Alumna: Vargas Liliana Carina. Cornelius Castoriadis ha dado un concepto de imaginario social, en que las instituciones sociales y la posibilidad de transformación no se explican únicamente por causas materiales (tal y como sostienen los marxistas), sino que tiene un papel importante el imaginario social. Toda sociedad existe según un doble modo: el modo de “lo instituido”, una serie de instituciones con cierto grado de estabilización, y el modo de “lo instituyente”, que viene a ser dinámica y que lleva a la transformación social. Para el autor existe una institución imaginaria de la sociedad que estaría formada por tres términos. Institución: la sociedad no es natural, sino obra de la acción humana; la acción del ser humano está marcada por un propósito y mediatizada por un sistema simbólico. Imaginario: cuando decimos que dicha institución es imaginaria significa en primer lugar que trata de un fenómeno del espíritu y que las significaciones y valores que condicionan la sociedad son inventadas por los seres humanos. Sociedad: la institución no es obra de ningún individuo o grupo de ellos en particular, sino de un colectivo anónimo e indivisible, que trasciende a las personas y se impone a ellas, este imaginario social provee a la sique de significaciones y valore, y a los individuos les da los medios para comunicarse y las formas de cooperación. Teniendo en cuenta lo antes dicho se podría decir que Habitus es la internalización de las estructuras mentales (sociales) que permiten manejar el mundo social y son generadoras de las prácticas, no están objetivamente determinadas y no es producto de un libre albedrío. Castoriadi dice que una sociedad es un conjunto de significaciones imaginarias sociales encarnadas en instituciones. En la teoría del pensamiento complejo Edgar Morín ve al mundo como un todo indisociable, es decir que no se puede separar, donde nuestro espíritu individual posee conocimiento ambiguos desordenados que necesitan acciones retroalimentadoras. El pensamiento complejo es una noción utilizada en filosofía y otras disciplinas, en todas ellas sostiene que la realidad es compleja, el pensamiento complejo nos permite contemplar diferentes representaciones de un sistema al mismo tiempo, con el fin de tener un entendimiento más completo del mismo. En el ámbito educativo los docentes deben trabajar con sus estudiantes en el desarrollo de un pensamiento complejo, que les permita contemplar epistemológica y holísticamente la realidad, siendo no solo un observante pasivo, sino participante y constructor de ella. Ejercicio 2 de lección 2 de Nicolás Arata y Marcelo Mariño Los cuatros grandes espacios de formación durante el proceso de la conquista. La universidad, baluarte de la contrarreforma La universidad sería la responsable de proveer los hombres necesarios para ocupar puesto clave en la iglesia, los cabildos y la justicia. En 1713 se formo la Universidad de Córdoba del Tucumán, aquella universidad adoptó un espíritu y un ceremonial típico del barroco, que exaltaba la cultura libresca, los rituales, las jerarquías y el desprecio por las actividades manuales. La Universidad era gobernada por la Compañía de Jesús. Incorporó desde sus inicios el modelo clásico de la universidad medieval tardía y el método escolástico. El tipo de saber que se impartían incluía el latín, razón por la cual era requisito indispensable estudiar gramática. La enseñanza se organizaba como un modelo universitario que emulaba la estructura de la enseñanza de la Universidad de Salamanca compuestas por cuatro facultades: la de Artes, Derecho, Medicina y teología (esta última considerada la disciplina por excelencia), que permitían a los estudiantes adquirir la formación para acceder a los puestos administrativos y eclesiásticos. Atendiendo al criterio de limpieza de oficio, dichos estudios excluían las artes mecánicas y las ciencias lucrativas por considerarlas objeto de envilecimiento del alma. Las primeras Constituciones de la Universidad de Córdoba, elaboradas por Andrés de Rada, reglamentaban las instancias que un estudiante debía transitar para alcanzar un título universitario; se trataba de ceremonias y probanzas que contribuían a distanciarlo del resto de la población, acentuando el papel de la educación superior como legitimadora de una sociedad rígidamente estratificada. Los colegios y las misiones jesuíticas De todas las ordene religiosas fueron los jesuitas quienes dieron el mayor impulso de fundación de los colegios. En los colegios se dictaban los estudios preparatorios que tenían como finalidad formar a los alumnos para su desempeño universitario. Los saberes que se enseñaban en este espacio comprendían en el primer nivel el curso de gramática, que