Incluso si se mejoran para todos las condiciones


materiales de existencia, el sentimiento de injusticia es más fuerte que antes,
simplemente porque las desigualdades y la exclusión están creciendo. Incluso, y
esto me parece esencial, si la pobreza absoluta se ha reducido, la pobreza
relativa sigue aumentando.

Pero, al mismo tiempo, estos grupos afectados por la precariedad y la pobreza


relativa escuchan, como todos, los llamados repetidos del Individuo a la
autorrealización, la autonomía, el placer y la seguridad. En su conciencia, esta
contradicción estructural se traduce en tensiones existenciales difíciles de so-
portar. Se sienten sometidos a un “double bind”: el “sistema” los llama a vivir su
vida, pero, al mismo tiempo, les prohíbe ganar su vida, excluyéndolos de la repar-
tición de recursos. Muchos tienen que optar: o se ganan la vida, aceptando pe-
queños empleos precarios y sin interés, pero sin tener el tiempo para vivirla; o
viven la vida, pero con pocos, o sin nada de recursos. Y, a veces, no pueden hacer
ni lo uno, ni lo otro.

El resultado, esencial para el tema que estamos tratando aquí, es el siguiente: el


sufrimiento individual y social, sobre todo psíquico, pero también físico, aumenta
de manera simultánea con una cultura o ambiente que lo considera ilegítimo, sin
sentido, absurdo.

Muy concretamente: el Estado neoliberal no deja de repetir a los pobres que


tienen el derecho de vivir con dignidad, integrados en una sociedad equitativa,
donde son invitados a ser individuos y ciudadanos, y, simultáneamente, este
mismo Estado adopta un modelo económico que genera estructuralmente un
auge de la desigualdad, de la exclusión, y, por ende, de la pobreza relativa.
Cuando se habla hoy de “nueva” pobreza, es para designar el efecto sobre los
pobres de esta paradoja, que efectivamente es nueva: los pobres de ayer no se
hacían ilusiones; los de hoy viven su esperanza de salir de la pobreza como una
ilusión. Y no solamente sufren de la pobreza: sufren también de sentirse engaña-
dos por el discurso ambiguo del Estado. Al sentirse traicionados, sus reacciones
son diversas (el oportunismo, la delincuencia, la rabia, la enfermedad mental, la
dependencia de las drogas), pero ya no la humildad, la docilidad y la lealtad, que
los Estados y los ciudadanos en general suelen esperar de los pobres. De allí
viene la inseguridad para todos: los pobres son mucho más peligrosos cuando
esperan que cuando desesperan, cuando ven que la “torta” crece y que la parte
que les toca a ellos, incluso si es un poco mejor que antes, no está a la altura de
sus expectativas. El sentimiento de injusticia no depende de la pobreza absolu-
ta, sino de la pobreza relativa.

Las nuevas políticas sociales

El proyecto mercantilista liberal no se limita a ser un modelo económico: preten-


de ser un proyecto global de sociedad, fundado sobre la antigua utopía liberal.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Por lo tanto, los promotores de este proyecto, que actúan a nivel mundial, nacio-
nal o regional, necesitan comprobar que son capaces de realizar el interés gene-
ral. Esto implica que tienen que tomar en consideración los efectos estructurales
negativos que produce el funcionamiento de su modelo. Y el sufrimiento social,
resultado de la exclusión y de la inseguridad9, es, sin lugar a dudas, uno de sus
efectos más negativos10.

Por lo tanto, los dirigentes de los Estados de hoy se encuentran atrapados entre
dos fuegos: por una parte, tienen que ponerse al servicio del proyecto económico
que implica el modelo mercantilista liberal (y por esto, reducir, o por lo menos
comprimir los impuestos, los gastos sociales y los costos de la fuerza de traba-
jo, para favorecer la competitividad de las empresas sobre los mercados mundia-
les); por otra parte, tienen que controlar los efectos negativos de este modelo,
para que no perjudiquen la paz indispensable a la vida en común, lo que implica,
entre otras cuestiones, que tienen que solucionar la nueva “cuestión social”. Di-
cho más brutalmente: ¿cómo erradicar la exclusión y la inseguridad relativas,
que no dejan de crecer, con los menores recursos públicos posibles?

Respuesta: ¡cambiando de método!, es decir abandonando paulatinamente la


concepción de la política social del Estado llamado “de bienestar social”, para
adoptar una nueva concepción, la del Estado neoliberal. Para justificar el cambio,
los partidarios de la nueva visión comenzaron por denunciar muy duramente la
ineficacia y la ineficiencia de las políticas sociales del Estado de bienestar: sus
métodos fueron juzgados muy caros y sus resultados insuficientes.

