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REAL ACADEMIA DE CULTURA VALENCIA-

NA
SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS
“D. Fletcher Valls”
ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTIGUAS -
ELEA
Núm. 19
XXXV SEMINARIO DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA
ANTIGUAS
PONENCIAS Y ESTUDIOS VA-
RIOS

RACV - 105 AÑOS AL SERVICIO DE VALENCIA Y LOS


VALENCIANOS

VALENCIA
2020
Ilustración de la cubierta: mapa de pueblos y lenguas de
la Península Ibérica antes del 218 a. C.
© Los autores
© De esta edición: REAL ACADEMIA DE CULTURA VALEN-
CIANA
ISSN: 84- 96068-50-1
Depósito Legal: V-2203-1995
Composición: Luis Silgo Gauche
REAL ACADEMIA DE CULTURA
VALENCIANA
SECCIÓN DE ESTUDIOS IBÉRICOS
“D. FLETCHER VALLS”

ESTUDIOS DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA


ANTIGUAS - ELEA

Número 19

PONENCIAS Y ESTUDIOS VARIOS


DE LENGUAS Y EPIGRAFÍA ANTI-
GUAS

Editores: J. Aparicio Pérez y Luis Silgo Gauche


Valencia
2020
M. ALMAGRO-GORBEA

EL CONTEXTO HISTÓRICO DE LA INTRODUC-


CIÓN DE LA ESCRITURA GRECO–IBÉRICA EN
EL SURESTE

Abstract. Analysis of the historical and cultural context and


chronology of the introduction of the Greco-Iberian alphabet
in the Southeast of Iberia, in the initial years of the 5th cen-
tury BC. Around 500 B.C. and in the first years of the 5th
century BC. there is a radical change in the structure of the
settlements in the area of the mouth of the Segura and the
Vinalopó rivers. The Phoenician colony of La Fonteta and
the orientalizing population of Peña Negra-Herné disap-
peared, relieved by a new Iberian city-estate, Ilici-La Alcu-
dia de Elche, and the first Iberian villages. These changes
coincide with an import horizon of attic vessels and bronzes
dating c. 500 BC and with the generalization of the Ionian-
Iberian sculptures and pillars-stelae. This strong Helleniza-
tion is the result of an aggressive policy of the Phoceans in
this strategic area, which coincides with the apogee of the
confrontation of Greeks and Punics in the Western Mediter-
ranean. This historical and cultural context explains the
adoption of the Greco-Iberian alphabet at the beginning of
the V century BC.
Key words. Iberian writing. Greco-Iberian alphabet. Ionian-
Iberian sculpture. Attic pottery.
Resumen. Se precisa el ambiente y la cronología de la intro-
ducción del alfabeto greco-ibérico extendido por el Sureste de
Iberia, que debe situarse en los años iniciales del siglo V a.C.
Hacia el 500 a.C. y en los primeros años de siglo V a.C. se
produce un cambio radical de la estructura del poblamiento
en la zona de la desembocadura del Segura y el Vinalopó,

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CONTEXTO HISTÓRICO

al desaparecer la colonia de La Fonteta y la población orien-


talizante de Peña Negra-Herné, relevadas por Ilici-La Alcu-
dia de Elche y los primeros poblados ibéricos. Estos cambios
coinciden con un horizonte de importaciones de vasos áticos
de calidad y de bronces datado c. 500 a.C., fecha que coincide
con la generalización y difusión del estilo jonio-ibérico en es-
culturas y pilares-estela. Este contexto de fuerte heleniza-
ción, resultado de una agresiva política de los focenses en la
zona que coincide con el apogeo del enfrentamiento de grie-
gos y púnicos en el Mediterráneo Occidental, explica la
adopción del alfabeto greco-ibérico a inicios del siglo V a.C.
Palabras clave. Escritura ibérica. Alfabeto greco-ibérico. Es-
cultura jonio-ibérica. Cerámica ática.

El complejo panorama que ofrece la epigrafía de la Hispa-


nia prerromana incluye un reducido número de inscripciones
en lengua ibérica escritas con un alfabeto griego, que gene-
ralmente se denomina alfabeto “greco–ibérico”, aunque sería
más preciso denominarlo “jonio–ibérico”. Este alfabeto fue
identificado por primera vez por Manuel Gómez Moreno
(1922) al estudiar el Plomo de La Serreta aparecido en 1921
(fig. 1) que fue una ayuda esencial para descifrar el signario
ibérico. Posteriormente este alfabeto ha sido analizado prin-
cipalmente por Juan Maluquer de Motes (1968), Jürgen Un-
termann (1990: 133), Javier de Hoz (1987, 1998, 2009, 2010:
175 s.) y otros autores posteriores (Rodríguez Ramos 2001:
21–22; id., 2004: 137 s.; id., 2005: 24–25; Velaza 2011).

Esta escritura “greco–ibérica” se considera una versión


simplificada del alfabeto jonio, pues sólo constan o sólo se
han documentado hasta ahora 16 signos. Se conoce una
treintena de epígrafes greco–ibéricos, la mayoría trazados
sobre cerámica y algunos en láminas de plomo que han apa-
recido en un territorio muy restringido del Sureste, en la ac-
tual provincia de Alicante y en la parte septentrional de

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1. Calco de la inscripción greco-ibérica de la Serreta de


Alcoy, Alicante, descubierta en 1921 por Camilo
Visedo y estudiado por Gómez Moreno en 1922.

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CONTEXTO HISTÓRICO

Murcia (fig. 2). Entre estos epígrafes jonio–ibéricos destacan


tablillas de plomo, que confirman su vinculación con el uso
este tipo de soporte en plomo para cartas y documentos co-
merciales griegos (De Hoz 2011, 79–87), aunque el plomo del
Cigarralejo (G.13.1), por su forma, léxico y contexto funera-
rio pudiera ser una defixio. Por el contrario, los grafitos de la
Illeta dels Banyets (G.9), Puig de Alcoy (G.2.1), Els Barade-
lls, de Alcoy (G.4.1), Benilloba (G.3.1) y Coimbra del Barran-
co Ancho (G.23) se consideran posibles marcas de propiedad
(de Hoz 2009: 35).

1. Lugares de hallazgo de las inscripciones greco-ibéricas


en el Sureste: 1.- Benilloba, Alicante (1 grafito); 2.- El
Puig, Alcoy, Alicante (1 plomo); 3.- La Serreta, Alcoy,
Alicante (4 plomos); 4.- Els Baradells, Alcoy, Alicante
(1 grafito); 5.- Isleta de Campello, Alicante (15
grafitos); 6.- Coimbra del Barranco Ancho, Jumilla,
Murcia (1 plomo y 1 grafito); 7.- El Cigarralejo, Mula,
Murcia (1 plomo).

