Está en la página 1de 13

LA EXPERIENCIA DEL ESPEJO Y LA CONSTITUCIÓN DEL

YO
Lie. Lorena Bower Esp. Felipa Triolo Moya

…Se puso de pie, y sentó a su bebe de tres meses y once días frente al espejo, al
principio, éste no se miraba, pero después, y por breves lapsos de tiempo, se
miraba fijamente y sonreía. Hacia esto una y otra vez. N (la madre) le decía de
manera cariñosa: ¿Quién es ese niño? ¡Si eres tú! Y se reía al ver la cara de
asombro y la sonrisa de su hijo cuando se miraba en el espejo...
El estadio del espejo designa un momento psíquico y ontológico de la evolución
humana, ubicado entre los seis y los dieciocho meses de vida, durante el cual el
niño anticipa el dominio de su unidad corporal mediante una identificación con la
imagen del semejante y por la percepción de su propia imagen en un espejo. Así
comprendido, el estadio del espejo será también la experiencia de una
identificación fundamental y la conquista de una imagen: la del cuerpo, que
estructura al Yo (moi) antes que el sujeto se comprometa en la dialéctica de la
identificación con el Otro por la mediación del lenguaje.

Desde la concepción freudiana ya se establece que el Yo es ante todo una


superficie corporal, o más bien la proyección de esa superficie; y que su
constitución implica un nuevo acto psíquico. Justamente esto viene a explicar el
estadio del espejo.

Para subrayar el carácter radical de este descubrimiento, Lacan (1949) precisa


que el mismo se opone a toda filosofía emergente del cogito cartesiano. Se puede
pensar que esta sentencia contiene en germen el esbozo del futuro encuentro
lacaniano con el estructuralismo; allí mostrará que el orden simbólico es
transindividual, regula al sujeto y no a la inversa. De dicha división constitutiva
adviene el sujeto descentrado.

La descripción de este estadio es efectuada por Lacan a través de dos


conferencias: “El estadio del espejo”, presentada por primera vez al Congreso
Internacional de Psicoanálisis, realizado 1936 bajo la presidencia de Ernest Jones,
y “El estadio del espejo como formador de la función del Yo (Je) tal como se nos
revela en la experiencia analítica”, Comunicación al Congreso Internacional de
Psicoanálisis, Zurich, 1949. Allí, el autor, señala la relevancia de este concepto por
cuanto resultan centrales: “las luces que aporta sobre la función del Yo (je) en la
experiencia que de él nos da el Psicoanálisis” (p. 99).

Antes de iniciar el análisis de lo desarrollado en ese texto por el autor es


menester observar que, en este que hasta ese momento de los desarrollos
teóricos lacanianos, el “Ich” (Yo en idioma alemán) utilizado por Freud se traducía
al francés como “Je”. Posteriormente, hacia 1953-1954, Lacan diferenciará esa
partícula discursiva, ese shiffter de aquella otra noción: moi a la que ubica del lado
de la imago, lo alienante y el desconocimiento. De esto se deriva que aun cuando
en el título del artículo se diga Je de lo que se trata es de la constitución de la
función del moi.

1. La prematuración humana
Para poder entender todo lo que se pone en juego en el Estadio del espejo, Lacan
señala que basta para ello comprender dicho estadio como una identificación, la
cual es definida claramente como la transformación producida en el sujeto cuando
asume una imagen, cuya predestinación, a este efecto de fase, está
suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago»
(Lacan, 1949, p. 101)

La noción de «imago» está claramente relacionada con la palabra “imagen”, pero


lo que Lacan pretende al incluirla en el texto de marras, es subrayar la
determinación subjetiva de la imagen. Las imagos son fundamentalmente
imágenes de otras personas.

Se le debe a Freud el rescatar el concepto de imagen, obviamente despreciado


por la psicología conciencista epocal en tanto esta carecía de objetividad, y por lo
tanto se advertía que era sospechosa de procurarle al sujeto deformaciones en su
percepción de la realidad. Freud al rescatarla, resalta la función formadora que la
imagen ejerce sobre el sujeto en el proceso de identificación, dicha imagen
pregnante provoca en el sujeto que la asume efectos psíquicos pero también
biológicos, en este último campo: cambios fenotípicos, morfológicos por vía del
mimetismo (contemplación del congénere tal como el caso de los niños lobos, los
niños monos, etc.). Asimismo esta imagen gestáltica, virtual y ficticia simboliza la
permanencia mental del Yo ofreciéndose como ideal (Yo ideal).

