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sociedad
Sebastián Ackerman (UBA IIGG), Carlos Britos (UBA IIGG), Ezequiel Nepomiachi (UBA IIGG), M.
Paula Morel (UBA IIGG), Carolina Ré (UBA IIGG) y Ricardo Terriles (UBA IIGG)
Este trabajo transita por varias aristas de las problemáticas mencionadas: La producción de co-
nocimiento como práctica y su relación con la práctica ideológica; la constitución de sujetos en
tanto que proceso de sujeción-subjetivación y su relación con lo vivo y el hombre; cómo opera el
Capitalismo en la conformación de los sujetos y el lazo social contemporáneo; el neoliberalismo
y las subjetividades que conforma: “emprendedorismo” y “gerencialismo”; y la pregunta por la
politicidad en la vida social a partir de la (re)pregunta por el Estado.
Abstract: This article presents some of the key points and discussions about ideology, politics,
subjectivity, the State and discourse, from a perspective built upon the intersection of Marxism,
Psychoanalysis and Social Signiicance Theories that have emerged from Structuralism. At this
point, Louis Althusser constitutes an indisputable reference to think about the debates on this
ield of theoretical problems.
This work passes through several edges of the problems mentioned above: The production of
knowledge as a practice and its relation with the ideological practice; the constitution of sub-
jects as a process of subjection-subjectivation, and its relationship with the living and the human
essence; how Capitalism operates upon the conformation of subjects and contemporary social
bond; Neoliberalism and the analysis of the “entrepreneurship” and “gerencialism” subjectivities;
and the question about the social political character through the (re)question of the State.
En el presente trabajo ofrecemos una síntesis articuladora de las ponencias que presentáramos
en el I Congreso Latinoamericano de Teoría Social, ocasión en la cual tuvimos la oportunidad de
organizar el panel “Marxismo, psicoanálisis y teorías de la signiicación”.
Iniciamos nuestro trabajo de investigación en 2006, cuando Sergio Caletti nos propuso profun-
dizar en algunas de las preocupaciones presentes en la materia de la cual él era profesor titular,1
[1] Sergio Caletti (30/03/1947-15/11/2015) fue Profesor Titular de la materia Teoría de la Comunicación III,
en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA). Fue, asimismo,
Decano de dicha Facultad (2009-2014), y director de los proyectos UBACyT en los que hemos venido
trabajando: Marxismo, psicoanálisis y comunicación: discusiones althusserianas (2003-2009); Discurso,
Política, Sujeto: encuentros entre el marxismo, el psicoanálisis y las teorías de la signiicación (2010-2012); y
Figuras de la subjetividad política en la Argentina contemporánea (2001-2015). Un aporte desde el análisis de la
producción social de signiicaciones (2013-2016). Cabe mencionar aquí al resto del equipo de investigación
tomando como punto de partida y referencia común la obra de Louis Althusser. Así lo planteaba
en los fundamentos del primer proyecto:
del que formamos parte: Carolina Collazo, Silvia Hernández, Ernesto Schtivelband, Martina Sosa y
Leandro Viterbo.
[2] Se recordará que, a los trabajos publicados en vida del autor, comenzaron a sumarse una cantidad de
textos recuperados de sus archivos, comenzando por su famosa autobiografía, El porvenir es largo (1992).
[3] Se publicaron tres recopilaciones de textos (Caletti 2011; Caletti y Romé 2011; Caletti Romé y Sosa 2011):
las dos últimas recogían también trabajos de otros investigadores, fruto de las Jornadas de Marxismo y
Psicoanálisis que organizamos en 2009 y 2011 (en 2013 tuvo lugar el último encuentro hasta el momento,
pero ya estábamos en la siguiente etapa de nuestro trabajo, con un nuevo UBACyT)
cuales se hizo posible ese particular cruce entre marxismo y psicoanálisis que se materializa en
la obra de Althusser nos daba pistas acerca de los nuevos horizontes que habría que explorar.4
Sucede que la “intervención” althusseriana tiene lugar en una coyuntura teórica especí-
ica, que funciona hasta cierto punto como su condición de producción. Se trata, claro está, del
estructuralismo, coyuntura teórica que, según Jean-Claude Milner (2003) articulaba un “programa
de investigaciones” –de base lingüística, pero extendido a la antropología, al psicoanálisis y a la
semiología– con un “movimiento de doxa” en la que diversas voces del campo ilosóico –Althus-
ser y su círculo, pero también Foucault, Derrida, Deleuze–5 relexionaban sobre los logros del
programa a la vez que le proponían nuevos desafíos.