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Sin embargo, la cronología de la introducción de este alfa-


beto greco–ibérico resulta problemática. Untermann, al
igual que Maluquer, supusieron que este alfabeto jonio–
ibérico sería probablemente el alfabeto jonio de Focea, del
que no se conservan testimonios posteriores al 500 a.C. ni en
la metrópoli ni en sus colonias de Occidente (Jeffery 1990:
287, 340 s.; Maluquer 1968, 90 s.; Untermann 1990: 133, n.
5), aunque los escasos testimonios epigráficos, tanto los plo-
mos como los grafitos cerámicos, se datan en su mayoría en
el siglo IV a.C., pero sin alcanzar el final del siglo III a.C.
(Rodríguez Ramos 2001, 21–22). Sobre este tema, Maluquer
(1968: 90) y Untermann (1990: 133) ya observaron que los
signos griegos de este alfabeto proceden de un alfabeto jonio
tardoarcaico originario de la Grecia Oriental. Dos signos son
característicos del mismo. Uno es el eta abierto en forma de
H, utilizado con valor de “e”, que se documenta en las ciuda-
des jonias del Asia Menor desde mediados del siglo VII hasta
mediados del V a.C. (Jeffery 1990: 28) y aún más significati-
vo es el signo sampi (Foat 1905; id., 1906; Jeffery 1990: 38–
39; Woodard 1997: 179; Ghinatti 1999), letra probablemente
derivada de la samekh fenicia, que en el alfabeto griego se
sitúa detrás del ómega y que representaba una sibilante es-
crita en otros dialectos con ΣΣ o ΤΤ (jonio τέσσαρες vs. ático
τέτταρες), por lo que llegó a denominarse disigma. Este signo
se usó desde mediados del siglo VII hasta el V a.C., aunque
su uso prosiguió como símbolo del numeral 900 (Jannaris
1907; Allen 1974: 57 s.; Zimmermann, ed., 2004: 207).

La sampi se documenta en diversas poblaciones jonias del


Asia Menor, como Eritrea, Teos, Éfeso, Samos y Mileto,
además de en Halicarnaso en la Caria, Náucratis en Egipto
y en Cícico, colonia de Mileto en el Bósforo, así como en colo-
nias del Mar Negro, como en un óstrakon arcaico de Olbia,
en una carta del siglo V a.C. de Berezan, en el alfabeto del
siglo V a.C. de Istros (Jeffery 1990: 39, 325, 368; Dana 2009:
74–75; Del Barrio 2018: 515) y en monedas de los siglos V–
IV a. C. de Mesembria, además de aparecer en algún vaso

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CONTEXTO HISTÓRICO

ático, como el ánfora de Nessos (Beazley 1956: 4–5;


Boegehold 1962). En Occidente se documenta en Massalia
(Willi 2008: 419 s.) y en ambientes jonios de la Magna Gre-
cia y de Sicilia (Dubois 1989: 9, nº 1, etc.), donde se fecha
desde el siglo VI hasta la segunda mitad del V a.C., aunque
la mayoría de los ejemplos sículos se datan al inicio del siglo
V a.C., si bien existen algunas acuñaciones massaliotas da-
tadas con dudas c. 425–400 a.C. (Jeffery 1990: 464).

La fecha de introducción de este alfabeto greco–ibérico en


la península Ibérica quedaba por ello imprecisa. El carácter
arcaico del eta y la sampi indican que su introducción no pu-
do ser posterior a la primera mitad del siglo V a.C., aunque
los epígrafes documentados corresponden al siglo IV a.C. Es-
ta aparente contradicción, ya observada por Maluquer
(1968) y Untermann (1990: 133), ha llevado a Rodríguez
Ramos (2001: 21) a relacionarla con “el 'boom' de importa-
ciones áticas” de finales del siglo V a.C. Esta hipótesis pu-
diera parecer válida, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta
que en esa época ya debía haber desaparecido el uso de la
sampi, pero, además, introducción de esta escritura se debe
correlacionar con los testimonios arqueológicos y el contexto
histórico del Sureste de inicios del siglo V a.C., ambiente que
permite precisar mejor la introducción del alfabeto greco–
ibérico.

La desembocadura del río Segura en la Antigüedad era


un punto de evidente atracción para los pueblos coloniales
(Mederos y Ruiz 2001; Abad et al. 2003), interesados en con-
trolar las importantes rutas marítimas y terrestres de esa
zona de Iberia, como evidencian los yacimientos emplazados
en ese estratégico territorio a partir de mediados del siglo
VIII a.C. Una de ellas es la “Ruta de las islas”, atestiguada
por los topónimos en –oussa (García Bellido 1948; García
Alonso 1996), que, como es bien sabido, incluye Sicilia (Sy-
rakoussa, Aigoussai), Cerdeña (Ichnoussa), Baleares (Me-
loussa, Kromiussa, Pytiussa, Ophioussa) y el Sureste

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(Oinoussa; cf. EB s. Karchedon; Avieno OM 491; Polyaen.


VIII,16,6), topónimo que García Bellido (1948: 66 s., fig. 20)
sitúa en Cartagena, aunque pudiera situarse en esta zona,
pues oinos, “vino” es producto característico de la misma.
Esta ruta prosigue en la colonización fenicia como evidencia
la factoría o colonia de La Fonteta (González Prats 1979; id.,
2011; Rouillard et al. 2007), establecida en este estratégico
territorio. La Fonteta es la colonia fenicia más septentrional
en Hispania, por lo que sería la base de apoyo entre la red de
colonias que desde la Costa del Sol llegaba hasta Baria, Vi-
llaricos, y era la más próxima a la isla de Ebusus (Ibiza) y al
resto del Mediterráneo.