Los métodos nuevos nos llegaron, en parte, de afuera (del Banco Mundial, de los
Estados Unidos, de Gran Bretaña). Como lo explica muy bien Gilles Bibeau11,
para luchar contra la pobreza en el mundo, el Banco Mundial, utilizando los con-
ceptos de J. Coleman, R. Putnam o F. Fukuyama, financia programas destina-
dos a reforzar el capital social de los excluidos, es decir, orientados a restaurar la
confianza entre vecinos, extranjeros e instituciones; y a consolidar su red relacional
y su participación en la vida asociativa.

Pero los países europeos han sabido también inventar su propia concepción,
adecuada a la situación específica de Estados que fueron, y que, hasta cierto
punto, siguen siendo socialdemócratas. Lo que en Bélgica llamamos “política

9 La exclusión y la inseguridad son las dos caras de la misma medalla. No es sorprendente, entonces, que
el Presidente francés, J. Chirac, sea capaz de ganar dos elecciones sucesivas, la primera vez (1996),
centrando su propaganda electoral en la exclusión social, y la segunda (2003) en la inseguridad.
10 Existen varios otros efectos: el aumento de la desigualdad entre el Norte y el Sur, los riesgos ecológicos,
sanitarios y alimentarios, la destrucción de las culturas locales por la mundialización de la cultura occiden-
tal, la expansión de un individualismo excesivo, etc.
11 Bibeau (2004).

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POLÍTICA Nº 43

social activa”12 no corresponde completamente a lo que, en América del Norte,


se llama fortalecer el capital social de los pobres.

En Europa, la idea central de la nueva política social es la de “activación”. El


Estado tiene que dejar de asistir a los excluidos; las prácticas de asistencia y de
protección, que fueron los pilares de la política social del Estado de bienestar,
están desapareciendo poco a poco. Según los defensores de las ideas nuevas, la
asistencia tendría como resultado hundir a los pobres en la pobreza en lugar de
ayudarlos a salir de ella. Además, fabricaría eternos dependientes y, peor todavía,
aprovechadores; y más aun, sería contraria a la dignidad humana, a la cual, por
supuesto, los excluidos tienen derecho. En lugar de asistirlos, sería mucho mejor
“activarlos”, lo que significa, esencialmente, tres objetivos complementarios:

- la política “social activa” tiene que responsabilizar a los pobres en la conducta


de su vida; tiene que enseñarles la autonomía, recalificarlos social y técnica-
mente, restaurar su capacidad de volver a competir en el mercado del trabajo;
- tiene también que enseñarles a ser más cívicos, a no depender de la solidari-
dad pública, poniéndoles condiciones cada vez más exigentes para su acce-
so a la ayuda social, y persiguiendo muy firmemente a los aprovechadores;
- y además, esta política tiene una importante dimensión de seguridad respec-
to a la población: el delincuente tiene que saber que será castigado.

Siempre, en este tipo de materia, las palabras utilizadas son indicadores semánticos
de los cambios en curso. Así, en Bélgica, lo que se llamaba “Comisiones de asisten-
cia pública” cuando las crearon en 1925, se vino a llamar en 1975 “Centros públicos
de ayuda social” y, está previsto que, en un año más, se llamen “Centros públicos de
acción social”. Entre asistencia, ayuda y acción, existen mucho más que simples
matices de lenguaje. Estos cambios se inscriben, muy claramente, en el contexto
de las transformaciones sociales y culturales que hemos explicitado más arriba: son
coherentes con el “llamado del Individuo”. El Estado estimula (o, por lo menos, pre-
tende hacerlo) la autonomía y la responsabilidad individual de los excluidos, para que
salgan de la pobreza por sus propios esfuerzos y que vuelvan a competir en el mer-
cado laboral. Los invita a respetar el civismo y la seguridad colectiva. Los llama a
integrarse a la sociedad y a gozar de los bienes de consumo. Como el Estado
neoliberal tiene que gastar lo menos posible, los excluidos tienen que contribuir, por
sus iniciativas, a resolver sus propios problemas (activación) y dejar lo antes posible
de depender de la ayuda pública (civismo). Además, cada vez que sea posible, el
Estado tiene que delegar las tareas de la política social a la sociedad civil, es decir a
un conjunto de organizaciones privadas, que son subsidiadas por él y operan bajo su
control.

12 Así se llama, por lo menos en Bélgica, pero corresponde a la misma concepción en los países europeos
en general.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Estamos en presencia aquí de un ejemplo particularmente claro de ideologización


de una práctica social: como los métodos del Estado de bienestar parecieron de-
masiado caros para el Estado neoliberal, éstos pasaron a ser malos (la asistencia
produciría el efecto inverso del resultado esperado). Pero para justificar los nuevos
métodos (la activación), hubo que invocar el interés del beneficiario (la dignidad, el
derecho a la integración social, la autonomía, la responsabilidad, la ciudadanía).

Al decir esto, no afirmo que los métodos antiguos eran mejores (o peores) que
los nuevos: ¡no lo sé! ¡Pero creo que los que conciben la nueva política social
tampoco lo saben! ¿Será mejor activar que asistir? ¿O lo contrario? ¡No sabe-
mos! Y la credibilidad de los argumentos es totalmente cultural: ayer la asisten-
cia era creíble, como hoy la activación lo es. Pero de confirmación empírica:
¡nada!

