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Chapter Title: LOS PERSONAJES FEMENINOS EN AL FILO DEL AGUA: TRANSGRESIÓN Y

CONSERVADURISMO
Chapter Author(s): José Garlos González Boixo

Book Title: Memoria e interpretación de Al filo del agua


Book Editor(s): Yvette Jiménez de Báez and Rafael Olea Franco
Published by: El Colegio de Mexico

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Memoria e interpretación de Al filo del agua

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LOS PERSONAJES FEMENINOS EN AL FILO DEL AGUA:
TRANSGRESIÓN Y CONSERVADURISMO

JOSÉ CAfu.os GoNZÁLEZ BoIXO


Universidad de León, España

Elestudio de un aspecto de la novela de Yáñez, en este caso los per-


sonajes femeninos, implica una limitación en el conjunto de temas
de la novela, pero, lógicamente, ha de hacerse en relación con el
"todo" del que forma parte. Yáñez concibe su novela como un mo-
saico de historias particulares que, relacionadas entre sí, permiten
apreciar la radiografia de un pueblo. Ninguna de esas historias al-
canza un desarrollo suficiente como para erigirse en protagonista,
de manera que es el propio pueblo el que, de alguna manera, po-
dría considerarse protagonista. Más centrada en la proyección psi-
cológica de los personajes que en la propia acción, la novela busca
llegar a una saturación de situaciones que asegure la diafanidad del
mensaje: la acción de la novela dependerá más de la justificación de
los planteamientos ideológicos globales que de la posible peripecia
vital del personaje; dicho de otra manera, cada personaje encama
simbólicamente una idea y la acción que desarrolla se encuentra su-
peditada a esa finalidad.
Podemos, pues, calificar a Al filo del agua como una novela en-
sayística, ideológica, de ambiente, que pretende indagar sobre la
realidad mexicana. Es éste un elemento fundamental en el con-
junto narrativo de Yáñez, centrado en el análisis de México y en
la explicación de "lo mexicano", equivalente narrativo al ensayis-
mo de jorge Cuesta, Samuel Ramos u Octavio Paz y en la línea
fructífera de Carlos Fuentes.

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En novelas posteriores, Yáñez fue retratando diversos aspec-


tos de la realidad mexicana; en Al filo del agua, analiza el fin
de una época, la que termina con la llegada de la Revolución de
1910, ambientándola en el medio rural. En principio, lo que Yá-
ñez critica es ese tipo de sociedad rural, anclada en el pasado, cu-
yo inmovilismo atribuye a causas religiosas. No voy a detenerme
en este tipo de cuestiones de las que la crítica literaria se ha ocu-
pado reiteradamente. Pero sí es preciso matizar, para el objeto de
mi análisis, algunos aspectos:
La novela pretende alcanzar un valor simbólico, de ahí que la
mayoría de los personajes encarnen una idea: María, la rebeldía;
el Padre Islas, el fanatismo religioso; Victoria, el arte; etc. Así, el
pueblo sin nombre de la novela simboliza el oscurantismo de una
época que está condenada a desaparecer; en la que una concep-
ción religiosa represiva ha creado un mundo monstruoso domi-
nado por valores negativos. En este sentido, habría que distinguir
dos imágenes del pueblo: la primera se presenta en el "Acto pre-
paratorio" que, con su fúnebre letanía, ofrece una síntesis de ca-
rácter simbólico de un mundo oprimido por el concepto ·del
pecado, carente de cualquier perspectiva vitalista y condenado
de antemano; la vida se niega y sólo la muerte se vislumbra en el
horizonte. Frente a esa realidad terminal, otra imagen, la del pue-
blo "real" que aparece en la novela, muestra el conflicto entre ese
simbolismo negativo que tiende a imponerse y su rechazo por
parte de algunos personajes. El lector, fuertemente impresionado
por lo leído en el "Acto preparatorio", espera ver reproducido en
el resto de la novela la desolada imagen que se le ha presenta-
do:. ·el resultado es, cuando menos, equívoco, ya que si bien la
sombra de ese pueblo-símbolo se proyecta en la narración de los
acontecimientos, lo que se describe casualmente es el fracaso de
ese modelo negativo.
Es fundamental para el lector, además; situar la novela en su
contexto histórico. La exacerbadón del sentimiento religioso y
las consecuencias nefastas que tiene sobre el desarrollo de la vida
normal de los personajes es· tal, que el lector difícilmente se ima-
gina que pueda existir un lugar como el descrito. Independien-
temente del grado de verosimilitud que el lector le otorgue, el
pueblo que Yáñez describe tiene una función simbólica desde la

