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Existe entre muchos cristianos una gran confusión de lo que significa la humildad,
un concepto que suele mezclarse con lo que es humillación.
Hay quienes piensan incluso que es malo y no es de humildes nombrar los logros
“mundanos” de alguien o mencionar su currículo. Que es malo tener una alta
autoestima, que no es de cristianos hacer homenajes, reconocimientos o
reuniones in memoriam de alguien.
Hacemos de lo “terrenal” algo malo, separamos y divorciamos lo “espiritual” de lo
“mundano” y con esta idea juzgamos mal la vida. Habría que recordar que Jesús
vino a romper toda barrera, incluyendo la que había entre el hombre y Dios. Lo
sacro ya puede invadirlo todo, aun lo mas mundano, los cielos ya se abrieron.
Jesús solía andar por la orilla del mar según los evangelios, con lo cual se significa
que las fuerzas del mal (las aguas) se tocan con las de la tierra (arena), y el Señor
anda precisamente en esos terrenos, en esa frontera. Olvidamos que la
espiritualidad lo invade todo, lo toca todo para transformarlo, no lo aleja y recluye,
la idea no es un escapismo o un eremitismo, sino la transformación que hace lo
sagrado del mundo.
Finalmente, habría que reconocer que lo que hoy somos y hemos logrado, sea
mucho o sea poco, no es por nuestras grandes capacidades, sino por la gracia de
Dios, y por todas las personas que ha puesto en nuestro camino para que
nosotros crezcamos, aprendamos e incluso seamos catapultados al éxito.
“Pues así habla el Altísimo, que vive en su morada eterna, y cuyo Nombre es santo:
«Yo vivo en lo alto y me quedo en mi santidad, pero también estoy con el hombre
arrepentido y humillado, para reanimar el espíritu de los humildes y a los de corazón
quebrantado.” (Is 57, 15)