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1.
Se entiende como profesor a un sin fin de conceptos y virtudes vinculadas al acto
mismo de educar y/o enseñar sin importar su linaje. Aun cuando en la cotidianidad
escolar y académica, es posible discernir a simple vista el uso de su denominación
en carácter de sus diferentes objetivos. Existen varios cuestionamientos alrededor
de la figura docente, al cual se le atribuye un peso extra, de modo tal, que su rol se
convierte en un factor clave e indispensable para el buen desarrollo social. Los
intentos para determinar un modelo de docente ideal son aspiraciones meramente
ficticias. Más que hablar de profesor ideal, habría que detenerse en investigar el qué
se le reclama al docente. Señalar un ideal es presuponer que de él o ella depende la
consecución de los objetivos educativos, y que si no posee ciertas condiciones, no
cumplirá con esas metas. Pero los objetivos están determinados por múltiples
factores, tanto interiores como exteriores. No obstante, podemos asociar al “buen
profesor” por cómo administra y suministra ese capital cultural; en el mejor de los
casos, en cómo es capaz de dispensar u ofrecer a los demás su propio valor.
Los “buenos docentes” estimulan a sus estudiantes para que lean y estudien de
manera independiente, y siempre les dan oportunidad de que se expresen, de que
comenten en la clase sus lecturas. Un buen maestro es paciente, tiene sentido del
humor, pero nunca inhibe a un alumno, nunca lo ridiculiza, ni se mofa ni lo excluye
de otros. Considero que debe lograr un lenguaje o código personal hacia con sus
alumnos, permitiendo así, un mejor desarrollo comunicativo y no verbal.
Bloqueando barreras o estereotipos conceptuales que impiden y limitan el progreso
de los pensamientos.