Además, el asentamiento de La Fonteta también era el


arranque de tres importantes vías terrestres de comunica-
ción de la costa con el interior. Una de ellas era el río Segura
desde su desembocadura hasta la Sierra de Segura, donde
enlaza con la Vía Heraclea entre Alcaraz y Castulo (Bailén)
y el valle del Guadalquivir. Otra era la que ascendía por el
río Segura y el Guadalentín y alcanza Lorca (Ilorci) y las ho-
yas granadinas de la Penibética de Tutugi (Galera), Basti
(Baza), Acci (Guadix) e Ilurco–Iliberis (Pinos Puente–
Granada), etc., desde donde, como en la anterior, se podía
alcanzar Tartessos en Andalucía Occidental. Sin embargo, la
ruta principal debe considerarse una “Vía Salaria Ibérica”
que comunicaba con el interior peninsular toda la zona del
Bajo Segura y del Vinalopó, pues es un área pantanosa con
buenas salinas, por lo que pudiera compararse a la Via Sa-
laria en Italia central dada su importancia estratégica, que
explica en gran medida el predominio de Roma en el Lacio.
La sal, además de para el consumo humano, es esencial para
la cría de ganado, la conservación de la carne y el tratamien-
to de las pieles, por lo que era un producto de gran valor, que
explica la gran importancia de esta vía desde época prehis-
tórica (Esquembre y Ramón 2017: 148), en concreto, desde la
Edad del Bronce (Ruiz–Gálvez 1989; Poveda 1994–1995;
Mederos 1999; Mederos y Ruiz 2001), hecho que permite

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CONTEXTO HISTÓRICO

comprender el emplazamiento de Cabezo Redondo y la for-


mación del Tesoro de Villena (Soler 1968). El control de esta
vía también explica el yacimiento de Peña Negra en Crevi-
llente, identificada con la población de Herné citada por
Avieno (OM 462–463), a pesar de que por razones lingüísti-
cas Herne pudiera ser la misma ciudad o al menos la misma
denominación, a la griega, que Sarna, citada también por
Avieno (OM 497–498) en su enumeración de ciudades locali-
zadas potencialmente en el territorio de los ilergaones: quip-
pe hic Hylactes, Hystra, Sarna et nobiles / Tyrichæ stetere
(sugerencia de X. Ballester). En cualquier caso el valle del
Vinalopó constituye el mejor acceso desde el Sureste a la
Meseta Oriental y la Celtiberia, ya que esta vía se prolonga
tanto hasta Complutum como hasta las serranías de Cuenca,
por lo que es una ruta esencial para la trashumancia y el
contacto de la Meseta Oriental con el Mediterráneo, ruta que
en época romana fue asimilada a la vía de Carthago Nova a
Complutum (Sillières 1977). En este sentido, Peña Negra–
Herné recuerda en el Sureste el papel desempeñado en el
Suroeste por Medellín–Conisturgis, población orientalizante
que controlaba la Vía de la Plata y la Vía del Guadiana has-
ta el Atlántico (Almagro–Gorbea et al. 2008: 1033 s.), por lo
que tanto Peña Negra como Medellín pueden considerarse
ciudades–estado desde el Periodo Orientalizante que regían
sus territorios circundantes (ibidem 1036 s.).

Las vías citadas, en especial la Vía Salaria Ibérica, expli-


can que la desembocadura del río Segura fuera en la Anti-
güedad una zona de la costa mediterránea de gran impor-
tancia estratégica, mayor que la vía del Palancia en la zona
de Saguntum o la que aprovechaba la desembocadura del
Ebro. El control económico y político de este territorio y de
esas vías lo ejercían desde el siglo VIII a.C. el asentamiento
fenicio de La Fonteta hacia el mar y las rutas marítimas,
mientras que el yacimiento proto–ibérico de Peña Negra
controlaría las vías hacia el interior.

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Sin embargo, en la segunda mitad del siglo VI a.C., c. 525


a.C., La Fonteta es destruida (Rouillard et al. 2007: 28 s.) y
hacia esas mismas fechas se debió abandonar Herné/Peña
Negra (Lorrio et al. 2016: 66). La coincidencia de estos he-
chos debe relacionarse con la aparición en escena de Ilici en
La Alcudia de Elche, que parece heredar —como de hecho lo
hizo— el papel de control de toda esta estratégica zona que
hasta fines del siglo VI a.C. estaba en poder de los fenicios y
sus aliados de Peña Negra/Herné, como evidencian algunos
yacimientos dependientes, como El Cabezo Pequeño del Es-
taño (García Menárquez y Prados 2014; ibid., 2017) y Los
Saladares (Arteaga y Serna 1975; Arteaga 1980). Este cam-
bio tan notable, que explica el florecimiento de Ilici, se debe
asociar a la aparición paralela hacia el 500 a.C. de diversos
poblados ibéricos por la zona (Sala Sellés 1995: 58 s.; Abad et
al. 2003), como la Ladera del Castillo de Orihuela, Cabezo
Lucero y El Oral con la Necrópolis de El Molar (Monrabal
1992; Peña 2003) y, ya posteriormente, a fines del siglo V
a.C., el de La Pícola, que era el Portus Ilicitanus (Badie et al.
2000). En pocas palabras, en el breve lapso de tiempo de
una, a lo sumo de dos generaciones, esta estratégica zona
pasa de estar controlada por asentamientos fenicios y orien-
talizantes filofenicios a estarlo por poblados ibéricos filohe-
lenos. Este hecho tan significativo lo precisan los hallazgos
arqueológicos, que permiten identificar un horizonte de im-
portaciones griegas del 500 a.C.

A partir del siglo VI a.C. se produjo la expansión colonial


focense en las costas de Iberia (Domínguez Monedero 2003;
id. 2007: 333 s.). Los hallazgos arqueológicos permiten dife-
renciar dos fases, datadas por materiales griegos atribuibles
a sendos horizontes del comercio focense. Un Horizonte Fo-
cense Arcaico se relaciona con materiales fechados c. 575–
550 a.C., que desde Massalia y Emporion llegan hasta Huel-
va–Tartessos (Cabrera 1990; Domínguez Monedero 2007:
333 s.; González de Canales 2014). A este primer horizonte,
que se documenta por todas las costas de la Península

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CONTEXTO HISTÓRICO

Ibérica, incluidos yacimientos hispano–fenicios y orientali-


zantes, pertenecen aryballoi del Corintio Reciente I, datados
en el segundo cuarto del siglo VI a.C. y también copas jonias
y algunos bronces de calidad, como el casco de la Ría de
Huelva, de c. 560 a.C. (Almagro–Gorbea et al. 2004: 174 s.),
o el Centauro de Rollos, de c. 550 a.C. (García Bellido 1948,
87 s., lám. 24; Olmos 1983; Bardelli y Graells 2012, 37),
además de vajilla para el simposion (Abad 1988; García–
Cano 1991; Graells 2008: 208; id., 2009; Bardelli y Graells
2012, 35 s.) y escarabeos (Almagro–Gorbea y Graells 2011).
En la segunda mitad del siglo VI a.C., este Horizonte Arcai-
co prácticamente desaparece coincidiendo con la conquista
de Focea por Ciro en el 546–545 a.C. y la casi contemporá-
nea desaparición del comercio focense en Huelva/Tartessos
(Almagro–Gorbea et al. 2018), sucesos que debieron ser coe-
táneos (Herod. I,163 y 165). La caída de Focea en manos de
Ciro y el abandono del emporion focense de Huelva hacia el
545 a.C. supusieron el final del Horizonte Focense Arcaico
(Almagro–Gorbea et al. 2018). Probablemente como conse-
cuencia de esos episodios y de la consiguiente batalla de Ala-
lia hacia el 540 a.C. (Herdot. I,166,2), que tan costosa resul-
tó para los focenses (Jehasse 1962; Tsirkin 1983; Antonell
2008: 225 s.), en la segunda mitad del siglo VI a.C. desapa-
recen las importaciones griegas en el Sureste y del Levante
ibéricos, hechos con los que parece lógico relacionar la desa-
parición de La Fonteta y de Peña Negra–Herné.