incluía la enseñanza de la retórica generalmente en dos años. Su aprendizaje se considera importante porque definía si un joven tenía la posibilidad o no de continuar estudios superiores. En el segundo nivel se impartía el curso de humanidades, cuyo objetivo era instruir a los alumnos en las letras, a partir de obras clásicas. Cicerón, a través de sus textos de vocabulario rico y construcciones elegantes, era el autor más utilizado para avanzar en el dominio del latín. El curso tenía como propósito dotar a los alumnos de un latín refinado y trasmitirles una cultura amplia y erudita. Los jesuitas también fueron los principales responsables de la educación de los indígenas. Florian Paucke, arribó a la misión de San Ignacio en 1749 y fue quien desarrollo técnicas de enseñanza para trasmitirles a los indígenas saberes relacionados con el arado y la elaboración de ladrillos, su principal interés fue la enseñanza de la música. En la reducción de San Javier, hacia 1755 se organizo una orquesta compuesta por veinte jóvenes indígenas, en particular el desarrollo de la música folklórica. En cuanto a la enseñanza de la infancia, los niños guaraníes que vivían en las reducciones asistían cotidianamente a escuelas de primeras letras, dividido por sexo, donde un misionero les enseñaba a leer, escribir, contar y cantar en guaraní, español, latín. En algunas misiones, sólo los hijos de los caciques y de los miembros de la tribu que ocupaban un lugar en el cabildo podían asistir a la escuela. El resto de los niños acompañaban a sus padres a trabajar al campo. En el texto de Juan P. Ramos “Historia de la instrucción primaria en la República Argentina”. En 1855 más del 40% de de inscripción de las escuelas estaba formada por niñas, hecho único en toda la América de habla latina, según lo aseguro Sarmiento. Según The American journal of education del año 1856, establece que en Buenos Aires concurrían a escuelas un niño cada 18 habitantes. En el 1858 fue año de esperanzas y movimiento para las escuelas. En este tiempo se editan o escriben los siguientes libros escolares: Silabario Argentino José Antonio Wilde, Álbum Toribio Aráuz, Ortografía para los maestros, etc. Las escuelas de primeras letras Según José Bustamante Vismara, hacia el siglo XVIII, las escuelas de primeras letras de la campaña bonaerense eran edificaciones de paredes de adobe, techos de pajas pisos de tierra. El método de enseñanza de la lectura era colectivo y memorístico, por medio del coreo y la repetición. En un primer momento se utilizo el método alfabético. Para su enseñanza se utilizaban catones (libros con textos sencillos para aprender a leer) y catecismo. El objetivo de la enseñanza de las escuelas de primeras letras fue el aprendizaje de la lectura, la escritura y el cálculo. En ellas también se enseñaban, a los más adelantados, estudios menores de teología, gramática latina y letras en general. A diferencia de la desorganización imperante en la enseñanza parroquial, los jesuitas hicieron especial hincapié en la disciplina, agrupando a los niños en cofradías y haciéndolos desfilar por las calles entonando cantos religiosos y vistiendo uniformes. Juan Ramos en una mirada retrospectiva sobre la educación colonial efectuada en 1910, mencionaba que el principal método pedagógico residía en la aplicación de castigos físicos. Para ejemplificarlo, Ramos exhibía un documento donde un maestro solicitaba a las autoridades la compra de un cepo: “Necesito un cepo; si el gobierno juzga conveniente hacerlo hacer, costearé de mi parte las argollas y el candado que se necesite para tenerlo corriente. La “otra” educación: los talleres y hospicios En muchísimos casos, los niños que no habían asistido a una escuela de primeras letras se insertaban directamente al mundo del trabajo. Para este grupo podían tomarse dos caminos alternativos: ser puestos bajo la formación de un artesano para aprender un oficio, o ser colocados en una casa de niños huérfanos o expósitos. La edad de acceso al oficio era variable, como lo era el origen y la condición social de los aprendices. En algunos casos, se trataba de esclavos cuyo patrón buscaba afianzarlos en el manejo de un oficio para luego venderlos con un valor agregado. En otros casos se trataba de hijos de artesanos. Finalmente podían ser los mismos niños expósitos, a los que un alcalde y juez de menores colocaban bajo el cuidado de un maestro “para que no se pierdan”. En los contratos de aprendizaje, la trasmisión del saber ocupó un lugar central, en fatizando que la formación fuese con “toda la perfección que le alcance su entendimiento”. En algunos contratos se estipulaba que el maestro debía proceder a corregir “prudente y modestamente sin exigirlos”.