Historias de movilidad social de familias pobres urbanas en Chile

Examinaremos ahora los resultados del interesante trabajo de investigación de


Francisca Márquez y Vicente Espinoza, para ver de qué manera se conciben y
realizan las políticas sociales en Chile. Los investigadores querían saber si, entre
1992 y 2002, la lucha del Estado contra la indigencia y la pobreza había favoreci-
do la movilidad social de los beneficiarios y, de ser positiva la respuesta a esta
pregunta, si este efecto benéfico se podía atribuir a los programas de ayuda
pública.

Los investigadores combinaron métodos cuantitativos (por cuestionarios), sobre


una muestra de 600 personas (en dos comunas, Cerro Navia y Curicó13 ) y méto-
dos cualitativos, entrevistando en profundidad una muestra de 45 personas. Es-
tas dos comunas, una en la capital, la otra en provincia, fueron consideradas por
los autores como una muestra representativa del mundo de la pobreza en Chile.

¿Cómo definir y medir la eficacia?

La eficacia de un programa de ayuda social está definida, en esta investigación,


como la capacidad de favorecer la movilidad ascensional de los pobres y de los
indigentes, la que se define en la encuesta cuantitativa, como el hecho de haber
subido, entre 1992 y 2002, de una categoría a otra mejor (de ‘indigente’ a ‘pobre’,
o a ‘modesto’ o a ‘no-pobre’), en una escala comparativa de las condiciones
materiales de existencia. En cambio, en la investigación cualitativa, la movilidad
está definida por la combinación de dos variables: la integración funcional (defini-

13 La investigación se llevó a cabo en dos comunas de Chile: por un lado, Cerro Navia, ubicada en la Región
Metropolitana, con altos índices de pobreza y una política municipal que privilegia un enfoque participativo
en la implementación de las políticas y programas sociales, y por otro lado, Curicó, VII Región, una
comuna con un componente de pobreza urbana y rural, pero con exitosos indicadores de gestión municipal
en términos de la focalización de sus recursos y programas sociales, además de un enfoque fuertemente
asistencial/tecnocrático en la implementación de los programas sociales.

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POLÍTICA Nº 43

da como la capacidad de las personas de generar ingresos por su trabajo, dejan-


do así de depender de la ayuda financiera del Estado) y la integración social
(definida como su capacidad de diversificar sus redes relacionales y de ejercer
plenamente sus derechos de ciudadanos). Hablaremos aquí de movilidad cuanti-
tativa para referirnos a la primera definición, y de movilidad cualitativa, para la
segunda.

De inmediato, una observación se impone: se nota claramente que la manera de


plantear el problema de la movilidad es reveladora del cambio señalado más
arriba, en las concepciones de las políticas sociales. En el primer caso, se pue-
de considerar que la ayuda del Estado es eficaz si los beneficiarios han mejora-
do, en diez años, sus condiciones materiales de vida (más precisamente, si
disponen de mayor cantidad de bienes de equipamiento). En el segundo caso, la
ayuda sólo es considerada eficaz si los beneficiarios han conseguido integrarse
mejor a la sociedad: aumentando su autonomía individual en relación al Estado y
diversificando sus redes de relaciones (es decir reforzando su “capital social”).

Así, estas dos definiciones se refieren a dos concepciones distintas de la política


social: asistencial y activadora. Y pueden ser muy contradictorias cuando se
trata de evaluar la eficacia: en efecto, una familia puede perfectamente haber
mejorado sus condiciones materiales de existencia (movilidad cuantitativa) gra-
cias a la ayuda del Estado y seguir dependiendo de ella para sobrevivir. Es decir,
no ser, más que antes, ni autónoma, ni integrada (inmovilidad cualitativa). ¡En
estos casos, uno diría que la ayuda fue eficaz y otro que no!

Evaluación de la eficacia de la ayuda del Estado

Plantearemos ahora dos preguntas. La primera concierne la movilidad: ¿Hubo, o


no, movilidad ascensional (cuantitativa y/o cualitativa) entre 1992 y 2002? La
segunda trata de la política del Estado: para quienes alcanzaron cierto nivel de
movilidad, ¿en qué medida se le puede atribuir este cambio a la ayuda estatal y
no a otras variables?

Sobre la movilidad cuantitativa

En diez años, para la muestra concernida, 74,9% de las familias han subido de
categoría, es decir que han pasado de ‘indigente’ a ‘pobre’, o a ‘modesto’ o a ‘no-
pobre’. Más subjetivamente, en la percepción de la gente: “Más de la mitad de las
(familias) entrevistadas (54%) consideran que la situación actual de su hogar es
mejor que la del hogar de sus padres” y un “55,1% de la gente declara recibir más
subsidios que antes”14 (gracias a la política de focalización). Es indiscutible:
según estos datos, hubo en diez años una apreciable movilidad ascensional cuan-
titativa. Pero ¿será a causa de la ayuda del Estado?

