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ÉTICA: Disciplina filosófica que estudia el bien y el mal y sus relaciones con la moral y el

comportamiento humano.

Crítica de ‘Hable con ella’: La búsqueda de amor y atención convertida en obsesión

28 agosto, 2013 Carlos Cuesta 0 comentarios Ciclos de cine, cine español, Cuenta atrás
Almodóvar

Las críticas de Carlos Cuesta: Hable con ella

La afinada estructura de los guiones de Pedro Almodóvar se concreta en una narrativa brillante
que consigue ordenar los hilos que dan coherencia, dentro de su particular universo, a la
sucesión de lo irreal y lo surrealista. En Hable con ella esta virtud logra una expresión máxima
sin abandonar la provocación y la exacerbación de las pasiones. El director no se deja avasallar
por lo explícito en favor de lo sugerente y alcanza un grado de contención que permite que el
relato sea accesible sin dejar de serle propio. Su premio por esta obra fue el Oscar al mejor
guión original.

La película nos cuenta la historia de dos hombres y sus diferentes deseos de amar. Benigno
(Javier Cámara) es un enfermero con dedicación exclusiva, profesional y sentimental, a Alicia
(Leonor Watling), una paciente en coma de la que está enamorado. Marco (Dario Grandinetti,
El lado oscuro del corazón) es un periodista que parece estar predestinado al abandono o la
soledad. Él desea olvidar a su anterior amor y en ese proceso conoce a la matadora de toros
Lydia González (Rosario Flores), quien por despecho comenzará con él una relación que
quedará cortada por una terrible cornada. Las vidas de los dos hombres se cruzarán en el
hospital donde ambas mujeres yacen en un sueño indefinido.

El realizador nos guía con agilidad por esta historia sobre la falta de cariño y la dependencia
emocional que puede llegar a alcanzar un grado enfermizo. Ambos relatos nos hablan de
abandono, pero en medio se cuela irremediablemente una reivindicación de la mujer, el mensaje
del egoísmo masculino y la falta de atención que los hombres prestan a las mujeres, que se
expresa de forma explícita en varias ocasiones. Los hombres que no atienden ni escuchan
parecen tener su contraposición en Benigno, que parece escuchar incluso a quien no es capaz de
hablar, pero también él se atiende sólo a sí mismo e impone su voluntad a la mujer. La
insinuación homosexual del personaje es una necesidad argumental; es una forma de acercarle a
lo femenino al tiempo que se explicita una desesperada petición de cariño que necesita igual de
la mujer amada que de su leal amigo íntimo.

Javier Cámara se muestra espontáneo, desenvuelto, verídico en los diálogos y obsesivo y de


gesto preocupado cuando corresponde. Borda el papel del enfermero que remplaza su vida por
la existencia que disfrutaría Alicia si no estuviera en coma. El estupendo personaje de
Grandinetti se nutre de una dosis de cordura que trata de compartir con el de Cámara. El actor
aprovecha un papel brillante, cuyo apoyo incondicional a Benigno se debate entre la lealtad y
una ambigüedad moral un tanto morbosa.

Hable con ella es una película absolutamente sensitiva en casi todos los campos: En lo visual se
viste de escenas de gran fuerza, expresividad y sensibilidad: los planos taurinos, el dramático
momento de la cogida y la profunda mirada del toro mientras se llevan a la herida; dos hombres
conversan separados por un cristal y el reflejo de quien habla coincide con la boca de quien
escucha como si se convirtiera en conversador y el interlocutor se hablara a sí mismo; el tacto,
tan presente en los cuidados a Alicia; el sonido se vuelve sólido en esta película en momentos
como en el que se viste a la torera. Una exquisita banda sonora hace de Alberto Iglesias una
acertada constante de tantas obras de este director.

Almodóvar utiliza el personaje de Alicia para volcar sobre él su sensibilidad hacia el arte y su
amor por el cine. El surrealismo que el realizador tanto cultiva tiene aquí un pequeño homenaje
en una intrapelícula de cine mudo vista por Benigno y que ejercerá de catalizador de la trama al
acelerar los acontecimientos (y nueva referencia a la desatención a las mujeres y a la dificultad
de cumplir sus deseos).