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perspectiva histórica. Si lo comparamos con Comala, el pueblo


inventado por Rulfo, con el que tantas semejanzas tiene, nos da-
remos cuenta de la diferente intencionalidad simbólica en ambos
escritores: en Comala se trasciende la realidad buscando símbo-
los universales del hombre, de manera que el elemento histórico
(no obstante, imprescindible para comprender la "historia") tien-
de a diluirse. En cambio, en el innombrado pueblo de Al fi/,o del
agua se insiste en un simbolismo histórico que trata de profundi~
zar en la realidad histórica de México. De ahí que mientras en Pe-
dro Páramo no hay fechas ni referencias (exceptuando alusiones
generales a la Revolución), en la obra de Yáñez se realiza un mi-
nucioso recorrido por los acontecimientos históricos mexicanos.
Con intención muy similar a la que ofrecerá Fuentes en La muerte
de Artemio Cruz, la ficción se inscribe en la historia, ya que ambos
autores entienden que-el presente no puede ser entendido sin el
pasado histórico, ni el futuro puede proyectarse.
Conocer los acontecimientos históricos a los que se alude en
la novela es imprescindible para el lector: la religiosidad extrema
en la que vive el pueblo sólo se entiende en el contexto .históri-
co de México y en su ámbito rural: la mención· de las "Leyes de
Reforma" o de la hostilidad a Juárez cobra todo su sentido en el
contexto de la política anticlerical iniciada por los liberales, difí-
cilmente entendida por las capas más populares de la sociedad.
Incluso lo que Yáñez relata se entiende mejor a partir de los suce-
sos posteriores a 1910: finalizada la escritura de la novela en 1945,
el feroz anticlericalismo de Calles y la rebelión cristera podían
parecer cosas del pasado ante la recién finalizada época de Cár-
denas, punto de inflexión y de encuentro de los mexicanos ante
una figura carismática que anunciaba un futuro prometedor.
Desde esta perspectiva del momento de la escritura, los sucesos
relatados en la novela pertenecían, en efecto, a ese "antiguo Régi-
men" que menciona Yáñez al comienzo. El pesimismo de la obra
queda entonces limitado al contexto histórico del relato: la Revo-
lución establecía una frontera, la llegada de tina nueva época que
no es objeto de análisis.
Desde esta posición historicista debe entenderse el rigorismo
religioso que asfixia al pueblo. Mediante la ficción, Yáñez lleva a
cabo una metáfora extrema de un catolicismo mal entendido que

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el lector, fácilmente, ve como reflejo de una concepción secu-