14 Márquez y Espinoza, Informe Final Fondecyt 1020318, 2004.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

La respuesta parece ser positiva, por lo menos, considerando las cinco formas
de ayuda que entrega directamente la municipalidad. Sin embargo, esta eficacia
parece ser mejor para algunas familias que para otras. Primero, para que la ayu-
da sea eficaz, la familia tiene que haber recibido varias formas de asistencia: “En
ambas comunas, quienes más han visto incrementado el número de subsidios
que reciben, son también quienes han logrado superar la pobreza en la última
década […] En Cerro Navia, la mitad de los hogares que han superado la pobreza
han visto incrementado el número de subsidios que reciben; mientras que en
Curicó nada menos que el 69% de los hogares que han superado la pobreza se
encuentran en esta situación. En los hogares que entran a la pobreza destacan
aquellos que nunca han recibido subsidio o que reciben la misma cantidad. En
Cerro Navia también hay indicaciones de que quienes dejan de recibir subsidios
municipales entran en situaciones de pobreza”. Además, la ayuda del Estado
parece ser más eficaz cuando otras condiciones son reunidas: para los más
jóvenes, los más instruidos, los que tienen menos carga familiar… Es decir,
justamente, los casos menos graves.

A primera vista, uno podría llegar a la conclusión que la ayuda del Estado es
eficaz para favorecer la movilidad cuantitativa. Sin embargo, nos quedan algunas
dudas. Por ejemplo:

- si consideramos a quienes subieron de categoría: en Cerro Navia, un 51%


llegó a este resultado, sea sin ayuda del Estado, con menos o con la misma
cantidad de ayuda que antes. En Curicó, al contrario, son solamente el 30,6%
quienes se encuentran en este caso.
- si consideramos ahora a quienes bajaron de categoría: en Cerro Navia, un
41,7 % sufrieron esta regresión a pesar de un aumento de la ayuda del Esta-
do, y en Curicó, un 53,8 % está en el mismo caso;

Así que resulta difícil dar una respuesta clara y simple a las dos preguntas res-
pecto a la movilidad cuantitativa. En ciertas condiciones, la ayuda del Estado es
útil a la movilidad, y en otras no.

Sobre la movilidad cualitativa

Para favorecer la integración funcional (la autonomía financiera) de quienes ne-


cesitan ayuda, encontrar un empleo es prácticamente la única solución. “Nues-
tra investigación confirma efectivamente que la capacidad del Estado y sus
agentes de vincular a las familias al mercado laboral y asegurar su inserción
laboral, es siempre un factor que incide en las probabilidades de movilidad so-
cial ascendente”.

Entre los 45 casos analizados, sólo se encontraron dos de los cuales se puede
decir que “el Estado ha gatillado la movilidad social”, y, en los dos casos, estas

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POLÍTICA Nº 43

personas encontraron efectivamente su empleo gracias a la ayuda estatal. “La


clave […] está en la capacidad de un programa social de vincular e insertar a un
miembro de la familia, en este caso mujeres jefas de hogar, en el mercado labo-
ral. […] El posterior retiro del Estado, no fue resentido por ninguna de las dos;
insertas en una red laboral y vecinal sólida, ellas pudieron continuar de manera
sustentable, junto a sus familias, el proceso de movilidad”.

Se puede observar lo mismo en la encuesta cuantitativa, pues todas las familias


del universo que lograron que alguno de sus miembros encontrara un trabajo con
la ayuda del Estado, muestran evidencias significativas de mejorías en sus ingre-
sos y calidad de vida. La pauta que puede apreciarse señala que los proveedores
cesantes se asocian con mucha probabilidad a hogares en pobreza crónica.

En lo que se refiere a la integración social (redes relacionales), los más móviles


son también quienes logran establecer contactos con los funcionarios de la mu-
nicipalidad, los consejeros municipales, los alcaldes y los dirigentes de ONG.
Tienen dos veces más contactos que los pobres crónicos, y casi cuatro veces
más que quienes conocieron una movilidad descendiente. ¡Señalemos de paso
que “los contactos con parlamentarios […] no parecen tener efectos”!

Como bien se sabe, el buen uso de una red relacional es muy importante. En
efecto, la investigación señala que todas las familias comparten la percepción
que ser o no ser sujeto de subsidio o ayuda social es finalmente un asunto de
criterio, de buena o mala voluntad del agente responsable de asignarlos. Obtener
o no perder los subsidios monetarios15 es percibido siempre como una lucha o un
juego de astucias y de estrategias entre la familia y el agente del Estado.

Además, estas redes permiten acceder a una condición esencial de la ayuda: la


información. Efectivamente el principal recurso que circula en estas redes es la
información; 55% de los contactos entregan información que el respondente con-
sidera de utilidad. Hay otras familias, en general de marginalidad extrema, a
quienes la ayuda de la red estatal no los “toca”, no les “llega”, ya sea porque no
comprenden cuáles son los términos sobre los cuales construir una relación con
el Estado o simplemente nunca supieron o entendieron que existía una oferta
pública de la cual podían valerse16.