La imagen deja una marca que el Yo, que este asume, y que presenta sus mismos
atributos. La forma queda impresa en quien la recibe, es una imagen que se
caracteriza por su exterioridad, por su forma exterior novedosa y desconcertante;
el cuerpo es propio pero la imagen de otros: otros que son más dueños que el
propio sujeto de su propia imagen. Entonces, el Yo se constituye desde una
exterioridad que se vuelve interna. Se construye como “ajeno”, desconociendo su
propia realidad, se “engancha” de la imagen y al “engancharse” algo del sujeto se
coagula interiorizándose. La imagen del cuerpo tiene una particular autonomía
respecto del cuerpo; subsiste atada al mismo, pero si no se realiza el gozne entre
ambos, aparece el fenómeno del “doble”, fenómeno que da lugar a la imagen del
cuerpo alucinada y desvinculada del mismo. Claro es que no hay un ajuste
perfecto entre imagen de cuerpo y cuerpo.

Al iniciar el artículo sobre el «Estadio del Espejo...», Lacan destaca que un niño de
unos seis meses colocado frente a un espejo reacciona a la vista de su imagen
con una mímica de regocijo, esbozando una serie de gestos hacia la imagen que
trasuntan la importancia que ésta tiene para él.

Refiere: “a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un
tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin
embargo su imagen en el espejo como tal” (Lacan, 1949, p. 99). Este
reconocimiento de la imagen en el espejo señala un momento princeps en el
desarrollo mental del infans (mudo), a la vez que establece una relación libidinal
esencial con la imagen del cuerpo.

Decimos infans, mudo, dado que si el antecitado Estadio va a dar cuenta de una
antropogénesis, de una justificación de la emergencia de lo humano y lo humano
se halla definido por el habla; eso que aún no es humano -en tanto no habla- es el
mudo. Asimismo este mudo está marcado por Otro que habla; decimos el mudo
imaginario, la reserva imaginaria de la estructura del sujeto que se asume como
mudo desde lo simbólico, desde la estructura del lenguaje.

A diferencia del chimpancé de la misma edad, el niño de seis meses queda


fascinado por su reflejo en el espejo, quedando captado y cautivado por su propia
imagen, lo cual resulta claro para un observador ocasional: “en una serie de
gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos
asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo
virtual, a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las
personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él” (Lacan, 1949, p.
99) Es la Juissance, júbilo, goce que experimenta el niño asumir su propia
imagen reflejada. Lo precedente diferencia al infans del chimpancé en tanto este
último comprende rápidamente que la imagen posee inanidad, es ilusoria,
perdiendo todo interés en ella.

Ahora bien, si este acontecimiento, “espectáculo impresionante de un lactante


ante el espejo” llama la atención de Lacan, es porque el infans quien “no tiene
todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pie” (p.99) supera este
obstáculo “en un jubiloso ajetreos logrando quedar suspendido en una postura
más o menos inclinada (...) [y consigue] para fijarlo, un aspecto instantáneo de la
imagen” (Lacan, 1949, p. 100)

Es así que la clave de este fenómeno radicaría en el carácter prematuro de la cría


humana. Se trata de la insuficiencia orgánica de su realidad natural, ya que a los
seis meses el niño carece todavía de coordinación motriz. Este estado de
prematuración del nacimiento obedece a la modalidad mielinizante céfalo-caudal
del sistema nervioso central que afecta el desarrollo del neuroaxón durante los
primeros seis meses de vida y que hacen que el niño antes de haber alcanzado el
control de sus movimientos corporales posea un sistema visual que está
relativamente avanzado en madurez permitiéndole reconocer su imagen en el
espejo.

Entonces, la prematuración humana es el resorte que impulsa al infans a capturar


anticipadamente la imagen de si reflejada en el espejo. Constituye, efectivamente,
la causa del abalanzarse y de no poder esperar. La imagen en el espejo es
promesa de futura unidad, de dominio a conquistar: anticipación de lo que se va a
ser “Jugar en el espejo con la imagen es, entonces, jugar a tenerse (...)
reconocerse, es tenerse en la imagen” (Rossi, 1984, p. 154). Se trata de un juego
simbólico de ausencias y presencias, de escondidas; el abalanzarse sobre la
imagen constituiría un artilugio para eludir la falta en ser (discordancia primordial).