lar en el espacio universal de la Cristiandad, un modelo caduco
para el que la vida sólo es tránsito hacia el paraíso o el infierno
que esperan al hombre más allá de la muerte. Limitada la vida a
una "prueba" que hay que superar, todo placer se convierte en
pecado, la vida se convierte en "un valle de lágrimas" y sólo se ad-
mite un riguroso ascetismo que conduzca a un desprendimiento
de lo terrenal, medio para alcanzar el premio del paraíso. Yáñez
presenta al pueblo de Al fi/,o del agua como un último reducto de
esa mentalidad: nada tiene que ver con las grandes ciudades, ni
siquiera con los pueblos cercanos, con sus peligrosas modernida-
des. La mole imponente de la Casa de Ejercicios y el cementerio
son sus insignias; allí no hay música ni fiestas profanas y todo lo
exterior representa un peligro. Si todo placer es negado, se en-
tenderá fácilmente el angustioso papel que le corresponde a la
mujer. En un lugar donde no hay muchas alternativas, la famosa
tríada de peligros que acecha al ser humano, "mundo, demonio y
carne", adquiere toda su expresión en el aspecto sexual. Recorde-
mos la postura oficial de la Iglesia sobre los fines del matrimonio
y entenderemos la aberrante posición del Padre Islas. Se condena
la sexualidad y se encuentra a un culpable: la mujer. Plantea-
miento tan absurdo como secular, fruto de la óptica masculina
que ha dominado la historia y la cultura. Infantil reacción excul-
patoria, si queremos, pero idea firmemente asentada en la tradi-
ción. No olvidemos que Eva fue culpable de la pérdida del paraíso,
origen de todos nuestros males.
Yáñez se hace claramente eco de esta situación y otorga una
especial relevancia a los personajes femeninos en el entramado
de historias que componen la novela. Entre ellos hay que desta-
car, en primer lugar, al que, con carácter colectivo, representa la
imagen global de la mujer que se ofrece en la novela y que se ex-
presa, como es habitual, de manera dialéctica: por un lado, la mu-
jer como encarnación del pecado, de hecho o en potencia; por
otro lado, la negación de su sexualidad, representada por las mu-
jeres enlutadas cuyo máximo ejemplo son las congregantes de
María. Mujer-demonio frente a mujer-ángel. Para una comuni-
dad regida por el más riguroso ascetismo, las primeras simbolizan
el peligro más evidente del que el pueblo no se verá libre: en las

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orillas del río, más allá del pueblo, habitan las prostitutas; los pue-
blos cercanos, con sus fiestas profanas, son siempre un peligro
inevitable; incluso en el propio pueblo, a pesar del férreo control
de los eclesiásticos, no pueden evitarse los encuentros entre jóve-
nes de ambos sexos. A lo largo de toda la novela se insiste reite-
radamente en ello. En el polo opuesto, las beatas Hijas de ~aría,
dirigidas por el fanático Padre Islas. Ambas posiciones extremas
crean un conflicto anímico que se transmite a los personajes de la
novela en todo momento. Desde el punto de vista de la estructu-
ra, se establece una relación entre estos planteamientos genera-
les y las historias concretas que encarnan los personajes principales.
Los temas se reiteran y numerosas referencias van anunciando el
asesinato de Micaela, acontecimiento al que se da un especial relie-
ve narrativo. Lo cierto es que la mujer es protagonista indiscutible
de Al filo ckl agua. Si nos atenemos a las "historias" fundamentales de
la narración, puede observarse lo siguiente: una de ellas está cen-
trada en don Dionisia, dos tienen una notable autonomía, la de
Gabriel y la de Luis Gonzaga, pero en ellas no debe olvidarse la
presencia de Victoria. El resto de las "historias" principales son
las de María, Mercedes y Micaela, es decir, protagonizadas por
mujeres. Las demás "historias" tienen un carácter secundario des-
de el punto de vista narrativo, aunque ideológicamente también
pueden ser relevantes. Analizaré a continuación cada uno de los
hilos narrativos protagonizados por personajes femeninos.
A) El personaje de Micaela simboliza en la novela la rebelión
contra el modelo opresor representado por el pueblo. Su rechazo
frontal a ese modelo, similar al que experimenta el lector, permite
encuadrar al personaje de Micaela en el grupo de los que pueden
considerarse "positivos", en cuanto simbolizan el cambio de la
sociedad: el Padre Reyes, María, Victoria, los "norteños" y los revolu-
cionarios. Pero, al mismo tiempo, ella encama a la "mala mujer", fi-
gura universal que en la tradición popular mexicana encuentra una
de sus expresiones favoritas en los "corridos". Aparentemente con-
fluyen en su personaje dos situaciones contradictorias: la de "heroí-
na", en cuanto se rebela contra un sistema evidentemente injusto,
y la de "villana", en cuanto el prototipo de "mala mujer" tiene una
valoración moralmente negativa. Aunque a lo largo de la novela
esta segunda posición es la dominante, la identificación final de

