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Ética ecológica

Introducción

La ética representa la disciplina fundamental de la reflexión sobre la moralidad humana, ya


que toda acción necesita sopesar su fundamento y criticar las consecuencias. De ahí que
todo aquello que involucre al humano es normado y regido por principios y valores
acuñados a lo largo de la vida. La moralidad, por su parte, es aquella dinámica y espontánea
manera de habitarse y habitar el mundo. Y podríamos decir que nada de esto podría ser
posible sin reconocer algún grado de libertad en nuestro ser, pues solo podemos ser
responsables ante aquello que libremente decidimos. La interesante dinámica de la moral
nos revela también su cambio y adaptación al mundo, ya muchos han dicho que todos no
son mas hijos de sus padres que hijos de su época.

Nuestra época ciertamente trae consigo desafíos imprevisibles y nuevos para el campo de la
ética. La profunda relación de la especie humana con la naturaleza ha dado lugar a la nueva
época geológica denominada como Antropoceno, donde el impacto de la humanidad ya está
presente en la gran mayoría del planeta. A su vez, el progreso exponencial de la tecnología
nos ha llevado a replantear los límites de la investigación y aplicación tecno-científica. Esto
no hace más que estimular el campo ético y la moralidad.

Debemos abogar por la responsabilidad ambiental que resguardará la vida en la Tierra, su


futuro y sus optimas condiciones de sobrevivencia. La importancia de la ética ecológica se
expondrá en el siguiente desarrollo que intentará hacer justicia a una fundamentación
basada en la responsabilidad y sus alcances éticos.
Responsabilidad ambiental y riesgo tecnológico

La dinámica de la moralidad humana ha sufrido cambios drásticos a lo largo de la historia,


a medida que las circunstancias varían también lo hacen los medios y los fines que se
reflejan en las acciones. Un claro ejemplo es la Declaración Universal de los Derechos
Humanos, estableciendo un hito histórico fundamental normando una serie de condiciones
prácticas y teóricas sobre la dignidad intrínseca y relacional entre humanos. Sin duda la
dinámica de la moralidad nos revela que el campo ético amplía su horizonte respecto a los
escenarios que se deben evitar para consagrar así una sociedad justa con valores éticos, los
cuales que trabajan también en la extinción de antivalores como la esclavitud, la
homofobia, el racismo, etc.

Asimismo, el puesto del humano frente a la naturaleza se ha visto amenazado por el


cuestionamiento de la ética tradicional. Una nueva concepción, diagnosticada por el
filósofo Hans Jonas, es la ética del futuro, cual señala que en nuestras acciones no debe sólo
considerarse el acto presente, sino también sus consecuencias futuras y la responsabilidad
ante el ser afectado. Y es que “frente a la Naturaleza no se hacía uso de la ética, sino de la
inteligencia y la capacidad de invención” (Jonas, 2008). La Naturaleza era reconocida como
objeto, mientras que el humano como sujeto, por lo que no había ética alguna que
reconocer en los principios de un objeto. Hoy, en cambio, reconocer la finalidad de todo ser
es un principio que debe considerarse para evitar transgredir de forma imprudente los
límites de lo no-humano. Se presenta así su modelo simbiótico de relación frente al mundo,
donde no somos dominadores ni tampoco dominados, sino que existe un trato de beneficio
recíproco: los seres de la biosfera ayudan al equilibrio necesario para la permanencia de su
especie, y así mismo, cuidar moralmente de la existencia y preservación de la biosfera, es
cuidar también la existencia y preservación de nuestra especie humana.

Puesto que la técnica humana se ha desarrollado a tal magnitud de alcance e incidencia en


el medio ambiente, el poder que antes tenía el humano sobre la naturaleza se ha heredado
hacia la tecnología. Sin embargo, la problemática principal es la independente e
incontrolable manera que tiene la tecnología de operar, su configuración algorítmica y
mecánica no considera el futuro remoto y sus variables destinos; cosa que la capacidad
moral recursiva del humano sí puede.

Esto significa que la responsabilidad por el futuro recae en la administración tecnológica


humana, siendo la administración de ese poder institucionalizado en agentes empresariales
que velan egoístamente en intereses particulares.

Se da una ruptura, además, de la determinación antropológica de la “técnica” pre-


moderna, en tanto que los fines, en la técnica moderna, no se determinan por una
planeación racional del ser humano con vistas al futuro, sino por los intereses de las
industrias que se pliegan a la maximización de las ganancias económicas y políticas
en el momento presente (Cerón-Becerra, 2016, p. 161).

Si la irresponsabilidad tecnológica, en desmedro del equilibrio ecológico, no tiene freno, la


catástrofe se llevará consigo la posibilidad de la gran mayoría de la vida en la Tierra.
Debemos imaginar el peor escenario posible para prever situaciones de riesgo donde la
humanidad es el principal agente causal destructivo. Nuestro poder es siempre proporcional
a nuestra responsabilidad, y nuestro poder como humanidad contemporánea supera con
creces al del resto de la historia de la humanidad.

Más no siempre es mejor en la ética, por lo que más poder no es lo mejor sin su correcta
meditación y manipulación. La responsabilidad es un pilar fundamental en esta variable
posibilidad moral para el cuidado de la biosfera, pues “cuanto más próximo a la esfera
moral se encuentra algo en la vida colectiva, tanto más improbable es que el «progreso» sea
su forma natural de movimiento” (Jonas, 2008).