2. El cuerpo fragmentado
Lacan pondrá énfasis en esa “discordia primordial” que se presenta en el infans;
este inacabamiento anatómico del sistema piramidal que confirma el estado de
prematuración, de fetalización que acompaña el nacimiento de la cría humana.
Este concepto es imprescindible para comprender el poder pregnante de la
imagen y de lo imaginario sobre el sujeto. Se trata entonces de una función
decisiva en la formación del sujeto y su historia, un momento crucial del desarrollo
mental del niño: “El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se
precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la
ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederían
desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos
ortopédica de su totalidad, y a la armadura por fin asumida de una identidad
enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental”
(Lacan, 1949, p. 101)

Lacan señala que son los hechos de la clínica los que nos permiten saber que el
cuerpo del no es percibido como cuerpo fragmentado en el momento de la
captación de la imagen; para ello en el curso del texto hace permanentes
referencias tanto a la psicosis, como a la neurosis histérica y obsesiva.

“Este cuerpo fragmentado, (...), se muestra regularmente en los sueños, cuando la


moción del análisis toca cierto nivel de desintegración agresiva del individuo.
Aparece entonces bajo la forma de miembros desunidos y de esos órganos
figurados en exoscopía, que adquieren alas y armas para las persecuciones
intestinas (...). Pero esa forma se muestra tangible en el plano orgánico mismo, en
las líneas de fragilización que definen la anatomía fantasiosa manifiesta en los
síntomas de escisión esquizoide o de espasmo, de la histeria” (Lacan, 1949, p.
102) Prosigue diciendo que:

“La formación del Yo [Je] se simboliza oníricamente por un campo fortificado, o


hasta un estadio, distribuyendo desde el ruedo interior hasta su recinto, (...) dos
campos de lucha opuestos donde el sujeto se empecina en la búsqueda del altivo
y lejano castillo interior, cuya forma (...) simboliza el ello de manera
sobrecogedora. Y parejamente, aquí en el plano mental, encontramos realizadas
estas estructuras de fábrica fortificada cuya metáfora surge espontáneamente, y
como brotada de los síntomas mismos del sujeto, para designar los mecanismos
de inversión, de aislamiento, de reduplicación, de anulación, de desplazamiento,
de la neurosis obsesiva” (Lacan, 1949, p. 102)

En el texto “La agresividad en psicoanálisis” (1948), Lacan dice que esa sensación
de fragmentación del cuerpo se manifiesta en las: “imágenes de castración,
emasculación mutilación, desmembramiento, dislocación, evisceración,
devoramiento, estallido del cuerpo” (p. 109) que acosan la imaginación humana y
que se observan en cualquier película de suspenso o terror, y que en general, el
cine recrea permanentemente.

Se suele decir que hay cuerpo fragmentado, pero esto solo se puede pensar a
posterior, es decir que no hay cuerpo fragmentado y después cuerpo unificado, lo
que hay ahora es cuerpo unificado y retroactivamente, se puede decir: “lo que
había antes es cuerpo fragmentado porque ahora hay diferencias”. La unidad del
cuerpo no se encuentra en primer término sino que es el resultado de una larga
conquista. La función del espejo y la fase con él vinculada consistirá en poner fin a
esa dispersión integrando al infans dentro de una dialéctica que lo constituirá
como sujeto.

Lacan advierte que no se trata en la clínica de hacer del sujeto un sujeto absoluto.
La respuesta a esta tentativa Lacan la describe como “un método de reducción
simbólica”. Esta reducción simbólica hace referencia aquí, a la reducción de las
formas imaginarias con el empleo de lo simbólico. «Lo imaginario es sólo
descifrable si se lo traduce a símbolos» (Lacan, 1956, p. 445)
Recordemos a propósito de esto, que la crítica principal de Lacan a las escuelas
psicoanalíticas de su época fue la de reducir el Psicoanálisis al orden imaginario.
En dicha época se hacía de la identificación con el analista y el reforzamiento del
Yo, el fin de toda Cura; esta última era reducida a una relación dual, lo que
producía una creciente alienación del sujeto. Contra tal reduccionismo imaginario,
Lacan optó por el uso de lo simbólico, como el único modo de desalojar las
fijaciones discapacitantes de lo imaginario.