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María-Micaela renueva su caracterización como rebelde. Al respec-


to, podrían establecerse las siguientes cuestiones: 1) la perspectiva
que el lector tiene de Micaela, 2) la perspectiva del narrador y 3) la
perspectiva desde el personaje de María.
1) En apariencia la "historia" es muy simple. Micaela, a su regre-
so de .México y Guadalajara, siente que no puede seguir viviendo
en el pueblo y, ante la desesperación de no poder abandonarlo,
decide rebelarse y ser piedra de escándalo para todos. El lector
percibe en el carácter de Micaela rasgos evidentes de "superficia-
lidad": no me refiero a los motivos de su "rebelión'', ya que cual-
quiera sería válido con tal de poder escapar de ese ambiente
opresor (la imagen positiva que relaciona a los estudiantes con el
pueblo no invalida la imagen negativa global). En lo que muestra
superficialidad es en la determinación con que planea sus coque-
teos amorosos: "Bonita travesura [ ... ] Desgraciadamente no le
quedará otra diversión y, por otra parte, será el medio de hacerse
más odiosa, más criticada, para que su padre se resuelva a sacarla
de esta cárcel" (p. 38) .1 En este sentido, el personaje de Micaela
tiene un notable paralelismo con el de María Eugenia, protago-
nista de lfigenia, novela de Teresa de la Parra.
2) La perspectiva que adopta el narrador es, en cambio, muy
distinta. Lo que para el lector son coqueterías sin importancia se
convierten ahora en graves faltas de carácter moral, simbolizadas
en el "gran pecado" de la relación de Micaela con Damián. Lo
que sorprende es que esta posición ideológica, que corresponde
de modo natural al pensamiento de la colectividad, sea magnifi-
cada por el narrador, quien rompe así su habitual ecuanimidad
ante los personajes. Al respecto hay que señalar que el gran méri-
to literario de Al filo del agua radica en el modelo narrativo que
Yáñez adopta: un narrador en tercera persona que combina
sabiamente los niveles de omnisciencia y equisciencia (es decir,
situándose desde la perspectiva de los personajes), reflejando ní-
tidamente el pensamiento de éstos; un narrador que, de manera
natural, combina el monólogo interior indirecto con el directo, in-
corporando la voz del personaje en primera persona; un narrador,

1 Las citas corresponden a Al filo del agua, l 6a. ed., prólogo de Antonio Cas-
tro Leal, Porrúa, México, 1980 (Colección Escritores Mexicanos, 72).

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en fin, que alcanza sus máximos logros en algunas páginas memo-


rables que muestran el fluir de la conciencia en los momentos en
que los personajes adquieren su mayor complejidad (son, por
ejemplo, el sueño de don Dionisio, los momentos previos al des-
mayo de Luis Gonzaga o el desasosiego de Gabriel después de· su
primer encuentro con Victoria). Evidentemente, se trata de una
aplicación rigurosa de las nuevas técnicas narrativas que imponen
los grandes narradores europeos y estadunidenses de las primeras
décadas del siglo xx. En el panorama narrativo mexicano no creo
que se encuentre una novedad semejante previa a Al.fi/,o del agua y.
habría que esperar, con posterioridad, a La muerte de Artemio Cruz
para volver a apreciar una técnica tan depurada.
Pues bien, frente a esta "modernidad" del narrador, sorpren-
dentemente también aparece el típico narrador decimonónico
que enjuicia a sus personajes. Yáñez lo utiliza en el caso de Micae-
la para dotar a la novela de una tensión dramática que por su so-
lemnidad podría compararse a las situaciones de las tragedias
griegas: Micaela aparece marcada por un destino funesto que na-
die podrá evitar que se cumpla. El narrador adopta entonces un
tono profético, de riguroso moralista, encamando la voz del pue-
blo. El lector quedará sorprendido con el comentario del narrador
a la decisión de Micaela de rebelarse, ya que no guarda relación
lógica con los pensamientos de la muchacha: "Pero mejor fuera
que no amaneciese nunca, nunca, por terribles que sean la oscu-
ridad y el sufrimiento de no alcanzar descanso entre las sábanas"
(p. 38). El mismo tono, exagerado, se aprecia en otros momen-
tos: "Nefasto día ese dos de mayo [ ... ] ¡Desgraciada noche!"
(p. 174), "¿Por qué un rayo, en esos momentos, no abatió a cual-
quiera de los dos desgraciados? ¿Por qué a esa hora no se abrió la
tierra y se tragó a Damián? La noche aciaga hubiese abortado.
La vergüenza no hubiera manchado para siempre al pueblo"
(p. 201). Es evidente que Yáñez busca crear un clímax trágico y
que la historia del asesinato de Micaela no es suficiente por sí
misma. Se necesita una justificación moral, de modo que, desde
la conciencia del pueblo sometido a tan ascético modo de vivir; se
levante un clamor unánime de repulsa. De esta forma, el narra-
dor se convierte en la voz de esa conciencia anónima del pueblo.