Podría decirse entonces que, mientras que nuestro primer proyecto suponía la inmersión
en cuestiones teóricas fundamentales desde una perspectiva general pero acotada (el cruce entre
marxismo y psicoanálisis, y sus derivas en el análisis del discurso, la teoría posmarxista, etc.),
nuestro segundo proyecto buscaba contextualizar, trazar mejor los recorridos, las encrucijadas
teóricas, los caminos que se habían abierto y que habían quedado un poco ocultos por cierto
rechazo “posmoderno” a las apuestas epistemológicas más rigurosas de la coyuntura estructu-
ralista.
Ampliar de esta manera el horizonte conceptual no era factible sin una clara orientación:
allí, nuestro interés central en el carácter de la intervención política en la vida social-histórica
suponía despejar toda deriva que nos alejase del núcleo de la cuestión, vale decir, de la tensión
a la que suele aludirse en términos de estructura/agencia, reproducción/transformación o, para
retomar los términos que Caletti usara en innumerables programas de su materia, el doble pro-
blema de la construcción social de las subjetividades y de la responsabilidad de las subjetividades en
la institución de lo social.
[4] Como se recordará, tanto los teóricos de Frankfurt como otras iguras (entre las que suele
mencionarse a Wilhelm Reich) ensayaron, a su modo, otros cruces entre psicoanálisis y marxismo.
[5] Sin dudas, nuestra interpretación del planteo de Milner se nutre de otras posiciones: nuestra visión,
si se quiere, “ampliada” del estructuralismo –y por ello hablamos de una coyuntura– se apoya tanto en
el enfoque histórico de Dosse (2004) como en las relexiones de Deleuze (1982), quienes extienden al
estructuralismo más allá de la demarcación de Milner. Asimismo, entendemos con Balibar (2007) que
“estructuralismo” es ya-también un “posestructuralismo”, posición que, de alguna manera, es también la
de Emilio de Ípola (2007) cuando señala que, en un texto liminar de Lévi-Strauss (aquel que trata sobre la
obra de Mauss) ya se anuncian ciertas concepciones de la deconstrucción y el posmarxismo.
El trabajo de nuestro tercer proyecto de investigación se orienta por estas premisas, y pre-
tende avanzar en la relexión sobre la relación entre formas políticas y sus modos de constitución
subjetiva: en los apartados que siguen damos cuenta de los puntos de partida de algunas de nues-
tras líneas de indagación.
Freud culmina El porvenir de una ilusión con estas palabras: “No, nuestra ciencia no es una ilusión.
En cambio, sí lo sería creer que podemos obtener en otra parte cualquiera lo que ella no nos pueda
dar”. Toda una declaración acerca del proceso de la producción de conocimiento. No se debe al
azar, pues, que haya sido Louis Althusser quien haya aproximado el atributo freudiano al marxista
y haya hecho con aquella sentencia casi una bandera: gran parte de su obra puede leerse como
una defensa al lugar irreductible de la ciencia (a la que deine como “práctica teórica”) en la vida
social, y fundamentalmente en la lucha de clases política.
Con, entre otros, este eje problemático como horizonte, Althusser orientó muchos de sus
esfuerzos intelectuales a establecer y precisar la naturaleza y la especiicidad de las prácticas
humanas. Enmarcado en su deinición de la sociedad como un “todo complejo estructurado” (Al-
thusser, 1967: 160) ese embarca en una rigurosa tarea de describir, en su lugar, función y acopla-
miento con las demás, el estatuto que le cabe a cada dimensión de la praxis social. Con ello les
otorga la dignidad de objeto de conocimiento, gesto que se evidencia en su pretensión de hacer
de “lo ideológico” un campo problemático (reclamante de articuladas y diversas investigaciones).
