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Humildad y Humillación

Existe entre muchos cristianos una gran confusión de lo que significa la humildad,
un concepto que suele mezclarse con lo que es humillación.
Hay quienes piensan incluso que es malo y no es de humildes nombrar los logros
“mundanos” de alguien o mencionar su currículo. Que es malo tener una alta
autoestima, que no es de cristianos hacer homenajes, reconocimientos o
reuniones in memoriam de alguien.
Hacemos de lo “terrenal” algo malo, separamos y divorciamos lo “espiritual” de lo
“mundano” y con esta idea juzgamos mal la vida. Habría que recordar que Jesús
vino a romper toda barrera, incluyendo la que había entre el hombre y Dios. Lo
sacro ya puede invadirlo todo, aun lo mas mundano, los cielos ya se abrieron.
Jesús solía andar por la orilla del mar según los evangelios, con lo cual se significa
que las fuerzas del mal (las aguas) se tocan con las de la tierra (arena), y el Señor
anda precisamente en esos terrenos, en esa frontera. Olvidamos que la
espiritualidad lo invade todo, lo toca todo para transformarlo, no lo aleja y recluye,
la idea no es un escapismo o un eremitismo, sino la transformación que hace lo
sagrado del mundo.

La humildad no es falta de confianza ni falta de dignidad propia.


Una persona humillada se siente débil y esclavizada,
Pero la persona humilde, se siente fuerte al servir a otros.
Una persona humillada se siente desvalida y sin esperanza,
Pero la persona humilde, se siente útil y esperanzada.
Una persona humillada, se siente impotente y deshonrada,
Pero una persona humilde, se siente fortalecida y dignificada.
La humillación derriba, pero la humildad edifica.
La humillación es una tragedia, pero la humildad es una decisión.
La humildad no es mediocridad, es sencillez perseverante.

Otra equivocación que se tiene acerca de la humildad es pensar que la humildad


es despreciarse a uno mismo, y que la humildad es tener una autoestima bien
baja. Pero la humildad no es el desprecio a uno mismo.
La humildad no es tener complejo de mártir, en donde busco mostrar mis grandes
sacrificios y sufrimientos para obtener el reconocimiento o admiración de los
demás.
Nadie nace humilde, solo Jesús lo fue desde el nacimiento al hacerse carne y
habitar entre nosotros.
En estos tiempos es mal visto ser humilde, y decimos “a que lloren en tu casa a
que lloren en la mía, que lloren en la tuya”.
El orgullo y la soberbia prevalecen en este mundo.
La humildad no es pensar que eres menos, es no creerte más.
La humildad equivale a tener la virtud de ser conscientes de las debilidades y
limitaciones propias.
La humildad es reconocer el valor y los dones de los demás. La persona
humilde sabe ver, respetar y valorar profundamente las cualidades y
particularidades de otras personas. Esto le permite hablar de las cualidades y
logros de los demás con alegría.
El que maneja una falsa humildad tiene problemas con la autoestima. No tiene un
concepto saludable o una perspectiva clara de sí mismo. 
El humilde maduro es una persona que ni tiene baja autoestima, ni tiene el ego tan
hinchado como para creerse superior a los demás. 

Entonces ¿Cómo desarrollo esta virtud?

Primero reconoce dónde estás parado:


Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros,
que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí
con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.  Rm 12,3

Y segundo, mantente enseñable, no sientas que todo lo sabes, necesitas aprender


siempre de los demás, no eres ningún producto terminado.

Finalmente, habría que reconocer que lo que hoy somos y hemos logrado, sea
mucho o sea poco, no es por nuestras grandes capacidades, sino por la gracia de
Dios, y por todas las personas que ha puesto en nuestro camino para que
nosotros crezcamos, aprendamos e incluso seamos catapultados al éxito.

“Pues así habla el Altísimo, que vive en su morada eterna, y cuyo Nombre es santo:
«Yo vivo en lo alto y me quedo en mi santidad, pero también estoy con el hombre
arrepentido y humillado, para reanimar el espíritu de los humildes y a los de corazón
quebrantado.” (Is 57, 15)

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