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3) No puede pasarse por alto la escena, casi al final de la no-


vela, en la que los personajes de María y Micaela se fusionan.
María ya ha sufrido una honda transformación y poco queda pa-
ra que consiga liberarse de la opresión pueblerina. En una escena
que se justifica por su simbolismo, Damián acude a hablar con
María (en la trama novelesca nada hace prever dicho encuentro,
ya que ambos personajes no se relacionan entre sí). Damián apa-
rece ya con la grandeza trágica del malvado, del "matador de mu-
jeres", del personaje desesperado dispuesto a matar y que busca
que lo maten (todo ello anticipo de la siguiente escena en el ce-
menterio), en la línea tradicional de los corridos. Va a ver a María
sin saber por qué, inducido por alguna razón oculta que le hace
identificar repetidamente en su pensamiento los nombres de Ma-
ría y Micaela: "-Quería saludarla. Es bonito jugarse la vida. Óiga-
me lo que le quiero decir: ahora veo que yo nunca supe ... que yo
nunca supe ... " (p. 365). Las dudas se las disipa María, cuya madu-
rez en este momento nada tiene que ver con la personalidad in-
fantil del comienzo de la novela. De ahí que pueda contestarle
con una enfática frase puramente simbólica: "-Que yo fuera la
mujer que hubiera matado" (p. 365). Damián reconoce, por fin,
el motivo que le ha llevado a buscar a María: "-Usted es igual a
Micaela. Son la misma mujer. La mujer que nadie podrá domi-
nar" (p. 366)'. Por fin la rebeldía de Micaela encuentra su lugar
en el plano simbólico. Poco importa que el pueblo, obcecado por
sus represiones religiosas, sólo haya visto en ella a la mujer casqui-
vana sobre la que se ha descargado la ira de Dios. Ella es la víc-
tima, no de los pecados que se le atribuyen, sí, en cambio, de la
sociedad que la acusa: Damián no ha sido más que su accidental
asesino; el verdadero culpable, el verdadero asesino, es el pueblo
lleno de hipocresías. Víctima inocente, signada por un destino
cruel, su figura se engrandece al final de la novela al encamar a la
mujer rebelde, la que "nadie podrá dominar".
B) El personaje de Mercedes Toledo aparece, como el de Mi-
caela, ya en el primer capítulo. Resulta muy claro que Yáñez, al
yuxtaponerlos, quiere mostrar los simbolismos diametralmente
opuestos que ambas encaman. Mercedes es la imagen de la sumi-
sión, la congregante modelo de las "Hijas de María", con todo lo
que ello significa. La misma noche en que Micaela decide escan-