Apenas una generación después de estos hechos, los ha-


llazgos arqueológicos documentan un Horizonte de importa-
ciones del 500 a.C., dirigido a controlar la Vía Salaria Ibéri-
ca tras la caída de Tartessos. Los productos que lo forman
son ahora vasos áticos, probablemente traídos por el comer-
cio focense desde Sicilia a través de Ampurias junto a algu-
nos vasos etruscos de bronce llegados probablemente tam-
bién a través del comercio ampuritano. A este “horizonte de
importaciones del 500 a.C.” pertenece un amplio conjunto de
piezas: el kylix del monumento de Pozo Moro, obra de un

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ALMAGRO-GORBEA

seguidor de Epiktetos, probablemente del círculo de Epeleios


(fig. 3A), datado por sus características estilísticas c. 505–
500 a.C. (Almagro–Gorbea 2009), el Schnabelkanne de Pozo
Moro (Almagro–Gorbea 1983: 184 s., lám. 15, a–b), bastante
deteriorado (fig. 3C), pero probablemente de taller 'vulcente'
(Graells 2008: 207) y el gran lekythos de la Clase Atenas 581
del Grupo de Leagros de esa tumba (fig. 3B), datado c. 510–
500 a.C. (Almagro–Gorbea 1983: 184, lám. 15,c–d), la pelike
de figuras negras del Pintor de Eucharides c. 500–490 a.C.
de la necrópolis Cabezo Lucero, que se puede atribuir a la
tumba “0” que inicia dicha necrópolis (Almagro–Gorbea,
2009b), la copa C del Pintor del Louvre G 265, ligeramente
posterior, c. 480 a.C., del círculo del Pintor de Brigos de Ca-
bezo Lucero (Rouillard 1991: 556 s.; id. 1993: 89), una cráte-
ra de columnas de figuras negras aparecida en La Albufere-
ta de Alicante del último tercio del siglo VI a.C. (García
Martín y Llopis 1997), los fragmentos de copas Droop del
Círculo de Rodas 12264 procedentes del Cabezo del Tío Pío,
en Archena, Murcia, de fines del siglo VI a.C. (García–Cano,
1991 373, fig. 2,3 y 2,4; Domínguez Monedero y Sánchez
2001, 38), el kylix y varios fragmentos de copas de rojo coral
de inicios del siglo V a.C. de la Loma del Escorial, Los Nie-
tos, Murcia (Trías 1967, 384, nº 1, lám. 176,1; Domínguez
Monedero y Sánchez 2001, 39) y algunos otros fragmentos de
vasos de figuras negras de la primera mitad del siglo V a.C.
(Domínguez Monedero y Sánchez 2001, 38). Con estas piezas
se deben relacionar el ánfora de figuras negras hallada en
Valencia atribuida al Grupo de Leagros (Mata y Burriel
2000: fig. 4,2–4) y el lekythos de Liria (Trías 1968: lám.
157,1–5; Shefton 1995: 140; Domínguez Monedero y Sánchez
2001: 51, fig. 44).
A este mismo ambiente debe pertenecer el horizonte de co-
pas de forma C que se extiende desde Cataluña y Castellón
hasta el Sureste y Andalucía Oriental (Padró y Sanmartí
1992: 187; Sanmartí 1976; Shefton 1995: 128), pues, sólo en
Cabezo Lucero han aparecido más de 10 ejemplares (Roui-
llard 1993), 20 fragmentos de vasos áticos fechados a fines
del siglo VI a.C. de El Oral: 10 o 12 copas de forma C,

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CONTEXTO HISTÓRICO

3. Ajuar griego del Monumento de Pozo Moro, c. 500


a.C.: A, Kylix ático del círculo de Epeleios.

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3. Ajuar griego del Monumento de Pozo Moro, c. 500


a.C.: B, Lekythos ático del Grupo de Leagros.

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CONTEXTO HISTÓRICO

3. Ajuar griego del Monumento de Pozo Moro, c. 500


a.C.: C, Asa de jarro etrusco.

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que constituye el precedente de las posteriores copas de Cas-


tulo, y 1 copa de figuras negras, 1 lekanis, 1 lekythos y 1 hi-
dria o ánfora (Domínguez Monedero 2001–2002: 196; Abad
et al. 2003: fig. 6), otra copa de figuras negras de la necrópo-
lis de El Molar (Domínguez Monedero y Sánchez 2001, 45 s.)
y ánforas griegas de diversas procedencias (Abad et al. 2003:
274 s., fig. 5). A estas cerámicas hay que añadir los bronces,
destinados igualmente a la bebida, como el Schnabelkanne
de la Provincia de Cuenca (Graells 2008) y la serie de pe-
queños jarros de bronce fundido, mal denominados olpes,
que también se fechan a fines del siglo VI o inicios del V a.C.
(Abad 1988; García–Cano 1991; Pozo 2003, 9–10, lám. 18–
19). Estos jarros aparecen por todo el Sureste, como el de El
Oral en Alicante, los de Cabecico del Tesoro, Verdolay y Lor-
ca en Murcia, a los que cabe añadir la imitación de un Sch-
nabelkanne etrusco de fines del siglo V de El Cigarralejo,
Mula, y otro “olpe” de Segobriga llegado por la Vía Salaria
Ibérica, jarros que también alcanzaron la Andalucía Orien-
tal, como el de Almuñecar, Granada, y al centro de Andalu-
cía central, como los de Mirador de Rolando y Pedro Abad,
en Córdoba. Igualmente, por su estilo arcaico tardío, debe
incluirse el sátiro itifálico del Llano de la Consolación (Gar-
cía Bellido 1948: 91 s., lám. 26; Olmos 1977; Shefton 1982:
362, n. 69; Rouillard 1997: 186, n° 296; Herfort–Koch 1986:
121, K153). Todas estas importaciones en el Sureste forman
un horizonte cronológico fechado en torno al 500 a.C. o pocos
años después, que se relaciona con el comercio focense pro-
cedente de Ampurias, pero que hay que diferenciar del co-
mercio focense arcaico caracterizado por copas jonias y
arybaloi corintios datado hasta mediados del siglo VI a.C.,
por tanto, casi anterior en dos generaciones.