Y uno de los primeros actos exigidos para labrar el “acta de nacimiento” de este campo es, sin
dudas, la distinción entre Ciencia e Ideología. En ese contexto, Althusser explica que:
La utilización de las comillas no tiene ningún sentido irónico, sino de diferenciación con-
ceptual: para Althusser la praxis ideológica (incluida entre las prácticas “técnicas”) produce “un
tipo de conocimientos” (el que precisa para su in especíico), pero no son éstos saberes cientíicos:
no cumplen con los requisitos (como la “generalidad”) que permiten constuir objetos teóricos. Su
interés allí es remarcar que, en ausencia de un pensamiento relexivo sobre los medios técnicos
de una actividad (o sea, sin hacer intervenir la práctica cientíica), la teoría “espontánea”, surgida de
la acción ejecutada para alcanzar determinado objetivo, está aprisionada por sus propios límites:
“una ‘teoría’ que no pone en cuestión el in del cual es un subproducto permanece prisionera de
este in, y de sus ‘realidades’ que lo han impuesto como in” (1967: 140).
La noción de “práctica cientíica” (que supone pensarla como un modo de producción, pro-
visto de leyes y rasgos propios) es, así, coherente con la concepción de la sociedad como un “todo
estructurado complejo”, donde ningún nivel co-instituyente puede reducirse a/derivarse de otras
instancias (cada uno tiene, según la expresión, “autonomía relativa y eicacia propia”). Ello le exige
al ilósofo marxista concluir lógicamente que, si la ciencia pretende decir algo acerca de la reali-
dad, debe ella misma ponerse a trabajar.
Tomamos nota de esto para, a partir de los aportes de ciertas recepciones, avanzar en algu-
nas líneas teóricas no gratuitas a la dimensión política. Entre ellas, una de las más potentes ha
sido, creemos, la lectura que ha hecho Slavoj Žižek. En efecto, el intelectual esloveno ha recono-
cido sin empachos su deuda teórica con Althusser, al tiempo que ha intentado ir más lejos bus-
cando tirar de los cordeles de algunas líneas de problemas que el pensador francés había dejado
arrojadas. Reconocemos una de ellas, por ejemplo, en el esfuerzo de Žižek por dividir el campo
ideológico en tres grandes grupos de estudio, a partir de la distinción hegeliana entre doctrina,
creencia y ritual (Žižek, 2003: 10). Se trata de ahondar en una teoría de la ideología y en el estudio
de sus formas especíicas: su articulación, su estatuto y su dignidad de objeto teórico.
¿Y cuál es el aporte de Žižek? Que esas “dimensiones” de la crítica ideológica deinen, cada
una, un cierto número de hechos que tabulan un respectivo campo de objetos: si a la primera
tendencia corresponde el entendimiento de la ideología como “complejo de ideas”; la segunda
atañe a la concepción de la ideología en la “materialidad” de su existencia organizada (los Apara-
tos Ideológicos del Estado); y “inalmente”, añade el ilósofo, “el terreno más elusivo; la ideología
‘espontánea’ que opera en el centro mismo de la ‘realidad’ social en sí”.6
Dentro de esa tripartición, quisiéramos poner la lupa en el último grupo: la ideología espon-
tánea de la vida cotidiana. Y esto debido a que, a pesar de ser el campo más escurridizo (o quizás
a causa de ello), quizás se presenta hoy como el de más urgente importancia. Así aparece toda vez
que se repara en una suerte de inlexión que, siguiendo al autor esloveno, habría acaecido en el
terreno de la crítica ideológica:
[6] Esta elusividad se releja, en el plano teórico, en la indeterminación conceptual que aún sufren sus
términos. En ese sentido Žižek señala que “es altamente cuestionable si el término “ideología” es en alguna
medida apropiado para designar ese terreno: un buen ejemplo de esto es el hecho de que, en relación con el
fetichismo de la mercancía, Marx nunca haya utilizado el término ‘ideología’ (2003: 16).
La incomodidad en la que nos sume esta relexión sería de difícil tramitación si no tuvié-
ramos mínimamente señalizado el sendero a seguir. Pero entendemos que existen, ya, algunos
pasos en una dirección, y quien los ha dado es Michel Foucault. Si bien es conocido que éste evitó
deliberadamente la noción de ideología,7 creemos que es fecundo intentar una conjunción entre
dicha categoría y aquel autor, siempre que se haga a la luz de la torsión que la operación althus-
seriana ejerce sobre el concepto (haciendo de la ideología una dimensión constitutiva y posibili-
tadora de la vida social).