3. La Identificación
Lacan señala que para poder entender todo lo que se pone en juego en el Estadio
del espejo, basta para ello comprender dicho estadio como una identificación, la
cual es definida claramente como: “la transformación producida en el sujeto
cuando asume una imagen, cuya predestinación, a este efecto de fase, está
suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago”
(Lacan, 1949, p. 101)

La noción de «imago» está claramente relacionada con la palabra “imagen”, pero


lo que Lacan pretende al incluirla en el texto de marras, es subrayar la
determinación subjetiva de la imagen. Las imagos son fundamentalmente
imágenes de otras personas. La imagen especular es asumida por el infans con
júbilo, se identifica con ella a partir de la captación del reflejo de su cuerpo en el
espejo, asumiendo una síntesis especular que contrasta con la falta de
coordinación de su cuerpo biológico.

Al respecto, intercalamos aquí un breve paréntesis: Se le debe a Freud el rescatar


el concepto de imagen, despreciado por la psicología conciencista epocal en tanto
esta carecía de objetividad, y por lo tanto se advertía que era sospechosa de
procurarle al sujeto deformaciones en su percepción de la realidad. Freud al
rescatarla, resalta la función formadora que la imagen ejerce sobre el sujeto en el
proceso de identificación, dicha imagen pregnante provoca en el sujeto que la
asume efectos psíquicos pero también biológicos, en este último campo: cambios
fenotípicos, morfológicos por vía del mimetismo (contemplación del congénere tal
como el caso de los niños lobos, los niños monos, etc.). Asimismo esta imagen
gestáltica, virtual y ficticia simboliza la permanencia mental del Yo ofreciéndose
como ideal (Yo Ideal). La imagen deja una marca que el Yo, que este asume, y
que presenta sus mismos atributos. La forma queda impresa en quien la recibe, es
una imagen que se caracteriza por su exterioridad, por su forma exterior novedosa
y desconcertante; el cuerpo es propio pero la imagen de otros: otros que son más
dueños que el propio sujeto de su propia imagen.

Entonces, el Yo constituye desde una exterioridad que se vuelve interna. Se


construye como “ajeno”, desconociendo su propia realidad, se “engancha” de la
imagen y al “engancharse” algo del sujeto se coagula interiorizándose. La imagen
del cuerpo tiene una particular autonomía respecto del cuerpo, subsiste atada al
mismo, pero si no realiza el gozne entre ambos, aparece el fenómeno del “doble”,
fenómeno que da lugar a la imagen del cuerpo alucinada y desvinculada del
mismo. Claro es que no hay un ajuste perfecto entre imagen de cuerpo y cuerpo.

Por el artilugio que le ofrece la identificación, no sólo “cree ser” esa imagen, sino
que “es” esa imagen. Se arroga ser esa imagen y fuera de ella, no se es nada. De
allí la configuración alienante del Yo: se constituye “de prestado”, de rebote desde
afuera, desde una imagen que lo fascina y que anticipa desde su insuficiencia
actual, lo que el sujeto puede llegar a conquistar, a adquirir, pero que en la
actualidad no posee. El espejo le permite al sujeto verse a sí como otro, mientras
que los otros lo ven como él no puede verse.

“Es que la forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un
espejismo a la maduración de su poder, no le es dada sino como Gestalt, es decir
en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que
constituida, pero donde sobre todo le aparece en un relieve de estatura que la
coagula y bajo una simetría que la invierte, en oposición a la turbulencia de
movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola” (Lacan, 1949, p.
100)

Este contraste entre esa imagen ideal y su incoordinación motriz es sentido por el
sujeto como una rivalidad con su propia imagen, porque la completud de la
imagen amenaza al infans con la fragmentación. Así pues, se produce una
“tensión eroto-agresiva” entre el infans y su imagen. La angustia provocada por
esta sensación de fragmentación (retroactiva) impulsa a la identificación con la
imagen especular, identificación que lleva a formar el Yo (moi).