Las importaciones de este horizonte de c. 500 a.C. eran


productos suntuarios para las elites, dada su calidad, que
documentan un fuerte impulso del comercio emporitano en
la generación de inicios del V a.C., pero con estas importa-
ciones de cerámicas y bronces de calidad se introdujeron en
las elites ibéricas nuevos elementos culturales, como el con-

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CONTEXTO HISTTÓRICO

sumo ritual de vino en kylikes de forma C y la difusión de-


cultos dionisíacos, que hacen suponer nuevas concepciones
cosmológicas, de fecundidad y de heroización, como eviden-
cian el kylix y el lekythos de Pozo Moro (fig. 3,A-B). Este im-
pulso comercial buscaría recuperar lo perdido tras la caída
de Focea, la retirada de Tartessos y la batalla de Alalia, su-
cesos ocurridos entre 550 y 540 a.C. (Almagro–Gorbea et al.,
2018). Este horizonte de importaciones suntuarias del 500
a.C. representa una nueva política focense en el Sureste de
Iberia, que parece haber sido bastante agresiva en el ámbito
comercial y que debió serlo en lo político para llegar a con-
trolar esa estratégica zona del Sureste de Iberia, esencial
por formar parte de las rutas por las islas Baleares a Cerde-
ña e Italia y por Ibiza a Sicilia y Cartago, pero también bus-
caba el control de vías terrestres de tanta importancia estra-
tégica como la Vía Salaria Ibérica, que desde la Fonteta/Ilici
llegaba hasta la Celtiberia y la que alcanzaba Andalucía
Oriental remontando el río Segura o el Guadalentín. A par-
tir de estas fechas la Vía Salaria Ibérica hacia la Celtiberia
gana importancia estratégica, pues controlaría el comercio
de la sal para el ganado y sus productos derivados, como pie-
les y jamones, a lo que añadía en esos años críticos su impor-
tancia por ser la utilizada por los mercenarios celtiberos
(García Bellido, 1952; Graells, 2014), cuyo protagonismo en
los conflictos del Mediterráneo Central se constata a partir
del siglo V a.C., mientras que la vía hacia Andalucía Orien-
tal también se desarrolla a inicios del siglo V a.C. asociada a
intereses económicos y políticos, como evidencian la difusión
de la plástica jonio–ibérica y de los signa equitum (Almagro–
Gorbea et al. 2019).
No es una coincidencia de menor interés que las esculturas
y bronces ibéricos que se generalizan en esas fechas por el
Sureste hasta la Andalucía Oriental reflejen un proceso si-
milar al analizado del Horizonte de importaciones del 500
a.C. Ambos hechos, estrechamente relacionados y de gran
trascendencia, explican la introducción por influjo focense de
la plástica de estilo jonio–ibérico y la adaptación a ella de los
pilares–estela ibéricos y de los animales que los remataban.

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ALMAGRO-GORBEA

Estos monumentos funerarios, rematados por esculturas


de esfinges, sirenas, león o toro (Chapa 1980), son de origen
fenicio como evidencian la sirena de la necrópolis de Villari-
cos (Almagro–Gorbea y Torres 2010, 279 s.) y quizá los
fragmentos de golas aparecidas en La Fonteta (Dridi y Du-
boeuf 2007). Pero esta plástica de origen fenicio es sustituida
por la plástica jonio–ibérica, proceso en el que al mismo
tiempo las golas fenicias adoptan molduras jonio–ibéricas.
Este cambio estilístico, que constituye la fase más brillante
del arte ibérico, fue introducido por los focenses, como se ha
señalado desde hace más de 50 años (Blanco Freijeiro 1960:
110 s.; Langlotz 1966; Kukahn 1967; Almagro–Gorbea y
Ramos 1986; Chapa 1986; Blech y Ruano 1992).

Los focenses supieron aprovechar la tradición ibérica de


los monumentos turriformes y los pilares estela de origen
orientalizante y, a fines del siglo VI a.C., aportaron artesa-
nos que introdujeron elementos estilísticos greco–orientales.
Hacia el 500 a.C., en coincidencia con el horizonte de impor-
taciones de c. 500 a.C., los toros, leones, esfinges y sirenas
orientalizantes de origen fenicio de estos monumentos apa-
recen paulatinamente sustituidos por nuevos tipos de ani-
males inspirados en la plástica jonia, sin duda introducida
por artesanos focenses. Al mismo tiempo, las golas, de origen
fenicio, adoptan molduras jonias del arcaísmo final, como
contarios, ovas y cimacios lésbicos que dan lugar a las mol-
duras jonio–ibéricas, como en el monumento de Monforte del
Cid (Almagro–Gorbea y Ramos 1986), con un cimacio lésbico
en la moldura y rematado por un magnífico toro de estilo jo-
nio tardo–arcaico (fig. 4), características que impiden datarlo
en el siglo IV a.C. (Prados 2007), como confirman las golas
con molduras jonias arcaicas de la necrópolis de Cabezo Lu-
cero, situada frente al yacimiento fenicio de La Fonteta, ya
desaparecido hacia el 500 a.C., cuando se construían estos
pilar–estela de estilo jonio–ibérico.

