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EL MUNDO Y YO 3
LA CUCARACHITA MARTINA Y EL RATONCITO PEREZ, cuento 5
EL LAGARTO ESTA LLORANDO 12
IDILIO DE LOS MONITOS, poema 13
LA REINITA CHARLADORA, cuento 14
LOS PATITOS DEL CORRAL, poema . 25
EL COLIBRI Y LA ROSA, poema 26
FABULA DE ESOPO 27
COLLAR, cuento 28
UNA HISTORIA, poema 35
EL ANGEL DE LA GUARDA, poema 3¿
¿CON QUE PRODUCEN LAS ABEJAS SUS ZUMBIDOS? 37
LA HORMIGA, LA PALOMA Y EL CAZADOR 37
CHIRRIQUITICA, cuento 38
CANCION DE LA RANITA VERDE MAR, poema , 46
¿POR QUE NO DEBEMOS PESCAR PECES CHIQUITOS? 47
UN AMIGO DE LOS ANIMALES 48
EL LOBO DE AGUBIO 49
ROMANCE DE DON GATO 54
I E C T U R A PARA NIÑOS Y A D U L T O S
y
Este es otro libro para el pueblo publicado por la División de Educación de la
Comunidad del Departamento de Instrucción Pública. Aunque es un libro que
divertirá a los mayores ‘'El Niño y su Mundo” está dedicado muy especialmente a
los niños de nuestros campos puertorriqueños. Esperamos que padres, hijos y
nietos se regocijen con su lectura. Los niños vivirán en él sus experiencias de hoy.
Los padres y los abuelos revivirán en él sus experiencias de ayer. ¿Por qué? Porque
para los mayores la época de la infancia no muere nunca. Los años infantiles fue»
ron las raíces de la vida adulta. Recordarlos es volver a vivirlos un poco. “ El Niño
y Su Mundo” , por lo tanto, es lectura de ayer y de hoy.
Y o no estoy solo. Estoy en el mundo. Y en el mundo hay
*
cosas grandes y pequeñas que tienen vida como la tengo yo.
Viven los otros niños de mi edad. Viven las personas ma
yores. Viven las plan-tas. Viven los animales. i
Y o tengo vida. Pero la flor también tiene vida. Y tiene
vida la hormiga
Porque Dios no sólo me dió vida a m i Se la dió también
a las plantas. Se la dió a los animales.
La vida es un milagro de Dios. Pero ese milagro no lo hizo
Dios para mí solo. Lo hizo para el coquí. Y para el pitirre. Y
para la flor de majagua. Y para la mata de plátano.
Porque mi vida me la dió Dios, yo la respeto. Pero como la
vida Dios se la dió también a otros, yo respeto la vida de los de
más. No importa que sea la vida de una persona, de una planta
o de un animal.
Plantas, animales, personas; todos somos hijos de Dios. T o
dos nos parecemos en una cosa: en que vivimos. La vida me une
al ruiseñor. Y a la hormiga. Y al perro. Y"*a la palma de coco. Y
a la flor del cupey.
Este milagro de la vida es tan grande que aún cuando cierro
le» ojos hago vivir a otros seres. Cuando pienso o cuando sueño
w
\
tenía orejas rechazó la idea de las pan
tallas. Fué a mirarse al espejo. Y vió lo
mucho que le brillaba la nariz. ¡Claro!
Necesitaba polvos para la cara. Y así fué
como la cucarachita Martina se compró
una gran caja de polvos de arroz.
i
Esa tarde Martina, después de dejar
la casa limpia como un dije, se sentó a
la entrada de su vivienda. Se había em
polvado de lo lindo. Se había puesto tan
to y tanto polvo que parecía lo que era,
una cucarachita Martina. A nosotros nos
da gracia ver a una cucaracha empolva
da. Pero los pretendientes de la cucara-
chita la encontraron más bonita que nun
ca. Y se acercaron para proponerle ma
trimonio.
Primero vino el Torito. 'Y dijo:
— Cucarachita Martina, ¡qué linda es
tás!
Y ella muy modesta contestó:
— Como no soy bonita, te lo agradezco
más.
Y el Torito muy zalamero preguntó:
— ¿Te quieres casar conmigo?
En vez de contestar la cucarachita
preguntó:
— A ver, ¿qué haces de noche?
Y el Torito respondió:
— ¡Muuul ¡Muuul
— ¡Ay, no, Torito, que me asustarás!
El Torito se retiró muy cabizbajo. Y
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1/
4t
■—Cucarachita Martina, ¡qué linda es
tás?
— Como no soy bonita, te lo agradezco
más.
— ¿Te quieres casar conmigo?