Esa forma primordial con la que el infans se identifica, debería designarse como
Yo-ideal, para hacerla entrar, en un registro conocido: el de las identificaciones
secundarias, las cuales tienen como función brindarle al sujeto una “normalización
libidinal”.

Así, la imagen del cuerpo propio en el espejo -Yo ideal-, es el soporte de la


identificación primaria del niño con su semejante y se constituye en fuente de las
identificaciones secundarias las cuales le permitirán al sujeto establecer y
organizar su relación con la cultura. Pero el punto importante que Lacan quiere
destacar aquí, es que esa forma primordial “sitúa la instancia del Yo, aún desde
antes de su determinación social, en una línea de ficción, irreductible para siempre
por el individuo solo” (Lacan, 1949, p. 102). Es esta Gestalt de la imagen corporal
la que le da forma al Yo en tanto “simboliza la permanencia mental del Yo [Je] al
mismo tiempo que prefigura su destinación enajenadora” (Lacan, 1949, p. 102)

Sintetizando: en la experiencia del espejo el infans percibe el reflejo de espejo


como un ser real al que intenta captar o aproximarse. Reacciona frente a esa
imagen con una mímica de regocijo, indicando que la presencia en el espejo, de
esa imagen (que es su imagen) es reconocida como si fuera la imagen de otro, y
que a la inversa, la imagen del otro es percibida como la de su propio cuerpo. A
continuación el niño podrá comprender que el otro del espejo no es más que una
imagen y no un ser real. Ya no se trata de captar la imagen, ya no busca al otro
detrás del espejo, porque ahora sabe que allí no hay nada. Es en este preciso
momento lógico, cuando el niño comienza con el reconocimiento no sólo del otro,
como imagen, sino también del otro como si fuera su imagen. Ahora el niño sabe
que el reflejo del espejo es una imagen y que esa imagen es la suya.

Para los seres humanos, la imagen corporal es también una Gestalt que produce
respuestas, pero el poder de dicha imagen es más que instintivo: hay un poder
cautivante, Lacan dice que esa imagen especular es “enajenadora” (alienante).

Más allá de estas observaciones se le asigna a esa imagen especular una función
fundamental para el sujeto, una función de paso de un estado a otro: “la imagen
especular parece ser el umbral del mundo visible, si hemos de dar crédito a la
disposición en espejo que presenta en la alucinación y en el sueño la imago del
cuerpo propio, ya se trate de sus rasgos individuales, incluso de sus mutilaciones,
o de sus proyecciones objetales, o si nos fijamos en el papel del aparato del
espejo en las apariciones del doble en que se manifiestan realidades psíquicas,
por lo demás heterogéneas (...). La función del estadio del espejo se nos revela
entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer,
una relación del organismo con su realidad o, como se ha dicho, Innenwelt con el
Umwelt”. (Lacan, 1949, p. 102)

La realidad del sujeto es su propia discordancia, en la experiencia del espejo, la


realidad se anticipa en lo perceptivo cuando el cuerpo aún no está preparado en la
motilidad para ejercer dominio alguno sobre ella. La realidad es capturada por lo
visual arrastrando al cuerpo y su incoordinación y así liga al sujeto con su realidad.
La imagen del cuerpo ocupa el lugar que el cuerpo en su in-maduración deja
vacante, deviniendo este último hermético, por siempre, para el sujeto. La
percepción anticipada de la imagen corporal implica a la identificación con la
misma y conmina al cuerpo a lograr su coordinación.

La discordancia es entre un funcionamiento psíquico avanzado y un lento


organizarse de lo orgánico. Este desfasaje entre el Innenwelt y el Umwelt
determina un sistema de tensión que anuda el cuerpo a la imagen anticipatoria. La
imagen se propone como completud para hacer olvidar un cuerpo que no
responde, por esto es que Lacan afirma que la función fundante de la imagen en el
Estadio del espejo es reveladora de un investimiento narcisista que arroja un
esbozo de subjetividad: constituido como unidad aun cuando el cuerpo no
responde.

La imagen del cuerpo unifica al sujeto en un Yo (narcisismo) y lo sitúa en un


mundo creado a su medida, según el modelo aportado por la imagen; es una
doble operación que se da a un solo golpe. La imagen del cuerpo opera como
disparador de la libido que circula del cuerpo a la imagen y de la imagen al Yo y al
mundo. El Yo y el mundo son efectos de la misma operación: rebotes libidinales
distribuidos por la imagen.

