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YO
Lie. Lorena Bower Esp. Felipa Triolo Moya
…Se puso de pie, y sentó a su bebe de tres meses y once días frente al espejo, al
principio, éste no se miraba, pero después, y por breves lapsos de tiempo, se
miraba fijamente y sonreía. Hacia esto una y otra vez. N (la madre) le decía de
manera cariñosa: ¿Quién es ese niño? ¡Si eres tú! Y se reía al ver la cara de
asombro y la sonrisa de su hijo cuando se miraba en el espejo...
El estadio del espejo designa un momento psíquico y ontológico de la evolución
humana, ubicado entre los seis y los dieciocho meses de vida, durante el cual el
niño anticipa el dominio de su unidad corporal mediante una identificación con la
imagen del semejante y por la percepción de su propia imagen en un espejo. Así
comprendido, el estadio del espejo será también la experiencia de una
identificación fundamental y la conquista de una imagen: la del cuerpo, que
estructura al Yo (moi) antes que el sujeto se comprometa en la dialéctica de la
identificación con el Otro por la mediación del lenguaje.
1. La prematuración humana
Para poder entender todo lo que se pone en juego en el Estadio del espejo, Lacan
señala que basta para ello comprender dicho estadio como una identificación, la
cual es definida claramente como la transformación producida en el sujeto cuando
asume una imagen, cuya predestinación, a este efecto de fase, está
suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago»
(Lacan, 1949, p. 101)
La imagen deja una marca que el Yo, que este asume, y que presenta sus mismos
atributos. La forma queda impresa en quien la recibe, es una imagen que se
caracteriza por su exterioridad, por su forma exterior novedosa y desconcertante;
el cuerpo es propio pero la imagen de otros: otros que son más dueños que el
propio sujeto de su propia imagen. Entonces, el Yo se constituye desde una
exterioridad que se vuelve interna. Se construye como “ajeno”, desconociendo su
propia realidad, se “engancha” de la imagen y al “engancharse” algo del sujeto se
coagula interiorizándose. La imagen del cuerpo tiene una particular autonomía
respecto del cuerpo; subsiste atada al mismo, pero si no se realiza el gozne entre
ambos, aparece el fenómeno del “doble”, fenómeno que da lugar a la imagen del
cuerpo alucinada y desvinculada del mismo. Claro es que no hay un ajuste
perfecto entre imagen de cuerpo y cuerpo.
Al iniciar el artículo sobre el «Estadio del Espejo...», Lacan destaca que un niño de
unos seis meses colocado frente a un espejo reacciona a la vista de su imagen
con una mímica de regocijo, esbozando una serie de gestos hacia la imagen que
trasuntan la importancia que ésta tiene para él.
Refiere: “a una edad en que se encuentra por poco tiempo, pero todavía un
tiempo, superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin
embargo su imagen en el espejo como tal” (Lacan, 1949, p. 99). Este
reconocimiento de la imagen en el espejo señala un momento princeps en el
desarrollo mental del infans (mudo), a la vez que establece una relación libidinal
esencial con la imagen del cuerpo.
Decimos infans, mudo, dado que si el antecitado Estadio va a dar cuenta de una
antropogénesis, de una justificación de la emergencia de lo humano y lo humano
se halla definido por el habla; eso que aún no es humano -en tanto no habla- es el
mudo. Asimismo este mudo está marcado por Otro que habla; decimos el mudo
imaginario, la reserva imaginaria de la estructura del sujeto que se asume como
mudo desde lo simbólico, desde la estructura del lenguaje.
2. El cuerpo fragmentado
Lacan pondrá énfasis en esa “discordia primordial” que se presenta en el infans;
este inacabamiento anatómico del sistema piramidal que confirma el estado de
prematuración, de fetalización que acompaña el nacimiento de la cría humana.
Este concepto es imprescindible para comprender el poder pregnante de la
imagen y de lo imaginario sobre el sujeto. Se trata entonces de una función
decisiva en la formación del sujeto y su historia, un momento crucial del desarrollo
mental del niño: “El estadio del espejo es un drama cuyo empuje interno se
precipita de la insuficiencia a la anticipación; y que para el sujeto, presa de la
ilusión de la identificación espacial, maquina las fantasías que se sucederían
desde una imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos
ortopédica de su totalidad, y a la armadura por fin asumida de una identidad
enajenante, que va a marcar con su estructura rígida todo su desarrollo mental”
(Lacan, 1949, p. 101)
Lacan señala que son los hechos de la clínica los que nos permiten saber que el
cuerpo del no es percibido como cuerpo fragmentado en el momento de la
captación de la imagen; para ello en el curso del texto hace permanentes
referencias tanto a la psicosis, como a la neurosis histérica y obsesiva.
En el texto “La agresividad en psicoanálisis” (1948), Lacan dice que esa sensación
de fragmentación del cuerpo se manifiesta en las: “imágenes de castración,
emasculación mutilación, desmembramiento, dislocación, evisceración,
devoramiento, estallido del cuerpo” (p. 109) que acosan la imaginación humana y
que se observan en cualquier película de suspenso o terror, y que en general, el
cine recrea permanentemente.
