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Rafael Alvira, catedrático de Filosofía en la Universidad de Navarra, lleva a cabo en esta obra una
“antropodicea”, o sea, una justificación del hombre. Justamente cuando, desde el “pensamiento
débil”, los filósofos postmodernos han proclamado la “muerte del sujeto”, una seria
“antropodicea” se convierte en una labor urgente.
Tras estas consideraciones, en la segunda mitad el libro se adentra en cuestiones más asequibles
para el público no especializado. Alvira realiza una analítica y una sintética antropológicas en las
que trata temas interesantes y cercanos, como el concepto de alma, la inmaterialidad del ser
humano, el evolucionismo, la diferencia de sexos, la propiedad y la cultura, las etapas de la vida
humana, la muerte, etc. La antropología de Alvira parte de la consideración del hombre no como
mero individuo aislado, sino en continua relación con otros. Sobre ese conjunto de relaciones, que
en esencia se reducen a dos: el trabajo y el diálogo, se constituye la sociedad humana.
El libro acaba con una consideración sobre “la vida humana en la cotidianidad”. Al ser humano le
resulta imposible vivir fuera de lo cotidiano, fuera de la costumbre y de la casa. En este nivel, la
tríada manejada durante todo el ensayo -verdad, belleza y bondad- se torna en las categorías de la
cotidianidad, a saber, según la verdad: lo auténtico y lo ficticio; según la belleza: lo limpio y lo
sucio; y según la bondad: lo ordenado y lo desordenado. Aquí nos encontramos en el medio
propiamente humano, porque la cotidianidad es el lenguaje básico para el entendimiento de los
hombres, donde se resuelven muchas dudas y discusiones teóricas.