— A ver, ¿qué haces de noche? — pre
guntó ella.
— ¡Bee, beee! — gritó el Chivito.
— ¡Ay, no, no; que me asustarás!
Y el Chivito se fué llorando por las
calabazas que le había dado la Cucara-
chita Martina.
Estaba ya obscureciendo cuando pasó
por allí el Ratoncito Pérez. A Martina le
dió un vuelco el corazón. ¿Le diría algo
el Ratoncito Pérez? Y el Ratoncito Pé
rez se turbó todo cuando vió a su vecini-
ta sentada a la puerta. Porque era muy
tímido. Pero en verdad estaba tan linda
la cucarachita con su cara empolvada que
el ratoncito no se pudo contener.
—Cucarachita Martina, ¡qué linda es
tés!
— Como no soy bonita, te lo agradezco
más.
— ¿Te quieres casar conmigo?
— A ver, ¿qué haces de noche?
— ¡Dormir y callar! ¡Dormir y callar!
— dijo muy humildemente el Ratond-
to Pérez.
— Pues contigo me casaré yo — gritó
la Cucarachita Martina.
Y así fué como esos dos vecinitos se
comprometieron. Y al día siguiente se
casaron. Y' vivieron muy felices. Pero...
Sólo una cosa apenaba a la Cucarachi
ta Martina. Y era lo goloso que había
resultado ser su marido. El pobre Raton
cito Pérez siempre se estaba metiendo en
líos por lo lambío que era. La Cucara-
chita estaba cansada de decírselo:
— Ten cuidado, maridito, que cual
quier día vas a pasar un susto.
Y el susto vino. ¡Y qué susto!
Su mujer le había dicho que no se
acercara a las ratoneras. Pero el Raton
cito olió el queso y perdió la sesera. Se
fué derechito a la ratonera que había
puesto un campesino en su tala. Calcu
ló que cogiendo el cantito de queso muy
aprisa podría escapar. Pero calculó mal.
Porque por mucha prisa que se dió, la
ratonera de cantazo cayó como una bom
ba atómica y le pilló el rabito.
La Cucarachita Martina se fué a vol
ver loca cuando vió a su marido sin ra
bo. Pero luego se consoló pensando que
aquel susto le serviría de escarmiento.
¡Eso se creía ella! ¿Cuándo han visto
ustedes que un ratón escarmienta? ¡Y
mucho menos si es casado!
Está visto y requetevisto. Los maridos
que no obedecen a sus mujercitas llevan
las de perder. Y el Ratoncito Pérez lo
perdió todo. ¡Todo! ¡Hasta la vida!
La cosa pasó así:
Un día la Cucarachita Martina tuvo
que salir de compras. Tenía puesta la
olla en las tres piedras del fogón. Por
que estaba haciendo una de sus famosas
sopas de cebollas. Pues bien, antes de
salir le dijo a su marido:
— Maridito, menea la olla con la cu
chara de palo. Pero ten cuidado. No te
acerques mucho al fuego, que te puedes
quemar.
El Ratoncito Pérez prometió menear
la olla con mucho cuidado. Y despidió a
su mujercita con un beso en la frente.
Pero cuando le tocó menear la olla sin
tió un olor tan rico y tan rico a sopa de
.. i
cebollas, que no se pudo contener. Se
trepó en la olla caliente y quiso pescar
una cebolla que ya estaba doradita. Sí,
sí. ¡Cualquiera pesca en agua hirviendo!
El Ratoncito Pérez dió un resbalón y
¡zás! cayó de cabeza dentro de la sopa.
Al poco rato llegó la Cucarachita Mar
tina con su paquete de compras. Como
no vió a su marido por ninguna parte
creyó que había ido un momento a la
letrina. Y se puso a atender la sopa. Pe
ro cuando Martina fué a menear la olla
con la cuchara de palo... ¡qué dolor sin
tió! Vió a su pobre marido, al lambío de
su marido, flotando muertecito en la so
pa hirviendo.
¡Pobre Cucarachita Martina! A sus
gritos vinieron los vecinos. Y esa noche
celebraron el velorio del Ratoncito Pé
rez. La viuda estaba inconsolable. Ni si
quiera se puso polvos de arroz en la cara.
Y los vecinos cantaron al son del cuatro:
El Ratoncito Pérez
Cayó en la olla
La Cucaracha Martina
Lo canta y lo llora.
r
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos
Suspirando se alejaron
de aquel viejo
manantial
a mónita
Triqui-triqui
y el monito Triqui-trac.
¡Pirulín!
¡Pirulán!
El gallito
catalán
con los patos
no se va, ¡Pirulín!