A nuestro modo de ver, la empresa foucaultiana intima estrechamente con esa inlexión
en la conceptualización de lo ideológico, mostrándose como un punto de apoyo invaluable para
explorar esa “familia wittgensteiniana” en la cual procedimientos heterogéneos “vagamente re-
lacionados unos con otros” (prácticas, discursos, instituciones, cuerpos, leyes, técnicas, saberes,
etc.) dan forma a dispositivos contemporáneos en los cuales la subjetividad es continuamente (re)
producida. Pensamos sobre todo en aquellos trabajos postreros en los que el otrora teórico “de las
disciplinas” se desmarca de esta etiqueta para venir a decir que toda su obra no ha sido jamás otra
cosa que una relexión sobre la gobernanza de los sujetos, ni más, ni menos8:
[7] Como lo señala Ricardo Terriles en su trabajo sobre este maridaje conceptual conlictivo entre
Althusser y Foucault, éste último ha dicho que: “la noción de ideología me parece difícilmente utilizable por
tres razones. La primera es que, se quiera o no, está siempre en oposición virtual a algo que sería la verdad.
Ahora bien, yo creo que el problema está (…) en cómo se producen los efectos de verdad (…) Segundo
inconveniente, es que reiero, pienso, necesariamente a algo como a un sujeto. Y tercero, la ideología está
en posición secundaria respecto a algo que debe funcionar para ella como infraestructura o determinante
económico, material, etc” (Terriles, en Caletti: 2011).
[8] De allí que, también el otrora “ilósofo del Poder”, se despegue también de este segundo rótulo a través
(podría decirse, en este caso) de una suerte de trasposición entre cuestiones de poder y gobierno de los
individuos: “el ejercicio del poder consiste en guiar la posibilidad de conducta y poner en orden sus efectos
posibles” (2003:23).
“La Ideología interpela a los individuos como sujetos” (Althusser, 1970) decíamos entonces, marca
la relación necesaria entre ideología y sujeto de acuerdo a la tesis de Althusser. En este punto la
noción de Ideología que nos permite establecer la relación que la liga a la producción de subjetivi-
dades, es por cierto, una noción que no habilita pensarse desde los argumentos foucaultianos de
su abandono.9 Las tesis de Althusser (1970) “La ideología representa la relación imaginaria de los indi-
viduos con sus condiciones reales de existencia” y “La ideología tiene una existencia material” – junto
a la primera en relación a la interpelación – suponen tanto a un sujeto como efecto del discurso
ideológico, lejos del sujeto de la conciencia al cual remite Foucault, como a una construcción de
verdad, y del propio sujeto, producto de determinaciones. Determinaciones que no “funcionan
en relación a la economía, lo material, la infraestructura” más que de manera sobredeterminada.
[9] En este punto ver apartado anterior. Consideramos que la argumentación del abandono del concepto
de ideología por parte de Foucault no puede corresponderse con el modo en que Althusser piensa el
concepto. En relación a la argumentación dada por Foucault, puede pensarse en una noción de ideología
que remita a los textos de Marx – y a lecturas que se realizaron con respecto a noción de ideología en
Marx con las cuales hay varios puntos de debate, pero no los desarrollaremos aquí-.
ción que establece la sinonimia entre sujeto y persona. “Lo que llamamos sujeto o persona, no es más
que el resultado, siempre provisorio, de un proceso de individuación o de subjetivación, completamente
irreductible al individuo y sus máscaras.” (Esposito, 2012: 49)
Esposito, siguiendo a Foucault, airma que este dispositivo que conforma “personas” con-
lleva entonces tanto un gobierno y administración de las “personas”, como así lo que produce su
subjetivación en tanto que “seres humanos”.
Lo interesante en este punto es que lo que efectivamente establece la forma sujeto como
persona y como ser humano, es para Esposito lo que detenta paradójicamente su despersonaliza-
ción. La constitución del sujeto como persona se produce bajo la condición de necesariedad – y
también en detrimento – de lo opuesto, de lo no-personal.
El dispositivo se convierte entonces para el autor, en este procedimiento por el cual “al
separar la vida de sí misma siempre puede llevarla a una zona de no distinción con su opuesto”
(Esposito, 2012: 32).