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dalizar a todo el pueblo, Mercedes, atormentada por lo que ella


considera pensamientos pecaminosos, parece decidida a abrazar
una vida de santidad: "desde mañana[ ... ) renunciaré al mundo y
pronto, en el claustro [ ... ] mi alma se verá libre de miserias, gozo-
sa, fuerte contra el mundo, el demonio y la carne" (p. 32). La lar-
ga escena en que se relata su reacción ante la carta de Julián
muestra el dominio de Yáñez para transmitir al lector los conflic-
tos anímicos de los personajes. Mercedes, como "Hija de María",
se encuentra bajo la nefasta influencia del Padre Islas y será vícti-
ma de una concepción vital que, al negar la sexualidad, ocasiona
en los personajes encontrados sentimientos: Mercedes ejemplifi-
ca y simboliza en la novela el grave conflicto que en los perso-
najes se plantea ante una religión que identifica sexualidad con
pecado. La exacerbación religiosa de Mercedes la conduce inevi-
tablemente a una situación angustiosa, ya que no puede evitar el
deseo sexual. El lector lo interpreta como una patología del per-
sonaje, pero pronto se dará cuenta de que no se trata de un pro-
blema individual, sino simple manifestación de la forma de pensar
del pueblo en general. En este sentido, la "historia" de Mercedes
se relaciona con la "historia" del Padre Islas, ya que él representa
el punto culminante de este tipo de ideología.
La presentación que Yáñez hace del Padre Islas es muy intere-
sante narrativamente. Forma parte de la tríada de eclesiásticos
que simbolizan distintas posiciones ideológicas: 2 don Dionisio, el
cura párroco que, con su posición ascética y conservadora, simbo-
liza el fracaso del modelo de sociedad que representa el pueblo;
el Padre Reyes es la "modernidad", la implicación de la Iglesia en
los problemas "materiales" de sus feligreses, la búsqueda de un
mundo más justo; el Padre Islas representa la intolerancia, el fa-
natismo religioso de carácter ultraconservador. Yáñez caracteriza
a este personaje con un gran acierto. A diferencia del Padre Re-
yes, que narrativamente es un personaje plano (sólo significativo
por la ideología que representa), el Padre Islas presenta una
acentuada personalidad: la obsesión que lo domina desde joven

2 En la novela aparecen otros cinco sacerdotes que, aparte de evidenciar el


exagerado número de eclesiásticos en relación con un pueblo pequeño, no de-
sempeñan ninguna función específica.

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es el horror al sexo, lo que lo lleva a actuar patológicamente: su


principal objetivo es impedir que se celebren matrimonios (aho-
rase comprende que en el "Acto preparatorio" se indique que las
bodas se celebran al amanecer, vergonzosamente), y su obsesión
es tal, que "ha llegado a proponer la separación de las imágenes
de Nuestra Señora y del Señor San José" (p. 230). Como se señala
en la novela, "la obsesión del Padre Islas ha ido propagándose"
(p. 231) y sus discípulos convertirán en símbolos sexuales aspectos
tan anodinos de larealidad que el lector quedará verdaderamente
sorprendido. La obra principal del Padre Islas, la "Congregación
de las Hijas de María", representa ese "mirífico vergel"·· (p; 226)
en el que quiere integrar a todas las jóvenes del pueblo. En tono
burlesco, el narrador recuerda a las más virtuosas, especie de san-
toral ejemplarizante. Yáñez no deja demasiadas dudas de la anti-
patía que le produce el personaje y lo que simboliza: el grotesco
ataque de epilepsia desmitifica su figura ante el pueblo, que lo
abandona; sólo unas pocas "Hijas de María" lo acompañan cuan-
do se ve obligado a dejar el pueblo.
A través del personaje de Mercedes, Yáñez trata de reflejar esa
quintaesencia de las "mujeres enlutadas" que son las "Hijas de
María", pero una vez cumplida esta misión, parece que se desinte-
resa del personaje. De hecho, no vuelve a aparecer hasta la mitad
de la novela, cuando en el capítulo "Canicas" hay una brevísima
mención a que Mercedes ha vuelto a entablar relación conjulián
(p. 174). Apenas una referencia que parece secundaria en la tra-
ma novelesca y que no sería extraño que pasase desapercibida
para el lector. Todo parece indicar que el personaje definitiva-
mente ha desaparecido de la novela, pero no es así. En la parte fi-
nal de la misma vuelve a hacerse presente. La muerte de Micaela
es vista por Mercedes como un castigo divino y, nuevamente, se
reproduce la situación del primer capítulo: la sensación de peca-
do la invade y abandona a Julián, quien, despechado, se casará
improvisadamente. Esta nueva situación sumirá a Mercedes en la
angustia, ya que se ve condenada a una vida de soledad. Final-
mente, al nacer muerto el hijo de Julián se desencadena en ella
una sensación de culpabilidad que la lleva a una especie de locu-
ra. En un evidente paralelismo, el Padre Islas y Mercedes abando-
nan el pueblo, postrados por la enfermedad.