¡Pirulán!
porque dice
que jamás Vamos todos
él un baño a cantar
con los patos
tomará.
del corral,
que se fueron
a nadar,
a la charca
de cristal.
EL COL I B R I Y LA ROS A
Treinta llevaron al cerro
besos de pitiminí
y sesenta por el suelo
esperanzados por tí.
Colibrí, colibirí,
ya la rosa
no está aquí.
Un vientecito agorero
se la llevó
porque sí,
P o r
Carmelina Vizcarrondo
íya tu pico aceitunado
no tendrá su carmesí!
Un vientecito agorero
se la llevó
porque sí.
Esopo fué un escritor griego que vivió 500 años antes
de Cristo. En esa época los griegos creían en muchos
dioses. Uno de éstos era Hércules, dios de la fuerza.
EL CARRET E RO Y HE RCUL E S
Oculta en el corazón
de una pequeña semilla,
bajo la tierra, una planta
en profunda paz dormía.
P o r : M a n u e l F e r n á n d e z J u n c o s
EL ANGEL DE LA GUARDA
El Angel de la Guarda
tiene un ala en el cielo
y otra en tu alma,
ninito bueno,
y otra en tu alma.
Suspendidos al viento
cuerpo y mirada,
niñito bueno,
cuerpo y mirada.
Pregúntaselo al árbol
y a la calandria
y a las flores silvestres,
y a la encantada,
niñito bueno, Y verás si te dicen
y a la encantada. lo que te cuento,
que el Angel de la Guarda
I v
mima tus sueños,
n iñ ito b u e n o ,
mima tu sueño.
El Angel de la Guarda
niñito bueno,
¡tiene un ala
en tu alma
y otra en el cielo!
P o r C a r m e lin a V iz c a r r o n d o
¿C O N QUE PR O D U CEN LAS ABEJAS SUS Z U M B ID O S ?
A m o r o o n a m o r s e p a ¿ a .
CHI R R I QUI T I CA
(Adaptación de un cuento europeo)
í
suaves y aún muerto era lindo de a ver-
dad.
Chirriquitica se acercó para darle un
beso. Y ¡oh sorpresa! en el pechito del
pajarito sintió latir muy suave el cora
zón. ¡No estaba muerto! La niña corrió
a buscar hojas y pajas para cubrirlo y
darle calor. Poco a poco el pajarito fué
abriendo los ojos y dió las gracias a la
niña por salvarlo de la muerte. No pasó
mucho tiempo antes que el pajarito co
menzara a trinar.
Todas las noches Chirriquitica corría
a su lado para oirle cantar. Pasó así el
invierno y la boda con el señor Güimo se
acercaba. Para mayor pena de Chirriqui
tica el pajarito se despidió, pues tenía
que volar por los campos con sus otros
compañeros, ¡Qué día tan triste para la
pobre Chirriquitica! Antes de irse el pa
jarito la invitó a que se fuera con él. Pe
ro la niña pensó que sería desagradecida
con la ratita que tan buena era con ella,
y decidió quedarse.
Pasó la primavera y llegó el verano.
Chirriquitica se preparaba con mucha
pena para la inevitable boda con el señor
Güimo. ¡Qué otra cosa iba a hacer!
Un día en que más triste estaba la ni-
ña oyó el canto de un ave a la entrada
de la cueva. Cuando salió a ver qué era,
¿ a que no saben quién estaba allí? Sí, el
mismo Ruiseñor que ella había salvado.
Llorando Chirriquitica le contó sus pe
nas. Le dijo que pasaría su vida encerra
da en una cueva oscura con el Sr. Güimo
sin ver el sol, ni las flores, ni los pájaros.
El pajarito enseguida la hizo que se su
biera en su lomo y amarrándola con el
cinturón se remontó por los aires.
El pájaro atravesó mares, cruzó paí
ses, pasó por encima de montañas y mon
tes altos. Y al fin llegó a una isla muy
bonita, llena de árboles y flores. Chirri-
quitica, al ver una tierra tan linda, le
preguntó al pajarito qué era aquello. El
le dijo que en ese país nunca hacía frío y
que siempre había flores.
— Ese país tan lindo se llama Puer
to Rico — dijo el pajarito mientras des
cendía.
La niña lo miraba todo muy asombra
da. De pronto vió un hermoso jardín de
bellas flores. El pajarito bajó, colocán
dola sobre una blanca margarita. ¡Cuál
no sería el asombro de Chirriquitica al
ver que las amapolas, lirios y azucenas
hablaban y reían! ¡Y los pájaros también!
Entonces se fijó en un hermoso joven
pequeñito como ella y que llevaba una
azada de cristal. Era el jardinero de aquel
jardín.