En este sentido es que lo que se ha reunido bajo una perspectiva bio-política se erige sobre
la airmación del vínculo entre “la indivisible densidad de la vida” (Esposito, 2012: 49) y la política,
denunciando entonces este dispositivo de la persona como inscribiendo esta división entre lo
“racional” y lo “biológico”. Es decir, la explicitación de que lo mismo que establece la división - a
través de la negación de lo corpóreo, como lo que encarna lo no-personal dentro de lo personal-,
es la condición de emergencia de lo personal.
Y aquí es donde podemos detenernos a pensar en la relación entre este “magma de lo vivo”
y la emergencia de la persona; “magma” como base sobre la cual se implanta el dispositivo de la
persona y que obliga a la pérdida del “referente biológico”: “La propia categoría de persona se
constituye en torno a una barrera que, desde el originario signiicado teatral, la separa de todo
rostro sobre el cual se posa” (Esposito, 2012: 33).
En su reducción, en última instancia, para usar un giro althusseriano, a algo plausible de ser
enunciado y que comprende este algo que es propiamente humano - la vida en tanto que tal o lo
personal en tanto que tal- lo que consideramos debe también ser abandonado para poder pensar
un proceso de formación de sujetos que no implique su deducibilidad.
Pensar al sujeto desde una práctica analítica no ontológica, implica abandonar la propia
noción de sujeto, para sumergirse en este lugar, cuanto menos paradójico, que implica la sub-
jetivación, en la doble valencia del concepto: como sujeción y como forma productiva de con-
formación de la subjetividad. La subjetividad como este movimiento ambivalente que niega su
propia univocidad y que la re-constituye en tanto que constructo de operaciones imaginarias y
simbólicas. El sujeto como la constante entre la sujeción y la subjetivación, entre el sometimien-
to y el hacerse-ser-siendo sujeto. En algún punto, el sujeto termina por ser la representación de
un proceso imposible de representar, acercándose, en palabras de Derrida, a la experiencia de lo
irrepresentable, a la representación de un imposible.
Freud propuso, a principios del siglo XX, pensar el malestar que la cultura produce en los indi-
viduos. Ese malestar es un elemento inherente a la cultura, en tanto contrapone los objetivos
individuales con los comunitarios. ¿Qué pasa con el malestar en la cultura en el siglo XXI? ¿Cuál
es el papel que juega el Capitalismo en tanto forma de producción, de mercancías y de sujetos, en
la construcción del lazo social?
Ante estos interrogantes, necesitamos identiicar mecanismos a través de los cuales el Ca-
pitalismo actual produce sujetos sociales, porque esa deinición es también una forma de pres-
cribir y proscribir prácticas y “modos de ser”. Por ello trabajamos cuatro tesis sobre este nuevo
sujeto que el Capitalismo habilita.
En El malestar en la cultura, Freud propone que el objetivo de los hombres es alcanzar la felicidad,
comandado por el principio de placer. Pero que la vida social supone la adecuación del principio
de placer al principio de realidad. Así, dice Freud, el objetivo de la felicidad se alcanza no ya por
la realización de los deseos sino por su sublimación, por un lado, y la evitación del sufrimiento,
por el otro. Aún cuando cada camino hacia la felicidad esté iluminado por la libido de cada suje-
to. Y deine a la cultura como las producciones e instituciones que protegen al hombre contra la
Naturaleza y regulan las relaciones de los hombres entre sí. Esta segunda característica “obliga”
al individuo a restringir -sublimar- las posibilidades de satisfacción de sus deseos en favor de la
vida colectiva.
En los últimos años, con la consolidación del Capitalismo como orden cultural imperante,
el mandato social pasó a ser, en términos psicoanalíticos, “goza”. Y el goce es siempre individual/
subjetivo. La regla se convirtió en la búsqueda de la felicidad, pero no en el sentido en que Freud
lo planteó: la búsqueda de la felicidad es hoy, más que una forma de inadaptación a la sociedad, la
manera en la que nos convertiríamos en sujetos sociales.