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C) Las trágicas historias de Micaela y Mercedes están marcadas


por un claro simbolismo. En cambio, el personaje de María es mu-
cho más complejo, pues no aparece determinado desde el principio
de la novela, y el simbolismo final del que se le dota es fruto de la
propia evolución del personaje, no de que se le asignen rasgos defi-
nidos que justifiquen un previsible final. Desde la primera escena en
que aparece Micaela, el desenlace trágico está implícito en las so-
lemnes declamaciones del narrador que, además, lo menciona ex-
presamente bastante antes de que ocurra (novela introspectiva, el
desinterés de Yáñez por la "acción" es palpable), en los proféticos
anuncios del Padre Islas, en las preocupaciones de don Dionisio y en
las historias de "malas mujeres" que cuenta Lucas Macías. En cam-
bio, el personaje de María produce la sensación de que tiene vida
propia (esa falsa sensación de independencia respecto al autor
de la novela), de que es dueña de su propio destino, que se irá fra-
guando en relación con los acontecimientos de la novela. Abierto a
muchas posibilidades, el personaje se irá decantando como símbo-
lo de la libertad, de la ruptura con el pasado histórico más negativo
que simboliza el pueblo.
La presencia de María es constante en la novela. Al comienzo
aparece como una joven soñadora que lee novelas románticas e
imagina visitar diversas ciudades. Nunca ha salido del pueblo y
añora hacerlo; es enérgica e impaciente, sin inhibiciones, pero
también nos enteramos de que con frecuencia "la sobrecoge un
aburrimiento, una tristeza, una zozobra" (p. 76). Los periódicos
que lee a escondidas (noticias morbosas sobre asesinatos pasiona-
les), así como las noticias que Micaela le da sobre México y Gua-
dalajara, van acentuando.la sensación de opresión. La marcha de
Gabriel le permite descubrir un sentimiento amoroso oculto, con
lo que su pesimismo se acentúa. Una vez más hay que referirse al
asesinato de Micaela como núcleo central en el desarrollo de la
trama. Hasta ese momento, María parece que va a ser un persona-
je muy similar a Mercedes o Micaela, un personaje-víctima que
encarne el ambiente opresor del pueblo. En ese momento se pro-
duce, sin embargo, una transformación radical del personaje:

No todos los deseos fueron derrotados. La intrepidez -ávida- de


algunas mujeres, venció a las legiones del espanto [ ... ] María se

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contó entre las que rompieron el cerco de temores [ ... ] la tragedia


de Micaela no le sirvió de lección: antes la exasperó, sintió frené-
ticos impulsos de huir [ ... ] creyóse capaz de lo peor [ ... ] Negros
resentimientos afluyen al corazón y a la cabeza de María, desde la
sima del alma, por los vericuetos del cuerpo (p. 293).

