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El espacio novohispano contaba con 6.1 millones de personas: 60% eran indígenas,
22% castas y 18% criollos y españoles. La mayor parte de esta población se
asentaba en la Intendencia de México, seguida de lejos por la de Guadalajara. En
la península de Yucatán se contaba medio millón de habitantes y en el extenso norte
había poco menos de 350 000 personas “civilizadas". En aquellos años la población
estaba equilibrada en términos de género y poco más de la mitad era menor de 25
años.
La Nueva España era vista por la metrópoli como proveedora de materias primas,
específicamente de plata. Este metal se extraía del espacio colonial mediante
fuertes exacciones fiscales y préstamos. El proceso por el cual se realizaba esta
extracción y cómo la Nueva España actuaba como subtesorería de la monarquía
(tanto en materia de obtención de ingresos como de asignación de gastos), se
analiza en el magnífico trabajo de Carlos Marichal (2007) sobre la bancarrota del
Imperio español.
Una situación similar ocurría con la minería. El óxido de plata era extraído y refinado
por trabajadores con la ayuda de la fuerza animal y cualquier posibilidad de utilizar
la máquina de vapor se consideraba demasiado costosa y riesgosa. De la misma
manera, los obrajes utilizaban mano de obra y máquinas impulsadas por fuerza
humana o animal. El barón de Humboldt decía que muchos mineros eran
conscientes de lo atrasado de su tecnología, pero consideraban que tales
innovaciones eran inaplicables en un pueblo que no gustaba de las novedades, de
ahí la idea común de. que Jos novohispanos de principios del siglo XIX apreciaban
más lo bello que lo útil.
En estas condiciones, a finales de 1810 comenzó, en la zona más rica del virreinato
novohispano, una rebelión que pronto se extendió a prácticamente toda la geografía
de aquella posesión española. Al principio, el movimiento tuvo tanto momentos
álgidos como de relativa paz debido a la fuerte represión de las autoridades
virreinales. Después del fusilamiento del caudillo Morelos a finales de 1815, el
movimiento insurgente se convirtió en un conjunto de guerrillas aisladas, sobre todo
en el sur. La alianza en 1821 entre una parte del ejército realista y el último bastión
insurgente fue motivo de un plan político que propuso la pacificación del reino y la
independencia respecto a España.
La guerra en sí agravó aún más las condiciones económicas del sector agrícola y
generó una especie de círculo vicioso: la rebelión inicial tuvo efectos negativos
sobre la agricultura; la represión realista también los tuvo, la respuesta insurgente
la afectó de nuevo, y así sucesivamente. Como es lógico pensar, la devastación
rural fue dispareja. El Bajío sufrió daños importantes, ya que fue una zona de guerra
casi total, lo mismo puede decirse de Michoacán y algunas partes entre Zacatecas
y Durango y la región de Guadalajara. Todas zonas muy fértiles cuya decadencia
agrícola se convirtió en desabasto de las ciudades más importantes, como México,
Querétaro, León, Salamanca, Guanajuato, Valladolid y Guadalajara.