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Jesús es superior a la ley

Raymundo Ramos

Dios se pone en contacto con la historia humana, y entonces el símbolo que se


escoge es "el monte”, que es lo más alto que hay dentro de la superficie de la tierra.
De manera que un lugar elevado, el monte, se considera que es un lugar donde Dios
se va a manifestar, donde Dios se va a comunicar, donde Dios va a actuar. El monte
es el lugar simbólico de la presencia divina en contacto con la historia humana. Por
eso Jesús sube al monte en Mt 5, Mt 14, Mt 15, Mt 17 y Mt 24. Por eso Moisés se
despidió de esta vida en una montaña.

En la cultura griega la morada de los dioses era el monte Olimpo. En la cultura judía
el Templo estaba en el monte Sión y la ley se le dio a Moisés en el monte Sinaí. Y
este símbolo tradicional lo usan los evangelistas para indicar precisamente el lugar
de la presencia de Dios, la esfera divina en contacto con la Historia humana. Y Jesús
se sube a la esfera divina "y se sienta”, porque su sitio es la esfera divina, Él la
domina. Él ha recibido todo el Espíritu de Dios, él es el Hombre-Dios, él es igual al
Padre y, por lo tanto, su sitio es la esfera divina. "Sentarse" significa la estabilidad y
el dominio: Jesús se queda sentado porque ese es su sitio.
Aquí tenemos un paralelo con el antiguo Sinaí. Jesús va a promulgar el código del
Nuevo Pacto, el código del Reinado de Dios, que son las Bienaventuranzas. Y
vemos lo bien que lo hace el evangelista. Jesús sube al monte como subió Moisés,
pero a Moisés le habla Dios, y aquí es Jesús el que habla, Moisés no se sienta y
Jesús sí. Jesús es hombre como Moisés, y sube al monte como él, pero no habla
Dios, sino él, por lo que tenemos al Hombre-Dios. Él es el Hombre-Dios, el que va a
pronunciar este Nuevo Pacto, y por eso va a ser "su Pacto: él es el que hace el Pacto.
Como lo dirá después en las palabras de la Cena: "Esta es la sangre del “Nuevo
Pacto”. Él es el que entabla con la Humanidad esta nueva relación, porque él es la
manifestación de Dios en la tierra, como ha dicha Mateo mismo en la escena de la
natividad: Le pondrán por nombre Enmanuel (que significa Dios con Nosotros).
Jesús es Dios en la tierra, es el Hombre-Dios, el que ha recibido la plenitud del
espíritu de Dios.
Y ahora el Hombre-Dios está en el monte y se le acercan sus discípulos. En el Sinaí
no se podía hacer eso. Precisamente sube Moisés sólo, y el pueblo tiene que
quedarse más allá de un límite fijado y, al que se atreva a pasar ese límite, le caerá
encima un castigo divino. Ahora, sin embargo, esa separación entre Dios y el pueblo
se ha terminado. Los discípulos, que han hecho su opción por Jesús, tienen derecho
a entrar en la esfera divina; ellos pertenecen ya también a la esfera divina; están con
Jesús en ella. El pueblo, la multitud que está fuera, que no ha hecho todavía una
opción, no está con ellos. Ahora se acabarán las mediaciones porque Jesús toma el
papel de Dios mismo, y todos los que siguen a Jesús tienen acceso inmediato a él
que, a su vez, es el acceso a Dios. Ya se acabaron los intermediarios.
Estamos ante un pacto que supera al primero, Jesús supera a Moisés, el evangelio
supera a la ley, Jesús nos da una nueva ley, la del Sermón del Monte.

El evangelio No es la ley de Dios – Si lo fuera no habría sido necesario el acto


salvador de Dios a través de Cristo. Gal 2,21; 3,21; Rom 3,28. La ley señala el
pecado no lo expía. En la ley vemos que somos mucho peores de lo que hubiéramos
sospechado, en el evangelio vemos que Dios es mucho mejor de lo que hubiéramos
esperado. El evangelio es la raíz de nuestra salvación, mientras que la obediencia es
su fruto. Somos salvos por la obediencia de la fe no por la fe en la obediencia. La ley
no nos puede hacer perfectos, el evangelio sí.

“La Ley” describe lo que Dios requiere. Exige perfección: un estándar que no
podemos cumplir. “El Evangelio” describe lo que Dios provee para que podamos
vivir. La Ley es como el bisturí del cirujano, cortando el pecado que corrompe
nuestras vidas y trae la muerte. El evangelio es sanador. Es la sanación más
profunda ya que es eterna y sana en todos los sentidos.
La ley son malas noticias que señalan nuestra triste condición y nos condenan a
muerte; mientras que el evangelio son buenas noticias que nos dicen que Dios nos
ama y nos dan el camino a la salvación.
La ley moral de Dios es una guía para que los cristianos vivan para la gloria de Dios
en este mundo, pero nunca podrá salvarnos. El evangelio es la buena noticia de que
la salvación se encuentra solo por la gracia de Dios, solo a través de la fe, solo en
Cristo.
La ley nos pedirá que hagamos algo para que podamos ser salvos por ella, y eso es
cumplirla. El evangelio no requiere que hagamos nada sino solo creer en Cristo. La
ley requiere justicia inherente, pero el evangelio justicia imputada.
La ley muestra el pecado, acusa y revela la justicia sin misericordia; pero el
evangelio cubre el pecado y es una calificación del rigor de la ley.
La ley nos dice qué buenas obras deben hacerse; el evangelio, que Jesús lo ha hecho
por nosotros, lo que Él ha hecho por nosotros.
La ley mataba al que la infringía, el evangelio vivifica al que la quebranta (a través
del perdón y la gracia de Jesucristo).
La ley era un ayo (conductor) a Cristo. El evangelio es Cristo nuestro conductor.
La ley condenaba irremisiblemente, el evangelio justifica gratuitamente.
La ley era un ministerio de muerte y condenación, el evangelio un ministerio de
reconciliación.
La ley era un régimen de letra, un reino de muerte, en el evangelio nos regimos bajo
el nuevo régimen del espíritu, reinando en la vida de Cristo.
La ley no es Dios, el evangelio es Jesucristo (Mc 1,1).

Por tanto, nada tienen que estar haciendo en el centro de los altares de templos
cristianos, leyes o tablas de los 10 mandamientos, ¡es totalmente contradictorio al
evangelio!
En palabras de Pablo, esto se llama “otro evangelio” (Gal 1,6-10). Poner en el centro
del altar a la ley es decir que Jesús no es el centro ni la realidad fundamental de la
Iglesia, sino la ley, como si no hubiera nunca venido Cristo al mundo. Cuando en la
Biblia se ponen realidades en el centro es porque son lo fundamental: por eso Jesús
se pone en el centro o en medio de la Iglesia en Jn 20,19; a un niño en Mc 9,36, el
árbol de la vida en Gn 2,9.
La ley no debe estar nunca en el centro de un templo o de un altar, la ley tiene su
función, pero jamás tendrá una mayor importancia al evangelio. La ley ya está
escrita en nuestros corazones, tenemos el espíritu, tenemos a Cristo, despojémonos
de todo aquello que intente suplantar a Cristo, aunque esto esté en nuestros propios
templos.

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