El dinamismo que permite el montaje de esta operación podríamos detallarlo así:

a) El movimiento libidinal va del cuerpo a su imagen tomada como ideal y motor


del despertar libidinal;

b) desde la imagen del cuerpo la libido vuelve al sujeto dando por resultado la
cristalización de un precipitado: el Yo. Tal catectización coincide con la noción de
narcisismo.

La identificación con la imagen de si constituye el narcisismo, torsión ilusoria que


propone la coincidencia del yo y del ser como salida la estructural. El Yo piensa al
mundo según su manera ortopédica de ser, lo inviste libidinalmente tal como él fue
investido y lo delinea con sus propios blasones y escotomas.

4. El Narcisismo
Con el Estadio del espejo se funda para el sujeto un primer modo de vínculo con lo
social. Su deseo queda, a partir de este momento, mediatizado por el deseo del
Otro, y hace del Yo un aparato que tiene como función la autoconservación. Otro
aspecto que Lacan destaca como importante en relación a este Estadio, es la
constitución, en el sujeto, del narcisismo primario, “con el que la doctrina
designa la carga libidinal propia de ese momento” (Lacan, 1949, p.

En efecto, lo que le da forma al Yo en el Estadio del espejo, es esta identificación


primaria con la imagen especular. Pero el narcisismo, no solamente tiene un
carácter erótico, sino también uno agresivo, como lo señala Lacan un poco más
adelante en su texto al hablar de la libido sexual y de los instintos de destrucción y
de muerte. Es erótico, en tanto el sujeto siente una fuerte atracción por la Gestalt
de su imagen; pero también es agresivo porque el carácter de totalidad de esta
imagen especular, contrasta fuertemente con la incoordinación fragmentada del
cuerpo real del sujeto, apareciendo amenazado con la desintegración.

Así, la relación narcisista se constituye en la dimensión imaginaria de todas las


relaciones humanas, y la agresión y el erotismo van a subyacer en todas las
formas de identificación, constituyendo una característica esencial del narcisismo.

5. El Desconocimiento del Yo y el conocimiento paranoico


Lacan resulta muy crítico a las corrientes existencialistas que se sustentan en la
autonomía del Yo atribuyendo una supuesta auto-suficiencia de la conciencia que
no es más que ilusión, en la medida en que, por ser el Yo una construcción que se
forma por identificación con la imagen especular, no es más que el lugar donde el
sujeto se aliena a sí mismo transformándose en otro. La autonomía del Yo es
sencillamente una ilusión narcisista de dominio. Si el Yo cumple una función, esta
tiene por nombre “función de desconocimiento, y el desconocimiento no es
ignorancia, sino que representa: «una cierta organización de afirmaciones y
negaciones, a la cual está adherido el sujeto. (...) Detrás de su desconocimiento,
seguramente tiene que haber una especie de conocimiento de lo que hay que
desconocer»” (Lacan, 1953, p. 167)

Cabe preguntarnos entonces ¿qué es lo que desconoce fundamentalmente el Yo?


Sin dudas la respuesta hace referencia a los determinantes simbólicos de su
subjetividad, la determinación simbólica de su ser. El desconocimiento es, un no-
reconocimiento imaginario de un saber simbólico que el sujeto posee en alguna
parte.

Lacan distingue el conocimiento, en su carácter imaginario, del saber que tendría


un carácter simbólico. Tanto el conocimiento, como su correlato, el
desconocimiento, forman parte del autoconocimiento propio del registro
imaginario. Es por vía del reconocimiento que el sujeto llega al conocimiento de sí
mismo, constituyéndose el Yo, quien es, en última instancia, un tipo ilusorio de
autoconocimiento.

Es éste conocimiento imaginario de sí mismo, alienado en el reconocimiento de la


propia imagen, el que Lacan denomina «conocimiento paranoico»>, ya que él
tiene la misma estructura de la paranoia. Para decirlo de otra manera: así como el
neurótico constituye una estructura de desconocimiento a partir de su alienación
en el conocimiento de sí mismo, el desconocimiento es también la estructura del
delirio paranoico.

También podría gustarte