Habituales del director como Chus Lampreave o Lola Dueñas tienen un papel secundario en
este producción en la que Elena Anaya disfruta de un pequeño papel, su presentación como
chica Almodóvar antes de La Piel que habito (una historia mucho más oscura sobre abuso y
obsesión).

Sorprenden del responsable de Hable con ella muchas cosas. Una de ellas la he experimentado
con este ciclo que sigue su trayectoria de forma inversa: consiste en la sensación de que su
filmografía evoluciona tanto si se analiza desde sus comienzos hasta su última película como si
se contempla regresando a los inicios desde su final. A lo largo de esta carrera se va
potenciando una cualidad interesante, que es la naturalidad con la que expresa lo extremo, la
forma en que logra que el disparate tenga un asomo de credibilidad que nos recuerda a algo real.
Desde luego la contención de Hable con ella no es lo habitual en él, pero es sensacional ver que
esta bestia creadora es capaz de controlarse.

A las mujeres hay que hablarles

por Amor, Eliana, Brailovsky, Nadia

“Entre el hombre y la mujer está el amor

Entre el hombre y el amor hay un mundo

Entre el hombre y el mundo hay un muro”

Antoine Tudal
Entre las palabras y el silencio, Almodóvar nos sumerge en una danza de personajes en la que
cada uno a su manera intenta hacer algo con su soledad.

Como las muñecas rusas, la película nos permite descubrir distintas obras dentro de la obra. El
film comienza con una escena de danza perteneciente a Café Müller, de la coreógrafa Pina
Bausch. En ella, dos personajes femeninos delgadísimos y enmudecidos, (uno de ellos la propia
Pina) con los ojos cerrados, y vestidos con camisones que les llegan hasta los tobillos, fantasmas
sonámbulos, que por momentos están a punto de chocarse con las sillas que se agolpan en el
escenario, mientras un personaje masculino las aparta. Benigno y Marco, dos personajes
protagónicos que llegarán a ser grandes amigos más tarde, comparten azarosamente el
espectáculo desde la platea. Marco está emocionado hasta las lágrimas, detalle que a Benigno
no se le escapa, y que luego contará a Alicia, la paciente a quien cuida día y noche.

Ambos protagonistas se encontrarán nuevamente, pero en esta oportunidad será en la clínica “El
Bosque”, en la que Benigno trabaja de enfermero cuidando a Alicia. Marco llega acompañando
a su novia Lydia, que es torero y ha sido embestida por un toro. Ambas están en coma y según
los médicos, a estas mujeres sólo un milagro las puede despertar.

Benigno, que se jacta de “saber mucho de mujeres” en tanto que cuidó a su propia madre
durante años y que ahora no se aparta ni por un momento de Alicia; le revela a Marco: “el
cerebro de la mujer es un misterio”. Sin embargo, hay algo que sí puede afirmar con seguridad:
“a las mujeres hay que hablarles” y le aconseja: “hable con ella”.

En este caso se trata de mujeres que no demandan, ¿cómo abordarlas?. La apuesta de Benigno
es por la palabra, que finalmente es palabra de amor. Puesto que al hablar, se da lo que no se
tiene, es decir, se ama. Así es que Benigno le habla de cosas que supone que a ella le interesan,
para lo cual ha modificado su vida, con el propósito de vivir lo que ella no puede, y así
contárselo.

En las llamadas fórmulas de la sexuación, Jacques Lacan matematiza el goce femenino como
“significante del Otro tachado”, es decir, que no hay un significante que represente al Otro, y en
este mismo lugar, más allá de lo simbólico, ubica el goce femenino, como aquello para lo que
no hay palabras. A lo largo del film, el silencio de las mujeres se presentifica en las distintas
producciones artísticas que se inmiscuyen en la historia relatada, se trata de retazos que a
diferencia de esta última sostienen un vacío en la significación. No es posible asegurar qué les
pasa… qué quieren. Freud se ha preguntado: ¿qué quiere una mujer?... Pues ella no puede
saberlo.
Benigno, desde su inocencia, acerca una respuesta posible: “Las mujeres quieren que les
hablen”. De ese modo, cada mujer, puede garantizarse el amor de su hombre, porque cuando
éste le habla, es porque ella le hace falta. No se trata de palabras que completen vacíos, ni que
obturen la posibilidad de escucharla (tal como podemos ver a Marco momentos antes de que
Lydia sufra el accidente). Por el contrario, se trata de palabras que bordean la falta del Otro, que
se acercan a ese punto de real innombrable. Sólo a través de este lazo que tiende el amor, el
hombre puede pasar de su goce del Uno al deseo del Otro, con la condición de tocar algo de ese
goce de ella, en el infinito.