Solo con una cooperación mundial entre la humanidad y la redistribución equitativa de las
áreas del planeta afectadas por empresas e industrias nocivas para el medio ambiente, será
posible, en el primer paso, equilibrar el esfuerzo de la naturaleza para su autoconservación.
Lo que también significará que el progreso tecnocientífico debe utilizarse como motor para
actuar de manera beneficiosa en los planes de control necesarios. De esta forma la
humanidad no sólo respetaría la dignidad de la naturaleza, sino que también su propia
dignidad al reconocerse como parte de la naturaleza y, por lo tanto, con un valor en sí
mismo.

El afán humano por el control y la técnica es una cuestión mas bien natural dentro de las
condiciones ontológicas y fundamentales humanas, gracias a la herramienta como concepto
simbólico es que nuestra evolución se ha llevado a cabo y potencia nuestros atributos más
fuertes, como lo son las virtudes y valores de la justicia, la prudencia, la templanza y la
valentía. Pero nada se presenta como dicha en la realidad sin su contraparte corruptible
como diría Aristóteles en su ética del punto medio. Así, la avaricia del poder humano para
con el mundo puede caer en un exceso poniendo en peligro las condiciones medio
ambientales de la vida.

Se «humanizaría» la naturaleza de modo similar a como la nobleza feudal


«ennoblecería» a sus esclavizados siervos, o a como la raza de los señores
«arianizaba» a las razas inferiores sometidas. Ante el carácter brutal de ese objetivo
la «humanización de la naturaleza» no es sino una huera e hipócrita palabrería que
esconde la intención de su sometimiento y explotación totales para satisfacer las
necesidades del hombre (Jonas, 2008).

Podría decirse que las consecuencias bioéticas del Antropoceno han sido provistas por la
inevitable naturaleza humana, siendo este el único destino que le queda a la vida humana en
la Tierra. “Obtenemos lo que cosechamos” como diría el antiguo dicho, “nada hay en el
humano fuera del humano” diría otro. Después de todo, en el fondo sólo velamos
prioritariamente por la vida humana que hay en la tierra. Esta es la naturaleza egoísta de la
humanidad. Y pensando aún más radicalmente, la extinción de la humanidad traerá por fin
calma al planeta, pues somos los únicos seres que pudiendo elegir no aprovecharnos de los
recursos naturales de forma desmesurada, lo elige a sabiendas y sin remordimientos.

Mas todo esto no es necesariamente así, priorizar la especie humana ha de ser en razón de
la capacidad manipulativa de la técnica que puede cuidar de las condiciones ambientales de
la Tierra. La tecnología bien puede ser el veneno que ha infectado la naturaleza, pero
también el antídoto. Y dejarse llevar por esencialismos sobre la naturaleza humana puede
traer consecuencias retóricas para fundamentar comportamientos inmorales y fuera de toda
ética. Necesitamos repensar el campo ético del medioambiente y la ecología como ciencia
es la herramienta empírica para llevar a la práctica medidas y resoluciones eficaces.

Conclusión

El nuevo horizonte de la ética ha posibilitado repensar la responsabilidad del humano ante


el mundo, pues ya no se enfoca solamente en el trato entre sujetos sino también para con los
objetos. Esto porque se ha reconocido ontológicamente la finalidad intrínseca en las cosas
que, si bien pueden ser medios, no sólo son medios. La naturaleza, que es la cuna de toda
existencia orgánica, merece un trato ético que sea recíproco y en orden con la producción
tecnológica humana, pues si en nuestro poder tenemos el potencial catastrófico de la
biosfera, también habremos de tener el potencial benefactor de esta.

El control del humano sobre la naturaleza es una realidad tan cierta como los daños
colaterales de dicho control. La tecnología industrial y de producción es la gran causa de
muchas condiciones perjuiciosas para la vida en el planeta; como sequías, deforestación,
cambio climático, contaminación, etc. Siendo así el control sobre el mundo algo que
definitivamente se escapa lentamente de las manos humanas. Por esto, es necesario tener
control sobre la tecnología para responder con responsabilidad ante los fenómenos
medioambientales que se han causado.

Las políticas públicas son la gran base para una resolución importante del problema, pues
de no mucho sirve la acción individual sin una organización colectiva que respalde y
garantice los resultados. La sugerencia más próxima es llevar a la legalidad la ética
ecológica para ser considerada en proyectos de ley que resguarden la vida no humana en la
Tierra, que proteja y piense en las consecuencias a largo plazo donde se interviene
inevitablemente; como lo es la extracción de recursos naturales y la contaminación por
desechos. La esfera de lo público debe verse susceptible ante la moralidad ecológica para
lograr cambios reales.
Bibliografía

 Jonas, H. (2008). El principio de responsabilidad. Barcelona: Herder.


 Cerón-Becerra, M. (2016). Reflexiones en torno a la ética en la era de la técnica a
partir del pensamiento de Martin Heidegger y de Hans Jonas. Tesis de Maestría en
Filosofía y Ciencias Sociales. ITESO. Recuperado de
https://rei.iteso.mx/handle/11117/4048
 Aristóteles. (2014). Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza Editorial.

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