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CONTEXTO HISTÓRICO

4. Pilar-estela de Monforte de Cid, con escultura de toro y


molduras jonias de c. 500 a.C.
ALMAGRO-GORBEA

Esta escultura jonio–ibérica del Sureste de c. 500 a.C.


ofrece piezas que, por su esmerada calidad artística, proba-
blemente se deben atribuir a artesanos griegos, como la ca-
beza femenina de la provincia de Alicante (Blech et al. 2001:
620 s., lám. 217), la soberbia leona arcaica de La Alcudia de
Elche (Chapa 1980: 192 s.), el grifo de Redovan, Murcia
(Chapa 1980: 223 s.) y al menos una de las esfinges de
Agost, Alicante (Chapa 1980: 135 s.), mientras que otras
piezas deben considerarse creaciones de talleres de estilo
plenamente jonio–ibérico. A este horizonte estilístico tam-
bién pertenecen las “Damitas de Mogente”, cuyo chitón con
pariphé central y pliegues curvos a los lados refleja una mo-
da jonia de origen de frigio llegada a través de Lidia a Focea
en el tercer cuarto del siglo VI a.C. (Almagro–Gorbea 1987;
Almagro–Gorbea y Torres 2010: 114 s.), moda que desapare-
ce en el último tercio del siglo VI a.C. con el International
Style del arcaísmo tardío (Ridway, 1977: 90; Gombrich, 1962:
99 s.). También resulta muy significativa la aparición de es-
culturas ecuestres, como el jinete de Los Villares, c. 500–490
a.C. (Blánquez 1997; Blech et al. 2001: 612 s., 621, lám. 207;
Blánquez y Sanz Gamo 2010), el heroon de Porcuna, la anti-
gua Obulco, datado c. 480 a.C. (Negueruela 1990), o el caba-
llo de Casas de Juan Núñez, de c. 460 a.C. (Blech et al. 2001:
lám. 219). En esta fase tardoarcaica del arte jonio–ibérico se
debe situar la Dama de Elche (García Bellido 1943), obra
cumbre del Arte Ibérico, cuyo estilo permite datarla c. 470–
460 a.C. Igualmente corresponden a este horizonte los mejo-
res bronces ibéricos de Sierra Morena (Nicolini 1969: 240 s.;
id. 1977: 38 s.), entre los que se deben incluir las obras del
“taller de los rizos largos” como “el guerrero sacrificando un
carnero” datado c. 490 a.C. (Almagro–Gorbea y Lorrio 2011:
17 s.) y los más antiguos y mejores signa equitum de tipo “Ji-
nete de La Bastida” (Almagro–Gorbea et al. 2019), que, como
las esculturas ecuestres de piedra, utilizan el caballo como
símbolo aristocrático de las elites ibéricas, seguramente por
influjo del mundo griego arcaico.

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CONTEXTO HISTÓRICO

En consecuencia, a partir de fines del siglo VI a.C. se


impone en el Sureste un estilo jonio–ibérico que se generali-
zó y penetró con relativa rapidez hacia el interior, por el
Sureste de la Meseta hasta Andalucía Oriental, llevado por
artesanos que denotan relaciones filohelenas. Estos influjos
alcanzan el centro de Andalucía, como evidencia el heroon de
Obulco hacia el 480 a.C. (Negueruela 1990) y la expansión
contemporánea de los signa equitum ibéricos de tipo La Bas-
tida” (Almagro–Gorbea et al. 2019). La expansión de este ho-
rizonte de importaciones c. 500 a.C. y la difusión paralela del
nuevo estilo jonio–ibérico podrían relacionarse con la pre-
sencia en Andalucía de topónimos en Ili–, indicativos de
“ciudad” en ibérico, que se extienden desde Ilici hasta Ilipla,
Niebla, en la provincia de Huelva, topónimos que se super-
ponen a los topónimos en –ippo– y en –uba de un substrato
tartesio anterior (Villar 2000: 85 s.). La penetración de estos
topónimos hasta Andalucía Oriental y Central, si fue real-
mente asociada al horizonte de importaciones de c. 500 a.C. y
a la difusión del estilo jonio–ibérico (Almagro–Gorbea et al.
2019), reflejaría un proceso de “iberización” cultural filohe-
lena del substrato orientalizante tartesio. Este proceso, pro-
bablemente, debió ir acompañado de conflictos bélicos y qui-
zás de pequeños movimientos étnicos que incluso pudieran
entrañar asentamientos “coloniales” localizados, como los
que ocurrían en esas fechas en la Italia arcaica (Torelli 2011;
Almagro–Gorbea et al. 2019). Estos conflictos, dirigidos por
elites ibéricas filohelenas, como Theron, rex Hispaniae Citerio-
ris (vid. infra), debieron favorecer en su conjunto el proceso de
iberización helenizante de la Andalucía tartesia.

Las importaciones de c. 500 a.C. y la introducción de la


plástica jonio–ibérica aparecen asociadas a un profundo
cambio ideológico de las elites ibéricas, pues se advierte una
clara evolución política desde la monarquía sacra de origen
fenicio del basileús kaì hierós orientalizante a la monarquía
heroica gentilicia, ya sin poder sacro. Esta ideología heroica
probablemente de origen indoeuropeo, pues procedería de los

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ALMAGRO-GORBEA

Campos de Urnas, debió ser potenciada por los focenses


(Almagro–Gorbea 1996: 84 s.) sobre una común ideología
basada en la creencia en un Héroe fundador, aunque más
próximo al Teutates celta que al Héros ktítes griego
(Almagro–Gorbea y Lorrio, 2011: 269 s.), pues sería
considerado no sólo el antepasado fundador de la dinastía o
de la elite gobernante y de toda la sociedad, sino su dios
protector.

Estas nuevas dinastías gentilicias, de carácter filoheleno,


construirían heroa de estilo jonio–ibérico para exaltar a sus
antepasados, como los que debía haber en Ilici (Almagro–
Gorbea 1999a) y el de El Pajarillo, en Huelma, Jaén (Molinos
et al. 1998), en ocasiones quizás construidos en las poblaciones
conquistadas por estas nuevas elites, como pudiera haber
ocurrido en Obulco, Porcuna (Negueruela 1990). La
contemporaneidad con el horizonte de importaciones de c.
500 a.C. de estos monumentos jonio–ibéricos y del
consiguiente cambio estilístico indica que los focenses
utilizaron como política estos monumentos y proporcionar
los artesanos necesarios para construirlos, que serían uno
de los más preciados “bienes de prestigio” y objeto de
relaciones comerciales y políticas con las elites indígenas.
Estos artesanos formarían los talleres indígenas,
probablemente de carácter áulico como en Ilici, a cambio
de beneficios políticos y económicos. Obras como el heroon
de Porcuna o la Dama de Elche deben considerarse
encargos a artesanos jonios al servicio de los reges
ibéricos. Estas obras pueden compararse a las
importaciones suntuarias que desde Massalia se enviaban
a las élites regias célticas, como la crátera de Vix
(Fougère, 2016), o el caldero de Hochdorf (Biel, 1985), que
se consideran “regalos políticos” a reges indígenas para
facilitar alianzas comerciales, que probablemente
suponían alianzas políticas paralelas, como anfictionías y
symachiai, asociadas a los beneficios económicos y a la
aportación de mercenarios y apoyo logístico en los
conflictos coloniales.