Entre las pasiones que Benigno toma prestadas de Alicia, se encuentra el cine, y muy
significativamente, el cine mudo. Una vez más, irá a ver una película para luego relatarle, pero
esta vez queda conmovido por “El amante menguante”. En este cortometraje surrealista, vemos
a un hombre miniatura introducirse dentro del cuerpo de una mujer a través de su vagina.
Podemos leerlo como una metáfora de la realización de un temor masculino: el miedo a perder
lo que se tiene en lo infinito del Otro sexo, los labios femeninos se lo comen, tal como la
mantis-religiosa lo hace con su partenaire luego del acto sexual. Benigno, finalmente “actuará”
la trama del corto que lo cautivó, no sin consecuencias…

Paralelamente se va desarrollado la historia de la pareja que conforman Marco y Lydia. A pesar


del consejo de Benigno, Marco no sabe como hablarle a Lydia. Para los hombres, no suele ser
fácil consentir a esto que generalmente es una demanda femenina, por la misma razón: al hablar,
algo de la castración se manifiesta.

En “Hable con ella” aparecen los hombres como quienes pueden dar palabras y las mujeres
hacen “mutis” [1]. Ellas encarnan el inefable misterio de lo femenino, a la vez que se hace
presente a primera vista, lo imposible de la relación sexual.

Como otra de las joyas que nos regala esta obra, Caetano Veloso entona en una canción el
desencuentro de los seres hablantes:

“ … Que una paloma triste muy de mañana le va a cantar

a la casita sola con sus puertitas de par en par;

juran que esa paloma no es otra cosa más que su alma,

que todavía espera a que regrese la desdichada”.


Lacan nos dice que el neurótico ama con su alma [2], es decir, con su fantasma… así, cada uno
de los protagonistas, ha hecho de esos cuerpos silentes el objeto de su propio guión
fantasmático.

En el último tramo de la película, nos sorprende saber que si Lydia despertara, seguramente no
se iría con Marco, ya que su accidente fue consecuencia de un acto de amor hacia otro hombre.

A su vez, asistimos al despertar de Alicia, pero Benigno no puede presenciarlo, ya que a esta
altura ha sido condenado y encarcelado por la violación cometida, tras “introducirse” en la
mujer al modo de “el amante menguante”, hecho que queda al descubierto por el embarazo de
Alicia. Benigno tiene que responder ante la ley por su acto, en tanto que no sólo ha cometido
ese delito, sino que también ha ocultado las evidencias (modifica la ficha de enfermería donde
debía figurar el primer mes en que Alicia no había menstruado). No obstante, su acto tiene
consecuencias más allá de las previstas: Alicia despierta… y probablemente también sea
Benigno el responsable de que Marco, en algún punto, despierte de la neurosis que lo adormecía
hasta entonces…

Aunque la historia, nos arrebate de un sueño, el final estaba anticipado: Entre hombres y
mujeres la relación sexual no puede escribirse, sólo a través del amor es posible suplir algo de
ese goce imposible, y para ello se hacen necesarias las palabras, capaces de vehiculizar el amor
al dar lo que no se tiene, a quien no lo es [3].

Restan unos minutos de película… vemos a Marco y Alicia asistir a la misma obra de teatro, y
se nos sugiere que podría nacer de allí una nueva posibilidad de intentar hacer algo con el amor.
Dice Lacan en El Seminario 20 que por la vía del amor, la contingencia del encuentro se
transforma en necesidad.

El final: Alicia, Marco, un cruce de miradas…

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