El joven se acercó a Chirriquitica y
i
le ofreció su azada, pidiéndole que fuera
su esposa, pues era la más bella criatura
del mundo. ¡Qué distinto era todo aque
llo! Ahora sí que a Chirriquitica le die
ron ganas de casarse.
Elena de alegría Chirriquitica tomó la
azada que le ofreció el joven. Dos reini
tas se acercaron a ella y le prendieron en
la espalda un par de alitas lindas para
que pudiera volar de flor en flor.
Chirriquitica y el joven jardinero se
casaron. A las bodas asistieron todos los
animalitos del monte cercano. También
vino el ruiseñor que cantó para los jóve
nes esposos.
Chirriquitica y su marido vivieron
muchos años felices y tuvieron muchos
hijitos. Los hijitos eran tan pequeños co
mo granos de arroz.
¡Y cuento acabao y arroz con melao!
¡El que se quede sentao, se queda pegao!
♦
CANCION DE LA RAN1TA
VERDE MAR
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r ,- l ,'n n \ s - ï r .r t
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y ^ O l i ^ ... ^
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Y he aquí que muchos ciudadanos vieron cómo el dicho lobo
hizo frente a San Francisco con la boca abierta. Y, acercándose a
él, San Francisco llamóle y di jóle:
— Ven aquí, hermano lobo; te mando de parte de Cristo que
no me hagas mal a mí ni a persona alguna.
Y es admirable cosa cómo inmediatamente después que San
Francisco habló con dulzura el lobo terrible cerró la boca. Y vino
mansamente como un cordero y echóse a los pies de San Francis
co. Entonces San- Francisco le habló así:
— Hermano lobo, haces mucho daño en estos lugares y has
cometido grandísimos males. Has matado a las criaturas de Dios.
Y no solamente has matado y devorado a las bestias,’ sino a los
hombres, hechos a imagen de Dios. Todo el mundo clama y mur
mura contra ti. Y toda esta tierra te es enemiga. Pero yo quiero,
hermano lobo, hacer la paz entre ellos y tú, de modo que no los
ofendas más. Quiero que te perdonen toda ofensa pasada, y que
ni hombres ni perros te persigan más. 1
Dichas estas palabras, el lobo, con* movimientos de la cola
y las orejas, parecía aceptar lo que San Francisco decía. Entonces
San Francisco dijo:
— Hermano lobo, pues que te place hacer y conservar esta
paz, te prometo que haré darte el sustento* mientras vivas. De
manera que no padezcas más hambre. Porque sé muy bien que
es por el hambre que haces tanto mal. Pues que te consigo esta
gracia, quiero, hermano lobo, que me prometas no molestarás más
a ningún hombre ni animal alguno. ¿M e lo prometes?
Y el lobo, inclinando la cabeza, dió evidentes señales de que
prometía.
Y San Francisco dijo:
— Hermano lobo, quiero que me des fe de esa promesa para
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que me pueda fiar de ella.
Y extendiendo San Francisco la mano para tomar juramen
to, el lobo levantó lg pata de delante y mansamente la puso sobre
la mano de San Francisco. Entonces San Francisco dijo:
— Hermano lobo, te mando en« nombre de Jesucristo que ven
gas conmigo, sin duda de nada, y vayamos a sellar esta paz en
nombre de Dios.
Y el lobo, obediente, se fué con él como un cordero manso.
Y enseguida esta noticia súpose por toda la nación. Las gen
tes todas, hombres y mujeres, jóvenes y viejos, acudieron a la plaza
para ver al lobo con San Francisco.
Entonces el pueblo, a una voz, prometió alimentar al lobo.
♦
unos le toman el pulso,
otros le miran el rabo;
todos dicen a una voz:
— ¡Muy malo está el Señor
Gato! »
A la mañana siguiente
ya van todos a enterrarlo.
Los ratones, de contentos,
se visten de colorado;
las gatas se ponen luto;
los gatos, capotes pardos,
y los gaticos pequeños
lloraban: ¡miau! ¡miau! ¡miau
C A ttfc
PESCAPO
Ya lo llevan a enterrar
t
por la Calle del Pescado.
¡Al olor de las sardinas
Don Gato ha resucitado!
Los ratones corren, corren.
Ya los persigue Don Gato.
Editor
René M arq u és
Escritores
J. L V iv a s M a ld o n a d o
Dom ingo Silás
René M arq u és
Diseñador gráfico
Lorenzo Hom ar
Dibujantes
Lorenzo Homar
José M eléndez Contreras
Francisco Palacio«
Félix Bonilla
José M . Figue roa
Eduardo Vera
Une G erm án C ajigas