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CONTEXTO HISTÓRICO

Este proceso de helenización supuso un profundo cambio


cultural y económico, que trajo un aumento en la prosperi-
dad por todo el Sureste y en Andalucía Oriental, tal como se
refleja en los monumentos escultóricos y en la riqueza de las
necrópolis. Es en este concreto marco económico, cultural y
político del Sureste, que hay que atribuir a los focenses, don-
de debe enmarcarse la introducción de la epigrafía greco–
ibérica, como viene a confirmar el uso de signos jonios arcai-
cos, como el eta abierto y la sampi, que son anteriores a me-
diados del siglo V a.C., fecha que coincide con la cronología
del proceso señalado, lo que no puede ser casual.

Los cambios señalados para explicar el contexto histórico


en el que se debió introducir el alfabeto jonio–ibérico hacia el
500 a.C. pueden considerarse factores internos, que respon-
den a las circunstancias del Sureste de Hispania, cambios
que, a su vez, deben enmarcarse en la crisis de conflictos co-
loniales generalizados por el Mediterráneo en torno al 500
a.C.

El horizonte de importaciones suntuarias del 500 a.C. y


la generalización del estilo jonio–ibérico en la estratégica
zona del Bajo Segura–Bajo Vinalopó, previamente controla-
da por Herné/Peña Negra y el asentamiento fenicio de La
Fonteta, evidencian el profundo cambio ocurrido a fines del
siglo VI a.C., al pasar este estratégico territorio del ámbito
comercial y político fenicio a la órbita del comercio focense
centrado en Massalia y organizado desde Ampurias. La des-
trucción y el consiguiente abandono del asentamiento fenicio
de La Fonteta hacia el 525 a.C. coincide con la que ofrece la
población indígena de Peña Negra–Herna, en Crevillente,
que por su tamaño puede considerarse una ciudad–estado
que sería la capital de un territorio que abarcaría, al menos,
toda la zona del Bajo Segura–Bajo Vinalopó. Sin embargo, a
fines del siglo VI a.C. surge el asentamiento ibérico de El
Oral con su necrópolis de El Molar, en la que resulta signifi-
cativa la ausencia de importaciones fenicias a pesar de su
proximidad a La Fonteta, y hacia esas mismas fechas

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ALMAGRO-GORBEA

surge Ilici como nueva ciudad–estado según indican la cali-


dad y número de sus esculturas, todas de estilo jonio–ibérico,
lo que ratifica la ruptura del anterior eje La Fonteta–Peña
Negra/Herné y su substitución por un nuevo poder político
centrado en Ilici.

Este brusco cambio, si se analiza en un horizonte más


amplio, coincide con el enfrentamiento de griegos y persas de
las Guerras Médicas que finaliza con las batallas de Salami-
na y Platea el 480 a.C., y con las luchas de griegos y púnicos
en Sicilia que finalizan con la victoria griega en Himera el
480 a.C. Es en este contexto internacional donde se debe en-
cuadrar la fuerte helenización del Sureste de Iberia c. 500
a.C., en la que debió producirse un esfuerzo bélico paralelo
al de las áreas señaladas, por lo que, quizás por primera vez
en la Historia, Iberia se vio directamente implicada en los
conflictos generales del Mediterráneo.

Estos conflictos reflejados en el Sureste arrancan con la


irrupción en el siglo VI a.C. de los focenses por las costas de
Iberia, cuyo poder naval se basaba en el uso de
pentecónteres, con los que descubrieron Occidente (Herod.
I,163,1–2). Esta superioridad permitía enfrentarse a las
naves de carga fenicias y asociar comercio y piratería, hasta
constituir la ‘talasocracia focense’ (Diod. VII,13; Euseb.
Chron. 168 s.), fechada entre el 584 y el 540 a.C. (García
Bellido 1948: 113 s.), que coincide con el apogeo del emporion
focense en Tartessos (Herod. I,163 y 165) que se ha
documentado en Onuba–Huelva (Cabrera 1990; González de
Canales 2014). Sin embargo, la conquista de Focea por Ciro
el 546 a.C. (Herod. I,141) parece haber supuesto la casi
inmediata desaparición del “horizonte colonial focense
arcaico” de la primera mitad del siglo VI a.C. en las costas
de Iberia, como se evidencia en Huelva (Almagro–Gorbea et
al. 2018). Por esos mismos años o muy poco después, hacia el
540 a.C., una flota aliada de 60 naves etruscas y 60 naves
púnicas se enfrentaron a 60 naves focenses en la batalla de

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CONTEXTO HISTÓRICO

Alalia. Heródoto (I,166) señala la victoria de los focenses,


pero perdieron 40 naves y las 20 naves restantes quedaron
inservibles, lo que les obligó a abandonar Córcega (vid.
supra). Estos conflictos deben relacionarse con la
desaparición de La Fonteta y de otros asentamientos fenicios
costeros, como Trayamar (Schubart, 2003), y el abandono
paralelo de Peña Negra/Herné.

Los enfrentamientos resurgen algunos años después,


cuando Mileto se subleva el 499 a.C., seguido del resto de
Jonia. Esta Revuelta Jonia del 499–493 a.C. duró 20 años,
hasta el 479 a.C., pues cristalizó en las Guerras Médicas,
con la batalla de Maratón el 490 a.C. y las de Salamina y
Platea el 480 a.C. En la Revuelta Jonia fue nombrado jefe de
la flota de la Liga Jonia el focense Dionisio, a pesar de que
Focea sólo aportó 3 naves (Herod. VI,11). Al ser derrotados
los jonios en la batalla de Lade el 494 a.C., Dionisio huyó en
tres naves enemigas capturadas y se dirigió a Fenicia, donde
pirateó obteniendo un cuantioso botín; de Fenicia se trasladó
a Sicilia, en la que se estableció dedicándose a la piratería
contra cartagineses y etruscos (Herod. VI,17). Además, hay
otras noticias más inciertas de enfrentamientos navales en-
tre focenses y púnicos en Occidente (Tuc. I,13; Just. 43,5,2;
quizá Paus. X,8,6 y X,18,7), entre las que se ha llegado a in-
cluir la batalla del Artemision hacia el 493–490 a.C., en la
que intervino el cario Heraclides de Milasa (Bosch Gimpera
1944; García Bellido 1948: 216 s.). Estos acontecimientos
evidencian la inestabilidad de las costas del Mediterráneo
Occidental en esos años, hasta que 20 años después, el 474
a.C., una flota conjunta de Siracusa y Cumas derrotaba de-
finitivamente a los etruscos en la batalla de Cumas (Diod.
Sic. XI,51; Pind. Pítica I,140). De forma paralela, también en
esos años se acentúa en Sicilia el enfrentamiento entre grie-
gos y púnicos, pues el 510 a.C. el espartano Dorieo pretendió
conquistar territorios cartagineses del occidente de Sicilia,
por lo que la conflictividad fue en aumento hasta la definiti-
va victoria de Gelón sobre los púnicos en la batalla de Hime-
ra el 480 a.C.