Evaluar la eficacia de la ayuda del Estado es, como se puede apreciar, una tarea
bien difícil. De los resultados presentados aquí se puede concluir que, obviamen-
te, esta ayuda sólo es eficaz en ciertas condiciones. Trataremos ahora de propo-
ner una síntesis de estas condiciones.

15 Subsidio Unico Familiar, Subsidio al Agua Potable, Subsidio a la Invalidez, entre otros.
16 Fondecyt 1020318.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Las condiciones de la eficacia de la ayuda del Estado

1. La voluntad de surgir

Es evidente que la ayuda es más eficaz con quienes tienen realmente la voluntad
de surgir, con quienes se sienten capaces de hacerse cargo de sí mismos, con
quienes tienen voluntad y coraje. Es, en todo caso, lo que piensan los trabajado-
res sociales, entre otros, a quienes hemos escuchado en Cerro Navia y en Curicó17.
Tenemos que tomar muy en serio esta opinión de los asistentes sociales, porque
son ellos quienes mejor conocen a sus “clientes”. Pero, el corolario –muy peligro-
so– de esta convicción, es que muchos agentes del Estado creen que si los
pobres no logran salir de la pobreza, es porque no quieren.

Pero obviamente, esta falta de voluntad no explica nada, porque no hace sino
desplazar el problema: sabiendo que ningún pobre se declara satisfecho de vivir
en tal condición de vida, el problema es saber ¿por qué les falta la voluntad de
surgir? “La cultura de la decencia y de la integración social, como aspiración y
práctica, está presente en las 45 familias entrevistadas”. Si todos quieren sur-
gir, y no tienen la voluntad –como señalan las asistentes sociales– significa
que esta voluntad, precisamente, debe haber sido quebrada, desgastada, por
su experiencia de pobreza. En consecuencia, el problema mayor de la política
social pasa a ser justamente cómo restaurar esta voluntad.

En este proceso de restauración, tenemos que subrayar la importancia de los


niños. Un entrevistado explica su voluntad de surgir: “para que mi hijo no sea un
perro como yo!”. O también, como lo observa un trabajador social de Cerro
Navia, la importancia de las mujeres: ellas surgen más fácilmente cuando deci-
den no contar más con la ayuda de su marido y asumir ellas la iniciativa del
sustento de sus hogares. Esto nos hace pensar que el problema de “la volun-
tad” se plantea de manera distinta para los hombres y para las mujeres, con
niños o sin niños.

Pero también, se sabe perfectamente que la voluntad no siempre es suficiente: a


veces, a pesar de toda su buena voluntad, los pobres no logran surgir.

2. El interés de surgir

La falta de interés es un asunto bastante más complejo. Ocurre, efectivamente,


que los pobres pueden no tener interés en volverse autónomos del Estado,
porque esto significaría para ellos el fin de las ayudas que reciben y a las
cuales están acostumbrados. O porque su autonomía significaría tener que

17 En el marco de un Proyecto de Cooperación Internacional (7030019), he podido participar como investiga-


dor (2003) en dos discusiones grupales con asistentes sociales de las municipalidades de Cerro Navia y
Curicó.

97
POLÍTICA Nº 43

enfrentar gastos suplementarios, que no tienen que asumir mientras continúen


como dependientes.

Como lo decía justamente un trabajador social de Curicó: “A veces, ellos son


castigados por vivir mejor” o “La mayoría de los pobres tienen interés en seguir
siendo pobres para continuar gozando de las ayudas”. De allí, un problema im-
portante de la política social: ¿cómo hacer perder a los pobres esta mentalidad
de asistidos, que llegó a ser para muchos una costumbre, una manera de vivir,
que los mantiene en la pobreza crónica? ¿Cómo hacer para que los pobres no
tengan más interés en seguir siendo dependientes del Estado?

Existen situaciones aun peores: algunos no tienen interés en dejar de ser pobres
porque ganan mucho más dinero siéndolo: los que mendigan, se prostituyen,
roban, trafican drogas… Estos parecen relevar de otra problemática. De hecho,
son autónomos, pero es gracias a prácticas ilegales, lo que significa que son
delincuentes. Sin embargo, muy probablemente, la pobreza los llevó a la delin-
cuencia, y el miedo de recaer en la pobreza los incita a seguir en sus prácticas
ilegales. Como se ha podido observar en algunos casos, es a veces el miedo de
perder el cuidado o incluso el respeto de sus niños o de sus más cercanos que
puede incentivarlos a buscar nuevas vías de integración.