El sujeto descentrado es un sujeto de carencia. Además, en tanto sujeto hablante, tiene necesi-
dades (biológicas) que no son satisfechas de manera instintual: requieren de una satisfacción
dentro del orden simbólico en el cual son enmarcadas. Por ello, entre necesidad y satisfacción no
hay adecuación al objeto de satisfacción. Ese es el paso, en los seres hablantes, de la necesidad al
deseo. Encontrar “aquello que le falta” no es posible; pero la búsqueda de “aquello que le falta” es
ineludible. Ese sujeto descentrado debe “aprender” a desear, no está en sus manos la posibilidad
de decidir qué desea, y las coordenadas del deseo las provee lo que Lacan llama el fantasma, y
Žižek recupera como “fantasía social”.
una especie de “reglas” para la búsqueda de la felicidad, que dependerá de las coordenadas de la
fantasía social y el deseo que habilite.
Como en toda cultura el deseo individual debe ser sacriicado en pos de la adaptación del indivi-
duo a la comunidad y su perduración, evitar el sufrimiento se volvió una de las formas del signii-
cante felicidad, sobre todo tras las guerras mundiales. Pero este acoplamiento fue transformado
por el desarrollo del modo capitalista de producción, en tanto evitar el sufrimiento resultaba
“poco” en relación a los objetivos propios del capitalismo. El desprendimiento entre felicidad y
evitar el sufrimiento tuvo consecuencias en las maneras en las cuales los individuos constituyen
subjetividad, establecen lazos sociales y dan forma a una comunidad. Entonces, una tarea para
la relexión en torno a las formas en las que la subjetividad emerge en el capitalismo actual debe
interrogarse sobre las formas que en esta etapa adopta esa apuesta (imposible) de completitud,
esa búsqueda de la felicidad.
La felicidad se plantea como la forma de llenar ese vacío –aún cuando desde el psicoanálisis
se sostiene que ese objetivo es imposible. No podemos renunciar al objetivo de la felicidad. De
allí la operación de equivalencia que plantean Benasayag y Charlton (1992): la carencia (ese vacío
abismal y constitutivo, imposible de completar) “pasa” por necesidad (concreta, especíica, pasible
de satisfacción). Al equivalerlas, el sentido común -capitalista- homologa los objetos de deseo con
objetos de satisfacción. Y ello implica que sus roles son, también, equivalentes, pero en favor de
la satisfacción. Esas imágenes identiicatorias pueden encontrarse en ámbitos de consumo: los
objetos son el espejo donde los sujetos encuentran “lo que les faltaba”. Pero ese deseo debe darse
en el marco de una fantasía social que lo orienta hacia unos objetos y obtura el camino hacia otros.
En la conceptualización que Lacan propuso para el discurso capitalista lo esquematizó sin corte,
a diferencia de los cuatro discursos que ya había trabajado (discurso del amo, de la histérica, del
analista, universitario). Para el autor francés, estos discursos son las únicas maneras posibles de
hacer “lazo social”.
Si en los cuatro primeros discursos la Verdad es el lugar del corte, del detenimiento del
lujo del discurso donde el sujeto relexiona y encuentra esa Verdad, en el discurso capitalista no
existe Verdad, en tanto jamás hay un detenimiento donde relexionar sobre el tipo de lazo social
que se construye. Esa Verdad tiene relación con la soberanía de todo individuo de ocupar el lugar
de la decisión. El Capitalismo obtura ese lugar al abarrotarlo de respuestas aún cuando ninguna
pregunta sea formulada: ante la multiplicación de respuestas, lo que se produce es un anestesia-
miento del sujeto, una quietud pacíica en la que las sensaciones son (casi) imposibles.
Esta lógica del exceso, sumada al anestesiamiento del sujeto, tiene como consecuencia la
obturación del deseo: cuando llenamos de comida sin hambre, el deseo nunca aparece, y sin em-
bargo se come. Este exceso del Capitalismo aísla al individuo de los otros, “invitándolo” a comple-
tarse a través de objetos y servicios, a suplir la carencia con totalizaciones. Lo que suele desapa-
recer, allí, es el lazo social: el otro ya no es necesario. Desaparece en beneicio de la “completitud”
del sujeto.
¿Cuáles son las herramientas con las cuales el discurso capitalista produce este sujeto nue-
vo, sin historia y sin castración? Este ámbito de trabajo permite interrogarnos sobre los diferen-
tes tipos de subjetividad que se juegan en el Capitalismo, ya que si bien no son los únicos posibles,
son “nuevos”, por presentar otra estructuración subjetiva, y otros objetivos de felicidad.
ciben, suponen, sienten el mundo en el que viven y se plantean la orientación de sus actos, esta
subjetividad es doblemente relacional en tanto es el resultado permanentemente actualizado de
las relaciones con esta red de relaciones” (2011: 55).