Se suele decir que hay cuerpo fragmentado, pero esto solo se puede pensar a
posterior, es decir que no hay cuerpo fragmentado y después cuerpo unificado, lo
que hay ahora es cuerpo unificado y retroactivamente, se puede decir: “lo que
había antes es cuerpo fragmentado porque ahora hay diferencias”. La unidad del
cuerpo no se encuentra en primer término sino que es el resultado de una larga
conquista. La función del espejo y la fase con él vinculada consistirá en poner fin a
esa dispersión integrando al infans dentro de una dialéctica que lo constituirá
como sujeto.
Lacan advierte que no se trata en la clínica de hacer del sujeto un sujeto absoluto.
La respuesta a esta tentativa Lacan la describe como “un método de reducción
simbólica”. Esta reducción simbólica hace referencia aquí, a la reducción de las
formas imaginarias con el empleo de lo simbólico. «Lo imaginario es sólo
descifrable si se lo traduce a símbolos» (Lacan, 1956, p. 445)
Recordemos a propósito de esto, que la crítica principal de Lacan a las escuelas
psicoanalíticas de su época fue la de reducir el Psicoanálisis al orden imaginario.
En dicha época se hacía de la identificación con el analista y el reforzamiento del
Yo, el fin de toda Cura; esta última era reducida a una relación dual, lo que
producía una creciente alienación del sujeto. Contra tal reduccionismo imaginario,
Lacan optó por el uso de lo simbólico, como el único modo de desalojar las
fijaciones discapacitantes de lo imaginario.
3. La Identificación
Lacan señala que para poder entender todo lo que se pone en juego en el Estadio
del espejo, basta para ello comprender dicho estadio como una identificación, la
cual es definida claramente como: “la transformación producida en el sujeto
cuando asume una imagen, cuya predestinación, a este efecto de fase, está
suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago”
(Lacan, 1949, p. 101)
Por el artilugio que le ofrece la identificación, no sólo “cree ser” esa imagen, sino
que “es” esa imagen. Se arroga ser esa imagen y fuera de ella, no se es nada. De
allí la configuración alienante del Yo: se constituye “de prestado”, de rebote desde
afuera, desde una imagen que lo fascina y que anticipa desde su insuficiencia
actual, lo que el sujeto puede llegar a conquistar, a adquirir, pero que en la
actualidad no posee. El espejo le permite al sujeto verse a sí como otro, mientras
que los otros lo ven como él no puede verse.
“Es que la forma total del cuerpo, gracias a la cual el sujeto se adelanta en un
espejismo a la maduración de su poder, no le es dada sino como Gestalt, es decir
en una exterioridad donde sin duda esa forma es más constituyente que
constituida, pero donde sobre todo le aparece en un relieve de estatura que la
coagula y bajo una simetría que la invierte, en oposición a la turbulencia de
movimientos con que se experimenta a sí mismo animándola” (Lacan, 1949, p.
100)
Este contraste entre esa imagen ideal y su incoordinación motriz es sentido por el
sujeto como una rivalidad con su propia imagen, porque la completud de la
imagen amenaza al infans con la fragmentación. Así pues, se produce una
“tensión eroto-agresiva” entre el infans y su imagen. La angustia provocada por
esta sensación de fragmentación (retroactiva) impulsa a la identificación con la
imagen especular, identificación que lleva a formar el Yo (moi).
Esa forma primordial con la que el infans se identifica, debería designarse como
Yo-ideal, para hacerla entrar, en un registro conocido: el de las identificaciones
secundarias, las cuales tienen como función brindarle al sujeto una “normalización
libidinal”.
Para los seres humanos, la imagen corporal es también una Gestalt que produce
respuestas, pero el poder de dicha imagen es más que instintivo: hay un poder
cautivante, Lacan dice que esa imagen especular es “enajenadora” (alienante).
Más allá de estas observaciones se le asigna a esa imagen especular una función
fundamental para el sujeto, una función de paso de un estado a otro: “la imagen
especular parece ser el umbral del mundo visible, si hemos de dar crédito a la
disposición en espejo que presenta en la alucinación y en el sueño la imago del
cuerpo propio, ya se trate de sus rasgos individuales, incluso de sus mutilaciones,
o de sus proyecciones objetales, o si nos fijamos en el papel del aparato del
espejo en las apariciones del doble en que se manifiestan realidades psíquicas,
por lo demás heterogéneas (...). La función del estadio del espejo se nos revela
entonces como un caso particular de la función de la imago, que es establecer,
una relación del organismo con su realidad o, como se ha dicho, Innenwelt con el
Umwelt”. (Lacan, 1949, p. 102)
b) desde la imagen del cuerpo la libido vuelve al sujeto dando por resultado la
cristalización de un precipitado: el Yo. Tal catectización coincide con la noción de
narcisismo.
4. El Narcisismo
Con el Estadio del espejo se funda para el sujeto un primer modo de vínculo con lo
social. Su deseo queda, a partir de este momento, mediatizado por el deseo del
Otro, y hace del Yo un aparato que tiene como función la autoconservación. Otro
aspecto que Lacan destaca como importante en relación a este Estadio, es la
constitución, en el sujeto, del narcisismo primario, “con el que la doctrina
designa la carga libidinal propia de ese momento” (Lacan, 1949, p.