A partir de aquí, el personaje cobra una importancia esencial en


la novela. Las novelas que sigue leyendo a escondidas dejan de
proporcionarle la grata evasión de otros tiempos. Atormentada
por la necesidad de huir del pueblo, cada día que pasa se le hace
más insoportable, ante la comprobación de que nada cambiará en
el futuro. El personaje parece víctima de una gravísima depresión
que la conduce a actitudes masoquistas: acepta como novio a Ja-
cobo y rechaza al estudiante de Teocaltiche, Román Capistrán
acude a su pensamiento con encontrados sentimientos de repug-
nancia y atracción, así como mantiene respecto de Damián una
equívoca actitud de odio y admiración. No menos confusa es su
relación con Gabriel: sus divagaciones amorosas, en la línea de
un idealizado romanticismo, la conducen a comprender dema-
siado tarde sus verdaderos sentimientos amorosos. Todo parece
regido por un destino adverso que, progresivamente, la va su-
miendo en la desesperación. Frases como las siguientes se repiten
en numerosas ocasiones: "Recrecía el oleaje de proyectos vengati-
vos [ ... ] contra todo el pueblo, contra todos y cada uno de los
inaguantables vecinos, de las odiosas vecinas, contra los muros,
contra el horizonte, contra el cielo sofocante, contra todo lo que la
tenía presa en este aborrecible rincón del mundo" (p. 350), "ella,
triste mujer enlutada, desgraciada mujer insatisfecha, envidiosa,
insumisa" (p. 351). Poco a poco, en las últimas páginas de la
novela, se va perfilando la transformación final de María. A di-
ferencia de lo que es habitual, el narrador no nos ofrece, intros-
pectivamente, el pensamiento de María, por lo que al lector le
quedará la duda de si su decisión de unirse a los revolucionarios
responde a la reivindicación de una justicia social (como inequí-
vocamente se deduce de las actuaciones de María) o es el encau-
zamiento que encuentra para su rebeldía interior (anteriormente
no hay indicios de que María se preocupe por cuestiones socia-
les). Con un evidente simbolismo, María se quita el vestido negro,

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LOS PERSONAJES FEMENINOS 173

y convertida en revolucionaria, abandona el pueblo. María se li-


bera y escenifica simbólicamente la nueva etapa histórica que
se abre en México con la Revolución. La identificación positiva
María-Revolución es evidente ya que, de manera minuciosa, en la
novela la Revolución equivale a progreso y justicia.
D) Al margen de otros personajes femeninos de importancia
secundaria, hay dos que también adquieren un especial relieve:
Marta y Victoria.
Como en los casos anteriores, cada uno de ellos tiene un deter-
minado· simbolismo. Marta, cuyas ansias maternales verá cumpli-
das al final de la novela a través de Pedrito, simboliza el equilibrio
y la moderación; resignadamente, y sin conflictividad, acepta el
modo de vida del pueblo, por lo que su figura sirve de contrapun-
to a los planteamientos dramáticos de otros personajes femeninos,
fundamentalmente respecto a María y Mercedes. El narrador
siempre se refiere a ella con una especial veneración: Marta refle-
ja el prototipo universal de la mujer-madre, frente al opuesto mu-
jer-amante. Carente de estímulos sexuales, en un mundo en el
que se identifican sexo y pecado, su figura refleja el papel de la
mujer que sacrifica su vida personal para servir a los demás.
El personaje de Victoria es interesante por su relación con otros
personajes, aunque en sí mismo su relieve es escaso en la novela.
Al representar el mundo exterior, la ciudad, el arte, la mentalidad
colectiva del pueblo verá en ella un peligro que se concreta, una
vez más, en el ámbito de lo sexual. Inconsciente del desasosiego
que produce su visita en el pueblo, los resultados serán catastrófi-
cos para dos de los personajes más relevantes de la novela: Luis
Gonzaga y Gabriel. El primero terminará en un manicomio, obse-
sionado por imágenes lascivas; el segundo, sumido en una crisis
de identidad, abandonará el pueblo.
A través del análisis de los personajes femeninos puede apreciar-
se el papel tan importante que desempeñan en la novela. Mediante
esas "mujeres enlutadas", símbolo de un mundo terminal, Yáñez
describe en Al filo del agua las trágicas circunstancias de una libera-
ción. Cuando el lector termina la lectura de la novela sabe, por fin,
que la "pesadilla" ha concluido. El pueblo de Al filo del agua, como
el Comala de Pedro Páramo, pertenecen al pasado; se ha roto el ma-
leficio y el futuro, afortunadamente, no podrá ser igual.

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