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EL ‘PLAN PISTOLA’ DEL CLAN DEL GOLFO

La violencia marca el arranque del Gobierno de Petro

El imparable asesinato de policías supone un problema mayúsculo para el nuevo Gobierno, que
deberá atender los efectos de la política de seguridad de Iván Duque

Sally Palomino

SALLY PALOMINO

Bogotá - 03 AGO 2022 - 05:15 PET

1 Varios policías participan en una ceremonia en honor a sus compañeros asesinados por el Clan
del Golfo, en Bogotá el pasado 18 de julio de 2022.

Varios policías participan en una ceremonia en honor a sus compañeros asesinados por el Clan del
Golfo, en Bogotá el pasado 18 de julio de 2022.

CARLOS ORTEGA (EFE)

Gustavo Petro recibe un país en llamas. Las Autodefensas Gatinanistas de Colombia (AGC o Clan
del Golfo, como las denomina el Estado colombiano) han desplegado en el último mes un plan,
imposible de contener, para atentar contra policías. Han muerto al menos 36 este año, la mayoría
durante el mes que acaba de terminar. Los atacan a plena luz de día, desde motocicletas. Muchas
de las víctimas apenas empezaban su carrera en la institución. Un plan pistola, como se conoce a
la orden de un grupo armado de asesinar sistemáticamente a miembros de la fuerza pública, es un
término conocido en Colombia porque no es la primera vez que ocurre, pero ahora aparece justo
antes del inicio de un nuevo Gobierno que ha abierto la puerta a posibles acercamientos con todas
las organizaciones armadas bajo su apuesta de “paz total”.

Ya no están los capos que ordenaban matar policías para declararle la guerra al Estado. Pablo
Escobar y el Cartel de Medellín lo hicieron en la década de los noventa y cientos de policías fueron
asesinados. Aunque el Clan del Golfo, como lo hacía Escobar, paga por cada uniformado muerto,
sus intenciones son otras.

Luis Fernando Trejos, profesor de la Universidad del Norte y experto en conflicto, explica que hay
varias hipótesis sobre las acciones de las AGC que marcan el final del Gobierno de Iván Duque y se
presentan como un reto que debe atender con urgencia el Ejecutivo de Petro. “El plan pistola
extendido en varios territorios del país busca mostrar un reposicionamiento de cara a la llegada
del nuevo gobierno para llevar adelante una interlocución política, que demanda un
reconocimiento por parte de quien esté en el poder. Pero también se puede leer como una acción
retaliativa ante golpes que ha sufrido la organización, como ha ocurrido antes”.

Un retrato de un policía asesinado se exhibe durante una ceremonia en su honor en Cali, el pasado
mes de julio.

Un retrato de un policía asesinado se exhibe durante una ceremonia en su honor en Cali, el pasado
mes de julio.

ERNESTO GUZMÁN JR (EFE)


En noviembre del año pasado, el presidente Duque anunciaba el “fin” del Clan del Golfo tras la
captura de alias Otoniel. Decía entonces que solo quedaban unos “reductos” para que la
organización dejara de existir, pero no fue así. Desde entonces el grupo armado ha demostrado no
solo que existe sino que tiene la capacidad de confinar municipios enteros, como lo hizo en mayo,
o que tiene cómo activar un plan para matar. “La del Gobierno Duque fue una estrategia fallida
porque aplicaron las mismas políticas que se usaron durante la seguridad democrática
[implementada por los gobiernos de Álvaro Uribe], que tenían como pilar atacar objetivos de alto
valor estratégicos: capturar o matar. No se comprendieron las particularidades de las AGC, que ya
han demostrado que con cada golpe se fortalecen”, opina el profesor Trejos.

El plan del gobierno saliente ha sido efectivo para abrir noticieros y llenar titulares de prensa, pero
-dice el experto- cada vez que se celebra en Bogotá la muerte o captura de un cabecilla de alguna
organización armada, en las regiones lloran. “Esas viejas estrategias de seguridad han sido
ineficientes para atajar a esas nuevas formas de organización de los grupos armados, que no
responden a estructuras homogéneas, y que tampoco, como se dice equivocadamente, son
paramilitares”.

Trejos asegura que usar una misma estrategia para todas las bandas sucesoras del paramilitarismo
ha sido poco útil. Mientras en algunas zonas organizaciones como Los Ratrojos o Los Costeños han
tomado el control, las AGC se han extendido por casi todo el país.

En una investigación publicada por la revista Contexto, Trejos y el también investigador Reynell
Badillo hacen una radiografía hasta ahora poco conocida de estas organizaciones. Sobre las AGC
aseguran que, contrario al discurso oficial, están lejos de circunscribirse únicamente al crimen y
que se trata de una organización con pretensiones políticas. Tienen estatutos, himno y una
relación con la población que va más allá de la búsqueda de rentas. “Debe desmontarse la idea
errada de que lo político y lo criminal son esferas antagónicas. El hecho de que su metarrelato
político-ideológico no sea tan extendido no significa que no desplieguen actividades políticas. Al
establecer normas de comportamiento que regulan sus interacciones con las comunidades, están
construyendo órdenes sociales. Y esas órdenes son políticas, así como parte de su discurso y sus
documentos internos”, señalan los autores en un extenso informe sobre el desafío que representa
el Clan del Golfo.

Una carta enviada hace unos días por varios grupos armados al gobierno que está por llegar volvió
a poner sobre la mesa el debate de una negociación con ellas, que piden un proceso parecido al
que han tenido organizaciones como las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y las FARC. Las
acciones del último mes buscan demostrar que si el país busca la paz total, la promesa central de
Petro, ellos no se pueden quedar por fuera.

Francisco Daza, investigador de la Fundación Paz y Reconciliación, dice que el Clan del Golfo
intenta demostrar control territorial y unidad. Aunque uno de sus líderes más visibles, alias
Otoniel, fue extraditado, siguen operando unidos y en todo el país. “La política de seguridad se
debilitó tanto durante los últimos cuatro años que incluso la fuerza pública está desprotegida. La
política del gobierno saliente no fue la mejor, los grupos armados crecieron y el país queda con la
urgencia de encontrar una solución”, señala Daza.
A las prioridades de Iván Velásquez, que desde el próximo domingo será el ministro de Defensa, se
ha sumado como un actor tan importante como el ELN, opina el investigador. “En materia de
seguridad, el reto ya no es solo retomar los diálogos con la guerrilla, también está por delante el
desafío de no repetir los errores del pasado frente a las organizaciones criminales y lograr llenar
esos espacios que han estado abandonados, sin presencia estatal, desde la desmovilización de las
FARC”.

La próxima semana Duque ya será expresidente, pero los problemas de su política de seguridad se
quedan. El Gobierno de Gustavo Petro enfrenta un reto mayúsculo frente a la violencia, que esta
vez tomó por blanco a los policías y recuerda las peores épocas de la guerra de Pablo Escobar
contra el Estado.

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