3. Un mínimo de recursos

Puede parecer paradojal, pero es sin embargo evidente que la ayuda social es
más eficaz con los que menos la necesitan. Como lo confirma la investigación,
las familias que cuentan con otros recursos (relaciones, instrucción, salud, ju-
ventud, matrimonios estables, pocos niños… y un poco de dinero propio), tienen
ciertamente más posibilidades de surgir solos. En estos casos, el pequeño su-
plemento que el Estado les otorga es susceptible de ser aprovechado más efi-
cazmente, al servicio de un proyecto de movilidad que ya está encaminado.

Esto lo confirma tanto la investigación cuantitativa como cualitativa (19 casos de


45). “Para estas familias la red de ayuda estatal no constituye su única ni princi-
pal red de ayuda. Para la mayor parte de ellas, la obtención de una vivienda social
ha sido el recurso que ha permitido consolidar una trayectoria que se anunciaba
desde antes como ascendente”.

Existen sin embargo notables excepciones a esta correlación que parece tan
evidente. “Es el caso de familias que logran por ejemplo, obtener una casa, pero
que una vez obtenida, comienza su descenso social producto de las nuevas
condiciones de vida”. Puede ocurrir, efectivamente, que la casa signifique para
ellos cargas suplementarias que no pueden soportar, que su nueva casa los aleje
de su lugar de trabajo o los obligue a dejar su trabajo sin encontrar otro. En estos
casos, el “regalo” del Estado produce efectos perversos. “El Estado anula la

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

trayectoria de movilidad social, cuando éste otorga subsidios o información que


inhiben recursos y capacidades que la familia ya poseía. […] Es el caso, por
ejemplo, de una familia cuyo jefe de hogar pierde su trabajo como independiente
tras recibir una vivienda donde, por razones de espacio y normativas, no puede
instalar su negocio”. “En efecto, al contar con una vivienda en mejores condicio-
nes, sube el puntaje de la Ficha CAS, que es la condición de acceso a los
subsidios municipales”.

4. La centralidad del empleo

Ya lo dijimos más arriba. Recordamos simplemente aquí que, en nuestras socie-


dades, la única manera legítima de ser autónomo, de no depender de la solidari-
dad pública es generar sus ingresos por su propio trabajo. Lamentablemente,
para los indigentes y los pobres, con las pocas calificaciones profesionales que
tienen, no existe en general sino empleos precarios. La mayor estabilidad ocupa-
cional se aprecia entre los obreros agrícolas, de la construcción y la manufactu-
ra, así como entre las trabajadoras de casa particular.

5. Una buena red relacional

Esta condición, ya señalada más arriba, corresponde exactamente a la concep-


ción de la política social fundada en la idea de “capital social”. La pobreza se
acompaña habitualmente de la soledad, y sobre todo del “encierre dentro de
ghettos” de los pobres. Y no es fácil, una vez perdida, restaurar la confianza
hacia sus vecinos, los extranjeros y las instituciones; difícil es también la solida-
ridad y la movilización colectivamente organizada; más difícil aún el logro de una
red relacional más allá de su propio medio. La pobreza genera una cultura de la
vergüenza y de la culpabilidad, produciendo a su vez problemas identitarios que
complejizan las relaciones sociales.

6. Una lógica de acción del pobre, que sea adaptada a sus necesidades

Como es sabido, en sus relaciones con los agentes de las políticas sociales, los
pobres pueden adoptar diversas estrategias y, según las circunstancias, pasar
de una a otra. “Lo primero que habría que señalar, es que la lógica de interacción
entre la familia y el Estado varía en el tiempo”.

La estrategia más común es el pragmatismo: “En términos generales, entre es-


tas 45 familias tiende a predominar una estrategia de acción fundamentalmente
pragmática frente al Estado”. “Se sabe callar cuando es necesario callar, y hablar
cuando es necesario hablar”. “Todas las familias tienden a aceptar (a menudo
incondicional y silenciosamente) del Estado toda ayuda, material o simbólica,
aun cuando no corresponda a lo solicitado o deseado”.

99
POLÍTICA Nº 43

Muy excepcionalmente, el pobre opta por una estrategia conflictiva, salvo cuando
pertenece a una organización reivindicativa. “Se observa que entre las familias de
trayectorias ascendentes, estas situaciones de conflicto tienden a darse entre
aquellas que participan en alguna organización y cuentan por tanto con una red
de apoyo alternativa”.

A veces, sin embargo, también sucede que algunos renuncian a solicitar ayuda,
o rompen la relación con el trabajador social: puede ocurrir cuando ya recibió lo
que quería, pero también cuando, para conseguirlo, tendría que soportar un “cos-
to” que le parece excesivo. Este costo puede ser su participación en un programa
o el miedo a las consecuencias negativas de la ayuda18, como es el caso de
algunas familias que rechazan el subsidio a la vivienda por considerarla excesiva-
mente pequeña o alejada de sus lugares de trabajo. Pero también la renuncia a
participar de la red de ayuda pública se gatilla por el deseo de evitar la humilla-
ción, la falta de respeto, o un gesto de discriminación que podría herir la dignidad.