Ahora bien, como dijimos más arriba, la apuesta de Caletti no es solamente avanzar en la
conceptualización de la subjetividad sino, más especíicamente, de las subjetividades políticas. En
este sentido, airma: “El sujeto de la política es aquel que condensa y encarna una subjetividad
socialmente extendida (concentrada o dispersa) dándole trámite político, esto es, convirtiéndola en
materia de un contencioso sobre el futuro común que busca inclinar hacia su favor” (Ibídem.: 60).
En la misma línea, en Decir, autorrepresentación, sujetos… Caletti plantea que las subjetivida-
des políticas toman forma “a partir de una argamasa cultural de tradiciones, hábitos, mitos, valo-
res, rituales, plexos normativos, memorias, que circulan y se maceran en la vida social” (2006: 46).
En tercer lugar, consideramos que tanto la lógica política gerencial como la matriz so-
cio-cultural emprendedora son inescindibles de la emergencia y naturalización de nuevas formas
de violencia, de discriminación, de inferiorización, de exclusión. En esta constelación, “la gente”,
“los vecinos”, “los emprendedores” emergen como los nombres que borran “al pueblo”, a “los ciu-
dadanos”, a “los trabajadores”. Se trata de identiicaciones que se constituyen en el rechazo de
los “los vagos”, “los militantes”, “los choriplaneros”, etc. Se inferioriza y se excluye a los otros cuyos
rasgos “culturales” o “individuales” – y no ya “biológicos” o “raciales”- los convierten en impro-
ductivos, indeseables, peligrosos, desechables. Esos otros son entonces “los perdedores”, “los fra-
De aquí que, como sostiene Balibar, al neoliberalismo, en rigor, “no le interesa la reduc-
ción del conlicto como tal: por el contrario, este tiende a relegarlo a zonas ´sacriicadas´ porque
no son (momentáneamente) ´explotables´, allí donde son apartados los ´hombres descartables´”.
Así, “el conlicto es a la vez ´particularizado´ y ´suprimido´, pero de todos modos violentamente
desprovisto de su rol constituyente, que implica el acceso de todos los antagonismos y de sus
portadores a la esfera pública” (2013: 194). Ahora bien, el odio y el miedo al otro “infrapolítico”
tienen, como airman Laval y Dardot, un “efecto boomerang”, en la medida en que presentiican
la posibilidad de que cualquiera pueda ser un desecho. De allí que la violencia neoliberal se ma-
niieste también como una violencia dirigida contra sí mismo que patentiza la imposibilidad de
responder al imperativo ilimitado de rendimiento y goce.
Pensar en la politicidad de la vida social, también nos lleva a interrogarnos por los modos en que
ha sido conceptualizado el Estado, particularmente en nuestra región.
Situar la pregunta en torno al Estado, “discutir el Estado” (diríamos con Althusser), nos im-
plica, primeramente, cuestionar la distinción entre Estado y sociedad civil realizada por otras
disciplinas, como la historia, la ilosofía política o la economía. Segundo, nos desafía a asumir una
perspectiva destotalizadora, a pensar que lo estatal está fundado en una dislocación estructural.
En este caso, intentaremos avanzar en el armado de una matriz teórica que nos permita avanzar
en la construcción del debate en torno al rol estatal en torno a la coniguración de formas y sub-
jetividades políticas.
Diferenciar el Estado de la sociedad civil tiene como contrapartida ubicar en ámbitos se-
parados -y separables- las prácticas que corresponden al ámbito público de las que corresponde-
rían al ámbito privado o íntimo. Con ello se oblitera que todo sujeto es, en mayor o menor grado,
un producto ideológico; esto es: el modo en que se arman nuestros deseos y nos representamos
nuestra vida está atravesado por la dimensión ideológica. Lo ideológico es resultado de un com-
plejo entramado de relaciones inconscientes con las representaciones sobre nuestras condicio-
nes materiales de vida; relaciones que organizan nuestro modo de habitar, producir/reproducir/
transformar las signiicaciones que nos permiten dar sentido a nuestro mundo. Inscribirnos en
este camino nos separa de aquellas corrientes teóricas que conceptualizan al sujeto como punto
originario del sentido, pleno en cuanto a su voluntad y racionalidad de sus actos (Caletti, 2011).