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ALMAGRO-GORBEA

Este ambiente de enfrentamientos en el Mediterráneo Oc-


cidental se refleja en el Primer Tratado entre Roma y Carta-
go (Espada 2009: 407 s.; id. 2013: 169 s.; Ferrer Albelda
2014, 106 s.), firmado el año 507 a.C. por los primeros cónsu-
les de la República (Polib. III,22,1.2), cuya repercusión en la
Península Ibérica no es bien conocida, pero es interesante
que el Segundo Tratado entre Roma y Cartago explicita que
Mastia de Tarsis es el límite de los romanos (Espada 2013:
83 s.; Ferrer Albelda 2014, 110 s.), lo que supone que la zona
del Bajo Segura–Bajo Vinalopó quedaba fuera de la influen-
cia de Cartago, y por tanto bajo influencia de los focenses, se-
guramente favorecidos por la antigua alianza entre Massalia
y Roma (Nenci 1958).
Los “Jinetes de tipo La Bastida” también pueden conside-
rarse testimonio de estos conflictos, pues eran cetros de he-
gemones o “condottieri” que mandaban pequeños ejércitos
formados por una turma de jinetes acompañados de sus clien-
tes y siervos. Los ejemplares más antiguos son de estilo jonio–
ibérico con cascos corintios y grebas de la primera mitad del
siglo V a.C., que se relacionan con el influjo del horizonte fo-
cense del 500 a.C. La aparición de estos signa desde el sur de
Valencia hasta la Meseta Oriental, Andalucía y Extremadura
a partir de la primera mitad del siglo V a.C. parece confirmar
una expansión ibérica filohelena, con movimientos y enfren-
tamientos militares que no describen las fuentes históricas.
Es interesante a este respecto tener en cuenta que ejércitos
gentilicios semejantes existían en la Italia arcaica, donde lle-
gaban a apoderarse de una ciudad y cambiar su dinastía, co-
mo Porsenna en Roma o los ejércitos de los Claudios y de los
Fabios en su guerra privada contra Veyes. En este ambiente,
los focenses han debido estimular a partir del 500 a.C. expe-
diciones dirigidas por reges, hegemones o caudillos ibéricos
contra elites orientalizantes filo–fenicias, como documentaría
la construcción del heroon de Porcuna hacia el 480 a.C., qui-
zás para enaltecer al fundador de la nueva dinastía filohele-
na que se habría instalado en Obulco favorecida por los fo-
censes, frente a una anterior monarquía filopúnica. Uno de es-
tos enfrentamientos entre iberos, griegos y púnicos durante

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CONTEXTO HISTÓRICO

el siglo V a.C. pudiera ser la expedición contra Gades de The-


ron, rex Hispania Citerioris (Macr. Sat. I,20,12), por tanto, de
Andalucía Oriental, del Sureste o del Levante, como ya ob-
servó J. Alvar (1986) al suponer que sería un régulo contes-
tano, episodio que pudiera confirmar una muy escueta noti-
cia de Justino (44,5,1) que señala que los gaditanos, atacados
por sus vecinos, salieron vencedores con ayuda de Cartago
(Almagro–Gorbea, 2013: 223 s.).

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CONCLUSIONES

En torno al 500 a.C. y en los primeros años del siglo V


a.C. se observa en el Sureste un profundo cambio económico,
cultural y político, tras desaparecer la colonia fenicia de La
Fonteta y la ciudad indígena orientalizante de Peña Negra–
Herné y surgir paralelamente como ciudad–estado y nuevo
centro del territorio la población ibérica de Ilici en La Alcu-
dia de Elche.

Los hallazgos arqueológicos documentan un “horizonte


de importaciones de c. 500 a.C.” constituido por vasos áticos
de calidad y por jarros de bronce para el banquete, con los
que se puede asociar la aparición y generalización por esas
mismas fechas del estilo jonio–ibérico en las esculturas y
monumentos ibéricos. Estos hechos documentan una
agresiva política comercial focense, probablemente dirigida
desde Massalia a través de Ampurias y centrada en el
Sureste por ser la zona de mayor interés estratégico en las
costas mediterráneas de Iberia, pues desde ella se
controlaban las vías de comunicación y los mercados de
Andalucía, perdidos tras la caída de Tartessos, y las vías
hacia la Celtiberia, que pasó a ser de gran importancia para
la obtención de mercenarios.

Este proceso, enmarcado en los enfrentamientos que


sufre todo el Mediterráneo al final del arcaísmo, en la
generación de c. 500–475 a.C., favoreció una creciente
helenización, que constituye el marco histórico en el que se
debió introducir el alfabeto jonio–ibérico, muy a inicios del
siglo V a.C.

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CONTEXTO HISTÓRICO

600 Fundación de Massalia


600–580 Fundación de Emporion
574 Nabucodonosor II de Babilonia conquista
Tiro
546 Ciro conquista Focea. Fin de Tartessos
540 Los focenses piratean en Occidente.
Batalla de Alalia
540–525 Destrucciones de poblaciones costeras
fenicias de Hispania
Destrucción de La Fonteta (Guardamar
de Segura)
Abandono de Herna (Peña Negra,
Crevillente)
507 I Tratado entre Roma y Cartago (Polyb.
Hist. III, 1.22)
499 Jonia se rebela contra Persia
494-490 El focense Dionisio piratea Fenicia y el
Tirreno
500–480 Expansión focense en el Sureste
Horizonte de importaciones áticas
Influjos estilísticos jonio–ibéricos
Creación de la ciudad–estado ibérica de
Ilici
Expansión de iberos filofocenses
Adopción de la escritura jonio–ibérica
480 Batallas de Salamina y de Himera.
480 Heroon de Porcuna
470–460 Dama de Elche
c. 410 ¿Destrucción de heroa y pilares–estela
ibéricos? (sin referencias históricas)

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5 Lugares de procedencia de las inscripciones greco-


ibéricas (círculos) y de los signa equitum ibéricos de
tipo “Jinetes tipo La Bastida” (cuadrados). Los
asteriscos indican los topónimos en Ili- localizados al
sur del río Júcar.

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