La lealtad es otra estrategia: colaborar activamente con el agente social. Pero


hay que reconocer que no es ésta la actitud más frecuente. “Las familias pobres
de nuestro universo de estudio suelen aceptar los términos de la interacción con
el Estado más por necesidad que por convicción con la lógica estatal”.

Pero, lo que esta investigación pone en evidencia es que lo más importante para
que la ayuda sea eficaz no es la estrategia (pragmatismo, conflicto, huida o
lealtad) del candidato a la ayuda –además, en la amplia mayoría de los casos, es
pragmático– sino más bien el sentirse en un ambiente de confianza, animado a
expresar sus problemas, y por lo tanto, a tomar conciencia de ellos.

7. Una lógica de acción del agente social, adaptada a las necesidades del pobre

Desde hace más o menos un siglo, los Estados modernos y sus agentes en-
cargados de las políticas sociales, han concebido diversas maneras de hacer
su trabajo. Todo depende de la idea que se hacen de lo que es la pobreza y del
método que creen pertinente para resolver este problema. Los investigadores
identificaron cuatro maneras de ejercer la ayuda social hoy en Chile: la lógica
tecnocrática y asistencial (dar ayuda material, sin exigir contrapartida del po-
bre); la lógica equitativa y participativa (dar ayuda material, pero siempre pedir,
como condición, una contribución del pobre); la lógica de deferencia (no dar
ayuda material, pero ayudar al pobre a conseguir la capacidad de salir por sí
mismo de la pobreza), y la lógica de anonimato (no ayudarlo, o muy poco, en
nada).

18 En ciertos casos, conseguir una casa resulta más caro (mantención, cuentas…) que seguir sin casa.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Según los resultados de la investigación en Cerro Navia y Curicó, no pareciera


ser tan importante privilegiar una lógica más que otra: “no se observa una rela-
ción entre la lógica de interacción Estado/familia y el tipo de trayectoria de
movilidad social”. Lo que sí importa es que el agente social sepa comprender
bien cuáles son las necesidades de su “cliente” y adaptar su lógica de ayuda a
la solicitud de cada caso particular. “Si bien es cierto que aquellos programas
sociales que incorporan un componente de participación ciudadana, generan
ciertamente más consenso y adhesión entre las familias, también es cierto que
no necesariamente ellos inciden positivamente en las trayectorias de movili-
dad. Para que ello suceda, la clave es que los recursos públicos logren articularse,
dialogar y por tanto potenciar las capacidades y aspiraciones de la familia”.
“Una lógica equitativa y participativa no necesariamente favorece o se asocia a
una trayectoria de movilidad ascendente; tampoco un programa social con una
lógica tecnocrática/asistencialista necesariamente favorece la inamovilidad o el
dejarse estar. La movilidad social puede asociarse a programas sociales con
lógicas de interacción muy diversas”.

Sin embargo, los trabajadores sociales de hoy, sensibles a las ideas en boga,
tienen tendencia a considerar que la asistencia hunde los pobres en su condi-
ción; piensan que no hay que “mal acostumbrarlos”, dándoles lo que quieren (luz,
pañales, comida…), pero que su rol es “enseñarles a trabajar, reeducarlos”. La
verdad es más matizada: depende de los casos. A veces, no hay nada mejor que
seguir asistiendo una familia, entregándole una ayuda permanente; en otros ca-
sos, al contrario, se puede exigir de la familia el esfuerzo que le permitirá surgir;
a veces, la ayuda tiene que ser global, pero en otros casos, mejor que sea pun-
tual y momentánea. Todo depende de los casos, y es justamente por esto que la
profesión de trabajador social es tan compleja.

8. Una buena relación entre el “cliente” y el trabajador social

Esta condición es probablemente la más importante de todas. “La incidencia de


las políticas sociales dice relación justamente con la capacidad del Estado y sus
agentes de comprender estos mundos sociales de la pobreza; en su capacidad
de comprender y dialogar sobre códigos comunes, más que sobre códigos y
lógicas preconstruidas desde las políticas y los programas sociales”. Lo que
importa es “la capacidad de los agentes sociales de detectar y diagnosticar las
necesidades concretas de las familias en sus distintos ciclos de vida, pero tam-
bién, su capacidad de comprender las culturas y prácticas sociales propias de
cada familia”. Y, por supuesto, la cualidad de la relación depende antes que nada
de las capacidades profesionales y humanas del trabajador social: es por esto
que su buena formación es imprescindible.