Decíamos que también nos reclama un ejercicio de destotalización conceptual sobre el Es-
tado. Esto supone la incorporación del antagonismo como elemento ineliminable de lo estatal; y,
en este sentido, lo político como fundamento de las relaciones sociales. Así, pierde sentido carac-
terizar al Estado como una mera correa de transmisión de una ideología dominante bajo la égida
de un poder concentrado. Son varios los autores, cada uno a su modo, que nos proponen estas
coordenadas para avanzar en la construcción de la problemática que tiene como elementos fun-
damentales la cuestión política y lo estatal.
Hemos visto ya que Althusser y Foucault –por mencionar alguno de los recorridos hechos
en este proyecto de investigación (Ackerman, Morel: 2014)– nos dan algunas pistas para pensar
que el dispositivo estatal se encuentra atravesado por una isura fundamental que está vinculada,
en Althusser (1970), a la problemática de lo ideológico y al acento otorgado a lucha de clases al
interior de todo aparato de Estado; en Foucault (2006, 2008), al concepto de gubernamentalidad
y Razón de Estado (Morel, 2014). También pensadores latinoamericanos han señalado como un
error pensar al Estado como un todo homogéneo que antecede a la coniguración singular de la
sociedad de la cual emerge. Estamos de acuerdo con Lehrner cuando escribe, en base a su lectura
de Aricó, que:
“La misma precariedad del proceso capitalista en los países latinoamericanos nos permite
‘captar’ que la sociedad capitalista se constituye por medio del Estado (…). Vale decir, no hay una
unidad social anterior que ‘se da’ una organización política sino que solamente a través de lo po-
lítico se organiza un poder social” (Lehrner, 1981: 1100).
No sólo el Estado no preexiste al modo en que las luchas políticas se sintetizan, sino que
tampoco puede ser caracterizado como una institución homogénea. Es, tal como señala Linera
(2010) un “campo en disputa” entre la dirección de gobierno y su potencia instituyente, y los as-
pectos institucionales-burocráticos ya cristalizados. Así, en el dispositivo estatal se despliegan
batallas que tensionan, de acuerdo a la conducción de gobierno y las políticas públicas implemen-
tadas, los aspectos instituidos que intervienen en la coniguración de las subjetividades que allí
habitan.
En este marco, entendemos a las políticas públicas, particularmente las políticas sociales10,
como una forma de interpelación estatal. Esto es: el modo en que un gobierno al frente del dispo-
sitivo estatal construye un repertorio de formas de sujeto al cuál se dirige.
[10] Más allá de cierta conceptualización tradicional sobre la política social que tiende a pensarla como
un modo de taponar la conlictividad social, mediante medidas reparadoras; nosotros creemos que
las políticas sociales tienen como potencia proponer nuevos repertorios de identiicación subjetiva y,
simultáneamente, ampliar (o constreñir) el horizonte de lo posible en tanto comunidad, y por eso mismo
brindar coordenadas de emplazamiento en tanto que actores sociales. Para ilustrarlo con rapidez, dijimos
en otra ocasión que un Estado-policía tendería a la coniguración de sujetos de punición; mientras que un
Estado “popular” apuntaría a la conformación de sujetos de transformación social; queremos enfatizar
con ello que las modalidades que el dispositivo estatal asuma bajo determinada conducción de gobierno
La pregunta que insiste es hasta qué punto la interpelación estatal –los efectos de las po-
líticas públicas y los modos de identiicación colectivas con respecto a ellas- permiten la reconi-
guración de subjetividades políticas que puedan pensarse, al interior del aparato de estado como
políticas; de qué modo la dimensión política de las políticas sociales habilita a la conformación de
nuevas iguras subjetivas y, por ende, de otros modos de intervención en el espacio público. Hasta
aquí compartimos algunos hilos del armado de otra matriz teórica para pensar la articulación
entre Estado y política.
tendrán consecuencias en los modos de signiicar y los lugares a ocupar en lo público por distintos
actores.
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