En esta relación de colaboración, lo más importante parece ser el respeto del


trabajador social para su “cliente”: éste, efectivamente, está fragilizado en su

101
POLÍTICA Nº 43

identidad (en su autoestima) y en su dignidad; tiene vergüenza y se siente culpa-


ble de su situación, y por lo tanto, necesita respeto. “Para las familias no existen
o poco interesan los criterios técnicos del Estado en la asignación de recursos;
para ellas las respuestas públicas se explican y dependen finalmente de cuánto
‘me ve’, ‘me estima’, ‘me reconoce’, ‘me considera’...” En esta percepción se
juega el grado de reconocimiento social por parte del Estado y sus agentes y por
ende, la participación más o menos leal o más o menos conflictiva de la familia
en los programas sociales. Tal como señalan los investigadores, la considera-
ción respetuosa de las necesidades de la familia por parte de los agentes públi-
cos, genera en todos los casos analizados una respuesta de lealtad por parte de
las familias hacia el Estado. Todas las familias logran establecer una relación
consensual con la red de ayuda social cuando la interacción se produce desde
una lógica equitativa y deferente. Estos gestos, aun cuando no se acompañen de
subsidios o ayuda material, pueden ser claves en afirmar e incentivar al grupo
familiar a persistir en su búsqueda de salidas a su situación de pobreza19.

9. La ayuda oportuna y pertinente

Esta condición resume casi todas las otras: para ser eficaz, la ayuda tiene que
ser oportuna (tiene que llegar en el buen momento) y pertinente (tiene que ser
adaptada al problema de tal familia). Tiene que haber una correspondencia entre
el tipo de ayuda y las necesidades precisas del beneficiario.

La conclusión central de esta investigación señala que la incidencia del Estado


en la movilidad social se juega en la pertinencia y oportunidad de su intervención
en relación a las necesidades y a las pautas culturales que orientan al grupo
familiar.

Que el Estado, a través de sus políticas sociales, favorezca o no un proceso de


movilidad social, no depende de la lógica de interacción de los programas socia-
les, sino de la pertinencia de la respuesta pública a las necesidades, aspiracio-
nes y adscripciones culturales de cada familia. Lo que hace la diferencia entre
incidir o no incidir en una trayectoria familiar, es la capacidad del Estado de
comprender la historia, las necesidades y la cultura familiar; esto es, la capaci-
dad de generar respuestas estatales que se ajusten por tanto, a la singularidad
de las trayectorias familiares. Las familias e individuos colaboran y participan
activamente de los programas públicos, sea cual sea, cuando perciben la perti-
nencia y oportunidad de los recursos públicos a sus necesidades20.

19 Fondecyt 1020318.
20 Idem.

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A propósito de la eficacia de las políticas de vivienda social en Chile

Conclusión

Como se ve, el problema de la eficacia de los programas de ayuda pública a los


indigentes y a los pobres es un tema de una gran complejidad, y todavía mal
conocido. Es, en todo caso, bastante más complejo que los debates ideológicos
simplistas entre “asistir”, “activar” o “reforzar el capital social” de los pobres. Es
posible, como los investigadores lo hicieron aquí, identificar más o menos cuáles
condiciones tienen que ser cumplidas para aumentar esta eficacia. Sin embargo,
nada nos garantiza que, reuniendo todas estas condiciones, los Estados van a
ser capaces de resolver el problema de la pobreza.

Cada una de las condiciones que hemos recordado aquí forman un todo: ellas se
articulan unas con las otras, y no sabemos muy bien todavía cómo interactúan.
Tampoco sabemos si todas tienen la misma importancia o si algunas son más
decisivas que otras.

Sin embargo, de lo que podemos estar prácticamente seguros, es que si los


programas del Estado lograran reunir el conjunto de estas condiciones, la proba-
bilidad para que sean eficaces se aproximaría al cien por ciento.

En claro: un indigente o un pobre, que tuviese la oportunidad de ser ayudado por


un trabajador social bien formado y respetuoso (condición 8), que sepa escuchar-
lo e identificar la ayuda oportuna y pertinente que necesita (9), retomaría segura-
mente la confianza y la fuerza necesaria (1), comprendería y se interesaría por
las vías de superación alternativas a la pobreza (2) y se valdría de aquellos conse-
jos más pertinentes de la asistente social (6); y si, además, este trabajador
social dispusiera de los recursos suficientes para las necesidades de esta perso-
na (3), podría ayudarlo a recalificarse y a encontrar un empleo (4) y así, recons-
truir poco a poco su red relacional (5). Por supuesto, para llegar a este resultado,
se necesitan trabajadores sociales de muy buena calidad (7), un mercado abierto
a ofrecer trabajos dignos… ¡y un Estado que otorgue los medios para hacer bien
su trabajo!

Pero uno se puede preguntar si, más allá de su discurso ideológico, los Esta-
dos neoliberales tienen realmente la intención de resolver el problema de la
pobreza. Si tales fueran realmente sus intenciones, se atacarían a las causas
de la exclusión y de la injusticia. Es decir cambiarían de modelo económico y
político. Pero, por lo que podemos observar, lo único que pareciera interesar es
poner freno a los daños causados por este modelo, de manera a mantener la
pobreza en los límites “razonables”. Delegar a un ejército de trabajadores so-
ciales la difícil tarea de contener y de reducir lo más eficazmente posible la
exclusión… permite también preservar el modelo económico y político que la
retroalimenta constantemente.

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POLÍTICA Nº 43

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